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E S T U D I O S D E L A C U L T U R A D E A M É R I C A L A T I N A

E
n 1850, Domingo F. Sarmiento publica
Argirópolis, una utopía urbana en la que
propone la isla Martín García como capital y
Utopías urbanas:
sede de su proyecto utópico de pacificación
regional, y promueve la creación de ciudades como
geopolíticas del deseo en América Latina
vehículo de civilización para acabar con los “campos
incultos”. A través de este planteamiento geopolítico,

Utopías urbanas
las ciudades se constituyen en un instrumento clave
para transformar el “vacío” americano en un espacio
apto para los “pueblos civilizados”.

Retomando la propuesta de Sarmiento, el presente


volumen examina la interrelación entre territoriali-
dad urbana e imaginario utópico en América Latina,
teniendo en cuenta que la ciudad constituye el
espacio de cruce en el que se van a articular los
debates y preocupaciones propios de los escritores y
letrados latinoamericanos, y las proyecciones políti-
cas, sociales y culturales provocadas por los deseos e
imaginaciones de una sociabilidad diferente a la real 35
y que, por lo tanto, conformarán propuestas alterna-
tivas. Así, indaga en la relación entre la emergencia
de una nueva realidad geopolítica (la ciudad ameri-
cana) y la construcción del ideal utópico en diversas

GISELA HEFFES (ED.)


escrituras y prácticas latinoamericanas.

GISELA HEFFES es doctora por la Universidad de Yale


y profesora de Literatura y Cultura Latinoamerica-
nas en Rice University, donde enseña además
escritura creativa en español.

GISELA HEFFES (ED.)


9 788484 897149
UTOPÍAS URBANAS:

geopolíticas del deseo


en América Latina

Gisela Heffes (ed.)


Colección Nexos y Diferencias
Estudios de la Cultura de América Latina
35

E nfrentada a los desafíos de la globalización y a los acelerados pro-


cesos de transformación de sus sociedades, pero con una creativa
capacidad de asimilación, sincretismo y mestizaje de la que sus múlti-
ples expresiones artísticas son su mejor prueba, los estudios culturales
sobre América Latina necesitan de renovadas aproximaciones críticas.
Una renovación capaz de superar las tradicionales dicotomías con que se
representan los paradigmas del continente: civilización-barbarie, campo-
ciudad, centro-periferia y las más recientes que oponen norte-sur y el
discurso hegemónico al subordinado.
La realidad cultural latinoamericana más compleja, polimorfa, inte-
grada por identidades múltiples en constante mutación e inevitablemente
abiertas a los nuevos imaginarios planetarios y a los procesos intercul-
turales que conllevan, invita a proponer nuevos espacios de mediación
crítica. Espacios de mediación que, sin olvidar los nexos que histórica y
culturalmente han unido las naciones entre sí, tengan en cuenta la diver-
sidad que las diferencian y las que existen en el propio seno de sus socie-
dades multiculturales y de sus originales reductos identitarios, no siempre
debidamente reconocidos y protegidos.
La Colección Nexos y Diferencias se propone, a través de la publica-
ción de estudios sobre los aspectos más polémicos y apasionantes de este
ineludible debate, contribuir a la apertura de nuevas fronteras críticas en
el campo de los estudios culturales latinoamericanos.

Directores
Fernando Aínsa Jesús Martín-Barbero
Santiago Castro-Gómez Sonia Mattalia
Lucia Costigan Andrea Pagni
Luis Duno Gottberg Mary Louise Pratt
Frauke Gewecke Beatriz J. Rizk
Margo Glantz Friedhelm Schmidt-Welle
Beatriz González Stephan
UTOPÍAS URBANAS:
geopolíticas del deseo
en América Latina

Gisela Heffes (ed.)

Nexos y Diferencias 35

Iberoamericana • Vervuert • 


De esta edición:
© Iberoamericana, 2013
Amor de Dios, 1 — E-28014 Madrid
Tel.: +34 91 429 35 22
Fax: +34 91 429 53 97
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ISBN 978-84-8489-714-9 (Iberoamericana)


ISBN 978-3-86527-765-7 (Vervuert)

Depósito legal: M-238-2013

Diseño de cubierta: Carlos Zamora

Diseño de interiores: Carlos del Castillo

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Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro
Impreso en España
A Kenneth, Sarah & Nathaniel:
arquitectos de urbes humanas, donde “todo lo imaginable puede ser soñado”
y hasta el sueño más insospechado “es un acertijo que esconde un deseo”.
Índice

Lista de imágenes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Agradecimientos ..................................................... 11

Introducción ......................................................... 13
Gisela Heffes

Sección I
La utopía y la ciudad contemporánea latinoamericana
1. La ciudad entre la nostalgia del pasado y la visión
apocalíptica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Fernando Aínsa

2. Pasajes de la (in)seguridad: circuitos del miedo en la Ciudad


de México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Rebecca E. Biron

Sección II
Medicina, naturaleza y ciudad en las utopías
de comienzo del siglo xx
3. Utopías higiénicas/utopías urbanas. Buenos Aires 1920 . 115
Diego Armus

4. Utopía en práctica. Eugenesia y naturaleza en la


construcción de la ciudad moderna latinoamericana ..... 131
Fabiola López-Durán
5. Utopías verdes: hacia una poética urbana
de la conservación ambiental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
Gisela Heffes

Sección III
Utopía, vanguardia e imaginario urbano
6. Ciudad: de diosa a villana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203
Raul Antelo

7. Estridencia y escándalo: ¿metáfora acústica, estética


o social? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233
Silvia Pappe

Sección IV
Entre lo urbano y rural: modelos alternativos para
pensar la utopía de/en América Latina
8. La Tierra adentro en Una excursión a los indios ranqueles
de Lucio V. Mansilla como alternativa del poder
político de Buenos Aires . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
Annick Louis

9. De círculos y líneas rectas. Asimilación y exclusión en


los espacios “vacíos” de dos utopías americanas . . . . . . . . . . . 305
Marisa González de Oleaga

10. Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding . . . . . . . . . 335


Gabriela Polit Dueñas

Sección V
Brasilia VIS-À-VIS Brasilia
11. Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia . . . . . . . . . . . . . . . . . 359
Adrián Gorelik

12. Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa. . . . . . . . . . . . . . . 389


Farès el-Dahdah

Sobre los autores .................................................... 413

Índice onomástico ..................................................... 419


Lista de imágenes

Artículo 9

Figura 1
“Piano della futura colonia”. Anexo 1 b. En el libro
de Danilo Baratti y Patrizia Candolfi, L’Arca di Mosè.
Biografia epistolare di Mosè Bertoni (Bellinzona: Edizioni
Casagrande, 1994, p. 737) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 310

Artículo 12

Figura 1
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro) . . . . . . . . . . . . . . 389

Figura 2
Detalle de la Memória Descritiva mostrando la urbanización
inicial y los actos “coloniales” de posesión.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro) . . . . . . . . . . . . . . 391

Figura 3
[la fig. 3 consta de cuatro imágenes: a, b, c, y d]
La Memória Descritiva presentada junto al plan para Brasilia.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro) . . . . . . . . . . . . . . 393
Figura 4
Detalle de la Memória Descritiva mostrando los terraplenes
elevados del eje monumental y la triangular Plaza de los
Tres Poderes.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro) . . . . . . . . . . . . . . 399

Figura 5
Detalle de la Memória Descritiva mostrando el terraplén
elevado de la Explanada de los Ministros.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro) . . . . . . . . . . . . . . 401

Figura 6
Bosquejo del Sector Cultural de Brasilia mostrando áreas
arboladas con sus respectivos espacios abiertos.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro) . . . . . . . . . . . . . . 403

Figura 7
Detalle de la Memória Descritiva mostrando la superquadra
rodeada por un dosel de árboles.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro) . . . . . . . . . . . . . . 404
Agradecimientos

La publicación de este libro ha sido posible gracias a los subsi-


dios del Departamento de Estudios Hispánicos, el Américas Research
Center y el Decanato de Humanidades de la Rice University. Mi agra-
decimiento especial a Beatriz González Stephan, José Aranda y Nico-
las Shumway.
Quiero darles las gracias, asimismo, a todos los colaboradores de
este volumen colectivo por su disposición inmensa, y por el constante
apoyo que me ofrecieron en cada una de las etapas propias de la con-
fección de este manuscrito.
Dylan McNally, estudiante de subgrado en la Rice University, estu-
vo a cargo de la traducción del capítulo de Farès el-Dahdah del inglés
al español. Le agradezco su renovado interés en estas utopías complejas
que son los imaginarios urbanos de Latinoamérica.
Introducción
Gisela Heffes

La traslación del orden social a una realidad física, en el caso de la


fundación de las ciudades, implicaba el previo diseño urbanístico
mediante los lenguajes simbólicos de la cultura sujetos a concepción
racional. Pero a ésta se le exigía que además de componer un diseño,
previera un futuro. De hecho el diseño debía ser orientado por el re-
sultado que se habría de obtener en el futuro, según el texto real dice
explícitamente. El futuro que aún no existe, que no es sino sueño de
la razón, es la perspectiva genética del proyecto (Rama 1998: 20).

Utopías urbanas: una introducción

En 1850, Domingo F. Sarmiento publica Argirópolis, una utopía urba-


na –o ciudad utópica– en la que no sólo propone la isla Martín García
como capital y sede de su proyecto utópico de pacificación regional,
sino que, además, promueve la creación de ciudades como vehículo de
civilización y, en consecuencia, como forma de acabar con los “campos
incultos” (1916: 173). A través de este planteamiento geopolítico, las
ciudades, para Sarmiento, se constituyen en un instrumento clave para
transformar el “vacío” americano en un espacio apto para los “pueblos
civilizados” (ibíd.: 169). La noción de “vacío” enunciada por Sarmien-
to conforma sin duda una posición de lectura hegemónica que niega la
subjetividad de aquellos pueblos y comunidades que habitaban el sue-
 Gisela Heffes

lo americano antes de la conquista. En la misma vertiente se inscribe


el ya conocido lema de Juan Bautista Alberdi, “gobernar es poblar”, en
sus conocidas Bases (1852). Sin embargo, y a diferencia de Sarmien-
to, la propuesta de Alberdi abogaría asimismo por la “importación” de
una población rural, impulsando de esta forma asentamientos huma-
nos en zonas desiertas, ya que “el país pierde lo que los puertos parecen
ganar”, razón por la cual es necesario “multiplicar los puertos para dis-
tribuir la población en las costas”, y para “poblar el interior que vive de
la agricultura y de la industria rural, necesita América embarcar la emi-
gración rural de Europa, no la escoria de sus brillantes ciudades, que ni
para soldados sirve” (1899: 270). Es bien sabido que la perspectiva sar-
mientina, con su preferencia por lo urbano, prevaleció en el imaginario
latinoamericano por más de un siglo, más que la rural, que ha sido ma-
yoritariamente percibida –e injustamente, vale aclarar– como sinóni-
mo de “barbarie”1. Una tradición que puede remontarse al pasado bajo
la forma de las ciudades fundacionales que, luego de la conquista espa-
ñola, cobrarían un papel fundamental en la configuración del espacio
urbano con fines políticos y económicos bien definidos. Ángel Rama,
en La ciudad letrada (1984), vio claramente la distinción entre un espa-
cio imaginario, vinculado tanto a un proyecto imperial como a las vi-
siones y los deseos proyectados en un territorio idealizado, y otro real,
el que sólo existe en la historia y se ciñe a las transformaciones de la
sociedad2. Las ciudades ideales surgen en la inmensa extensión ameri-

1. La disyuntiva civilización vs. barbarie, acuñada por Sarmiento, aparece por pri-
mera vez en su célebre Facundo, de 1945.
2. En el volumen colectivo Más allá de la ciudad letrada: crónicas y espacios urbanos
(2003), editado por Boris Muñoz y Silvia Spitta, esta última sostiene que, mien-
tras el texto de Rama, a diferencia de La ciudad sumergida. Aristocracia y plebe en
Lima, 1760-1830 de Alberto Flores Galindo (1984), “ha tenido una brillante tra-
yectoria y es citado puntualmente por todo letrado”, el segundo “injustamente ha
corrido la suerte de su título” (11). Para Spitta, la ciudad letrada de Rama no pue-
de dar cuenta del “desorden de la ciudad ‘real’ o sumergida descrita por Flores Ga-
lindo” y, aunque de manera solapada, critica la incapacidad del uruguayo de salir
del mundo letrado, elogiando la perspectiva de Flores Galindo –quizá en un gesto
que procura hacerle justicia– cuya conceptualización de la ciudad desordenada pa-
rece haber prevalecido por sobre la ciudad del orden (14). No estoy de acuerdo con
Introducción 

cana regidas por una “razón ordenadora” que se revela en un orden so-
cial jerárquico transpuesto a un orden distributivo geométrico (Rama
1998: 19). No es la sociedad, propone Rama, sino su forma organiza-
da la que es transpuesta, y no a la ciudad, sino a su forma distributiva
(ibíd.). Como bien señalara Mumford en relación a la ciudad ideal de
Hippodamos, su gran innovación consistió en comprender que la for-
ma de la ciudad era la forma de un orden social específico (1961: 172;
cit. en ibíd.: 18); por eso, el pensamiento analógico no vinculaba socie-
dad y ciudad, sino sus respectivas formas, las que son percibidas como
equivalentes y nos invitan a leer la sociedad al leer el plano de la ciu-
dad (ibíd.: 19): ciudades preexistentes y fijas a una cartografía imagi-
naria (e imaginada) y cuyo objetivo más importante fuera ordenar a la
población aunque, del mismo modo, preservar ese orden, contener a
sus habitantes dentro de un mapa cuyos contornos demarcados a prio-
ri pudieran someterlos en todas las formas posibles. En este sentido, la
utopía urbana de Sarmiento pone de manifiesto una tradición existen-
te –y latente–, la que cobra una dimensión pragmática considerable
en el momento de materializar esos programas urbanos dentro de una
agenda política y económica específica.
La velocidad con que la conquista española se expandió por las is-
las y continente americanos coincidió con un desarrollo cada vez más
acelerado de una nueva forma urbana –un modelo frecuente en el
pensamiento renacentista, cuyos principios reguladores eran los mis-
mos del diseño del damero: unidad, planificación y orden riguroso–,
y afianzó, en cada nueva instancia, la fuerza de esta acción como así
también el proceso fundacional en tanto recurso y medio para garanti-

esta perspectiva: el hecho de que Rama identifique diferentes instancias dentro de


la evolución de un modelo urbano en América Latina no significa que no lo criti-
que. Cito un ejemplo: cuando contrasta la “ciudad real” con la “letrada”, describe
cómo esta última debía someter a la real, y señala que, durante el “período moder-
nizado, bajo su máscara liberal”, se apoyó la segunda en un “intensificado sistema
represivo” (1988: 76). Ésta no es sino una de las numerosas referencias críticas que
abundan en el texto; mi intención aquí es subrayar que enfocarse en el modelo
de la “ciudad letrada” no significa necesariamente ser un letrado, apoyar ese mode-
lo o escribir un texto apologético, como quizá pueda erróneamente pensarse.
 Gisela Heffes

zar la permanencia de una ocupación militar (Hasquin 2003: 9). Así,


la fundación de una red de ciudades y pueblos no sólo consolidó la
conquista y expansión colonial, sino que también ofreció una forma
clara e institucional a las políticas poblacionales decretadas por la Co-
rona española (ibíd.). Una red urbana incrustada y extendida por todo
el territorio conquistado le permitió a esta última dominar y controlar
la vastedad recientemente expropiada. El lema “Quien no poblare, no
hará buena conquista”3, de Francisco López de Gómara, ya desde el
inicio del proyecto colonizador prefiguraría tanto la ideología del im-
perio español como las prácticas implementadas por los conquistado-
res y un legado cuyas huellas se preservan tanto en la estructura como
el tejido urbano de las ciudades latinoamericanas actuales (ibíd.). Por
esta razón, si bien la relación entre América y la consumación de una
utopía conforma un tema recurrente que aparece tanto en textos que
refieren al descubrimiento del Nuevo Mundo, como en ensayos que,
principalmente a partir del siglo xix, se inscriben en un debate sobre
la identidad latinoamericana y acompañan, de forma simultánea, el
proceso de constitución de los Estados nacionales, la intersección en-
tre territorialidad urbana e imaginario utópico es central no sólo para
el modelo implementado durante la colonización europea en Améri-
ca Latina, sino también para la consumación de los proyectos moder-
nizadores que recorrieron el continente luego de sus respectivas in-
dependencias. Asociación de hecho que continúa relevante aún en el
presente.

La pulsión utópica

En el año 1516 aparecen dos textos paradigmáticos, la Utopía de


Thomas More, y el Memorial de remedios para las Indias, del dominico
Bartolomé de las Casas. More acuña por primera vez el término “uto-

3. El lema completo reza: “Quien no poblare no hará buena conquista, y no con-


quistando la tierra, no se convertirá la gente, así que la máxima del conquistar ha
de ser poblar” (López de Gómara 1852-1853: 181).
Introducción 

pía” en su relato homónimo, introduciéndolo por medio de un poe-


ma breve que encabeza la narración. El poema fue escrito, según éste,
por el supuesto hijo de la hermana de “Raphael Hythlodaeus”, poeta
laureado y de fama internacional. Las líneas de estos versos anticipan
el tono satírico que caracteriza todo el relato y proponen, al mismo
tiempo, un itinerario que si bien comienza en “Utopía”, aspira a con-
cluir en “Eutopía” (del griego u-topos, no-lugar, y eu-topos, lugar feliz,
respectivamente). De este modo, si bien el término “utopía” remite a
un no-lugar, el objetivo reside en alcanzar finalmente la “eutopía” (el
lugar feliz).
La Utopía de More consiste en una crítica social y política no sólo
del Viejo Mundo, principalmente la Inglaterra de Enrique VIII, sino de
todo un sistema institucional que por medio de sus leyes y regulacio-
nes preservaban las condiciones socioeconómicas existentes, las que
favorecían de manera exclusiva a una minoría privilegiada. Cuando el
marinero “Raphael Hythlodaeus” llega de la isla “no-lugar” le ofrece
a su interlocutor un relato acerca de un “proyecto social inteligente”
(More 1986: 40). El texto de More, por lo tanto, contrasta el estado
de infelicidad en que se encontraba la sociedad europea de su tiem-
po con las condiciones de una nación ideal, donde la vida de los seres
humanos es organizada de la mejor manera posible. Por esta razón la
Utopía de More, además de inaugurar un género narrativo, propone
un programa social.
Con la Utopía de Thomas More se institucionaliza un género que
funda una tradición. Su texto es fundamental no sólo porque dio
nombre literario al género que hoy conocemos como narrativa “utópi-
ca”, sino porque ofrece, además, un conjunto de características y estra-
tegias particulares. Fernando Aínsa (1999) señala que con la aparición
del adjetivo “utópico” la utopía pasó a ser sinónimo de actitud men-
tal rebelde, de oposición o de resistencia al orden existente, y respecto
al cual, en su lugar, se propone uno radicalmente diferente al presente
desde donde se enuncia (21). Esta visión alternativa de la realidad es
importante, ya que muchas veces se trata más de la intención utópica
que de una obra literaria en sí misma. Lyman Tower Sargent (1994)
establece una diferencia entre lo que denomina las “tres caras del uto-
pismo”: pensamiento utópico, comunidades utópicas y literatura utó-
 Gisela Heffes

pica. El primero, concibe la utopía más como una preocupación por


las fuerzas sociales que por aspectos literarios: estas fuerzas pueden
expresarse a través de formas tan diversas como la propuesta de John
Winthrop, A Model of Christian Charity (1630), Du contrat social
(1761) de Jean Jacques Rousseau, la “United States Declaration of In-
dependence” (1776) o los planos de ciudades ideales. Las comunida-
des utópicas, por su parte, han tenido mucho éxito en Estados Unidos,
aunque existen ejemplos significativos en Latinoamérica. Son general-
mente el resultado del pensamiento utópico decimonónico y fueron
inspiradas por autores socialistas como Etienne Cabet, Charles Fourier
y Robert Owen. Más allá de sus diferencias, tienen como objetivo co-
mún crear una sociedad, si no ideal, al menos mejor que la actual. Al-
gunos ejemplos durante el siglo xix en Norteamérica son Brook Farm
(Massachusetts, 1841-1847), New Harmony (Indiana, 1825-1829) y
Oneida (New York, 1848-1881). Se estima que entre los años 1862
y 1919 se establecieron en Estados Unidos 120 comunidades utópi-
cas. Este mismo fenómeno, aunque no en la misma magnitud, puede
encontrarse en América Latina: principalmente en Argentina, Brasil,
México, Paraguay y Uruguay (Abramson 1999; González de Oleaga y
Ernesto Bohoslavsky 2009). En cuánto a la utopía literaria, ésta se de-
fine, según Kenneth Roemer (2010), como una descripción detallada
de una comunidad, sociedad o mundo imaginario; o bien, como una
“ficción” que incentiva a los lectores a experimentar una cultura que re-
presenta una alternativa reglamentaria y normativa respecto a la propia
y presente4. Por esta razón, un escritor puede ser utopista sin haber es-
crito ninguna utopía sensu stricto.
Es, sin embargo, a partir de la popularización del género utópi-
co en el siglo xvi cuando comienza a rastrearse la intención utópica

4. La noción de “experimentación” respecto a las utopías literarias es fundamental


ya que a través de la lectura de éstas se reafirma lo que muchos consideran como la
“función” misma de la literatura utópica: distanciar al lector de la realidad presen-
te de manera que pueda ver y sentir de la mejor manera posible cuáles son las al-
ternativas respecto de aquella, como así también experimentar su realidad de una
manera nueva. Por esta razón, algunos críticos sostienen que la utopía literaria es
asimismo una experiencia visual.
Introducción 

en obras anteriores a la de More. Siguiendo este modelo paradigmáti-


co se releen muchas páginas de la Biblia, La República [Politeia] (circa
380 a.C.) de Platón, la Ciudad de Dios [De Civitate Dei] (siglo v) de
San Agustín o la Blanquerna (circa 1283) de Raimundo Lulio, como
así también otros textos clásicos provenientes de civilizaciones y cultu-
ras no occidentales. Del mismo modo que la descripción de los Cam-
pos Elíseos en La odisea [Ódýsseia] (siglo viii a.C.), de Homero, tam-
bién la épica anónima de Gilgamesh fue releída desde esta perspectiva
utópica. Dada la caracterización del género utópico, se han estableci-
do paralelismos y diferencias con géneros centrados en los mitos de la
Edad de Oro y en las leyendas de las insulae fortunatae de la literatura
clásica y medieval: algunos ejemplos son la Isla de las Siete Ciudades,
las Islas Afortunadas y las Hespérides (Aínsa 1999: 21-22). Es impor-
tante destacar que con La República de Platón aparecen elementos de
teoría política, ausentes en los textos precedentes. La afinidad entre este
último y la Utopía de More se expresa a través de la descripción de un
Estado en que el bienestar de los ciudadanos se encuentra por encima
de los deseos individuales, donde reina la armonía y la justicia y, fun-
damentalmente, a partir de la propuesta de un Estado ideal y perfec-
to que, para algunos, se traduce en “irrealizable”, en tanto consiste en
una “pura creación intelectual” (Esquerra 1948: 33). Al proyecto de
More le siguen la Ciudad del Sol [La Città del Sole] (1602), de Tom-
maso Campanella; Cristianópolis [Christianopolis] (1619), de Johann
Valentin Andreä; La Nueva Atlántida [Nova Atlantis] (1624), de Fran-
cis Bacon; Nueva Solyma [Nova Solyma] (1648), la utopía puritana de
Samuel Gott; y Oceana [The Commonwealth of Oceana] (1656), de Ja-
mes Harrington, entre muchas otras5.
El segundo –e igualmente importante– texto que aparece en 1516
nos interesa de manera especial, ya que inserta la genealogía utópica
dentro de la tradición latinoamericana. Se trata de la primera ver-
sión del Memorial… de Las Casas, cuyo objetivo fuera buscar una

5. La Città del Sole fue publicada originalmente en italiano, en 1602; la traducción


al latín fue finalizada por Campanella en el año 1613, bajo el título Civitas solis, y
fue publicada en Frankfurt en el año 1623 y en París, en 1637.
 Gisela Heffes

solución a los males y daños practicados en las “Indias”. El famoso


Memorial… consiste en una propuesta de gobierno, en la que apare-
cen diseñadas diversas estructuras laborales, incluyendo el salario, la
alimentación y otros componentes importantes, la mayor parte rela-
cionados con la vida diaria de los indios. Se trata de una petición por
parte de Las Casas destinada al rey de España cuyo fin es evitar los
efectos terribles que el sistema de encomienda ha tenido en los indí-
genas americanos y, en consecuencia, liberar a estos últimos del poder
destructivo de los españoles en Cuba y La Española. La petición con-
siste en una descripción detallada de un plan para crear comunidades
indígenas donde éstos puedan trabajar de manera libre, aunque den-
tro de un programa estructurado, en una suerte de cooperativismo
con los “cristianos”. Se trata de una utopía, en tanto proyecto comu-
nitario que enfatiza la importancia de educar a los nativos, en lugar de
utilizarlos y explotarlos (Baptiste 1990: 24). Del mismo modo que el
Memorial… de Las Casas, la gran mayoría de los experimentos comu-
nitarios que aparecen inicialmente en América Latina obedecen al or-
den religioso. Los más importantes son las “ciudades-hospitales” del
obispo Vasco de Quiroga (México, siglo xvii); las misiones jesuíticas
(Paraguay-Argentina-Brasil, siglos xvii y xviii); y el Colegio de Misio-
neros (México, siglo xix).
Dada la etimología del término utópico como “no-lugar”, su ca-
rácter espacial –el topos– es fundamental a la hora de establecer una
vinculación con diversas instancias históricas en el desarrollo econó-
mico, político y social de América Latina. Aunque, en particular, con
el territorio urbano, ya que es precisamente el espacio de la ciudad el
que adquiere una dimensión representativa clave en tanto cruce e in-
tersección en que se articulan gran parte de los debates y preocupacio-
nes propios de los escritores y letrados latinoamericanos. Es, más aún,
el territorio urbano el que condensa un imaginario cultural significati-
vo, uno que, en sus múltiples formas, procura materializar las proyec-
ciones provocadas por los deseos e imaginaciones de una sociabilidad
diferente a la real y que, por lo tanto, conforma propuestas espaciales
alternativas.
Los capítulos que integran este volumen exploran el territorio ur-
bano latinoamericano desde perspectivas, disciplinas y metodologías
Introducción 

diferentes; ya sea como punto de partida o como objeto de cuestio-


namiento, la ciudad es abordada como cruce, pasaje, cartografía, de-
bate, mito, o expresión acústica. La ciudad como escenario predilecto
de un proceso de transformación que la vida moderna y el progre-
so (o la idea de progreso) trajeron en sí, desde la crisis de valores que
marcara el fin del siglo xix y la emergencia de una burguesía mer-
cantil que imitaba a la burguesía europea, hasta la llegada de gran-
des corrientes inmigratorias. Cambios que se experimentaron tanto
en la estructura social como en la fisonomía del espacio metropolita-
no: la población creció y se diversificó, se multiplicó su actividad, se
modificó el paisaje urbano y se alteraron las costumbres tradiciona-
les, como bien señalara José Luis Romero en su clásico libro de 1976,
Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Siguiendo el modelo impues-
to por Haussmann en los barrios parisienses, las ciudades latinoa-
mericanas consumaron poco a poco el pasaje de la “gran aldea” a la
metrópoli moderna, dejando la mayor parte de las “vastas zonas ru-
rales” inalterables (Romero 1976: 247). No obstante, y de forma si-
multánea, el nuevo espacio urbano fue revelando, para el viejo patri-
ciado, un “conglomerado heterogéneo y confuso”, a través del cual
se iba perdiendo el control sobre la sociedad y sus nuevos miembros
(ibíd.: 260). La percepción de cambio traería en sí nuevos mecanis-
mos y dispositivos de control que lograrían dominar, contener y so-
meter a los nuevos actores sociales a través de programas y reformas
institucionales, y que tendrían un efecto prolongado en las poblacio-
nes urbanas latinoamericanas. Pero es, sin embargo, también frente
a este modelo que aparecen propuestas alternativas cuyo fin más ur-
gente será contrarrestar los alcances autoritarios que los nuevos cam-
bios pudieran acarrear.
En el deseo por configurar la sociedad por medio de una fisono-
mía específica, distribuyéndola y disponiéndola espacialmente– esto
es, creando e imaginando un territorio urbano que la habite–, es don-
de la utopía emerge. Ésta puede ser de “evasión” o de “reconstruc-
ción”, como lo estableciera Lewis Mumford (1922); “abstracta” o
“concreta”, según la definición de Ernst Bloch [1938-1947] (1986);
o, siguiendo la propuesta de Karl Mannheim, en tanto idea concebi-
da de manera trascendental que produce un cambio respecto al orden
 Gisela Heffes

histórico y social existentes (1941: 169). Si la pulsión utópica debe


ser renovada no sólo como deseo sino como práctica, estamos de
acuerdo con Abril Trigo (2004) en que es esta última la que recrea
una larga tradición dentro del pensamiento latinoamericano, consti-
tuyéndose en un componente integral (y fundamental) para su desa-
rrollo y transformación continuos (8). En este sentido, es importan-
te indagar y reflexionar hasta qué punto, en América Latina, utopía y
espacio urbano han funcionado de manera que continúan reconfigu-
rándose mutuamente, inscribiendo sus transformaciones culturales,
políticas y económicas dentro de los debates y las publicaciones más
recientes y, en particular, aquellas relacionadas con los modos de pen-
sar, experimentar, definir y leer la ciudad.

¿Qué es una ciudad?

Con esta pregunta Néstor García Canclini abre uno de sus ensayos so-
bre imaginarios urbanos (2009). La multiplicidad de estudios dedica-
dos exclusivamente a definir este territorio ofrece respuestas que mu-
chas veces no se corresponden de manera acertada con aquello que
encarna una ciudad. Tal es el caso de una definición que delimita lo
urbano en oposición a lo rural, distinción que se limita a características
superficiales sin dar cuenta de la experiencia contenida en los procesos
identitarios y de translocación que los cruces entre uno y otro espa-
cio suponen, como asimismo la yuxtaposición espacial que contami-
na, permea y borra sus límites tradicionales; otro criterio es el utilizado
por la Escuela de Chicago, la cual propone una definición a partir de lo
geográfico-espacial, donde la ciudad conforma un espacio relativamen-
te consistente, expansivo, y el asentamiento permanente de individuos
socialmente heterogéneos. Esta caracterización, por su parte, no toma
en cuenta el proceso histórico y social que crea las estructuras, dimen-
siones, espesuras y heterogeneidades urbanas (Canclini 2009: 39). Del
mismo modo, una ciudad puede ser leída a través de una lente econó-
mica o desde la experiencia de vivir en ella. Es esta última la caracteri-
zación de Antonio Mela (1989), quien propone dos características fun-
damentales: la densidad de las interacciones y el ritmo acelerado del
Introducción 

intercambio de mensajes. Estos elementos no son únicamente fenóme-


nos cuantitativos, sino que ejercen una influencia a veces contradicto-
ria en la calidad de vida de la ciudad. Se trata de una línea de análisis
que, como bien señala Canclini, define la cuestión urbana en términos
de tensión entre aquello que se logra y se expresa, y ha permitido una
reelaboración de las sociedades urbanas como un tipo de lenguaje: esto
es, las ciudades no son sólo fenómenos físicos, formas de ocupar el es-
pacio o tipos de aglomeración; son, además, espacios donde los fenó-
menos de expresión entran en contacto con la racionalización, con el
objeto de sistematizar la vida social (ibíd.). Canclini, por otro lado, in-
corpora estas perspectivas respecto a cómo pensar, definir y leer la ciu-
dad, posicionando su lectura desde un ángulo diferente. Uno de ellos
es el de explorar la constitución del imaginario urbano centrándose en
la idea de viaje y desplazamiento a través del espacio urbano. Esta prác-
tica requiere considerar que la ciudad consiste simultáneamente tan-
to en un lugar donde vivir, como en un lugar imaginado. Así como las
ciudades están formadas por parques y casas, calles, autopistas y seña-
les de tránsito, se encuentran a su vez formadas por imágenes. Están las
imágenes que incluyen aquellos mapas que se inventan y ordenan la
ciudad, pero también aquellas que aparecen en las narraciones ficcio-
nales, en las canciones, en las películas y en los medios de comunica-
ción como la radio y la televisión: todas éstas –y a su manera– también
imaginan y significan la vida urbana. La ciudad, desde esta perspectiva,
adquiere cierto volumen en la medida en que se va colmando de todas
estas fantasías heterogéneas. En consecuencia, la ciudad programada
para funcionar y diseñada en una grilla, excede sus límites, multipli-
cando sus dimensiones a través de ficciones individuales y colectivas.
Una analogía similar –aunque ya no desde la antropología visual–
propone Michel de Certau (1980) al referirse a la experiencia cotidia-
na propia de la ciudad real6. Para De Certau, esta última se diferencia

6. Cabe aclarar que “similar”, en cuanto plantea un paradigma que contrapone dos
elementos distintivos; esto es, en cuanto a la estructura del modelo aunque no en
relación al contenido que, si bien no es inverso, desplaza los conceptos propo-
niendo otros y nuevos contrastes.
 Gisela Heffes

y distancia de una ciudad discursiva, en la cual se inscribe la lengua


del poder, ya que logra sustraerse al poder totalizante del lenguaje y el
discurso que busca dominarla. Según De Certau, de hecho, la lengua
representa el límite –impuesto por el poder– y la práctica –es decir, la
experiencia cotidiana y exploración urbana– representa la experien-
cia sin límite, la libertad. Esta forma de pensar la ciudad puede leerse
como una continuación del análisis que ha hecho Foucault respecto a
las estructuras de poder, pero también de manera recíproca o reversa:
mientras éste ha desplazado el análisis hacia los dispositivos y proce-
dimientos técnicos, “instrumentalidades menores” capaces, por la sola
organización de los detalles, de transformar una multiplicidad huma-
na en una sociedad disciplinaria, y generar, diferenciar, clasificar, je-
rarquizar todas las desviaciones concernientes al aprendizaje, la salud,
la justicia, el ejército o el trabajo, De Certau se pregunta, inversamen-
te, ¿qué prácticas del espacio le corresponden a estos aparatos pro-
ductores de una espacialidad disciplinaria? O, de otro modo, frente al
aparato disciplinario descrito por Foucault, ¿qué microprácticas, qué
prácticas cotidianas le corresponden, no ya desde el lado del poder,
sino del lado justamente en que las prácticas se sustraen del y frente a
aquel? (De Certau 1990: 146). Esta cuestión no es menos importante
si admitimos que las prácticas del espacio traman en efecto las condi-
ciones determinantes de la vida social, algo que Henri Lefebvre ya ha-
bía desarrollado en su ensayo seminal Le Droit à la ville (1968)7. De
Certau apuesta a la apropiación de aquellos procedimientos –multi-
formes, resistentes, sagaces y obstinados– que se sustraen del modelo
disciplinario sin estar fuera del campo donde se ejecutan, y que con-
ducen a una teoría de la práctica cotidiana, del espacio vivido y de
una familiaridad inquietante de la ciudad. De Certau lee desde una

7. En su nuevo libro Rebel Cities (2012), David Harvey rinde homenaje a Lefebvre
y propone una relectura de su ensayo, sugiriendo que en el actual contexto signa-
do por la globalización y urbanización del capital, es necesario renovar nuestra ta-
rea política de imaginar y reconstruir un tipo de ciudad completamente diferente,
lo que no podrá ocurrir, sin embargo, sin la creación de un vigoroso movimien-
to anticapitalista. A propósito de esto último, véase también Neil Smith (2009):
Después del neoliberalismo: ciudades y caos sistémico.
Introducción 

posición foucaultiana –en cuanto a la relación entre las instituciones


del poder y las prácticas que se le escapan–, pero plantea una oposi-
ción entre lengua (ciudad-concepto) y práctica (ciudad-real), desde
una teoría de la práctica urbana cotidiana: lee así la ciudad-concepto
como un todo totalizante (discurso del poder, lengua), un panóptico
del cual las prácticas cotidianas se sustraen y logran escapar; y esto es,
justamente, la invención de lo cotidiano. Propuesta teórica que muy
bien nos recuerda a la “máquina de guerra frente al Estado”, aparato
que, según Deleuze y Guattari, puede leerse como la búsqueda por
–extrapolando a este contexto particular– la experimentación urba-
na, desde una práctica antirracional, nómada y rizomática (2003: 55).
Esta forma de leer, sentir, experimentar y habitar la ciudad nos inte-
resa particularmente, en la medida en que todo gesto contestatario
por sustraerse del poder homogeneizador y totalitario entraña un des-
acuerdo e incluso, en algunos casos, la postulación de un modelo al-
ternativo al dominante. Pero en un momento donde la globalización
y la digitalización rechazan tanto lo espacial como lo material (Sassen
2005), el impacto de las políticas neoliberales en las ciudades ha trans-
formado estos espacios en plataformas para la economía global (Smith
2009), y en la medida en que algunas de las estructuras tradiciona-
les han colapsado (Franco 2002) cabe preguntarse hasta qué punto
esa práctica es posible, y hasta qué punto la noción misma de utopía
urbana no debería, acaso, ser reformulada. Quizá tenga razón David
Harvey cuando, en Spaces of Hope (2000), sugiere que deberíamos en-
cender la “pasión utópica” una vez más, como una forma de impulsar
un cambio social profundo, recordándonos que, si bien Marx y Engels
se opusieron a las utopías tanto de los procesos sociales como de or-
den espacial, consideraron que cuando las fuerzas de oposición se en-
cuentran en una situación de subdesarrollo, las imágenes fantásticas
de sociedades futuras vienen a representar la primer añoranza instinti-
va por una reconstrucción general de la sociedad (Harvey 2000: 195).
Harvey se pregunta, entonces, ¿cómo construir una teoría de la uto-
pía más poderosa que integre los procesos sociales y la forma espacial?
(ibíd.: 196). Para que esto ocurra, es necesario una dialéctica que ope-
re en relación tanto al espacio como al tiempo, pueda enfrentar el pro-
blema material de autoridad y clausura (que supone la materialización
 Gisela Heffes

de la utopía), y se encuentre enraizada en nuestras posibilidades pre-


sentes al mismo tiempo que apunte hacia diferentes trayectorias para
el desarrollo espacial y humano colectivo.

Geopolíticas del deseo en América Latina

Los capítulos que integran este volumen analizan la relación entre la


emergencia de esta nueva realidad geopolítica –la ciudad americana–
y la construcción del ideal utópico en diversas representaciones cultu-
rales y sociales latinoamericanas, teniendo en cuenta la diversidad que
entraña el ideario utópico (tanto en lo ficcional como en lo ideológi-
co e intelectual) a nivel conceptual, como asimismo la configuración
de una sociedad perfecta e idealizada. Un componente crucial de este
volumen es el de analizar las representaciones urbanas –y de lo urba-
no– en un momento histórico en que aparecen cuestionados, justa-
mente, muchos de los ideales utópicos. Por esta razón, fue necesario
vincular estas nociones a problemáticas más actuales, como globaliza-
ción, posmodernidad, nostalgia, recursos naturales y medio ambien-
te, violencia, narcotráfico y biopolíticas. Siguiendo esta propuesta, las
contribuciones de la primera sección giran en torno a estas categorías
actuales, en conjunción con la emergencia de nuevos paisajes urbanos.
Los capítulos de Fernando Aínsa y Rebecca Biron se enfocan en la
ciudad contemporánea latinoamericana en función del proyecto utó-
pico característico del modelo modernizador. Aínsa examina las múlti-
ples representaciones de la ciudad en la narrativa latinoamericana más
reciente, las cuales, según señala, ya no apuestan al mito civilizador
de integración y consolidación del espacio urbano. Ciudades signadas
por el progresivo deterioro de las grandes capitales y amenazadas por
las dramáticas contradicciones que albergan en su seno desde su pro-
pia fundación, estas ciudades acumulan proyectos utópicos no realiza-
dos y mitos degradados, proyectos visionarios de urbanistas y desarro-
llo espontáneo de barriadas, conviviendo entre nostálgicas miradas al
pasado y catastróficas visiones del futuro. Una de las características
de este fenómeno consiste en la desestructuración de las visiones jerar-
quizadas y concéntricas del centro y sus ensanches modernistas, emer-
Introducción 

giendo de esta forma puntos focales que se reconstruyen en barrios,


suburbios y una gran variedad de poblaciones “espontáneas”, desde vi-
llas miseria a favelas, callampas y cantegriles, entre otras. De la gran al-
dea a Babel, todas estas características que Aínsa identifica a través de
una lectura cuidadosa y abarcadora de un amplio grupo de textos pu-
blicados en los últimos años, le permiten cuestionar el carácter eutópi-
co que le otorgaba la dimensión comunitaria de polis, transformándo-
se ahora en un espacio degradado e infeliz.
Tomando como eje de su análisis las nuevas modalidades urba-
nas que caracterizan a la Ciudad de México actual, el ensayo de Rebec-
ca Biron elabora una propuesta sugerente para reflexionar sobre las
nuevas divisiones espaciales entre los territorios públicos y los barrios
cerrados –demarcaciones que surgen como resultado de la implan-
tación de una política del miedo–, preguntándose hasta qué punto
las estructuras diseñadas para garantizar la seguridad de la ciudad,
en lugar de proteger el proyecto utópico urbano, lo destruyen. Más
aún, la relación entre narcotráfico y política se ha vuelto tan estre-
cha que, sugiere Biron, garantizar la seguridad pública es, en sí, una
idea utópica (tanto como ideal como imposibilidad). Analizando esta
problemática desde tres perspectivas diferentes –y hasta contradicto-
rias– como lo son “desde afuera y desde arriba”; “desde la calle”; y
“por abajo”, Biron concluye que la búsqueda de una seguridad invio-
lable, impermeable y permanente en el contexto urbano de la Ciudad
de México consiste en una utopía irónica y excluyente que, asimismo,
comprende peligros reales como miedos fabricados.
La segunda sección articula, a través de la categoría de utopía urba-
na, tres elementos fundamentales e inherentes al proyecto utópico de
comienzos del siglo xx: medicina, arquitectura y naturaleza. Enfo-
cándose en la ideología urbana que fuera ganando terreno a comien-
zos de la segunda mitad del siglo xix, en conjunción con la búsqueda
de fórmulas políticas y sociales que encauzaran las formas de convi-
vencia dentro de un sistema institucional, el capítulo de Diego Armus
analiza el triunfo de una ideología urbana que acompañó tanto los de-
bates como la reflexión sociológica respecto al futuro de la ciudad a
comienzos del siglo xx. Categorías como progreso, multitud, orden,
higiene, reforma profunda y utopía, entre otras, han sido elementos
 Gisela Heffes

constitutivos de esta ideología urbana que, en el caso de Argentina, ha


circulado más como línea formadora con sentido de futuro que como
elaboradas utopías urbanas. Un ejemplo paradigmático y minuciosa-
mente estudiado por Armus lo conforma la utopía urbana de Emilio
Coni La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir (1919), la cual propo-
ne un asistencialismo que acompañó el crecimiento de la ciudad mo-
derna junto a la formulación de un espacio sano, centrado en la trans-
formación de un mundo urbano que ha crecido a ritmos asombrosos.
Para lograrlo, el higienismo, junto a otras prescripciones sociales y
médicas, tendrá un impacto e influencia fundamental en la configu-
ración espacial de la ciudad argentina ideal. En diálogo con Armus, el
ensayo de Fabiola López-Durán examina el recorrido de una corriente
particular de la eugenesia, la que surgió en Francia durante la Tercera
República (1870-1940) y fuera adoptada por las élites latinoamerica-
nas. Según López-Durán, esta corriente devino una de las ideologías
dominantes de progreso y el vehículo mismo de su materialización.
A través de la conjugación entre cuerpo y medio ambiente, esta for-
ma de eugenesia no sólo subyace en el centro de múltiples utopías la-
tinoamericanas, sostiene López-Durán, sino que transformó aquellos
dos elementos en territorios plausibles de intervención. Valiéndose del
principio de “herencia” lamarckiano, López-Durán demuestra que
esta corriente de la eugenesia enfatizó la convergencia de dos fuerzas
igualmente poderosas en el mejoramiento de la especie humana, la ya
citada herencia y el milieu (según la definición de los franceses). Así,
este capítulo traza la manera en que textos utópicos de finales del siglo
xix y comienzos del xx pasaron de ser pura ficción a planes concretos,
sociedades perfectas que se lograrían a través de los mecanismos de la
práctica médica. Identificando la conexión entre ciudad-utopía-euge-
nesia, donde la ciencia y el ambiente construido llegaron a ser instru-
mentos determinantes en el proceso de imaginar, planificar y construir
las modernas naciones latinoamericanas, el ensayo de López-Durán
destaca la intersección entre lo ideal, tal y como aparece codificado en
los textos utópicos, la institucionalización del movimiento eugenési-
co, y el surgimiento del urbanismo moderno.
En la misma sección, aunque desde una perspectiva diferente como
lo es la ecocrítica, el capítulo de Gisela Heffes aborda la intersección
Introducción 

entre utopía, ciudad y ecología a través del análisis de dos utopías ur-
banas de comienzo de siglo xx, cuyas propuestas combinan una vi-
sión de futuro alternativa que privilegia el territorio urbano por sobre
otros, e inserta un modelo ecológico donde no sólo se preservan los
elementos naturales propios del medio ambiente, sino donde hombre
y naturaleza conviven de manera armónica y autónoma. En estas uto-
pías, tanto la ciencia como la tecnología funcionan como instrumen-
tos capaces de ofrecer una solución a problemas concretos y urgentes,
como son la explotación, el hambre y la pobreza, la falta de higiene o
las enfermedades epidémicas. Leídas a la luz de una disciplina emer-
gente como la ecocrítica, el capítulo de Heffes inserta estas narrativas
dentro de los debates más actuales respecto a planeamiento urbano y
preocupación ambiental, y propone, asimismo, una necesaria revisión
del canon literario latinoamericano donde textos ecotópicos como los
de Enrique Vera y González y Pierre Quiroule –aquí analizados– son
sólo la pequeña muestra de una tradición mucho más amplia, la cual
necesita revisitarse como, asimismo, establecer su propia genealogía
crítica, cultural y literaria.
Un examen de la relación entre utopía, vanguardia e imaginario
urbano ocupa la tercera sección de este volumen, el cual compren-
de los capítulos de Raul Antelo y Silvia Pappe. Analizando la ciudad de
Buenos Aires –en tanto paradigma de ciudad “diseminada”, o mode-
lo urbano actual– desde la perspectiva de dos forasteros como Mar-
cel Duchamp y Roger Callois, Antelo recorre diferentes momentos y
expresiones claves en torno a la construcción de la ciudad con el fin
de abrir un debate respecto a cómo enfrentarnos a este espacio en un
momento de presunto cierre de las utopías. Este paradigma, de he-
cho, le permite demostrar cómo, a partir de las transformaciones de
los últimos años, villas y favelas se sitúan en una zona ambigua, limi-
nar, a partir de la cual “integran y no integran la ciudad”. Se trata,
sugiere Antelo, de un modelo de exclusión territorial que, más que
representar las desigualdades sociales clásicas, funcionan para la eco-
nomía como una especie de engranaje de la “megamáquina de espe-
culación, inflando y expandiendo, moviendo, infinitamente, el capital
en ellas invertido”. La máquina, al producir ciudades, provoca asimis-
mo iniquidades, en la medida en que una ciudad, dividida entre un
 Gisela Heffes

sector formal, dotado de infraestructuras, y un sector informal, abso-


lutamente precarizado, concentra la riqueza y garantiza la restricción
a esta última por parte de aquellos que, de antemano, forman parte de
aquel. Ya no se trata de la vieja dualidad modernista centro-periferia,
sostiene Antelo, sino de una nueva y urgente oposición: la de lugares
seguros versus lugares violentos. Por su parte, Silvia Pappe se centra
en el movimiento estridentista de México, analizando cómo las “es-
tridencias” del grupo pueden comprenderse tanto metafóricamente
como, asimismo, provocación ideológica y social. En tanto vanguar-
dia “presentista”, sugiere Pappe, el presente de los estridentistas se en-
cuentra marcado por nociones urbanas y sociales que oscilaban entre
la utopía, el recelo, la parodia y cierto pragmatismo político; pero, a la
vez, aparece una serie de expresiones acústicas que se relacionan con
la fase “nacionalista” y experimental de la música mexicana del mo-
mento. Esta combinación entre elementos populares y tradicionales
con sonidos disonantes y ritmos obstinados, propone Pappe, evocan
imaginarios urbanos, aunque se trata de elementos sueltos, como es-
quinas, calles y telégrafos, y la continua multiplicación de todos estos
componentes en un tiempo presentista, con proyecciones imaginarias
hacia pasados y futuros diversos. ¿Hasta qué punto se puede pensar en
una utopía, sobre todo si se tiene en cuenta que aquello que cohesio-
na todos estos elementos surge bajo la forma de “Estridentópolis”?, se
pregunta Pappe. Para la crítica, no consiste esta ciudad en un mundo
utópico; por el contrario, se trata de un mundo excéntrico y disloca-
do, y a su vez localizable, cuyo rasgo más predominante es el cambio
de mirada (aunque no el de un mundo por el otro).
La sección siguiente analiza la cuestión utópica entre lo urbano
y rural, y refiere a modelos alternativos para pensar la utopía de y en
América Latina. Los tres capítulos que integran este apartado inda-
gan la cuestión indígena como alternativa al proyecto urbano y mo-
dernizador. El ensayo de Annick Louis, en primer lugar, se centra
en la excursión de Lucio V. Mansilla al territorio denominado “Tie-
rra adentro” en 1870, y en la producción de una serie de textos rela-
cionados a este viaje, a través de los cuales se construye un territorio
donde se combina un conocimiento de corte antropológico respecto
a los indios ranqueles, junto a una mirada del mismo tipo respec-
Introducción 

to a la comunidad letrada de Buenos Aires. Como lo indica el títu-


lo de este capítulo, esta excursión formula una propuesta alternativa
del poder político de Buenos Aires, el cual no sólo se ha sustentado
en los ideales utópicos de civilización –promulgados como bien sa-
bemos por figuras prominentes como Sarmiento y Echeverría, en-
tre tantos otros–, sino que cuestiona sus fundamentos demostrando
que, según lo expresa Mansilla, el modelo socioeconómico y político
de democracia en Buenos Aires consiste, de hecho, en una dictadura
donde el “abuso de poder es el mayor problema”. Así, sugiere Louis,
la utopía se conforma en, por un lado, formular un modelo alternati-
vo al exterminio de los indios y, por el otro, en proponer un modelo
de poder rural instalado en Buenos Aires pero que, al mismo tiem-
po, desarticula el poder letrado oficial. Bajo la forma del sueño surge
en Mansilla una discursividad que comprende diversas operaciones:
desde la construcción de un no-lugar a la construcción de una utopía
política que, aunque condenada al fracaso, abrirá el juego a diversas
posibilidades, las cuales, sin embargo, la élite política y social sabrá
bien cómo ignorar.
Si Louis pone en evidencia cómo Mansilla busca en lo rural –el es-
pacio de los indios ranqueles– la alternativa al proyecto urbano que
emana de Buenos Aires, y la evocación de “Tierra adentro” constitu-
ye una forma tácita de oponerse a la política ofensiva sobre la Pampa
que implicaba la Ley 215 de 1867, el capítulo de Marisa González de
Oleaga examina dos utopías, una anarquista y una mennonita, en Pa-
raguay, donde la alteridad y lo urbano asimismo modifican el imagi-
nario utópico al confrontarse con lo real: la primera, la del naturalis-
ta suizo Mosè Giacomo Bertoni, fundador de Puerto Bertoni y autor
de La Civilización Guaraní; la segunda, la del Museo Jacob Unger, en
el Chaco paraguayo, y perteneciente a la colonia mennonita de Fern-
heim. A partir de la idea de la búsqueda de un “otro” lugar, uno me-
jor y más propicio en comparación con aquel de origen, González de
Oleaga se refiere a dos utopías particulares, una frustrada utopía anar-
quista y una exitosa utopía evangelista. Se trata de dos proyectos di-
ferentes, los cuales, no obstante, comparten un problema inesperado
en común, el encuentro con el otro, la alteridad, circunstancia que
traduce la búsqueda inicial por ese otro lugar en el hecho de que ese
 Gisela Heffes

lugar es, asimismo, el lugar del otro. Así, tomando como foco de su
análisis la relación que se establece entre utopía, diferencia y espacio,
y analizando no sólo las formas de representar la diferencia en estas
dos utopías, sino la manera en que conjugan (o no) estos elementos
con la noción de una ciudadanía más participativa y democrática, el
capítulo de González de Oleaga indaga tanto las estrategias desarro-
lladas a partir de este encuentro como el legado y efecto que la inte-
racción entre estos dos grupos sociales ha tenido en todos ellos.
La relación entre lo rural y lo urbano aparece también problema-
tizada en el capítulo de Gabriela Polit Dueñas, quien, a partir de una
análisis de la obra de Alison Spedding sobre una familia aymara en
la zona de Bolivia, surgiere que el concepto de utopía –en cuanto a
su relación y concepción geográficas– ha sido subyacente al proyec-
to colonizador proveniente de Europa, y explora por lo tanto otras
nociones de utopía, como la vinculada a la experiencia de la resisten-
cia y la que se gesta en la mirada hacia el pasado con el fin de produ-
cir un presente diferente. En este contexto, la coca funciona como el
elemento principal que articula las tramas ficcionales, estableciendo
tensiones de poder y definiendo a los personajes. Por esta razón, Po-
lit Dueñas sostiene que las novelas de Spedding conforman una ar-
queología de la coca en tanto elemento constitutivo de formas de do-
minación y resistencia en el mundo andino. La configuración de este
universo desafía, asimismo, la homologación errónea que equipara
la cultura indígena con el paisaje rural; por el contrario, según Polit
Dueñas la identidad y características de la cultura aymara compren-
den referentes importantes en ciudades como Potosí, Lima, Cuzco y
La Paz, espacios fundamentales que definen el carácter itinerante del
intercambio de coca. Las culturas andinas, en consecuencia, no sólo
se encontraban relacionadas con la posesión de tierras, sino con el
mercado, espacio liminal entre la ciudad y el campo, y que constitu-
ye de este modo el topos privilegiado donde los andinos negocian su
identidad.
Este volumen le dedica una sección especial a Brasilia, una de las
utopías latinoamericanas más importantes del siglo xx, desde dos
perspectivas diferentes y representativas. Partiendo de la hipótesis que
sostiene que Brasilia surgió en el mismo momento en que se produ-
Introducción 

cía una dislocación doble tanto en el pensamiento urbano como en


el arquitectónico, el capítulo de Adrián Gorelik elabora una reflexión
en torno a la “imposibilidad” de pensar Brasilia –y la imposibilidad
de Brasilia en sí–, problematizando principalmente el lugar particu-
lar que la ciudad ocupa en el pensamiento urbano posterior a su ma-
terialización y, en especial, el silencio que caracterizó a su crítica in-
mediata y contemporánea. Reconstruyendo el debate arquitectónico
modernista, Gorelik analiza las características que tanto las críticas
como las polémicas relacionadas a la planificación y materialización
de la ciudad han tenido en el pensamiento e imaginario urbano lati-
noamericano moderno, extendiendo el análisis a las nuevas percep-
ciones y representaciones arquitectónicas que recuperan la ciudad, ya
no desde una apuesta estética o popular, sino desde las perspectiva
glamorosa de las nuevas tendencias globales, las cuales conectan el
objeto arquitectónico a una producción “de marca”, sujeta a la lógi-
ca del mercado de consumo actual. Por su parte, el capítulo de Farès
el-Dahdah se enfoca en Brasilia en tanto “ciudad letrada” y parte de
la formulación esbozada por Ángel Rama en su ya aludido texto, pro-
poniendo una homologación entre las ciudades coloniales fundadas
por los imperios ibéricos y la capital de Brasil. Se trata, en ambos ca-
sos, de ciudades ancladas a directivas textuales que escritas y concebi-
das como signos imperecederos preceden y sobreviven a las ciudades
mismas que describen y erigen. Aunque se trata, como subraya El-
Dahdah, de una empresa asimismo colonial que se proponía –a tra-
vés de la construcción de la ciudad– crear un espacio apto tanto para
el progreso como el desarrollo y urbanización en el interior de Brasil.
El texto o la palabra escrita que fundó Brasilia se encuentra anclado a
las prescripciones esbozadas en la Memoria Descritiva do Plano Pilo-
to, informe explicativo que había presentado Lucio Costa para el con-
curso de diseño para la nueva capital en 1957 y que, como bien seña-
la El-Dahdah, funciona no sólo como texto fundacional sino como
narración incorporada a las leyes estatales y federales que aseguran la
protección de la ciudad de manera perpetua. Así, al encontrarse con-
densadas –tanto la gestación previa a su existencia como la preserva-
ción posterior a su materialización– en el texto Memoria…, acertada-
mente El-Dahdah ve en Brasilia no sólo una manifestación apropiada
 Gisela Heffes

de la ciudad letrada de la que había hablado Rama en los años ochen-


ta, sino también que, a diferencia de cualquier otro espacio urbano, es
la Memoria… y no la ciudad la que sobrevive al final: los edificios po-
drán ser reemplazados, pero no así la identidad textual y subyacente a
la ciudad, los que no podrán nunca alterarse.

Sobre el presente volumen

Hoy, que el mundo se encuentra cada vez más urbanizado y en un


contexto donde la utopía parece haber perdido su pulsión necesaria
y transformadora, los capítulos agrupados en este volumen enfatizan
su relevancia, en tanto consisten en una reflexión e intervención in-
telectual en torno a temáticas de urgente consideración. Los trabajos
aquí reunidos no sólo se ocupan de revisar, revisitar o incluso cuestio-
nar modelos utópicos urbanos precedentes sino que, del mismo modo,
plantean una continuidad temporal y espacial que les permite reeva-
luar el peso y vigencia que estas apuestas pueden cobrar en la actuali-
dad. Con un ojo en el pasado y otro en el futuro, el presente volumen
tiene como objeto instalarse entre una y otra mirada, en el punto de
intersección e inflexión –que no es sino un punto de fuga– entre dos
perspectivas vinculadas entre sí por siglos, como lo son la utópica y la
urbana, en un momento en que la velocidad de las dinámicas trasfor-
madoras ha acelerado el ritmo de los cambios. En consecuencia, tam-
bién las características de la utopía y el espacio de la ciudad se han ido
desplazando, modificando y reemergiendo, junto a una multiplicidad
de elementos del pasado, aunque bajo nuevas e inéditas fisonomías.
Coincidimos, por lo tanto, con Fredric Jameson (2004) en que, más
allá de las metamorfosis continuas y vertiginosas que caracterizan este
momento actual, es importante confrontar la utopía de manera ge-
nuina ya que, sin su presencia, nuestras visiones de futuros alternati-
vos y transformaciones utópicas permanecen inoperantes tanto política
como existencialmente; esto es, se traducen en mero pensamiento ex-
perimental y juegos mentales sin compromiso alguno.
Si bien un número importante de los capítulos que integran este
volumen se centra en utopías concretas, otros indagan la función y el
Introducción 

impacto que proyecciones utópicas han tenido en la escena y el paisa-


je urbano latinoamericanos actuales, o analizan el papel que cumple
el sueño utópico en la instauración de un modelo alternativo –lo que
aparece, muchas veces, de manera velada–, obligándonos no sólo a leer
las manifestaciones utópicas en todas sus formas posibles, sino a abor-
dar y analizar aquello que la utopía no ha incorporado, incluyendo lo
que constituye, podríamos sugerir, la realidad postutópica del presente.
Este volumen examina la intersección entre imaginario urbano e
imaginación utópica desde disciplinas múltiples provenientes, en su
mayoría, de las humanidades, las ciencias sociales y la arquitectura.
Si bien un gran número de los capítulos que comprende pertenece a
la disciplina literaria, una parte significativa de los trabajos aquí reu-
nidos deriva de los estudios culturales, la historia y la historia del arte,
la sociología, la arquitectura y el urbanismo. Sin embargo, la organi-
zación de los trabajos no se ciñe a una división disciplinaria sino que
responde a la voluntad de proponer un diálogo temático y argumen-
tativo, como así también a problematizar estas cuestiones desde pers-
pectivas disímiles. De la misma forma, es importante aclarar que los
capítulos se relacionan entre sí más allá de las asignaciones en seccio-
nes y que éstas han tenido por objeto, primordialmente, facilitar la
orientación del lector.
Así como las disciplinas varían ampliamente, también las ciuda-
des representadas –ya sea de forma explícita, indirecta o imaginaria–
abundan. Los trabajos reunidos en este volumen interpelan la cues-
tión urbana y utópica en países tan diversos como Argentina, Bolivia,
Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Paraguay, Perú, Uruguay y
Venezuela, como también en sus múltiples urbes. Por el gran espectro
geopolítico que abarca, retoma cuestiones discutidas no sólo con los
textos mencionados al comienzo de esta introducción, sino con otros
de aparición reciente, los cuales se inscriben en una vertiente utópica
o urbana, aunque raramente en una que integre ambas de manera si-
multánea, como lo hace este volumen. Uno de los pocos ejemplos de
este último modelo de indagación cultural es la excelente compilación
Cruelty & Utopia. Cities and Landscapes of Latin America (2003), edi-
tada por Jean-François Lejeune, la cual se basa en la exposición, de
igual título, que fuera organizada en Bruselas durante ese mismo año.
 Gisela Heffes

Uno de los objetivos principales de esta colección de ensayos, la cual,


además, se encuentra acompañada de un número considerable de ilus-
traciones, cartografías, reproducciones artísticas y fotografías, es el de
subrayar y enfatizar las múltiples dimensiones que ha tenido el pro-
ceso de fundación y desarrollo urbano durante cinco siglos, a través
de una selección de ciudades emblemáticas, como lo son La Habana,
Ciudad de México, Buenos Aires, Caracas y Quito, entre otras. Un as-
pecto fascinante de esta compilación es la inclusión de Tijuana, lo que
no sólo amplía el mapa geopolítico de América Latina a ciudades em-
plazadas en los bordes y cruces entre dos naciones enfrentadas, sino
que centra el interrogante utópico en el corazón mismo de los deseos
fallidos, truncos y mutilados, en plena era de la globalización, reconfi-
guración espacial y, en particular, en un momento en que el problema
de los derechos humanos se ha desplazado a la escena central tanto po-
lítica como ética (Harvey 2012).
De este mismo año es la recopilación de Boris Muñoz y Silvia
Spitta Más allá de la ciudad letrada: crónicas y espacios urbanos, don-
de se postula la cuestión urbana como un tema que ha dominado el
pensamiento latinoamericano desde la conquista hasta el presente,
convirtiéndose las ciudades –a través de un largo proceso de domi-
nación espacial e histórico– en un componente no sólo ideológico
privilegiado sino en evidencia misma de “civilización”. Como bien
lo indica el título, el prefacio de Spitta discute el trabajo de Ángel
Rama, aunque confrontado con otro, asimismo, seminal en cuan-
to a la teorización de la relación entre la realidad latinoamericana
y la constitución espacial como lo es La ciudad sumergida. Aristo-
cracia y plebe en Lima, 1760-1830 (1984), de Alberto Flores Galin-
do, abriendo de este modo la discusión para un diálogo pendiente y
postergado a la vez. La recopilación de ensayos aparecida en el año
2007 y editada por Javier de Navascués es el resultado de un con-
greso sobre la “ciudad imaginaria” y el espacio urbano en la litera-
tura hispanoamericana del siglo xx8. Si bien se trata de un “panora-

8. Resulta interesante que mi libro crítico Las ciudades imaginarias en la literatura


latinoamericana salió apenas un año después. Éste consiste en un estudio de las
Introducción 

ma incompleto”, forma parte de un proyecto investigador sobre la


representación de la ciudad en la literatura, y procura contribuir al
conocimiento de un aspecto tan importante como son las “socieda-
des urbanas”, fruto de la modernidad, “víctimas de nuevos desequi-
librios y obligadas a nuevos desafíos, tal y como las conocemos hoy”
(7). Ciertamente, términos como desequilibrio, desorden y disfun-
cionalidad constituyen la marca más visible de los territorios urba-
nos contemporáneos en América Latina. Analizando el imaginario
urbano desde los estudios culturales, Rebecca Biron, en City/Art. The
Urban Scene in Latin America (2009), coincide en que, más allá de la
inagotable circulación de significados propios de un imaginario ur-
bano globalizado, el cual se caracteriza por su consumo ilimitado y
competencia económica, la ciudad latinoamericana del siglo xxi sim-
boliza más la disfunción y desunión que el espacio –utópico– de pro-
greso social y oportunidades para todos los ciudadanos. Ya la com-
pilación de Patricio Navia y Marc Zimmermann había retomado
esta temática, presente en el título Las ciudades latinoamericanas en
el nuevo (des)orden mundial (2004), desde los estudios culturales y la
teoría urbana. Uno de los objetivos de los ensayos recogidos en este
volumen era el de comprender los nuevos espacios creados por las
ciudades globalizadas actuales, las cuales se caracterizan por los des-
plazamientos de poblaciones y objetos, por las identidades en trans-
formación y flujo, la desintegración de tradiciones como así también
de sitios arcaicos, y todos aquellos elementos que de una manera u
otra han creado nuevas geografías, problematizando y cuestionando
las viejas metodologías utilizadas para comprender la ciudad y, a su
vez, proponiendo nuevas. Tomando como centro de la discusión y
análisis la compleja interacción entre los sujetos y los espacios urba-
nos familiares, y el modo en que estos últimos involucran diferentes
aspectos de la identidad y la cultura, el volumen colectivo de Aman-
da Holmes y Richard Young Cultures of the City. Mediating Identi-

representaciones literarias de espacios urbanos imaginarios, y la significación que


estos territorios han tenido en el marco cultural y político de América Latina, du-
rante los siglos xix, xx y comienzos del xxi.
 Gisela Heffes

ty in Urban Latin/a America (2010) consiste en otra contribución a


un tema sugestivo, dinámico e inagotable, como lo son la experien-
cia urbana y las representaciones simbólicas de estas experiencias por
medio de diversas expresiones culturales, las que abarcan una multi-
plicidad de manifestaciones, y donde identidad y territorio se inter-
sectan. Es necesario subrayar que muchos otros textos –no mencio-
nados aquí– han contribuido también, en las últimas décadas, a una
cuestión tan estimulante como lo es la ciudad latinoamericana, des-
de numerosas perspectivas, metodologías y disciplinas, revelando de
este modo el infatigable interés por un paradigma geopolítico que
permite leer en sus representaciones una constelación de cruces, yux-
taposiciones, crispaciones y (des)encuentros9.
Frederick Jameson, en “The Politics of Utopia” (2004), se pregun-
ta si esta entidad particular que es la utopía tiene aún una función so-
cial (35). De ya no tenerla, sugiere, la respuesta reside en la extraordi-
naria disociación histórica entre dos mundos bien definidos, los que
caracterizan el fenómeno de la globalización actual: por una parte,

9. Además de los ya mencionados textos clásicos de José Luis Romero, Ángel Rama
y Alberto Flores Galindo, véase Jorge E. Hardoy, Richard M. Morse y Richard P.
Schaedel (1978): Ensayos histórico-sociales sobre la urbanización en América Lati-
na; Armando Silva (1992): Imaginarios urbanos, Bogotá y São Paulo: cultura y co-
municación urbana en América Latina; Carlos Monsiváis (1995): Los rituales del
caos; Néstor García Canclini (1997): Imaginarios urbanos; Adrián Gorelik (1998):
La grilla y el parque: espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936;
Teresa Caldeira (2000): City of Walls: Crime, Segregation, and Citizenship in São
Paulo; Susana Rotker (2000): Ciudadanías del miedo; Jean Franco (2002): The
Decline & Fall of the Lettered City; Mabel Moraña (2002): Espacio urbano, comu-
nicación y violencia en América Latina; Álvaro Salvador (2002): El impuro amor de
las ciudades: notas acerca de la literatura modernista y el espacio urbano; Diego Ar-
mus (2007): La ciudad impura: salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-
1950; Elisabeth Guerrero y Anne Lambright (2007): Unfolding the City: Women
Write the City in Latin America; Amanda Holmes (2007): City Fictions: Language,
Body, and Spanish American Urban Space; Andreas Huyssen (2008): Other Cities,
Other Worlds: Urban Imaginaries in a Globalizing Age; Christina Komi (2009):
Recorridos urbanos. La Buenos Aires de Roberto Arlt y Juan Carlos Onetti; Beatriz
Sarlo (2009): La ciudad vista: mercancías y cultura urbana; Anke Birkenmaier y
Esther Whitfield (2011): Havana Beyond the Ruins: Cultural Mappings after 1989.
Introducción 

la desintegración de lo social es tan absoluta –miseria, pobreza, des-


empleo, inanición, violencia, muerte– que los más complejos esque-
mas sociales elaborados por los pensadores utópicos devienen frívolos,
dada su irrelevancia; por el otro, el enriquecimiento sin precedentes
de algunos sectores sociales como así también la producción tecnoló-
gica, científica y médica; los descubrimientos, inimaginables un siglo
atrás; y la enorme, infinita variedad de entretenimientos comerciales y
culturales parecieran haber tornado la fantasía y especulación utópi-
cas en algo tan aburrido y anticuado como aquellas narrativas pretec-
nológicas cuyos sueños consistían en vuelos espaciales (ibíd.). Este in-
terrogante planteado por Jameson en relación a la dimensión utópica,
su importancia y vigencia, me obliga a referirme a dos textos, también
de reciente aparición. El primero, es el ya citado volumen de Mari-
sa González de Oleaga y Ernesto Bohoslavsky, El hilo rojo. Palabras y
prácticas de la utopía en América Latina (2009), cuyos ensayos eviden-
cian cómo el concepto de utopía ha tenido una importancia determi-
nante en la formación cultural, social y política de América Latina por
medio de una labor que ha reemergido bajo nuevas expresiones comu-
nitarias y solidarias. Los capítulos aquí compilados exploran, por una
parte, aquellos proyectos literarios y artísticos imaginados tanto por
los anarquistas como por las vanguardias, mientras que, por el otro,
revelan de manera rigurosa y sistemática la presencia de proyectos utó-
picos múltiples en el territorio latinoamericano, desde cooperativas
hasta proyectos comunitarios disímiles. A pesar de que muchos de es-
tos proyectos han concluido, estos experimentos comunitarios, ges-
tionados en general al margen del Estado y/o del mercado, funcionan
como un modelo para aquellos sectores sociales que intentan encon-
trar caminos transitables dentro del panorama sociopolítico y econó-
mico actual.
El segundo volumen de reciente aparición es The Utopian Impul-
se in Latin America (2011), editado por Kim Beauchesne y Alessandra
Santos. Esta colección se suma a la discusión y debate respecto a la vi-
gencia de la pulsión utópica en América Latina, argumentando que es
posible rastrear en la actualidad la recurrencia del pensamiento utópi-
co en una gran variedad de formas culturales y, más allá del supuesto
fin de la utopía –según lo anunciaran Rusell Jacoby o John Gray–, este
 Gisela Heffes

volumen colectivo procura demostrar que, si bien el impulso utópico


ha sufrido diversas transformaciones, no ha expirado del todo10.
Hemos mencionado al comienzo de esta introducción que con la
conquista de América emerge la idea de un vasto territorio “vacío”,
apto para ser poblado. Del mismo modo, la experiencia americana es-
tableció un campo de experimentación para la aplicación de ideas ex-
tranjeras, lo que se manifestó tanto en el plano teórico como en la or-
ganización y diseño urbanos. Éste consistió, particularmente, en una
suerte de laboratorio donde convergiera la emergencia de una nueva
realidad geopolítica y la construcción del ideal utópico, tal como sur-
giera en textos literarios, trabajos intelectuales y proyectos comunita-
rios que proponían tanto una concepción racional como una imagen
de una sociedad perfecta e ideal. Geopolíticas del deseo: esta defini-
ción del fenómeno utópico en América Latina nos recuerda que Ruth
Levitas, en su ya clásico libro The Concept of Utopia (1990), enfatizó
la importancia y significación que adquiere el aspecto desiderativo en la
proyección y visión de una mejor vida, tanto en lo individual como en
lo social. En este sentido, lo utópico no debe ni puede circunscribir-
se a un enjuiciamiento o prejuicio respecto a su carácter idealista que,
muchas veces, es utilizado erradamente como sinónimo de ausencia de
pragmatismo y que, por lo tanto, ha perdido su conexión con la rea-
lidad. Por el contrario, siguiendo el modelo filosófico de Ernst Bloch,
lo utópico puede encontrarse a nuestro alrededor, tanto en las claves

10. Además de estas recientes publicaciones sobre la cuestión utópica, véase Mar-
garita Gutman (1999): Buenos Aires 1910. Memoria del porvenir; (2011): Bue-
nos Aires, el poder de la anticipación: imágenes itinerantes del futuro metropolita-
no en el primer Centenario; Rachel Haywood Ferreira (2011): The Emergence of
Latin American Science Fiction; y la tesis de doctorado de Fabiola López-Durán
(2009): Eugenics in the Garden: Architecture, Medicine and Landscape from Fran-
ce to Latin America in the Early Twentieth Century. Asimismo, en agosto de 2010
se celebró en el Tecnológico de Monterrey (México) el congreso internacional
“Utopía: espacios alternativos y expresiones culturales en América Latina”, que
contó con una participación amplia y representativa de un gran número de paí-
ses y disciplinas académicas, como así también de escritores y artistas. Un volu-
men colectivo que recoge gran parte de los textos leídos durante el simposio se
encuentra en preparación.
Introducción 

de un mundo anterior, perdido, que puede anticipar el futuro, como


en las formaciones estéticas que nos “iluminan” sobre aquello que falta
y todavía puede devenir o llegar a ser, aquellas que inspiran esperanza
en el público o en los lectores, y proveen del ímpetu necesario para un
cambio colectivo e individual11. Así también son las ciudades que nos
ocupan: espacios que albergan deseos, y deseos que se proyectan en
espacialidades nuevas. Geografías y políticas del mejoramiento o, in-
versamente, impugnadoras de un modelo malogrado; urbanidades an-
cladas al sueño de una materialización prometida. Utopías, en suma,
que giran en torno a lo urbano, sea para ratificar su conexión, como
para cuestionar su lugar hegemónico dentro de las vastas latitudes del
continente latinoamericano. Territorios cuyas aspiraciones han sido al-
canzadas aunque, en otros casos, expresen ideales fallidos.

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11. Durante una conferencia en París (1935), Bloch introdujo el concepto de Vor-
Shein o “iluminación anticipatoria”: se trata de la indicación de la tendencia y lo
latente de aquello que todavía no ha devenido y necesita su activador. La literatu-
ra y el arte contienen la “iluminación anticipatoria” de aquello que todavía no ha
devenido, y el rol del escritor y el artista debe ser el de permitir que los materiales
latentes y potenciales asuman su propia forma única. De ahí la relación que esta-
blece más adelante entre literatura, arte y utopía. Véase Ernst Bloch (1988): The
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SECCIÓN I

La utopía y la ciudad
contemporánea
latinoamericana
La ciudad entre la nostalgia
del pasado y la visión
apocalíptica1
Fernando Aínsa

Las grandes ciudades de América Latina –esas Metropolitan galaxies


como las definen los urbanistas– son hoy escenario recurrente de no-
velas de proyección apocalíptica donde imperan el caos, la contami-
nación, el hacinamiento, el deterioro y la ruinificación, el tráfico con-
gestionado, la inseguridad y la violencia. En ellas pululan personajes
errantes, marginales o marginados –“huérfanos de vocación” al decir
de Roberto Bolaño (1998: 93)– oscilando entre la angustia, la deses-
peración o la resignación. En el deterioro progresivo y en su prematuro
desgaste, las grandes capitales, las megalópolis de crecimiento acelerado
y descontrolado, se aparecen en desorden inhumano plagado de con-
tradicciones, donde lujo y pobreza conviven bajo tensión en barrios
diferenciados en forma drástica. La “jungla de asfalto” aúna rascacie-

1. Este ensayo es la última versión de un work in progress sobre el tema de la ciudad


en la narrativa latinoamericana del que se han ido publicando capítulos en libros
colectivos y en Del topos al logos. Propuestas de geopoética (Iberoamericana/Vervuert,
2006). En recientes congresos en las universidades de Caen, Rouan y Navarra se
ha continuado esta investigación de la que el texto que sigue ofrece nuevas pers-
pectivas, felizmente inconclusas.
 Fernando Aínsa

los y guetos de ricos propietarios protegidos por barreras, códigos y


guardias privadas, con cinturones de miseria y barriadas que recogen
el éxodo rural o la propia marginalidad que genera la ciudad. En esta
nueva realidad se ahogan los signos del proyecto que todavía pueden
adivinarse en los restos de los barrios históricos coloniales y en los tra-
zados de las reformas de fines del siglo xix.
Con cierto regodeo de notas hiperbólicas se despliega una pano-
plia novelesca de México D. F. a Buenos Aires, pasando por La Ha-
bana, Caracas, Medellín, Lima o Santiago, que ha ido cancelando en
forma progresiva las perspectivas de la ciudad modélica y optimista
del pasado para reflejar otra realidad. En su crecimiento arbitrario,
ruidoso y confuso, ya no se reconoce el sosegado pasado colonial o el
entusiasmado ingreso a la modernidad finisecular del siglo xix, sim-
bolizado en el trazado de grandes paseos y bulevares, como el Paseo
de la Reforma en Ciudad de México, dispuesto en 1864 por Maximi-
liano siguiendo el modelo de la avenida Louise de Bruselas, el Prado
en La Habana, la calle Corrientes en Buenos Aires o la transforma-
ción de Santiago de Chile que saluda el poeta Rubén Darío en 1886:
“En América Latina, es la ciudad más soberbia”, su “lujo es cegador”
(1918: 71).
Ciudades, finalmente, donde el espacio oclusivo y alienante des-
miente el viejo adagio medieval italiano: “L’aria della città rende libe-
ri”, cuando en pleno Quatroccento los monarcas sueñan con ciudades
nuevas, como proyecta el urbanista utópico Leon Battista Alberti en
De Re Aedificatoria (1485), mientras Antonio Averlino (llamado “Fi-
larete”) propone en Trattato (1465) la ciudad ideal y más bien fantás-
tica de Sforzinda, que debería edificarse sobre una tierra fértil en ple-
no campo y donde sería posible vivir como en la Jauja de la tradición
popular. Ciudades que inspiran el impecable trazado de la capital de
Utopía (1516) de Thomas More y La Cittá del Sole (1602) de Tomma-
so Campanella.
Tráfico congestionado, dificultades de transporte, contaminación
y degradación del medio ambiente niegan en América Latina las notas
optimistas del progreso con las que la ciudad del futuro se proyectó en
los planos visionarios de urbanistas y utopistas. Queda lejos la Arca-
dia de la ciudad colonial, su trazado geométrico y las evocaciones, en-
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

tre románticas y costumbristas, propuestas en la literatura a través de


la idealizada visión de Bernardo de Balbuena en Grandeza mexicana
(1604), por Sarmiento (Recuerdos de provincia, 1850) o Ricardo Pal-
ma en Tradiciones peruanas, (1872-1910).
Y quedan todavía más lejos las antiguas capitales prehispánicas
como Tenochtitlán y el Cuzco, concebidas como “ombligos” del mun-
do a modo y semejanza del cosmos, representadas en las cuatro esqui-
nas de sus plazas y el emplazamiento de sus templos, modelo que la
América hispánica heredó y lo hizo suyo en la variedad connotativa de
planificadores, en los proyectos de arquitectos y paisajistas, en el ensal-
zamiento del recinto cerrado de la casa y del abierto de la plaza pú-
blica2. Pero, sobre todo, en la superposición de culturas en el mismo
lugar, entendiendo como lugar la fusión del orden natural y el huma-
no en un centro significado por una experiencia individual o colectiva.
En el Zócalo de Ciudad de México, ese lugar sagrado de encuentros,
cargado de imágenes míticas prehispánicas, se levantan la Catedral y el
Palacio Nacional coloniales y se anuncia la época moderna. Plaza de las
Tres Culturas se llama a Tlatelolco, otro punto clave de la capital mexi-
cana, en honor a esa condición demiúrgica que le ha valido el sobre-
nombre de la “ciudad con tres ombligos”.

La línea de sombra, anuncio del colapso


de la modernidad

Si bien la modernidad fue portadora de una fe en el porvenir, la cien-


cia y el progreso y durante un par de siglos la humanidad confió en
el futuro y en la utopía para la erradicación de todos los males que la
aquejaban, desde mediados del siglo xix se empezaron a escuchar vo-
ces anunciando la “decadencia” y las buenas perspectivas se fueron en-
sombreciendo. Es “la línea de sombra” trazada a partir de las visiones

2. La importancia de la plaza pública ha sido objeto de una copiosa bibliografía.


Entre otros, véase el volumen colectivo (1978): La plaza pública: un espacio para
la cultura.
 Fernando Aínsa

de Lautreamont que “revelan la mirada descentrada y profundamen-


te poética con la que Maldoror escudriña, descifra y enjuicia en Los
Cantos los desmanes de esta sociedad” (Giraldi Dei Cas 2010: 296).
Luego vendría Nietzsche y sus visiones apocalípticas, La decadencia de
Occidente (1918-1923) de Osvald Spengler, “los escapes de gas del ce-
rebro mundial” denunciados por Karl Kraus, las antiutopías o utopías
negativas de Jack London (El talón de hierro, 1907) y Zamiatin (No-
sotros, 1921), el “abismo de la historia” al que se asoma la “enferma ci-
vilización europea” que observa Paul Valéry (1924), textos que abren
las compuertas al pesimismo y a las visiones catastrofistas que han re-
gresado con fuerza en las últimas décadas. Todas ellas favorecidas por
la amenaza nuclear, primero, y luego por los diagnósticos ambienta-
les, el llamado fin de las utopías, la crisis de los “grandes relatos” de la
historia en la que se ha solazado el posmodernismo y, de un lustro a
esta parte, viviendo los vaivenes de una crisis económica y financiera
que estremece a buena parte del mundo. Sobre todos planea el ángel que
anuncia el Apocalipsis. Un ángel que se ceba en las grandes ciudades,
donde los signos del “fin del mundo” mejor parecen encarnarse.
Esta puesta en escena de los avatares del imaginario apocalíptico
está presente en la literatura latinoamericana, tanto en la poesía –bas-
ta pensar en “Pax” (1915) de Rubén Darío; Ecuatorial (1918) de Vi-
cente Huidobro; Fin de mundo (1969) de Pablo Neruda; “Apocalip-
sis” (1965) de Ernesto Cardenal y Apocalipsis XX (1970) de Sara de
Ibáñez– como en la ficción, donde el intertexto bíblico es citado con
cierta fruición por Mario Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo
(1981) y por Julio Cortázar en “Apocalipsis de Solentiname” (1977).
Lo hace profético Gabriel García Márquez cuando, en Cien años de so-
ledad (1967), Macondo es sometido al juicio final, a la destrucción, y
es arrasado. Este reflejo también es evidente en las hiperbólicas provo-
caciones, cargadas de blasfemias, del conjunto de la obra de Fernando
Vallejo, especialmente en El desbarrancadero (2001) y La puta de Ba-
bilonia (2007) y en la obra póstuma de Roberto Bolaño, 2666 (2004),
donde la visión se extiende a todo el siglo xx y se abate sobre el mundo
entero a partir de la ciudad fronteriza, entre México y Estados Unidos,
de Santa Teresa, donde la sucesión de los tres números seis del título
evoca el imperio de la Bestia del Apocalipsis de San Juan.
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

Si para unos estos motivos ejemplifican el discurso sobre el colapso


de la modernidad latinoamericana (Julio Ortega [2006]) y para otros
son el sustrato de contrarrepresentaciones de la historia (Marco Kunz
[2009]), nos interesa en este ensayo escudriñar las tramas teleológicas
y la presencia de esos motivos en la narrativa urbana.

La derrota del urbanista

En América Latina la relación del escritor con la ciudad parece no ha-


ber tenido otra escapatoria que la de quedar atrapado en la espiral de
la infamia que se hunde en el corazón de la urbe que habita. “La ciu-
dad entró en la literatura hispanoamericana por los caminos del des-
arraigo nativo y coincidiendo con el modernismo”, aseguró Luis Al-
berto Sánchez en su estudio pionero sobre el Proceso y contenido de la
novela hispano-americana de 1953 (1968: 527). La ciudad se va con-
virtiendo en forma gradual en un ser vivo, feroz y monstruoso, en-
carnación de un Apocalipsis que llega en forma anticipada sobre una
tierra devastada. “Semidesarrollada, nacida ya en ruinas, –diagnostica
Esperanza López Parada– invivible pero ampliamente poblada, mul-
tiplicada hasta el hacinamiento, contaminada y anónima, resulta di-
fícil orientarse en un espacio como el suyo, que cambia a cada hora”
(2007: 223). La consecuencia es la provisionalidad, la irregularidad o el
desorden, su constante y su ley. Camaleónicas, el ritmo vertiginoso
con que se alteran las hace incapaces para incorporar a sus ciudadanos.
La ciudad crece de modo patológico, se desborda como un tumor.
A diferencia de la perspectiva que se ha dado en, por ejemplo, la
narrativa norteamericana, el narrador latinoamericano difícilmente
apuesta al mito civilizador de integración y consolidación del espacio
urbano. Nada parece detener el progresivo deterioro de las grandes ca-
pitales, amenazadas por las dramáticas contradicciones que albergan
en su seno desde su propia fundación. Ciudades que acumulan pro-
yectos utópicos no realizados y mitos degradados, proyectos visiona-
rios de urbanistas y desarrollo espontáneo de barriadas, conviviendo
entre nostálgicas miradas al pasado y catastróficas visiones del futuro.
Ciudades donde se disimula la inconfortable relación entre la élite
 Fernando Aínsa

intelectual y la pobreza que la rodea, donde la mala conciencia de vivir


en barrios privilegiados se trasciende en la exaltación del valor simbó-
lico de la memoria urbana de zonas históricas rehabilitadas y áreas re-
sidenciales tradicionales.
Ciudades que proclaman la derrota del urbanista y sus proyectos
por la aparición de la noche a la mañana de barrios espontáneos, no
controlados, donde el aparente desorden de la naturaleza toma su re-
vancha contra toda planificación. Apenas queda el recurso del hu-
mor que propone Alfredo Bryce Echenique en Un mundo para Julius
(1970) para Lima o Juan Villoro en Materia dispuesta (1997) para Mé-
xico. En otros casos, el refugio nostálgico en el pasado que representan
los grandes caserones, esas “casas quinta” amenazadas por promotores
y especuladores inmobiliarios se transforma en la obsesiva temática de
novelas como Con las primeras luces (1966) de Carlos Martínez More-
no y Coronación (1957), Este domingo (1965) y El obsceno pájaro de la
noche (1970) de José Donoso. En su extravío del “espíritu de ciudad”,
Manuel Mujica Láinez también se refugia en La casa (1954), una no-
ble mansión de la calle Florida de Buenos Aires que mientras es de-
molida, cuenta la historia de sus muros. Del mismo modo, la casa se
convierte en prolongación de la conciencia del protagonista en Sangre
patricia (1902) del venezolano Manuel Díaz Rodríguez. Tulio siente
que “el alma de la casa empezó de súbito a vivir para él, con vida pode-
rosa y múltiple” (14). Por ello, los autores de La casa paterna. Escritura
y nación en Costa Rica (1993) sostienen que “en el mundo de la ciu-
dad, cada vez más despersonalizado y riesgoso, aparece la casa como
último reducto del idilio”, aunque añadan: “Pero este asilo también se
ve amenazado por el paso del tiempo, por la historia” (275)3.
En la eclosión de la literatura urbana que desestructura las visiones
jerarquizadas y concéntricas del centro y sus ensanches modernistas
surgen puntos focales deconstruidos en barrios, suburbios y en la va-
riedad de poblaciones “espontáneas” –villas miseria, favelas, callam-
pas, cantegriles, etc.– que forman los cinturones de pobreza o son “is-

3. Esta obra constituye un excelente ejemplo de “topo análisis” del espacio significa-
do por la literatura.
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

las” en el propio centro de la ciudad. Las sórdidas barriadas de Quito


de En las calles (1935) de Jorge Icaza, la capital anónima de Al pie de
la ciudad (1958) del colombiano Manuel Mejía Vallejo hecha de las
oleadas del éxodo campesino, los “barrios de latas” de Lima, donde
pululan los antihéroes de Enrique Congrains Martín en No una, sino
muchas muertes (1967), son ejemplos de este progresivo “descentra-
miento” urbano reflejado en la narrativa.

Buenos Aires de “gran aldea” a Babel

Tomemos el ejemplo de Buenos Aires. En Amalia (1850) de José Már-


mol, la capital de la Argentina sometida por la dictadura de Rosas
es “un desierto, un cementerio de vivos”, donde civilización y barba-
rie se estructuran en campos semánticos antinómicos, cuando no ma-
niqueos, en el propio territorio urbano (1971: 246). Casi cincuenta
años después, la ciudad de Mármol, se ha transformado en una fla-
mante cosmópolis (como la define Rubén Darío), presunta Atenas del
Plata o París de las pampas, como pretenden otros.
Sin embargo, está asediada por la especulación y embriagada por la
facilidad para hacer y deshacer fortunas que diseña con tintes casi auto-
biográficos Julián Martel en La bolsa (1891). Por esa misma ciudad, que
ha perdido bajo el aluvión inmigratorio su carácter de “gran aldea” (La
gran aldea [1884] titula Lucio V. López su nostálgica mirada por la so-
ciedad criolla), se pasea el protagonista de Sin rumbo (1885) de Eugenio
Cambaceres: “En un anhelo de movimiento, en un deseo, en una nece-
sidad de ruido y de tumulto, vagaba por las calles más centrales” (163).
La ciudad cosmopolita sucumbirá a la “amenaza babilónica”. Aun-
que lo había anunciado Sarmiento en Facundo (1845) –Buenos Aires,
la “Babilonia americana” (1975: 72-73)–, es Héctor Pedro Blomberg,
en los relatos Las puertas de Babel (1920), quien construye “un panora-
ma torvo” de la capital porteña en el que se reflejan “el espejismo de tie-
rras remotas” y los “restos de naufragios de la voluntad y de la ilusión”
de los hombres, cuyos desechos “el mar arroja a los puertos” y donde
la ciudad es “la confidente de hombres solitarios, cuyo rezongo anida
en sus corazones y los llena de una incurable desazón” (Soto 1959: IV).
 Fernando Aínsa

Detrás de esta representación de la gran urbe se va delineando la


oposición entre el “país visible” y el “invisible” con que Eduardo Ma-
llea, en Historia de una pasión argentina (1937), plantea la dicotomía
esencial argentina: una capital-puerto mirando hacia el otro lado del
Atlántico y un país silencioso (¿o silenciado?) detrás. Una imagen ne-
gativa de la capital que resume en La bahía del silencio (1940) al afir-
mar que Buenos Aires “[e]ra la ciudad sin gloria” (1974: 316).

La ciudad, esa “prostituta enamorada de sus rufianes”

La gran urbe, de la que la capital porteña es paradigma en América del


Sur, estalla en la antiutopía de Roberto Arlt. En Los siete locos (1929) y
en Los lanzallamas (1931) la ciudad caleidoscópica se asimila a “las pros-
titutas, enamoradas de sus rufianes y de sus bandidos”, dicho lo cual el
autor concluye: “Esto no puede seguir así” (2000: 205). Condenada a su
destrucción, sobre ella se proyecta la ciudad imaginada por el arquitec-
to Balder en El amor brujo (1932): una Buenos Aires de acero y cristal.
Estos seres exaltados que afirman querer transformar el mundo
con un gesto revolucionario, poseídos, dueños de verdades absolutas
y tajantes, sectas y grupos que se organizan para robar, matar o fundar
“prostíbulos perfectos”, saben que su plan está condenado de antema-
no. No es extraño, entonces, que concluya diciendo en Los lanzallamas
que la revolución es imposible en América Latina, porque el hombre
está marcado por una fatalidad: el hombre “finalmente es oprimido
por su prójimo o esclaviza a los otros”, aunque prometa vagamente
que: “Después vendrá el anarquismo” (2000: 470 y 450).
En este contexto, no llama la atención que la verdadera propues-
ta sea “inaugurar el imperio de la Mentira, de las magníficas menti-
ras” como sugiere el Astrólogo (ibíd.: 100) o afirmar que “[la] felicidad
de la humanidad sólo puede apoyarse en la mentira metafísica” (ibíd.:
142), esos “milagros apócrifos” que, manteniendo en la más absoluta
ignorancia a la gran mayoría, aseguran el retorno de la edad de oro y el
buen gobierno por parte de una minoría esclarecida, porque “aquel que
encuentre la mentira que necesita la multitud será el Rey del Mundo”
(ibíd.: 155).
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

El proyecto subversivo no está basado únicamente en “la ensalada


rusa” de una revolución de notas ambiguas, que puede ser tanto bol-
chevique como fascista, y cuya meta es la creación de un “hombre so-
berbio, hermoso, inexorable que domina las multitudes”, “príncipe de
sapiencia” de sospechoso parentesco con el superhombre de Nietzsche
(ibíd.: 43). Sin embargo, detrás de la propuesta maquiavélica de El
Mayor –atraer “desorbitados” a una secta de apariencia bolchevique
para crear un ficticio cuerpo revolucionario que permita dar un golpe
de Estado militar e instalar una dictadura– se descubre el talento pre-
monitorio y visionario de Arlt. ¿Cuántos golpes de Estado se han dado
en América Latina con esa excusa? Una premonición que lleva a una
observación no menos pertinente: la eficacia del bastón en la espalda
de los pueblos está basada en la cuestión de “apoderarse del alma de
una generación” (ibíd.: 145).
En otros casos –irónico presagio de lo que sucedería no muchos
años después en los campos europeos– la experimentación científica
se pretende poner al servicio de la revolución social. Cultivo de micro-
bios de la peste bubónica y el cólera asiático, fábrica de gases asfixian-
tes, anuncian el “holocausto”, apenas teóricamente justificado por la
mirada interrogante de El Astrólogo: “¿Sabe usted cuántos asesinatos
cuesta el triunfo de un Lenin o de un Mussolini? A la gente no le inte-
resa eso. ¿Por qué no le interesa? Porque Lenin y Mussolini triunfaron.
Eso es lo esencial, lo que justifica toda causa injusta o justa” (ibíd.:
136). En el “llamado del camino tenebroso” en el que se embarcan
personajes como Balder o Erdosain, lo que importa es la subversión de
las leyes de lo “bello” y de la “decencia”, la demolición de la “visión del
hombre honesto” heredada del siglo xix, ese cross a la mandíbula de la
advertencia inicial de Los lanzallamas: “Yo quiero violar la ley de senti-
do común” (ibíd.: 103).

Visiones de Babel en la “tierra de nadie”

Casi todas las capitales latinoamericanas son la Tierra de nadie (1941),


como titula Juan Carlos Onetti una de las primeras novelas urbanas
rioplatenses contemporáneas. Allí se refugian solitarios y desarraigados
 Fernando Aínsa

y en la libertad del anonimato se disimulan las derrotas cotidianas.


En sus meandros subterráneos, sucedáneos del infierno, descienden
años después los antihéroes de Leopoldo Marechal, especialmente en
el viaje de Adán a Cacodelphia (Adán Buenosayres, 1948) y de Ernesto
Sábato en su Informe para ciegos (Sobre héroes y tumbas, 1961). El sub-
terráneo llega a ser el revés de la ciudad de la superficie, lugar por ex-
celencia de las apariencias. Allí se concentran los miedos ligados a la
angustia urbana y se disimulan zonas secretas ignoradas por la ciudad
y se agazapan amenazas no identificadas, sombras y peligros.
En efecto, la ciudad propicia un descenso cotidiano al infierno
–la “ciudad oscura” de Cacodelphia– como propone Marechal. Entre
mito y parodia, entre ficción alegórica, irónico y presuntuoso pasti-
che metafísico, Adán Buenosayres narra el viaje iniciático del protago-
nista Adán a través del barrio de Villa Crespo, peregrinaje suburbano
que incluye un descenso a un purgatorio (¿o infierno?), reverso sub-
terráneo de la capital porteña, ese “archipiélago de hombres islas”, esa
ciudad que está todavía por hacerse: “la tristeza del barro que pide un
alma” (Marechal 1976: 188).
Ernesto Sábato, en Sobre héroes y tumbas, aborda Buenos Aires
como una ciudad que no es la verdadera capital de un país sino “una
Babilonia desestructurada”, nada menos que seis millones de argenti-
nos, españoles, italianos, vascos, alemanes, húngaros, rusos, polacos,
yugoslavos, checos, sirios, libaneses, lituanos, griegos y ucranianos.
Sábato se pregunta con indisimulada ironía, “‘lo nacional’. ¡Dios mío!
¿Qué era lo nacional?” (1964: 139). En este caso, si la Argentina apa-
rece como “un país inexistente” es porque “nada tiene importancia
para uno”, “aunque la peste diezme una región de la India”, y no por-
que “nunca sucedan cosas”, como cree Bruno, uno de los personajes
claves de ese desarraigo urbano (ibíd.: 118). ¿Cómo escapar, pues, de
la realidad cotidiana de un Buenos Aires semejante? Desde su infan-
cia, la heroína Alejandra habla de irse a la China o al Amazonas y pro-
pone a Martín recorrer “países salvajes”. Se trata de “irse lejos”, “irse
de esta ciudad inmunda” a “un lugar lejano, a un lugar donde no co-
nociera a nadie” (ibíd.: 98).
Babel es el símbolo de cada ciudad, nos dice H. A. Murena. Como
figura de la razón triunfante sobre la naturaleza, “la ciudad embriaga
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

con sueños de titanismo” (Murena 2002: 418). La gran urbe, encarna-


ción del lucro, intereses y usura, animaliza mediante la mecanización y
el dominio, ya que “si favorece una contigüidad de apariencia protecto-
ra, en el fondo obscena, persiguió al amor que ha debido hacerse furti-
vo. Si despierta pasajeras ilusiones, que se suceden una a otra, expulsó
la esperanza” (ibíd.: 419). La ciudad –en resumen– es un instrumento
de tortura: lo útil como desgracia radical. “El mundo concluye cotidia-
namente en un desastre. Es el fin del mundo lo que la vida vive. El apo-
calipsis: de eso huimos en razonables máquinas enloquecidas” (ibíd.).
Con el paso de los años, la imagen apocalíptica de Buenos Aires no
mejora. A todo lo más se esfumina en una trama urbana apartada de
“la geometría racional”, cuyo enroscamiento de recorridos en las ba-
rriadas y villas miseria, construye un laberinto cerrado e indescifrable
en el que no es aconsejable aventurarse, como sugiere César Aira en La
villa (2001).
En un caso extremo, Sergio Chejfec en El aire (1992) aborda el es-
pacio de los baldíos en los centros urbanos, lugares deshabitados que
rompen la continuidad de la ciudad, para exaltarlos como el “no lugar”
por excelencia. Gracias a ello, sostiene en Boca de lobo (2000) que “no
puede llamarse ciudad el lugar donde uno se pone a caminar y encuen-
tra solamente ruinas maltrechas y tierra abandonada, como tampoco
se puede llamar campo este territorio señalado por la improvisación y
la indolencia” (ibíd.: 119). La solución no es edificar en esos baldíos,
ya que “todo lo que se edifica es una promesa de ruina” y habitar casas
significa ocupar ruinas (ibíd.: 17). La transformación urbana queda re-
ducida a metáforas del deterioro y la demolición.

Caracas, entre el asfalto y el infierno

Otras capitales latinoamericanas enfrentan una similar desestructura-


ción. En esta perspectiva, Caracas no es otra que la violencia y el caos
urbano descrito con insistencia en la novelística de Adriano González
León y Salvador Garmendia, como lo había sido su suburbio de pros-
tíbulos, pulperías e inquilinatos en Campeones (1939), de Guillermo
Meneses. Las veinticuatro horas de la vida del guerrillero Andrés Bara-
 Fernando Aínsa

zarte en cumplimiento de una misión a través de Caracas permiten a


González León dar en País portátil (1968) una visión palpitante y fre-
nética de una jungla de asfalto que ya había proyectado en un relato
anterior, Asfalto infierno (1963), donde la ciudad, una vez más, es si-
nónimo de ese infierno con el que se la asocia tradicionalmente. Una
esquina, un rostro cruzado al pasar, frases fragmentadas escuchadas
sin querer permiten un juego de planos en el tiempo y en el espacio
que se superpone al presente.
Caracas es su propio pasado, las zonas rurales que la rodean, las
barriadas que la ciernen, su ausencia de centro, el atasco permanente
de sus calles: “Media hora para atravesar Sabana Grande, media hora
para un poco más de siete cuadras” (González León 1968: 12). El cali-
doscopio de una urbe que no termina de cuajar en una capital estable
de direcciones y perspectivas definidas permite este juego permanen-
te de planos que recuerda, por su temática central, a la novela Gestos
(1963) de Severo Sarduy, ese viaje de una bomba a través de La Haba-
na sometida por la dictadura de Batista.
Caracas es también la “ciudad circular” de Largo (1968) de José
Balza, esa ciudad que propicia el extravío: “El auto avanza hacia el sur
y he aquí, laberíntica, la expresión de la ciudad” (72). Sin embargo,
aunque nacido en Caracas, su protagonista “no conoce la evolución
de su propia ciudad”, y al conducir un automóvil por sus avenidas se
pierde para decirse que “quiero que gire a mi alrededor, que me cir-
cunde, la historia de mi ciudad” (ibíd.: 92).
Pero quien se aparece como el escritor emblemático de Caracas –el
que mejor ha robado la “magia literaria” de la gran ciudad– es Salva-
dor Garmendia. En Los pequeños seres (1959), Los habitantes (1961),
Día de ceniza (1963) y La mala vida (1968) capta la angustia y la bar-
barie del hombre perdido en los laberintos de la inmensa capital hete-
rogénea, polarizada y violenta, pero no por ello menos atractiva. Gar-
mendia domina el sermo urbanus y conoce bien los subterráneos y las
miserias físicas y morales de la metrópoli venezolana. Ha captado la
angustia, la melancolía y la barbarie del hombre perdido en los labe-
rintos urbanos, cuya magia ha “robado” con eficacia literaria. Esa an-
gustia se traduce en el andar sin pausa y sin objeto por las calles del
personaje central de Los pequeños seres, Mateo Martán:
La ciudad entre la nostalgia del pasado 
¡Andar! las calles se suceden sin tregua, disímiles, cada una dispuesta para
conducir la vida que bulle en medio de su cauce. Atravesar aceras rebosantes,
mezclarse a las manadas impacientes que esperan para cruzar la calle, escurrir-
se por entre los cuerpos que obstruyen las esquinas. Moverse sin objeto en la
estridencia y el fragor… (123).

Lima, “saturada de pretérito”

Lima es “la horrible”, como la bautiza Sebastián Salazar Bondy, aún


ejerciendo ese rol abusivamente tutelar y centralista de capital que
vive abstraída de la realidad lacerante del resto del Perú. “Los lime-
ños viven saturados de pretérito”, considera en Lima la horrible, 1964.
Alienados, nostálgicos, miran hacia atrás, alimentando la falacia de
un pasado noble que anula los intentos presentes y paraliza cualquier
proyección de porvenir. El sentimiento de pérdida de un pasado seño-
rial lo asocia a la reivindicación de una “utopía del pasado”. La ciudad
es percibida como espacio de una extraviada nostalgia, fundamental-
mente anacrónica. Cuando Lima ofrece su rostro amable es porque
está impregnada por la nostalgia de un mundo apacible y provinciano,
salvaguardado en un barrio, como es el caso de Barranco en La casa de
cartón (1928) de Martín Adán.
Dicen que Abraham Valdelomar dijo: “El Perú es Lima, Lima es el
Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais
Concert soy yo”, aunque no muchos están convencidos de que haya
sido así. Pero otros sí creen capaz a Valdelomar –el escritor y dandy
criollo autor de La ciudad muerta (1911)– de haberse despachado con
una frase tan egocéntrica, ingeniosa y, sobre todo, veraz.
Lima, una ciudad que ya anuncia en Duque (1934) de José Díez
Canseco la visión sesgada y crítica de un “perro fiel”, el Duque que da
nombre a la novela, de una sociedad limeña cuyo protagonista, un efe-
bo de vieja familia, oscila entre la homosexualidad y los amores con
una joven de la buena sociedad.
Sin embargo, desde Una Lima que se va (1921) de José Gálvez,
la ciudad muestra sus patéticas grietas. La diversificación de estilos
 Fernando Aínsa

que la narrativa de los sesenta propició tuvo otras expresiones urba-


nas originales. Atenido a un realismo escueto, sin barroquismos o ex-
cesos, Lima es también el espacio desolado de Los gallinazos sin plumas
(1955) de Julio Ramón Ribeyro o el escenario de un deambular sin
rumbo de los cuentos de Oswaldo Reynoso, aunque intenten conven-
cerse de la necesidad de un centro: Julio Ramón Ribeyro refleja la vida
de Lima, privilegiando la de los seres marginales, outsiders, delincuen-
tes o pobres desarraigados que campean en los relatos de Los gallinazos
sin plumas (1955) y Las botellas y los hombres (1964). Sin estridencias,
Ribeyro fue construyendo un mundo donde los “niños bien” de la
sociedad limeña, como Ludo, el protagonista de Los geniecillos domi-
nicales (1965), se codean con el lumpenaje de los ambientes “barrioba-
jeros” del puerto de El Callao, pero, sobre todo, acumulan experiencias
iniciáticas de formación.
Desde entonces, el deterioro de Lima ha sido progresivo e ineluc-
table. Deterioro que lleva a Jorge Eduardo Benavides en El año que
rompí contigo (2003) a calificar a Lima como “capital mundial de la
desesperanza” (13). El protagonista recorre los barrios “ulcerados que
eran el pulso de nuestro moribundo país”, camina en grupos “evitan-
do los charcos pestilentes, los gruñidos de los perros, las miradas in-
transigentes de los mayores” (ibíd.: 135). En esos barrios –“peruvian
dream de los provincianos”– “empieza el Perú real, qué profundo ni
qué ocho cuartos; la miseria profunda, los cerros arenosos y la tierra
estéril donde se levantan las casuchas de esteras que parecen cuartea-
duras hediondas en la superficie del terreno, el gentío paupérrimo que
bulle en sus entrañas” (ibíd.: 214).

Violencia real y latente en Medellín y Bogotá

En Colombia, barrios transformados en auténticos focos de violencia


donde imperan el narcotráfico, clanes y “tribus” suburbanas, fraccio-
nan la centralidad neocolonial y la modernidad apenas asimilada de
Medellín o Bogotá. La Virgen de los sicarios (1994) y El desbarrancade-
ro (2001) de Fernando Vallejo y Rosario Tijeras (1999) de Jorge Franco
Ramos, para la primera, y Scorpio City (1998) de Mario Mendoza, para
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

la segunda, alejan definitivamente la ciudad de la Arcadia de sus ba-


rrios apacibles. Violencia real y latente, perceptible en la sensación que
resume la protagonista de Satanás (2002) de Mario Mendoza cuan-
do vaga por la ciudad de “calle en calle, confundida entre la multitud
de indigentes y alucinados que recorren la ciudad durante horas in-
terminables y que suelen pernoctar en potreros baldíos, en caserones
abandonados, en parques poco concurridos o debajo de los puentes en
guaridas improvisadas y malolientes” (ibíd.: 283). La violencia que se
instaura es más social que política, más cercana de la gratuita indife-
rencia con que se la contempla en la pantalla de televisión o de un vi-
deojuego que del proyecto revolucionario con que pudo intentar legi-
timarse en el pasado.
Por su parte, el malogrado Andrés Caicedo exclama: “Maldita
sea. Cali es una ciudad que espera, pero no le abre las puertas a los
desesperados”4. Una ciudad que se torna en calabozo, para sentirse
preso toda su vida. Así se verá, rodeado de caníbales, ángeles y adoles-
centes perdidos. Cali será su recurrencia eterna, hasta su suicidio. La
obra de Caicedo tiene el aire ardiente de esa ciudad del occidente co-
lombiano, que aparece reinventada con sus motivos apocalípticos y se
puebla de adolescentes inadaptados que buscan su identidad a lo largo
de noches sin fortuna.

Ciudades que se caen a pedazos

La visión apocalíptica se prolonga en los autores jóvenes contempo-


ráneos. Por eso, Jorge Peveroni –nacido en 1969– puede exclamar en

4. Caicedo nació en Cali el 29 de septiembre de 1951 en el seno de una familia bur-


guesa, la clase que criticará siempre. Él sabía que nada podía hacer contra el siste-
ma; entonces, se dedicó a sabotearlo desde la cultura no oficial; y se valió del tea-
tro, el cine, la novela, el cuento, el lenguaje irreverente, la poesía desinhibida, las
drogas. Caicedo no quería pasar la frontera de la juventud, y faltaba poco para la
tarde del 4 de marzo de 1977 en que 60 pastillas de Seconal cumplieron su obse-
sión de saber que vivir más de 25 años era una vergüenza. Se lo había dicho un día
a sus amigos, y a partir de ese momento comenzó a preparar su inmortalidad.
 Fernando Aínsa

forma implacable en El exilio según Nicolás (2004): “Este país se fue al


carajo, al cuarto mundo, Roberto. No quiero estar en una ciudad que
se cae a pedazos, con gente fea por todas partes, con tipos frustrados y
vencidos, con viejos amigos que se destruyen de a poquito” (25). Sin
embargo, se sospecha que detrás de la única salida que se avizora: irse
del país, emigrar, acechan otras nostalgias por descubrir. No se olvida
tan fácilmente la ciudad en que se ha nacido y crecido, Montevideo,
por muy ruinosa que se la describa; maldición y condena que ha per-
seguido a poetas y escritores de todas latitudes y a la que no escapan
los uruguayos viviendo fuera de sus fronteras.

La Habana: un realismo sucio que parece fantástico

Lejos de la alegre musicalidad y la fiesta del lenguaje de Guillermo


Cabrera Infante y de la embellecida “ciudad de las columnas” de Alejo
Carpentier (1964), La Habana que proponen Pedro Juan Gutiérrez,
Leonardo Padura, Abilio Estévez y Ronaldo Menéndez se centra en el
deterioro y el proceso de “ruinificación” de sus edificios más emble-
máticos. “Existe un sentimiento de dislocación y anacronismo debi-
do al contraste entre la opulencia y belleza de los edificios y su estado
ruinoso” –anota Ángel Esteban (2007: 150)– al punto que la cons-
trucción textual del lugar, puede implicar la construcción simbólica
de un territorio interior, auténtico espacio poético donde, aunque La
Habana parezca “una ciudad bombardeada”, no deja de ser seducto-
ra (2007: 151).
No lo es, sin embargo, en Trilogía sucia de La Habana (1998) de
Pedro Juan Gutiérrez, donde Centro Habana “convulsiona y es como
una gran cueva húmeda y mugrienta, rebosante a mierda, ratas y cu-
carachas” (73). En esos edificios ruinosos, los olores de las deyecciones
de pollos y puercos atraen cucarachas, y ratas suben desde los sótanos
por los tragantes pluviales de edificios ruinosos, auténtico microcosmo
de la putrefacción. Se trata, por lo tanto, de sobrevivir entre los es-
combros, en el medio de la decadencia y entre las ruinas. Sin embar-
go, muchos de esos edificios cuyo interior es “un laberinto increíble
de trozos de escaleras sin barandas, oscuridad, olor a rancio y a cuca-
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

rachas y a mierda fresca” (ibíd.: 83), tienen fachadas de “bancos sóli-


dos y eficaces” que imitan las imponentes de Boston y Filadelfia de los
años treinta (ibíd.: 82). El tono apocalíptico de la obra de Gutiérrez
culmina en el diluvio de connotaciones bíblicas del final de El rey de
La Habana (1999), lleno de alusiones alegóricas a una suerte de mal-
dición divina.
“La gente se ha quitado la careta”, afirma Pedro Juan Gutiérrez en
Carne de perro (2003: 68). “Nada de apariencias. Ahora es la época del
caos y el vértigo. Garras y colmillos, al borde del precipicio”. Por su
parte, Leonardo Padura recorre una Habana nocturna provisto de la
linterna de la literatura policial de su detective Mario Conde, tras la que
se adivina un ineludible trasfondo social.
La Habana de Ronaldo Menéndez en Las bestias (2006) y en Río
Quibú (2008) se cae a pedazos y provoca en el protagonista de aque-
lla, el profesor Claudio Cañizares, “un odio del tamaño de toda la ciu-
dad”, odio por el país entero para el que no necesita establecer una
causa tangible, aunque precise que odia el barrio en el que le ha tocado
vivir porque en “cada esquina hay un bulto de negros, cogitabundos,
escandalosos, impúdicos bajo el sol del Caribe” (21). Su barrio es pro-
miscuo como “la isla pequeña y promiscua”, esa “isla chica que es in-
fierno grande” –se dirá– denunciando “la bola de tedio de los últimos
diez años” marcado por “una dictadura con un incurable delirio de
persecución” (ibíd.: 23).
En un paisaje urbano de vitrinas entre feas o inaccesibles, líneas te-
lefónicas imperfectas, desde “la esquina de la nada cotidiana” es fácil
imaginar por qué todo el mundo está criando un puerco, “una má-
quina de devorar todo lo que no sea su propio cuerpo”, tal como fue
presentada la novela. La cría del cerdo en una bañera, engordarlo con
sobras que debe procurarse en un mundo donde todos crían cerdos
se convierte en la obsesiva preocupación de un profesor que se va de-
gradando para descubrir que “el camino es más importante que el fin”
(ibíd.: 98). Recuerda la frase final de un film ruso: “De qué sirve el ca-
mino, si no conduce al templo”, para comprobar que no es necesario el
templo o, dicho de otro modo, que el camino es el templo (ibíd.: 98).
La situación no mejora en Río Quibú (2008), donde “el barrio es
una circunferencia cuyo centro está en todas partes y cuyo perímetro
 Fernando Aínsa

se traslada al infinito” (25). En los márgenes del Quibú y sus aguas


nauseabundas los vecinos se dedican a la confección de balsas en las
que los isleños se fugan a un más allá que sobrepasa el perímetro en
“busca de la tierra que nadie les ha prometido” (ibíd.: 25). En este ba-
rrio que no parece peligroso, sino que es un lugar peligroso, edificado
a las orillas de un río de aguas pútridas, sus habitantes no crían cerdos
para comerlos, sino cocodrilos. Sin embargo, los cocodrilos no inte-
gran el Menú Insular que todos aspiran comer, sino que hacen desapa-
recer los últimos despojos de seres humanos que han pagado por las
balsas con las que piensan huir de la isla y que han terminado siendo
asesinados para elaborar con sus carnes sabrosos guisos. “Maceran la
carne en naranja agria, ajos y laurel, y luego la fríen con manteca de
puerco o la asan”, explica con delectación el Gordo (ibíd.: 110), mien-
tras el protagonista comprueba cómo le resulta maravilloso que aquella
ciudad siempre pudiera estar peor. Cada día peor, suerte de moraleja
para una triste fábula donde el realismo de tan crudo y descarnado pa-
rece fantástico.
Desastres ideológicos y económicos, amenazas de inanición y bús-
quedas de soluciones individuales caracterizan un período del que la
narrativa se propone dejar la más contundente y variada crónica, mu-
chas veces invisible en la prensa nacional. Los relatos de Rumba Palace
(1995) y la novela corta Perversiones en el Prado (1999), de Miguel Me-
jides, novelas de alto vuelo literario e indudable calidad estética como
Tuyo es el reino (1997) y, sobre todo, Los palacios distantes (2002), de
Abilio Estévez, cuentos del Apocalipsis social y humano como los del
volumen La Habana elegante (1995), de Arturo Arango, novelas de la
desesperanza como El paseante cándido (2001) de Jorge Ángel Pérez
o Silencios (1999) de Karla Suárez, más otra infinidad de narraciones
quizás demasiado cargadas de marginales, prostitutas, arribistas, men-
digos, emigrantes (balseros que se van y “gusanos” que regresan), lo-
cos, drogadictos y sobre todo homosexuales, de personajes marcados
por el escepticismo, la sordidez y la decepción más amarga –la multi-
plicación del desencanto– reflejan la crónica de un período de muta-
ciones profundas y hacen del espacio urbano, muchas veces descrito
con minuciosidad, un maremágnum caótico y un anuncio del cerca-
no Apocalipsis hacia el que se mueven personajes destrozados, en oca-
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

siones definitivamente insalvables, muy distintos de los que promueve


la propaganda oficial.

México D. F.: “el monstruo más hermoso del mundo”

Pero ninguna capital latinoamericana ofrece una imagen literaria más


apocalíptica que México. La antigua Tenochtitlán –“la Ciudad de los
Palacios”, como la bautizara Alejandro von Humboldt– se ha trans-
formado en “el monstruo más hermoso del mundo”, según Homero
Aridjis, entre otros autores. Su extensión, esa “mancha urbana” con
que los topógrafos aéreos definen la visión desde el aire de Tokio, Los
Ángeles, São Paulo o México D. F., la hace inabarcable, con un cen-
tro esfuminado en la distancia y vaciado de contenido. Desde Ojerosa
y pintada (1960) de Agustín Yáñez; la trepidante obra, entre periodís-
tica y literaria, de Luis Spota (1945-1985); La región más transparente
(1958) y Cristóbal nonato (1987) de Carlos Fuentes a José Trigo (1966)
de Fernando del Paso y Espectáculo del año dos mil (1981) y La leyenda
de los soles (1993) de Homero Aridjis, la compleja pluralidad de Mé-
xico se percibe, no en el jocundo estallido de la concentrada intensi-
dad cultural que la caracteriza, sino en los contrastes que genera el di-
fícil diálogo entre tradición y modernidad. “El aire transparente” que
ensalzara Humboldt y sobre el que ironiza Fuentes en La región más
transparente (1958) es hoy una atmósfera contaminada e irrespirable a
la que todos se resignan.
En Ojerosa y pintada, Agustín Yáñez encarna la ciudad como una
mujer con ojeras de trasnochadora y maquillada con exageración. Vi-
sión descontrolada a través de un taxista, cuyo oído registra las voces
de la ciudad y la de los pasajeros que suben y bajan del automóvil, en
un texto fragmentario, auténtico registro “magnetofónico” de la poli-
fonía reinante. El ritmo de la ciudad, la convivencia estrepitosa de una
multitud, la mezcla y el contraste de tipos humanos que la habitan,
otorga a la narración una impronta particular. Las características de la
gran ciudad, sin llegar a la imagen laberíntica, caótica o absolutamen-
te fragmentada de la narrativa contemporánea, trasladan su desorden
al mismo relato (Arias 2005: 78).
 Fernando Aínsa

En Cristóbal nonato (1987), Fuentes propone una suerte de novela


de anticipación plagada de signos milenaristas. El protagonista ha sido
concebido el 6 de enero de 1992 y debe nacer en la medianoche del
12 de octubre si quiere ganar el concurso organizado para conmemo-
rar los 500 años del descubrimiento de América. La novela –concebida
como un largo monólogo rememorativo del pasado que cargan los ge-
nes del “feto”– se publica en 1987, cinco años antes de los eventos que
relata: “aún no nazco y ya siento que mi alma es viejísima. Aún no
nazco y ya temo que voy a actuar de nuevo como actuaron todos mis
antepasados” (1987: 555).
Fuentes proyecta –en un lenguaje liberado y lleno de alusiones his-
tóricas– a México como un país dividido y en guerra a partir de la insu-
rrección de Acapulco (“Acapulcalipsis”; ibíd.: 243), y una ciudad, el D.
F., caótica e infernal, marcada para siempre por el terremoto del 19 de
septiembre de 1985, el que fuera vivido como anuncio del fin del mun-
do: “¡Oh México, hija preferida del Apocalipsis!” (ibíd.: 90). Desde esa
fecha, “la imagen de la Ciudad es […] su destino” (ibíd.: 48) y concen-
tra una acumulación de metáforas sobre la utopía que no fue, el mito
degradado en la dura vida cotidiana: “ciudad reflexión de la furia”, “ciu-
dad del fracaso ansiado”, “la metrópoli ojerosa y pintada” (ibíd.: 25),
“ciudad lepra y cólera hundida”, como llama sucesiva y obsesivamente
Carlos Fuentes a “ese país de hombres tristes y niños alegres” (ibíd.: 94).
En resumen, “en México nos va mal” –como afirma Ángel, el pa-
dre del protagonista, Cristóbal “nonato”. “Esto es una tautología”
–responde su esposa– “México es para que nos vaya mal” (ibíd.: 11).
Por eso, Cristóbal se pregunta, pocas horas antes de su nacimiento:

¿Aquí voy a nacer? ¿Voy a salir a este país? […] ¿Voy a ser conducido a la
ciudad De Fe? ¿A respirar desde mi nacimiento once mil toneladas de azufre,
plomo y monóxido de carbono diarios? […] ¿A unirme a un cuarto millón de
niños muertos de asfixia e infección cada año? ¿A tragarme treinta mil toneladas
de basura diarias? […] ¿Vale la pena nacer en México en 1992?” (ibíd.: 557).

Y todo en un México que ya había motivado en 1965 la exclama-


ción de Gustavo Sainz en Gazapo (1965): “¡Pinche ciudad!… Qué fea
es!” (1985: 47).
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

En Dulcinea encantada (1992) de Angelina Muñiz-Huberman,


una mujer sentada en el asiento trasero de un automóvil que rue-
da en el interminable Periférico del Sur de Ciudad de México sufre
una intensa revelación interior. Respirando los gases tóxicos de rui-
dosos tubos de escape y ante un paisaje de fábricas con sucias chime-
neas, edificios despintados y barrios miserables que desfila ante sus
ojos, descubre una ciudad que parece de pesadilla. México es la esta-
ción terminal de un viaje a través de la historia que confluye hacia un
anuncio explícito del Apocalipsis. Fragmentos del libro de la Biblia
sobre los últimos días son citados y la propia novela se divide en capí-
tulos titulados como los “siete sellos” del Apocalipsis, adelantando el
trasfondo de muerte y resurrección en que se resume.
Los personajes del colombiano Eduardo García Aguilar viajan por
el mundo entero (El viaje triunfal, 1993) y recalan en México D. F. en
Urbes luminosas (1991). En la intertextualidad propuesta entre ambos
textos, anuncia que su obra será “algo nuevo”, ya que “el mundo de hoy
se fragmenta, todo estallará: mi obra será el testimonio de ese desmoro-
namiento” (García Aguilar 1993: 143). La visión de la Ciudad de Mé-
xico desde el piso 28 de la Torre Latinoamericana anuncia ese estalli-
do. En la ciudad contemplada como “una amiga silenciosa y cómplice”
(ibíd.: 141) en el relato “Crónica de la urbe luminosa”, se descubren
destellos de incendios lejanos, mientras una placa metálica de esmog
baja al atardecer sobre sus avenidas y calles. En ese momento, la Torre
cimbra, se inclina y empieza a elevarse hacia el cielo, convertida en un
cohete. El “viaje triunfal” de García Aguilar termina en esa “urbe lumi-
nosa” de bíblica connotación.
La Ciudad de México también se representa como un “purgatorio
de ángeles caídos” (Elena Poniatowska 1969); como basurero del siste-
ma capitalista global (José Joaquín 1997); mancha urbana que carece
de confines y cuya identidad es redefinida en un vértigo de sincretis-
mo (Juan Villoro 1997); y nueva Calcuta y laboratorio de la extinción
de la especie (Carlos Monsiváis 1979).
Esta obsesión por reescribir la ciudad, una y otra vez, muestra algo
de su poder seductor, al que debe unírsele la monstruosidad de sus
magnitudes (Arias 2005). Por eso es posible preguntarse con Mon-
siváis: “¿Qué es la ciudad de México? ¿Un complot, el bienaventurado
 Fernando Aínsa

cielo de la explosión demográfica, el fin de un país? ¿Es condena, ex-


piación o rito iniciático que desemboca en la imposible madurez?”
(1979: 312).
La ciudad como espacio vivo provisto de una lógica propia llega a
organizar y dirigir los destinos de sus habitantes. “La ciudad también
se sirve de nosotros como si fuéramos fieles excrecencias suyas –afirma
Blanco en “La ciudad enemiga” (1997: 57)– y nos envuelve en con-
flictos que son suyos, y que creemos equivocadamente nuestros”.
Lejos del distrito federal de México, la Santa Teresa de 2666
(2004) de Roberto Bolaño –donde apenas se disimula Ciudad Juá-
rez– nos recuerda cómo en el límite de la frontera, la ciudad, en lugar
de liberarse a partir de los encuentros y cruzamientos que propicia, se
vuelve impune para la discriminación y el crimen. Santa Teresa –que
ya aparecía mencionada en Los detectives salvajes (1998)– encarna esa
suerte de “mal absoluto” que reflejan los asesinatos de mujeres que se
suceden sin interrupción ni esclarecimiento desde 1993 y que le han
dado la triste fama internacional de Ciudad Juárez, “basural de la his-
toria”. En 2666 culmina la indagación de Bolaño sobre ese mal del si-
glo que había iniciado en Estrella distante (1996) y Nocturno de Chile
(2000), mal que se puede remontar genealógicamente al Tercer Reich,
como sugiere Florence Olivier (2007: 32).

Los seres de la noche

La noche agrava los males urbanos. Así surgen apasionantes infier-


nos que cobran en la noche una dimensión alucinatoria. “Escalera del
infierno; bajar en las noches por el jirón Belén y el bulevar Quinca
es descender al subsuelo. Visite nuestros subterráneos” (Wong 1997:
11). En estas primeras líneas de la novela El testamento de la tormenta
(1997) del peruano Mario Wong, cuya introducción se titula “Ciudad
irreal”, se anuncia la tónica de una literatura que usa la ciudad, esas
“flores de cemento y neón”, como el escenario propicio para el des-
encadenamiento de pasiones contenidas, “sucumbiendo a la fascina-
ción de la noche” (16). A “Los ocupantes de la noche” consagra Bea-
triz Sarlo una de las Instantáneas (1996) que ha publicado sobre “los
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo”. Borrachos, vagabun-


dos, niños de “la calle”, seres que, por una razón u otra, han iniciado
una “deriva por el paisaje” pueblan la noche (ibíd.: 79). “Un saber de
la ciudad y de cómo se sobrevive en la ciudad es necesario para derivar
por ella” (ibíd.: 80), comprueba para recordar que detrás de los “ocu-
padores nocturnos” está una Buenos Aires cada vez más deteriorada,
alienada e insegura, lejos del mito y el “fervor” y de aquella Misteriosa
Buenos Aires (1950) que desmenuzara en evocativas crónicas Manuel
Mujica Láinez. “Lo que quise hacer, cuando escribí Misteriosa Bue-
nos Aires, es darle a esta ciudad mía mitos que la comunicaran con las
grandes ciudades del mundo”, confesó el autor a María Esther Váz-
quez (1983: 64), ya que la consideraba hasta ese momento una aldea
perdida en el extremo de América.
En un capítulo estremecedor de El corredor nocturno (2005) de
Hugo Burel –“La puerta roja”– el protagonista recorre los pasadizos en
diagonal y estrechos túneles de edificios ruinosos para desembocar
en un cabaret que parece surgido de una película norteamericana de
clase B en blanco y negro de los años cuarenta, situado en la zona oscu-
ra, pobre y ruinosa de la Ciudad Vieja de Montevideo. Allí revive des-
concertado imágenes de su despertar sexual en un show que rememora
una escena de su infancia: la mujer que desde un balcón vecino entrea-
bre sus piernas para sumirlo en el vértigo y la negrura de su pubis.
En esos subsuelos pueden conservarse fragmentos de la memo-
ria como el desordenado amontonamiento de películas enlatadas que
descubre el protagonista de Tanda de cuatro con Laura (2002) de Car-
los Cortés al descender por una escalera de caracol hasta una bodega
húmeda malamente iluminada y de allí a otros pisos del subsuelo de
un cine abandonado.
En la circulación compulsiva por las calles de Bogotá, Scorpio City
(1998) de Mario Mendoza se fijan las estaciones de un vertiginoso vía
crucis que, más que una aproximación gozosa a la ciudad, sirve para
trazar “itinerarios preferenciales” y “consagra estaciones recurrentes,
impone un ritmo y una dirección que a la vez configuran y desfiguran
el espacio” (Semilla Durán 2007: 56). En ese deambular, el protago-
nista desciende uno a uno los escalones de una degradación progre-
siva para descubrir que Bogotá abriga en su seno múltiples ciudades
 Fernando Aínsa

subterráneas. Bogotá, la “ciudad apocalíptica de las mil heridas” es “la


ciudad travesti de maquillajes incomprensibles” y la ciudad venenosa
que se ensaña con los que no la comprenden (Mendoza 1998: 170).
Sin embargo, el narrador afirma alborozado que llevará su “veneno en
las entrañas con la más completa jovialidad” (ibíd.: 171).
Por la noche se revelan las lacras que el día esconde detrás de los
muros lacerados por el deterioro en esa Trilogía sucia de La Habana
(1998) que describe con morbosa delectación Pedro Juan Gutiérrez.
De noche, Los palacios distantes (2002) de Abilio Estévez adquieren la
pátina dorada de la melancolía que la luz diurna no puede revelar. Una
nocturnidad que transcurre desde la medianoche al nostálgico amane-
cer de Habanecer (1992) de Luis Manuel García en el largo y minuta-
do periplo (las páginas tienen en su margen cada uno de los minutos
a los que corresponde la narración) de un deambular urbano de vein-
ticuatro horas. Al modo del Dublín del Ulises de James Joyce, Haba-
necer nos sumerge en una Habana deteriorada pero jocunda, siempre
vital y exultante.
En el progresivo descenso nocturno de la narrativa urbana con-
temporánea, el chileno Pedro Lemebel, en La esquina es mi corazón
(1995), subtitulada Crónica urbana, va todavía más lejos al proponer
una visita a la nocturnidad de parques, baños públicos, bares don-
de se forjan citas equívocas, esquinas del sexo efímero, en una serie de
“crónicas” y descarnadas viñetas sobre un Santiago de Chile casi clan-
destino, apenas disimulado en la diurnidad. Un descenso en el que
reincide con clara vocación provocadora Juan Pablo Sutherland en
Ángeles negros (1994). Con ritmo de videoclip, contradictorio y caó-
tico, el Santiago nocturno se ofrece como una ciudad de sexualidades
alternativas y de centros estallados en el seno de una megaciudad des-
articulada.
Margarita Rojas ha consagrado un estudio a la errancia –general-
mente nocturna– donde se recorren calles y barrios que la noche re-
vela en sus facetas más sombrías. En La ciudad y la noche. La nueva
narrativa latinoamericana (2006) desfilan los antihéroes de una vasta
selección de novelas que en su continuo vagar trazan “las coordenadas
de un espacio dentro del cual se intenta dar sentido a un nuevo pro-
yecto de identidad individual y, al mismo tiempo, se dibuja un mapa
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

que deviene alegoría social” (8), dando razón al dicho “no somos no-
sotros los que habitamos los lugares, sino que ellos nos habitan a
nosotros” (ibíd.).

Espacios de simbiosis y amalgamas

Al final de este rápido recorrido, ¿qué surge de estas obras y de la vi-


sión que nos da la narrativa latinoamericana de sus ciudades laceradas,
con motivos apocalípticos tan explícitos?
Para comprenderlo hay que partir de una evidencia. En tanto que
lugar activo, la ciudad es un “espacio socialmente construido” (Dem-
bicz 2000: 29) que influye, transcurre y evoluciona con la propia vida
del individuo o de la colectividad. Al ser el resultado de la fusión del
orden natural y el humano, como centro significativo de una expe-
riencia individual y colectiva y como elemento constitutivo de grupos
societarios, el significado del lugar citadino es inseparable de la con-
ciencia del que lo percibe y siente. El hombre y el lugar en que vive se
construyen mutuamente y, por lo tanto, las nociones de sitio, espacio,
paisaje, horizonte o las representaciones territoriales (nación, región,
comarca, sitio, pago, barrio, plaza, calle o esquina) aunque cuantitati-
vas y racionalizadas a primera vista, reflejan siempre un juicio de valor.
“Las formas físicas de la ciudad son constituyentes principales de
la imagen que vamos a formarnos de la misma” –recuerda José Carlos
Rovira– cuya reducción clasificatoria resume en las siguientes represen-
taciones: el recorrido (calles, avenidas, líneas de transporte en superfi-
cie), tránsitos que trazan itinerarios; los límites que separan un espacio
de otro, ríos, desniveles, viaductos y vías férreas; los barrios individua-
lizados, cuya interiorización subjetiva permite diferenciarlos por notas
características; los nodos, esos puntos estratégicos que permiten trazar
el plano personal en el cual nos movemos (una plaza, encrucijadas de
calles o avenidas, una terraza de encuentro); y, finalmente, los hitos con
los cuales fijamos los referentes de la ciudad: monumentos, un café, un
comercio emblemático, una estatua… (2005: 21).
Sin llegar al extremo del flâneur de Baudelaire, cuando sugería que
las ciudades cambian con más velocidad que el corazón de un hombre,
 Fernando Aínsa

porque todo paisaje urbano se construye sobre la base de la propia


vida que la puebla, es evidente que la representación urbana se filtra y
se distorsiona a través de mecanismos que transforman toda percep-
ción exterior en experiencia síquica y hacen de todo espacio, un espa-
cio experimental. Si un cierto tipo de espacio urbano invita a los “topo
análisis” del “espacio feliz” que propone Gaston Bachelard, Hernán
Neira (2004) se pregunta si la urbe contemporánea, especialmente la
latinoamericana, en la medida en que ha perdido su dimensión comu-
nitaria de polis, no se ha convertido en un “espacio infeliz” donde se
han eliminado los vínculos morales y la vecindad es pura contigüidad
(103-118).

El catastrofismo como fiesta

Sin embargo, una urbe donde se cumplen Los rituales del caos (1995)
–como titula Carlos Monsiváis sus crónicas sobre México D. F.– pue-
de llegar a seducir y “la verdadera y falsa condición apocalíptica” que
ostenta puede provocar el “encanto de muchos” (17). “La demasiada
gente”, invita al “catastrofismo como fiesta” (21). En resumen, se dice,
a modo de declaración de amor por su ciudad: “No hay peor pesadilla
que la que nos excluye”, exitoso aforismo repetido por otros autores.
Tal vez ahí está la clave de un juicio final vivido como una suerte de
happening, donde la ciudad puede recuperar sus notas más atractivas.
En la misma dirección, Juan Villoro afirma que

los capitalinos somos expertos en el deterioro […] Amamos un terrible es-


cenario, cuyos defectos atribuimos a un tiempo pretérito: en la cultura ur-
bana, los desastres existen ante todo como flashback, son la herida mítica
que hemos podido superar. El resultado puede ser monstruoso, pero resulta
entrañablemente nuestro (2003: 52).

Ese “ser nuestro” está presente en otros autores. Homero Aridjis


se inscribe en la tradición de los escritores seducidos por la hipertro-
fia de los conglomerados urbanos, por lo que convierte a México en
la ciudad emblemática del Apocalipsis, no del descrito por la Biblia,
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

pero sí por el que encarna los males de la sociedad contemporánea. El


protagonista de La leyenda de los soles (1993), Juan de Góngora, con-
duce al lector por las calles de una ciudad de atmósfera irrespirable,
contaminada hasta la asfixia, entre el barullo de un tráfico paralizante
y rodeado de inseguridad y violencia. Su meta –al modo como lo hi-
ciera en el siglo xix el pintor José María Velasco– es pintar el Valle de
México. A diferencia de aquel y el luminoso paisaje que reflejó en sus
cuadros, Góngora se sumerge en un “horizonte cafetoso”, para com-
probar cómo “la nata de la contaminación rodeaba a la ciudad como
si una enorme taza de café se le hubiera echado encima” (Aridjis 1993:
163). El sol se reduce a un resplandor blancuzco con algo de “una cla-
ra de huevo podrida” (ibíd.: 212).
Si el pintor sólo intenta reflejar esa gama cromática de tonos as-
queantes, no puede dejar de respirar un aire donde la putrefacción y
las miasmas lo empapan todo. “La ciudad apestaba” –se dice (ibíd.:
42)– para proyectar imágenes de exagerada y exasperada virulencia,
donde el metro es “una jaula humana”, más bien un “ataúd rodante”
(ibíd.: 32) que conduce a la estación terminal de Mictlán, que no es
otra que el nombre del país de los muertos según la mitología azteca.
Hay algo de provocación, pero también de regusto y complacencia
en esa “estética de lo feo” que se consagra en páginas donde la ciudad
agoniza de los males de una posmodernidad mal asumida, pero, sobre
todo, cumpliendo los designios de una antigua profecía azteca: la del
fin del ciclo del Quinto Sol.
El Quinto Sol morirá con un terremoto en el año 2027, cuyos
temblores previos van pautando los capítulos de la novela. El lector no
puede olvidar el terremoto de 1985 que destruyó parte de la Ciudad
de México y de cuyas secuelas el país todavía no se ha recuperado y
que, sin lugar a dudas, han inspirado a Aridjis esta epopeya de las “rui-
nas contemporáneas” de una ciudad que sufre “una enfermedad del
futuro ya presente en sus monumentos y avenidas” (ibíd.: 127). En-
tretanto se lo vive como un desafío y con indisimulada complicidad.
México D. F. puede vivirse como “patria emocional” incluso por
escritores extranjeros. Rodrigo Fresán reemplaza en Mantra (2001)
su Buenos Aires de origen por esa ciudad “monstruosa y épica al mis-
mo tiempo” y Tununa Mercado, en Estado de memoria (1990), descu-
 Fernando Aínsa

bre al regresar a la Argentina, tras su exilio, que vive con la nostalgia


de México, añorando la ciudad, productos alimenticios y especies.
Se ha transformado en una argenmex que sale a la calle en “estado de
memoria”.
Lo mismo sucede con el encanto que provocan las ruinas en Cuba,
esa “poética de los escombros y estética de la desolación” de la que ha-
bla Françoise Moulin Civil (2006: 121-137), esa airada exclamación
de Pedro Juan Gutiérrez: “se cae a pedazos, pero es hermosa esta ca-
brona ciudad donde he amado y odiado tanto”5. En el centro de estos
escenarios descalabrados, sus héroes desajustados no dejan de identifi-
carse con sus “lugares”, que aman y maldicen al mismo tiempo: “Ne-
cesitaba mi barrio. Sus calles; el paisaje de edificios y casas de otras
épocas. Los bares con su bullicio de copas y borrachos que esperaban
el final del día acodados en sus mesones” (ibíd.).
Algo parecido sucede en La noche es virgen (1997) de Jaime Bayly.
El protagonista, Gabriel Barrios, observa Miraflores como parte de
“una ciudad perdida y sin futuro” (Bayly 1997: 83), donde proliferan
“carros que son vejestorios, huecos descomunales, grotescos edificios,
bancos cerrados, cafés demasiado iluminados […] las putas y las ratas
mirándose” (ibíd.: 173). Sin embargo, se dice que es “su ciudad” y que
“la quiere así”. En todo caso, se dice: “si no te gusta, arráncate a Mia-
mi” (ibíd.).
El propio Mendoza, tras la catastrófica visión de Bogotá de Scorpio
City, reflexiona y se dice:

pienso en una gigantesca ciudad-caos que produce una literatura-rap: giros,


canciones, retorcimientos, ritmos veloces, convulsiones y respiraciones agi-
tadas que se toman la escritura. Esta sería una magnífica experiencia: buscar
una palabra que venga de un cuerpo desestabilizado (Mendoza 1998: 168).

A partir de esta perspectiva y al salir de un largo período de urba-


nofobia más o menos reflexiva, la ciudad –considerada como espacio
de anonimato y soledad, agobio masificado y contaminación– recu-

5. Véase el blog de Pedro Juan Gutiérrez en <https://www.pedrojuangutierrez.com>.


La ciudad entre la nostalgia del pasado 

pera sus virtudes más secretas y propone una aventura en la que su


propio caos se transforma en objeto estético. Lejos de considerar sus
discontinuidades y contradicciones, su tejido urbano roto y quebradi-
zo, su Otredad intratable, “la ciudad, que según sus enemigos derrota
al individuo porque debilita sus convicciones, altera su sistema ner-
vioso, erosiona su vida” (Bolaños 1996: 8), nos ofrece una perspectiva
inédita.
Poetas, escritores, pintores y fotógrafos entienden que la enjundia
poética de la calle está en “la verdad de su desorden, en la parte de ca-
lamidad y desolación que contiene” un “territorio agreste donde leer
las tensiones de la Alteridad, del desarraigo y la pérdida” (ibíd.: 9), su-
gerente derivación del catastrofismo convertido en ideal estético que
refleja la narrativa. Se habla de la ciudad como una obra de arte, mu-
seo viviente y cambiante que plantea interrogantes sobre sus finalida-
des y esencias.
La atracción por el sentido del sinsentido de “les villes énormes” –
de las que ya hablaba Baudelaire– inspiran una prosa poética capaz de
adaptarse a los sobresaltos de la conciencia, cruzamiento de innom-
brables relaciones que invitan a errancias y desplazamientos y propo-
nen multiplicidad de intercambios. La ciudad se entiende así como
experiencia múltiple de “una permanente superposición de la forma
y el sentido” (Payot 1996: 81). Porque hay que aprender a leer una
ciudad en el “texto/textura” que proponen las calles y avenidas de
sus urbanistas, pero también como “espacio de aglomeración” que
se autogenera fuera de todo control para darle al conjunto simbólico
un “sentido común”, un mundo de significaciones suficiente para per-
mitir tanto la reconstrucción de espacios de origen, como la recupera-
ción de un lugar privilegiado del “habitar”.
“La ciudad es un estado de ánimo” –recuerda María Bolaños– para
resaltar la fascinación que el lugar como verdad y como motivo ejer-
ce sobre nuestro tiempo (1996: 19). El lugar, ese “punto de mira ideal
desde el que enfilar todas las búsquedas”, permite el ensalzamiento de
sus notas más apocalípticas (ibíd.: 20). Las megalópolis por detrás
de su cartografía y el espacio físico que configuran, de sus agitadas no-
tas predatorias, invitan a desarrollar tramas de imaginación y memo-
ria que parecían precozmente extenuadas.
 Fernando Aínsa

Escenario por excelencia de la multiculturalidad

Por otra parte, la gran ciudad se ha transformado en el escenario por


excelencia de la sociedad multicultural. Las metrópolis, las llamadas
mega capitales o ciudades globales identificadas a veces con una “jun-
gla de asfalto”, verdadera “selva humana”, ya no son sólo una compleja
condensación de realidad y memoria, de historia fijada selectivamente
en museos, monumentos y nomenclatura de calles, sino también una
actualidad permanente que contiene el mundo en sus límites. En las
capitales de América Latina se da el surgimiento de nuevos mosaicos
culturales. En barrios y hasta en calles que se pueden individualizar sin
dificultad se conservan fragmentos de las culturas de origen, “diaspo-
rizadas” por la emigración masiva, pero reencontradas en las comuni-
dades que se reconstruyen en la periferia del tejido urbano. Bolivianos
y paraguayos en Buenos Aires; peruanos en Santiago de Chile, colom-
bianos en Caracas, salvadoreños en México D. F. En densas zonas de
eclosión espontánea se preservan, muchas veces gracias a la pobreza
crítica que las condena a la marginalidad, elementos en vía de desapa-
rición en otras áreas modernizadas de esas mismas ciudades. Barrios
que se identifican con etnias, verdaderos guetos culturales, proliferan,
marcando diferencias tajantes entre ellos mismos.
Nuevas fronteras (lo que metafóricamente podrían ser “fronteras asi-
métricas”) se han instalado en el interior de la ciudad y se desdibujan en
la multiplicación de circuitos transterritoriales de personas, ideas y cos-
tumbres. Estos cambios generan “ansiedad e insatisfacción”6 y producen
una descolocación (dis-locación) que unos –los dueños tradicionales del
territorio nacional– perciben como una “invasión” y otros –minorías
de todo tipo, excluidos y extranjeros– sienten tanto como un desplaza-
miento hacia la marginalidad a la que son relegados, como una oportu-
nidad para un discurso alternativo y disidente. Un discurso que ha con-
vertido en simbólicamente centrales a figuras socialmente periféricas.

6. Etienne Balibar e Immanuel Wallerstein (1988) hablan de la ansiedad e insatis-


facción que ha generado la nueva “categoría” de inmigración, en tanto sustitutiva
de la noción de raza y factor de desagregación de la “conciencia de clase”.
La ciudad entre la nostalgia del pasado 

En ese espacio ciudadano se gesta el impulso de creación y el nue-


vo equilibrio de la literatura excéntrica, es decir, esa literatura que
surge fuera del centro, oblicua y marginal, desajustada en relación a
lo que son las atribuciones que se le asignan como misión. Instala-
dos en la fragilidad de las zonas intermedias, los creadores buscan un
espacio donde integrar una sensibilidad aguzada en un mundo que
maneja otros valores y que por ello los empuja fuera del sistema. En
ese confundir vida y literatura, “los hijos sin hijos, “la caravana de
fantasmas ambulantes, ciudadanos anónimos, hombres de zapatos
desatados, pobres personas” (Vila Matas 2008: 25), esos seres que
buscan empecinadamente “llegar a ser nadie” (ibíd.) forman par-
te de un universo de marginales y fracasados, impostores, hombres
sin equipaje que, sin embargo, a veces escriben. Porque, finalmente,
para los “enfermos de literatura” (ibíd.: 26) escribir es la única for-
ma de sobrevivir en la ciudad a la que se ama, por muy destartalada
que se la vea.
La ficción latinoamericana ha sido capaz de redimensionar la per-
dida noción de genius loci y de sentar las bases de una nueva “ar-
quitectura espiritual”. Sobre los escombros de la ciudad ideal y sus
detritus, jadeando bajo la atmósfera velada por el esmog, el espacio
urbano sigue siendo, pese a todo, el lugar metafórico y privilegiado de
la fundación por la palabra de los nuevos mundos del imaginario.
El Apocalipsis, sin quererlo, ha propiciado este renovado encuentro,
aunque el futuro siga siendo –como siempre– incierto. La buena lite-
ratura, por muy maldita que parezca, lo ha logrado.

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circuitos del miedo en la
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Rebecca E. Biron

Habitar una ciudad necesariamente implica viajar por ella (García


Canclini 1997). La ciudad se puede definir como una conglomera-
ción de experiencias producidas por y para los viajeros urbanos. Los
viajes propulsan la vida de la ciudad en cuanto las economías urba-
nas del comercio y el turismo dependen de la circulación de bienes,
dinero y personas. Sin embargo, viajar necesariamente implica tam-
bién cierta vulnerabilidad a causa del encuentro con lo desconocido,
lo incierto y lo inesperado. Para resistir esta vulnerabilidad, tanto los
gobiernos como los sectores más ricos dependen de las demarcaciones
territoriales, la fuerza física y varias prácticas de exclusión social y eco-
nómica para controlar los flujos circulatorios y con el fin de garantizar
la “seguridad pública”. Tales estrategias bloquean y limitan la vida via-
jera urbana que constituye la imagen ideal de cómo y por qué habitar
una ciudad.
Los muros, las paredes y los vallados causan la desintegración de
esa ciudad-viaje a través de la que la gente se mueve, tanto de manera
física como en el tiempo de la imaginación y la memoria. Esa exclu-
sión y limitación de la circulación es un síntoma del miedo. El miedo
a amenazas externas y desconocidas presupone una idea fantasiosa de
 Rebecca E. Biron

un espacio interno libre de cualquier amenaza. Al enfocarnos en los


peligros que vienen desde afuera, preservamos el carácter utópico de
una vaga fantasía de la seguridad dentro del espacio que marcamos
como “nuestro”. El miedo a lo que nos acecha más allá de los límites
del espacio seguro nos distrae de la imposibilidad inherente de definir
o realizar la utopía en lo real. Por eso, para pensar en las utopías urba-
nas, tal vez se deba empezar por pensar en los miedos urbanos y varios
tipos de la circulación urbana.
Ante la actual globalización económica y cultural, la geometría del
adentro versus el afuera adquiere una nueva importancia. Según la an-
tropóloga mexicana Rossana Reguillo Cruz, la “época del miedo” que
motiva el discurso político occidental actual refuerza el autoritarismo
y disminuye la agencia popular (2003: 1). Reguillo Cruz arguye que
la guerra estadounidense contra el terrorismo cínicamente manipula “la
madre de todos los miedos”. Esa cruzada moviliza, a grande escala, un
principio antropológico bien conocido: los límites (fronteras, umbra-
les, murallas) constituyen zonas de peligro que requieren un manteni-
miento ritual especial (ibíd.: 3). En el año 2002, el entonces secreta-
rio de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, afirmó que
la única respuesta posible al terrorismo es construir una barrera psi-
cológica y militar para resistir “the unknown, the uncertain and what
we have to understand will be the unexpected”. Sobre tal declaración,
Reguillo Cruz observa que “[s]e trata a todas luces de la proclamación
global del miedo y de la declaración fáctica de un adentro-fortaleza
que debe ser capaz de rechazar la incertidumbre, lo desconocido, lo
ajeno” (ibíd.: 11).
Tanto por su proximidad a los Estados Unidos como por su inne-
gable presencia dentro de ese país vecino (alrededor de treinta y dos
millones de residentes estadounidenses se identifican como mexica-
nos1), México exacerba la ansiedad estadounidense en relación a las
ambigüedades propias del proyecto de diferenciar entre el “adentro” y
el “afuera”. No en vano, durante el auge de la ocupación en Irak, el go-

1. En el año 2010, el censo estadounidense mostró que el 63% de la población his-


pana se identificaba como mexicana (Ennis, Ríos-Vargas y Albert 2012).
Pasajes de la (in)seguridad 

bierno de los Estados Unidos se embarcó en una nueva campaña para


construir una muralla física que cubriera toda la frontera con México,
por primera vez en la historia compartida por ambos países. Dado el
consenso habido entre economistas, sociólogos, expertos en los estu-
dios fronterizos, y las comunidades fronterizas de que ese proyecto
dañaría las economías locales mientras que, por otro lado, no con-
trolaría la migración de trabajadores indocumentados, su implemen-
tación claramente sirve a un propósito mucho más simbólico que físi-
co. Una muralla entre México y los Estados Unidos no “nos” separará
de “ellos”, aunque la reiterada referencia a tales barreras en el discurso
político sí expresa cierto deseo colectivo de poder identificar material-
mente la diferencia ilusoria entre el interior y el exterior. Esa claridad
simbólica, aparentemente, le ayuda al público a sentirse protegido de
la amenaza imaginaria de un otro desconocido.
El poder de resistir las amenazas que vienen del exterior adquiere
importancia simbólica precisamente, e irónicamente, porque la actual
economía globalizada depende tan radicalmente de los viajes trans-
fronterizos. Un pasaje sin riesgos de bienes, capital y personas a ni-
vel internacional asegura la función de una economía saludable. Tam-
bién protege la salud de las grandes ciudades, ya que éstas conforman
crisoles del comercio y el intercambio cultural. Aunque se vinculen es-
trechamente con sus propias economías nacionales, las llamadas ciu-
dades-globales son nódulos esenciales en una red transnacional de la
producción industrial y la circulación de capital e información. Como
lo ha planteado Saskia Sassen, la mayoría del “trabajo de la globaliza-
ción” tiene lugar en las ciudades (1996: 630). En la escala mundial, la
globalización desigual conduce al desarrollo rápido y la concentración
de la riqueza en algunas regiones a expensas de otras en declive. En la
escala urbana, sin embargo, sus efectos principalmente agravan la po-
larización social entre los ciudadanos más acomodados y los margi-
nados (Pacione 2001: 10). Dado que los residentes urbanos viven en
gran proximidad física unos con otros, esa disparidad se vuelve más
palpable y permea tanto la experiencia vivida como el imaginario ur-
bano. Irónicamente, los mismos procesos que se benefician de los cen-
tros urbanos para fortalecer las conexiones sociales globales desmante-
lan la desconexión social en las ciudades.
 Rebecca E. Biron

De este modo, aunque las redes internacionales que se establecen


por medio de las grandes ciudades son claves para el proceso de la glo-
balización, el pasaje sin riesgo por esas mismas ciudades se encuentra
cada vez más amenazado. La Ciudad de México, el centro urbano más
grande en Norteamérica y uno de los más densos y socialmente com-
plejos del mundo, se ofrece como un sitio particularmente rico para
examinar diversas definiciones tanto de la seguridad como del miedo
urbanos. Los que visitan esta ciudad tienen que lidiar con el reto de
protegerse aunque se sientan vulnerables. La diseminación mundial
de imágenes del peligro urbano en Latinoamérica en general aumenta
la turbación que experimentan los turistas cuando evalúan la posibili-
dad de realizar un viaje y explorar nuevos ambientes. Paradójicamen-
te, aun cuando superan las distancias físicas que nos dividen, los viajes
también refuerzan nuestra conciencia de las diferencias culturales. Al
cruzar las fronteras, ya sean éstas marcadas por muros concretos, divi-
siones geopolíticas, o normas culturales, se enfatiza siempre la amena-
za de la diferencia mientras que, al mismo tiempo, se apela al ideal de
una comunidad universal (Urry 1990).
Este principio parece obvio en el contexto del turismo internacio-
nal o transcultural, pero puede aplicarse igualmente a la experiencia
que padecen los mismos defeños. Como lo ha explicado Néstor Gar-
cía Canclini, una vez que una zona urbana llega al tamaño de una me-
gaciudad como Ciudad de México, aun los que crecen allí pierden
la capacidad de construir un mapa mental de la ciudad entera. Más
bien, la conocen en relación con sus propios itinerarios urbanos dia-
rios (1997: 93). Es decir, tanto para los visitantes como para sus resi-
dentes, se experimenta la Ciudad de México sólo en movimiento, de
pasaje, al desplazarse por ella.
A pesar del hecho de que el movimiento, el tránsito y la circula-
ción definen la experiencia urbana, el comienzo del siglo xxi ha visto
un aumento rápido de enclaves residenciales o comerciales y de comu-
nidades privadas (García Canclini 1997; Caldeira 2000; Sarlo 2001).
El abandono de la esfera pública por aquellos que tienen los bienes
necesarios para aislarse físicamente de ella, representa en gran medi-
da una obsesión con la seguridad a costa del libre flujo y tránsito por
la ciudad. Así, la construcción y demarcación de los espacios “prote-
Pasajes de la (in)seguridad 

gidos” en la ciudad contradice directamente la definición teórica de la


ciudad-viaje. ¿Se puede decir que estas estructuras diseñadas para ga-
rantizar la seguridad urbana de hecho destruyen el proyecto utópico
urbano, en vez de protegerlo?
¿Cómo se puede imaginar el pasaje seguro por la Ciudad de Mé-
xico, especialmente en el contexto de la narco-guerra mexicana del si-
glo xxi, que tanto refleja y disemina los miedos locales y globales que
bien ha descrito Reguillo Cruz? Desde los comienzos de la política
militarizada contra el narcotráfico que el presidente Calderón inició
a finales de 2006, el Distrito Federal ha gozado de una tasa menor de
actos violentos asociados con el narcotráfico en comparación con su
aumento alarmante en otras partes del país, especialmente en las zonas
norteñas y en Michoacán2. Es más, se ha invertido la vieja reputación
del centro urbano como el lugar más peligroso de México. Como su-
giere Shoichet, desde el año 2010 más de 6.500 empresas se han tras-
ladado al D. F. desde otras zonas más peligrosas del país. Sin embar-
go, varios informes enfatizan la creciente vulnerabilidad de la ciudad
capitalina en cuanto a la difusión general de la inseguridad pública en
el país entero3. Joel Ortega, el ex jefe de la policía municipal, declaró
en una reunión sobre la seguridad pública que el D. F., como sede del
aeropuerto principal del país y centro financiero, facilita la circulación
de capital, lo que hace posible el narcotráfico a gran escala. Por esta ra-
zón, no hay duda de que, como refiere Shoichet, el crimen organizado
opera en la ciudad. A pesar de la evidente presencia del narcotráfico
en la Ciudad de México, junto con algunos actos espectaculares de la

2. “En los últimos tres años, el índice de homicidios en el Distrito Federal ha os-
cilado entre 8 y 10 homicidios por cada 100.000 habitantes, según cifras de la
policía. Esto es la mitad del promedio nacional y mucho menor que ciudades de
Estados Unidos como Nueva Orleans, Baltimore o Detroit” (“Violencia narco
podría quebrar calma en Ciudad de México”, 2011).
3. “El hallazgo de dos cuerpos decapitados, acompañados de un mensaje del narco-
tráfico frente a instalaciones militares en el Distrito Federal, a principios de oc-
tubre, y otros dos cuerpos sin cabeza en la delegación Miguel Hidalgo ha hecho
dudar a algunos especialistas sobre si la capital del país es inmune a la violencia
extrema del narcotráfico” (Casillas 2011).
 Rebecca E. Biron

violencia en el centro urbano, el nivel de violencia que lo acompaña


en otras partes del país no ha llegado al D. F.:

Los grandes capos tienen propiedades, dinero y familia en la capital, pero


son extremadamente cuidadosos de no desplegar gran violencia en sus calles,
lo que, según analistas de seguridad, se debe a que tienen un acuerdo tácito de
no despertar señales de alarma en el corazón político de México (“Violencia
narco podría quebrar calma en Ciudad de México” 2011).

Como lo muestra esta cita, la actual guerra contra el narcotráfico


no es una simple confrontación entre el bien y el mal, el aquí y el allá.
Si los grandes capos no quieren “despertar señales de alarma en el cora-
zón político de México”, es porque no se consideran tan separados de
la esfera política. Si esa guerra se da físicamente lejos del centro del po-
der financiero y político mexicanos, se entiende que los líderes de todos
los participantes en tal guerra se han puesto de acuerdo sobre lo que se
puede y no se puede tocar en el conflicto. Por ende, la idea de que un
gobierno, cualquier gobierno, pudiera garantizar la seguridad pública
es en sí una idea utópica, en ambos sentidos de un ideal (eutopía, el lu-
gar perfecto) y una imposibilidad (utopía, el no-lugar).
Cuando el presidente Calderón emplea el Ejército federal en esta
lucha, cuando se reemplazan a los policías locales por autoridades mi-
litares, cuando tanto los cárteles como los oficiales gubernamentales
utilizan vehículos sin placas, y cuando se incrementan las violacio-
nes de los derechos humanos en el país, los ciudadanos pierden la
capacidad de creer en la “historia oficial” que insiste en que todos los
autores y víctimas de esta guerra son narcos o pandilleros. Los habi-
tantes urbanos se ven obligados a defenderse de la violencia tanto cri-
minal como estatal, y tanto local como transnacional, sin siquiera
poder identificar a sus autores. Los medios de comunicación acentúan
el miedo generalizado en esta situación con el fin de producir ciuda-
des alienadas y alienantes en las que nadie se siente seguro, ni física ni
ideológicamente:

Those of us who study the labyrinths of urban culture do not limit our-
selves to seeing only the injustice of the incessant reproduction of crime in
Pasajes de la (in)seguridad 
violence. We see something else, something that leads us to consider not
murder in the city but the murder of the city. The city dies when its memory
is destroyed, when people are robbed of the reference points of their identi-
ty (Martín-Barbero 2002: 26; cursiva en el original).

La presente “narrativa epocal” del miedo es, según Reguillo Cruz,


algo vivido individualmente, construido socialmente y compartido
culturalmente (1996: 69). Comprender así esta constelación nos per-
mite desarticular las fuentes de este miedo con el fin de criticarlas y
examinarlas en vez de simplemente aceptar su realidad. En el conflicto
por definir de varias maneras el concepto de seguridad, las perspecti-
vas desde el extranjero se superponen a la experiencia nacional, local
e individual.
El tema de los circuitos del miedo en la Ciudad de México, espe-
cialmente en el contexto de la narco-guerra actual, involucra muchas
perspectivas y escalas. Con el propósito de entender el miedo y la re-
lativa seguridad urbana presente en relación con la nueva etapa vio-
lenta nacional, propongo una reflexión relacionada con tres fuentes de
información respecto a la seguridad urbana. Primero, para examinar
la perspectiva desde afuera y desde arriba, compararé los consejos ofi-
ciales para viajeros, publicados tanto por el gobierno estadounidense
como por el mexicano, respectivamente. Después, consideraré la vis-
ta desde la calle, a través de las cifras producidas por los investigadores
locales, tanto gubernamentales como académicos, de la (in)seguridad
en el Distrito Federal. Finalmente, exploraré la infraestructura física
por debajo de todas estas estadísticas y actos terrenales; examinaré dos
estructuras tan materiales como la cloaca y el metro para entender más
a fondo cómo el pasaje por la ciudad simultáneamente contiene la
seguridad y hace circular el miedo.

Desde afuera y desde arriba

El Overseas Security Advisory Council (en adelante OSAC) facilita el


intercambio de información sobre la seguridad entre el Departamen-
to de Estado estadounidense y el sector privado que opera interna-
 Rebecca E. Biron

cionalmente. Este organismo publica un informe anual, el Crime and


Safety Report, sobre los sitios de especial interés. El mismo nombre de
este documento indica la tendencia de los gobiernos a reducir cual-
quier amenaza a la seguridad y al crimen per se. La seguridad, amplia-
mente entendida, podría comprender la salud, el tránsito libre, el ac-
ceso a la comida y al agua, la vivienda, la infraestructura, la protección
de los derechos humanos, etc. Pero dos iteraciones de este documen-
to, el de marzo 2006 (antes de la guerra contra los narcos iniciada por
Calderón), y el de febrero de 2011, se organizan en cinco secciones:
“Overall Crime and Safety Situation”; “Political Violence”; “Post-Spe-
cific Concerns”; “Police Response”; y “Medical Emergencies”. Es ins-
tructivo comparar el texto de 2006 con el de 2011 para ver cómo el
gobierno concibe el riesgo especial que representa la narco-guerra ac-
tual para los viajeros urbanos internacionales.
Refiriendo al hecho de que el Departamento de Estado mantiene
una alerta crítica respecto al crimen en la Ciudad de México, ambos
informes mencionan que, aunque el índice de criminalidad ha sido es-
table desde 2004, “armed robberies, taxicab express kidnappings, car
thefts, car-jackings and various forms of kidnapping” continúan. La
versión de 2011 repite la misma cifra que la de 2006, y que hay tres o
cuatro veces más homicidios, violaciones y robos en la Ciudad de Mé-
xico que en Nueva York, Los Ángeles y Washington D. C. De 2006 a
2011 la comparación no cambia, lo cual indicaría que la guerra entre
los narcos no ha tenido ningún efecto apreciable en el índice de cri-
minalidad de la ciudad. Ambos documentos también especifican que
los ciudadanos estadounidenses no son típicamente el blanco de los
crímenes en México. Se repite de manera explícita en cada documen-
to que, de hecho, es más probable que los empleados mexicanos de las
embajadas en el D. F. sean más vulnerables a estos crímenes que sus
colegas estadounidenses. Esto obedece a la gran diferencia económica
entre los barrios donde viven los extranjeros y el resto de la ciudad en
general, donde ocurre la mayor parte de la criminalidad.
Estos documentos ofrecen los mismos consejos para viajeros que
uno esperaría en el contexto de cualquier ciudad grande del mundo.
Les aconsejan guardar bien sus tarjetas de crédito y celulares, no lucir
ropa o joyas ostentosas, no portar dinero en efectivo, no ir a barrios
Pasajes de la (in)seguridad 

pobres de noche y no parar taxis en la calle. Tanto la sección sobre la


violencia política de 2006 como la de 2011 informan sobre los distur-
bios en Chiapas, enfatizando el hecho de que la mayoría de las mani-
festaciones políticas que toman lugar en el Distrito Federal son pacíficas.
Los avisos especiales de julio a diciembre de 2006 actualizaron la infor-
mación con noticias de la huelga de maestros en Oaxaca y sus efectos
en la Ciudad de México. También se incluye información sobre las
masivas manifestaciones de protesta contra las elecciones presidencia-
les mexicanas y los eventos que bloqueaban el paso del tránsito en el
centro histórico de la ciudad por semanas4. La única diferencia nota-
ble entre el aviso del año 2006 y el del año 2011 es la inserción de una
subsección en “Post-Specific Concerns”, titulada “Narco-trafficking”,
en la que se describe la violencia en la zona fronteriza con Estados
Unidos, sin referencia alguna a la Ciudad de México5. Otro documen-
to publicado por el OSAC el 22 de abril de 2011, “Travel Warning:
México”, advierte que es peligroso viajar a las zonas que se encuen-
tran más involucradas con el narcotráfico. Se reconoce que mientras
35 ciudadanos estadounidenses fueron asesinados en México durante
el año 2007, hubo 111 muertos en 2010. Sin embargo, se ratifica que
los estadounidenses no son el blanco en esta guerra y se les sugiere so-
lamente que eviten viajar a Tamaulipas y Michoacán, y ciertas partes
de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Sinaloa, Durango, Zacatecas, San

4. Véase “U.S. Department of State Public Announcements”, especialmente el


anuncio del 15 de septiembre de 2006.
5. “Mexico is well-known for its illegal drug trade and the violence and corrup-
tion the industry fosters. Mexico is the primary conduit for the transport of ille-
gal drugs into the United States. Drug-related violence in Mexico City is, for the
most part, confined to those involved in the drug trade. Along Mexico’s northern
border cities with the U.S., the violence is far greater and has injured and killed
innocent bystanders. Mexican security forces and police have not been effective
in maintaining security in these cities along the U.S. Mexican border. Many have
been corrupted and are working for the drug cartels as enforcers, bodyguards,
and mules. Increasingly, U.S. support for the government’s assault on cartels is
becoming well known. This could result in traffickers perceiving U.S. Govern-
ment representation in the country as ‘the enemy’” (Crime and Safety Report, 24 de
febrero de 2011).
 Rebecca E. Biron

Luis Potosí y Jalisco (ibíd.). No hay mención alguna a la Ciudad de


México, ni se conecta la ciudad con estos avisos especiales.
Al incluir las estadísticas comparadas entre el D. F. y ciertas ciu-
dades estadounidenses, estos informes oficiales no toman en cuenta el
hecho de que los ciudadanos estadounidenses son mucho menos vul-
nerables que los mexicanos al crimen en la Ciudad de México. Y ocu-
rre lo mismo en relación al riesgo de sufrir la violencia asociada con
el narcotráfico. Los viajeros y los hombres de negocios extranjeros no
son típicamente el blanco ni de los delincuentes callejeros, ni de los
narcos, ni de los policías y militares en la campaña contra el narco-
tráfico. Con su enfoque en los delitos menores, los secuestros express,
la violencia política y la corrupción, estos informes explotan el mie-
do que el ciudadano estadounidense medio puede tener de viajar a
la Ciudad de México. Finalmente, un riesgo que sí afecta igualmen-
te a todos en la ciudad merece una sola frase en este documento del
OSAC, tan lleno de avisos para garantizar la seguridad: “Earthquakes
are a standing concern in and around Mexico City, with the last lar-
ge quake occurring in 1985”. No se ofrece ningún consejo para prote-
gerse en caso de que haya un sismo. Aparentemente, cuando el dine-
ro, la nacionalidad o las fuerzas de seguridad oficiales no nos pueden
proteger de las catástrofes naturales, no hay necesidad de profundizar
en el tema.

Desde la calle

Tampoco se mencionan los terremotos en la mayoría de los estudios


sobre las percepciones que los habitantes urbanos tienen respecto a la
seguridad general. Por ejemplo, el Instituto Ciudadano de Estudios so-
bre la Inseguridad, establecido en 2002, realiza encuestas sobre la inse-
guridad de los mexicanos, pero sólo les pregunta por actos criminales.
La misión del Instituto, en vez de estudiar la inseguridad en general,
más bien se define en cómo publicar estudios sobre el crimen. Uno de
los datos más importantes se refiere a que, aunque la tasa de crimina-
lidad en la Ciudad de México ha disminuido de 1997 a 2005, los resi-
dentes informan que perciben una inseguridad creciente, identificando
Pasajes de la (in)seguridad 

esta última con el crimen, y no con otros tipos de amenazas y riesgos


(Wondratschke 2006: 3). Según una encuesta realizada en 2005, un
85.64% de los participantes, quienes vivían en la Ciudad de México,
declararon que se sentían inseguros en la ciudad. Ese porcentaje repre-
senta un aumento en comparación con el 83% de la misma encuesta,
en el año 2002. Los encuestados dijeron que, principalmente, se sien-
ten inseguros en los espacios públicos más abarrotados: en el transporte
público, en la calle y en los mercados (Wondratschke 2006: 5). El viaje
y el desplazamiento caracterizan todos estos sitios; representan la proxi-
midad de los desconocidos a gran escala. Los residentes urbanos temen
esos espacios cada vez más, a pesar de que los informes oficiales y/o gu-
bernamentales señalan que el riesgo se ha reducido.
Asimismo, los datos indican que hay más relación entre las variables
socio-demográficas y la percepción de inseguridad que entre la percep-
ción en sí y el verdadero aumento de la criminalidad (Bergman 2001:
224). Según datos del Instituto, el número de homicidios cometidos
en el D. F., por ejemplo, se ha reducido de 11 por cada 100.000 ha-
bitantes en 1997 a 9 por cada 100.000 en 2010, aún en plena campa-
ña antinarco. En otras palabras, mientras más privilegiada sea la posi-
ción económica y social del participante en estas encuestas, más miedo
y percepción de inseguridad reportará. Sin embargo, los análisis de
la victimización en la Ciudad de México, igual que en las otras me-
gaciudades latinoamericanas, muestran que los más vulnerables al cri-
men violento urbano son con más frecuencia jóvenes de sexo masculi-
no, desempleados, de familias sin padre y con poca educación formal,
mientras que las víctimas del crimen contra la propiedad privada son
típicamente hombres con un nivel social más elevado, con más años de
educación y que utilizan el transporte público (ibíd.).
En la actualidad, a causa tanto de la guerra contra el narco como de
las relaciones tradicionales entre la policía y los sectores políticos, los
criminólogos explican que la incidencia del crimen la mayor parte de
las veces ni se reporta (“La impunidad en México alcanza al 98.5%
de los delitos”, 2010). De esta forma, el creciente miedo por parte de
los ciudadanos en la Ciudad de México puede ser una reacción racional
y realista frente un Ministerio Público débil que crónicamente subesti-
ma y/o ignora el crimen, o simplemente no toma ninguna acción para
 Rebecca E. Biron

responder a reclamos de las víctimas y la ciudadanía en general (Zepe-


da Lecuona 2004). En este contexto, el aumento de las percepciones
respecto a la inseguridad puede tener que ver más con la ineficacia po-
licial y del Ministerio Público que con el miedo al crimen. Los sondeos
revelan otro factor importante para considerar: los medios de comuni-
cación (especialmente los noticieros), que exaltan de forma despropor-
cionada la violencia y el crimen (Wondratschke 2006: 7).
En todo caso, la gran mayoría de los mexicanos (8 de cada 10) ase-
gura que la inseguridad les ha afectado de alguna forma (Wondratschke
2006: 8). Entre la clase media y la clase alta –las menos afectadas por
la victimización física– los efectos sociales de estos miedos se mani-
fiestan en la disminución de sus encuentros y circulación por la ciu-
dad. Adquieren alarmas, contratan guardaespaldas y viven en enclaves
privados y protegidos. A través de la proliferación de tales estrategias,
aquellos que pueden pagarlo, terminan por dividir la ciudad en zonas
seguras e inseguras (Wondratschke 2006: 9). Como lo plantea Regui-
llo Cruz, el miedo es un fenómeno colectivo; por eso, sus efectos son
reales, a pesar de la falta de correlación con el riesgo verdadero. Mien-
tras más se aumenta la desconfianza y la alienación, los habitantes de
la Ciudad de México más fácilmente aceptan el autoritarismo, la re-
presión política y hasta el tomar las riendas de la justicia en sus pro-
pias manos6. Todos los grupos socioeconómicos informan que evitan
de forma deliberada ciertas zonas de la ciudad, y los más ricos tienen
además los recursos necesarios para no tener que usar el transporte pú-
blico o transitar los espacios más abarrotados (Remírez Cuevas 2003).
Tales limitaciones autoimpuestas en cuanto al pasaje y circulación li-
bre por la ciudad tienen como resultado el deterioro general de la ex-
periencia urbana.

6. Un ejemplo es el linchamiento de tres policías federales en la Colonia Tlahuac


en 2004. La comunidad creía que eran secuestradores. Los golpearon y los que-
maron vivos en la plaza central: “[e]n entrevistas posteriores, los habitantes de la
comunidad dejaron claro que ellos decidieron en ese momento hacer justicia con
sus propias manos, ya que para ellos la administración de justicia estatal no es más
que una palabra vacía” (Wondratschke 2006: 9).
Pasajes de la (in)seguridad 

Por debajo

La Ciudad de México encarna dos mundos distintos que comparten


el mismo espacio y tiempo: por un lado, una cultura premoderna, in-
dígena, informal y pobre, con asentamientos ilegales; por otro lado,
una megalópolis híper y posmoderna, multicultural, teleconectada y
globalizada. El gobierno estadounidense advierte que los viajeros ex-
tranjeros deben evitar los sectores urbanos donde se nota la pobreza
y los mismos residentes de la ciudad temen el choque entre los dos
mundos que la definen. Aunque no se ha visto el mismo nivel de vio-
lencia relacionada al narcotráfico en el D. F. como en otras partes de
México, se podría decir que la industria narco en sí representa am-
bos mundos urbanos por igual. Esa industria es ilegal, violenta y en
muchos sentidos salvaje, como se ve en los homicidios espectaculares
que montan en nombre de los distintos cárteles. Recluta entre los po-
bres, pero también, como lo notó Joel Ortega, esa industria se apropia
de todas las ofertas tecnológicas y comunicacionales que regulan los
avances en el tránsito y el sistema financiero global. Si la presencia del
crimen organizado se percibe, aunque clandestinamente, como una
de las amenazas latentes a la seguridad en la Ciudad de México, tal vez
se pueda entender su combinación de peligro y productividad, de ile-
galidad y rentabilidad, a través del análisis de otros sistemas que fun-
cionan igualmente de forma invisible en la ciudad. Asimismo, en dos
de los aspectos más cruciales de la infraestructura de la Ciudad de Mé-
xico, la cloaca y el metro, estos dos mundos se atraviesan e implican,
afectando directamente la seguridad de aquellas personas que viajan,
se desplazan y transitan por la ciudad7.
La Ciudad de México ha crecido de forma exponencial en un perío-
do extremadamente breve en relación con otras ciudades del mundo.
En 1940, 1,6 millones de personas la habitaban. En el año 2000, unas
20 millones ocupaban 4.980 km2 (con una densidad de 5.799 perso-

7. Partes del análisis que se desarrolla a continuación respecto a la cloaca y el metro


en la Ciudad de México fueron publicadas originalmente en la Red. Véase Rebecca
Biron (2005): “Mexico City: the Sewer and the Metro”.
 Rebecca E. Biron

nas por km2), mientras que en el año 2010 la densidad demográfica era
de 5.920 (INEGI 2000; 2010). Los cálculos informales sobre la pobla-
ción del área metropolitana llegan hasta una cifra aproximada de entre
25 y 26 millones de personas. La ciudad moderna ocupa el mismo es-
pacio donde hace más de 500 años los aztecas desarrollaron un sistema
sofisticado para manejar el flujo del agua en Tenochtitlan, ciudad esta-
blecida en medio de un lago. Parte de este sistema, la cloaca de Méxi-
co, ha estado en desarrollo continuo, en una gran variedad de formas,
por siglos. La cloaca contiene todo lo que no se quiere ver o saber de
la ciudad. Pasa por ella lo que quisiéramos olvidar en cuanto a nues-
tra materialidad. Creemos que la cloaca nos protege porque elimina de
nuestra presencia los contaminantes que más tememos. Hablar de la
cloaca evoca asco, mugre, fetidez, descomposición, basura. Estos con-
ceptos se conectan con un pasado denigrado y con el miedo a un pre-
sente degradado, demasiado material. Tales asociaciones y rechazos for-
talecen, a través del contraste, la idea utópica de un presente limpio y
prometedor, y una seguridad inviolable.
A diferencia de la cloaca, el metro evoca comercio, energía, acce-
so, y progreso. Aunque no se inauguró hasta 1969, el sistema de metro
de la Ciudad de México ha crecido rápidamente desde entonces. Re-
presenta una modernidad centralizada, las maravillas de la planifica-
ción urbana, y un verdadero logro de la ingeniería y el esfuerzo colecti-
vo. Por encarnar el desplazamiento eficiente, sus estructuras metálicas
y avanzadas se conectan directamente con un futuro idealizado de la
productividad, el tránsito libre y la velocidad. Mientras la cloaca con-
tiene el pasado y los aspectos repulsivos de nuestra humanidad, el me-
tro proyecta una imagen higiénica y aerodinámica de nuestras aspira-
ciones futuras. Sin embargo, los dos sistemas tienen mucho en común.
Se trata en ambos casos de dos sistemas de circulación que proveen
servicios públicos sin los cuales la ciudad dejaría de funcionar eficaz-
mente. En términos físicos, conectan el afuera con el adentro. Y a su
vez, se inscriben en el espacio urbano a través de recorridos, desvíos,
puntos de entrada y de salida que tal vez nos puedan llevar a una nueva
conceptualización de la ciudad como un sitio en que varios tipos de se-
guridad compiten entre sí, tanto para protegernos como amenazarnos
de forma simultánea.
Pasajes de la (in)seguridad 

García Canclini (1998) identifica cuatro ciudades que compo-


nen la Ciudad de México: la ciudad histórico-territorial, la ciudad
industrial, la ciudad comunicativa y la ciudad híbrida multicultural
(24-26). Estas “cuatro ciudades” se corresponden con la ciudad esta-
blecida a nivel de la tierra, donde se mueve la gente y donde creemos
ver la ciudad tal como es. No obstante, la cloaca y el metro, ambos sis-
temas circulatorios, son aspectos esenciales de cada una de estas cua-
tro ciudades en el imaginario urbano actual. Primero, y literalmente,
desentierran e inundan la ciudad histórica-territorial. Por ejemplo, la
excavación que se efectuó para construir la estación de metro de Pino
Suárez en 1970 descubrió una pirámide circular dedicada al dios del
viento azteca, Ehécatl. Y ahora, en el siglo xxi, el drenaje obstruido
con frecuencia causa inundaciones en las zonas más pobres al este de
la ciudad. Los episodios más famosos ocurren en Chalco, donde des-
de el año 2000 un gran número de fuertes lluvias ha causado que los
canales que conducen las aguas negras (excrementos combinados con
el drenaje de lluvias y varios contaminantes) se desborden, dejando
inundaciones de hasta dos metros en estas comunidades pobres. Sec-
ciones de la carretera entre Puebla y el D. F. también se llenan de se-
dimentos de aguas residuales. La cloaca y el metro nutren la ciudad
industrial, también, distribuyendo mano de obra (metro), y hacien-
do posible que las empresas se deshagan de sus residuos industriales
a través de mínimos cargos. En cuanto a la ciudad comunicativa, la
cloaca y el metro vinculan físicamente los distintos barrios y colonias;
así, garantizan el estatus de la Ciudad de México en tanto ciudad glo-
bal conectada. Finalmente, la ciudad híbrida depende del metro y la
cloaca para unir tanto a las personas como al excremento de diversos
orígenes.
Los problemas principales de la cloaca y el sistema de drenaje en la
Ciudad de México son el resultado de varios factores. La geografía de
la zona afecta el drenaje, porque la enorme ciudad se encuentra en un
valle y es muy difícil canalizar las aguas negras hacia arriba y traspasar
las montañas que abrazan la ciudad. También, al extraerse el agua de
los acuíferos por debajo de la ciudad, ese proceso produce su gradual
hundimiento, lo cual agrava el problema de drenaje. A diferencia de
otras ciudades ricas, la Ciudad de México no cuenta con dos sistemas
 Rebecca E. Biron

distintos para drenar lluvias y aguas negras; esto contribuye a la obsta-


culización y desborde del sistema de alcantarillado. Además, hay con
frecuencia brotes de cólera en las afueras de la ciudad, resultado del
flujo de aguas negras no tratadas que se originan en el corazón mismo
de la ciudad. Por otra parte, muchas entidades industriales y médicas
no reglamentadas abusan del sistema para echar a la cloaca sus dese-
chos peligrosos. Con todos estos desafíos, la cloaca revela cómo un sis-
tema diseñado para proteger la seguridad, salud e higiene de los indi-
viduos urbanos, ofreciéndoles una modelo invisible para deshacerse de
los residuos y evitar así el contacto directo con los contaminantes, ame-
naza de hecho la seguridad pública a una escala mucho más grande. Las
obras públicas que benefician a la mayoría de los sujetos urbanos a me-
nudo perjudican la salud de la gente que vive en las provincias. De este
modo, al garantizarse la seguridad del “adentro” se promueve el peligro
del “afuera”, ya sea el “adentro” un baño privado en el D. F. y el “afuera”
una zona agrícola en Hidalgo, o sea el primero una experiencia indivi-
dual y el segundo la experiencia colectiva.
Por su parte, el metro de la Ciudad de México ofrece otra serie de
contradicciones en cuanto a la idea del pasaje seguro. Los planes para
un metro se iniciaron en la década de los cincuenta, cuando la ciudad
capitalina tenía alrededor de cuatro millones de habitantes (Monroy
2007). Ahora, con una red de extensión de más de doscientos kiló-
metros (sin incluir el “metro ligero”, el tren más pequeño que viaja
a nivel del suelo en el sur de la ciudad, de Tasqueña a Embarcadero),
hay once líneas, basadas en el sistema de rodadura neumática (como
los que se usan en París, Montreal y Santiago de Chile). Fue el primer
metro en el mundo en que se usaron símbolos y colores para identifi-
car las distintas estaciones, una innovación que se introdujo con vis-
tas a la celebración de los Juegos Olímpicos en la Ciudad de México
en 1968, aunque el metro no empezara a funcionar hasta recién el año
siguiente. El metro de México es todavía uno de los más baratos del
mundo y cuenta con una de las estaciones de transferencia más gran-
des del planeta: Pantitlán, terminal de las líneas 1, 5, 9 y A. El Plan
Maestro del Metro y Trenes Ligeros proyecta la construcción de un to-
tal de diecisiete líneas nuevas de metro, junto a diez líneas nuevas de
“tren ligero” para el año 2020 (Monroy 2007).
Pasajes de la (in)seguridad 

Los usuarios del metro se desplazan por la ciudad según la lógi-


ca geográfica y espacial del sistema: donde las líneas se intersectan,
en correlación con su frecuencia y en relación a los barrios en que
se encuentran ubicadas las estaciones. Algunos mapas del sistema lo
muestran por sobre la superficie de la tierra, aunque el metro está
construido como una combinación de diversas formas, comprendien-
do la subterránea, la terrestre, y el viaducto elevado. Otra versión más
estilizada del mapa del metro, como la que se exhibe en las paredes de
las estaciones, evita cualquier referencia a la verdadera topografía de la
ciudad. Este mapa representa las líneas mucho más rectas, y las corres-
pondencias entre éstas aparecen más compactas en relación con la reali-
dad física. Esta imagen distorsionada del sistema irónicamente facilita
la navegación para los usuarios. Resulta más fácil leer el mapa del me-
tro si el usuario no es consciente de las discrepancias que hay entre la
imagen limpia y organizada del sistema de transporte por un lado, y
la ciudad irregular y difícil de navegar, por el otro. Tal distorsión de la
experiencia se magnifica junto con el número de viajes que se empren-
den diariamente. Entre cuatro y cinco millones de personas toman el
metro en la Ciudad de México todos los días. Estos números exceden
la población total de la ciudad cuando éste se construyó hace ya cua-
renta años.
En cierto sentido, esas imágenes bidimensionales sí captan la rea-
lidad del metro. Nos ofrecen una idea de control del espacio a través
de un diseño iconográfico seductor, que nos invita a entrar en el siste-
ma con confianza, sin tener que pensar en los aspectos que no podemos
controlar, propio de los viajes al aire libre. La propaganda turística so-
bre la Ciudad de México destaca generalmente la eficiencia del metro,
su resistencia admirable durante los terremotos y la sagacidad de los
gobernadores urbanos desde los años sesenta en cuanto a la construc-
ción de una red de transporte tan fluida y extensa.
En contraste con la promoción del metro como símbolo de los lo-
gros urbanos, es muy difícil encontrar representaciones similares del
sistema de alcantarillado. Tal vez el problema de las aguas residuales
sea demasiado real, personal y físico. Los políticos no ganan mucho
por parte de la opinión pública al ser fotografiados frente a centros de
tratamiento de aguas residuales o junto a los canales abiertos llenos
 Rebecca E. Biron

de las aguas negras. En vez de llamar la atención sobre la historia desa-


gradable relacionada con los problemas del agua y el drenaje, las imá-
genes de las nuevas líneas del metro resplandecen, prometiendo un
futuro más limpio y avanzado, tanto social como tecnológicamente.
La cloaca representa el vientre vergonzoso de la híper urbanización,
mientras que el metro es su celebrado motor moderno. Sin embar-
go, tanto el metro como la cloaca tienen como función hacer desapa-
recer lo que no se quiere ver. Si bien el metro atrae a la gente hacia la
ciudad, también la expulsa. Desde la perspectiva de las clases media y
alta, las que menos toman el metro porque tienen autos, este medio de
transporte público no hace circular exclusivamente bienes. Del mismo
modo que el agua entra y sale de la ciudad, el metro trae a los trabajado-
res por las mañanas y los echa de esos ámbitos inadecuados para ellos
–de regreso a la periferia– por las noches.
En este sentido, la cloaca y el metro proveen servicios paradójicos.
Con su movimiento continuo en defensa de varios tipos de seguridad,
ponen en circulación tanto lo peligroso como el progreso, tanto lo pe-
sadillesco como lo utópico. En sus funciones democratizadoras, unifi-
can los elementos dispares de la ecuación urbana. Pero a la vez separan
“lo bueno” de “lo malo”. El sistema de alcantarillado, que idealmente
debe limpiar la ciudad, sufre tanto de un diseño ineficiente como de
un nivel de tratamiento mínimo, lo que no puede asegurar ni la elimi-
nación de las aguas residuales, ni sus efectos contagiosos e infecciosos.
En cambio, el diseño excepcionalmente eficiente del metro trae con-
sigo ciertos peligros, como la muchedumbre (situación ideal para ro-
bos) y el acceso fácil y físico a las zonas privilegiadas por parte de las
personas más humildes.
Esta misma paradoja es la que analizó Julia Kristeva en The Powers of
Horror (1982), trabajo que refiere a la obra de Mary Douglas (1984) y
que examina nociones de pureza e impureza. Kristeva no describe la pa-
radoja en términos de los sistemas de circulación urbanos, sino en tér-
minos psicoanalíticos. Explica que la abyección es la náusea, la fuerte
reacción física que tenemos cuando nos enfrentamos a la mugre, el ex-
cremento, los fluidos corporales, la comida podrida, etc. Esa sensación
de asco es el signo de nuestra necesidad psicológica de establecer una
diferencia muy clara entre nuestra autoimagen como seres completos,
Pasajes de la (in)seguridad 

puros y limpios por un lado, y la evidencia material de lo que excreta-


mos, exudamos e ingerimos. En otras palabras, mientras más conscien-
tes nos volvemos del hecho de que es imposible separarnos de aquello
que nos provoca asco, más náusea nos da. No es cierto que estamos “arri-
ba” o “adentro” mientras que lo abyecto está “abajo” o “afuera”. La idea
de la seguridad basada en la separación absoluta es un mito utópico.
Tanto el metro como la cloaca mantienen la idea de seguridad
para los viajeros urbanos de la Ciudad de México. Sin embargo, el
mero hecho de que los necesitamos demuestra lo ilusorio de esa segu-
ridad. La permeabilidad de los sistemas circulatorios no sólo es nece-
saria para los viajes que hacen posible la seguridad urbana, sino tam-
bién es físicamente y estructuralmente inevitable. La cloaca enfrenta
la ciudad con lo abyecto, dado que está fallando, sea a causa de la
geología, la ineptitud gubernamental y política, o el peso demográfi-
co. Infecta las zonas periféricas con los residuos que el centro del “de-
sarrollo” mexicano descarta, y donde el progreso se entiende como los
servicios sociales, la higiene pública o la racionalidad en las estructuras
habitacionales para las masas urbanas. Mientras más se exporte el agua
residual, es más evidente que el estatus de la Ciudad de México como
sede tanto de la producción como de la modernidad es una ilusión. La
cloaca, en tanto ejemplo de la abyección urbana, no sólo representa el
pasado, o el aspecto premoderno de la ciudad, sino que se transforma,
de hecho, en la fundación sobre la que la actual ciudad moderna esta-
blece su modernidad –precisamente a través de la negación de su na-
turaleza fluida y reflexivamente peligrosa. Los desagües que inundan
los espacios públicos con la mugre colectiva manifiestan la otra cara de
una modernidad higiénica.
Esta lectura de la cloaca como lo abyecto conlleva a una lectura del
metro en términos de lo simbólico lacaniano. El metro es una red sig-
nificante, que depende de las distinciones convincentes, el orden, la re-
gularidad, y la claridad tanto para transmitir sentidos como para trans-
portar pasajeros. Si la cloaca representa la seguridad frente al riesgo de
la contaminación, el metro representa la seguridad frente al riesgo del
contacto social inesperado. Como ya se ha notado, sin embargo, am-
bos sistemas también violan esta relación binaria que los define. De-
muestran que en tanto conjuro contra lo sucio (en el caso de la cloaca)
 Rebecca E. Biron

y el subdesarrollo (en el caso del metro) en el “aquí y ahora”, pueden


provocar, irónicamente, una calamidad en el “allá y después”. Todo el
mundo desea la circulación y el pasaje seguros, pero garantizarlo para
ciertas personas y objetos significa aumentar el riesgo para los otros.
Los efectos de esos deseos, en tensión unos con otros, circulan en las
comunidades urbanas con resultados inesperados e incontrolables.
Esta noción del deseo en general como un flujo no reglamentado
es abordada por Gilles Deleuze y Félix Guattari (1983) y circula a tra-
vés de lo que ellos llaman las máquinas del deseo, algunas de las cuales
se dedican a producir el flujo libre, y otras de las cuales se dedican a in-
terrumpirlo o desviarlo. Su descripción de tales máquinas se aplica a
cualquier sistema circulatorio urbano:

For the real truth of the matter… is that there is no such thing as relative-
ly independent spheres or circuits: production is immediately consumption
and recording process, without any sort of mediation… productions of con-
sumptions, of sensual pleasures, of anxieties and of pain (ibíd.: 4).

Deleuze y Guattari se refieren aquí a emociones, percepciones,


cuerpos, comida, luz, corriente eléctrica, agua, sexo… Cualquier for-
ma en que pudiera reconocerse el flujo de la energía que vincula los
sistemas por donde circulan diferencias y semejanzas. Foucault (1983)
describe el proyecto teórico de Deleuze y Guattari como un llamado
intelectual y político a que nosotros

withdraw allegiance from the old categories of the Negative (law, limit, cas-
tration, lack, lacuna), which Western thought has so long held sacred as a
form of power and an access to reality. Prefer what is positive and multiple,
difference over uniformity, flows over unities […] Believe that what is pro-
ductive is not sedentary but nomadic (xiii).

El metro y la cloaca de la Ciudad de México incorporan de forma


material esta conceptualización de Deleuze y Guattari. Son circuitos
que producen lo que consumen, y consumen lo que producen, en un
flujo continuo y directo. Esa función nómada opera tanto en relación
con las aguas residuales y los trabajadores urbanos (el material que
Pasajes de la (in)seguridad 

circula en cada sistema) como en relación al problema de la seguridad


y el miedo.
El metro, en cuanto a la eficiencia económica, y la cloaca, en cuan-
to a la higiene, sostienen el utópico imaginario urbano de que los sis-
temas circulatorios preservan la seguridad. Pero al ejercer esa función,
ponen en circulación de manera simultánea el peligro biológico y la
amenaza sociológica que produce el miedo general. Las estaciones del
metro, como los sistemas de cañería que se bifurcan múltiples veces,
interrumpen o divergen el fluir de los pasajeros, según los viajes par-
ticulares de cada uno de ellos –por ejemplo, si un pasajero quiere cam-
biar de línea, o bajarse del metro en cierta estación–. Pero el sistema
sigue en movimiento, sin importarle la trayectoria de ningún pasaje-
ro en particular. De la misma manera, el enorme sistema de alcanta-
rillado de la Ciudad de México recoge el agua pluvial y las aguas ne-
gras indistintamente. También mezcla indistintamente los residuos de
los sectores industriales y residenciales de la ciudad, sin discriminar
en cuanto a raza o clase social. Canaliza parte de esas aguas hacia los
centros de tratamiento y reciclaje, y otra parte hacia los canales abier-
tos que alcanzan el campo al norte de la ciudad para fertilizar las cose-
chas, las cuales después se traerán a la ciudad para el consumo. Otros
canales conducen al Golfo de México, y conectan así la ciudad con el
ambiente global a través de la contaminación del mar, una conexión
mucho más material que aquella basada en la comunicación electróni-
ca y el sistema financiero de la muy elogiada red globalizada.
Por un lado, trazar un mapa del recorrido tanto de la cloaca como
del metro en la Ciudad de México hace visible una serie de oposicio-
nes: lo premoderno y lo moderno; el pasado y el futuro; los desechos
y la producción; lo material y lo ideal; lo orgánico y lo tecnológico;
lo caótico y lo planeado; lo subjetivo y lo objetivo. Por el otro, de-
construye estas mismas dicotomías ya que estos sistemas ponen en
evidencia el carácter imposible y utópico del concepto de seguridad
basado en la interrupción, justamente, de su movimiento y la circu-
lación. Cuando la seguridad depende de aquello predecible, se busca
bloquear el desplazamiento porque la circulación conlleva la incerti-
dumbre y el riesgo. Pero aun cuando se detenga este movimiento, la
contaminación interna amenaza.
 Rebecca E. Biron

¿Cuáles son las implicaciones de estas observaciones para un pasaje


y circuito seguros por la Ciudad de México, especialmente en la época
de la guerra contra el narco? Tanto el discurso público sobre esa guerra
como la estructura y función de la cloaca y el metro se basan en mapas
urbanos que representan la ciudad como simultáneamente híper físi-
ca y radicalmente fantástica. La circulación del miedo como un efec-
to imaginario refleja la misma dinámica que la circulación de las aguas
negras, los usuarios del metro y hasta las drogas mismas y el dinero que
las acompaña. La fluidez en todos estos sistemas circulatorios resulta ser
incontenible. La imposición de una seguridad basada en cerramientos,
límites, barreras, presas y paredes produce precisamente los desastres in-
ternos que tal proceso busca expulsar del centro. En el caso del narco-
tráfico, los capos que tienen casas en el D. F. exportan la violencia desde
la ciudad capitalina hacia la periferia, incluso hacia las esferas interna-
cionales. Circulan sus mercancías globalmente, pero esa contaminación
también vuelve a ser consumida en su propio “hogar”, ya sea a través de
la venta de drogas en la Ciudad de México, sea por medio del lavado
de dinero en los bancos nacionales. En el caso de la guerra antidrogas
intensificada por el presidente Calderón, se ve reflejada esta misma ló-
gica. Se exporta la violencia antinarco hacia las provincias para “prote-
ger” a la población urbana en el corazón del país, pero el miedo general
sigue aumentando. Nadie sabe por cierto quiénes son los criminales y
quiénes representan la fuerza legítima en estos circuitos de la violencia
y el miedo, del tráfico y la ganancia, de lo desechable y lo productivo.
Vuelvo a la descripción que Rossana Reguillo Cruz hace del miedo
como algo vivido individualmente, construido socialmente y compar-
tido culturalmente. Estas esferas –lo individual, lo social y lo cultural–
son tan interdependientes como lo son la producción y el consumo, el
rechazo y la inclusión, la salida y la entrada propios de todo circui-
to urbano. Las fronteras políticas e internacionales; la guerra entre los
narcos y el Estado; las divisiones geográficas y sociales en el contexto
urbano; y hasta la separación entre el cuerpo y el excremento: todos
son aspectos de la búsqueda utópica de una seguridad inviolable, imper-
meable y permanente. El análisis de las percepciones de la inseguridad
que circulan tanto de forma internacional como local en la Ciudad de
México, junto con una consideración de los sistemas circulatorios por
Pasajes de la (in)seguridad 

debajo de la ciudad, revela una gran ironía. Cualquier circuito “segu-


ro”, diseñado para garantizar la protección y el progreso, hará circular
también peligros reales y miedos fabricados. De eso, por lo menos, po-
demos estar seguros.

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SECCIÓN II

Medicina, naturaleza
y ciudad en las utopías
de comienzo del siglo XX
Utopías higiénicas/utopías
urbanas. Buenos Aires 1920
Diego Armus

En América Latina, y con fuerza especial en Argentina, una suerte de


ideología urbana ganó terreno cuando a comienzos de la segunda mi-
tad del siglo xix se acallaron las guerras civiles y se comenzó a buscar
fórmulas políticas y sociales que encauzaran las formas de convivencia
dentro de un sistema institucional. Fue un triunfo que buscó tradu-
cirse en políticas de muy diverso tipo que en mayor o menor medida
siguieron modelos europeos y poco a poco norteamericanos pero que
siempre se tensionaron con las específicas realidades nacionales lati-
noamericanas. Si bien es cierto que el triunfo de esa ideología urbana
no fue absoluto es evidente que entre fines del siglo xix y comienzos
del xx uno de los grandes temas de reflexión sociológica fue el del fu-
turo de la ciudad.
Con diversa intensidad progreso, multitud, orden, higiene, bienes-
tar, reforma profunda y utopía fueron algunos de los elementos cons-
titutivos de esa ideología urbana que en la Argentina han circulado
más como líneas formadoras con sentido de futuro que como elabora-
das utopías urbanas. Miradas retrospectivamente, las visiones de dos
intelectuales y políticos claves de la segunda mitad del siglo xix como
Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi fueron inspira-
doras y oficiaron a la manera de horizontes de utopía. Sin embargo,
hacia fines del siglo xix el proyecto de modernización asociado a esas
 Diego Armus

visiones del futuro no puede ocultar sus resquebrajamientos. El país


de la inmigración no es el que había sido pensado; los inmigrantes que
llegaban no eran los deseados y si lo eran su supuesta indisciplina so-
cial motivaba seria preocupación. Todo esto ya era inocultable en el
mundo urbano del novecientos, donde una población aluvional en rá-
pida expansión parecía poner en jaque la gobernabilidad misma de la
nación (Terán 1987: 13).
El positivismo –en toda su variedad de matices– se propuso com-
prender esos problemas y superar los obstáculos interpuestos a la eficaz
y correcta concreción del esfuerzo modernizador. Se trataba de inventar
una nación. Así, se apuntó a desarrollar una interpretación verosímil
de la realidad nacional al tiempo que se iba desplegando un renovado
entramado institucional sobre el cual se consolidaría el Estado. Serían
esas instituciones las que, se suponía, trazarían los límites entre los sec-
tores integrables al proyecto modernizador y aquellos otros que queda-
ban afuera. El fenómeno multitudinario, que en el caso argentino es
básicamente urbano, quedaba así colocado en el centro de las preocu-
paciones positivistas. Con esa multitud vendrían la cuestión social, la
nacionalización de las masas, las propuestas del cambio radical o la re-
forma social profunda, las presiones o iniciativas por ampliar el esce-
nario político.
Como en muchos otros lugares, la construcción de la nación ha
sido entonces y desde sus inicios un doble esfuerzo de integración y
segregación. En ese proceso, el discurso positivista encontró no sólo
en la medicina una vía de interpretación de lo social donde la sociedad
era concebida como un organismo y la crisis como una enfermedad,
sino también en los médicos un grupo extremadamente dinámico
en la arena política y la ingeniería social. Ellos serían los protagonis-
tas claves tanto de la construcción de la infraestructura de salubridad
como de la formulación de soluciones concretas para un mundo urba-
no en rápida expansión.
La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir, escrita por Emilio Coni
en 1919, es un ejemplo de estos escenarios alternativos a la moderni-
dad efectivamente presente en el primer tercio del siglo xx. De tutelaje
y prevención, esta ciudad retoma y reelabora los aportes de una tradición
utopista y reformadora que durante siglos se había propuesto pensar las
Utopías higiénicas/utopías urbanas. Buenos Aires  

relaciones entre la ciudad y la higiene de un modo innovador y reactivo


frente a los problemas urbanos que le eran contemporáneos.

Con Thomas More y su De Optimo Reipublicae Statu deque Nova Insu-


la Utopia Libellus Vere Aureus (1516) el pensamiento utópico se revela
como género literario. Estas ficciones –desde La Città del Sole de Tom-
maso Campanella (1602) a Voyage en Icarie de Etienne Cabet (1840),
Looking Backward de Edward Bellamy (1888) o A Modern Utopia de
Herbert George Wells (1905)– son diseños urbanos cargados de fun-
ciones didácticas (Manuel y Manuel 1979). En ellos la ciudad está
subordinada a una visión global del orden social. Se trata de un urba-
nismo rudimentario, englobante, hijo de un plan riguroso. En todas
ellas el ejercicio que se propone al lector es el de contrastar ciudades
imaginarias –ordenadas al extremo y las más de las veces pobres en
sueños– con ciudades reales, caóticas y siempre en crecimiento1.
Pero este estilo ficcional no da cuenta de todo el pensamiento utó-
pico moderno. Ciertas ideas y conceptos son también parte de una
tradición utópica. Se trata en verdad de horizontes que sólo han sido
capaces de mantener su perfil utópico en determinados períodos his-
tóricos. La idea de la salud, así como los conceptos de ciencia y más
tarde de tecnología, democracia, socialismo, economías de mercado o
América, son ejemplos de ese pensamiento utópico sin pretensiones
literarias (Kumar 1987: 26). Una vez desplegados en la experiencia
histórica estos horizontes de utopía se gastan, quedan tan expuestos a
los avatares de la vida social que su carga utópica puede empezar a des-
dibujarse o incluso agotarse.
En las utopías de la modernidad temprana la felicidad aparece
como sinónimo de vida natural. Rousseau fue quien dio estatus ra-
cional a esas enraizadas ensoñaciones de un pasado ideal. La imagen

1. Esta sección retoma ideas adelantadas en Diego Armus (1993: 80-82): “Tutelaje,
higiene y prevención. Una ciudad modelo para la Argentina de comienzos de siglo”.
 Diego Armus

del buen salvaje parece corresponderse a un entorno natural donde no


hay lugar para la enfermedad. Entonces, la vuelta a ese originario esta-
do de salud y felicidad sólo será posible si se adopta una forma de vida
acorde a la pureza y sencillez de la naturaleza. Dicho de otro modo,
el retorno a la naturaleza es también una garantía de no enfermedad.
En las utopías urbanas de los siglos xvi a xviii, e incluso en algunas
de la primera mitad del xix, la enfermedad parece haber dejado de ser
la sombra de la vida. La condición urbana quedaba así marcada por la
purificación, tanto en el sentido espiritual como en el físico e higiéni-
co. Este estado de pureza parece revelar también cierta conciencia de
una dimensión colectiva de los problemas de la salud. En estas ciuda-
des utópicas los problemas económicos y políticos tienen siempre una
resolución anticipada y todo lo necesario para mantener ese óptimo
estado de salud también está previsto.
Publicada por primera vez en 1624, la Nova Atlantis de Francis Ba-
con parece ser el antecedente más decisivo en la asociación entre cien-
cia y utopía. Allí los laboratorios, institutos de investigación y talleres
son presentados como los recursos claves en el esfuerzo por controlar
la naturaleza y hacer la vida de los hombres más fácil, saludable y feliz.
Este optimista enfoque recibió un inédito impulso en los tiempos de la
Enciclopedia. Una suerte de filosofía científica de los problemas de
la salud pública se fue abriendo paso mientras subrayaba las complejas
relaciones entre el medio social y el bienestar físico del hombre. De ese
modo se afirmaba la idea de que las ciencias –tanto las médicas como
las sociales– no sólo eran un instrumento de progreso sino también una
prefiguración de la nueva era. Marie Jean Antoine Condorcet anuncia-
ba en su Esquisse d’un Tableau Historique des Progrès de l’Esprit Humain
(1795) un futuro sin enfermedad y Benjamin Franklin en Poor Richard
(1732-1758) aseguraba que tarde o temprano todas las enfermedades
podrán prevenirse o curarse (Dubos 1959: 413). Más adelante, Char-
les Darwin desplazará a Jean-Jacques Rousseau en la misma medida en
que las nostálgicas miradas al pasado empezarán a desvanecerse. De to-
dos modos, la imagen de la naturaleza como expresión misma de un
estado de equilibrio y salud nunca fue completamente desplazada. Por
eso la fe en las bondades de la vida natural recorre con fuerza dispar
todo el siglo xix y xx (Dubos 1975: 25-26).
Utopías higiénicas/utopías urbanas. Buenos Aires  

El horizonte de salud y felicidad se prefigura entonces como una


promesa que los científicos destierran del pasado para situarla en un
futuro no necesariamente lejano. Pero mientras la ciencia se afirmaba
como herramienta para combatir las enfermedades y construir el por-
venir, un cierto clima de urgencia empezó a recorrer la vida de la ciu-
dad. Algunas de las dramáticas caras del rápido crecimiento urbano y
la expansión industrial comenzaban a hacerse inocultables. Las epide-
mias de la primera mitad del siglo xix recordarán la condición colec-
tiva del mundo urbano. Y con ese recuerdo vendrá la necesidad de re-
lativizar los enfoques individualistas de los problemas de la salud y la
enfermedad.
Es así como un corpus de ideas adquiere renovada importancia.
No son completamente nuevas; tanto el mundo clásico con el mito
de Higia –un símbolo de las virtudes de una vida sana en un medio
agradable– como la Ilustración y el sanitarismo del siglo xviii –don-
de se anuncia la conveniencia de que el estado se haga responsable de
la salud pública– dieron soporte e historicidad a esas novedades. En
el siglo xix la higiene ya estaba perfilada a la manera de una filosofía
social que se proponía combinar las necesidades fisiológicas y cultu-
rales con el medio ambiente. Rudolf Virchow y Edwin Chadwick se
empeñaron en controlar las enfermedades colectivas. Para lograrlo
se debía convocar el concurso de la acción social y política. La medi-
cina deviene así en ciencia social; su responsabilidad es apoyar aque-
llas reformas sociales que permitan superar las consecuencias no de-
seadas que el crecimiento urbano e industrial había traído consigo. Y
si las enfermedades urbanas aparecen siempre acompañadas de sucie-
dad, carencia y contaminación, la restauración de la salud perdida es
función del aire puro, el agua potable, la vivienda apropiada y los ali-
mentos en buen estado.
En este contexto la idea de una ciudad higiénica comienza a tomar
cuerpo. Robert Owen, Charles Fourier, Etienne Cabet y Pierre-Joseph
Proudhon ven en la higiene un objetivo y también un recurso iguala-
dor. El acceso a la luz, el aire, el agua y el verde debe estar equita-
tivamente distribuido. El espacio urbano debe perder densidad, hacer
borrosos sus límites con el mundo rural, apuntar a la autosuficiencia.
Se trata de algún modo de dispersar lo urbano en lo rural.
 Diego Armus

En la década de 1870 aparece Hygeia. A City of Health. Es allí don-


de el discurso de la higiene en la ciudad industrial encuentra su más
acabada realización. Escrita por el médico inglés Benjamin Ward Ri-
chardson, Hygeia es una utopía urbana que se despliega a la manera de
una agenda reformadora. Esta ciudad modelo es a un mismo tiempo
guía para la acción y escenario donde es posible testear los efectos de
ese esfuerzo reformador. En tal sentido Hygeia puede asimilarse sólo en
parte a la literatura del utopismo urbano de la modernidad temprana.
El tono que domina la narrativa de Richardson es el de un conjunto de
recomendaciones, una suerte de código sanitario.
Si bien no hay mayores explicaciones al respecto, el horizonte so-
cial en donde Hygeia queda inscripta es el de una suerte de capitalis-
mo mejorado, donde el estado asume un renovado rol controlador y
providente, vigila los excesos del individualismo y debe proveer, como
nunca antes, bienes y servicios considerados esenciales para la socie-
dad en su conjunto. Estos bienes y servicios son básicamente funcio-
nes del agua y la limpieza. Eran tiempos de preocupaciones por la
salubridad urbana y el saneamiento aparece como una prioridad.

El higienismo argentino centró toda su atención en la ciudad. Estos


médicos y administradores urbanos, deudores de las ideas del pro-
greso, buscaron casi obsesivamente ordenar la ciudad. Emilio Coni
fue, ante todo, un médico de ciudades y poblaciones y La Ciudad
Argentina Ideal o del Porvenir una síntesis de esa vocación de orden
y reforma.
Sin duda la Hygeia de Richardson es uno de los referentes que han
contado en el ejercicio de imaginación que hace Coni, no sólo uno de
los más descollantes higienistas argentinos durante más de medio siglo,
sino también una figura bien representativa de un círculo profesional
que mantenía muy fluidos y actualizados contactos con la producción
y vida científica europeas. No debe sorprender entonces que la Revista
Médico Quirúrgica. Publicación Quincenal. Órgano de los Intereses Mé-
dicos Argentinos, uno de cuyos directores fue el propio Coni, haya pu-
Utopías higiénicas/utopías urbanas. Buenos Aires  

blicado Hygeia en cinco entregas durante 1876, el mismo año en que


aparecía en su versión original en inglés.
En Hygeia los problemas sociales del crecimiento urbano e indus-
trial han sido reducidos a problemas sanitarios; allí la percepción de lo
colectivo estaba limitada a políticas higiénicas y ambientales. Pero en
la segunda década del siglo xx la ciudad imaginada por Coni conden-
sa una trama de preocupaciones que sólo en parte coinciden con las
que recorren la Hygeia escrita por Richardson cincuenta años antes.
De algún modo la distancia que media entre la década de 1870 y la de
1920 es la distancia entre una prédica centrada en la salubridad y el
equipamiento sanitario y otra que, apoyándose en la salubridad, ya ha
incorporado y jerarquizado la dimensión del asistencialismo. El Coni
de 1870 es un obstinado entusiasta de la construcción de redes de
agua potable; el de 1920 es el organizador de instituciones de asisten-
cia, prevención, moralización y bonificación social2. Su ciudad mode-
lo es el resultado de una visión qua apunta a contener y acomodar los
peligrosos embates de una cuestión social ciertamente inocultable. En
efecto, con el boom económico y el crecimiento urbano de las últimas
décadas del siglo xix y comienzos del xx como rasgos distintivos, esta
utopía urbana aparece como una solución que armoniza las demandas
del sistema agroexportador y la asistencia y moralización de los secto-
res populares que el aluvión migratorio había expandido en una medi-
da totalmente imprevista.
Tres temas se destacan en la utopía de Coni. Dos de ellos no pare-
cen traer novedades ni mayores originalidades. De una parte, se trata
de la forma en que se pensaban las actividades productivas, de con-
sumo y de residencia. Estas actividades toman lugar en una planta
urbana que copia la ciudad real. Coni no imagina nada nuevo al mo-
mento de discutir el uso del territorio ni avanza ideas originales o vi-
siones cuando considera las relaciones entre el mundo del consumo y
el mundo del trabajo. En otras palabras, Coni no se plantea planear el

2. Esta trayectoria y cambio de énfasis en sus preocupaciones es más que evidente


cuando se compara su Progres de l’hygiene dans la République Argentine, de 1887, y
sus trabajos publicados en la revista Alianza de Higiene Social.
 Diego Armus

crecimiento urbano puesto que su preocupación es la construcción de


un orden social sin prestar mucha atención al orden espacial. De otra,
los problemas del hábitat popular. Coni encuentra en la nueva habi-
tación popular un factor clave de su proyecto de regeneración social:

La Ciudad del Porvenir no reconocerá conventillos, ni pensiones ruino-


sas, ni ranchos. Los poderes públicos y las empresas construirán casas y ba-
rrios obreros de una, dos y tres piezas, con servicios correspondientes. Enton-
ces se habrá desterrado la contaminación física y moral de las viviendas de las
casas trabajadoras. […] La profilaxis de las enfermedades contagiosas habrá
alcanzado su apogeo y en la educación de las masas populares se obtendrán
óptimos resultados. […] El obrero estará atraído por su vivienda higiénica y
sonriente, y sus hijos no entrarán en la escuela del vicio desde sus primeros
años. […] La raza será mejorada física y moralmente y la habitación colectiva
no quedará en la historia sino como un recuerdo vergonzoso… (1919: 4-7).

La propuesta de viviendas unifamiliares no podía ser más explícita.


En esto, Coni está más cerca de Richardson y sus prototipos de casas
individuales que de los falansterios de Fourier y las soluciones colecti-
vas para la vivienda popular. Coni parece interpretar no sólo el gene-
ralizado ideal de la casa propia que recorría el mundo urbano porteño
desde comienzos de siglo, sino también el lugar clave de la vivienda en
los diversos discursos de la reforma social más o menos profunda. El
escenario de la casa propia facilitará la puesta en marcha de los ritos de
la higiene, la educación en familia, las nociones de propiedad, las ven-
tajas de un huerto-jardín que suavizaría el ajuste a la vida urbana para
una población de origen rural y ultramarino3. Para Coni estos rituales
tenderán a ser universales, es decir, inclusivos de todo ese nuevo mun-
do urbano popular. Y como garante de esta universalidad aparece una
comisión municipal de construcción de viviendas populares que re-
glamentaría, diseñaría y controlaría la producción del hábitat popular.
En ese sentido, y por ser realmente inclusivo de la mayoría, el valor de

3. Sobre la cuestión de la vivienda popular y la higiene en el Buenos Aires de fines


del siglo xix y comienzos del xx, véase Diego Armus (2007): La ciudad impura.
Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires. 1870-1950, cap. 1.
Utopías higiénicas/utopías urbanas. Buenos Aires  

la vivienda unifamiliar en el discurso utópico de Coni puede equipa-


rarse con las soluciones colectivas4.
Pero el tema central de La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir es
el asistencialismo que acompañó el crecimiento de la ciudad moder-
na; se trata de una problemática que va de equipamientos colectivos
como el hospital y el dispensario barrial a un renovado discurso que
entendía la reproducción de la vida en la ciudad solamente en condi-
ciones mínimamente aceptables. Sin duda, éste es el tema central, el
más destacado, trabajado y original de la ciudad imaginada por Coni.
La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir es antes que nada una red
compacta de instituciones profilácticas y de terapéutica social dirigida y
coordinada por médicos, arquitectos e ingenieros sanitarios, todos ellos
profesionales a quienes el propio proceso modernizador venía a legiti-
mar en sus saberes específicos. El poder municipal controla la acción
filantrópica tanto en su versión asistencial –protección y asistencia del
niño, el enfermo, el anciano, el alienado, el desvalido– como en la de
la higiene pública –profilaxis general, desinfección, bromatología, ins-
pección veterinaria–. Una oficina central de información está a cargo de
difundir, coordinar y ampliar esos esfuerzos. Y es esa oficina la que tie-
ne como tarea canalizar en la filantropía estatal los esfuerzos caritativos
individuales. En un libro que reúne parte de su vasta producción Coni
abunda en detalles al momento de discutir este esfuerzo por controlar
desde el estado la caridad privada. Aspiraba a inducir en “los ricos, lla-
mados los felices de este mundo, el ejercicio de otra forma de deber so-
cial, porque en estos tiempos calamitosos en extremo y en medio de las
frivolidades de la vida moderna, el cumplimiento de este deber puede
ser medio de rescate individual y salud social” (Coni 1918: ix).
Esa detallada red de instituciones trabaja sobre una exhaustiva cla-
sificación de la acción terapéutica y asistencial según edad, sexo y en-
fermedades. Para llevar a cabo esta clasificación ya se ha discriminado
en la vieja confusión entre locos, criminales y enfermos, entre terapéu-
ticas preventivas, curativas y meramente paliativas, entre esfuerzos de

4. Sobre esta valoración de lo utópico, véase Francoise Choay (1965): L’urbanisme.


Utopies et réalité. Une anthologie.
 Diego Armus

readaptación y de regeneración. Para la protección de la infancia Coni


despliega un abanico de instituciones que varían según la condición
del niño. Niño y madre aparecen como un blanco a proteger en for-
ma conjunta. Donde la institución familiar no muestra problemas, la
figura paterna ejerce un rol tutelar y el Estado ofrece una gama de ins-
tituciones de apoyo que incluyen maternidades –con consultorios gi-
necológicos, la asistencia de partos a domicilio y la oferta de cantinas
maternales–, dispensarios de lactantes, consultorios de niños, escuelas
comunes –que ofrecen programas como el diario vaso de leche o servi-
cios en la cantina escolar y los consultorios médicos para tratamientos
preventivos– y colonias de vacaciones –que enfatizarán la vida al aire
libre y un cierto uso del ocio–. En el caso de las madres solteras el Es-
tado tiene más ingerencia y ya ha desplazado a las damas de caridad;
así, la ciudad de Coni dispone de asilos para madres solteras –donde
estas mujeres podrán criar a sus hijos con los frutos monetarios de su
propio trabajo–, de asilos maternales –para atender, vigilar y alimen-
tar a los hijos de la clase menesterosa–, de asilos para niños huérfanos,
abandonados e indigentes, de colonias agrícolas y escuelas de artes y
oficios, de colonias permanentes para niños débiles y asilo-colonias
para retardados.
Para los trabajadores sanos, La Ciudad Argentina Ideal o del Porve-
nir ofrece una serie de instituciones protectoras y profilácticas que su-
brayan la reproducción biológica y la capacitación. Así es como Coni
menciona la legislación laboral, los consultorios médicos, las farmacias
en las fábricas, las escuelas profesionales de artes y oficios o las escuelas
industriales. Para la población urbana en general Coni despliega una
red de instituciones que apuntan a educar y paliar déficits. Estas insti-
tuciones impactan en el corazón mismo del cotidiano hogareño; allí es-
tán, entonces, las cantinas y cocinas populares, las casas-cuna barriales,
los lavaderos municipales, los baños públicos, las escuelas, el hospital
vecinal, los natatorios municipales.
Para hacer frente a la enfermedad Coni propone un hospital cen-
tral conectado a hospitales vecinales y dispensarios para asistir al enfer-
mo pobre. En el caso particular de los tuberculosos se ofrece una red de
instituciones formada por dispensarios, hospitales para enfermos avan-
zados, hospitales sanatorios de montaña y colonias agrícolas para facili-
Utopías higiénicas/utopías urbanas. Buenos Aires  

tar una progresiva readaptación de los convalecientes. Para los leprosos


y para los crónicos se mencionan asilos-colonias así como instituciones
específicas para ciegos, sordos, mudos o con defectos de pronuncia-
ción. Para los alienados mentales la propuesta es de manicomios que
funcionan con colonias open-door en aquellos casos donde es posible la
readaptación. Para los desamparados, La Ciudad Argentina Ideal o del
Porvenir incluye asilos nocturnos para los indigentes ocasionales y asi-
los-talleres con trabajo obligatorio para los vagos y atorrantes.
A través del asistencialismo Coni reduce la ciudad a una unidad
sanitaria donde reina la prevención, la vigilancia y las justas compen-
saciones al esfuerzo individual. Se trata de una ciudad que no ha je-
rarquizado ni la industria ni las panaceas tecnológicas. Tampoco se ha
ruralizado al punto de diluir su perfil urbano. En tal sentido difie-
re de otros escenarios alternativos imaginados en el primer tercio del
siglo xx5. La ciudad de Coni es una ciudad moderna que parece ha-
ber logrado controlar la velocidad metropolitana. Es una ciudad que se
confunde con la vida barrial, que ha incorporado su ritmo. No son los
tópicos de la producción sino los de la reproducción los que cuentan.
El énfasis está en los lugares de la residencia, el lugar donde se palpa un
bienestar, modesto y saludable, al que accede toda la población. Para
aquellos que por algún motivo necesitan ser asistidos, allí está la red de
instituciones que provee las compensaciones y ayudas necesarias.
Coni articula en torno de su ciudad imaginada una explícita as-
piración a construir un espacio sano, una sociedad que pueda seguir
funcionando. El centro de sus preocupaciones está puesto en tomar
las riendas de un mundo urbano que ha crecido a ritmos asombrosos.
Para lograrlo se trata de hacer cumplir las recomendaciones de la hi-
giene, adecuar el sistema alimentario, organizar los impulsos, hacer de
la población un niño limpio. Coni no bosqueja un mundo sin enfer-
medad. También aquí el realismo domina sus visiones; en efecto, su

5. Sobre estos escenarios alternativos y en relación a la higiene, véase Diego Armus


(2007): La ciudad impura, cap. 1. Sobre otras utopías de Buenos Aires, Félix Wein-
berg (1986): Dos utopías argentinas de principios de siglo y Beatriz Sarlo (1993): La
imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina.
 Diego Armus

mundo urbano debe convivir con la tuberculosis y en menor medida


con las enfermedades infecciosas, en un equilibrio biológico y social
garantizado por el asistencialismo. Se trata de una resignada concesión
a una realidad epidemiológica bien expresiva de las impotencias tera-
péuticas que dominaban las primeras dos décadas del siglo xx6.
La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir es una utopía del capita-
lismo mejorado organizada en torno de la regeneración física y moral
de la raza, de la marginación de lo indeseado, por patológico o im-
productivo. Es un modelo que no apunta a una completa reformula-
ción de la sociedad deseada sino que trabaja con una variable clave, el
asistencialismo, que al saber de su autor es garantía de cierto bienestar
muy democráticamente distribuido.
Sin embargo, Coni no es una versión argentina de Richardson. El
casi medio siglo que las separa revela los distintos momentos de la hi-
giene en la construcción del mundo moderno. Si en Hygeia el énfasis
estaba en la salubridad, en la ciudad de Coni el énfasis está en la profi-
laxis, la prevención y una suerte de filantropía de Estado. Coni se colo-
ca en una posición intermedia entre el pragmático y el utopista. Acepta
la enfermedad y la locura, enfrenta el problema de la multitud con la
estrategia de segregar a los degenerados y los enfermos y proteger y asis-
tir a quienes garantizan que la máquina de una cierta modernidad siga
en movimiento. Como se dijo, esta preocupación no debería interpre-
tarse a la manera de un discurso particularmente enfático en las condi-
ciones de reproducción de la fuerza de trabajo. Coni era ante todo un
médico de poblaciones; su agenda tiene que ver con un mundo urbano
donde el trabajo y las relaciones sociales no son centrales.

La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir es bien representativa de al-


gunas de las peculiaridades de las grandes ciudades rioplatenses de

6. Sobre el cuadro epidemiológico dominante en los años veinte, véase Diego Ar-
mus (2007): La ciudad impura, Introducción.
Utopías higiénicas/utopías urbanas. Buenos Aires  

comienzos del siglo xx. En primer lugar, ciudades donde el rápido


crecimiento urbano sigue dominando sobre un crecimiento industrial
importante pero en modo alguno decisivo. En otras palabras, y tal
como era Buenos Aires en esos años, la ciudad que imagina Coni no es
una ciudad industrial, es una ciudad con industrias.
Se trata entonces de una ciudad con una red institucional que ac-
tuaría sobre la población asegurando salud y bienestar. Coni ofrece un
tutelaje humanitario, superador de los más clásicos criterios represivos
y reclusorios con los que se había manejado la enfermedad, la anorma-
lidad, la indigencia, la criminalidad. Hospitales y asilos deben dejar de
ser lugares de exilio o destierro. Y la caridad privada será reemplaza-
da por la filantropía particular y de Estado. Instituciones y políticas se
ofrecen como vías alternativas al confinamiento. La higiene es ahora
un recurso que permite controlar y asistir sistemáticamente a la pobla-
ción urbana, diagnosticar sus debilidades o enfermedades, tomar me-
didas para solucionarlas o al menos contenerlas.
La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir se asienta en la idea de tu-
telaje; allí está el armamento –una expresión muy usada por Coni y el
higienismo– que asegurará una nueva fortaleza anclada en la plena ca-
pacidad productiva, la regeneración y readaptación. En su introduc-
ción a Higiene pública. Buenos Aires caritativo y previsor, Coni explicita
con más detalle que en La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir el lu-
gar de la sociedad civil en el futuro que imagina:

[…] que todas las entidades que ejercen la filantropía en Buenos Aires lle-
guen a federarse un día no remoto a fin de intensificar su acción, armonizar
sus fines, concentrar sus fuerzas, prestarse mutuo concurso, en una palabra
constituir un verdadero estado mayor de la asistencia y previsión social, por-
que solamente de ese modo podrá realizarse cuanto antes el mutualismo y coo-
perativismo práctico y científico de las naciones más adelantadas (1918: xii).

Así, la trama institucional de tutelaje generada por la sociedad civil


se articula como un poder no sólo asistencial, sino también político.
Su fuente de legitimidad es la ciencia, que es ejercida por especialis-
tas y apunta a coordinar todas las iniciativas impulsadas por una densa
red de organizaciones, desde clubes deportivos a sociedades mutuales,
 Diego Armus

de universidades populares a organizaciones étnicas, de nucleamientos


religiosos a sindicatos.
Junto a esta red filantrópica no estatal Coni imagina un lugar rele-
vante para el Estado y sus instituciones de asistencia. En ellos encuen-
tra un conjunto de herramientas destinadas a evitar el deterioro físico
y moral de la población interviniendo, de manera omnipresente, en la
escena pública y el mundo privado. Los ingenieros sociales, y los mé-
dicos higienistas en primer lugar, serán los responsables de gobernar y
manejar los conflictos y dificultades del ajuste de una multitud aluvio-
nal, inestable y por momentos peligrosa. En esto, la ciudad de Coni
parece retomar las clásicas figuras de los guardianes del orden en Platón
o, mucho más adelante en el tiempo, la poderosa élite de científicos y
técnicos de Bacon, Condorcet, Wells y, muy en particular, de Theodor
Hertzka y su Freiland: Ein sociale Zukunftsbild, de 1890, donde des-
cuellan los médicos funcionarios de Estado (Mumford 1922: 174). Se
trata, en todo caso, de la oferta reformadora de un nuevo grupo pro-
fesional que ya ha hecho importantes entradas en la burocracia estatal,
especialmente a nivel municipal.
La trayectoria personal y profesional de Coni es representativa de
aquellos incansables higienistas de comienzos del siglo xx. Combinó
una profunda sensibilidad social con una práctica profesional que no
hesitaba en recurrir a métodos autoritarios o cuasi-autoritarios de tra-
bajo que permitieran alcanzar los objetivos propuestos. Iluminismo,
paternalismo y firme confianza en los postulados de la higiene social y
moderna devenida en ciencia aplicada debían ser los recursos a utili-
zar por estos ingenieros sociales puestos a formular e instrumentalizar
políticas sociales.
La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir aparece en escena cuan-
do los pilares más básicos de la infraestructura urbana de salud ya han
sido levantados y también dado sus frutos en materia de lucha anti-
infectocontagiosa y de higiene en general. En efecto, hacia 1920 los
cíclicos azotes epidémicos infectocontagiosos ya no son parte decisi-
va del cuadro epidemiológico y sólo la tuberculosis persiste como un
imbatible desafío. Para esos años, en casi todas las grandes ciudades
argentinas, en particular las del litoral rioplatense, las obras de salu-
bridad sirven a un sector importante –si no mayoritario– de la po-
Utopías higiénicas/utopías urbanas. Buenos Aires  

blación. Asumiendo esa infraestructura como un dato de la realidad,


Coni modela su ciudad de tutelaje y bienestar donde el Estado ha de-
venido en un actor protagónico. De alguna manera esta utopía de re-
forma pone al descubierto un tópico que desde la última parte del
siglo xix ha venido recorriendo la historia de las ideas de la Argenti-
na moderna. En 1910 Augusto Bunge, otro higienista destacado, lo
anunciaba sin cortapisas:

La experiencia de los países cuyos gobiernos se han preocupado desde


hace más tiempo de los problemas sociales de la época […] impone como un
axioma el principio del deber del Estado de velar, en nombre de la comuni-
dad, por el bien de todos sus individuos. En consecuencia, el primer lugar en-
tre las medidas de diverso orden destinadas a promover el bienestar y la salud
de la población, corresponde a las que se proponen compensar la inestabili-
dad económica de la gran mayoría (1911: 846).

A ese decisivo rol del Estado argumentado por Bunge, Coni le suma
con pasión el protagonismo de las organizaciones de la sociedad civil.
Compañero de ruta del socialismo pero siempre manteniendo una in-
dependencia ideológica asentada en convicciones liberales, libertarias
y ante todo en la ideología del higienismo práctico, Coni es otra voz
pública que busca sentar las bases de un Estado providente y de bien-
estar que ya iba tomando forma en tiempos de declarado laissez-faire.
No debería sorprender, entonces, cuando al compararse el arsenal de
recursos asistencialistas de la república conservadora –anterior a la re-
forma electoral de 1912, que instaura el voto universal masculino– con
el de la república radical –entre 1916 y 1930– se constatan algunos
cambios y también muchas continuidades. La observación también es
válida para lo que vendrá en materia de ciertas políticas sociales cuan-
do se compara la escala totalmente inédita del reformismo del primer
peronismo y las iniciativas enunciadas –no concretadas– presentes en
los debates parlamentarios entre 1930 y 1945. El higienismo, y con él
La Ciudad Argentina Ideal o del Porvenir de Coni, ejemplifican algo de
esas persistencias que las clásicas periodizaciones de la historia política
argentina han ignorado al momento de rastrear la gestación de ideas y
políticas sociales.
 Diego Armus

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Weinberg, Félix (1986): Dos utopías argentinas de principios de siglo.
Buenos Aires: Hyspamérica.
Utopía en práctica. Eugenesia
y naturaleza en la construcción
de la ciudad moderna
latinoamericana1
Fabiola López-Durán

En 1910, poco antes de su muerte, el científico británico Francis Gal-


ton (1822-1911), escribiría su única novela. En esta obra de ficción,
Galton, quien anteriormente había acuñado el término “eugenesia”,
del griego eugenēs, que quiere decir “bien nacido”, retrataría un Estado
utópico organizado de acuerdo a su particular visión sobre la herencia.
Al igual que en el siglo xvi Thomas More había descrito una sociedad
ideal en una isla sin ubicación específica, Galton también visualizaría
su utopía moderna como un espacio finito, el cual, curiosamente, lla-

1. Una versión preliminar de este texto fue escrita en inglés como capítulo del ma-
nuscrito Eugenics in the Garden: Architecture, Medicine and Landscape from France
to Latin America in the Early Twentieth Century. Este manuscrito, que será publi-
cado próximamente, está basado en mi tesis doctoral del mismo titulo, presentada
en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) en agosto de 2009. Agradezco
a Gabriela Gamboa, Eligia Calderón y a mi hermana, Ana María López-Durán,
su invalorable ayuda en la traducción de este texto al español. Todas las traduccio-
nes del inglés, francés y portugués son mías, a menos que se indique lo contrario.
 Fabiola López-Durán

maría “Kantsaywhere”2. El centro de poder de Kantsaywhere era la Es-


cuela Eugenésica, institución con control absoluto sobre la población
entera3. Con el propósito de desarrollar “una raza superior de hom-
bres”, la Escuela Eugenésica establecería como misión principal la eva-
luación y clasificación de los ciudadanos para identificar a aquellos do-
tados con las mejores cualidades (Pearson 1930: 420). La evaluación
médica era obligatoria; cada ciudadano debía obtener un “certificado
de aprobación por cualidades genéticas” (ibíd.). Incluso los inmigran-
tes, a su llegada, eran examinados por médicos certificados ubicados
en los principales puestos de control. Aquellos que pasaban el examen
preliminar eran certificados como aceptables, con “buena condición
física y mental”, pero aquellos que reprobaban, considerados como
“individuos indeseables y peligrosos para la comunidad”, eran persua-

2. En 1516, cuando Thomas More acuñó el término “utopía” para identificar su so-
ciedad ideal, lo hizo uniendo dos vocablos griegos eu-topia y ou-topia (eu que sig-
nifica bueno, ou que significa no, y topia que significa lugar). La utopía fue con-
siderada por More como un buen lugar que existe en alguna parte, aun cuando
éste se desconozca. Esta característica de la utopía es directamente aludida en el
título que Galton otorga a su novela: Kant-say-where. Le debo la etimología de la
palabra “utopía” a Louis Marin. Véase Louis Marin (1984): Utopics: Spatial Play;
(1992): “Frontiers of Utopia: Past and Present”.
3. The Eugenic College of Kantsaywhere era el título completo de la novela inédita de
Francis Galton. Como parte del proselitismo eugenésico en que se embarcó du-
rante sus últimos años, Galton quiso que sus ideas alcanzaran no sólo a los hom-
bres de ciencia y a aquellos que asistían a sus conferencias, sino a un público mu-
cho más amplio –a aquellos que “leen novelas y sólo se fijan en las fotos de los
periódicos” (Galton; cit. en Pearson 1930: 412)–. Para Galton, la literatura de
ficción se presentaba como un vehículo para lograr sus objetivos. Sin embargo,
al ser rechazado por un editor, Galton pensó que su Kantsaywhere “debía ser si-
lenciada o suspendida”, tal y como le escribiera a una de sus sobrinas, Millicent
Galton Lethbridge. En consecuencia, a pocos meses de su muerte, su sobrina des-
truyó partes de la novela. A los pocos días, le notificó a los abogados encargados
del testamento de Galton que no podía continuar con la mutilación y sugirió que
los fragmentos restantes le fueran confiados a Karl Pearson, alumno y biógrafo de
Galton, o a alguno de los Darwin, familiares de Galton. Los fragmentos que so-
brevivieron fueron reproducidos por Pearson en su libro The Life, Letters and La-
bours of Francis Galton, vol. IIIA (1930: 411-425).
Utopía en práctica 

didos a emigrar y escoltados a los buques, que los “llevarían de regreso


al lugar de donde habían venido” (ibíd.)4. El costo de la deportación
y otros incentivos se ofrecían con la condición de que nunca regresa-
ran. Sin embargo, si se negaban a emigrar se los segregaría en colonias
de trabajo fuera de la ciudad, donde el celibato era obligatorio; o se
les permitía permanecer bajo rigurosa vigilancia “siempre y cuando no
procrearan hijos” (ibíd.)5. Por el contrario, quienes pasaban el chequeo
tendrían el derecho a competir en una “prueba de honor” y posterior-
mente ser clasificados y recompensados6. A los ciudadanos mejor do-
tados genéticamente se les recompensaría con incentivos financieros –
terrenos, granjas, casas, y otros fondos “...para alentar los matrimonios
precoces [y la procreación múltiple] entre los mejor calificados” (ibíd.:
414)–. Alegando objetividad, la ciencia –en forma de eugenesia– devi-

4. A comienzos del siglo xx, mientras que Galton imaginaba en Inglaterra estos pro-
cedimientos migratorios para su utópica Kantsaywhere, en América, desde la isla
de Ellis en Nueva York hasta Buenos Aires en el Cono Sur, se implementaban exá-
menes médicos migratorios y se construían instalaciones diversas para evaluar,
clasificar y albergar a posibles inmigrantes.
5. No es de extrañar que el temor malthusiano a la sobrepoblación, que atormen-
taba a la mayoría de los países europeos, también significara una amenaza para la
Kantsaywhere de Galton. “They say that limitation of families is now a recogni-
zed institution among most of the cultures and many of the artisan and labouring
classes in Europe and America, and there is no reason why a sentence demanding it
for the protection for the nation should not be passed, and the infraction of that
sentence punished as a criminal act” (ibíd.).
6. Cuatro pruebas de igual importancia determinaban la clasificación. Éstas eran:
pruebas antropométricas que registraban la estatura y otras medidas, el peso, la
fuerza, la capacidad respiratoria, la agudeza de la visión y de la audición, y las mar-
cas del cuerpo; exámenes estéticos y literarios que requerían habilidad en la lectu-
ra de prosa y poesía, en la escritura de ensayos, en el canto, y también una postura
atlética; evaluaciones médicas que comprendían una serie exhaustiva de pruebas
para determinar la salud previa y actual de los posibles inmigrantes; y pruebas ge-
néticas que buscaban evidencias de talentos o enfermedades familiares. Como des-
taca Pearson, la descripción de las pruebas antropométricas y el recinto en el cual
se realizaban estas pruebas en la utopía de Galton recordaban el verdadero labora-
torio antropométrico de Galton en South Kensington (ibíd.: 416-418). Para más
información sobre este laboratorio, véase Karl Pearson (1930): The Life, Letters and
Labours of Francis Galton, vol. II, pp. 257-262.
 Fabiola López-Durán

no el principal determinante social y cultural. En la sociedad ficticia de


Galton “la convicción general de esta verdad sería la base firme de las
costumbres e ideales de Kantsaywhere” (ibíd.: 418).
Los genes eran prácticamente todo en Kantsaywhere. De hecho,
lo transmisible por herencia –lo considerado natural– era la preocu-
pación más acuciante del profesor I. Donoghue, un exitoso inmigran-
te en la historia de Galton y una de las principales voces del relato7.
Como bien explicara Donoghue, “…lo que les preocupa a unos y a
otros es lo natural y, por lo tanto, únicamente las características here-
ditarias” (ibíd.: 414). Más tarde aclararía:

hemos escuchado mucho en los discursos políticos hablar del “valor de


la pradera”, es decir, del valor de la tierra sin cultivar, cercar, drenar, arar, ni
plantar, sólo el potencial de la tierra misma, sin casas, ni granjas. Aplicando
esta idea al hombre, como si de tierra se tratara, el “valor de la pradera” era lo
que la gente de Kantsaywhere intentaba establecer (ibíd.: 414).

La primacía de lo “natural”, sea gente o territorio, es innegable en


el relato de Galton. En otras palabras, es “el valor de la pradera” de los
habitantes de esa sociedad utópica –personas vistas como recursos na-
turales– lo realmente valioso. Pero, ¿qué significa esta naturalización de
la población? ¿Cuales son las implicaciones de establecer equivalencias
entre gente y territorio, de ver a los ciudadanos no como sujetos polí-
ticos sino como recursos naturales (tales como el petróleo, el zinc, el
carbón o la sal), como objetos tecnológicos para gerenciar y explotar?8.
La utopía eugenésica de Galton, con su primacía de lo natural so-
bre lo cultural, representaba el fundamento de la corriente principal

7. La novela fue escrita como si fuera el diario del profesor I. Donoghue, probable-
mente un inmigrante irlandés altamente interesado en las costumbres de Kant-
saywhere, e incluye un recuento detallado de las pruebas migratorias y del sistema
de gobierno en general.
8. Michel Foucault dedicaría una de sus conferencias en el College de France pre-
cisamente a este tema. Véase específicamente la conferencia del 11 de enero de
1978 en Michel Foucault (2007): Security, Territory, Population: Lectures at the
College of France 1977-1978, pp. 1-27.
Utopía en práctica 

del movimiento eugenésico en el mundo de cara al siglo xx9. Galton


estaba convencido de que “el mejoramiento de la raza podía ocurrir
sólo cuando la naturaleza proporcionara una oportunidad clara y he-
redable [los biólogos del momento lo vieron como un deporte] sobre la
cuál la selección, natural o eugenésica, pudiera actuar” (Kevles 1999:
17)10. De hecho, eugenistas en países tales como Alemania, Inglaterra
o los Estados Unidos veían en la evolución un proceso impermeable al
ambiente y regido únicamente por la genética. Sin embargo, el movi-
miento eugenésico no fue uniforme ni universal; y, por ejemplo, para
eugenistas en otras latitudes como las identificadas áreas latinas, las ca-
racterísticas orgánicas podían ser modificadas por factores ambienta-
les, y estos cambios ser transmitidos genéticamente a las generaciones
siguientes11.

9. Pareciera ser que para Galton, Kantsaywhere representaba un mundo gobernado


sólo por la naturaleza –factores genéticos o biológicos innatos–. Allí, la crianza
–los factores ambientales externos, o sociales, las circunstancias políticas y cul-
turales– eran simplemente irrelevantes. De hecho, el debate naturaleza versus
crianza o también comúnmente entendido como naturaleza versus cultura ha
sido tradicionalmente atribuido a Galton. Véase Ruth Schwartz Cowan (1977):
“Nature and Nurture: The Interplay of Biology and Politics in the Work of Fran-
cis Galton”.
10. Para Galton, las cualidades deseables sólo se transmitían de generación en genera-
ción, por herencia biológica, y nunca como resultado de la educación, la cultura u
otras circunstancias sociales. Esto enfatizaba su propia genealogía, conectándolo
a su primo Charles Darwin y estimulando la creencia de que la “genialidad” era el
resultado único de aptitudes heredadas.
11. Entre 1890 y 1940, impulsada por teorías de evolución y degeneración, la euge-
nesia se expandió a manera de movimiento internacional por unos treinta países.
De acuerdo con el informe de la Comisión Internacional de Eugenesia, publicado
en Eugenics News en 1924, dicha comisión constaba de veintidós miembros; ade-
más de Gran Bretaña, los Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, la
lista incluía otros once países europeos y seis latinoamericanos. En 1935 se fun-
dó la Federación Internacional Latina de Sociedades Eugenésicas para abarcar las
denominadas “áreas latinas”: Francia, Italia, Bélgica y los países de América Lati-
na. También es interesante notar que a mediados del siglo xix, el término mismo
“América Latina” fue acuñado para designar el complejo conjunto de naciones
poscoloniales cuyos idiomas venían de las lenguas romance, revelando un énfasis
en la primacía cultural de Francia en toda la región. Véase el texto introductorio
 Fabiola López-Durán

Este ensayo explora cómo una particular corriente de la eugene-


sia –que surgió en Francia durante la Tercera República (1870-1940)
e inmediatamente fue adoptada por las élites latinoamericanas– llegó
a ser una ideología dominante de progreso y el vehículo mismo de su
materialización. Esta forma de eugenesia –que subyace en el centro de
múltiples utopías latinoamericanas– conjugó cuerpo y medio ambien-
te o, como lo llamarían los franceses, milieu, como territorios plausi-
bles de intervención12. Basada en el principio de “herencia de caracte-
rísticas adquiridas”, introducido por el biólogo francés Jean Baptiste
Lamarck (1744-1829), esta corriente de la eugenesia enfatizó la con-
vergencia de dos fuerzas igualmente poderosas en el mejoramiento de
la especie humana: la herencia y el milieu13. A través de un viaje por la

de Mark B. Adams (1990): “Eugenics in the History of Science”, en su libro The


Wellborn Science. Eugenics in Germany, France, Brazil and Russia, p. 5.
12. La noción de milieu fue inicialmente introducida por Isaac Newton en el campo
de la física, pero el término en su acepción de “espacio material en el que los cuer-
pos se mueven” apareció por primera vez a mediados del siglo xviii en la famo-
sa Encyclopédie de Denis Diderot y Jean Le Rond D’Alembert. Fue precisamente
Jean-Baptiste Lamarck quien importaría la noción de milieu del campo de la fí-
sica al emergente campo de la biología. Allí, milieu pasó a ser un medio dinámi-
co donde los organismos transforman y son transformados por el ambiente que
los rodea en un proceso de constante adaptación. La noción de milieu continuó
mutando: en el siglo xix se desplazó de la biología a la sociología y a la geografía;
a inicios del siglo xx, se insertó en los diálogos que se establecieron entre urba-
nismo y eugenesia; y ahora, a inicios del siglo xxi, persiste en el campo de la ar-
quitectura a través de su fijación global en la sustentabilidad. Siguiendo las teo-
rías lamarckianas, Georges Canguilhem (2008), para definir el término milieu,
identificó la ausencia de una armonía intrínseca entre los organismos vivos y el
medio ambiente, y un consecuente y mutuo proceso de adaptación. Para Michel
Foucault milieu era, de hecho, un “campo de intervención” en el que el objetivo
era precisamente la transformación de la población (2007: 21). Sobre la relación
entre milieu y sustentabilidad véase Fabiola López-Durán y Nikki Moore (2010):
“Ut-opiates: Rethinking Nature”.
13. El principio lamarckiano sobre la “herencia de caracteres adquiridos”, amplia-
mente aceptado por la mayoría de los científicos evolucionistas del siglo xix, in-
cluido Darwin, pronto sería disputado. En primer lugar, esta teoría fue debatida
por el citólogo alemán August Weissman (1834-1914), quien propuso la teoría
del plasma germinal autónomo –el cual contiene la información hereditaria fija e
Utopía en práctica 

narrativa utópica de finales del siglo xix y principios del xx –que vi-
sualizara sociedades perfectas en espacios perfectos, ambos logrados
por los mecanismos de la eugenesia– este ensayo traza la manera en que
estos textos utópicos pasaron de ser pura ficción a planes concretos14.
Al hacer esto, se identifica una conexión íntima entre ciudad-utopía-
eugenesia, donde la ciencia –la medicina en particular– y el ambien-
te construido llegaron a ser instrumentos determinantes en el proceso
de imaginar, planificar y construir las modernas naciones latinoa-
mericanas15. Este trabajo destaca la intersección entre lo ideal, tal y
como aparece codificado en los textos utópicos, la institucionalización
del movimiento eugenésico y el surgimiento del urbanismo moderno.

I.

No es casualidad que este ensayo, el cual sostiene que la eugenesia sub-


yace en la génesis del urbanismo moderno, comience con un texto utó-
pico. Kantsaywhere, de Galton, no es sólo relevante para este estudio

impermeable a la influencia ambiental; y luego por el redescubrimiento de las le-


yes hereditarias de Gregor Mendel (1822-1884) –según las cuales la información
hereditaria reaparece sin cambios en la siguiente generación. De este modo, la
genética mendeliana confirmaba la inviolabilidad del plasma de Weissman. Pero
esta forma de eugenesia latina devolvió a Lamarck a la palestra. En Francia, las
ciencias médicas aún reconocían a Lamarck como el precursor de Darwin, in-
justamente eclipsado por éste. En este sentido, y como bien observa Charles Ri-
chet, quien había sido galardonado con el premio Nobel de Medicina en 1913, el
lamarckismo era “la influencia transformadora que viene del milieu” y el darwi-
nismo era “la transmisión hereditaria de esta transformación resultante” (Richet
1922: 37).
14. Ya Gisela Heffes en su libro Las ciudades imaginarias en la literatura latinoamerica-
na, enfatizaba la importancia de analizar la relación que se establece entre discur-
so y práctica. (Heffes 2008:12).
15. De modo que, a través de su búsqueda por la mejora de la raza, esta forma parti-
cular de la eugenesia encontró en la arquitectura, el urbanismo y el diseño del pai-
saje tanto su tecnología como su forma estética más acabada. Ver Fabiola López-
Durán (2009): Eugenics in the Garden: Architecture, Medicine and Landscape from
France to Latin America in the Early Twentieth Century.
 Fabiola López-Durán

porque retrata una sociedad organizada según las leyes de la herencia


–imaginada precisamente por el científico británico que acuñó el tér-
mino eugenesia–, sino también por su propia naturaleza como texto
utópico16. Françoise Choay, la historiadora francesa especialista en ar-
quitectura, ha descrito cómo los textos utópicos, aunque sean ficción,
representan, junto a los tratados de arquitectura, precedentes impor-
tantes a los escritos sobre urbanismo. Desde sus orígenes, estos dos ti-
pos de narrativas, tratados de arquitectura y textos utópicos –como
podríamos constatar en De Re Aedificatoria (1485) de Leon Battista
Alberti y Utopía (1516) de Thomas More– comparten un acercamien-
to crítico a una realidad existente y un modelo espacial teórico para un
futuro posible. Según Choay, ambos representan mecanismos simila-
res para la producción del espacio: los tratados de arquitectura a través
de la formulación de principios y reglas; los textos utópicos, median-
te la construcción de un modelo para el futuro (1997: 7-8). Así como
la Utopía de More era una crítica a la Inglaterra del siglo dieciséis, los
textos utópicos se presentan como crítica a la realidad existente, ofre-
ciendo un modelo de sociedad y, claro está, un modelo para el espacio
ideal que debía ocupar17.

16. Por supuesto que Galton no fue el primero ni el último en escribir acerca de una
sociedad utópica basada en el control de la sexualidad y la reproducción humana:
en La República, escrita aproximadamente en el año 380 a.C., y cuyo título ori-
ginal en griego había sido Politeia, Platón también imaginó una sociedad utópi-
ca alcanzada a través de la implementación de eficaces prácticas eugenésicas. En
1602, inspirado en este texto, y en su isla utópica “Atlantis”, el fraile dominico
Tommaso Campanella visualizó su Città del Sole como una república ideal don-
de los nacimientos eran organizados según la calidad de los ciudadanos. En 1781,
Rétif de la Bretonne, en La Découverte Australe par un Homme-Volant, escribió
sobre el uso de la tecnología para producir una raza eficiente de humanos-anima-
les y crear así un imperio colonial localizado al oeste del hemisferio sur, a medio
camino entre Tierra del Fuego (Argentina) y la Antártida. Para una breve intro-
ducción a estos autores y a sus sociedades eugenésicas imaginarias, véase Michèle
Riot-Sarcey, Thomas Bouchet y Antoine Picon (2002): Dictionnaire des Utopies,
pp. 33-37; pp. 64-69; pp. 176-179; pp.184-185; y p. 201.
17. De hecho, en un artículo escrito para la exposición Utopie. La quête de la société
idéale en Occident, Choay identificó tres elementos estructurales que constituyen
el género utópico: la crítica a una sociedad específica, la propuesta de un modelo
Utopía en práctica 

No es sorprendente que los textos utópicos hayan proliferado de


tal manera, sobre todo al final del siglo xviii –período de profundas
convulsiones– y que hayan enfocado su atención en la descripción del
espacio físico durante el siglo xix, en concordancia con las grandes
transformaciones urbanas que tuvieron lugar en esta época (Choay
2000: 348). Por medio de la propuesta de una sociedad diferente,
los textos utópicos describieron nuevas formas de espacio y, en algu-
nos casos, éstos fueron descritos de manera tan clara y detallada que
parecían encarnar una realidad por venir. Phalange (1829), de Char-
les Fourier; Icarie (1840), de Etienne Cabet; New Lanark (1841), de
Robert Owen; e Hygeia (1876), de Benjamin Ward Richardson, son
algunos ejemplos de obras utópicas del siglo xix donde el espacio físi-
co era descrito con minuciosa atención al detalle18. Sin embargo, no es

de sociedad y la propuesta de un modelo espacial. Véase Françoise Choay (2000):


“Utopia and the Philosophical Status of Constructed Space”, pp. 346-348.
18. Aunque el análisis de tales espacios va más allá del alcance de este ensayo, pare-
ce relevante hacer un comentario sobre esta última sociedad utópica. Hygeia, A
City of Health es significativa para este ensayo, no sólo porque en ella aparece la
cuestión médica sobre la que se construye el modelo urbano, sino también por
su influencia sobre los círculos literarios y médicos en América Latina. De he-
cho, Hygeia fue traducida al castellano, publicada y ampliamente citada tanto en
textos literarios como en revistas científicas. Como programa urbano utópico,
Hygeia fue presentada por primera vez por su autor, el médico inglés Benjamin
Ward Richardson, en la Sección Salud de la reunión de la Asociación de Ciencias
Sociales en Brighton, Inglaterra, en 1862. El texto describe, desde un punto de
vista médico, una ciudad planificada cuyo valor primario era la salud de sus ha-
bitantes. Richardson, que fue el primero en subrayar los efectos perjudiciales del
alcohol y del tabaco en su libro Diseases of Modern Life (1875), visualizó una espe-
cie de ciudad-hospital, una panóptica urbana, en donde el ambiente era regulado
y controlado a fin de erradicar la mayoría de las enfermedades. Ya en el siglo an-
terior, la utopía anónima Sinapia, escrita aparentemente por el consejero del rey
español Carlos III (Carlos de Borbon 1716-1788), incluía descripciones espacia-
les en gran detalle, como si se tratara de un modelo para ser construido en el futu-
ro. Sinapia, una utopía española del siglo de las luces, texto que no fuera descubier-
to hasta aproximadamente 1970, es también relevante para este análisis, ya que
muestra una sociedad organizada alrededor de las ideas de la agenda colonial es-
pañola en América Latina. Como la Utopía de More, Sinapia representa una ima-
gen invertida: es una península en el hemisferio sur que corresponde exactamente
 Fabiola López-Durán

sino hasta finales del siglo xix –a la sombra de la era industrial, momen-
to en que lo ideal se asoció a lo económico y lo eficaz– cuando los textos
utópicos alcanzaron un mayor nivel de sofisticación en su descripción
del espacio, reflejando un claro deseo de proyectar la ficción en la reali-
dad. De hecho, espacios para sociedades ideales imaginados por Fourier,
Cabet y Owen fueron luego construidos en la realidad en diferentes re-
giones. No es casual, por lo tanto, que a finales del siglo xix y comienzos
del xx –período en el cual coincide la caída de la literatura utópica oc-
cidental y el auge del movimiento eugenésico– los textos latinoamerica-
nos sobre ciudades y sociedades utópicas compartan, paradójicamente,
la primacía de lo ideal que tradicionalmente identifica al género utópico
y el claro pragmatismo que caracteriza el trabajo de los reformadores y
planificadores de las ciudades durante los años subsiguientes19.
En este sentido, es importante enfatizar que en América Latina, la
mayoría de estas utopías fueron en general de carácter médico, escritas
no tanto por autores de ficción, sino por científicos que las publicaban
en revistas médicas arbitradas, y por periodistas que escribían para re-
vistas de circulación masiva cuyo enfoque era técnico-científico y futu-
rista20. Resulta interesante observar cómo durante este período, cuando

a la Península Ibérica en el hemisferio norte, de la misma manera que su nombre,


Sinapia, es prácticamente la palabra Ispania (España) vista en el espejo. Sinapia
fue pensada como una sociedad contraria a la española, donde tanto la agricultura
como la medicina fueron las prácticas especialmente impulsadas, enfatizando el
progreso y la ciencia. Véase Benjamin Ward Richardson (1876): Hygeia, A City of
Health y Miguel Avilés Fernández (1976): Sinapia, una utopía española del siglo de
las luces. Véase también la versión en castellano de Hygeia publicada en la Revista
Médico Quirúrgica, Publicación Quincenal. Órgano de los Intereses Médicos Argen-
tinos, y la antología de textos utópicos de Françoise Choay (1965): L’urbanisme:
utopies et réalités. Une anthologie.
19. Choay (1997) sostiene que al final del siglo xix el género utópico prácticamente
desaparece de la literatura occidental. Tal vez, como observa la historiadora fran-
cesa, News from Nowhere, de William Morris (1890), fue la última gran utopía del
siglo en el mundo occidental.
20. Desde la utopía que escribiera en 1875 el médico y naturalista argentino Eduardo
Ladislao Holmberg, Dos partidos en lucha: Fantasía científica, la cual se desarrolla
a partir de los debates que generó la recepción de las teorías darwinianas en Ar-
gentina, hasta las utopías de los años veinte, en las que la eugenesia aparece como
Utopía en práctica 

las élites latinoamericanas intentaban transformar sus países en nacio-


nes modernas, las características biológicas de la población se convir-
tieron en un factor económico relevante y, en consecuencia, la institu-
cionalización de un sistema para manejar y optimizar su productividad
se asumió como una tarea de resolución urgente (Foucault 1980: 172).
La eugenesia, en forma de medicina, ofreció las bases para la institucio-
nalización y legitimación de este sistema; y la arquitectura, que desde el
siglo xviii había estado asociada directamente a la salud y al control de
la población, se convirtió en una tecnología política y económica21. No

la “ciencia” que resolvería todos los males de América Latina, la lista de utopías
con énfasis en aspectos científicos, particularmente en las ciencias médicas, es nu-
merosa. Entre éstas podemos citar las de Augusto Emilio Zaluar, O Doutor Benig-
nus (Brasil, 1875); Achilles Sioen, Buenos Aires en el año 2080: Historia verosímil
(Argentina, 1879); Luis V. Varela, El doctor Whuntz: Fantasía (Argentina, 1881),
novela dedicada al famoso médico eugenista José María Ramos Mejía; Francisco
Calcagno, En busca del eslabón: Historia de monos (Cuba, 1888); Enrique Vera y
González, La estrella del sur (Argentina, 1904); Eduardo Urzaiz, Eugenia: Esbozo
novelesco de costumbres futuras (México, 1919); Emilio Coni, La Ciudad Argentina
Ideal o del Porvenir (Argentina 1919); Juan Manuel Planas y Sainz, Las teorías del
Profesor Miliscenios (Cuba, 1917); y La Corriente del Golfo (Cuba, 1920).
21. Dos conceptos explican esta confluencia: biopoder y milieu. El biopoder fue
identificado por Michel Foucault (1976) como una tecnología política cuyo obje-
tivo fue la intervención en las características vitales de la existencia humana. Fou-
cault observa que esta tecnología se desarrolló como una técnica dual: mientras
que una parte se enfocaba en “las políticas anatómicas del cuerpo humano” indivi-
dual para buscar su optimización en un sistema de producción; la otra se enfo-
caba en la “biopolítica de las poblaciones” para regular los mecanismos básicos de
la vida: nacimiento, morbilidad y mortalidad (Foucault 1976: 139; énfasis en el
original). Unidos al final del siglo xix, estos dos mecanismos –uno para manejar
al individuo; el otro, al colectivo– se convirtieron en el objeto principal de las re-
gulaciones del Estado en materia de salud, higiene y asistencia social. En otras pa-
labras, el concepto de Foucault de biopoder considera al individuo-cuerpo y a la
sociedad-colectivo como objetos de poder y manipulación, siendo así la raza, el
sexo, la reproducción y los mecanismos vitales, sus vehículos; del mismo modo,
el concepto de milieu de Canguilhem (1952) une el espacio y la sociedad en un
estado de contingencia. Cuando se asumen al unísono, estos dos conceptos des-
criben la forma de eugenesia desarrollada en Francia y adoptada en América Lati-
na, la que impulsó muchas de las políticas de modernización en la región.
 Fabiola López-Durán

hubo complicidad más activa a principios del siglo xx en Latinoamérica


que la establecida entre la profilaxis social y la transformación urbana.
Allí, eugenesia e higiene se convirtieron prácticamente en lo mismo.
Desde la Patagonia hasta el norte de México, médicos y periodistas
científicos imaginaron las nuevas capitales latinoamericanas como uto-
pías médicas factibles, en algunos casos acompañando las transformacio-
nes urbanas de sus territorios; en otros, anticipando la responsabilidad
del Estado frente a la salud pública y el rol que ésta desempeñaría en la
construcción del espacio natural o arquitectónico.
Uno de estos periodistas fue Achilles Sioen, inmigrante francés que
vivió en Argentina, y quien en 1879 imaginó Buenos Aires como una
utopía sanitaria en la que la higiene urbana era la tecnología usada
para purificar y moralizar una sociedad “degenerada”. En su utopía,
una nueva práctica de intervención fue implementada, la cual comen-
zó con el espacio público y se extendió hacia los cuerpos de las per-
sonas, “especialmente los cuerpos de los pobres” (Armus 2007: 33).
La utopía de Sioen, titulada Buenos Aires en el año 2080. Una historia
verosímil, fue más bien un plan urbanístico para la construcción real
de una metrópoli libre de enfermedades y vicios, que una creación li-
teraria sobre una sociedad ideal (Sioen 1879). Como su título anun-
cia, la novela representa una historia posible y creíble. Así como ce-
lebraba la conexión entre la benevolencia de la naturaleza y los logros
de la ciencia, Sioen visualizaba una especie de utopía ecomédica en la
que el Sol era una fuente de vida y energía; el agua, un instrumento
de limpieza y saneamiento; los árboles, recursos higiénicos y morales;
y la medicina, la exitosa ciencia que hacía posible ese mundo sin en-
fermedades. En la ciudad capital que Sioen imaginó para la Argenti-
na, grandes avenidas conmemoraban la ciencia y el progreso en lugar
de los héroes de la patria y sus batallas independentistas; y un nuevo
parque metropolitano, “un pulmón verde”, y otras intervenciones casi
de carácter quirúrgico insertaban el “verde” en lo urbano, con el único
fin de garantizar un medio ambiente sano y la “respiración de la ciu-
dad” (ibíd.: 62).
La ciudad imaginada por Sioen en 1879 era más que una repre-
sentación del urbanismo de Hausmmann, con sus amplias avenidas
construidas para facilitar la circulación de personas y bienes, como así
Utopía en práctica 

también para enfatizar ejes cívicos y espacios conmemorativos monu-


mentales. Esta utopía prefiguraba la imagen de una ciudad planificada
y construida bajo el auge de una nueva forma de higiene, la llamada
higiene social. Definida inicialmente como el “arte de conocer” las in-
fluencias del medio ambiente, la higiene social abordó en una visión
única tres enfermedades –la tuberculosis, la sífilis y el alcoholismo–
que eran percibidas como vehículos directos del tan temido proceso
de degeneración de la especie22. Fue precisamente la convergencia de
estas tres enfermedades lo que definió la higiene social y su etiología
moral, vinculando el origen de la enfermedad al comportamiento de
sus víctimas. Con el fin de combatir estas enfermedades, consideradas
de orden social o moral, y que afectaban no sólo al individuo sino a
sus descendientes, la higiene social se consolidó a finales del siglo xix
como una ciencia económica que tuvo como objetivo los frutos del
capital humano: la producción (travail) y la reproducción (Sicard de
Plauzoles 1927: 44). De hecho, el pronatalista Sicard de Plauzoles,
siguiendo las ideas de dos renombrados médicos franceses, Adolphe
Pinard y Louis Landousy, quienes participarían activamente en orga-
nizaciones higiénicas y eugénicas, definiría la higiene social en los si-
guientes términos:

La higiene social es una ciencia económica, cuyo objetivo es el capital


humano, su producción y reproducción (eugenesia y puericultura), su con-
servación (higiene, medicina y asistencia preventiva), su uso (profesional y
educación física), y su rendimiento (la organización científica del trabajo)
(Sicard de Plauzoles 1920: 178).

22. El criminólogo francés Alexander Lacassage fue el primero en definir la hygiène


social en su texto de 1876 “Précis d’hygiène privée et sociale”, como el “arte de
entender las diferentes influencias que vienen del milieu en el cual el ser humano
evoluciona y se modifica de la manera más favorable para su desarrollo físico, in-
telectual y moral” (reproducido en Drouard 1999: 81). En 1902, el seguidor de
Pasteur, Emile Duclaux enfatizó la dimensión teórica del término en el cual las
enfermedades no eran vistas en sí mismas sino en relación con su repercusión en
la sociedad (Duclaux 1902: 5).
 Fabiola López-Durán

Así, la higiene social que extendió su dominio mas allá del cuerpo
individual enfermo al cuerpo social colectivo tuvo como principios
fundamentales el concepto liberal de prévoyance y su naturaleza pro-
filáctica para la preservación y planificación de la sociedad, y la aten-
ción a la salud de los espacios públicos23.
Paralelamente a la idea asumida de considerar el aire, el verde y el
agua como elementos particularmente saludables, la ciudad de Sioen
se anticipó a lo que constituiría una de las principales características
del los planes urbanos para Buenos Aires elaborados a finales de siglo
xix e inicios del xx: la inclusión de áreas verdes como elementos sani-
tarios, estéticos, educativos, definitorios del trazado de la ciudad y su-
puestamente democráticos (Gorelik 1998). Sioen prefigura el modelo
de parque metropolitano que Juan de Cominges visualizara y presen-
tara a la Municipalidad en 1882, así como también la serie de parques,
jardines, malecones y cinturones verdes que mas tarde diseñarían Be-
nito Carrasco y los arquitectos paisajistas franceses Eugène Courtois,
Carlos Thays, Joseph Antoine Bouvard y Jean Claude Nicolas Fores-
tier (Armus 2007; Berjman 1998). Vale la pena destacar que Forestier
era miembro activo del parisino Musée Social, una institución inter-
disciplinaria que desempeñaría un papel crucial en la reforma social
francesa y en la simultánea transformación urbana de ciudades capita-
les, tanto en América Latina como en los países alrededor del medite-
rráneo. Forestier formó parte de la Sección de Higiene Urbana y Rural
de esta institución francesa junto a Louis Landouzy, el científico que
reconociera por primera vez la tuberculosis como una enfermedad so-
cial, y a quien se le atribuye la definición de la hominicultura como
forma de higiene social en el combate de la tríada tuberculosis-sífilis-
alcoholismo (López-Durán 2009: 54). Forestier fue precisamente el
arquitecto que diseñó el plan maestro de 1925 para Buenos Aires, en
el cual promulgaba una estructura innovadora y sistemática de salud y

23. El término prévoyance se refiere “al acto de ahorrar dinero y al imperativo mo-
ral de la previsión” (“the act of putting money aside and the moral imperative to
use foresight”) en tanto único y válido método para eliminar la pobreza (Horne
2002: 29).
Utopía en práctica 

bienestar al incluir parques, jardines y muelles dentro del tejido urba-


no de la ciudad capital24.
De modo similar, otra utopía argentina, La Ciudad Argentina Ideal
o del Porvenir, escrita por el médico Emilio Coni y publicada en 1919
en una revista médica especializada, retrata una ciudad moderna cons-
truida en resonancia con los descubrimientos científicos en Europa,
especialmente en Francia, y con el movimiento de higiene social que
se instauró en la Argentina a principios del siglo xx (Coni 1919). Si la
instalación de sistemas de agua potable y otras infraestructuras sanita-
rias en la ciudad representó el principal interés de Coni a finales del si-
glo xix (como lo demostró en su libro de 1887 Progrès de l’higiene dans
la République Argentine), su principal preocupación durante los años
veinte fue la organización de las instituciones dedicadas a la preser-
vación del bienestar social y la moralización de la población (Armus
2007: 40). La ciudad utópica de Coni, haciéndose eco de sus propios
intereses y prácticas médicas, describiría principalmente una ciudad
obrera modelo, en la que los sectores medios y aquellos al margen de
la modernización (cuya población era de origen inmigratorio y crio-
llo), dejarían de habitar insalubres conventillos en el centro de la ciu-
dad para insertarse en homogéneos e higiénicos barrios obreros (Coni
1919: 343). En ellos, las casas de cada uno de los trabajadores repre-
sentarían una unidad de prevención sanitaria, una fuente de salud y
parte de una red de instituciones profilácticas que tenían como funda-
mental objetivo el mejoramiento físico y moral de la raza (ibíd.).
En la Buenos Aires de Coni la protección de las mujeres embaraza-
das y de los niños se convirtió en una prioridad. Coni destaca la cons-
trucción de salas de maternidad, dispensarios ginecológicos, centros de
acogida para madres solteras y sus hijos, dispensarios de lactantes, ca-
sas-cuna en los barrios, asilos maternales para huérfanos y colonias y
escuelas para niños débiles y retardados (1919: 344). A pesar de que

24. Los planos elaborados por Forestier para la transformación urbana de Buenos
Aires fueron publicados en 1925 por la Comisión de Estética Edilicia de la Mu-
nicipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (MCBA) bajo el titulo Proyecto orgánico
para la urbanización del municipio.
 Fabiola López-Durán

también se resalta la incorporación de consultorios médicos y farma-


cias en las fábricas, así como la construcción de asilos-taller para los
vagos y asilos nocturnos para los indigentes, la sociedad descrita por
Coni privilegió la profilaxia social para niños y mujeres, y con ello las
unidades de prevención que respondían a lo que los argentinos llama-
ron la “ciencia del momento”: la puericultura (Sisto 1915: V). En casi
toda América Latina, la puericultura –una especie de ciencia-fe que
había sido revitalizada en Francia por Adolphe Pinard como analogía
a la agricultura para el cultivo científico de la unidad madre-hijo– se
transformó en una modalidad de eugenesia lamarckiana25. Revelando
la influencia de la medicina francesa en los círculos médicos argenti-
nos, la puericultura estuvo en el centro de los debates de las primeras
décadas del siglo xx y fue, incluso, incorporada como materia obligato-
ria, únicamente para las niñas, en escuelas públicas y privadas (Rodrí-
guez 2006: 119). Los textos de Coni representaban así la importancia
que adquiría el problema de la reproducción por sobre la producción,
en un país tan vasto como la Argentina. Siguiendo el lema “Gobernar
es poblar”, que exitosamente Juan Bautista Alberdi había proclamado
a mediados del siglo xix, la posición pronatalista de la eugenesia la-
marckiana resaltaba la práctica de la puericultura como una de las vías
más accesibles para perfeccionar la especie humana. En La Ciudad Ar-
gentina Ideal o del Porvenir, el enfoque principal era, de esta forma, la
regeneración sostenida a través de la profilaxis y la filantropía.
En estos textos utópicos, que podrían ser clasificados como uto-
pías médicas, la salud es “mucho más que normalidad; en términos
simples, es normativa” (Delaporte 2000: 351). Así, la relación entre
el organismo y su medio ambiente se convirtió en el objeto principal
de transformación en manos del Estado. En una primera instancia, es-
tas utopías parecieran estar superpuestas a la estructura de la ciudad
haussmanniana, donde se privilegia la circulación de personas, auto-
móviles, mercancías, aire limpio y luz solar; sus parques urbanos, jar-

25. Debo esta asociación entre puericultura y agricultura a Jane Ellen Crisler. Véase
Jane Ellen Crisler (1984): Saving the Seed: The Scientific Preservation of Children
in France during the Third Republic.
Utopía en práctica 

dines y plazas como instrumentos higiénicos, estéticos y de ocio; su


serie de monumentos y vistas interconectadas; sus modernos sistemas
de desagüe de aguas blancas y negras; y la creación de una fachada
“moderna” para la ciudad. Sin embargo, estos textos utópicos imagi-
naban la ciudad como el resultado de un proyecto que pretendía algo
más: llevar “tanto las normas como las formas hacia un marco común
que podría producir un orden social sano, eficiente y productivo” (Ra-
binow 1995: 11). A diferencia del París de Haussmann, y en sintonía
con el contexto histórico de sus autores, estas utopías visualizaron la
ciudad de Buenos Aires no sólo como un objeto político, económico
y técnico, sino principalmente como una entidad social. Como bien
señala Paul Rabinow en su célebre libro French Modern: Norms and
Forms of the Social Environment, es precisamente el peso de lo social lo
que define la visión moderna de la intervención urbana (ibíd.).

II

En 1959, el microbiólogo y ambientalista franco-estadouniden-


se Rene J. Dubos, argumentaba que el estudio de las enfermedades
había contribuido enormemente a la ciencia de la ecología humana,
que comprendía a los individuos como parte del cuerpo social (410-
424)26. El positivismo había introducido en América Latina la firme
convicción de que la ciencia proporcionaría, con el progreso, un mun-
do sin enfermedad. En dicho contexto, ninguna otra ciencia mejor
que la medicina encarnaría esta ideología moderna, y más que ningún
otro, la ciudad se convertiría en su objetivo de análisis e interven-
ción (Stepan 1991)27.

26. Ésta es la tesis principal de Dubos en su famoso artículo “Medical Utopias”.


27. Según la historiadora de la ciencia, Nancy Stepan “...of all the branches of science
cultivated in Latin America, medicine was the most institutionally advanced and
professionalized. Medical schools had been among the first scientifically oriented
institutions to be established in Latin America. Throughout the nineteenth cen-
tury, medical education, along with law, served as Latin American equivalents of,
or substitutes for, the liberal arts degree; many students attending medical school
 Fabiola López-Durán

Sin embargo, la ilusión de un perfecto estado de salud se ha mani-


festado en diversas formas a través de la historia. A finales del siglo xix,
los científicos y pseudo-científicos –higienistas y eugenistas– fueron
quienes, precisamente, visualizaron y prometieron este mundo utó-
pico. Pero sus promesas, en realidad, fueron atrapadas en un atollade-
ro de pruebas y contradicciones asociadas a la comprensión moderna
de ambos: naturaleza y cuerpo humano. Por un lado, creían que una
mente y cuerpo sano sólo podrían alcanzarse a través de una relación
armónica entre los seres humanos y la naturaleza28. Al asociar la enfer-
medad con la suciedad, la contaminación, los microbios e, incluso, la
fealdad que proliferaba en el mundo industrial, alegaron que la salud
podía ser recuperada simplemente llevando la naturaleza a las masas
urbanas en forma de aire puro, agua potable, verdes y agradables am-
bientes naturales (Dubos 1959: 20-21). Por otro lado, ellos mismos se
vieron, inevitablemente, en la contradicción de que no existía ningún
instinto maternal en la madre naturaleza y que la vida, en realidad, era
una guerra contra sus fuerzas (Lee 1997: 13). Desde finales del siglo
xviii, como teorizó el fisiólogo francés Xavier Bichat, fue surgiendo
una nueva concepción del cuerpo, no como un contenedor vacío, sino
como un contingente de membranas con diferentes grados de per-
meabilidad y estabilidad (Canguilhem 1979: 122). El cuerpo, según
Bichat, era exquisitamente vulnerable al asalto implacable del entorno
exterior, y la vida era “el conjunto de funciones por las cuales se resiste

either failed to graduate or, once graduating, used their degrees for social advan-
cement rather than as a means to professional practice. Medicine, then, was not a
narrow, scientific, and technical profession but one connected to the larger social
issues of the day” (1991: 41-42).
28. Desde la Antigüedad clásica, la convicción de que la buena salud y la vida natu-
ral eran inseparables ha sido una creencia común. Pero en los tiempos modernos,
desde el romanticismo del siglo xviii hasta la obsesión con la sustentabilidad en el
siglo xxi, esta convicción ha cobrado mayores proporciones. Incluso Edward Jen-
ner (1749-1823), el llamado padre de la inmunología, en su presentación de la
“no tan natural” práctica de la vacunación, argumentaba que “la desviación del
hombre del estado en el que se encontraba originalmente en la naturaleza parecie-
ra haberle proporcionado una prolífica fuente de enfermedades” (reproducido en
Dubos 1987: 6).
Utopía en práctica 

a la muerte” (Bichat 1805: 1). En este sentido, los eugenistas lamarc-


kianos tenían razón en su convicción de que el cuerpo y el ambiente
se afectaban mutuamente con impacto crítico. Así, el proceso de su-
pervivencia –del cuidado de nosotros mismos para conservar la vida–
es “reflexivo y flexible, más que inmutable y confinado”, como era la
creencia común (Dubos 1959: 411).
Aun así se pensó que el ambiente natural podría ser también con-
trolado y usurpado por la intervención de la arquitectura. Así nació
una nueva complicidad entre arquitectura y medicina que estaría en el
centro mismo de la eugenesia lamarckiana. Al concebir la arquitectura
como una influencia tan poderosa como la naturaleza, los científicos y
reformadores sociales estuvieron convencidos de que tenía el potencial
no sólo de una fuerza estabilizadora, sino también disciplinaria y re-
guladora del cuerpo humano. La salud, considerada “una expresión de
buena forma física ante los diversos factores del medio ambiente”, esta-
ba basada en la idea de que la buena forma física era fruto de “innume-
rables adaptaciones genotípicas y fenotípicas a estos factores” (ibíd.).
No obstante, cualquier cambio ambiental exige adaptación; y es preci-
samente esta capacidad para la adaptación lo que permite que nosotros
mantengamos un estado de buena forma física, o no (ibíd.).
En un examen más detenido de esta dinámica entre cuerpo y me-
dio ambiente, encontramos que la eugenesia lamarckiana se basó, pre-
cisamente, en la noción de milieu, la cual reúne a los organismos y sus
ambientes en un estado de permanente contingencia. A pesar de com-
prender la conflictiva dinámica de esta relación, esta rama particular
de la eugenesia también quedó atrapada en una rigidez que, de acuer-
do con Lewis Mumford, aflige a todas las utopías (1965: 271-292).
En consecuencia, a través de la naturalización de la población (consi-
derando a las personas no como sujetos políticos, sino como recursos
naturales) y la instrumentalización del medio ambiente (con la convic-
ción de que el entorno tenía la capacidad de cambiar el cuerpo huma-
no), la eugenesia lamarckiana tuvo el mismo objetivo que la corrien-
te principal de la eugenesia: la homogeneización de la población. Esto
condujo a una noción rígida, utópica del cuerpo como una entidad es-
table, controlable, hermosa, racialmente determinada y, por supuesto,
sana. No es por casualidad entonces, que la utopía sea espacialmente
 Fabiola López-Durán

concebida como el espacio finito más dramático –una isla– como vi-
mos con Thomas More, y el cuerpo humano perfecto sea imagina-
do como un único fenotipo con rasgos muy particulares, aquellos del
hombre blanco.
Más específicamente, las utopías latinoamericanas cobraron vida
como visualización de un mundo mejor en el cual tanto cuerpos como
espacios fueron diseñados y administrados a través de la complicidad
forzada entre arquitectura y medicina. Por supuesto, esta visualización
se fundamentó en las raíces lamarckianas de la eugenesia que integra-
ron herencia y milieu como sus principales herramientas.
Ninguna otra narrativa utópica representaría mejor esta ideología
que Eugenia, la novela escrita por el médico mexicano-cubano Eduar-
do Urzaiz en 1919. “Eugenia” es uno de los términos en español y tam-
bién en portugués, utilizado en Cuba, Brasil y otros países de América
Latina, para referirse a la eugenesia. El título de Urzaiz se refiere tanto
a la eugenesia, el movimiento social y biológico para el mejoramien-
to de la raza humana, como a uno de los personajes principales de la
novela: Eugenia, una mujer joven, representada como el mejor ejem-
plo de la raza. Reclutada para ser “Reproductora Oficial de la Especie”,
Eugenia formaba parte del grupo de élite seleccionado por el gobierno
central para realizar el trabajo más noble y mejor recompensado en la
sociedad utópica que imaginara Urzaiz: la reproducción humana.
El contexto de la novela era Villautopía, la capital de la subconfe-
deración de países centroamericanos en el año 2218. Villautopía con-
sistía en una reconstrucción de Mérida, la capital de la Península de
Yucatán en México, en donde Urzaiz vivió y trabajó como médico y
educador prácticamente su vida entera29. Con acentos futuristas, Vi-

29. Nacido en Guanabacoa, Cuba, en 1876, Eduardo Urzaiz Rodríguez, con tan solo
catorce años emigró a México con su familia, a la ciudad de Mérida, en la Penín-
sula de Yucatán. Después de estudiar medicina en México y Estados Unidos, Ur-
zaiz adquirió renombre como profesor de la Universidad Autónoma de Yucatán,
entonces conocida como Universidad Nacional del Sureste. Se convirtió en su
primer presidente en 1922 y ejerció este cargo hasta 1926; y luego, de nuevo, en-
tre 1946 y 1955. Asimismo, ocupó otras posiciones públicas importantes, tales
como ser el director y fundador del Asilo Ayala, un hospital psiquiátrico en Méri-
Utopía en práctica 

llautopía aparece como una ciudad moderna de arquitectura blanca,


en contraste con el verde vibrante y nítido del paisaje tropical. Am-
plias avenidas flanqueadas de árboles, altos edificios y concurridas “ace-
ras giratorias”, eran sobrevoladas por “aerocicletas”, “aerocanastillas”, y
otros medios de transporte voladores (Urzaiz 1982: 35). Una arquitec-
tura piramidal de estilo neomaya albergaba la estación central y consti-
tuía la única referencia a la herencia indígena de la región (ibíd.: 22)30.
La novela comienza en el momento en que Ernesto del Lazo, uno de
los protagonistas, despierta en su casa y, luego de tomar “una breve
sesión de hidromasaje vibratorio automático y una ducha helada”, se
permite un momento de vanidad contemplando su imagen en el espe-
jo “con íntima complacencia” (ibíd.: 13-14). De este modo, su cuer-
po “era digno de admiración” (ibíd.: 14). Curiosamente, las alusiones
a la belleza de Ernesto refieren al paradigma clásico griego: su cuerpo
tenía “las proporciones exactas, el relieve perfecto de todos los mús-
culos y la robustez armónica de Doriforo”, también conocido como
el Doryphóros de Policleto, la estatua que 450 años antes de Cristo se
convirtió en sinónimo de proporciones humanas perfectas (ibíd.). Su
rostro se comparaba con el de Hermes, la estatua de Praxiteles de Pér-
gamo, pero incluso hasta “algo más afinado”, diría Urzaiz, “con esa ex-
presión de alta intelectualidad que la fisonomía humana ha adquirido
después de muchos siglos de civilización” (ibíd.). Tomando también en
cuenta “la cálida tonalidad de salud en la piel, uniforme, sedosa y lim-
pia de vellos superfluos”, Ernesto, a sus veintitrés años, era “un modelo

da; el director del Departamento de Educación Pública de Yucatán, en varias eta-


pas durante los años veinte; y el director del Consejo de Salud del Estado a partir
de 1926, entre otras. La novela de Urzaiz, cuyo título completo había sido Euge-
nia: Esbozo novelesco de costumbres futuras, se publicó por primera vez en Mérida,
Yucatán, en 1919, por Talleres gráficos A. Manzanilla, pero varias de las reedicio-
nes posteriores fueron publicadas por la Universidad Autónoma de Yucatán y por
la Universidad Nacional Autónoma de México. Para un resumen completo de la
trayectoria de Urzaiz, véase el reciente libro de Rachel Haywood Ferreira (2011):
The Emergence of Latin American Science Fiction, p. 68.
30. Es importante destacar que salvo esta breve mención a la arquitectura “neoma-
ya”, la novela no hace referencia alguna a la heterogeneidad racial de la población
mexicana ni a su amplia población indígena.
 Fabiola López-Durán

digno de la estatuaria griega” (ibíd.). En palabras de Urzaiz, Ernesto era


“una buena muestra de lo que los adelantos de la higiene habían logra-
do en la fabricación de aquella humanidad que, varios siglos antes […],
conocimos como raquítica, intoxicada y enclenque” (ibíd.). Ese cuer-
po perfecto era, de hecho, según este médico de principios del siglo xx,
consecuencia directa del ambiente construido.
Ernesto estaba a punto de salir a dar su acostumbrado paseo en
“aerocicleta” sobre la ciudad, cuando se percató de la llegada de un
sobre dirigido a él con el membrete del gobierno31. La carta oficial,
con fecha de 2 de marzo de 2218 y firmada por el doctor Remigio Pé-
rez Serrato, presidente del “Bureau de Eugenética”, le informaba que
había sido seleccionado para un año de servicio como “Reproductor
Oficial de la Especie” (ibíd.: 15). La carta declaraba que él había sido
seleccionado por su “robustez, salud, belleza y demás circunstancias
que en usted concurren” (ibíd.). Al igual que Eugenia, Ernesto tendría
la responsabilidad de propagar la especie, proporcionando un cierto
número de niños sanos y perfectos a la confederación. La reproduc-
ción de la especie era supervisada por el Estado y regulada por la cien-
cia, desde la fecundación, pasando por el momento de la implanta-
ción artificial, alumbramiento, el proceso de la crianza y educación en
granjas y escuelas estatales, y hasta el momento final, en el cual se les
permitía formar grupos con otros adultos.
Ernesto vivía con tres amigos y su amante, Celiana, una mujer
intelectual que, a pesar de su brillantez y su “belleza perturbadora y
singular”, había sido esterilizada durante su juventud tras haber sido
considerada “incapaz de dar productos perfectamente sanos y equili-
brados” (ibíd.: 24). Debido a su “cerebralidad excesiva” y a “una sed
insaciable y casi morbosa de adquirir conocimientos” –rasgos por lo
general asociados a los hombres–, Celiana fue diagnosticada tempra-

31. Ernesto era fundamentalmente lo que podría llamarse un bon vivant, un playboy
mantenido por su amante, que no tenia trabajo sino hobbies. Había ganado com-
petencias piloteando su “aerocicleta de motor de nitroglicerina coloidal”, y no se
inhibía de exaltar su capacidad atlética y la velocidad y alta tecnología de su aero-
cicleta que le habían permitido hacer, en el último concurso de aviación, el reco-
rrido Villautopía-La Habana-Villautopía en tan sólo 40 minutos (ibíd.: 36).
Utopía en práctica 

namente como anormal y fue así esterilizada (ibíd.). Pareciera que en


Villautopía, la belleza clásica y la buena forma física prevalecía por
sobre la inteligencia. De hecho, el presidente del “Bureau de Euge-
nética” de Villautopía, en una de sus celebradas conferencias, criti-
có el hecho de que en los siglos anteriores la especie humana hubiera
voluntariamente renunciado al proceso de selección natural que ha-
bía permitido en otras especies “el triunfo del más fuerte o del mejor
adaptado al medio” (ibíd.: 44). De esta forma, triunfaron “los indi-
viduos más inteligentes […] que por lo general eran los peor dotados
físicamente, por lo que la especie degeneraba a pasos agigantados”
(ibíd.). Al igual que los delincuentes, los enfermos mentales y aque-
llos con enfermedades incurables, Celiana, junto a otros intelectua-
les y artistas, tenían prohibido reproducirse. Urzaiz prefiguró el apo-
yo creciente para la esterilización eugenésica de criminales, propuesta
por primera vez un par de años más tarde por el Dr. Félix Palaviccini
en el Primer Congreso Mexicano del Niño en Ciudad de México, en
1921, donde la eugenesia haría su primera aparición en ese país (Suá-
rez y López Guazo 2005: 210)32. Más aún, Urzaiz parecía haber anti-
cipado la confluencia entre la línea dura de la eugenesia mendeliana
y las ideas lamarckianas que llevaron a las élites mexicanas no sólo a
legalizar la esterilización de criminales, sino también la esterilización
de personas afectadas por las llamadas enfermedades sociales, esas en-
fermedades que transmitidas genéticamente se manifestaban en las
generaciones siguientes bajo la forma de idiotez, perversión, o enfer-
medades mentales33.

32. En ese momento, la propuesta de Palaviccini para la esterilización eugénica fue


aprobada únicamente por siete votos, pero una década más tarde, cuando la So-
ciedad Mexicana de Eugenesia ya había estrechado sus vínculos con sociedades
eugenésicas en otros países, las élites mexicanas se tornaron mucho más entusias-
tas con las políticas de esterilización, las cuales habían sido vistas de manera muy
favorable en países modernos que ellos admiraban, tales como Estados Unidos
y Suecia (Stepan 1991: 131).
33. Desde los inicios de los años veinte, los eugenistas mexicanos, preocupados por
los efectos degenerativos de la sífilis, la tuberculosis y el alcoholismo, contribu-
yeron con el establecimiento de restricciones médicas para todos aquellos que
 Fabiola López-Durán

En la novela de Urzaiz, hay incluso una extrapolación de la gené-


tica lamarckiana. La medicina había permitido a los hombres la capa-
cidad de procrear y dar a luz: “El útero femenino había sido adaptado
para esta situación, y las mujeres en estos países ‘civilizados’ no serían
las únicas con la exclusividad de llevar un embarazo a feliz término”
(Haywood Ferreira 2011: 70). Así, el cuerpo femenino era reducido a
lo que se consideraba su función más noble –la gestación–, al mismo
tiempo que el avance en las terapias hormonales hacía posible la femi-
nización artificial de los hombres en tanto gestadores, devenidos en
“desinteresadas incubadoras de la humanidad futura” (ibíd.). Habría
que preguntarse por qué la imagen de Celiana, una mujer inhabilita-
da para la reproducción, y no la de Eugenia, quien había sido desig-
nada como “Reproductora Oficial de la Especie”, fue la escogida para
la portada de algunas ediciones de la novela de Urzaiz. Celiana, repre-
sentada como una figura erotizada, andrógina, con rasgos distintiva-
mente masculinos, fumando un cigarrillo y descansando su brazo en
una calavera negra, encarnaba no sólo la antítesis del modelo estético
que la eugenesia aspiraba, sino la ambigüedad de género que se cons-
tituiría como aberración, como uno de los mas temidos y censurados
“males” de la humanidad. Por otro lado, esta imagen de portada pa-
reciera contrastar con la imagen de Celiana en la narrativa, represen-
tada como una amante celosa, arrebatada por la ira y la pasión, senti-
mientos atávicos asociados, principalmente, a las mujeres. Pero tanto
lo sexualmente indefinido como lo meramente femenino eran despre-
ciables en una tradición machista que prevalecía, y aún prevalece, en
la sociedad latinoamericana. Sin embargo, lo que surge de esta doble
representación es que la encarnación transgénero de Celiana demues-
tra, por una parte, la convicción de que la inteligencia, independencia

aspiraban a contraer matrimonio. Certificados prenupciales y matrimonios sanos


fueron popularizados en las campañas de eugenesia que se llevaron a cabo en las
áreas urbanas y rurales más pobres del país. El 6 de julio de 1932, el gobierno del
estado de Veracruz autorizó la primera y única ley de esterilización eugenésica en
el país, con la cual se legalizó la esterilización no sólo para delincuentes sino tam-
bién en “claros casos de estupidez”, para los locos degenerados y los enfermos in-
curables (Stepan 1991: 132).
Utopía en práctica 

profesional y la maternidad eran incompatibles; y, por el otro, que la


diferenciación biológica no se basa realmente en la naturaleza, sino en
un sistema de representaciones donde el género, así como la raza, son
construcciones socio-científicas. Claramente, la eugenesia desempeñó
un papel crítico en la producción de la raza, pero también del género,
en la moderna América Latina.
De esta manera, la novela de Urzaiz predijo las raíces lamarckia-
nas de la eugenesia en México y su relación estrecha con la creación
de un nuevo orden paternal centrado en el control de la maternidad,
la sexualidad y la protección de la infancia durante el período posre-
volucionario (Stern 1999: 369-397)34. Los eugenistas en el México
de entonces tomaron el cuerpo femenino, la estructura de la familia
y los niños como sus principales objetos de intervención clínica. Es-
taba claro que la eugenesia tenía que ver no simplemente con la raza,
sino también con otro conjunto de diferencias: las de sexo y las de gé-
nero35. En la subconfederación de países centroamericanos imaginada
por Urzaiz, la estructura patriarcal del Estado remplazaría la tradicio-
nal estructura patriarcal de la familia36.

34. Ésta es la tesis principal del extraordinario artículo que Alexandra Minna Stern
publicara en 1999. Véase Alexandra Minna Stern (1999): Responsible Mothers and
Normal Children: Eugenics, Nationalism, and Welfare in Post-revolutionary Mexico,
1920-1940.
35. Michel Foucault, en el volumen introductorio a su Historia de la sexualidad (His-
toire de la sexualité [1976]) analiza cómo los diferentes intentos de reducir la
sexualidad a su función reproductiva, a su manifestación heterosexual y adulta, y
a su legitimidad matrimonial, generó mecanismos específicos de conocimien-
to y poder que han estado en el centro del movimiento eugenésico. Entre ellos:
la histerización del cuerpo de la mujer, la pedagogización de la sexualidad de los
niños, la socialización de una actitud procreativa y la psiquiatrización del placer
(Foucault 1990: 103-105).
36. Tal y como lo observara Gisela Heffes, Eugenia, en su “descripción de una so-
ciedad del futuro donde la tecnología, la eugenesia, y una estratificación social
y predeterminación de las funciones de los individuos dentro del sistema…”,
se adelanta a la sociedad que Aldous Huxley describiera en 1932 en su celebre
utopía Brave New World (conocida en español como Un mundo feliz) (Heffes
2008: 140).
 Fabiola López-Durán

III

El único estudio integral y comparativo que existe sobre eugenesia en


América Latina, el libro de la historiadora de la ciencia Nancy Leys Ste-
pan, The Hour of Eugenics: Race, Gender and Nation in Latin America
(1991), aboga por una nueva comprensión de este movimiento, ubican-
do ambos –raza y género– en el centro conceptual de la nación moder-
na. En este libro, Stepan argumenta que no existe un termino equiva-
lente a “género” que indique “el carácter social constituido de las ‘razas’
representado en las ciencias y políticas europeas” (1991: 13). Los innu-
merables debates científicos sobre la clasificación de las razas y la im-
posibilidad de llegar a un acuerdo que permitiera a científicos de todas
las épocas dividir a la especie humana en tipos específicos, son claros y
poderosos indicadores de que “las categorías raciales no son representa-
ciones de preexistentes grupos biológicos... sino distinciones basadas en
complejas convenciones político-científicas, y de otras clases, así como
también en prácticas discriminatorias” (ibíd.). La eugenesia en America
Latina desempeñó un rol crítico en la construcción de diferencias de gé-
nero y de raza, ambas construidas como hechos biológicos y sociales de
naturaleza empírica, pero permeadas por asuntos de clase e identidad.
Un texto utópico provocativo, O choque das raças u O Presidente
negro: Romance Americano do ano 2228, escrito en 1926 por el perio-
dista brasileño Jose Bento Monteiro Lobato, se centra en la raza como
objetivo principal de transformación nacional. Considerada una no-
vela débil, pero un documento extraordinario respecto al contexto
histórico de su producción, esta obra que retrata una sociedad ima-
ginada en los Estados Unidos en el año 2228, se construye sobre una
diferenciación clara entre los Estados Unidos –con su presunta capa-
cidad de separar la raza “superior” de las razas “inferiores”–, y un país
como Brasil, donde la mezcla de las razas fue inevitable. Criticando la
mezcla de razas que, en tanto “desafortunado” fenómeno biológico,
había degradado todas las razas en Brasil, Miss Jane, la hija del cientí-
fico-creador de una máquina para prever el futuro, describe su admi-
ración por lo que ella consideraba había sido el mayor triunfo de los
Estados Unidos: la segregación de razas y la consecuente preservación
Utopía en práctica 

de sus purezas. Debido a lo que ella llamó “el error inicial” de la mez-
cla de razas, Miss Jane creyó que la mejor solución para salvar Brasil
de una degeneración total era la división del país en dos regiones dis-
tintas: la región templada del sur, donde la mayor parte de la pobla-
ción eran inmigrantes europeos blancos, creando (junto con Argenti-
na, Uruguay y Paraguay), la “Gran República de Paraná”, y el resto del
país, una república tropical donde su población “sufriría el error terri-
ble de la mezcla de razas” (Monteiro Lobato 1979: 78-79). De hecho,
lo que Miss Jane realmente observaba era la confluencia del determi-
nismo racial con el determinismo ambiental, los cuales habían surgido
en el moderno proyecto utópico de la eugenesia al final del siglo xix.
En los Estados Unidos representados por Monteiro Lobato, el Mi-
nisterio de Seleçao Artificial había impuesto legalmente el exterminio
de todos los recién nacidos con defectos físicos y la esterilización, no
sólo de todos los negros de América del Norte, sino también de otras
personas “indeseables”, como

los sordomudos, los lisiados, los locos, los leprosos, los histéricos, los crimi-
nales natos [...] los estafadores, los corruptores de doncellas, las prostitutas,
una legión entera de mal formados, en lo físico y lo moral, causantes de todas
las perturbaciones de la sociedad humana (ibíd.: 76).

De este modo, para el año 2228, y como resultado de estas políti-


cas eugenésicas, los Estados Unidos devendrían un país en el que los
negros ya no tendrían la piel oscura, ya que todos habrían sido blan-
queados a través de un proceso científico que destruiría su pigmen-
tación. Sin embargo, ellos todavía tendrían lo que Monteiro Loba-
to llamó “cabello carapinha” (“cabello rizado”), comúnmente llamado
“pelo malo” (ibíd.: 81). En una sociedad donde incluso para los ne-
gros los estándares de belleza eran aquellos representados por la raza
blanca, se desarrolló un producto llamado Rayo Omega, el cual tenía
la capacidad de alisar permanentemente el pelo excesivamente rizado.
Los negros se apresuraron a recibir esta “cura” de belleza y, durante un
período de unos tres meses y en solo tres aplicaciones, todos los negros
de los Estados Unidos habían sido sometidos a este “segundo camou-
flage” (ibíd.: 148).
 Fabiola López-Durán

Lo que el público no sabía, sin embargo, era que este nuevo pro-
ducto había sido desarrollado fundamentalmente como una herra-
mienta política frente a la clara amenaza que representaba el reciente
triunfo de Jim Roy, el primer presidente negro de los Estados Uni-
dos. El Rayo Omega no sólo alisaría el llamado “pelo malo”, haciendo
que los negros fueran completamente asimilados a los estándares de
belleza blancos, sino que ocultaría un efecto secundario escondido
pero extraordinariamente poderoso: la esterilización. Durante la no-
che que presidió a la toma de posesión del primer presidente negro,
el candidato blanco perdedor le anunciaba al nuevo presidente que
su raza había sido final y definitivamente exterminada (ibíd.: 163).
Con gran frialdad le indicó: “Tu raza murió, Jim […] el Rayo Ome-
ga… poseía una virtud doble… al mismo tiempo que alisaba los ca-
bellos… esterilizaba al hombre” (ibíd.). En este sentido, el deseo de
los negros de adoptar estándares de belleza blancos, en sí mismo,
selló su propia desaparición. Según Monteiro Lobato, este peculiar
triunfo ocurrió debido a la división del voto blanco entre el “Partido
Masculino” y el “Partido Femenino” (ibíd.: 83). Pero tras la muer-
te del recién electo presidente negro, quien presumiblemente murió
de tristeza ante semejante revelación, la candidata del “Partido Fe-
menino” también es aniquilada políticamente; ella renuncia a sus as-
piraciones, se casa con el candidato del “Partido Masculino”, quien
toma posesión del gobierno, convirtiéndose simplemente en su alia-
da y ayudante. Aquí el proceso democrático se encuentra totalmente
subvertido por la solución que el candidato blanco deliberadamente
había planeado para la eliminación tanto de la raza negra como del
liderazgo femenino.
En contraste con la ideología que subyace a la novela de Monteiro
Lobato, donde no era posible una solución sin la separación de terri-
torios y razas, los brasileños consideraron al medio ambiente y al cru-
ce de razas como vehículos de transformación: no como amenaza ni
causa de degeneración sino, por el contrario, como su liberación. En
esta original visión del país, la raza no era definida sólo por la heren-
cia. Los brasileños aceptaron la “superioridad blanca” más no su “su-
premacía”, viendo la mezcla de razas precisamente como el vehículo
para “borrar al negro” y el consecuente y progresivo “blanqueamiento”
Utopía en práctica 

de la población37. Las mejoras en el medio ambiente causarían mejo-


ras en la raza; el hombre blanco ya no sufriría un proceso degenera-
tivo por el simple hecho de habitar estas tierras tropicales; el hombre
negro desaparecería como resultado de la prevalencia de la supuesta
raza superior en el proceso de mestizaje; la modernización traería el
progreso. Como bien observara Dain Borges

parte del pensamiento racial en Brasil reflejó la medicalización general del pen-
samiento social, que comenzó cuando a inicios del siglo xix los médicos aboga-
ron por reformas higiénicas en las familias de las clases más altas para proteger a
los niños de contaminaciones hereditarias y ambientales (1993: 235).

Así, la medicalización de la ciudad se institucionalizó y consolidó


a comienzos del siglo xx, a partir de la complicidad que el movimien-
to eugenésico estableció entre el ambiente construido y la formación y
prefiguración de la sociedad moderna que lo habitaría.
La influencia del positivismo en América Latina contribuyó a esta
medicalización. La nación en sí fue vista como un organismo enfer-
mo y el rol de los reformadores –incluyendo científicos sociales, ar-
quitectos y urbanistas– fue comparado con el de los médicos, quienes
tendrían la responsabilidad de diagnosticar los síntomas y proponer
tratamientos (ibíd.). Pero esta medicalización tendría fundamental-
mente un objetivo normalizador y normativo; y es allí donde el prede-
terminismo racial y ambiental, junto a todo un sistema de exclusión
amparado en la ciencia –y no en pocas ocasiones con la anuencia de la
Iglesia católica– contribuyó a entronizar las fantasías de las élites como
si se trataran de hechos de orden empírico. La eugenesia desempeñaría
un papel crítico en la simultánea construcción de una sociedad blanca
y heterosexual como lo “normal” y deseable, y de un medio ambiente
“sano” y moderno que contribuiría a esta “normalización”38. Ciencia y

37. Véase el documento de Thomas E. Skidmore (1992): Fact and Myth: Discovering
a Racial Problem in Brazil.
38. En un extraordinario artículo publicado recientemente en el periódico El País,
Mario Vargas Llosa nos alerta sobre la auspiciada y entusiasta visión de la homo-
sexualidad como depravación y, en el mejor de los casos, como enfermedad, que
 Fabiola López-Durán

ficción, aunque difieren en sus estructuras y formas narrativas, repre-


sentan las circunstancias del mundo en que se originan y sus diversas
formas de interpretación. Ambas son modeladas y modelan el mundo
al que hacen referencia (Stepan 1991: 196).
Estos textos utópicos latinoamericanos, en los cuales los ideales de
higiene y eugenesia comparten un lugar dominante, sugieren una re-
lación intrigante entre utopía, eugenesia y la ciudad. ¿Pero qué tipo
de ciudad imagina la utopía? ¿Qué tipo de sociedad imagina la euge-
nesia? ¿Qué tipo de utopía es la eugenesia? Tanto la utopía como la
eugenesia encarnan la voluntad de concebir un anteproyecto moral
tanto para la construcción de la sociedad como de la ciudad. Un as-
pecto clave de este ensayo es observar cómo este anteproyecto moral se
transforma en el instrumento por el cual la utopía se materializa, pre-
cisamente a través de la ciencia, con un objetivo moral y correctivo:
transformar una sociedad depravada en una sociedad virtuosa. Más
que en cualquier otra latitud, los textos utópicos latinoamericanos po-
tencializaron el ambiente como escenario plausible en el cual la trans-
formación del cuerpo se hizo instrumental en la titánica marcha hacia
el progreso. Si el final del siglo xix fue testigo del desgaste del género
utópico en la literatura, presenció a su vez la subsecuente apropiación
de la estructura de la utopía por un nuevo “modelo integral”, el que se
estableció a principios del siglo xx, concertando “elementos espaciales,
sociales, y científicos” (Rabinow 1995: 21). El nombre de este nuevo
modelo, como hemos visto, es el urbanismo.

aún prevalece en América Latina y que continúa justificando la discriminación y


violencia que se ejerce sobre gays, lesbianas y transexuales. Considerados como
entes “que corrompen el cuerpo social sano”, Vargas Llosa resalta cómo esta idea
“se enseña en las escuelas, se contagia en el seno de las familias, se predica en los
púlpitos, se difunde en los medios de comunicación...”, donde siempre son repre-
sentados como anormales, peligrosos y “merecedores del desprecio y el rechazo de
los seres decentes, normales y corrientes”. Destacando la manera en que los dog-
mas de la religión y los códigos morales han entronizado “una ortodoxia sexual de
la que sólo se apartan los pervertidos, y los locos y enfermos”, Vargas Llosa sostie-
ne que no existe en la homofobia la autocensura que al menos se ha generaliza-
do en el caso del racismo: la homofobia corre libre e impunemente. Véase Mario
Vargas Llosa (2012): “La caza del gay”.
Utopía en práctica 

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Utopías verdes: hacia
una poética urbana de la
conservación ambiental
Gisela Heffes

Trazar una genealogía de la intersección entre la imaginación utópica y


la configuración urbana excedería los límites de este artículo. De limi-
tarnos al siglo xx, coincidimos con David Harvey (2000) en que la ma-
yoría de los grandes planificadores urbanos, ingenieros y arquitectos de
la modernidad se embarcaron en proyectos que combinaban al mismo
tiempo un imaginario variado de mundos alternativos tanto a nivel fí-
sico como social, con una preocupación práctica respecto a la ingenie-
ría y creación de espacios urbanos y regionales de acuerdo a los diseños
más radicales: algunos ejemplos son los ya paradigmáticos Ebenezer
Howard, Le Corbusier y Frank Lloyd Wright, quienes sentaron las ba-
ses tanto de un contexto imaginativo como de un imaginario creativo,
al mismo tiempo que un gran número de profesionales se abocaban a
la tarea de materializar esos sueños en ladrillos y cemento, en autopistas
y torres, en ciudades y suburbios, creando y erigiendo nuevas metrópo-
lis, comunidades íntimas, e innovadoras áreas urbanas.
La razón más evidente –y sin duda necesaria– para que estos com-
ponentes se articulen de manera tan ajustada es que una gran parte de
las propuestas alternativas de interacción social debe emplazarse en una
estructura física específica. Es lo que Harvey define como “utopías de
forma espacial”, las que denotan una relación enfática entre geografía
 Gisela Heffes

e historia, espacio y tiempo (2000: 160). En estas utopías, la tempora-


lidad del proceso social, es decir, las dialécticas de los cambios sociales
–la historia real–, se encuentra excluida, mientras que, al mismo tiem-
po, la estabilidad social se encuentra asegurada por una forma espacial
fija. Estas utopías se distinguen significativamente de aquellas teorías
e ideas utópicas que Harvey denomina “del proceso”: mientras las pri-
meras encuentran un paradigma en More (quien nos da la forma es-
pacial aunque no el proceso), las segundas lo encuentran en Hegel y
Marx, quienes nos ofrecen una concepción distintiva del proceso tem-
poral e histórico, aunque no la forma espacial (ibíd.: 174). Estas dos
vertientes dentro de la corriente utópica constituyen una contradic-
ción, más aún a la hora de formular una teoría de la utopía: el proble-
ma reside en que las utopías de la forma espacial buscan por lo general
estabilizar y controlar los procesos que justamente deben ser puestos en
marcha para construirlas. En el acto mismo de su materialización, por
lo tanto, el proceso histórico adquiere control sobre la forma espacial
que supuestamente debe controlarlo. Para Harvey, se va a tratar, en úl-
tima instancia, de considerar ambas vertientes a la vez: dados los defec-
tos y dificultades de las utopías tanto de forma espacial como de pro-
ceso social, la alternativa más obvia será la de construir una teoría de la
utopía que sea explícitamente espaciotemporal (ibíd.: 182).
Las utopías a las que me voy a referir coinciden en privilegiar el te-
rritorio urbano por sobre otras variables espaciales1. En este sentido, es

1. Además de enfocarme en las utopías de forma espacial, las narrativas aquí anali-
zadas se inscriben dentro de la categoría de “utopías abstractas”, según la defini-
ción de Ernst Bloch en The Principle of Hope (1986) [publicado en alemán origi-
nalmente como Das Prinzip Hoffnung (1938-1947)], aquellas que se encuentran
representadas por un espacio cuya transformación es íntegra, al punto que devie-
nen irreconocibles. Por el contrario, las “utopías concretas” proponen una visión
y transformación del espacio y de la sociedad menos abrupta, apostando a un pre-
sente restaurado y situándose por lo tanto en el horizonte de lo posible y de lo rea-
lizable. Es decir, en los confines de la realidad. Se trata, en este caso específico, de
utopías de forma espacial, abstractas e, incluso, “de evasión”, si consideramos
además la propuesta de Lewis Mumford en The Story of Utopias (1922), en tanto
consisten en propuestas cuyo fin es el de sustituir el mundo exterior o, como pro-
pone Bloch, transformar ese horizonte de lo asequible.
Utopías verdes 

importante subrayar que el espacio urbano, ya desde la Antigüedad clá-


sica, ha funcionado como el locus predilecto donde volcar esos sueños
y visiones de sociedades y ciudadanías diferentes de aquellas que justa-
mente los concibieron: mientras Platón lo definía desde una perspec-
tiva moral, Aristóteles lo hacía desde la política, resumiendo en la idea
de polis la acepción triple de aglomeración urbana, unidad política que
constituye el Estado y el conjunto de los ciudadanos (Caride Bartrons
2004: 6). Más adelante, la cultura latina redefinirá los conceptos aso-
ciados con la ciudad estableciendo categorías nuevas, como urbs, cives
y civitas, las cuales se corresponden con la ciudad física, la unidad po-
lítica y los ciudadanos, respectivamente (ibíd). Pero el gran aporte del
Imperio romano, no obstante, fue el de establecer un aparato “formi-
dable” para la fundación de ciudades, definiendo “la racionalidad de
un trazado geométrico que permitía su replicación continua con inde-
pendencia del lugar de emplazamiento” (ibíd). Esta forma espacial (o
modelo portátil), reproducible en demarcaciones diversas y en todas las
dimensiones de tiempo y espacio imaginables, favorece la articulación
y, sobre todo, la visión de una posible confluencia entre el componente
utópico y la configuración urbana. De esta intersección, por lo tanto,
a la propuesta de un no-lugar, siguiendo los lineamientos de la utopía
tradicional, el lugar específico, oikos o espacio urbano en que se asien-
ten estas “réplicas” será uno a partir del cual se puedan inferir solu-
ciones políticas, sociales y económicas particulares. Sin embargo, otras
articulaciones menos visibles –aunque no por eso menos importantes–
también han y siguen siendo recurrentes en la imaginación utópica no
sólo literaria, sino asimismo cinematográfica, arquitectónica, cultural,
social, nacional y global. Un aspecto menos explorado pero tan signi-
ficativo como urgente en las representaciones de estas narrativas futu-
ristas es la dimensión que remite invariablemente al medio ambiente,
la naturaleza e incluso a la utilización y conservación (o no) de los re-
cursos naturales. Otro, de igual importancia, es que estos imaginarios
utópicos apuestan a un futuro prometedor, resultado de una asocia-
ción equilibrada y próspera entre naturaleza y seres humanos, como así
también exploran la relación entre ciencia y tecnología por medio de
su implementación en el espacio natural, apuntando al rol que aquellas
cumplen en el establecimiento de un modelo de restauración y mejo-
 Gisela Heffes

ramiento ambiental. Es precisamente en este contexto donde la ecocrí-


tica puede funcionar como la herramienta de indagación tanto litera-
ria como cultural más adecuada para abordar una problemática que
aúna múltiples disciplinas, como la urbana, la literaria y la ecológica,
entre muchas más, promoviendo una lectura (o relectura) de estos tex-
tos dentro de nuevas constelaciones, las que no han sido consideradas
aún dentro de la tradición crítica latinoamericana.
Aunque la ecocrítica consiste en una disciplina reciente dentro de
los estudios literarios, la cual va cobrando poco a poco un papel más
preponderante dentro de la crítica literaria actual, en tanto muchos de
los interrogantes que plantea se encuentran reflejados (o son el resul-
tado, o incluso ambos) en algunas de las problemáticas y cuestiona-
mientos ambientales actuales, me gustaría sugerir que una ecolectura de
las narrativas utópicas puede ayudar a comprender toda una tradición
que trasciende la mera referencia a las “ecotopías”2, y enfatizar asimis-
mo que la imaginación utópica se encuentra acompañada en muchos
de los casos por una imaginación ecológica, aun antes de que términos
como ecocrítica o ecotopía fueran acuñados por las instituciones litera-
rias. Del mismo modo, la configuración del espacio urbano no se con-
forma en estas proyecciones y visiones alternativas, como pudiera creer-
se, en sinónimo predecible de una serie de asociaciones que le asignan
un valor negativo, en tanto se lo relaciona con aquellas características
que equiparan ciudad e industrialización con corrupción, vicio, polu-
ción y contaminación, entre muchas otras. Estas utopías verdes no pos-
tulan el espacio natural, o la “naturaleza”, como un refugio o conjuro
respecto a las condiciones presentes, afiliadas generalmente al territorio
urbano, donde las condiciones son en efecto negativas e insalubres. Más
aún, estas ficciones no promueven una idea de naturaleza “pura” e im-

2. La novela más popular entre ambientalistas es la homónima Ecotopia (1975), de


Ernest Callenbach, la cual, desde el título mismo, sintetiza los referentes utópi-
cos y ecológicos ya aludidos. Resultan significativos por otra parte los objetivos e
ideas presentados en el texto, en cuanto combinan una economía ecológica con
un anarquismo libertario y una tecnología sustentable. No obstante, como es ca-
racterístico en muchos textos utópicos, los personajes son débiles, el narrador es
tedioso y didáctico, y la trama, casi inexistente.
Utopías verdes 

poluta, sino que, por el contrario, apuestan a una síntesis cuyo resulta-
do consiste en enverdecer la ciudad, demostrando así que planeamiento
urbano y preocupación ambiental no son términos que se excluyen mu-
tuamente, ni se contraponen de manera necesaria dentro de los imagi-
narios de mundos alternativos. Leídos desde la perspectiva actual de los
debates sobre urbanismo, naturaleza y sostenibilidad ambiental, el ele-
mento distintivo y especial de estas narrativas utópicas es que proponen
y proveen diversas variables y soluciones con el objeto de crear un espa-
cio verde habitable y sostenible dentro del corazón mismo de la ciudad.

Emergencia de la ecocrítica

Antes de comenzar nuestro análisis, es importante referirnos brevemen-


te a la ecocrítica y su emergencia dentro del campo académico literario.
Si bien hay consenso en cuanto a la definición de la ecocrítica como el
estudio de la relación entre literatura y el medio ambiente, ésta varía li-
geramente en sus aspectos más específicos. Una de las definiciones que
más difusión ha tenido es la de la crítica norteamericana Cheryl Glot-
felty en The Ecocriticism Reader. Landmarks in Literary Ecology (1996),
para quien la ecocrítica consiste en una propuesta centrada en la tierra
y desde la cual se estudian, analizan y exploran los estudios literarios y
culturales (XVIII). Otra definición que surge en el Reino Unido es la de
Laurence Coupe, quien incorpora algunas concepciones ya esbozadas
por Laurence Buell en The Environmental Imagination. Thoreau, Natu-
re Writing and the Formation of American Culture (1995: 430), aunque
ampliándolas y ofreciendo una perspectiva actualizada en su impor-
tante compilación The Green Studies Reader (2000). Según Coupe, la
ecocrítica consiste en el estudio entre literatura y medio ambiente a tra-
vés de un espíritu de compromiso con la práctica ambiental (ibíd.: 4).
Esta apelación a una “práctica” remite no obstante a otro texto que
también ha contribuido a la definición de esta disciplina emergente3. En

3. Aunque el trabajo crítico de Love que más difusión ha tenido es Practical Ecocriti-
cism, Buell se remite a dos artículos de igual importancia: “Revaluing Nature:
 Gisela Heffes

Practical Ecocriticism (2003), Glen Love se refiere a una ecocrítica “prác-


tica”, la cual debe corresponderse con la condición natural del mun-
do y los principios ecológicos que subyacen a toda vida humana en un
momento en que el ritmo acelerado y la escala global de la historia de-
mandan una nueva mirada respecto a la literatura, un examen nuevo y
renovador que le dé sentido al lugar humano en el que ésta se inserta e
inscribe (13). Propone como texto pionero Mankind and Mother Earth
(1976), de Arnold Toynbee, el cual advierte sobre el futuro de la huma-
nidad y sobre la posibilidad de que la biosfera se vuelva un lugar inha-
bitable. Cabe mencionar, no obstante, que cuatro años antes Joseph W.
Meeker ya había introducido el término “literary ecology” [ecología li-
teraria] en su libro The Comedy of Survival: Studies in Literary Ecology
(1972), mientras que el término “ecocriticism” [ecocrítica] fue acuña-
do, posiblemente, en 1978 por William Rueckert en su ensayo “Litera-
ture and Ecology: An Experiment in Ecocriticism”4. También Glotfelty
apunta hacia estos años, momento en que surgen algunos pocos traba-
jos individuales, publicados en una gran variedad de lugares y categori-
zados bajo temas misceláneos, como regionalismo, literatura pastoral,
frontera, ecología humana, ciencia y literatura, o representaciones del
paisaje (1996: XVI). La condición inédita y novedosa de la disciplina
cambia a partir de mediados de los años ochenta y ya en los noventa,

Toward an Ecological Criticism” (1990) y “Et in Arcadia Ego: Pastoral Theory


Meets Ecocriticism” (1992) (1995: 430).
4. No hay consenso en cuanto a la utilización de este término por primera vez. Así,
Carmen Flys Junquera, José Manuel Marrero Henríquez y Julia Barella Vigal sos-
tienen que fue acuñado por William Howarth en su ensayo “Some Principles of
Ecocriticism” en la década de los setenta (2010: 17). Otros términos en circula-
ción son “ecopoetics” [ecopoética], “environmental literary criticism” [critica li-
teraria ambiental] y “green cultural studies” [estudios culturales verdes]. Algunos
críticos privilegian el prefijo “eco-” por sobre el de “enviro-” ya que, mientras envi-
ronmental connota –en inglés– una perspectiva antropocéntrica y dualista, “eco-”,
en cambio, implica comunidades interdependientes, sistemas integrados y una co-
nexión sólida entre las partes constitutivas (Glotfelty 1996: XX). Es necesario acla-
rar que en inglés el verbo to environ significa, utilizado con objeto directo, “formar
un circulo o anillo redondo; rodear; enmarcar; envolver”. Esto es, supone la idea
de un centro o núcleo principal, y una periferia que gira en torno a ese centro.
Utopías verdes 

con la fundación de ASLE (The Association of the Study of Literature


and Environment) en 1992. Un año después, finalmente, los estudios
literarios ecológicos emergen como una escuela crítica con reconoci-
miento y sede institucional.
Más allá de las divergencias en cuanto a las temáticas, metodolo-
gías disciplinarias y posiciones teóricas, la ecocrítica consiste en una
propuesta crítica que, si bien no ofrece un paradigma analítico defi-
nitivo, permanece abierto a diversos debates, combinando a su vez el
compromiso ideológico con la preocupación estética. Las problemáti-
cas abordadas por esta disciplina comprenden una amplia variedad de
temas e interrogantes, desde cómo se encuentra representada la natu-
raleza en un texto, hasta de qué manera y hasta qué punto la crisis del
medio ambiente está permeando la literatura y cultura contemporá-
neas. Dadas las características de las crisis ambiental, la ecocrítica sos-
tiene un interés particular en el análisis de, por ejemplo, la perspectiva
ofrecida por los gobiernos nacionales respecto a esta cuestión, como
así también la propaganda de las corporaciones y los múltiples docu-
mentales acerca de la naturaleza, con el fin de responder a qué efecto
retórico sirven todos estos discursos. Por esta razón, si bien se trata de
una metodología que surge en el campo de la literatura y la cultura, es
importante establecer qué tipo de relación o aporte tiene la ciencia de
la ecología sobre los estudios literarios y, como sugiere Glotfelty, qué
cruce y “fertilización” es posible entre la crítica literaria y los discursos
del medio ambiente, como así también otras disciplinas relacionadas,
como la historia, la filosofía, la psicología, la historia del arte, y la ética
(ibíd.: XIX).
Uno de los problemas y desafíos principales que enfrenta la ecocrí-
tica se deriva de la supuesta división que opone naturaleza y cultura
en tanto entidades o construcciones de realidades separadas; el segun-
do se relaciona con el énfasis que la misma ecocrítica debe colocar en
el hecho de que un aspecto de la crisis ambiental es cultural y que, por
lo tanto, el investigador o académico debe incorporar estas cuestiones
dentro de su proyecto –o “agenda”– de investigación. Por último, la
ecocrítica debe considerar otro reto, esta vez desde las mismas humani-
dades, como son todos los aspectos bioculturales del comportamiento
humano.
 Gisela Heffes

En cuanto al primero, se trata, como bien sugiere Coupe, de una


concepción por parte de diversas escuelas críticas de que el término
“naturaleza” existe como algo primariamente dentro del discurso cul-
tural, fuera del cual no tiene sentido ni existencia5. Coupe define esta
característica como una “falacia semiótica” y sostiene que elementos
como las “montañas” y el “agua” existen, dentro de algunas teorías,
únicamente como “significados” dentro de la cultura humana, y que
por lo tanto no tienen un mérito intrínseco, no tienen un valor y ca-
recen de derechos (2000: 2). Una de las funciones de los green studies
[estudios verdes] es, por lo tanto, desafiar no sólo la noción de que los
seres humanos le dan sentido al mundo a través del lenguaje, sino la
inferencia autocomplaciente de que la naturaleza no es nada más que
una construcción lingüística. La ecocrítica, así, procura ir más allá del
estado en que se encuentra un referente lingüístico, abordando pro-
blemáticas como la cuestión de la justicia ambiental y los derechos de
las “otras” criaturas, como los bosques, los ríos y, en última instancia, la
biosfera en sí misma. Para esto se vale del concepto de “naturaleza”
como un concepto crítico que, por una parte, al ser invocado, desafía
la lógica del industrialismo, la cual da por sentado que nada importa
más allá del progreso tecnológico, ofreciendo en cambio una alternati-
va radical a aquellas posiciones políticas que dan por supuesto que los
medios de producción deben ser siempre desarrollados sin importar
el costo; por el otro, al insistir que lo no humano es importante, de-
safía el “culturalismo complaciente” que vuelve a otras especies, como
asimismo la flora y la fauna, subordinadas a la capacidad humana de

5. Sin duda, Coupe se está refiriendo al deconstruccionismo. Como sugiere Serene-


lla Iovino en “Ecocriticism and a Non-Anthropocentric Humanism”, la categoría
de diferencia es primordial en el discurso de cultura ambiental, ya que tanto para
los filósofos ambientales como para los críticos literarios el posmodernismo y el
pensamiento ecológico han estado (y siguen estando) en desacuerdo y enfrenta-
dos (2010: 33). De ser llevado a un extremo, señala, el relativismo intrínseco del
posmodernismo deconstruccionista puede acarrear una actitud nihilista respecto
a la naturaleza, la cual es leída como producto cultural o un constructo lingüís-
tico, al punto de negar su realidad objetiva (ibíd). Al respecto, véase Lawrence
Buell (1995: 21), Glen Love (2003: 20-26) y Greg Garrard (2004: 10).
Utopías verdes 

significación. En síntesis, cuestiona la validez de tratar a la naturale-


za como algo que es producido por el lenguaje: negando estos dos su-
puestos (la industrialización y el culturalismo), ve la vida planetaria en
condición crítica, y procura buscar y ofrecer una respuesta a esta crisis.
Esta apelación es, en última instancia, una cuestión ética y estos estu-
dios, por lo tanto, no tienen sentido en sí mismos, a menos que contri-
buyan a la lucha por preservar la comunidad biótica (Coupe 2000: 4).
Un trabajo fundamental en este sentido es el de Kate Soper What
is Nature? Culture, Politics and the Non-Human (1995), donde desafía
no sólo la perspectiva otorgada por parte de la crítica a la naturaleza,
en tanto construcción lingüística, sino que enfatiza esta lectura para-
dójica por medio de una síntesis que aborda de manera visible estas
contradicciones: “it is not language which has a hole in its ozone layer;
and the real thing continues to be polluted and degraded even as we
refine our deconstructive insights at the level of the signifier” (151).
Soper se ocupa de uno de los desafíos más importantes que acompañan
al proyecto ecocrítico: esto es, el de cuestionar la tendencia antropo-
céntrica que coloca al hombre en el centro del universo, advirtiendo a
su vez respecto al combate nocivo por parte de los sistemas de valores
competitivos –antropocentrismo y biocentrismo–, los cuales deberían
considerar la importancia del contexto político en que estas disputas
“morales” ocurren y se insertan6.

6. Esta posición se encuentra, si no refutada, al menos cuestionada. En Politics of


Nature (2004), Bruno Latour propone una revitalización de la ecología política a
partir de la afirmación provocativa de que la política ecológica no tiene relación
alguna con la naturaleza (5). Refiere a una teoría de la realidad que denomina
“Constitución Modernista”: una ontología que separa la sociedad (los humanos)
y la naturaleza (las entidades no humanas) en ensamblajes diversos y discretos.
La naturaleza pertenece al dominio de lo mecánico o la causalidad biológica, y la
cultura o la sociedad consisten en un dominio autónomo de lo lingüístico o un
constructivismo social libre de la determinación por parte de la naturaleza. Esta
separación garantiza la figuración de la naturaleza en tanto algo edénico, esto es, la
naturaleza como algo que existe en una locación física y mental, a distancia de las
sociedades modernas, las cuales han “caído” –separándose de aquella– a partir de
la destrucción acarreada por la modernidad industrial. Una naturaleza idealiza-
da y prístina perpetúa una distinción ontológica que compromete los objetivos
 Gisela Heffes

El segundo problema nos remite a Glotfelty, quien sugiere que


toda crítica ecológica comparte la premisa fundamental de que la cul-
tura humana está conectada con el mundo físico, afectándolo y siendo
afectado por él. De ahí surge el siguiente interrogante: ¿cómo pode-
mos contribuir a una restauración del medio ambiente desde nuestras
capacidades académicas? Para la crítica norteamericana es fundamen-
tal, primero, reconocer que parte de los problemas actuales del medio
ambiente son el resultado de nuestra acción cultural; segundo, es ne-
cesario comprender y transmitir esta comprensión dentro de nuestras

políticos a cuya retórica sirve esta ideología de la naturaleza: se trata de un ob-


jetivo político cuyo fin inmediato es convencer a los humanos acerca de nues-
tra obligación de preservar e impulsar un medio ambiente natural, como si éste
hubiera existido con la más mínima influencia humana. Esta posición, que mu-
chas veces es leída erradamente como una forma de dar crédito al discurso con-
servador que procura abandonar el activismo ambiental, intenta profundizar las
posturas de la ecología política por medio de una perspectiva que reoriente la re-
lación entre naturaleza y sociedad. Para Latour, la compleja interconexión entre
las realidades sociales y naturales es el resultado de la interacción entre las fuer-
zas humanas y no humanas. Desde la perspectiva ecocritica, esta posición es re-
tomada en los trabajos de Timothy Morton Ecology Without Nature (2007) y The
Ecological Thought (2010). Para Morton, la concepción ecocritica de la naturale-
za es, inevitablemente, discursiva, una construcción retórica arbitraria, vacía de
una existencia independiente y genuina, que se establece más allá de los textos
que se producen referente a ella. Según Morton, de hecho, “[p]utting something
called nature on a pedestal and admiring it from afar does for the environment
what patriarchy does for the figure of Woman (2007: 5), como así también, “the
very idea of ‘nature’ […] will have to wither away in an ‘ecological’ state of hu-
man society” (2010: 1). Sin embargo, mientras Latour está interesado funda-
mentalmente en cómo el conocimiento científico traduce sus reclamos acerca de
la naturaleza desde las observaciones registradas en el laboratorio hasta los salo-
nes parlamentarios, Morton (2007) ofrece un complemento significativo a los
estudios no humanos a nivel estético. Así, éste analiza cómo las figuras retóricas
transportan a los lectores a la naturaleza y la naturaleza a los lectores dentro de
los cánones de la escritura de la naturaleza, sin consideración alguna respecto a
la falta de conexión entre semiótica y las entidades naturales existentes. En este
sentido, para Morton, no es la naturaleza en sí la que demanda una reflexión y
reformulación conceptual sino la estetización de la naturaleza, en tanto entidad
que existe separada de los humanos. En esta misma línea se inscribe el trabajo de
Dana Phillips (2003), The Truth of Ecology.
Utopías verdes 

respectivas disciplinas, agregando a nuestros trabajos de investigación


una dimensión ambiental. Por esta razón Glotfelty sugiere que la eco-
crítica toma como tema propio las interconexiones entre naturaleza y
cultura, específicamente los artefactos culturales como la lengua y la
literatura: en tanto posición crítica, tiene un pie en la literatura y otro
en la Tierra; en tanto discurso teórico, debe negociar entre lo humano
y lo no humano (1996: XIX).
Practical Ecocriticism de Glen Love nos da una clave respecto al ter-
cer reto que enfrenta la ecocrítica. Love propone como modelo el tex-
to The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature (2002), de
Steven Pinker, en tanto sugiere que hay compatibilidad entre la biolo-
gía moderna y las ciencias sociales. La evolución biológica y la evolu-
ción cultural se encuentran interrelacionadas, de ahí las definiciones de
“coevolucionario” o “biocultural” (Love 2003: 19). Enfatiza la impor-
tancia del pensamiento darwiniano y la teoría evolucionista en tanto
ayudan a comprender qué nos hace criaturas culturales. En este senti-
do, es importante considerar todos los aspectos bioculturales del com-
portamiento humano. Esto significa que lo biológico y lo cultural no
se encuentran separados ni se excluyen; por el contrario, hay una co-
rrespondencia. Se trata, en todo caso, de traer al frente de la agenda hu-
mana una ética del medio ambiente e implementar este cambio a nivel
académico, tirando abajo los muros y barreras que se levantan entre de-
partamentos, divisiones universitarias y disciplinas (ibíd.).

Utopías verdes, utopías ecológicas

En su importante libro Ecocriticism (2004), el británico Greg Garrard


refiere a las diversas posiciones que componen esta disciplina emer-
gente: desde la posición basada en una perspectiva de “cornucopia”,
que presupone una abundancia inagotable de los recursos naturales,
hasta la del activismo ambiental (muchas veces relacionado –aunque
no limitado– al de justicia ambiental), la del movimiento llamado
deep ecology [ecología profunda], o las del ecofeminismo, ecomarxis-
mo y ecología social, entre muchas otras. Además de estas posiciones,
el análisis de Garrard se centra en diversos puntos temáticos, como la
 Gisela Heffes

Tierra, los animales, el Apocalipsis, la literatura bucólica y los paisa-


jes naturales. Un capítulo, no obstante, que no entró en este libro se
llama (o hubiérase llamado) simplemente “Utopia”7. En este capítulo
(o ensayo) sugiere que las ficciones utópicas evidencian una preocu-
pación respecto a la sostenibilidad ecológica, desde los ejemplos del
género más tempranos hasta los más recientes, y propone que, hasta
cierto punto, las utopías han sido siempre ecotopías.
La utopía de More, según Garrard, inicia una tradición del género
relativamente honesta: mientras la mayoría de los filósofos políticos es-
tuvieron de acuerdo con Marx y se opusieron a escribir “recetas” paras
los encargados de confeccionar el futuro, los escritores de utopías lue-
go de More aceptaron el desafío de imaginar las consecuencias cotidia-
nas e incluso las dimensiones emocionales y espirituales de un cambio
político. Asimismo, el texto inaugura un género que es probablemen-
te único en la “dinámica intertextual” de la disensión o desacuerdo,
apropiación, modificación y debate que exhibe esta larga tradición, en
tanto cada contribución refiere de manera retrospectiva a las previas,
provocando ya sea nuevas respuestas desde la sátira así como también
visiones alternativas.
Esta dinámica intertextual, es importante aclarar, no ha tenido lu-
gar en la tradición utópica latinoamericana del mismo modo en que
ocurrió en la anglófona y a la que refiere más adelante Garrard. Es la
primera una tradición hecha más de discontinuidades que diálogos y
disensos, más de textos aislados y sordos (o ciegos) respecto a otros
textos que se estaban produciendo simultáneamente, o que se habían
escrito poco tiempo atrás, incluso si se los compara con publicaciones
simultáneas y similares en otras lenguas. Es además una tradición en la
que el elemento utópico aparece de manera mucho más deliberado en
toda una corriente del pensamiento político y cultural, donde el im-
pulso utópico ha funcionado principalmente como “motor” de la his-
toria (Aínsa 1999: 14).

7. Este capítulo como otros de sus textos inéditos (como así también los ya publica-
dos) pueden descargarse de la página web <htttp://academia.edu/greggarrad>. Le
agradezco la gentileza de indicarme su referencia.
Utopías verdes 

Garrard ejemplifica esta “dinámica intertextual” a través de una


secuencia que podría ser de interés especial para los ecocríticos y que
comprende Looking Backward (1888) de Edward Bellamy, News from
Nowhere (1890) de William Morris, A Modern Utopia (1905) de H.
G. Wells y Ninteen Eighty-Four (1949) de George Orwell (s.f.: 2-3).
Si bien todos estos textos utópicos registran una suerte de preocupa-
ción romántica proto-ecológica respecto al destino de la Tierra, ofre-
cen por otro lado diferentes respuestas. En el caso de Bellamy, una de
las primeras cosas que nota el protagonista cuando se despierta en el
año 2000 en esta nueva ciudad que ya no es Boston sino una Nueva
Jerusalén tecnológica, es la ausencia de chimeneas y humo, fascinado
a su vez por la asociación potencial entre tecnología de avanzada y tra-
bajo social organizado, y en tanto puede constatar que los problemas
del medio ambiente del futuro no constituyen una amenaza al paisaje
natural o rural. Utilizando el mismo recurso que Bellamy, Morris hace
que su protagonista William Guest despierte en “Nowhere”, ahora en
el año 2102. Para Morris, sin embargo, sólo una sociedad anarco-co-
munista podría liberar tanto a la humanidad como a la naturaleza de
la tiranía del capitalismo industrial. Así, la utopía de Morris consis-
te en una crítica mordaz respecto a la opresión tanto de los humanos
como de la naturaleza bajo la producción capitalista, perspectiva que
comparten mucho de los ecomarxistas como los socioecologistas con-
temporáneos8. Morris se diferencia de Marx en que ofrece al revolu-

8. La ecología social y el ecomarxismo establecen que los problemas ambientales son


causados no sólo por aquellas actitudes antropocéntricas respecto a la naturaleza,
sino también por los sistemas de dominación y explotación de los humanos por
parte de otros humanos. Este movimiento es explícitamente político y se remonta
al siglo xix, encontrando los orígenes de su pensamiento en las ideas anarquistas
de Mikhail Bakunin (1814-1876) y Pyotr Kropotkin (1842-1921), y el comunis-
mo de Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895). Garrard sugiere
que tanto los ecomarxistas como la ecología social no son monistas ni dualistas,
sino dialécticos; asimismo, no separan los problemas ambientales de los sociales,
como la falta de agua potable o el problema de la vivienda. En este sentido, tienen
una afinidad directa con los movimientos de justicia ambiental que generalmen-
te asocian y cuestionan la relación entre degradación y polución ambiental con
pobreza. No obstante, mientras los primeros proponen como proyecto alcanzar
 Gisela Heffes

cionario una larga receta para el cambio, demostrando que no se trata


exclusivamente de un sueño sino de una visión plausible para un fu-
turo alternativo.
En el caso de A Modern Utopia, el compromiso con el medio am-
biente por parte de H. G. Wells va a tomar otra perspectiva. En lugar
de crear una anarquía como lo hiciera Morris, en la que se enfatiza la
escala de lo pequeño, inmediato y local, la de Wells explora una Tierra
paralela y propone una utopía explícitamente global basada en un Es-
tado mundial y gobernado por el orden monástico de un samurái cien-
tífico y creativo. Más allá de la reevaluación que Wells hace del lugar
que ocupa la ciencia y la tecnología en la utopía, se preserva el imperia-
lismo antropocentrista, el cual resulta poco atractivo para los ecocríti-
cos, sobre todo si se considera su relación con la eugenesia y el Estado
internacional socialista. Esta fase de la tradición utópica será concluida
con la combinación de la brutalidad totalitaria tanto de los regímenes
nazi y estalinistas, y con la publicación de Nineteen Eighty-Four (1949)
de George Orwell, la cual describe un régimen estatal opresivo en el
que el protagonista, como forma de escape, tiene la imagen recurren-
te de un espacio rural dorado, un paraíso pastoril que contrasta con la
arquitectura totalitaria de una Londres distópica. Garrard señala que
si bien la tradición distópica ha tenido una larga tradición que pue-
de remontarse incluso hasta Swift, la asociación entre políticas utó-
picas y represión genocida establecida a raíz de cierta interpretación
de la historia europea aniquiló la imaginación socialista utópica por
un largo período (s.f.: 9). En el contexto angloamericano, por ejem-
plo, la ficción utópica será de nuevo popular recién en 1970, aunque
ahora el anarquismo será reemplazado por el socialismo en tanto teo-
ría política y utópica favorita. En The Dispossessed (1974), de Ursu-
la K. Le Guin, la Tierra aparece como telón de fondo en un mundo
completamente arruinado y destruido por la especie humana. Menos
exitosa, aunque con mayor recepción entre los ambientalistas, es la ya

una sociedad comunista sin clases, a través de la cual todos los demás problemas
desaparecerían, los segundos privilegian una sociedad descentralizada sin filiación
jerárquica, resultado de una tradición política anarquista (2004: 29).
Utopías verdes 

mencionada novela de Ernest Callenbach Ecotopia (1975). En este tex-


to aparece representada una sociedad equitativa donde las compañías
pertenecen a los trabajadores, quienes además las controlan. De he-
cho, esta ecotopía consiste en una ruptura profunda respecto al consu-
mismo, productivismo e individualismo que caracterizan la sociedad
norteamericana, en tanto el gobierno ha introducido medidas regula-
torias importantes con el fin de proteger el medio ambiente. De este
modo, las nuevas estructuras gubernamentales han sido reorganizadas
de manera que puedan relacionarse mejor con los sistemas ecológicos
regionales y de acuerdo con un entendimiento biorregionalista, rela-
cionando la parte de la tierra que habitan y a la que pertenecen los se-
res humanos (Mathisen 2001: 59).
Una de las utopías que posiblemente más influencia tuvo en los
años setenta fue Woman on the Edge of Time (1976), de Marge Piercy,
la cual desarrolla una visión ecofeminista radical a través de un con-
traste movilizador y efectivo entre los asilos para dementes de la ciudad
de Nueva York y la comunidad utópica de Mouth-of-Mattapoisett en
el imaginario 2137. Como en Ecotopía, esta comunidad combina una
tecnología de avanzada con un comunalismo descentrado y anarquis-
ta. Asimismo, ambas utopías se asemejan en que los niños son criados
con prácticas derivadas de los indígenas que alguna vez vivieron allí.
Según Garrard, un entusiasmo calificado hacia lo científico en tanto
medio de comprender y rectificar problemas ambientales y sociales
hace que la utopía de Piercy sobresalga como una contribución naïve
al ecofeminismo. En consecuencia, el rechazo de un compromiso crí-
tico con la ciencia resulta en detrimento de un feminismo verdadera-
mente ecológico –en su novela, Piercy ejerce una crítica aguda tanto de
esta última como de la dominación masculina (Garrard s.f.: 14)–. El
análisis de la “dinámica intertextual” planteada por Garrard concluye
con el ejemplo de Margaret Atwood y su novela The Handmaid’s Tale
(1985), cuyo origen en respuesta a una crisis ambiental es generalmen-
te poco enfatizado.
Este diálogo intertextual propuesto por Garrard carece por mo-
mentos de cierta coherencia y justificación en su selección, como así
también la simplificación de las variables de lo utópico a una discursi-
vidad única le impide diferenciar plenamente las múltiples facetas que
 Gisela Heffes

engloban al género. Dicho esto, resulta notable este intento prelimi-


nar por generar una asociación entre utopía y sostenibilidad ambien-
tal, siendo la relación entre ambas mucho más estrecha de lo que se ha
considerado y estudiado hasta la fecha. En este sentido resulta lamen-
table –y paradójico– que este capítulo no se haya incorporado al ma-
nuscrito publicado.

La utopía verde con sede urbana

Desde la publicación en 1516 de la Utopía de More, las ficciones utó-


picas han combinado una visión propia de la prolepsis o función pro-
fética, con una reflexión satírica o crítica respecto a la misma sociedad
en la cual emergen. Por esta razón, las utopías han ofrecido una histo-
ria ambigua del lugar de la Tierra en el pensamiento social y político
por más de 500 años.
Nos interesa, para este capítulo, centrarnos en aquellas utopías
que, en primer lugar, surgen de la tradición cultural y literaria latinoa-
mericanas; en segundo, enfocarnos en las que han privilegiado el es-
pacio urbano como centro de su reflexión y crítica respecto al orden
o estructura social en las que han surgido, y que, de manera simultá-
nea, despliegan una preocupación por cuestiones ambientales que no
han sido hasta ahora consideradas, analizadas o abordadas de manera
sistemática. Para esto, voy a contrastar dos utopías de comienzo de si-
glo xx con el fin de demostrar que la intersección entre planeamiento
urbano y preocupación ambiental ha formado parte del imaginario la-
tinoamericano moderno, proponiendo incluso alternativas plausibles
a los detractores de la ciudad, quienes equiparaban esta última con el
núcleo mismo de los vicios derivados de la creciente industrialización
(predominante sobre todo en Europa), y combinando así una síntesis
entre dos formas de concebir el mejoramiento social, metropolitano y,
sobre todo, ambiental.
Los textos analizados son A través del porvenir. La estrella del sur
(1904), de Enrique Vera y González y La ciudad anarquista america-
na (1914), de Pierre Quiroule [seudónimo de Joaquín Alejo Falçon-
net]. El primero se sitúa en 1903 y se abre con la presentación de su
Utopías verdes 

protagonista, Luis Miralta, un hombre desengañado, escéptico, cuyo


descreimiento se corresponde con el desencanto propio de la moder-
nidad, tan bien definido por Baudelaire en Les Fleurs du mal (1857).
En la novela esto se traduce como desencanto respecto a los valores
“occidentales”: Miralta es un “hombre fatigado” y “concluido” que re-
curre al espiritismo y esoterismo de Haraontis, oriundo de la India,
y quien, por medio de narcóticos exóticos, lo ayuda a emprender un
viaje que lo transportará al futuro (Vera y González 2000: 37). Según
el faquir, Miralta es un “inactual, un inadaptable a la realidad del mo-
mento”, lo que obedece a que ha nacido “antes del tiempo que le es
adecuado” (ibíd.: 42), y es por eso que le propone hacer este viaje a tra-
vés del tiempo, aunque permanezca en Buenos Aires. A este “viaje” lo
denomina “trasmigración” (ibíd.: 47). El procedimiento que le permi-
te romper con el presente y embarcarse en una temporalidad diferen-
te es el mismo que vimos en Bellamy con Looking Backward, y que en
el contexto de la literatura argentina será utilizado cinco años des-
pués en otra novela utópica, Buenos Aires en el 1950 (1908), de Julio
O. Dittrich. En los dos casos, los personajes despiertan en una Buenos
Aires irreconocible.
Buenos Aires, de este modo, deviene el epicentro de la utopía, con-
dición que se corresponde con los atributos heredados del modelo sar-
mientino: es “la primera ciudad del hemisferio sur del mundo, la pri-
mera de habla castellana, la segunda entre las de raza latina, la tercera
del mundo entero por su área superficial” (ibíd.: 53)9. Demográfica-
mente hablando, mientras la población “del resto de la nación argen-
tina disminuye”, la población de “Buenos Aires sube y sube”, y si bien
hay una preocupación ecológica respecto al aumento de esta “conges-
tión monstruosa”, se enfatiza (y justifica) el esplendor que irradia la
ciudad, razón por la cual atrae a las multitudes, encontrándose su-

9. En Argirópolis (1850), la utopía urbana homónima, Sarmiento propone que ésta


se transforme en la capital de un “Estado civilizado”, y el discurso que la produce
funciona a su vez como mecanismo y estrategia retóricas y políticas para poblar
la flamante nación argentina y crear riquezas –lo que se lograría atrayendo inmi-
grantes de Europa–.
 Gisela Heffes

perpoblada (ibíd.). Si para Sarmiento “ciudad” equivalía a desarro-


llo y progreso, aquí encarna –dadas sus dimensiones– la abundancia
y prosperidad que la nación argentina necesita para transformasrse en
una nación poderosa, representando Buenos Aires la “ciudad liberta-
dora, generosa y opulenta” (ibíd.: 54).
La escala astronómica de la ciudad de Vera y González va a con-
trastar con la propuesta urbana de Pierre Quiroule, como también
los mecanismos representados en el texto que posibilitan la fundación
de este espacio. Si la primera encarna lo que hoy se define como una
megalópolis10, la segunda, de manera contraria, representa un paraíso
suburbano, dos paradigmas vigentes en el debate actual respecto a la
sostenibilidad ecológica de los modelos urbanos11. Un ejemplo de los

10. Curiosamente, el término “megalópolis” fue utilizado por Jean Gottmann en


su libro Megalopolis (1961) y luego, en el volumen The challenge of Megalopo-
lis: a graphic presentation of the urbanized northeastern seaboard of the United Sta-
tes (1964), dirigido a una audiencia más amplia y general, se utiliza este término
para definir no sólo las grandes urbes metropolitanas, sino especialmente grandes
regiones urbanas altamente conectadas entre sí, especialmente en el noroeste de
Estados Unidos. Si bien este texto aparece firmado por Wolf Von Eckardt, se cree
que Gottmann estuvo involucrado en su preparación (Baigent 2004: 690) e inclu-
so se lo atribuye erróneamente de manera frecuente. Vale la pena aclarar, por otro
lado, que los primeros usos del término remiten a Patrick Geddes, quien en Cities
in evolution (1915), pronostica la emergencia de estas concatenaciones urbanas,
aunque de manera negativa, asociándolas con explotación económica y atrofia es-
piritual. Según Elizabeth Baigent, el término aparece por primera vez de forma
impresa en el año 1927 (aunque, de forma manuscrita, en algunos de sus ensa-
yos, en 1904), y será retomado luego por Lewis Mumford en The Culture of Cities
(1938) y The City in History (1961), quien también insistirá en su carácter des-
tructivo (ibíd.: 689).
11. Pierre Quiroule se había inspirado en el modelo de la “ciudad jardín”, elaborado
por Ebenezer Howard a finales del siglo xix y comienzos del xx, en su libro To-
morrow: A Peaceful Path to Social Reform (1898), donde impulsa el establecimien-
to de comunidades autónomas en espacios abiertos como alternativa a los abiga-
rrados e insalubres barrios obreros urbanos (Heffes 2008). No obstante, si bien
“las similitudes planimétricas con el Victoria Town propuesto por Buckingham en
1849”, paradigma urbano que influiría la propuesta de Howard, “son tan eviden-
tes como las diferencias ideológicas de sus programas” (Armus 2007: 37), el mo-
vimiento de la “ciudad jardín”, según había previsto Le Corbusier, desembocaría
Utopías verdes 

defensores de la posición urbana es la de Martin Lewis y su libro Green


Delusions (1992), en donde ataca la perspectiva de los más radicales a
través de un programa reformista que enfatiza el rol de la ciencia, la
tecnología y el cambio de las políticas gubernamentales. Lewis se opo-
ne a la postura “arcadiana” que aboga por la desurbanización, el uso
de productos no sintéticos y de soluciones no tecnológicas; por el con-
trario, para Lewis, las ciudades son centros de vitalidad cultural y me-
nos costosas desde el punto de vista ambiental que los suburbios. Asi-
mismo, argumenta que un capitalismo guiado y liderado por votantes
y consumistas educados puede proveer soluciones tecnológicas a mu-
chos de los problemas de recursos y polución. En esta misma línea se
inscribe Life on a Modern Planet (1995) de Richard North, quien pro-
pone además un moderado “manifiesto para el progreso”12.
Quiroule, militante anarquista nacido en Francia que había inmi-
grado a la Argentina de niño junto a su padre, sostiene que para que
la “felicidad humana sea un hecho” es necesario “dar contra marcha a
la civilización y al progreso modernos” (1914: 9). Quiroule ejerce una
crítica aguda de la industrialización, atacando “sus ciudades inmensas
y sus magnas empresas especulativas, factores forzosos de miseria y de
ruinas” (ibíd.). Asimismo, percibe estos espacios como anclajes plaga-
dos por la miseria y las ruinas y, como contrapartida, plantea que es
urgente “vivir una vida más armónica, más natural y libre, pero no en
las grandes ciudades actuales, ni en el seno de esta civilización ficticia,
sino en la nueva mansión” que levantarán los “hombres sensatos en
la feliz sociedad comunista” (ibíd.). La utopía urbana y anarquista de
Quiroule va a trasladarse al Nuevo Mundo, América, y más precisa-
mente, Argentina, llamándose “Ciudad de los Hijos del Sol”.

ineludiblemente en una expansión continua del espacio suburbano; por el con-


trario, su proyecto para la “ciudad jardín vertical” evitaría este despliegue urbano
“horizontal” y conjugaría en espacios con más densidad humana una alternativa
urbana moderna con elementos naturales y verdes. Ver Le Corbusier (1971): The
City of Tomorrow and Its Planning.
12. Estos textos suponen una postura asimismo extrema, asociando los problemas
ecológicos más urgentes con mitos o reacciones desproporcionadas respecto a la
realidad.
 Gisela Heffes

Para Vera y González, otro extranjero que elige Buenos Aires como
espacio de su utopía urbana, el proceso de “trasmigración” –disposi-
tivo que le permite dar el salto temporal– transporta a su protagonis-
ta a un momento clave: el Bicentenario de 201013. Buenos Aires es, a
diferencia de Nueva York, la “ciudad de las ciudades”, y la “capital del
hemisferio Sur” (Vera y González 2000: 77). La perspectiva hemisféri-
ca se refiere, a su vez, a la competencia y rivalidad entre Buenos Aires y
Nueva York en tanto dos espacios que, a comienzos del siglo xx, pro-
metían un desarrollo y crecimiento monumental, aunque Vera y Gon-
zález desvaloriza esta última, considerándola “antigua” (ibíd.). La idea
de que el mundo se ha urbanizado, algo que en los últimos años cobró
la atención de críticos y académicos a partir de la emergencia de las
megaciudades y ciudades globales (Canclini 2004, Davis 2004, Sassen
1991, Soja 1989; 2000) aparece ejemplificada en la utopía de Vera y
González con el paradigma de estas dos ciudades rivales: la costa este de
Estados Unidos, la que se ha formado en un “todo continuo” de ciuda-
des que va desde Massachusetts hasta Virginia, y cuya capital es Nue-
va York, y Buenos Aires. La diferencia demográfica es que, mientras
en Buenos Aires habitan 80 millones de personas, en Nueva York se
trata de 62 millones, abarcando en este continuo metropolitano a las
urbes de Boston, Filadelfia, Baltimore, Washington y todas las “ciu-
dades vecinas” (ibíd.). Lo que contrarresta toda previsible (y legítima)
preocupación ambiental es que abundan en Buenos Aires “vastísimas
extensiones de huerta”, el “aire es más puro” y, a diferencia de Nueva
York, se vive con “más holgura, más luz y más higiene” (ibíd.: 78).
Si bien el proyecto utópico de Quiroule, como ya sugerimos más
arriba, se asemeja en el presente más al modelo del suburbio nor-
teamericano que a la apuesta urbana ideal que imaginaron y diseñaron
Buckingham y Howard, este paradigma –el cual se viene desarrollan-

13. Como ocurre con Quiroule, poco se sabe de Enrique Vera y González. Hebe Cle-
menti señala que había llegado a Buenos Aires en 1896 procedente de Cuba,
adonde había emigrado desde España en 1891, y que diez años antes había pu-
blicado dos ensayos “ultra radicales”, uno repudiando el abolicionismo y el otro a
favor de la revolución (2000: 15-16).
Utopías verdes 

do desde la posguerra gracias a subsidios federales y supone una ex-


pansión urbana descontrolada14–, plantearía problemas cruciales des-
de una perspectiva ecológica (Ross y Bennett 1999: 18), los cuales se
contrarrestan a través de la importancia que se le asigna al enverdeci-
miento de la ciudad. En este sentido, tanto los proyectos urbanos de
Vera y González como el de Quiroule enfatizan, de manera similar, la
necesidad de higienizar el territorio de la ciudad por medio de la crea-
ción de espacios verdes y pulmones urbanos, a través de los cuales res-
piran tanto sus habitantes como la ciudad en sí. Del mismo modo,
y como veremos más adelante, la ciencia funciona en ambas utopías
como el instrumento principal, aunque no el único, que transforma
estos espacios en ciudades verdes, demográficamente sostenibles y en
contacto continuo con la naturaleza.
¿Pero cómo es leída esta apuesta desde una perspectiva ecocrítica?
Este planteamiento establece ciertamente una relación conflictiva para
ciertos ecocríticos, en tanto preserva una posición antropocéntrica, la
que supone el dominio de la naturaleza por parte de los hombres, y
por lo tanto mantiene una relación desigual entre ambas partes. De
las subdisciplinas que han emergido dentro de la filosofía en los últi-
mos años, la ética ambiental, el ecofeminismo, la ecología social y la
deep ecology [ecología profunda] se han ocupado significativamente de
comprender y criticar las causas de la degradación ambiental, formu-
lando una perspectiva alternativa a la existente que provea una fundación
conceptual y ética para la preservación y fomento de lo que Glotfel-
ty denominó “las buenas relaciones con la tierra” (1996: XXI). Es, sin
embargo, la posición del deep ecology la que propone los cambios más
profundos y radicales tanto en la vida de los humanos como en las po-
líticas públicas (Love 2003: 21). Dado que la dominación humana de
la bioesfera es un problema fundamental del cual no sólo los que vi-

14. Recordemos, sin embargo, que en los últimos años este modelo se comenzó a re-
producir, ya tardíamente, en América Latina a través de la cada vez más frecuen-
te creación de enclaves urbanos privados, denominados también “urbanizaciones
cerradas de lujo”. Véase Cabrales Baraja, Luis Felipe (ed.) (2002): Latinoamérica:
países abiertos, ciudades cerradas.
 Gisela Heffes

ven en los países desarrollados son responsables, sino que además estos
conflictos se manifiestan de manera apremiante en el contexto de una
tierra que se está encogiendo de manera acelerada, al mismo tiempo
que se encuentra cada vez más interconectada ecológicamente, Love
habla de un conflicto entre la agendas globales y ecológicas, y las na-
cionales y, en términos académicos, critica el rol que cumple la ecolo-
gía dentro de las disciplinas literarias por su perspectiva antropocén-
trica, divorciada de la naturaleza y negadora del sostén biológico de
la humanidad y su delicada conexión con el planeta (ibíd.: 22). Si el
pensamiento antropocéntrico sostiene que la sociedad es compleja y la
naturaleza es simple, Love apela a un inhumanismo [inhumanism] en
tanto cambio en el énfasis y significancia de lo concerniente al hom-
bre y lo no humano, como un rechazo del solipsismo que lo caracte-
riza y un reconocimiento de la significancia transhumana (ibíd.: 23).
Para Garrard, por otra parte, es justamente el movimiento deep ecolo-
gy el que tiene mayor influencia más allá de los círculos académicos,
siendo la fuerza inspiradora de organizaciones como Friends of Earth,
Earth First! y Sea Sheperd, y la postura a la que recurren los ecocríti-
cos, sea de manera explícita o implícita. Se diferencian de los activistas
ambientales en que demandan un reconocimiento de los valores in-
trínsecos que hay en la naturaleza, identifican la separación dual entre
los humanos y la naturaleza promovida por la filosofía y cultura occi-
dentales como el origen de la crisis ambiental y demandan una vuelta a
una identificación monística de los humanos y la ecosfera: el desplaza-
miento de un sistema de valores centrados en el ser humano a uno cen-
trado en la naturaleza es el núcleo principal del radicalismo atribuido a
este movimiento, trayendo consigo una oposición (y cuestionamiento)
de casi toda la filosofía y religión occidentales. Garrard critica esta atribu-
ción de valores intrínsecos a todas las entidades o formas de la ecosfera
(como ríos, paisajes, e incluso especies y sistemas sociales considerados
en su propio derecho), ya que este derecho de igualdad vacía al deep
ecology de todo contenido sustancial (si el valor reside en todas par-
tes, también reside en ninguna, dejando de funcionar como una base
para la toma de decisiones y de diferenciación) (2004: 20-22). Más
allá de las divergencias entre este movimiento y el activismo ambien-
tal, hay que distinguir ambos de la filosofía que aboga por los derechos
Utopías verdes 

del animal y que propone, por citar un ejemplo, extender las conside-
raciones morales atribuidas a los humanos a ciertos mamíferos. La
dimensión espiritual de esta noción “ecocéntrica” se remonta a las reli-
giones orientales como el taoísmo y budismo, a figuras heterodoxas del
cristianismo, y a reconstrucciones modernas de las religiones nativas e
indígenas americanas. Una de las críticas que se hace con frecuencia al
movimiento deep ecology es que muchas veces cuestiona y desconfía de
los ecologistas (científicos), a los que considera como parte del pro-
blema, mientras que, por otra parte, basa sus ideas en intuiciones. Los
debates actuales respecto a las posturas más pertinentes dentro de la
ecocrítica olvidan (o no consideran) que tanto el componente cientí-
fico como la perspectiva antropocéntrica, elementos fundamentales e
inherentes a las elaboraciones utópicas aquí analizadas, promueven asi-
mismo un imaginario alternativo a las lecturas más radicales de la eco-
crítica, proponiendo versiones diferentes, aunque no menos drásticas,
del porvenir verde de las ciudades.

Ciencia y naturaleza en las ciudades


Lo curioso de estas dos propuestas utópicas es que, tanto en una como
en otra forma de representación, el planeamiento urbano encuentra
por medio de la ciencia una forma viable de enverdecer las ciudades.
En la utopía de Vera y González, la ciencia tiene un papel preponde-
rante. Fiel a esta “adhesión científica”, su mundo utópico por fin al-
canzó “la era de la inteligencia artificial” (Clementi 2000: 26). En la
introducción a la edición del año 2000, Hebe Clementi sugiere que
el “cerebro” constituye “el gran regulador, el gran motor de la socie-
dad constituida, la única medida de excelencia, que, sin embargo, está
siempre manejado por los que saben controlarlo” (ibíd.). Una vez ex-
pulsado el error de los cálculos, la corrupción, la ambición, la incu-
ria, la torpeza y la envidia no cuentan, porque están sometidas, como
tampoco la guerra, “porque la impotencia del enemigo también está
universalmente controlada” (ibíd.). Sólo queda el “uso adecuado y po-
sitivo de lo que el hombre tiene a su disposición para el dominio: la
naturaleza” (ibíd.: 27).
 Gisela Heffes

Algunos elementos claves en la descripción de la ciudad en función


de las implementaciones científicas y tecnológicas son, por ejemplo,
las “reproducciones autográficas por medio de corrientes de electrici-
dad modificada por el selenio” (Vera y González 2000: 68), las cuales
denominamos en la actualidad correos electrónico, y que en la pro-
puesta de Vera y González han creado la “utopía de la supresión del
espacio” (ibíd.). Si el espacio y el tiempo (luego de las teorías de Eins-
tein) son construcciones sociales (implicando el rechazo de las teorías
absolutas de espacio y tiempo atribuidas a Newton y Descartes), en-
tonces la producción de espacio y tiempo debe ser incorporada dentro
del pensamiento utópico. Esto se corresponde con la búsqueda de lo
que Harvey denomina “una teoría de la utopía dialéctica” (2000: 182).
Y si bien hay mucho aún por aprender de aquellas historias y teorías
de la utopía que se centran tanto en la forma espacial como en el pro-
ceso social o temporal, es la primera donde la idea de un juego espacial
imaginativo con el objeto de alcanzar fines sociales y morales específi-
cos puede convertirse en la idea de una experimentación infinitamente
abierta con las posibilidades de alcanzar formas espaciales determi-
nadas (ibíd.). La manipulación tanto de la espacialidad como de la
temporalidad permite explorar una gran variedad de potencialidades
humanas (diferentes modos de vida colectiva, de relaciones entre gé-
neros, de estilos de producción y consumo, de relación con la natura-
leza, etc.) y representa la concepción de Lefebvre (1974) en torno a la
producción del espacio. Harvey ve en la configuración de una forma
espacial un medio privilegiado de explorar estrategias alternativas y
emancipatorias (algo por lo que los deep ecologists le estarían profunda-
mente agradecidos, aun cuando los medios utilizados descansan en la
intervención y dominación de la naturaleza a través de la ciencia) en
tanto revela por qué –incluso desde las perspectiva ambiental– la uto-
pía es tan importante15.

15. En la elaboración de su propuesta para una teoría de la utopía espaciotemporal,


Harvey señala que Lefebvre se opone a una teoría de la utopía tradicional de la
forma espacial justamente por su autoritarismo, que produce una clausura. Para
aquel, la producción del espacio debe siempre permanecer como una posibilidad
Utopías verdes 

La utopía de Vera y González transcurre, ya dijimos, en el simbó-


lico año de 2010. En contraposición, el siglo xix consiste en un “pe-
ríodo de barbarie en que la humanidad apenas empezaba a deletrear
el alfabeto científico” (2000: 68). La alianza entablada entre ciencia,
progreso tecnológico y progreso industrial posibilita que la velocidad
de los medios de transporte como los barcos y los trenes se haya in-
crementado al punto de que se podía viajar de Buenos Aires a Nueva
York –“las dos mayores ciudades del mundo”– en treinta horas (ibíd.:
69). En esta utopía, los recursos energéticos que se utilizan son el so-
lar y el marítimo, y el alcohol y el petróleo (que es fabricado de ma-
nera sintética) sustituyen al carbón que ya “apenas se empleaba sino
en las pequeñas industrias” (ibíd.). La utilización y “generalización de
los motores mecánicos había emancipado a los animales domésticos
de la esclavitud del tiro y del yugo y sólo montaban caballos los habi-
tantes de las comarcas muy alejadas de los centros de población” (ibíd.:
69-70). Hay ahora una gran variedad de “automóviles” de todas las
clases y todos los tamaños, incluyendo los “ligeros” e individuales que
se “podían replegar de modo que ocuparan poco espacio”, así como
“grandes” máquinas voladoras (ibíd.: 70). En cuanto a la organización
social, el proyecto de Vera y González consiste en una utopía totali-
taria y positivista, influenciada por la psicología experimental, y que
establece una diferenciación sustancial entre las personas ordinarias
(la “vasta muchedumbre”) y los que “presentaban caracteres marcada-
mente favorables”, quienes eran objeto de una “vigilancia particular”
(ibíd.: 70-71)16. No obstante, la implementación de un modelo hasta

abierta infinitamente. El efecto, no obstante, es el de dejar estos espacios sin nin-


guna alternativa definida. Lefebvre se opone a confrontar el problema subyacen-
te: materializar una utopía significa comprometerse con una clausura (aunque
sea temporalmente), y esto implica necesariamente un acto autoritario (Harvey
2000: 182-183).
16. Otro caso paradigmático que establece una distinción entre las personas, no des-
de la psicología experimental sino desde una disciplina seudocientífica como la
eugenesia, es la novela del mexicano Eduardo Urzaiz Eugenia (1919), que analizo
minuciosamente en mi libro Las ciudades imaginarias en la literatura latinoameri-
cana (2008).
 Gisela Heffes

cierto punto socialista la vincula con la utopía de H. G. Wells A Mo-


dern Utopia, la cual, significativamente, salió un año después17: a di-
ferencia de Estados Unidos, en la utopía del sur se “ha aplicado una
gran dosis de socialismo”, y el “Estado es aquí una máquina podero-
sísima” pero que no “inspira recelos ni aversión de ninguna especie”
(ibíd.: 79)18.
La veneración respecto a la ciencia surge de la creencia en ésta en
tanto herramienta capaz de remediar los problemas sociales, y la secu-
larización de los elementos religiosos extienden esta transformación
a la figura del nuevo sacerdote, quien es ahora el médico. Los gober-
nantes son, por lo tanto, físicos, y en el proceso de la evolución cientí-
fica a través de “cerebros sólidos y firmes”, la “tradición” también “iba
perdiendo todo prestigio” (ibíd.: 72). En esta visión del futuro que se
le impone a Miralta, la historia gira en torno a tres personajes princi-
pales: el intendente de Buenos Aires, el “Sr. Renato de Villena”, quien
acaba de recibir una comitiva desde África para hacerle “conocer las
maravillas de la civilización universal” –y las que se encuentran reuni-
das en Buenos Aires–, y sus dos hijos, Elisa y Augusto (ibíd.: 67). Este
último es un destacado científico que acaba de crear a través de una
“síntesis directa” un “gluten de propiedades análogas” que no sólo aba-
rata el costo de la comida, sino que la hace accesible a gran parte de las
poblaciones (ibíd.: 73). La ciencia, de este modo, opera como instru-

17. En A Modern Utopia, Wells sugiere que la ciencia y la tecnología no son buenos
sirvientes si los amos no lo son (y viceversa) y, por lo tanto, no están más determi-
nados a causar destrucción o terror que cualquier otro instrumento. Y como ocu-
rre con el relato de Vera y González, más allá de la reevaluación que se haga del
lugar que ocupa la ciencia y la tecnología en la utopía, el imperialismo antropo-
céntrico tendrá poco atractivo para los ecocríticos más radicales.
18. Estados Unidos conforma a lo largo de todo el texto de Vera y González el referen-
te más importante contra el cual se contrastan los rasgos de la utópica Buenos Ai-
res. Esta perspectiva comparativa, siempre en detrimento del primero, puede leerse
como el rencor todavía vivo de los españolas respecto a su derrota en la guerra del
98, aunque es posible también leer la influencia del Ariel de Rodó (1900) en su re-
ferencia a la amenaza por parte del “coloso del norte”, lo que llevó a que, en el si-
glo xx, se fundara la “Confederación Latino Americana”, conformada justamente
con el fin de contrarrestar su creciente poderío (Vera y González 2000: 79-80).
Utopías verdes 

mento y medio capaces de resolver el hambre de un mundo cuyo cre-


cimiento demográfico (y en consecuencia el temor respecto a la con-
siguiente falta de recursos naturales) no representa una amenaza ni
un problema de urgente resolución. Precisamente, gracias tanto a la
ciencia como a la producción industrial y tecnológica –por medio de
las cuales se crearán alternativas artificiales y/o sintéticas–, es posible
prevenir el problema del agotamiento de los recursos naturales como
así también la escasez generalizada que caracteriza a muchas de las re-
giones actuales. Los referentes históricos y geográficos de la novela
son, sin embargo, muy significativos, principalmente cuando refiere a
aquellos relacionados con las cualidades tangibles del medio ambiente
de la ciudad de Buenos Aires, apelando a tecnologías futuristas e invo-
cando toda una problemática relacionada con el dominio de la natura-
leza que ha sido tan central en los modos del pensamiento occidental,
desde Francis Bacon y Descartes en adelante.
Esta idea es asimismo central en la utopía de Pierre Quiroule, don-
de el protagonista de la novela es un personaje “inventor” y a quien no
casualmente llaman “El Físico”. Contrariamente a Vera y González, el
protagonista de La ciudad anarquista americana procura acabar “con la
esclavitud del proletariado europeo” y crea para este fin un arma de des-
trucción masiva, el “Vibraliber”, “arma terrible” que permitirá a “los
parias” vengarse de sus opresores capitalistas y alcanzar en última ins-
tancia la anhelada libertad. Así, este “inofensivo aparato” pondría fin a
un sistema entre amos y esclavos (Quiroule 1914: 23-25). Las creacio-
nes científicas en estas dos utopías tienen por lo tanto una postura am-
bivalente. En el caso de Quiroule, y en un contexto marcado por la cre-
ciente industrialización, los cambios tecnológicos y la explotación de
las masas anónimas, su propuesta consiste justamente en una rehuma-
nización de estos sujetos a través de la creación de un espacio natural en
que los hombres recuperen aquellos elementos perdidos por el adveni-
miento del desarrollo industrial y otros cambios propios de principios
de siglo: la naturaleza, los afectos y la interacción social. Contraponien-
do su modelo urbano al de las ciudades inmensas, capitalistas y burgue-
sas, las cuales se encuentran plagadas por la miseria y la ruina, sugiere
“vivir una vida más armónica, más natural y libre” en “ciudades peque-
ñas”, “sanas y alegres” que estarán en contacto íntimo con la naturaleza
 Gisela Heffes

(ibíd.: 14). Opone, a su vez, los rascacielos de las ciudades industriales


con las casas de los comunistas, que consistirán en “hermosos chalets”
(ibíd.: 15). El paisaje que rodea la ciudad anarquista está configurado
como espacios naturales y armónicos (en contraposición a la imagen de
la ciudad moderna, en tanto espacio asfixiante, sin luminosidad, impu-
ro y en condiciones insalubres), y, como en Vera y González, la ciencia
y la tecnología se encuentran al servicio exclusivo de la comunidad utó-
pica, de sus sujetos y del medio ambiente.
Vale la pena mencionar que estas dos proyecciones futuristas se
distinguen drásticamente de las visiones de mundos alternativos que
aparecen representadas en narrativas actuales. Estas últimas, en cam-
bio, cuestionan el modelo de desarrollo industrial y tecnológico, el
cual argumentaba que todas las naciones podrían alcanzar los niveles
de bienestar económico que disfrutan los países desarrollados, presen-
tando un universo en descomposición, generalmente distópico o ad-
verso a la idea misma de utopía. Como sugiere Ramachandra Guha,
los seguidores optimistas de la idea de progreso sostenían que la cien-
cia y la tecnología sacarían a las sociedades en vías de desarrollo de la
pobreza (2000: 65). Sin embargo, en América Latina –como en gran
parte de los países subdesarrollados– la corrupción, la pobreza, las
deudas y la creciente contaminación ambiental se incrementaron en
las últimas décadas. Un ejemplo paradigmático de estas visiones distó-
picas son las novelas de Homero Aridjis, en las que el ecocidio aparece
como el resultado directo de una alianza nefasta entre intereses indivi-
duales, alejados de toda búsqueda por el bienestar general19.
En Quiroule, por el contrario, al tratarse de un proyecto comuni-
tario que escapa incluso a la lógica de acumulación capitalista, surge
un modelo temprano y alternativo de interacción social: así, aparecen
ejemplos de propuestas que hoy, casi cien años después, se correspon-
den con modelos de vida y consumo sostenibles. No sólo los “compa-
ñeros” de la “comuna” son “vegetarianos” (Quiroule 1914: 87), sino

19. Véase, por ejemplo, ¿En quién piensas cuando haces el amor? (1995). Laura Bar-
bas-Rhoden analiza extensamente la novela de Aridjis en su importante libro
Ecological Imaginations in Latin American Fiction (2011).
Utopías verdes 

que también todos los “comunistas eran agricultores”, por lo que se es-
tablece una relación cercana con la naturaleza, a partir de la cual se
consume lo que se produce (ibíd.: 63). Otro aspecto de esta propues-
ta alternativa ecológica es la “reducción” de la “fabricación de papel”, de
las “tintas y de las “prensas” (ibíd.: 65). Del mismo modo, las “obras
de carpintería” se habían reducido significativamente y en la ciudad
anarquista las “casas eran de vidrio y no entraba la madera en su fabri-
cación” (ibíd.: 66). Esto evita la tala de árboles y el traslado de éstos
de una región a otra pero, al mismo tiempo, permite que las comunas
anarquistas fueran autónomas y se autoabastecieran, encontrándose
la ciudad en “una parte completamente aislada del ruido del trabajo” y
del tránsito de los vehículos (ibíd.: 63).
Por otra parte, las casas no sólo consistían en “elegantes chalets
de vidrio, de una sola pieza, fundidos en moldes gigantescos por me-
dio de la electricidad”, sino que tenían una “pared doble”, rellenando
el espacio vacío de separación con “substancias refractarias al calor”,
de manera que una de las principales ventajas del uso del vidrio era,
además de la elegancia, solidez e impermeabilidad, la higiene, elimi-
nándose así varios oficios sucios y antihigiénicos como los “pestilentes
hornos de ladrillos” (ibíd.: 75-77). Este diseño arquitectónico es avan-
zado, a su vez, en cuanto preserva la energía de manera eficiente, evi-
tando el derroche innecesario. En lugar de carbón se utiliza electrici-
dad; la ciudad habitada es a la vez “verde”, en tanto forma un “parque
inmenso alrededor de la ciudad industrial” (y que por lo tanto funcio-
na como pulmón); las calles son peatonales y están rodeadas de jardi-
nes; la ciudad es limpia y sana, y el aire es oxígeno puro y no “un com-
puesto horrible de miasmas y podredumbres” (ibíd.: 75). El agua, uno
de los recursos naturales más importantes en la actualidad, había sido
un componente fundamental a la hora de identificar el espacio don-
de fundar la ciudad: a través del empleo de una tecnología sofisticada,
el agua era purificada químicamente y utilizada después para el riego
de los cultivos (ibíd.: 74). Las fuentes de energía necesarias para que la
sociedad funcione se habían buscado en aquellos “elementos natura-
les en incesante movimiento: vientos, ríos, cascadas, calor solar, etc.”
(ibíd.: 260). Quiroule propone, de este modo, diversos modelos de
energía: desde la eólica hasta la solar e hidroeléctrica.
 Gisela Heffes

El relato de Quiroule carece de una trama ficcional compleja. Por el


contrario, es sumamente descriptivo de los tres personajes principa-
les, “Utop”, “Optimus” y el ya mencionado “Super” –o “El Físico”–,
de la vida en la comuna anarquista, como asimismo de las razones
específicas para su implantación. Esto es, se trata de un inventario por-
menorizado del programa de organización social que prevé para el fu-
turo. En este sentido, se diferencia de La estrella del sur, donde aparece
una apuesta narrativa más significativa. No obstante, la propuesta de
un modelo sostenible, la creación de una visión alternativa y la proyec-
ción de estos elementos utópicos en paradigmas espaciales plausibles,
las transforman en textos pioneros respecto a cuestiones tanto ecológi-
cas como urbanas.

Conclusión

Dos extranjeros, el español Enrique Vera y González y el francés Pierre


Quiroule retoman el tópico de América como utopía, proyectando en
el continente americano el sueño de fundar un modelo social alterna-
tivo. La tradición es larga; no obstante, la preocupación por un mode-
lo que, además de alternativo, se corresponda con principios ecológi-
cos, nos permite indagar si es posible hablar de econarrativas o, incluso,
ecotopías. Es sin duda fácil asignar el prefijo eco-, en el momento ac-
tual, a todo texto que incorpore una dimensión ecológica dentro de sus
narrativas y poéticas. En este sentido, Andrés Bello es un ecopoeta, del
mismo modo que pueden ser algunos textos y poemarios de Pedro Hen-
ríquez Ureña, Jorge Isaacs, Alfonso Reyes, Ricardo Güiraldes y Ezequiel
Martínez Estrada. Algunos críticos, ya en el contexto latinoamericano,
prefieren utilizar términos como “imaginación ecológica” (Barbas-Rho-
den 2011) para referirse a aquellas narrativas en las que el componente
ambiental aparece aludido de manera explícito, mientras que otros di-
rectamente aluden a conceptos como “paisaje latinoamericano” (Rivera-
Barnes y Hoeg 2009) o “mundo natural” (Kane 2010). Si consideramos
que las obras de autores como Horacio Quiroga y José María Arguedas
se encuentran entre las primeras filas de las econarrativas latinoamerica-
nas, esto se debe a que aparece en ellos una crítica o propuesta delibe-
Utopías verdes 

rada respecto al problema de la sostenibilidad ecológica, la utilización


de los recursos naturales y la protección y/o destrucción del medio am-
biente. Del mismo modo, las utopías de Vera y González y Quiroule se
adelantan, en cuanto son producidas previamente a esta conceptualiza-
ción crítica y teórica, y en este sentido podrían ser incorporadas a una
tradición de las ecotopías latinoamericanas (tradición que, cabe aclarar,
no ha sido hasta la fecha catalogada), del mismo modo que la tradición
romántica anglófona relee a Thoureau, Wordsworth y Coleridge para
crear su propia genealogía literaria ecocrítica.
Se contraponen, de hecho, a otras visiones futuristas en que pronos-
tican un futuro glorioso, resultado de la unión armónica entre naturale-
za y seres humanos (Aridjis, en cambio, propone una visión apocalíptica
como producto de aquella misma unión). Todas estas utopías son críti-
cas de la realidad, pero las visiones de futuro varían, como así también
la relación entre ciencia y tecnología, y su implementación en el espacio
natural, o los usos (o no usos) de sus recursos. En las dos primeras, esta
relación resuelve problemas (tala de los árboles, hambre en el mundo,
preservación de energía); en el caso de Aridjis, los crea. En las primeras,
conforma un aporte fundamental a la mejora de los ciudadanos y sus
calidades de vida; en el segundo, constituye una alianza destructiva y
alienante. En todas, la ciudad conforma el epicentro de las transforma-
ciones, pero sólo en las dos primeras el territorio urbano constituye el
paradigma de un modelo ecológico sostenible. En este sentido, las dos
primeras escapan a los estereotipos ampliamente divulgados –ya desde
mediados del siglo xix– que confieren al espacio urbano un sinnúmero
de valores negativos y opuestos de manera categórica a toda noción de
naturaleza (ofreciendo por lo tanto una lectura de la ciudad más atenua-
da, con sus contrastes y matices, pero a su vez en confluencia con aque-
lla). Un caso arquetípico es la Inglaterra contemporánea a la producción
de los textos de Quiroule, a partir de la cual William Morris elabora una
crítica aguda de las grandes ciudades, donde las vidas de los trabajadores
se degradan hasta la alienación absoluta20. En América Latina, Bello, en-
tre otros ya mencionados, constituiría un ejemplo paradigmático.

20. Véase por ejemplo “Art, Socialism and Environment” (1934).


 Gisela Heffes

Ecotopías urbanas, La estrella del sur y La ciudad anarquista ame-


ricana proponen una poética de conservación ambiental a través de
estrategias y dispositivos narrativos que sintetizan un amplio número
de perspectivas disciplinarias, visiones del futuro y del mundo, como
así también posicionamientos y activismos políticos. Son el comien-
zo de una tradición narrativa y cultural que, en el contexto de Améri-
ca Latina aún no ha sido explorada. Constituyen una apuesta efectiva
respecto a un futuro asequible a través de propuestas que se abren in-
finitamente, como bien sugiriera David Harvey, contrarrestando una
visión distópica y apocalíptica, recurrente en textos de esta tradición,
y que por esta razón merecen no sólo un reconocimiento sino su asi-
milación dentro de las páginas –aún no escritas– de las econarrativas
latinoamericanas.

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SECCIÓN III

Utopía, vanguardia
e imaginario urbano
Ciudad: de diosa a villana
Raul Antelo

Era de noche y me extravié en ese barrio desconocido; seguí boulevards


con muros sin fin en una dirección, y cuando decididamente no había
final, volví en dirección opuesta hasta una plaza, no importa cual. Allí
comencé a seguir una calle, y venían otras calles que yo no había visto
nunca, y otras más. De vez en cuando llegaban tranvías, muy de prisa
y demasiado claros, pasaban y se alejaban con su timbre duro y golpea-
do. Pero los letreros llevaban nombres que yo no conocía. No sabía en
qué ciudad me encontraba, si tenía aquí en algún sitio un alojamiento,
ni lo que tenía que hacer para no andar siempre (Rilke 1941: 76-77)1.

El primer arcano es el de la ciudad como laberinto. A él pertenece en


consecuencia la imagen del minotauro abrigado en su centro. El he-
cho de que éste provoque la muerte del individuo no es lo decisivo. Lo
decisivo realmente es la imagen de las fuerzas portadoras de la muerte
que él mismo encarna. Pero esto también es algo nuevo para los habi-
tantes de las grandes ciudades (Benjamin 2003: 189).

Imágenes nómades

Al reseñar Cathérine-Paris de la Princesa Bibesco, en 1928, en un clima


cultural fuertemente influenciado por Metrópolis (1927), la película

1. La traducción es de Francisco Ayala. Y es aquí el mismo Ayala el exilado que tra-


duce una experiencia.
 Raul Antelo

de Fritz Lang, Walter Benjamin ya señalaba, en “París como diosa”,


una importante modificación en la configuración del imaginario ur-
bano: la capitulación del deseo, que plantea una apoteosis de remota
extracción barroca (1999: 141-143). En sus estudios sobre mimetis-
mo, algunos de los cuales fueran desarrollados en América Latina, po-
cos años más tarde, Roger Caillois lo acompañaría en el razonamien-
to, al ver a la hembra (la ciudad) como heroína sadeana o monstruo
goyesco: Saturno devorando a sus hijos. Tomada como modelo de la te-
rritorialización de los excluidos, la paulatina consolidación de villas
y favelas en las ciudades latinoamericanas se encuentra, sin embargo,
incompleta a la vez que subordinada a los poderes públicos. Villas y
favelas integran y no integran la ciudad: su modelo de exclusión terri-
torial es mucho más que la mera y estática expresión de las desigualda-
des sociales clásicas, en la medida en que funcionan, para la economía,
como una especie de engranaje de la megamáquina de especulación,
inflando y expandiendo, moviendo, infinitamente, el capital en ellas
invertido. La máquina, al producir ciudades, provoca asimismo ini-
quidades, en la medida en que una ciudad, dividida entre un sector
formal, dotado de infraestructuras, y un sector informal, absoluta-
mente precarizado, concentra la riqueza y bloquea la simbolización,
de tal suerte que el acceso a los territorios de mejores condiciones ur-
banísticas está siempre restringido a quienes, de antemano, forman
parte de estos últimos. Al mismo tiempo, los grandes espacios de pro-
ducción modernizadora en las capitales latinoamericanas han ido des-
territorializándose gradualmente y dejando al descubierto enormes
áreas metropolitanas vacías, de base urbanística más bien tosca o inci-
piente, fruto muchas veces de decisiones discontinuas o desconectadas
entre sí, definidas y ejecutadas en la temporalidad de la política, que
han ido instalando una nueva temporalidad, la securitaria, que provo-
ca la disolución de la vieja dualidad modernista centro-periferia, para
dar paso a una nueva y urgente oposición, la de lugares seguros versus
lugares violentos. Más recientemente aún, la territorialización de las
favelas por parte del narcotráfico contribuyó, en el actual imaginario
urbanístico, a la identificación perentoria de todas las periferias preca-
rias como “lugares violentos”, expresión de la rendija neutra por don-
de se cuelan las vidas abandonadas en las ciudades de hoy día (Rolnik
Ciudad: de diosa a villana 

2008: 46). La heroína sadeana vislumbrada por Benjamin y Caillois se


ha tornado pues villana y, como tal, se ha visto confinada a un rincón
anónimo y abyecto.
Pero hasta no hace muchos años, la situación parecía más ame-
na. Había promesas de inclusión más contundentes. Sin ir más le-
jos, cuando América Latina se redemocratizaba, allá por la década de
1980, todavía era posible coincidir con el historiador cultural nor-
teamericano Carl Schorske (2000) en el sentido de que la configura-
ción del espacio urbano era un problema teórico-político que admi-
tía una simbolización posible. Pese a sus diferencias, Voltaire, Adam
Smith o Fichte, nos recordaba Schorske, coincidían en que la ciudad
era la sede de las virtudes civilizatorias, mientras que, para la mórbi-
da mirada de un William Blake, la ciudad –y el ejemplo característico
era siempre Londres, la de la biopolítica alegoría de Jeckyl y Hyde– no
pasaba del territorio por excelencia de los vicios y de la degradación.
Bien y mal ocupaban todavía territorios nítidos y contrapuestos. Sin
embargo, los memoriosos recordarán que ya con Baudelaire, ese carác-
ter bifronte se condensaría, no por olvido, y sí por abandono, en una
visión mucho más compleja de la ciudad: París, la capital del siglo xix,
como un espacio ubicado más allá del bien y del mal, un hic et nunc
eterno, cuyo contenido, aunque transitorio, convertía esa misma tran-
sitoriedad en algo permanente2. De ahí derivaría, en efecto, la idea de

2. Véase Carl E. Schorske (2000): Pensando com a história. Indagações na passagem


para o modernismo. En esa línea del ensayismo latinoamericano se ubican asimis-
mo Ezequiel Martínez Estrada con Radiografía de la pampa (1933) y La cabeza
de Goliath (1940), o Sérgio Buarque de Holanda con Raízes do Brasil (1936), y
su discriminación entre semeadores (portugueses) y ladrilhadores (españoles), que
construían ciudades, los primeros, como simples factorías, y los segundos, como
tableros de ajedrez. Se incluyen, además, como teoría cultural de la ciudad, Jorge
Enrique Hardoy (1972): “El rol de la urbanización en la modernización de Amé-
rica Latina”; José Luis Romero (1976): Latinoamérica: las ciudades y las ideas;
Ángel Rama (1984): La ciudad letrada; Richard M. Morse (1978): “Los intelec-
tuales latinoamericanos y la ciudad (1860-1940)”; Julio Ramos (1989): Desen-
cuentros de la modernidad en América Latina; Beatriz Sarlo (1996) Instantáneas;
íd. (2009): La ciudad vista; Jean Franco (2003): Decadencia y caída de la ciudad
letrada.
 Raul Antelo

una ciudad diseminada que la ciudad letrada no siempre tuvo condi-


ciones de absorber3.
De hecho, Schorske estaba preocupado en trazar un recorrido evo-
lutivo de la idea de ciudad europea, de Voltaire a Spengler, pero a no-
sotros nos compete ahora esbozar una genealogía suplementaria, la de
la génesis de la ciudad euroatlántica, de Nietzsche a Derrida. Digamos,
entonces, inicialmente, que esa otra matriz urbana, la de la ciudad di-
seminada, configura una red incesante de desplazamientos y usos, no
apenas de lo propio y de lo ajeno, como así también de lo público y de
lo privado, en que toda noción de origen surge como meramente ilu-
soria ya que, para su cabal manifestación, son indispensables los foras-
teros. Son ellos, a través de su nomadismo inherente, quienes muestran
el tránsito ininterrupto de la naturaleza a la cultura y, además, de una
a otra cultura, o sea, de técnica a técnica, siempre exhibiendo el enig-
ma de un recorrido sin fundación ni orientación final: una circulación
que no deja de atizar pero, al mismo tiempo, de solapar, no sólo la ne-
cesidad de dominar el espacio, sino incluso la reivindicación relaciona-
da con un justo reparto de ese ámbito, para rechazar, al fin de cuentas,
toda y cualquier apropiación comunitaria (Said 2003).

Máquina contra estructura

Voy a detenerme en dos de esos forasteros que acuñaron, precisamen-


te en Latinoamérica, poderosos artificios de visualización de la ciudad
diseminada. En mi opinión, existe una escena emblemática en el arte
moderno, que son los ensayos de Marcel Duchamp por cubificar una
ciudad modernizada. No elije Duchamp para ello ni la capital del si-
glo xix, París, excesivamente familiar, ni la capital del siglo xx, Nueva
York, obra de arte total, aún esquiva, sino una ciudad que, hasta cier-
to punto, despreciaba por juzgarla un remedo provinciano (una mí-

3. Jean-Luc Nancy dice que “le bidonville est la déjection de la ville, sa violence
ramassée dans la boue. En un sens, ce serait comme une exaspération du dé-
classement de Los Angeles, de son bricolage et de son déglingage” (1987: 26).
Ciudad: de diosa a villana 

mesis) de metrópolis cosmopolita, Buenos Aires, pero que, aun así,


le debería parecer ready made o, al menos, traducible. Su técnica este-
reoscópica para captar ese nuevo escenario euroatlántico, lo neutro,
donde más tarde acuñaría otro concepto clave, lo infraliviano, admi-
te, de hecho, varias lecturas. Rosalind Krauss (1997) ha detectado en
ella el origen del inconsciente óptico contemporáneo. T. J. Demos
(2007), el primer ensayo de nomadismo multicultural. Michel Gué-
rin (2007), el montaje performático del anartismo. Graciela Speran-
za (2006), el descentramiento inherente a la literatura argentina. Yo,
particularmente, creo ver en esa cubificación óptica urbana la postula-
ción de la máquina contra la estructura, idea que, aunque esbozada en
Bergson, va a ser decisiva, más adelante, en el pensamiento posfunda-
cional que sigue a 1968.
Es conveniente enfatizar que Duchamp no interviene en la esce-
na urbana modernizada ni para el registro (memoria), ni para la for-
malización (representación) de la experiencia. Ésa sería la opción de
los artistas territorializados o de los filósofos memoriosos. No olvi-
demos que es en ese mismo escenario latinoamericano donde Orte-
ga y Gasset desarrollaría su prevención contra las masas, a partir de
El tema de nuestro tiempo (1923). Ni asciende, idealmente, sobre la
ciudad, gracias a la técnica (Wechsler 1996). Duchamp, por el con-
trario, persigue, en las orillas de Occidente, el olvido. Necesita abolir
la dimensión sagrada y controlada del espacio urbano para proponer-
nos, sin embargo, una primera versión posliteraria de la ciudad, par-
ticularmente, una iconología (cuando no una icnología) del intervalo
euroamericano. La estereoscopía que entonces ensaya en Buenos Aires
nos revela, en la ciudad, a Babel, y en ella, a la poshistoria.
Duchamp elige un límite, el borde del río-mar, y lo convierte en
un umbral. No se posiciona, como los antecesores, en el agua, miran-
do hacia la ciudad. Duchamp no es Danvin ni siquiera Dulin. No es
Paul Noë, ni Pio Collivadino, ni Aquiles Badi. Ni Lazzari, Daneri o
Pacenza4. Duchamp se planta, al ras del suelo, en el muelle y desde

4. Danvin, Victor-Marie Félix (1802-1842): Buenos Ayres Río de la Plata, circa 1830,
grabado en cobre sobre papel (Museo Histórico Nacional de Buenos Aires);
 Raul Antelo

allí contempla el río-mar. Es el infinito. Y entonces capta una escena


de origen, que es siempre una irrupción, una aparición, dándole la es-
palda, justamente, al nacimiento de la Ninfa, materializado en la es-
cultura de Lola Mora, recién instalada en aquel paseo. El dato no es
menor. Al darse vuelta e ignorar la alegoría del nacimiento de Venus,
Duchamp suspende la vigencia del Renacimiento como pureza, y por
extensión, de la misma cultura europea como equidistante e impoluta.
Toda una ideología del arte y la cultura colapsa con ese gesto. Antes de
Duchamp, sin embargo, Aby Warburg (2007) ya había mostrado, en
1893, analizando la iconología del intervalo de esta figura, a la manera
rara e inquietante de Gradiva, que los atributos de una imagen pueden
definir su sustancia, pero de la sustancia no se derivan jamás los atribu-
tos permanentes de la imagen, de manera que la Venus porteña puede
muy bien ser, fantasmagóricamente, algo hasta grotesco, próximo, por
ejemplo, a los títeres de Kleist. En ese sentido, cabe decir que la imagen
convencional de la ninfa señala, miméticamente, un origen con el que,
por lo demás, están de acuerdo los modernistas rubendarianos; pero la
estereoscopía, sin embargo, es un salto hacia el origen (Aguilar 2008;
Antelo 2006). No es la fuente de las cosas, ni una imagen original de la
Historia, sino aquello que nace como efecto del montaje temporal del
propio pasaje de lo viejo a lo nuevo. Duchamp, al cubificar la ciudad
modernizada, se ubica, de hecho, en el hiato del devenir, como ante un
torbellino temporal, posicionándose en un entredicho que no es más el
de la restauración de la génesis, como pediría Ricardo Rojas, ni el del
remate conceptual, al modo del primer Martínez Estrada, de tal suerte

Dulin, J. D. (1839-1919): Buenos Ayres. La Boca del Riachuelo cerca de Barracas,


circa 1860 (ibíd.); Noë, Paul (circa 1880): Buenos Aires, 1899, óleo (Museo His-
tórico de Buenos Aires Cornelio de Saavedra); Collivadino, Pio (1869-1945): Pa-
seo Colón, 1925, óleo (Museo de Bellas Artes de La Boca Benito Quinquela Mar-
tín); Badi, Aquiles (1894-1976): Buenos Aires 1936, óleo (col. Francisco Traba);
Lazzari, Alfredo (1871-1949): Calle Paseo Colón, 1899, óleo (col. familia Lazzari);
Daneri, Eugenio (1881-1970): Calle de La Boca, 1936, óleo (col. particular); Pa-
cenza, Onofrio (1904-1971): Paisaje de La Boca, 1946, óleo (col. Ministerio de
Economía, Buenos Aires). Tomo las referencias del excelente catálogo de Laura
Malosetti Costa (2007): Pampa, ciudad y suburbio.
Ciudad: de diosa a villana 

que sus pirámides de tiempo5 no están ni más acá, ni más allá de la de-
marcación entre lo fijo y lo fluido, entre la tierra y el agua.
La estereoscopía está construida con y en el tiempo. Lo incluye y
enfrenta, al mismo tiempo. Como escansión de ese tiempo vertigino-
so, el procedimiento ya no coincide con lo factual (la ciudad empíri-
ca donde Marcel huye de la guerra, o del tiempo de conflagración, la
Buenos Aires radical de 1918), sino que se sobreimprime y yuxtapone
a ella, lo que nos remite tanto a su prehistoria (el contacto con la al-
teridad autóctona) como a su poshistoria (la abyección y la excepción
de los años de plomo) (Bodei 2006). La ciudad comenzó, en efecto,
con un banquete totémico de los soldados españoles por parte de los
indios, tal como lo narra Juan José Saer en El entenado (1983). Pero
otros soldados, los que en 1918 tanto temor inspiraban en Marcel, al
verlos vestidos a la usanza alemana, haciéndolo sentirse cercado por
nueve moldes málicos6, estaban, en ese mismo momento, cazando y
matando anarquistas, así como, en un tiempo posterior, desmateria-
lizarían hasta la muerte misma, causando desaparecidos, de modo que
se puede decir que la estereoscopía, como tableau urbano ubicado más
allá de la pintura, o sea, más allá de la mímesis, escinde no sólo el espa-
cio sino también al propio tiempo, en dos, una pre- y una poshistoria.
Por cierto, Benjamin lo intuyó claramente, no sólo en el preámbulo
a El origen del drama barroco alemán (1928), sino también en El libro de
los pasajes (circa 1927), ya que, en cuanto postulación de un origen, las
pirámides de tiempo no sólo contemplan la ascensión, sino asimismo

5. En el soneto 123 de Shakespeare, leemos: “No! Time, thou shalt not boast that
I do change: / Thy pyramids built up with newer might / To me are nothing no-
vel, nothing strange; / They are but dressings of a former sight. / Our dates are
brief, and therefore we admire / What thou dost foist upon us that is old; / And
rather make them born to our desire, / Than think that we before have heard
them told. / Thy registers and thee I both defy, / Not wondering at the present
nor the past; / For thy records and what we see do lie, / Made more or less by thy
continual haste: / This I do vow, and this shall ever be, / I will be true, despite
thy scythe and thee” (1975: 1211).
6. Tal es el título de un sector del Gran Vidrio inspirado en un imaginario macho-
man, de uniformes militares, libreas de ujieres y chaquetas policiales.
 Raul Antelo

la decadencia de las construcciones históricas, y funcionan así como


un doble dispositivo de flujo temporal, haciendo surgir, a partir de un
interior vacío y disponible, la serie infinita de las formas, que no son
más que simples metamorfosis de lo mismo, relampagueos intermiten-
tes, como los de las boyas en el río, de dos imágenes que, ni descarta-
das, ni siquiera asimiladas integralmente, se conservan, sin embargo,
en una existencia inmóvil, aunque cargada de tensión. Ellas deshacen
cualquier pretensión totalizadora de saber de la tecnociencia, porque
está claro que, en una cultura de la acumulación, todo devenir de imá-
genes se transforma en simple ilusión, ante la dura permanencia de los
objetos, que no son más que una still life, o incluso una after life, o sea,
la desnuda naturaleza de la cosa misma, aquello que le permite postu-
lar a Duchamp una belleza de indiferencia como alternativa a los obs-
táculos de la reproducción seriada. La imagen celebrante de la ninfa de
Lola Mora, sentada al borde de la concha, es suplementada de esta for-
ma por las estereoscopías, signaturas urbanas que muestran que la ciu-
dad no es una esencia ni una sustancia, sino un simple vestigio que, al
interrumpir el continuum naturaleza-cultura, subvierte el propio pro-
ceso de identificación con el ideal, atendiendo a la premisa de que sólo
existe el tiempo actual y palpable. Su línea de fuga necesaria podría ser
ilustrada por algunas obras de Jorge Macchi, como Buenos Aires Tour
(2004)7, experiencia compartida con la poeta María Negroni (2006),
u Horizonte (1995; técnica mixta, colección particular), donde queda
claro que a partir de la escopía urbana se define la experiencia.

Mimetismo y traducibilidad

Pero dejemos por un momento los ensayos anartistas de Marcel Du-


champ, de tan fuerte atracción en Walter Benjamin, particularmente

7. Se pudo comprobar ese fantasma en muestras recientes de arte argentino, como


Beginning with a Bang! From Confrontation to Intimacy: An Exhibition of Argenti-
ne Contemporary Artists, 1960-2007. Americas Society, Nueva York, 2007-2008, o
Argentina hoy. Centro Cultural Banco do Brasil, São Paulo/Río de Janeiro, 2009.
Ciudad: de diosa a villana 

por su idea de una obra portátil8, un museo en miniatura, y detengá-


monos en un texto no menos interesante para el pensador alemán. Me
refiero a “París, mito moderno”, del segundo de los forasteros cuyo pa-
saje porteño quisiera desmenuzar, Roger Caillois. En ese ensayo pre-
monitorio, Caillois admite la existencia de una robusta tradición mi-
mética de la metrópolis, que trabaja sobre la imaginación a punto de
confiscarle un perfil acabado. En la época del Colegio de Sociología,
cuando ensaya una antropología de la imagen, Caillois llega incluso a
avanzar la hipótesis, en El mito y el hombre (1938), de que el fenóme-
no mítico de la metrópolis, contemporáneo de la gran industria y de
la formación del proletariado urbano, está conectado a la transforma-
ción de la novela de aventuras en novela policial, como épica de la ra-
cionalización9. La idea alimentaría posteriormente una famosa polé-
mica entre Caillois y Borges, porque el escritor argentino no veía, en
la novela policial, ningún residuo épico. Sin embargo, Caillois atri-
buía a ese carácter épico de la vida urbana, de consecuencias todavía
imprevisibles, el protagonismo de Baudelaire, en el siglo xix francés,
tesis asumida por Benjamin, aun cuando sea interesante recordar que,
para Caillois, esa épica era todavía inespecífica10. No importa. Está allí
planteada, de todos modos, la cuestión de la heroicidad de lo moder-

8. A mediados de 1937, Benjamin anota: “Saw Duchamp this morning, same Café
on Blvd. St. Germain... Showed me his painting: Nu descendant un escalier in
a reduced format, colored by hand en pochoir, breathtakingly beautiful”. Véa-
se Walter Benjamin Archive, Institut für Sozialforschung, Goethe Universität,
Frankfurt. Véase también Ann Temkin (1998): “Delay included”, p. 102.
9. Es la posición que Kracauer había fijado en 1925: “La novela policial concluye
con la victoria indiscutida de la ratio. Es un fin sin tragedia, amalgamado no obs-
tante con ese sentimentalismo que es la esencia que constituye estéticamente lo
kitsch. No hay novela policial en que el detective no ilumine por último lo oscuro
e interprete los hechos banales sin dejar cabos sueltos” (2010: 163).
10. Su línea de fuga, en la literatura argentina, serían novelas como La ciudad ausente
(2004) o Blanco nocturno (2010) de Ricardo Piglia, cuya ambición alegórica no
desmiente, sin embargo, el núcleo maquínico y psicótico que las engendra. Véase
Jorge Panesi (2004): “La ciudad ausente, de Ricardo Piglia”; Jorge Carrión (ed.)
(2008): El lugar de Piglia. Crítica sin ficción; Adriana Rodríguez Pérsico (en pren-
sa): “Sobre Blanco nocturno”; íd. (2010): “Conversaciones I: Ricardo Piglia”.
 Raul Antelo

no, es decir, su tragicidad, lo cual se entiende de dos modos, como ori-


gen de la tragedia y como tragedia del origen.
Duchamp (el héroe del arte moderno), cuyas Notas (1912-1920),
según Michel Sanouillet, buscaban el origen del lenguaje, rasga la his-
toria del arte en dos, rompe con el origen del cual procede, pero a
la vez funda un origen del que venimos. Al insubordinarse contra la
identificación, sostenida por la filosofía a través del concepto de míme-
sis, este héroe ambivalente desconstruye “histéricamente” la estética, la
vacía, la llama an-estética o la degrada como in-estética, es decir, como
un saber imposibilitado de erigirse en sistema, pero con ese gesto, el
arte se vuelve tan sólo una producción transitoria de lazo social, aque-
llo que, en el origen, debería cambiar la vida, según Rimbaud, pero
que, transformado en forma-de-vida, más que en una obra, deja la vida
inerte e inmodificada. Ésa es la tragedia. Pero Baudelaire lejos estaba
de poder verlo.
En efecto, para Baudelaire, todavía es de buen agüero que la vida
moderna, al no tener forma preconcebida, sea informe y es por ello
que ensalza la obra de Goya como lo monstruoso verosímil, es decir,
como la imaginación potencializada11. Por eso mismo juzga sus Flo-

11. “Baudelaire insiste […] en la constante paradoja de las composiciones de Goya,


entregadas siempre a la fantasía de los contrastes: lo ‘cómico’ en él es ‘pavoroso’, la
‘sátira’, ‘espanto’; la ‘faz bestial’, ‘humanidad’ por antonomasia… Pero tales pa-
radojas nada serían sin la necesidad fundamental que las sostiene y que, propone
Baudelaire, sólo puede comprenderse en relación con un auténtico saber de las le-
yes de la historia natural, cuando Goya se revela capaz de mostrarnos monstruos
‘viables’ o ‘verosímiles’. ¿Qué significa ello sino que el gran artista se distingue por
su capacidad para conjuntar lo ‘transcendente’ y lo ‘natural’, lo ‘fantástico’ y lo
‘real’? ¿No reconocemos aquí, exactamente formulada, la definición baudeleriana
de la imaginación que, más allá de cualquier fantasía gratuita o personal, se vuelve
capaz de sacar a la luz las ‘líneas de sutura’ o los ‘puntos de confluencia’ entre cosas
que todo parece oponer –risa y angustia, humanidad y animalidad, rostro exterior
y espectro interior–, una percepción de las ‘relaciones íntimas y secretas de las co-
sas’, que el erudito, y no sólo el poeta, no podrá ahorrarse? Baudelaire lo condensa
magníficamente, a propósito de Goya, al proponer que veamos en esos hervide-
ros de figuras algo semejante a rigurosas ‘muestra[s] del caos’” (Didi-Huberman
2010: 93; énfasis en el original). El heredero local de esa tradición será Roberto
Arlt, con el lenguaje de las aguafuertes de inspiración goyesca.
Ciudad: de diosa a villana 

res del mal (1857) como auténticas novelas y hasta las llama un libro de
arte puro, aunque sepa, de todas formas, que cualquiera de esas defini-
ciones no sólo es fallida sino también falsa. En oposición a la ciudad
mítica, verdadero crisol de pasiones que consagra, aunque también la-
cera, el heroísmo urbano de la modernidad, el nuevo engendro de la
imaginación potencializada es una máquina tan compleja como gran-
diosa, prueba de una inteligencia luciferina y guerrera. Algo de eso
mismo leemos en las Poesías (1870) de Lautréamont, donde no hay un
único poema, sino un conjunto de fragmentos dispersos (Marcel Du-
champ, a la manera de Macedonio, decía que eran un prefacio a unos
poemas jamás escritos), donde la melancolía y la tristeza auguraban la
duda. La duda es el comienzo de la desesperación y la desesperación,
el cruel comienzo del mal. Los surrealistas, primeros admiradores de
Lautréamont, recogerían su guante y hablarían de la melancolía de las
ciudades, tal como aparece, ya en diciembre de 1929, en las páginas
de la revista surrealista Varietés. Ya hay en ese juicio un germen de la
diseminación contemporánea. Lautréamont, el oriental, creía que los
poetas de su época habían abusado de la inteligencia, aunque los filó-
sofos no abusaran de la suya. El recuerdo de los primeros se extingui-
rá, predecía, mientras los últimos serán clásicos. Esa heteronomía del
texto lo llevaría a postular entonces que

Los juicios sobre la poesía tienen más valor que la poesía. Son la filosofía
de la poesía. La filosofía así entendida engloba la poesía. La poesía no podrá
prescindir de la filosofía. La filosofía podrá prescindir de la poesía (1977: 52).

El pensamiento en la escritura se brinda entonces como el ins-


trumento imprescindible y más apto, que se agotará a sí mismo en
la medida en que se realice como lenguaje; y la poesía, como catar-
sis farmacótica (cuando no psicótica) de la razón instrumental, no es
sino aquello que suprime la filosofía, conservándola.
Caillois, gran lector de Lautréamont, percibió que la suya era, de-
cididamente, una obra que ya contenía su comentario. Poesía y filo-
sofía, ficción y pensamiento estaban pues amalgamados, en la medi-
da en que la escritura de Lautréamont “se juge et se détruit à mesure
qu’il se développe”, y en ese sentido aparece como lo contrario de una
 Raul Antelo

obra, como una des-obra que plantea los efectivos límites de la litera-
tura (Caillois 1946: V). Esas ideas, que Caillois publica en París ape-
nas acabada la guerra, se conectan con sus ideas acerca de la ciudad
de los años treinta, ya que, a semejanza de la antimímesis poética, el
pensamiento antimítico, particularmente con relación a París, acaba-
ría configurando, según auguraba, una nueva posición mítica, lo cual,
aunque implique una proyección de la imaginación en la vida social,
estimulaba, paradójicamente, una literatura de evasión que permane-
cería, por mucho tiempo, sólidamente literaria, considerándose que
alimentaba los más altos ideales y los más inofensivos placeres de subs-
titución, al trabajar con una imaginación puesta al margen del orden
práctico de la vida. Caillois comprendió, en resumen, que el mito no-
vecentista de París expresaba nuevos, inquietantes y ambivalentes po-
deres de la literatura, gracias a los cuales el arte o, en otras palabras, la
imaginación, renunciaría de ahí en más a su mundo autónomo para
regresar a aquello que Baudelaire llamaba una traducción legendaria
de la vida exterior. No es descabellado en absoluto aproximar esa idea
heterónoma de ciudad diseminada del concepto benjaminiano de tra-
ducibilidad, construido junto al de legibilidad de la ciudad moderna,
rasgos que, como gaya ciencia imaginativa, reconocemos a través de
la fotografía o de las técnicas de signatura, tales como grafitos, impre-
siones digitales, documentos, etc. Ni lo es asociar la des-obra filosófi-
ca con la relectura poética del siglo xx realizada por Badiou, Nancy
o Lacoue-Labarthe, para quienes la poesía, al oponerse al desfalleci-
miento culpable de la filosofía, se vuelve obra de pensamiento, ocu-
pando entonces el lugar de la lengua reservado al ser y al tiempo, e in-
virtiendo así la histórica rivalidad platónica, de tal suerte que la poesía
acaba por suplir a la filosofía12.

12. En el caso de Lacoue-Labarthe, la idea de la poesía como prosa, donde conver-


ge no sólo la reivindicación romántica del mito sino también la exigencia benja-
miniana de la técnica, bordea el matema, aunque no la matemática, llegando al
poema mismo, es decir, a la prosa, a punto de preguntarse, “¿Y si la prosa –la poe-
sía como prosa– quizás aún hoy en día, resulta ser ‘una nueva idea en Europa’?”
(2007: 48). Alain Badiou (2011) sitúa el problema de las relaciones entre arte, fi-
losofía y política en torno a la verdad, argumentando que no basta con reivindicar
Ciudad: de diosa a villana 

Pero es importante subrayar para lo que aquí se discute que, en-


tre el ensayo pionero sobre París como mito moderno y la percepción
de la imaginación como des-obra, hay en la vida de Caillois un exilio
de seis largos años en Latinoamérica, motivado por la guerra. Vive
en Buenos Aires, conoce y frecuenta São Paulo, visita y hasta anali-
za Río de Janeiro. En esta última ciudad publica, antes incluso que en
París, su Vocabulario estético, suplemento de un libro posterior, Babel
(1948). Estas ciudades funcionarían en la práctica como efectivos la-
boratorios de la imaginación en ascenso y no es casual que sea en la
entonces capital de Brasil donde Caillois ponga a prueba su teoría de
las loterías culturales, la organización paraestatal, tan o más eficiente
que el mismo Estado, y que opera en acefalidad institucional. Cróni-
cas de Babel (1946) se llamarían incluso sus escritos latinoamericanos,
nunca republicados, crónicas hasta cierto punto informes, como los
tableaux de Baudelaire. No exagero si digo que debemos ver en Ba-
bel, como pequeño tratado de teología política, no solamente la prefi-
guración de lo contemporáneo, en el sentido bataillano-blanchotiano
del Mal, sino también la posibilidad de pensar a la ciudad a partir del
margen, esto es, a partir de Latinoamérica. Más aún: Babel prefigura
lo contemporáneo porque, al rechazar la mímesis, postula una inesté-
tica generada a partir de la imagen, el mimetismo, es decir, un valor
que nace del contacto entre los cuerpos, como un tránsito ininterrum-
pido, un pasaje peculiar de la naturaleza a la cultura, sin duda, pero
igualmente de una a otra cultura, como traducibilidad incesante, tra-
zando así un recorrido sin origen ni orientación final, un eterno co-
mienzo que se presenta, al mismo tiempo, como decididamente pos-
fundacional y en contra de los mapas al uso (Diego 2008).
No desconocía Caillois la idea benjaminiana de que, llevada por el
comercio y el tráfico, la mercancía se multiplica, en las orillas de la ciu-
dad, siguiendo fantasiosas formaciones que diseminan el terror de las
multitudes. Es probable que hubiese visto en París, en 1929, La nueva

un carácter democrático para la filosofía, una vez que el concepto de democracia


está escindido entre un precepto formal y una efectiva emancipación de masas.
Véase también Joseph Kosuth (1996): “Art after Philosophy I and II”.
 Raul Antelo

Babilonia, película de Gregori Kosintzev y Leonid Trauberg. Pero no


podía desconocer La concha y el reverendo (1926), de Germaine Du-
lac, porque hasta en la calle Florida se la había visto, en los salones
de Amigos del Arte. Por ello, cuando años después, durante el exilio,
Caillois redacta su in-estética en Babel, toma conciencia, como antes
de él, Duchamp, con sus dispositivos ópticos an-artísticos, de que en
una cultura postsacra, como la contemporánea, y más aún, en Améri-
ca Latina, el lugar residual de la mímesis está ocupado por la literatura
y que por lo tanto el desafío no es la reproducción, y sí la repetición,
lo que evoca el gesto vacío de una marioneta dadá. Sin embargo, tam-
bién comprende Caillois que esa literatura, pautada por la mímesis,
está irreversiblemente muerta; de ahí que el estudio de una estética ge-
neralizada, o hasta generativa, el mimetismo, pueda ser una forma ar-
caica y hasta protohistórica de rescatar la potencia de la imaginación,
desplazando el conflicto primordial de una sociedad que declina y en
vano se debate agónicamente en la búsqueda de su propia identidad.
No existe esa identidad, porque simplemente no existe memoria de
ello. O incluso más, la memoria es puro vértigo, bipolaridad perpe-
tua. Por lo tanto, la singularidad contemporánea consistiría en la dise-
minación anónima y hasta incluso anómala de una competencia per-
formática (Masotta, Santantonín, Minujín) que nos permite analizar
o desdoblar la estética en las representaciones planteadas por la pro-
pia morfología de la sociedad en incesante metamorfosis (Olalquiaga
1992). Pero ante tan fluida labilidad de la imaginación, cabe observar
que el mito moderno de la ciudad sólo se hizo posible recién cuando el
conjunto de la sociedad empezó a leer, o sea, cuando todos sus miem-
bros se sometieron voluntariamente a las leyes estatales de enseñanza
pública obligatoria y adquirieron competencias específicas13.
El holandés Paul Citröen es famoso por su collage Metrópolis
(1923), que influyó en Fritz Lang. Su maestro, Erwin Blumenfeld,

13. Véase Roger Caillois (1969): Instintos y sociedad; Jean Baudrillard (1976):
L’Échange symbolique et la mort; Ernesto Laclau (2005): On Populist Reason;
y Oliver Marchart (2005) “In the Name of the People: Populist Reason and the
Subject of the Political”.
Ciudad: de diosa a villana 

armó otro montaje, en 1930, de escenas urbanas, al que llamó Me-


trópolis dadá. Sol Le Witt produjo, en 1976, una fotografía aérea de
Florencia, donde un gigantesco sacabocados habría extirpado varias
manzanas, desterritorializando la ciudad renacentista y dejando al
descubierto un área vacía (la ninfa, el salto al origen, el desastre). En
Nápoles, cuya calle principal era, según Benjamin, una galería, Wi-
lliam Kentridge expuso en el Museo di Capodimonte (nov. 2009-feb.
2010), en Strade della città (ed altri arazzi), una serie de fantasmago-
rías. Proyectó sobre antiguos mapas de ciudades europeas la sombra
de figuras literarias míticas, como Don Quijote, que a su vez imitaban
sombras en negro, signaturas, a la manera de Soulages. Imagen sobre
imagen, la ciudad moderna se tornaba pura legibilidad, aunque de al-
gún modo sobreviva el canon. La experiencia posliteraria de Babel de-
manda, sin embargo, una disposición adicional y así es posible pensar
que la imagen abierta sólo sobreviene, de hecho, con la caída efectiva
del Nombre del Padre.

Inestética y posliteratura

De París, mito moderno, a la ciudad latinoamericana, como texto


posliterario, existe, por lo tanto, una imaginación que se nos impone
precisamente con el fin de la guerra material clásica, que, como sabe-
mos, consistió en desvincular socialmente lo equitativo de lo iguali-
tario, para que así se pudiese afirmar la libre e ilimitada superioridad
de la iniciativa individual, hipotético instrumento de progreso so-
cial que se opondría altaneramente a la concepción, obsoleta a su jui-
cio, de propiedad colectiva de los medios de producción, o a la ver-
sión simplemente reformista de Estado benefactor. Sin embargo, tras
la Guerra Fría, el capitalismo y la democracia surgirían, en efecto, re-
cíproca y dramáticamente vinculados, en ciertos momentos, como ca-
pital parlamentarismo, en otros, como Estado espectacular integrado,
pero siempre en una búsqueda heroica del riesgo, por medio de no
menos equívocas reglas que preservarían la competencia cuando fuera
amenazada por los controles estatales, pero que mantendrían el con-
trol del mercado cuando el consumo se desestabilizase por la compe-
 Raul Antelo

tencia, reglas ésas cuya ambigüedad esencial se extendería a la mutua


mezcla de regulación y desregularización de los mercados, llegando
incluso al abandono de muchos actores sociales, una vez que excluir,
pura y simplemente, a todo el conjunto de los ciudadanos desestabi-
lizara el juego democrático, y con él, a la ciudad misma, pero incluir-
los a todos por igual lo haría económicamente inviable. Esa acelerada
y vertiginosa fusión de lugares y de espacios sociales, que en su versión
más amena conocemos como posmodernidad, pero que, con Andrea
Giunta (2009), podríamos llamar poscrisis, trazó una nueva cartografía
histórica que, de la liberación de la metafísica entre pasado y presente,
prometida por el modernismo, pasó rápidamente a la metafísica de la
liberación que, de a poco, se fue convirtiendo en fusión ambivalente,
cuando no paradójica, de represión y desinhibición, como recuerdo
del presente, en las posutopías contemporáneas14.
Como ilustración de ese pasaje a la ciudad diseminada y villana,
recordemos que, tras las experiencias todavía baudelairianas de Mário
de Andrade (gran admirador de Verhaeren y sus ciudades tentacula-
res), de Manuel Bandeira o Carlos Drummond de Andrade (en cuyas
poéticas se enfrenta siempre el poeta aislado a la calle rumorosa e in-
diferente), el poetamenos Augusto de Campos propuso, en cidade/city/
cité (1963-1965), una disposición biformativa para la ciudad, que si
bien es orden, estado y espacio, es también abstracción genérica o tra-
ducibilidad diseminada, en cuanto sufijo en koiné, el mismo, conste,
que Vasarely usa en su libro Plasti-cité (1970). Sin embargo, algunos
años antes, en 1957, Décio Pignatari, otro concretista brasileño, pro-
bablemente inspirado en Nombre d’ambre, del acefálico Michel Leiris
(1939), había elaborado el poema visual “hombre hambre hembra”,
donde la vacilación valeriana entre sonido y sentido, extrañada por los
significantes en otra lengua, el castellano, se contaminaba ingenua-

14. Diego Tatián (2009) lee la lotería de Babilonia y la misma construcción de la to-
rre (la política) como un instante de indecibilidad entre las paronomásicas conje-
tura / conjura, o sea, entre apatía y rebelión. Esta indecibilidad traza la débil fron-
tera entre lo propio y lo ajeno, para la cual, ver Jorge Alemán (2009): Los otros
entre nosotros.
Ciudad: de diosa a villana 

mente por el discurso del nuevo hombre guevarista, convirtiéndose así


en cubagrama. Haroldo de Campos remataría la alternativa, en Servi-
dão de passagem (1961), con la poesía en tiempos de hambre, en la cual
sólo le resta al poeta la función deíctica de diseminar por la ciudad las
marcas de las cosas:

nomeio o nome
nomeio o homem
no meio a fome (s. p.)

[nombro al nombre
nombro al hombre
en el medio el hambre]

La línea de fuga la constituye el ensayo que, en 1983, a pedido de


Roberto Schwarz, Haroldo de Campos escribiría con el fin de teorizar
ese desplazamiento estético15.
Otra ilustración poética de ese recorrido se encuentra también en
Paranóia (1963), del poeta paulista Roberto Piva, e incluso en las

15. “Despoetizar a poesia, àquelas alturas do triunfalismo neoparnasiano da Ge-


ração de 45, era reduzi-la ao seu ‘mínimo múltiplo comum’: resposta sincrônica
da série literária à série pictórica (Malevitch, Mondrian) e à musical (Webern).
Da economia restrita da ‘poesia pura’ viu-se, a seguir, num determinado lance
da prática poética da poesia concreta, que se podia passar à economia generali-
zada da ‘poesia para’. Como experiência dialética de extremos. (Entre a poesia ‘a
plenos pulmões’ de Maiakovski, que engendra o agit-prop de massas, construti-
vista, e a poesia como ‘cenografia espiritual exata’ de Mallarmé, teatro hermético
de câmera, ‘cruel’ antes de Artaud, nas fronteiras do silêncio, não será bizarria
surpreender o faiscar limítrofe de certas ‘afinidades eletivas’; leia-se Blanchot
em Le Livre à Venir e Walter Benjamin sobre o ‘Coup de Dés’ em Einbahnstras-
se). LIXO/LUXO de Augusto é um exemplo frisante dessa dialética de extremi-
dades, que encena na arte mínima de seu ‘procedimento menos’ (...) o jogo de
suas tensões e mediações, como uma tatuagem intersemiótica. O oximoro pa-
ronomástico ‘lixo/luxo’ se redobra visualmente numa tipografia desejadamente
Kitsch, enquanto as páginas desdobráveis vão compondo e decompondo, numa
escansão paródica, a luxúria do LUXO de encontro à lixívia do LIXO” (Campos
1983: 188).
 Raul Antelo

imágenes de cosas con que el duchampiano Wesley Duke Lee ilus-


tra ese régimen paranoico de Piva, otro gran admirador de Lautréa-
mont16. La percepción requiere participación. Es la hipótesis desarro-
llada por el arquitecto catalán Antoni Muntadas en su serie Stadium
(Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, 2007) o sobre Alphaville,
en la exposición Informação>>espaço>>controle (Pinacoteca do Es-
tado, São Paulo, 2011). Pero quien, sin embargo, revierte deliran-
temente no sólo el mundo imaginario de la urbs, sino también su
versión de autonomía extrema, la de los fantásticos mundos posibles
de Tlön, es Osvaldo Lamborghini, cuando, al potencializar la fic-
ción, invierte la genealogía bíblica (Génesis 1:27) y lanza al Estado la
pregunta posfundacional dirigida a Dios (“¿era hombre o mujer?”),
para encontrar, como única respuesta, en Tadeys (1983), la alterna-
tiva maquínica, no estructural, del estado de excepción contempo-
ráneo. No es ni hombre, ni mujer. Es neutro. Es hambre: “es hambre
para todos”17.

Babel es lo neutro

Pues en ese sentido diríamos que la ciudad vacía y diseminada, Ba-


bel, es lo neutro, pero al mismo tiempo, habría que subrayar que no
hay Babel sin mimetismo, porque la auténtica imaginación es pura-
mente negativa y deconstructiva, como por cierto Benjamin ya lo ha-
bía señalado en varios de sus ensayos. El fragmento inicial de “Parque
Central”, con su referencia a la ciudad como laberinto, como mino-
tauro (o Minotaure, la revista), incorpora elementos importantes del
imaginario acefálico. Caillois también empieza a pensar en el mime-
tismo como una potencia pasiva cuando traduce o corrige un ensayo
de Dalí, escrito a cuatro manos con Lacan, sobre el método paranoico

16. Véase Roberto Piva (2009): Paranóia. Sobre la estética urbana del grupo Rex, lide-
rado por Duke Lee, ver Fernanda Lopes (2009): A experiência Rex.
17. A ese respecto, véase Juan Pablo Dabove y Natalia Brizuela (2008): Y todo el resto
es literatura: ensayos sobre Osvaldo Lamborghini.
Ciudad: de diosa a villana 

crítico18, ensayo que sería publicado en Minotaure, revista en la cual,


poco tiempo después, el mismo Caillois publicaría un estudio decisivo
sobre tema dumeziliano, el de la manta religiosa (Laserra 1990: 31-42;
1987: 120-136), con el cual se proponía un imaginario espontáneo,
relativamente separado de la semiótica institucionalizada, y mas aten-
to, sin embargo, a la fantasiosa sintaxis de sus combinaciones, una
forma, en suma, de criticar la primacía moralizante de la alegoría.
Mucho le debe Caillois en esa reconfiguración al montaje cine-
matográfico, porque es verdad que el cine se había aplicado, desde
sus comienzos, a un esfuerzo semejante. Más allá de las experiencias
conocidas de Dziga Vertov y su flânerie urbana de El hombre de la cá-
mara (1929), en que sujeto y técnica se acoplan armoniosamente, Vi-
king Eggeling filmó Sinfonía diagonal (1924), que Deleuze conside-
raba ejemplar como muestra de vida orgánica, al ensayar un montaje
intersticial, típico de Resnais, Marker o Godard. Al año siguiente, el
cineasta brasileño Alberto Cavalcanti realizaría la primera película en
torno a una ciudad, Rien que les heures (1925), que no era ninguna
ciudad brasileña, sino París; película que despierta el inmediato entu-
siasmo de Walter Ruttmann, quien debe haber estimulado su proyec-
ción en Alemania, con el título de Montmartre. A ésta le seguiría otra,
inconclusa, también de Cavalcanti, Souvenirs de Paris (1928), con
Man Ray y Jacques Prevert. Basado en un texto de Karl Mayer, el mis-
mo Ruttman seguiría inmediatamente el ejemplo de Cavalcanti con
Berlín: sinfonía de una ciudad (1927), pero tan sólo dos años más tar-
de, dos cineastas húngaros, Rodolfo Rex Lustig y Adalberto Kemeny,
filmarían São Paulo. Sinfonia de uma Metrópole (1929). Curiosamen-
te, Lustig y Kemeny centran su mirada sobre el régimen disciplinario
de la Casa de Detenção paulista, borrando los limites entre el afuera
(la ciudad) y el adentro (el calabozo), idea ya teorizada por Cavalcan-
ti, en 1925, cuando argumenta que el cine revela la armonía dinámica
que se establece entre el escenario (la ciudad) y el personaje (la pros-

18. Véase Francisco Javier San Martin (2004): Dalí-Duchamp: una fraternidad ocul-
ta; Pilar Parcerisas (2009): Duchamp en España; Daniel Link (2003): Cómo se lee y
otras intervenciones críticas.
 Raul Antelo

tituta), en absoluta disociación antimimética, pero en fusión y mon-


taje tales que se apagan los límites entre sujeto e historia (Cavalcanti
1995: 183-185). Algo semejante intentaría Blaise Cendrars en varias
ocasiones19. Otra película con montaje de Cavalcanti, Au pays du scalp
(1931), sobre tatuaje y reducción de cabezas en la Amazonía, se basa-
ba en las observaciones del Marqués de Wavrin, que ya había filmado,
en 1920, indígenas chaqueños y misioneros, y sobre el cual Caillois
llegó a escribir, enfatizando la relevancia de su mitología comparada
que, en rigor, debería ser repensada, en clave de heroísmo sadeano,
como una auténtica erotología20. Eros, c’est la vie. Pues a esa decons-
trucción de la metafísica, en la que centralmente intervienen artistas
nómades (un brasileño en París, dos húngaros en São Paulo, un bel-
ga en la Amazonía), Caillois la llama Babel y la asienta en tres nocio-
nes básicas: la idea de ciudad como guerra de discursos, la definición
de sujeto como acefalidad pulsional y la lógica de la repetición como
simulacro vertiginoso, ideas que van a desdoblarse en varias otras ver-
tientes que no desdeñan el emblema ni la cifra lúdica barrocas, pre-
sentes, mucho después, tanto en el programa de la deriva urbana si-
tuacionista, o las especies de espacios de Debord, como en las ficciones
de Lezama Lima o Sarduy, en Cuba, o las de Manuel Puig y Copi, en
Argentina. Por cierto, Josefina Ludmer (2010) definió algunas carac-
terísticas de esa desconstrucción babélica a la cual ella prefiere llamar
“isla urbana” y que, si me restrinjo al Brasil, podría ilustrar hoy día
con la ficción de João Gilberto Noll o Bernardo Carvalho (117-148).

19. Habiendo conocido São Paulo de la mano de los modernistas, en los años veinte,
varias son las páginas de Elogio de la vida peligrosa (1926), por ejemplo, que reper-
cuten la experiencia minotáurica paulista. Después de la guerra, Cendrars haría
el viaje etnográfico interno, con La Banlieu de Paris (1949), libro con fotografías
de Robert Doisneau y, poco después, publicaría Le Brésil. Des hommes sont venus
(1952), con imágenes de Jean Manzon.
20. En 1790 el entonces Marqués de Wavrin se torna cuñado de Sade. Para la relación
intelectual Wavrin-Sade, véase Pascal Dibie (1999): “O erotismo do Divino Mar-
quês da Amazônia”. Argumentando que el arte contemporáneo consiste en la des-
construcción del desinterés (kantiano) del placer llamado estético, Mehdi Belhaj
Kacem (2010) data los orígenes del arte contemporáneo a partir de Sade, y no de
Duchamp.
Ciudad: de diosa a villana 

Recapitulemos. La ciudad moderna se definía por una serie de lu-


gares o posiciones, por una correlación binaria entre esos puntos y sus
relaciones biunívocas. La ciudad vacía y diseminada, la isla urbana,
Babel, se define por líneas. El artista acefálico que en ella actúa, atra-
vesado por esas líneas, es alguien volcado hacia sí mismo como hacia
su propia fantasmagoría, en la medida en que, en alguna esquina, lo
espera lo absolutamente otro, lo heterológico de sí, operando sin em-
bargo en la convergencia de ideas antagónicas. Busca, por un lado, la
normativa de Lévi-Strauss sobre el hecho social total de Mauss (vivirlo
como nativo en vez de analizarlo como antropólogo), pero persigue, al
mismo tiempo, su complemento antagónico, la revolución psicológi-
ca proclamada por Caillois, al fingirse extranjero en relación a la socie-
dad en que vive (1949: xiii). Ese vértigo de líneas entrecruzadas, que
prepara el espectro de Derrida, es decir, la estrategia de una hantología
desconstructiva (Heimonet 1989), no duda, sin embargo, en recono-
cer la nueva situación, la autoinmunidad de la propia democracia, una
vez que en Babel la vida está sujeta, pero también suspendida, en rela-
ción al poder soberano de lo sagrado y es por eso mismo que la propia
ciudad oscila, en una paronomasia ya señalada por Roland Barthes,
entre el centre-ville y el centre-vide21.

21. “Todas las ciudades son concéntricas –dice Barthes en El imperio de los signos– pero
también, en consonancia con la metafísica occidental, para la cual todo centro es el
lugar de la verdad, el centro de nuestras ciudades siempre es pleno: lugar marcado,
es en él que se miran y se condensan los valores de la civilización, con la espiritua-
lidad, a través de las iglesias; la mercadería, con las grandes tiendas; el dinero, con
las oficinas; el discurso, con esos ágoras que son los cafés. Ir al centro es encontrar
la verdad social, participar de la soberbia plenitud de la ‘realidad’” (1984: 44). Y
hablando específicamente de Tokio, Barthes destaca una paradoja inquietante: la
ciudad tiene un centro, pero ese centro está vacío. Toda la ciudad gira alrededor de
un lugar prohibido e indiferente, cubierto por el follaje, atrincherado por zanjas
de agua, habitado por un emperador a quien nunca se lo ve. Los taxis evitan ese lu-
gar, cuya empalizada baja, forma visible de la invisibilidad, oculta el lugar sagrado.
Una de las más pujantes ciudades modernas está construida alrededor de un opaco
círculo de murallas, de agua, de techos y árboles, cuyo centro no es sino una idea
evanescente, subsistiendo no tanto para irradiar poder, sino para conferir a todo el
movimiento urbano el apoyo de su vacío central, que impone un perpetuo desvío a
 Raul Antelo

Georges Canguilhem derivaba del cogito cartesiano una cruel con-


secuencia del dualismo: el alma o pensamiento, de un lado, y el cuerpo
o movimiento, del otro22. El cuerpo (aun el social, para el liberalismo)
funcionaba como un reloj. Rui Barbosa (1896), el líder republicano
brasileño, comparaba Londres a un acabado mecanismo de relojería
e intuía que esa perfección sería del agrado de las amas de casa. Fer-
nand Léger, con relojes y poleas, nos dio una temprana versión de ese
maquinismo urbano en El ballet mecánico (1924). La fantasía sádica
se vuelca así a construcciones maquinales y quizás el origen de todo
ello, como decía Benjamin, esté en Baudelaire, porque cuando habla
de la elegancia de la humana armadura, ve en el esqueleto una espe-
cie de máquina. Así, la vida en la ciudad se vuelve propia de autómatas
y de ella extrae Canguilhem la construcción de un modelo maquínico
para la vida. Pero la máquina cartesiana no pudo funcionar cabalmen-
te como paradigma, porque incluía la idea más extrema de autonomía.

la circulación. De ese modo, se dice, el imaginario se precipita, por desvíos y vuel-


tas, hacia un sujeto vacío en su interior (ibíd.: 44-46).
22. Théodore de Banville es autor de un libro de recuerdos, L’âme de Paris (1890).
En 1908, Paulo Barreto, cronista carioca que firmaba sus cuadros costumbristas
como João do Rio, publica A alma encantadora das ruas, donde afirma perentorio
que “a rua é um fator da vida das cidades, a rua tem alma” y que “a alma da rua
só é inteiramente sensível a horas tardias”, cuando el cansancio baja las defensas
racionales. Es entonces, “quando o flâneur deduz, ei-lo a concluir uma lei magní-
fica por ser para seu uso exclusivo, ei-lo a psicologar, ei-lo a pintar os pensamen-
tos, a fisionomia, a alma das ruas” (1997: 52). João do Rio no hacía sino copiar a
su admirado maestro, Enrique Gómez Carrillo, autor de El alma encantadora de
París (1902), quien usó y abusó de este concepto, que aparece en Almas y cerebros.
Historias sentimentales e intimidades parisienses (1898) y El alma japonesa (1907);
en Grecia (1908), uno de los capítulos estudia “El alma nacional” y otro, “El alma
pagana”; en Jerusalén y la Tierra Santa (1912) habla de “El alma judía”; en El en-
canto de Buenos Aires (1914) analiza “El alma gaucha”; en Crónica de la guerra
(1915) desmenuza “El alma de la guerra” y, en Vistas de Europa (1917), aún in-
siste en “El alma sublime de París”, hasta que, ya residualmente, no le queda sino
escribir para La novela semanal un fascículo sobre El alma de Buenos Aires (1918).
Carriego, en clave orillera, hablaría incluso de El alma del suburbio (1908), de allí
pasando el concepto al tango de Discépolo y Canaro, sobre el cual se basa la pelí-
cula de Soffici El alma del bandoneón (1935).
Ciudad: de diosa a villana 

Como el encubrimiento del trabajo es el origen de la autonomía, algo


también explicado por Benjamin, para poder surgir otro paradigma
que explique un mundo anautonómico, fue necesario pensar un su-
plemento que se acoplase a la máquina y le diese por sí mismo movi-
miento (Canguilhem 1969). Surge así la noción foucaultiana de dis-
positivo. No es entonces la vida la que copia a las máquinas, sino los
dispositivos los que se piensan como suplementarios o protéticos con
relación a la vida. La vida (sobre todo la vida en la polis, en la ciu-
dad) ya no es simple producto de la técnica, sino su extensión por el
lenguaje. Es la biopolítica que produce formas-de-vida. Sabemos las
consecuencias que Agamben ha extraído del concepto foucaultiano de
dispositivo. La vida está en suspenso. El habitante de la ciudad, el ciu-
dadano, no pasa de un homo sacer, incluido para ser excluido, abando-
nado a su vida nuda. Pero esa vida, vacía en su interior, no es por su
centre-vide necesariamente libertaria. En The Future of Power (2011),
Joseph Nye admite que hoy día la “guerra de cuarta generación”, como
él la llama, tampoco tiene campos de batalla o frentes definidos, y ni
siquiera las distinciones entre activo y pasivo, propio y ajeno, civil y
militar, se revelan pertinentes. Todo puede desaparecer y hasta el mis-
mo Nye (o sea, el Pentágono) admite la indecibilidad de lo contempo-
ráneo. Lo que él llama el “smart power”, o sea, el poder inteligente, se-
ría una fusión de coerción y persuasión, es decir, hegemonía.
La situación, como vemos, es casi la inversa de las pirámides de
tiempo de los años veinte. Frente a la diseminada ética de la indife-
rencia, la pregunta actual sería, ¿cómo negociar? La actual crisis de
hegemonía, que es una crisis de los modelos de inscripción de la vida
en la ciudad, ha puesto a la luz entidades tan o más complejas que la
“nuda vida”. El proceso de regulación social, al que le abre el camino
la disolución de reglas espontáneas de inscripción de lo ciudadano,
disemina una pluralidad de instancias que lejos están de unificarse,
monolíticamente, bajo una unidad llamada “Estado” o “comunidad”.
No menos cierto es que el proceso de urbanización moderna implicó
una dialéctica entre homogeneidad y heterogeneidad mucho más ar-
dua que la del paradigma concentracionario de Agamben. Ernesto La-
clau (2008), por ejemplo, le recrimina que ese modelo distorsiona la
historia porque obstruye las posibilidades emancipadoras abiertas por
 Raul Antelo

la misma herencia moderna. Cuando Agamben (1995) exige pensar el


ser del abandono más allá de toda idea de ley (aunque sea en la forma
vacía de una vigencia sin significado), cree, a su juicio, haber salido de
la paradoja de la soberanía hacia una política liberada de cualquier ex-
clusión, porque, nos dice, una pura forma de ley es sólo la forma vacía
de la relación. Pero la forma vacía de la relación no es ya una ley sino
una zona ambigua donde es imposible discernir entre la ley y la vida,
o sea, no es más que un estado de excepción. Laclau, por el contrario,
argumenta que una política liberada de cualquier exclusión es pura y
simplemente señalar un más allá de la política:

El mito de una sociedad plenamente reconciliada es lo que gobierna el


discurso (no) político de Agamben. Y es también lo que le permite desechar
todas las opciones políticas de nuestras sociedades y unificarlas en el campo
de concentración como su destino secreto. En lugar de deconstruir la lógica
de las instituciones políticas, mostrando áreas en que las formas de lucha y re-
sistencia son posibles, las cierra de antemano a través de una unificación esen-
cialista. Su mensaje final es el nihilismo político (2008: 122-123).

Volvemos, pues, de algún modo, al (no) más allá de lo homogéneo


y lo heterogéneo de los albores de la ciudad moderna. Ante una con-
flictividad no menos ubicua y que desconoce la historicidad del pro-
blema, la ciudad diseminada nos pide reiterada traducibilidad a otros
sistemas. Es un lenguaje que es también pensamiento.

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Estridencia y escándalo:
¿metáfora acústica, estética
o social?
Silvia Pappe

And I find I keep asking the same question, because of the history:
where do I stand in relation to these writers: in another country or in
this valuing city? That problem is sharp and ironic in its cultural per-
sistence (Williams 1973: 6).

Andamiajes para la construcción de un ensayo

Desde hace bastantes años me dedico, con interrupciones, al estudio


del movimiento estridentista. No es que lo haya analizado más que
otros; en términos de crítica literaria, posiblemente incluso menos,
y con menor sistematicidad1. No obstante, la ocupación con el estri-

1. Con fines introductorios, remito al lector a la bibliografía clásica: el estudio his-


tórico de Luis Mario Schneider de 1970, El estridentismo. Una literatura de la es-
trategia, sentó las pautas; su antología El estridentismo. México 1921-1927 (1985)
recopila los textos fundamentales del movimiento estridentista, aunque la edi-
ción omite todo el encanto y la especificidad gráfica. En el marco de las vanguar-
dias latinoamericanas, véase Nelson Osorio (1988), Vicky Unruh (1994), Hugo
Verani (1995) y Jorge Schwartz (2002). A lo largo de la última década destacan
varias investigaciones, entre ellas las tesis de posgrado de Tatiana Flores (2003),
 Silvia Pappe

dentismo ha enriquecido las más diversas líneas de investigación, al


convertirse en una especie de sensor: un sensor de proximidad, pero
también del tipo de instrumento que mide desde cambios de tempe-
ratura hasta movimientos telúricos, y del que surgen, una y otra vez,
impulsos para plantear y analizar problemas de investigación, algunos
bastante alejados del mundo de las vanguardias. Me he apropiado, por
lo menos parcialmente, de una mirada casi vanguardista, siempre un
poco al margen y observando desde ángulos oblicuos, múltiples obje-
tos de estudio. Hago mías las palabras del autor del primer manifies-
to del movimiento estridentista, Manuel Maples Arce, quien ha colo-
cado la “[e]xplosión simultánea / de las nuevas teorías, / un poco más
allá / en el plano espacial / de Witman [sic] y de Turner / y un poco
más acá / de Maples Arce” (Maples Arce 1981: 48).
Fuera del campo del estridentismo, las perspectivas adoptadas no
necesariamente han sido compartidas o siquiera consideradas por
otros investigadores. Encuentro, sin embargo, la pertinencia en los
planteamientos y las perspectivas teóricas que alientan a expresar en la
crítica de arte o de literatura la provocación y la producción de sorpre-
sas, tal como sucede en las ciencias experimentales. Significativo para
lo anterior me parece el trabajo de Hans-Jörg Rheinberger (2001) en
torno a sistemas experimentales y “objetos epistémicos”, objetos que
encarnan aquello que aún no se conoce. Rheinberger, quien estudió
y practica filosofía y biología molecular, remite, para la noción de los
sistemas experimentales, a François Jacob, quien las describe como
“máquinas para la generación de futuro” (cit. en Rheinberger 2001: 25;
mi traducción)2.

Yanna Hadatty Mora (2009), Elissa J. Rashkin (2009) y Carla Zurián de la Fuen-
te (2011). Se ha incrementado el análisis de la relación de las artes gráficas con el
movimiento; relevante, en este contexto, resulta Vanguardia estridentista. Soporte
de la estética revolucionaria (2010); el libro aporta material gráfico desconocido o
por lo menos poco integrado como conjunto estético, además de un excelente es-
tudio introductorio que ubica el movimiento en el entorno de las búsquedas esté-
ticas de la vanguardia internacional.
2. Retomo la afirmación de Rheinberger acerca de la necesidad de “entornos esta-
bles” para conceptualizar “objetos epistémicos”; en el marco de las ciencias expe-
Estridencia y escándalo 

Gradualmente, me he centrado en una lectura, explicación e inter-


pretación del movimiento estridentista y, en general, de la noción de
vanguardia, dejando de lado una visión enfocada en la historia de la
literatura y el análisis de textos, para concentrarme en lo que el movi-
miento pudo haber provocado en su entorno, en sus lectores de diver-
sos momentos, y en lo que sigue provocando, por lo menos, en mí3.
Esto implica una serie de decisiones quizás poco ortodoxas: la ne-
gativa de acercarme a los textos de vanguardia con instrumentos canó-
nicos de la crítica literaria; la intención de encontrar las confluencias
entre los mundos artístico-estéticos y los cotidianos que excedan cier-
tas temáticas y formalismos; y la convicción de que es indispensable
recuperar para la teoría (tanto literaria como historiográfica, y des-
de luego propia de otras expresiones socioculturales) aquellos aspectos
que percibo en la práctica artística de la mayoría de las vanguardias.
Incorporar en la reflexión teórica lo que de allí resulte, no sólo quiere
decir que las propuestas más inesperadas e insólitas –sorprendentes–
se tomen en cuenta al observar, leer y describir todo tipo de expresio-
nes de vanguardia, sino que la experiencia vanguardista se transforme
en reflexión, conceptualización y en lo que los científicos llaman dis-
positivos experimentales. A poco más, poco menos de un siglo de los

rimentales, estos entornos estables se ubican esencialmente en función de las con-


diciones (tecnológicas) de un experimento, lo cual coloca la estabilidad en las
condiciones proporcionadas por el investigador (cf. p. 29). Con eso quiero rede-
finir, para este trabajo, la relación entre el conocimiento y el contexto (histórico):
si bien este último se puede construir en función del objeto de estudio, me pare-
ce tanto o más fructífero establecerlo en relación con las condiciones de la inves-
tigación y los conocimientos previamente establecidos. Eso evitaría la ficción de
que investigador y lector puedan colocarse en un momento histórico que no es
el suyo.
3. Con ello aludo parcialmente a la necesidad de reflexionar mucho más en torno
a la recepción no sólo de la producción y la crítica literaria, sino esencialmente
en términos de la generación de nuevos conocimientos en el marco de los movi-
mientos de vanguardia. En este sentido, véase mi tesis doctoral “El movimiento
estridentista atrapado en los andamios de la historia” (1998); y mi libro Estriden-
tópolis: urbanización y montaje (2006), además de pequeños ensayos como “El
contexto como ilusión metodológica” (2003).
 Silvia Pappe

movimientos vanguardistas, uno no debería pensar los campos teóri-


cos (literarios, de arte, culturales en general, sociales también) sin con-
siderar las provocaciones y experimentos de las vanguardias.
He ido descubriendo, poco a poco, hasta qué grado el movimien-
to estridentista, igual que otras vanguardias, es un claro ejemplo de la
transformación estructural de las percepciones y representaciones del
mundo material, conceptual e imaginario. Cierto: temáticamente, hay
claras relaciones entre el estridentismo y su entorno social inmediato;
como señalaban en sus manifiestos, los estridentistas se comprendían
como vanguardia “presentista”; no cabe duda que su presente estuvie-
ra marcado por nociones urbanas y sociales que oscilaban entre la uto-
pía, el recelo, la parodia y –un aspecto que resultaría fundamental–
cierto pragmatismo político: una nueva percepción de las masas que
toman las calles en manifestaciones y marchas es innegable. Igualmen-
te relevantes resultan las representaciones de tiempo y espacio, veloci-
dad y aceleración. Tanto la poesía como la gráfica llaman la atención
sobre distorsiones espaciales y cambios de perspectiva que contradicen
por igual el sentido común que las leyes de la física clásica. Un matiz
importante se encuentra, además, en los espacios de experiencia colo-
cados en el presente, en la actualidad, y en los horizontes de expecta-
tiva, aspectos todos que serían tan debatidos más de medio siglo des-
pués. A ello se debe de agregar el impacto causado por la noción de un
sujeto fragmentado, tanto individual como colectivamente. A la larga,
fragmentos del cuerpo humano, sus huellas y su presencia incierta im-
pregnarían la vida moderna de significados marcados por la inestabili-
dad que caracteriza sus orígenes y que perdurarían hasta la fecha.
En pocas palabras, la desestructuración de la temporalidad y la re-
conceptualización espacial, junto con la fragmentación del sujeto mo-
derno y sus representaciones, son, a mi parecer, los principales ejes a
través de los cuales se puede movilizar una visión del mundo propia-
mente vanguardista.
Significativos son también los vínculos que establecen la crítica y
la teoría literarias con otros campos del conocimiento a partir de es-
trategias y enfoques transdisciplinarios: artes gráficas, arquitectura y
urbanismo, transformaciones y nuevos paradigmas de la ciencia, la
desestructuración de lo lineal en diversos ámbitos, rupturas y experi-
Estridencia y escándalo 

mentos con la perspectiva, entre otros. Para acercarme a un conjun-


to complejo, aún no constituido como tal y dependiente justamente
de los enunciados de la propia vanguardia, he trazado rutas desde y a
través del campo de la historiografía crítica que me permiten indagar
en torno a los procesos de significación desde el presente, sin asignar al
conocimiento actual un lugar exacto en las líneas que parten, aparen-
temente, de los hechos del pasado y desembocan en nosotros. Rhein-
berger, en una búsqueda constante de hacer historia de la ciencia que
responda a las especificidades de lo que producen los sistemas experi-
mentales, puntualiza que “[e]n una formulación paradójica podría-
mos decir que lo presente suele ser el resultado de algo que de esta ma-
nera nunca fue, y que lo pasado se transforma en huella de algo que
(aún) no ha sucedido” (2001: 224; mi traducción).
En este mismo sentido, un aspecto que requiere continuamente de
mayor precisión, incluso en la actualidad, es la diversificación de las
posibilidades de lectura de las obras; posibilidades que tienen que ver
con visiones de nuestro presente y no necesariamente con intenciones
explícitas o supuestas por parte de los jóvenes escritores. No me cabe
duda alguna de que los estridentistas se vinculan decididamente con
sus entornos; sensibles, son, ellos mismos, sensores que, además de
medir, reflejar y manifestar lo que perciben, guardan las proximidades
para activar, a partir de determinadas representaciones, movimientos
adicionales en otros sensores.
Para el caso del estridentismo y la variedad de opciones analíticas
e interpretativas, estos sensores y las vibraciones producidas son, a ve-
ces, gráficos: podemos observarlos, nos permiten “leer”, incluso “ver”
lo que no está a la vista en la realidad material sino en la forma de ob-
servarla o de interactuar con ella: la pérdida de la perspectiva clásica
junto con la pérdida del lugar del observador, por ejemplo. A veces,
los sensores tocan apenas el imaginario, y entonces “vislumbramos”
una presencia femenina que dejó una huella de perfume en el aire; o
un hombre que camina por una calle que será construida en el futu-
ro, tipos de figuras constantes en la poesía y la narrativa estridentista.
Es en este sentido en el que estoy hablando de recepción: no sólo
de los textos, desde su entorno de producción y circulación, sino en
vista de lecturas desde un presente en el que hemos aprendido a con-
 Silvia Pappe

siderar que las interpretaciones descubren significados que no forma-


ban parte de las intenciones de los autores, y que estos significados no
por ello son falsos; más aún, en el entorno teórico, los textos revelan
aspectos a que otros recuentos y discursos de y sobre la realidad histó-
rica ni siquiera aluden.
Las transformaciones que pretendo señalar desbordan, sin duda,
el ámbito estricto del estridentismo e, incluso, de las vanguardias en
general, muy de acuerdo con sus propios preceptos de ruptura y pro-
vocación. Aspiro, en este marco general, a abordar una problemática
adicional: ciertas variaciones disonantes en el ámbito de la acústica,
de los sonidos y los ecos, estructurados, orquestados, o no; fusionados
con imaginarios, sean éstos urbanos, mecánicos, musicales, simples
ruidos o emisiones producidas y trasmitidas con todo e interferencias,
a través de medios que apenas salen de su etapa experimental.
La urbanización de la vida colectiva no podría pensarse sin la trans-
formación arquitectónica; no sin la modernización de la vida cotidiana,
ni sin la masificación que provoca los más diversos problemas y posibili-
dades de comunicación, pero también su obstrucción. Desde luego, las
vanguardias ni conducen ni reflejan de manera directa estos procesos; lo
que sí hacen es exponer, ostentar incluso, tanto en los aspectos formales
como a través de las representaciones de una vida cotidiana que abrup-
tamente adquiere carácter simbólico, lo que se ha llamado la “urbani-
zación de la mente” (Prigge 1992: 13; mi traducción)4: percepciones y
experiencias de individuos y grupos; sentirse o no parte de una masa;
reconocerse y a la vez perderse en el anonimato. Más allá de la temáti-
ca, lo he mencionado, la literatura vanguardista produce estados de áni-
mo que no pueden desvincularse de la estridencia de la vida moderna,
los ruidos de máquinas, motos, motores de explosión, mofles. Y gritos y
coreos. Y masas y sus formas de organizarse, comunicarse, movilizarse.
Las estridencias del estridentismo se han vinculado esencialmente
con la modernización en el contexto urbano (las imágenes de moto-

4. Según Prigge, “una historia moderna de las ideas se puede leer perfectamente a
la luz de las culturas urbanas: como historia material de una urbanización de la
mente” (ibíd.).
Estridencia y escándalo 

cicletas, automóviles, aviones), mas no con transformaciones existen-


ciales de la percepción de la vida moderna. Los vehículos, el ruido de-
tonador emitido por sus motores, posiblemente sean, en esencia, una
metáfora de todo aquello que transforma, violentamente también en
este caso, lo que se percibe de manera auditiva. Y como en otros ca-
sos ya mencionados, estas metáforas se pueden cargar de significados
que pertenezcan a una amplia gama que abarca desde nuevas armo-
nías hasta disonancias e interferencias. Hablar de armonía implica,
por supuesto, considerar las discusiones de la época sobre la música.
En el caso de México, éstas nos remiten a los experimentos con las es-
calas y la tonalidad de Julián Carrillo, de las que surge una armonía
novedosa hasta en el contexto internacional; comprende, también, las
propuestas más aceptadas en el campo de la producción musical lla-
mada nacionalista, categoría en la que se suele incluir a compositores
tan disímiles entre sí como Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, José
Pablo Moncayo o Candelario Huizar.

De los artilugios

Los inicios del siglo xx, no los del siglo calendárico sino los inicios que
marcan una profunda transformación en la vida de las sociedades y de
su entorno, son representados en la literatura moderna y de vanguar-
dia, en la arquitectura, la pintura y las artes plásticas con elementos de
una modernización urbana que contrasta con la vida en el campo que
abarca desde lo anticuado y el atraso hasta lo idílico y romántico. Eso
no es nuevo, como ha señalado Raymond Williams al inicio de The
Country and the City:

En torno al campo se ha recogido la idea de un modo de vida natural: de


paz, inocencia y virtudes sencillas. En torno a la ciudad se ha recogido la idea
de un centro alcanzado: de aprendizaje, comunicación, luz. También se han
desarrollado poderosas asociaciones hostiles: sobre la ciudad como lugar de
ruido, mundanidad y ambición; sobre el campo como lugar de atraso, igno-
rancia, limitación. Un contraste entre campo y ciudad como modos de vida
fundamentales se remontan a la edad clásica… (1973: 1; mi traducción).
 Silvia Pappe

En el momento en que las grandes ciudades dejan de ser simples


escenarios en y para la literatura, y se convierten ellas mismas en per-
sonajes; en el momento en que los cambios a los que hemos aludido se
pueden comprender simbólicamente como urbanización de la mente,
se transforma radicalmente el contraste con el campo y la vida rural: lo
que cuenta, cada vez más, es la experiencia, la vivencia, el sentirse ur-
bano incluso en países en los que estos cambios se harían notar, en los
análisis políticos, sociológicos e históricos, apenas un par de décadas
después de manera realmente impactante. Por otra parte, no hay que
olvidar que una de las grandes apuestas de la política mexicana posre-
volucionaria será el campo o, mejor dicho, el control de las demandas
de los campesinos.
Como otras vanguardias del momento, el movimiento estriden-
tista vive de los contrastes: la provocación, tanto estética como social,
sólo adquiere sentido si hay, en primer lugar, un canon literario, una
crítica literaria y una historia de la literatura vigentes y, en segundo lu-
gar, si hay una sociedad que reacciona a la provocación, que se ofende
y que opone resistencia.
Así como la urbanización de la mente requiere del campo para des-
tacar, la urbe vanguardista requiere de la ciudad previa a las transfor-
maciones que están en pleno auge. Por decirlo de una manera muy
sencilla: la proyección de Estridentópolis requiere de la memoria ur-
bana; requiere, para el caso específico de México, de la ciudad o, me-
jor dicho, de las ciudades previas a la Revolución, la ciudad decimo-
nónica, la de provincia, la modernizada del porfiriato, la imaginaria
ciudad europea o norteamericana que algún día se alcanzará a emu-
lar –ciudades todas que continuarán coexistiendo hasta muy entrado
el siglo xx– y no sólo en el sentido arquitectónico. Paradójicamente,
también estas ciudades requieren de contrastes, del México posrevolu-
cionario que empezará a traducir las expectativas en leyes, institucio-
nes y proyectos de Estado.
Toda provocación, decía, tiene la necesidad de encontrarse con al-
guien que se moleste profundamente: la literatura estridentista la en-
cuentra en los “lamecazuelas” y, sobre todo, en los “gallineros litera-
rios” que había que “urbanizar espiritualmente”, como sugiere Maples
Arce en un artículo periodístico a un año de su primer manifiesto
Estridencia y escándalo 

(1922: 25). Es justo allí donde descubrimos una primera estrategia: la


provocación resulta estridente en la medida en que choca con la calma
y la tranquilidad acostumbradas. ¿Calma y tranquilidad en una ciu-
dad que apenas un par de años atrás fue tomada por las tropas de Vi-
lla y Zapata? Justamente –porque estas tropas, o por lo menos la gran
mayoría, se volvieron a ir, y el terror que las clases medias urbanas les
tenían a las huestes de los campesinos zapatistas, o a los salvajes villis-
tas, representados en la gráfica de José Clemente Orozco, lentamen-
te se vuelve a diluir. En nada son comparables ya con las organizadas
manifestaciones que los transeúntes perciben a través de “los hurras
triunfales / del obregonismo” (Maples Arce 1981: 51) a los que nos re-
mite el autor de Vrbe. Super-poema bolchevique en 5 cantos (1924). Y
aun cuando, en este mismo poema, “la metralla / hace saltar pedazos
del silencio” (ibíd.: 56), no fueron las tropas revolucionarias las que al-
teraron, de manera definitiva, la noción de la vida urbana de los años
posrevolucionarios.
La nueva urbanización efectivamente está vinculada con la política
posrevolucionaria y sus actores: no con la bola, sino con el sindicalis-
mo, las marchas y las manifestaciones, y con la percepción y la viven-
cia en medio de estas masas en particular: la “ciudad / musical / hecha
toda de ritmos mecánicos” (ibíd.: 50), se llena de la “muchedumbre
sonora” (ibíd.: 51), al grado de que esta nueva vida de masas bien or-
ganizadas termina por estructurar, en un sentido auditivo casi físico,
la urbe: “¡Oh la pobre ciudad sindicalista / andamiada / de hurras y de
gritos!” (ibíd.: 52).
Cuando entran en escena los jóvenes poetas estridentistas, sus tex-
tos son mucho más modernos, mucho más urbanos, y mucho más
ruidosos que la ciudad capital y desde luego que las ciudades de pro-
vincia en las que escriben y publican a lo largo de varios años mani-
fiestos, poemas y relatos. Su ciudad literaria es estridente y moderna,
precisamente porque supera en mucho su propia realidad, que pre-
suntamente es nuestra realidad histórica –“resultado de algo que de
esta manera nunca fue” (Rheinberger 2001: 224; mi traducción)–.
Sus textos son provocativos porque chocan con realidades urbanas;
con esta vida urbana que volvió a la calma después de la retirada de las
tropas revolucionarias, una calma posrevolucionaria vigilada y con-
 Silvia Pappe

trolada por las autoridades y sus nuevas instituciones; incluso las in-
terrupciones se deben realizar con su autorización o incluso bajo su
dirección, ya que de otra manera son reprimidas casi siempre vio-
lentamente. De los temas históricos y los motivos literarios, el lector
encuentra huellas como, por ejemplo, una caminata dominguera en
cuyo trayecto Maples Arce coincide con los que habían asistido a las
marchas de un primero de mayo. Vrbe, por su formato libre y las imá-
genes vanguardistas, es mucho más radical que el recuerdo romanti-
zado, casi utópico, de Soberana Juventud (1967) y su tono de memo-
ria domesticada:

Oleadas de obreros vestidos de mezclilla se sucedían constantemente y se


escuchaban vítores a sus líderes y confederaciones. No obstante la fatiga de la
caminata, me interesaba ese movimiento de masas humanas. Sentía la impre-
sión de lo que estaba pasando y la fiesta de los trabajadores llegaba como una
apoteosis hasta mi corazón. Me parecía bello aquel desfile interminable bajo
el sol deslustrado de la tarde. Mi espíritu, lleno de las inquietudes del instan-
te, me sugería esas resonancias. Así, me fui pensando y soñando a través de la
ciudad, integrado a la marcha gloriosa de los obreros. Las disensiones sindi-
cales, las agitaciones políticas y las amenazas de la guerra civil se cernían so-
bre nuestros destinos (1967: 147).

Sin embargo, considero que hay otra constelación cuyos contrastes son
aún más drásticos: la transformación social de algunos de los grupos más
protegidos, las señoritas, hijas de buenas familias, de las que se mofan los es-
tridentistas: su pertenencia a las clases medias de la provincia (sin duda, al-
gunos de los poetas del movimiento ven allí su propio origen), y su cultura
más decimonónica que revolucionaria, las convierte en objetivos idóneos de
las burlas. Pero cuidado, una vez que las señoritas bien que aprenden a tocar
piano o a bordar, rompen con sus costumbres, adoptan comportamientos li-
teralmente disonantes, presentándonos un espectáculo de “niñas foxtrotean-
tes y espasmódicas” (Maples Arce 1921; cit. en Schneider 1985: 42)5.

5. La cita proviene del primer manifiesto de Maples Arce cuyo título completo es
Actual nº 1 Hoja de Vanguardia Comprimido Estridentista de Manuel Maples Arce;
data del último día de 1921. Se trata de un cartel impreso de ambos lados, por lo
que citaré siguiendo la recopilación de Schneider (1985), pp. 41-48.
Estridencia y escándalo 

En una reunión típicamente futurista, Marinetti había colgado un


piano de cola del techo; unos años después, en su primer manifiesto
“Actual nº 1”, Maples Arce exige que se mande a “¡Chopin a la silla
eléctrica!” (ibíd.: 43). Pronto, el tono violento se pierde y, casi de in-
mediato, pianos igual que violines se infiltran en la poesía estridentista
para convertirse en una especie de presencia acústica general, “encajes
auditivos” (Maples Arce 1981: 38) que no deben de confundirse con
música de fondo. No faltará, por allí, “un oscuro violín de quinto piso
/ [que] se deshoja a lo largo de un poema de Schumann” (ibíd.: 42); o
“algún piano fantástico, [que] desvela los bemoles románticos de un
estudio sin luna” (ibíd.: 43); “los violines se suben como la Champa-
ña” (ibíd.: 36), y casi en seguida, uno de ellos “se accidenta en sollozos
teatrales” (ibíd.: 37).
Estos encajes auditivos se entretejen con muestras de una moder-
nidad urbana, aunque ésta tiene una presencia menor de la que se
asume generalmente. Sin duda, “[e]l ascensor eléctrico y un piano in-
termitente / complican el sistema de la casa de ‘apartments’” (ibíd.: 45),
pero no debemos olvidar que a inicios de la década de los veinte, el
quinto piso de aquel oscuro violín solía ser la máxima altura que al-
canzaban los edificios en la aún porfiriana Ciudad de México. Claro
que en el plano de la poética urbana, Nueva York está presente: se alu-
de a rascacielos, a la profundidad de las avenidas, a los cables de telé-
grafos y en general a las comunicaciones como atestiguan no sólo los
textos literarios, sino también la gráfica, la fotografía, la pintura. En
México, sin embargo, las irrupciones estridentistas, la realidad litera-
ria de su edificio de 40 pisos, son previas al del primer “edificio hacia
lo alto”, de orgullosos doce pisos, que se está construyendo en la Ave-
nida Juárez en 1927 (De Anda Alanis 1990: 118).
No obstante las mencionadas alusiones a la historia inmediata
como huelgas, sindicatos y manifestaciones, la estrategia estridentista
de contrastes apunta más a la memoria; eso se debe a diversas viven-
cias de las que quiero mencionar dos: la experiencia del individuo que
se diluye en la masa, y cuyo sentimiento de identidad fragmentada in-
vade la soledad de las individualidades supuestas; y la experiencia del
sonido de signos de la modernidad urbana que vinculamos a los años
posrevolucionarios y que contrastan con otras manifestaciones acústicas.
 Silvia Pappe

Éstas, evidentemente, sobreviven e incluso caracterizan el tono de una


vida urbana tranquila en la cual resaltan las irrupciones de la moder-
nidad. Porque de eso se trata: de irrupciones y, traducidas al ámbito
acústico, de ruido, de disonancias: “los ruidos descerrajan las puertas”,
describe Maples Arce una experiencia cotidiana (1981: 36).
El estridentismo se nutre del hecho de que estas irrupciones sólo
se hacen notar si conviven ambos: silencio y ruido, el presente de una
historia que nunca fue así como se recuerda y la proyección del futu-
ro. No hablo de movimientos de transición, lo que impera es el pre-
sentismo, también, aquí. “YO / eché a andar / por las avenidas del
crepúsculo / y venían de los parques cinemáticos / palabras descosidas
que limitaban mi paso” (List Arzubide 1926; cit. en Schneider 1985:
257). Pero no sólo se trata de la irrupción de sonidos nuevos y por lo
tanto desacostumbrados, sino de cómo éstos son presentados: en me-
dio de los “5 centavos de silencio” (Maples Arce 1981: 42), menos de
lo que cuesta una taza de café en el Café de Nadie, tenemos los mo-
tores de motocicletas y automóviles, uno que otro trasatlántico, loco-
motoras que aúllan, “tranvías [que] no paran de cantar” (Kyn Taniya
1986: 152). Los jóvenes poetas, atentos a los ritmos y sonidos en la
poesía, interpretan los ruidos a su manera.
Lo que en parte contribuyó a la fama (la mala fama incluso) de
los estridentistas es la introducción de temas e imágenes a la poesía
que no parecen tener ningún potencial estético, metafórico o sim-
bólico: los multicitados motores de motocicletas, los automóviles,
los aviones, la urbanización, la revolución (en ocasiones la guerra), los
trenes, los tranvías eléctricos, los cables y los zumbidos del telégrafo,
el aumento de velocidad de los medios de transporte. Es poco pro-
bable que imágenes al estilo de “la primavera pasa como en motoci-
cleta” (Maples Arce 1981: 42) tengan valor poético para la crítica. Y,
sin embargo, la insistencia: “[e]se zumbido de motores / esa noche
/ Son los aviones que se van /a las estrellas / Portadoras de la buena
nueva” (Kyn Taniya 1986: 197). Contrastan los ambientes naturales,
los olores, lo visual, los recuerdos, con imágenes provenientes de la
técnica, la modernidad, el ruido. A la par, todo se suaviza: los avio-
nes zumban, los trasatlánticos emiten mugidos de bueyes, y los autos
y los tranvías cantan. La eventual violencia se percibe, en medio de la
Estridencia y escándalo 

tranquilidad creada, de otra manera: cuando “[s]uena un tiro / que


quiebra el cristal de la noche / Todas las estrellas se van” (ibíd.: 214)
–la imagen acústica no es estridente en sí, resalta por contraste y por
desacostumbrada–.
El peso de las expresiones acústicas de la vida moderna no se debe a
una presencia constante de motores y claxons en general sino, al con-
trario, a la irrupción de estos elementos que causan sobresaltos y sor-
presa en el lector. Tampoco, para mencionar otro ejemplo, el jazz y las
jazz-bands aparecen con mayor frecuencia que los pianos y los violi-
nes, que por lo general son muestras de un presente del que los estri-
dentistas se burlan a veces por anticuado, por implicar reminiscencias
románticas, por nostalgias falsas y fuera de lugar. En el “Ensayo sobre
el danzón” (1926), Germán List Arzubide afirma que

Post-Guerra, las danzas bárbaras y renovadoras del Hawai trajeron en el ritmo


optimista del Jazz, un nuevo problema para los empolvados espíritus que se
enternecen recordando las vueltas ruborosas del minuetto; y se habló de lati-
nismo y americanización, de raza y de peligro sajón, mientras que se extendía
sobre todos los escenarios, el arte estupendo del baile clásico que, la Pawlowa
ofrendara como el mejor regalo de la revolución bolchevique, que permitió
lanzar al mercado los tesoros de la autocracia zarista (37).

El jazz, igual que los rascacielos neoyorquinos, resalta el potencial


de expresiones culturales transfronterizas. Aparece en el estridentis-
mo incluso antes de los grandes proyectos culturales que en las déca-
das de los años veinte y desde luego los treinta trascienden las fronteras
nacionales. Germán List Arzubide lo introduce, sin mayor entorno o
contexto, como cita: jazz band, fonógrafo, cinematógrafo. No es de
sorprenderse que para List Arzubide se trate menos de señales acús-
ticas que de metáforas para ciertos estados de ánimo típicos del “ser
moderno”.
El poemario Radio (1924) de Kyn Taniya es distinto. Están pre-
sentes incluso aquellos ruidos (ondas hertzianas) que supuestamente
no podemos escuchar sin aparato receptor, como ejemplifica el poema
“Midnight Frolic”: “Silencio / Escuchad la conversación de las pa-
labras / en la atmósfera // Hay una insoportable confusión de voces
 Silvia Pappe

terrestres / y de voces extrañas / lejanas // Se erizan los pelos al roce de


las ondas hertzianas / Ráfagas de aire eléctrico silban / en los oídos”
(Kyn Taniya 1986: 222).
En el contexto de las comunicaciones y de la radio, el silencio,
las antenas, los cables tienen una presencia tan sorprendente como
los motores y las interferencias: IU IIIUUU IU… “Por cien centavos
tendréis orejas eléctricas / y podréis pescar los sonidos que se mecen /
en la hamaca kilométrica de las ondas / …IU IIIUUU IU…” (ibíd.:
228). Las interferencias de la radio, las transmisiones, son asuntos casi
de locura, físicamente, materialmente presentes en el “Manicomio de
Hertz, de Marconi, de Edison” (Maples Arce 1981: 61).
Pero es la noción de “esquina” la que resume, a mi parecer, varios
de los elementos que he mencionado hasta este momento: noción que
puede ser urbana, implica necesariamente la posibilidad y la necesi-
dad de tomar una decisión: ¿hacia dónde? Es el lugar idóneo para fijar
manifiestos, al grado que en el propio manifiesto vanguardista “Actual
nº 1” (1921), queda plasmado el término, junto a la prohibición de
fijar carteles. Esquina (1923) se llama uno de los poemarios de Ger-
mán List Arzubide; esquinas son proyectadas, mediante una perspec-
tiva poco acostumbrada, en la portada del mismo libro diseñada por
Ramón Alva de la Canal. “Esquinas” se llama, finalmente, una de las
obras del compositor Silvestre Revueltas, en sus dos versiones, la de
1931 y la de 1933, como veremos más adelante.
¿Estridencias? Dar la vuelta a la esquina, en la poesía estridentis-
ta, promete sorpresas: “Locomotoras, gritos, / arsenales, telégrafos”
(Maples Arce 1981: 36); y, por qué no, un encuentro cercano con
“Beethoven [que] silba un jazz / y don Quijote [que] baila shimmy”
(Kyn Taniya 1986: 203).

Pentagramas eléctricos y otros

El interés de los estridentistas por la música clásica y de vanguardia no


es tan evidente ni se hace tan explícito como sus vínculos con las ar-
tes plásticas y los experimentos literario-urbanos. Sabemos de los ne-
xos de Germán List Arzubide con Silvestre Revueltas, y obras como
Estridencia y escándalo 

“Esquinas” o “Troka”6 se han dado a conocer en distintos momentos,


aunque el acceso por medio de grabaciones es mucho más reciente.
De cercanía con la música se puede hablar también en el caso del otro
Germán y de su esposa, los Cueto, su gran proyecto de teatro de mu-
ñecos y las obras para niños de todas las edades. Y no podríamos dejar
de lado a Arqueles Vela, si bien en este caso el vínculo con la música
se debe menos a su obra estridentista que a su veta de historiador del
arte y la manera en que comprende y describe la música impresionista
y contemporánea en El arte y la estética (1945).
En general, las inquietudes que los estridentistas manifiestan por la
música oscilan, como suele suceder en otros terrenos de las vanguardias,
entre las estrategias y las prácticas de ruptura, la construcción de ten-
siones estéticas, la provocación por medio de las diferencias creadas en
función de lo conocido y lo acostumbrado. Pero también los diversos
planteamientos teóricos, explícitos e implícitos, desempeñan un papel
importante, como ha afirmado con insistencia Peter Bürger (1974). En
palabras de Piñón, en su prólogo a la Teoría de la vanguardia:

La vanguardia no se colma de sentido sin la componente teórica; si se


ignora cuanto tiene de proyecto estético, pierde su condición de ruptura epis-
temológica para convertirse en muestra de un extraño estilo, sólo distinto por
lo novedoso que no cabe sino reproducir por mímesis (1997: 13).

La dimensión teórica es fundamental tanto en el marco de la ex-


presión poética y narrativa vanguardista como en la crítica que debería
haberse alejado, necesariamente, de todo canon literario –cosa que no
ha sucedido en todos los casos–. Con respecto a la música, el ámbito
de lo teórico es mayor, dado el grado de abstracción del lenguaje mu-
sical. Y sin embargo, la entrada al mundo de la música se da más en
términos comparativos. Me explico: de manera paralela a las discusio-

6. La primera grabación mundial de las dos versiones de “Esquinas” data de 2002.


“Troka”, composición basada en un relato de Germán List Arzubide y la que, se-
gún este último, fuera “posiblemente utilizada en los programas de radio de la
SEP, en los cuales él leía sus cuentos”, fue grabada por primera vez en 1997 (Kolb
Neuhaus 1998: 18 y 44).
 Silvia Pappe

nes teóricas se presenta, en la época, un fenómeno que para el caso de


la música mexicana tiene sus orígenes en las épocas clásica y román-
tica: estilos y grandes nombres se significan mutuamente, fundando
los ejemplos canónicos. Ni el impresionismo ni otras corrientes mu-
sicales posteriores se liberan del todo de esta tradición; así, según afir-
maba uno de sus profesores de composición, se le escuchaba al joven
Revueltas, en sus primeras composiciones aún escolares, un tono “de-
bussiano”, antes de que él hubiera siquiera escuchado, ya no digamos
estudiado, obras del compositor francés.
A falta de nociones que permitan denominar una parte importan-
te de las transformaciones de la producción musical, los compositores
más clásicos toman un lugar referencial para estilos más recientes, y la
historia de la música reciente adquiere, en algunos casos, una atención
apenas descriptiva. Johannes Heinrich afirma que eso se debe, esen-
cialmente, a la experiencia del público, que se orienta por lo más co-
nocido (Holländer y Thomsen 1987: 342-352). De manera similar,
podemos entender que Arqueles Vela basa El arte y la estética, en espe-
cial los capítulos que versan sobre la música impresionista, contempo-
ránea y proletaria, en gran parte en la obra de Raymond S. Stites, The
Arts and Man (1940), de reciente aparición.

La última fase en el desenvolvimiento de la música europea, se inició al


descubrir que los acordes armónicos –no obstante el variado contraste entre
unidades armónicas y disonancias– pueden utilizarse indistintamente en la
composición musical […]

Los últimos románticos descubrieron que los sonidos desagradables de-


vienen materia sonora estética, cuando corresponden a una proporción de lo
desagradable y comunican los sentimientos creados por un estado particular
de la desarmonía de la vida (Vela 1945: 115).

Destacan no sólo el cambio estético en vista de las disonancias tan-


to musicales como cotidianas experimentadas, sino también las con-
tinuas referencias a la música y el arte europeos. A dos décadas de una
serie de relatos que habían marcado profundamente la estética estri-
dentista, Arqueles Vela adopta la visión de Stites que le permite vincu-
Estridencia y escándalo 

lar la música contemporánea con preocupaciones estéticas, temáticas


y teóricas similares a las del movimiento de vanguardia en el que había
participado. En las breves notas sobre Honegger, Schönberg y Scria-
bin, resaltan una “melodía maquinística” o “una figuración geométri-
ca, opuesta al informalismo impresionista, [que] es la equivalencia del
cubismo y del suprematismo” (ibíd.: 115, 117). En cuanto a la ruptu-
ra con elementos formales, alude tanto a ejemplos de la pintura como
de la música.

Obsesionados por la antigua idea platónica de una música relacionada


íntimamente con las matemáticas, los continuadores de la Teoría Orgánica
de la Música, de Schoenberg, realizan un arte musical análogo al pictórico de
Paul Klee y Kandinsky (ibíd.: 117).

En ninguna parte de la obra de Arqueles Vela encontramos siquie-


ra mencionado a quien le hubiera quedado más cercano: el creador del
sonido trece, Julián Carrillo. Son “[l]os experimentos de Schoenberg
[los que] crean una nueva escala de doce tonos, similar a la utilizada
por los indios Ragas” (ibíd.). Lo mismo sucede en el caso de la llamada
música nacionalista: al final del capítulo en el que el autor habla de las
bases populares y del folklore (nacional e internacional) de los compo-
sitores europeos, dándole un peso especial a los rusos y destacando, en
general, “las antiguas danzas eslavas, húngaras, checas, españolas [que]
estructuran la música culta”, los compositores mexicanos ocupan es-
casas cuatro líneas:

En México, Carlos Chávez y Silvestre Revueltas, emplean motivos indí-


genas en la construcción de una música específica formal mexicana; y de con-
tenido universalista. Sinfonía India, H.P., y Colorines y Janitzio, son las más
significativas (ibíd.: 119).

Reveladores para la historia del arte del momento son dos aspectos:
un aparente desconocimiento de algunas de las más recientes expresio-
nes musicales de México y, en consecuencia, la necesidad de retomar la
bibliografía extranjera. En este caso, un texto importante, como el del
antropólogo Raymond Stites, quien intenta fijar un nuevo canon para
 Silvia Pappe

algunas de las obras y los compositores de la música contemporánea,


centrándose esencialmente en las escuelas europeas y sus tradiciones.
Hasta para los valores musicales revolucionarios (en el sentido ideo-
lógico), el ejemplo viene de fuera: es la música de Shostakovich la que
“expresa un movimiento de sentimientos colectivos. Refleja la angustia
de nuestro tiempo; y es como un esquema interior de la movilidad im-
presionante del ritmo social contemporáneo: de la desdicha que arrasa
la última esperanza del hombre, hasta la victoria del nuevo humanis-
mo” (ibíd.: 120).
Arqueles Vela acoge y asume estos valores, sobre todo en lo que
se refiere a la música, mientras que su posición histórica, tanto en lo
que se refiere a la literatura como a la pintura contemporáneas, se basa
en antecedentes culturales propios y, sobre todo, en la experiencia de
creador vanguardista: la Historia materialista del arte, publicada en
1936, que se da a conocer en el marco de otras historias marxistas
como la de Teja Zabre; y la Evolución histórica de la literatura univer-
sal (literaturas comparadas), publicada en 1941. Esta última contie-
ne un apartado temprano sobre la “novela social iberoamericana”, así
como un capítulo entero dedicado a las “Literaturas de las épocas re-
volucionarias” que incluye desde a Walt Whitman y John Dos Passos
hasta la literatura soviética, junto con autores vinculados a la Revolu-
ción Mexicana. Posterior al capítulo sobre “El futurismo y la literatura
fascista”, contamos también con elementos para una historia literaria
en la que Arqueles Vela se deslinda radicalmente de la segunda etapa
del futurismo (posterior a la “ruptura con sus teorías iniciales” [Vela
1968: 378]), movimiento con el que los estridentistas han sido com-
parados en varias ocasiones.

IU IIIUUU IU…

He argumentado, en la parte introductoria de este ensayo, que en mu-


chas ocasiones me he centrado más en las construcciones de los signi-
ficados y el impacto del movimiento estridentista, que en un análisis
de crítica literaria propiamente dicho. En este sentido, es importante
aclarar algunos aspectos antes de entrar en ciertos detalles de la músi-
Estridencia y escándalo 

ca y sus posibles vínculos con percepciones, actitudes, expresiones y,


sobre todo, búsquedas estéticas. A lo largo de los años veinte y desde
luego de los treinta, algunos personajes destacados del movimiento
estridentista y de otros movimientos artísticos encontraban apoyo gu-
bernamental en el proceso tanto de crear como de transformar insti-
tuciones: la Secretaría de Educación Pública y los proyectos culturales
correspondientes son, quizás, el mejor ejemplo, y ciertamente uno de
los mayores aciertos de algunos de los gobiernos posrevolucionarios y
su capacidad de convocatoria, a la que respondieron intelectuales y ar-
tistas; los secretarios de Educación Pública, José Vasconcelos primero y
Narciso Bassols después, son fundamentales en este proceso.
En ocasiones, la simplificación de la historia de la cultura mexi-
cana encontró maneras poco adecuadas para caracterizar a diversos
personajes encargados de los proyectos culturales e institucionales. Se
construyeron rivalidades no sólo entre diversos grupos y personajes
(que sí las había), sino también entre el valor de su obra. Así, estriden-
tistas y contemporáneos parecen haber estado continuamente en pug-
na, cuando existían proyectos en los que colaboraron miembros de
ambos grupos. En la música, el ejemplo más claro terminó siendo, du-
rante mucho tiempo, la confrontación entre Carlos Chávez y Silvestre
Revueltas: el primero, autoritario, rígido y, como compositor, frío y
cerebral; mientras que el segundo, bohemio, genial y libre. Las simpa-
tías están, desde luego, con el segundo.
No es éste el lugar para retomar las discusiones al respecto; sólo
pretendo considerar algunos aspectos que de allí se derivan. Indepen-
dientemente de las oposiciones tanto reales como construidas, ambos
compositores son reconocidos desde muy temprano, cada uno por sus
respectivos seguidores y por la recepción; con todo y calificativos, nadie
duda de la calidad de la obra de ninguno de los dos. Por otra parte, los
encasillamientos (el nacionalismo musical, por ejemplo, o en su versión
despectiva, elementos “folclóricos” en ciertas composiciones), tal como
los hemos visto en El arte y la estética de Arqueles Vela, no abarcan más
que algunos de los elementos con los que trabajan los compositores.
Más allá de motivos y temas musicales, cualquier análisis de la mú-
sica llamada nacionalista tiene que dedicarle un espacio relevante al
estudio de instrumentos, de los sonidos, de determinados ritmos, de
 Silvia Pappe

la transformación de elementos de la música popular y su uso en la


música clásica o culta, y de las estrategias que usan los compositores
para integrar combinaciones de todos estos elementos. Es evidente que
no colocan simples citas folclóricas en sus obras, sino que estamos ante
una auténtica innovación que surge de las más diversas tradiciones.
El director de la “San Francisco Symphony”, Michael Tilson Tho-
mas, ha realizado detallados estudios en torno a diversos compositores
y sus obras. En el programa sobre Aaron Copland, grabado en 2006,
explica y ejemplifica con Appalachian Spring (1944) cómo surgió lo
que posteriormente se llamaría el american sound, el sonido “típica-
mente” norteamericano. De familia judía con raíces de Europa orien-
tal, niñez y juventud en Brooklyn, Copland vive una cotidianeidad
de escuela pública, fiestas judías y música en la calle, en su mayoría
jazz y blues. Los instrumentos de viento y de percusión típicos de las
bandas, danzas populares, melodías, ritmos introducidos por los mi-
grantes de todas partes, la música mexicana del Salón México, y cla-
ras influencias de la época del Frente Popular y la cultura de izquierda
son los elementos indisputables que poco a poco integran obras como
Appalachian Spring o Fanfare for the common man (1942), ejemplos
ambos del american sound.
Copland es un profundo conocedor de la música contemporánea
a su propia obra; para él, Carlos Chávez es un ejemplo a seguir en la
búsqueda de la independencia estética y la diferenciación de la músi-
ca europea. Retomemos un fragmento de su análisis del compositor
mexicano, cuya música le parece fuerte, implacable, sin concesiones:

La música de Chávez es, ante todo, profundamente no-europea. Para mí


[afirma Copland], posee una cualidad indígena con un espíritu extrañamen-
te contemporáneo. A veces me da la impresión que se trata de la música más
contemporánea que conozco, no en un sentido superficial, sino en el senti-
do de que se acerca más a la expresión de la realidad fundamental del hombre
moderno (Kostelanetz 2004: 79-80).

No fue sino hasta años recientes que la crítica musical mexicana


se deslindó definitivamente de una idea simplista de las características
nacionalistas de la música posrevolucionaria:
Estridencia y escándalo 
Tan cierto me parece que en algunos de sus magníficos Preludios para
piano, como en tantas obras suyas, Chávez nunca rehuyó un indigenismo, un
mexicanismo muy finos y auténticos, como que Revueltas no “escribía para
el pueblo”: en sus obras jamás hay citas folclóricas sino giros admirables que
evocan el espíritu popular, y obras como Planos o como los cuartetos núme-
ro 1 y número 3 son de una elevada abstracción, depurada de cualquier clase
de resabio nacionalista (Helguera 1999: s. p.).

Lo que aquí se describe pone la composición en un plano de inves-


tigación, en particular la que lleva el análisis de lo temático hacia lo es-
tructural, hacia la abstracción; en el campo de la historiografía crítica
diríamos, hacia la problematización de los elementos que configuran
el objeto de estudio. La transformación moderna de lo urbano tanto
como de lo popular pasa por su desestructuración y la recomposición
en una serie de nuevos planteamientos. Los “resabios” nacionalistas se
transforman en elementos abstractos, en términos musicales, en un
lenguaje menos temático y más de esencia, que permite componer
y representar música que suena “típicamente” mexicana, sin ser una
imitación de folclor. Lo mismo sucede, a mi entender, con el mundo
urbano, moderno y sus ruidos y sonidos.
Los procesos de creación requieren no sólo del alejamiento de lo
temático; necesariamente tienen que hacer uso de un grado de abstrac-
ción y de intentos, búsquedas (por ello me refiero a la investigación),
y procesos claramente experimentales. El lenguaje que se busca, se tie-
ne que crear, y a partir de él, se puede componer, sea eso a la manera
de un Chávez o bien a la manera de un Revueltas, quien precisa esto
mismo de la siguiente manera: “[r]itmo y sonoridad reminiscentes de
otros ritmos y sonoridades, probablemente como un material de cons-
trucción se asemeja a otro, o es el mismo, pero sirve a construcciones
diferentes, en sentido, en forma, en expresión” (Revueltas 1989: 213).
La experimentación es una estrategia vanguardista fundamental,
como muestran los escritores estridentistas y los grabadores cercanos
a ellos. Recapitulemos: la temática urbana se articula a partir de cam-
bios de perspectiva que gráficamente se representan a través de la pér-
dida del punto de vista del observador; el movimiento y a la vez una
visión más amplia se introducen mediante una nueva perspectiva,
 Silvia Pappe

geométricamente organizada en función de composiciones esféricas:


“Representa de una manera completa los espacios real e intermedio y
parte del espacio virtual” (Serrano 1934: 11). Las leyes generales de la
física se desarticulan y exponen a los sujetos a condiciones “irreales”,
de modo que pierden toda certeza no sólo acerca de su propia identi-
dad, sino también en lo que se refiere al tiempo y espacio en el que
viven; en pocas palabras, se cuestionan toda clase de estructuras asu-
midas como fijas, certeras y confiables.
La desarticulación de las perspectivas conduce a horizontes más
amplios, asimilando las observaciones como experiencia y como
orientación; de una manera similar se desarticulan los lenguajes clá-
sicos y románticos de la música y se introducen elementos desacos-
tumbrados, desde reminiscencias populares hasta aquellos entendidos
tradicionalmente como ruidos e interferencias. Los distintos lengua-
jes, principios y fragmentos intra y extramusicales no desaparecen; la
innovación está en la inclusión de nuevos elementos, y la recomposi-
ción de los que tradicionalmente se conocen. Muchos composito-
res de la época, Chávez y Revueltas entre ellos, transforman la gramática
de la música: las escalas, la tonalidad, la concepción del sonido y los
silencios, la lógica de los acordes, los ritmos, la relación entre los ins-
trumentos, la inclusión de instrumentos no habituales para la música
clásica, la comprensión de la armonía. El compositor mexicano más
radical en lo que a estas transformaciones se refiere es Julián Carrillo,
previo incluso a las demás vanguardias literarias, gráficas y musicales,
con propuestas y resultados equivalentes a las de la pérdida del lugar
del observador y de la identidad del sujeto7.

7. De la misma generación que José Rolón, y siete años mayor que Manuel M. Pon-
ce, músicos ambos con estudios en Europa y catalogados como románticos y a la
vez fundadores del nacionalismo musical mexicano, Julián Carrillo (1875-1965)
resulta ser el más radical de los innovadores de la música mexicana, y uno de los
más radicales de la música de vanguardia occidental. Revoluciona la comprensión
de la tonalidad con la creación del “Sonido 13”, así como la escritura musical,
además de inventar instrumentos musicales que permiten tocar sus composicio-
nes. Todo ello obedece a la necesidad de crear y hacer uso de un novedoso lengua-
je musical que integra cuartos, octavos y dieciseisavos de tonos.
Estridencia y escándalo 

Lo más importante en el marco de este ensayo, sin embargo, son


menos las similitudes que las diferencias (en términos muy generales)
de algunos de los músicos con el movimiento estridentista: con todo
y lo experimental que puedan ser sus creaciones, pretenden rebasar
el nivel de la experimentación y crear nuevos lenguajes y obras. Para el
caso del estridentismo, estoy más convencida del carácter provocador
como tal que de la intención de crear una gran obra que no sólo deja-
ra una huella en la poesía o la novela corta, sino que causara un punto
de no retorno. La crítica literaria solía vincular el carácter experimen-
tal con la juventud y la inmadurez de los estridentistas y, por lo tanto,
como asunto necesariamente pasajero; conforme pasaría el tiempo, la
supuesta inmadurez se vería como falta de talento y de genialidad (a
diferencia de los contemporáneos). Una década después, Silvestre Re-
vueltas se refiere a la misma problemática, sólo que a la sinceridad, la
altanería y la juventud, se agrega explícitamente el profesionalismo.
Y entonces, sí, afirma, se puede ser compositor, solista, músico de or-
questa a la vez clásico e innovador. Virtuoso. No dejarse ni deslumbrar
ni engañar por el poder, la política, la fama, todo aquello que puede
resultar simplemente falso.
Posiblemente, Revueltas choque con sus opiniones, pero se le per-
dona porque es simpático, rasgo que en la opinión pública (¿públi-
ca?) se intensifica al construirle un (supuesto) adversario como Carlos
Chávez, quien ocupa, simplemente, un lugar institucional distinto. Y
cómo ironiza Revueltas las pugnas institucionales: “[m]undo joven
y para jóvenes. Mundo en marcha. En marcha incontenible. (¡Qué
miedo!, ¿verdad, señores del otro mundo? ¡Qué espanto!, ¿verdad, se-
ñores puesto-eternizados?)” (ibíd.: 194). Es irónico y altanero porque
su trabajo profesional se lo permite: “Las temporadas de conciertos se
sucedieron sin interrupción año tras año, siempre con obras nuevas
de compositores extranjeros y con obras de mexicanos desconocidos
y jóvenes. Sangre nueva que aturdía a los asustados patrocinadores de
los soporíferos conciertos habituales” (ibíd.: 199). Para las dos orques-
tas sinfónicas (la de Chávez y la del propio Revueltas) surge un nuevo
público “más voluntarioso, con menos prejuicios” (ibíd.).
¿Por qué me parecen tan importantes estos recuerdos a medias, esa
memoria personal y por lo mismo subjetiva y parcial? Permite resaltar
 Silvia Pappe

aquellos elementos que acercan la experiencia de los músicos men-


cionados a la de los jóvenes escritores de la década anterior. La ironía,
la irreverencia frente a una visión cultural, institucional o en proceso
de ser institucionalizada, la obstinación en el simple hecho de ser jo-
ven, atrevido, de romper con las tradiciones, de emprender la búsque-
da sin saber de qué, son líneas claras que atraviesan las décadas de los
veinte y los treinta. No es una sola línea, son muchas, sus intensidades
cambian, pero su presencia interfiere continuamente en los proyec-
tos y procesos de la institucionalización posrevolucionaria a los que
ciertamente no son ajenos: los estridentistas tienen “su” Horizonte, su
revista, fomentada y financiada por el gobierno del estado de Vera-
cruz. Pero, ¿sólo por incluir temas educativos, políticos, sociales, esta
publicación es “menos” estridentista que otros proyectos en los años
previos? Por su parte, Revueltas (igual que Chávez) tiene “su” orques-
ta, con la que no sólo fomenta la nueva música, a los compositores y
músicos jóvenes, a los estudiantes de música, sino que además moldea
los gustos del público, educa a los asistentes y, en un auténtico acto
creativo, es el autor de un público nuevo para música contemporá-
nea, tanto mexicana como extranjera. La propuesta de Maples Arce,
“2°. Improvisar un público” (Maples Arce 1922: 25); “la primera ex-
posición estridentista en el Café de Nadie […], 5,000 boletos ven-
didos con diez días de anticipación” en 1924 (List Arzubide 1926:
62), ¿acaso no es una variación literaria de la creación de un nuevo
público? ¿Quién quiere seguir escuchando a las lánguidas señoritas
que tocan violín y piano, si podemos asistir a un concierto en el que
se presentan obras como “8 x radio”, “Esquinas”, o “Planos”? Como
sea, aun en el caso de la música contemporánea, este público nuevo
requiere de la guía de lo aceptado. En ocasión del estreno de “Planos”,
“[a]lgunos pensaron que era Stravinski; quién sabe qué pensaría Stra-
vinski” (Revueltas 1989: 212).
Más que los temas de lo urbano y más que las características nacio-
nalistas de la música mexicana, se trata de un espíritu experimental lo
que va marcando a los jóvenes compositores. Veamos: “8 x radio” es
una “ecuación algebraica sin solución posible, a menos de poseer pro-
fundos conocimientos en matemática. El autor ha intentado resolver
el problema por medio de instrumentos musicales” (Kolb Neuhaus
Estridencia y escándalo 

1998: 28), afirma Revueltas sobre su propia obra, compuesta en 1933,


cuando la radio acababa de cumplir 10 años de haber iniciado sus
trasmisiones en México8. Los conjuntos musicales modernos incluyen
tanto instrumentos de un grupo de cámara de música clásica, como de
la música popular, sonajas por ejemplo, o el güiro.
“Esquinas” retoma, de manera directa o indirecta, lo que ya Ger-
mán List Arzubide había buscado con su poemario del mismo título:
un punto referencial no sólo para distintas perspectivas, sino también
para encuentros y desencuentros urbanos:

Esquinas de ayer con emoción de hoy, observadas desde otros caminos


del corazón con nueva mirada, más comprensiva, más fiel, por más experi-
mentada; modelada con nuevo material, dejando intacta su atormentada an-
gustia de aspiración encadenada, su dolor persistente clavado en la mitad de
la calle, su grito desgarrado de pregonero pobre y desamparado, fecundo en
rebeldía que ahora siento un poco extraño dentro del alentador optimismo de
mi deseo actual, alegre y fuerte como una clara montaña de nueva energía y
esperanza nueva (Revueltas 1989: 212).

Kolb Neuhaus comenta la confusión del público que se imaginaba


una esquina en una escena casi costumbrista; sin embargo, escucharon
“una ruidosa algarabía de motivos melódicos amontonados imprevi-
sibles, efímeros, cambiantes y breves, yuxtapuestos en un collage tan
denso y complejo que resulta difícil reconocer ahí la voz de estos pre-
suntos pobladores callejeros” (2004:10).
Las metáforas sociales y acústicas en la literatura, el arte y la músi-
ca, y la renovación de la estética en terrenos tanto de la vida cotidiana
como en el arte, implican necesariamente la ampliación de las nocio-
nes hacia lo popular, lo cotidiano, lo tradicional, lo étnico, lo interna-

8. Oficialmente, la inauguración de las trasmisiones radiofónicas tuvo lugar el 8 de


mayo de 1923, con la presencia de notables músicos (Manuel M. Ponce, Andrés
Segovia, Celia Montalbán), el director del Universal Ilustrado, Carlos Noriega
Hope; Raúl Azcárraga y el fundador del movimiento estridentista, Manuel Maples
Arce, quien leyó su poema de la radiofonía “T.S.H.”, aludiendo a la telegrafía sin
hilos que permitía trasmisiones por radio (véase Zurián de la Fuente 2010: 71).
 Silvia Pappe

cional. Una pregunta necesaria es qué significan las vanguardias para


una sociedad; qué significan para la comprensión que una sociedad
puede alcanzar de sí misma.

Proyecciones

Los referentes estridentistas inmediatos parecen condensarse en tor-


no a aspectos urbanos con potencial de futuro: la evocación de una
sociedad en plena transformación, manifestándose; las constantes
alusiones a las comunicaciones, los vehículos y artefactos cuya mo-
dernización implicaría si no la mejoría de toda la sociedad, sí una con-
vulsión parcial. El entrecruce entre la poesía vanguardista y el trabajo
en instituciones políticas y culturales que algunos de los miembros del
movimiento desempeñan en distintos momentos es también la esqui-
na donde se encuentran y a la vez se separan el presentismo y la po-
sibilidad de construir un futuro. Pero ni los temas estridentistas más
tangibles ni el proceso histórico que produce mayores expectativas e
implica promesas, la Revolución Mexicana, son, en sí, utópicos9. No
toda proyección hacia otro espacio, otro tiempo, otra sociedad siquie-
ra roza la utopía.
Cierto: una utopía es una proyección. Geográfica, espacial, tempo-
ral, imaginaria, política, social; y como proyección, tiene direccionali-
dad, tiene dimensiones: independientemente de su viabilidad, siem-
pre es imaginable, localizable, forma parte de lo que podemos pensar,
proponer, proyectar y describir. Hay elementos ocultos o deseables en
nuestra propia realidad (entiéndase ésta como vida cotidiana, experien-
cia, conciencia histórica e imaginario) que tienen potencial utópico, y
los estridentistas, como toda vanguardia, juegan con estos elementos.

9. Según Alan Knight (2010), la Revolución Mexicana careció de todo tinte utópi-
co: “Ninguno de sus pensadores proponía una utopía en la que toda la sociedad
mexicana llegara a un estado de cosas tal que la hiciera distinta; y por otro lado,
los proyectos revolucionarios impulsados por distintos caudillos carecieron de
esa visión globalizante y holística que caracteriza a las utopías” (s. p.).
Estridencia y escándalo 

Lo que dificulta este panorama es la visión fraccionada de tiempos,


espacios y sujetos en las representaciones estéticas y cotidianas, visión
que resquebraja la posibilidad de una proyección utópica. A lo largo
de este ensayo he procurado mostrar la importancia del cambio de la
mirada estridentista que conlleva, como estrategia, inestabilidad e in-
certidumbre. En este sentido, los materiales de proyección de los estri-
dentistas no son los objetos urbanos sino sus manifiestos (parodiando
una larga tradición de planes políticos, y emparentándolos con mani-
fiestos de otros movimientos de vanguardia); son esta especie de géne-
sis invertido de “Los espejos de la voz” (Vela 1921; cit. en Schneider
1985: 101-102) y El movimiento estridentista (List Arzubide 1926),
el último manifiesto a la vez que texto histórico de lo que pudo ha-
ber sido el movimiento; son las interferencias en la comunicación, y
los tenues recuerdos de los personajes en el Café de Nadie. Pero, ¿real-
mente hay algo proyectado por toda esta pedacería que nos podría
hacer pensar en una utopía? Porque, en principio no tenemos sino
elementos urbanos sueltos: esquinas, calles, telégrafos, una estación
de radio, postes, cables, carteles, una librería, cafés, habitantes, perió-
dicos y manifiestos, las masas obreras, personajes extraños, huellas de
individuos y grupos, medios de transporte y los sonidos y los ruidos
correspondientes, ventanas, gritos, música, edificios abstractos… y la
continua multiplicación de todos estos elementos en un tiempo pre-
sentista, con proyecciones imaginarias hacia pasados-futuros.
Los mundos desestructurados o, mejor dicho, los mundos que no
están estructurados de la manera acostumbrada, se perciben en los
manifiestos, los textos narrativos, la poesía, la fotografía, las artes grá-
ficas, las estridencias auditivas. No observamos, en la obra estridentis-
ta, que estos elementos queden integrados por los respectivos autores
en conjuntos significativos, o que obedezcan a un canon previamen-
te consensuado. No encontramos su formalización en una obra que
pone a la vista, cuando mucho, el material casi primario y las estrate-
gias que permitirán la transformación de ruidos, sonidos y recuerdos
acústicos en teorías y obras musicales; o la pérdida del punto del ob-
servador en una nueva teoría sobre la perspectiva.
Lo único que integran, en el imaginario, todos estos elementos, es
un nombre: Estridentópolis. Y sin embargo, desde mi punto de vista,
 Silvia Pappe

Estridentópolis no es un mundo utópico; es, más bien, un mundo ex-


céntrico y dislocado. Si bien toda utopía requiere de aspectos familia-
res que la vinculen con culturas y sociedades conocidas, no se sustenta
en lo temático: ni en el edificio estridentista de 40 pisos o las visiones
urbanas en general; ni tampoco en las imágenes literarias de máquinas
y motores o las estridencias sociales, visuales o acústicas.
En este sentido, integrantes y allegados del movimiento estriden-
tista proyectan, desordenadamente, que lo efímero, lo inmediato, lo
cotidiano, lo fragmentario e insignificante podría tener algún valor,
algún significado, pese a que no trascienda; proyectan que, en medio
del presentismo, me puedo imaginar que lugares aún inexistentes, en
algún momento existirán, y que allí estaré porque allí estará “El hom-
bre que encontramos en todas partes” (Vela 1925: 34), y nosotros con
él; proyectan ruidos y claxons y gritos de las masas que podrían ser
muestras de una sociedad urbana moderna, o que podrían descubrir
armonías desconocidas que a su vez proyecten valores y significados.
Proyectan la pérdida de las bases mismas de la proyección: el lugar del
observador, firme y seguro, la perspectiva, la direccionalidad.
En lo personal, veo el estridentismo, hoy, no tanto como propues-
ta de un mundo distinto; sí, los participantes en el movimiento to-
can temas, realizan montajes parciales de su ciudad literaria, y sí, esta
ciudad se puede ubicar, idealmente, en una Xalapa revolucionaria del
futuro; y sí, tiene rasgos de la Ciudad de México, lugares claramente
localizables… contamos con elementos que parecen simbolizar el pro-
greso, la modernización. Pero ¿se trata de un mundo distinto, inédito?
Creo que no.
Reitero: lo que cambia con el estridentismo no es el mundo que
describen, sino la mirada –y no sólo la mirada sino, en general, su per-
cepción: cómo se sienten, qué escuchan, qué ven, qué tocan o no por-
que es demasiado efímero. Les interesa más la sensación y la obser-
vación de lo fragmentado, de lo aún no integrado, lo inasible, lo que
ya se les escapó y lo que aún no es. Y les interesa crear un público para
ello. ¿Estridentes? Ciertamente. ¿Hacedores? En aspectos políticos y
político-culturales, sin duda alguna, pero también sensibles a los deta-
lles de lo inexistente, por eso su búsqueda de un público para lo efíme-
ro, lo estridente, lo que incomoda. Igual que ellos, este público tendrá
Estridencia y escándalo 

que cambiar su mirada; ya no la mirada de un observador que inmo-


viliza el espacio que tiene frente a sus ojos (Simmel 1903). Más allá de
las parodias y los escándalos, los estridentistas ponen en movimiento
la mirada misma, la multiplican y a la vez aniquilan el ángulo del ob-
servador, produciendo la experiencia de una percepción cada vez más
desorganizada, desestructurada, múltiple, sin enfoque y sin ángulos
definidos. Nada de eso está patrocinado por el Estado, por las insti-
tuciones, por los intereses de la reconstrucción nacional después de la
Revolución Mexicana.
Proponer, con todo desparpajo, que los fragmentos de la cotidia-
neidad y las sensaciones sin integración podrían tener que ver con la
cultura, con la estética, que lo efímero podría tener un valor, que las
desarmonías podrían transformarse en música, que todo ello podría
formar parte de una realidad cultural, ¿eso no es tanto o más utópico
que una urbe moderna, una sociedad revolucionaria, un país de dere-
cho con instituciones, un futuro? La esquina, la disyuntiva del prag-
matismo político y un público educado, atento a lo fragmentario, lo
que no existe aún, las provocaciones.
Presentismo, identidades inciertas, estridencias, interferencias, un
lugar al margen de toda teoría. Sólo un lector extremadamente opti-
mista puede vislumbrar, en medio de todo ello, una utopía. Como si no
toda utopía estuviera pensada como proyección para lectores optimistas.

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SECCIÓN IV

Entre lo urbano y rural:


modelos alternativos para
pensar la utopía de/en
América Latina
La Tierra adentro en Una
excursión a los indios ranqueles
de Lucio V. Mansilla como
alternativa del poder político
de Buenos Aires
Annick Louis

Considerado durante largo tiempo como un “clásico escolar”, Una


excursión a los indios ranqueles (1870), el libro más famoso de Lu-
cio V. Mansilla, fue a menudo fragmentado, difundido en ediciones
y revistas para jóvenes, reducido a sus capítulos que contienen los
llamados “cuentos de fogón” o que describen la vida de los indios.
Como lo señaló David Viñas, al convertirse en un libro de lectura
para niños y adolescentes, la dimensión histórica del texto se fue di-
luyendo. Fue precisamente gracias a la intervención de Viñas, y de
críticos como Saúl Sosnowski, Silvia Molloy, Alan Pauls y, más tar-
de, Julio Ramos, que esta obra ha ido adquiriendo, desde hace un
poco más de veinte años, un nuevo estatuto y reencontrado su ca-
rácter polémico en Argentina1. Simultáneamente, ha sido objeto de

1. Para la lectura de Sosnowski (1984) véase el “Prólogo” de su edición Una excur-


sión a los indios ranqueles. Otros estudios que contribuyeron a renovar la imagen
 Annick Louis

una apropiación por parte de la Historia y la Antropología, discipli-


nas que han contribuido a su difusión dentro y fuera del mundo his-
panohablante2.
La excursión de Mansilla al territorio denominado Tierra adentro
se realiza entre el 30 de marzo y el 17 de abril de 1870, es decir, en el
período que precede inmediatamente la “coalición del estado liberal”,
como denomina Josefina Ludmer (1999) a la década de 1880, y que,
a la vez, la prepara3. Tulio Halperín Dongi (1982) ha señalado que el

de Mansilla y su obra son: Silvia Molloy (1980): “Imagen de Mansilla”; Alan


Pauls (1984): “Sobre las Causeries de Mansilla. Una causa perdida”; Julio Ramos
(1996): “Entre otros: Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla”.
Entre las lecturas más recientes realizadas desde la literatura, se encuentran: Jens
Anderman (2000): Mapas de poder. Una arqueología literaria del espacio argenti-
no; Miguel Dalmaroni (2006): Una República de las letras. Lugones, Rojas, Payró.
Escritores argentinos y estado. En cuanto a David Viñas, luego de publicar Indios,
ejército y frontera, en el momento de su retorno a la Universidad de Buenos Aires
en 1986, impuso una nueva lectura de Una excursión desde la Cátedra de Lite-
ratura Argentina I, a partir del año 1986. Véase Literatura argentina I, Cursos
magistrales, UBA, 1986.
2. En inglés se publicaron dos traducciones el mismo año: A Visit to the Ranquel In-
dians (Lincoln: University of Nebraska Press, 1997), traducción de Eva Gillies,
y An Expedition to the Ranquel Indians (Austin: University of Texas Press, 1997),
traducción de Mark McCaffrey; en francés la edición es reciente: Une excursion au
pays des Ranqueles (Paris: Christian Bourgois, 2008), traducción d’Odile Begué.
El cruce de perspectivas históricas, antropológicas y geográficas, puede verse en:
En tiempos de Eduarda y Lucio V. Mansilla. Congreso de Historia y Literatura. Junta
Provincial de Historia de Córdoba, 1 y 2 de julio de 2005.
3. El término de coalición es usado por Ludmer para designar no sólo al grupo de
jóvenes escritores de la “generación del ochenta”, sino el tejido de posiciones y su-
jetos de las ficciones que ellos escriben. Los escritores reales y los sujetos ficcio-
nales o literarios que producen constituyen “los sujetos del estado liberal”: una
conjunción de diferentes grados de ficcionalidad (o de realidad). La noción de coa-
lición cultural del Estado liberal es una construcción crítica. Este conjunto de es-
critores escribe ficciones para el Estado, que producen los sujetos del Estado li-
beral; el Estado necesita estas ficciones no solamente para organizar las relaciones
de poder sino también para postular sus propias definiciones y alternativas (1999:
23-139). Sobre el ochenta, ver también el clásico libro de Noé Jitrik (1998): El
mundo del Ochenta, y David Viñas (1982): Literatura argentina y realidad políti-
ca. Para una revisión del concepto de generación del ochenta, véase Paula Bruno
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

ritmo de avance de la Argentina desde su Independencia hasta 1870


es menos rápido que el de la Cuba todavía española, y que esta etapa
“no tiene nada de la serena y tenaz industriosidad que se espera de una
cuyo cometido es construir una nación de acuerdo con planes precisos
en torno de los cuales se ha reunido ya un consenso sustancial” (7-8).
Marcado por acciones y palabras violentas, este momento se abre y se
cierra con dos conquistas de Buenos Aires, y comprende dos choques
armados entre el país y su primera provincia, dos alzamientos de im-
portancia en el interior, algunos esbozos adicionales de guerra civil y
la más larga y costosa guerra internacional afrontada por el país (la del
Paraguay). Los conflictos conciernen la organización nacional y la
del poder político, pero también el modo en que éste se puede con-
quistar. La escritura constituye, en este período particular, un espacio
de debate político, cultural y social, en una época en que estas esferas
no se han autonomizado aún. Al mismo tiempo, la llamada “cuestión
del indio” adquiere mayor importancia, puesto que la instauración de
la economía liberal capaz de acelerar el desarrollo del país demanda un
control efectivo del territorio. Es una época en que una parte de éste es
aún un no man’s land, donde circulan indios, desertores y todos aque-
llos que rechazan el mundo y la legalidad de los blancos; una zona de
mezcla y de cohabitación de modos de vida con reglas propias.
Desde el punto de vista histórico, el viaje de Mansilla tiene esca-
sa trascendencia. Sin embargo, es esencial resituarlo en el contexto del
proceso conocido bajo el nombre de “araucanización de las pampas”
que se inicia a comienzos del siglo xviii, cuando los grupos indíge-
nas que habitan el sur del continente, a ambos lados de la cordillera
de los Andes, establecen relaciones. A partir de entonces, el malón se
transforma de una simple expedición de rapiña en empresa económi-
ca y militar que, para ser ejecutada con éxito, implica la constitución
de centros de poder de mayor importancia que aquellos que caracte-
rizaron hasta entonces estas sociedades. Surgen así progresivamente
los grandes cacicazgos, las dinastías de Painé y su hijo Mariano Rosas

(2007): “Un balance acerca del uso de la expresión generación del 80 entre 1920
y 2000”, e íd. (2010): “Segundones cómplices”.
 Annick Louis

–cacique de los ranqueles en la época de Mansilla–4, y de Calfucurá


y su hijo Namuncurá5. Ante esta realidad, los blancos adoptaron dos
posiciones; la primera consistía en usar ciertos grupos, los llama-
dos “indios amigos”, como una suerte de tampón entre los blancos y
los grupos indígenas más agresivos; fue la que adoptó Rosas, tal como
puede verse en el Diario de la expedición al desierto (1833)6; esta estra-
tegia permitía una paz relativa en las fronteras, pero con la caída de
Rosas, en 1852, los indios retomaron los malones (Ratto 1998). La
otra opción era la estrategia ofensiva, que se construye sobre la oposi-
ción entre bárbaros y civilizados, que será adoptada por el Estado Li-
beral a fines de la década de 1870, cuando Julio A. Roca concretiza su
célebre “Campaña al desierto”.
Cuando realiza su excursión a los ranqueles, Mansilla es un recién
ascendido coronel de treinta y nueve años, que ha sido nombrado
por Sarmiento (con quien, como es sabido, mantuvo relaciones com-
plejas), al mando de la línea de fronteras Córdoba-San Luis-Mendo-
za, con asiento en Río Cuarto, en 18687. Nacido en Buenos Aires en

4. Nacido en 1825 y muerto en 1877, Mariano Rosas, cuyo nombre ranquel era
Paguithruz, era el cacique principal y autoridad indiscutida de los ranqueles y
controlaba las tierras de la pampa central. Leubucó, en el corazón del territorio,
era el centro político del cacicato y la sede del gobierno de Mariano, quien go-
bernara desde 1858, habiendo sucedido a su hermano mayor, Calvaiu, muer-
to de forma trágica. Mariano Rosas fue hecho prisionero en 1834, y luego de
un año en cautiverio fue llevado ante Rosas, quien lo bautizó y le hizo aprender
las tareas del campo. Permaneció en la estancia de Rosas hasta 1840, cuando se
fugó.
5. Véase Carlos Orlando Nallim (1974): “La visión del indio en Lucio V. Mansilla
(Testimonio y literatura en ‘Una excursión a los indios ranqueles’)”. Juan Carlos
Garavaglia (2008) presenta un buen resumen de la situación en su prólogo a la
edición francesa de Una excursión.
6. Véase Juan Manuel de Rosas (1965): Diario de la expedición al desierto.
7. Mansilla y Sarmiento se conocieron en el barco que los llevaba de Montevideo
a Brasil en 1852; varios episodios traducen momentos de acercamiento e in-
tereses comunes, pero también diferencias políticas y personales de importan-
cia. Durante la campaña presidencial de Sarmiento, en 1867, Mansilla y Arre-
dondo promovieron su candidatura; Mansilla habría tenido la ambición de ser
nombrado ministro de Guerra, pero Sarmiento, una vez que asume, no tiene en
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

1831, y muerto en París en 1913, Lucio V. Mansilla era, como es sa-


bido, hijo del general Lucio N. Mansilla, héroe de la Independencia
argentina8, y de la célebre Agustina Rosas, hermana de Juan Manuel9.
Sobrino del dictador, por lo tanto, sus ideas liberales lo habían pues-
to, ya en su juventud, en una posición delicada, tal como lo cuenta en
una Causerie: en 1848, su padre lo habría enviado en misión comer-
cial a la India y a Europa, cuando lo encontró leyendo El contrato so-
cial de Jean-Jacques Rousseau, ante lo cual le dijo: “Mi amigo, cuando
uno es sobrino de don Juan Manuel de Rosas, no lee El contrato social,
si se ha de quedar en este país, o se va de él, si quiere leerlo con pro-
vecho” (Mansilla 1963: 81). Luego de la batalla de Caseros (3 de fe-
brero de 1852) se aleja de Buenos Aires con su padre y su hermano,
reside un tiempo en París, visita en Inglaterra a Juan Manuel de Rosas
y, finalmente, regresa a Buenos Aires con su padre en agosto de 1852.
Empieza entonces una nueva etapa para él, puesto que Mansilla debe
reconstruir incluso la posibilidad de hacer carrera en Argentina, orien-
tándose hacia varias de las actividades que habitualmente servían a los
miembros de las élites locales para realizar una carrera política ascen-
dente. En las décadas que suceden a la caída de Rosas, este régimen es
percibido como un sistema basado en el abuso y la carencia de una le-
galidad social objetiva, al tiempo que la escisión entre familias rosistas

cuenta sus deseos, y se limita a restituirlo en su cargo militar. Mansilla cuenta


el episodio, después de la muerte de Sarmiento, en una Causerie publicada en-
tre 1889 y 1890: “El famoso fusilamiento del caballo”. Véase Lucio V. Mansilla
(1963: 117-144): Entre nos. Causeries del jueves.
8. Lucio Norberto Mansilla (1789-1871) combatió en las invasiones ingleses, en
1806 y 1807, se enroló en las tropas independentistas, en 1810, e integró el ejér-
cito de los Andes bajo las órdenes de San Martín; representó a la provincia de
La Rioja en el Congreso Constituyente de 1826, participó en la campaña contra
Brasil y en la batalla de Ituzaingó. Su prestigio venía en gran parte de la defen-
sa que organizó contra la escuadra anglo-francesa de la Vuelta de Obligado en
1845. Después de la caída de Rosas, se instaló en París, donde frecuentó la corte
de Napoleón III.
9. Para la biografía de Mansilla, véase Julio Caillet-Bois (1944): “Lucio Victorio
Mansilla”; Enrique Popolizio (1954): Vida de Lucio V. Mansilla; José Luis Lanuza
(1965): Genio y figura de Lucio V. Mansilla.
 Annick Louis

y antirrosistas marca el imaginario y la literatura del país10. La fideli-


dad de Mansilla al origen familiar, y esta visión oficial que presenta-
ba el régimen de Rosas como el opuesto del Estado de derecho que el
país se propone construir (Prieto 1959; Ludmer 1999)11, van a deter-
minar que Mansilla asuma, a lo largo de su carrera, varias profesiones:
periodista, ministro, comandante, diplomático; sin embargo, debido
a este origen (y a otros factores, en particular a su carácter que lo hace
aparecer como un diletante en una sociedad que comienza a definir
zonas y trazados de profesionalización), la acumulación de estas tareas
no desemboca en una línea ascendente: como Sísifo, Mansilla vuelve a
comenzar un recorrido que no llevará a cargos mayores12.

“Ese” coronel Mansilla

El viaje de Mansilla genera tres textos: un informe oficial, el “Cua-


dro completo del estado de los toldos”13; “Una escursión a los indios
ranqueles”, serie de cartas formalmente dirigidas a Santiago Arcos14,
publicadas en el diario La Tribuna de Buenos Aires, entre el 20 de
mayo y el 7 de septiembre de 1870; el libro Una escursión a los indios
ranqueles, publicado en 1870 por la imprenta de Belgrano, en Buenos

10. Véase el libro clásico de Adolfo Prieto (comp.) (1959): Proyección del rosismo en la
literatura argentina.
11. María Rosa Lojo ha señalado el modo en que “la sombra de Rosas” se proyecta so-
bre la obra de Mansilla. Véase María Rosa Lojo (2005): “Los hermanos Mansilla:
más allá del pensamiento dicotómico o cómo se escribe una Argentina completa”.
12. La actitud de Mansilla es determinante en este proceso. Como es sabido, en
1856, considerando que José Mármol había difamado a su familia, se enfrenta a
él en el Teatro Argentino, lo que va a resultar en su exilio en Paraná por tres años
y su orientación hacia el periodismo.
13. Transcripto por Julio Caillet-Bois (1946): “La relación militar de Una excursión a
los indios ranqueles”.
14. Santiago Arcos era un ingeniero chileno amigo de Mansilla, que se encontraba en
España en el momento de la publicación de las cartas. Es el autor de La cuestión
de los indios. Las fronteras y los indios en 1860 (1860), donde expone un punto de
vista opuesto al de Mansilla y propicia una ofensiva general contra los indios.
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

Aires. La producción misma de tres escritos puede ser leída como un


gesto político. Debido a sus características específicas tanto como a
su inserción en el circuito de lectura, cada uno puede ser considerado
como una obra diferente, con un impacto y apropiaciones ideológi-
cas específicas15.
El informe está dirigido al “Comandante en Jefe de las Fronteras
Sud y Sud Este de Córdoba”, es decir, José M. Arredondo, fechado en
Villa de Mercedes, en abril de 1870. Las 64 cartas publicadas en La Tri-
buna presentan el título, el número de carta, la dedicatoria “Sr. D. San-
tiago Arcos.”, la mención “Querido Santiago”, y se cierran “Tu afectí-
simo, Lucio” (o “Tu afmo, Lucio”); una serie de errores de numeración
explican en parte la diferencia entre la publicación del diario y el libro:
las cartas 48 y 49 del libro llevan el número 48, correspondientes al 29
y 30 de julio, en La Tribuna; la carta 50 en La Tribuna corresponde a
la 51 en libro, del 1ero y 2 de agosto; la 51 en La Tribuna es la 52 del li-
bro; las cartas del 3 de septiembre y del 7 de septiembre llevan ambas
el número 64, y corresponden, respectivamente, a las cartas 65 y 66 del
libro; faltan los números siguientes: el que contiene la carta 39, corres-
pondiente al 17 de julio; el número del 31 de julio, el número o car-
ta 53 del libro, es decir, la carta que en el libro es la 50, el número o
carta correspondiente a la 64 del libro. Respecto de la numeración, en
el libro las 64 publicadas corresponden a 66, a las que se agregan dos
cartas y el epílogo; el encabezamiento y el nombre de Santiago Arcos
desaparecen, desde su primera edición, para ser reemplazadas por un
copete que anuncia el contenido de cada una de ellas. A estas diferen-
cias formales hay que agregar la que inscribe en el texto un modo es-
pecífico de lectura: el informe oficial integra el circuito restringido del
alto mando militar; la versión de La Tribuna fue objeto de una lectura
extensiva a lo largo de cuatro meses, y también de una recepción mar-

15. Puesto que este trabajo trata de pensar el texto de Mansilla en su contexto, ha sido
realizado a partir de la lectura de las cartas en La Tribuna, completado con el texto
en su edición original. Las citas reenvían a las cartas, pero doy también el número
de página de mi edición (Buenos Aires: Kapelusz, 1966). Agradezco a Magdalena
Cámpora su invalorable ayuda para conseguir la versión de La Tribuna.
 Annick Louis

cada por el contexto de edición político, puesto que las cartas se publi-
can en la primera página del diario junto con las noticias que tratan de
los acontecimientos políticos nacionales y extranjeros. El libro com-
prende cuatro cartas finales, no publicadas en el diario, y un “Epílogo”,
así como un croquis topográfico16; su publicación casi inmediata a fi-
nes de 1870 se debe a la iniciativa de Héctor Varela, fundador y dueño
de La Tribuna, y traduce el éxito que tuvieran las cartas en la época, que
otros datos confirman, y pone en valor el vínculo estrecho del texto a la
actualidad política, puesto que el editor agrega la siguiente advertencia:
“Para comprender el sentido de algunas de ellas, es menester estar al
cabo de la vida política y social de la República”. Eduardo Wilde ano-
ta en Tiempo perdido: “Los ranqueles están de moda desde que los ha
inventado Lucio Mansilla” (1931: 81); a partir de la publicación de la
4ta carta, Una escursión convive con el folletín “La Resurrección de Ro-
cambole”, de Ponson du Terail (25 de mayo de 1870). Dato más am-
biguo, el banquete que le ofrecen a Mansilla sus amigos el 19 de junio,
en el Hotel Argentino, como una suerte de homenaje-reparación por
haber sido destituido el 3 de junio por orden del presidente Sarmiento,
en el marco de un proceso por irregularidades por parte de Mansilla en
la ejecución del desertor Avelino Acosta17. Las circunstancias permiten
pensar que el impacto político de la publicación de las cartas, donde el
debate entre miembros de la élite política y militar se hace público, así
como una serie de argumentos y principios destinados a permanecer en
el circuito privado del informe oficial, afectó la situación de Mansilla
en tanto miembro del cuerpo militar.
En el informe oficial, redactado por Mansilla a su regreso, éste de-
fiende su visión de la cuestión de modo explícito: expone el punto débil

16. En 1877, se publica la “Única edición autorizada” de Una excursión en dos tomos
en Leipzig, por F. A. Brockhaus. Sobre el croquis, véase Carlos Della Mattia y
Norberto Mollo (2005): “El mapa de Mansilla”.
17. Héctor Varela, en su respuesta a la dedicatoria de Mansilla de la edición de 1870
de Una excursión, recuerda lo ocurrido de este modo: “En una época en que los
gobiernos pagan los servicios de sus leales amigos, destituyéndose brutalmente de
los puestos en que supieron conquistarse fama y simpatía, ni todas las intenciones
se aprecian, ni todos los sentimientos se comprenden” (Mansilla 2007: 3).
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

del indio, señala la imposibilidad de controlar a los hombres de Tierra


adentro, subraya la resistencia de los indios a la venta de la tierra, indi-
ca el número de indios que habitan la zona y realiza un reconocimien-
to del terreno y de las posibilidades de explotar las tierras. El estado de
los toldos corresponde a la situación del indio y las tierras vírgenes. La
conclusión de Mansilla sin embargo es contradictoria –tal como la si-
tuación presente: por un lado, asegura que la paz va a ser duradera, y,
por otro, afirma que los malones van a seguir–. Como lo veremos, Una
excursión muestra que la paz puede durar mediante la intervención per-
sonal de Mansilla, pero no será el caso, porque el gobierno no se rige
por leyes favorables al reconocimiento de la impronta personal de los
individuos. Falta, sin embargo, a este texto, una dimensión esencial a
Una excursión a los indios ranqueles –el movimiento, la impronta narra-
tiva–. En efecto, el informe se presenta como un cuadro en el sentido
pictórico o fotográfico: inmoviliza un estado de las cosas, tal vez por-
que su intención es presentar un estado de tranquilidad destinado a
durar, que parece contradecir lo narrado en Una excursión y que busca
descartar la eventualidad de una campaña de exterminio.
Otro elemento opone estos dos textos: el informe oficial no nom-
bra a los indios, sino a “los toldos”, que reenvía a la vez a un modo de
vida social y al hábitat; Una excursión menciona un grupo específico
de indios, sin hacer de ellos el objeto de una generalización destinada
a oponer “indios” a “blancos”. Por otro lado, la carta número 54 de Una
excursión alude a la cuestión: “Aquel día [el de la Junta] valió por to-
dos los otros, y eso que no he hecho sino pintar a brocha gorda el cua-
dro. Para iluminarlo con todos sus colores habría tenido necesidad del
marco de un libro entero” (443). De este modo, Una excursión aparece
como un libro necesario para completar el informe oficial y, al mismo
tiempo, como el marco del “Cuadro...”, en un gesto típico de la escri-
tura de Mansilla que suele hacer del marco el centro –del detalle y lo
anecdótico, el relato mismo–. Simultáneamente, el “Cuadro...” es el
margen, puesto que el verdadero objetivo de Mansilla al ir a los ran-
queles no es producir un informe de corte militar, sino escribir Una
excursión. Sin olvidar que lo marginal, en el sentido de imposible de
nombrar, en el informe (la figura de Rosas, entre otras cosas), se ex-
pande en Una excursión. En el “Cuadro”, se lee: “[Mariano Rosas] me
 Annick Louis

habló con gran fe del bautismo al que atribuye su buena fortuna en la


guerra (el indio es cristiano en el nombre aunque no haya sido bauti-
zado)...” (57), frase que permite eludir el nombre de Juan Manuel de
Rosas; en Una excursión, como lo veremos, se vuelve evidente que uno
de los objetivos de Mansilla cuando elige ir a los ranqueles es en-
contrar un modo de hablar de su tío, y de una forma de poder políti-
co que éste practicó y que para Mansilla no ha perdido su vigencia: en
1870 Rosas no puede aparecer explícitamente como padrino de al-
guien o de un proyecto, debido a la situación nacional y también por-
que sigue vivo, aunque exiliado en Inglaterra.
La escritura de Una excursión se proyecta contra una tradición de
expediciones militares al territorio indio que generaron diarios e in-
formes, entre los cuales se cuenta el mencionado Diario de la expedi-
ción al desierto de Juan Manuel de Rosas, sobre la campaña de 1833,
durante la cual penetró hasta el río Negro, a unos 1.100 kilómetros
de Buenos Aires. “Excursión” se opone aquí a “expedición”, una opo-
sición que la etimología de las dos palabras pone en evidencia: Excur-
sio, onis: 1) excursión, viaje; 2) a. movimiento que consiste en ir hacia
el auditorio; b. Incursión, irrupción, salida; 3) a. Posibilidad de tomar
aliento, de darse terreno; b. Digresión. Expeditio, onis: 1) preparativos
de guerra, campaña; 2) presentación clara, exposición; 3) recurso que
consiste en descartar sucesivamente todos los motivos supuestos para
llegar a uno solo que es desarrollado; 4) disposición, distribución18.
Una excursión despliega todos los significados etimológicos de la pala-
bra excursión: un viaje, cuyo relato escrito implica el gesto de ir hacia
el auditorio –de Buenos Aires, por supuesto–; una salida del territo-
rio bajo control del Estado, en la cual el narrador construye un espa-
cio para su discurso; por fin, como bien lo marcara Viñas, la digresión
constituye un arte que Mansilla cultivara con éxito.
El objetivo del viaje de Mansilla no es una expedición militar y no
responde a órdenes oficiales: una ofensiva, comandada por Mansilla, y
realizada entre mayo y octubre de 1868, había desplazado la frontera
hasta el Río Quinto (la franja entre los ríos Cuarto y Quinto al sur de

18. Véase Félix Gaffiot (1976): Dictionnaire illustré latin-français.


La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

Córdoba estaba tradicionalmente habitada por los ranqueles); firma


entonces un tratado de paz con los indios, sin consultar previamente
al gobierno nacional, que implicaba el reconocimiento de la soberanía
del gobierno sobre la Pampa y la Patagonia por los caciques ranqueles,
la incorporación de los poblados fronterizos a los circuitos económi-
cos nacionales, el intercambio de cautivos y refugiados19. Por ello, la
razón invocada para ir Tierra adentro –ratificar el tratado de paz, una
vez enmendado por el presidente Sarmiento– aparece como una mera
excusa; sin olvidar que, si es verdad que Mansilla solicita permiso para
realizar su excursión, no es menos cierto que parte sin haber recibido
autorización oficial. Desde el comienzo, otras causas son presentadas
como determinantes: “Esta circunstancia por un lado, por otro cier-
ta inclinación a las correrías azarosas y lejanas, el deseo de ver con mis
propios ojos ese mundo que llaman Tierra adentro, para estudiar sus
usos y costumbres, sus necesidades, sus ideas, su religión, su lengua, e
inspeccionar yo mismo el terreno por donde alguna vez quizá tendrán
que marchar las fuerzas que están bajo mis órdenes, he ahí lo que me
decidió, no ha mucho –y contra el torrente de algunos hombres que
se decían conocedores de los indios– a penetrar hasta sus tolderías, y a
comer primero que tú en Nagüel Mapo una tortilla de huevo de aves-
truz” (67)20. Mansilla participa claramente de un movimiento de la
época: el “ver” del viajero que, en el siglo xix, implica un conocer en
términos científicos, se transforma en Mansilla en la posibilidad de

19. Véase Abelardo Levaggi (2000): Paz en la frontera. Historia de las relaciones di-
plomáticas con las comunidades indígenas en la Argentina (siglos XVI-XIX). Para más
información sobre el tratado firmado por Mansilla, véase Graciana Pérez Zavala
(2005): “Oralidad y escritura: Los tratados de paz entre el estado argentino y las
tribus ranqueles”. En cuanto a la historia de las relaciones interétnicas, se pueden
distinguir dos etapas: la primera, representada por los tratados de 1854 y 1865, se
caracterizó por el mantenimiento de un relativo equilibrio de poder en las relacio-
nes; la segunda, concretizada en los tratados de 1870, 1872 y 1878, pone de ma-
nifiesto la progresiva ruptura del equilibrio de poder en las relaciones interétnicas,
en tanto que a medida que el Estado argentino se consolidaba, la sociedad indígena
fue quedando sujeta a las políticas de frontera que éste impulsaba.
20. No habiendo logrado conseguir copia del ejemplar de La Tribuna donde se publi-
ca la primera carta, no ha sido posible confirmar esta cita.
 Annick Louis

implantar lo que la comunidad vive como un territorio fronterizo en


el corazón de la ciudad de Buenos Aires21. Y lo hace proponiendo una
imagen de la Tierra adentro que humaniza definitivamente a sus habi-
tantes: si para exterminar hay que extirpar los rasgos de humanidad y
civilización, Mansilla instaura el reverso de la actitud emblemática del
programa científico del siglo xix, que buscara deshistorizar las socie-
dades observadas y desertificar los espacios (Pratt 1992).
Desde el título, Una excursión a los indios ranqueles va, entonces,
a establecer una diferencia respecto de los escritos oficiales, oponién-
dose a la idea de una circulación restringida, imponiendo una rup-
tura respecto del ‘secreto’ contenido en el pacto militar: exhibir pú-
blicamente la discusión político-militar alrededor de la “cuestión de
la frontera”. Pero si Una excursión se demarca de los objetivos milita-
res para orientarse hacia otros objetos, definidos mediante una retóri-
ca fragmentaria, toma también distancia respecto del relato de viaje.
Mansilla invierte un tópico de la literatura argentina, como lo estudió
Viñas, el del viaje a Europa como viaje iniciático, el recorrido prees-
tablecido de las élites, el viaje consumidor (1977: 175-179)22. Mansi-
lla no solamente inventa las etapas y situaciones de su recorrido de la
Tierra adentro, sino que pasa de consumidor a donante, puesto que va
progresivamente cediendo sus pertenencias, y no solamente los rega-
los previstos para los indios, mostrando así que entre éstos existe un
circuito de la mercancía no marcado por el comercio. Una excursión
conserva, sin embargo, una dimensión iniciática; si la actitud de Man-
silla corresponde más a la de un explorador de territorio no marcado
culturalmente, quien cumple las etapas de una iniciación es el lector
de Buenos Aires, gracias a la escritura que lo lleva Tierra adentro. La
otra vertiente respecto de la cual Una excursión propone también una
inversión es la tradición de viajeros y cronistas en Argentina, frecuen-
tado por numerosos viajeros hispanohablantes, lusófonos, ingleses,

21. David William Foster (1988) subraya también la relación del viaje de Mansilla al
conocimiento en “Knowledge in Mansilla’s Una excursión a los indios ranqueles”.
22. Saúl Sosnowski (1984: pp. XVII y ss.) ha señalado también la proyección ambiva-
lente de Una excursión contra el relato de viaje.
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

franceses23. El relato se emancipa del ritmo del viaje mediante el recur-


so a varias formas narrativas tradicionalmente asociadas a la ficción de
la época, esencialmente poniendo en escena una ficción de crónica: las
cartas buscan producir una mímesis del ritmo de la marcha, la ficción
de ser enviadas a medida que ésta avanza; sin embargo, esta ficción se
quiebra por momentos, en particular al final, cuando, en el “Epílogo”,
una vez terminado el viaje, Mansilla narra una conversación que tuvie-
ra con Mariano Rosas, en la que aparecen elementos esenciales (volve-
remos sobre este episodio)24. Pero también puede hablarse de una “fic-
ción de crónica” porque Mansilla comienza a redactar sus cartas una
vez terminada su excursión, lo que desempeña aquí un papel determi-
nante: destituido el 3 de junio de 1870, Lucio V. está en la capital du-
rante (al menos) una parte de la publicación de las cartas que exponen
el territorio lejano de la Tierra adentro: Mansilla camina por Buenos
Aires, donde es identificado como el autor de las cartas sin que éstas
pierdan su impacto, ni el lector la ilusión de asistir a su viaje. Así, sin
poner en duda la autenticidad de la excursión, los lectores de La Tri-
buna tuvieron entre ellos al autor de las cartas, lo que volvió sin duda
más animada, y polémica, la lectura, un “diálogo” cuya dimensión se
ha perdido, salvo en la medida en que puede leerse la recepción de las
cartas en su escritura misma. Por ello la producción de estos textos y
sus características específicas construyen un territorio donde se combi-
nan un conocimiento de corte antropológico de los ranqueles con una
mirada del mismo tipo sobre la comunidad letrada de Buenos Aires.

Tierra adentro, el presente


La Tierra adentro era un espacio de indefinición social, racial, gené-
rica25. En Mansilla, la frontera deja de ser tal, para convertirse en un

23. Sobre el viaje en Patagonia, véase Ernesto Livon-Grosman (2003): Geografías


imaginarias. El relato de viaje y la construcción del espacio patagónico.
24. Véase David Viñas (1982), Vol. I.
25. Con el objetivo de restituir la autonomía que este territorio tiene para Mansi-
lla, prefiero la expresión “Tierra adentro” a la de “frontera”, a pesar de conocer
 Annick Louis

espacio autónomo: Una excursión inventa la Tierra adentro como es-


pacio poblado, el “no-desierto”, en un momento en que desde el go-
bierno central se debate la necesidad de acabar con este espacio y la
política de exterminio de los indios. Tierra adentro es un espacio autó-
nomo y no un lugar de superposición de dos mundos, y esta especifici-
dad, con sus facetas, su permeabilidad, su narratividad, merece ser co-
nocida y defendida. Como lo veremos, Mansilla se posiciona de modo
que pone en evidencia la inexistencia de una continuidad lógica, his-
tórica o etnológica entre hacer la guerra a los indios y exterminarlos:
guerra, sí; exterminio, no, parece decir Mansilla. Su texto muestra tam-
bién que exterminar a los indios y acabar con la Tierra adentro son pro-
blemas distintos, que cuestionan cada uno de los aspectos específicos
de la política nacional. Una excursión se propone mostrar la pérdida
que significaría la desaparición de los ranqueles en tanto pueblo, como
lo muestra el cuestionamiento final del epílogo, que lleva a designar
como mal mayor de la humanidad el odio de razas (537-539). Al mis-
mo tiempo, Mansilla muestra la pérdida irreparable que implica la des-
trucción de ese espacio de frontera (aunque sin dejar de reconocer los
problemas que plantea su existencia a un Estado moderno en constitu-
ción). Como lo señalan Gabriela Nacach y Pedro Navarro Floria

el propósito central de Mansilla, en el que se cruzan estas distintas líneas de


análisis, habría sido el de llamar la atención acerca de la existencia de ese
mundo sorprendentemente permeable, híbrido y libre en comparación con la
homogeneidad normativa del mundo hispanocriollo, pero no por eso dotado
de menos consistencia (2004: 237).

la ambivalencia de esta noción y de compartir la visión de algunos críticos que la


usan. Según Schröter (2001), se desarrolla en el territorio de frontera “una sociedad
nueva con estructuras y circunstancias más o menos estables y específicas” (367).
Véanse también Nicolas Shumway (1993): La invención de la Argentina. Historia
de una idea; Álvaro Fernández Bravo (1999): Literatura y frontera. Procesos de terri-
torialización en las culturas argentinas y chilenas del siglo XIX; Nancy Fernández della
Barca (1999): “Notas sobre el concepto de frontera en Lucio V. Mansilla”; así como
la excelente propuesta de Gabriela Nacach y Pedro Navarro Floria (2004): “El re-
cinto vedado. La frontera pampeana en 1870 según Lucio V. Mansilla”.
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

En este sentido, exponer, mediante la escritura, la existencia –y,


podríamos decir, el espesor de la Tierra adentro– constituye un modo
tácito de oponerse a la política ofensiva sobre la Pampa que implica la
Ley 215 de 186726.
Esta exposición convive en La Tribuna con las noticias sobre la si-
tuación del país, que son el centro de interés del diario: el sábado 21
de mayo de 1870 se publica la segunda carta, mientras en la columna
junto a ésta un largo artículo evoca el Congreso de 1870 (Revista de
Buenos Aires) y repudia abiertamente el crimen del Palacio San José,
al que Mansilla hará referencia en la carta número 10, precisamente
del 3 de junio de 1870, día en que es destituido por Sarmiento, sin
que sea certero que existe una relación entre ambos acontecimientos.
La carta número 10 comienza relatando una interrupción del viaje
debida a la lluvia, seguida sin embargo de una buena noche, que lle-
va a Mansilla a una reflexión sobre la civilización, en la cual enume-
ra numerosos defectos de ésta; la civilización, declara, consiste en que
“...funcione un gobierno compuesto de muchas personas como Pre-
sidentes, ministros, congresales, y en que se gobierne lo menos posi-
ble”, y agrega: “No dice la civilización todos los días en grandes letras
que el gobierno es para el pueblo? Que en lugar de invertir los dineros
públicos en tropas de guerras debe aplicarlos á mejorar la condición
del pueblo?”. Todo ello con el pretexto de debatir la necesidad de que
existan inspectores de hoteles, lo que constituiría una prueba de civili-
zación efectiva; de allí, al recuerdo de la guerra del Paraguay, y al cues-
tionamiento del accionar del país: “La civilización y la libertad han
arrasado todo”, “El Paraguay no existe”, “Esta grande obra la hemos
realizado con el Brasil. Entre los dos lo hemos mandado a López á la
difuntería”, y la conclusión: “Ahora la hemos emprendido con Entre
Ríos, donde López Jordan se encargó de despacharlo a Urquiza”. Vuel-
ta a la Pampa y a los ranqueles:

26. La Ley 215 de ocupación de la tierra, emitida en Buenos Aires el 13 de agosto de


1867, fijaba la frontera en el río Neuquén; en cuanto a los indígenas, se promul-
gaba su aprovisionamiento, pero también una expedición general contra ellos en
caso de que no se sometieran.
 Annick Louis
Te hablo y te cuento estas cosas; porque vienen à pelo. Y no tan a humo
de paja, pues, mas adelante veras que ellas se relacionan bastante, mas de lo
que parece, con los indios. // No hay quien sostiene que es mejor esterminar-
los, en vez de cristianizarlos, civilizarlos y usar sus brazos para la industria, el
trabajo y la defensa común, ya que tanto se grita de que estamos amenazados
por el exceso de inmigracion espontanea! // Sigamos caminando...

Continúa con la descripción de los pobres campos de la región y


de la laguna del Cuero y con la historia del indio blanco, para volver
a poner en paralelo el mundo de Tierra adentro y la política de Bue-
nos Aires:

Este episodio tiene su interés social y les hará conocer a muchos que no
salen de los barrios cultos de Buenos Aires, lo que es nuestra patria amada,
en la que hay de todo, y para todo; un negro que mate á una familia entera
por venganza y por amor, y un blanco que mate á un gobernador, también
por amor a la libertad después de haber sostenido con su brazo viril la tiranía.

Sigue una vez más la descripción del avance de la expedición y de


la laguna, y finalmente, para cerrar la carta:

Estoy esperando las mulas que se han quedado atrás, y reflexionando en


la costa de la laguna si el gran ferrocarril proyectado entre Buenos Aires y la
cordillera no sería mejor traerlo por aquí. // No vayas á creer que los indios
ignoran este pensamiento. // También éllos reciben y léen “La Tribuna”. //
No sé si serán suscritores27.

Este anuncio de la conversación que Mansilla tendrá con Maria-


no Rosas en el capítulo 33, donde éste le mostrará su conocimiento
de los proyectos del gobierno respecto del ferrocarril, que debe, en
efecto, a un artículo de La Tribuna, pone a Mansilla, y a los lecto-
res del diario, en una posición particular. El diario confirma su función
de exhibición y debate abierto de cuestiones destinadas a permanecer

27. Todas estas citas provienen de La Tribuna, 3 de junio de 1879, nº 5886,


Año XVIII. La última frase no se encuentra en la versión del libro actual.
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

entre puertas cerradas, porque Mansilla explota una faceta de la ci-


vilización que no menciona, la libertad de prensa, a la que alude, en
medio de su diatriba crítica acerca de la civilización, diciendo que en
su siglo “...tenemos cosas tan buenas como las de Orión”, alusión a
Héctor Varela, fundador del diario28. La asociación directa, sin em-
bargo, entre un discurso oficial de la república que pretende defender
la civilización y la libertad, usado para imponer proyectos políticos y
destrucción, no deja duda alguna acerca del destino que, según Man-
silla, el grupo de la élite triunfante destina a los indios. En cuanto al
público, el relato asociativo lo coloca en una relación especular res-
pecto de los ranqueles, puesto que es la lectura del mismo diario la
que le permite comprender la lógica del discurso oficial y conocer los
proyectos del gobierno. Este marco permite sospechar que la fecha de
publicación de esta carta, que echa, además, cierta ambigüedad acer-
ca de los intereses políticos que rodean el asesinato de Urquiza y la de
la destitución de Mansilla por Sarmiento, pueden no constituir una
mera casualidad. Lo cierto es que hasta la carta número 10, Mansilla
está aún en su cargo, interpelando, desde el desierto –por encontrar-
se realmente aún allí, o a partir de una posición ficcional–, al público
de Buenos Aires, llevándolo hacia un territorio que comparte con el
indio –el diario–.

Tierra adentro, en la memoria

Mansilla va a usar la exploración del territorio desconocido a la vez


para desarrollar géneros literarios y para volver sobre un modelo polí-
tico que el estado de la época rechaza –por asociarlo al sistema rosis-
ta, al mundo rural, y porque parece adaptarse con mayor dificultad al

28. El mismo Mansilla habría usado este seudónimo, según lo declara en su dedica-
toria de la edición príncipe de Una excursión, que dedica a Héctor Varela: “Pues
bien, a ti, querido ORION, mi amigo de tantos años, contra viento y marea, es a
quien yo dedico mis cartas a Santiago Arcos, ya que te has empeñado en que haga
de ellas un libro” (2007: 1).
 Annick Louis

proyecto socio-económico que comienza a perfilarse–, aunque con-


sidera que no está perdido aún, no al menos para dejar de ser evocado
desde el desierto y el sueño29. Explora así también la realidad políti-
ca del presente del mundo que deja detrás suyo: el de los blancos de
Buenos Aires y el de la política de la joven república. Gracias a la ex-
cursión, el público va a participar de los debates privados de las clases
políticas, para lo cual Mansilla utiliza una estrategia de fragmentación
de los discursos. Cita una o varias frases conocidas públicamente o re-
servadas a los dirigentes políticos, atribuidas o no; las superpone a sus
propias reflexiones, condimenta con algún dicho o anécdota históri-
ca y agrega puntos de vista que toma de diferentes conocidos que van
del indio al noble europeo, pasando por el gaucho iletrado. Se esta-
blece así un cuerpo a cuerpo con el público de Buenos Aires, que abre
un espacio al debate público y permite desmontar el discurso oficial.
De este modo, la estrategia narrativa de Mansilla resulta imposible de
disociar de la reactivación de un modelo político de integración de
los indios30; su célebre modo de exposición y de narración se opone,
sin duda, a la oratoria ministerial, oficial del poder de Buenos Aires,
pero también al género literario al que la élite triunfante de la década
de 1880 acordará como de mayor prestigio y jerarquía: la novela31. El
fragmentarismo de Mansilla es percibido por Ricardo Rojas como una
incapacidad, a la vez que la obra es vista como carente de “la unidad
orgánica del verdadero libro” (1960: 426-434), y no como una estra-
tegia narrativa, probablemente porque se opone a la lógica totalizante

29. En este sentido, mi lectura se opone a la de numerosos críticos que consideran


que Mansilla critica la política oficial del gobierno pero no propone una alternati-
va; es, por ejemplo, la propuesta de Nicolas Shumway (1993: 284).
30. Adolfo Prieto (1966) postula la existencia de fuertes conexiones entre los an-
tecedentes familiares de Mansilla, su relativa postergación política y su evidente
disposición a exaltar de manera fantasiosa su propia imagen para satisfacer nece-
sidades urgentes de estima y aprobación (132-133).
31. Para un análisis de la cuestión del género, véase Annick Louis (2007): “Homo ex-
plorator. L’écriture ‘non-littéraire’ d’Arthur Rimbaud, Lucio V. Mansilla et Hein-
rich Schliemann”. Para la versión en español, véase Annick Louis (2008): “Homo
explorator. La escritura ‘no literaria’ de Arthur Rimbaud, Lucio V. Mansilla y
Heinrich Schliemann”.
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

de la novela, género que se asocia, en el final del siglo xix, a la existen-


cia de una identidad cultural nacional.
La distancia que se genera entre el informe oficial y el texto publi-
cado en el diario sugiere que las cartas estaban destinadas a anular el
informe. Porque inmovilizar la vida de la Tierra adentro equivale a ig-
norar la historia de las culturas que están instaladas, y también la his-
toria de las relaciones entre blancos e indios –en otras palabras: hacer
aparecer la situación presente como duradera, y destinada a durar–, lo
que justificaría el exterminio. Si las cartas se alejan de todo objetivo
militar y estratégico es, en parte, porque la inscripción del desplaza-
miento geográfico implica (y despliega) un movimiento temporal que
permite recordar que otras épocas –la de Rosas por ejemplo– prefirie-
ron otras soluciones, y que en el origen de la idea del exterminio de
los indios como solución se encuentra un proyecto político y econó-
mico que responde a los intereses de una parte de la élite. El gesto que
consiste en usar el desplazamiento geográfico para construir un espa-
cio que permita recordar el pasado, Mansilla lo realiza hacia los indios,
suscitando tanta violencia y resistencia en esa comunicad como entre
los políticos de Buenos Aires.
Veamos primero el mundo de los blancos. Mansilla no explicita el
vínculo simbólico que lo une a Mariano Rosas antes de su encuentro.
El viaje hacia el jefe indio acumula obstáculos y dificultades, entre los
cuales varios son explotados y exagerados por Mansilla para aumen-
tar la impresión de peligro y mantener el suspenso: las pérdidas, la es-
pera en las cartas 23 y 24, los peligros en la carta 15, por ejemplo. La
situación más interesante es, sin embargo, la que se genera alrededor
de la identidad: las numerosas veces en que Mansilla tiene que probar
su identidad, lo que no logra hacer realmente hasta que se encuentra
frente a Mariano Rosas, en su tienda, y puede afirmar que es sobrino
de Rosas. El anuncio de esta filiación es lo que convence al cacique,
al punto de enfrentar los presagios negativos anunciados por las bru-
jas: si éstas ven en Mansilla el “precursor de grandes e inevitables ca-
lamidades”, Mariano Rosas “veía otra cosa” (1966: 220; cap. 24), que
no es precisada hasta el encuentro solitario entre ellos en el toldo de
Mariano (cap. 33). Es de notar que los presagios son exactos y que las
calamidades no son atribuidas a Mansilla, por lo que puede leerse en
 Annick Louis

esta parte del texto una advertencia al público lector acerca del desti-
no de los ranqueles.
Recordemos también que Mansilla cita numerosas veces que los
indios se refieren a él como “ese coronel Mansilla”, y los enviados de
Mariano Rosas preguntan: “¿es ese el coronel Mansilla?”. Si el uso del
demostrativo busca convencionalizar el modo de expresión de los in-
dios, también recuerda permanentemente la presencia física de Man-
silla en el desierto. Además “ese coronel Mansilla” es Lucio V., y no su
padre, Lucio N.; es ese coronel y no otro, cuya palabra e intenciones
serían dudosas; es el que es sobrino de Rosas. La expresión actúa en-
tonces como un salvoconducto y permite afirmar, en Una excursión, el
carácter indispensable de Mansilla como enviado, que el “Cuadro...”
niega, puesto que Mansilla subraya el hecho de que parte de su mi-
sión era inculcar públicamente a los indios que “...el negociador pue-
de desaparecer mañana por cualquier circunstancia, […] desde que el
gobierno tiene el derecho a cambiar a su antojo los jefes militares fron-
terizos” (ibíd.: 60-61) Para el gobierno, el funcionario aparece como
prescindible (en el discurso oficial), pero Mansilla va a probar en La
Tribuna que él es imprescindible para llevar a cabo esa misión: los in-
dios lo aceptan debido a su identidad, lo que saben de él y porque si
no es “ese coronel Mansilla” es “una descubierta”: en otras palabras,
Lucio V. o la guerra.
En las cartas 33 a 40, Mansilla narra su encuentro con Mariano. La
33 vuelve sobre el pasado del indio, a quién otorga un derecho que pre-
fiere no asumir él mismo en 1870: recordar el vínculo que lo une al an-
tiguo dictador, que llevará a explicitar el que une a Mansilla con Rosas.
Ya en el camino, anuncia que “...no es tan fácil penetrar en el toldo del
señor general don Mariano Rosas...” (carta 22: 209), usando la expre-
sión “señor general” que es aplicada a Rosas en el Diario de la expedi-
ción al desierto. Retomado o armado por Mansilla, el relato de Mariano,
que permite explicar su bautismo cristiano a que alude el “Cuadro...”
sin mencionar a Juan Manuel de Rosas: “...en la laguna de Langhelo,
situada donde actualmente existe el fuerte Gainza, cuyos primeros ci-
mientos los puse yo...” (285). Mediante este tipo de retórica, Mansilla
va entretejiendo su propia historia con la de Mariano, marcando una
complicidad cuya base es la relación familiar: Rosas se hace padrino de
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

Mariano, para insertarlo en un sistema económico de producción ru-


ral; cuando el indio se escapa, le envía un regalo que muestra que re-
conoce su estatuto entre los ranqueles –Mariano es hijo del cacique
Painé– y le escribe una carta, calificada por Mansilla de “meliflua y cal-
culada” (288), pero que es, en verdad, pura especulación de Mansilla,
basada en su conocimiento personal del dictador, y que expone clara-
mente el sistema del padrinazgo32. La carta 33 en La Tribuna, corres-
pondiente al 8 de julio de 1870, donde se publica también una carta
que López Jordán dirige al Senado nacional, defendiendo la causa
de la autonomía de Entre Ríos y, por ende, su levantamiento. En la co-
lumna de al lado, Mansilla, en su relato de la vida de Mariano, incluye
una digresión sobre el modo de sucesión del poder entre los indios, que
sólo hacen revoluciones cuando no existe un heredero directo, y con-
cluye: “Más revoluciones hemos hecho nosotros, víctimas hoy de una
oclocracia, mañana de otra, quitando y poniendo gobernadores, que
los indios por la ambición de gobernar” (carta 33: 290).
Rosas y su vínculo con Mansilla son recordados en el texto por
Mariano y por el negro del acordeón (cap. 34). Porque una pregun-
ta que atraviesa Una excursión es “¿cómo hablar de Rosas en 1870?”.
En su encuentro con el cacique, Mansilla comienza evitando recor-
dar su parentesco con éste, a quien él se refiere como “su padrino” (el
de Mariano), y Mariano como “su tío”; Lucio V. no nombra su pro-
pio parentesco hasta que llega el momento ideal; para Mariano, es una
alusión a un vínculo que, de hecho, los une, puesto que el indio “...
conserva el más grato recuerdo de veneración por su padrino, habla de
él con el mayor respeto, dice que cuanto es y sabe se lo debe a él, que
después de Dios no ha tenido otro padre mejor...” (287). Y en la carta
34, Mariano muestra su destreza abatiendo una vaca y afirma: “Esto se
lo debo a su tío, hermano” (298). Este encuentro permite, entonces, re-

32. El significado del “padrinazgo”, sobre el que volveré más adelante, ha sido ge-
neralmente estudiado en el marco del “compadrazgo”; mi propuesta le otorga
autonomía, pero siempre considerando que ambos sistemas de relaciones esta-
ban estrechamente vinculados. Sobre la cuestión, véase Miguel Ángel Palermo
(1993): “Prólogo y notas”; y también Gabriela Nacach y Pedro Navarro Floria
(2004: 244).
 Annick Louis

construir la relación de Mansilla con su tío, y asociar éste a otra imagen


que la del abominable dictador: luego de este párrafo y de la afirmación
de que “...estos bárbaros respetan a los cristianos, reconociendo su su-
perioridad moral...” (287), que lleva a la sentencia: “nuestra pretendi-
da civilización no es a veces más que un estado de barbarie refinada”,
Mansilla puede al fin afirmar su parentesco con el antiguo dictador:
“...siendo yo sobrino carnal de Rosas...” (ibíd.).
Mansilla tiene más de una razón para recordar a su tío a través de
Mariano y no de su genealogía personal o sus recuerdos familiares.
Porque el indio trae a la memoria un sistema económico que integra-
ba a los indios en un modo de producción y de explotación rural de
los blancos, que puede parecer próximo del trabajo forzado; sin em-
bargo, el mero recuerdo de semejante sistema socioeconómico sirve
para probar que el exterminio no es la única estrategia –“solución” en
términos de época– posible, y para sugerir modos de evitarlo. En ese
marco, el padrinazgo desempeña un papel esencial, porque, entre los
indios, tal como Mansilla toma la precaución de aclararlo en la carta
47, el padrinazgo implica la adopción del nombre, pasar del dominio
del padre al del padrino, y también la imposibilidad de levantar armas
contra el padrino. Mansilla resume: “Eran dos seres que se identifica-
ban por un voto solemne” (carta 47: 387). Esta forma de padrinaz-
go, sin embargo, no es exclusiva de los indígenas: marca un modo de
relación típico de los caudillos rurales del continente, que creaba un
complejo sistema de obligaciones para ambas partes.
El retorno vívido del período de Rosas, en el que éste no aparece
como un Estado sin ley, regido por los caprichos y los humores de un
hombre todopoderoso y sin escrúpulos, sino como un sistema social
y económico organizado, construido sobre principios ajenos al capita-
lismo liberal del final de las décadas de 1860 y 1870, desencadena en
Mansilla un verdadero juicio a la cultura de los blancos, en el cual el
discurso liberal y humanista se opone a la verdad de los intereses eco-
nómicos. El lector asiste así a una puesta en acusación de los evange-
lizadores de los indios (carta 35), a una crítica de la situación de las
mujeres y de las costumbres sexuales (carta 36), para terminar por un
cuestionamiento del sistema democrático: Mansilla expone las ideas
de Mariano: “Allí manda el que manda y todos obedecen. // Aquí hay
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

que arreglarse primero con los otros caciques, con los capitanejos, con
los hombres antiguos. Pocos son libres y todos son iguales” (322). La
conclusión de Mansilla es que Mariano considera que el gobierno de
los blancos es una dictadura y que los indios viven en democracia (car-
ta 38), y agrega: “No creí necesario corregir sus ideas” (322). ¿Qué sig-
nifica esta conclusión? Mansilla mismo agrega que hubiera sido difícil
argumentar en contra, puesto que el abuso de poder es el mayor pro-
blema del país.
En cuanto a Mariano, tiene otras razones para recordar el vínculo
entre Lucio V. y Rosas: durante la Junta (cap. 54), la relación familiar
se transforma en acusación, que hace vacilar la posición de Mansilla:
“Dígame, entonces, si tienen palabra, porqué estando en paz con los
indios, su tío mandó degollar ciento cincuenta indios en el cuartel del
Retiro?” (carta 54: 439). Mansilla agrega que cita casi textualmente,
para poder reenviar la acusación contra el actual gobierno. Llegado este
momento de la Junta, la oposición que se establece entre los blancos
que, según los indios, no tienen palabra, y los indios que, según Mansi-
lla, no tienen memoria, permite a este último salvar su posición: la me-
moria se erige en ley, mientras que, como lo señala varias veces, las leyes
de los indios son sus costumbres (carta 33: 290, por ejemplo). Este vín-
culo, que recuerda el modo en que la antropología moderna piensa la
relación entre costumbre y ley, es también usado por Mansilla contra el
gobierno: los blancos tienen leyes y tratados, pero también tienen cos-
tumbres: en particular, la de perpetrar matanzas de indios.
Durante la asamblea general con los ranqueles, Mansilla se sirve del
mismo recurso que utilizó para reactivar el modelo de Rosas: recuerda
el pasado, la Historia, y los incrusta en el presente. Sin embargo, recu-
rre a esta estrategia únicamente (según su relato) cuando la discusión
está a punto de transformarse en violencia física y los indios se prepa-
ran a contradecirlo mediante la fuerza, es decir, cuando la retórica fra-
casa33. El nudo alrededor del cual la violencia se genera es la cuestión

33. Sobre la relación entre oralidad y escritura en las relaciones entre los ranqueles y
los representantes del gobierno, véase Graciana Pérez Zavala (2005): “Oralidad
y escritura: Los tratados de paz entre el estado argentino y las tribus ranqueles”.
 Annick Louis

de la propiedad de la tierra, esencial en las relaciones entre blancos e


indios en el período (véase en particular la carta 40). Los blancos no
reconocen los derechos de los indios porque, sostiene el discurso ofi-
cial en el texto, la tierra no pertenece sino a quien la trabaja –léase: la
usa para la ganadería y la agricultura–. Los indios replican que los blan-
cos no les han enseñado a trabajar, lo que la experiencia de Mariano
Rosas contradice abiertamente, puesto que el sistema de Juan Manuel
consistía precisamente en enseñarles las tareas del campo; Mansilla res-
ponde, citando nuevamente el discurso oficial, que los indios son ig-
norantes porque no saben leer y porque no conocen su propia Histo-
ria: no saben que fueron los españoles quienes trajeron las vacas y los
caballos a América (argumento tildado de filológico por Mansilla). En
otras palabras, lo que ignoran es que el sistema económico social en que
viven no existe sino desde hace poco tiempo y que este origen reciente
está vinculado a la colonización; en cierta medida, la identidad cultu-
ral del presente es reciente. La posición de Mansilla se vuelve entonces
inmediatamente insostenible, a tal punto que se pone a mentir delibe-
radamente, después de haber afirmado durante toda la excursión que
los indios le tienen confianza porque no les miente: cuando los indios
piden como garantía su palabra, la da, pero recordando que él no es
sino un emisario del gobierno; luego, Mariano Rosas quiere saber si los
blancos van a respetar el tratado, y recuerda varias matanzas realizadas
por éstos; Mansilla declina entonces toda responsabilidad respecto del
pasado e inventa masacres contra los blancos: “Inventé todas las ma-
tanzas imaginables, y las relaté junto con las que recordaba” (439). Es,
al menos, lo que afirma. En tanto lectores, nuestra conclusión no pue-
de sino ser que las masacres contra los indios son mucho más numero-
sas, puesto que Mansilla se ve obligado a inventar.
Sus afirmaciones no carecen de ironía, puesto que Una excursión
recuerda una y otra vez que los blancos niegan su historia y sus verda-
deros intereses, y que su organización social está basada en una trans-
formación de la historia en mito simbólico. Es también lo que el go-
bierno actual hace al negar la especificidad del período de Rosas en
tanto sistema político y económico, para transformarlo en un pasa-
do mítico y usarlo como fundamento del Estado de ley. A pesar de la
descripción detallada de la asamblea, Mansilla no explicita sino en el
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

“Epílogo”, agregado en la versión libro, la clave del tratado y del dis-


curso del Estado que propone el exterminio de los indios, momento
que pone en evidencia el carácter ficcional de esta crónica. En la car-
ta 40, Mansilla narra cómo Mariano Rosas le pide que diga la verdad:
le muestra un recorte del diario La Tribuna –al que Mansilla había
aludido en la carta 10– que menciona el proyecto de construcción del
ferrocarril en el país, verdadera razón por la cual los blancos quieren
asegurarse la tierra (337-338). La interpretación de Mariano según
Mansilla, es que el exterminio es un problema meramente técnico: los
blancos no tienen aún los medios técnicos que les permitirían exter-
minarlos totalmente, pero cuando los tengan, su destino estará decidi-
do (como lo mostrará la introducción del rifle a repetición Remington
en la campaña de 1879). Mansilla agrega entonces las cifras, que figu-
ran en el “Cuadro...”: cuántos son los ranqueles permite comprender
que no constituyen realmente un peligro ni una amenaza que justifique
el exterminio34. En el nivel retórico, puede verse el modo en que Man-
silla desmonta el discurso estatal: en la carta 52, donde opone la figura
de Manuel Alfonso y la de Camilo Arias, Mansilla reflexiona sobre el
gaucho y termina afirmando:

El día en que haya desaparecido del todo será probablemente aquél en


que se comprenda que tenemos una masa de pueblo sin alma […]; que des-
parramada en inmensas campañas, no tiene iglesias, ni escuelas, ni caminos,
ni justicia... (422).

Empezando como un modo de acusación de gauchos sin ley, la


retórica de Mansilla transforma a quienes son habitualmente presen-
tados, en la época, como peligrosos, en víctimas.

34. Según Mansilla, la población de los ranqueles comprende entre 8.000 y 10.000
personas, entre las cuales unos 1.300 son hombres de pelea. Estas cifras dadas
deben ser puestas en relación con las del más reciente conflicto armado del país,
la Guerra del Paraguay. Según Rock (1989), el Paraguay disponía de una arma-
da de 28.000 soldados, con 40.000 más de reserva; Argentina disponía de una
armada de 6.000 hombres, y Mitre reclutó alrededor de 20.000 solados suple-
mentarios (176).
 Annick Louis

Tierra adentro, el sueño

El modelo de Rosas aparece también bajo otra forma: Mansilla se sue-


ña emperador de los ranqueles en la carta 32, en su primera noche en
Leubucó, antes de su encuentro con Mariano, y nuevamente en las car-
ta 47 (página 389) y 60 (página 479)35. Mansilla sueña que es “el con-
quistador del desierto”, título que se solía atribuir a su tío Juan Manuel
y que se otorgará a Roca luego de su campaña de 1879. En este caso,
la expresión “el desierto” vale por los ranqueles: éstos han depuesto las
armas, formado aldeas, tienen iglesias y escuelas, se han evangelizado,
aran la tierra, trabajan, han abandonado los malones y envejecen
tranquilamente, legando a sus hijos un patrimonio. Mansilla es, en ese
contexto, el patriarca venerado, benefactor de todos. Recién después
de describir semejante cuadro, el “espíritu maligno” lo incita a un
golpe de Estado y a proclamarse Lucius Victorius Imperator, patriarca,
pacificador, aclamado por las tribus de Calfucurá, que parte a la con-
quista de Buenos Aires. Llegado este punto, el sueño de Mansilla es in-
terrumpido nuevamente por el negro del acordeón, “Mefistófeles”, que
lo llama “Mi coronel Mansilla”, y es enviado por Mariano para tener
noticias suyas. Cuando se va, Mansilla sigue:

Me estaba por dormir. Hay ideas que parecen una cristalización. Así no
mas no se evaporan. Veía como envuelta en una bruma rojiza la visión de la
gloria. // El espíritu maligno se cernía sobre ella. // Yo era emperador de los
ranqueles (280).

El sueño de Mansilla imagina una forma del poder político típi-


camente rural, pero que puede dominar Buenos Aires, mediante una
conquista armada de la ciudad; un modelo de poder alternativo en
el cual los indios forman parte de las fuerzas políticas en presencia36.

35. María Gabriela Mizraje (2005), en “Lucio Victorio Mansilla o el sueño de un


dandy”, estudia, bajo otra luz, los sueños de Mansilla en Una excursión, poniendo
en particular de relieve su vínculo con la comida y los cuentos narrados.
36. En este trabajo, mi intención es analizar el “modelo Rosas” tal como aparece en
Una excursión. Se podría prolongar el análisis retomando los diferentes relatos so-
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

Sueña con un verdadero golpe de Estado al proyecto oficial, median-


te el cual se proclamaría emperador, a la manera de Orélie Antoine de
Tounens, rey de Araucania en 1860 (a quien menciona). El sueño
de Mansilla permite la unión de la espada y la pluma, la de Buenos
Aires y las provincias, de los indígenas y los blancos; el enemigo es la
civilización decrépita de Buenos Aires –que en el discurso oficial es el
Buenos Aires del progreso–. Mezcla de triunfo bíblico, griego, egip-
cio y circense, su desfile triunfal marca, sin embargo, el hecho de que
su poder se fundaría en las tribus araucanas, y no toma en cuenta la
frontera establecida por los Estados entre Argentina y Chile, sino que
retoma la lógica de ocupación del territorio de los indios: un coloso a
la manera de Rodas con un pie en la cordillera y otro en las márgenes
del Plata, todas las castas australes están reunidas, bajo una misma
bandera (como lo dice él mismo):

Las tribus de Calfucurá me aclamaban. […] Me habían erigido un gran


arco triunfal. Representaba un coloso como el de Rodas. Tenía un pié en la
soberbia cordillera de los Andes, otro en las márgenes del Plata. Con una
mano empuñaba una pluma deforme de ganso, cuyas aristas brillaban como
mostacilla de oro, chispeando de su punto letras de fuego, que era necesario
leer con la rapidez del relámpago para alcanzar a descifrar que decían: mane,
thecel, phares. Con la otra blandía una espada de inconmensurable largo, cuya
hoja de bruñido acero resplandecía como un meteoro, centelleando en ella
diamantinas letras que era necesario leer con la rapidez del pensamiento para
adivinar que decían: In hoc signo vinces (280).

El sueño vuelve en la carta 47, cuando Mansilla hace bautizar al


indiecito que lleva el nombre de Lucio Victorio, y explicita los de-
beres y obligaciones de la relación padrino-ahijado, que, de hecho,
imagina como la base de su imperio entre los ranqueles, a la ma-
nera del vínculo que unía a Rosas y Mariano. Sin embargo, hacer-
se proclamar emperador de los ranqueles aparece como el deseo de

bre Juan Manuel de Rosas contenidos en las Causeries, así como la evaluación que
propone Mansilla en su biografía de éste: Rozas. Ensayo histórico-psicológico (París:
Garnier, 1913 [1898]).
 Annick Louis

un loco: “La visión de la patria cruzó entre una nube de fuego por
mi mente en ese instante, y viéndola tan bella me ruboricé de mis
pensamientos y de no haber hecho hasta ahora nada grande, útil ni
bueno por ella” (carta 47: 389). El sueño retorna en la carta 60, y en
él Mansilla hace coronar a la china Carmen (su compadre, traduc-
tora, y probablemente amante), pone de moda el baile de los ran-
queles en Buenos Aires y el botín de taco a la Luis XV, buen ejemplo
del modo en que Mansilla invierte los términos entre “civilización”
y “barbarie”.
El sueño de Mansilla no es profético –hoy lo sabemos–. Pero, in-
cluso en 1870, su significado apunta a la idea de una influencia re-
cíproca entre cuerpo y espíritu, tal como lo proponía la teoría del
sueño de Alfred Maury (1817-1892), cuyos trabajos conocieron una
importante difusión en la época, en particular Le sommeil et le rêve
(1861). En efecto, en el curso del siglo xix los sueños se transforman
en objetos sociales y científicos, son laicizados, extirpados de todo va-
lor profético y sobrenatural; son numerosos los hombres de ciencia
que transcribieron, anotaron e invocaron sus propias producciones
nocturnas para transformarlas en pruebas de una fisiología y de una
psicología del espíritu y del cuerpo adormecidos. La teoría de Maury
proponía la tesis, interesante en relación a Mansilla, que en el medio-
sueño, el espíritu gana en autonomía; cortado de las informaciones
que le dan habitualmente los sentidos, funciona por automatismo;
algunas facultades, en particular la razón, se debilitan, mientras otras,
como la memoria, se potencian: el sueño se aparenta al estado de alie-
nación; abolido el imperio de la razón, bajo el dominio del funciona-
miento automático de algunas de sus facultades, el espíritu del soña-
dor, sostiene Maury, funciona de un modo muy distinto de aquel del
hombre despierto: en el sueño, este último descubre aspectos de sí
mismo desconocidos en el estado consciente, y la personalidad que
se dibuja en sueño es en parte extranjera a la del hombre despierto.
La vida en sueño y la vida despierto son consideradas como dos vidas
paralelas, y el soñador experimenta cada noche este desdoblamiento
de personalidad, lo que llevó a Maury a constatar que el individuo no
puede definirse en relación a la unidad de un yo transcendental, vin-
culado a la consciencia o a un alma de origen divino, sino que se ca-
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

racteriza por la multiplicidad de los “yo” que surgen cuando la razón


pierde su control37.
El sueño de Mansilla es un sueño escrito, que mezcla, a la manera
de Maury, rememoración y reflexión, puesto que para éste es la me-
moria la que actúa en el sueño y la que acentúa la autonomía de la
vida nocturna (Carroy 2007b). Así, puede decirse que el recuerdo de
Rosas activa la figura de Lucius Victorius Imperator, y éste triunfa so-
bre la decrépita civilización de Buenos Aires; la ciudad se enorgullece
de él, puesto que es su lugar de nacimiento. Este medio-sueño permite
que aflore un aspecto desconocido, incluso para sí mismo, de la perso-
nalidad del soñador, permitiendo así explicar también la concepción
de sí sobre la cual se apoya la escritura de Mansilla, que es ajena a la
idea de unidad de un yo.
Este estado “medio despierto, medio dormido” (282), en el que
la razón pierde su control, es provocado por el hecho de que Man-
silla es permanentemente molestado (como Maury se hacía desper-
tar regularmente durante su sueño para permanecer en ese estado
intermediario)38. La noche que precede y la que sigue a su conversación
con Mariano Rosas y el recuerdo de Juan Manuel de Rosas (en las car-
tas 32 y 34), el sueño de Mansilla es regularmente interrumpido por

37. Alfred Maury (1878): Le Sommeil et les Rêves. Études psychologiques sur ces phé-
nomènes et les divers états qui s’y rattachent, suivi de Recherches sur le développement
de l’instinct et de l’intelligence dans leur rapport avec le phénomène de sommeil; sobre
Maury, véase Jacqueline Carroy y Nathalie Richard (2007): Alfred Maury, érudit
et rêveur. Les sciences de l’homme au milieu du XIXe siècle; y también, Nathalie Ri-
chard (2006): “Le voyage, l’archéologie, le rêve”. Jacqueline Carroy ha subrayado
el hecho de que las teorías de Maury, que tuvieron un vasto éxito, son anteriores a
un movimiento, que puede situarse en el final del siglo xix, en que el sueño apa-
rece ya no como un hecho, sino como un relato. Véase, asimismo, Jacqueline Ca-
rroy (2008): “Observer, raconter ou ressusciter les rêves?”; en este artículo Carroy
estudia también la influencia que tuviera el debate suscitado por Maury en Sig-
mund Freud.
38. La situación opuesta se presenta la noche entre la carta número 36 y la número
37, que comienza: “Dormí muy bien sin que nadie ni nada me interrumpiera”
(314). En la carta 37, se presentan varios gauchos con historias y caracteres varia-
dos y una reflexión sobre el gaucho.
 Annick Louis

ese extraño personaje surgido del pasado, que lo perturba y del que no
logra desembarazarse, el negro del acordeón, que vuelve presente a Ro-
sas, sin que Mansilla logre hacerlo callar, y transforma el sueño en pe-
sadilla; las razones invocadas se explicitan en la carta 34: “Que viva la
patria /libre de cadenas, /y viva el gran Rosas /para defenderla” (296),
canta el negro; y cuando entra en la tienda de Mansilla, lo interpela:

–Ud. es sobrino de Rosas?


–Sí.
–Federal?
–No.
–Salvaje?
–No.
–Y entonces, qué es?
–Qué te importa! (296).

El negro vive Tierra adentro, y parece no haber comprendido el


cambio acontecido desde Caseros, puesto que se mantiene dentro de
una lógica que opone unitarios y federales, y que determina que se ha
de ser una cosa u otra, que ha quedado atrás en la historia del país.
Sin embargo, puede decirse que la presencia de la escena en el rela-
to de Mansilla busca poner en evidencia el hecho de que quién fue
quién durante el período de Rosas sigue determinando quién es quién
en 1870. Así, el episodio muestra la superposición de presente y pasa-
do, que marcaría la ideología contraria a la de Mansilla, que busca la
Historia: las genealogías políticas que rigen el país tienen su origen en
el pasado, pero se legitiman negándolo. Mansilla propone que el pre-
sente puede abandonar esta polarización, y recuperar zonas del mode-
lo Rosas que permitan construir un futuro sin exterminio. Porque si la
autonomía del sueño que Mansilla pone en escena favorece el retorno
de la Historia, su sueño, sin embargo, no es únicamente el de su pro-
pia victoria, sino también aquel en que los ranqueles no serán víctimas
de exterminio.
En el marco de nuestra reflexión es importante recordar que
Maury fue uno de los rapporteurs que hicieron el informe sobre Una
excursión ante el Congreso de Geografía de París de 1875 que otorgó
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

el premio a este libro (el otro fue Vivien de Saint-Martin)39. Si es alta-


mente probable que Mansilla conociera las teorías de Maury, éste co-
nocería Una excursión, puesto que la etnología, una de las secciones
en que se menciona el libro de Mansilla en los anales de la Société de
Géographie, le interesaba de manera particular. Entre ambos, por lo
tanto, hay una relación de mutuo interés: a Mansilla le interesa el sue-
ño en Maury; a Maury, el viaje en Mansilla. El viaje fascina a Maury
porque aparece como un modo de saber pluridisciplinario40, y tam-
bién porque se interesa de modo particular por la etnología –enten-
dida como una ciencia de la distribución de las razas– y la difunde a
través de la Sociedad de Geografía; esta disciplina se le aparece como
la base de un saber universal sobre el hombre. Una concepción que
Mansilla parece compartir, puesto que Una excursión es también el es-
pacio de reflexión sobre el hombre, sus costumbres, su historia y todas
sus numerosas facetas.

Utopías

En las cartas en que Mansilla propone una mímesis de la espera (23


y 24), una digresión particular aparece, “Yo tengo creencias y convic-
ciones arraigadas, que las he sacado no sé de dónde /hay cosas que no
tienen filiación, y no quisiera perderlas o que se embrollaran mucho
en los archivos de mi imaginación” (211). Estas filiaciones son expues-
tas en Una excursión mediante diferentes recursos que reactivan la me-
moria y la Historia más allá del discurso oficial, que Mansilla recuerda
permanentemente para proponer diversas maneras de cuestionarlo. La

39. El premio es otorgado por el Grupo IV, en la sección Menciones honorables, y


mencionado del modo siguiente: “M.Mancilla [sic]. Excursions chez les Indiens
Ranqueles, 2 vols. 1870-1871 (République Argentine)”. Congrès des sciences géo-
graphiques, cosmographiques et commerciales… [Texte imprimé], Congrès Interna-
tional de géographie (Éditeur scientifique). Paris: A. Derenne, 1875 (II), p. 420.
El libro de Mansilla es mencionado en dos secciones, “Anthropologie” (309-331)
y “Ethnographie” (333-344).
40. Véase Hélène Blais (2007): “Alfred Maury et la Géographie”.
 Annick Louis

vía láctea es hacer aparecer el propio modelo a la vez como una alter-
nativa arraigada en el pasado y en el presente, pero que no deja de ser,
sin embargo, una utopía. En parte porque la Tierra adentro es un no-
lugar cuya existencia está amenazada y cuya desaparición el texto au-
gura de diferentes modos, en particular en la Junta, cuando Mansilla
afirma, ante la violencia, que parece inminente, de los ranqueles, que
“...si algo me ocurre, no quedarán ni recuerdos ni vestigios de que uds
vivieron...” (441).
A pesar de esta afirmación, el único modo de salvar la situación y
de asegurar el tratado no es la amenaza, sino la definición de la singu-
laridad de Mansilla por encima de su cargo y misión oficiales: su jefe
deberá cumplir el tratado, la desaparición de Mansilla no cambiará la
situación y él permanecerá el amigo de los ranqueles, de cerca o de le-
jos. En ese sentido, la actuación de Mansilla muestra las posibilidades
políticas que abren las relaciones personales, cosa que, en el mundo
occidental nadie ignora, pero que el Estado moderno niega, en favor
de una reivindicación de capacidades, títulos y funciones. En el mis-
mo capítulo 23 de la espera, pregunta Mansilla: “A qué si hago una
campaña, me dan un premio?” (212), y “Mi fuerte es el conocimien-
to de los hombres” (213); y todavía: “En efecto, querido Santiago,
mirando con sangre fría mi viaje a los toldos no te parece que ha sido
perder el tiempo?” (213). Al final de su recorrido, en el “Epílogo”,
Mansilla escribe:

Aquellos campos desiertos e inhabitados tienen un porvenir grandioso, y


con la solemne majestad de su silencio, piden brazos y trabajo./¿Cuándo bri-
llará para ellos esa aurora color de rosa?/Cuándo!.../Ay!, cuando los ranqueles
hayan sido exterminados o reducidos, cristianizados y civilizados (534-535).

De este modo, la utopía consiste en Mansilla no únicamente en


marcar un modelo alternativo al exterminio de los indios, sino tam-
bién en proponer un modelo de poder rural instalado en Buenos Ai-
res que desarticula el poder letrado oficial. Ambos aparecen como una
utopía. Por eso, Mansilla no puede reactivar el modelo Rosas a tra-
vés de Mariano sin un previo cuestionamiento de un modo de expan-
sión de la civilización occidental. Mansilla sueña con conquistar por
La Tierra adentro en UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 

las armas la ciudad, pero también que sus consejeros le anuncian que
fracasará, mientras está realizando su conquista literaria mediante la
publicación de las cartas en La Tribuna. En su forma primera de publi-
cación, Mansilla construye un no-lugar, un espacio de encuentro entre
la Tierra adentro y los lectores de Buenos Aires que escapa al control
político: no está mediado por un proyecto, sino por la exposición de
posibilidades y de los intereses que se inscriben en éstas. La utopía po-
lítica, el sueño de Lucius Victorius Imperator reenvían inexorablemente
al fracaso en Mansilla, asumido por el texto como una de sus funcio-
nes. Mansilla escribe porque fracasa, y fracasa porque escribe.

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De círculos y líneas rectas.
Asimilación y exclusión en
los espacios “vacíos” de dos
utopías americanas1
Marisa González de Oleaga

La figura del bárbaro que abraza la causa de Rávena, la figura de la mu-


jer europea que opta por el desierto pueden parecer antagónicos. Sin em-
bargo, a los dos los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que
la razón, y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar.
Acaso las historias que he referido son una sola historia.
(Jorge Luis Borges, Historia del guerrero y la cautiva)

Ignoran a qué sombra pertenecen…


(Mario Benedetti, Desaparecidos)

No son sólo memoria, son vida abierta, continua y ancha; son camino
que empieza.
(Daniel Viglietti, Otra voz canta)

1. Este trabajo es parte del proyecto de I+D+I HAR2009-07621 financiado por el


MICINN español.
 Marisa González de Oleaga

1. Apuntes: dos escenas imaginadas y varias preguntas


En un cuaderno de veinticuatro páginas hay un círculo

Llueve sobre el gran río y el naranja de los últimos rayos de sol incen-
dia el horizonte que se deja ver detrás de la cortina blanca de vapor y
niebla. La tarde llega antes a Puerto Bertoni porque la bóveda vegetal,
compuesta por árboles y lianas, apenas deja pasar la luz del día. En la
casa de madera de dos plantas, pintada de blanco y rojo inglés, se atis-
ba una luz titilante. Es el laboratorio del sabio suizo que en 1894 con-
virtió este rincón del mundo en su lugar en la Tierra. Está terminando
de contestar el abundante correo postal que se amontona encima de
su mesa mientras ultima una preparación en formol para el museo
de zoología. Es entonces cuando de la estantería de madera que tiene
a sus espaldas cae un cuaderno de 24 páginas escrito con letra pequeña
y abigarrada. Listas de instrumentos y materiales variados confeccio-
nadas en Suiza en los meses antes de su partida: libros y baterías de co-
cina, armas y material fotográfico. ¿Cómo saber qué se va a necesitar
cuando todavía la necesidad no ha llegado y sólo puede imaginarse?
Bertoni se queda mirando el cuaderno, lo recoge, lo abre hacia el
final y encuentra un dibujo casi olvidado: el plano de la futura colo-
nia anarquista que había trazado en 1883. En este gráfico detallado y
elaborado a mano, un poco maltratado por el efecto de los insectos
y de la humedad, aparece la plaza central, la place, en torno a la que se
disponen, en anillos o círculos concéntricos, los distintos espacios co-
munes donde destacan la Biblioteca e Imprenta, la Escuela, el Labora-
torio de Química y Botánica. “En una circunferencia y en un círculo
cabían todos mis sueños”, puede que haya pensado en voz alta el sui-
zo. Con nostalgia mira el plano dibujado en el papel, la planta circular
de su colonia anarquista… Una figura geométrica enigmática, inclu-
siva y totalizadora… Vuelve al plano amarillento y carcomido y sabe
que no puede ceder al desánimo y la tristeza porque lo que no fue en
este lugar todavía puede ser en otro… Lleva días corrigiendo los ori-
ginales manuscritos de su última obra, días a la luz de una lámpara re-
visando línea a línea su trabajo. El cuaderno de 24 páginas se desliza
por la mesa y cae al suelo, pero esta vez no lo recoge. Sin pensarlo,
De círculos y líneas rectas 

casi en un gesto automático o tal vez compensatorio, traza con su lá-


piz rojo un nuevo círculo, otro más, que rodea y encierra el título de
su último ensayo: La Civilización Guaraní…

En la línea del cielo

Cuando se llega a Filadelfia el viejo autobús se detiene hacia la mitad


de la avenida Hindenburg, esa línea recta cubierta de tierra roja que
atraviesa el centro administrativo de la colonia mennonita Fernheim,
en el Chaco paraguayo. Un día de semana la avenida está muy concu-
rrida. Granjeros mennonitas que se desplazan en sus cuatro por cuatro
en dirección al supermercado, el banco o la cooperativa; señoras que
llevan a sus hijos a la schule o grupos de indios enlhet que esperan en
las esquinas la llegada de algún capataz que los contrate para la chan-
ga diaria. Esta concentración de gente variada en el centro geográfi-
co de la comunidad, en la intersección entre Hindenburg y Unruh, se
debe a que es a esta altura donde se agrupan los edificios más impor-
tantes de la colonia: el supermercado, la cooperativa, el departamento
de educación, el banco, el museo, el hotel y el restaurante, y un poco
más allá, la farmacia y el hospital. La mayoría de estas instituciones da
directamente a la calle, mientras que las viviendas particulares de los
colonos están precedidas por jardines y un corredor perimetral, corre-
dor jeré en guaraní, que las protege de la severidad del clima y de las
miradas indiscretas. Esta disposición espacial, donde lo colectivo y los
espacios comunes están concentrados en el centro de la comunidad,
permite el control sobre los que deambulan por la zona, sobre todo
fuera del horario comercial. ¿Qué hace un nativo nivaclé en los alrede-
dores del supermercado un sábado por la tarde cuando todas las insti-
tuciones mennonitas están cerradas? ¿Qué busca un indígena lengua
un día de semana en la zona residencial?
La avenida Hindenburg divide Filadelfia en dos: la Hindenburg
Norte es el mundo mennonita; la Hindenburg Sur, territorio indíge-
na. Un paseo de un extremo a otro de la avenida un sábado por la tarde
es un viaje entre mundos, contiguos pero distantes e incomunicados.
Lo primero que sorprende en la zona norte es la falta de gente, como si
 Marisa González de Oleaga

se hubiera producido un éxodo masivo durante el fin de semana, y la


ausencia completa de ruido, de voces, de vida. Sólo las camionetas úl-
timo modelo estacionadas delante de las casas delatan la presencia de
sus moradores. Según se va uno aproximando a la zona sur, la música
hace su aparición: cumbias, música tropical y gente descansando sobre
el cemento de la acera; familias enteras subidas a un ciclomotor; jóve-
nes reunidos en torno a sus bicicletas; no tan jóvenes bebiendo cerve-
za sentados en el cordón de la vereda. El mundo indígena ha decidido
tomar posesión del entorno y construir su lugar, tal vez, como forma
de conjurar otras expropiaciones… Hasta los carteles de los negocios
nos hablan de las diferencias entre estos dos espacios. En la Hinden-
burg Norte los sobrios rótulos indican o anuncian un servicio, casi un
deber: artesanías, supermercado, librería. En la Hindenburg Sur los
carteles de los comercios son puro deseo: “Andrés Peluquería. Nivel in-
ternacional” o “Novedades Rosita, todo lo nuevo en ropa…”.

Desde ese “otro lugar” al “lugar del otro”

La búsqueda de “otro lugar”, distinto y más propicio que el lugar de


origen, es lo que permite hablar en un mismo trabajo de estas dos uto-
pías –una frustrada utopía anarquista y una exitosa utopía evangéli-
ca–, distintas pero con un inesperado problema común: el encuen-
tro con el otro, con el diferente. Así, unos y otros van en busca de “ese
otro lugar”, pero se encuentran con que también es el “lugar del otro”.
Es precisamente ese encuentro y las estrategias generadas lo que me
interesa en este trabajo. La relación entre utopía, diferencia y espacio
es el nudo de este ensayo. En utopías como las elegidas, ¿qué papel
desempeña la diferencia? ¿Cómo la manejan? ¿Cómo perciben al otro?
¿Cómo conciben la relación entre los recién llegados y los habitantes
locales? ¿Cómo inscriben esa diferencia en el espacio? ¿Cómo actúan
esas marcas espaciales sobre las distintas formas de relación intercultu-
ral? Preguntas sobre las que voy a trabajar en torno a dos enclaves, dos
espacios de representación: el trabajo etnográfico de Moisés Bertoni
en La Civilización Guaraní y el Museo Jacob Unger, de la colonia men-
nonita de Fernheim. A través de este primer análisis pretendo des-
De círculos y líneas rectas 

cubrir las formas o maneras de representar la diferencia en estas dos


utopías. ¿Hay algún elemento común? Si es así, ¿de qué se trata? ¿Se
conjuga con una ciudadanía más participativa y democrática? Si no es
así, ¿cómo operar sobre ello? ¿Desde dónde hacerlo? ¿Qué condicio-
nes éticas son necesarias para construir una representación de los otros
más acorde con las necesidades de convivencia?

2. Relatos primarios

Un sabio suizo en el apacible mundo guaraní

En 1884 el joven naturalista suizo Mosè Giacomo Bertoni abandona


Europa, cansado de una sociedad atrasada y conservadora, que no le
permite vivir del campo y dedicarse a sus actividades científicas. Su-
matra y el Congo son destinos que pasan por su cabeza pero, final-
mente y aconsejado por el geógrafo anarquista Eliseé Reclús, se de-
cidirá por la provincia de Misiones en la Argentina. Lo acompañan
su mujer, su madre y sus cinco hijos junto con algunas familias de
colonos suizos hasta un total de 19 adultos y 11 niños. El objetivo
era formar en el Nuevo Mundo una colonia agrícola de vagos tintes
anarquistas. Durante meses prepara su viaje, largos listados en los que
detalla los materiales que le deben acompañar en su aventura y en esas
descripciones pormenorizadas destacan dos epígrafes, las dos obsesio-
nes que lo acompañarán a lo largo de toda su vida: la fundación de co-
lonias agrícolas y el estudio de las poblaciones locales (Baratti y Can-
dolfi 1994: 737-738 y 726-727; Baratti y Candolfi 1999).
Muy pronto el proyecto de colonia anarquista que pensaba crear en
Santa Ana y del que se conserva el plano detallado (habitantes, espacio
dedicado a cada actividad, orientación de cada uno de los edificios) se
verá desbaratado ante la deserción de los colonos suizos, los incumpli-
mientos del gobierno argentino y las malas condiciones meteorológi-
cas. No volverá a hablar de su proyecto utópico, pero el empeño por
fundar colonias agrícolas con campesinos europeos seguirá siendo uno
de sus reiterados anhelos. Lo intentará en Yabebyry, en Yaguarazapá
y después en su asentamiento definitivo, Puerto Bertoni, en la ribera
 Marisa González de Oleaga

Figura 1
“Piano della futura colonia”. Anexo 1 b. En el libro de Danilo Baratti y
Patrizia Candolfi, L’Arca di Mosè. Biografia epistolare di Mosè Bertoni (Bellin-
zona: Edizioni Casagrande, 1994, p. 737).
De círculos y líneas rectas 

paraguaya del Paraná, en la desembocadura del río Monda-y-. A pesar


de que no logrará fundar una colonia anarquista, sí conseguirá trans-
formar ese enclave en una colonia familiar dedicada a la experimenta-
ción en los más diversos rubros científicos: botánica, zoología, meteo-
rología, química, geología y etnografía. Desde los orígenes del viaje, el
mundo indígena paraguayo había llamado su atención. Ya en el largo
listado de “materiale da portare in Argentina” queda patente este inte-
rés, al incluir un capítulo con instrumentos de medición antropomé-
trica y bibliografía sobre el tema (Baratti y Candolfi 1994: 721-738).
A su llegada a Puerto Bertoni recibirá como regalo de las comu-
nidades locales dos niños guayakíes huérfanos. Uno de ellos, Silvano,
le servirá para investigar las características físicas de estos indígenas,
cuyos resultados serán publicados en su obra póstuma Los guayakíes.
Caracteres antropológicos, editada en 1941 (ibíd.: 100). Ni siquiera
la incorporación de este “hijo adoptivo” a su familia disuadió a Ber-
toni de utilizarlo como objeto de estudio. Una vez se estableció en el
que sería su destino definitivo desarrollará una actividad frenética: en
1896 fundará y dirigirá la Escuela Nacional de Agricultura de Asun-
ción, elaborará proyectos de ley relacionados con la reducción de po-
blación nativa, publicará en torno a 150 artículos, ensayos, ponen-
cias y comunicaciones de los temas más variados. Fundará la Revista
de Agronomía en 1897 y en 1902, los Anales Científicos Paraguayos.
De 1901 es el Almanaque agrícola paraguayo y agenda del agricultor,
compañeros inseparables de los campesinos de aquel país. A partir de
1905 Puerto Bertoni se convierte en un enclave científico importan-
te: cuenta con una estación meteorológica, un laboratorio químico,
una biblioteca de agricultura y botánica de más de 2.000 publicacio-
nes, un herbario con más de 6.000 piezas, una colección petrográfica
y otra de productos agrícolas. Bertoni mantiene contactos con socie-
dades científicas y obtiene cierto reconocimiento internacional (Ba-
ratti y Candolfi 1999: 84-85). Pero nada de esto hubiera sido posible
sin la aportación de los indígenas, que pasan de ser objeto de estudio
a convertirse en necesaria mano de obra (Baratti y Candolfi 1999: 79;
1994: 359-369). En este contexto, aparecerán los guaraníes converti-
dos en una raza superior, funcional a sus ideales sociales. El espacio en
blanco de la frustrada colonia anarquista que nunca llegó a ser se verá
 Marisa González de Oleaga

pronto ocupado por la civilización guaraní, la nueva utopía del sabio


suizo. La muerte lo sorprenderá no lejos de Puerto Bertoni, en Foz de
Iguazú, el 19 de septiembre de 1929.

Los herederos de Menno se encuentran con los hijos


de Nicnava 2

La colonia Fernheim es una de las tres comunidades que fundan los


mennonitas reformados a partir de 1927 en el Chaco Paraguayo gra-
cias a la ley 514 del 26 de julio de 1921 (Ratzlaff 1993). Un primer
contingente llega de Rusia, previo paso por Alemania. Dos años más
tarde llega, vía China, otro grupo, los conocidos como Harbiners, la
ciudad fronteriza de la que escaparon de la Unión Soviética. En 1930
un total de 2.000 personas formaba la colonia. Su prédica pacifista
y su ambición empresarial los había convertido en campesinos muy
prósperos y los había transformado en blanco fácil para las autorida-
des soviéticas. Durante siglos los gobiernos europeos habían conce-
dido privilegios a los mennonitas como la exención del servicio mi-
litar, la libertad de culto y la libertad para hablar su lengua madre, el
plattdeutsch. Pero a medida que los Estados nacionales se iban fortale-
ciendo esas prebendas empezaban a peligrar y los anabaptistas (llama-
dos así por defender el bautismo de los adultos frente al de los recién
nacidos) se vieron obligados a emigrar para mantener sus prácticas y
forma de vida.
A su llegada al Paraguay, también los mennonitas tenían conoci-
miento de la existencia de comunidades indígenas pero el gobierno les
había asegurado que no tendrían problemas o que, en caso de que los
hubiera, el Estado se haría cargo. El proyecto anabaptista no contaba
con la presencia de nadie más y su objetivo era vivir su fe al margen y
en los márgenes del mundo. Los primeros contactos entre mennoni-

2. Nicnava es un lugar situado hacia el noreste del Chaco que se llama Laguna Roja
Silva. Según la tradición enlhet ése era el centro del mundo y allí un día se abrió la
tierra y de ese agujero salieron los seres vivos (Stahl 2005: 30).
De círculos y líneas rectas 

tas e indígenas se produjeron al comienzo de la colonización (Stoesz


y Stackley 1999: 107). Los indígenas lenguas y nivaclés (chulupí) se
encargaron de enseñar a los mennonitas las tareas básicas que garanti-
zaban la supervivencia y estos últimos intercambiaron conocimiento
por alimentos y vestido, historia que se repite en varios de los procesos
de colonización continental (Bohoslavsky 2009; Williams 1975). Pero
algunos miembros de la comunidad pronto sintieron que la presencia
indígena era “una oportunidad y una responsabilidad” encomenda-
da por Dios como misión (Stoesz y Stackley 1999: 108) y decidieron
iniciar su ministerio entre los indios. La irrupción de la Guerra del
Chaco (1932-1935) retrasó los planes (Klassen 1996; Ratzlaff 2008;
2006) y un año después de la firma de la paz se organizó una misión
que se llamó Licht den Indianern (“Luz a los indios”) con el fin de lle-
var la palabra de Dios a los nativos, proveerles de educación para sus
hijos, promover la salud y la autosuficiencia económica indígena. La
misión se instaló en Yalve Sanga, donde aún continúa.
Pero la concordia no duraría mucho. El 28 de noviembre de 1947
un grupo de indios ayoreo, asentados al norte de las colonias menno-
nitas, asesinaron al padre y a los tres hijos de la familia Stahl. Los re-
presentantes mennonitas, acompañados por algunos miembros len-
gua, decidieron ir a hablar con los indígenas. En ese encuentro una
flecha ayoreo perforó el pecho de Cornelius Isaak, uno de los porta-
voces mennonitas. Los años cincuenta fueron duros para las relaciones
entre ambos grupos. Los indios exigían tierras para poder mantener
a sus familias y los mennonitas se sentían desbordados al tener que
hacerse cargo de un grupo casi tan grande como el propio. Decidie-
ron crear entonces la Asociación de Servicios de Cooperación Indíge-
nas-Mennonita (ASCIM) que desde entonces provee tierras, ayuda
en la construcción de viviendas, asesoramiento técnico agrícola y ga-
nadero, servicios médicos y educativos a los nativos (Stoesz y Stackley
1999: 113).
Los mennonitas organizados en cooperativas agrícolas y ganaderas,
con propiedad comunitaria de la tierra en régimen de comodato, tie-
nen acceso a la educación y a la sanidad en un sistema cuya comple-
jidad institucional es propia de un Estado: formación bilingüe en
escuelas primarias y secundarias, centro de formación docente, escuela
 Marisa González de Oleaga

de educación especial, programa para niños sordos, escuela de música,


colegio teológico, escuela de enfermería, formación profesional, hospi-
tales en los centros urbanos y en la periferia, sanatorio neuropsiquiá-
trico de fama internacional y un hospital, llamado Km 81, dedicado a
combatir la lepra entre la población nativa. Todas estas instituciones de-
penden de la Asociación Civil, representada en la Asociación de Colo-
nias Mennonitas del Paraguay (ACOMEPA), una de las instituciones
supracoloniales de las que disponen y son financiadas por la Coope-
rativa. Los mennonitas son un enclave muy próspero y moderno den-
tro del campo paraguayo y poseen una notable capacidad para generar
atracción, y dependencia, en las poblaciones nativas tal y como refleja
el siguiente comentario de uno de los dirigentes comunitarios:

Para el indígena el mennonita es una garantía de vida y lo dice una expe-


riencia que tenemos con un anciano que, a través de la emisora, escucha no-
ticias que dicen que en África están muriéndose de hambre y pregunta a su
vecino: ¿Por qué mueren de hambre? ¿No hay mennonitas? ¿No hay lenco?
Lenco es un extranjero en su idioma (W. Rastlaff, 18/5/09).

3. Círculos y líneas rectas: traducción y jerarquía

La Civilización Guaraní de Moisés Bertoni

Tal vez sea en La Civilización Guaraní, la gran obra etnográfica de Moi-


sés Bertoni, donde mejor se aprecie ese proceso de cristalización de la
alteridad, ese tránsito de los indígenas como objeto de estudio y mano
de obra, a un nosotros ideal y utopizado proyectado a futuro. Bertoni
no llega, y lo sabe, a un “lugar vacío”, pero se encarga de “vaciar” ese
lugar, reordenando ese espacio cultural según sus intereses y su particu-
lar forma de mirar. Traducirá la diferencia a códigos propios e intentará
ensamblar lo nuevo –el encuentro con los guaraníes– en los viejos pa-
trones culturales que trae de Europa –la idea de civilización–.
En La Civilización Guaraní desarrollará su teoría de la superiori-
dad de la raza nativa y gran parte de esas ideas ya están presentes en las
De círculos y líneas rectas 

tres conferencias que dio en Asunción en 1913 y que serían publica-


das en 1914 con el título de Resumen de prehistoria y protohistoria de los
países guaraníes. Para Bertoni los guaraníes no sólo eran el grupo étni-
co que mejor respondía a sus ideales sociales, sino que los considera-
ba como una “raza superior” y lo intentaba demostrar a través de sus
mediciones antropométricas, fundadas en las valoraciones, por cier-
to opuestas, de Anders Rhezius y Paul Broca sobre la superioridad de
ciertas formas craneales: “La braquicefalia coloca a la raza karaí-guara-
ní entre las superiores, si hemos de seguir las últimas teorías científicas
al respecto del índice cefálico”, señalaba Bertoni en su obra (Bertoni
1922: 180-181; Baratti y Candolfi 1999: 146). Esa superioridad tam-
bién se manifestaba en el índice nasal, en la expresión de los ojos o la
dentadura:

Uno de los efectos más constantes e indudables del progreso humano en


todas las latitudes y en todos los tiempos, es la pérdida de solidez de los dien-
tes […]: civilización y carie dentaria son inseparables… Ahora bien, la raza
guaraní es una de las más perseguidas por la carie dentaria (ibíd.: 183-185;
ibíd.: 146).

Raza superior y herederos de una verdadera civilización que se ex-


tendió desde las Antillas a La Pampa. Cuando Bertoni habla de civi-
lización la define con las siguientes características: “…desarrollo de la
agricultura como base de la vida material, de la moral como base de
vida psíquica, de las artes como goce y relación de la libertad y demo-
cracia como medios de dignificación individual y colectiva…” (Barat-
ti y Candolfi 1999: 149). Para Bertoni los guaraníes fueron una gran
civilización como lo demuestra la extensión y perfección de su lengua;
su doble código de escritura, una parecida a la de los egipcios y otra si-
milar a la de los quechuas, con un corpus literario transmitido de for-
ma oral y sus conocimientos científicos en zoología y botánica (dado
que conocían el género y la especie y sobresalieron en la nomenclatu-
ra). Pero también la idea de que los guaraníes fueron parte de una gran
civilización se podía observar, según Bertoni, en esos vestigios que ha-
bían sobrevivido: la religión monoteísta; la democracia pura, caracte-
rizada por una “demogerontocracia individualista” en la que no existe
 Marisa González de Oleaga

el Estado porque lo que hay es una “verdadera y directa soberanía po-


pular” (Bertoni 1956: 216-217). Sobre este punto añadirá que en la
civilización guaraní rige la máxima: “de cada uno según su fuerza, a
cada uno según su necesidad”, gracias a dos valores: “el sentimiento al-
truístico y la dignidad personal” (Baratti y Candolfi 1999: 151). Todo
ello convertía a esta civilización en un modelo funcional a sus ideales
políticos, o en palabras del sabio suizo: “esencialmente la organización
del indio es comunista-anárquica […] sigue la escuela de Bakounine,
Reclús y Kropotkine; más es etocrática” (Bertoni 1956: 212; Baratti y
Candolfi 1999: 151).
Todas estas cualidades, características de la gran civilización de la
que asegura son herederos los guaraníes contemporáneos, están opa-
cadas por ese proceso de diversificación o repliegue, que Bertoni lla-
ma nostomorfismo, que hace que ante ciertas amenazas los grupos hu-
manos retornen a un estado evolutivo anterior (Bertoni 1922: 230,
250-251; Baratti y Candolfi 1999: 152). Así, los guaraníes no son
enemigos de la civilización porque mantienen sin reversión los valores
morales, aun cuando hayan retrocedido en otros aspectos y deban ser
integrados en la nueva sociedad mediante la educación como ciudada-
nos paraguayos y cristianos. Prueba de la necesidad de civilizar al indí-
gena son sus proyectos de colonia penal y de reducción nativa (Baratti
y Candolfi 1999: 216-217, 290-292).
Pero cuando Bertoni habla de indígenas tiene claro que no todas
las etnias son iguales. El 19 de junio de 1909 publica un artículo “La
nacionalización de los indios guaraníes”, en la revista Rojo y Azul, en
el que afirma que los guaraníes no deben ser confundidos con otros
grupos étnicos, como hiciera el viajero italiano Guido Boggiani, autor
del primer compendio de etnografía moderna paraguaya, publicado
en 1900. Boggiani, asesinado por los tomaraxas (chamacocos) “fue
amigo de los indios hasta la exageración (…). Para él todos los in-
dios eran buenos, inteligentes e igualmente dignos de (nuestra) pro-
tección” (ibíd.: 142). Para Bertoni no todos los indios eran iguales ni
todos merecían ser incorporados en la modernidad. Tal vez esto ex-
plique su ambivalente posición respecto a los atropellos que se come-
tieron en la Argentina y Paraguay contra los “indígenas salvajes”, de
los que Bertoni estaba al tanto y justificaba: las campañas del gene-
De círculos y líneas rectas 

ral Roca en la Patagonia (Bertoni 1922: 114-115; Baratti y Candolfi


1999: 140) o las cacerías de los yerbateros contra los nativos que de-
fendían sus territorios (Baratti y Candolfi 1999: 208-209). Los guara-
níes aparecen, así, como herederos de una gran civilización continen-
tal y por ello los considera como portadores de una esencia que podía
ser reavivada después de un proceso de reversión o repliegue y que re-
sulta funcional a los intereses de esa nueva sociedad imaginada. Sobre
el olvido del viejo dibujo de su frustrada colonia anarquista, Bertoni
dibuja otro círculo en el espacio de su obra etnográfica. En él incorpo-
ra a la civilización guaraní. Gracias a esta disposición espacial circular,
tan antigua que se pierde en los primeros asentamientos humanos del
Neolítico (Leroi-Gourhan 1971: 316), Bertoni establece nuevos lími-
tes entre lo propio y lo ajeno: unos afuera, otros adentro. El círculo
aísla, unifica y limita, dejando fuera lo otro, lo diferente, lo que se re-
siste a la asimilación (Bachelard 2010: 278; Muratore 1980; Goycoo-
lea 1995; Caldeira 2005) y naturaliza lo propio, lo semejante. Pero
ese mismo trazo también orienta, como en toda semiótica espacial, la
mirada: desde afuera y desde arriba (Lotman 2000: 109). Tal vez con
esta imagen insistente Bertoni mostraba, sin querer, su ansiedad por la
desaparición del mundo tradicional (Taussig 2002: 318) y el círculo le
permitía mantener simbólicamente ese “campo aislado” de un mundo
en retirada (Sica 1977).

Indios, paraguayos y mennonitas en el Museo Unger

El Museo Jacob Unger se funda en octubre de 1957 en la colonia Fer-


nheim. En la intersección de las calles Hindenburg y Unruh, forma
parte de un cuadrado donde se encuentran las instituciones más signi-
ficativas: la cooperativa, el banco, el supermercado, la asociación civil,
la planta industrial, el departamento de educación y cultura y a pocos
metros del hospital. Cualquier movimiento por el centro de Filadel-
fia obliga a pasar cerca del museo que, además, se erige como edificio
exento junto a lo que se ha dado en llamar el “parque de la memoria”.
En 1980, durante el 50º aniversario de la colonia se organiza la actual
exposición (Niebuhr, 14/05/2009).
 Marisa González de Oleaga

El museo tiene una planta rectangular y dos pisos. De madera, con


techo a cuatro aguas, tiene un corredor perimetral propio de estas la-
titudes, combinando ciertas características de las edificaciones cen-
troeuropeas y las propias de las construcciones locales. En la planta a
ras de suelo se encuentra la sala de los pioneros. En ella se despliega la
historia de la colonización mennonita siguiendo una noción crono-
lógica del tiempo, desde la salida de Rusia hasta la llegada y asenta-
miento en la colonia. Predominan las máquinas, los artilugios relacio-
nados con el trabajo. Llaman la atención los varios ejes sobre los que
se organiza la exposición. Uno, es el tecnológico, y en esta sala el rela-
to organiza los objetos para mostrar la evolución de los aparatos que
conformaron la tecnología mennonita: desde los tambores para hacer
manteca a la imprenta de la colonia, desde los candiles y las lámparas
de querosén a las instalaciones de luz eléctrica. Otro, el de la vida co-
tidiana, con objetos de uso diario: ropa, enseres, relojes, fotos de los
administradores de la colonia a lo largo de su historia. El eje de la vida
cotidiana tiene un orden peculiar, como una gramática particular que
se puede resumir de manera gráfica: de la porcelana al latón, del latón
al acero. Trajeron la porcelana para recordar de dónde venían pero no
tuvieron empacho alguno en cambiarla o sustituirla por los platos de
latón, por ese equipamiento modesto que la sociedad de colonización
otorgaba a cada familia mennonita. Fue la aceptación de esas nuevas
condiciones y el trabajo duro lo que les permitió alcanzar una mejora
notable en el nivel de vida, representada por la imprenta, la luz eléc-
trica, la alarma del hospital o los libros producidos por la comunidad
(González de Oleaga, Di Liscia y Bohoslavsky 2011).
La planta baja del museo no está conectada con el primer piso.
Como si se trataran de dos mundos diferentes los que allí se represen-
tan, una escalera externa permite el acceso al piso de arriba, donde se
expone la colección de fauna, la sala dedicada al Paraguay y la colec-
ción de artesanía étnica. No hay ninguna continuidad, cruce o rela-
ción entre el relato de los pioneros y los relatos sobre fauna, etnografía
e historia paraguaya. El piso superior está compuesto por tres espacios
contiguos, divididos por arcos de madera. Se accede a través de la pri-
mera sala, donde aparecen restos de la Guerra del Chaco (1932-1935)
que enfrentó a Bolivia y Paraguay por la soberanía en el Chaco Boreal.
De círculos y líneas rectas 

Ésta es la única mención al país receptor y a sus habitantes, que apare-


cen representados como soldados. Granadas, distintos tipos de muni-
ción, fusiles, cruces de madera portadas por las tropas, todo ello sitúa
la guerra como el único contexto de definición de los paraguayos. Si
los mennonitas estaban ligados al trabajo duro y al sacrificio, los pa-
raguayos lo están, en esta representación, a los horrores de la guerra.
Teniendo en cuenta que los mennonitas son un grupo pacifista, esta
asociación parece tener todavía más trascendencia y alcance (González
de Oleaga 2012).
Los indígenas, por su parte, están representados por objetos como
hachas, cestos, cerámicas, textiles y, en el caso de los ayoreos, por ar-
mas y adornos. Casi no hay textos explicativos sobre el mundo indíge-
na. No se establece gran distinción entre unas comunidades indígenas
y otras, ni se abunda en su historia o en sus características diferenciales.
Las cartelas explicativas que acompañan la cerámica señalan con ma-
yor precisión el nombre del donante de la pieza o el lugar del hallaz-
go que sus características, su pertenencia a una u otra etnia o los usos
dados a ese objeto. Los ayoreos merecen una mención especial porque
fueron la tribu más aguerrida de la zona desde los orígenes de la coloni-
zación. Un cuadrito registra la matanza de una familia mennonita, los
Stahl, a manos de los indios ayoreo. La forma de clasificar los materia-
les etnográficos no difiere mucho de la empleada en la exposición so-
bre fauna local. Las vitrinas de pájaros, mamíferos o reptiles portan el
nombre del ejemplar sin más precisiones. Los expositores dedicados al
mundo indígena tampoco abundan en relatos o explicaciones y orde-
nan los materiales de acuerdo con una lógica formal y no funcional: to-
dos los tocados de pluma, todos los sombreros, las bolsas de fibras van
en la misma categoría, independientemente de si alguno de esos obje-
tos tiene un valor cotidiano (la recolección de bayas) o un valor ritual
(en las ceremonias religiosas). Los ayoreos son singularizados de entre
las otras tribus y quedan asociados a la leyenda de ferocidad y violencia.
Nada se dice, aunque se sabe, sobre el conflicto por la tierra entre esta
comunidad indígena que habitaba la zona desde antiguo. Ni tampoco
se menciona la amenaza que los colonos supusieron para la vida tradi-
cional ayoreo y para la pervivencia de sus cazaderos (Stahl 2007: 411;
González de Oleaga 2012; González de Oleaga y Bohoslavsky 2010).
 Marisa González de Oleaga

En toda la exposición casi no aparecen mapas o representaciones


del territorio, como si su sola mención fuera un tabú o como si ese si-
lencio fuera una forma de manipulación del espacio destinada a la con-
quista y dominación de un territorio en disputa (Harley 1988). En esta
muestra no sólo se construyen y naturalizan historias, sino también
se inventa un paisaje (Schama 1996), una geografía que, al no poder
ser declarada como un lugar vacío, se invisibiliza (Said 2002), creando
con ello “a strategic site for burying the past and veiling history” (Mit-
chell 2002: 262). Unos son representados arriba; otros, abajo, sin co-
nexión alguna. En el Museo Unger la diversidad étnica, religiosa y cul-
tural se trama en torno a una línea recta, un espacio jerarquizado que
no permite flujos sino que se organiza en torno a compartimentos se-
parados, estancos.

4. El espacio: poética y política

El itinerario que traza Bertoni desde su llegada a la Argentina y su pos-


terior traslado a Paraguay es también la historia de un proceso de reor-
ganización de las relaciones con la alteridad. La utopía como búsque-
da de “otro lugar” se convierte, así, en el encuentro, también, con “el
lugar del otro”. En La Civilización Guaraní, los otros, los indígenas,
son una excusa, un pretexto que contribuye a sostener sus ideales. De
objeto de estudio antropológico y mano de obra necesaria en un eco-
sistema fascinante (pero desconocido y hostil) a herederos de una gran
civilización continental, sobre los que se cifra el futuro de la nación
paraguaya, Bertoni toma la parte por el todo. De un rasgo parcial (la
supuesta pertenencia histórica a una gran civilización) deriva un juicio
(los guaraníes son una raza superior) y un mandato (por el que están
llamados a regenerar la nación).
Resulta curioso que la exaltación de la raza guaraní y de su legado
de gran civilización continental se haga visible una vez que abandona
sus proyectos comunitarios anarquistas, como si Bertoni sustituyera,
de alguna manera, una utopía por otra: de la idealización de los euro-
peos como protagonistas de sus proyectos a la seguridad en la plasti-
cidad cultural de los guaraníes como personajes de esa escenografía
De círculos y líneas rectas 

idealizada y futurista. La desutopización que parece acompañar al fra-


caso de su colonia anarquista va seguida de una utopización, de una
idealización del mundo, y de la civilización guaraní (Baratti y Candol-
fi 2009). Pero los guaraníes se convierten en una raza superior en la
perspectiva de Bertoni porque son herederos de una gran civilización
continental. Es esta conjunción entre un concepto europeo y etnocén-
trico pero que él hace pasar por universal, la civilización, y los rasgos
que él quiere ver en ese grupo étnico, lo que le permite destacar su su-
puesta superioridad respecto a otras comunidades indígenas. Más que
una conjunción entre lo propio y lo ajeno es una traducción de lo aje-
no a lo familiar, una traslación de lo extraño a un espacio conocido y
controlable, tan bien representada por la figura del círculo. Los gua-
raníes son potencialmente una raza superior en palabras de Bertoni,
pero para poder desplegar todo su potencial y recuperar su grandeza,
necesitan de un proceso de transformación, de formación o incultura-
ción nacional y cristiana.
La relación que Bertoni establece con la alteridad es una relación
de asimilación e incorporación jerárquica. En los comienzos, cuando
pensaba en la forma que iba a darle a su colonia anarquista, lo propio
(representado entonces por los ideales anarquistas de las familias sui-
zas que lo acompañaban), quedaba dentro de los límites del círculo, y
lo ajeno (la sociedad paraguaya y las comunidades indígenas), más allá
de las fronteras de esta figura. Pero esa operación se repite en el espa-
cio ideológico de su obra cuando exalta las posibilidades de lo propio
(ahora acompañado por el ingrediente indígena traducido y asimila-
do) y descarta lo ajeno (representado por aquello que no es asimila-
ble o que se resiste a la traducción). Bertoni añade al círculo inicial un
nuevo círculo concéntrico. Sigue trazando círculos imaginarios, refor-
zando la centralidad en la que retener lo similar y expulsar más allá lo
diferente (Calderón 2004; Bachelard 2010). La operación (de asimi-
lación y traducción) es la misma en el primer caso –cuando pretendía
fundar la colonia con sus compatriotas– y en el segundo –cuando de-
cide que la raza guaraní está llamada a grandes y gloriosas empresas–.
Lo que cambia son los personajes que pueblan esa escenografía.
Para los mennonitas los indígenas son un problema que algunos
miembros transforman en oportunidad: la de convertirlos a la fe cris-
 Marisa González de Oleaga

tiana. Son, con el tiempo y sobre todo gracias a la afluencia de mi-


grantes indígenas atraídos por la prosperidad mennonita, necesaria
mano de obra para sus chacras e instalaciones industriales. Y es proba-
ble que la evangelización, que en un principio no era vista con buenos
ojos por todos, a partir de cierto momento se viera como una manera
de uniformizar o aculturar a los trabajadores indígenas. En el museo,
ese espacio de representación y exposición tan importante para la co-
munidad, se puede observar con claridad cómo ven los mennonitas a
los indígenas: separados espacialmente, los otros forman parte, junto
con los paraguayos, de la fauna y la flora local. En ninguna de las salas
hay alusión alguna a los contactos, a las relaciones entre comunidades,
como si la segregación de los diferentes espacios del museo garanti-
zara su distancia en la realidad o como si esa separación conjurara los
constantes, y no siempre deseados, contactos entre individuos y gru-
pos. La única mención a esos encuentros la constituye el cuadro que
recuerda la matanza de la familia Stahl a manos de flechas ayoreo. Los
mennonitas toman el todo por la parte. En un movimiento aparente-
mente contrario al de Bertoni, reconocen la diferencia entre indígenas
y mennonitas, pero cargan tanto el acento en esa distancia que acaban
representando la alteridad como una diferencia radical, incapaz de ad-
vertir posibles conexiones. La forma en la que los mennonitas repre-
sentan la diferencia es de exclusión mediante un único eje en el que
aparecen situados de forma jerárquica cada una de las identidades ét-
nicas o culturales. En torno a ese eje unos están más cerca de la línea
del cielo y otros más alejados.
Círculo y línea recta son las figuras que metafóricamente represen-
tan estas dos maneras de entender la alteridad y de inscribirlas en el
espacio. Y son también las figuras que organizan el espacio en torno
a dos metáforas: dentro y fuera, arriba y abajo (Lewis 1988: 29-49).

Registro y transferencia

La obra de Bertoni y el museo mennonita son espacios que funcionan


como un registro de las representaciones sobre la alteridad. En ellos se
puede leer, como si se tratara de un texto, cómo se inscriben esas relacio-
De círculos y líneas rectas 

nes. Pero los espacios así marcados son también un lugar de transferen-
cia de esas características (Low 2005; Lefebvre 1991; Caldeira 2005).
No sólo simbolizan las relaciones de poder “[they are] instrument(s)
of cultural power, perhaps even agent(s) of power [...] independent of
human intentions” (Mitchell 2002: 2). Registro pero también lugar de
transferencia y resistencia (De Certeau 1999; Bourdieu 1977; Cassirer
1946). En esos espacios no sólo se dicen cosas, también se hacen cosas
al decir: se visibiliza, ordena y jerarquiza una forma de ver y de enten-
der el mundo, un orden propio que, no obstante, se hace pasar por el
mejor o el único posible. En estos dos espacios de representación y re-
fracción hay una apelación implícita a la ciencia, al saber científico, al
museo o a la obra publicada como emblemas de conocimiento verda-
dero. Cabría preguntarse por los efectos que esos espacios de asimila-
ción y segregación han tenido sobre los imaginarios, legitimando una
representación que es sólo una opción entre otras.
¿Cuáles han sido los efectos de la obra de Bertoni en el contexto
paraguayo? Dicho de otro modo, ¿cómo el espacio que traza y crea la
obra de Bertoni, un espacio ideológico circular, ha marcado los imagi-
narios colectivos en Paraguay? Para empezar hay que decir que la obra
etnográfica de Bertoni no aparece citada ni siquiera en las bibliografías
de los trabajos contemporáneos. Como señalan sus biógrafos, el tra-
bajo de Bertoni no tiene valor “científico” porque usa de forma muy
sesgada datos parciales (Baratti y Candolfi 1999: 153). Sin embargo,
su obra ha tenido una enorme influencia en términos políticos e ideo-
lógicos. La élite paraguaya surgida después de la Guerra de la Triple
Alianza (1864-1870), la llamada generación del 900, intentó cons-
truir una identidad nacional (puesta en duda por la posible desmem-
bración y anexión del país a las naciones vecinas) y, para ello, apeló al
nativo guaraní como parte de esa identidad, pero de una forma am-
bivalente: convocaban la lengua y se mostraban bastante despectivos,
gracias al evolucionismo positivista, con respecto a los indios. Bertoni
utilizará ese mismo evolucionismo positivista para invertir el juicio y
mostrar la superioridad del pueblo guaraní, “uno de los más hermo-
sos de América”. La siguiente generación, la llamada nacionalista-in-
digenista verá el camino allanado y utilizará toda la artillería de Berto-
ni para reforzar la idea de que algunos rasgos idealizados de la cultura
 Marisa González de Oleaga

guaraní debían representar la identidad nacional, a costa de invisibili-


zar, someter o marginar a otros grupos. La inversión racista que apare-
ce en la obra de Bertoni (quien coloca a los guaraníes como raza supe-
rior) no supuso una revalorización del componente indígena sino una
“expropiación” de otras tradiciones e historias (Bartolomé; cit. en Ba-
ratti y Candolfi 1999: 157). La reivindicación de lo indígena glorifica
al indio histórico idealizado y no “al indio de carne y hueso que mue-
re de sífilis y tuberculosis a la vera de los progresistas caminos”, como
señaló León Cadogan (cit. en Chase-Sardi 1989: 423). El espacio cir-
cular que abre Bertoni en su obra incorpora y segrega, vuelve a trazar
límites continuos entre lo propio y lo ajeno.
¿Cómo lo que se dice en el espacio del museo tiene una trascen-
dencia que va más allá de la propia representación? El museo menno-
nita como registro nos dice qué piensan los mennonitas de Fernheim
pero, al mismo tiempo, confirma la veracidad de sus creencias. Un
espacio jerarquizado en torno a un eje central segrega a los dos gru-
pos pero no sólo registra esa separación sino que, además, la proyecta
y la naturaliza. Al representar la diferencia, una diferencia vista como
radical e irremediable, la recrea. Nada en la disposición del museo
parece sugerir la posibilidad de puentes, conexiones, flujos e inter-
cambios: los mennonitas representan la evolución tecnológica de la
mantequera manual a la usina eléctrica; los indios, situados en una
especie de limbo ahistórico, llevan siglos fabricando bolsas de fibra y
estereotipados tocados de plumas. Junto a la fauna local, los indios in-
diferenciados son esos otros contra los que se construye un discurso
de lo propio, como si el desafío que impone la naturaleza a los men-
nonitas incorporara también a los aguerridos indígenas y a esos pa-
raguayos soldados con la guerra en la frente como única referencia.
La sensación que el visitante puede tener al recorrer el museo, y esta
apreciación se puede seguir fácilmente a través de los diarios de visitas
de la institución, es que en el Chaco habitan tres grupos humanos en
distintos e irreconciliables grados de evolución. El fracaso de las co-
munidades locales para “desarrollar” ese territorio justificaría la domi-
nación o al menos la hegemonía de unos sobre otros (Mitchell 2002).
Me pregunto qué impacto tendrán estas representaciones en los visi-
tantes. Sabemos que los niños indígenas representan a los mennonitas
De círculos y líneas rectas 

como comerciantes, hombres de negocios, y a los paraguayos, como


soldados (Redekop 1980: 253-257).
No parece que esta disposición espacial contribuya al diálogo o al
intercambio. Al situar a cada quien en un extremo irreductible de una
imaginaria línea recta esencializa esas posiciones, las recrea como parte
del destino natural y como parte de ese destino nos devuelve una ima-
gen naturalizada de las relaciones de poder entre los distintos grupos.
El espacio de las colonias y el espacio del museo pertenecen a los men-
nonitas que son portadores del crecimiento y la modernidad. Los otros,
los indígenas enhlet, nivaclé o ayoreo, son parte de la naturaleza, ex-
cluidos de esos espacios e indiferentes, como siempre les reprochan los
colonos, ante lo que allí sucede (Caldeira 2005). Después de todo, ¿por
qué deberían estar interesados en participar o mejorar un lugar al que
no tienen acceso y al que, se les dice, no pertenecen?

Un saber que sí ocupa lugar

A pesar de las diferencias entre estas dos formas de relación con la alte-
ridad hay algo común: el rechazo o la negación del otro. El otro como
una excusa para proyectos propios o el otro como un problema que
obstaculiza la realización de esos emprendimientos. La traducción del
otro a un nosotros hambriento o la exclusión del otro de un nosotros
anoréxico (González de Oleaga y Bohoslavsky 2010). Las dos posi-
ciones participan de una misma cosmovisión organizada en torno a
dos conceptos o, mejor dicho, a la evolución del concepto de raza y
su transformación en el de cultura. Lila Abu-Lughod (1991) señaló
cómo el concepto de cultura vino, en un momento dado, a sustituir
a la perniciosa noción de raza. Bertoni habla de raza o de civilización
sin percatarse de que al conceptualizar de esta manera lo guaraní es-
taba creando esa realidad y convirtiéndola en instrumento de poder.
Esencializa algo que, en el mejor de los casos, está en constante flujo y
recreación. Por su parte, los mennonitas, al activar el concepto de cul-
tura o al hablar de culturas parecen relativizar y horizontalizar valores,
formas de vida. Además, la ventaja de la cultura es que es aprendida y,
por tanto, puede cambiar (Abu-Lughod 1991: 144). Pero a pesar de
 Marisa González de Oleaga

ello esa idea sigue manteniendo algunos rasgos que tienden a congelar
la diferencia. La cultura o las culturas como gramáticas que enmarcan
la acción individual o colectiva, tienden a naturalizar ciertas fórmulas
que, si bien pueden estar ahí, luego serán subjetivadas, combinadas y
apropiadas de forma diferente por los individuos en distintos contex-
tos. Cuando Bertoni habla de la raza guaraní, pero también cuando el
Museo Jacob Unger compartimenta a los mennonitas, los paraguayos
y los indígenas en distintas salas, también están dando a entender que
esas diferencias son irreductibles y que entre esas gramáticas culturales
no hay puentes o pasajes o, lo que es lo mismo, espacios de encuentro
y entendimiento.
A veces el saber sí ocupa lugar: obtura y colapsa la posibilidad de
que otras preguntas surjan, de que otras formas de representación de lo
propio y de lo ajeno encuentren un nuevo lugar. Tal vez si escribié-
semos contra la cultura, como sugiere Lila Abu-Lughod, podríamos
encontrar un nuevo camino en el encuentro con el otro. Si en lugar
de trabajar con conceptos como cultura (incluso en su forma más be-
nigna y relativista: las culturas) trabajáramos con nociones como flu-
jos o conexiones (Abu-Lughod 1991: 148; González de Oleaga 2010)
descubriríamos anidada en la realidad una promesa esperanzadora. La
obra etnográfica de Bertoni podría ser contestada desde la idea de flu-
jos en lugar de empeñarse en mostrar sólo los datos parciales o las in-
terpretaciones “poco científicas” con las que trabajaba e insistir única-
mente en sustituirlos por otras más acertadas o contrastadas. La idea
de que existe algo así como una cultura guaraní, compacta y consis-
tente, con límites precisos y delimitados, es el punto en el que hay que
intervenir. En lugar de ello se podría trabajar sobre la idea de conexio-
nes en el que las fronteras culturales, imprecisas y permeables, dan
paso a los préstamos y a los intercambios. Nuevas descripciones sobre
esas transferencias entre grupos conseguirían desnaturalizar la idea de
raza que Bertoni inoculó en la sociedad paraguaya.
Otro tanto se podría hacer en el museo. En lugar de trabajar so-
bre entidades estables se podría organizar la representación en torno
a los intercambios culturales. Por ejemplo, si en lugar de representar y
recrear esas identidades esencializadas (mennonitas, indígenas y para-
guayos) el museo se atreviera a considerar ese espacio como un lugar de
De círculos y líneas rectas 

encuentro, una “zona de contacto” (Clifford 1999) entre el presente y


el pasado, entre los representados y los que participan en la represen-
tación, tal vez podríamos advertir e intuir otras posibilidades de rela-
ción e inscripción de la diferencia. Si en vez de construir relatos sobre
mennonitas, indígenas y paraguayos el museo organizara la exposición
intentando mostrar los límites de estas filiaciones, estaría facilitando y
propiciando nuevos encuentros. Tomemos, por ejemplo, las prácticas
colectivistas en el Chaco paraguayo. Esto podría muy bien ser un cri-
terio de selección de materiales y textos. Si algo así se hiciera, veríamos
cómo los mennonitas, como grupo esencializado, se desnaturaliza o se
vuelve más complejo. Por un lado, los que mantienen ese tipo de prác-
ticas, el origen y la razón de las mismas. Por otro, los que no participan
de ellas. Así veríamos que ciertos grupos indígenas también tienen ac-
tuaciones de ese tipo, acercándolos a ciertas comunidades mennonitas,
mientras que dentro de los propios mennonitas hay grupos colectivis-
tas y grupos individualistas.
Piénsese en el concepto de territorio, que es uno de esos espacios
en constante disputa (económica, social y simbólica) en la zona. No
se trataría de acomodar la exposición a lo que de común tienen es-
tos grupos humanos en relación con este capital o este concepto. Más
bien relatar sus distintas percepciones, sus puntos de contacto, sus
diferencias, sus razones históricas y la responsabilidad de los sujetos
en el mantenimiento o en la denuncia de esas concepciones. Algo así
permitiría desnaturalizar la propia noción de territorio, abriéndola a
la diferencia, a lo otro, a los otros, haciendo fluir distintas opciones,
mostrando que los préstamos y los intercambios son posibles porque
no hay nada definitivo en ello. O, por lo menos, una operación se-
mejante acentuaría la responsabilidad de cada quien en esa opción.
Cuando uno advierte que aquello que creía normal o natural (sea un
valor, una práctica o una idea) no es más que una opción entre otras,
sujeta a contextos de poder y resistencia, sus creencias entran en una
suerte de turbulencia y el eje se desplaza desde la idea de verdad (lo
propio es lo único posible) a la idea de responsabilidad (porque hay
distintas creencias o concepciones debo dar respuesta o sostener mi
posición). Sería como dar una patada al tablero para pensar en otro
juego, dirigir la mirada hacia la porosidad invisible del círculo o hacia
 Marisa González de Oleaga

la enorme maraña de líneas que cruzan y entretejen la pretendida he-


gemonía de la línea recta.
Ni Bertoni ni los mennonitas parecen haberse encontrado con el
otro. Un encuentro semejante exige algo más que buena voluntad o
el intento honesto de no arrasar y hacer tábula rasa de la diferencia.
Por eso, la inversión idealizada de Bertoni o las políticas de integra-
ción como las que llevan a cabo los mennonitas a través de sus institu-
ciones comunitarias, no van hasta el fondo del problema. Reconocer
al otro (incluso al otro que anida en cada uno de nosotros) (Kristeva
1991) implica una noción de sujeto distinta, apela a una forma de re-
lación diferente y exige una forma de razonamiento nueva. Un sujeto
que quiera de verdad encarar al otro debe concebirse como un suje-
to incompleto, que padece de una falta original imposible de colmar.
¿Por qué si no podría uno estar interesado en un intercambio con los
otros? ¿Por qué podrían los mennonitas estar interesados en conocer
las posiciones de los indígenas toda vez que ellos ostentan el poder y se
ven como sujetos completos elegidos por Dios? Pero ese sujeto que
se sabe incompleto, irreparablemente agujereado y fracturado entra
en contacto con la alteridad no para apropiarse de eso (valores, for-
mas de vida, ideas) que poseen los otros. Tampoco para imponer a los
otros lo que cree poseer. Ese sujeto incompleto, que se sabe fractura-
do entra en diálogo con el otro. Pero en un diálogo que se resiste a ser
sólo un trueque (“te doy o me das”), que quiere ser un camino a través
del conocimiento. Un diálogo, un pasaje en el que los sujetos friccio-
nan entre sí para crear algo nuevo, algo que no estaba antes allí. El su-
jeto incompleto se encuentra con el otro y con él prepara un escenario
en el que pensar y transitar hacia otro lugar, generando significacio-
nes que sólo se construyen en ese espacio donde nadie entra como sa-
lió, donde se producirán nuevos consensos y nuevos conflictos (Gon-
zález de Oleaga 1997; 1998), porque

¿…qué somos, qué es cada uno de nosotros sino una combinatoria de expe-
riencias, de informaciones, de lecturas, de imaginaciones? Cada vida es una
enciclopedia, una biblioteca, un muestrario de estilos donde todo se pue-
de mezclar continuamente y reordenar de todas las formas posibles (Calvino
1998: 122).
De círculos y líneas rectas 

Bibliografía
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Entrevistas realizadas

Gundolf Niebuhr, curador del Museo Jacob Unger, Filadelfia, 14 de


mayo de 2009.
Walter Rastlaff, curador del Museo de la Colonia Menno, Loma
Plata, 18 de mayo de 2009.
Coca y utopía en la narrativa
de Alison Spedding1
Gabriela Polit Dueñas

Etimológicamente, el término utopía alude a un espacio geográfico, a


un topos. Sin embargo, en la convulsionada Europa del siglo xvi, los
cambios sociales se proyectan hacia un futuro cargado de posibilida-
des y emerge una nueva conciencia histórica que hace del presente un
espacio abierto hacia el porvenir. En ese horizonte se instituye, como
explica Aníbal Quijano (1993), la idea de utopía como una “imagen
social del tiempo” (142). Sobra decir que esta concepción de utopía
no sólo surge del violento encuentro con el nuevo continente, sino
que además subyace al proyecto colonizador. Quijano continúa su
descripción y enfatiza el hecho de que la utopía europea se nutre de las
culturas andinas: “Andean social institutions and forms of thought,
established around reciprocity, solidarity, the control of chance, and
the joyous intersubjectivity of collective work and communion with the
World […] provided models for the utopias” (ibíd.).
Así, corrobora la idea de que la utopía europea necesita de un
otro idealizado y carente de historia, en el cual proyectar los ideales
propios.

1. Quiero agradecer a mi colega Luis Cárcamo-Huechante por sus iluminados y ge-


nerosos comentarios. Gracias también a Gisela Heffes por su paciencia, su lectura
y sus valiosas recomendaciones.
 Gabriela Polit Dueñas

Este ensayo explora una noción distinta de utopía. Lejos de definir-


la como una proyección del ideal propio en un tiempo o en un lugar
ajenos, propongo ver la utopía como una experiencia de resistencia que
se gesta en la mirada hacia el pasado como posibilidad de producir un
presente distinto. La utopía está relacionada con la experiencia propia.
Este ensayo es una lectura de Manuel y Fortunato, una picaresca an-
dina de Alison Spedding (1997). La novela toma lugar en los prime-
ros años del siglo xvii y la protagonizan una familia de aymaras que
comercializan la coca. La posibilidad de leer un proyecto de utopía en
este trabajo no radica en la búsqueda nostálgica de un pasado indígena
idealizado o perfecto2. Por el contrario, se nutre de la lógica de las con-
cepciones andinas del tiempo y el espacio, y de cómo éstas determinan
la experiencia. Los personajes de Spedding muestran formas particula-
res de relacionarse y dan cuenta de los procesos de adaptación, someti-
miento o resistencia al poder colonial.
El tema que ha servido de derrotero para escribir este ensayo es una
investigación más amplia sobre la representación del tráfico de dro-
gas ilegales en algunas regiones de América Latina3. En Bolivia –como
ningún otro lugar en la región– entender la guerra contra las drogas
es también entender una tensión étnica. Las propuestas de erradicar
la producción de la coca y, eventualmente, controlar la cantidad de su
producción, son formas que atentan directamente contra la identidad

2. La noción de un pasado idealizado al que se regresa con nostalgia tiene ecos del pen-
samiento de José Carlos Mariátegui y su alusión al comunismo incaico (1993: 326),
que le sirvió como modelo para conceptualizar la distribución de la tierra y el tra-
bajo comunitario. La suya, como la de Quijano, hace evidente que históricamente
las descripciones de lo andino se han dado a partir de categorías extemporáneas que
ayudan a reforzar proyectos políticos propios. Aunque analizando una época histó-
rica distinta, cuando Edmundo O’Gorman escribe La invención de América (1955),
describe cómo sucede este fenómeno durante la época del descubrimiento.
3. Comencé este proyecto analizando los casos de Culiacán y Medellín. Fruto de
esta investigación es el manuscrito titulado Narrating Narcos. Stories from Culia-
cán and Medellín (en prensa, Pittsburgh University Press). Actualmente investigo
los trabajos publicados en La Paz y Buenos Aires. Éste es el primero sobre litera-
tura boliviana. Un análisis del trabajo sobre Buenos Aires apareció en la revista e-
misférica (véase Polit Dueñas 2011).
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 

de muchos pueblos andinos. Aunque son varios los autores que han
explorado la importancia de los movimientos cocaleros en la compo-
sición de la Bolivia contemporánea4, considero que la obra literaria de
Spedding ilustra cómo las regulaciones en contra de la coca modifican
las relaciones sociales y culturales entre los aymaras, y hace evidente que
en las severas prohibiciones actuales hay una continuidad con agresio-
nes que se manifestaron de formas diferentes en épocas pasadas. Los
prejuicios en contra de la coca sirvieron para aplicar estrategias de colo-
nización desde la llegada de los españoles y han seguido operando como
formas de legitimar la violencia contra los indígenas y contra su cultura.

Antropología y literatura, el caso Spedding

Manuel y Fortunato es la primera novela de la trilogía de Spedding que


tiene lugar en los Andes bolivianos. Las historias se desarrollan en tres
momentos históricos distintos: mientras ésta sucede en la época co-
lonial temprana, El viento de la cordillera: un thriller de los 80 (2001),
tiene lugar en los años de pleno auge de la comercialización de la co-
caína, el dinero fácil y la dictadura del narco en Bolivia5. De cuando

4. Entre la literatura sobre los movimientos sociales en Bolivia que no están directa-
mente citados en este ensayo vale nombrar a Sinclair Thomson (2002): We Alone
Will Rule: Native Andean Politics in the Age of Insurgency (Madison: University of
Wisconsin Press); Silvia Rivera Cusicanqui (1986): Oprimidos pero no vencidos:
luchas del campesinado aymara y qhechwa de Bolivia, 1900-1980 (Ginebra: Insti-
tuto de Investigaciones de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social); Alison
Spedding (2003): En defensa de la hoja de la coca (La Paz: PIEB).
5. En 1980, el general Luis García Meza instauró en Bolivia una de las dictaduras más
sangrientas de la historia. Junto con García Meza estaba el coronel Luis Arce Gómez,
implicado en redes del narcotráfico. La vinculación del gobierno de García Meza con
el narco hizo que su régimen durara poco. En 1981 Arce Gómez fue deportado a los
Estados Unidos con cargos de narcotráfico. Volvió a Bolivia en 2009 a cumplir con-
denas por abusos contra los derechos humanos. Ésta es la primera vez en la historia
en la que un gobierno es directamente identificado con el narcotráfico. La experien-
cia boliviana de 1980 es absolutamente distinta a la de ahora, en la que sectores opo-
sitores a Evo Morales quieren identificar su gobierno con el narco por su defensa de la
 Gabriela Polit Dueñas

en cuando Saturnina, una historia oral del futuro (2004), la última no-
vela de la trilogía, acontece durante la tercera década de este siglo. En
las tres novelas la coca es el elemento que articula las tramas, estable-
ce tensiones de poder y define a los personajes. En conjunto, las obras
son una suerte de arqueología de la coca como elemento constitutivo
de formas de dominación y de resistencia en el mundo andino.
En términos literarios, Spedding sostiene sus relatos en el género
que mejor corresponde con la época en la que transcurren las histo-
rias: Manuel y Fortunato es una novela picaresca y El viento de cordi-
llera, un thriller, como lo anuncian sus títulos. De cuando en cuando
Saturnina es una historia de ciencia ficción. La picaresca, el policial y
la ciencia ficción son géneros que surgen y se desarrollan en momen-
tos de intensos cambios sociales. La autora experimenta con ellos por-
que le permiten contar historias sobre los aymaras sin imponer una
verdad histórica que los trascienda y sin proyectar un objetivo político
que defina una identidad étnica estéril. Las historias fluyen en tres len-
guas: quechua, aymara y castellano, y recrean el ambiente cosmopolita
que ha caracterizado a la región andina desde antes de la llegada de los
españoles. Spedding, además, muestra la enorme capacidad de adap-
tación de los aymaras, y las maneras poco convencionales con las que,
desde la época temprana de la colonia, estos grupos han buscado mo-
vilidad social y ascenso económico.
En las tres obras la protagonista es una mujer que vive de la co-
mercialización de la hoja de coca. Se caracteriza por ser manipuladora,
practicar la brujería y mantener con astucia los pequeños privilegios
de los que goza en su universo social. Pese a que el género (sexual), la
raza y la etnicidad son categorías centrales en estas historias, los perso-
najes no son víctimas de las diferencias que estas categorías describen
y, en consecuencia, las protagonistas de Spedding se adaptan al mo-
mento y al tiempo en que viven, reproduciendo el rol que la sociedad
les asigna y buscando siempre la mejor manera de transgredirlo.

hoja de la coca. Aunque parezca redundante, es primordial diferenciar estos dos mo-
mentos históricos, el proyecto político del MAS y el de la dictadura de los ochenta,
así como definir y aclarar que las diferencias entre la coca y la cocaína son dramáticas.
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 

En este trabajo me concentro en Manuel y Fotunato por ser la no-


vela más arriesgada; no sólo por las dificultades que se presentan al
retratar una época histórica lejana, y de la que tan poco se ocupa la
ficción contemporánea, sino porque el desplazamiento de tiempo y
espacio que ofrece Spedding nos permite pensar en la utopía como
un proyecto introspectivo, de autoconocimiento; ahí radica la nove-
dad de su mirada literaria. Estas reflexiones, además, nos acercan a las
ideas centrales de este volumen: la utopía y la ciudad, pero lo hacen
desde una perspectiva distinta. La narrativa de Spedding nos lleva a
articular estas ideas desde un paradigma que se centra en la experien-
cia andina.
Alison Spedding viaja a Bolivia en los años ochenta para estudiar
cómo el auge del mercado de la cocaína a nivel global afecta a las co-
munidades que han cultivado y consumido coca desde tiempos an-
cestrales. En esta región, la prohibición de la coca es un asunto de
sobrevivencia6. En 1994, después de un extenso trabajo de campo,
Spedding publica Wachu Wachu. Cultivo de la coca e identidad de los
Yunkas en La Paz, su tesis de doctorado y una de las etnografías más
completas sobre la coca en territorio boliviano7. El libro es lo que los

6. Los cultivos de coca se prohíben en 1961 en la Convención Única de Estupefa-


cientes, de las Naciones Unidas en Nueva York. Los decretos de la convención
están disponibles en <http://www.incb.org/pdf/s/conv/convention1961>. El de-
creto fue modificado en 1972, y luego en 1988, cuando se implementó en Bolivia
la ley 1.008 que criminalizó el cultivo de coca fuera de ciertos territorios y deter-
minó una cuota de producción. Esto fue el principio de los movimientos cocale-
ros, cuyo líder Evo Morales sería más tarde el primer presidente indígena de Bo-
livia. De 1997 hasta 2002 se estima que entre 600 y 900 millones de dólares se
perdieron por los programas de erradicación. En la represión a los indígenas, mu-
chos perdieron la vida (Hylton y Thomson 2007). En agosto de este último año,
Evo Morales decidió rechazar el mandato de las Naciones Unidas. Véase (2011):
“Canciller confirma viaje del presidente Morales a EE UU para sesión plenaria en
la ONU”.
7. En el prólogo a su libro, John Murra califica a éste como el trabajo más impor-
tante sobre el tema en Bolivia, y lo ubica junto a obras clásicas como las de Fer-
nando Cabieses (1992): La coca, dilema trágico (Lima: Enaco) y Catherine Allen
(1988): The Hold Life Has: Coca and Identity in an Andean Community (Washing-
ton: Smithsonian Institution Press), sobre el caso peruano.
 Gabriela Polit Dueñas

antropólogos definirían como una descripción densa de la importan-


cia de la coca entre las comunidades de Sud Yungas:

El complejo de prácticas más enraizadas en los yunkas son las que se unen
alrededor del cultivo de coca, o mejor dicho, el sistema que integra la coca,
otros productos para el mercado, y la producción de autoconsumo… [L]a
realización de cada tarea de acuerdo con los modelos aprobados adquiere un
valor moral pronunciado, representando no solamente la necesidad económi-
ca sino también todo un universo social (Spedding 1994: 26).

En esta completa etnografía histórica, Spedding ofrece una visión


panorámica de la coca como elemento que articula todo un modo de
vida, desde la división del trabajo, la jerarquía social, los ritos de pa-
saje e inclusive la explicación mítica del tiempo. El libro termina con
las notas de campo sobre las actividades clandestinas de un grupo de
hombres que pisan coca en una piscina escondida en medio de la selva.
La escena contrasta con los capítulos anteriores y echa luz sobre la dra-
mática realidad que ha generado el narcotráfico en el presente.
En 1997, tres años después de la publicación de Wachu Wachu y
como si el trabajo de la etnografía no hubiese sido suficiente para na-
rrar el mundo aymara, Spedding publica la primera novela de su trilo-
gía8. Con el salto de la etnografía a la ficción Spedding no sólo explora
los límites del discurso antropológico, sino que, además, esto le de-
manda dejar la lengua materna (inglés) y aventurarse a escribir en las
varias lenguas que se hablan en los Andes.

Pachakuti

“Escuchar a los aymaras hablar sobre el pasado da la sensación de que


éste es muy encogido, ralo; casi anti-realista”, señala Spedding (1994:
23; énfasis mío).

8. Ésta no es la primera incursión de Spedding en la ficción. Ella había publicado


ya tres novelas en su lengua materna: The Road and the Hills (1986); A Cloud over
Water (1988); y The Streets of the City (1988).
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 
[L]a visión del mundo se asocia con un concepto del tiempo donde el pasa-
do, el presente, y el porvenir, están de cierta manera presentes […] Siempre
se concentra –y la gramática misma del idioma aymara lo exige– en el tiempo
que uno conoce, el período de su propia vida y, a lo mucho, las vidas de sus
padres (ibíd.: 22-23).

Esta concepción del tiempo hace evidente que el pasado se organi-


za desde la experiencia del presente.
Al analizar la clasificación del tiempo en las lenguas andinas, Jan
Szemiński (1993) afirma: “Todo hablante del aymara y del quechua
encara su pasado, visible a la luz del día y conocido, hasta el horizonte.
Su futuro se encuentra detrás suyo, invisible y desconocido, sin luz”
(99). Quizá la mejor manera de ilustrar esta descripción sea la ima-
gen del ángel de Benjamin, cuyo torso está ligeramente girando hacia
atrás, mientras sus alas se abren hacia el porvenir9.
En esta definición vemos que hay una imposibilidad lógica de ha-
blar de la utopía en el contexto andino de la manera como se habla
en Occidente: la utopía no puede ser la proyección ni en el tiempo ni
en el espacio. Más aún, la frase utopía andina la usan los historiado-
res como Jan Szemiński y Sinclair Thomson cuando analizan los mo-
vimientos anticolonialistas que culminaron en 1781 con la muerte de
sus líderes Tupac Amaru II en Perú y Tupac Catari en La Paz, y con es-
tos dos términos describen lo que significó una búsqueda propia. Una
búsqueda que, además, no fue fácil, e incluso fue violenta10. Por eso
lo importante es notar que la palabra utopía en este contexto existe en
relación a la resistencia y la subversión.
Silvia Rivera Cusicanqui, cuyo lugar en el mundo aymara está de-
finido por una participación política (lo que debe entenderse también

9. La imagen la describe Benjamin en su “Tesis sobre la filosofía de la historia”. La


evocación del ángel de Benjamin para describir la concepción del tiempo indíge-
na es original de Silvia Rivera Cusicanqui (2010).
10. El título del libro de Szemiński es La utopía tupamarista. Thomson describe los
movimientos del siglo xviii en estos términos: “La importancia de estos proyectos
políticos distintos es que expresaban una variedad de visiones de lo posible en una
sociedad nueva y transformada: son visiones campesinas de una utopía andina en
el siglo xviii” (“Cuando sólo reinasen los indios” 39; énfasis mío.)
 Gabriela Polit Dueñas

como un conocimiento colectivo que orienta la acción), define en es-


tos términos al tiempo aymara: “El mundo indígena no concibe el
tiempo linealmente y el pasado-futuro están contenidos en el presen-
te: la regresión o la proyección, la repetición o la superación del pasa-
do están en juego en cada coyuntura y dependen de nuestros actos más
que de nuestras palabras” (2010: 55; énfasis mío).
La mirada al pasado está determinada por nuestras acciones en el
presente. Rivera Cusicanqui se interesa por el pasado y escribe sobre
él en un momento en el que la necesidad de entender los movimien-
tos políticos de los años setenta y ochenta invitaba a la reflexión de
ese pasado de sublevación como un referente vital para comprender el
presente, y escribe: “[…] es la propia percepción de las organizacio-
nes aymaras del presente, la que me lleva a destacar al hecho colonial
como la principal arena de las actuales confrontaciones sociales y po-
líticas” (1991: 2)11.
El regreso a la experiencia colonial se explica, según Rivera Cu-
sicanqui, con la noción de pachakuti, un término que significa cata-
clismo y revolución a la vez. Pachakuti, nos explica, se compone de la
palabra pacha (tiempo-espacio) y de la palabra kuti (vuelta, turno, re-
volución) (ibíd.: 20). La colonia es el tiempo de las dos, por eso está
cargado de posibilidades12.
Mirar al pasado para cambiar el sentido del presente es la matriz
que, como explica Rivera Cusicanqui, echa luz sobre las movilizacio-
nes de la Bolivia de los setenta y ochenta. Ésta es también la época en

11. Rivera Cusicanqui escribe analizando el proceso del movimiento Katarista (inspi-
rado en la figura de Tupac Catari), que articulaba la identidad indígena en alianza
con otros gremios de clase. Los años que le siguen a este proceso están teñidos por
una mirada más introspectiva. Cabe recordar que el Katarismo se funda en 1972
y alcanza un gran auge en la década de los ochenta. Cuando Víctor Hugo Cárde-
nas, uno de sus líderes intelectuales más importantes, accede a ser el vicepresiden-
te de Sánchez de Lozada en 1993, se produce definitivamente la decadencia del
movimiento (Hylton y Thomson 2007).
12. Szemiński prefiere el término insurrección más que el de revolución, ya que quie-
re evitar la proyección de un significado determinado en los eventos de 1780. El
suyo es un estudio histórico con un fuerte componente filológico de las lenguas
andinas.
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 

la que Alison Spedding escribe Wachu Wachu y cuando decide dar el


salto de la antropología a la ficción con su novela Manuel y Fortunato.
La gran posibilidad que ofrece la ficción es la de reproducir el tiempo
sin ceñirse a los límites cronológicos que impone el lenguaje científi-
co. La ficción no explica, transporta. La historia de Spedding dialoga
con los movimientos sociales, pero no se centra en ellos. Se define por
el traslado constante de la coca y los personajes que la comercian. En
vez de ubicar la trama en un solo lugar, Spedding muestra el carácter
itinerante que impone el intercambio como una de las características
fundamentales de la identidad de los aymaras, con referentes impor-
tantes en Potosí, en Lima, en Cuzco y en La Paz, así como en los pue-
blos del altiplano. En este sentido, Spedding muestra que es necesario
tomar distancia de la definición simple que tiende a situar la comuni-
dad indígena en un determinado lugar del paisaje rural. Esa identifi-
cación casi esencial entre los indígenas y la tierra es una de las caracte-
rísticas que fortalece la noción equivocada de una identidad ahistórica
y estática13.
Para mostrar la importancia del intercambio comercial en la región
andina, Rivera Cusicanqui recuerda que el motivo de las sublevaciones

13. Propongo pensar la idea de Mariátegui de que el problema del indio es el pro-
blema de la tierra (1993: 40-45) a la luz de las reflexiones de Arjun Appadurai
(1988), cuando critica el simplismo con el que se define, desde las ciencias socia-
les, los problemas en la India como fruto de la división jerárquica de las castas.
A esta afirmación, que aunque cierta es reduccionista, Appadurai la define como
una prisión metonímica, porque previene al investigador de mirar la serie de rela-
ciones y tensiones que han dado origen a los movimientos sociales en India. De
la misma manera, creo que, aunque acertada, la célebre frase de Mariátegui, tam-
bién resulta ser una prisión metonímica. La simple identificación de las luchas in-
dígenas como un asunto de tierras y de la protección de los recursos naturales re-
sulta peligroso, sobre todo en nuestra época, en la que la defensa de la ecología es
la apuesta de una modernidad alternativa y no necesariamente incluyente. En ese
marco, el reclamo indígena se convierte en una posición éticamente loable pero
aparece como congelada en la historia y por lo tanto refuerza un imaginario de
una identidad indígena ahistórica. Para un caso reciente, véase la disputa en tor-
no a la defensa del Tipnis en <http://redcontraelracismo.blogspot.com/2011/10/
por-que-no-voy-salir-marchar-en-defensa.html>.
 Gabriela Polit Dueñas

de Tupac Catari, fue la subida de los impuestos en la comercializa-


ción de los productos14. Las sublevaciones estaban vinculadas con una
identidad que giraba en torno al intercambio comercial y no solamen-
te a la posesión de tierras. Para Rivera Cusicanqui ésta es una de las ca-
racterísticas propias de las culturas andinas que muestra la existencia
de una modernidad paralela a la europea. El mercado de plata y coca en
Potosí, llamado Gato –castellanización de quatu– era, según la autora,
uno de los centros de modernización indígena (2010: 54). Esta mira-
da ofrece otra perspectiva respecto al topos donde los andinos negocian
su identidad: el mercado, un lugar liminal entre la ciudad y el campo
o donde confluyen los dos.
Las referencias anteriores muestran que la distinción tajante entre
la urbe y el campo quizá no sea la más adecuada para comprender las
formas de intercambio, los flujos humanos y culturales que han defi-
nido las culturas andinas desde la época prehispánica:

…la identidad aymara, tal como se la conoce actualmente, sólo comenzó a


constituirse hacia fines del siglo xviii, puesto que en tiempos prehispánicos
y en la temprana colonia, el panorama social y cultural de los Andes mostraba
un abigarrado mosaico de diversas etnias, lenguas y unidades de pertenencia
(Spedding 1991: 2).

Spedding nos transporta a este universo diverso y de distintas for-


mas de organización y negociación con el poder que suceden al mis-
mo tiempo, y que están definidas por el constante trajinar de bienes y
seres humanos en amplios y distintos territorios.

14. En Pachakuti… Rivera Cusicanqui analiza los movimientos sociales de los últi-
mos cincuenta años en Bolivia, a la luz de lo que fue el movimiento de resisten-
cia más importante de la colonia y que concluyó con el ajusticiamiento de Julián
Apaza-Tupac-Catari y dio nombre al movimiento Katarista de los años setenta. Al
mirar las formas de los movimientos contemporáneos que se organizaron alrede-
dor de La Paz, Rivera Cusicanqui muestra cómo éstos se alimentan de la memoria
colectiva del proceso de 1781, cuando Tupac Catari mantiene cercada la ciudad
de La Paz: “La memoria histórica se reactiva y a la vez se reelabora y resignifica en
las crisis y ciclos de rebelión posteriores (13).
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 

La historia

A pesar de que la historia cuenta varios acontecimientos, hay uno que


simbólicamente es decisivo para comprender la dimensión mítica del
tiempo. En la segunda década del siglo xvii, en el Perú colonial se
quemaron las momias y los restos de los antepasados indígenas alegan-
do que eran objeto de adoración idólatra. La quema de las momias o
extirpación de idolatrías fue una práctica común fundamentada en la
necesidad de difundir la fe católica. Las quemas de momias fueron es-
tratégicas en la desarticulación de la cultura religiosa andina, y de ahí
la importancia de hacerlo como espectáculo público. En el contexto
de este artículo, se puede leer la quema de momias o extirpación de
idolatrías, como un paso importante para negar la identidad indíge-
na, crear una tabula rasa en la que se puede proyectar una idea pro-
pia15. En Manuel y Fortunato los protagonistas presencian la quema de
sus antepasados en la plaza del pueblo de Oyune, donde viven. Pero
Spedding decide contarlo a partir de la trama que urden los indígenas
para reivindicar a sus muertos y enfatizar sus acciones como gestos de
resistencia –aún desde el lugar del débil– que articulan de manera dis-
tinta su experiencia.
En la comunidad de Oyune la coca es el producto agrícola que or-
ganiza el mundo social: con ella se paga el tributo a la Corona, se for-
man jerarquías, se fortalecen relaciones de parentesco y solidaridad,
se mantienen vigentes los mitos, se establece comunicación con los
antepasados y se reproducen rituales. Pero lejos de hacer de la hoja un
fetiche para mostrar un otro exótico y homogéneo, la autora hace uso
de su experiencia etnográfica en los Yungas paceños y de sus conoci-
mientos de la antropología histórica y la lingüística para, a través de
las escenas de consumo, trasiego e intercambio de la coca, recrear at-
mósferas, describir expresiones culturales, narrar la vida cotidiana y las
formas de intercambio entre la gente de Oyune, la de Potosí, la de La
Paz y la de Lima.

15. Spedding sigue los estudios de Pierre Duviols (1971): La lutte contre les religions
autochtones dans le Pérou coloniale.
 Gabriela Polit Dueñas

En la trama de la historia, Spedding brega con los conflictos de los


personajes, las envidias, las confusiones respecto a las nuevas formas
de poder que imponen la Iglesia, el rey, los españoles, los caciques lo-
cales. Muestra la fragmentación de una organización social heterogé-
nea y en movimiento que además sufre la invasión y la violencia de la
conquista.
La protagonista es Saturnina (Satuka), una india ambiciosa y bru-
ja16. Ella se casa con Manuel, el último hijo ilegítimo de un principal
de la zona de Oyune. Cuando el medio hermano de Manuel recono-
ce que el muchacho ha crecido, decide darle la ropa que lo identifica
como uno de su estirpe: “Al fin encontró unos calzones anchos y suel-
tos, cayendo acampanados sobre las cintas que les amarraron debajo
de la rodilla. Los apiló en los brazos de Manuel, seguidos por unas ca-
misas de lino amarilleado” (Spedding 1997: 12-13). La vestimenta es
un elemento fundamental para mostrar a los personajes y definir su
jerarquía, su edad, e incluso describir transiciones. Cuando Manuel
sale bien vestido al patio, otro de sus hermanos lo increpa: “Ya vas ir a
la qhachwa? (baile)” (ibíd.: 13). Manuel se había hecho un hombre17.
La familia vive del comercio de la coca, del cobro a la comunidad
y del pago del tributo a las autoridades españolas. Todos los intercam-
bios comerciales, las rentas y la riqueza excedente, o acumulación de
capital, vienen del trasiego de la coca. La coca sirve también para ce-
rrar tratos, amasar fortunas y dar tributo a los muertos.
A partir del momento en que asume el segundo lugar en el cacicaz-
go, la vida de Manuel transcurre en los caminos, viaja de los Yungas a
Potosí, a La Paz y a las comunidades vecinas a Oyune, recogiendo co-
sechas y tributos para luego pagar a la Corona. En la descripción del

16. Este personaje parece estar inspirado en la cacica Nicolasa Sirpa y su hija, quienes
fueron encerradas en el convento de Caquiaviri, durante los levantamientos de
1771 (Thomson 2005).
17. Zsemiński señala que las diferencias en el vestir son rasgos muy importantes en-
tre los cronistas de la época, denotando que el vestir y la apariencia exterior son
elementos fundamentales entre las culturas andinas. Spedding trabaja muy bien
este aspecto a lo largo de su texto y usa la vestimenta como una forma importante
de marcar las identidades y transiciones entre los personajes.
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 

trabajo y las funciones de Manuel, la autora muestra cómo la estructu-


ra del poder colonial dependía de la organización social indígena para
mantener el orden y el cobro de impuestos. Se hace evidente la porosi-
dad de los procesos de colonización y las formas de resistirlo. Pero tam-
bién muestra las otras tragedias de la conquista. En uno de esos viajes a
Potosí, Manuel se contagia de viruela y lleva la peste a su pueblo. Mue-
ren muchos en la comunidad, entre ellos los hijos que tuvo con Satuka.
Eran más de seis y sobrevive solamente una niña, Celestina.
Años más tarde, cuando Celestina es una jovencita, Satuka la lleva
consigo a Potosí donde va a comerciar con coca. Allí, la chica conoce a
Fortunato, un joven mitayo de la costa, huérfano de padre, que se ha
curtido en la vida de la ciudad. De cuna sin estirpe, Fortunato, como
el pícaro clásico, después de ser vagabundo y pordiosero, transita por
las casas de varios amos. Su carácter despierto y su gracia le favorecen
y, finalmente, consigue trabajo como portero en un colegio jesuita. La
curiosidad le ayuda a seguir las lecciones de los alumnos del colegio y
aprende a leer. Después de presenciar un misterioso asesinato, y por
miedo de ser inculpado del hecho, huye y se va a vivir con una viuda
rica para quien trabaja de día en el mercado y por la noche en la cama.
El encuentro entre Fortunato y Celestina es casual, pero intenso.
Cuando Satuka los sorprende, castiga a la hija a golpes, pero al darse
cuenta de que Fortunato sabe leer y escribir, inmediatamente lo acep-
ta como yerno y lo lleva a Oyune. Criado en las calles del quatu (el
mercado de Potosí), un lugar cosmopolita en el que se hablan varias
lenguas y se encuentra gente de todo el mundo atraída por las minas,
Fortunato se siente un extraño en la puna. Con su traslado a Oyune
se hace evidente la diferencia de la vida entre el altiplano y la ciudad,
aunque se hace hincapié en la interdependencia que existe entre uno
y otro.
El viaje de Fortunato también muestra la heterogeneidad del mun-
do indígena precolonial. Si bien Fortunato es un indígena, no conoce
ni el origen ni las tradiciones de la gente de su esposa. Sin embargo, el
hecho de que la familia de Celestina lo acepte como yerno, pese a ser
un mitayo (una casta social mucho más baja), pone en evidencia que la
adaptación a los cambios que impone el nuevo orden colonial es más
fuerte que la tradición. La posible movilidad social de Fortunato habla
 Gabriela Polit Dueñas

no sólo de la sobrevivencia y la adaptación de los indígenas a las nuevas


formas del poder –síntoma de su necesaria modernización– sino sobre
todo de los cambios que se dan en el interior de las formas de organiza-
ción aymara. Ésta es una característica de la resistencia indígena.
Lo más notable de esta historia es que Fortunato logra ser aceptado
en el seno de una familia principal por saber leer y escribir. Él se vuel-
ve indispensable para que Manuel y Satuka mantengan su cacicazgo
de una manera más acorde con los tiempos que corren. Los caciques
saben que necesitan del saber de los conquistadores para conservar su
puesto y le endilgan al yerno la labor de llevar las cuentas de sus deu-
dores en un papel, dejando atrás el conteo mediante quipus.
Esto no quiere decir que hayan dejado de lado sus costumbres.
Todo lo contrario, antes de hacerlo su sucesor, Manuel lleva a Fortuna-
to a las cumbres de hielo perpetuo, donde están los restos de los ante-
pasados y la historia de la familia. Manuel presenta a su yerno cada una
de las momias y le explica la línea genealógica de su estirpe. En el diá-
logo con el suegro, Fortunato entiende su lugar en ese universo en
el que la vida y la muerte conviven y en el que la coca ocupa un lugar
fundamental. En este encuentro Spedding cuenta el mito del origen de
la coca, un evento que tiene un lugar central en la novela y que divide
al relato en un antes y un después:

[L]a mujer era la cocamama. En los Yungas nació su primer hijo Cón-
dor Uchi, este es. Manuel pasó al difundo al lado derecho de Maman Tata.
“Y este, su hijo Chuqi Katari…” Iba señalando a Fortunato todos los Mama-
ni de Manqhasaya, los hombres con macanas y hondas y después las mujeres
con ruecas y ollas y hondas de pastoreo (ibíd.: 104).

En la explicación que Manuel le da a Fortunato, se borra comple-


tamente la tensión que podía existir entre la antropología y la literatu-
ra. Mientras que en el discurso de las ciencias sociales la narración es
el resultado evidente de una metodología y observación por parte de
la investigadora, en la literatura la mediación de la narradora está ve-
lada, se esconde en el diálogo entre los personajes. El diálogo es el ca-
mino y el lugar de llegada, donde forma y contenido se funden. Ésa
es la apuesta literaria de Spedding y de ahí los riesgos que enfrenta al
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 

escribir algunos diálogos en aymara, incluir el quechua y volver al cas-


tellano. Esto le da más verosimilitud a la historia. Spedding, además,
reconoce sus deudas literarias con Guamán Poma (a quien hace apa-
recer como personaje); con José María Arguedas, cuyos ecos son bas-
tante claros en algunas secciones de la novela; con María de Zayas y
Octavio Paz. Éstas son referencias con las que la autora muestra que
recorre el territorio de la ficción con las herramientas que pertenecen
a la ficción.

La quema de momias

En la segunda mitad, el libro cobra otro ritmo y narra la resistencia de


los indígenas. Esta parte empieza con la imagen del cura Bernardo, un
andaluz mezquino, ambicioso y corrupto que, buscando ascender en
la jerarquía eclesiástica, acusa a Satuka de bruja. Descubre que la co-
munidad guarda sus antepasados en las cumbres y los hace bajar de las
montañas para quemarlos en la mitad de la plaza del pueblo. Pese al
detalle en torno a la crueldad y la soberbia de los españoles, y a la mo-
jigatería de los indígenas que los ayudan, se destacan los momentos de
resistencia.
La noche antes de la quema y entierro de momias, a pedido de
Satuka, Fortunato cambia el cadáver del cacique muerto meses atrás
por el de un perro. El perro, amortajado como el resto de las momias,
apesta, por ser un muerto fresco. Cuando los curas dan la misa para
proceder al entierro de ciertos muertos y la quema de las momias anti-
guas, la descomposición del cuerpo del perro hace que la misa se vuel-
va un ritual grotesco. Satuka y su familia fingen dolor por el muerto y
el ritual se transforma en una comedia:

Don Bernardo celebró la misa con el perro maloliente delante suyo, por-
que nadie quería alzarlo. Manuel sollozó cada vez que lo miraba, mientras su
mujer se persignaba y hacía más genuflexiones y reverencias que una beata de
ciudad. Las moscas se amontonaron alrededor del pan y el vino, el sacristán
trató en vano de ahuyentarlas con unos trapitos sucios amarrados en la punta
de un palo (ibíd.: 161).
 Gabriela Polit Dueñas

La explicación de la presencia del perro se da en varias versiones


de acuerdo a los rumores que corren. Entre los indígenas se dice que
es la venganza de sus antepasados por haber sido sacados de la monta-
ña; para los curas es superchería y para otros es obra del demonio. Los
curas, sin embargo, conscientes de la importancia que tienen las mo-
mias en la comunidad, y temerosos de un levantamiento, deciden dar
la misa y enterrar al perro como si fuera el cacique principal. La esca-
tología de la escena hace evidente el carácter ridículo del rito católico
entre la gente de Oyune.
Desde esta lectura, el engaño con el cadáver del perro es más sig-
nificativo. El perro, finalmente, le evitó al cacique ser enterrado como
cristiano. Esa noche, después de la misa del cura Bernardo, Manuel y
Fortunato regresan a su muerto a la cueva en la cima de la montaña,
de donde lo habían sacado los curas el día anterior. Ahí, suegro y yer-
no agasajan a su muerto con coca y le piden perdón por el ultraje. Así
se equilibra la ignominia que representó perder al resto de sus ante-
pasados en el fuego y en celebraciones de ritos ajenos. El pacto entre
Manuel y Fortunato, entre la tradición y el cambio, está sellado. La
extirpación de idolatrías es, en el relato, un evento de opresión y tam-
bién uno de rebelión, como el pachakuti. La posibilidad de resistencia
o insurrección es lo que guía la acción del presente.

Satuka

Días después de la quema de momias, el cura Bernardo allana la casa


de Satuka y se la lleva, bajo la acusación formal de brujería, para in-
ternarla inicialmente en un convento en La Paz. Luego la trasladan a
Lima, mientras se resuelve su caso.
Durante el tiempo que trabajó en el colegio jesuita, Fortunato
aprendió los peligros de la Inquisición y los pecados condenados por
la Iglesia18. Con eso en mente, y de manera astuta, le propone a Ma-

18. No está de más aclarar que los indios, en tanto neófitos, nunca estuvieron bajo
jurisdicción de la Inquisición.
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 

nuel que acusen al cura Bernardo de judío. Escribe una lista de las
prácticas del cura y menciona cómo imponía entre los miembros de
la comunidad la observación de prácticas ajenas al catolicismo (no co-
mer cerdo, no trabajar el sábado, etc…). La treta de Fortunato sirve
también para defender a su suegro del pariente que pretende quedarse
con el cacicazgo. Como en esa época la acusación de judaizante contra
un cura era mucho más grave que la de brujería contra una indígena,
le devuelven la libertad a Satuka. En su estadía en el convento, Satuka
finge ser una católica piadosa y humilde, y se gana la confianza de la
abadesa principal. Ella ayuda a Satuka y a su familia a apelar las acusa-
ciones del pariente de Manuel.
En esta segunda parte, la historia está llena de intrigas. Los indíge-
nas mienten, callan, esconden. Algunos hacen alianzas con los espa-
ñoles por miedo, por conveniencia o por inercia. Otros, como Satuka
y su familia, fingen seguir la doctrina cristiana con rectitud y guardan
las apariencias. Los personajes de Spedding no son héroes románticos,
tampoco pertenecen a una comunidad homogénea donde impera “la
reciprocidad, la solidaridad, el control sobre el azar y la alegre intersub-
jetividad del trabajo colectivo y la comunión con el mundo” (como des-
cribe Quijano al mundo andino [1993: 142; el énfasis y la traducción
son míos]). Ni si quiera es una comunidad que reclame una identidad
en común. Las unidades de pertenencia, como las define Rivera Cusi-
canqui, eran múltiples en términos étnicos y lingüísticos. Los caciques
de un sector nunca interfieren en la jurisdicción de sus vecinos. Por
eso el intercambio comercial es lo que define la fluidez de las relacio-
nes entre distintos grupos.
En la novela, las traiciones entre los indígenas se dan precisamente
porque pertenecen a poblaciones distintas y cada una busca quedar-
se con el poco poder que escapa a la ambición de los españoles. Entre
parientes también se pelean, escogen distintas alianzas, se traicionan;
pero, dependiendo de las circunstancias, pueden mostrar nobleza. En
este relato, los aymaras son retratados como héroes o antihéroes de
cualquier novela moderna.
Repetidamente la autora describe los rostros inexpresivos de los in-
dígenas, ya sea en momentos de profundo dolor o de peligro, como
cuando confrontan acusaciones serias por parte de la ley o de la Iglesia.
 Gabriela Polit Dueñas

Spedding usa los estereotipos negativos con los que tradicionalmente


se describe a los indígenas como mentirosos, como seres poco dignos
de confianza e impenetrables, y nos muestra en esos mismos gestos el
único asidero de su resistencia. La mentira, el embuste y el disimulo
se narran desde el humor. Eso le permite a la autora mostrar a sus per-
sonajes, no como víctimas del poder abusivo de los colonizadores, sino
como seres ingeniosos y valientes. Entre ellos, Satuka y su yerno For-
tunato, ambos nacidos sin linaje pero con mucho olfato para ascender
socialmente, son los principales. Son ellos quienes mejor negocian su
condición subalterna, los que potencian las desventajas de esa condi-
ción para convertirla en su fuerte. Los dos son, sobre todo, extraor-
dinariamente mentirosos.
El libro termina cuando Manuel, Fortunato y Satuka regresan a
Oyune, habiendo solucionado el asunto de su cacicazgo. Fortunato
encuentra a Celestina cargando su primer hijo, momento de reden-
ción final.

El presente del pasado

En el relato son varios los momentos en los que se hace evidente la


ambigua posición de las autoridades españolas respecto a la coca. Por
un lado, la condenan como un vicio bárbaro, como un hábito dañino,
fruto de la ignorancia y la debilidad de la raza; y por el otro, la valo-
ran, porque se dan cuenta de que la coca es el motor económico de la
zona. En la escena en la que allanan la casa de Satuka, además de robar
la plata, las joyas y la ropa fina que encuentran en los baúles de la in-
dígena, se llevan la coca que tenía almacenada. La coca que tiene Sa-
tuka viene de los Yungas, se comenta, y todos saben que es la coca dul-
ce, la de mejor calidad, y la que mejor se vende. La escena tiene ecos
de la confiscación de cocaína como aparece en los diarios, y muestra
los cambios de la coca en los circuitos del mercado ilegal contemporá-
neo, como también la doble moral respecto a su prohibición. La esce-
na permite establecer una analogía con la situación de la prohibición
actual de la coca. La coca es fundamental en la vida de los aymaras, no
solamente en un sentido religioso o místico, como podrían haber sido
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 

las momias, sino también práctico. La coca es el fundamento de su


economía. Es, además, el núcleo del mundo social, espiritual, políti-
co y cultural aymara. De este modo, los programas de erradicación de
la coca que organiza la política contemporánea de la lucha contra las
drogas tiene como propósito borrar la cultura aymara19.
Manuel y Fortunato es la historia de vestigios desenterrados. La
autora logra el efecto que quiere en los lectores. Queremos que triunfe
la mentira de Satuka; y aunque el cacicazgo no le corresponda a Ma-
nuel, queremos que sea él quien lo herede y que sea Fortunato quien
se convierta en su sucesor, aunque no le toque por ser mitayo. Ningu-
no de estos personajes son protagonistas honestos, pero eso es lo que
los hace creíbles, porque tampoco son héroes trágicos o víctimas ro-
mánticas. Son seres humanos que sortean de la mejor manera lo que
les ha tocado vivir. Por eso, más allá de que existan algunas inconsis-
tencias históricas, el relato convence.

Spedding en La Paz

La única manera de dar cabida histórica y política al proyecto utópico


que encuentro en la narrativa de Spedding es describiendo exhausti-
vamente el medio cultural en el que el relato se gesta y explorando su
recepción local. Es difícil definir cuál es el público que lee a Spedding
o, incluso, si tiene lectores aymaras o si son sectores mestizos los que
la leen. En 2009 viajé a La Paz como un primer acercamiento para
observar cuál es la recepción del trabajo de Spedding en Bolivia. En
entrevistas informales con algunos catedráticos del Departamento de
Letras de la Universidad Mayor de San Andrés, donde Spedding es
profesora de Antropología y Sociología, me di cuenta de que goza de
mejor reputación como científica social que como escritora de ficción.

19. Paul Gootemberg en Andean Cocaine. The Making of a Global Drug (2009) escri-
be la historia más completa de la cocaína. Aunque en su libro no incursiona en las
tensiones a nivel racial y étnico en los Andes, muestra las ambivalencias que han
predominado en Occidente respecto a la coca.
 Gabriela Polit Dueñas

Más que críticas a sus novelas, constaté que muchos profesores y es-
critores locales ni siquiera habían leído su obra literaria20. A algunos
jóvenes escuché decir que es una escritora de culto y que goza de po-
pularidad, sobre todo, entre sus estudiantes.
Spedding vive en La Paz desde principios de la década de los no-
venta. Wachu Wachu fue su primera publicación larga sobre los ayma-
ras en Bolivia, pero se ha dedicado a estudiar los movimientos sociales
entre las comunidades indígenas de ese país durante las últimas déca-
das y ha publicado prolíficamente sobre el tema21.
Más allá de la recepción de su obra literaria, Spedding hace visi-
ble cómo el proyecto político de los aymaras debe ser entendido en el
contexto de las situaciones específicas que viven ellos. La demanda de
una identidad idealizada, o el requerimiento de un tiempo apto para
imaginar un futuro posible, son ilusiones que están más cercanas al
proyecto de la utopía occidental forjado en la negación del otro, y en
la necesidad de programar un ideal propio en un tiempo y en un lugar
ajenos. Reconocer que el proyecto de utopía en el mundo andino es la
insurrección y el fruto de la búsqueda introspectiva de nuevas maneras
de negociar con el poder es la gran lección que antropólogos, historia-
dores y analistas han tratado de enseñarnos durante muchos años22.
En la literatura ese proyecto se encarna en un personaje y se materiali-
za en la experiencia de los protagonistas de la historia narrada. La soli-

20. El viaje se realizó bajo el auspicio de la Mellon Summer Grant que me otorgó
LLILAS en 2009. En agosto de 2011, con financiamiento del Humanities Insti-
tute de la Universidad de Texas, viajé a La Paz vía Buenos Aires. Por las cenizas del
volcán Puyehue, tuve que cancelar tres veces el viaje. Escribí este artículo sin con-
cretar una entrevista con Spedding.
21. A su reputación académica y como activista por los derechos de los indígenas, se
le suma un evento que terminó por consagrarla. Durante los últimos años del úl-
timo gobierno de Hugo Bánzer (1997-2001), se le decomisaron 2 kilos de ma-
rihuana en su casa. Pese a que ella alegó que la hierba era para uso personal, se le
imputaron cargos de narcotraficante y estuvo en la cárcel hasta el año 2000, cuan-
do salió bajo fianza. Su último libro es una etnografía de las mujeres en la cárcel
que cumplen condenas por cargos de narcotráfico.
22. Me refiero a los trabajos citados anteriormente de Thomson, Zsemiński, Rivera
Cusicanqui e incluso la misma Spedding.
Coca y utopía en la narrativa de Alison Spedding 

daridad y la empatía de los lectores con estos personajes, son resultado


del proceso natural de la lectura. En este sentido, Spedding parece de-
cir que nada nos acerca más a la utopía andina que la ficción.

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SECCIÓN V

Brasilia vis-à-vis Brasilia


Sobre la imposibilidad
de (pensar) Brasilia1
Adrián Gorelik

No cabe duda de que Brasilia ha sido una experiencia-límite para la


arquitectura brasileña y para el pensamiento urbano internacional2.
Experiencia-límite en sentido literal –punto terminal del ciclo áureo
de la Arquitectura Moderna Brasileña como “estilo nacional” interna-
cionalmente consagrado–, y en sentido figurado, por su capacidad de
llevar al extremo las posibilidades de lo pensable para la cultura urba-
na del siglo xx. Pero también experiencia-límite porque se ubica en la
frontera de una época: como pocas realizaciones del programa moder-
nista en el mundo, Brasilia vino a colmar una larga serie de expectati-
vas que se disiparon –revirtiendo en cargos en su contra– en el mismo
momento de su realización. Brasilia fue el sueño que se volvió pesadi-
lla, pero no porque entre el proyecto y la construcción se hubiera des-
bocado una voluntad fáustica que –como en la célebre metáfora de
Marx– ya no fuera capaz de dominar las potencias que había desatado.

1. Este artículo se ha originado en la presentación del autor en el Seminário “Brasí-


lia: imagem, imaginário”, Instituto Moreira Salles, Río de Janeiro, 27 de mayo de
2010 y ha sido publicado en portugués en la revista Serrote, nº 10 (Río de Janeiro,
IMS), marzo de 2012.
2. Tomo la idea de “experiencia-límite” del artículo de Carlos Martins (1999): “‘Hay
algo de irracional…’ Apuntes sobre la historiografía de la arquitectura brasileña”.
 Adrián Gorelik

En este caso, el carácter monstruoso –es decir, contrario al orden de la


naturaleza– que el pensamiento urbano descubrió en la ciudad apenas
levantada, no fue el producto de los sueños de la razón, sino del des-
ajuste: la misma transparencia meridiana con que la nueva capital ha-
bía sido concebida como respuesta inteligible a un problema dado, la
convirtió al instante en un jeroglífico opaco.
En este ensayo me gustaría volver sobre una de las cuestiones que
se derivan de ese desajuste temporal entre Brasilia y el pensamiento
urbano, y que me han preocupado desde mis primeros acercamien-
tos a la historia de esa ciudad3. Con la doble imposibilidad que se se-
ñala desde el título –imposibilidad de Brasilia, imposibilidad de pen-
sar Brasilia– deseo volver a enfatizar la necesidad de desnaturalizar las
condiciones excepcionales de su realización, producto de una encru-
cijada particularísima y azarosa de eventos que se obturó casi en el
mismo momento en que se alcanzaba. Y, especialmente, volver a pro-
blematizar el peculiar lugar de Brasilia en el pensamiento urbano de
las décadas que siguieron a su construcción. En verdad, aquí voy a
concentrarme exclusivamente en el segundo aspecto (aunque presupo-
niendo el estrecho vínculo entre ambos, ya que el juicio sobre la im-
posibilidad de pensar Brasilia varía si se parte del hecho de que se tra-
taba de pensar una ciudad imposible), con lo cual voy a volver sobre
un tema –la suerte de la arquitectura brasileña en la crítica interna-
cional– que en los últimos años ha tenido una serie de abordajes muy
productivos. Sin embargo, si la celebración, las críticas y la crisis en el
momento de apogeo de la arquitectura brasileña ya forma parte de la
narrativa historiográfica, creo que todavía es necesario seguir interro-
gando el silencio posterior a Brasilia, las razones de un derrumbe tan
estrepitoso. Y creo, incluso, que desde la evidencia de ese silencio tam-
bién es posible dar una interpretación diferente de aquellas críticas y
aquella crisis (al menos ése es el terreno en el que quisiera que este tex-
to haga su aporte).

3. Véase Adrián Gorelik (1999): “Tentativas de comprender una ciudad moderna”,


artículo del cual se derivó el capítulo sobre Brasilia de mi libro Das vanguardas a
Brasília. Cultura urbana e arquitetura na America Latina (2005).
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

Aquí voy a partir de aquellas críticas contemporáneas para estable-


cer las coyunturas en que Brasilia fue pensada, intentando entender el
largo ciclo de su recepción. La hipótesis más general que organiza este
recorrido es bastante sencilla: sostiene que Brasilia surgió en el mismo
momento en que se producía una doble dislocación en el pensamiento
sobre la ciudad y la arquitectura –doble y diversa en Europa y en Amé-
rica Latina, y también doble y diversa en el pensamiento arquitectóni-
co y en el urbano–, y que por esa razón quedó como un punto ciego
para casi todas las corrientes de reflexión arquitectónica o urbana hasta
los años ochenta. Finalmente, se hace un examen muy somero del sur-
gimiento, en esa década, de una nueva estación de pensamiento crítico
y de una nueva historiografía, que corren el riesgo de quedar asordina-
dos ante la apertura más reciente de un nuevo ciclo de reivindicación
modernista, en el que los aniversarios tan próximos de los cien años de
Niemeyer y los cincuenta de Brasilia han producido (o confluido con)
una nueva revisión condescendiente del modernismo que parece mez-
clar la curiosidad del coleccionista con un retorno naïve a la ideología.

Brasilia y los dilemas del modernismo

La sólida evidencia respecto de las dificultades de pensar Brasilia entre


comienzos de la década de 1960 y mediados de la de 1980 le otorga a
las críticas contemporáneas a su realización, en el filo mismo de aquel
quiebre epocal que se abría a sus pies, una lucidez y una agudeza que
corremos el riesgo de perder si nos detenemos exclusivamente en su ani-
mosidad o sus incomprensiones. Es por ello, seguramente, que en los
últimos tiempos están surgiendo una serie de trabajos que enfocan el
momento de la crisis y el ocaso de esa Arquitectura Moderna Brasileña,
el período que va desde la primera ola de críticas impulsada por Max
Bill en el 53 y el célebre “Report on Brazil” de The Achitectural Review
un año después, hasta los debates sobre la construcción de Brasilia4.

4. Véase, entre otros ejemplos, el excelente “Modernidade congênita”, de Guilherme


Wisnik, en Elisabetta Andreoli y Adrian Forty (eds.) (2004): Arquitetura moderna
 Adrián Gorelik

Y es importante avanzar más aún en la comprensión de ese ciclo de crí-


ticas dentro del marco mayor de los dilemas de la modernidad en todo
el mundo, y no sólo como una cuestión acotada a un capítulo del cruce
de miradas entre centro y periferia. No porque Brasil hubiera dejado de
ser un país periférico que se observaba con esa mezcla de ingenuidad y
condescendencia en la que suelen caer los observadores “centrales” más
avisados; sino porque hacia los años cincuenta su arquitectura había ga-
nado carta de ciudadanía internacional, y cuando se escribía sobre ella
ya no era para divulgar una buena nueva desde la frontera del mundo
civilizado, sino para ejemplificar una de las vías legítimas de la arquitec-
tura contemporánea.
Es lo que hacía Bruno Zevi, una de las figuras más críticas de Bra-
silia, al sostener que los aspectos que cuestionaba en la nueva ciudad
“reflejan, en larga medida, las carencias, los problemas irresueltos de
nuestra cultura urbanística y arquitectónica. Por eso incluso nosotros,
comprometidos en la crítica, nos sentimos responsables de esos defec-
tos” (1960: 608)5. No se trataba en absoluto de una concesión retóri-
ca, sino de la conciencia de que Brasilia interpelaba, como produc-
to avanzado del pensamiento moderno, a todos aquellos preocupados
por el rumbo de la modernidad misma. Esta reinserción de Brasilia en
el contexto intelectual en que fue recibida es fundamental, porque así
como no es posible comprender Brasilia sin entender cabalmente a sus
críticos contemporáneos, tampoco es posible comprender la arquitec-
tura moderna del siglo xx sin entender Brasilia.
Lo primero que llama la atención en las críticas contemporáneas
a su realización es la centralidad de dos cuestiones: la representativi-
dad de lo público y el monumentalismo, entendido no sólo como una
cuestión de escala, sino también como la actitud distanciada con que

brasileira. London/New York: Phaidon; la tesis de doctorado de Ana Luiza Nobre


(2008): “Fios cortantes” (Departamento de História, PUC-Rio), que revisa con
agudeza el episodio de Max Bill; o el capítulo que dedica Valerie Fraser (2000) al
ocaso del interés internacional no sólo sobre Brasil, sino sobre América Latina,
en Building the New World. Studies in the Modern Architecture of Latin America,
1930-1960. London/New York: Verso.
5. Todas las traducciones son mías.
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

la arquitectura brasileña venía experimentando con el modernismo,


como si se tratara de un “estilo histórico”6. Se trata de dos cuestiones
que habían quedado sepultadas bajo las figuraciones de Brasilia que
dominaron luego: la responsabilidad del Plano Piloto en la segrega-
ción habitacional y su carácter ejemplar del urbanismo funcionalis-
ta de la Carta de Atenas. La representatividad y el monumentalismo,
en cambio, son dos cuestiones que no hace mucho estamos re-apren-
diendo a ponderar como aportes principales de la nueva capital a las
afiebradas búsquedas que la crisis del modernismo venía impulsando
desde la misma década de 1930, aunque eclosionaron en la escena in-
ternacional de la segunda posguerra. Ya es muy conocido el modo en
que estas cuestiones se habían estado abriendo paso dentro de la re-
flexión canónica sobre la arquitectura moderna: “Una segunda etapa
positiva debe ser aún alcanzada, el desarrollo de un idioma rico y sufi-
cientemente flexible para expresar todas las ideas que la arquitectura
–especialmente la representativa– puede ser capaz de expresar” (117),
se sostenía en la presentación del simposio “In Search of a New Mo-
numentality”, organizado por The Architectural Review en 1948, al que
fue invitado Lucio Costa junto a Henry-Russell Hitchcock, Walter
Gropius y Siegfried Giedion, quien apenas un año antes había difun-
dido, con José Luis Sert y Fernand Léger, el manifiesto “Nine Points
on Monumentality”. También son conocidas las nuevas preocupacio-
nes de los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moder-
na) de la posguerra sobre los temas de la representatividad y lo públi-
co, que a su manera Brasilia había encarado de un modo no previsto
en la Carta de Atenas.
Pues bien, para los contemporáneos de Brasilia era muy claro que
en esas cuestiones radicaba la fuerza y la originalidad de la capital, las
celebraran o no, ya que la veían como una nueva estación en la ca-

6. He desarrollado en trabajos anteriores (nota 3) este aspecto de la noción de mo-


numentalidad en la arquitectura moderna brasileña y en Brasilia, como auto-
conciencia de los roles simbólicos del modernismo para componer resoluciones
formales, tipológicas y funcionales dirigidas a una voluntad diferente de la “origi-
nal”: la producción de un orden capaz de encarnar y simbolizar el poder moderni-
zador del Estado nacional.
 Adrián Gorelik

pacidad comunicativa de la arquitectura y el urbanismo modernos.


William Holford, uno de los tres jurados internacionales del concur-
so del Plano Piloto, lo decía con claridad cuando justificaba la elección
del proyecto de Costa: si Brasilia supone “un desafío de esa importancia
histórica, no basta con producir un diagrama organizativo. Es necesario
producir algo que comunique y, por consiguiente, lo que se tiende a ha-
cer es producir una obra de arte” (cit. en Pedrosa 1981: 368).
Algunos, por cierto, seguían entendiendo el monumentalismo
de Brasilia como un retroceso retrógrado al clasicismo o, en térmi-
nos ideológicos más generales, como la encarnación del autoritarismo,
tanto por sus efectos espaciales –la concreción espectral de una ciudad
kafkiana–, como por su significado más amplio de expresión urbano-
arquitectónica de las necesidades políticas de un régimen –necesida-
des inaceptables para la tradición maestra del pensamiento urbano–,
que ratificaban la idea de los países latinoamericanos como sitios de
dictaduras excéntricas capaces, entre otras cosas, de levantar una ciudad
completa en el desierto. Y si sorprende cuando Zevi, por ejemplo, se
ve en la obligación de aclararle a su público italiano, luego de esgrimir
todos estos argumentos, que Kubitschek es con todo un presidente
democrático, conviene recordar que un brasileño tan perspicaz como
Joaquim Guedes pudo sostener en 1974 que el monumentalismo de
Brasilia, como profecía autocumplida, era la prueba de que la dictadu-
ra brasileña había comenzado ya con Kubitschek7.
Contra estas interpretaciones se recorta la Storia della architettura
moderna de Leonardo Benevolo, escrita en los últimos años de la déca-
da de 1950 al calor de los debates sobre Brasilia (se publicó en 1960),
a pesar de que tampoco él creía que el monumentalismo brasileño fue-
se una vía válida para la arquitectura moderna. En efecto, en térmi-
nos generales, Benevolo seguía bastante de cerca los argumentos más

7. Joaquim Guedes recordaba autocríticamente esa afirmación en “Por uma nova ci-
dade” (1985: 69). “Profecía autocumplida” la llamó también Zevi, apenas ocurri-
do el golpe del 64. Pero la caracterización de autoritarismo comenzó en la propia
concepción de Brasilia; véase, por ejemplo, Sybil Moholy-Nagy, “Brasilia: Majes-
tic Concept or Autocratic Monument” (1959: 88).
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

demoledores que Max Bill había disparado en 1953, pero lograba sin
embargo ir más allá en la comprensión del “estilo brasileño”. Explica-
ba el monumentalismo en la necesidad de la sociedad brasileña de una
“representación simbólica”, satisfecha por la arquitectura a través de
una serie de recursos, como el cambio de escala –que carga cada mo-
tivo formal del repertorio modernista con una “intensidad emotiva”–,
o la elementariedad de la composición –que hace emerger los signifi-
cados “a primera vista, con diagramática inmediatez” (la cruz de Cos-
ta como la perfecta simplicidad de un único gesto)–. De tal modo,
aunque critica “el vago sabor zoomorfo” del plano (su carácter de me-
táfora extrínseca, ya señalado por Zevi), Benevolo destaca el modo
“magistral” en que ese elementarismo le permite a la imagen inicial to-
mar forma “sin perder frescura ni simplicidad”, logrando que “en cada
punto del vasto territorio de la ciudad se pueda percibir la energía y el
carácter del esquema general” (1963: 923, 926)8.
También Giulio Carlo Argan había sabido ver en el monumen-
talismo brasileño el resultado de “mezclar lo funcional con lo repre-
sentativo, la técnica y la exaltación de la técnica”, como parte de una
“retórica de la civilización” ([1954] 2003: 171). Y si suspendemos las
enormes diferencias entre el tono analítico de Argan y la indignación
moral de Max Bill (1954), es indudable que los rasgos principales de
esa interpretación fueron anticipados por el suizo, que vio el gran es-
cándalo de la arquitectura brasileña en su regodeo alegre en la superfi-
cie de un “estilo”, actitud que convertía el lenguaje moderno en con-
vención retórica9. Frente a este hallazgo, que da tan buena cuenta de la

8. Si bien los pasajes de esta primera edición de Benevolo pertenecen a su traduc-


ción española, Historia de la arquitectura moderna (1963), es interesante notar
que, en una edición posterior, Benevolo introduce un último párrafo que discute
con las versiones sobre el carácter proféticamente autoritario del monumentalis-
mo de Brasilia, señalando que “el cambio violento de dirección política” (el golpe
de 1964) ha “falseado” la polémica sobre las direcciones y los resultados del pro-
yecto; véase Storia della architettura moderna (1975: 843).
9. Véase Max Bill (1954): “O arquiteto, a arquitetura, a sociedade”. Como se sabe,
el texto responde a la conferencia del 9 de junio de 1953, aunque el escándalo lo
desató la publicación de una entrevista en Manchete cuatro días después; aquí cito
 Adrián Gorelik

base sobre la cual la arquitectura brasileña establecía su distancia res-


pecto del momento “heroico” (funcionalista) de la Arquitectura Mo-
derna, buena parte de los comentarios elogiosos de entonces corren el
riesgo de sonarnos condescendientes. Podría pensarse, en este senti-
do, que la positiva recepción temprana de la arquitectura brasileña fue
víctima de la necesidad proselitista de los constructores del canon mo-
dernista –Giedion, en primer lugar–, que buscaron cobijar la peculia-
ridad sudamericana en una interpretación hospitalaria. Ésa es la para-
doja de la noción de “estilo nacional” en esta primera recepción: como
un último esfuerzo por mantener cohesionado un frente internacional
de la arquitectura moderna ante una escena que se problematizaba y
fracturaba, la interpretación de la arquitectura brasileña subrayó los
elementos familiares –vía el magisterio de Le Corbusier en Brasil– y
relativizó el peso de los rasgos peculiares con una explicación del “ca-
rácter nacional” que, sin embargo, neutralizaba, exotizándolos, la capa-
cidad que esos rasgos podían ofrecer ante los desafíos que debían ser
enfrentados para que la idea misma de Arquitectura Moderna siguiera
teniendo algún sentido.
Los antagonistas, en cambio, concentrándose en los rasgos peculia-
res, denunciando sus “peligros formalistas”, demuestran ver en la ar-
quitectura brasileña una manifestación, para ellos equivocada (pero no
menos que Le Corbusier), de la crisis internacional del modernismo.
Así, frente a la hospitalidad esterilizadora de los entusiastas, las denun-
cias de Bill o Zevi normalizaban la arquitectura brasileña, poniéndola
en discusión con los dilemas contemporáneos: los “peligros de caer en
la retórica” de la arquitectura de Brasilia eran, para Zevi, sin duda simé-
tricos de los que anidaban en los nuevos historicismos que él combatía
en Italia porque se alejaban de la senda “sana” de actualización necesa-
ria del programa modernista (1960: 615).

la versión publicada en Habitat simplemente para recordar la inocultable simpa-


tía con la que Lina Bo Bardi y un sector de la revista recibió este discurso de Bill,
mostrando que también dentro de Brasil el suceso de la Arquitectura Moderna
Brasileña generaba reacciones encontradas –en el caso de Habitat, éstas se tradu-
jeron con coherencia, más adelante, en la lectura crítica del concurso de Brasilia–.
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

Pero hay un ejemplo especialmente interesante de esta relación


entre valoración de la arquitectura moderna brasileña (y de Brasilia,
en particular) y las nuevas perspectivas sobre el modernismo interna-
cional: se trata de Reyner Banham, cuya obra se elabora a partir de la
asunción del nuevo lugar de observación crítica ganado frente a la pri-
mera generación moderna. La conciencia de pertenecer a una nueva
generación es la clave interpretativa que le da a Banham su visión dis-
tanciada, propiamente histórica, tanto respecto del espíritu “apostóli-
co” de los “pioneros”, como del “uniforme adolescente” que vistió su
arquitectura. Especialmente, le permite advertir los “significados sim-
bólicos” de la forma moderna (“luego descartados o ignorados por sus
apologistas en 1930-40”); es decir, entender que la arquitectura mo-
derna no había sido el resultado “natural” de las transformaciones y las
necesidades técnicas, funcionales o sociales, sino la “forma simbólica”
elaborada como interpretación emotiva de la primera era de la máqui-
na ([1960] 1977: 305-306)10. A diferencia de Zevi o Benevolo que,
si bien pertenecen a esta segunda generación, participan aún del em-
peño moral por encontrar expresiones “sanas” de la arquitectura mo-
derna, Banham traza frente a esas búsquedas un quiebre histórico in-
franqueable, dejándolas en un pasado, no por muy próximo, menos
remoto conceptualmente. Si toda la arquitectura moderna ha de ser
pensada como una convención retórica, eso ya no puede ser levanta-
do como un elemento de juicio en sí mismo –como hacían Bill, Zevi
o Benevolo respecto de la arquitectura brasileña–: es el moralismo en
la interpretación lo que deja de lado esta nueva perspectiva historicista
y desideologizadora de la forma moderna, que Banham comparte con
toda una generación de críticos ingleses, como Colin Rowe.

10. Banham utiliza en varias ocasiones la figura de la arquitectura moderna como


“forma simbólica”, y aunque no cita el librito de Panofsky de 1927, La perspecti-
va como forma simbólica, es indudable que su empresa es en un punto análoga, en
tanto Panofsky había mostrado provocativamente que el método de perspectiva,
considerado desde el Renacimiento el modo científico de producir una repre-
sentación “natural” frente a las concepciones “simbólicas” del arte del pasado, era
en verdad una “forma simbólica” más de entender el mundo, la del humanismo
objetivante.
 Adrián Gorelik

Esta colocación de Banham respecto del modernismo organizaba


ya su primer libro, centrado en aquella primera generación, Theory and
Design in the First Machine Age, de 1960; pero para nuestro argumento
es más interesante el segundo, Guide to Modern Architecture, de 1962,
que se propuso mostrar que la arquitectura moderna “había superado
la adolescencia” gracias a una generación de “sucesores radicales” en-
tre los que coloca la arquitectura brasileña, y especialmente a Brasilia,
como una experiencia que “desbarató las formas del uniforme adoles-
cente” (63)11. Discutiendo con quienes sostenían que la arquitectura
moderna había muerto, y por lo tanto se sentían libres para “volver
atrás” retrasando “simplemente el reloj medio siglo” y eliminando la
palabra moderna “como si se tratase de un error”, Banham se proponía
mostrar lo viva que estaba, en tanto había sido capaz de cambiar, actua-
lizando sus apuestas y sus formas. Es en este contexto en el que anali-
za Brasilia: punto de llegada del manejo de las geometrías contrastadas
que había sido la marca de agua de la Arquitectura Moderna Brasileña
desde el Ministerio, incluso a riesgo de su conversión en fórmula, Ban-
ham ve en el Palacio de Alvorada y la torre doble del Parlamento un
altísimo grado de sofisticación (“que hace que la temprana arquitectu-
ra brasileña parezca naïve”), y en las curvas opuestas de las cúpulas del
Congreso, arquitectura de “grande y retórica simplicidad” (ibíd.: 140).
Hace una rápida comparación con Chandigarh, y es evidente que Ban-
ham considera superior la obra de Le Corbusier, aunque a nivel del pla-
no sostiene que, ante la simplicidad del de Costa, adecuada para estos
tiempos del automóvil, Chandigarh nació antigua, como un resto ar-
queológico. De todos modos, más importante para nuestro argumen-
to que los detalles de la crítica –o que las preferencias de Banham– es
el modo en que incorpora la arquitectura brasileña al elenco de las vías
contemporáneas para una arquitectura moderna de nueva generación.

11. Banham hizo una segunda edición actualizada del libro, en 1975, a la que llamó
Age of the Masters: A Personal View of Modern Architecture, que terminó siendo
la más conocida. Deseo expresar mi gratitud al artículo de Guilherme Wiznik,
“Modernidade congênita”, op. cit., que me ha advertido acerca de los comenta-
rios de Banham sobre Brasil, fundamentales para mi argumento.
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

Pero al tiempo que ofrece una de las miradas más elaboradas sobre
la experiencia brasileña, este texto de Banham se convierte también en
un último abordaje, casi un réquiem. Porque era una interpretación
que necesitaba de aquel margen ambiguo –distancia histórica con el
modernismo y compromiso con su continuidad– que a lo largo de la
década de 1960 se fue desdibujando más y más, haciendo que la “dife-
rencia” de la arquitectura brasileña se fuera aplanando, dejándola como
una mera versión subdesarrollada de la arquitectura modernista y a
Brasilia, como un error, la aplicación a destiempo de la Carta de Ate-
nas. Es como si en el interior de un debate todavía modernista, la arqui-
tectura brasileña hubiera tenido la potencia de una heterodoxia inspi-
radora, mientras que a medida que el modernismo se fue convirtiendo
no sólo en un hecho histórico, como en Banham, sino en un hecho del
pasado que obstaculizaba la comprensión del presente, esa arquitectura
se hubiera ido reduciendo a una modulación local (más o menos capri-
chosa, pero modulación al fin) de un vocabulario superado.
No se trata, por cierto, de afirmar que todas las elaboraciones de los
sesenta –de Kevin Lynch a Edward Hall en la ampliación del debate
urbano hacia la semiología o la antropología; de Jane Jacobs a Giancar-
lo de Carlo en la nueva comprensión de la ciudad histórica; de Robert
Venturi a Aldo Rossi en las reflexiones más específicamente arquitectó-
nicas– hayan significado una simple refutación del modernismo, como
quiso a comienzos de los años setenta el discurso posmoderno. Se tra-
ta de entender que la dispersión de los temas y la multiplicación de los
frentes de ataque que dialogan selectivamente con diversas tradiciones
o autores del modernismo, ya impiden a mediados de los sesenta la
conciencia de continuidad crítica transgeneracional que todavía habi-
taba en el brutalismo inglés, por ejemplo, y dificultan la elaboración de
programas comunes, como demuestra el progresivo desvanecimiento
de los CIAM, fracasados todos los intentos de renovación que se inten-
taron en su seno desde la posguerra.
Este nuevo mapa de la arquitectura contemporánea que se va di-
bujando a lo largo de los años sesenta quizás no sea mucho más frag-
mentado que el que la historiografía estaba descubriendo –detrás de la
narrativa homogeneizante del “Movimiento moderno”– para el pro-
pio momento clásico de las vanguardias heroicas; pero sin duda estas
 Adrián Gorelik

fisuras más recientes ya formaban parte constitutiva de la autorrepre-


sentación múltiple de una arquitectura que asumía el rango de su cri-
sis. En este nuevo archipiélago de lo moderno ya no parece haber lu-
gar alguno para la arquitectura brasileña, y aún menos para Brasilia, su
canto del cisne. Paradójicamente, podría decirse que lecturas como las
de Banham (en positivo) o Benevolo (en negativo) podrían haber ha-
bilitado unos años después una consideración “post” de Brasilia: sólo
pensar en algunos de los calificativos que se aplicaron a su arquitectu-
ra –especialmente la de Niemeyer: surrealista, metafísica, neo-barroca,
manierista– permite imaginar toda una serie de sintonías potenciales
con algunas de las líneas maestras de indagación de los años sesenta
que en la década siguiente iban a alimentar –malgré elles– la categoría
de posmodernidad (Rossi, en primer término, pero también Venturi
o el objetivismo kahniano, por mencionar los más obvios). Pero eso es
justamente lo que no se produjo.
Y esta ausencia de los años sesenta encuentra un correlato direc-
to en el completo desinterés que las nuevas síntesis historiográficas
de los años setenta muestran por Brasil12. Me refiero especialmente
a las mejores de ellas, la Architettura contemporanea de Manfredo Ta-
furi y Francesco Dal Co, de 1979, y la Critical History de Kenneth
Frampton, de 1980, obras muy distintas entre sí, pero unidas por la
empresa de deconstrucción del relato canónico del modernismo de
un modo tan crítico de las simplificaciones posmodernas contempo-
ráneas como de las “comprometidas” síntesis historiográficas previas
de Zevi o Benevolo. Estas historias de la arquitectura moderna le die-
ron, entre muchas otras cosas, inteligibilidad al ciclo de crisis entre los
años treinta y los sesenta, con lo que ofrecieron un nuevo marco para
la comprensión también de la arquitectura brasileña. Sin embargo, la
lectura de los breves pasajes que le dedicaron produce una doble in-

12. No me voy a referir aquí a dos obras importantes de comienzos de los setenta de-
dicadas especialmente a Brasil, los conocidos libros de Yves Bruand, L’architecture
contemporaine au Brasil (1971), y de Norma Evenson, Two Brazilian Capitals
(1973); más allá de sus méritos monográficos, se realizaron al margen del debate
arquitectónico modernista, que es lo que se intenta reconstruir aquí.
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

comodidad: la de comprobar que miradas tan sagaces no fueron capa-


ces de iluminar de un modo novedoso a Brasilia, contentándose con
reproducir casi literalmente las hipótesis más reductivas de los años
cincuenta; y la de advertir el desajuste (provinciano) que supone juz-
gar esas síntesis notables desde el foco mezquino de lo que dicen sobre
nuestro tema. Por eso parece más productivo tomar ese desinterés no
como elemento de juicio en sí, sino como muestra de lo que la cultu-
ra arquitectónica de los setenta, en su nivel más alto, consideraba que
valía la pena revisar y por qué. Si Brasilia había dejado de formar par-
te del elenco contemporáneo de problemas de la arquitectura moder-
na, en ambos libros eso se manifiesta de modos opuestos: teleológico,
uno; historicista, el otro. En el caso de Tafuri/Dal Co, la especificidad
histórica de la arquitectura moderna brasileña parece haber quedado
opacada por el desempeño posterior de Niemeyer (como si ese presente
fuese el desenlace al que estaba predestinada), mientras que la incor-
poración de Brasil en el relato de Frampton parece una concesión a su
importancia pasada.
Tafuri/Dal Co introducen “la escuela brasileña” dentro del esta-
llido de experiencias del panorama internacional de los cincuenta y
sesenta a través de un rápido flashback que va del Ministerio de Edu-
cación en Río a Brasilia, mostrando la nueva capital como parte de
una serie de variantes de “neurosis” neoexpresionistas “suavizadas” por
el surrealismo (1979: 337). La caracterización de Brasilia reproduce,
como en la ficha de un alumno poco aplicado, los puntos centrales de
la que había hecho Zevi veinte años atrás: demagogia en la iniciativa,
burocratismo en el plano y frivolidad en la arquitectura –hasta perdu-
ra el detalle ya ritual, originado en Bill, de eximir el conjunto habita-
cional Pedregulho, de Reidy, del decadentismo formalista de un estilo
“repetido hasta la náusea” (ibíd.)13–.
Frampton, por su parte, dedica más espacio en su relato y reelabo-
ra más las críticas tradicionales. Sin embargo, frente a la inserción de la

13. Puede verse también una solapada alusión a Banham, cuando aclaran que la “so-
fisticación” del Parlamento (que éste había subrayado) les resulta completamente
superficial (ibíd.).
 Adrián Gorelik

experiencia brasileña en el andarivel de las reelaboraciones de los años


cincuenta y sesenta que hace el libro de Tafuri/Dal Co, el de Framp-
ton es mucho más convencional al naturalizar a Brasilia como punto
de llegada del “estilo internacional” en la posguerra. El período entre
las décadas de 1930 y 1960 es organizado en el libro a través de varias
líneas de abordaje, y es muy evidente (a nuestros ojos de hoy, o a los de
un crítico de los años cincuenta) que la arquitectura brasileña podría
haber ofrecido sus perfiles más productivos en capítulos como “La ar-
quitectura y el Estado: ideología y representación” o “Le Corbusier y
la monumentalización del vernáculo”. Sin embargo, el ciclo completo
de la arquitectura brasileña es abordado exclusivamente en el capítulo
sobre el estilo internacional, como si se hubiera realizado perversamen-
te lo que sostenía Zevi: Brasilia como test de las fallas del pensamiento
modernista, realizado en el mismo momento en que se consideró su-
perado, se convirtió en su autoevidencia y su ruina. Pero también en
su fetiche, en el sentido de que permitió colocar fuera de sí todos los
males del modernismo. Ellos son reproducidos en el libro de Framp-
ton como en una letanía: segregación social, formalismo y represión,
a enorme distancia de cualquier reflexión propiamente histórica sobre
lo que aquella arquitectura había podido significar en su momento14.

Brasilia en América Latina: el otro fin de ciclo

En este proceso de transformación del pensamiento sobre la moder-


nidad hay, de todos modos, una constante: Brasilia fue, para la crítica
internacional durante todo ese período, un tema del debate arquitec-
tónico; más específicamente, una pieza en la suerte de la arquitectu-
ra moderna, manteniéndose alejada de todo contacto con los temas y

14. Es curioso que, varios años después, invitado a escribir sobre Niemeyer en Brasil,
Frampton recuperará un tono similar al de Banham, reponiendo aquel clima ge-
neracional de recepción festivo de la arquitectura brasileña en Inglaterra, que en
este libro parece haber olvidado; véase Kenneth Frampton (1987-1988): “Home-
najem a Niemeyer”.
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

desarrollos de la planificación urbana –de notable expansión durante


las décadas de 1950-1960, cuando se consolidaba la migración pre-
via desde el urbanismo hacia los campos más duros de la planificación
como ciencia social–, y alejada también, en el polo opuesto, de la in-
tensa renovación en las perspectivas culturales sobre la ciudad que co-
menzaba en Europa y los Estados Unidos. Como el primer y último
ejemplo de una ciudad completa producida desde la cultura arquitec-
tónica (“lo que todavía sueñan los arquitectos en las novelas”, en la di-
vertida fórmula de Banham), Brasilia nunca traspasó esa frontera en el
debate internacional (1962: 136). Y aunque no cabe duda de que las
líneas de reflexión culturalista no habrían estado todavía en condicio-
nes de incorporar el tema (ya que su propio surgimiento fue una reac-
ción a aquello que Brasilia había llegado a representar: la reducción
funcionalista de la idea de ciudad), la intensa experimentación lleva-
da adelante en el Planalto podría haber sido un instigador laborato-
rio para la planificación territorial, tal cual comenzaba a denominarse.
Pero en América Latina fue diferente, al menos en un principio, ya
que Brasilia, como punto de llegada de la larga “marcha hacia el Oeste”,
intento de unificación de litoral y sertão para la construcción de una
nacionalidad moderna integrada, venía a colmar uno de los objetivos
más ambicionados por el pensamiento desarrollista que guiaba en los
años cincuenta los rumbos de la naciente planificación en todo el con-
tinente. En efecto, una de las principales tareas que en esos momentos
formativos se dio la planificación territorial en nuestros países fue la re-
colonización de las regiones interiores; un objetivo de larguísima data,
por cierto, en la imaginación latinoamericana, que ahora buscaba po-
ner al entero continente en régimen de producción –tanto económica
como cultural–, tomando a la ciudad como propulsora central del ree-
quilibrio socio-territorial. Tampoco era nuevo ese papel modernizador
de la ciudad en los imaginarios latinoamericanos, desde ya; pero sí lo
era el carácter casi excluyente que las corrientes teóricas norteameri-
canas asumían como respaldo intelectual, culminando un proceso de
renovación de los instrumentos del pensamiento urbano que había co-
menzado hacia un par de décadas con la planificación de cuencas, las
premisas analíticas del folk-urban continuum y la figura de la urbaniza-
ción como “forma de vida” y motor del desarrollo.
 Adrián Gorelik

Así, todavía en 1965, el argentino Jorge Enrique Hardoy –uno de


los tejedores de la red “panamericana” de planeamiento que se produ-
cía como consecuencia de estas transformaciones de gran impacto ins-
titucional en nuestros países– podía colocar “la función integradora y
el valor simbólico de Brasilia” en el tope de las iniciativas moderniza-
doras que estaban cambiándole la cara al continente, junto con Ciu-
dad Guayana (el polo industrial y extractivo que se había creado en la
selva venezolana), los emprendimientos hidroeléctricos o las flaman-
tes carreteras panamericanas, demostraciones todas de que América
Latina estaba “avanzando hacia sus propias fronteras” (44). En países
que apenas habían transformado desde la colonia sus redes territoria-
les y sus sistemas de primacía urbana (término caro al nuevo vocabu-
lario planificador), el recentramiento voluntarista del espacio político
nacional que producía Brasil con su nueva capital no podía sino ser sa-
ludado como “una impulsión creadora”, de acuerdo a las palabras de
Jean Roche en un simposio dedicado a Brasilia en 1964, en Toulouse;
Brasilia era definida como “el catalizador del desarrollo y el símbolo
del desarrollismo, es decir, de una teoría del desarrollo pensada como
elemento motor, no solamente de la economía sino de la psicología
nacional brasileña” (366)15. Y, quizás, el latinoamericanismo haya sido
el único ámbito, y en ese único momento, en que fueron celebradas
las “razones políticas” de la creación de Brasilia como “meta símbolo”
del salto modernizador prometido por Kubitschek, ya que sintoniza-
ban con el clima de optimismo urbano con que el funcionalismo de-
sarrollista coloreó las etapas formativas de la mentalidad planificadora
en toda la región.
Pero se trató de condiciones bastante efímeras, ya que en los pri-
meros años sesenta podía advertirse que también en América Latina se
estaba alcanzando otro fin de ciclo, como muestran en ese mismo sim-
posio la exposición de Milton Santos y los comentarios de Gottfried
Pfeifer y Pierre Monbeig, atentos a las omisiones idealistas de aquel
desarrollismo que emergían con perseverancia en el dualismo estructu-

15. El simposio se desarrolló como parte del coloquio “Los problemas de las capitales
en América Latina”, Universidad de Toulouse (febrero de 1964).
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

ral de Brasilia (Plano Piloto vs. Ciudades satélites), lo que la redefinía


como producto del subdesarrollo, más que como herramienta de su
superación16. Y estos señalamientos muestran en sus albores el espíritu
con que, desde mediados de esa década, se iba a producir una comple-
ta inversión de las certidumbres modernizadoras en el pensamiento ur-
bano latinoamericano, a medida que se iba reemplazando la clave del
desarrollo por la de la dependencia y se iban cuestionando los valores
asignados a la ciudad y a la modernidad (Gorelik 2005a).
En este nuevo clima de ideas, que se prolongará durante toda la
década de 1970, la proyección de Brasilia en el pensamiento urbano
latinoamericano se fue cerrando hasta casi desaparecer, produciéndo-
se ahora sí un fenómeno muy similar al que analizamos para la críti-
ca internacional, por el cual Brasilia se vio reducida a la cultura arqui-
tectónica. Por ejemplo, no es posible encontrar un solo artículo sobre
Brasilia en las decenas de números de la Revista Interamericana de
Planificación, que comenzó a salir en 1967 como órgano de la Socie-
dad Interamericana de Planificación (SIAP) con impulso de ese mis-
mo Hardoy que, apenas dos años antes, había puesto a Brasilia como
ejemplo clave de la dinámica constructiva del desarrollo latinoame-
ricano. Asimismo, puede notarse que en el conocido libro de 1975,
al cuidado de Roberto Segre, América Latina en su arquitectura (en el
proyecto de la UNESCO, “América Latina en su cultura”, tan expre-
sivo de las orientaciones de los setenta), el capítulo que se le dedica a
Brasilia dentro de la sección “La ciudad y el territorio” se encuentra es-
crito por un crítico de arquitectura y arquitecto moderno practicante
–el argentino Francisco Bullrich, quien logró algunas aproximaciones
penetrantes, incluso a los ojos actuales–. Los otros capítulos de la sec-
ción sobre la ciudad y el territorio tratan de temas de la planificación
con los cuales ya parecía que Brasilia no tenía nada que ver.
Junto con su reducción a lo arquitectónico, Brasilia también se
redujo a tema brasileño; y creo que es posible, aun de modo provisio-
nal, identificar tres vías relativamente autónomas en las que la consi-

16. Véase Milton Santos (1964): “Brasilia, a nova capital brasileira”, como asimismo
los comentarios de Gottfried Pfeiffer y Pierre Monbeig en Caravelle, op. cit.
 Adrián Gorelik

deración de la nueva capital fue transcurriendo durante los años se-


senta y setenta. Por una parte, fuera del debate especializado, Brasilia
parece haberse ido consolidando en esos años como uno de los he-
chos de autoafirmación cultural de la modernidad brasileña, como
la bossa nova o el fútbol, una figura poderosísima de una cultura na-
cional-popular que se veía proyectada internacionalmente; y en esto
confluyó desde el origen la inmensa propaganda oficial, la admira-
ción genuina de la galería de celebridades extranjeras que visitaban el
obrador, la adhesión popular inmediata a la fuerza iconográfica de la
arquitectura de Niemeyer, o la también inmediata –aunque mucho
más paradójica– adhesión de grupos de vanguardia cultural, como
el movimiento de poesía concreta. Por otra parte, dentro del deba-
te propiamente arquitectónico, Brasilia tuvo una presencia por mo-
mentos asordinada, pero continua, pautada sin duda por la del pro-
pio Niemeyer, presencia casi omnímoda más allá de las alternativas
(por momentos traumáticas) de su relación con el debate local duran-
te la dictadura militar, para lo que contaba con su “usina de propa-
ganda” personal, la revista Modulo; así que podría afirmarse que –casi
como dándole razón al teleologismo de Tafuri/Dal Co– también en
Brasil la suerte de la opinión arquitectónica sobre Brasilia fue a la
cola del cambiante juicio contemporáneo sobre la obra de Niemeyer,
al tiempo que constituía a la nueva capital en divisoria de aguas de la
arquitectura brasileña17. Y, finalmente, la vía del pensamiento plani-
ficador, en la que el caso Brasilia fue subsumido en el juicio sobre la
segregación espacial –como señaló hace algunos años Duarte da Silva
(1997)–, sin afectar el resto de los temas que acompañaban el curso
de la reflexión latinoamericana, como si se hubiera encapsulado sobre
una sola de sus dimensiones posibles.
El fin de ciclo de la modernización desarrollista en el pensamiento
urbano cambió el andarivel de preocupaciones e instrumentos de in-
dagación. Y no se trata aquí de evaluar las consecuencias generales de
este cambio ni, menos que menos, de suponer que antes o después del

17. Véase, por ejemplo, Edgar Graeff, Flavio Marinho Rêgo, Joaquim Guedes y João
Filgueiras Lima (1978): Arquitetura brasileira após Brasília: depoimentos, vol. 2.
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

mismo haya habido un abordaje más “verdadero” de Brasilia: eran tan


verdaderos los efectos territoriales del descentramiento regional para
el imaginario desarrollista, como las desigualdades sociales denuncia-
das por el pensamiento crítico. Lo que interesa aquí es entender de qué
modos se definió cada vez Brasilia como tema, qué tipo de problemas
se advirtieron y qué nos dicen esas diversas Brasilias de sus propias con-
diciones de posibilidad. Se puede afirmar, en este sentido, que las re-
presentaciones sobre la nueva capital entraron en un cono de sombra
en el pensamiento planificador hasta mediados de la década del ochen-
ta, aunque en algunas áreas específicas la inercia fue más allá, de modo
que todavía en la década del noventa ciertos balances sobre el planea-
miento urbano en Brasil no se veían en la necesidad de incluir ninguna
mención a Brasilia; y es que los problemas del planeamiento como dis-
ciplina parecen ser otros que los de Brasilia, a menos que se la analice
como su falla18.
Y quien mejor lo explicó, en pleno auge del ciclo del pensamien-
to planificador latinoamericano, fue un urbanista brasileño que, qui-
zás por su matriz desarrollista y arquitectónica (como fue habitual en
aquella primera generación) era muy sensible a la experiencia de Brasi-
lia y, por eso mismo, se propuso poner por escrito su desconcierto ante
ella. Es Jorge Wilhelm quien, en 1969, hacia el final de su libro Urba-
nismo no subdesenvolvimento, se hacía cargo de que “no sería justo, al
escribir un texto que lidia fundamentalmente con problemas urbanís-
ticos brasileños, dejar de utilizar a Brasilia como tema de discusión”
(384-385). Wilhelm había participado, muy joven, en el concurso
para el Plano Piloto y se preciaba de haber realizado “el más completo
diagnóstico de la región en que se situaría”, y de haber sido consciente,
ya entonces, de las dificultades de plasmar ese diagnóstico en su pro-
puesta para la nueva capital, lo que le llevó a un resultado urbanístico
inferior a la calidad del análisis (ibíd.).

18. Véase, por ejemplo, Luiz César de Queiroz Ribeiro y Adauto Lucio Cardoso
(1994): “Planejamento urbano no Brasil: paradigmas e experiências”, artículo que
forma parte de un número espacial dedicado a la “Cidade brasileira, século xx” y
en el que no se aborda el tema de Brasilia.
 Adrián Gorelik

En 1960, apenas inaugurada Brasilia, Wilhelm había expuesto ese


diagnóstico en la edición con que la revista Acropole celebró el acon-
tecimiento19. Se trató de un exhaustivo análisis de la región, que de-
finía a Brasilia como “ciudad artificial”, una categoría de larga tradi-
ción en el pensamiento latinoamericano que censura el origen político
de las ciudades en el continente, frente a las razones “naturales” (geo-
económicas) de acuerdo al pensamiento urbano clásico. Pero, al mis-
mo tiempo, se nota en Wilhelm una oscilación, la típica ambivalencia
entre técnica y política de la planificación desarrollista, que le lleva a
admitir la importancia de las “razones políticas” que fundamentan esa
artificialidad en el caso de Brasilia, por sus consecuencias tanto subjeti-
vas como económicas en un efecto de “arrastre” positivo sobre el con-
junto de las dimensiones sociales del Brasil. Este momento de transi-
ción en el pensamiento planificador, su ambigüedad voluntarista entre
las razones técnicas y las políticas, pero también entre la ambición mo-
dernizadora y las reservas que despertaba en el análisis, es muy intere-
sante, ya que se trata de un momento en que la propia indecisión sue-
le traducirse en interrogación abierta. La principal ambivalencia del
diagnóstico de Wilhelm se verifica entre el crítico análisis regional y
socio-habitacional, y la aceptación sin matices del logro proyectual de
Costa, quien definió de la única manera posible el “carácter de la ciu-
dad” como capital del país20.
Una ambivalencia que reaparece en 1969 en su libro sobre la pla-
nificación brasileña, y lo lleva a admitir que Brasilia rompe con todos
los conceptos que él mismo ha ido desarrollando en las páginas previas
como presupuestos consensuados por la planificación avanzada: fue
erigida artificialmente, sin un plano integrado, sin análisis socioeco-
nómico, sin equipo interdisciplinario, sin ninguna investigación que
permitiera realizar un pronóstico, sin grupo local motivador y sin
ninguna programación escalonada. Y sin embargo, “deu certo”, dice
Wilhelm asombrado: “la ciudad existe y se parece bastante a la admi-

19. Véase Jorge Wilhelm (1960): “Brasília 1960. Uma interpretação”.


20. “Como [si Costa hubiera descubierto] el ‘huevo de Colón’ –dice Wilhelm– nadie
puede imaginar una Brasilia morfológicamente diversa” (1960: 31; mi traducción).
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

rable descripción, más literaria que gráfica, hecha por su autor, Lucio
Costa” (ibíd.: 384). ¿Qué conclusión sacar de esto?, se pregunta. Fun-
damentalmente, dos. Una respecto de su propio modo de encarar la
disciplina: con admirable franqueza, Wilhelm se plantea un proble-
ma que va a ser recurrente en los años setenta y ochenta: parece haber
“una razón inversa” entre grupos grandes e interdisciplinarios y crea-
tividad. La segunda, respecto de la propia Brasilia: su excepcionalidad,
por el impulso político y la propiedad estatal del suelo, que le permite
al Plano Piloto evadirse de la realidad capitalista que impera en todo el
país, y ese argumento lleva a Wilhelm a comentarios muy agudos so-
bre las ciudades satélites, más allá de las críticas ya habituales sobre la
segregación espacial, mostrando que son el lugar adonde se refugia la
renta inmobiliaria: las favelas como el lugar del capitalismo real. Una
excepcionalidad, por fin, que “impide elevar el método de trabajo que
precedió la implantación de Brasilia al estatus de modelo metodológi-
co” (ibíd.: 391).
Y fue esa excepcionalidad, seguramente, lo que llevó a Kubitschek
a no consultar sobre Brasilia al equipo del ISEB (Instituto Superior
de Estudos Brasileiros), que estaba elaborando sus tesis desarrollistas:
también para el presidente era un hecho arquitectónico, como Pam-
pulha; es decir, un factor de impulso simbólico de sus planes de mo-
dernización, más que una parte estructural de ellos. Por eso Brasilia
nunca está en los mismos libros en los que se habla del Sudene, esa
empresa mítica de la planificación del Nordeste, por ejemplo. Son
muchas, como se ve, las razones que llevaban a Brasilia hacia dentro
del universo de la arquitectura.
Y este punto ciego que se forma entre arquitectura y planeamiento
en el curso de la década de 1960 es significativo, porque la divergencia
entre esos campos no parecía al comienzo de la década tan necesaria o
evidente. En un primer momento, el arquitecto pareció la figura pro-
fesional más adecuada al imaginario planificador, aquel que proponía
una vinculación estructural entre la tradición cultural de la moderni-
dad y la praxis transformadora de la modernización. Por eso (como
ejemplifica el caso de Wilhelm y cientos de otros en la siguiente ge-
neración), las oficinas más variadas de planeamiento gubernamental
se colmaron en esos años de jóvenes arquitectos que en el curso de esa
 Adrián Gorelik

experiencia devinieron sociólogos, antropólogos, demógrafos, geógra-


fos, economistas territoriales, etc., como actores centrales del proceso
contemporáneo de formación de las ciencias sociales en toda Améri-
ca Latina (y todavía no está hecha esa historia del “derrame” de los ar-
quitectos hacia las ciencias sociales, ni se ha ponderado su impacto).
El arquitecto, convertido en planificador y funcionario, en un primer
momento no encuentra contradicción con la alta cultura arquitectó-
nica, a cuyas expresiones más actualizadas les reserva un rol activo en
la solución formal de piezas singulares en puntos predeterminados del
Plan. Pero los principios básicos de la mentalidad planificadora (la es-
pecialización contra la generalización de la formación humanista, y
los equipos interdisciplinarios contra la figura del artista demiurgo) lo
alejarán progresivamente de la arquitectura in toto.
Ésta es la nueva imposibilidad de Brasilia, evidenciada con claridad
a medida que el pensamiento planificador se sofistique técnicamente
y se radicalice ideológicamente desde finales de los sesenta y a lo lar-
go de los setenta (un proceso combinado, aunque de formas no nece-
sariamente armónicas, como se ve en la convivencia, en los índices de
las revistas especializadas del período, de textos de economía espacial
de base neoclásica y textos de proclamada fe marxista o dependentista).
Así, Brasilia queda completamente fuera de agenda, entre la planifica-
ción científica y… la favela, ese gran tópico de los años sesenta y seten-
ta en toda América Latina, otro de los efectos de la radicalización del
pensamiento urbano que vuelve a ampliar y dislocar el campo posible
de temas de la arquitectura (y los roles posibles del arquitecto), como
apuesta por la cruda realidad de las ciudades latinoamericanas frente a
la ingenuidad (o el cinismo) del urbanismo modernista y al autoritaris-
mo de la planificación estatal.

Coda: otras Brasilias

Es notorio que la década del ochenta significó una completa vuelta de


página en las representaciones de Brasilia que, especialmente dentro
de Brasil, comenzaron a diversificarse y multiplicarse, y quisiera en una
rápida coda final señalar algunas de sus modalidades más expresivas. Si
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

es evidente que esta diversificación responde a una suma de causas, en


el marco de un cambio general de coyuntura (revisión de los debates
sobre el modernismo, ingreso de las perspectivas culturales de análisis
urbano, formación de un campo de estudios históricos), también lo es
que la coincidencia del 25º aniversario de la fundación de Brasilia y el
final del régimen militar funcionó como un núcleo desencadenante de
sentidos. En un número de Arquitetura e Urbanismo de 1985, Benamy
Turkienicz lo plasmaba en la sugestiva imagen de la reconquista demo-
crática de la capital: la multitud avanzando el 15 de marzo por la Ex-
planada de los Ministerios hacia el Congreso –según lo mostró la tele-
visión a todo el país–, ocupando festivamente las rampas y las cúpulas,
había puesto en evidencia que aquella ciudad, “caracterizada peyorati-
vamente como monumentalista” y autoritaria, podía asumir ahora un
nuevo contenido, popular y lúdico (71).
La diversificación no significó, por cierto, que las perspectivas ya
consolidadas dejaran la escena: todavía en 1992, en una puesta al día
de la agenda arquitectónica y urbanística de Brasilia, el mismo Tur-
kienicz, con Carlos Eduardo Comas, se vio en la necesidad de alertar
contra el “hábito” de “abominar de Brasilia” (y, en verdad, su propio
balance, muy equilibrado, muestra sin embargo lo arraigada que es-
taba todavía la visión de la nueva capital como “ilustración ejemplar”
de la Carta de Atenas) (118). Continuaron, desde ya, los análisis cen-
trados en la segregación espacial, como se ve en el registro sistemáti-
co que desarrollaron Aldo Paviani y otros geógrafos y urbanistas de la
Universidad de Brasilia; y más en general, la visión crítica del racio-
nalismo autoritario del plano y la alienación de un urbanismo afín al
régimen dictatorial21. Como en toda época de cambio, es notoria la
mezcla de enfoques novedosos y tradicionales: James Holston (1989)
aplica un serio esfuerzo antropológico a una tarea ya tan nimia como
“develar” que el gran “proyecto oculto” detrás de los discursos poéticos

21. Véase, por ejemplo, el libro organizado por Aldo Paviani (1985): Brasília, ideo-
logia e realidade: espaço urbano em questão, donde el elenco de argumentos críti-
cos convive con nuevas perspectivas antropológico-culturales que se mencionarán
más adelante.
 Adrián Gorelik

de Lucio Costa era la utopía de los CIAM y el constructivismo soviéti-


co, a partir de lo cual se dedica a una refutación ideológica típicamen-
te posmoderna (historicista y populista) que celebra la vida urbana
tradicional o marginal; por su parte, Roberto Segre y Rafael López
Rangel (1986) utilizan el vocabulario de la crítica sociológica como
insumo para un juicio sumario a un reo que se había declarado culpa-
ble de antemano: la arquitectura moderna como símbolo del capitalis-
mo en un país subdesarrollado22.
Pero la característica principal de la década es la apertura a nuevas
perspectivas de abordaje, y para notarlo conviene regresar a aquel núme-
ro de AU de 1985, ya que ofrece una muestra abarcadora de las diversas
claves que comenzaban a desplegarse. La revista combinó el redescubri-
miento de Brasilia como centro político efectivo de la nueva República
–ganado en la lucha por las elecciones directas contra la Dictadura– y
las nuevas miradas a la ciudad que provenían del doble efecto del paso
del tiempo: ya había una generación propiamente brasiliense que expe-
rimentaba su ciudad en modos no previstos por los discursos de la crí-
tica, y también una nueva distancia histórica frente a los debates tradi-
cionales de la arquitectura y el urbanismo (y en este sentido es ejemplar
la revisión autocrítica del artículo de Joaquim Guedes ya mencionado).
Esquemáticamente, podrían reconocerse dos líneas sobre las que los
diversos artículos avanzan sus puntos de vista: una, que busca captar la
“ciudad viva”, desde sus roles efectivos como polo de desarrollo regional
y su dinámica urbana hasta los fenómenos culturales de religiosidad po-
pular o la épica de la frontera que marcó a sus primeros habitantes; otra,
que busca un balance de sus logros y falencias urbanísticas y sociológi-
cas a través de un relevamiento amplio de la tradición crítica, y si Can-
dido Malta demuestra que ya es posible articular una valoración exul-
tante de los efectos espaciales y políticos del plano con una objeción

22. Tampoco falta la imaginación más delirante a la hora de seguir “abominando” de


Brasilia: en The Seduction of Place. The City in the Twenty-first Century (2000),
Joseph Rykwert afirma que “la presencia criminal” en Brasilia fue el origen del
modelo de las gated communities que luego se extendió a Río y São Paulo y más
tarde a Norteamérica (180).
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

radical a su “falseada” estructura regional, Milton Santos da el mejor


ejemplo de que un cuestionamiento punzante de la segregación espacial
(como marca del dualismo del subdesarrollo) y de la acción del Estado
en la reestructuración del capitalismo brasileño, puede convivir con el
reconocimiento de la importancia fundamental de Brasilia en términos
tanto simbólicos (la afirmación de una modernidad nacional) como
materiales (las efectivas transformaciones del espacio brasileño que pro-
dujo). Por último, la revista vuelve notorio que se estaba a las puertas de
un nuevo estadio en la relación con los “maestros”, Costa y Niemeyer,
en el mismo momento en que la arquitectura moderna brasileña dejaba
de ser un argumento polémico para comenzar a verse como un objeto de
estudio para una historia de la arquitectura y la cultura.
Y es que ya a comienzos de la década habían surgido nuevos en-
foques antropológico-culturales que ampliaban el rango de pregun-
tas posibles (imaginarios, discursos y apropiaciones sociales), sin duda
originados en la convivencia reflexiva con la ciudad estimulada por
la Universidad de Brasilia, seguidos en los noventa por estudios con
perspectivas filosóficas y con la propia consolidación de la historiogra-
fía de la arquitectura y el urbanismo, traducida hasta el día de hoy en
camadas de tesis académicas que exploran los más diversos aspectos de
la nueva capital23.

23. Por poner sólo unos ejemplos, en el libro ya citado de Aldo Paviani, Brasília, ideo-
logia e realidade: espaço urbano em questão, aparecen capítulos sobre las imágenes
de Brasilia (Maria Elaine Kohlsdorf ) y las representaciones del espacio urbano
(Lia Zanotta Machado). En 1980 Gustavo Lins Ribeiro había realizado su Disser-
tação de Mestrado en la UnB con entrevistas a los candangos (publicada en el año
2000 como O capital da esperança: a experiência dos trabalhadores na construção de
Brasilia), y poco después Themis Quezado Magalhães presentaba la suya, Brasilia,
mitos e vivências (UnB, 1985). Ya se citó el libro de Duarte da Silva, A construção
de Brasília, sobre una Dissertação en la Universidade Federal de Goiânia. Respec-
to de los estudios sobre arquitectura, cito sólo dos: la tesis de doctorado de Anto-
nio Carlos Carpintero, Brasília: prática e teoria urbanística no Brasil, 1956-1998
(FAU-USP, 1998), que además de un estudio minucioso sobre la implantación
geográfica del Plano Piloto trae hipótesis originales sobre las relaciones con la
industria automotriz; y la Dissertação de Mestrado de Jefferson Tavares, Projetos
para Brasília e a cultura urbanística nacional (EESC-USP, 2004), que reunió por
 Adrián Gorelik

Pero, como se anticipó en el comienzo, en el último tiempo esos


análisis críticos e históricos, de diferente nivel pero de seriedad y com-
petencia académica, han comenzado a confundirse con una nueva ola
de representaciones autocomplacientes de Brasilia, más todavía que las
que salían de la usina de la revista Modulo, porque en ese caso se estaba
tomando partido en una batalla política y cultural, mientras que aho-
ra es simple y pura fascinación por un pasado moderno que se reviste
de glamour retrospectivo. Quizás resulte ser una actitud pasajera, vin-
culada a los aniversarios de Niemeyer y Brasilia y a la cultura del turis-
mo arquitectónico que impera en las últimas décadas. Pero, en todo
caso, conviene señalar que se apoya en transformaciones más durade-
ras de la cultura globalizada que mezclan varias cuestiones de las cua-
les, a simple vista, pueden enumerarse: la nueva visibilidad de Brasil
como potencia emergente y el nuevo impulso que la figura de Lula le
ha dado a la mística desarrollista; el nuevo lugar del modernismo ca-
nónico como rubro de colección, con la consiguiente museificación de
la arquitectura moderna en todo el mundo (y la valoración respectiva
de Niemeyer como el último sobreviviente de una especie extinguida);
y el nuevo lugar de la arquitectura en relación con la ciudad, que vuel-
ve a destacar en Brasilia, ahora positivamente, el hecho de haber sido
el producto exclusivo de la cultura arquitectónica. Esto último es muy
interesante, porque repone el interés por Brasilia en un contexto com-
pletamente diferente, en el cual los arquitectos se han vuelto “marcas”
protagonistas en el relanzamiento cultural y económico de las ciudades
en el mercado global (Bilbao es el ejemplo siempre citado), e incluso
han recuperado la voluntad (y el poder) de proyectar ciudades enteras
(como muestra la actividad de Norman Foster o Rem Koolhaas en los
Emiratos Árabes), al mismo tiempo que se renuncia explícitamente a la
mínima actividad de planeamiento en las grandes metrópolis porque se
asume (cínicamente) que se ha entrado en una dimensión incontrola-
ble de la vida urbana.

primera vez todos los proyectos presentados al concurso. También es muy intere-
sante el estudio sobre las superquadras por parte de un equipo dirigido por Farès
El-Dahdah (2005): Lucio Costa: Brasilia’s Superquadra.
Sobre la imposibilidad de (pensar) Brasilia 

¿Puede pensarse desde este nuevo contexto a Brasilia con su pre-


cursor olfato simbólico, como el primer ejemplo mundial de una ar-
quitectura urbana “de marca”? Como se ve, es una pregunta que podría
desencadenar nuevas direcciones para la reflexión: lo bueno de la histo-
ria es que cada presente demanda una nueva selección sobre el pasado
y, especialmente, nos obliga periódicamente a reorganizar el vasto uni-
verso de las fuentes, los comentarios y las representaciones, para fundar
cada vez una nueva comprensión.

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Brasilia, o la “ciudad letrada”
de Lucio Costa
Farès el-Dahdah

Figura 1
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro).
 Farès el-Dahdah

Según el crítico literario uruguayo Ángel Rama, Brasilia pertenece


no sólo a un largo linaje de “ciudades ordenadas”, sino también, de
hecho, representa “la ciudad soñada más fabulosa de las Américas”
(1996: 1). Este sueño, que Rama asocia con Brasilia, no es otro sino
el de una nueva época urbana inaugurada en el siglo xvi a través de las
conquistas tanto de los portugueses como de los españoles al otro lado
del Atlántico. Fueron, después de todo, los colonos ibéricos quienes
comenzaron a implementar, como sugiere el autor de La ciudad le-
trada (1984), una “visión racionalizadora del futuro urbano”, mien-
tras tomaban posesión de los dominios extranjeros, expropiados por la
monarquía (ibíd.). La visión “ordenada y planeada” de los colonos era
relativamente nueva y muy distinta al paisaje urbano que habían deja-
do atrás. Las pautas de la urbanización previamente conocidas por los
colonos fueron ahora reemplazadas en las Américas por los modelos
ideales al servicio de las vastas iniciativas imperiales. El propósito era
el de construir una morfología social particular y legible bajo la forma
urbana y, como bien señala Rama, la subyacente búsqueda de un “or-
den” fue de especial interés para todos aquellos involucrados en esta
iniciativa –es decir, “la Iglesia, el ejército y la burocracia administra-
tiva de los imperios ibéricos” (ibíd.: 3). Sin embargo, antes de repro-
ducir este nuevo orden social bajo una forma urbana, las ciudades de
las colonias españolas y portuguesas debían ser primeramente imagi-
nadas y luego arregladas de manera que encajaran con el “orden” que
suponían todas estas normas. Lo ideal de semejante modelo precon-
cebido dependía de la prevención de futuros trastornos o, como sugie-
re Rama, de la capacidad “para someter la realidad cambiante dentro
de un marco racional e inmodificable” (ibíd.: 6). El “marco”, en este
caso, consiste no sólo en la forma cuadrícula que controla el espa-
cio y que fácil e inmediatamente podemos reconocer, sino también, y
quizás de manera más importante, en las directivas textuales, las que,
escritas como signos imperecederos, precederán y sucederán a las
ciudades mismas que describen. La palabra escrita, por lo tanto, privi-
legiaría “la potencialidad sobre la realidad” y, como sostiene Rama, es
lo que reguló la fundación de las nuevas ciudades, las cuales se repro-
ducirían luego por medio de la expansión de las colonias portugueses
y españolas en América. Para la Corona portuguesa, por ejemplo, este
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

Figura 2
Detalle de la Memória Descritiva mostrando la urbanización inicial
y los actos “coloniales” de posesión.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro).
 Farès el-Dahdah

control facilitaba la recolección y cobro de una quinta parte de los in-


gresos de la minería de oro en todas las áreas que, de otro modo, eran
demasiadas vastas para cubrir. Normas que regularan las calles rectilí-
neas, las alturas uniformes de las construcciones y las plazas ubicadas
en el centro –todas adaptadas a muy diversas áreas geográficas– servi-
rían también para “civilizar” la naturaleza recién conquistada y, de este
modo, los imperios ibéricos podrían poner a prueba las nuevas ideas
de abstracción, racionalización y progreso a lo largo de todas sus pose-
siones americanas.
Dentro de este linaje tipológico de lo que Rama define como “ciu-
dades letradas”, y debido a su carácter textual, Brasilia de hecho puede
también representar una última y obvia manifestación de esta catego-
ría, sobre todo si tenemos en cuenta que formaba parte de una empre-
sa colonial que se proponía desarrollar y urbanizar el interior de Brasil.
Lucio Costa, el autor de la ciudad, describió Brasilia como una ciudad
que, después de todo, había sido el fruto de “um ato deliberado de pos-
se, de um gesto de sentido ainda desbravador, nos moldes da tradição
colonial” (1995a: 283). Siguiedo la tradición de los primeros asenta-
mientos ibéricos urbanos en América del Sur, el proyecto de Costa para
la ciudad de Brasilia consiste de hecho, y principalmente, en un texto
que redactó como un informe explicativo para su obra ganadora en el
concurso de diseño para la nueva capital de Brasil en 1957. Para Wi-
lliam Holford, uno de los miembros del jurado, la obra de Costa –titu-
lada por este último como Memória Descritiva do Plano Piloto– había
sido “directamente lírica y sorprendente” (1957: 398). Para Holford,
el informe fue decisivo en su capacidad de destacar la figura de Lucio
Costa como “un pensador, un urbanista de primer orden”, que no te-
nía una “sola palabra innecesaria”, y cuya “dirección para desarrollar
una gran capital administrativa había sido señalada de forma magis-
tral” (ibíd.). La importancia de este texto es tal que 30 años más tarde
se incorporó a las leyes de conservación que protegen Brasilia hoy en
día, y de lo que hablaré más adelante. En esencia, la Memória… es el
marco lingüístico que Costa utilizó para dirigir tanto la ejecución de
la ciudad que había imaginado, así como su consiguiente protección
de forma perpetua. No es, por lo tanto, coincidencia que en referen-
cia a la declaración de la Unesco que incorpora la ciudad de Brasilia
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

Figura 3 [la fig. 3 consta de cuatro imágenes: a, b, c, y d]


La Memória Descritiva presentada junto al plan para Brasilia.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro).
 Farès el-Dahdah

Figura 3b.
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

Figura 3c.
 Farès el-Dahdah

Figura 3d.
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1987, Costa escribie-


ra: “minha Brasília é a da Memória Descritiva (texto e croquis)”1.
La Memória… fue presentada en marzo de 1957 como uno de los
dos requisitos para el concurso, es decir, un plan y un informe. Ésta
consiste en 17 páginas escritas a máquina, repartidas en 23 viñetas e
intercaladas con siete páginas adicionales de un croquis numerado.
Una noción clave del texto que fija, controla y mantiene unida y firme
la eventual forma de la ciudad aparece mencionada en la última ora-
ción, cuando Costa se refiere a su proyecto como una “cidade parque”
(1995a: 297)2. En el campo del diseño urbano, no existen preceden-
tes de esta terminología, la cual Costa usaba frecuentemente, cuando,
por ejemplo, presionó para que Roberto Burle Marx –el arquitecto
paisajista más destacado de Brasil– estuviera a cargo de diseñar el pai-
saje arquitectónico de Brasilia, del mismo modo que él junto a Oscar
Niemeyer habían estado a cargo del diseño urbano y arquitectónico
de la ciudad, respectivamente. Un ejemplo del esfuerzo por esta suer-
te de lobby puede encontrarse en una carta que Costa escribió a Oscar
Niemeyer, instándolo a que hable con Israel Pinheiro –el presidente
de la compañía de desarrollo que tuvo a su cargo la construcción de la
nueva capital de Brasil (la Companhia Urbanizadora da Nova Capital
do Brasil o Novacap), y persuada a Pinheiro para que contrate a Burle
Marx ya que, en palabras de Costa, “não se compreende que, havendo
no país um paisagista internacionalmente consagrado, se construísse
uma capital sem responsável pelo tratamento adequado da ambien-
tação natural, mormente quando já no relatório do plano piloto a ci-
dade se intitulou cidade parque”3.

1. Lucio Costa a Ítalo Campofiorito (1º de enero de 1990). Archivo IPHAN,


Brasilia.
2. Para una comparación entre la Memória Descritiva de Costa y la Charte d’Athènes
de Le Corbusier, véase Martino Tattara (2011): “Revendo a memória descritiva”.
En su comparación, Tattara también alude a la Memória… en relación con la idea
de ciudad letrada formulada por Ángel Rama, y es mérito suyo el señalar la im-
portancia de la idea de Costa respecto a Brasilia en tanto cidade parque.
3. Lucio Costa a Oscar Niemeyer (sin fecha). Archivo de la Casa de Lucio Costa,
Río de Janeiro.
 Farès el-Dahdah

Teniendo muy pocos, por no decir casi nulos precedentes, la ex-


presión cidade parque es a la vez peculiar y significativa, en tanto reve-
la hasta qué punto la Memória… representa a Brasilia a través de cua-
lidades y atributos similares a un parque, lo cual hace de la ausencia
de Burle Marx durante el proceso de construcción de la ciudad algo
todavía más crítico. En la selección de sus palabras, Costa no utilizó
una terminología normalmente asociada con un urbanismo de con-
ciencia ambiental. Costa, por ejemplo, se abstuvo de usar el término
acuñado por Ebenezer Howard entre finales del siglo xix y comien-
zos del siglo xx –conocido como “ciudad jardín”–, el cual, en tanto
estrategia propia del diseño urbano, ha sido criticado por Le Corbu-
sier en su Ville radieuse y, más específicamente, durante las conferen-
cias que este último ofreció en el Instituto Nacional de Música de Río
de Janeiro, en el año 1936 (Le Corbusier 2006). Según Le Corbusier,
el movimiento por la ciudad jardín, el cual promovía viviendas para
una sola familia organizadas por lotes individuales, conduciría inevi-
tablemente a una expansión infinita del espacio suburbano. La pro-
pia expresión de Le Corbusier, “Ville verte” –que descansaba en el di-
seño de edificios de apartamentos rodeados por árboles y distribuidos
a lo largo de una alfombra verde– constituía otra posible y previsible
opción, aunque aquél hubiera indicado que una ciudad debería en-
contrarse sólo dotada con árboles y no necesariamente ser considera-
da un parque construido como tal.
En la Memória…, Brasilia es un parque en el sentido más estric-
to de la palabra, y es este parque el que califica la forma urbana de la
ciudad. Brasilia, por lo tanto, debe ser entendida como una naturale-
za construida, una que requiere terrazas, terraplenes y muros de conten-
ción que distingan a ésta del circundante paisaje cerrado. El lenguaje
de la Memória… suele describir varios elementos de su cidade parque
y, por lo tanto, hace referencia en particular al paisaje arquitectónico,
en especial cuando se refiere a las áreas más importantes de la ciudad,
como la Plaza de los Tres Poderes, la Explanada de los Ministerios, el
Sector Cultural o el plan de vivienda de las superquadras.
Cuando, por ejemplo, Costa describió la Plaza de los Tres Pode-
res como el “Versalhes do povo”, obviamente no se estaba refiriendo
a la arquitectura del palacio de Luis XIV, sino más bien a la relación
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

Figura 4
Detalle de la Memória Descritiva mostrando los terraplenes elevados
del eje monumental y la triangular Plaza de los Tres Poderes.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro).
 Farès el-Dahdah

de este último con el complejo entorno de ejes y vistas magníficas


(1995b: 299). La Memória… hace especial hincapié en cómo la plaza
debía estar elevada del suelo natural delegando, “em termos atuais” en
una “técnica milenaria dos terraplenos” que garantizaría “a coesão do
conjunto e lhe confere uma ênfase monumental imprevista” (1995a:
289). Esta técnica está extendida a lo largo de la Explanada de los Mi-
nisterios, la cual Costa adecuadamente compara con los lawns ingle-
ses de su infancia, a lo que deben sumarse las perspectivas francesas,
las terrazas chinas y los distribuidores viales de tipo cloverleaf que se
encuentran en Estados Unidos, los cuales son escogidos retroactiva-
mente como los ingredientes del paisaje arquitectónico del proyecto
(1995c: 282). La Memória… se encuentra en sí misma anotada de
manera tal que organiza el paseo de un visitante a través de la ciudad
del mismo modo que los parques de Versalles o Sanssouci, por ejem-
plo, de ser visitados de acuerdo a sus itinerarios narrativos o preesta-
blecidos4. Habiendo pasado por la Plaza de los Tres Poderes y la Expla-
nada de los Ministerios, el paseo que describe Costa en su Memória…
avanza por la plataforma de la estación de autobuses y continúa a lo
largo del eje monumental antes de regresar a la superquadra y terminar
en la orilla bucólica del lago5.
Muchos años después, en 1986, cuando Oscar Niemeyer elaboró
su primera propuesta para concluir el Sector Cultural de Brasilia, Costa
le envió una nota recordándole que el área en cuestión ha sido siempre
imaginado como “devidamente arborizadas a fim de contrastar com os
extensos gramados vazios, e onde seriam deixadas abertas grandes clarei-

4. Véase Robert W. Berger y Thomas F. Hedin (2008): Diplomatic tours in the gar-
dens of Versailles under Louis XIV.
5. Dependiendo de descripciones textuales con el fin de comprender determinados
proyectos arquitectónicos o urbanísticos no es sino típico de la práctica de Cos-
ta –como así también de Oscar Niemeyer– donde los proyectos de diseño cobran
inicialmente la forma de un texto que, finalmente, se descompone en diagramas
seguidos por bocetos y, a continuación, planos, secciones, alzadas y perspectivas.
El producto final propio de la concepción misma de cada uno de los proyectos de
Costa o Niemeyer es generalmente un “manuscrito” híbrido, mitad escrito y mi-
tad diagramado.
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

Figura 5
Detalle de la Memória Descritiva mostrando el terraplén elevado de la
Explanada de los Ministros.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro).
 Farès el-Dahdah

ras…”6. La sugerencia de Costa fue tan lejos como indicar los diámetros
de los espacios abiertos. El propósito de esta nota era el de recordar a
Niemeyer las estipulaciones originales de la Memória…, las cuales con-
sistían en dispositivos propios del paisaje arquitectónico y que, en este
caso, enmarcarían el césped de la Explanada de los Ministerios, más que
extenderlos más allá de los límites preconcebidos. El gran mall de Bra-
silia, como lo definió Costa, se extendería, por lo tanto, desde la Plaza
de los Tres Poderes hasta una barrera arbolada que, a su vez, definiría los
Sectores Cultural Norte y Cultural Sur. Niemeyer propuso luego mu-
chas versiones para el Sector Cultural, siguiendo el estilo de Giacometti
con formas platónicas desparramadas por un paisaje estrictamente ar-
quitectónico, vacío de vegetación y con los atributos de un parque7.
La superquadra es otro elemento más en la Memória… que aparece
descrito completamente en términos de paisaje arquitectónico. La ar-
quitectura en sí no presenta casi otras especificaciones con excepción
del hecho de que debe ser elevada sobre pilotis y limitada a seis pisos
de altura. El entorno natural, sin embargo, se encuentra “emoldura-
da” por una “larga cinta densamente arborizada” que puede ser inte-
rrumpida una sola vez para el acceso de vehículos pero que, aparte de
eso, está destinada a los peatones (Costa 1995a: 292). Asimismo, Cos-
ta determinó que en cada superquadra predominaría sólo una especie
particular de árbol; el suelo se alfombraría de césped; y habría tam-
bién “uma cortina suplementar intermitente de arbustos e folhagens,
a fim de resguardar melhor, qualquer que seja a posição do observa-
dor, o conteúdo das quadras, visto sempre num segundo plano e como
que amortecido na paisagem” (ibíd.). El porcentaje del uso de la tierra
(equivalente a un 15%) se había derivado de uno de los croquis que
ilustraba la Memória…, y no se encontraban allí otros requisitos arqui-
tectónicos sino que el objetivo consistía en, por una parte, fomentar
la innovación y, por el otro, garantizar la uniformidad a lo largo de las

6. Lucio Costa a Oscar Niemeyer (sin fecha). Archivo de la Casa de Lucio Costa,
Río de Janeiro.
7. Véase Alberto Giacometti (1931-1932): Model for a Public Square (Projet pour
une place). Peggy Guggenheim Collection, Venecia.
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

Figura 6
Bosquejo del Sector Cultural de Brasilia mostrando áreas arboladas
con sus respectivos espacios abiertos.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro).

“alas” residenciales de la ciudad, rodeando todas las superquadras con


un compulsivo dosel de árboles según aparece en el croquis. El cintu-
rón verde se encuentra allí, fundamentalmente, para esbozar de mane-
ra visual las cuadras de la ciudad, donde los edificios residenciales de
losa puedan cernerse sobre sus pilotis, y por encima de una alfombra
verde continua. Como resultado, el horizonte de la ciudad se destaca
por sus árboles en un primer plano, los cuales conjuntamente actúan
como punto de contacto entre la escala residencial de la ciudad, ate-
nuada, y su escala monumental, deliberadamente amplia.
 Farès el-Dahdah

Figura 7
Detalle de la Memória Descritiva mostrando la superquadra
rodeada por un dosel de árboles.
Lucio Costa, Plan Piloto de Brasilia (1957)
(Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro).

Brasilia, en tanto parque cidade, no se limita exclusivamente a las


intenciones originales de su autor y las que se encuentran en la Memó-
ria... También las leyes estatales y federales que en la actualidad pro-
tegen Brasilia procuran preservar el parque más que los edificios, los
cuales en su mayor parte pueden ser derribados y reconstruidos según
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

una escala específica dada, la que limita el tamaño de estos edificios


dentro de los confines de la gran ciudad en tanto parque8. Las distin-
tas escalas urbanas de Brasilia se encuentran implícitas en la Memó-
ria..., y Costa las hace explícitas sólo más tarde, durante una entrevista
concedida cuatro años después de que ganara el concurso:

Primeiro, a escala residencial, ou quotidiana, nas áreas de vizinhança cons-


tituídas de superquadras, que, embora autônomas, se encadeiam umas às outras,
permitindo às pessoas encontrar-se, conversar, conviver, compreender-se.

A segunda é a escala dita monumental, em que o homem adquire dimen-


são coletiva; a expressão urbanística desse novo conceito de nobreza –que não
se opõe ao individual, mas o acrescenta e enriquece– traduz-se no jogo mais
livre do espaço e numa comodulação arquitetônica maior. Se a Praça dos Três
Poderes corresponde em termos de espaço e por intenção a Versalhes, a ma-
jestade é outra, é o povo – é o Versalhes do Povo.

Finalmente, a escala gregária, onde as dimensões e o espaço são delibera-


damente reduzidos e concentrados a fim de criar clima propício ao agrupa-
mento, tanto no sentido exterior da tradição mediterrânea, como no sentido
nórdico do convívio interior. As áreas destinadas a esta terceira escala são con-
tíguas à Plataforma, onde se cruzam os eixos da cidade. As vias são estreitas,
com pequenas lojas, galerias e praças privativas dos pedestres; os cafés, res-
taurantes, cinemas e teatros serão enquadrados por cinco pisos de escritórios
para o comércio e as profissões liberais.

[…]

Poderemos ainda acrescentar mais uma quarta escala, a escala bucólica,


das áreas agrestes destinadas a fins-de-semana lacustres ou campestres (Ceccon
1961: 344; énfasis en el original).

Estas cuatro escalas le dan al proyecto de Costa su carácter distinti-


vo y, a pesar de su forma abstracta, fueron eventualmente traducidas a

8. Decreto-Ley del Gobierno del Distrito Federal Nº 10.892 (14 de octubre de


1987) y el IPHAN Portaria Nº 314 (8 de octubre de 1992).
 Farès el-Dahdah

leyes, las cuales prueban ser tan modernas, si no más modernas, que la
ciudad en sí. La cuestión de cómo proteger Brasilia fue planteada ori-
ginalmente por el mismo presidente Juscelino Kubitschek apenas dos
meses después de la inauguración de la ciudad, cuando le enviara la si-
guiente nota a Rodrigo Mello Franco de Andrade, el entonces direc-
tor de la agencia de preservación histórica perteneciente al Ministerio
de Educación (Divisão do Patrimônio Histórico e Artístico Nacional
o DPHAN):

Rodrigo - A única defesa para Brasília está na preservação de seu plano


piloto. Pensei que o tombamento do mesmo podia constituir elemento se-
guro, superior à lei que está no Congresso e sobre cuja aprovação tenho dú-
vidas. Peço-lhe a fineza de estudar esta possibilidade ainda que forçando um
pouco a interpretação do Patrimônio. Considero indispensável uma barreira
às arremetidas demolidoras que já se anunciam vigorosas. Grato pela atenção.
Abraços, Juscelino. Brasília, 15/6/19609.

El tema de la preservación, sin embargo, sólo se presentó como


asunto urgente en el año 1985, cuando el nuevo gobernador electo,
José Aparecido de Oliveira, invitó a Costa, Niemeyer y Burle Marx
a completar (y rectificar) el proyecto tal como se había previsto ini-
cialmente. La estrategia del gobernador de proteger la ciudad de las
fuerzas locales del mercado inmobiliario y las empresas de desarrollo
y construcción incluía también la búsqueda de un reconocimiento in-
ternacional. Aparecido de Oliveira, por lo tanto, viajó a París y propu-
so a la Unesco que monumentos contemporáneos como lo puede ser
Brasilia deben ser considerados sitios de patrimonio. La Unesco, por
su parte, encargó un informe, el cual describió a Brasilia como uno de
los logros más importantes en la historia del urbanismo, pero desesti-
mó la petición de Aparecido de Oliveira argumentando que no podía
llevar cabo esa petición cuando las propias leyes brasileñas de conser-
vación con respecto a Brasilia eran tan abstractas y mal definidas (Pe-
ralva 1988: 105-110).

9. Juscelino Kubitschek a Rodrigo de Mello Franco de Andrade. Nota (15 de junio


de 1960). Archivo de la Casa de Lucio Costa, Rio de Janeiro.
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

En consecuencia, dos juegos de leyes y medidas de conservación


se llevaron a cabo tanto a nivel estatal como federal, y en ambos ca-
sos la Memória… de Costa no se quedó atrás. A nivel estatal, un de-
creto del gobernador transformó la Memória… en un texto jurídica-
mente vinculante, añadiendo a su vez “Brasília Revisitada”, escrito
por el mismo Lucio Costa, y en el que explicaba cómo las cuatro es-
calas de Brasilia debían ser protegidas (Costa 1987). Así, el Decreto
Ley nº 10.829/1987 del gobierno del Distrito Federal comienza con
la declaración de que la protección del Plano Piloto de Brasilia estará
garantizado por la preservación de las características esenciales de sus
cuatro escalas distintivas. Los capítulos siguientes de la ley se titulan
siguiendo esta lógica consecuente: “Da escala monumental”, “Da es-
cala residencial”, “Da escala gregária” y “Da escala bucólica”. La ley
del Distrito Federal es el instrumento legal que finalmente conven-
ció a la Unesco de otorgar el título de Patrimonio de la Humanidad a
Brasilia. A nivel federal, el Instituto Brasileiro do Patrimônio Cultu-
ral (IBPC) y la antigua Secretaría do Patrimônio Histórico e Artístico
Nacional (SPHAN) aprobaron la Directiva Ministerial nº 314/1992
que confiere a la ciudad una protección a nivel nacional. La directiva
sostiene la Memória… como una norma jurídica, y reproduce el len-
guaje de la “Brasília Revisitada” de Costa, ratificando de este modo la
noción de que en Brasilia los espacios vacíos se encuentran protegidos.
Es decir, se protege la ciudad en tanto parque, aunque no los edificios
–de estos últimos sólo se mantienen sus contornos y el radio y pro-
porción que ocupan en relación a las dimensiones del suelo–. Es impor-
tante agregar que otro punto en común entre estas dos leyes es la in-
fluencia de Ítalo Campofiorito, quien astutamente le había sugerido a
Costa que las cuatro escalas en cuestión podían muy bien convertirse
en “objetos” aptos de protección jurídica (Campofiorito 1989: 36-34).
En el año 1987, Campofiorito trabajaba como coordinador de inves-
tigación en la Fundação Nacional Pró-Memória (FNPM) y estaba a
cargo, a pedido del gobernador Aparecido de Oliveira, de recopilar el
material legal relacionado con la preservación de Brasilia. Campofio-
rito dirigió luego tanto la FNPM como la SPHAN, y en 1990 redactó
la primera versión de la ley del Distrito Federal, la cual fue aprobada
dos años después.
 Farès el-Dahdah

Desde el punto de vista de la preservación histórica, una condición


sin precedentes permite en Brasilia que la mayoría de los edificios sean
destruidos, siempre y cuando su escala dentro del contexto de la cida-
de parque sea reconstituida de acuerdo a la Memória… (con excepción
de los pocos edificios que se encuentran protegidos de forma específi-
ca, como la Catedral y el Catetinho). Es la Memória…, por lo tanto, y
no la ciudad, la que sobrevive al final. Lo que las dos leyes a nivel fede-
ral y estatal procuran proteger no es el tejido urbano de Brasilia, sino
su sintaxis gramatical. Lo que significa que, gracias a la Memória…
de Lucio Costa, es la parte “letrada” de una ciudad moderna en Bra-
sil lo que logra ser protegido, más que la ciudad propiamente dicha.
En Brasilia, los edificios pueden reemplazarse para que permanezcan
nuevos siempre y en tanto que la identidad “textual” y subyacente de
la ciudad no se altere. De este modo, y a causa de la protección jurí-
dica de la Memória…, es la calibración de la escala urbana más que su
arquitectura, lo que ha de sobrevivir mientras que las áreas y espacios
abiertos non-aedificandi –como los parques y otros espacios abiertos–
permanecen intactos, de forma perpetua.
Brasilia es, por lo tanto, una ciudad utópica no sólo porque perte-
nece a una tradición textual donde la precisión y el rigor de la escritu-
ra conducen a la composición del espacio urbano –del mismo modo
que las utopías pertenecen a una tradición literaria cuyo objetivo es la
imaginación de lugares que, aunque críticos, son asimismo ideales–,
sino también porque Brasilia conlleva en sí atributos utópicos tangi-
bles. Habitar el plan piloto de Costa es básicamente como vivir en un
gigante campus universitario de Estados Unidos, donde la mayor par-
te del suelo es, de hecho, un espacio de acceso público. Aunque Brasi-
lia pareciera ser una ciudad diseñada para la circulación automovilís-
tica en una época en que el país confiaba en su industria automotriz,
el plan de la ciudad es sorprendentemente cuidadoso respecto a sus
peatones, quienes pueden caminar sin obstáculos de un extremo de la
ciudad hasta el otro, dado que la mayoría –si no todos– de los edificios
residenciales se encuentran elevados del suelo sobre pilotis, a lo largo
de las alas norte y sur. La propiedad de bienes raíces de las dos alas re-
sidenciales de Brasilia no puede subdividirse en lotes. Por el contrario,
se encuentra hecha de projeções, las cuales representan las huellas de
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

los edificios de apartamentos proyectados en el aire, y que están dis-


ponibles para la compra y la venta. De ahí entonces que los peatones
puedan desplazarse hábilmente por toda la extensión de la ciudad sin
trabas y “a través” de la propiedad de otros. Una empresa de desarro-
llo inmobiliario puede ser propietaria de un conjunto de edificios de
viviendas en una superquadra, pero no puede ser dueña del suelo so-
bre el cual se ciernen los edificios. El carácter “de otro mundo” propio
de la ciudad se debe también a la arquitectura de Oscar Niemeyer, la
cual es ciertamente surrealista y experimental al mejor estilo de Chi-
rico. Sin embargo, y de manera irónica, Costa habría sido el primero
en cuestionar la noción de una Brasilia utópica, aduciendo que seme-
jante idea no tiene conexión material con la realización concreta de la
ciudad que él creó. Cuando, por ejemplo, Brasilia fuera inversamen-
te acusada de haber fracasado en tanto utopía, Costa no tardó en su-
brayar la injusticia de semejante acusación dado que Brasilia no había
sido concebida como utopía y que, por lo tanto, debía ser situada en el
contexto de la vida brasileña cotidiana:

Como se por uma simples transferência de capital o urbanismo pudesse


resolver os vícios de uma realidade econômico-social secular. Como se o Bra-
sil não fosse o Brasil, mas a Suécia… O importante é que a cidade exista onde
antes não havia nada, que se possa lá chegar vindo de qualquer parte do país,
que a agricultura agora prospere, que toda a região se tenha extraordinaria-
mente desenvolvido e que, neste curto período, Brasília se tenha tornado de
fato uma capital, um cruzamento dos caminhos do país, e que já tenha um
caráter diferenciado e um estilo, não apenas urbano e arquitetônico, mas de
vida, que lhe é próprio (Costa 1995d: 315).

Teniendo en cuenta que, como ha señalado el sociólogo Krishan


Kumar, “la utopía nació en la modernidad” (1991: 51), y que Tho-
mas More acuñó el término en un momento de expansión territorial,
conquista y colonización de América, me permito disentir con la posi-
ción de Costa, y me atrevo a formular que la utopía se encuentra en el
ADN de Brasilia. Por supuesto, el urbanismo es en sí utópico, y Bra-
silia, como tantas otras utopías, no es inmune a devenir una distopía.
Sigue siendo verdad, sin embargo, que en el momento mismo de la
 Farès el-Dahdah

concepción y construcción de Brasilia, aquellas personas implicadas


en su proyecto portaban “sueños de una vida mejor”, ideales que enca-
jan certeramente en toda definición de utopía (Levitas 1990: 86). Las
recientes inscripciones descubiertas en el Congreso Nacional y que
fueran dejadas por los obreros de la construcción confirman la espe-
ranza de una época, a pesar de, o tal vez debido a las difíciles condicio-
nes laborales en que se encontraban (Lourenço 2011). Los planes para
la transferencia de la capital de Brasil hacia el interior, sobre los cuales
se viene reflexionando desde la llegada de la corte portuguesa en 1808,
han sido desde entonces motivados por lo que el filósofo Ernst Bloch
(1986) calificó de “impulso utópico”. La razones para semejante pro-
yecto abundaban e incluían un deseo de mejorar desde la seguridad
hasta la integración, el progreso y la salud, y cada uno de estos deseos
se encontraba enmarcado por proyectos políticos específicos, sea el es-
tablecimiento de un imperio portugués en América, el repudio libe-
ral de Portugal a una monarquía al estilo ancien régime en el Atlántico
Sur, la formación de una contrahegemonía en una colonia converti-
da en imperio, o la construcción de una nación brasileña republica-
na, unificada y moderna. Como bien dijera Lucio Costa, quien fuera
el autor de la última iteración de la nueva capital de Brasil: “Se trataba
de una propuesta de un siglo de antigüedad, siempre aplazada”10.

Bibliografía

Berger, Robert W./Hedin, Thomas F. (2008): Diplomatic tours in the


gardens of Versailles under Louis XIV. Philadelphia: University of
Pennsylvania Press.
Bloch, Ernst (1986): The Principle of Hope. Cambridge, Mass.: MIT
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Campofiorito, Ítalo (1989): “Brasília Revisitada”. En Revista do Pa-
trimônio Histórico e Artístico Nacional, vol. 7, pp. XX-XXV.

10. Lucio Costa (1983): “For Brazilian Students of Architecture Residing in the
United States” (casete). Archivo de la Casa de Lucio Costa, Río de Janeiro.
Brasilia, o la “ciudad letrada” de Lucio Costa 

Ceccon, Cláudius (1961): “Entrevista a Lucio Costa”. En Xavier, Al-


berto (org.) (1962): Lucio Costa: Sôbre Arquitetura. Porto Alegre:
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Costa, Lucio (1987): Brasília Revisitada, Anexo I of Decree Law nº
10.829/1987. Brasilia: Federal District Government.
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Costa: Registro de uma vivência. São Paulo: Empresa das Artes,
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— [1995] (1995c): “Ingredientes da concepção urbanística de Brasí-
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das Artes, p. 282.
— [s. f.] (1995d): “Fiquem onde estão”. En Lucio Costa: Registro de
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Holford, William (1957): “Brasilia: A New Capital for Brazil”. En
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En Conférences de Rio: Le Corbusier au Brésil-1936. Paris: Flam-
marion, pp. 118-138.
Levitas, Ruth (1990): The Concept of Utopia. Syracuse: Syracuse Uni-
versity Press.
Lourenço, Iolando (2011): “Inscrições de trabalhadores que cons-
truíram Brasília são descobertas no Congresso”. En UOL Notícias
(11 de agosto), <http://noticias.uol.com.br/cotidiano/2011/08/11/
inscricoes-de-trabalhadores-que-construiram-brasilia-sao-desco
bertas-no-congresso.jhtm> (acceso 11 de agosto de 2011).
Peralva, Osvaldo (1988): Brasilia, Patrimonio da Humanidade. Brasi-
lia: Ministerio da Cultura.
Rama, Ángel (1996): The Lettered City. Durham: Duke University
Press.
Tattara, Martino (2011): “Revendo a memória descritiva”. En El-
Dahdah, Farès (ed.): Seminário Lucio Costa, Arquiteto. Rio de Ja-
neiro: Casa de Lucio Costa, pp. 69-84.
Sobre los autores

Fernando Aínsa es escritor y ensayista hispano-uruguayo, autor de


numerosos libros sobre literatura y utopía latinoamericana, entre los
que figuran Los buscadores de la utopía (1977), Identidad cultural de
Iberoamérica en su narrativa (1986), De la Edad de Oro a El Dorado
(1992), La reconstrucción de la utopía (1999), Del canon a la perife-
ria (2002), Narrativa hispanoamericana del siglo XX. Del espacio vivi-
do al espacio del texto (2003), Del topos al logos. Propuestas de geopoé-
tica (2006), Confluencias en la diversidad (2011) y Palabras nómadas.
Nueva cartografía de la pertenencia (2012). Antiguo director literario
de Ediciones Unesco, es vicepresidente de la Asociación Aragonesa de
Escritores, miembro del Patronato Real de la Biblioteca Nacional
de España, académico correspondiente de las Academias de Letras de
Uruguay y de Venezuela. Ha sido jurado del Premio Rómulo Gallegos
(Caracas), Juan Rulfo (París), Casa de las Américas (La Habana), José
Donoso (Chile) y Premio Nacional de Ensayo (España). En la actuali-
dad reside entre Zaragoza y Olite (Teruel) consagrado a la escritura y a
actividades editoriales y docentes.

Raul Antelo es catedrático en la Universidade Federal de Santa Ca-


tarina e investigador y asesor del CNPq, en Brasil. Fue profesor visi-
tante en las Universidades de Yale, Duke, Texas (Austin), Simón Bo-
lívar, Autónoma de Barcelona y Leiden, donde ocupó la cátedra de
estudios brasileños, en dos oportunidades. Presidió la Associação Bra-
sileira de Literatura Comparada (ABRALIC) y fue distinguido con la
Beca Guggenheim. Es autor de Literatura em Revista, Na ilha de Mara-
patá, João do Rio: o dândi e a especulação, Parque de diversões Aníbal
 Sobre los autores

Machado, Algaravia. Discursos de nação, Transgressão & Modernidade,


Potências da imagem, María con Marcel. Duchamp en los trópicos (ver-
sión brasileña: Maria com Marcel: Duchamp nos trópicos), Tempos de
Babel, Crítica acéfala, Ausências y Antropofagia y cultura. Ha editado,
entre otros, A alma encantadora das ruas de João do Rio, Ronda das
Américas de Jorge Amado, Antonio Candido y los estudios latinoamerica-
nos, así como la Obra completa de Oliverio Girondo para la colección
Archivos de la Unesco.

Diego Armus estudió en la Universidad de Buenos Aires y es doctor


en Historia de la University of California, Berkeley. Enseña Historia
Latinoamericana en el Swarthmore College. Ha sido profesor regular o
invitado en universidades argentinas, latinoamericanas, norteamerica-
nas y europeas. Se desempeñó como investigador visitante, entre otros,
en las universidades de Harvard, Columbia, New York y el Instituto
Ibero-Americano de Berlín. Su último libro, La ciudad impura. Salud,
tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950 (2007) fue publicado
en inglés por Duke University Press en 2011.

Rebecca E. Biron es profesora asociada de Español y Literatura Com-


parada en el Dartmouth College, donde dirige el Programa de Estudios
Latinoamericanos/Latinos/Caribeños. Investiga la modernización y la
globalización como procesos culturales en América Latina. Sus publi-
caciones comprenden Elena Garro and Mexico’s Modern Dreams (2012),
City/Art: the Urban Scene in Latin America (editora; 2009) y Murder and
Masculinity: Violent Fictions of 20th Century Latin America (2000).

Farès el-Dahdah es profesor de Arquitectura y director del Huma-


nities Research Center en la Rice University, donde además imparte
cursos de Historia de la Arquitectura y seminarios sobre Arquitectu-
ra y Urbanismo en Brasil. Ha sido profesor visitante en la universidad
de Harvard (David Rockefeller Center for Latin American Studies,
2011) y en el Canadian Center for Architecture (2005). Sus ensayos
sobre historia y teoría arquitectónica han aparecido en revistas espe-
cializadas como ANY, Architecture Magazine, Arquitectura Viva, As-
semblage, Cite, Casabella, Docomomo Journal, Future Anterior, Minha
Sobre los autores 

Cidade y ReVista. Es coeditor de Roberto Burle Marx: The Modernity of


Landscape (2011), ha colaborado en Reason and Environment (2011),
y ha sido uno de los organizadores de la exhibición Lucio Costa, Ar-
chitect (CLC, 2010), la cual formó parte del cincuenta aniversario de
las celebraciones de Brasilia. El-Dahdah es miembro del consejo de la
Casa de Lucio Costa y la Fundação Oscar Niemeyer y actualmente se
encuentra escribiendo un libro sobre el proyecto plan piloto de Lucio
Costa sobre Brasilia.

Fabiola López-Durán es doctora en Historia, Teoría y Crítica del


Arte y la Arquitectura del MIT, y profesora en la Rice University. Ha
recibido la Mellon Postdoctoral Fellow in the Humanities en el depar-
tamento de Historia de Arte de la UC Berkeley (2009-2011) y, entre
sus becas y reconocimientos, se encuentran la Charlotte Newcombe
Dissertation Fellowship, el Dedalus Foundation Award, la Harvard
Center for European Studies Grant, la Samuel H. Kress Foundation
Fellowship, la MIT Schlossman Research Award, la Camargo Foun-
dation Fellowship, CLIR, y la Fulbright Scholarship. Su trabajo ha
sido publicado en Europa, Asia, América Latina y Estados Unidos. En
este momento se encuentra trabajando en su proyecto de libro “Euge-
nics in the Garden: Architecture, Medicine and Landscape from Fran-
ce to Latin America in the Early Twentieth Century”, y en una exhibi-
ción en el Museu de Arte de São Paulo, Brasil, en colaboración con la
artista brasilera Ana Maria Tavares.

Marisa González de Oleaga es doctora en Historia Contemporá-


nea por la Universidad Complutense de Madrid. Profesora titular del
Departamento de Historia Social y del Pensamiento Político de la Fa-
cultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional
de Educación a Distancia (UNED) y de la Maestría y del Doctorado de
América Latina Contemporánea del Instituto Universitario Ortega y
Gasset. Ha sido profesora invitada en universidades de Argentina,
México y Paraguay. Ha sido investigadora principal de los proyectos de
i+d+i “Liberalismo y utopía en América Latina”, “Obsesión por la me-
moria en Paraguay, Argentina y Brasil (1880-1960). Representaciones
utópicas en museos, viajeros y beachcombers” y del proyecto financiado
 Sobre los autores

por la Fundación Carolina, “Políticas y poéticas del museo”. Es auto-


ra de El doble juego de la Hispanidad. España y la Argentina durante
la Segunda Guerra Mundial (2001) y ha publicado, junto a Ernesto
Bohoslavsky, El hilo rojo. Palabras y prácticas de la utopía en América La-
tina (2009). Ha trabajado sobre reivindicaciones territoriales, discurso
político, historiografía, transmisión de memoria, todo ello aplicado al
ámbito latinoamericano. Actualmente se encuentra investigando sobre
lo que ha dado en llamar “historiografía poética”.

Adrián Gorelik es arquitecto y doctor en Historia (ambos títulos


por la Universidad de Buenos Aires). Es investigador del CONICET
y profesor de la Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige el
Centro de Historia Intelectual. Es miembro del consejo de dirección
de Prismas. Revista de Historia Intelectual. En 2003 obtuvo la Beca Gu-
ggenheim y en 2011 le fue otorgada la Simón Bolívar Chair de la Uni-
versidad de Cambridge. Entre otros libros, ha publicado La grilla y el
parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires (1998), Mi-
radas sobre Buenos Aires. Historia cultural y crítica urbana (2004), Das
vanguardas a Brasília. Cultura urbana e arquitetura na América Latina
(2005) y Correspondencias. Arquitectura, ciudad, cultura (2011).

Gisela Heffes es doctora por la Yale University y profesora de Litera-


tura y Cultura Latinoamericanas en la Rice University, donde enseña
además escritura creativa en español. Ha publicado la antología Judíos/
Argentinos/Escritores (1999), el ensayo crítico Las ciudades imaginarias
en la literatura latinoamericana (2008) y el volumen de ensayos Poéti-
cas de los (dis)locamientos (2012). En tanto escritora de ficción, es auto-
ra de las novelas Ischia (2000), Praga (2001) e Ischia, Praga & Bruselas
(2005), y el libro de relatos Glossa urbana (2012), además de numero-
sos cuentos y crónicas ficcionales en revistas literarias y antologías tanto
en América Latina como en Estados Unidos.

Annick Louis es licenciada en Letras de la Universidad de Buenos


Aires. Obtuvo su Doctorado en la École des Hautes Études en Scien-
ces Sociales, en París, en 1995, por su trabajo “Jorge Luis Borges: La
construction d’une oeuvre. Autour de la création du recueil Historia
Sobre los autores 

Universal de la Infamia”, publicado en 1997 bajo el título de Jorge Luis


Borges: oeuvre et manoeuvres. Fue visiting professor de la Universidad de
Yale (1999-2000) y becaria de la Fundación Alexander von Humboldt
(2000-2002). Es profesora en la Université de Reims y miembro del
equipo pedagógico de la EHESS. Ejerce la crítica literaria en diversos
medios internacionales. Ha publicado también: Jorge Luis Borges: In-
tervenciones sobre pensamiento y literatura (comp. Annick Louis, Clau-
dio Canaparo, William Rowe) (2000), Enrique Pezzoni, lector de Borges
(1999) y Borges ante el facismo (2007). Actualmente prepara un libro so-
bre el relato de exploración científica Homo explorator. Las escrituras ‘no
literarias’ de Arthur Rimbaud, Lucio V. Mansilla y Heinrich Schliemann.

Silvia Pappe es doctora en Letras por la UNAM, México. Es profeso-


ra-investigadora titular “C” de tiempo completo del Departamento de
Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapot-
zalco. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores y es integrante
del Cuerpo Académico “Historia e Historiografía”. Sus líneas de in-
vestigación abordan las fronteras disciplinarias de la historiografía y la
literatura en las que considera el campo teórico de las modernidades
y las vanguardias como visiones del mundo y actitudes cognitivas. Ha
publicado libros sobre Augusto Roa Bastos y Walter Benjamin, entre
otros, además de Estridentópolis: urbanización y montaje (2006) e His-
toriografía crítica. Una reflexión teórica (2001). Cuenta con ensayos y
artículos sobre modernidad, vanguardia, memoria y teoría de la histo-
riografía, y ha incursionado en el análisis de representaciones narrati-
vas, metafóricas y visuales y su historicidad.

Gabriela Polit Dueñas es profesora asociada en The University of


Texas at Austin. Ha publicado dos antologías: Crítica literaria ecuato-
riana. Hacia un nuevo siglo (2001) y Meanings of Violence in Contem-
porary Latin America (2011). Su libro Cosas de hombres. Escritores y
caudillos en la literatura latinoamericana del siglo XX (2008), es una in-
vestigación sobre violencia y masculinidad. Su trabajo más reciente es
sobre la representación del narcotráfico, Narrating Narcos. Stories from
Culiacán y Medellín, y será publicado en Pittsburgh University Press
en el año 2013.
Índice onomástico

Abramson, Jean Luc 18, 41


Abu-Lughod, Lila 325, 326, 329
Acosta, Avelino 274
Adán, Martín 58, 61, 79, 83
Agamben, Giorgio 225, 226
Aínsa, Fernando 7, 17, 19, 26, 41, 49, 79, 176, 195, 413
Aira, César 59, 79
Alberdi, Juan Bautista 14, 41, 115, 146
Alberti, Leon Battista 50, 138
Alfonso, Manuel 194, 291
Alva de la Canal, Ramón 246
Andrade, Carlos Drummond de 218
Andrade, Mário de 218
Andrade, Rodrigo Melo Franco de, 406
Andreä, Johann Valentin 19
Antelo, Raul 8, 29, 203, 208, 227, 413
Aparecido de Oliveira, José 406, 407
Arango, Arturo 66, 79
Arcos, Santiago 272, 273, 283
Argan, Giulio Carlo 365, 385
Arguedas, José María 194, 349
Arias, Camilo 67, 69, 80, 291
Aridjis, Homero 67, 74, 75, 80, 192, 194, 196
Arlt, Roberto 38, 43, 56, 57, 80, 212
 Índice onomástico

Armus, Diego 7, 27, 28, 38, 41, 115, 117, 122, 125, 126, 130, 142,
145, 161, 414
Arredondo, José M. 270, 273
Atwood, Margaret 179, 196

Bacon, Francis 19, 118, 128, 190


Badi, Aquiles 207, 208
Badiou, Alain 214, 227, 228
Balbuena, Bernardo de 51, 80
Balza, José 60, 80
Bandeira, Manuel 218
Baptiste, Victor N. 20, 42, 43, 136
Barbosa, Rui 224
Barthes, Roland 223, 227
Bassols, Narciso 251
Baudelaire, Charles 73, 77, 181, 196, 205, 211, 212, 214, 215, 224
Bayly, Jaime 76, 80
Beauchesne, Kim 39, 42
Bellamy, Edward 117, 177, 181, 196
Bello, Andrés 194, 195
Benavides, Jorge Eduardo 62, 80
Benevolo, Leonardo 364, 365, 367, 370, 385
Benjamin, Walter 118, 120, 139, 163, 203, 204, 209, 210, 211, 217,
219, 220, 224, 227, 341, 355, 417
Bergson, Henri 207
Bertoni, Mosè Giaocomo 31, 306, 308, 309, 310, 311, 314, 315,
316, 320, 321, 322, 323, 325, 326, 328, 329
Bichat, Xavier 148, 161
Bill, Max 361, 362, 365, 366, 367, 371, 385
Biron, Rebecca E. 7, 26, 27, 37, 42, 87, 99, 109, 414
Blake, William 205
Blanco, José Joaquín 70, 80, 211, 230
Bloch, Ernst 21, 40, 41, 42, 166, 196, 410
Blomberg, Héctor Pedro 55, 80
Índice onomástico 

Blumenfeld, Erwin 216


Boggiani, Guido 316
Bohoslavsky, Ernesto 18, 39, 42, 313, 318, 319, 325, 329, 331,
416
Bolaño, Roberto 49, 52, 70, 80, 84
Borges, Jorge Luis 159, 161, 211, 227, 230, 305, 330, 416
Bouvard, Joseph Antoine 144
Broca, Paul 315
Bryce Echenique, Alfredo 54, 80
Buell, Laurence 169, 172, 196
Bullrich, Francisco 375
Bunge, Augusto 129, 130
Burel, Hugo 71, 80
Bürger, Peter 247, 261
Burle Marx, Roberto 397, 398, 406, 415

Cabet, Etienne 18, 117, 119, 139, 161


Cadogan, León 324
Caicedo, Andrés 63
Calfucurá, Juan, 270, 292, 293
Caldeira, Teresa 38, 42, 90, 109, 317, 323, 325, 330
Calderón, Felipe 91, 92, 94, 108, 131, 321, 330
Calfucurá, 270, 292, 293
Callenbach, Ernest 168, 179, 196, 198
Callois, Roger 29
Cambaceres, Eugenio 55, 80
Campanella, Tommaso 19, 50, 117, 138
Campos, Augusto de 218
Campos, Haroldo de 227
Canguilhem, Georges 136, 141, 148, 161, 162, 224, 227
Cardenal, Ernesto 52, 80
Carrasco, Benito 144
Carrillo, Julián 224, 239, 249, 254
Carvalho, Bernardo 222
 Índice onomástico

Chadwick, Edwin 119


Cavalcanti, Alberto 221, 227
Cendrars, Blaise 222
Chadwick, Edwin 119
Chávez, Carlos 239, 249, 251, 252, 253, 254, 255, 256
Chejfec, Sergio 59, 80
Chirico, Giorgio de 409
Choay, Françoise 123, 130, 138, 139, 140, 161
Citröen, Paul 216
Clementi, Hebe 183, 187, 196
Collivadino, Pio 207, 208
Comas, Carlos Eduardo 381, 385
Condorcet, Marie Jean Antoine 118, 128
Congrains Martin, Enrique 55, 81
Coni, Emilio 28, 116, 120, 121, 122, 123, 124, 125, 126, 127, 128,
129, 130, 141, 145, 161
Copi [Raúl Damonte Botana] 222
Copland, Aaron 252, 262, 264
Cortázar, Julio 52, 81, 303
Costa, Lucio 8, 33, 54, 84, 208, 229, 331, 363, 364, 365, 368, 378,
379, 382, 383, 384, 386, 389, 392, 397, 398, 400, 402, 405, 406,
407, 408, 409, 410, 411, 415
Coupem Laurence 169, 172, 196, 198
Courtois, Eugène 144
Cueto, Germán 247

Dal Co, Francesco 370, 371, 372, 376, 385


Dalí, Salvador 220, 221, 230
Daneri, Eugenio 207, 208
Danvin, Victor-Marie Félix 207
Darío, Rubén 50, 52, 55, 81
Davis, Mike 184, 197
Debord, Guy 222
De Certau, Michel 23, 42
Índice onomástico 

De Carlo, Giancarlo 369


Deleuze, Gilles 25, 42, 106, 109, 221
Demos, T. J. 207, 228
Derrida, Jacques 206, 223, 228
Díaz Rodríguez, Manuel 54, 81
Díez Canseco, José 61, 81
Dittrich, Julio O. 181, 197
Donoso, José 54, 81, 413
Dos Passos, John 250
Douglas, Mary 104, 109
Duarte da Silva, Luíz Sérgio 376, 383, 385
Dubos, René 118, 130, 147, 148, 162
Duchamp, Marcel 29, 206, 207, 210, 211, 212, 213, 216, 221, 222,
226, 227, 228, 229, 230, 231, 414
Dulac, Germaine 216
Dulin, J. D. 207, 208

Echeverria, Esteban 31
Eggeling, Viking 221
El-Dahdah, Farès 33, 384, 386, 411, 415
Engels, Friedrich 25, 177
Estévez, Abilio 64, 66, 72, 81

Fernández, Macedonio 140, 161, 280, 300


Fichte, Johann Gottlieb 205
Forestier, Jean Claude Nicolas 144, 145
Foster, Norman 278, 300, 384
Foucault, Michel, 24, 25, 106, 134, 136, 141, 155
Fourier, Charles 18, 119, 122, 139, 162
Frampton, Kenneth 370, 371, 372, 386
Franco, Jean 25, 38, 42, 62, 81, 205, 228, 406
Franco Ramos, Jorge 62, 81
 Índice onomástico

Franklin, Banjamin 118


Fresan, Rodrigo 75, 81
Fuentes, Carlos 67, 68, 81

Galindo, Alberto Flores 14, 36, 38, 42


Galton, Francis 131, 132, 133, 134, 135, 137, 138, 163, 164
Gálvez, José 61, 81
García, Luis Manuel 13, 22, 38, 42, 52, 69, 72, 81, 82, 87, 90, 101,
109, 196, 337
García Aguilar, Eduardo 69, 81
García Canclini, Néstor 22, 38, 42, 87, 90, 101, 109
García Márquez, Gabriel 52, 82
Garmendia, Salvador 59, 60, 82
Garrard, Greg 172, 175, 176, 177, 178, 179, 185, 197
Giacometti, Alberto 402
Giedion, Siegfried 363, 366, 387
Giunta, Andrea 218, 228
Glotfelty, Cheryl 169, 170, 171, 174, 185, 197
Godard, Jean-Luc 221
González de Oleaga, Marisa 8, 9, 18, 31, 39, 42, 305, 318, 319, 325,
326, 328, 329, 330, 331, 415
González León, Adriano 59, 60, 82
Gorelik, Adrián 8, 33, 38, 42, 144, 162, 359, 360, 375, 386, 416
Gott, Samuel 19
Goya y Lucientes, Francisco de 212
Gray, John 39
Gropius, Walter 363
Guamán Poma de Ayala, Felipe 349
Guattari, Félix 25, 42, 106, 109
Guedes, Joaquim 364, 376, 382, 386
Guérin, Michel 207
Guha, Ramachandra 191, 197
Güiraldes, Ricardo 194
Gutiérrez, Pedro Juan 64, 65, 72, 76, 82
Índice onomástico 

Hall, Edward 199, 369


Halperín Dongi, Tulio 268
Hardoy, Jorge Enrique 38, 43, 205, 228, 229, 374, 375, 386
Harrington, James 19
Harvey, David 24, 25, 36, 43, 165, 187, 188, 195, 197
Hausmmann, Barón [Georges-Eugène] 142
Heffesm Gisela 7, 8, 13, 28, 43, 137, 155, 162, 165, 197, 335, 416
Hegel, Friedrich 166
Heinrich, Johannes 248, 261, 284, 301, 417
Henríquez Ureña, Pedro 194
Hertzka, Theodor 128
Hitchcock, Henry-Russell 363
Holford, William 364, 392, 411
Holmes, Amanda 37, 38, 43
Holston, James 381, 386
Homero 19, 67, 74, 80, 192, 196
Honegger, Arthur 249
Howard, Ebeneze 165, 398
Huidobro, Vicente 52, 82
Huizar, Candelario 239

Ibáñez, Sara de 52, 82


Icaza, Jorge 55, 82
Isaacs, Jorge 194
Isaak, Cornelius 313

Jacob, François 31, 234, 308, 317, 326, 333


Jacobs, Jane 369
Jacoby, Rusell 39
Jameson, Fredric 34, 38, 43
 Índice onomástico

Kemeny, Adalberto 221


Kentridge, William 217
Kolb Neuhaus, Roberto 256, 257, 262
Koolhaas, Rem 384
Kosintzev, Gregori 216
Krauss, Rosalind 207, 228
Kristeva, Julia 104, 110, 328, 331
Kubitschek, Juscelino 364, 374, 379, 406
Kumar, Krishan 117, 130, 409, 411
Kyn Taniya [Luis Quintanilla del Valle] 244, 245, 246, 262

Lacan, [Luis Quintanilla del Valle] 220


Laclau, Ernesto 216, 225, 228
Lacoue-Labarthe, Philippe 214, 228
Lamarck, Jean-Baptiste 136, 137
Lamborghini, Osvaldo 220, 227
Landousy, Louis 143
Lang, Fritz 82, 83, 84, 85, 204, 216
Las Casas, fray Bartolomé de 19, 42, 43
Lautreamontm, conde de 82, 213, 220, 227, 229
Lazzari, Alfredo 207, 208
Le Corbusier 165, 366, 368, 372, 397, 398, 411
Lee, Wesley Duke 148, 163, 220, 229
Lefebvre, Henri 24, 44, 188, 323, 331
Léger, Fernand 224, 363
Le Guin, Ursula K 178, 197, 198
Leiris, Michel 218
Lejeune, Jean-François 35, 43, 44
Lemebel, Pedro 72, 82
Lévi-Strauss, Claude 223
Levitas, Ruth 40, 44, 410, 411
Lewis, Martin 21, 44, 130, 149, 163, 166, 182, 196, 197, 198, 322, 331
Índice onomástico 

Le Witt, Sol 217


Lezama Lima, José 222
List Arzubide, Germán 244, 245, 246, 247, 256, 257, 259, 262
London, Jack 43, 45, 52, 82, 84, 109, 110, 111, 161, 162, 163, 196,
197, 198, 199, 228, 355, 362, 386
López, Lucio V. 7, 16, 28, 40, 44, 53, 55, 82, 131, 136, 144, 153,
163, 164, 281, 287, 382, 386, 415
López de Gómara, Francisco 16, 44
López-Durán, Fabiola 7, 28, 40, 44, 71, 85, 131, 136, 137, 144, 163,
415
López Rangel, Rafael 382, 386
Louis, Annick 8, 30, 31, 132, 143, 144, 163, 227, 267, 284, 301,
400, 410, 416
Love, Glen 169, 170, 172, 175, 185, 198
Ludmer, Josefina 222, 229, 268, 272, 301
Lulio, Raimundo 19
Lynch, Kevin 369

Macchi, Jorge 210, 229


Mallea, Eduardo 56, 82
Malta, Candido 382, 386
Mannheim, Karl 21, 44
Mansilla, Lucio V. 8, 30, 31, 267, 268, 269, 270, 271, 272, 273, 274,
275, 276, 277, 278, 279, 280, 281, 282, 283, 284, 285, 286, 287,
288, 289, 290, 291, 292, 293, 294, 295, 296, 297, 298, 299, 300,
301, 302, 417
Mansilla, Lucio N. 271, 286
Manuel, Frank 54, 55, 71, 72, 81, 83, 85, 117, 141, 163, 170, 197,
218, 222, 234, 242, 254, 257, 262, 270, 271, 276, 286, 290, 291,
292, 293, 295, 303, 336, 337, 338, 339, 343, 345, 346, 348, 349,
350, 351, 352, 353, 356
Maples Arce, Manuel 234, 240, 242, 243, 244, 246, 256, 257, 262
Marechal, Leopoldo 58, 83
 Índice onomástico

Marinetti, Filippo Tommaso 243


Marker, Chris 221
Mármol, José 55, 83, 272
Martel, Julián 55, 83
Martín-Barbero, Jesús 93, 110
Martínez Estrada, Ezequiel 194, 205, 208
Martínez Moreno, Carlos 54, 83
Marx, Karl 25, 166, 176, 177, 359, 397
Masotta, Óscar 216
Maury, Alfred 294, 295, 296, 297, 299, 300, 301
Mauss, Marcel 223
Mayer, Karl 221
Meeker, Joseph W. 170, 198
Mejía Vallejo, Manuel 55, 83
Mejides, Miguel 66, 83
Mela, Antonio 22, 44
Mendoza, Mario 62, 71, 76, 83, 270
Menéndez, Ronaldo 64, 65, 83
Meneses, Guillermo 59, 83
Mercado, Tununa 75, 83
Minujín, Marta 216
Molloy, Silvia 267, 268, 301
Monbeig, Pierre 374, 375
Moncayo, José Pablo 239
Monsiváis, Carlos 38, 44, 69, 74, 83
Monteiro Lobato, Jose Bento 156, 157, 158, 163
Mora, Lola 208, 210, 234, 299
More, Sir Thomas 16, 17, 19, 42, 43, 44, 50, 117, 131, 132, 138,
139, 150, 166, 176, 180, 409
Morris, William 140, 177, 178, 195, 198
Mujica Láinez, Manuel 54, 71, 83, 85
Mumford, Lewis 15, 21, 44, 128, 130, 149, 166, 182, 196, 198
Muntadas, Antoni 220
Muñiz-Huberman, Angelina 69, 83
Muñoz, Boris 14, 36, 44, 85
Murena, H. A. 58, 83
Índice onomástico 

Namuncura, Manuel 270


Nancy, Jean-Luc 147, 156, 164, 197, 206, 214, 229, 280, 300
Navascues, Javier de 36, 44, 81, 82, 83
Navia, Patricio 37, 44, 196
Negroni, Maria 210, 229
Neruda, Pablo 52, 83
Niemeyer, Oscar 361, 370, 371, 372, 376, 383, 384, 386, 397, 400,
402, 406, 409, 415
Nietzsche, Friedrich 52, 57, 206
Noë, Paul 207, 208
Noll, João Gilberto 222
North, Richard 164, 183, 198, 355
Nye, Joseph Samuel 225, 229

Onetti, Juan Carlos 38, 43, 57, 84


Orozco, José Clemente 241
Ortega, Julio 53, 84, 91, 99, 207, 415
Ortega y Gasset, José 207, 415
Orwell, George 177, 178, 198
Owen, Robert 18, 119, 139, 163

Pacenza, Onofrio 207, 208


Padura, Leonardo 64, 65
Palma, Ricardo 51, 84
Pappe, Silvia 8, 29, 233, 263, 417
Paso, Fernando del 67, 84
Pauls, Alan 267, 268, 302
Paviani, Aldo 381, 383, 387
Paz, Octavio 32, 277, 300, 336, 337, 339, 341, 343, 344, 345, 346,
349, 350, 353, 354, 355, 356
 Índice onomástico

Pérez, Jorge Ángel 66, 84, 152, 277, 289, 302


Peveroni, Jorge 63, 84
Pfeifer, Gottfried 374
Piercy, Marge 179, 198
Pignatari, Décio 218
Pinard, Adolphe 143, 146
Pinker, Steven 175, 198
Piva, Roberto 219, 220, 229
Platón 19, 128, 138, 167
Polit Dueñas, Gabriela 8, 32, 335, 336, 355, 417
Poniatowska, Elena 69, 84
Prevert, Jacques 221
Proudhon, Pierre-Joseph 119
Puig, Manuel 222

Quijano, Aníbal 335, 336, 351, 355


Quiroga, Horacio 20, 194
Quiroule, Pierre [Alejo Falçonnet] 29, 180, 182, 183, 184, 190, 192,
193, 195, 199

Rabinow, Paul 147, 160, 163


Rama, Ángel 13, 14, 33, 36, 38, 44, 205, 230, 390, 392, 397, 411
Ramos, Julio 62, 81, 141, 205, 230, 267, 268, 302
Ray, Man 221
Reclus, Eliseé Jacques 309, 316
Reguillo Cruz, Rossana 88, 91, 93, 98, 108, 110
Resnais, Alain 221
Revueltas, Silvestre 80, 239, 246, 248, 249, 251, 253, 254, 255, 256,
257, 262, 263
Rex Lustig, Rodolfo 221
Reyner Banham, Peter 367
Rheinberger, Hans-Jörg 234, 237, 241, 263
Índice onomástico 

Rhezius, Anders 315


Ribeyro, Julio Ramón 62, 84
Richardson, Benjamin Ward 120, 121, 122, 126, 139, 163
Rivera Cusicanqui, Silvia 337, 341, 342, 343, 344, 351, 354, 355
Roca, Julio 270, 292, 317
Roemer, Kenneth 18, 44
Rojas, Ricardo 72, 84, 208, 268, 284, 300, 302
Romero, José Luis 21, 38, 45, 205, 230
Rosas, Agustina 271
Rosas, Juan Manuel de, 270, 271, 276, 286, 293, 295
Rosas, Mariano, 269, 270, 275, 279, 282, 285, 286, 290, 291, 295
Rossi, Aldo 369, 370
Rousseau, Jean Jacques 18, 117, 118, 271
Rowe, Colin 367, 417
Rueckert, William 170, 199
Ruttmann, Walter 221

Sábato, Ernesto 58, 84


Saer, Juan José 209
Sainz, Gustavo 163
Salazar Bondy, Sebastián 61, 84
San Agustín 19
Sánchez, Luis Alberto 53, 84, 342
Sanouillet, Michel 212
Santantonín, Rubén 216
Santos, Alessandra 39, 42
Santos, Milton Almeida dos 374, 375, 383, 387
Sarduy, Severo 60, 222
Sargent, Lyman Tower 17, 45, 161
Sarlo, Beatriz 38, 45, 70, 85, 90, 111, 125, 130, 205, 230
Sarmiento, Domingo F. 13, 14, 31, 45, 51, 55, 85, 115, 181, 182,
199, 270, 274, 277, 281, 283, 303
Sassen, Saskia 25, 45, 89, 111, 184, 199
Schönberg, Arnold 249
 Índice onomástico

Schorske, Carl 205, 206, 230


Schwarz, Roberto 219
Scriabin, Alexander 249
Segre, Roberto 375, 382
Sert, José Luis 363, 387
Shoichet, Catherine 91, 111
Shostakovich, Dmitri 250
Sicard de Plauzoles, Justin 143, 164
Sioen, Achilles 141, 142, 144, 164
Smith, Adam 24, 25, 45, 205, 230
Soja, Edward 184, 199
Soper, Kate 173, 199
Sosnowski, Saúl 267, 278, 301, 303
Spedding, Alison 8, 32, 335, 336, 337, 338, 339, 340, 343, 344, 345,
346, 348, 351, 352, 353, 354, 356
Spengler, Oswald 52, 85, 206
Speranza, Graciela 207, 230
Spitta, Silvia 14, 36, 44, 85
Stepan, Nancy 147, 153, 154, 156, 160, 164
Stites, Raymond S. 248, 249
Suárez, Karla 66, 85, 101, 153, 164
Sutherland, Juan Pablo 72, 85
Szemiński, Jan 341, 342

Tafuri, Manfredo 370, 371, 372, 376, 385


Teja Zabre, Alfonso 250
Terán, Oscar 116, 130
Thays, Carlos 144
Thomas, Michael Tilson 16, 17, 42, 43, 44, 50, 117, 131, 132, 138,
150, 159, 163, 164, 252, 264, 400, 409, 410
Thomson, Sinclair 197, 337, 339, 341, 342, 346, 354, 355, 356
Tounens, Orélie Antoine de 293
Toynbee, Arnold 170, 199
Trauberg, Leonid 216
Índice onomástico 

Trigo, Abril 22, 45, 67, 84


Tupac Amaru 341
Tupac Catari 341, 342, 344
Turkienicz, Benamy 381, 385, 387

Urzaiz, Eduardo 141, 150, 153, 154, 155, 164, 189, 199

Valdelomar, Abraham 61, 85


Valery, Paul 52, 85
Vallejo, Fernando 52, 62, 85
Varela, Héctor 274, 283
Vargas Llosa, Mario 52, 85, 159, 164
Vasarely, Victor 218
Vasconcelos, José 251
Vázquez, María Esther 71, 85
Vela, Arqueles 247, 248, 249, 250, 251, 259, 260, 264
Venturi, Robert 369, 370
Vera y González, Enrique 29, 141, 164, 180, 182, 183, 184, 187,
188, 189, 190, 193, 196, 199
Verhaeren, Emile 218
Vertov, Dziga 221
Vila-Matas, Enrique 85
Villoro, Juan 54, 69, 74, 85
Viñas, David 267, 268, 276, 278, 279, 303
Virchow, Rudolf 119
Voltaire, François-Marie Arouet de 205, 206

Warburg, Aby 198, 208, 231


Wavrin, Marqués de 222
Wells, Herbert George [H. G.] 117, 128, 177, 178, 189, 199
 Índice onomástico

Whitman, Walt 250


Wilde, Eduardo 274, 303
Wilhelm, Jorge 377, 378, 379, 387
Williams, Raymond 197, 233, 239, 264, 313, 332, 333
Winthrop, John 18
Wong, Mario 70, 86
Wright, Frank Lloyd 165

Yáñez, Agustín 67, 80, 86


Young, Richard 37, 43, 163

Zamiatin, Evgenii Ivanovich 52, 86


Zayas, María de 349
Zevi, Bruno 362, 364, 365, 366, 367, 370, 371, 372, 387
Zimmermann, Marc 37
E S T U D I O S D E L A C U L T U R A D E A M É R I C A L A T I N A

E
n 1850, Domingo F. Sarmiento publica
Argirópolis, una utopía urbana en la que
propone la isla Martín García como capital y
Utopías urbanas:
sede de su proyecto utópico de pacificación
regional, y promueve la creación de ciudades como
geopolíticas del deseo en América Latina
vehículo de civilización para acabar con los “campos
incultos”. A través de este planteamiento geopolítico,

Utopías urbanas
las ciudades se constituyen en un instrumento clave
para transformar el “vacío” americano en un espacio
apto para los “pueblos civilizados”.

Retomando la propuesta de Sarmiento, el presente


volumen examina la interrelación entre territoriali-
dad urbana e imaginario utópico en América Latina,
teniendo en cuenta que la ciudad constituye el
espacio de cruce en el que se van a articular los
debates y preocupaciones propios de los escritores y
letrados latinoamericanos, y las proyecciones políti-
cas, sociales y culturales provocadas por los deseos e
imaginaciones de una sociabilidad diferente a la real 35
y que, por lo tanto, conformarán propuestas alterna-
tivas. Así, indaga en la relación entre la emergencia
de una nueva realidad geopolítica (la ciudad ameri-
cana) y la construcción del ideal utópico en diversas

GISELA HEFFES (ED.)


escrituras y prácticas latinoamericanas.

GISELA HEFFES es doctora por la Universidad de Yale


y profesora de Literatura y Cultura Latinoamerica-
nas en Rice University, donde enseña además
escritura creativa en español.

GISELA HEFFES (ED.)


9 788484 897149

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