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Concebido así, el problema del perfil o modelo del profesional para la atención y
educación de los niños en la primera infancia, se convierte en el centro, en el
punto de partida y la clave de cualquier proceso de elaboración curricular. Sin
embargo, en lo que respecta a lo que debe expresar el modelo, a su contenido, a
su concepción en general, han existido diferentes criterios.
Es natural que en una edad de tan especial significación para el desarrollo del ser
humano, y en el que los niños son tan vulnerables y sensibles a los agentes
externos que inciden sobre ellos, las particularidades de la personalidad de las
personas que los forman y educan cobran una importancia fundamental. El niño
de cero a seis años requiere de un adulto comprensivo y afectuoso, capaz de
identificarse con él y de proporcionarle de la manera más paciente y cuidadosa
todo aquello que ha de integrar su educación y la posibilidad de alcanzar el
máximo desarrollo de sus potencialidades.
Es por ello que otros consideran que lo importante no son las condiciones
psicológicas y conductuales del sujeto, sino que lo significativo son el contenido
del plan de estudio y de los programas lo que constituye el modelo del profesional.
Por otra parte, el sistema de funciones y habilidades, que constituyen los modos
de actuación del futuro profesional, se materializan en las tres áreas
fundamentales de formación: la académica, la investigativa y la práctico-laboral, y
mediante las cuales el egresado puede dar solución a los problemas profesionales
que se le presenten en su vida laboral, que se han derivado en última instancia de
los objetivos generales que se plantearon en su proceso de formación.
A su vez este perfil, que marca el quehacer del futuro profesional, ha de irse
construyendo a todo lo largo del plan de formación, desde las acciones más
simples hasta los últimos años que impliquen prácticamente este quehacer, pero
aún en condiciones de la formación.
Dado que su objeto de trabajo son los niños de cero a seis-siete años, el
profesional ha de poseer un conocimiento pleno de las particularidades del
desarrollo de los niños que forma y educa, tanto desde el punto de vista de su
desarrollo fisiológico como psicológico, que le permita una comprensión cabal de
sus necesidades, sus intereses y de los requerimientos propios de estos, para
lograr un sano desarrollo de la personalidad.
Esto conlleva a su vez el que este educador de la primera infancia haya formado
habilidades para organizar, estructurar y orientar el proceso educativo, en todas
sus variantes, dirigido a la participación conjunta de él como educador y de los
niños, que constituyen el eje central de su accionar pedagógico.
En la formación del educador la determinación del perfil del profesional como parte
importante del diseño curricular es una etapa significativa dentro de este proceso,
por cuanto, a partir de él se determinan los demás componentes del diseño
curricular que permiten a la institución correspondiente, formar al profesional sobre
la base de los resultados esperados, y que se encuentran contenidos en dicho
perfil.
De ahí que la ftnciól social asignada a"un educador esté en estrecha relaciûj con el
patról de conducta le este al deSabrollar las ac|iwidades pedagógicas
relacionadqs cmn el ejercicio de
su profesión. Ella(refleja
su$posickón social en el sistemc fe relaciones sociales, con todos sus derechos y
deberes, ru podes y su responsebilidad en la educación del ciudadano.
Por ello, solo cuando ese perfil sea el de su actividad, con toda la multiplicidad que
la caracteriza, cuando sea un modelo generalizador, que contiene las exigencias
Por lo tanto, el perfil o modelo del profesional como reflejo de las exigencias que
la sociedad plantea al educador de la primera infancia preescolar ha de
comprender y contener siempre los siguientes lineamientos generales, y que
constituyen un resumen de todo lo previamente abordado y analizado en la
formación de estos profesionales:
Una amplia plataforma cultural general e integral y un alto nivel creativo, para
iniciar, con eficiencia y calidad, la formación estética de sus educandos en
particular, así como para
desempeñar su papel de
movilizador y promotor de cultura en su entorno, siendo a la vez, ejemplo de
educador, formador de elevadas cualidades éticas y estéticas.
El conocimiento pleno de los niños con los que trabaja, que van desde su
desarrollo neurofisiológico, el físico-motor, el psicológico y la sana formación de su
personalidad, y de cómo se continúa este desarrollo en la etapa del escolar
primario, fundamentalmente en los primeros grados.
La capacidad para comunicarse con los niños con afecto, de una manera
bondadosa e inteligente y propiciar en todo tipo de actividad, las relaciones
interpersonales positivas de ellos entre sí, así como para establecer las relaciones
necesarias con otros educadores, con la familia y con la comunidad a los efectos
de unificar criterios educativos en la socialización de estos niños y lograr que todo
lo que los rodea influya positivamente en su formación y desarrollo.
Por otra parte, la experiencia internacional más actual manifiesta una tendencia a la
preparación superior para este nivel especializado de educación, aspecto que
también se ha tenido en cuenta al elaborar esta concepción general del perfil del
profesional del educador de la primera infancia.
Esto implica que el perfil del profesional de este educador, independientemente del
enfoque curricular que lo sustente, ha de proponerse súper-objetivos generales que
han de estar indefectiblemente presentes en cualquier plan de formación de
educadores de la primera infancia y que se concretan fundamentalmente en:
Lograr un modelo del profesional flexible que posibilite que permita su actualización
y modificación cuando resulte necesario, en la medida en que cambien las
condiciones sociales y se
planteen nuevas metas sociales
a alcanzar a este profesional.
A partir de estos tres dominios del desempeño del sujeto en los contextos, tareas y
problemas que distinguen a la profesión específica, se puede valorar “cuanto”
profesional es una persona que realiza esta actividad.
La profesionalidad
se concibe generalmente
como un producto final, como un resultado a largo plazo al cual se accede luego de
un largo proceso de formación y maduración. Desde este punto de vista el tiempo
que un estudiante pasa en su formación durante la carrera se ha considerado
siempre como un “tránsito” hacia la profesionalidad: no se es profesional hasta que
se concluye la carrera y se inicia la vida laboral del egresado.
Esto hace que en los perfiles o modelos del profesional con este enfoque, no haya
la menor referencia a actividades o acciones que indiquen el desarrollo de dicha
Esto está dado porque se supone que la formación del profesional se da como un
proceso gradual, en el cual el estudiante se va apropiando o formando aquello que
lo distingue como profesional. De esta manera la profesionalidad se vincula a los
planes de formación, a las condiciones en que se pongan en práctica y al sistema
de relaciones predominantes en la institución formadora.
No obstante, en los últimos tiempos se mueve con fuerza una nueva posición que
considera que quien estudia para una profesión como profesional desde el
momento mismo del ingreso al centro formador, y que plantea que el estudiante se
siente como tal desde que comienza sus estudios.
Bajo este prisma, la unidad de la teoría con la práctica, no sólo se manifiesta a partir
de lo adquirido en la enseñanza y educación a partir de los otros, sino también
mediante los procesos de auto-enseñanza y autoformación, que actualmente
reciben tanta atención.
Esto es mucho más legítimo es el caso del que se forma como educador, porque el
que estudia para educador se forma para una actividad (la enseñanza y el
aprendizaje) mediante esa misma actividad. Esto es excepcional y distingue a la
formación de maestros sobre la gran mayoría de las otras profesiones. En este
sentido A. Labarrere señala que el carácter autorremitido de la actividad es un fuerte
basamento para que el propio proceso formativo (y sus momentos auto-formativos)
sean concebidos, analizados y diseñados como práctica profesional, y no solo a los
momentos en que el alumno se inserta en el centro escolar u otros espacios de la
práctica.
Ello, por supuesto, modifica el perfil del profesional, que tienen que concebirse de
una manera distinta, que tiene que asumir, o añadir, otros principios básicos, como
son:
El nuevo perfil del profesional, más actual y científico, ha de comprender por tanto,
no solamente los objetivos y contenidos educativos e instructivos generales que
forman el ideal del profesional que se quiere formar, sino, de igual manera, la nueva
CIBERGRAFÌA
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