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OBRAS DE NATANIEL_AGUIRRE

La

Bellísima Floriana
LA QUINTAÑONA. DON EGO
POESÍAS
VISIONARIOS Y MÁRTIRES
REPRESALIA DE HÉROE

(LITERATURA BOLIVIANA)

LIBRERÍA DE LA VDA DE C. BOURET


PARÍS MÉXICO
23, RUÉ VISCONTI, 23 45, AVENIDA CINCO DE MAYO, 45

1911
Es propiedad de la familia del Autor.
THE UBRART
THE UNIVERSITT

ADVERTENCIA

El primer tomo de las Obras de Nalaniel Aguirre

comprende la novela histórica Juan de la Rosa que,

según lo manifestó el Autor, poco antes de su muerte,


debía continuar en otros tres volúmenes v abarcar así
todos los acontecimientos de la Guerra de los Quince
Años, hasta la proclamación de la Independencia de
Bolivia. Los títulos de las cuatro partes, en que debía
dividirse la obra, iban á ser : Cochabamba (única ter

minada), Los Porteños, Ayopaya v Los Colombia/ios.


Afortunadamente, el plan que se trazó el Autor y la
natural división de las distintas partes de la novela,
presentan, hasta cierto punto, desenlazada por sí sola
la primera y única que dejó escrita.

LOS EDITORES

897813
ss^f

*)"-?*-..

LA BELLISIMA FLORIANA

Episodio de costumbres de la Villa Imperial de


Potosí á fines del siglo XVI, tomado de donde
verá el curioso lector.

De cómo una disputa provincial entre españoles de


ogaño puede más que el interés de la historia para
hacer que se exhumen algunos manuscritos de la
Biblioteca del Real Palacio..

El autor de los anales de Potosí, hablando del año


del Señor de 1598, recuerda que la Villa Imperial alcanzó
entonces « su mayor perfección y grandeza » ; nos dice
LA BELLISIMA FLORIANA

que «tenía ya sus dos leguas de rodeo, 594 calles y 16000


casas » ; y á renglón seguido, como cosa muy notable, pero
demasiado sabida en aquel tiempo, agrega que « este
mismo año acaecieron los extraños sucesos, que refieren
los autores, de la bellísima doncella Floriana ».
Y ved ahí que, entre la prosa más árida de una crónica,
se viene á encontrar el misterio tentador de todo un

poema. ¿Quién era esta doncella de superlativa belleza?


¿se ocultaría bajo esa denominación la verdadera de una
dama de gran pró, ya que Floriana equivale á Fulana,

según Hartzembuch en su Reina sin nombre? ¿cuáles


fueron los extraordinarios sucesos de su vida que llamaron
la atención de graves cronistas y doctos escritores, hasta
el punto de que les consagrasen un lugar en sus valiosos
manuscritos ?

| Ay ! si don Bartolomé Arranz de Ursua y Vela (ó Mar


tínez y Vela, como se le quiere llamar al frente de los
anales) sospechara un solo momento la triste suerte que
correrrían las crónicas de los autores á que se refiere y la
historia que él mismo compuso de la Villa Imperial,
cuidárase muy bien de ser más explícito y hasta de no
abreviar su apellido en el único escrito de su mano que
ha logrado caer hasta ahora en las de don Vicente Balli-
vián y Rojas, que lo ha dado á la luz públíca, para salvarse
de que los venideros le acusásemos de presentarnos tan
buenas cosas en un crepúsculo más enojoso que el limbo,

y de privarnos del gusto de inscribir con seguridad su verda

dero nombre entre los ingenios que honran nuestra litera


tura nacional. Pero, como el buen señor no tuvo el don de
la doble vista para saber que las crónicas del coloniaje,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE

verdadera edad media de estas Américas, debían sepultarse


por largos siglos en los archivos de la metrópoli ó de

colecciones particulares, con excepción de los referidos


anales, preciso es hacerle justicia y muy cumplida á ese

respecto, por grande que haya sido la mortificación que, sin


quererlo, ha causado á muchos y, especialmente, á nosotros,
en esto de doña Floriana.
La cosa no era para menos, según dirán nuestros
lectores y, sobre todo, nuestras discretas lectoras :

tratábase de una bellísima doncella, mejorando lo

presente; de extraños sucesos en los que sin duda tendría


parte muy principal el dios niño de las saetas; y nos
llegaba la noticia en la florida edad en que se sueña con
Eloísa, Virginia y Átala. ¡ Qué no hubiésemos hecho antes
de ahora por descorrer el velo de la misteriosa Floriana!
Nos sentíamos con ánimo para arremeter con una esfinge,
como el desventurado Edipo; para penetrar á un castillo
encantado, como el buen caballero de la leyenda escocesa;
y, lo que es más inaudito en nieto de castellano, para dar
pruebas de heroica paciencia alemana, descifrando el más
roído y empolvado pergamino de un archivo español. Mas,
nunca pudimos hacer ninguna de estas cosas, tanto porque
no había más esfinge ni encantamento que los inofensivos
anales, mudos ya para siempre sobre el caso, cuanto

tporque viajar á la Península era para nosotros, aun en


este siglo del vapor, empresa punto menos dificultosa que
subir á la luna, sobrados como nos veíamos solamente de
ilusiones.
Hoy día, aunque tarde, cuando la misteriosa Floriana
« visitaba ya rara vez nuestros sueños », la casualidad ha
10 LA BELLISIMA FLORIANA

venido á satisfacer de un modo inesperado nuestros


deseos.
Es el caso que, trabándose en España reñida disputa y
sangrientas batallas á propósito de furores vascongados,
ocurriósele á un castellano desempolvar ciertos manus
critos de la Biblioteca del Real Palacio, para probar á los
vizcaínos españoles, fraternalmente y con documentos
irrecusables en la mano, que « son desleales de tiempo
atrás y raza de judíos, ni más noble, ni más limpia que la
castellana » ; y que al salirse airosamente con la suya, nos
saca de paso de tantas dudas y perplejidades, acerca de la
referida bellísima doncella.
En efecto, entre los documentos publicados por el cari
tativo castellano ', encontramos el episodio completo de

doña Floriana, del que vamos á hacer partícipes á nuestros


jóvenes lectores. De buen grado querríamos ceder la
palabra al cronista que lo refiere ; pero la consideración de
que en estos tiempos que alcanzamos suenan mal ciertas
frases y modos de expresarse de aquellos de nuestros
abuelos, y más que todo la conveniencia de tratar con más
espacio algunos puntos descuidados por el autor, nos han
inducido á poner algo de nuestra cosecha que, si es malo
pasará en gracia de la intención.

1. Castellanos y vascongados » documentos inéditos de la Biblio


«

teca del Real Palacio, publicados por Z*... Madrid, 187C. Imprenta
a cargo de Víctor Saliz, calle de la Colegiata, número 6.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE H

II
Donde el lector oirá de los labios de una doncella del
siglo xvi un conocido verso de un famoso poeta de
estos tiempos.

Don Alvaro Rosales Montero y doña Ana Quintanal,


extremeños nobles, unidos entrambos en santo matrimonio,
viniéronse á estas Indias á fines del siglo XVI, siguiendo
la corriente general en busca de fortuna; y fijaron su resi
dencia en la Villa Imperial de Potosí, tan famosa entonces
en el mundo entero por las riquezas proverbiales de su
cerro, como ahora en el más reducido de las letras ameri
canas por el rico filón de tradiciones y leyendas, explotado
con diversa suerte por felices ingenios y medianos escri
tores, que de todo hay en la viña del Señor.
Corrido apenas un año desde su llegada, en día de pascua

de Navidad y, por consiguiente en la estación de las flores,


concedióles el cielo una hija, á la que « por ser ella misma
•una flor de rara hermosura y por el nombre de su madre »,
según dice nuestro cronista, llamáronla Floriana. La niña
creció feliz y contenta bajo el amparo de sus padres, en el
santo temor de Dios y adornada cada día de nuevas perfec
ciones, tanto en su persona como por sus virtudes. Her
mosa, recatada y amable como ninguna, habría sido la más

dichosa de las mujeres, si la felicidad corriese parejas en


este valle de lágrimas con las prendas personales y mereci
mientos de cada criatura. Pero, ya sea que por inescrutables
juicios de la Providencia « las cosas más bellas de este
12 LA BELLISIMA FLOIUANA

mundo tengan siempre el peor destino », ó ya porque


realmente anduviese entonces suelta y ciega la fortuna,
cúpole la suerte más lastimosa que ha hecho célebre su
nombre por sus desdichas.
Trece años tendría la doncella, cuando comenzaron á

disputarse la posesión de su mano los más nobles y ricos


caballeros de la Villa y cuantos á ésta venían ó pasaban
por ella con cualquier motivo. Solicitáronla muchos por
varias veces de sus padres, sin obtener esperanza alguna;
porque « éstos sabían que Floriana no pensaba en tomar

estado, ejercitada siempre en la virtud y recogimiento de

su casa ». Todos ellos rondaban incansables la calle, sin


conseguir que la doncella se asomase á las ventanas, y á

ninguno le fué dado traspasar el dintel de la puerta para


hablarle. Los vecinos oían por las noches serenatas inte

rrumpidas casi siempre á cuchilladas. Frecuentemente la


luz del día vino á mostrarles las sangrientas huellas de las
contiendas encendidas por los celos.
En la época á que se refiere el autor de los anales, distin
guíanse entre la innumerable turba de pretendientes, por
su constancia y méritos personales, don Julio Sánchez
Farfán, corregidor de Porco, tan gallardo y apuesto joven
como cumplido caballero ; el capitán don Rodrigo de Al-
burquerque, notable personaje que había venido á levantar
gente á su costa para el servicio del Rey en Chile; y el
gobernador del Tucumán, don Pedro de N. [llamárnosle así
porque la crónica no dice su nombre] que al pasar por la
Villa Imperial á la Ciudad de los Reyes, á verse con el vi
rrey, había admirado en una fiesta pública á tan sin par her
mosura y sentídose encadenado al suelo en que moraba,
TEE LIBRAR*
THE UNIVERSIT1
OF TEXAS
OBRAS DE NATANIEL AGU1RBE 13

olvidando los graves asuntos del gobierno. Floriana en la


plenitud de sus encantos, perfectísimo dechado de belleza
y de virtudes, seguía mostrándose sin embargo más insen
sible y desdeñosa que nunca á los halagos del amor. Por
otra parte, sus padres alarmados por aquel asedio incesante
de la casa y hasta por el clamor del vecindario, « doblaron

su recogimiento, tanto, que los días festivos á solo el alba


se presentaba en las calles para ir á misa ».
El amor desesperado debía buscar naturalmente alianzas
en la inexpugnable fortaleza; y las consiguió un día por el
medio que llamaba infalible Filipo de Macedonia, y que
los amantes, muy doctos en todo como es sabido, suelen
emplear constantemente, sin estudiar, muchas veces, las
máximas de tan famoso guerrero. Una criada, mestiza, muy
despierta, ganada por el gobernador del Tucumán, se dió
modos de introducir en el libro de oraciones de Floriana,
cierta misiva amorosa, que ésta leyó teñidas del vivísimo
carmín del rubor sus mejillas de azucena, y arrojó en

seguida « al fuego de un brasero que cerca de allí le deparó


su enojo ».

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14 LA BELLISIMA FLORIANA

Ignórase á punto fijo lo que la tal misiva contenía, pero


que ella no fué tan conmovedora y comedida como era de

esperar, siendo inspirada por tal belleza y dirigida á tan


discreta y recatada doncella, harto claro lo demuestra la
noble respuesta que la cupo y que ha logrado salvarse
íntegra del olvido para perpetua lección de atrevidos galanes
y provechosa enseñanza de inexpertas muchachas, que se
hallan frecuentemente expuestas á semejante peligro.
Floriana había escrito con mano trémula de indignación
las siguientes palabras :

« Señor mío : Hanme dicho que el cielo os negó el nacer


de nobles padres, y yo así lo creo, porque lo acredita la
desatención de vuestro papel; mas, él tuvo su merecido,
porque semejantes liviandades no merecían otra cosa que
el fuego. »

Don Pedro, que debió ser tan presuntuoso como des


cortés, ofendióse en extremo de esta contestación. Burlado
en su amor, si aun merece este nombre el fuego impuro
que abrasaba su pecho, sólo dió oídos á su orgullo lasti
mado. Se imaginó que don Alvaro hubiese dicho á su hija que
no era digno de pretender su mano, por no ser de tan
clara estirpe como ella, y resolvió vengarse en él « sacán
dole al campo á reñir sobre el caso ».

No tardó la ocasión en mostrarse propicia á su intento.

Supo un día que don Alvaro debía ir á San Clemente,


donde acostumbraba pasearse, y allí se dirigió ciego de

furor, para esperarle y provocarle como tenía resuelto.


Ajeno de lo que pasaba llegó muy pronto al dicho paraje
el padre de Floriana, y fué grande su sorpresa al ver al
gobernador trastornado por la ira, que le salió al encuentro
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 15

procurando manifestarle su resentimiento, pero sin acertar


más que á injuriarle con descomedidas razones. Le oyó en
silencio hasta que hubo concluído, costándole no poco tra
bajo enterarse de lo que aquél se quejaba; disculpóse en
seguida como leal caballero ; acusó de todo el mal á la osadía
de don Pedro; y, como en aquellos tiempos á palabras tales
sucedía siempre la razón del acero, no paró en desnudar
la espada y cruzarla al punto con la de su inesperado ad
versario.
Dios sabe cuál habría sido el fatal resultado del singular
combate, si no se hallasen cerca de allí casuales testigos
que, sin notarlo entrambos caballeros, los vieron acometerse
como cristiano y agareno, ó para valernos de una compara
ción más propia del tiempo y del lugar, como castellano
y vascongado.
Era aquella la época del año en que los habitantes de la
Villa Imperial solían concurrir á San Clemente en busca de
solaz y distracciones, costumbre que, según creemos, se

conserva aún entre sus descendientes y que debe dejar en


su ánimo fuertes impresiones para toda la vida. — Se nos
ha referido (y lo repetimos de paso por vía de ilustración)
que un notable potosino suspiraba tristemente á las faldas
del Vesubio, ante el panorama más encantador del mundo,
que preguntándole un amigo por la causa de aquel suspiro,
contestó sin vacilar : «
¡
Oh ! si pudiese hallarme en San
Clemente ! »

Dos señoras, que allí gozaban de esa felicidad, que harto


comprendemos por el santo amor de la patria, acudieron
presurosas á interponerse, no sin peligro, entre los comba
tientes; y « se dieron tan buena maña » que consiguieron
16 LA BELLISIMA FLORIANA

separarlos por un momento. Mas, lodos sus esfuerzos


habrían sido inútiles, — porque ambos porfiaban en volver
á acometerse, y especialmente don Alvaro, herido ya á las

primeras, aunque no de gravedad, — si no acudiese más

gente al lugar de la lucha, obligando á los adversarios á


irse cada uno por su lado, pero no sin prometerse venganza
para la primera ocasión.
Entre tanto, Floriana, recogida en su cuarto y entregada
como de costumbre á esas labores de pasatiempo de las
damas de su clase, no sospechaba siquiera el peligro que
corrían su buen padre y su propia fama. Quien sabe no
pensaba ya ni remotamente en el osado gobernador, que
juzgaba curado de su indigna pasión por el merecido des
dén, cuando vió llegar á don Alvaro descompuesto, pálido
y ensangrentado.
Llena de sobresalto quiso precipitarse al punto en sus
brazos, inquiriendo por la causa de aquel trastorno.
— Padre y señor, ¿quién ha podido injuriaros de esa

suerte? comenzó á decir la desgraciada; pero se detuvo y


retrocedió asustada ante un ademán imperativo del irritado
caballero.
Expúsole éste en breves palabras lo ocurrido en San
Clemente, y pasó á « darle muchas y muy sentidas repren
siones », echándole en cara su silencio y la reserva que
había guardado con él y su buena madre en aquel delicado
asunto. « Ardiendo en ira » por lo que sabía de la conducta
indigna del gobernador, pero reportándose cuanto pudo,
como hija sumisa y cariñosa, le oyó Floriana hasta que
hubo terminado, y se disculpó en seguida, diciendo que
había querido evitarle el enojo de saber el caso, y que, por
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 17

otra parte, no esperaba de ningún modo que don Pedro


tomase tan insensato partido, cuando era de suponer que
sufriese más bien en secreto el castigo de su falta.
Un tanto calmado con esto el buen caballero se retiró á

luego del cuarto de su hija, dejando á ésta entregada á

diversos sentimientos que alternativamente atormentaban


su pecho. Unas veces el dolor la sumergía en un mar de
lágrimas, y otras el deseo de la venganza la envolvía en
una hoguera que secaba el llanto de sus ojos. Ya pensaba
solamente en la aflicción de sus padres; ya daba oídos al
grito de su honra ofendida, figurándose con razón que su
nombre corría por la Villa, mancillado por la calumnia, que
2
18 LA BELLISIMA FLORIANA

encontraría una poderosa aliada en la envidia. — Creemos


(aunque se le olvidó consignarlo á nuestro cronista) que,
acusando entonces de todo el mal á su funesta belleza, se
dijo con amargura, pues nadie pudo decirlo con más funda
mento que ella —

¡ Ay, infeliz de la que nace hermosa !

III
La mansa corDERA se torna leona.

No sabemos si después de los sucesos que llevamos


referidos, pensaba el gobernador desistir de sus criminales
intentos, para seguir su camino á la Ciudad de los Reyes,
dejándose ya de indignas liviandades. Lo más probable,
sin embargo, es que el presuntuoso caballero conservase
aún la esperanza de subyugar á la altiva doncella; porque
en hombres de su carácter el necio amor propio no des
cubre las imperfecciones, ni la fealdad de las faltas come
tidas, y más bien considera á estas últimas como nuevos
merecimientos, pudiendo decirse de él, con todo funda
mento, que tiene realmente ojos que de lagañas se ena
moran. Don Pedro se halagaba pues, acaso, con la idea de

que Floriana no vería en su•conducta más que la violencia


de la pasión que le había inspirado, y que se ablandaría al
cabo, hasta el punto de reconocerse esclava de su voluntad.
Mas, sea de esto lo que fuere, no pasaron dos días desde
su riña con don Alvaro sin que se hallase perdido el seso,
más confiado y envanecido que nunca. Y es el caso que
OBRAS DE NATANIEL AGCIRRE 19

aquella criada mestiza que antes había sobornado, se


presentó en el momento más inesperado en su casa, y le
dió á solas cierto recado, que pronto adivinarán nuestros
lectores, mereciendo en cambio una abundante propina,

y ¡cosa inaudita do parte de un hombre de tal suposición


y tantas campanillas ! una cariñosa palmada en la mejilla.
No bien llegó la noche, salió nuestro gobernador de su
casa embozado en luengo manto y calado el sombrero
hasta los ojos, recatándose cuanto podía para no ser dete
nido en la calle por gente importuna; y se fué en derechura
á la de su ofendido contrario don Alvaro. Llegó pronto á

una tienda que al lado del portal había : la abrió con una
llave que llevaba en el bolsillo, y penetró en ella, cerrando
tras sí la puerta y dejándola solamente entornada. — Al
20 LA BELLISIMA FLORIANA

mismo tiempo, como si quien le esperaba hubiese obser


vado sin él notarlo su llegada, se abrió también otra puerta
fronteriza de la tienda que comunicaba á ésta con la casa,
y dió paso á una mujer que, lejos de recatarse por su parte,
se adelantó al encuentro del caballero con la cabeza erguida
y dejando caer al suelo su mantilla.
¡Era la bellísima Floriana ! Vestía sencillamente de
blanco sin atavío ninguno; su larga y abundante cabellera
de un negro resplandeciente, flotaba á sus espaldas, rete
nida tan sólo á la altura de la nuca por un lazo encarnado ;

su rostro un tanto pálido, la mirada tranquila y profunda


de sus grandes ojos, el porte en fin de toda su persona,
comunicaban a su belleza la majestad de una diosa. — Al
verla el gobernador se sintió todo él turbado como un
vasallo ante su soberana; y con el sombrero en la mano,
inclinada la cabeza, apenas pudo saludarla, diciendo con
voz trémula :

— « Señora, aquí tenéis á vuestro esclavo y fino amante »,


palabras á las que nuestro sensato cronista quisiera que
hubiese sustituído con más verdad estas otras : « el indigno

que dos veces os ha ofendido ».


Y esto mismo debió pensar la doncella cuando al eco
solamente de la voz que le era odiosa, se transformó en un

punto de Diana majestuosa que antes parecía, en violenta


Némesis, ciega de furor.
Con mano convulsa de ira sacó, en efecto, una ancha y
bien afilada navaja que en la manga llevaba, y « como una
leona arremetió á cortarle la cara al gobernador », gritando
al mismo tiempo, sin cuidarse de que la pudiesen oir de la

casa ó de la calle :
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 2i

— ¡ Mal caballero ! llevaréis en el rostro la marca de


vuestra infamia.
El iluso amante no esperaba tan extraño recibimiento ;

no era él, como hemos dicho, nada receloso ni desconfiado


en tratándose de su persona y de una conquista de amor.
Pero por grande que fuese su sorpresa al ver sobre sí
« aquel monstruo de belleza y de iras », cuando se imaginaba
encontrar una rendida paloma, no llegó hasta el punto de
impedir que procurase su propia conservación. De este
modo, con la misma presteza que su hermosa enemiga
trataba de ofenderle, rebatió por su parte el tajo con una
mano y procuró hacerse para atrás, impidiendo el ver
deshecho su rostro, mas no sin que la navaja penetrase en
su palma hasta los huesos, ni sin que, tropezando en un
madero que allí había, cayese él mismo pesadamente al
suelo, donde al fin consiguiera Floriana su intento, si con
un esfuerzo supremo no lograra levantarse él en seguida,

requiriendo la daga de su cinto, para ofender á su vez con


más furor á su contraria.
— «
¡ Traidora ! » — exclamó con voz sorda, avanzando
hacia ella en ademán que no permitía esperanza alguna de

piedad, ni aunque Floriana la hubiese demandado entonces


de rodillas....
La lucha no podía ser dudosa entrambos : la fuerza, la
destreza, el arma... todas las ventajas estaban de parte del
caballero.
¡ Pobre, incauta doncella ! mejor fuera que nunca hubiese
querido humedecer sus labios en el néctar envenenado de
los dioses, tan caro en aquel tiempo á los mortales. ¡ Oh,
funesta pasión de la venganza ! origen de la guerra inter
22 LA BELLISIMA KLORIANA

minable entre castellanos y vascongados ; de las horrorosas


matanzas de Munai-Pata y de Guaina; de los crímenes de
los Vicuñas; de...
Pero no nos entreguemos tan pronto á tan dolorosas
exclamaciones ; porque nuestra heroína era al fin mujer
como todas, y no hay quien sepa salir más airosamente que
ellas de los trances más apretados. A falta de la fuerza
podía valerse de la astucia, como hizo ciertamente, consi
guiendo recobrar la ventaja en menos tiempo del que lle
vamos perdido.
Inspirada por el peligro se había apoderado, en efecto,
de un lío de ropas que descubrió allí por su buena suerte,
y lo había arrojado con tal acierto sobre el caballero, que
logró envolverlo en éstas, de modo que le embarazaron la
vista y los brazos á un mismo tiempo ; y sin esperar á que
pudiese librarse de aquel estorbo, tomó en seguida con
ambas manos el madero que en el suelo estaba, y descargó
con él tan fuerte golpe en la frente y el pecho de don
Pedro, que lo vió desplomarse de espaldas, sin habla y sin
sentido.
Acudieron en esto al ruido, por una parte las gentes de
la casa y por otra muchos vecinos y transeuntes de la calle,

y viendo al gobernador ensangrentado, sin señales de

vida, juzgaron que acababa de pasar á otra mejor, con inde


finible angustia de Floriana.
— « Le habéis muerto, señora », dijeron unos y otros
á la doncella.
Y aterrada entonces por estas palabras, que confirmaban
la idea terrible que ya había asaltado su mente, sólo pensó
en huir de aquel sitio fatal, llevándose consigo el torcedor
OBRAS DE XATANIEL AGUIRRE 23

remordimiento, en vez de la satisfacción de la venganza


que antes, al venir, se prometiera.

IV

De qué modo aconteció á nuestra heroína el mismo


PERCANCE QUE A LA PRINCESA MeLISENDRA.

Grande era ciertamente el dolor que ahora sentía; pero


nunca pudo igualarse al de don Alvaro y doña Ana, que
fué inmenso cuando llegaron á informarse del suceso. Flo-
riana saboreaba únicamente las heces más amargas de

aquel néctar ponzoñoso de la venganza, de que antes


hemos hablado; se horrorizaba de sí misma, como el
armiño al contemplar una mancha en su resplandeciente
blancura; mientras que sus desolados padres no sólo
deploraron tanto como ella la falta que había cometido,
sino que midieron también sus fatales consecuencias con
ojos más acostumbrados á mirar las realidades de la vida.
¿ Qué iba á ser de aquella hija de su amor que formaba todo
su encanto y su orgullo ?¿ la verían arrastrada brutalmente
al encierro de los criminales por la mano de los alguaciles?

¿ contemplarían empañado en un momento el antiguo lustre


del blasón de su familia ? ¿ oirían su nombre, respetable
hasta entonces, pronunciado por todas partes con fingida
lástima ó no disimulado desprecio ? — Todas estas pre
guntas se les ocurrieron naturalmente, figurándose que
otras tantas furias vengadoras venían á murmurarlas cruel
mente á sus oídos.
Su primer cuidado fué en consecuencia mandar que se
24
.
LA bellísima floriana

incomunicase la casa, cerrando las puertas que daban á la

calle y asegurándolas por dentro lo mejor que se pudiese,


para ganar tiempo y ocultar á la doncella ó procurar su
evasión, sin ser observados por gente importuna ó sospe
chados por la justicia. Mas, no tardaron en comprender
cuán difícil les sería conseguir lo uno y lo otro ; porque
Floriana desvanecida en brazos de su madre no podía darse
cuenta del peligro, ni favorecer su propia salvación ; y
porque muy pronto oyeron gran tropel de gente que se
aproximaba á la casa, con gritos muchas veces repetidos y
cada vez más distintos de «
¡ la justicia !
¡
el corregidor ! »

Especialmente esta última palabra el corregidor ejerció


al punto una influencia irresistible, verdaderamente mágica
en el ánimo de cuantos la oyeron en la casa. Don Alvaro
que se esforzaba por conservar su entereza como varón
animoso, se quedó helado de espanto; su pobre esposa
lanzó un grito de indefinible angustia, estrechando fuerte
mente á su hija contra su seno, cual si hubiese visto saltar
ante ella á un león hambriento, para arrebatarle aquella

presa, los criados temblorosos rehusaron seguir cum


pliendo las órdenes de sus amos; el mayordomo, anciano
y fiel servidor, que acababa de dar vuelta á la gran llave
de la puerta principal, huyó aterrado á ocultarse en lo más
recóndito, sin atreverse á poner los pesados aldabones,
como si ya hubiese cometido un crimen horroroso, y como
si ya le siguiese el verdugo con la cuerda en la mano para

colgarle ; de todos los labios salieron, en fin, estas pala


bras :

— ¡ No hay esperanza !

Y era que por entonces regía interinamente la Villa


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE •2;.)

Imperial el famoso Oidor don Juan Díaz de Lupidana,


inexorable y celosísimo magistrado, a quien tendremos
ocasión conocer con más espacio en lo sucesivo, bas
de

tando por ahora á la inteligencia de nuestro fiel relato, el

apuntar ligeramente el
terror que infundía su
nombre.
Resonaban ya fuertes
golpes en las puertas
mal cerradas de la casa,

cuando los padres de

Floriana resolvieron ha
cer un supremo esfuerzo
para salvarla, cada uno
por su parte y según se
lo inspiraba el conflicto
del momento. El anciano
don Alvaro se ciñó una
larga tizona de Toledo y
embrazó un antiguo es
cudo, que pendían de la pared al lado del retrato de un su
abuelo conquistador de Granada, proponiéndose defender
hasta la muerte el único asilo posible de su hija ; y la infeliz
madre, puesto el corazón en Dios, intentó aún por última
vez sacar á la doncella del letargo fatal que imposibilitaba
su fuga. Postróse en consecuencia de rodillas ante el estrado
en que dejó á Floriana extendida ; estrechó fuertemente una
mano de ésta contra su corazón que parecía saltársele del
pecho, y la llamó por varias veces con ese acento de madre
desesperada que el hijo no puede, no, dejar de oir ni en
26 LA BELLISIMA FLORIANA

el fondo del sepulcro, y que reanimó al cabo á la don


cella.
Volvió ésta en efecto al uso de sus sentidos como de un
sueño profundo, sin poder coordinar sus confusas ideas;
razón por la cual doña Ana tuvo que recurrir todavía á ese

poder inmenso del amor materno, para explicarle el peligro


que la amenazaba, con palabras intraducibies que, copia
das fielmente por el cronista, hubiesen bastado para lau
rearlo entre los poetas más sublimes del mundo. La deses
peración de sus padres, de que ella era causa, la propia
humillacíón, el oprobio que la amenazaba, se presentaron
entonces á la mente de Floriana que, por una nueva reac
ción, volvió a ser la altiva y animosa dama que vimos
antes salir al encuentro del gobernador.
Con voz tranquila suplicó á sus padres que procuraran
estorbar todavía la entrada á los que en su demanda venían,
y sin esperar la respuesta corrió á arrojarse de una ventana
que caía á un oscuro callejón á espaldas de la casa, mien
tras que don Alvaro, su esposa y los criados se apresu
raban á cumplir la instrucción que les había dejado,
sintiéndose ya reanimados por la esperanza de verla en
salvo.
No era muy alta la ventana, y la infeliz fugitiva pudo
haber llegado al suelo sin grave daño, si no le ocurriese —
¡oh, desventura! — el mismo accidente que cuenta el
romance antiguo de la princesa Melisendra, cuando quiso
descolgarse del balcón á la grupa del caballo de su ena
morado esposo don Gaiféroz, pues se le asió ni más ni menos
el faldellín de un madero saliente del marco de la ventana,

y se quedó pendiente en el aire, sin poder valerse ella


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE

misma, ni aún pedir socorro, más desgraciada en esto que


la hija putativa del gran Emperador Carlo-Magno, á la que

pudo socorrer al menos en el instante su señor natural y


valeroso caballero.

De quién tuvo entonces la gloria de don Gaiféroz, y


de cómo es imposible que dos rivales procedan de
concierto en los trances mas apretados.

En este punto nuestro cronista pasa á darnos cuenta de


loque sucedió entre tanto en casa de don Alvaro, gravísima
28 LA BELLISIMA floriana

falta de atención para la dama que abandona en trance tan


lastimoso; pero de que merece entera disculpa, si se
reflexiona que pudo apresurarse él mismo á descolgar á

Floriana, después de más de un siglo en que pasaba aquello,


y que, por consiguiente, se vió en la necesidad de seguir el
hilo de los sucesos para llegar naturalmente al desenlace
de esta aventura. Y tanto es así, que por mas esfuerzos que
hemos hecho por nuestra parte, para no incurrir en la nota
de descorteses á los ojos de las hermosas lectoras de « La
Revista », no hallamos más recurso que implorar su perdón
y continuar trascribiendo la crónica en el orden que la

compuso el autor.
El formidable don Juan Díaz de Lupidana había logrado
por fin penetrar al palio de la casa, precedido de cuatro
hombres que le alumbraban el paso, y seguido de una mul
titud de alguaciles armados hasta los dientes y de gente
curiosa ó comedida, como siempre sucede en casos seme
jantes. Demudado por la cólera, con la vara en lo alto, —
aquella vara símbolo de la autoridad y la justicia, que él
sabía empuñar mejor que Minos su cetro, — el Oidor daba
miedo á cuantos le veían, y aterró al infeliz don Alvaro que
rindió á sus pies tizona y escudo, prefiriendo detenerlo con
ruegos y lamentos, lo que hizo también doña Ana, cayendo
de hinojos y estrechando sus rodillas.
Pero aunque los padres de Floriana no pudieron más que
ganar el tiempo que fué preciso para que los rudos algua
ciles los separasen á viva fuerza del paso del corregidor, á
una orden terminante que éste les dió en seguida, ese

tiempo precioso fué bien empleado por la mestiza que


conocemos ; pues que consiguió delizar algunas palabras al
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 29

oído de una persona amiga que entre la gente curiosa des


cubrió por fortuna.
Más listo que la justicia había velado el amor aquella
noche, como todas, con los ojos fijos en casa de la doncella;
y de esta suerte no fueron de los últimos en acudir al ruido
del suceso muchos caballeros que hacían la consabida ronda,

y entre ellos don Julio Sánchez Farfán y el capitán Albur-


querque; los cuales caballeros, con el egoísmo propio de
los enamorados, se felicitaban acaso de encontrar una oca
sión vanamente deseada hasta entonces, de acreditar su
pasión á los ojos de la ingrata señora de sus pensamientos.
La criada que los conocía á todos, no vaciló un momento
en la elección, y acercándose á don Julio, le dijo que Flo-
riana podía necesitar de auxilio; por lo que convenía bus
carla en el callejón á donde la había visto arrojarse desde la
ventana. — ¿Por qué se apresuró á comunicárselo á él y
no á otro alguno, al capitán Alburqucrque, por ejemplo,
que había seguido con ansiedad todos sus movimientos?

¿sabía la mestiza que los servicios de don Julio serían más


agradables á su señora? — Estas y otras cuestiones que se
nos ocurren ahora de un modo al parerer inoportuno, son
de la mayor gravedad para nosotros, como verán después
nuestros lectores. Mas, ya que don Julio no espera á que
se lo digan dos veces, ni se detiene un instante con inútiles
preguntas, corramos tras de él y de su rival Alburquerque,
quien debe haber sospechado la verdad con la perspicacia

que el amor presta á los que bien lo sienten.


Cuando el favorecido caballero llegó al pie de la ventana,
la cuitada doncella respiraba ya apenas, ahogada por la
sangre que afluía á su cerebro ; visto lo cual por él, se
30 LA BELLISIMA floriana

apresuró á hacer lo mismo que don Gaiféroz con Meli-


sendra, tomándola de los brazos y atrayéndola fuertemente,
para desgarrar el faldellín que estorbaba su descenso.
Pero, como don Julio no cabalgaba uu robusto corcel que
sostuviese su propio peso y el de la dama, sucedió que al
desplomarse ésta, perdió el buen caballero el equilibrio, y
rodó junto con ella por el suelo, .al propio tiempo que
llegaba a aquel sitio el capitán que le seguía las pisadas, y
que se apresuró á envolver en su capa á Floriana, procu
rando levantarla en sus brazos.
No bien logró ponerse en pie don Julio, advirtió aquello
con enojo. En el momento en que se halagaba con la idea
de ser el único salvador de la doncella y cuando esperaba
ya encontrar por la gratitud un acceso á ese corazón
cerrado á las protestas y ruegos del amor, veía presentarse
á un rival odioso, para compartir con él tan envidiable
gloria y rarísima fortuna. Por su lado, el capitán no podía
resignarse á abandonar la palma de la victoria, deseoso
más bien de arrebatársela de entre las manos, como lo
demostraba la prontitud que había puesto en seguirle,
inspirado por los celos. — En cualquiera otra situación
esos dos hombres fuertes y animosos podían felicitarse de

propender al mismo fin, doblando los medios de alcanzarlo


(tratándose de una arriesgada empresa de guerra por ejem
plo) ; pero en aquel instante, sin desconocer los peligros
que rodeaban á Floriana, la presencia de cada uno de ellos
debía ser insoportable para el otro. Si por un milagro de

prudencia entre rivales, hubiesen resuelto salvar juntos á la

doncella, no habrían hecho, tampoco, más que dilatar el


momento fatal de la ruptura; porque cada una de las mira
OBUAS DE NATANIEL AGUIRRE 31

das de aquella, la más leve atención de su parte con uno de


ellos, habría sido un tormento peor que la muerte para el
que se creyese desdeñado.
— Paréceme, caballero, que está de más uno de nosotros
en este sitio, — dijo don Julio al de Alburquerque, desenvai

nando la espada.
— Cabalmente pensaba en lo mismo, y os lo dijera en
idénticas palabras á las vuestras, si antes no fuera preciso
auxiliar á esta señora, — contestó el capitán, poniéndose
en guardia.
Y tuvo entonces lugar una espantosa lucha entre las
sombras de la noche, en ese estrecho callejón que apenas
ofrecía espacio á entrambos caballeros para moverse ó
parar los golpes del adversario; lucha que Floriana no

podía seguir con la vista en sus peripecias, pero que ella


conocía que se verificaba, por el clíquetis de los aceros,
sin tener fuerzas para estorbarla, ni pedir auxilio ; que
ciertamente lo hiciera si le fuera posible moverse ó dar
voces, aun á riesgo de atraer sobre sí el mismo peligro de
que antes huía.
Por otra parte, aquel extraño combate no fué de larga
duración; y no tardó en oir la doncella una voz moribunda
que decía :

— Muerto soy... ¡ confesión!


Sucedióse un momento de silencio pavoroso, al cabo del
cual distinguió el ruido de los pasos de un hombre que se
le aproximaba. ¿Era don Julio? ¿era el capitán Albur
querque? ¿deseaba Floriana que fuese el primero ó el

segundo? ¿le era esto indiferente? — Como ven nuestros


lectores, no podemos prescindir de formular preguntas de
32 LA BELLISIMA FLORIANA

ese género, en cualquiera ocasión que se nos ofrezca; pero


sin llegar aún á ningún resultado ; porque la crónica que
seguimos, guarda un silencio que nos desespera á este

respecto. Sin embargo, aun después de dos siglos y medio


que han pasado desde entonces, parécenos sorprender un
suspiro que se escapó del pecho de la doncella, aliviándola
de una extraña pesadumbre, cuando reconoció al vencedor.
Era éste el de Sánchez Farfán, que se apresuró á ofre
cerle la mano con respeto, rogándola al mismo tiempo que
se alejase con él •de aquel sitio, para salvarse de sus perse
guidores. Pero ella lo rehusó, pidiéndole que la dejase
abandonada á su destino ; porque la nueva desgracia de que
había sido causa involuntaria, le indicaba claramente, á su

parecer, que no debía sustraerse á una justicia superior á

todo poder humano.


Don Julio no lo consintió, como es fácil comprenderlo,
ni lo consintiera en ningún caso, aun á riesgo de acarrearse
el odio de Floriana en lugar del afecto que esperaba; y
como se oyese ya en aquel instante ruido de gente y de
armas, no vaciló en arrastrar consigo á la doncella, huyendo

por la parte opuesta, sin saber precisamente á donde se


encaminaba.

Llegaron así en breve espacio á un solar encerrado entre


las altas paredes de las casas vecinas y el profundo ba
rranco del arroyo que separaba la ciudad propiamente dicha,
de las cabañas habitadas por los indígenas trabajadores de
las minas. Al reconocerlo el caballero se sintió descon
certado por un instante; porque estaba persuadido de que

aquel lugar no tenía más entrada ni salida que la del oscuro


y estrecho callejón, por donde sin duda venían el corre
OBRAS DE NATANIÉL AGUIRRE 33

gidor y sus gentes, ó al menos una parte de éstas, como


pudo observarlo en seguida. ¿Vería burlados sus esfuerzos
por la extraña fatalidad que perseguía a la doncella?...
- —
¡No, por mi alma! — exclamó el animoso don Julio,
tomando resueltamente el único partido que á su entender

le quedaba; y envolviéndose el brazo izquierdo con la

capa, desenvainó otra vez la espada enrojecida por la


sangre de su rival, mientras decía á Floriana :

— Mi deber es salvaros, señora, á pesar vuestro, del


mundo entero y del destino. Ruégoos que procuréis ocul
taros en lo más sombrío de este sitio, mientras vuelvo á

buscaros; pero si me lo impide un poder superior... la


muerte, por ejemplo, recordad alguna vez que os he amado,
de tal niodo que solo viví para consagraros mi alma por el
34 LA bellísima floriana

placer de amaros, sin la esperanza de ser correspondido.


Floriana comprendió entonces la magnánima resolución
del caballero; quiso impedirla, comenzó á decirle que no
tentase á la Providencia, cuya mano veía ella distintamente ;

mas, nada pudo conseguir de el, porque ya se había apre


surado á volver sobre sus pasos, y lo vió internarse otra
vez en el callejón por donde había venido.
Llegado que hubo don Julio á la presencia de los al
guaciles, detúvoles con un ademán imperioso, diciéndoles
en seguida :

— ¿Buscáis, por ventura, al matador del capitán don


Rodrigo de Alburquerque? Pues entonces, tenéislo delante
de vosotros, dispuesto á probaros con la espada en la mano,
que lo mató como bueno, en leal combate.
Y sin esperar á que volviesen de la sorpresa que les
había causado la aparición de aquel hombre y sus extrañas

palabras, arremetió contra ellos con tal denuedo, que logró


abrirse paso por' entre sus filas, y se alejó de prisa, espe
rando con razón que le siguiesen; lo que ciertamente
hicieron avergonzados de que un solo caballero se burlase
de tal modo de más de diez agentes de la justicia, expo
niéndolos al enojo del severo corregidor.
Nunca huyó caballero alguno con más placer ni satisfac
ción que don Julio aquella noche. A rada paso que avanzaba,
á cada vuelta de esquina que hacía, corriendo siempre en
dirección opuesta al sitio en que había dejado á Floriana,
se felicitaba más de la ligereza de sus piernas; el, que hasta
entonces solo había creido que un hombre de su clase debía
fiarse únicamente en su animoso corazón y la fuerza de su
brazo.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 3S

Cuando al cabo de algún tiempo logró, por último, que


los sabuesos de don Juan Diaz de Lupidana, perdiesen su
pista y desistiesen de su persecución, mollinos y descon
certados, determinó volver al solar, rodeando una gran

parte de la ciudad, sumida ya en el silencio del reposo,


después de la agitación y el ruido de los pasados sucesos.
Pero en vano buscó allí á Floriana que había desaparecido ;

en vano recorrió aquel sitio á la luz del alba que comenzaba


á blanquear el horizonte ; en vano la llamó por repetidas
veces, sin oir más que el bramido del torrentoso arroyo,
acrecido por las lluvias, en su lecho profundo.

VI

Cómo el niño Amoi¡ embazó bonitamente una flecha


en el corazón de un juez prudente y respetable,
y le hizo cometer los desaciertos que han com
prometido su buen nombre ante la historia.

¿Qué había sido de la bellísima doncella? Ni las pesquisas


del amor, ni las de la justicia, de don Julio ó del formidable
corregidor, tuvieron resultado alguno satisfactorio á ese

respecto, por más de una semana. La explicación del


enigma estaba reservada á otro poder que cuenta siempre
con agentes más listos de su parte, como se comprobóven-
tonces del modo que verán nuestros lectores.
« Tenía el gobernador de Tucumán un sobrino azoguero,
notable y muy influyente por supuesto, que formó querella
contra Floriana, y apretaba en que fuese buscada y puesta
36 LA bellísima floriana

en prisión », mientras que el mal ferido y peor burlado lío


yacía en el lecho, devorado por la fiebre. El tal sobrino
prodigó á manos llenas el dinero, con la confianza de que

nunca le faltaría éste en sus arcas, afluyendo á ellas de las

prodigiosas entrañas del cerro proverbial; pagó espías,


compró delatores, y no tardó en ponerse al corriente de
los pasos y el paradero de la que había osado insultar al

que el apellidaba honra y prez de su familia.


Sería la hora de la queda de una noche lluviosa, más
negra que boca de lobo, cuando por medio de uno de sus
espías, acabó de reunir los datos que necesitaba, y resolvió
encaminarse sin pérdida de tiempo á la morada del corre

gidor, que no estaba lejos de la suya.


Don Juan Díaz de Lupidana había rezado el santo rosario
con su servidumbre y tomado ya su jícara de chocolate;

pero aun no pensaba en buscar el descanso del lecho á las


fatigas del gobierno. Sentado delante de uno de esos bra

seros, usados todavía hoy mismo en la Villa Imperial, á

falta de estufas ó chimeneas, meditaba sobre los deberes


que le imponía su cargo, con el codo apoyado en el brazo
de su sitial y la frente en la palma de la mano. Recordaba
que algún tiempo antes la Real Audiencia de la Plata había
confiado á su prudencia y firmeza el gobierno de la villa,
despedazada por los bandos de los castellanos y vascon
gados, y exasperada por « el natural codicioso y cruelísi
mas entrañas » de su predecesor don Juan Ortiz de Zárate;
recorría en su mente las sabias medidas con que había res
tablecido la tranquilidad pública; interrogaba á su con
ciencia si había cumplido su deber, mandando colgar de la
horca á muchos criminales, á los montañeses y manchegos
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 37

cómplices del corsario Drake, y se respondía que el rigor


de la ley había sido y era necesario para el buen servicio
de Dios, del rey y de la sociedad ; se felicitaba de la apro
bación que habían merecido sus actos de la corona; se ima

ginaba que pronto sería llamado á la Península, para ocu

par un puesto en el Real Consejo de Indias; oía las bendi


ciones del pueblo, sus lamentos y sollozos al abandonar la
villa para encaminarse á España Pero en ese instante
una idea horrible que le acosaba sin descanso, volvió á

asaltar su imaginación, disipando sus ensueños. — Des


compuesto por la ira, lanzó un juramento, se levantó del
sitial, y recorrió á grandes pasos la estancia, diciendo en
alta voz estas y otras entrecortadas razones :

— | Un alto funcionario de la corona puesto á dos dedos

del sepulcro por una niña mimada y despreciable!... ¡bur


lado yo por primera vez!... ¡yo, el Oidor Lupidana! ¿Qué
dirá la audiencia? ¿qué pensará el virrey? ¿qué cuenta
podré dar al soberano ?

— Diréisles que la culpable ha expiado su crimen. Os


basta extender la mano para cogerla, — contestó una voz
desde la puerta.
El azoguero había llegado á ésta sin que lo sintiese el
Oidor en su preocupación, y había percibido el monólogo,
comprendiendo sin dificultad su sentido.
Un rayo de alegría iluminó el semblante del magistrado :

las arrugas que el tiempo y las arduas funciones de su cargo


hahían trazado en su frente, desaparecieron por un mo
mento de ella; mientras que sus ojos dilatados y brillantes
buscaban á su inesperado interlocutor.
Un cuarto de hora después, el corregidor en persona,
38 LA BELLISIMA FLORIANA

sin cuidarse de la lluvia, corría en dirección al barrio habi


tado por los indios mitayos, siguiendo los pasos del espía
que puso á su disposición el azoguero, y seguido él mismo
por sus más fieles corchetes, provistos de ar.r as y lin
ternas que ocultaban á precaución bajo sus capas españolas.
No podía perder un instante, so pena de verse burlado
por segunda vez, según se lo había prevenido el sobrino
del gobernador. Mas, como nuestros lectores ignoran toda
vía lo que pasó á nuestra heroína desde la noche memorable
en que la dejó don Julio en el solar, digámosle cuanto
hemos averiguado á este respecto, mientras don Juan Díaz
vuela á apoderarse de ella entre las sombras.
Floriana, forzosamente abandonada por don Julio, había
visto de lejos abrirse paso á su salvador por entre los algua
ciles, y más tranquila por lo que á él concernía, procuró
darse cuenta de su propia situación, recorriendo el solar
donde se hallaba. Por lo pronto no descubrió puerta alguna,
ni entrada practicable de ninguna clase en las altas paredes
que lo cerraban por tres de sus lados. Era preciso vadear
el arroyo ; pero se hallaba henchido por el agua de una
tempestad qué había caído sobre las cimas de los cerros, y
el barranco que le servía de cauce parecía cortado á pique,
sin señal de senda por donde pudiese bajar la doncella.
— Dios lo quiere, — murmuró resignada á su suerte, y
sentóse en una piedra, determinando esperar á su salvador
ó á sus perseguidores.
Oyó en esto un ruido extraño por el lado del arroyo, y
siguiendo aquella dirección con los ojos, distinguió una

figura humana, suspensa al parecer en los aires, sobre las


aguas turbias y espumosas. ¿Era la sombra del gobernador
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 39

que ella creía muerto? ¿por qué la perseguía en el momento


en que deploraba más su crimen?. — Ella no había querido
matarle... se vió en la necesidad de proveer á su defensa...
daría su vida por reanimarle, si antes no moría ella misma
de dolor y remordimientos.
Un grito de terror se escapó de su pecho ; se le eri
zaron los cabellos; sintió frío en el corazón y cayó des

vanecida.]
Al volver en sí, se encontró acostada sobre una piel de
llama, en una choza miserable de toscas piedras y ramaje.
A su lado velaba una india anciana, cubierta de andrajos y

excesivamente demacrada, en la actitud de las momias de

sus abuelos, pudiéndosela lomar á ella misma por una


momia recién exhumada de alguna huaca, á no ser el brillo
de sus ojos clavados en la doncella. El hijo de esta infeliz
que se encaminaba á las minas, para llenar la faena de la
noche, la había encontrado desmayada en el solar y condu-
cídola á su choza, donde la dejó conQada á los cuidados de
su madre, volviendo en seguida al rudo trabajo que le
llamaba. Floriana le había tomado por la sombra vengadora
del que ella creía su víctima, en el momento en que cruzaba
el arroyo por sobre una larga viga atravesada en lo alto del
barranco, especie de puente aéreo, del que solo podía
hacer uso un hombre descalzo y acostumbrado como él á

ese ejercicio.
Guarecida en la choza y fielmente servida por sus humil
des huéspedes, tuvo la satisfacción de comunicarse con sus
padres, y de saber por ellos que ni don Pedro ni el capitán
don Rodrigo habían muerto de sus heridas, aunque ambos
yacían en el lecho, siendo en extremo grave el estado del
40 LA BELLISIMA FLORIANA

segundo. Mas, como muy luego llegaron á su conocimiento


las instancias del sañudo azoguero y las pesquisas del
temible corregidor, determinó buscar un asilo en casa de
una dama principal de la Plata, relacionada de su familia.
— Aquella noche, precisamente á la hora en que el magis
trado venía en su demanda, sin cuidarse de la lluvia, la
doncella disfrazada disponíase á subir en una mansa muía
que tenía del diestro el tímido mayordomo que conocemos,
trasformado en escudero de andante dama, á pesar del
terror que le inspiraba la horca siempre lista en el gobierno
interino del Oidor.
— Mañana tendré un asilo para llorar tranquila. ¡ Bendi
tas las sombras de la noche que protegen mi fuga ! — pen
saba la doncella.
Pero de entre esas mismas sombras protectoras brotaron
á su vista los corchetes de don Juan Díaz de Lupidana; se

vió rodeada por ellos sin esperanza alguna de burlarlos


todavía, sola, abandonada por sus huéspedes y el mayor
domo, que habían huído, cual si el terror les prestase alas
en ese instante ; la luz inesperada de las linternas hirió sus
ojos, deslumhrándolos súbitamente; se sintió, en fin, asida
por una mano de hierro, que oprimió su delicado brazo
como una argolla.
Estaba perdida sin remedio, juicio, como la paloma
á su
convulsa en las garras del milano ! Era inútil implorar

compasión ó hacer un solo movimiento... ¿Qué rasgo de


piedad podría esperar de parte de aquellos hombres? ¿qué
lucha desesperada no habría servido únicamente para en
cender su furor ? No le quedaba, pues, más que dejarse
conducir por ellos siu contrariarlos, resignándose á sufrir
OBRAS DE N'ATANIEL AGUIRRE 41

en silencio las invectivas y sangrientas burlas con que sin


duda no tardarían en abrumarla.
Y sin embargo, la doncella que esto pensaba, padecía un
error propio de su alma purísima, que no sospecbaba
siquiera el poder fascinador de la belleza; así que su

asombro llegó á ser mayor que su miedo, cuando sintió que


aquella mano que magullaba su brazo, se debilitaba por
grados, deslizándose temblorosa, hasta que se posó ligera
en la suya, mientras que una voz tímida y llena de cariñoso
respeto murmuraba, ó más bien balbucía, estas palabras :

— Perdonadme, señora... ¡Ah, perdonadme!


Era que el íntegro, el severo, el inexorable Oidor don
Juan Díaz de Lupidana, el pacificador de la Villa Imperial
despedazada antes por los bandos de castellanos y vascon
42 LA BELLISIMA FLORIANA

gados, el que hacía justicia con la horca levantada á las


puertas de su despacho, — había asido primero á « la niña
mimada y despreciable » con toda la fuerza de que era
capaz su mano derecha, y la había visto después á la luz de
la linterna que tenía en la izquierda, pudiéndose decir que
llevaba en aquella la justicia y que un mal genio gobernó la
otra, ganando la ventaja.
¿Será cierto que en la peregrinación de la vida nos acom
paña de un lado el ángel bueno, para guiarnos por la senda
de la salvación, mientras que camina del otro el ángel caído,
deseoso siempre de perdernos? ¿deberíamos creer que la
mano siniestra, más torpe y débil, obedece al influjo del

Enemigo? Cuestiones son éstas de tan elevada filosofía que


no podemos tratar por ahora someramente, reservándonos
dilucidarlas en un infolio sepárado ; razón por la cual roga
mos á nuestros lectores que vayan resolviéndolas como
mejor se lo dé á entender su conciencia.
Decíamos que el corregidor vió á la doncella, lo que es
mucho; y réstanos añadir que la vió en traje de india aco
modada, lo que es demasiado. No solo la vió, en efecto,
bellísima como la había formado el Supremo artista en sus
inescrutables designios, sino también — tengamos compa
sión de don Juan Díaz — en el traje más apropósito para
realzar sus encantos : con el aesu. y la Mella de finísima
lana de vicuña y alpaca, reservada antes para el uso exclu
sivo de las hermanas y esposas del Inca; dispuesta su
hermosa cabellera en delgadas é infinitas trenzas, flotantes
á sus espaldas; apenas calzados sus diminutos pies por las
sandalias enchapadas de plata... ¿Qué más se necesitaba,
por ventura, para trastornar la cabeza de un hombre,
OBBAS DE NATANIEL AGUIRRE 43

aunque fuese la de un provecto Oidor de aquellos tiempos?


¿ Vale acaso la toga más que la coraza de Aquiles, que no
fué invulnerable á las saetas del maligno ceguezuelo ?
¿
no
abrasa más fácilmente el fuego los añosos troncos de los
árboles, que el tallo vigoroso y lleno de savia de las plan
tas ? « El niño Amor no quiso, en fin, perder la ocasión que
se le ofrecía de triunfar de un alma• de hombre como los
demás, aunque era la de una juez prudente y respetable »,
según dice nuestro cronista, cuya autoridad invocamos
todavía en caso de tanta gravedad.
— Perdonadme, señora ¡ oh, perdonadme! », —
balbuceó, pues, don Juan Díaz de Lupidana, como queda
dicho anteriormente; y con las razones más comedidas
que le permitía su extraña turbación, rogó en seguida á la
doncella que se dignase admitir su compañía.
Cuatro hombres se pusieron delante para alumbrarles,
caminando para atrás ó cuando mucho de costado ; los
restantes les siguieron á respetuosa distancia, alineados
marcialmente como escolta de honor. Diríase que una
infanta de Castilla, recientemente arribada á la proverbial
Potosí, había tenido el capricho de recorrer á esa hora
el barrio más pobre y miserable de los indios, revestida
en el antiguo traje de las Coyas, tan venerable para
aquellos.
.
Y en verdad solo esta explicación hubiese podido satis
facer, también, á muchos vecinos de la villa que, al ruido
de los pasos de tan sorprendente comitiva, asomaron la
cabeza por el postigo de sus puertas, preguntándose
inútilmente quién era aquella india de extremada belleza,
digna hija del sol, acompañada de tal suerte por el formi
44 LA BELLISIMA FLORIANA

dable don Juan Díaz, encorvado respetuosamente como un


vasallo.
Solo uno entre todos adivinó, acaso, la explicación del
enigma. Un rondador nocturno que á esa hora caminaba
inquieto por las calles, lanzó en efecto una exclamación de
alegría, al descubrir de lejos á la doncella; pero temeroso,
sin duda, de que le reconociesen los corchetes, apretó el
paso, perdiéndose entre las sombras.

¿Sería don Julio? ¿Sintió el Oidor estremecerse á la


doncella cuando oyó aquella exclamación del rondador
desconocido? Ya lo veremos oportunamente, poniendo
por ahora punto á nuestro relato, á fin de abrir nuevo
capítulo.

VII
« Caer en las brasas. »

Al día siguiente no hubo quien ignorase en la Villa


Imperial la captura de Ploriana y el lugar donde ésta se
encontraba cautiva; porque tanto el sobrino de don Pedro
que la denunció al corregidor, como los padres de la don
cella, informados por el mayordomo, tenían interés en
divulgar el suceso, aunque por diversos motivos. El
primero quería que fuese conducida inmediatamente al más
inmundo calabozo de la cárcel pública-, sin miramiento
alguno, y los segundos imploraban la protección de sus
amigos, á fin• de que procurasen conseguir que volviese
con fianza á su casa; pero nadie logró ver, ni obtuvo
siquiera una promesa de audiencia del severo magistrado.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 45

Sin embargo, era tal el respeto y hasta el terror que


éste había infundido á todos con su notoria justificación y
comprobada entereza, que nadie se atrevió á censurar su
conducta, ni aun á concebir una sospecha del verdadero
motivo por el que tenía presa á Floriana en su propia mo
rada, contentándose cuando más con decir por lo bajo :

— Ya veremos lo que resuelve su señoría, con el lino y


acierto que le caracterizan en servicio del rey y gobierno
de la villa.
¡Ay ! si le hubiesen visto entonces ¿qué habrían dicho de
él los mismos que tan favorablemente le juzgaban? No
sabemos si les hubiese causado disgusto, horror, desprecio
ó lástima; porque el venerado y temido Oidor que ellos
acostumbraban contemplar bajo su gran peluca empolvada, -

revestido de la toga, con la vara en la mano, ceñudo, esti


rado y tieso, estaba á la sazón ridículo ó espantoso,

llorando á veces de rodillas como un niño, ó amenazando


otras como un furioso demente á la doncella, sin oir en

cambio de sus lamentos y amenazas más que estas ú otras

palabras parecidas :

— « Don Juan, sois mi juez. » « Don Juan, no sois ya


mozo. » « Me dais miedo y lástima, don Juan. » « Mirad
que me arrojo dela ventana, si no os marcháis. »

Pasó un día y otro, una semana, dos, sin que nadie


supiese lo que había resuelto el inexplicable carcelero. Al
cabo de eso tiempo la mísera Floriana ya no reía ó miraba
con lástima al magistrado;- un solo sentimiento, uno solo
se había apoderado por completo de ella : el miedo, el
terror de aquel anciano grotescamente horrible, en el que
se figuraba ver un monstruo, un demonio. Con las manos
46 LA BELLISIMA FLORIANA

juntas le pedía que la enviase al encierro de los criminales,


al calabozo de un asesino que le causaría menos espanto;
le proponía que la hiciese colgar de la horca por el ver
dugo; oraba con fervor, pidiendo al cielo la muerte que la
salvase de una afrenta. No le quedaba ya, sin embargo, ni
el recurso de arrojarse del balcón para estrellarse en las
baldosas de la calle; su carcelero había hecho poner
fuertes rejas á la única ventana de su cuarto, y cuando no
la importunaba de cerca, velaba á la puerta, sin dejar por
eso de rogar ó amenazarla.
Una noche cayó á sus pies una piedra arrojada por la
ventana; se inclinó vivamente, animada poruna esperanza
que no la había abandonado acaso, y descubrió un papel
que envuelto á la piedra venía. Era una carta sin firma, sin
inicial alguna : caria de amante receloso, desdeñado, pero
dispuesto al sacrificio. « Si vuestra voluntad no tiene parte
en tan extraño cautiverio, llamadme, señora, y os salvaré á

costa de mi vida que os pertenece », — decía aquel amante


misterioso.
La doncella corrió al punto á la reja y, pegando el pálido

y hermosísimo rostro á los híerros —


— Don Julio ¿estáis ahí? — murmuró con acento de

profunda emoción.
Un hombre embozado salió al momento del portal
fronterizo donde sin duda esperaba; vin,o á colocarse al

pie de la ventana; y la cautiva y él cambiaron algunas


palabras, en voz tan baja, que apenas parecía el susurro del
viento entre las rejas.
Cuando el espantoso don Juan Díaz entró poco después
en el cuarto, cuya llave tenía siempre consigo, como hemos
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 47

dicho, se creyó trasportado repentinamente al séptimo


cielo desde el más profundo círculo del infierno, tan dulce

fué la sonrisa conque le recibió la doncella, extendiendo una


mano, qne el ridículo viejo se apresuró á besar, cayendo
de rodillas.
— - Pienso, don Juan, que al cabo venceréis, — le dijo,
48 LA bellísima floriana

Floriana, aprendiendo á disimular en el conflicto; « pero


concededme todavía un plazo hasta mañana, para recibir
mi última palabra ».

VIII

Donde se prueba que no es una hipérbole de los


poetas exhalar el alma en un beso.

Era noche de un viernes de cuaresma. Los criados del


corregidor habían ido á oir ejemplos á la Compañía de
Jesús, y no quedaron por consiguiente en la casa más

que don Juan y la bellísima cautiva. Aquel necesitaba, es


cierto, más que otro alguno escuchar dichas ejemplos, pa
ra salvar su pobre alma de la perdición eterna; pero en
nada pensaba menos que en esto empedernido y ciego, ó
más bien se encontraba en la absoluta imposibilidad de

pensar en otra cosa que Floriana, tan resuelto á conse


guir el amor de la doncella que, si el ángel de las tinie
blas le pidiera en cambio esclavizarse á su capricho, no
vacilara un momento en firmar con su sangre el pergamino
tradicional del doctor Fausto.
No creía, tampoco, su causa tan desesperada, corno ya
sabemos, y se entregaba por el contrario á los más dulces
ensueños de su imaginación, contando el tiempo que
trascurría por los latidos de su pecho y repitiendo la pala
bra mágica que había oído de la doncella : venceréis, don
Juan, venceréis! En su impaciencia recorría á grandes
pasos su estancia y hablaba en voz alta consigo mismo
como un demente.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 49

— ¿ Y por qué no ? — ¿ qué importan mis canas ?


¿ qué mis
arrugas? ¿No soy el hombre más poderoso de la villa?
¿no miro más alto, mucho más todavía? ¿Y quién podría,
sobre todo, amarla como yo ?
¿
Sería ese un mancebo frívolo,
inconstante y lleno de vida, por ventura? Pero ese mancebo
no vería en ella su más ardiente, su último amor!...
Entre tanto don Julio subía á la reja por medio de una
cuerda nudosa asegurada fuertemente á los hierros y
limaba dos barras para dar salida á Floriana, mientras
que ésta acechaba á la puerta, temblando como la hoja en
el árbol, pero resuelta á defender el paso con una daga que
su salvador había puesto entre sus manos
Terminado que hubo el caballero, llamó en voz baja á la
doncella, y, pasando á su esbelto talle otra cuerda que
tenía preparada, bajó en seguida á la calle para ayudarla en

su descenso y recibirla entre sus brazos.


Pero, no bien puso los pies en el suelo Floriana, cuando
el caballero se disponía á desembarazarla de la cuerda que
rodeaba la cintura, se irguió ante él majestuosa, digna,
admirable, deteniéndole con un ademán imperioso en tanto
que le decía :

— Juradme que no ha de salir nunca de vuestros labios


una palabra de amor, caballero... ¡jurádmelo! me entregaré
á vos como á un hermano.
Don Julio inclinó la cabeza, cruzando los brazos sobre su
pecho con un suspiro, mientras que Floriana hacía des
lizarse la cuerda á sus pies.
— ¡Sea! murmuró en seguida, con tan triste acento,
que parecía la palabra resignada de un hombre herido
mortalmente en el corazón.
1
50 LA BELLÍSIMA FLORIANA

En ese momento una luz súbita iluminó la oscura calle


en que se encontraban, y un grito salvaje de dolor y rabia,
que nada tenía de humano, resonó en medio del silencio de
la noche. Un brazo descarnado y belludo, provisto de una

linterna, y una cabeza horrible de condenado, bajo un gorro


piramidal de blanco lino, aparecían en la reja, por el
mismo espacio por donde salió la doncella. — Don Juan
Díaz había percibido en medio de sus ensueños el ruido
extraño que necesariamente causara aquella evasión, y
corriendo al cuarto de Floriana se había sentido caer de
su séptimo cielo en un abismo más hondo que el mismo
infierno.
— Venid, hermana mía, — dijo don Julio á la dama,
ofreciéndole el brazo para ayudarla; pero ésta apenas podía
dar un paso ó sostenerse sobre sus piernas, tanta era su
debildad física á consecuencia del tormento moral que
había sufrido en su encierro.
— Hermana, perdonadme, — volvió á decir entonces el
caballero, levantándola en sus brazos ; y huyó con ella
entre las sombras, mientras que don Juan seguía aullando
desde la ventana.
La doncella no había opuesto resistencia alguna á la
acción de su salvador y, más bien rodeó su cuello con los
brazos. Sentíase tranquila, dichosa tal vez, sobre aquel
pecho valiente y leal que abrigaba por ella un amor in
menso, todavía sin esperanza. Se dejó conducir en silen
cio, con los ojos cerrados, como si quisiese reconcentrarse
en sí misma, entregada á una muda oración en la que sin
duda iba envuelto el nombre del caballero á la mansíón del
eterno.... Pero al cabo de algún tiempo conoció que las
OBRAS DK NATANIEL AGUIRUE 51

fuerzas abandonaban á don Julio; los brazos de ésle la


estrechaban ya débilmente á su pecho; su respiración
era más fuerte y anhelosa; y se sintió, por último, depo
sitada, con un supremo esfuerzo, sobre un poyo.
Vió entonces que se encontraban en un sitio que no le
era desconocido. Era este la plaza del Gato, que servía de

mercado y que nadie podía visitar por la noche, no


habiendo objeto para hacerlo. El caballero estaba de pie
ante ella; la miraba en silencio con indefinible expresión
de ternura, de amor, de angustia ; pues todo esto se leía en
sus ojos á la luz de la luna que brillaba en ese instante, en
la quiebra de dos nubes sombrías.

Repentinamente abrió don Julio los brazos, lanzando un


gemido; vaciló un segundo, y se inclinó sobre el seno de
Floriana, cual si quisiese estrecharla aún contra su pecho,
uniendo sus labios con los suyos.
La doncella sintió un ósculo helado en la mejilla, y
52 - LA BELLISIMA FLORIANA

levantándose sorprendida más que indignada, dejó caer


pesadamente la cabeza, que iba á reclinarse en su regazo.

¡
El buen caballero acababa de darle, sin embargo, toda el
alma en ese primero y último beso del más constante y
desdeñado amor!

IX

DE LO QUE SIEMPRE CALLÓ DOÑA FlOIUANA.

Don Juan Díaz de Lupidana corrió inútilmente por las


calles de la villa, seguido de algunos hombres que había
logrado reunir precipitadamente, en busca, no de la
justicia de que era ministro, sino de la venganza que ne
cesitaba para aplacar el volcán que hervía en sus entrañas.
Era ya muy tarde de la noche, cuando al pasar por la plaza
del Gato, sombrío, desconcertado, espantoso como nunca,
« llamó la atención de sus agentes el ladrido lastimero de
unos perrillos en la oscuridad ,>. Acercáronse dos hombres
á aquel sitio y volvieron á comunicarle que había allí un
cadáver.
— Veamos, — dijo el magistrado, obedeciendo á la

costumbre de su cargo, y se aproximó á su vez con la


linterna que aun llevaba él mismo en la mano. Pero ape
nas se inclinó á reconocerlo, lanzó una horrorosa carca

jada.
— ¡La traidora le mató! — dijo en seguida, volviendo
á reir como un insensato.
Esa risa, ese grito estaban preñados de mil horrores
ocultos en aquella alma, convertida ella misma en un genio
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE

del Averno. Floriana era culpable de un nuevo crimen; su


rival había sido burlado de un modo más bárbaro que él
mismo por la traidora ; el, don Juan, podría perseguirla sin
descanso á nombre de la justicia... todo esto significaban
aquella risa que envidiaría el ángel rebelde y aquella excla
mación que parecía el rugido
de una fiera.

Sin embargo, por más

que hizo registrar el cadá


ver de don Julio, no se

encontró herida alguna,, ni


otro signo que revelase una
muerte violenta, como espe
raba el magistrado.
— ¿ Le daría un filtro
envenenado?...
Esta idea volvió á ilumi
nar el rostro de don Juan
con un resplandor del in
fierno, y le acarició durante
toda la noche, para disi
parse también al siguiente día; porque reconocido nueva
mente el cadáver por facultativos, declararon éstos que
no había huella de veneno, ni de enfermedad, y aquella
muerte era un misterio.

Según las ideas de aquel tiempo esta palabra « misterio »

significaba, no solo algo inexplicable y desconocido, sino


también una cosa" sobrenatural en la que se descubría la
acción de la Providencia ó de Satanás en persona. Para los
lectores de nuestro siglo la ciencia ofrecería, acaso, alguna
54 LA BELLISIMA FLORIANA

explicación satisfactoria, con el temible « mal de las montad-


ñas », el sorocche, por ejemplo; pero nosotros creemos, más
bien, que el enamorado caballero recibió ya la herida mor
tal, en el momento en que Floriana le prohibió para siempre
hablarle de su amor. Su vida consagrada á ese único senti
miento, no tenía desde entonces ningún vínculo en la tierra.
Don Juan no pudo, pues, encontrar el pretexto de su
venganza. Llamado poco después por la Real Audiencia,
dejó tras sí recuerdos imperecederos en la villa; pero
unidos ya á un nombre desprestigiado. Muy poco tiempo
antes le había precedido por el camino el gobernador de

Tucumán don Pedro de N. para morir oscuramente en La


Paz, víctima de un tabardillo. — Del capitán don Rodrigo
de Alburquerque, sabemos que murió también de la herida

que le infirió don Julio,. en la célebre noche de la primera


evasión de Floriana.
Cuando ésta volvió á la casa paterna se notó con asombro

que, conservando aún su extremada belleza, inspiraba ya


únicamente un sentimiento de respeto y hasta de miedo, á

cuantos la veían. Su rostro estaba pálido como el mármol;


sus ojos miraban sin ver cuanto la rodeaba, y sólo brillaba
en ellos un rayo de esperanza, cuando los levantaba al

cielo. ¿Buscaba allí la patria primitiva como ángel proscrito


en el valle de las lágrimas? ¿no descubría, también, una

sombra pálida que la miraba con amor y angustia, semejante


al buen caballero en aquella noche que no le era posible
olvidar?
« Muy más dura que el mármol y la roca » habría sido
si nó le amase... Pero ved aquí precisamente lo que calló
para siempre doña Floriana.
LA QUINTAÑONA

La Quintañona vivía en « Cádiz de Toledo », por el


tiempo del « rey católico D. Gonzalo de Córdova », según
decía mi Manonga, que nunca, ni de bachiller en letras y
humanidades, me consintió poner en duda sus profundos
conocimientos en historia y geografía. Era muy vieja, por
supuesto, como lo indica su propio nombre, y nadie supo
jamás si había sido joven y bonita alguna vez en su vida,
56 LA QUINTAÑONA

porque todos la conocieron siempre vieja y acartonada. No


tenía parientes ni amigos, ni amaba en el mundo á ningún
prójimo, a no ser su faldero Adonis, un perrillo dogo muy
feo, que gruñía sin cesar y apenas podía moverse de tan
cebado. Entregada día y noche á las prácticas exteriores
de la religión, ayunando sin falta en cuaresma, témporas y
vigilias, ceñido á raíz de sus carnes el áspero cilicio y
disciplinándose puntualmente cada viernes á media noche,
estaba muy segura de haber ganado su parte en la gloria y
de que San Pedro la esperaría con las puertas abiertas de
par en par á la hora de su muerte. Había llevado, por otra

parte, una cuenta muy exacta de sus méritos y virtudes, en


un registro extraño, de su invención, que no tendría más
que presentar á las miradas del temible juez, en caso, de
duda, diciéndole —
— - Vea y cuente, vuestra divina Majestad.
El tal registro consistía en un arca muy grande colocada
á la cabecera de su lecho, y en cuya tapa había hecho
abrir un agujerito redondo como de polilla, por el cual
introducía un granito de mostaza á cada Pater noster ó Ave

que rezaba; dos por cada disciplinazo, y no sé cuántos por


cada abstinencia, creyendo justamente que acabaría por
llenar el arca y resultaría la cuenta más exacta aunque
innumerable. Para mayor precaución llevaba siempre la
llave consigo, pendiente al lado de la cruz de su rosario;
tenía especial cuidado de inspeccionar diariamente el arca
por el exterior, frotándola de alcanfor para preservarla de
las ratas y los insectos que podían dañarla; y se había pro

puesto, en fin, no abrirla nunca para no exponerse á ningún


percance.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE K7

Un viernes por la noche, después de haber rezado el

rosario, la corona y el trisagio, y recitado el Miserere


menudeando la disciplina, disponíase tranquilamente á

meterse en la cama, cuando vió con indecible sorpresa


entrar sin anunciarse al propio ángel de su guarda, seguido
de aquel otro que ella nunca se había atrevido á mentar
en su vida, por el temor de verlo aparecerse á la hora de su
muerte so pretexto de que lo había llamado. El primero,
todo vestido de blanco, hermosísimo aunque muy pálido y
melancólico, parecía llegar á pesar suyo, obedeciendo á un
mandato superior que le apenaba : el otro, el tiñoso, horri
blemente feo, sin disfraz de ninguna clase, ostentando sus
cuernos y su apéndice posterior, venía satisfecho restre
gándose las garras de contento.
— Hermana, ha llegado la hora de la partida, — dijo el

ángel guardián con vOz tan dulce y cariñosa, que la Quinta


ñona se repuso ál momento de su sorpresa.
— Estoy pronta, Señor, — contestó inclinando la
cabeza; — pero.aecidme solamente ¿cómo habéis permitido
que se atreviese á seguiros el Enemigo?
El ángel dió un suspiro mirando fijamente á la beata, y
el tiñoso se sonrió, frotándose más á prisa las garras. La
Quintañona sintió erizársele los cabellos y cayó de rodillas.
— Cabalmente se trata de saber quién te servirá de guía
para traspasar los umbrales de la eternidad, pobre hermana !

— repuso el ángel después de un momento de silencio.


— ¿Y podéis dudarlo, Señor? —- clamó la cuitada, bus

cando en su pecho la llave del arca, que después entregó


triunfalmente á su guardián, rogándole que hiciese la cuenta
de sus méritos para la gloria. Los tres se acercaron entonces
S8 LA QUINTAÑONA

al arca dominados de distintos sentimientos que se refleja


ban en sus semblantes, realzando la belleza ó la fealdad de
cada uno de ellos. El del ángel guardián se animó con un

rayo de esperanza : el del tiñoso se contrajo con un gesto


horrible de despecho, y el de la Quintañona brilló dilatado
por el orgullo. Había llegado el momento del triunfo de la
beata, podía desafiar á Dios mismo á que contase los infi
nitos granos de mostaza que debía contener el arca tan
grande que no podría cargar con ella ni un elefante.
Pero apenas abrió esta el ángel, un grito general resonó
en el aposento ¡El arca, lector, estaba completamente
vacía, negra hasta el fondo de tinieblas !

El tiñoso dió un salto de alegría y extendió una garra

para asir de los cabellos á la Quintañona, que había vuelto


á caer de rodillas golpeando el suelo con la frente, como si
quisiese refugiarse debajo de la tierra.
— Ven, alma mía, mi buena y hermosa Quintañona! —
le dijo al misino tiempo con una malicia de... diablo diré,
aunque se trata de él mismo en persona.
Iba á levantarla ya del suelo para cargar con ella, cuando
el ángel bueno, que había vuelto á examinar cuidadosamente
el fondo del arca, le detuvo con una mano, presentándole
con la otra, entre el pulgar y el índice, un imperceptible

grano de mostaza.
— Espera, — le dijo, — no has ganado la partida; — y
reanimando á la beata con un soplo, continuó, dirigiendo á

ésta la palabra Dime, Quintañona ¿has hecho tú, alguna


: «

vez, una obra de misericordia de las catorce que rezabas


recitando el catecismo? Yo que te he seguido siempre sin
conseguir ablandar tu pobre corazón de roca, no recuerdo
OBRAS DK NATANIEL AOUIRRE 59

con seguridad haberte visto amar ni compadecer más que á

tu faldero que, dicho sea de paso, era ese mismo que ahora

porfía por cargar contigo y al que tú desconociste bajo las


formas del dogo llamado tu Adonis.
— ¡Ay! sí, Señor, — contestó la beata compungida; —
recuerdo que una vez ví á un niño que lloraba á mi puerta

y le arrojé un mendrugo que ya no quería comer ni Ado


nis; y que ese pobre niño me contesló enjugando sus
lágrimas : « Dios se lo pague ».
60 LA QUINTAÑONA

— Sí, es verdad, — repuso el ángel pensativo; — , ahora


me viene á la memoria lo mismo que refieres y que yo no
había consignado en la página blanca do tus obras, porque

pensaba que lo hiciste sin sentir tu alma conmovida por la


caridad. Pero Dios es grande, — prosiguió levantado los
ojos al cielo, — ¡te has salvado, Quintañona! : la humilde
voz del niño hambriento llegó á los oídos del que escucha
el más leve suspiro de un desgraciado antes qué el rugido
inconsciente del embravecido océano. Eslo es lo que signi
fica el único grano de mostaza que ha quedado en el arca
que tú creiste llena : los otros se disiparon como las

plegarias que no salían de un corazón inspirado por el


verdadero amor de Aquel que es todo caridad.
Y volviéndose, por último, al tiñoso desengañado y
mohíno por todo lo que había oído, le gritó un vade retro
que le hizo estallar como un trueno, dejando tras sí una
nube que, para más señas, siguió oliendo á azufre por tres
días en toda la ciudad y sus alrededores.
El grano que salvó á la Quintañona existe hoy mismo en
la Catedral de Toledo, depositado en un relicario de oro
que mandó hacer el « santo Cardenal Arzobispo Turpin »,

según Manonga. Quién refirió primero esta verídica


historia y puso el grano de mostaza en manos del santo
Arzobispo, es cosa que ella ignoraba y que yo ignoro
igualmente hasta hoy día; pero pienso que debe encon
trarse en algún pergamino del Escorial, que es fácil verlo,
porque no se quemó problamente en el incendio>que con
sumió los archivos.

Cochabamba, junio de 1878.


DON EGO

Cuando mi nodriza consintió en referirme esta admirable


historia después de un año de inútiles ruegos, en el que
sin embargo no había perdido ninguna ocasión de ponde
rarla sobre todas las que ella sabía, mi curiosidad infantil
se hallaba tan excitada que me quedé, como suele decirse,
suspenso de sus labios, sin osar moverme de un sitio, ni
separar mis ojos de los suyos, por el temor de que se me
escapase uriíi sola palabra ó el más ligero gesto de los
muchos y muy expresivos con que acompañaba su relato.
Mi Manonga, por su parte, se mostró tan satisfecha de mi
atención y se animó de tal modo, apasionándose de su
asunto, que no pude menos que advertirlo á pesar de mis
pocos años.
— ¿ Por qué has rehusado tantas veces contarme esta
historia que acabas ahora de referirme con más gusto que
todas las anteriores? — le pregunté apenas hubo con
cluído.
— Hijo mío, — me contestó, mirándome con un aire de

gravedad que aun no le conocía hasta entonces, — he

querido excitar tu curiosidad de antemano, y acabo de


valermc de toda la persuasión de que soy capaz, con el
objeto de que este ejemplo se grabe profundamente en tu
62 DON EGO

memoria, á fin de que no llegues nunca á ser una sombra


inútil y odiosa entre tus semejantes.
No espero ni por asomo que mis benévolos lectores den
á pesar de lo dicho una importancia mayor de la que
merece, á esta humilde conseja; pero me persuado al
menos, de que comprenderán que no puede dejar de tener

algún interés y entrañar un propósito muy loable, cuando


de tal manera preocupó á la sencilla Manonga, dotada de
un juicio recto y, sobre lodo, de un excelente corazón.
Ego en latín, según mi nodriza, significa el abdomen, la

barriga. No hay para qué argüir en contrario con el arte de


Nebrija ó el diccionario de Rubiños en la mano, como tuve
yo la temeridad de hacerlo más tarde, valido de mi título
de seminarista; porque han de saber todos que Manonga
no reconocía autoridad superior á ella en la materia, siendo
como era esposa de un viejo soldado capitulado en
Ayacucho, que se pintaba él solo para ayudar á misa y reci
taba de memoria toda la letanía lauretana cuando hacía
rezar el santo rosario á la familia.
Dada la etimología de la palabra, es muy claro que Ego
no pudo ser el nombre de pila de ningún cristiano, mucho
más si se considera que en aquellos tiempos no se acostum
braba poner á los recién nacidos más nombres que los que
reza el almanaque y que no hay en éste- ningún San
Abdomen ni Santa Barriga. Sin duda fué únicamente un
apodo muy merecido por el sujeto que lo llevó; un

segundo bautismo de la malicia ó resentimiento de alguno,


confirmado por la opinión pública, hasta el punto de hacer
olvidar por completo el verdadero nombre cristiano, como
acontece muchas veces, especialmente en las aldeas.
OBRAS DE NATANIEL AGU1RKE 63

El tal sujeto, ó don Ego, era un caballero principal y


acomodado de la « ciudad de Aragón en el reino de Zara
goza », muy gordo, lucio y esmerado en su persona, afable
en su trato de las puertas de su casa para afuera. Saludaba
á todos en la calle, prodi
gándoles palabras de exqui- F'
sita cortesía, sonrisas y apre
tones de manos, pero nunca
se detenía á conversar con
nadie, ni quiso jamás que le
visitasen los que él llamaba
sus amigos, por el temor de

que le pidiesen algún servi


cio. Le parecía que todo el
mundo no pensaba más que
en jugarle alguna mala pa
sada. No hacía caridad á

nadie, ni había cosa que le


hiciese apretar el paso como
la vista de un menesteroso.

Temía contagiarse con solo é-


Y^=
pasar por la puerta de algún
enfermo. Creía, por último,
que cada uno debe vivir para sí; que « el buey gordo
bien se lame », y que Dios únicamente tiene que velar
por todos en el mundo.
Por aquel tiempo había guerras espantosas con los
moros que vinieron de muy lejos á conquistar á los cris
tianos. Todos los caballeros principales del reino tenían á
mucha honra ser soldados, y el mismo Rey « don Rodrigo »
64 DON EGO

peleaba por la patria y la santa religión al lado de « don


Alfonso de Vivar », que era llamado el Cid Campeador.
Solo don Ego no pensó nunca en exponer su pellejo al filo
de los alfanjes, ni se le dió un rábano de la suerte que
corrían tantos y tan ilustres caballeros. No dejaba él, es
cierto, de hacerse lenguas, como dicen, elogiando en

público sus grandes hazañas, pero á sus solas se reía de


ellos, diciéndose que él no sería ningún mentecato para
hacerse matar por fruslerías y que don Juan Seguro, su tío
carnal de eterna recordación, vivió muchos años. Cuéntase

que su indiferencia en este punto llegaba á tal extremo,

que dejó degollar en su misma puerta á un valiente caba


llero perseguido por diez moros, siéndole fácil darle un
asilo. En otra ocasión, cuando « los Abencerrages » se

apoderaron por pocos días de Zaragoza, se dijo que se


había mandado rapar la cabeza y puéstose un turbante
como verdadero moro ; lo que no obstó para que, cuando
volvió el Cid á la ciudad, se presentase el primero « con

peluca rizada y chapeo de plumero, como si fuera cris


tiano ». Probablemente no creía ni en Dios el tal don Ego,
ó se imaginaba engañarle con su amabilidad mentirosa
cuando le tocase comparecer á su presencia.
De todo esto deducía Manonga que « su alma debía
estar en el abdomen », razón por la que le venía de molde
el nombre de don Ego. Invocando en su auxilio la teoría
de Platón sobre el alma, diré á este propósito que no tengo
duda de que don Ego poseía solamente la parte de alma

grosera y material que reside en el estómago, y que había


perdido las otras dos que respectivamente tienen su asiento
en el pecho y el cerebro, inspirándonos la una las pasiones
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 65

más generosas y la otra las ideas ; ó que si aun conservaba

una de éstas, debía hallarse muy melamorfoseada, como


tendremos ocasión de observarlo más adelante.
Don Ego vivió muy contento y pagado de sí mismo por
muchos años, como el buey recostado en el sabroso pasto

de una pradera, comiendo, rumiando y lamiéndose sin


cuidarse de nada en el mundo. En los momentos de

peligro se hacía también tortuga en la concha de su casa,


sin asomar la cabeza por la ventana. Creía ser eterno y
burlarse siempre de todo, hasta de la misma muerte.
Nunca se le vió más enojado que cuando alguno le preguntó
á quién pensaba legar sus bienes en su testamento — A
nadie ¡ no faltaba más! — contestó, resolviendo sin
duda llevarse, en caso de muerte, cuanto tenía al otro
mundo.
Una tarde se quedó nuestro don Ego más que de Ordi
nario á la mesa, engullendo á sus anchas y á sus solas
los más exquisitos manjares que podía ofrecerle el arte
de la culinaria en aquel tiempo. Harto y repleto al fin
y al cabo, se levantó en seguida para entregarse al sueño ;

inspeccionó cuidadosamente su lecho, por el temor de


que alguna arruga le molestase, como la hoja de rosa á

un abuelo suyo de Sibaris ; se tendió en el mullido colchón


de plumas, y se arrebujó hasta las orejas, « sin pensar
en Dios como un hereje ». No pasó, sin embargo, mucho
rato sin que sintiese un peso enorme sobre el pecho, que
le oprimía como un monte... abrió los ojos y vió un
esqueleto vestido de negro sudario, que se le había sentado
encima y lo miraba fijamente con las órbitas vacías de su
calavera. Quiso gritar, pero se le anudó la garganta; porfió
5
66 DON EGO

por moverse y se sintió paralizado.


La muerte (porque era
con su índice de
ella misma en persona) le tocó entonces
hueso en la frente bañada de frío sudor...
Don Ego se encontró después, sin saber cómo, delante

de la misma mesa que había dejado para recogerse en el


lecho; pero aquella no estaba ya en la suntuosa sala de su
morada, sino en un campo arenoso, por el cual pasaban sin
cesar muchas personas que él había visto y conocido en
varias ocasiones muy presentes ahora en su memoria.
Tenía hambre y sed como si no hubiese probado ningún
alimento ni humedecido siquiera sus labios en siete días.
Sentía, por otra parte, un frío espantoso y dolores inso
donde debió palpitar su
portables en la parte del pecho
corazón. Le pareció que había allí un^objeto extraño, muy
helado, vivo, con uñas que le desgarraban interiormente.
hacia los manjares que convidaba
Quiso extender una mano
á sus ojos la mesa, y llevarse la
otra al pecho para com

primir la parte adolorida; pero advirtió con asombro que


estaba desprovisto de sus brazos. Intentó huir poseído de

las piernas.
pavor y notó que había perdido igualmente
Todo él no era más que un tronco arraigado en el suelo,
con una cabeza humana, la única parte de su antiguo
su cuello. Gritó
cuerpo que podía moverse todavía sobre
con todas sus fuerzas pidiendo favor y auxilio
á los que

su voz no produjo sonido


pasaban por el campo, mas
saludaron de lejos,
alguno en el aire; y los transeuntes le
le sonrieron cariñosamente, sin acercarse un punto á

socorrerle. — Entre tanto, el hambre le devoraba, la sed


le

abrasaba y las impresiones de frío y de dolor, que


sentía

en el pecho, se hacían más intensas á cada instante que


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE

pasaba, sin poder valerse él mismo para nada, ni que le


valiesen los que llamaba clamando sin hacerse oir!
Bien pronto el tormento que sentía en el pecho llegó á

dominarle por completo. Se resignaba á sufrir el suplicio


del hambre y de la sed ante la mesa cargada de manjares
y bebidas que sobrepasarían á los ensueños del hombre
más goloso ; pero el hielo de ese cuerpo extraño metido en
su corazón, las uñas que le arañaban de allí adentro, le
causaban crispaturas de nervios y agudísimos dolores que
le desesperaban. Era evidente que aquel objeto buscaba
una salida al través de los tejidos de su corazón, de los
huesos de sus costillas, de los músculos de su pecho. Sentía

romperse sus carnes libra por fibra, horadarse la caja


huesosa fragmento por fragmento, á la acción de afilados

garfios de acero Al fin vió traspasar su cutis dos


delgadas uñas que desaparecieron, dejando por huellas
como dos punzadas de alfileres, para reaparecer en seguida
con otras varias, en distintos lugares, abriendo apresura
damente un agujero negro en su seno, por el que habría
podido entrar todo el dedo pulgar de la mano de un
hombre...
Qué iba

á salir de allí ?
¿ qué visión espantosa, abortada
de su propio ser, esperaba todavía el desgraciado ? —
Estas preguntas se le ocurrieron al instante, con indefi
nibles angustias que doblaban su martirio, y sus ojos se
quedaron fijos en el agujero negro abierto como un pequeño
antro en su propio seno. Algunos momentos después vió
dos bracitos armados de fuertes y largas uñas que se
extendieron juntos en el aire y se separaron en direcciones
opuestas para apoyarse fuertemente en los bordes de la
68 DON EGO

herida; luego sintió con un dolor más intenso que cuantos


había sufrido, salir un cuerpo negro, áspero, aunque
bañado en un humor viscoso, y reconoció en el huésped de
sus entrañas... ¡un sapo extraordinario, postuloso, que le
miró fijamente con sus estúpidos inmóviles ojuelos! é

Largo tiempo estuvieron mirándose el uno al otro, hasta

que el reptil fascinado por el hombre, comenzó á subir por


el pecho de éste, clavando las uñas en sus carnes y
dejando tras sí un surco helado que causaba á don Ego
estremecimientos nerviosos más insoportables que todos
sus tormentos Cerró entonces los ojos; pero sintió que
el reptil subía siempre; que se detenía un instante en su

cuello como para tomar aliento; que volvía á subir; que


llegaba á su oído para croar de un modo extraño, repitiendo
varias veces : don Ego, don Ego; y que, por último, bajaba

por el mismo surco helado y se introducía de nuevo en su


corazón ! ,t

Al día siguiente los criados de don Ego entraron á des

pertarle alarmados de que permaneciese en el lecho hasta


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 69

más tarde que de costumbre, y le encontraron inmóvil, con


el rostro amoratado, los ojos revueltos y la lengua fuera
de la boca, « señales claras de que se había condenado ».

Nadie le lloró en el mundo y la yerba creció muy pronto


sobre su tumba. Su nombre ha quedado, sin embargo, para

designar á los que se le asemejan ó siguen sus doctrinas,


pues la palabra egoísta no quiere decir más que imitador
de don Ego, el hombre corazón de sapo.

Cochabamba, junio de 1878.


POESIAS

LAS TRES GENERACIONES

La titánica raza, la valiente


Generación pasada,
En cruda lid cien veces derrotada,
Consiguió con su esfuerzo finalmente
Una patria legarnos con la espada.

Y cumplió su misión, la más sublime

Que es dado aquí en la tierra


Cumplir al hombre que el dolor no aterra
La misma de Jesús que nos redime...
¡Una misión de sacrificio y guerra!
POESIAS

II

Nosotros... ¿qué hemos hecho? ¿qué ha quedado


De nuestra estéril vida?

¿ Qué más que la contienda fratricida,


El lodazal de un suelo ensangrentado,
El triste luto de la madre herida ?

Felices todavía si el aliento


Que nos anima, alcanza
A mantener con vida la esperanza,
La débil llama que combate el viento,
El faro de algún puerto de bonanza !

III

Pero tú, juventud, ya que naciste


En la hora de la prueba,
Tú que vienes al mundo, raza nueva,
Acuérdate, también, á qué viniste;
¡ Que no eres la hoja que el torrente lleva !

Despierta, ¡oh juventud!, que hay gloria mucha


Para tu esfuerzo mismo;
¡ Que hay más gloria talvez que en el heroísmo
En otra grande y generosa lucha
De la ciencia, el trabajo y el civismo !
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 73

A CUBA'

En lucha desigual, abandonada


A la furia española,
Rara vez por el triunfo coronada,
Casi siempre vencida y siempre sola :

Confías en tu fuerza; la esperanza


De libertad no deja
A tu pecho de indómita pujanza
Que nunca exhala una cobarde queja.

Solo el grito de Yara, con acento


Mas varonil nos trae
A cada sol la prueba de tu aliento,
Si tu bandera se levanta ó cae.

¡Independencia, libertad ó muerte ! —


Tu grito es incesante,
En la victoria y en la adversa suerte,
Desde el primero hasta el postrer instante.

Y rodeada de huestes españolas


Sonríes satisfecha
Como tu isla cercada por las olas
Del fiero golfo en tempestad deshecha.

1. Versos escritos en vista de un dibujo alegórico, al que aluden


algunas estrofas.
74 POESIAS

¡Oh Cuba! el mundo, que en tu suerte acerba


Te contempló primero
De viles siervos abatida sierva
Y amazona después, con el acero :

El mundo admirará tu inmensa gloria,


Llamando soberana
A la nación que escribe en nuestra historia
La página más bella americana.

Así pasan las recias tempestades


Del mar de las Antillas,
Ocultando en inmensas soledades
Al cansado marino tus orillas ;

Y él, que pensó que te perdía el mundo


En fiero cataclismo,
Saluda con amor tu edén fecundo,

Que brota al parecer del ondo abismo !

A NAPOLEÓN III
Señor, los bravos que benditos fueron
Por el mundo gozoso de su gloria,
Cuando el viva al lanzar de la victoria
Surgir á Italia del sepulcro hicieron :

Tristemente morir no merecieron


Diezmados por la peste; y su memoria
Será maldita por la justa historia
Porque á matar lá libertad vinieron.
OBRAS DF. NATANIEL AGUIRUE 73

Señor, en nombre de la Francia que era


Redentora del mundo apellidada,
No los hagáis morir de esa manera.

Mirad! — vuestra corona está empañada


Ya no luce la joya que ayer fuera,
Para su adorno en Solferino hallada.

Si de héroes son de Francia las legiones,


Si iguales no se vieron hasta hoy día,
Ser digna de ellas su misión debía,
No la de esclavizar á las naciones.

Debieran entre aplauso y bendiciones,


Para extirpar la infame tiranía,
El mundo recorrer, la profecía
Cumpliendo que recuerdan sus pendones.

Señor, si las rechaza con espanto


El pueblo de Anahuác independiente,
A enjugar vuelen de Polonia el llanto.

Entonces la corona que os consiente


Llevar la Francia con orgullo tanto,
Brillará como el sol en vuestra frente.

Por el amor del hijo á quien ufano


Tenéis vuestra corona destinada,
Ya que no por la Francia desgraciada,
Sed bueu monarca, no vulgar tirano.

O mañana tal vez cual sueño vano


Veréis vuestra grandeza disipada,
Si elpueblo al'recordar'que vos sois nada
Se muestra al mundo libre y soberano.
76 POESIAS

Entonces ¡ay! cautivo en Santa Elena,


Lejos del hijo que vuestra alma adora....
Ah! moriréis, señor, de rabia y pena!

Y él... ¡pobre niño tan feliz ahora! —


Encontrará su tumba en tierra ajena,
De su existencia en la risueña aurora !

[1864]

A BOLIVIA

EL 6 DE AGOSTO

¿Eres tú, patria mía, eres aquella


Que, henchida de ilusiones,
Sobre la cumbre de los Andes, bella,
De lauros mil la frente coronada,
Demandando tu puesto á las naciones
Te mostraste a la luz de esta alborada?

Entonces, al nacer con tanto brillo,


Según refiere la severa historia,
« Soy, decías, la patria de Murillo;
Bolívar me dió nombre;
El justo Sucre me ofreció la gloria
De ser la patria más feliz del hombre. >:

Agitaba tu mano la bandera


Que refleja del iris los colores,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 77

Insignia lisonjera
De la anhelada paz devuelta al suelo ;

Rodeaban tu blasón espigas, flores...


¡
La diosa parecías del consuelo !

« Venid, clamabas á los pueblos todos,


Venid, que tengo el dulce edén perdido,
Magníficos tesoros,
Cuanto pudo soñar la fantasía.
Venid, que yo os convido
La santa libertad de mas valía! »

Con ojos anhelantes recorrías


El Plata, el Amazonas,
Creyendo á cada instante que verías
Surcar aquellas ondas los bajeles
De hombres venidos de lejanas zonas
A trocar tus desiertos, en verjeles.

II

Muda y triste, sumida en tus pesares,


En el fondo del valle, en la espesura

De bosques seculares
Dó se abisman los pies de las montañas -
¿Quién te pudo arrojar de tanta altura,
Vencedora del León de las Españas?

No herida por el rayo en un momento


Desde la excelsa cumbre descendiste;

Porque arrastrada en un martirio lento,


Gimiendo paso á paso,
78 poesías

Te condenó á bajar suerte más triste,


O más bien tu locura, no el acaso!

Te sedujo al principio el dulce halago


De la parlera y ruín demagogía
A la que diste en pago

De Sucre el solio con su sangre tinto,


Y cansada por fin de la anarquía
Buscaste algún tirano por instinto.

Ambición miserable, sed de mando,


El ánsia de oropeles y de incienso
De un crimen á otro crimen más nefando
Condujeron sin fin á tus facciones,
Hasta enterrar tu fama, según pienso,
En un hondo barranco... ¡en Camarones!

No te ha vencido el araucano aleve


En la feroz batalla;
Vencida estabas cuando al golpe leve
Del cobarde traidor que alzóse en mayo,
Le diste de Bolívar la medalla
Que puso en su librea de lacayo!

III
Sacude, ¡oh madre!, tu letargo,... evoca
Los recuerdos gloriosos del pasado.
k ¡Basta de humillación! Estuve loca »,
Dirás con voz de trueno;
Y puedes sepultar con el pie airado
Las inmundas serpientes en el cieno.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE

Entonces, desplegada tu bandera,


Sube otra vez hasta la cima, sube,
Y tras la copa de gcnlil palmera
Descubre del vapor el humo denso-,
La presagiosa nube
De nueva edad, de un porvenir inmenso.

No escuches más el ambicioso halago


De un profeta mentido;
No humilles la cerviz, no des en pago
Tu santa libertad al que pretenda
Amarte más ó haber por ti sufrido,
Cuando necia ambición su pecho encienda.

No permitas jamás que tus pendones


Conduzcan á tus hijos á esas lides
Donde el ciego furor de las facciones
No enseña á ser valientes
A los que altivos para ti son Cides
Y al araucano humillarán sus frentes.

No sufras un momento que tus. leyes


Desconozca el capricho de un tirano;
Que más valieran los antiguos reyes
Que los nuevos y estúpidos señores
Cuyo deseo vano
Se limita á una faja de colores.

El dolor es la prueba, el crisol santo


En el que Dios depura
Al fuerte, al bueno, al que en su propio llanto
Sabe encontrar el néctar que reanima,
80 POESIAS

Y que á fuerza de caer siempre procura


Llegar por fin á la elevada cima.

¡ Siempre adelante ! Que la nueva aurora


Del memorable día
Te encuentre del destino vencedora,
Sin que al abismo en tu locura ruedes...
¿ Qué importa haber caído, patria mía ?

¡ Si tú quieres subir, todo lo puedes!

EL SOL Y EL TRUENO

'
Pasó un siglo orgulloso que decía :

« Ninguno puede, para honrar al hombre,


Mostrar el héroe que he formado un día.

¡
Gloria á Washíngton que á la tierra asombre !

La historia justiciera que le oía


Dudaba al recoger el nuevo nombre'
Si el brillo de esa gloria ofuscaría
Ocultando una mancha en su renombre.

Mas, pronto un grito de placer levanta


Y recoge aquel sol puro, sereno,

Que no hiere la vista, que la encanta.

Llega otro siglo; de entusiasmo lleno


Le grita : « ¡Napoleón! », y ella se espanta

Del pobre mundo que enloquece un trueno*.


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE

BOLiVAR ante la gloria


— ¿Quién eres tú? — ¡Bolívar! — ¿Y qué has hecho?
— Redimí tres naciones con mi espada.
— ¿Les diste libertad? — Les dí el derecho
De hacer por sí su libertad amada.

— Buscaste — Lo pisé deshecho,


un trono.
— Quisiste una corona. — Una era nada ;
Mil tuve, de laureles satisfecho.

¡ Silencio á la calumnia emponzoñada!

— Cediste del poder al dulce halago.


— Me llamaban el grande entre los grandes ;

Después... ¡me dieron á beber acíbar!

— Basta, hijo mío, que la gloria en pago

Un trono eterno erigirá en los Andes


Al Washington del Sur... ¡al gran Bolívar!

[1883]

LA CONCIENCIA

(Imitación de V. Hugo.)

En medio del fragor de la tormenta,

Seguido de su prole el fratricida,


Revestido de pieles, como fiera,
Lívido, desgreñado, huir espera
82 POESIAS

De la presencia del Señor temida.


Al caer de la tarde llega á un llano

Cerca de una montaña silenciosa;


Y sus afligida esposa,
Sus hijos sin aliento
Le piden el reposo de un momento,
Tendiéndose á dormir sobre la tierra.
Caín no duerme; solo,
Entre las sombras de la noche oscura
Medita al pie del monte,
Ó lleno de inquietud en torno yerra,
Sondando con la vista el horizonte.
Levanta la cabeza, y en la altura,
En el fúnebre cielo que le cubre,
Un ojo enorme, abierto fijamente
Sobre su triste frente,
Estremecido de temor, descubre.
« Estoy muy cerca todavía », dice
Temblando pavoroso,
Y negando á los suyos el reposo

Huye otra vez siniestro en el espacio.


Treinta días camina, treinta noches...
Mudo, pálido va, sin tregua alguna;
Se estremece al ruido de su paso,
Su sombra le importuna ;

Pero llega á la orilla del Océano


En el pais de Azur; y más tranquilo
Ante ese mar profundo,
« Hemos llegado, acaso, al fin del mundo;
« Detengámonos, dice, en este asilo ».
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 83

Quiere sentarse allí por vez primera


En el remoto suelo
Donde la paz del corazóa espera
O dulce sueño que le dé el olvido;
Pero, en el mismo instante
Vuelve á mirar en el sombrío cielo
El ojo enorme, abierto, más brillante.
« Ocultadme ! » prorrumpe balbuciente
De terror; y sus hijos le rodean,
Mirando mudos al feroz abuelo.
« Jabel » — dice Caín al patriarca

Que el primero entre todos


Erigiera una tienda en el desierto —
« Tú me puedes salvar; extiende
¡ oh hijo !

« De este lado tu tienda protectora. »

Cuando el torvo Caín se ve cubierto


Por el muro flotante al suelo fijo,
La rubia Tsilla, la hija más amada
De sus hijos, tan bella cual la aurora,
Tímida le pregunta : «
¿ no ves nada ?

«
¿ El ojo que te asusta, aquí no brilla ? »

Y Caín le responde : «
¡ siempre, Tsilla ! »

Jubal se acerca entonce —


El que enseñó primero á los pastores
El uso del clarín y los tambores —
Y « un muro, dice, yo os haré de bronce »,

Mas, levantado el muro,


Puesto Caín tras de él, cuando respira
Juzgándose, por último, seguro,
El ojo vengador también lo mira.
84 POESIAS

Henoch propone luego


Construir con el mármol y el granito
Un ancho circuito
De espesos muros y elevadas torres ;

Una fuerte ciudad ; y en medio de ella


Una torre más alta y poderosa,
Que ofrezca una guarida
Tranquila, misteriosa
Do nadie pueda ver al fratricida.
Tubalcaín, el forjador del hierro,
Poderoso titán, con la obra empieza;
Amontona fragmento por fragmento
El granito de un monte con presteza,
Juntando el uno al otro, por cimiento,
Con un nudo de hierro; de tal suerte
Que eleva una ciudad eterna y fuerte.
La saludan después con alborozo,
Disparando sus flechas á la altura,
Mientras que Henoch escribe en su locura,
En la puerta elevada
Que mira en dirección al Paraíso :

« Se niega á Dios la entrada. »

Conducen á Caín á la alta torre

Que para él solo se hizo;


La rubia T silla corre
Ante el sombrío abuelo placentera,
Juzgando ya cumplido su deseo —
«
¿Ves el ojo? » — le dice la primera —
Y Caín le responde : «
¡ sí, lo veo ! »

Pide entonces un foso,


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 85

Algún antro profundo, tenebroso


En las mismas entrañas de la tierra.
Se lo abren á sus pies, allí desciende;
La bóveda se cierra;
El se dice : « estoy bien «... una esperanza
En su alma tenebrosa ya se anida...
Pero apenas al fondo su pie alcanza,
Cuando, en la sombra espesa del abismo,
Más grande, más abierto el ojo mismo
Comtempla fijamente al fratricida !

LA GLORIA
[Fragmento de un poema dramático]

En una noche triste


Que extiende muda su uniforme velo,
Como un sudario en que se envuelve el suelo,
Y todo cuanto existe
Morir parezca, agonizando en duelo; —
En una noche en que espantado el hombre,
En un solo clamor inmenso y vario
Escuche acentos que no tienen nombre,
Himno ó queja que al cielo se levanta, —
Al bosque del Palenque, centenario,
Dirige tú la temerosa planta,
Y siéntate, sin elegir alguna
De extrañas moles con que el pie tropieza,
Para esperar un rayo de la luna,
Ya con el alma de dolor opresa.
86 POESÍAS

Cuando á tu espalda en el oriente asome


El argentado disco ;

Cuando sus formas conocidas tome


Árbol gigante ó imponente risco,
Que entre las sombras un fantasma creíste,

Entonces, mira con valor de frente,


Mira y responde,
Si la gloria, aquel sol tan refulgente,
No tiene ocaso en que por fin se esconde !

Verás allí, sobre colina extraña


De forma regular, que caprichosa
No podía elevar naturaleza
Y revelando al hombre no te engaña —
Una morada inmensa, silenciosa,
Donde el arte agotara la belleza
Concebida, sin duda, por millones
De esclavos miserables,
Para algún opresor de cien naciones ;

Y que hoy abre sus puertas espantables


Al viento, que recorre sus salones,
Sollozando en la sombra,
. Como alguno que llama... ¡ que te nombra!

Verás los arcos gigantescos caídos,


Las columnas dispersas, destrozadas,
Escombros confundidos,
Que asoman, entre yerba, á tus miradas !

¡
Y verás con asombro ya vencida
La invencible muralla
Por el árbol gigante, que al fin halla
OBRAS DE NATAMEL AGUIRRE 87

Su copa libremente más erguida!

¡
El que naciendo en una grieta oscura
Del soberbio palacio,
Humilde yerbecilla en su comienzo,
Luchó sin tregua con la piedra dura
Por respirar siquiera en el espacio !

En vano buscarás con tristes ojos


Alguna clave del misterio mudo,
Un nombre, para darlo á esos despojos
Del tiempo que medir ni el sabio pudo.
Él se agita, se afana
Cuando gozoso en la columna rota
Negros, confusos caracteres nota,
O alguna forma que parece humana,
Y que es de un tipo que ya la ancha tierra,
Del ecuador al polo,
En parte alguna conocida encierra
Y allí el misterio lo presenta solo.

Entonces, tú, te ahuyentarás acaso

Sobrecogido de temor; mas luego,


Si miras todavía á tus espaldas,
La mole misma en que llegaste ciego
A detener tu paso,
A la luz de la luna te presenta
Un hueso que blanquea sobre el suelo :

¡ La vértebra ó el cráneo de un gigante,


De un monstruo, que si vive, si hoy alienta,
Mirará con piedad al elefante !
88 POESIAS

¡ Eso es la gloria! En el Palenque el hombre


Con amargura la comprende, y calla;
Porque confuso no halla
Para ese sueño tan fugaz un nombre !

A MI ESPOSA

Contigo, dulce bien, mi venturanza


Es cielo limpio, como tu alma pura,
Lago tranquilo, donde al fin descansa
El alma mía de tu amor segura.

Allí la nube del pesar, si avanza,


Es humo apenas, que un.momento dura,
O ave de paso que á rozar no alcanza
La onda dormida en perenal tersura.

Así cruzo feliz y descuidado


Ese mar de la vida, en que tormenta
La calma para mí no ha presagiado.

Y si á mi torno el huracán revienta,


Será una isla tu amor, donde salvado
Reiré al rugir la tempestad violenta.

EN UN ÁLBUM

En el libro del alma hay solamente


Una página blanca, en donde escribe
Algún nombre el amor, tan permanente,
Que dura eterno, como el alma vive.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 89

Si borrarlo de un otro sentimiento


La mano procuró torpe, insegura,
Y otro nombre escribir, — en el momento
Hace un borrón de la hoja en la blancura.

Cuando de un alma el interior penetra


La mirada profunda de un amante,
Su nombre puede ver letra por letra,
O descubre el borrón en el instante.

Lo primero tú sabes, amor mío,


Es el placer más dulce que poseemos ;

Mas lo segundo, ese dolor impío,


En nuestra mutua fé no comprendemos.

Mira otra vez el interior de mi alma;


Tu labio amante deletree tu nombre.
Leyendo el mío, en mi dichosa calma
Yo soy feliz, como no ha sido otro hombre.

LA POBRE FLOR
[Imitación de V. Hugo.]

La pobre flor amante de la aérea mariposa


La dijo : « no huyas, no !

«
¿ Porqué, si yo contigo me encuentro tan dichosa,
« Te vas y quedo yo ?

« Si yo pudiera, al menos, acompañar tu vuelo,


¡ Sería tan feliz !
«

« Pero ¡ ay ! tú tienes alas, y me encadena al suelo


« Por siempre mi raíz !
90 POESÍAS

« Si parecidas somos en forma y en colores —


«
¿ Porqué no quiere Dios
«
Que tenga yo tus alas, ó sobre un tallo, flores,
« Unirnos a las dos ?

«
¡
Te vas, te vas, ingrata! ;
— mil flores por doquiera
«
Que te amen hallarás...
« Mientras que yo marchita sobre mi tallo muera
« Gozando volarás ! »

Se fué la ingrata amante... quién sabe si la adora


Muy lejos otra flor.
¡ La que dejó no pudo ni ver la nueva aurora
Ausente de su amor !

A... NO SE QUIEN '

Me gusta que hagas versos, mas procura


No hacerlos cada día al estricote ;

« Porque es muy pegadiza esa locura ».

« Pocos y buenos », como dijo el cura


Que los libros quemó de don Quijote.

Yo tuve como nadie esa manía;

A Zorrilla admiré más que á Virgilio;


No hice caso de Olmedo; nunca leía
Las odas de Quintana, ni sabía
De Núñez de Arce el inmortal Idilio.

1. Versos escritos en la última página de un libro de ensayos poé


ticos, después de haber leido el Prometeo de Olegario Andradc.
OBHAS DE NATANIEL AGUIRRE 91

Y de tanto escribir, de tanto verso


Resulla que por fin me desagrade,
Y piense que escribí lo más perverso,
Para decirte hoy día, cual converso :

Silencio y atención... ¡ que canta Andrade !

Lira de bronce, varonil acento,


Llama divina de una noble idea...
¡ Eso !, si quiere todo el mundo atento.
Tus cuitas [lo diré con sentimiento]
Cuéntalas á mamá ó á Dulcinea.

[1877]

UN TIPO

Hay cosas que merecen justamente


Ser contadas, lector, en prosa ó verso;
Y siguiendo la moda más corriente,
Me inclino al verso, que ha de ser perverso.

Quién no escribe en el día una cuarteta


¿

Para decir una insulsez mal dicha?


¿ Quién, desde el punto que dejó la teta
No canta « el desamor » ó « la desdicha » ?

Pero, pasando á las predichas cosas,


Conozco un nene que es ya « todo un hombre »

Vale más que cincuenta mariposas,


Y se da el mismo, Papillón, por nombre.
92 POESIAS

Tenorio os un chiquillo en sus amores...


Nadie en los vicios le venció, ni iguala :

Para el terrible Papillón las flores


Son muy pocas, lector, en Calacala.
v

Me diréis que ha de ser muy guapo chico ;

Pero yo juraría que es muy mono,


Por no decir que se parece á un mico,
Lo que sería, acaso, de mal tono.

Este tal me asegura [pues se digna


Hablar alguna vez á los pequeños]

Que no existe una dama fidedigna


Y que ha visto á Lucrecia solo en sueños.

Le quiero contestar; pero es en vano —

¿Quién en el mundo á Papillón contesta ? —


El discute, es verdad, mas con la mano
Siempre en los labios del contrario puesta.

Dejóme un día con tamaña boca


Abierta, para darle mis razones,
Y en mi cólera justa, — no era poca, —
Lo cargué, para mí, de imprecaciones.

— Pobrecillo ! — dijeron á mi lado,


¡

Y al volverme de prisa, en una reja


Me encontré con mi Clara, que ha jurado
Amarme siempre hasta morir de vieja.

— ¿ Sabes, — me dijo al punto, — que es muy cierto


Cuanto le pasa al perfumado mico ? »
OBRAS DE NATAMEL AGUIRRE 93

Y al ver que me ponía como un muerto


« Escucha, — prosigió; — ¡ te lo suplico !

El flaco del muñeco es muy notorio


Y es la burla y la risa de una dama,
Lo que no quita que ha de ser Tenorio
Con otras muchas, que él así las llama.

Por eso el infeliz, que te enojara,


Merece compasión en su miseria;
Mientras que tú... ¡ conoces á tu Clara,
Y hablarás de otro modo de la feria ! »

LA RENUNCIA DEL LEÓN

Refiere la tradición
Que, por rara fantasía,
Renunció la monarquía
Su Majestad el león.

« Me cansa, dijo, por vida,


El pensar que mi persona
Ha obtenido la corona
Por más fuerte ó más temida.

« No quiero ya que la grey


De sumisos animales,
Gracias á mis uñas reales,
Me reconozca por rey.

« Y pues el siglo pregona


Democracia y libertad,
94 POESIAS

Venid, brutos, y votad


Por el tigre ó por la mona.

« Entre tanto, obedecer


Juro al electo, el primero...
Elegid en paz : prefiero
Vuestro amor á mi poder. »

A tan extrañas razones


La animalidad vasalla,
Llena de júbilo estalla
En coro de bendiciones.

Libre por fin se imagina


Del tirano poderoso,
Que se aleja silencioso
A lo alto de una colina :

Donde escondido en la yerba


Como el corderillo inerme,
Cerrando un ojo se duerme
Y con otro abierto observa.

Todos al punto en comicio


Nombrar quieren Presidente!
Pero la zorra prudente
Calma aconseja y juicio.

« ,; Qué vais á hacer desdichados ? •

Les dice con persuasión —


¿
Pensáis que duerme el león
Perezoso y sin cuidados ? »
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 95

Y señalando á la garra

Que en ese momento asoma,


Añade muy bajo : «
¡ toma !

Otra cosa es con guitarra ! »

Convertida á la razón,
Libre entonces la asamblea
Grita con sólo una idea :

Viva — ¿ quién ? — ¡ viva el león ! ! !

Sin hacer aplicaciones


Del cuentecillo ó patraña,
¿ Habrá otra vez elecciones
En... España ?

¿ Y tanta felicidad
Nos concederán, por suerte,
De elegir en libertad
Al más... fuerte ?

LAS ANTIPARRAS

Es sabido desde marras


Que don Bruno, el cegatón,
Tuvo un día la aflicción
De romper sus antiparras.

Mas se ignora todavía


Que ya calmado y repuesto^
Les hizo poner muy presto
Otros vidrios que tenía.
96 POESÍAS

Desde entonces asegura

Que todo lo halla la revés :

El cielo bajo sus pies,


Colgado el suelo en la altura.

Sostiene que cuando brilla


El sol radiante, repara

Que se ha vuelto su luz clara


Verde, roja y amarilla.

Dice que trunco, imperfecto,


O por lo menos torcido,
Se encuentra cuanto ha tenido
Por regular y más recto.
Y protesta en conclusión
Llamar ál mundo embustero,
Cuando le haga el mundo entero
La más pequeña objeción,

¿ Estará el pobre de atar


Y tiene perdido el seso? —
No, señores, nada de eso;
Su caso es más singular :

Don Bruno jamás mintió


Y dice la verdad misma
De lo que vé. por un prisma
Que en su antiparra engastó.

Famosos politicones
Conozco de buena fé
Que ven lo que nadie vé
Y tienen sus convicciones.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 97

¿Si será, cual dice alguno,


Que por tropiezos de marras,
Trocaron sus antiparras
Como el vejete don Bruno?...

HERCULES

El rápido torrente del Eveno


Horrísono mugía,
Cual si quisiera responder al trueno,
Mientras sus turbias ondas la tormenta
De las célicas cumbres acrecía.
Estrecho en su hondo cauce,- desbordado
En su furia violenta,
Destruía el verdor de ameno prado,
O, torciendo mil veces su camino,
Sobre su mismo lecho,
Excavaba, al girar en remolino,
El fondo de granito ya deshecho.

Alcides, el valiente
Hijo amado de Júpiter y Alcmena
Detenido se vé con Deyanira
Y sonríe á la furia del torrente.
Pero después, con inquietud y pena.
El rostro amado mira
Pálido de temor, como si ahora
La vista de la muerte le robara
98 POESÍAS

Los tintes que la aurora,


Al verla ruborosa, le envidiara.

Él solo, llegaría en un instante


Al otro lado del furioso Eveno,
Que á la fuerza de un brazo tan pujante
Es muy débil barrera aquel torrente;
Más no puede en su seno
Latir tranquilo el corazón, si mira,
O, sin mirar, sospecha solamente
Que amenaza un peligro á Deyanira.

Neso, el centauro que él venció en las lides,


Y siempre Deyanira ha desdeñado,
Llega entonces veloz, y ofrece á Alcides
Pasar con ella á nado.
« No temas, — dice, — que estará segura
Sobre mi lomo de caballo, y puedo
Burlarme del torrente que murmura,
Con cuatro remos, como ves, sin miedo. »

El valeroso, el fuerte se confía

En la palabra del traidor, — ¿ni cómo


Dudára de ella, si jamás él mismo
Se valió de la ruín alevosía?
Coloca á Deyanira sobre el lomo
Que ofreciera el centauro ; lo vé presto
En la turbia corriente con su amada,
Y todo descompuesto
Va siguiendo á los dos con la mirada.
OBRAS DE NATANtEL AGUIRRE 99

Cuando vé que han vencido la corriente


Y salva á Deyanira,
Aliviado de un peso enorme siente
Su pecho poderoso que respira.
Arroja entonces hasta el otro lado
El arco de sus flechas y su clava,
Y con su piel de león se lanza á nado,
Y pasa fácilmente
El Eveno que tanto se irritaba.

II
« ¡Deyanira! ¡traidor!, » — con ronco acento
Exclama en la ribera.
Pero nadie responde; se halla solo

Veloz por la llanura, como el viento,


Escápase el centauro á la carrera,
Robando á Deyanira por el dolo ;

Y Alcides impotente,
Con los robustos brazos extendidos,
Supera con sus gritos, del torrente
Y del trueno que estalla, los bramidos.

Descubre el arco que arrojó en el suelo ;

Elige en el carcax la emponzoñada

Y más aguda flecha,

Que pudiera atajar en su alto vuelo


Hasta al ave de Júpiter amada;
Y la envía al centauro, tan derecha,

Que ya se aplaca su ira,


Al mirar en el suelo al que robaba,
100 POESÍAS

Confiado en sus pies, á Deyanira,


Mofándose de Alcides y su clava.

Tenía el loco Neso atravesado


El seno en que el cobarde,
Pérfido corazón iba á extinguirse;
Y dijo á Deyanira : « Te he amado
Como nunca tu Alcides. Si más tarde
Te deja para unirse
Con odiosa rival, que nunca bella
Ha de ser como tú ; si más sumiso
Mirarlo anhelas á tus pies, procura
Revestirle mi túnica. Hay en ella
Una virtud que concederle quiso
La diosa del amor y la hermosura. »

Con la mano crispada


Arráncase la flecha de su seno,
Y vé con alegría
Inundarse la túnica preciada
De negra sangre infecta de veneno.
Seguro de vengarse, en la agonía
Un grito horrible lanza,
Y vuela en ese grito
Su espíritu perverso, la venganza
A esperar en el fondo del Cocito.

III
Como las ondas del Eveno, corre
Fugaz el tiempo. Con su clava en mano
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 101

Por la ancha superficie de la tierra,


Vagando Alcides, con valor socorre,
Del Indo hasta el Oceano,
La pobre humanidad, en cruda guerra
Con los monstruos horrendos y la misma
Naturaleza ingrata;
Y si renace el mal, si no se abisma,
Vuelve á aplastarlo, hasta que al fin lo mata.

Ningún trabajo le acobarda, que antes,


Del peligro y obstáculo en medida,

Cobran fuerza sus brazos más pujantes;


Y él cobra más aliento
Al derramar su sangre de una herida,
O cuando bebe el arenal sediento
El copioso sudor, que de su frente,
Como riego fecundo,
Hace brotar doquiera la simiente
Del escondido bien por todo el mundo.

Júpiter lo contempla con orgullo, —


« ¡Es él!, — exclama; — ¡mi hijo !
¡Es digno de ser dios! >; Pero el murmullo
De los dioses altivos le demuestra

Que con afán prolijo


No puede conseguir verlo á su diestra,
Si no lo quema el fuego,
Si su carne, sus huesos no son humo,
Por un decreto del Destino ciego
Que en lo alto del Olimpo es el dios sumo
102 POESÍAS

Ha vencido hasta aquí; pero ¿quién sabe


Si otro poder más fuerte
No vencerá á ese Alcides, sin que acabe
El término fatal para su muerte?
Tal vez alguno humille
Su frente tan altiva,
Tal vez se postre el mismo y arrodille,
Y, como siervo vil, la orden reciba
De otro dueño, otro ser que no es divino,
Que, cuando rie ó llora,
Sin armas y sin fuerza, hasta el destino
Tuerce al cabo del hombre que lo adora !

¿ No lo ves ? ¿ no lo ves anonadado


Ante la hermosa Yole ?

¿ Qué fuerza le arrastró ?


¿
con qué ha logrado
Dominarle, por fin, la bella ingrata?
¡ Para vencerle así. la vió y miróle!
¡ Porque en sus claros ojos
Hay luz de vida y resplandor que mata!
¡ Porque á mirarlos con placer de hinojos,
Tú, Júpiter, vendrías, sin que pueda
Librarte de su amor tu grande imperio.
Como viniste por Europa y Leda
Cobardemente oculto en el misterio!

¡ Oh ! mira cómo acaba


El destructor de monstruos, el que pudo
Separar á los montes con su clava!

¡ No sabe resistir al labio rudo


OBRAS DE ¡VATANIEL AGUIRRE 103

Con que le manda la mujer que adora


Hilar en una rueca todo un día,

Como siervo á los pies de su señora.


¡ Y tiembla de pavor ante su ceño !

¡ Y prefiere mirar que de él se ría !

IV

La pobre Deyanira abandonada


Ya no oye en su retiro
Las lenguas de la fama ; no responde
Con un hondo y tiernísimo suspiro
A las hazañas que de Alcides cuenta;
No le dice ni á donde
Se oculta de su amor; y baña en llanto
La túnica sangrienta
Que no le causa ya ni horror ni espanto.

Pero un día la fama


Alborozada como nunca, cuando
Proclamaba la gloria de su Alcides.
Su oprobio vil proclama ;

Y ella escucha temblando,


Como nunca al oir tremendas lides
Y espantables acciones;
Porque en su corazón despiertan celos
Como voraces hidras, como leones !

Llama á Lichas al punto. « Vuela, esclavo, -

Le dice, — hasta ese trono


104 POESIAS

A cuyos pies acabo


De saber que se humilla aquel perjuro.

Que no vuelva jamás ¡No! ¡le perdono!


¡ Que vuelva de mi amor siempre seguro !

Y como débil prueba


La túnica de Neso, por él muerto,
Entre tus manos lleva,
Y vuelve cuando de ella esté cubierto. »

« ¿Tendrá, — piensa después, — como él me dijo,


Una virtud que al punto le recuerde
Aquel su antiguo amor ? ¿ será instrumento,
Júpiter, de la muerte de tu hijo?...
Yo no lo sé... ¡ mas, si se salva ó pierde,
No ha de tenerlo mi rival temida!
Porque en mis brazos lo tendré yo vivo,
O helado ya, sin vida,
Sólo el sepulcro lo tendrá cautivo ! »

Alcides, entre tanto,


Confuso, avergonzado al padre quiere
Ofrecer luego un sacrificio santo.
Llega Lichas; le dice que se espere;
Que se vista la túnica sangrienta
Que manda Deyanira ;

Y apenas el esclavo la presenta


Se la reviste él mismo ante la pira.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 105

Mas al punto el veneno,


El veneno mortal de la hidra horrenda,

Que con sangre de Neso en ella estaba,


Penetra con dolor hasta su seno.

Es un fuego terrible que devora


La carne, el hueso, y quema
Tenaz el corazón mientras que lata,
Con tal tormento que parece ahora,
En tal angustia extrema
Preferible la hoguera que al fin mata !

Es un martirio atroz, que el que ha sentido,


Ante el rival triunfante, el de los celos,
Desesperado, loco no ha podido
Ni concebir siquiera en sus desvelos !

¡Como nunca creyó ni aquel demente,


Aquel Neso traidor, cuando moría
Teniendo entre sus brazos a su amada,
Que le negaba al expirar un beso !

¡ Supera todavía ,

A la venganza que quisiera Neso


En la mansión del Tártaro sombría!

Alcides se imagina
Que Lichas lo traiciona, y lo suspende
De entre ambos pies, como honda;
Lo arroja luego hasta la mar vecina,
Dó, convertido en piedra por el miedo,
Suele mostrarse en la onda,
Como un escollo y prueba a todo el mundo
106 POESÍAS

De la fuerza de Alcides, —
De Hércules el doliente, el iracundo.

VI

Pero la fuerza misma tan pujante


Del invencible brazo
No consigue arrancar por un instante
De la horrorosa túnica un pedazo.
La vé el héroe pegarse de tal suerte

Al cuerpo adolorido,
Con el negro sudor que él mismo vierte,
Que parece una piel con que ha nacido.
Y su furor aumenta,
Y aumenta su martirio,
Y corre con la túnica sangrienta,
Destruyendo una selva en su delirio.

Luego amontona en la sagrada pira


Los troncos arrancados;
Y loco de dolor en torno gira,
Mirándole los dioses aterrados.

« ¿Ves, implacable Juno, este tormento?


Exclama el hijo triste
De Júpiter y Alcmena. — « Ni un lamento
Arrancarme hasta aquí nunca pudiste ;

Pero yo, Alcides, el temible, el fuerte


Que todo lo he vencido,
Te pido ya la muerte
¡ Como un favor inmenso te la pido ! »
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 107

Júpiter en su trono sonreía


De gozo ante el tormento de aquel hijo
A quien amaba tanto y prefería!
¡ Gozaba, sí ! ; porque el Destino dijo
Que lo quemase el fuego,
Para dejar sobre la tierra, en humo,
Lo que á la tierra le debía, y luego
Subir por el dolor hasta el Dios sumo!

Ardía ya la hoguera
Con un fuego que el héroe despreciaba,
Como un dulce martirio, comparado
Con el que ya sintiera.
Tendió en lo alto la piel del León Ñemeo;
Y en ella recostado,
La cabeza al posar sobre su clava,
Fué el Hércules tranquilo del pasado !

Y consumido el cuerpo, cuando ansiaba


En el seno dormirse de la muerte,
Despertó dios, en el eterno día,
Al lado del Destino
¡ Estaba manso y fuerte !

¡ Y el adusto Destino sonreía !

Porque la lucha, la constante guerra


Con los monstruos y el mal; la sangre, el riego
Del fecundorsudor son en la tierra
Lo que el Destino Sabio,
El Dios que no era ciego,
108 POESÍAS

A los fuertes demanda de la altura ;

Y el héroe se hace dios sobre la hoguera,


En la llama voraz que lo depura,
Para ascender á la celeste esfera!

[1885]
VISIONARIOS Y MÁRTIRES
ó

LOS PROTONIÁRTIRES
DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ

DRAMA HISTÓRICO EN TRES ACTOS Y EN VERSO

DEDICADO POR EL AUTOR

Á SU ESPOSA

Recordemos al pueblo los


grandes hechos de sus ante
pasados, para animarle á imi
tar su ejemplo.
PARA TODA IDEA GRANDE HAY VISIONARIOS Y MARTIRES
ADVERTENCIA

Al recorrer las gloriosas páginas de la historia peruana,


me detuve un día lleno de admiración en una de ellas, que
cuenta de un modo obscuro el martirio de dos locos subli
mes : Manuel Ubalde y Gabriel Aguilar, los primeros que
concibieron la idea de la independencia de su patria; y que
en su entusiasmo por ella, se creyeron agentes del mismo
Dios, que se la había inspirado, compadecido de la dura
esclavitud que pesaba sobre el Perú.
Esta creencia llegó á ser con el tiemgo una fé ciega,
confirmada por extraños sueños y visiones, en los que Dios
les revelaba su voluntad, é infundía aliento, toda vez que
flaqueaba su espíritu, ante la magnitud de la obra que, por
misión providencial, debían ellos llevar á cabo. Sea esto el
delirio de un cerebro enfermo, ó efecto de la imaginación
fuertemente impresionada por una grande idea, la verdad
es, que no puede inspirar más que respeto y admiración
por los dos visionarios.
A consecuencia de un sueño de Ubalde, que tomaron
ambos por revelación divina, hicieron partícipes de sus
pensamientos á dos amigos suyos ; pariente el uno de ellos
de la esposa de Ubalde. Esta confianza fué, más adelante,
la causa de su pérdida, debida á la imprudente revelación
112 VISIONARIOS Y MARTIRES

de sus proyectos, que hizo uno de ellos (se ignora cuál) á


una mujer de quien era amante.
Nada más nos dice la historia acerca de estos dos últimos
personajes, cuyos nombres, ligados á los de sus amigos,
han logrado, sin embargo, llegar hasta nosotros. Se llamaban
Ampuero y Ugarte, siendo este último el relacionado de
Ubalde.
Una intriga infame/cuyos detalles se verán reproducidos
con la posible exactitud en los actos 2.o y 3.o de este

ensayo, puso en conocimiento de las autoridades españolas


esta « conspiración de ideas », como la ha llamado alguno,
y Ubalde y Aguilar expiaron en el Cadalso el crimen de
haber concebido el pensamiento que les sobrevivió, para
alzarse vencedor en Ayacucho ; el último y más sublime

episodio de la epopeya de 1810, que los dos visionarios


habían entrevisto en sus sueños, cinco años antes que
resonase en América el primer grito de independencia.
Acaso muy pocos de sus contemporáneos les compren
dieron; tal vez la multitud que contemplaba el cadalso

ignominioso en que perecieron, sólo vió en ellos dos crimi


nales acusados del delito de tración á su Rey, y ni siquiera
les compadeció; pero la posteridad ha honrado su memoria,
y el pueblo peruano, por medio de sus representantes,
borró el padrón que en su insensato furor, echaron sobre
sus nombres, los opresores del Perú. He aquí la ley
dictada por el Congreso Constituyente :

« El Presidente de la República Peruana,


« Por cuanto el Congreso ha decretado lo siguiente :

« El Congreso Constituyente del Perú.


OBEAS DE NATANIEL AGUIRRE 113

« Deseando perpetuar la memoria de los peruanos, que


víctimas del despotismo español, fueron los primeros que
con el precioso sacrificio de sus vidas procuraron la liber
tad e independencia del Perú,
« Ha venido en decretar y decreta :

« 1.o Se declaran Beneméritos á la Patria á Don José


Manuel Ubalde, Don José Gabriel Aguilar, Don Mateo
Pumacahua y Don Vicente Ángulo; borrándose de cual
quiera parte del territorio del Estado todo padrón que
infame su memoria.
«•2.o Que sus nombres se coloquen á la par de los más
celosos defensores de la Independencia.
« 3." Que se publique este decreto en la Gaceta Oficial y
demás papeles públicos.
« Tendréislo entendido y dispondréis lo necesario á su
cumplimiento, mandándolo imprimir, publicar y circular.
— Dado en la Sala del Congreso, en Lima, á 6 de Junio
de 1823, — 4, — — Carlos Pedemonte, Presidente. —
2.

Francisco Herrera, Diputado Secretario. — Gerónimo


Agüero, Diputado Secretario.
« Por tanto : ejecútese, guárdese y cúmplase en todas

sus partes por quienes convenga. Dará cuenta de su cum


plimiento el Ministro de Estado en el departamento de
Gobierno. — Dado en el Palacio del Supremo Gobierno,
en Lima, á 6 de Junio de 1823. — 4, 2, — José de la Riva
Agüero. Por orden de S. E. Francisco Valdivieso »

Este suceso notable, ya de confuso recuerdo, que


mañana, tal vez, será conocido solamente por el curioso
investigador de los orígenes de nuestra historia, se pres
taba á la formación de una obra de la naturaleza de esta,
8
114 VISIONARIOS Y MARTIRES

que, después de cerca de un año de trabajo, miro ya


finalizada, no sé con qué éxito; porque la desconfianza que
tengo de mis propias aptitudes, no me permite esperar uno
que satisfaga á mis deseos. De todos modos habré logrado
satisfacer uno de ellos : el de emplear mis débiles fuerzas,
por arrebatar á la obscuridad del tiempo, un recuerdo
glorioso más, que justifique con otros más grandiosos, el
orgullo americano, por nuestra tan corta, todavía, y ya tan
gloriosa historia de ayer.
He conservado, en este ensayo, la verdad histórica en
cuanto me ha sido posible; pero precisado á recurrirá la

fábula, allí donde la historia no me ofrecía el más pequeño


rayo de luz, he obedecido á esa imperiosa necesidad, no sin
sentimiento ; porque yo habría querido, más bien, presentar
á los ojos del público, el cuadro en relieve de un suceso
digno de llamar su atención, sin más que los detalles que
verdaderamente deben existir en él. ;

Y en el cuadro que voy á ofrecerle, además de existir


algunos detalles creados por mi imaginación, para conducir
á su verdadero desenlace el suceso notable que constituye
el drama, falta una importante figura que yo no he podido
conservar en él, obligado á suprimirla en el plan sencillo
que me formé, para llevar á cabo este ensayo. Es la de
Ampuero. Si este es uno de los defectos de mi obra, no lo
sabré decir, ni es cosa que me corresponde; pero, repito
otra vez, que no he esperado formar una obra perfecta,
difícil de lograr aun para el genio, y sólo he querido
satisfacer un deseo de mi corazón americano, entusiasta por
los recuerdos de la gran revolución de la Independencia.
PERSONAJES

MANUEL UBALDE. BERRIOZABAL.


GABRIEL AGUILAK. UN ESCRIBANO.
JULIÁN UGARTE. UN OFICIAL.
TEODORO. ROSA.
RUIZ DE CASTILLA. MARÍA.

Soldados y cuatro hombres del pueblo.

La escena en el Cuzco, en 1805.


ACTO PRIMERO

(Los inspirados.)

Sala amueblada con medianía al estilo de la época. Una puerta


al fondo, dos á un costado, y una ventana al opuesto. Es por
la mañana.

ESCENA PRIMERA

MARÍA, después JULIÁN.

María. (Sale por la puerta lateral más inmediata al espec


tador, y. observa por la cerradura de la otra. )

Duerme. Dios mío, un momento


disfrute de dulce calma,
siempre combatida su alma
por misterioso tormento.
H8 VISIONARIOS Y MARTIRES

Hasta muy tarde ha velado,


como siempre anoche, y yo
mientras él no se durmió
no me aparté de su lado.
Si supiera, pobre esposo,
que mientras triste velaba,
á su puerta derramaba

yo mi llanto silencioso ;

si me hubiera visto alzar

por él mi plegaria al cielo


pidiendo le dé el consuelo
que yo no le puedo dar...
Pero ignora mis pesares...
quizá el infeliz creía
que yo a nuestro hijo adormía
con apacibles cantares.
Y durmióse el pobre niño
sin que su cuna meciese,
sin que un beso mereciese
de mi maternal cariño.
¡ Ay ! mientras los dos penamos
con nuestro oculto dolor,
al hijo de nuestro amor
acariciar olvidamos !

¿ Porqué este misterio ¡ oh Dios !

entre dos almas existe,


si cuando tú las uniste,
una hiciste de las dos?
Siempre un solo sentimiento
hacer de las dos debía
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 119

el pesar ó la alegría...
¡y eso fué un solo momento!
Julián. (Sale por el foro) .

(Aparte.) ¡Pobre mujer!... si debiera


la felicidad estar
de la virtud á la par,
¿quién más feliz que ella fuera?
Pero ¡ ay ! cuan amargo duelo
su pecho inocente encierra...

¡ ángel y pena en la tierra !

Dios mío, dala un consuelo !

ella, adelantándose)
(^4

Vengo, hermana mía, darte


á

los buenos días ¿qué tal?...

(Se interrumpe observándola con cuidado.)


Pero tú te sientes mal. . .
¿porqué no quieres cuidarte?
Ayer me lo prometiste;
hoy vuelvo leer en tus ojos
el y

insomnio...
María. No...
Julián. Están rojos
con el llanto que vertiste.

(Tomándola una mano que estrecha entre las suyas.)


abrasa también tu mano...
Y

Qué tienes?
¿

María. Me siento buena.


Julián. Al menos alguna pena...
María. (Con reproche.) Tú lo preguntas, her-
¡

Julián. Siempre misma aprensión!


la

[mano!
¡
120 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

María. ¡Siempre la misma respuesta!...


(Con voz triste y suplicante .)
Pero la verdad no es esta...
¡dímelapor compasión!
Julián. ¿Y qué te hace sospechar
que es desgraciado tu esposo,
y que quiere cuidadoso
ocultarte su pesar ?
María. ¡Ay! hermano, yo lo veo;
yo, como mujer amante
sólo al mirar su semblante
lo que hay en su pecho leo.
Los días pasar le miro
pensativo, preocupado,
y cuando llega á mi lado
parece ahogar un suspiro.
Si me sonríe, es tan triste
su pasajera sonrisa,

que, más bien, la pena avisa


que en su corazón existe.
Hasta á su hijo, indiferente,
sus caricias ya le niega,

y cuando á besarle llega


¡le mira tan tristemente!
Y luego en sus ojos brilla
una lágrima traidora

que él siempre no la devora


y rueda por su mejilla.
Entonces, se sobresalta,
avergonzado se mira;
OBRAS DE NATANIEL AGL'IRRE 121

quiere sonreír y suspira ;

quiere hablar, la voz le falta.


Y yo diera mi existencia
si en mis brazos se arrojara ;

mas con miedo se separa :

¡huye, oh Dios, de mi presencia!


Por la noche, aquí... le espío
llorando.., insomne le siento.
¡Mientras sus suspiros cuento
hasta olvido al hijo mío !
Julián. ¿Y porqué empeñarle así
en atormentarte ?

María. En vano
quieres engañarme, hermano.
Julián. ¿No tienes confianza en mí?
Yo que he vivido contigo
desde mi edad más temprana ;

yo que te llamo mi hermana,


y soy tu mejor amigo,
¿ qué cosa puedo ocultarte,
ni que secreto tener
para tí ¿no es mi placer
?

mi pecho abierto mostrarte?


Si tu esposo padeciera,
¿
cómo ocultara su duelo
á la mujer que un consuelo
cariñosa le ofreciera ?

Mas, conocer la amargura


no puede el hombre dichoso
que de llamarse tu esposo
122 VISIONARIOS Y MARTIRES

tiene la inmensa ventura?


Deja esa vana aprensión
que así de inquietud te llena,
y vuelva la paz serena
á tu triste corazón.
María. Julián, te engañas; y sabe
que así logras solamente
hacer que el dolor se aumente
y que mi valor se acabe.
Si es cierto que me amas tanto,
nada me ocultes, ya nada,
ó á tus pies arrodillada
los regaré con mi llanto.
Recuerda que en su agonía
mi pobre madre te dijo :

« Julián de tu amor exijo


« que veles por mi María.
« Ay! la huérfana, mañana
« ya no tendrá más que á tí...
« como me tuviste á mí
« cuando te dejó mi hermana.
« Ella, al expirar, también,
« como yo te hablo me habló.
«
¿No he sido tu madre yo?
«
¡Dale de un padre el sostén! »

Parece que aun la estoy viendo ;

cuando tú lo prometiste,

dejó de mostrarse triste ;

cerró los ojos sonriendo,


Julián. ; María! basta...
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 123

María. Mi madre...
Julián. Eres cruel,., no puedo ya!
Desde el cielo donde está,
vió que te amé como un padre.
María. ¡ Oh, sí ! Tu perdón imploro.
El exceso del dolor

me hizo dudar de tu amor.


¿ Ves ? arrepentida lloro.
Julián. (Conmovido.) Basta, María, olvidemos...
Yo voy á llorar también;
¡ ah! ven, hija mía, ven,

y nuestro llanto mezclemos.

(La estrecha un instante en sus brazos.)


Ya nunca esa duda impía
vuelva á concebir tu mente...
otra vez cobardemente
mi llanto derramaría.
María. Nunca, sí, te le prometo,
y ya no quiero insistir.
Tú no puedes descubrir
por tu honor ese secreto.
Hay otro tuyo... ¿no es cierto?...
Sí, tu silencio es la prueba.
Mas ¿qué puede haber que deba
no serme á mí descubierto?
Julián. Sí, hermana; yo no comprendo
porqué oculto á tu amistad
mi dicha.
María. No es la verdad.
Tu dicha yo no la entiendo.
124 VISIONARIOS Y MARTIRES

No es eso lo que revelan


extraño desasosiego,
suspiros...
Julián. Que son de fuego,
y á los pies de un ángel vuelan.
Aquello es el bien mayor
con que Dios dotara al hombre ;

aquello no- tiene nombpe,


aunque lo llaman amor.
Yo siento que ha subyugado

su fuerza todo mi ser ;

que es digno de la mujer


ó el ángel que lo ha inspirado.
María. ¿Y la mujer por tí amada
será tierna, pura, bella...
Julián. Hermana, yo miro en ella
una ilusíon realizada.
Es la que me complacía
con entusiasmo en soñar,
cuando el corazón, de amar
la necesidad sentía.
Dios la hizo la más hermosa,
como la luz del sol pura,
y es inmensa la ternura
que dio á su alma generosa.
Cuando la vieron mis ojos,
la obra más perfecta y bella
de Dios admirando en ella,
yo la bendije de hinojos.
Me pareció que la tierra
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 125

de un velo se despojaba
y que á mi vista mostraba
un cielo que oculto encierra :

ese cielo que no mira


el infeliz que no siente
aquel amor puro, ardiente,
que mi ángel bueno me inspira.
Oh ! tú has amado, María ;

Tú me comprendes ¿no es cierto?


Tú viste ese cielo abierto...
María. (Aparte.) Abierto por sólo un día!
Julián. Verás la que amo y al verla
me llamarás muy dichoso...
Mabía. Al ver su retrato hermoso

ya la amo sin conocerla.

¿Su nombre?
Julián. Se llama Rosa.
María. Es bello tambien su nombre.
Mucho la amas?...
Julián. Cuanto un hombre
puede amar.
María. Y estoy celosa

(Sonriéndole cariñosamente.)
Tú la amarás más que á mí...
Julián. ¡
Oh ! María, yo no sé,
ni decir nunca podré,
que amo á nadie más que á tí.
Tú tienes una mitad
de este corazón que siente
por Rosa un amor ardiente,
126 VISIONARIOS Y MARTIRES

por tí una tierna amistad.


Y esta amistad y este amor
bastan á la dicha mía...
no, ningún hombre podría
encontrar una mayor!
María. Lo conozco, hermano mío.
Pero su nombre no más
me has dicho...
Julián. Tú lo sabrás
todo.
María. Conocer ansío
cuál es su ilustre apellido,
su familia, su fortuna...
Julián. Nacida en humilde cuna
huérfana pobre ha vivido.
María. ¡Ah!
Julián Yo no busco, no quiero,
un nombre ilustre, ni el oro...
hay, hermana, otro tesoro
de más valor que prefiero.

¿Qué vale, qué importa un nombre


que al nacer se ha recibido ?
Ese á la suerte debido
como otro designa á un homhre
El oro!... yo lo desprecio;
ni buscando una mujer
iré como otro á poner
á mi corazón un precio.
Yo amo ese nombre de Rosa,
tan dulce como sencillo,
OBRAS DK NATANIEL AGLIRRE 121

y si carece de brillo
dice bien que ella es hermosa,
Yo amo también el tesoro
de su corazón amante,
que para darme es bastante
la felicidad que adoro.
Maiiía. ¿Pero si tu amor te ciega,

si esa mujer que amas tanto,

disipándose el encanto
indigna á mostrarse llega...
Julián. ¡ Oh! no! Al verla solamente
á tu presencia un momento,
dirás con remordimiento :

la juzgué ligeramente.
María. (Preocupada.) Al menos saber quisiera
la relación de su vida...
Julián. Toda ella me es conocida;
sí, tú la sabrás entera.
Dios mandó un ángel del cielo
deseando que en él se vea
lo que Dios quiere que sea
la mujer en nuestro suelo.
Ese ángel es ella... siento
no decirte por hoy más.
Todo, todo, lo sabrás....
María. ¿ Me dejas ?

Julián. Con sentimiento.


No sin pedir un favor :

una sonrisa. (Marta sonríe tristemente.)


No, no esa.
128 VISIONARIOS Y MARTIRES

Bien !así... Y ahora confiesa

que vano fué tu dolor....


María. Dios lo quiera... espero en Dios.
Julián. (Estrechándola una mano cariñosamente.)
Y él siempre un consuelo ofrece.
(Yéndose aparte.)
¡Dios mío! el ángel padece,
y el ángel acude á vos !
María. Él ama y él es dichoso.
Conserve Dios su ilusión.
¡ Ay ! su pobre corazón
acaricia un sueño hermoso.

(Mirando por donde él salió.)


Pero mi hijo... ¡pobre niño!
pueda al menos encontrar
mis besos al despertar. ¡

No le falte mi cariño.

(Váse y queda la escena desocupada por


un momento.)

ESCENA II
UBALDE, solo.

Ubalde. (Sale por la puerta lateral por cuya cerradura obser


vaba María y avanza lentamente.)
Es un sueño delirio de la mente...

¡
la horrible realidad no viera yo !

¡ Soñar la libertad y tristemente


decirse al despertar no es cierto, no!

(Mirando por la ventana.)


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 129

Y luego el sol brillando en aquel cielo


que no empaña una nube, contemplar,
alumbrando el oprobio y desconsuelo
del pueblo por quien Dios se oyó llamar !

de ese pueblo infeliz en que he nacido,


que he jurado salvar ó perecer...

¡
de rabia está mi corazón poseído ;

pero siento que nada puedo hacer!


¡ Oh ! si jamás ha de llegar el día
en que goce por fin de libertad,
es un martirio la existencia mía.,.

¡ quítamela, Dios mío, por piedad !

, (Momento de dolorosa postración. Prosigue


animándose por grados y después con entusiasmo.)
Hombre de poca fe ! dudo y provoco
la cólera de Dios que me eligió!...
¡Oh! ¡Perdona, Señor! estuve loco,
y un instante la fé me abandonó !

Yo espero el día en que ese sol alumbre

la gloria de mi pueblo al renacer,

y el brillo de esa gloria hasta la lumbre,


mire el mundo, del sol obscurecer !

El aplauso del mundo en ese día,


al saludar al pueblo sin señor,
ha de ser para el hombre que Dios guía...
¡y soy yo, que seré su salvador/
¡Ay! los que piensan que ese pueblo inerme
se acostumbra sus hierros á llevar!
asímismo la mar en calma duerme
para luego en borrasca despertar !

9
130 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

Héroes surgir verán los opresores


de esa que juzgan tan abyecta grey;
luego el pueblo señor, sin más señores,
dirá á los reyes : ¡ solo el pueblo es Rey !

(Quedándose abismado en sus pensamientos.)

ESCENA III
DICHO y MARÍA

María. (Por la misma puerta que en la escena primera.)


¡Siempre abrumada su frente
bajo irresistible peso!....
¡Ay! cómo cuando la beso
mi labio la siente arder !

¿Porqué me niega mi parte


en su dolor y quebranto?

¿ Porqué no viene su llanto


en mi regazo á verter ?

Nos lo prometimos juntos


cuando incompletas sentimos
nuestras almas y quisimos
completarlas ante Dios;
me lo ha jurado mil veces ;

pero me oculta su duelo...


no puedo darle un consuelo,
y padecemos los dos!...
No puedo más... me enloquece
este misterio horroroso !

¿Acaso no es él mi esposo?
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 131

¿porqué sufrir y callar?


(Avanza algunos pasos y se detiene vacilando.)
¡ Ah! no me atrevo! Me infunde

temor su pena y respeto...

(Haciendo un doloroso esfuerzo.)


Pero no ! si ese secreto
me mata ¡ oh Dios! de pesar 1

(Se llega á él y le llama con ternura.)


Ubalde....
Ubalde. ¡ Ah!... mi María...,
María. Sufres... ¿no es cierto? Lo veo
y de tu pena deseo
una parte recibir.
Ubalde No te comprendo....
María. Perdona ;

jamás mi labio dijera


cuanto sufro, si aun tuviera
fuerzas para resistir
Ubalde ¡ Tú padeces....
María. Olvidaste
que con el alma te adoro,
que cuando sufres, yo lloro; ,

que es el tuyo mi placer?

¿No sabes que las miradas


de los ojos de una amante,

de su amado en el semblante,

suelen los pesaresJeer ?

¿ Cómo sería dichosa


cuando tú eres desgraciado?...
Ubalde No, jamás... ser por tí amado,
132 VISIONARIOS Y MARTIRES

eso es la felicidad.
María. Yo sé que mi amor no basta
Ubalde. Es elde un ángel, María,
y á quién dichoso no haría....
María. Tú me ocultas la verdad.
Óyeme — Cuando felices
ante el altar nos unimos,
tener los dos prometimos
un placer ó una aflicción.
Si tú reías, reía;
si tú llorabas, lloraba ;

al parecer animaba
á los dos un corazón.
Y complacido mirando
tanto amor, Dios lo bendijo,
concediéndonos al hijo
que amábamos, á cual más.
Entonces, por un instante,
pensamos que en este suelo,
también existía un cielo....
pero ¡ ay ! la dicha es fugaz !

Ubalde. Y dudarías, tú, acaso.


del amor que te profeso?
María. Yo misma, no sé, confieso,
si debo dudar de tí.
Mas tu corazón unido
no está al mío íntimamente :

yo no sé ya lo que siente,
pues tu confianza perdí.
Esa mudanza que te hace
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 133

tus pesares ocultarme,


y de la dicha privarme
de poderte consolar,
es la causa, esposo mío,
de mi inquietud, pues prefiero
átodo... sí, ¡al mundo entero!
poder contigo llorar.
Te veo triste y padezco,
y mientras los dos penamos,
acariciar olvidamos
al hijo de nuestro amor.
Es preciso que ya acabe
este misterio horroroso....
Recuerda que eres mi esposo ;

dame parte en tu dolor !

(Ubalde quiere interrumpirla; pero ella


prosigue mirándole fijamente.)
Hay un hombre que es tu amigo,
que yo aborrecí al instante
en que miré su semblante;
es Aguilar !

Ubalde. ¡Aguilar!
María. Es que mi leal corazón
entonces me predecía,

que ese hombre fatal sería


nuestro genio de pesar. ,

¿Callas?...
Ubalde. Para esa sospecha
no encuentro, María, nada
que pueda
134 VISIONARIOS Y MARTIRES

María. No fuí engañada.


Todo lo voy á decir.
Ubalde. (Aparte.) Me hace temblar! (A ella.) No comprendo
cómo halló en tu pecho -abrigo
contra mi mejor amigo
María. Te lo voy a descubrir.
Con él largas y secretas
conversaciones tenías
en esos aciagos días

que estuvo en Lima.


Ubalde. Verdad.
Hablábamos de un litigio....
María. No, Ubalde, no puedo creerte.
Entonces comencé á verte
presa de triste ansiedad.
No digas : aprensión vana,
nacida de la ternura...
no! porque estoy bien segura
de que una aprensión no fué.
Pensando siempre te veía,
¡estabas tan preocupado...
¡ que me habías olvidado
con espanto recelé !

¡ Oh ! ni siquiera notaste
que yo estaba también triste,
é ignorante me creíste
de tu secreta aflicción.
Desde entonces nuestra vida
en el martirio ha pasado :

los dos hemos sepultado


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 133

la pena en el corazón.
Solo un instante engañada
que eso acabase pensé,
cuando de Lima se fué
yo no sé adónde Aguilar.
Tú ya- no pensabas tanto,
hasta alegre sonreías
y á mi lado parecías
volver tu- dicha á buscar :

y yo... yo que nunca tengo


más placer que el de mi esposo,
bendecía á Dios piadoso
el cambio feliz al ver.
Mas todo, todo acabó
cuando á Lima abandonamos
por el Cuzco... aquí encontramos
á ese fatídico ser!

Aguilar otra vez llega


á nuestra casa... me espanto
al verle... ya sé que el llanto
viene detrás de Aguilar.
Su larga barba... sus ojos
de mirada recelosa,
su voz hueca y cavernosa...

¡es el genio del pesar!


(Prosigue con precipitación.)
Te habló otra vez con misterio,
y aquella melancolía
que disipada creía,
otra vez te poseyó.
136 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

Entonces quise un consuelo


encontrar en el cariño
del hombre que desde niño
como á una hermana me amó.
Conté á Julián mis sospechas;
le revelé mis cuidados,
y mis ojos inundados
por el llanto le mostré.
El me escuchó silencioso,
juntando al mío su llanto,
y en él también con espanto
la misma inquietud noté.

Aguilar, ¡ siempre aquel hombre


que detesto ! le había hablado,
y su soplo envenenado
llegó hasta su corazón.
(Oculta el rostro entre las manos, como si llorase.)
Ubalde. (Aparte.) ¡Verla llorar! ¡ Oh, Dios mío !
mi valor no basta á tanto...

¡ Pero la Patria su llanto


vertiendo también está !

(A ella con ternura.)


María, el llanto reprime...
lloras y al verlo yo siento
un desgarrador tormento...

¡ Oh! mi bien, cálmate ya.


María. Perdóname, esposo amado;
porque yo bien conocía,
que tu pena agravaría
saber que la sorprendí.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 13:

Mas, resistir ya no puedo


á esa continua batalla
en que entre dudas nada halla

mi razón y huye de mí.


Habla, por Dios, por nuestro hijo,
por esos felices días,
que tú solo hacer podrías
que volviesen... ¡habla, pues !

¿ Querrás que desesperada,


esta mujer que te adora,
se quede llorando ahora
loca, ó sin vida á tus pies ?

(Hace ademán de arrodillarse.)


Uralde. (Levantándola.) ¡Oh! María, me desgarras
el corazón !

María. ¿No es el mío


presa de un dolor impío?,..
Ubalde. ¡ Oh! basta!... ¡no puedo más!

(La estrecha en sus brazos.)


María. Vuelvo á verter en tu seno
como otro tiempo mi llanto...

¡ Oh ! corre bálsamo santo :

mi dolor curando estás. (Persuasivamente.)

¿No ves tú? Cuando se llora


en el seno del que se ama,
con las lágrimas su llama

extingue pronto el dolor;


y si es él inextinguible,
dos almas enamoradas,
por el amor confortadas,
138 VISIONARIOS Y MARTIRES

lo sufren con más valor.


Ese llanto que reprimes
porque no caiga en mi seno,
tiene gotas de veneno.

Ubalde. (Aparte.) ¡Ah, sí! de veneno son!


María. Y cayendo silenciosas
en tu corazón llagado,
lo habrán sólo emponzoñado
sin darle consolación.
Ubalde. Ángel mío ¿quién pudiera
ser infeliz poseyendo
tu corazón ? quién sufriendo

te ocultara su pesar ?
Cálmate y el llanto enjuga...
en vano, mi bien, te afanas,
y por aprensiones vanas
te quieres atormentar.
Recobra, pues, mi María,
recobra tu dulce calma.
Yo te adoro con el alma ;

siempre mi gozo has de hacer.


Tú, mi esposa idolatrada,
no ignorarás ni un momento
mi más leve sentimiento...
¿ No eres mitad de mi ser ?

María. Habla pues... tan sólo díme :

yo padezco. Así podremos


llorar juntos, y hallaremos
algún consuelo.
Ubalde. Sí, sí...
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 139

yo te diré cuanto sufra,


yo te contaré mi duelo
¿no eres mi ángel de consuelo?
¿ dónde lo hallaré
sin tí?
María. Me haces feliz; mas me engañas
ocultando tu aflicción.
Dígalo tu corazón...
(Le pone la mano sobre el peclw. Aguilar aparece
en la puerta del foro.)

¡Cómo lo siento temblar!


Pero, responde, responde...
Ubalde. (Aparte.) Sufre corazón cobarde;
pero calla!
Aguilar. (Desde la puerta.) Dios os guarde.
María. ¡ Aguilar ! siempre Aguilar !

(Vase por la puerta lateral.)

ESCENA IV
UBALDE y AGUILAR

Aguilar. (Después de saludar con respeto á María, avanza


lentamente, y dice con voz solemne.)
Bajó los ojos el Señor piadoso
á este valle de lágrimas un día,
y un pueblo bajo el yugo ignominioso
vió triste que yacía !

Sálvese, dijo ; y la misión sagrada


de salvarlo nos tiene destinada.
Mas quiere ver si esa gloriosa suerte
140 VISIONARIOS Y MARTIRES

es digna de nosotros, y nos prueba :

¿No tienes fé? ¿tu corazón no es fuerte

cuando sus garras ceba


el infortunio en él ? Indigno fuiste
de la elección que á Dios le mereciste !

En tus brazos he visto desolada


á tu pobre mujer... ¡
tú K amas tanto !

¿ Olvidaste á la patria infortunada

que vierte amargo llanto,


cuando en tus brazos derramar miraste
el suyo á la mujer? ! dí : ¿ revelaste?...
Ubalde. ¡ Basta! Esperaba que de tí un consuelo
me viniese, Gabriel... reproche amargo
que insulta y dobla sin piedad mi duelo,
me diste sin embargo!
¡ Oh! sabe que un momento he vacilado...
un momento no más, y que he triunfado !

He visto... sí, yo he visto desolada,


y aun temí que á mis plantas se postrase,
la mujer que amaría más que nada
si mi patria no amase...

¡
Cuánto mi corazón ha padecido!
mas, yo lo destrocé : yo lo he vencido!
Aguilar. Perdona, amigo, la sospecha mía.
Confuso estoy... mas la apariencia. Escucha :

Hace ya tiempo que notar creía


que con zozobra mucha,
mirábame tu esposa, y yo pensaba

que ella nuestro secreto recelaba.


Es, que, yo sé, que á la mujer amante
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 141

no es fácil ocultar un pensamiento :

su mirada leyendo en el semblante


lo descubre al momento...
Ubalde. ¡ Basta, Gabriel!
Aguilar. Contra el mejor amigo
halló en mi pecho una sospecha abrigo...
Ubalde. Ya lo dijiste, la apariencia abone...
(.Se interrumpe como vencido por su dolor.)
Yo padezco, Gabriel. Padezco mucho...
si me falta el valor, Dios me perdone,

que el dolor con que lucho


cruel despedaza el corazón que adora
á la santa mujer que por mí llora.
Aguii.ar. Ella, tal vez, una plegaria al cielo
dirige en este instante...; ella es tan pura!
oyéndola el Señor dará un consuelo
que calme su amargura.

¡ Feliz el hombre que á su lado mira


un ángel que por él ruega y suspira!
Mas, piensa que el dolor es del presente;
del porvenir, la gloria merecida.
Besando los laureles de tu frente
de noble orgullo henchida,
ella misma verá que ese momento
vale un siglo pasado en el tormento.
Y al verte por un pueblo bendecido,
llamarte al pueblo salvador oyendo,
los dos felices como nadie ha sido...

¡ oh! veréis sonriendo


el tiempo de las pruebas ya pasado
142 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

y os amaréis exentos de cuidado.


Ubalde. Es verdad, es verdad... Tu acento cura
mi pobre corazón ¡ Oh pensamientos!
dejadme pensamientos de amargura!
que todos mis momentos
debidos son á la sublime idea
que me inspira el Señor... ¡la única sea!
Un pueblo redimir ¡ qué grande es la obra!
pero en cambio también la gloria es mucha,
y siento ya que el corazón me sobra.
¡ Comience, pues, la lucha...
ya que la idea en nuestras mentes arde,
inerme el brazo no se esté cobarde !

Mas, tú que mi alma del letargo triste


en que un dolor intenso la sumiera,
con sólo una palabra sacudiste,
la gloria que me espera,

¿ porqué á mi voz indiferente callas


y, también, tú con el dolor batallas ?

¿ Acaso para tí la gloria misma,


la inmensa dicha el porvenir no ofrece?

¿ Qué idea dolorosa tu alma abisma,


si mi entusiasmo crece...
Aguilar. Gloria, felicidad... yo nolas quiero;
sólo cumplir con mi deber espero.
Manuel, tú sabes que mecer mi cuna
cariñosa una madre no he mirado;
que desde entonces mi fatal fortuna
mi vida ha condenado
al desengaño y al dolor impío,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 143

llenando, al fin, mi corazón de hastío.


Joven, más bien adolescente, el mundo
ya nada me ofrecía que pudiese
dar un consuelo á mi dolor profundo...
la misma muerte hubiese
mirado yo llegar como á una amiga,
como un sueño anhelado en mi fatiga!
Oh! yo insensato la llamaba un día...
pero vi de mi patria el triste llanto;
la afrenta comprendí que padecía ;

y abriendo á su amor santo


mi corazón, por darle independencia,
miré otra vez hermosa la existencia!
Hoy cumplo esa misión tan solamente
por comprender su santidad sublime;
no espero que la sed de gloria ardiente
mi corazón anime :

esa sed que en Julián y en ti despierta


una esperanza para mí ya muerta.
Sólo mirar esa misión cumplida
para dormirme en el sepulcro anhelo ;

que Dios entonces de una triste vida,


ya inútil en el suelo,
me llame así, para ofrecer á mi alma
el eterno reposo y dulce calma.
Para vosotros guardará la suerte
con el triunfo, la dicha, los honores;
para mí, Dios, una tranquila muerte...
Ubalde. Hay glorias superiores
á la gloria por premio ambicionada :
144 VISIONARIOS Y MARTIRES

las de los santos que no esperan nada!


Aguilar. Pero Dios qjuiere ver si merecemos
la suerte que gloriosa nos destina :

con fé y valor sólo en cumplir pensemos


su voluntad divina.

¿ Qué importa de dos hombres la amargura,


si hay que labrar de un pueblo la ventura?
Ubalde. Escucha : anoche — yo no sé, en mi duelo
cómo pude olvidar — anoche, acaso
en el sueño me habló la voz del cielo...
Aguilar. Ella ha guiado mi paso :

Dios por agentes elegirnos quiso,


¡ y dudas !

Ubalde. ¡No!
Aguilar. ¿ Desecharás su aviso ?

Lo que es una aprensión para los otros


sueño vano, delirio de la mente,
¿ no ha sido inspiración para nosotros
de un Dios omnipotente ?

Yo, también, esa voz la he escuchado,

esa voz santa que mi paso ha guiado.


Recuerda, pues ; atormentado un día

por las memorias del dolor pasado,


buscar consuelo en la oración quería,
y me postré humillado
de un templo á orar bajo la nave oscura,
ante el que todos los dolores cura.
Oraba yo con fé, y en un instante
los ojos de la imagen se animaron...
de temor y ansiedad ví palpitante
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 145

que tiernos me miraron,


y, cual rayo del sol, esa mirada
mi vista con su luz dejó ofuscada.
Entonces una voz incomparable,
la voz del cielo, murmuró á mí oído :

« Ví de un pueblo la suerte miserable ;

« la ví compadecido :

« lo salvaré, donde á tu paso un día


« la copia encuentres de esa imagen mía »

Lleno de fé y abandonando luego


la hermosa Lima me entregué al destino :

y recorro el Perú. Llanto de fuego


doquiera en mi camino,
de horror, de indignación vierten mis ojos.
y asoman á mi sien vivos sonrojos.
Es que miraba de mi pueblo esclavo
la humillación, la servidumbre, el duelo...
vacilaba mi fé ; mas pronto al cabo
en aquel mismo suelo

que de mil héroes el martirio viera,


la imagen ví y, oigo la voz « espera ».

(Conduciéndole á la veptana.)

¿ Ves? Allí mismo, en el fatal tormento


Tupac-Amaru y su familia heroica
han exhalado su postrer aliento,

y su sonrisa estoica
al tirano feroz privó del gozo
de escuchar de sus labios un sollozo.
Allí, donde sañudo en las entrañas
de mil héroes, sus garras ha cebado ;

10
146 VISIONARIOS Y MARTIRES

allí mismo el león de las Españas


vencido, desangrado,
vendrá en el polvo á sepultar su frente !

¡Y dudas!
Ubalde. ¡No!
Aguilar. -
¡ Bendice á Dios, creyente'!

ESCENA V
DICHOS y JULIÁN

Ubalde. (Yendo á su encuentro.)


Hermano ven : yo te esperaba ansioso...
Ven con nosotros al Señor bendice.
El magno día va á lucir glorioso;
la voz del cielo, la de Dios nos dice !

Julián. Me mata la inacción... ¿Para qué hermano


tus labios revelaron á mi mente,
esto que es hoy un pensamiento vano,

que yo para cumplir soy impotente ?

Aguilar. Joven, no dudes : « con la fé se alcanza


remover ltis montanas de su asiento. »

Pronto verás cumplida la esperanza


que halaga sin cesar tu pensamiento.
Ubalde. ¿
Y dudarás, acaso, hermano mío,
de ese Dios que nos hizo sus agentes,
para salvar del cautiverio impío

1. Es históricaen todas sus partes esta relación de Aguilar; asi


como lo es en parte el sueño de Ubalde, que él refiere en la escena
siguiente.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 147

al pueblo que le alzó quejas dolientes ?

del Dios que siempre que flaquear nos mira


acude bondadoso á nuestra ayuda,
y á nuestros pechos más valor inspira?
Julián. ¡ Oh ! no, jamás me poseyó la duda !

Es la impaciencia una ansiedad horrible


que desespera sin descanso mi alma.
La santa libertad me es concebible...
¿ podré esperarla esclavo triste en calma?
Ubalde. Pues, bien! Dios quiere que por fin acabe
esa ansiedad que comprender no es dado
tan solo al hombre envilecido. Sabe :

la voz del cielo, la de Dios me ha hablado.


Julián. ¡
Revelación !

Aguilar. Revelación divina,


la que mi paso dirigió á este suelo :

¡
Ah! se subleva la razón mezquina...

¡
el gusano del polvo juzga al cielo !

Julián. los dos con ansia.)


(^4

Hablad!
Ubalde. Anoche cuando
el

dulce sueño
un momento de paz mi alma daba,
á

un ángel ví que con amor, risueño,


lado mío parecer velaba.
al
al

Extendidas sus alas, mi frente


á

formaban un dosel, su mano diestra

agitaba una antorcha dulcemente


y

mira, me dijo, lo que Dios te muestra


«

luz aun más viva que del sol la lumbre


la antorcha despidió cuando hubo hablado
148 VISIONARIOS Y MARTIRES

y me vi entonces sobre la alta cumbre


del gigante Sorata reclinado.
A esa gran luz, una mirada mía
abarcaba á mis pies á todo un mundo ;

á esa luz milagrosa yo veía


como el presente, al porvenir profundo.
Pero mi patria estaba allí... ¿qué cosa
mirara yo más que la tierra amada?
Clavando en ella la mirada ansiosa
ya ver no quise lejos de ella nada,
Allí una cruz inmensa se suspende
hasta perderse en el azul del cielo,
y sus dos brazos al espacio tiende
cuál si ofreciera proteger su suelo.
Símbolo santo del amor sublime
que al mismo Dios hasta el martirio lleva,
que al mundo todo con su ley redime,
se alza esa cruz sobre una raza nueva.
Es una raza en la que ser pudiera
cada hombre un héroe, si trocar su suerte
de esclava en reina sin señor quisiera...
¡mas sufre y llora y su baldón no advierte!
Y sus amos opresa, envilecida
la miran inclinarse á su presencia;
en la ignorancia su razón sumida
ni puede concebir la independencia.
No sabe que es el cóndor poderoso
por un niño en la red aprisionado;
y detiene su vuelo majestuoso
el hilo frágil en su mano atado.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 149

¿Quién la muestra su suerte y la redime?..


Julián. ¡ Nosotros
!

Aguilar. Sí! porque el Señor lo ordena!


Ubalde. ¡Es nuestra, es nuestra esa idea sublime
de mostrar. rota su servil cadena!
Julián y Aguilab. Habla!
Ubalde. Sentí mi corazón poseido
de justa indignación al ver el llanto
que encadenado, opreso, había vertido
un pueblo joven que es capaz de tanto.
Hirvió mi sangre... me sentí impotente
para dar á mi patria independencia :

y de rabia lloré... ! quizá demente


un instante negué la providencia !

Pero el ángel me dijo con dulzura :

« nunca dudes de Dios : ten esperanza;


y extendiendo su mano hacia la altura :

« mira, dijo, con fé, todo se alcanza ».


Y ví avanzarse un águila altanera,
del lado de la mar con raudo vuelo,
al encuentro de un cóndor que la espera
cerniéndose sobre el andino suelo :

El águila cercana un solo instante


pareció vacilar amedrentada
viendo al cóndor tranquilo y arrogante
despreciar su furor con la mirada.
Entonces ví sobre la sien luciendo
del águila imperial una diadema;
en sus garras un cetro sosteniendo,
la cabeza de un león muestra de emblema.
ISO VISIONARIOS Y MÁRTIRES

El cóndor en sus alas majestuosas,

y su ancho pecho tres espadas muestra,


y en sus hojas, en letras luminosas,
una cifra... escuchad; la cifra nuestra!
Julián y Aguilar. ¡Ah!
Ubalde. Sí; mis ojos al través de un llanto
del placer más intenso la leyeron;
y ví después con ansiedad y espanto
que los dos combatientes se embistieron.
El choque de sus cuerpos fué violento...
vacilando los dos se separaron ;
y volviendo después por un momento
con nueva fuerza y más valor lucharon.
Yo los ví por los aires confundidos
bajar hasta la tierra; al cielo alzarse;
y con sus garras fuertemente asidos
herirse con furor y desangrarse.
Yo ví bajar brillando cual meteoro
que rueda en el espacio en noche obscura,
el cetro unido á la coroná de oro,
al vacilar el águila insegura;

y yo la ví después bajar vencida;


sus alas rotas arrastró en el suelo,

y en el instante de exhalar la vida


sus tristes ojos. levantó hacia el cielo.
Allí tranquilo el vencedor cernía
su vuelo majestuoso, y su mirada,
no á la vencida, moribunda veía...
miraba con placer su tierra amada
Libre ese pueblo, sin mirar señores,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 151

solo ante Dios doblaba la rodilla;


y llamando á unos hombres salvadores,
les muestra gratitud mas no se humilla.
La cruz allí, la amada cruz se ostenta

bañada en rayos de la luz más pura,


y al pueblo redimido se presenta
como el astro de un día de ventura.
Y esos que el pueblo salvadores llama

deponiendo las armas de la guerra,


sin más premio que el brillo de su fama,
no quieren tronos para sí en su tierra.
Les bastan sus coronas más gloriosas
de sencillo laurel para sus frentes,

que se elevan también más orgullosas


que aquellas de los reyes más potentes.
Yo admiré con envidia aquellos hombres
por un pueblo tan grande bendecidos;
mas de pronto en su aplauso nuestros nombres.

¡los nuestros resonaron en sus oídos!


Entonces me postré cual si de hinojos
alguna fuerza extraña me pusiera,
y derramando lágrimas mis ojos,
ví el ángel que al subir, me dijo : « espera ».
Aguilar. Espera! sí!
Ubalde. Solo un instante pudo
mi corazón sentirla desconfianza...
me avergüenzo de mí Gabriel, no dudo!
Aguilar. Nunca deja á los fuertes la esperanza,
ni en el dolor su corazón vacila :

y Dios busca esos hombres... los creyentes


152 VISIONARIOS Y MARTIRES

son los héroes también.


Ubaloe. Mi alma tranquila
descansa en el Señor.
Aguilar. (A Julián.) ¿ Y tú no sientes
la misma fé; de ese entusiasmo lleno
tu joven corazón no se conmueve?
Julián. Yo creo, sí; porque eso es grande y bueno,
como Dios mismo que inspirarlo debe.
Si yo os contemplo; si os admiro y callo,
no es porque dudo, ni en mi fé vacilo...
Aguilar. ¡Dios mío! al fin, esos dos hombres hallo,
y puedo ver el porvenir tranquilo !

¡ Se salvará el Perú !
Ubalde. , Lo salvaremos!
La voluntad de Dios es esa os digo...
Aguilar. ¡A la obra, pues! Con fé y valor luchemos.
Julián. Y yo, también, con fé y valor os sigo.
Luchar para ser libres ! una suerte
más bella, más gloriosa no imagino ;

aunque buscando la victoria, muerte


supiésemos hallar.
Aguilar. Ese destino
no será el nuestro; en el Señor confía.
Julián. Pero aunque fuese así : la gloria inmensa
de morir por la patria bastaría...
Ubalde. Dios promete más bella recompensa.
AguIlar. Conoces tú su voluntad divina;
no desmaye tu fé ni un solo instante.
Si el martirio glorioso nos destina,
valor, también nos ha de dar bastante.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 153

Julián. Lleno de gozo regaré mi suelo,


con esta sangre, generosa, ardiente,
que bendecida por el justo cielo,
por cada gota nacerá un valiente.
Morirá un hombre y dejará marcado
con su sangre vertida ese camino,
por el que un pueblo de opresión cansado
irá con gloria á otro mejor destino.
Y su nombre será grito de guerra
que enardezca á ese pueblo en la batalla ;

y hasta el sepulcro que le dé su tierra


será un altar donde un gran genio se halla!
Ese genio grandioso, el patriotismo,
que de los héroes en las tumbas mora,
busca una acaso en este suelo mismo..:

¡ el pueblo sin su altar aun no le adora !

Aguilar. ¡Joven, así! Coto tus palabras llenas


del placer más intenso el alma, mía;
y la sangre también hierve en mis venas,
cuando ya helada en la vejez la creía!
Ubalde. Y yo no sé, cuando te escucho, hermano,
si el triunfo ó el martirio anhela mi alma;
es bello ese laurel que busco ufano,
y ufano busco esa preciosa palma.
¿ Para qué vacilar, si Dios lo quiere,
si su mano señala mi camino?
Es la idea inmortal; si el hombre muere,
la idea sobrevive á ese destino.
Y si el Dios mártir, si ese Dios desea
también un mártir que su ejemplo siga,
154 VISIONARIOS Y MARTIKKS

para que triunfe una sublime idea :

busquemos el martirio, y nos bendiga!


Julián. ¡A la obra, pues!
Aguilar. Y levantad las frentes
con noble orgullo ; porque Dios nos mira,
y está contento ya de sus agentes ;

la gloria es de ese Dios que nos inspira.


Bendigamos á Dios grande y sublime,
más que al formar los mundos con su acento,
cuando en el hombre ese destello imprime

que su grandeza muestra un pensamiento.


Ubalde. ¡La libertad! Guando yo siento que arde
esa idea en mi sien, me desespera...
¡Venid! el brazo no se esté cobarde,
' inerme en la inacción... ¡ lidiar quisiera!
Pero no hay medios.
Julián. El valor nos sobra.
Aguilar. La fé también.
Ubalde. ¡Oh! ¡sí! los hallaremos !

Aguilar. Los dará Dios, para ayudar á su obra!


Ubalde. ¡
Se salvará el Perú !
Todos. ¡ Lo salvaremos !

Cae el telón.

Fin del acto primero.


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ACTO SEGUNDO
conspirador.)
y

(Amante

Una habitación pobremente amueblada. Puerta al fondo, otra


un costado un balcón al opuesto. Es de noche, alumbra
d

y
y

la escena una vela de sebo, colocada sobre ana mesa,


á

cuyo lado habrá un bastidor varias obras de costura.


y

ESCENA PRIMERA
TEODORO t ROSA

Teodoro. (De pie mirando fijamente Rosa que trabaja


á
y

junto la mesa.)
á

¿Y bien, Rosa, no lo harás?


tú, que siempre me ha dicho
la
¿

que por mi menor capricho


156 VISIONARIOS Y. MARTIRES

era de todo capaz ?

¿tú, la que ayer me juraba,


que nunca, nunca, tendría
más voluntad que la mía,
como una sumisa esclava?
Y lo que exijo de tí
no es siquiera un sacrificio...
pero en cambio ese servicio
vale tanto para mí !

Puedes hacerme, querida,


si dominas tu flaqueza,
dueño de grande riqueza

y asegurarme la vida.

¿O querrás aun que vivamos


de la limosna, ó el crimen...
Rosa. La limosna, sí... me oprimen
los remordimientos.
Teodoro. ¡ Vamos !

deliras como una loca.


¿ Puedo no ser criminal
si la miseria un puñal
en la mano me coloca ?

¿
si mi suerte está suspensa
de una sentencia de muerte...
Rosa. ¡Basta! Voy á obedecerte; (Levantándose)
mas quiero una recompensa.
Teodoro. ¿Lo harás?
Rosa. Sí, para salvarte
no puede arredrarme nada.

¡ Ojalá te fuese amada


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 157

como yo he sabido amarte !

Teodoro. ¿ Pero sabrás obligarle


á revelar su secreto?...
Rosa. Sí, Teodoro, lo prometo.
Sabré llorar y halagarle...

¡y el pobre joven me adora!


Teodoro. ¡Oh! cuánto te amo!

Rosa. Un momento :

de tí exijo un juramento,
y vas á hacérmelo ahora.
Teodoro. Habla.
Rosa. Una duda que impía
siento de tu amor...
Teodoro. ¡Locura!
Rosa. Pues, bien; me juras
que tú no amas á Lucía?
Teodoro. ¡Ah!
Rosa. Te demudas...
Teodoro. No, no...
Rosa. ¡Júralo!
Teodoro. Por Dios.
Rosa. (Sacando del seno un pomo y presentándoselo.)
Por este.
Teodoro. Es un veneno...
Rosa. Dispuesto
para tí lo llevo yo.
Porque antes de que otra amante
ver, tu cadáver prefiero...
y si de dolor me muero,
seré vengada...; es bastante!
158 VISIONARIOS Y MARTIRES

¿Vacilas?
Teodoro. No. Te lo juro;
y si me ves que traidor
falto á la fé de tu amor,
dale á mi labio perjuro.
Mas te declaro en verdad
que me afano y no concibo
de tus celos el motivo.
Ella es tu amiga...
Rosa. Amistad
que hartas lágrimas me cuesta.
Tú no puedes comprender
con qué fuerza á esa mujer
mi corazón la detesta.
Cuando te ve, sus mejillas
coloran vivos sonrojos;
tiembla si encuentra tus ojos,
y aun cayera de rodillas.
Al oír tu voz se estremece;

en la zozobra se agita,
y su corazón palpita;
y escapársele parece.
Yo noto su turbación,
y mi rabiosa mirada,
como la hoja de una espada,

quiere herir su corazón.


Teodoro. Desgraciada... yo lo siento
por ella, también por tí,
Pero ten confianza en mí,
confía en mi juramento.
OBRAS DE NATANIEL AGUinUE 159

Rosa. ¡Oh! gracias, gracias, Teodoro.


Teodoro. Deja ese inútil cuidado...
Rosa. Sí, sí, tú me lo has jurado...
quiero creerte, pues te adoro.
No puede ser de otro modo ;

porque yo, ¡ pobre mujer !

supe por tu amor perder


todo lo que tuve, todo.

¿Recuerdas? Yo era dichosa


con una madre querida,

que dedicaba su vida


á complacerá su Rosa.
Cuando en mis ojos se veía
á cada momento ufana,

su sangre la pobre anciana


como un tiempo arder sentía,

y si mi labio tocaba
con tierno beso su frente,
sus arrugas velozmente
un santo gozo borraba.

¡ Ay ! yo llena de candor
gozaba de su ternura,
sin comprender mi alma pura
la existencia de otro amor!
Mas tú viniste á turbar
tanta dicha y dulce calma.
Te vi... subyugada mi alma
ya solo te pudo amar.
Solo á ti en el mundo veía,
y tu imagen ni un momento
160 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

dejaba mi pensamiento
que en ella se complacía.
Y cuando un día miré
llena de sangre tu mano...
Teodoro. ¡Calla! ¡aquel no era ente humano,
fué un avaro el que maté ! *

Ese que hubiera formado


una montaña de su oro,
sordo á mis quejas y lloro,
me negó solo un puñado.

« Amo, le dije, ¿queréis


« hacerme honrado y dichoso?
« Prestad lo que desdeñoso
« hasta arrojarlo podéis. »

El no me oyó... y en mi pecho
todo el infierno mugió...
La misma noche quedó
asesinado en su lecho!
Y mis manos empapadas
en su sangre pronto
hallaron2
lo que las suyas negaron
por mis lágrimas regadas!
Rosa. Cuando el estigma miré
del ase'sino en tu frente,

quise odiarte... ¡ inútilmente!


era tu esclava y te amé.

Quisiste huír : te seguí;


porque todo le concedo
al que solo adorar puedo...

¡ dejé á mi madre por ti !


OBRAS- DE NATANIEL AGUIRRE {$\

¡ Pobre madre ! No lo ignoras :

ella murió de aflicción.


Mi conciencia al corazón
se lo dice á todas horas:
1 Ay ! cuánto debió sufrir,
al llamar en su agonía
á la hija por quien moría,

que bien pudo maldecir!


Pero no, no la maldijo,
y en el instante postrero :

« te ruego, Dios, justiciero, ■

que no la castigues », dijo.


Y yo en tanto... yo entregada
toda entera á mis amores,
dormía en lecho de flores...
¡ y la tenía olvidada !

Teodoro. Basta, Rosa. Yo no ignoro


lo que he debido á tu fé,
y sé que nunca podré
pagártelo.
Rosa. . Sí, Teodoro,
amándome siempre.
Teodoro. ¿Y yo
dejar de amarte podría ?

Rosa. Mas, bella y joven Lucía...


Teodoro. ¡ Otra vez !

Rosa. Perdón... ya no.


Teodoro. Bella y amante ninguna
como tú pudiera haber.
Tú eres la sola mujer
11
162 VISIONARIOS Y MARTIRES

que puedo amar por fortuna.


No te atormentes; mi Rosa
siempre adorada será...
Pero piensa en que él vendrá.
Rosa. Aun necesito otra cosa.
Prométeme que su vida
no está en peligro.
Teodoro. Lo juro.
Rosa. Puedes descansar seguro :

todo lo sabrás.
Teodoro. Querida,
tú me haces feliz !

Rosa. Y sabe

que me cuesta demasiado...

¡
me ama tanto el desgraciado !

Teodoro. Pero es forzoso que acabe


para él tan grata ilusión :

ya ese hombre me es enojoso.


Rosa. Es joven... ¡es tan hermoso!
Tiene un noble corazón.
Mira. No siendo tu esclava
ser suya hubiese querido.
Teodoro. ¡ Rosa !

Rosa. Mas le he conocido


mucho después que te amaba.
Pobre joven 1

Teodoro. Basta...
Rosa. ¡ Oh. sí !

perdona...
Teodoro. Bien ; yo confío
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 163

en tu promesa, amor mío.


Rosa. Y yo... yo descanso en ti.
Teodoro. Ve, pues, tú misma. Es preciso
no confiar de nadie.
Rosa. (Envolviéndose en un mantón y preparándose á salir.)
Voy.
Teodoro. (Tomándola una mano y besándosela.)
¡ Oh, mi amor !

Rosa. (Aparte.) Temblando estoy.


Teodoro. (Acompañándola á la puerta.)
No olvides de dar aviso
de tu vuelta. . .
¿ la señal. . .

Rosa. La sé.

Teodoro. Bien (Con cariñosa sonrisa).


Adiós...
Rosa. (Del mismo modo.) Adiós.
(Yéndose. Aparte). ¡ Dios mío ! no, no es á vos...
¡ Guíame genio del mal !

Teodoro. (Mirando hacia la puerta del foro por donde


acaba de salir
Rosa.)
Ya esta Rosa no es aquella
que en su primera mañana,
se mostraba tan galana,
de las flores la más bella.

Con el velo la miré


de la ilusión en los ojos,
y hoy siento al ver sus abrojos
que demasiado la amé.
Celosa!... tiene razón.
Si á mis planes no sirviera,
164 VISIONARIOS Y MARTIRES

al instante conociera

que es de otra mi corazón.


Guarde la ilusión que halaga;
goce de ella...

(Llaman á la puerta de una manera que parece convenida.)


Es la señal.
¡ Oh ! su Excelencia es puntual !

¿ Si lo será cuando paga ?

[Toma la vela de sobre la mesa, y desaparece por un

momento por la puerta del foro.)

ESCENA II
TEODORO, RUIZ DE CASTILLA y BERRIOZABAL

Teodoro. ( Vuelve por la misma puerta conduciendo á Ruiz de


Castilla y Berriozabal, con muestras exageradas
de respeto. Estos le siguen embozados en largas
capas.)
Por aquí.
(Coloca la vela sobre la mesa y les presenta asientos.)
Tomad asientos.
Ruiz. (Sentándose á
Berriozabal.)
Ese otro tomad, Oidor.
Berriozabal. Excelencia, ese favor...

(Inclinándose profundamente .)
Ruiz. Excusad los cumplimientos.

(A Teodoro que permanece de pie y con el som


brero en la mano.)

¿ Y tú estás pronto ?
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 165

Teodoro. Excelencia,
tendréis la prueba al intante.
Ruiz. Pero antes de ir adelante.
Piensa que es de tu existencia
que á decidir vas tú mismo.
Teodoro. Y también de mi fortuna ;

pero nada me importuna


lo juro por mi bautismo.
Seguro estoy de la empresa
y vos tendréis el secreto...
Ruiz. Y yo siempre que prometo
sé cumplir con mi promesa.
Tendrás la paga pedida
y el indulto.
Teodoro. ¡
Oh !
(Con placer.)
Ruiz. ¿ Te acomoda ?

Teodoro. Es esa mi ambición toda,


y me la mostráis cumplida,
Soy franco : no os diré yo
que obro en servicio de España...
Ruiz. Tu confesión no me extraña :

te comprendo, y se acabó.
Mas, entretanto que espero
vuelve á contarme esa historia.
Vos, Oidor, en la memoria
retenedla por entero.
Berriozabal. ¡
Oh! Excelencia, descuidad,
que yo os lo juro por Dios,
me interesa más que á vos...
Ruiz. Sí : tenéis necesidad
VISIONARIOS Y MÁRTIRES

de hacer al Rey.
Berriozaiíal (Quitándose el sombrero; Ruiz y Teodoro
se inclinan profundamente.)
Que Dios guarde.
Ruiz. Comprender que es muy sencillo
que haga un fuerte tabardillo
un Oidor grato.
Berriozabal. Hago alarde
de ese nombre que...
Ruiz. No intento
de ningún modo enrostraros...
sólo quiero recordaros
por si olvidasteis el cuento.
El Rey
Berriozabal. (Lo mismo Dios guarde.
_
que antes.) Que
Ruiz. un día
se halló en la calle en momentos
que los santos sacramentos
un buen cura conducía;
y al impulso obedeciendo
de un piadoso corazón,
quiso honrar la procesión,
y la fué detrás siguiendo.
Mas, no contento por esa
muestra de ser buen cristiano,
quiso también ser humano,
é hizo luego una promesa :

« Haré, se dijo, al intento,


« la gracia que me pidiere
« al enfermo, si no muere
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 167

« y le salva el sacramento. »

El enfermo pidió hacerlo


de esta Audiencia Real, Oidor...
sanó, y ese gran favor...
Berriozabal. Sabrá siempre agradecerlo. (Otra inclinación.)
Ruiz. Vais á probarlo. Escuchad.
Habla tú.
Teodoro. Voy. Excelencia,
á cansar vuestra paciencia
repitiendo...
Ruiz. No es verdad;
pero habla.
Teodoro. Os dije el motivo
porqué de mi patria huí,
y también os descubrí
ese misterio en que vivo.
Así de mi historia omito,
si permitirlo queréis,
la parte que ya sabéis
me es personal...
Ruiz. Lo permito.
Teodoro. Hace tres meses... sí, tres,
llegué siguiendo la huella...
perdonadme, de una bella
al templo de Santa Inés,
y mientras ella rezaba,
yo que no fuí por rezar,
recostado en un pilar
al soslayo la miraba.
Mas, de pronto mi atención
168 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

unos dos hombres llamaron,


que cerca de mí pasaron
en baja conversación ;

yo vi que se detuvieron
junto á una imagen de Cristo,
y allí, sin haberme visto,
su conversación siguieron.
Gomo hablaban con calor,
de curiosidad movido,
por el pilar protegido. —
Rwz. Prestad atención, Oidor.
Teodoro. — Me acerqué yo suavemente,
y deteniendo mi aliento,
inmóvil, el oído atento,
pude escuchar lo siguiente :

« Mira », dijo, el uno de ellos ;

hombre de edad ya madura,


de venerable figura,
grises la barba y cabellos.
« Mira... es la misma, el retrato
« de la que en Lima ví yo. »

Y la imagen señaló,
callando los dos un rato.
Luego el otro, que en edad
era menor que el primero,
con un suspiro ligero,
« es verdad, dijo, es verdad ».
Y á un tiempo los dos cayeron
ante la imagen de hinojos,
y en ella fijos los ojos
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 169

en oración se pusieron.
No fué larga suoración ;

pero yo noté entretanto


que era sincera, en su llanto ;

y redoblé mi atención.
Los dos se alzaron después,
y oí al viejo murmurar :

« ya hemos hallado el lugar;


- « es el Cuzco, tú le ves ».
Y el otro con voz ahogada
estaba muy conmovido —
« Dios, dijo, te ha conducido;
« mi fé no contrasta nada :

« Aquí, replicó el anciano,


« al pueblo salvará Dios-»,
y se estrecharon los dos
por un instante la mano.
Luego en tranquilo ademán
alejarse á los dos ví,
y yo... su paso seguí;
me había trazado mi plan.
Siempre espiando aquellos hombres
que mi atención absorbían,
supe, al fin, donde vivían,
lo que eran ellos, sus nombres :

son Ubalde y Aguilar;


aquél un pobre abogado ;

y éste, minero arruinado,


ente raro, singular.
Ruiz. ¿ Les conoces ?
170 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

Berriozadal. Sí, Excelencia.


Ruiz. Bien. Prosigue.
Teodoro. Eso fué todo
lo que supe, y no hallé modo
de dar calma á mi impaciencia.
Yo cifraba, y no sin causa,
mi fortuna y porvenir,
su secreto en descubrir,
y me afanaba sin pausa.
Buscaba un medio y no había...
temí perder la cabeza,

y maldije mi torpeza;
muy torpe entonces me creía.
Pero al cabo, la fortuna,
que por mil veces hallé
negra y adversa, me fué

propicia al menos poruna.


Y esa vez, la caprichosa,
se valió de mi querida...
Ella ya os es conocida :

sabéis la historia de Rosa.


Por ella supe yo ufano
que un noble joven la amaba,
y entusiasta la juraba
darla de esposa la mano.
Ya os dije como me obliga
mi propia seguridad
á rodear de oscuridad
aquel amor que nos liga.
Así ven todos en ella
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 171

de virtudes un modelo :

la llaman ángel del cielo,

y la admiran por muy bella.


No es por esto de extrañar
aquel amor, puro, ardiente,
que por ella el joven siente,
hasta su rango olvidar.
Julián Ugarte se llama,

y es el primo de la esposa
de Ubalde... Por mi orden, Rosa,
le hace comprender que le ama.
Y yo espero de este modo
descubrir aquel secreto ..
esta noche, os lo prometo,
podremos saberlo todo.
Ruiz. ¿ Y estás seguro ?

Teodobo. Excelencia,
por lo que ya he sorprendido
'
me encontraba convencido
cuando os ví...
Ruiz. Bien.
TEODORO. Mi existencia
á no tener mis razones,
de ese modo no expusiera...
Ruiz. (Levantándose. Berriozabal le imita.
Ni yo tampoco viniera
sin tomar mis precauciones.
Esperando una señal
hay cerca de aquí emboscados...
decid, Oidor.
172 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

Berriozabal. Diez soldados


al mando de un oficial.
Vuestras órdenes siguiendo
les puse allí...
[Llamando á la puerta del mismo modo que antes.)
Teodoro. ¡ Oh Excelencia,

entrad... (Señalando la puerta lateral.)


Ruiz. ¿Ya es hora?
Teodoro. Prudencia.
[Después de mirar por el balcón con presteza.)
Ya vuelvo. .
Ruiz. Bien : lo comprendo.
(Teodoro sale por el foro.)
Y bien, Oidor, qué os parece
de esa historia ?

Berriozabal. Una locura.


Ruiz. ¡ Qué decís !

Berriozabal. Mi desventura
una ocasión no me ofrece...
Ruiz. Os engañáis, la ocasión
os dará el medio sencillo,
de mostrar que un tabardillo
os hizo Oidor con razón.
[Entran por la puerta lateral.)

ESCENA III
TEODORO y ROSA

Rosa. (Al entrar.) El viene.


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 173

Tjsodoro. No olvides nada.


(Entregándola una carta.)
Toma la carta. Cuidado.
Rosa. Tranquilízate.
Teodoro. He temblado...
pero la suerte está echada.
Sálvame!
Rosa. Yo no vacilo.
Me amas y capaz me siento
de todo.
Teodoro. En mi juramento
confía.
Rosa. Espera tranquilo.

ESCENA IV
ROSA, sola.

Rosa. (Viendo á Teodoro, que desaparece por la puerta


lateral.)
¡ Oh ! le amo tanto que por él mi vida
la diera con placer, y subyugada
por este amor, nada me arredra, nada,
si he de verme feliz correspondida.
Ni ante el crimen he sido detenida,
para seguirle, porque le era amada...

¡
su mano en sangre contempló bañada ;

pero yo la besé de amor perdida!


Un secreto me pide solamente,
y yo infeliz que todo le concedo,
174 VISIONARIOS Y MARTIRES

¿ porqué robarlo no podré vilmente ?

Correspondida de él, todo lo puedo...


mas si me engaña... Lejos de mi mente...
¡ esa idea espantosa me da miedo !

(Llaman á la puerta y ella se dirige al balcón; mas


de pronto, después de haber arrojado una mi

rada hacia afuera, corre á la puerta del foro,


por donde vuelve, con Julián.)

ESCENA V

ROSA y JULIÁN

Julián. ¡ Rosa, mi amor !

(Besando con ternura una de sus manos.)


Rosa. ¡
Ah ! Julián;
yo te esperaba.
Julián ¿ Me dejas...
¿ es cierto ? porqué te alejas ?

Rosa. ¡ Oh ! sí ! Llamándome están


de un moribundo las quejas.
A cumplir con mi deber
déjame, Julián, que parta
Julián. ¡ Deber que de mí te aparta!
Rosa. Que es forzoso obedecer.
(Presentándole la carta que le dio Teodoro.)
Mira esta funesta carta.
(Julián la toma y la lee con ansiedad.)
(Aparte.) ¡ Ay ! es un crimen horrendo
engañarle así ¡ Dios mío !
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 175

y yo le estoy cometiendo,
ciegamente obedeciendo
á un amor fatal, impío.
Julián. (Devolviéndole la carta.)
Sí, parte.
Rosa. Ese pobre anciano
que soló cuenta conmigo,
en su lecho de mendigo
se halla á la muerte cercano.
Julián. Bien, Rosa, yo iré contigo.
Así el infeliz que hoy día
se halla solo, abandonado,
tendrá volando á su lado
á dos hijos.
Rosa. No... yo habría
de un loco amor abusado.

Déjame, Julián, y olvida


nuestro amor cual sueño hermoso
Tú no puedes ser mi esposo...
te amaré toda mi vida...
tu serás de otra y dichoso!

¡ Ay ! la pobre costurera
nada puede darte, nada,
más que una alma enamorada
que está á tu amor toda entera

para siempre consagrada!


Tu esposa... no puede ser.
De aquellas que la fortuna
vieron sonreir en su cuna,
puedes la tuya escoger.
176 VISIONARIOS Y MARTIRES

Julián. Tu lo serás, ó ninguna,


No prosigas, sólo sé,
y me basta saber, Rosa,
que te ví pura y hermosa;
que hermosa y pura te amé,
y que quiero seas mi esposa.
<t Qué vale, qué importa el nombre
más noble y esclarecido
que al nacer se ha recibido?
Como otro designa un nombre,
como otro es sólo un sonido.

¿ Qué me importa un monte de oro,


si con él no he de comprar
la felicidad; tesoro,

que sólo la que yo adoro,


tú sola me puedes dar?
Yo á esas mujeres dijera
al mostrarles á mi esposa,
alta la frente orgullosa :

« vale más mi costurera,


« es más pura, es más hermosa.
« Ella debiera ceñir
« una corona en su frente ;

« mas sus dones distribuir


« quiso la tierra al regir
« la fortuna ciegamente.
« Pero Dios puso una aureola
« en su frente que descuella

« sobre las vuestras, y es ella


« la virtud que por sí sola,
OBRAS DE NATAN1EL AGUIRRE 177

« es la corona más bella. »

¡
Oh ! Rosa ! habrá que baste
á estinguir el que inspiraste,
amor, inmenso, profundo;
y tú ser mía juraste.
Sí, lo serás... Partiremos
al socorro del anciano ;

llamarle « padre » podremos


y en su agonía tendremos
la bendición de su mano.
Rosa. (Volviéndose para ocultar su turbación.)
(Aparte.) Su amor raya en locura...
¡ si supiera el desgraciado 1

Julián. Pero, habla! Me lo has jurado :

no renuncio á mi ventura.
Rosa. (Aparte.) ¡Oh! valor! Es demasiado!...

(A él mirándole fijamente.)
Yo te amo... escucha, ¡yo te amo!

con todo mi corazón !

pero en mi alma otra pasión,


ciega y entusiasta inflamo,
y el hombre de mi elección...
Julián. Habla!
Rosa. Ese hombre debe ser,
como lo soñé, entusiasta,
un héroe, sí!... Me ha de hacer

lo que me negó al nacer


la fortuna...
Julián. ¡Oh! ¡basta, basta!
Rosa. (Poniéndole la mano sobre el corazón.)
12
178 VISIONARIOS Y MARTIRES

¿Ese corazón que siento


presuroso palpitar
bajo mi mano, abrigar
no podrá otro sentimiento,

y sólo á tu Rosa amar?


Julián. ¿Y qué cosa en él cabria,
si tu amor todo lo llena,
si sólo siente la pena
á que el no llamarte mía
ante el altar lo condena?
Rosa. Dime ¿acaso no has sentido
cuando comprender pudiste

que el suelo donde naciste,


esclavo un pueblo oprimido
regaba con llanto triste —
Julián. ¡
Calla !

Rosa. — Un amor más ardiente

que el que inspira una mujer;


y no quisiste romper
la cadena que vilmente
mira en su cuello pender?
Julián. ¡Calla!
Rosa. Tú no eres el hombre
que pensaba haber hallado.
Julián. ¡ Rosa, Rosa!
Rosa. ¡ Y yo te he dado
mi corazón !

Julián. En el nombre
de Dios...
Rosa. Olvida el pasado
OBRAS DE NATAMEL AGU1RRE 179

¡ Vete !

Julián. No, tú no me humillas...


Escucha : ese hombre soy yo!
Rosa. ¡ Ah ! mi dicha se colmó !

Julián. Y te adoro de rodillas...


no basta amarte, ya no!

Quizá un momento he podido


dudar de ti... mas perdona;
si una traición he temido,
vuelvo á ver mi ángel querido
que mi ventura corona.
Rosa. ¡ Ah! Julián! ¿no ves el lloro
que derramo al escucharte ?

Orgullosa estoy de amarte...


siento, más bien, que te adoro !

(Tomándola una mano y estrechándola


contra su corazón.)
Todo quiero revelarte.
Hay secreta una ambición
que sin descanso alimento
en este tu corazón...
sí, tuyo, porque lo son
mi alma, mi vital aliento.
Nacida en humilde cuna
huérfana yo desvalida,
siempre me vi perseguida
por una adversa fortuna;
pero jamás abatida !

Tan sólo ese pobre anciano


que está cercano á la muerte,
180 VISIONARIOS Y MARTIRES

de mi propia madre hermano,


con su benéfica mano
amparó mi triste suerte,
Yo he visto que prodigaba
la fortuna sus favores,
riquezas, rango y honores,
á muy pocos, y guardaba
para muchos sus rigores;
yo he visto á aquellos gozar
desde lejos, y he sentido
á éstos de cerca llorar,
y entonces comencé á amar
ese pueblo en que he nacido;
entonces vi que existía
un pueblo que opreso llora,

y siente la tiranía
de una clase extraña, impía,
de su país dominadora;
entonces un sentimiento
se despertó nuevo en mí...
Joven, hermosa me vi
y halagó mi pensamiento
la idea que concebí.
Me dije yo : « la mujer
es soberana del mundo
por el amor su poder,
y yo bien puedo encender
un amor el más profundo.

¿
No habrá un hombre que comprenda
lo que una mujer sintió?
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 181

Necesito un héroe yo,


que en su corazón encienda
el fuego que me abrasó. »

Yo le buscaba, y te amé

ciegamente obedeciendo
á mi corazón creyendo

que mi héroe buscado hallé...


y tuya soy.
Julián. Te comprendo.
¡ Oh ! Rosa ! Dios me ha acercado
hacia ti; porque Dios mira
en nuestras almas y ha hallado
que á los dos también inspira
un sentimiento sagrado.

Oye : hace tiempo que inflama


mi entusiasta corazón
la misma sagrada llama...

¿Cómo no sentirla si ama


á la patria con pasión ?

Rosa. ¿Y tú que arder en tu pecho


sientes la llama sagrada,
por esa tu patria amada
qué has hecho, Julián, qué has hecho?
Julián. Oh! nada, por mi mal, nada!
Esta inacción desespera.
sin descanso el alma mía.,
pero ya se acerca el día
de obrar...
Rosa. Habla!
Julián. Sí, le espera
182 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

su fin á la tiranía.
Hay tres hombres que conciben
la idea de libertad,
que sólo por ella viven,
y piensan que la reciben
del mismo Dios de bondad;
de ese Dios que vé con ira
un pueblo esclavo y desea
que libre y feliz se vea,
cuando á sus almas inspira
aquella sublime idea.
No es delirio de la mente
ese pensamiento... ¡ah! no;
porque Dios solo es la fuente
de cuanto bueno se siente,

cuanto grande se adoró.


Rosa. ¿Yesos hombres...
Julián. Tú me has oído
siempre de mi hermano hablar,
de Ubalde ; el otro, Aguilar,
quizá no te es conocido
yyo!
Rosa. ¿Qué han hecho?
Julián. Pensar.
Rosa. ¡Pensar!... Es nada...
Julián. Es el fuego.,
es una chispa inflamada
por un soplo alimentada;
será inmensa hoguera luego

por los vientos propagada.


OBRAS BE NATANIEL AGUIRRE 183

Rosa. ¿Y esa chispa oculta que arde


en vuestra mente, qué hará
si siempre decís : « más tarde »,

y vuestro brazo cobarde


no empuña las armas ya?
Julián. ¡Oh! Calla!... Nuestra impaciencia
es horrible... mas ¿qué hacer?

Sufrir aún y conocer


con dolor nuestra impotencia,

y esperar en Dios y creer.


Rosa, confía... Dios sabe
á los pueblos conducir...
¡será nuestro el porvenir!
Rosa. ¿Y esperas que Dios acabe
la obra por sí?
Julián. No.
Rosa. Surgir
podrá el pueblo si no escucha
una voz que le despierte,
si ni aun comprende su suerte...
Juliái Le guiaremos á la lucha,
al triunfo; mas no á la muerte.

¿Para qué lanzarlo ahora


á estrellar inútilmente

contra una roca su frente?


Aun no ha marcado la hora
la mano de Dios potente.
Rosa. ¿Y esa fé en Dios, en su ayuda,
no es una vana ilusión

que halaga tu corazón.. ?


184 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

Julián. También esa misma duda


me poseyó la razón.
Mas... oye : si Dios es bueno,

¿ porqué en la tierra ha de ver


á todo lo humano ajeno,
el mal impugne vencer?

¿ Porqué su diestra que rige


con un signo el Universo,
no hará sin mayor esfuerzo
libre la nación que aflige
el destino más adverso?
Dios que manda al sol que brilla
por el espacio vacío,
dió su rumbo á la cestilla
en que Moisés á la orilla
salió de un inmenso rio,
y Dios hizo de ese infante,
en frágil junco salvado,
el libertador amado
que llevó á un pueblo triunfante
á otro suelo afortunado.
Para obrar omnipotente
un gran prodigio que asombre,
le basta buscar un hombre
inspirado de fé ardiente,
y hace un héroe de renombre,
Él lo ha dicho : « basta creer
« para hacer con un acento,
« dejar á un monte su asiento,
« y el espacio recorrer,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 185

« como hoja que lleva el viento. »

¡Dudar! ¡ah! no I Ni infecunda


ha sido jamás la fé...

Rosa, confía,...- yo sé
que esta convicción profunda
no es sueño que acaricié.
(Aproximándose á ella y con acento solemne.)
¿No sabes? Cuando flaquea
nuestro corazón y duda,
Dios acude á nuestra ayuda,
y su voz que mundos crea,
de todo temor lo escuda.
La oyó Aguilar, y su planta
ella dirigió á este suelo ;

le mostró •su misión santa,


y el premio de nuestro anhelo.
Dudar... no; la duda impía,
blasfemia del pensamiento,
todo generoso aliento
en nuestro pecho ahogaría.
Rosa. (Aparte.) ¡ Horrible remordimiento !

Tan noble, tan generoso,


y yo le engaño !

Julián. ¡Ah! ¿podrás


dudar aún ?

Rosa. (Aparte.) No puedo más...

(A él haciendo un esfuerzo.)
Basta, Julián, sé mi esposo...
mirando á tu esclava estás !

(Le tiende una mano que él cubre de besos.)


186 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

Yo creo, sí,... mas partamos


al lado del moribundo.
Mientras los dos nos amamos,
mientras felices gozamos,
él muere solo en el mundo !

Julián. Ordena, pues.


Rosa. Que la aurora
nos halle lejos de aquí...
perdóname que ¡ ay de mí !

no puedo pensar ahora


en mi propia dicha.
Julián. I Oh, sí!
yo te comprendo.
Rosa. Padezco
y redoblan mi pesar
los instantes que pasar
lejos de él siento....
Julián. Obedezco;
nos debemos separar.
Rosa. Sí, separar un momento,
para reunirnos después
eternamente,...
Julián. ¡Oh! ¿noves?
Rosa, al pensarlo me siento
caer de hinojos á tus pies.
Rosa. Al rayar la nueva aurora

partiremos juntos.
Julián. ¡Sí!
(Dirigiéndose á la puerta del foro acom
pañado de Rosa.)
OBRAS »E NATANIEL AGUfRRE Í87

Esa aurora para mí


será la luz precursora
de un cielo que ya entreví.

(Desaparecen por la puerta volviendo Rosa después.)

ESCENA VI
ROSA, RUIZ DE CASTILLA, BERRIOZABAL y TEODORO

Ruiz. (Saliendo por ¡a puerta lateral, y como siguiendo una


conversación comenzada. A Berriozabal que le

sigue con Teodoro.)


Hacedlo, Oidor.
Berriozabal. Es preciso.
(Se dirige al balcón y hace una señal con
un silbato : luego mirando por la calle.)
Llegad... á ese hombre prended.

(Buido de pasos y de armas en la calle.


Rosa aparece en este momento en la escena.)
Una voz dentro. ¡Ah!
Rosa. (Haciendo ademán de correr hacia la puerta del foro
sintiéndose detenida por Teodoro.)
Teodoro... lo juraste...
sálvale !

Teodoro. (Apartándola con dureza.)


Aparta, mujer!
Rosa. ¡Le matarán! ¡Oh! malvado!
(Cae anonadada en una silla junto á la mesa.)
Berriozabal. Ya está hecho, Excelencia.
Ruiz. Bien.
188 VISIONARIOS Y MARTIRES

¿
Y repetís que del éxito
estáis seguro?
Berriozabal. Sí, á fé.
Ruiz. ¿Pondréis la prueba en mi mano?.

Berriozaral. Tan plena que ningún Juez


dejará de condenarlos,
obedeciendo á la ley.
Ruiz. Pero esos hombres no han hecho
más que pensar, y...
Berriozabal. Después
darán la prueba ellos mismos
de que conspiraron.
Ruiz. Bien;
os dejo obrar.
Berriozabal Y dejadme
á ese hombre y á esa mujer,
que bastan para mi intento.
Ruiz. De ellos, Oidor, disponed.
Berriozabal. Yo os juro que daré pronto
pruebas á España y al Rey
(Lo mismo que en la escena II.)
— que Dios conserve y proteja —
de que supe merecer

el alto puesto que ocupo,


por una regia merced,
y que el mismo tabardillo
de la Providencia fué;
pues se perdía la América
sin el tabardillo aquel.
Ruiz. (Aparte.) Es un tesoro sin precio,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 189

para el hombre en el poder,


un ser así que posea
los instintos del lebrel.

Cae el telón.

Fin del acto segundo.


ACTO TERCERO
(La justicia española y la justicia de Dios.)

(La misma decoración : en el fondo cerca de la puerta lateral


un lecho con las cortinas corridas, y al frente, sobre la mesa,
un crucifijo entre dos cirios y varios vasos y frascos de bebi
das destinadas á un enfermo).

ESCENA I

ROSA, TEODORO, UBALDE y AGUILAR

Rosa. (Introduciendo á los dos últimos.)


Él espera. Un instante
no deja de preguntar
si ya llegasteis vosotros,

y en su mortal ansiedad
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 191

se queja de la tardanza,

recordando con afán


todo el tiempo que ha pasado
desde que os hizo llamar
con ese buen sacerdote
que sus auxilios le da.
Teodoro. ¿Son ellos? (Desde el lecho.)
Rosa. Sí. Ya lo veis.
Llegad, señores; llegad.
(Descorriendo las cortinas del lecho.)
Teodoro. Dios les bendiga! Acercaos;
vosotros me traéis la paz
de que mi alma necesita
,' en este instante fatal.
Ubalde. Hablad, buen hombre. No hay nada
que os pudiéramos negar.
Cuanto hacer pueden los hombres
lo haremos por vos... hablad.
Teodoro. Déjanos solos.
Rosa. Si siente
una tos seca, — es su mal, —
dadle á beber os lo ruego,
de esa poción. (Señalando uno de los vasos.)
Aguilar. Bien está,
perded cuidado : su suerte
me inspira grande piedad.
Rosa ¡ Desgraciados ! Les pudiera
una palabra salvar.
(Dirigiéndose á la puerta lateral y después
vacilando.)
d92 VISIONARIOS Y MARTIRES

No! ¿Qué iba á hacer... perdería


la última ocasión fugaz.

ESCENA II
TEODORO, UBALDE y AGUILAR

Teodoro. (Después que los dos últimos se han sentado á la


cabecera de su lecho.)

¡Oh! sí! que el cielo la piedad bendiga


con que al lado venís de un moribundo,
y haced que mi alma á recobrar consiga
la paz que busca cuando deja el mundo.
Un peso horrible mi conciencia abruma :

es un secreto por mi mal robado...


os pertenece... mi ansiedad es suma,
y os le devuelvo con lealtad guardado.
Ubalde. Hablad!
Teodoro. Un día en Santa Inés creyendo
que solo Dios vuestras palabras oía,
me revelasteis el secreto horrendo...
yo os acechaba como infame espía!
Ubalde. ¡Ah!
Aguilar. ¡Desgraciado!...
Teodoro. Mas pensad que muero;
dadme el perdón, para encontrar la calma.
Aguilar. Nuestro perdón ya lo tenéis sincero,
como el deseo de salvar vuestra alma.
Udalde. Seguid.
Teodoro. ¿A qué ni recordar lo mismo
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 193

que conocéis, que sorprendí vilmente,


como un ladrón, y al sepulcral abismo
con mi cadáver bajará al presente ?

No, cuando ansioso en mi postrer momento


imploré por piedad vuestra presencia,
fuí cediendo á un tenaz remordimiento

que oprime sin descanso mi conciencia.


Horror y espanto me causó la muerte :

quise salvar con mis fervientes ruegos


dos hombres, dignos de más bella suerte,
del hondo abismo á que se lanzan ciegos.

¡Oh! si es sagrada en el solemne instante


en que le veis abandonar la vida,

la voz del afligido agonizante,


escuchadla... mas ¡ay!...
(Se interrumpe con una tos seca pasando
por sus labios un pañuelo que se tifie de sangre.)
Aguilar. (Presentándole el vaso) Vuestra bebida.
Teodoro. ¡Oh! gracias. (Bebe.)
Ubalde. ¡
Infeliz !

Teodoro. Su mano helada t

tender la muerte sobre mí la veo...


un instante ¡Dios mío! y consumada
la obra contemple que acabar deseo!

¡Oh! no perdamos un instante breve...


ved mi dolor... abandonad la senda
que conduciros hasta el crimen debe...
luego al cadalso...! hasta una muerte horrenda!
Y eso no es todo : hay el baldón que llena
de oprobio al hijo, á la afligida esposa....
13
194 VISIONARIOS Y MARTIRES

Udalde. ¡Callad! (Con espanto.)


Aguí lar. ¡Manuel! (En tono de reprensión.)
Teodoro. A mi clamor resuena
en su pecho una fibra dolorosa.
Dejadle, por piedad, la prueba sea
de que mi acento no infecundo expira
Ubalde. ¡No! si se rompe el corazón, la idea
se alza triunfante y más aliento inspira !

Aguilar. ¡Bien! tus palabras el Señor escucha


Vuelve sus ojos hacia tí sonriendo !

Teodoro. ¡Callad! por Dios! Vuestra ilusión es mucha,


un crimen vais á cometer horrendo!
A vuestro Rey. á vuestra madre España,
queréis hacer una traición infame....
¡ traidores !. . .
¡
ah ! vuestra razón se -engaña :

¿no manda Dios se les venere y ame?


Esa corona que en las sienes brilla
de un hombre superior, mirad que ufano
medio mundo contempla y se arrodilla;
pues Dios la puso por su propia mano.
¿Vosotros solos con desdén culpable
y con disgusto volveréis los ojos,
cuando volverlos sin morir no es dable,
sin dejar á sus pies vuestros despojos ?

Aguilar. Basta, infeliz! si consolaros puede


el goce puro de que el bien quisisteis,
ese consuelo con la paz os quede;
pero es inútil cuanto hacer pudisteis.
Nada obscurece en este mundo, nada,
la luz que nuestras almas ilumina;
OBRAS DE NATAMEL AGUIRRE 195

nunca vacila muestra fé inspirada,


no una vez sola por la voz divina.
Jamás el miedo se abrigó un instante
en nuestras almas, de una adversa suerte,
y en el martirio nuestra voz triunfante
proclamará la idea hasta la muerte.
Teodoro. ¡Ohl por piedad!... la obstinación es loca!

Ubalde. Inútil es el ruego, los lamentos,


inútiles también ; como en la roca
resuenan los sollozos de los vientos.
Puede tranquila dirigir su vuelo
á los pies del criador el alma vuestra...
quizá mañana desde el alto cielo
contemplará con gozo la obra nuestra ;

porque alh', libre del impuro cieno


y las miserias de la vida humana,
comprenderá todo lo grande y bueno
ante ese Dios de donde todo emana.
Cuando en lugar de abyecta grey que humilla,
bajo las plantas de un señor su frente,
mire un pueblo que dobla su rodilla
solo ante Dios, cuya grandeza siente;
cuando en lugar de ese millón de esclavos
incapaces de obrar grandes acciones,
contemple un pueblo de guerreros bravos
demandando un lugar á las naciones ;

entonces... ¡ah! se llenará vuestra alma


del gozo que los ángeles comprenden,
y envidiaréis esa preciosa palma
que nuestros brazos conquistar pretenden.
196 VISIONARIOS Y MARTIRES

Y mientras llega el suspirado día,


vuestra alma pura, que á los cielos vuela,
anuncie á Dios, para que allí sonría,
cumplimos la misión que nos revela.
Teodoro. (Viendo que hacen ademán de retirarse.)
¡Ah, no, esperad! que satisfecha no hallo
con lo que os dijo mi conciencia, y crece
cada vez la ansiedad con que batallo...
me ahogo ¡ ah !...
(Se interrumpe como antes.)
Aguilaii. (Presentándole la bebida.)
Bebed.
Teodoro. Mi corazón fallece...
acaso es este su postrer latido ;

pero la muerte esperaré sin pena


cuando contemple mi deber cumplido...
Aguilar. Dios premiará vuestra intención que es buena.
Teodoro El con su gracia, vuestros ojos abra

y ver podáis el horroroso abismo.


Si el medio que ha elegido es mi palabra,
¡ oh ! muy feliz me llamaré yo mismo !

¿ Qué pruebas halla la razón mezquina,


que como humano está al error sujeta,
para llamar revelación divina
los sueños locos de la mente inquieta ?

¿ Qué medios hay que en vuestras manos puso,


ya que Dios quiere esa misión cumpláis ?

¿ No os muestra ya vuestro entusiasmo iluso


que los dos solos contra un mundo vais ?

Un mundo, sí, que comprender no puede


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 197

de sedición el espantoso grito,


sin que ese labio que lo eleva quede
por cien mil ecos á la vez maldito.
Un mundo, sí, que mirará con ira
dos hombres solos desafiar sus leyes,
si compasión su vanidad no inspira
de aplastar solos á los mismos reyes.
Porque vosotros con el brazo inerme,
desnudo el pecho, provocante el labio,
vais al encuentro del león que duerme,

que va á surgir para vengar su agravio.


Marchando ciegos á una muerte cierta

que os llene de baldón en el suplicio,


¿qué premio así vuestra ambición despierta?
¿No es inútil y horrendo el sacrificio?
¡
Ah! yo comprendo que la muerte es bella,
que se la busque con placer comprendo,
cuando es el medio de alcanzar con ella
un noble fin... ¡eso es morir venciendo!
Ubalde. Es buena, es santa la intención que os guía;
pero es fuerza dejar toda esperanza...
el pensamiento que culpáis hoy día
ni á comprenderlo vuestra mente alcanza.
El se formó como la luz del mundo
á una palabra que el Creador dijera;
como la luz alumbrará fecundo,
y dará vida á la nación entera.
El como el rayo que del sol naciente
corre al espacio entre la obscura niebla,
de las sienes bajó del Omnisciente
198 VISIONARIOS Y MARTIRES

y ya lucha rasgando la tiniebla.


En nuestras almas se abrigó un instante.
en ellas derramó sus resplandores,
para lanzarse desde allí triunfante
alumbrando á los siervos y señores.
Brillará siempre aunque en la negra tumba
nos precipite el opresor ibero,
como el sol brilla, aunque después sucumba
el alta torre que alumbró primero.
Y si marchamos al fatal suplicio
obedeciendo al entusiasmo ardiente,
el ejemplo nos dió del sacrificio
ese Dios mártir de la cruz pendiente.
Entre el escarnio de la necia plebe,
que mañana un altar del instrumento
del cruel suplicio levantarle debe,
el mártir muere vencedor contento.

¡ Oh ! no ¡ jamás vacilará cobarde


el alma nuestra ante esa suerte hermosa!
si ella se acerca, será siempre tarde :

porque la espera cada instante ansiosa.


Aguilar. Lo oísteis ya : todo es inútil, todo.
Cerrad los ojos á la luz tranquila.
Teodoro. No puedo más, ni de alcanzar hay modo
el anhelado bien... ya no vacilo.
Les dos, al menos, me volvéis la calma
que en la agonía me ofreció un consuelo.
Aguilar. Nuestras plegarias seguirán vuestra alma
cuando dirija ante el Señor su vuelo.
'
Teodoro. El las escuche ; y os proteja.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 199

Aguilar. (Después de hacer un movimiento para retirarse.)


Acaso
tenéis necesidad de la asistencia
de esa buena mujer, que nuestro paso
dirijera al llegar.
Teodoro. ¡Oh! su presencia
me será un bien inestimable ahora!

Si vos queréis que en el instante acuda


á esa puerta llamad. (Señalando la del costado.)
Aguilar. (Aproximándose á la puerta, llama.)
Venid, señora,
el infeliz reclama vuestra ayuda.

ESCENA III
LOS MISMOS t ROSA

Rosa. (Saliendo con precipitación.)


¡
Ah ! señor ¿ qué hay ? ¿ qué sucede ?

Decidme :
¿se siente malo?
La verdad no me ocultéis :

Tengo valor.
Aguilar. Ha llamado :

porque de vos necesita;


pero no debe alarmaros.
Rosa. (Corriendo á ver el vaso de la bebida que ofreció
Aguillar al enfermo.)
Pero no ha bebido todo :

mirad, aun queda en el vaso...

(A Teodoro presentándoselo.)
200 VISIONARIOS Y MARTIRES

Toma, esto es bueno, es la vida...


Quien sabe mañana sano
dejarás el triste lecho,
y dichoso, sin cuidado,
un porvenir venturoso
mirarás ante tus pasos.
Teodoro. Me estremece tu sonrisa...
Rosa, tu mano ha temblado.
Rosa. ¡Rebe! ¿porqué te acobarda?
¿Abrigas temor acaso?...
¡ Ah! no, tú sabes, Teodoro

que jamás motivo has dado


para dejar de adorarte...
Teodoro. Sí, sí, trae, Rosa, ese vaso.
Ubalde. (Aguilar, mientras Teodoro apura la bebida.)
Mira, Gabriel, me conmueve
solo ese sencillo cuadro
de un triste lecho de muerte,
en que encuentra un desgraciado
el más sublime consuelo

y un placer inmenso, acaso,


cuando al mirar la sonrisa
de la mujer que le ha amado,
no ve siquiera la muerte

que tiende sobre él su mano.


Aguilar. Siempre ocupada tu mente
por esos tristes presagios
Ubalde. Perdona, Gabriel, si sufro...
Dios un corazón me ha dado,
ni puedo para servirle
OBIUS DE NATANIEL AGUIRRE 201

de entre mi pecho arrancarlo.


Aguilar. No las fuerzas te abandonen;
Manuel, ya es tiempo, partamos.
[Dirigiéndose á Teodoro.)
No olvidéis que en el instante
en que vais á separaros,
buscando a Dios, de este mundo.
que tenéis dos hombres gratos
que ruegan por vos.
Teodobq. ¡ Oh ! gracias !

Rosa. (A los- dos conduciéndoles hacia la puerta.)


Le encuentro más animado :

ya no hay en él esa angustia,


esa ansiedad...
Ubalde. En los brazos
dejará de Dios su espíritu,
y sus últimos instantes,
vos, habréis dulcificado.
Rosa. (Aparte.) Son buenos y generosos...
¡Oh! si pudiera salvarlos!
¡ No ! perezca el mundo entero :

pero yo me habré vengado !

ESCENA IV
TEODORO, ROSA, RUIZ DE CASTILLA, BERRIOZABAL,
un escribano y cuatro hombres del pueblo.

Berriozabal. (Saliendo por la puerta lateral seguido de


los otros, y dirigiéndose al balcón.)
Todo lo tengo previsto :
202 VISIONARIOS Y MARTIRES

desde aquí voy á observarlos.


Ruiz. Contento estoy de vosotros ;

veré un medio de premiaros,


No olvidéis una palabra
de cuanto habéis observado...
no; para obrar con acierto.
volved á leer, escribano.
Escribano. Yo os aseguro, Excelencia,
y vos lo tenéis notado,
que es legal el testimonio,
y en fé de ello...
(Preparándose á leer en unos papeles que tiene
bajo el brazo.)
Berriozabal. (Volviéndose con prontitud. Se oye ruido en
la calle.)
¡Ah! no : ocultaos...
nos sorprenderán...
Voz (dentro). ¡Prendedles!
María (dentro). Por aquí... venid... huyamos!
¡ Oh ! Manuel, esos infames
te arrancarán de mis brazos !

Voz (dentro). ¡Seguidles!


Berhiozabal. Pronto, Excelencia...
RuiZ. (A los otros que tratan de huir por la puerta lateral.)
No, ya no es tiempo, quedaos.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 203

ESCENA V

LOS MISMOS, MARÍA, UBALDE, AGUILAR,


UN OFICIAL Y ALGUNOS SOLDADOS.

María. (Al precipitarse en la escena, conduciendo á Ubalde


de la mano y seguida de Aguilar.)
¡Ah!
Ubalde. ¡Lo comprendo!
Ruiz. (Al oficial y los soldados que entran en su persecución.)

Esperad aún.
(Se detienen á la puerta alineándose ordenadamente.)
Ubalde. ¿Es esa,
Ruiz de Castilla, la nobleza hispana?
Es el león que acomete al que su presa

de entre sus garras por salvar se afana.


Aguilar. O alevosa pantera

que en las tinieblas emboscada espera?


Berriozabal. ¡Vuestro labio enfrenad!
Ruiz. Oidor, dejadles.
Berriozabal. Mi celo...
Ruiz. Basta.
Ubalde. Oidor del tabardillo.
¡ con cuanta propiedad, y con qué brillo
vuestro cargo ejercéis !

María. (Precipitándose á los pies de Ruiz de Castilla.)


¡
Oh ! perdonadles !

Berriozabal. ¡Y aun insultáis la autoridad !...


Ruiz. Ya os dije
que los dejaseis, Berriozabal.
204 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

Berriozabal. Sea.

(Zjre este momento la colocación de los personajes


es como sigue : en el centro Ruiz con María á
sus pies, y Berriozabal, el escribano y los cuatro
hombres á sus espaldas; á un lado Ubalde y
Aguilar ; en el fondo Teodoro, que desde la
escena anterior ha dejado el lecho, se mantiene
de pie y medio oculto por el cortinaje, junto á
la puerta del foro los soldados y el oficial ; y
arrimada á la del costado, Rosa, que lo observa
todo, pálida y descompuesta.)
María. ¡Piedad, señor!
Ruiz. Lo que el deber exige
mi corazón desea,
sordo á la voz de la piedad ahora.
Todo es inútil; levantaos, señora.
María. ¡
Oh ! no ! dejadme á vuestros pies de hinojos :

estrecharlos podré contra mi pecho,


inundarlos con llanto de mis ojos...
y tendréis compasión. Mas ¡ ay ! ¿ qué han hecho ?

Yo no lo sé... mi esposo es inocente;


si alguno le acusó cobardemente
el traidor ha mentido !

Todos le aprecian; porque es justo y bueno :

jamás ha concebido,
ni la idea, señor, del mal ajeno.
Escuchadme ; os diré cuanto he sabido :

un sacerdote venerable hoy día


en secreto le habló. Me dijo luego,
escuchando mí ruego,
OBRAS DE NATANIEL AGU1RRE 205

que un hombre desgraciado, en su agonía,


imploraba con ansia su presencia,
necesaria á la paz de su conciencia ;

y dejándome inquieta, recelosa,


de nuestra casa se alejó al instante...
Mas, siempre leal mi corazón amante,
una desgracia me predijo. Ansiosa,
venciendo ya mi timidez, su paso
al momento seguí... ¡no me engañaba!
Pero, él, señor, le daba
la paz eterna á un moribundo acaso...

¿ hay en eso algún mal? ¿porqué os enoja ?

¿Es un crimen ser bueno y compasivo?


Ninguno otro concibo
pudiera cometer...
Ruiz. Vuestra congoja
me conmueve, señora
María. ¡ Ah ! se despierta
un sentimiento humano
en vuestro pecho... ¡Mi victoria es cierta!
¿Les perdonáis, señor?
Ruiz. El ruego es vano ;

delinquieron los dos como traidores


y la ley los reclama.
María. ¡ Nunca se engaña el corazón cuando ama...
al fin se confirmaron mis temores !

¡Esa es tu obra, Aguilar!


Ubalde. ¡Por Dios, María.
Aguilar. Si una lágrima sola de ese llanto
pudiera ya enjugar, con alegría,
206 VISIONARIOS Y MARTIRES

arrostrara la muerte .

María. (A Ruiz.) ¿ En mi quebranto


ni esperanza tendré ? ¿ De entre mis brazos
le arrancaréis como rabiosa fiera?

¡ antes mi corazón hecho pedazos


para saciar vuestro furor os diera !

Dejadle á una infeliz su esposo que ama,


y un padre al niño que en su cuna duerme...
¡ quizá en el sueño le sonríe y llama !

Ruiz. Lográis enternecerme...


Vuestra plegaria al corazón me llega ;

pero ¡
ah ! más alto á su deber escucha !

María. Vencerá la piedad en esa lucha...


Ruiz. ¡ No! la justicia!
María. Si en el llanto anega
á un niño, á una mujer abandonada,
esajusticia nunca á Dios agrada!
Ruiz. Basta, señora, ya : todo es en vano.
María. No hay piedad en los hombres ¡ Oh! Dios mío!

(Levantándose airada como si la asaltase


repentinamente una idea.)

¡Ah! ! sí! tú solo, tú el tirano impío,


me has robado también mi pobre hermano !

¿Qué has hecho de él, de mi Julián? En vano


hace tres días que le busco y lloro.
Ya compasión no imploro :

el desengaño es lo que busco y pido,


¡ Responde al fin !

Bekriozabal. (Con brutal sonrisa.) Ya solo Dios lo sabe.


María. -
Ah! no es posible... mi ansiedad acabe;
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 207

hablad, por Dios !


¿ Le lloraré perdido ?

Le han muerto ¡ oh cielos !

Berriozabal. No roguéis tampoco ;

murió suicida en su prisión y loco !

María. ¡ Ah !

Ubalde. (Recibiéndola desmayada en sus brazos.)

¡ Miserables !

Rosa. (Aparte.) ¡Le vengué!


Aguilar. (A Berriozabal.) ¡Malvado!
Rutz. ¡ Oh ! ¿ no lo veis ? esa crueldad me espanta.
Berriozabal. Si mi lengua... (Inclinándose humildemente.)
Ruiz. ¡ Mordedla avergonzado !

Berriozabal. Excelencia...
Roiz. ¡Callad!
Ubalde. ¿
No ves, serpiente !

esa pobre mujer, la mártir santa,


ya tu veneno en sus entrañas siente!

(Todo esto debe ejecutarse rápidamente, como exige


la impresión que en cada uno de los perso
najes producen las palabras de Berriozabal.)
Ruiz. Acabenos... llavadles ! (A los soldados .)
Ubalde. (Prodigándola sus cuidados.) No con vida
me apartaréis de aquí ! Miradla yerta ;
en mis brazos esté desvanecida!...

¡
Oh ! tigres ! ¿ no despierta
un sentimiento de piedad siquiera
en vuestras almas? ¿Dejaréis que muera
abandonada la infeliz, en tanto,

que vosotros saciais vuestros furores


en los hombres que nunca con espanto
208 VISIONARIOS Y MARTIRES

miraron el semblante de opresores?...


Ruiz. ¡
Oh ! basta, Ubalde !
¿ Conocéis la suerte
que os reserva la ley por vuestro crimen...
Ubaldk. Ya os lo dije, es la muerte. (Desdeñosamente.)
Ruiz. La horca, el padrón, que la ignominia imprimen.
Ubalde. Sí ; todo eso también.
Ruiz. ¿Y no os inspira
ningún temor ? Ah ! refrenad el labio !

¿ A qué añadir el impotente agravio ?

Ubalde. Un instante no más, que ya respira;


y seré vuestro... (A los soldados quele rodean.)
'
Ruiz. ¡Conducidles!
Ubalde. (Haciendo un último esferzo) ¿Y ella...
Ruiz. ¡Mujer! socorre á esa infeliz! (A Rosa.)
Ubalde. (A los soldados, después de dejar á María
en los brazos de Rosa.)
¡ Partamos I

(Volviéndose á verla por última vez.)


*
¡ Nunca, en mi vida, la miré más bella!
Dios hará que en el cielo'nos unamos !

(A Ruiz.)
Y ahora decirte una palabra quiero :

la debes escuchar... la última sea.

[Ruiz hace una señal á los soldados, que se detienen.)


¡
Pobre mortal, si en el caldalso muero,
no España ganará; porque la idea
no sigue mi destino ;

eterna como Dios de donde vino.


La cuerda, es verdad, en la garganta
nuestra voz ahogará... ¿de un pueblo todo,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 209

que libertad gritando se levanta,


quién la ahoga, quién? Sumidos en el lodo
sus viles opresores

para el pueblo Señor no habrá señores,


y sobre el trono en que miró á los reyes,
pondrá triunfante, adorará sus leyes !

AcuiLAR. (Con acento inspirado.)


¡Sí! me parece que le estoy mirando,
el pueblo ansioso al derredor se junta
del infame instrumento del suplicio,

y luego contemplando
de dos hombres el cruento sacrificio,
curioso se pregunta :
[dado
¿porqué mueren, qué han hecho? Esos no han
la muerte á un desgraciado,
ni arrebataron ningún bien ajenó.
Vosotros le diréis en ese instante :

« son traidores al rey » ; mas no es bastante


esa respuesta sola todavía,

y vuelve á preguntar qué es ese crimen;


profundizar ansía

porqué la marca de baldón imprimen


sobre la frente de esos hombres llena
de augusta majestad, alta y serena,
como nunca miró la del culpable :

y al fin la idea alumbrará su mente,


comprenderá su suerte miserable;
y lo veréis alzarse omnipotente,
profieriendo con voz aterradora,
con la palabra libertad, los nombres
14
210 VISIONARIOS Y MARTIRES

de aquellos mismos hombres


cuya memoria adora,
mientras su horrendo sacriQcio llora.
Ruiz. ¡Llevadles!
María. ¡
Ah! (Volviendo en sí.)
Rosa. Ya vuelve en sí.
María. (Mirando en su alrededor.) ¿Mi esposo?
Se lo llevan. . . ¿ á dónde ?
¡
Ah ! lo recuerdo I

Ubalde. Evitadme el suplicio doloroso...


María. ¡
No me dejes morir! si, yo te pierdo...
Ubalde. ¿Ynuestro hijo, María ?

María. ¡
Sí! nuestro hijo !

(Ubalde, haciendo un doloroso esfuerzo, se lanza


por la puerta del foro, seguido de Aguilar, el
oficial y los soldados. María corre á arrojarse á
los pies del crucifijo.)

\
Dios mío ! hacia tí yo me dirijo !

La fuerza me abandona

para sufrir este dolor inmenso...


no hay piedad en los hombres !
¡
Ah ! yo pienso
que ni en tí la hallaré... no! no!... ¡perdona!
- Se pierde mi razón, la fé me deja.
No puede resistir la frágil caña
cuando furioso el huracán se ensaña.

¿Querrás que la mujer á quien aqueja


el bárbaro dolor que permitiste,
se muestre de él triunfante,
cuando á su débil corazón no diste
el valor, y la fuerza de un gigante ?

Mas, yo debo vivir; un pobre niño


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 211

necesita de mí...
(Animada repentinamente y con firmeza.)
¡
Gracias ! ya siento
latir mi corazón con más aliento...
¡oh! tú me diste el maternal cariño...
¡nada resiste á ese poder tan grande!
(Levantándose con resolución, A
Ruiz.)
¡Ah! tú puedes mandar hasta la muerte
del pobre padre, obedecido verte ;

pero en el mundo no hallarás quien mande


borrar del alma de la triste viuda
el odio á los tiranos ;

y al hijo hará que con su lengua ruda


maldecirles! (Vase resueltamente.)
comience á

Berriozabal. ¿Qué mandáis, Excelencia... aquellos hom-


Ruiz. Podéis ya despedirles. [bres...
(Berriozabal hace una señal al escribano y los
cuatro hombres que se retiran saludando pro

fundamente.)

ESCENA VI
RUIZ DE CASTILLA, BERRIOZABAL,
ROSA y TEODORO.

Teodoro. (Mientras que Ruiz se encuentra preocupado,


Berriozabal observándole con sonrisa de satis
facción, y Rosa permanece fría é impasible.)
(Aparte.) ¡
Oh ! las fuerzas me abandonan !...
mis entrañas siento arder.
212 VISIONARIOS Y MARTIRES

Ruiz. (Aparte.) ¿Porqué el corazón me agita

esta zozobra?... no sé!


la satisfacción no está
en cumplir con un deber.
Esos hombres conspiraban
y les castiga la ley ;

pero al escuchar su acento


sebrecogido temblé.
BerbiozabAL. (Aproximándose con aire de satisfacción.)
. Ya le visteis, Excelencia,
todo ha salido muy bien ;

¿qué pensáis de mi conducta


dirán España y el Rey?
¿El alto puesto que ocupo,

por ei tabardillo aquel,


con mis personales méritos
le he sabido merecer?
Ruiz. (Con ironía.) Pienso que sois excelente —
Berriozabal. ¡Oh! me honráis.
Ruiz. (Aparte y concluyendo la frase.)
para lebrel !

(A él.) Yo haré todo lo posible,


para premiaros después.
Id, Oidor, que me conmueve
la suerte de esa mujer;
velad por ella; si acaso,
por su tormento se vé
arrastrada á algún extremo,
que la respeten haced.
Berriozabal. Siempre, Excelencia, ambiciono
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 213

vuestra orden obedecer.


(Se inclina profundamente, y al tiempo
de retirarse dice aparte.)
La posteridad remota
no olvidará lo que fué

aquel Oidor Berriozabal


tan sabio y astuto; pues,
que la misma providencia
eligiera para hacer,
en mil ochocientos cinco,
dueño la España otra vez
de la America salvada
por su ingenio y su saber. (Vase por el foro.)
Teodoro. (A Ruiz que se dirige preocupado á la puerta.)
Os olvidáis, Excelencia...
Ruiz. (Volviéndole la espalda y presentándole una bolsa y
un pliego.)
Es verdad. Tu paga ten.
Teodoro. Pero la espalda le dais
á vuestro servidor fiel,
y así al verdugo se paga...
Ruiz. (Dejando caer ambos objetos al suelo y retirándose .)
Y á los espías también.
Teodoro. (Aparte.) ¿Qué diferenciá hallará
entrelos dos su merced?
(Recoge la bolsa y el papel.)
214 VISIONARIOS Y MÁRTIRES

ESCENA VII Y ÚLTIMA


ROSA y TEODORO

Teodoro. (Después de contemplar un momento los objetos


que tiene en sus manos.)

¡
Ya soy rico, soy libre... ! estoy contento !

pero¡ah! no sé... mi corazón estalla!


(Dejando sobre la mesa la bolsa y el pliego, y
comprimiéndose el pecho con ambas manos.)

¿Será que inmenso este placer que siento


estrecho ya para abrigarse lo halla?

¿Será que yo deliro


cuando estos bienes en mis manos miro,
los que más en el mundo se ambiciona :

la libertad, la vida, un gran tesoro?


Rosa. Del crimen en Jas redes se aprisiona,
¡ como su presa, el cazador, Teodoro.
El lazo que tendiste
oprime ya tus pies... sin verlo caíste !

Teodoro. ¡Rosa! (Con espanto.)


Rosa. ¿Pensabas esos bienes precio
de un atroz crimen compartir gozoso,

con la mujer que me robó tu aprecio ;

los dos buscando un porvenir hermoso

lejos de la ribera,
en que yo triste abandonada muera?
¿La pobre Rosa desdeñada amante,
cómplice vil que te ayudó en el crimen,
tendrá por premio de su amor constante
OBRAS DE NATANIEL AGL.IRRE 215

remordimientos que su pecho oprimen,


los celos, la vergüenza,
mientras la muerte á su dolor no venza?
Mira la prueba de traición infame
que ha preparado la venganza mía...

(Saca del seno un papel y lo lee.)


« Para que siempre mientras viva te ame
esta noche te espera — tu Lucía »

Yo sorprendí, yo lo guardé en mi seno


el billete fatal, que lo abrasaba,
como á tí mismo ese mortal veneno...
Teodoro. ¡Oh! maldición 1
Yendo hacia ella con ademán amenazante, y
cayendo sobre sus rodillas.)
Rosa. ¿Qué esperas, pues?... ¡acaba!
hiere si puedes mi desnudo pecho !

Teodoro. ¡Ah! yo no puedo!...


Rosa. ¡Miserable ! al verte
mi corazón se encuentra satisfecho...
Teodoro. ¡Rosa! ¡por piedad!
(Debatiéndose en la agonía.)
Rosa. ¡ Cobarde ante la muerte
demandas compasión; con vida y fuerte
de una débil mujer triunfante reías.
Teodoro. ¡ Perdón ! perdón !

Rosa. (Con sarcasmo) ¿Qué haces allí en el suelo,


tú que tan fuerte y con valor te creías,
cuando te esperan en mortal desvelo?
-
¿No ves? La noche que esperaste avanza,
y te presta su sombra protectora.
216 VISIONARIOS Y MArtTmES

Huye con esa que tu pecho adora,


y déjame morir sin esperanza !

Teodoro. ¡Ah! Rosa ¡por piedad! ¿no ves que muero?


Rosa. También, así, yo abandoné vencida
mi madre tan querida,

y hubiera abandonado el mundo entero!...

¡ Oh! mi madre murió desesperada


llamando con acento lastimero
á su hija idolatrada

que en tus brazos gozaba sin cuidado!


1

pues la ingrata á su madre había olvidado !

Teodoro. ¡No me dejes morir !

Rosa. ¿Y tú perjuro,
no me ibas á dejar en un infierno
sin que en te pecho duro
se despertara un sentimiento tierno?...
Teodoro. ¡Oh! Rosa! ¡no seas cruel! yo te he amado...
yo no quiero morir... ¡maldita seas!
Rosa. Vuelve á tu España, pues, como deseas.
Teodoro. (Haciendo un último esfuerzo.)
¡Oh! furia!... ¡ hasta el infierno {Expira)
! ,

Rosa. (Con alegría infernal.)


-
¡ Me he vengado !

(Poniéndole la mano sobre el pecho.)


Ya no late su pecho que me amaba...
Yo le he muerto...
(interrumpiéndose sobrecogida de espanto.)
¡ le he muerto. . . y le adoraba !

(Se cubre el rostro con las manos y apartándolas


súbitamente dirige miradas vagas á su. alrededor
hasta fijarlas en el cadáver.)
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 217

Se ha dormido. Su sueño con mi canto


quiero arrullar.
(Se sienta en el suelo y tomándole como una madre
que arrulla el sueño de un niño)

¡ Dios mío ! me embeleso

alverle tan hermoso... ¡me ama tanto !

no puedo resistir á darle un beso...

(Se lo da y rechazando horrorizada la cabeza de


Teodoro, que cae pesadamente en el suelo.)

¡ Es de hielo esa frente!


¡Es un cadáver!... ¡Le maté cruelmente!
v (Huye riendo como una loca.)

Cae el telón

Fin del Drama.

Lima. Febrero 8 de 1865.


REPRESALIA DE HÉROE

DRAMA HISTÓRICO EN CINCO ACTOS


Y EN VERSO

« ... l'on peut me réduire a


vivre sans bonheur,
mais non pas me résoudre à
vivre sans honneur. »
Corneille, Le Cid.

Gochabamba (1869).
PREFACIO

Todos los historiadores que se ocupan de la sangrienta


revolución que produjo la independencia de Méjico, se

detienen con natural complacencia en el episodio de donde


he tomado el argumento de este mi segundo ensayo dramá
tico, para tributar un justo homenaje á la memoria del
notable guerrero de la causa republicana. El lector, por su

parte, encuentra un verdadero alivio á la fatiga dolorosa


que se apodera de su alma, bajo el imperio de dolorosas
escenas de esterminio y matanza; y saluda con un grito de
admiración, y hasta de gratitud, la súbita aparición de una
importante figura, que destacándose de en medio de un
cuadro tan sombrío, le reconcilia con la humana especie,
descendida á la condición de las fieras.
Era yo muy joven todavía, cuando llegó á mis manos el
primer libro de historia mejicana y pude experimentar esta
impresión profunda, que ha hecho del nombre de Nicolás
Bravo, uno de los que mas tiernamente conserva mi
memoria, mostrándome los títulos honrosos que el pasado
señala á nuestra especie... Recuerdo que mis ojos quedaron
fijos en aquella página que leía una y otra vez, como si mi
alma sedienta de grandes y bellos ejemplos de heroísmo,
hubiese encontrado, al fin, una fuente de limpias aguas en
el desierto que acababa de recorrer, sin hallar más que
turbios ó cegados pozos, de donde se apartaba con un
suspiro de dolor... y recuerdo, también, que entonces
comencé á sentir la necesidad de unir mi pobre ofrenda al
222 REPRESALIA DE HÉROE

aplauso general que la historia elevaba al valor asociado de


la clemencia. Me parecía que era un nuevo deber impuesto
á la humilde musa del poeta...
Hoy miro satisfecha esa necesidad del alma; ya puede mi
voz mezclarse al inmenso coro de la posteridad; y al poner
en los labios de mi Leonor estos sencillos versos :

... Que Dios bendiga


al que se asemeja á Dios,
por el divino atributo
del generoso perdón,

esperimento una satisfacción semejante á la que inunda el


corazón del que ha podido pagar una deuda de gratitud...
Esto no importa decir que mi imperfecta obra sea digna
del pensamiento que la inspiró. De ninguna manera. Con
vencido estoy de la insuficiencia de mis fuerzas, y el juicio
de ella corresponde á otros y no á mí.
Sólo debo hacer una ligera explicación del plan que he
seguido en este ensayo,- para que se comprenda el des
arrollo que me pareció conveniente darle, y se conozca el
objeto de algunas escenas que, si bien no conducen direc
tamente al desenlace del drama, contribuyen á ofrecer un
cuadro más completo y animado de una época y de los acon
tecimientos más notables, que dan su verdadera importancia
al episodio que constituye el argumento del mismo drama.
He creído que el espectador debía sentir la misma impre
sión que el lector en el caso que ya he mencionado. Ofrecer
á sus ojos un cuadro general de Méjico en lucha por su
independencia, cubierto de un mar de sangre y desoladas
ruinas, y luego presentarle el hermoso triunfo de la natu
raleza sobre innobles sentimientos, inspirados por el
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 223

rencor y un fanatismo ciego, es sin duda proporcionarle


un doble encanto y más dulce satisfacción. Este es el objeto

que me propongo en una parte del acto primero, en la

mayor del segundo y una pequeña del tercero.


Tampoco debia permanecer velada la gran figura de
Morelos, ni la de alguno de sus principales auxiliares; ni
debían quedar sin una explicación histórica los horrores
de Guanajuato y otros, que recaerían sobre el célebre cura
de Dolores, tan digno de ocupar un puesto distinguido en
la historia de una patria que le debe sus primeras aspira
ciones á la independencia. Para lo primero he presentado
una sombra del heroico defensor de Cuautla, pues sería
imposible resucitar esa víctima colosal en el teatro,
lo mismo que al valiente Matamoros que aquél llamaba su
brazo; y para lo segundo he creado á Valentín como tipo
de la raza aborígena, poniéndole en parangón con Domingo,
representante de otra raza más desgraciada y menos llevada
por el rencor y el deseo de la venganza, según lo han
manifestado escritores de nota, entre los que señalaré
únicamente á Mr. Beecher Stowe. El español peninsular
y. el criollo, se encuentran, también, con sus preocupa
ciones y nobles sentimientos en Dn. César y Dn. Félix,
dando mayor luz para la comprensión de una lucha tan
memorable en la historia.
Concluyo, como otra vez, manifestando mi grata aspi
ración, la de inspirar á mis conciudadanos un legítimo
orgullo por los grandes hechos de que ha sido teatro el
suelo de nuestra' América y que obraron nuestros padres
en tiempos más felices, á pesar de todo, que los que nos
han tocado á nosotros.
PERSONAJES
'
DON JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN, cura de Nucupétaro y
generalísimo de las armas mejicanas.
DON MARIANO MATAMOROS, presbítero y teniente general.
DON NICOLÁS BRAVO )
DON MIGUEL BRAVO &enerales-
)
DON CARLOS MARÍA DE BUSTAMANTE, brigadier.
DOÑA LEONOR DE OSORIO.
DON ENRIQUE DE ARCO, capitán
)
DON FÉLIX ALDAMA. capitán del ejército real.
[
DON CÉSAR DE OJEDA, comandante )
GABRIEL PINTO, alférez del ejército de Morelos.
VALENTÍN, indio
„„„,,.,,„
DOMINGO, negro )
í criados de Morelos.

JUAN, paisano y, después, sargento.


MARTA, criada.
Dos emisarios de la Junta.
Oficiales y soldados del ejército mejicano.
Prisioneros del español.
Los miembros del ayuntamiento de Oajaca.
Mujeres y bombres del pueblo. Religiosos.

El primer acto en Chilapa y los siguientes en Oajaca. — Año de i81'l.


ACTO PRIMERO

(Un ángel que padece.)

Una calle de Chilapa, á la que desembocan oiras dos en el fondo


por ambos costados. Edificios de pobre apariencia que ofrecen
las señales de un asalto inmediato. Es de noche y alumbra
la escena la luna, que comienza d elevarse en el fondo, por
sobre la cúpula del hermoso templo gótico de la villa. Al levan
tarse el telón se oyen gritos y cantos de una orgía, que cesan
un momento antes de presentarse los primeros personajes.

ESC?] NA I
DON MIGUEL y varios oficiales envueltos
en sus « mangas », conduciendo á dos soldados ebrios.
Al último, DON ENRIQUE Y JUAN

Süld. Io. (Haciendo el saludo militar y procurando disimular


la embriaguez, mientras que el otro vacila sobre
• . 15
226 REPRESALIA DE HÉROE

sus piernas, haciendo girar la gorra entre las


manos )
Perdón, General.., la cosa
se explica en cuatro palabras :

dejamos á Cuautla Amilpas


y hemos tomado á Chilapa...
mejor, salimos del hambre
para entrar en la abundancia
Sold. 2o. Bien dicho.
Sold. Io. De otra manera,
explicación -aun más clara :

no, vale un gato seis duros,


ni vale dos una rata,
ni ya merece la pena
una macilenta vaca,
que entre campos enemigos
llega á pastar descuidada,
á disputarse su presa
en descomunal batalla.

Sold. 2o. Apoyo.


Sold. Io. Ni ya un valiente
que Miguel Bravo se llama...
Miguel. (Tomándole oreja, con sonrisa.)
de una

No hallas muy bien la juntura


de la cota, camarada...

ó, mejor como tú dices,


hallar el flaco te falta.
Sold. 2o, ¿
Hallar un flaco ?
¡
El demonio
que venga gordo de Cuaulla !

Sold. Io. Calle el borracho.


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 22"

Sold. 2o. (Sin comprender.) Bien dicho.


Sold. Io. Vuelvo á pedir la palabra.
Repito que ya no es cosa
de hacer prodigios y hazañas,
para salvar unos tercios
de provisiones escasas,
y de sangrientos cadáveres
escalando una montaña,
penetrar al campamento
entre vivas entusiastas...
Sold. 2o. Eso es.
Miguel. Por tanto, concluyo
tu exposición, cantarada :

se destruye el pobre techo


que el paisano abandonara
para huir lleno de espanto

del azar de la batalla,

y de las vigas y puertas


se hace luego una montaña,
que se enciende sin reparo
con infernal algazara.
Se danza en torno mirando
cómo se elevan las llamas,
y cuando éstas disminuyen
hasta que por fin se apagan,
se extiende sobre la tierra
los carbones y las brasas

para colocar encima,


no una macilenta vaca,
sino el toro que mugía
228 REPRESALIA DE HÉROE

en la abundosa campaña ;

y en homérico banquete
se jura, se ríe y pasa
el ancho jarro de pulque
que la ardiente sed no aplaca.
Mas, como así se descuida
una consigna sagrada,
es forzoso resignarse
al arresto y la mordaza.
Sold. Io. i Mi General !...
Miguel. Está dicho.
Conducidles.
Sold. Io. Pues, en marcha.
Sold. 2o. Apoyo.
Sold. Io. Más bien entreambos
, nos lo demos camarada.
(Se toman del brazo y se van seguidos por un oficial.
Miguel. Los valientes merecían
no el arresto y la mordaza,
mas la admiración del mundo

que al contemplarlos en Cuautla,


comprenderá lo que puede
el santo amor de la patria.

¡ Oh, qué lucha aquella ! El hombre


contra el hombre que le amaga
y con la naturaleza
que se conjura con rabia
temiendo hallarse vencida
por voluntad sobrehumana.
Y luego, cuando parece
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 229

que se agota la esperanza,


ver una legión de espectros
alzarse en noche callada
y abandonar los escombros
donde anhela sepultarla
el enemigo que duerme,

esperando la mañana...

¡Oh Calleja!, me parece


que, como fiera burlada,
te miro allí revolviendo
las tristes ruinas de Cuautla,

para buscar una presa


que ya creías en tus garras...

¡Y cómo ruges oyendo


la ruidosa carcajada
con que festeja tu burla
esa aborrecida patria !

Mas, espera... ni en los siglos


remotos, sus ecos callan,
porque el mundo que maldice
de los tiranos la saña,
adora más cada día
una libertad sagrada.
(Ligera pausa. Se abre una ventanilla de la primera
casa de la derecha, por donde asoman las cabe
zas de Dn. Enrique y Juan. Prosigue dirigiéndose
á los oficiales y después á uno de ellos en parti
cular.)
Prosigamos caballeros...
vos, mirad las avanzadas.
230 REPRESALIA DE HÉROE

Sabéis la palabra de orden ?

Oficial. (En voz baja aproximándosele.)


Méjico.
Miguel. Valor.
Oficial. Constancia.
(Se van en direcciones opuestas, mientas se cierra
la ventanilla, desapareciendo los que observaban
por ella.)

ESCENA II
Dona LEONOR y MARTA, en traje de iglesia; después
Dh. NICOLÁS, envuelto en una « manga » lujosamente bor
dada de oro y plata.

Marta. ¡ Qué imprudencia! ¿ No decía


que era un temerario arrojo ?

Leonor. No, Marta. Deja el enojo


al recuerdo de este día.
Marta. Pero elegir tal momento...
Leonor Tú sabes que la hora fué ésta.
Marta. Una hora siempre funesta...
¡es un leal presentimiento!
Nunca me engañó... y acaso,
los confirma en este instante
aquella sombra constante
que ha seguido nuestro paso.

(Corre á abrir la primera puerta de la izquierda,


mientras que Bravo se adelanta.)
Leonor. Entremos, Marta.
OBRAS DE NATANIKL AGUIRRE 231

Nicolás. Señora,
perdonadme, yo os lo ruego...
no huyáis de mí cuando llego
lleno de esperanza ahora.
Leonor. Porqué seguirme?...
Nicolás. Os seguía
porque velaba por vos.
A un ángel le basta Dios...
pero él acaso me envía.
Leonor. (Reconociéndole con alegría.)
¡ Ah ¿sois vos?...
Nicolás. Que siempre anhelo
serviros como un esclavo.
¿ Lo permitiréis ?

Leonor. Acabo
de rogar por vos al cielo.
Nicolás. ¡Oh... no es posible ¡Mi nombre
ha subido en vuestras preces...
Me hacéis feliz... ¡sí, mil veces
más de lo que puede un hombre...
¡Gracias, Señora!...
Leonor. Ayer mismo
os debí más que la vida...
un bien que nunca se olvida.
Nicolás. Cumplí un deber.
Leonor. Con heroísmo.
.
Nicolás. Apartad de vuestra mente
un doloroso recuerdo.
Leonor. ¡Imposible! No lo pierdo
un instante solamente.
232 REPRESALIA DE HÉROE

Escuchaba yo al orar
gritos salvajes de guerra;
aquel estruendo que aterra
y hace al más bravo temblar.
Y yo temblaba... en mi pecho
el corazón azorado ;

temblaba todo á mi lado,


el suelo, el muro y el techo.
De pronto nube confusa
me rodea y sobresalta;
el aire mismo me falta...
quiero orar, y el labio rehusa.
Siento caer en torno mío
pesadas moles... no sé.
Huí azorada? quedé?...
¡loca perdí mi albedrío...
Y después... ¡ Oh Dios eterno,
se entreabren mis ojos, miro...
yo creo soñar, que deliro,
y oigo unas risas de infierno.

¡Allí están! Ante mis ojos


el dado arrojan sus manos...
¡juegan mi honra!... están ufanos...
¡demonios de sangre rojos!...
(Se cubre el rostro con las manos y después de
un instante prosigue tristemente .)

¡Ay, pobre huérfana! El cielo


no pudo echarme en olvido.
Todo os lo debo... le pido
que os.dé el bien que en vano anhelo.
OBRAS UK NATANIEL AGUIRRE 233

Nicolás. Vos?... qué decís? ¡Ah señora,


que no podríais hacer...

¡ Santa virtud, su poder

aunque es inmenso lo ignora.


Ni qué más pidiera el hombre
más ambicioso y osado,
cuando decís : he rogado
y va en mi prez vuestro nombre ?

Cuando ha podido, siquiera,


ver la luz de esa mirada,
que en tierno llanto velada,
dice más que cuanto espera?
No, ni un siglo de constante
y de heroica abnegación ;

la sangre del corazón...


¡todo, no vale ese instante!
Qué hice yo? Cumplí el mandato
del honor á vuestro lloro ;

mas me disteis un tesoro

que pagar no puedo ingrato.


Me dáis... sí, — dejad que os diga
lo que en el alma ya siento —
nuevo, generoso aliento
con que la gloria persiga.
Yo la amaba, y en la lucha
la he buscado ansioso y ciego...
hoy qué no haré, cuando el ruego
de un ángel el cielo escucha?
Yo compraré con mi espada
esa patria de mi sueño ;
234 REPRESALIA DE HÉROE

la patria que en noble empeño


busca la nación airada...
Leonor. ¡No, por Dios...
Nicolás ¡Señora... acaso...
no os comprendo.
Marta. (A Leonor en voz baja.) Sed prudente.
Leonor. (Sin oiría y con
resolución.)
Sois noble como valiente,
puedo hablar sin embarazo.
Nicolás . ¡Oh, sí..,
Marta. ¡Qué idea.
-Leonor. Escuchad.
Cuando en horrible esperanza
de exterminio y de matanza,
corra un pueblo sin piedad ;

cuando en contorno se agrupe


de la alta pica sangrienta,
donde el fanatismo ostenta
la Virgen de Guadalupe '
;

cuando en mil gritos salvajes


oigáis la demanda sola
de odiada sangre española.
de venganza á los ultrajes...
entonces, si en la memoria
os queda un recuerdo mío,

1. Los patriotas tenían particular devoción ú esta Virgen y la lleva


ban sobre una pica, como estandarte de guerra. Por su parte los
españoles escogieron por su patrona á la Virgen de los Remedios. En
la guerra de la independencia del Perú y otras colonias, se vio, tam
bién, dar á uno y otro partido, la misma predilección á esta ú otras
advocaciones de la Virgen.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 23o

decidle : que eso es impío;


que así no hay patria, ni gloria.
Mostradle sobre esa pica
á la reina de los cielos,

que sólo ofrece consuelos,


que se estremece y suplica;
y, acaso, un rayo divino,
partiendo de su mirada,
detendrá la mano airada
y el puñal del asesino.

(Se interrumpe dirigiéndose precipitadamente á la puerta.)


Adiós, General.
Nicolás. Señora....
Leonor. Nunca olvidéis lo que os dije
No me sigáis.
Nicolás. Si lo exige....
Leonor. Es una mujer que implora.
Nicolás. Un ángel guarda ese umbral.
Leonor. Sagrada para el valor
es la flaqueza. (Entra en la casa.)
Nicolás. Un pavor....
Marta. (Cerrando la puerta.)
Buenas noches, General.
Nicolás. (Haciendo ademán de forzar la puerta, y retroce
diendo avergonzado .)

¡No! Qué iba á hacer? La violencia....


Orgullo indigno de mi alma,
deja que sonría en calma
en su sueño la inocencia.
Queda su imagen que hallé
236 REPRESALIA DE HÉROE

grabada aquí... será eterna.


Con la de mi madre tierna
será mi culto y mi fé.
(Prosigue preocupado, yéndose).
Esa vida me parece
que un triste misterio encierra...

¡ Oh, cuán sagrada en la tierra


es la virtud que padece.
Y esas palabras que oí
de piedad con dulce acento

¡ seré digno de ella. Siento


otro hombre distinto en mí.

ESCENA III
Dn. ENRIQUE y JUAN, en traje de las gentes del pueblo.
Salen por la puerta de la derecha, después que el segundo
observa la calle.

Enrique. Gracias, amigo; no ignoro


ni olvidaré lo que os debo.
Me salvasteis la existencia
Joan. Soy cristiano.
Enrique. Sólo puedo
mostraros hoy con palabras
la gratitud de mi pecho.

Queréis que al virrey le diga


vuestra lealtad que comprendo?
Juan. Soy mejicano.
Enrique. Y adicto?...
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 23"

Juan. A la causa de mi suelo.

Pediré un lugar mañana


en las. filas de Morelos.
Enrique. ¡Qué decís! Pues en mi ayuda
no vaciláis un momento;
me dais vuestro hogar....
Juan. Ya os dije
soy cristiano. Combatiendo
solo y casi desarmado
con admirable denuedo,
contra enemigos furiosos
de vuestra sangre sedientos,
os vi llegar á mi puerta...
Qué hicierais vos?
Enrique. Me avergüenzo.
No obran así mis amigos.
Juan. Ni los míos; es el tiempo.
Pero vos no lo perdáis,
que es oportuno el momento.
Enrique. Poseedor de esa palabra,
ya sabéis que nada temo.
Juan. Recordad que habéis jurado
que salo en servicio vuestro
la diréis.
Enrique. Os lo repito;
no dudéis de un caballero.
Esa mano generosa,
y Dios os guarde.
Juan. Le ruego
que proteja vuestros pasos.
238 REPRESALIA DE HÉROE

(Viendo alejarse a Don Enrique, tristemente y cerrando


su puerta.)

¡Es la imagen de mi Anselmo.

ESCENA IV
Dn. ENRIQUE y MARTA. El primero vuelve con precaución
y llama á la puerta de la izquierda, á cuyo postigo asoma
Marta.)

Marta. Qué buscáis?


Enrique. Busco un asilo.
Marta. Os persiguen?
Enrique. No lo creo.
Marta. Y entonces....
Enrique. Mas si me encuentran
estoy perdido.
Marta. No entiendo.
Pero esperad.... sois devoto?
Enrique. De la Virgen de Remedios.
Marta. Es de los nuestros.
(Desaparece del postigo,
cerrándolo).
Enrique,. Es ella.
Su rostro mismo, su acento,
como los miro y escucho
en infantiles recuerdos.
¿Y Leonor? Será posible
encontrarla en este suelo ?
De esa niña pura y tierna
no hizo Dios un ángel bello?
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 239

Vivirá, Dios mío... vive?


Marta. (Abriendo, desde el umbral.)
Podéis entrar.
Enrique. Aun no debo.
Quiero ver á tu señora
aquí mismo.
Marta. ¡Tal empeño....
Enrique. Va sabes que soy amigo,
y aunque el vestido que llevo
puede prevenirte en contra,
mira que soy caballero.
(Se descuere el pecho mostrando el uniforme militar
quelleva interiormente).
Marta. ¡Oficial del rey !
Enrique. Qué esperas?...
Marta. Nada, señor; obedezco.

(Entra en la casa).
Enrique. La bondadosa nodriza
. que presidía á mis juegos...
yo no sé cómo en sus brazos,
sollozando de contento,
no me arrojé... mas ya vienen.
¡ Dios mío, no sea un sueño !

(Queda mirando fijamente la puerta.)

ESCENA V

[Dichos y DoSa LEONOR. Esta se adelanta con dignidad,


mientras que ENRIQUE la admira con éxtasis.)

Leonor. Caballero, ya mi puerta


240 REPRESALIA DE HÉROE

se abrió para el desgraciado;


pero el español honrado
la encontrará siempre abierta.
Enrique Señora, siempre gozoso
yo llevaría mi planta
á una morada tan sania
como la vuestra; mas no oso.
Leonor. Qué os detiene ?

Marta. Ved señor,


el sitio, la hora...
Enrique. (A Leonor sin fijarse en las palabras de Marta.
Yo os creo
la bondad misma, y deseo

que respondáis por favor...


os llamáis ?

Leonor. Leonor de Osorio.


Enrique. Hija de Don Carlos ?

Leonor. (Con tristeza.) Sí.


Enrique. De Guanajuato...
Lepnor. De allí.
Enrique. Murió como héroe.
Leonor. (Con noble orgullo.) Es notorio.
Enrique. De todo temor ajeno
oyó al deber solamente;
combatió como un valiento
y sucumbió como bueno.
(Ligera pausa.)
Tenía diez hijos.
Leonor. Una, .

sólo una, le llora hoy día.


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 241

Inmoló la chusma impía


á los otros '.
Enrique. Su fortuna?...
Leonor. (Mostrando una medalla de plata que lleva pen
diente al cuello con una cadena del mismo

metal.)
Ved lo que resta.
Enrique. A su lado
se hallaba en la lucha un niño.
Leonor. Le amaba con el cariño.
de un padre.
Enrique. Y el desgraciado
era un huérfano inocente
que él adoptó.
Leonor. Su sobrino.
Enrique. Sabéis de él ?

Leonor. Sólo un destino


unió á todos inclemente.

Quién pudo salir con vida


de la Alhóndiga fatal ?

A quién perdonó el puñal


de la horda infame, homicida ?

Enrique. Quién sabe...


Leonor. (Con ansiedad.) Decís?
Enrique. Lo explique
vuestro corazón, confío.

1. En las matanzas de Guanujualo hubo familia que perdió diez y


siete personas de su seno. Así no debe sorprender esta horrible inmo
lación de nueve niños.
16
242 REPRESALIA DE HÉROE

(Se quita el sombrero presentando su rostro de lleno,


y exclama.)

¡ Leonor 1.

Leoxor. ¡Enrique!.
Marta ¡ Hijo mío !.

(Las dos mujeres se precipitan en sus brazos llorando


de contento.)

Enrique. Sí, soy yo... yo el pobre Enrique.


(Momento de silencio, interrumpido por algunos sollozos.)
Leonor. Pero... es verdad ?
Enrique. Tú me creías
como yo, perdido...
Leonor. ¡
Hermano !

Marta. (Cayendo de rodillas con las manos alzadas al cielo.)


¡ Oh, 'gracias, Dios soberano,
que al fin el consuelo envías !...
Enrique. (Levantándola, con ternura.)
Mi buena Marta...
Marta. ¡ Qué hermoso !.

Ya es un gallardo mancebo.
Enrique. Y ahora, decid á quién debo
el verme por fin dichoso ?

¿Quién os salvó ?.

Leonor. Pedro.
Enrique. ¡ Honrado
y leal servidor ! La tierra
nada me ofrece, ni encierra
digno de él...
Marta. (Tristemente y después señalando á Leonor.)
¡ Ya está premiado !
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 243

Verla y servirla, en el mundo


formaban su anhelo todo ;

pero el Señor de otro modo


coronó su amor profundo.
Enrique ¿ Murió ?

Marta. Hace un año este día

que abandonarnos le vimos.


Sólo una queja le oimos
repetir ert su agonía.
Leonor. Rogaba al cielo por mí
que sin apoyo quedaba...
¡ el leal servidor me daba
su postrer aliento así...
Nunca olvidaré al que tanto
sobre la tierra he debido.
Hace un momento me ha oído
y ha visto correr mi llanto.
(Momento de silencio. Prosigue dirigiéndose á Enrique.)
Después que un pueblo insensato
de la Alhóndiga fué dueño,
corrió con horrible empeño
á cebarse en Guanajuato,

y los criados que le vieron


dirigirse á nuestra puerta,
temiendo la muerte cierta
acobardados huyeron.
Sólo quedaron en duelo
con el llanto en las mejillas,

puestos allí de rodillas,


diez niños clamando al cielo.
244 REPRESALIA DE HÉROE

Mas ni un eco de esperanza


mandó inclemente á sus oídos...

¡ sólo escucharon rugidos,


gritos de odio y de matanza !

Era preciso morir


con una horrorosa muerte,
y quisieron esa suerte
en tierna unión recibir.
Se estrecharon fuertemente
en un comunal abrazo,
de modo que un mismo brazo
enviase el golpe inclemente.
Con besos de amor tan tierno
sus labios todos unían...
mandar sus almas querían
en solo un ¡ ay ! al eterno.
De pronto Marta y su esposo
como una esperanza llegan :

los niños corren... se entregan


á su afecto generoso.
Pedro sus ojos dirige
á su alrededor, medita;
de pronto se yergue y grita .

«
¡
les salvaré !, ya lo dije. »

Y mostrando á Marta el muro


que se eleva por delante,
« sube, le dice, al instante
y les salvaré te juro ».
Me toma sobre sus hombros,
trepa conmigo, se afana;
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 24o

con su fuerza sobrehumana


hace indecibles asombros.
Débil apoyo es el que halla
y que las grietas le ofrecen ;

pero sus manos parecen


penetrar en la muralla.
Son gardos de duro acero
aunque la sangre chorrea...
nada siente ante su idea;
mi salvación es primero.
Por fin, cuando el aire mismo
al pecho exhausto le falta,
en lo alto me estrecha, y salta
con incomparable heroísmo.
Yo lancé un grito... cerré
horrorizada mis ojos ;

y al abrirlos, ya de hinojos;
con Marta al lado le hallé.
Los dos con tiernos halagos
me llamaban á la vida...
¿para qué, cuando afligida
debía ver sangre, estragos ?

(Se interrumpe por un momento.)


«
¿Mis hermanos ? », dije, apenas
pude hablar á Pedro, y él
guardó un silencio cruel
que heló la sangre en mis venas;
pero el salvaje clamor
que resonaba en la casa,
con elocuencia no escasa,
240 REPRESALIA DE HÉROE

me explicaba tanto horror...


Yo me alcé como insensata
gritando á Pedro con ira :

« Salvarlos juraste... ¡ mira !.

¡ La horrible tumba los mata ! »

Corrí al muro que á su saña

ocultaba mi existencia ;

maldiciendo su presencia
lo escalé con fuerza extraña ;

pero... no sé, no recuerdo.


cómo faltó de mis manos.

| Que llamaba á mis hermanos,


que los llamaba me acuerdo !.

Marta. Yo vi, también, arrastrar


su pierna rota al buen hombre,
y hacer prodigios sin nombre
para poderla ayudar.
Sólo pudo entre sus brazos
recibirla por consuelo.
Sin él, cayera en el suelo
y se estrellara en pedazos.
Nos hallamos en el huerto
del monasterio vecino,
bajo el amparo divino
salvados de un fin tan cierto ;

y las buenas religiosas


nuestra desgracia ampararon.
Ellas por Leonor velaron
como hermanas cariñosas.
Enrique. Pero cómo hemos podido
OBRAS DE NATANIF.L AGUIRR1C 24*

vivir en el mundo así,

mirando al cielo, y allí


buscando un bien no perdido ?

Leonor. Una Osorio no debía


ir á mostrar su pobreza
á la orgullosa nobleza

que le envidiara algún día ;

ni debía en un convento
sepultarse descuidada
antes de mirar vengada
su sangre con noble aliento.
Salimos de Guanajuato
en oscura noche huyendo
de tanto crimen horrendo
de un pueblo fiero, insensato;
y en esta lejana villa
hemos vivido hasta ahora :

aquí una Osorio, si llora,


nunca llorosa se humilla.
Y tu, de aquel cementerio
de la lealtad y el valor
¿ cómo saliste ?

Enrique. El favor
de Dios me oculta un misterio.
Cuando ante mí comtemplé
tendido á tu padre, inerte,

para hallar segura muerte


la espada al punto arrojé.
A la misma daga impía
mostré mi pecho desnudo,
248 REPRESALIA DE HÉROE

recibiendo el golpe rudo


con una extraña alegría;
y con los brazos abiertos
me arrojé sobre el que ya
nunca al huérfano abrirá
los suyos helados, yertos.
Leonor. ¡ Noble Enrique !

Enrique. En vano pienso


quien de la Alhóndiga osado
salvó un tronco ensangrentado :

era un sacrificio inmenso.


Al volver en mí, extendido
me encontré en suntuoso lecho ;

sentí dolor... de mi pecho


se escapó un hondo gemido.
Apenas confusamente
recordé tantos horrores ;

oí á lo lejos clamores,
rugidos, tropel de gente;
y en la estancia, que un momento
me pareció solitaria,
el rumor de una plegaria
alzada con triste acento.
Busqué entonces con los ojos
por aquel acento guiado.
y ví ante el Dios humanado
un hombre puesto de hinojos.
Era un venerable anciano
el que oraba así contrito,
abierto el libro bendito
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRF. 249

en su temblorosa mano ;

y era tan dulce su ruego


que lo seguí con el alma,
reemplazando ya la calma
á mi vengativo fuego.
Yo le admire con encanto
mas con secreto pesar,
hasta que le ví cerrar,
para alzarse, el libro santo.
Le miré con paso lento
salir á un balcón vecino,
donde un clamor repentino
le aclamó por un momento;
y él, ante un pueblo feroz,
después de orar de esa suerte,
« á los gachupines ¡ muerte ! »

profirió con ronca voz !


Ni el infierno que arrojara
un grito de rabia al mundo,
aquel rugido iracundo
que se siguió, remedara.
Entonces... pero no salgo
de mi admiración ni hoy dia
¡
entonces vi que tenía
ante mis ojos á Hidalgo!.
Leonor. ¡
Al matador !

Marta. ¡Al maldito!


(Se santigua con espanto.)
Enrique. Lo comprendí con horror;
quise huir, pero el dolor
230 REPRESALIA DE HÉROE

me retuvo... lancé un grito.


AI instante se volvió
con una frente serena,
cuando una cara de hiena
encontrar temía yó.
Noble y espaciosa frente,
bajo el canoso cabello
parece mostrar el sello
de la virtud solamente.

¡Y qué bondad, qué dulzura


en sus ojos descubría !

¡Ah, cómo me sonreía


con amorosa ternura!.
Se acercó al punto á mi lado
como una sombra ligera,
como madre que temiera
despertar al hijo amado.
Sobre mi frente ardorosa
puso la mano homicida,
que la venda de mi herida
examinó cuidadosa '...
¡Ah, Leonor!, es imposible
definir ese martirio.
Creí soñar, que era un delirio...
¡y era una verdad horrible!.
Pocos días devoré

1. Don Miguel Hidalgo y Costilla, que consintió estos horrores, se


proponía un fin político, muy injustificable sin duda; pero personal
mente favoreció de un modo privado á varios españoles y criollos
del partido contrario, que le pagaron con ingratitud ú olvidaron
sus beneficios.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 251

el disgusto de mirarle ;

porque huir, abandonarle,


por íin gozoso logré.
Corrí á ofrecer á la causa
de mi rey, una existencia
que sufría con violencia
si no luchaba sin pausa.
Y un día, también gozoso,
pagué al monstruo aquella deuda.
Deberle algo, era sin duda
el tormento más odioso.
Leonor. Le salvaste !

Enrique. En el combate
del Puente de Calderón.

[Se arrodilla y prosigue con dignidad, mientras que


Dn. Nicolás aparece á lo lejos y se detiene como
petrificado al verlos.) .
Hija de Osorio, perdón...
no hiere un Arco al que abate!.
Leonor. ¡Por Dios, Enrique !.

(Tendiéndole una mano que él besa antes


de levantarse
.)
Marta. ¿Verdad
que un hereje no es hermano?
Enrique. Es un hombre, y un cristiano
debe amarla humanidad.
Mira, Marta, habita un hombre
en esa casa...

Marta. Un contrario.
Enrique. En su techo hospitalario
252 REPRESALIA DE HÉROE

me asilaron, no te asombre.
Ayer por la vez. primera
llegué á Chilapa. Vencido,
sólo esa puerta me ha sido
abierta con fé sincera.
Leonor. Enrique, basta. Olvidemos
tantos pesares.
Enrique. ¡Oh, sí!
Marta. (Señalando á Dn Nicolás que sigue inmóvil y medio
por la sombra.)
oculto
Ven! Nos acechan de allí...
Enrique. ¿Qué terror?...
Leonor. Enrique, entremos!
(Le conduce de la mano y entran en la casa seguidos de Marta
que cierra la puerta.)

ESCENA VI
Don NICOLÁS y después Don MIGUEL que llega como si le
hubiese estado siguiendo con precaución.

Nicolás. Sueño celeste de traidor halago,


amor primero en ilusión fecundo,
ángel de luz que se disipa vago...

¡todo se pierde para mí en el mundo!.


¿A qué venía? Pero ya el camino
pudo elegir la voluntad, acaso?
Triste juguete de mi cruel destino,
para burlarse dirigió mi paso,
Con risa atroz quiso gritar : « no es cierto! »,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 2S3

rompiendo al fin el encantado'prisma;


y el mundo queda para mí desierto ;

todo se pierde... ¡
la esperanza misma!

(Momento de doloroso postración. Prosigue llevan


do la mano al pomo de su espada y agitando
ésta en la vaina.)
¡Sangre... Yo quiero... necesito al punto
para apagar mi devorante llama.

¡Ese hombre ríe á su adorada junto!


¡Debe morir, porque es dichoso y ama!
Miguel. (Que durante los últimos versos se acerca y le pone
la mano en el hombro, viéndole volverse con furor.)
¡
Por el arcángel San Miguel ! me arredra
esa mirada de furor, hermano.
Si eras fantasma, hombre de carne, ó piedra,
tan sólo quiso conocer mi mano.
Nicolás. ¡Miguel!
Miguel. ¿Qué ideate obligó importuna
la muda villa á recorrer sin calma,
al resplandor de amarillenta luna,
como una sombra de otro mundo, un alma?.

¿ Qué horrible espanto te clavó en el suelo


trocado en poste de infeliz calleja!
¿Viste perdido otro fantasma en duelo
que heló tu sangre al exhalar su queja?
Nicolás. Siempre gozoso con alegre risa
ó amarga burla te encontré, en el labio;
siempre aturdido recogiendo á prisa
flores que brotan...
Miguel. Y no deja el sabio.
254 REPRESALIA DE HÉROE

Dos faces dicen que la vida enseña


en una cara que jamás varía ;

hermosa la una, con amor risueña,


la otra de hueso, descarnada y fría.
Vista es preciso por su lado bueno,
buscarlo siempre que volverse quiera.
Déjame así de tu dolor ajeno ;

tú puedes admirar... ¡la calavera!.


Nicolás. Rie gozoso ante esa faz hermosa,

rie, insensato, en infantil engaño!


Sólo miras la máscara engañosa
que arrancará de pronto un desengaño.
Sólo una faz, la calavera horrible,
existe á la verdad, en esa cara;
se vela un tiempo para hacer posible
que la ame el hombre qne al dolor depara.
Por eso el niño candoroso rie,
el joven busca una quimera loca;
y el triste anciano que los vé, sonríe...
¡ay, qué sonrisa de una helada boca!.
Miguel. Lúgubre estás. Pero en el mundo ¿acaso
no es posible encontrar con la mirada,

alguna luz que nos alumbre al paso,


alguna flor que nos halague?...
Nicolás. | Nada !

Miguel. Hay el amor.


Nicolás. Un delicioso sueño!
Miguel. La patria, el bien que nuestro padre anciano
nos enseña á buscar con noble empeño...
Nicolás. Un bien inútil para mí ¡
oh hermano !
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 235

Cómo gozarla si me falta el muro


para colgar mi victorioso acero ?

dulce regazo en que posar seguro


mi pobre frente?...
Miguel. (Conmovido.) Nicolás 1

Nicolás. Qué espero?


Miguel. Un sol de gloria que raudales vierte
de eterna luz al porvenir profundo...
Nicolás. Eterna, no... Si pertenece al mundo,
se apagará en el mundo de la muerte.

Oye, Miguel. En una noche triste


que extienda muda su uniforme velo,
como el sudario en que se envuelve el suelo;
y todo cuanto existe
morir parezca agonizando en duelo :

en una noche en que espantado el hombre,


en un solo clamor inmenso, vario,
escuche acentos que no tienen nombre,
himno ó queja que al cielo se levanta,
al bosque centenario
dirige tú la temerosa planta,
y siéntate sin elegir alguna
de extrañas moles con que allí tropieza,
para esperar un rayo de la luna,
ya con el alma de dolor opresa.
Cuando, á tu espalda, en el oriente asome
el argentado disco ;

cuando sus formas conocidas tome


árbol gigante ó imponente risco
en que un fantasma silencioso viste,
236 REPRESALIA DE HÉROE

entonces, mira con valor de frente,


mira y responde,
si la gloria aquel sol tan refulgente
tiene su ocaso en que también se esconde.
Verás, allí, sobre colina extraña
de forma regular, que caprichosa
no podía elevar naturaleza,
y revelando al hombre no te engaña
una morada inmensa, silenciosa
donde el arte agotara la belleza
que podían concebir quizá millones
de esclavos miserables,
y que ya abre sus puertas espantables
al viento que recorre sus salones
sollozando en la sombra,
como alguno que llama... que te nombra.
Verás sus arcos gigantescos caídos,
sus columnas dispersas, destrozadas;
escombros confundidos
que ya oculta la yerba á las miradas ;

y verás con asombro ya vencida


la invencible muralla,
por el árbol gigante, que al fin halla
su copa libremente más erguida :

¡ él que naciendo entre la grieta oscura


del soberbio palacio,
lucha sin tregua con la piedra dura
por respirar, siquiera, en el espacio!
En vano buscarás con tristes ojos
algo que explique ese misterio mudo;
OBRAS DE NATAMl..L AGUIRBE 2.17

un nombre para darlo á esos despojos


del tiempo que medir ni el sabio pudo.
El se agita, se afana,

cuando gozoso en la columna rota


negros, confusos caracteres nota,
ó alguna forma que parece humana;

pero de un tipo que ya la ancha tierra


'
del ecuador al polo
en parte alguna conocida encierra

y allí el misterio la presenta solo.


Entonces, tú, te auyentarás, acaso,
sobrecogido de temor; mas luego
la mole misma. en que llegaste ciego
á detener tu paso,
al rayo de la luna te presenta
un hueso que blanquea sobre el suelo...

¡la vértebra, Miguel, de algún gigante


de un monstruo que si vive y aun alienta
mirará con piedad al elefante!
¡Eso es la gloria. En el Palenque el hombre
con amargura la comprende, y calla;

porque confuso no halla


para ese sueño tan fugaz un nombre!
Miguel. (Después de un instante y con voz conmovida.)
Tristes ideas despertó en tu mente
algún dolor que oculto le destroza...
no todo pasa en este mundo y miente...
mi labio no reirá, si otro solloza.
Un pecho siempre, Nicolás, repite
el eco de tu queja ó tu suspiro.
17
238 REPRESALIA DE HÉROE

¡ Deja que al fin mi corazón palpite


cerca del tuyo que sangrando miro...

(.Se estrechan por un momento, mientras se oye

el galope de un caballo, que se acerca con


rapidez.)

ESCENA VII
Dichos y, poco después, GABRIEL. Es un hombre alto y
robusto, lleva una chaqueta redonda y ancha; calzones de
pana, botines de cuero de gamo, zapatos gruesos con grandes
espuelas y un sombrero de anchas alas con la efigie de la
Virgen de Guadalupe, colocada delante de un marco de plata
con vidrio.

Voz dentro. ¡Alto!... ó mueres ¡Alto!


(.Se oye un tiro de fusil, y cesa el ruido del galope
con otro que indica la caída del caballo.)
Gabriel. [Desde adentro.) ¡Juro
que eres sin duda, un traidor...
Ni el gachupín hace fuego '

contra su hermano.
Miguel. ¡Esa voz...
Gabriel. La Virgen de Guadalupe
me niega su prolección,
si valer pudo un salvaje
como pareces y aun dos,

1. «Gachupín» es un apodo de desprecio que los mejicanos dieron


á los españoles, como «chapetón », « tabla », etc., en otrospuntos de
la América.
OBRAS DE NATANIEL AGLIRRK 259

lo que mi pobre caballo...

¡mi lucero corredor!...


Miguel. Nicolás, le reconozco...

¡es Gabriel!
Nicolás. Lo misino yo.
(Los dos hermanos se precipitan á la calle de la
derecha y vuelven poco después con Gabriel. Este
sedirige con deferencia á ün. Nicolás).
Gabriel. Os hallo al fin!
Miguel. ¿Qué desgracia?...
Nicolás. ¡Mi padre?... Gabriel...
Gabbiel. Valor.
No perdamos un momento
del tiempo que huye veloz,

¡
Prisionero de Calleja
es Dn. Leonardo, señor!
Nicolás. ¡De Calleja!.
Miguel. Es imposible...
¡de una fiera... no por Dios !...
Nicolás. Y los soldados que siempre
acostumbraba al honor,
cómo han podido dejarle
buscando su salvación
en la ignominia ?

Gabriel. Ninguno
libre ó con vida salió
de la alevosa emboscada

que tendiera el español.


Nicolás. Y tú, Gabriel... ¡tú, que siempre
fuiste su leal servidor...
260 REPRESALIA DK HEROE

Gabriel. (Mostrando la vaina de su sable vacía, y después


su pecho ensangrentado.)

Rota en cráneos enemigos


de entre mis manos cayó

la espada que bondadoso


él confiara á mi valor ;

ni es culpa mía si queda


y alimenta el corazón,
una gota de la sangre

que mi lealtad prodigó.


Miguel. ¡Noble Gabriel!. Esa mano
Nicolás. Toma valiente...
Gabriel. ¡Es honor!
(Los dos le estrechan ambas manos)
Miguel. Nicolás, nunca Morelos
una gracia te negó.
Corramos, y que nos deje
partir al punto á los dos.
Nicolás. Sí, hermano. Le salvaremos,
que ya me sobra el valor;
y si es tarde, si una fiera
en noble sangre se hartó,
podremos siempre arrancarle
el perverso corazón.

(
Vansc precipitadamente por la izquierda ,

seguidos por Gabriel.)


ACTO II
« El cura generalísimo. »

Salón de la residencia de Aforelos en Oajaca, lujosamente


amueblado al gusto de la época. Una gran puerta al fondo,
otra más pequeña á la derecha, y al costado opuesto, otra que
da paso á un balcón. Cerca de ésta una gran mesa cubierta
de un rico paño de terciopelo con galones, sillón forrado
y un
de lo mismo. Sobre la mesa hay una escribanía de plata y
varios pliegos, los unos abiertos y los otros cerrados.

ESCENA I

MORELOS, cuenta cuarenta y siete años, aspecto distinguido,


viste el uniforme militar : casaca azul con collera y vueltas
moradas y un menudo bordado de oro y plata. De su cuello
pende una gran medalla de oro con la efigie de la Virgen de
Guadalupe.
262 REPRESALIA DE IIEROE

BUSTAMANTE, treinta y cinco años, viste como las personas


de distinción de aquel tiempo. El primero recibe en sus
brazos al otro. »

Morelos. Bien venido el mejicano


que al fin, aunque tarde, llega,
para ofrecer á la patria...
Bustamante. Su sangre, si la desea.
No es fácil dejar tan pronto
y por más que el alma anhela,
una ciudad donde siempre
mil ojos contrarios velan.
Cuando con fe candorosa
en las falaces promesas

de aquella orgullosa España


que ya de perdernos tiembla,
publiqué mi « Juguetillo »',
haciendo uso de la prensa,
me ví acosado al instante

por la misma rabia ciega


que ni los siglos apagan
en nuestros amos de Iberia.
Una noche dejé á Méjico
con la esposa amante y tierna

que en mi dolor y peligros


tener su parte desea,
para buscar un asilo
que en Tacubaya nos muestra

1. Periódico que redactó el personaje que habla, antes de abrazar


definitivamente la causa de la patria.
Toda esta escena contiene hechos verdaderamente históricos.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 263

de un ejemplar sacerdote
la amistad noble y sincera.
De allí á Zacatlán corrimos,
en donde Osorno se encuentra,
y... permitidme que os diga
con mi natural franqueza,
hallé un desorden que infunde
tan sólo disgusto y pena.
Morelos. Lo comprendo, Bustamante;
mi mayor fatiga es esa :

organizar lo disperso,
buscar en la unión la fuerza,
mostrar un fin á las masas
que sólo el instinto lleva;
alentarlas en la lucha

y en el triunfo contenerlas,
atajando la venganza,
con que sus glorias afean...

¡
Oh, si realizo mi intento
nada me espanta, ni arredra !

Bustamante. Sin detenernos un punto


seguimos por fin las huellas
que señalan nuestros pasos
y siempre triunfos recuerdan...
Morelos. El justo cielo protege
mis armas en la pelea.
Desde Cuautla en que tan solo
miraba la común huesa
ante mis plantas sombría
para mi ejército abierta,
264 REPRESALIA DE HÉROE

en todas partes he visto


coronar la providencia
con laurel inmarcesible
mi siempre humilde cabeza.
Bustamante. Yo he hallado en mi camino
Chilapa, (Drizaba, Puebla,
que serán los monumentos
de gloria envidiable, eterna..
Morelos. Pues, mirad : yo no quería
una luz tan lisonjera,

y hubiese servido siempre


pobre cura en triste aldea,
prodigando algún consuelo
y construyendo mi iglesia.
Son ellos... son los tiranos
los que quieren ofrecerla,

y á los gemidos del pueblo


hacen brotar una idea

fija con fuego en la mente


para toda mi existencia.
Bustamante. La comprendo, y la esperanza
triunfante ya me la muestra.
Os hallo fuerte en Oajaca;
el pueblo os ama y venera...
Morelos. Y me ofrece sin reparo
toda su sangre y riquezas.
Bustamante. Y como si siempre alzarse
el sol hermoso debiera
para alumbrar la victoria
cada día es otra nueva;
OBRAS DE NATANIEL AGIJRRE 26Í

y anuncios siempre felices


de todas partes os llegan.

Del Palmar, donde destroza


Nicolás Bravo, en pelea
de tres días, el orgullo
de los déspotas de Iberia;
de Tonalá, donde el triunfo
como siempre el brazo encuentra
del valiente Matamoros

que el pueblo entusiasta espera...


Morelos. Llegan los dos vencedores...
los dos, Bustamante, llegan !

hoy mismo veréis, sin duda,


como mis brazos estrechan
al hijo de Dn. Leonardo,
que sólo parar desea
donde sus manos alcancen
a destrozar sus cadenas ;

y al que por tantos servicios,


como indigna recompensa,
he nombrado mi segundo
y es mi brazo en la pelea.
Entretanto, aprovechemos
del tiempo que siempre vuela.

Queréis ser mi secretario


y mirar lo que contengan
los pliegos que veis cerrados
y, acaso, más glorias cuentan?...
Bustamante. Distinción que me confunde

y honrará mi vida entera...


266 REPRESALIA DE HÉROE

(Se sienta delante y prosigue abriendo uno á uno los


pliegos y recorriéndolos con la vista.)
De Mier y Terán. Os dice
que arrebatarle la Puebla
no podrán mientras le quede

algún soplo de existencia.


Morelos. Ese entusiasta guerrero
que es adolescente apenas,
me cumplirá su palabra
como formidable atleta.
Bustamante. De Miguel Bravo, exigiendo
una orden formal y expresa-

para seguir su camino


á la capital.

Morelos. ¡
Si apenas
un puñado de valientes
el joven consigo lleva...
Noble hijo, como su hermano
tan sólo en su padre piensa.
Bustamante. De Guadalupe Victoria...
yo no conozco quien lleva
tal nombre desconocido.
Morei.os. No tal : un nombre de guerra,
que en la historia de la patria
brillará con gloria eterna.
El valeroso Fernández
concibió la extraña idea
de trocar el nombre propio
por otro que contuviera
el deseo y la esperanza
OBRAS DE NATANIEL AGLIRRE 26"

que sostienen su exislcncia.


De ahí, el nombre de la Virgen
que ampara la causa nuestra,
y el de victoria que siempre
en los combates anhela.

Bustamantr. Y os anuncia que muy pronto


obtendrá más grande y nueva
en la posesión temible
del Puente del Rey.
Morelos. ¡ Es esa
la que yo necesitaba...
Aquel día en que la obtenga,
ya veréis cómo la España
poseída de espanto, tiembla;
y veréis cómo esa Méjico
que sufre al fiero Venegas,
se deshace de unas garras
para oprimirla sin fuerza.
Interceptado el camino
de Vera Cruz ¿cómo llegan
los refuerzos numerosos,
ni una palabra, siquiera?
¡
El Puente del Rey es llave
que abre á Méjico ó lo cierra !

Rustamante. De Guerrero, que os invita


á seguir yá tras sus huellas...
Morelos. Le seguiré, que Acapulco
de igual modo me interesa...
comunicarse es preciso
con el resto de la tierra.
268 REPRESALIA DE HÉROE

con otros pueblos hermanos

que el tiempo ya nos desean.


Büstamante. De los dos comisionados
de nuestra Junta Suprema,
que esperan poner un pliego
en las manos de Su Alteza.
MoitELOs. ¡
Alteza! Yo no conozco
al que ese título lleva
después que Hidalgo no existe.
Bustamante. Seréis vos...
Morelos. Yo no quisiera
sucederle, Bustamante,
en una palabra nunca;
pero siempre en sus virtudes
ó en su martirio, si es fuerza.
Decidles que hoy mismo puedo
honrarme con su presencia.
Bustamante. (Después de escribir algunas palabras en un
pliego y entregárselo al ujier que acude al ruido
de la campanilla.)
De un amigo...
Morelos. {Arrebatándole el pliego con ansiedad.]
Sí ¡ de Méjico !

Dejad que yo mismo vea...


(Lo lee con muestras de disgusto y cólera y lo presenta
después á Büstamante.)
Dn. Carlos, mirad... la rabia
á esos miserables ciega.
Por la mano del verdugo
aquel manifiesto queman,
OBRAS Dr. NATANIEL AGUIRRE 2ti9

que la Junla á pesar mío


dirigió para vergüenza.
¡
Hablar así como á hermanos
á los hijos de la Iberia,

que nos miran con desprecio


en su orgullo ó su demencia I

¡ decirles la misma causa


que proclamáis es la nuestra,
queremos Rey á Fernando,
á España grande y más bella;
pero los mismos derechos
en igualdad se concedan!...
¡ olvidar que siempre ha sido
su firme, su única idea,
explotarnos como á siervos,
oprimirnos sin clemencia,
sin más ley que su capricho,
imperando como imperan !

¡Y hablarles yo, también loco,


de hacernos siempre la guerra,
como hombres que con denuedo
se llaman á la pelea,

no deshonrando la especie
como enfurecidas hienas !

¡ Ellos tender una mano


al vencido que les ruega,
ó silencioso y postrado
se resigna con nobleza !

¡ ni respetar la desgracia
la vejez 6 la inocencia,
270 REPRESALIA DE HÉROE

cuando sólo anhelan sangre


y se gozan con verterla !

¿ Cómo pude, ni un instante,


esperar otra respuesta
de la cólera española,
y el fanatismo que ciega ?

¿ Qué responder, cuando tienen


el verdugo siempre cerca
en los labios siempre listo
el inplacable anatema,
hiel que rebosa en el pecho,
y la noche en la conciencia ?

Bustamante. En el frenesí del odio


nada en el mundo respetan..
dar la muerte al mejicano,
en cuerpo y alma quisieran !.

Morelos. Pero maneja una espada


que protege su existencia,
y proclama la justicia
que santifica y eleva
(,9e interrumpe por un instante y prosigue, como si tomase
una resolución súbita.)

¡ Basta de tiranos. Basta


de la clase que condenan
la razón y el evangelio,
que envolvieron en tinieblas !

Nación libre, independiente


que se protege y gobierna;
igualdad entre los hombres
y entre las razas... ¡ la bella,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 271

la santa y única forma


con que mirarnos desea
de la cima del Calvario
el Dios mártir, en la tierra !

¡ La república !.

Bustamante. (Levantándose con entusiasmo y llevando á sus


manos una mano que Morelos procura retirar con

modestia.)
Dejadme
besar la mano que espera
conquistar para mi pueblo
lo que su mente aun no sueña !.

¡ Ser hombre, al fin... ciudadano !...


Morelos. Procuradlo en la pelea.

Yo iré delante, en la mano

llevando las tablas nuevas


de una ley que al Nuevo Mundo
entre la borrasca llega.

[Otra ligera pausa. Prosigue pensativo.)


Un congreso... sí, que elija
el pueblo, como discierna,
representantes á quienes
todo su poder confiera;
que á mostrarse soberano
el esclavo triste aprenda ;

que sepa porqué combate,


y lo que es la patria sepa.
Un gobierno civil, libre
del cuidado de la guerra,
en el que yo deposite
272 IIHPUESALIA DE HEIiOE

parte do un poder que pesa


sobre mis débiles hombros

que ya se agobian sin fuerza...


Bustamante. ¡ Qué decís !...
Morelos. Confiar un pueblo
á una voluntad sincera
de obrar el bien solamente,
y muy atrevida empresa.
Cuando se pone la espada
en la mano, que la lleva
sin más ley que el albedrío,
de todo poder enseña,
si no se convierte en cetro,
se hace un azote de afrenta...
Bustamante. ¡
Y vos teméis ?...
Morelos. Yo soy hombre;
temo mi propia flaqueza.
El poder... mirad, embriaga
no siempre la calma deja !

Bustamante. Pero en horas de peligro,


en esas horas supremas

en que es preciso que todo


á un fin conocido tienda,

¿no es necesaria una mano,


una voluntad sincera,

que une y dirige á los hombres,


. sin otra que los dispersa?
Áíorelos. No, Don Carlos... ya lo he dicho
libre el pueblo á ser aprenda.
Bustamante. ¡ Si es un niño !
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 273

Morelos. _ Se emancipa
de aborrecida tutela...
dejadle libre; si sufre,
el dolor da la experiencia.
(Se oye una salva de cañón y un repique de campanas.)
Pero, escuchad; nos anuncian
que ya el vencedor se acerca...
corramos con ese pueblo
que de entusiasmo se llena.

(Bustamante se dispone á salir inclinándose profundamente.)


En el nombre de la patria
que los servicios acepta
de los hijos, que aunque tarde,
á su llamamiento llegan
sois brigadier
Bustamante. Bondadoso
colmáis mi ambición entera.
MorELOs. Algo más grande pretendo
hacer por vos. Id sin pena.
(Bustamante se retira haciendo otra inclinación
respetuosa. El agita la campanilla cerca de la
puerta lateral, á cuyo ruido se presentan Domingo
y Valentín.)
Traed mi tahalí, mi sombrero
¿ Mi caballo?...
Valentín. Listo espera.
(Vuelve á entrar con Domingo.)

18
REPRESALIA DE HÉROE

ESCENA II
MORELOS y al última DOMINGO, negro africano de más de
treinta años, y VALENTÍN, indio de raza azteca, de la
misma edad. Ambos llevan vestidos semejantes y más toscos
que el de GABRIEL,

MorELOS. (Después de un momento de meditación, en el

que parece recogerse , examinando lo íntimo de


su conciencia.)

Niño inocente que en humilde cuna


mecía el carpintero con tristeza,
cuando sin ruido y variedad alguna
mojaron en la pila tu cabeza.;
huérfano triste que amparó un anciano
con el amor de bondadoso padre,
cuando llamabas á la muerte en vano,
muerta llorando á tu adorada madre;

pobre capense que á la ansiada puerta


llamabas, temeroso, de un colegio,
cuando miraste á la desgracia abierta
la que se abre al favor ó al privilegio;
cura de aldea de virtud ejemplo,
del pobre pueblo confidente, amigo,
que hiciste gloria de erigir un templo ',
dar un consuelo, escaso pan ó abrigo...

hoy en tus manos la gloriosa suerte

1. El de Nucupétaro de donde era cura. Este monólogo está escrito


conforme á la biografía de Morolos.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 273

de un pueblo muestras á la altiva España,

y crece más tu admiración al verte,


sin tú querer, con esa suerte extraña.
Sí! sois vosotros, que con voz airada
hoy me negáis hasta el bautismo santo,
los que pusisteis matadora espada
en una mano que enjugaba el llanto !

¿Porqué ultrajasteis con furor demente


un pueblo leal, á vuestro rey sumiso?
¡Queréis rebaño á todo mal paciente,!
¡mostrarnos hombres nos hacéis preciso!
(Tomando el pliego de Méjico, que estruja entre sus manos
y concluye por arrojar al suelo con desprecio.)

¡Yo hereje! ¡yo que ante la cruz bendita


me postro siempre con amor profundo,
para escuchar que mi conciencia grita :

ese es el Dios que ha redimido al mundo!


Los que esclavizan y destruyen su obra...
¡vosotros! nunca escucharéis tal grito.
¡No, miserables!... el valor me sobra;
¡veremos ante Dios quién es maldito!
[Valentín -y Domingo, que han vuelto poco antes
trayendo uno de ellos un tahalí de terciopelo

negro bordado de oro, con un espadín de acero

cincelado, y el otro un sombrero adornado como


la casaca, dejan estos objetos sobre la mesa y
corren á arrodillarse á los pies de Mo reíos ,

tomando, cada uno, una de sus manos y cubrién


dola de besos y de lágrimas.)
Domingo... Valentín. ¡A mi presencia
276 REPRESALIA DE UEROE

las dos razas que oprimen, ya de hinojos!...


¡así manda por fin la providencia
la sublime respuesta ante mis ojos!

(Pone las manos sobre sus cabezas y levanta


los ojos al cielo.)
Señor, ¿ la sangre de aquel hijo vuestro

por ellos no ha corrido en el Calvario?


¿El que enseña á llamarte « padre nuestro »,
les manda orar con un lenguaje vario ?

(Momento de silencio. Se oyen nuevas salvas de


cañón y repiques, que se prolongan durante toda
la escena siguiente, de modo que no estorben la
representación.)

¡ Mi tahalí, mi sombrero, mi caballo !

Quiero volar á ese cañón que llama.


Se acerca el vencedor... ¡ se acerca y me hallo
sin ese pueblo que su paso aclama !

(Los criados le ayudan á ponerse los objetos pedi


dos, con solicito cuidado, y sale precipitada
mente por la puerta del fondo.)

ESCENA III
DOMINGO YVALENTÍN. Ambos quedan mirando un intante
la puerta por la que ha salido MORELOS.

Valentín. ¡ Amarle así ! Me sorprende.


Domingo. No amarle sería un crimen ,
Valentín! ¡Blanco!
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 277

Domingo. No de los que oprimen;


da libertad... nunca vende.
Valentín. De una raza que destruye
hace tres siglos la mía.
Domingo. Por él se acerca ya el día :

la noche de horror concluye.


Valentín. Conozco lo que le debo ;

más que la vida, Domingo ;

mas... no sé... cuando distingo


esecolor... ¡no me atrevo!
Domingo. Nunca se apaga en tu pecho
el fuego de la venganza...

¡ tu odio inextinguible alcanza


al que todo el bien nos ha hecho !

Valentín. ¡Odiarle!... por él ofrezco


mi sangre vena por vena !

Le miro, es verdad, con pena...


¡ el color es que aborrezco !

Domingo. Eres ya libre, perdona.


Valentín. Jamás, Domingo ¡jamás!
Domingo. Yo he perdonado.
Valentín. Quizás
no tanto el dolor te encona.

¿ El mixtli blanco impasible '


te arrancó de entre los brazos
de madre y esposa, lazos
que romper creiste imposible ?

¿Como una bestia sumisa

1. Mixtli, Icón mejicano.


278 REPRESALIA DE HÉROE

te arrastró con otras várias,


sin escuchar tus plegarias,
ó escuchándolas con risa?
¿Te arrojó en la noche oscura
en cerrado calabozo,

para dormirse con gozo


teniendo su grey segura?

¿Y escuchaste en la mañana
la voz airada que grita :

« haraganes, a la mita 1,

que allá en las minas se gana » ?

Sí, se gana algún puñado


para pagar el tributo...
pero ¿quién paga ni el luto
de la esposa que ha quedado ?

(Ligera pausa.)
Esa suerte que ha cabido
por tres siglos á una raza,

que se oprime y despedaza,


me tocó á mí. ¡ No lo olvido!
Pero huí de ella... un asilo
me ofreció la mano amiga
del hombre que Dios bendiga,

que yo amo... pero intranquilo.


Yo lo sigo; de su lado
nada separarme pudo ;

1. La mita, que también existia en el Peni, era la obligación de


trabajar forzosamente en las minas.
Muy pocos sobrevivían a estos trabajos tan penosos bajo condi
ciones de conocida insalubridad y escasez.
OBRAS DK NATANIKL AGriRRE 279

ni madre, ni esposa... dudo


de vivir ya separado!
Me ha visto poner mi pecho
como escudo en la batalla,
y desafiar la metralla
siempre firme y satisfecho.
Cuando enfermo no podía
ni aún alcanzar al estribo,
él, que en el potro más vivo
se arroja con sangre fría;
y alzándose de la tierra,
donde yacía abrumado,
mandó el combate sentado
sobre una caja de guerra,
ha visto que corri yo
á apagar entre mis brazos
la bomba, que en mil pedazos
convertirle amenazó.
Pero al mirarle me asalta
no sé qué infernal idea...
borrarla el alma desea
¡
la fuerza, Domingo, falta !

Domingo. Ahora escucha. Yo he nacido


debajo de una palmera,
donde, en hamaca ligera,
me adormía suspendido.
Mi infancia, libre de enojos,
ha corrido en el desierto,
siempre un horizonte abierto
contemplando ante mis ojos.
280 REPRESALIA DE HÉROE

Todo allí, todo convida


á dichosa libertad;
todo nos dice : « Gozad
de un bien que es toda la vida ! »

Y yo lo he gozado un día
siempre tranquilo y contento :

mi capricho, como el viento,


sin obstáculo seguía.
Yo he detenido triunfante
en su curso á la gacela
de grandes ojos, que vuela
temerosa y anhelante ;

yo he seguido por la arena,


á los rayos de la luna,

y sin inquietud alguna,


al león de roja melena :

le he atajado, sereno, >,

en medio al salto mortal, , .. .

sepultando mi puñal
hasta la cruz, en su seno;
le he despojado gozoso
de la piel que era mi empeño...
¡ sobre ella con dulce sueño,
me he entregado al reposo !

(.Se interrumpe por un momento y prosigue suspirando

tristemente.)
¡ Oh Valentín ! ¿ quién creyera
que en un instante perdido
llorase el bien tan querido
y el desierto en que naciera?
OBRAS DE NAT ANIEL AGUIRRE 281

Un día, cuando mi aljaba


ponía en el hombro ufano.
y ya tenía en la mano
el arco que tanto amaba,
oí á mi padre, que dijo
con un desusado acento :

« Deja, y sígueme al momento.


Soy tu señor : tú eres mi hijo. »

Le seguí sin vacilar.


Silenciosos caminamos,
y ya en la tarde llegamos
á la orilla de la mar.

Allí encontré con asombro


al hombre blanco; me puso,
mientras temblaba confuso,
su mano fría en el hombro.
Habló á mi padre en voz baja,
y éste movió la cabeza;
le volvió á hablar con presteza

y él contestó : « No hay rebaja «...


Y por fin con seis botellas
y unos rollos de tabaco,

que puso alegre en un saco,


volvió el padre por sus huellas.
El hijo quedó. Rugía,
luchaba desesperado...

¡vano afán! Encadenado


le arrastró la mano impía. (Ligera pausa.)
¡Oh, si ese blanco viniera
á darme entonces la caza,
282 REPRESALIA DE HÉROE

como á tantos de mi raza,


como á selvática fiera,
no derramara en mi pecho
tanta hiel, tanta amargura,
y con su fuerza segura
se \iera más satisfecho!
Pero embriagar á un anciano
con agua de fuego y humo,
de la perfidia en lo sumo
darle en el vicio un tirano,
y después el don funesto.
mostrarle siempre prolijo,
gritando : « Tienes un hijo ;

con él obtendrás todo esto ! «...


Valentín. ¡ Pobre Domingo !

Domingo.
¿Verdad
que mi dolor, ese abismo,
es aún más grande? ¡En tí mismo
despierta la honda piedad !

Sabes lo demás. Vendido


á un amo feroz que goza
cuando más triste solloza
el pobre negro afligido :

me vi como cosa ajena,


bestia de labor, llevada
por el látigo, encerrada
y en el galpón tras la faena.
Y eso no es todo... no basta
á la codicia del amo.

¡ Me dan una hembra que no amo !


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 283

¡quieren perpetuarla casta!


Así el que libre en su infancia
cruzó el desierto en su afán,
triste esclavo en Petatán,
sufrió la ajena arrogancia.
Pero un día, cuando al suelo
me encorvaba ante el azote,

oí hablar de un sacerdote,
á quien se negaba el cielo;
porque empuñando la espada
traidor al rey y maldito,
dió de libertad el grito
con voz potente y airada,
A la mañana siguiente
el amo feroz é impío
halló su galpón vacío...
ni un esclavo solamente.
Yo los conduje á los pies
del cura que maldecían,

que entonces solo seguían


algunos hombres.
Valentín. Sí, diez.
Le seguimos desde Charo,
armados de palo y lanza,

pero ufanos de esperanza,


sin temor y sin reparo.
Domingo. Con nosotros, y los varios
que hallamos en el camino,
dió el asalto repentino,
destruyendo á mil contrarios.
284 REPRESALIA DE HÉROE

Valentín. ¡Oh, la acción del Veladero!

¡ Que noche aquella !

Domingo. Y
¡ qué aurora !

Al ver el sol dije : ahora


soy libre como el primero !

Y contemplando ante mí
lo que fueron mis tiranos,
sin odio, con ambas manos
á levantarlos, corrí.
A qué la inútil venganza,
ni un amargo sentimiento?
¡ Nada que turbe el contento
con que tanto bien se alcanza!

(Se oye una música guerrera y ardientes aclama


ciones de una multitud inmensa que se aproxima
por grados.)
¡ Oh Valentín, tú no sabes
gozar así, la pasión
te ha cerrado el corazón
á otras impresiones suaves !

Olvida para gozar


del triunfo, en horas mejores.

¡Esos alegres clamores


destruyen todo pesar!
(Corren los dos al balcón, donde permanecen obser
vando por algunos momentos el paso de la mul
titud, que desfila entre entusiastas aclamaciones
y vivas á los vencedores de Tonalá y el Palmar.

Domingo se muestra gozoso y satisfecho como un


niño, y Valentín dirige miradas de odio á un objeto
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 283

que las atrae iresistiblemente, volviéndose, cuando


parece haberlo perdido de vista.)
Valentín. Son trescientos... ¡ oh, trescientos !

Domingo. ¡Cómo! ¡Treinta mil!


Valentín. ¿Los viste
bajar la cabeza triste?...
Domingo. Sólo vi rostros contentos.
Valentín. Callaban...; oh, silenciosos
su vergüenza devoraban !

Domingo. ¡Tú deliras. Aun no acaban


sus gritos siempre gozosos.
Valentín. Eres un niño. Tus ojos
no reparan placenteros...
Domingo. Ví todo.
Valentín. Los prisioneros
que prometen sus despojos?
Domingo. ¡ Desgraciado ! Te devora
una llama del infierno.
Valentín. Domingo, mi odio es eterno.

¡Ya puedo gozar ahora !

(
Váse corriendo por la puerta lateral y Domingo
le sigue moviendo la cabeza con pesar y dis
gusto.)

ESCENA IV

MORELOS, MATAMOROS, treinta años, estatura reducida,


delgado, rubio; vestido como el del anterior, menos rico:
Dn. NICOLÁS; BUSTAMANTE; los miembros del Ayunta
286 REPRESALIA DE HÉROE

miento, precedidos por dos maceros, que llevan las mazas


de plata en la mano; y numeroso séquito de oficiales de
El
primero se. coloca de pie junto á
diferentes graduaciones.
su sillón con BUSTAMANTE al lado, y los otros ocupan el
costado opuesto por su orden, dándole frente.

Morelos. Día de gloria, de común ventura


en el que un pueblo al cabo,
olvida la miseria y la amargura
que halló en tres siglos, abatido esclavo;
en el que el hombre henchido de esperanza
siente que un corazón late en su pecho .

sólo para gozar de un bien que alcanza


triunfante y satisfecho;
en el que el aire estremecido lleva
hasta el trono de Dios alegres sones,
aplauso y bendiciones,
himno sublime que ese pueblo eleva.
¡ Oh, cuanto grande y más hermoso encierra
el mundo, es ya pequeño
ante el supremo bien que inunda el alma
del que vierte algún bálsamo en la tierra,

y al agitar la triunfadora palma,


contempla á un pueblo grato, áun Dios risueño!
Gozad, ¡oh vencedores!
de ese premio feliz, que llega hoy mismo
entre alegres, dulcísimos clamores,
con que al mundo se anuncia vuestro heroísmo.
Pero, llegad ; de vuestro labio escuche
cuanto hacer pudo el invencible acero.
OBRAS DE NATAN'IEL AOUIRRE 287

Matamoros. (Adelantándose con la vista baja y animán


dose por grados.) '

El que por palria con esfuerzo luche


mostrándose el primero
en el campo sangriento del combate*
con el deber cumplido solamente

recoja el premio para erguir su frente ;

mas si ése pueblo cuya causa adora,


si al hombre que lavanta su bandera
le ofrecen lisonjera
una palabra satisfecha ahora,
busque más glorias entusiasta ó muera.
Yo he querido tan sólo en la batalla,
que ofrecía tranquilo á campo raso,
mostrar al español que nuestro brazo
en todas partes los laureles halla;
que altivo el mejicano
ya no busca esta vez la honda quebrada
ó el escabroso cerro ;

que ya se lanza á la pelea ufano


en línea bien cerrada ;

que no son bandas cual creyó en su yerro.


Lo ha comprendido con vergüenza horrible,
y sabe al fin, como esa grey esclava
por formarse en ejércitos acaba
de empuje irresistible,
que nada pudo contener, y al frente
avanzan siempre, lo atrepellan todo,

1. El ademán de Matamoros y los versos que repite, son tomados


de su biografía. La única diferencia en estos es la de la rima.
288 REPRESALIA DE HÉROE

como el henchido bramador torrente,


que humilde se arrastraba en blando lodo
y encuentra su pendiente en la montaña.
Sí, la orgullosa España
sabrá que buscan con pavor sus hijos
la honda quebrada, la escabrosa cima,
que les dejamos al buscar prolijos
el caduco león. ¡Ya no lo anima
la misma fuerza con que un tiempo pudo
hacer de un pueblo rudo,
la presa que sus garras destrozaron
en tres siglos de horror !

Morelos. Ellos concluyen,


como siempre á ese pueblo presagiaron
hermosos triunfos en que os vi el primero.
Teniente General, con alegría
á su nombre, el amigo
el compañero, ya os saluda hoy día.
Matamoros. ¡Oh, siempre bondadoso
sobrepasar os miro á mi deseo!
Morelos. Premio justo al soldado valeroso.
Vencedor del Palmar, la vez os llega.
Nicolás. (Adelantándose con pesar.)
Señor, aquella gloria
es vuestra solamente; pues si el ruego
oyerais de dos hijos desolados
no alcanzára mi brazo esa victoria.
Morelos. Y los hermanos, en dolor tan ciego,
se vieran estrellados
contra falange numerosa al punto. .i
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 289

Nicolás. Pero murieron á su padre junto,


regando con su sangre sus cadenas.
Morelos. Más gozosos irán, cuando los lleve
á destrozarlas, el que ya en sus penas
tuvo una parte.
Nicolás. Obedeceros debe
el hijo de un anciano generoso,

que un día, al grito honroso


de libertad lanzado por su amigo,
armó su diestra y la de dos mancebos

que á los combates dirigió consigo.


Yo he cumplido el mandato
que de vos recibí; yo el hijo ingrato
he dejado las huellas del cautivo
para buscar sin tregua el regimiento
más fuerte y más altivo
del orgulloso ejército de España.
He corrido sin pena y desaliento
ante aquellos soldados que sonreían
de los que ufanos á morir corrían...
mas, no! la muerte, la vergüenza fueron

para ellos solamente, que en refriega


de tres días constantes, no pudieron,
aunque con rabia ciega,
resistir al valor del mejicano !
Los vimos arrojarse, ya perdida
del tiempo la esperanza,
buscando el plomo que la muerte lanza,
como el jaguar al recibir la herida...
los vimos á la voz del jefe airado
19
290 REPRESALIA DE HÉROE

en ordenada fila

retirarse á la aldea, que tranquila


no esperaba su fin tan desgraciado ;

porque ni allí, ni en la fatal trinchera


pudieron resistir, haciendo asombros
de constancia ¡Oh la bandera
y valor...
de los libres, clavada en los escombros,

contemplaron por fin con frente baja !

Mohelos. ¡Noble bandera que su pie no ultraja,


ni en el lodo la pisa
con loco frenesí !

Nicolás. Cuai grey sumisa


visteis llegar el Vera-Cruz temido.
Morelos. Quien supo domeñarlo, también puede,
cual premio merecido
ofrecer ese canje... Os lo concede
el amigo, que ya abre, tan gozoso
como el hijo- valiente,
sus brazos á ese padre generoso.
Nicolás. ¡
Ah, Señor, ni la sangre de mis venas,
vertida á una señal tan solamente
de esta mano que beso

pagar podría...
MoreLOS. No, ni las cadenas
destrozadas en lucha por mi mano,
pagarán á los hijos, ni al anciano
la deuda de la patria que os confieso.

(Le estrecha en sus brazos.)


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 291

ESCENA V

Dichos, el Ujier y los dos emisarios de la Junta.

Ujier. Los enviados de Zultépec


por la Junta Excelentísima.
Morelos. ¡Ah, venid, señores! quiero
que gocéis de nuestra dicha,
participando de un triunfo
que es de la patria querida.
Enviado Io. El corazón que no late
con una intensa alegría
al contemplar los laureles

que á la libertad convidan,


en el pecho mejicano

extinguirse debería.
Yo cumplo un deber muy grato
que honrará toda mi vida,
expresándole en el nombre
de la Junta Excelentísima,
y en las manos de Su Alteza
pongo el pliego que le envía...
Morelos. (Lo toma y lo
lee.)
La mente más ambiciosa
una honra así no imagina.
Me dice que ella, en el nombre
de la patria agradecida,
reconoce los servicios
que he prestado hasta este día;
292 REPRESALIA DE HÉROE

me da el título de Alteza ;

se despoja, convencida
de que el bien común lo exige,

de su poder ella misma,


y que lo ejerza completo,
más que ordenarlo, suplica;
me anuncia que aquí un amparo
viene á buscar ya tranquila,
burlando la horrible saña
de Calleja que la hostiga...
¡Oh, decidla : que mis brazos
siempre abiertos la convidan,
que me llamaré dichoso
siempre que pueda servirla;
pero, decidla así mismo :
que está mi ambición cumplida
con otro dictado hermoso
que prefiere el alma mía.
(Sensación general. Todos le escuchan con interés
creciente, manifestando ya la admiración y el

entusiasmo.)
Soy « Siervo de la Nación »,
y así llamarme permita ;

y ese poder que quisiera


que yo ejerza sin medida,
agobiaría mis hombros
ó mi razón turbaría...

No; ya es tiempo de que al mundo

t. Este rasgo de desprendimiento, lo mismo que toda la esceno,


es puramente histórico.
OBRAS DE N'ATANIEL AGUIRRE 293

con firme acento le diga,


lo que conquistar pretendo

para mi patria afligida,


y que arrancaré á la mano
de los tiranos, impía,
ó sucumbiré sin pena
para que otro lo consiga.
Quiero nación soberana
que goce por fin, tranquila,
del fruto de tanta sangre,
de una libertad bendita.
¡ Nada de unión con España,
con esa madrastra en ira !

Hagamos libres, con gloria,


una patria nuestra, digna
• de los valientes que luchan...

¡ la república, nacida
entre los rayos y truenos
de otro Sinaí, este día!
Todos. ¡Oh!
Moreios. Sí; yo quiero que el mundo
salude, con pura dicha,
ese nuevo sol que alumbra
nuevo horizonte a su vista.
Bustamante, hace un momento
que otro premio os ofrecía...
redactad la orden al punto
para que ese pueblo elija
el congreso independiente,
que muestre por fin cumplida
294 REPRESALIA DE HÉROE

la idea que armó mi brazo,


me alienta, sostiene y guía.
Bustamante. ¡Al), Señor !

Morelos. Y venid todos,


para anunciar la venida
de una edad llena de gloria,
de libertad y de dicha.
Después iremos humildes
á doblar nuestras rodillas
ante el Dios hombre, el mártir •

que desde su cruz inspira,


derramando un rayo hermoso
dé aquella frente divina,
que al través de tantos siglos
viene á iluminar la mía.
(.Se precipita al balcón y exclama con voz fuerte,
que domina los clamores con que le saluda el
pueblo.)
¡ Viva Méjico ya libre
sin amos ni siervos !

Todos y el pueblo. ¡Viva!


ACTO III
(La nube de sangre)

Un calabozo. Una puerta á la izquierda y otra más pequeña


al costado opuesto. Al fondo una ventana con barras de
hierro y d una altura mayor que la cabeza de un hombre.
Por lodos muebles, una mesa, dos sillas y un banco; lodo de
madera toscamente labrada. Es por la tarde y penetra por
la ventana un rayo de sol en su ocaso.

ESCENA I

DN. ENRIQUE y DN. KÉLIX, veinte años, gallarda presencia


y fisonomía simpática . Ambos llevan el uniforme del ejército
real : casaca azul con vueltas encamadas, calzón y chupa
blancos y zapatos con hebilla. El primero escribe sentado
delante de la mesa, á lado de la puerta de la derecha, y el
296 REPRESALIA DE HÉROE

segundo, extendido sobre el banco, recibe el rayo de sol

fumando tranquilamente.

Enrique. (Apante, leyendo lo que acaba de escribir.)


Si el triste labio que la muerte sella
puede, bien mío, en el supremo instante,
murmurar á tu oído una querella
que encendiera el rubor en tu semblante,
escucha compasiva, porque si ella
te agita y estremece palpitante,
ya una mirada en esa frente bella
no vé el misterio de tu pecho amante.
Yo te creía un ángel que á su cielo
llamara Dios para adornar su coro....
¡y en el mundo te hallé sumida en duelo!
Te amé, Leonor... ¡yo siento que te adoro!
Descubrir este amor es mi consuelo;
mi esperanza, una flor regada en lloro.

Félix. Ved ahí alguno que puede


llamarse feliz ó tonto,

porque siente separarse


de un mundo tan engañoso,

que algo convida mintiendo


á sus juveniles ojos.

¡ Pobre Enrique ! en la refriega


tan sereno y animoso....

¡ quién creyera en su semblante


contemplar infantil lloro!
[Se levanta arrojando su cigarro y prosigue
dirigiéndose á Enrique.)
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 297

Mira, chico ¿ no podría


un atolondrado mozo
servirte de algo en la tierra,
mientras le dejen un soplo?...
Enrique. Noble amigo, ya me diste
cuanto en el mundo ambiciono.
Félix. ¡ Feliz ambición aquella
que satisface tan poco !

Un papel... yo creo un sobre


de color ya sospechoso ;

algunas gotas de sangre


y un alfiler... eso es todo.
Enrique. ¿No amaste, Félix?
Félix. Explica
tu pensamiento, y respondo.

¿A mis padres? No los tengo

¿A mi tío? Ni amor, ni odio.


¿A una mujer? No recuerdo
haberme encontrado loco,
ni he visto en sueños un ángel
que puede ser un demonio.
Con que ¿á quién?
Enrique. No amas, y creo
que ya es inútil del todo
Félix. ¡No amas! ¡Y me parece
que lo dices con aplomo,
cual si tus ojos mirasen
del alma mía en el fondo !

Pero es imposible, Enrique,


mirar más allá de un rostro
298 REPRESALIA DE HÉROE

que muestra con su sonrisa


un atolondrado mozo,

y puede ocultar... ¡quién sabe!


¡ No hables así, no hables loco !

¡ No amas ! ¿ Y quién te ha dicho


que no amo yo, que no adoro
algo más grande, más digno
que aquí en la tierra conozco?
¿que no amo sin esperanza,
sin un tormento horroroso?...
Enrique. ¿Y ese amor?...
Félix. Es mi secreto....
pero lo sabrás muy pronto;
porque estarás á mi lado
cuando en el último soylo,

pronuncie un nombre bendito


que te llenará de asombro.

ESCENA II
DICHOS y DN. CÉSAR, cincuenta años, alto y huesoso,
cabello ya cano, fisonomía altiva y desdeñosa. Lleva el mismo
uniforme, y sale por la puerta de la derecha, muy preocu
pado, y se dirige después con impaciencia d FÉLIX, mientras
que ENRIQUE se abisma en sus pensamientos, indiferente á
(o que pasa á su alrededor, hasta el momento que se indica.

César. ¡ Es imposible! Yo creo


que es un delirio horroroso....
Capitán Aldama ¿ es cierto
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 29 9

que para hallar el sonrojo,


ni una sola de esas balas
que silbaban á mi torno,
ni uno de tantos aceros
que brillaban á mis ojos,
abatiendo a otros, que acaso
buscaban la vida ansiosos,

quiso horadar la carroña


de un anciano valeroso?
Félix. No os comprendo, Comandante....
César. Cuando al placentero rostro
del General insurgente

arrojé, rota en dos trozos,


esa espada de Toledo
bañada con sangre de otros;
cuando gritaba que nunca

pedí cuartel vergonzoso,


que rendirme no podía
á un inferior con desdoro,
¿porqué una vida ya odiada
no me arrancaron más pronto?
Félix. Os repito.,...
César. ¡Qué! ¡tal mengua,
tal ignominia y oprobio,
sobre mis blancos cabellos
debían hechar con gozo !

¡Yo español de la península


sin mezcla alguna de moro,
ni siquiera de la costa
pues que he nacido en Logroño
300 REPRESALIA DE HÉROE

yo, Dn, César... un Ojeda


nieto, en grado octavo ó nono,
del conquistador valiente,
del inmortal Dn. Alonso ;

yo, vasallo leal, constante


del rey... (que viva dichoso);
yo, cristiano que venero
la inquisición y me postro, —
en mucho menos tomado

que un viejo traidor ó loco ;

un insurgente que sigue


el estandarte ominoso
de ese cura escomulgado....
y... lo que es más que eso todo,
lo que más enciende mi ira,
un miserable criollo !

Félix. ¡ Comandante !

César. Y no me ofrecen,
en canje del viejo, solo.
Se añaden trescientos bravos
del Vera-Cruz tan famoso,
hijos también de la España,
exceptuando algún criollo.. .

Félix. ¡Comandante!
César. ¡Ah!... ya lo dije.
Perdonadme, pobre mozo,
que no aspirasteis el aire
de la península
Félix. Poco
me duelo de esa desgracia
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 301

más puro aspirando este otro.


César. ¡Qué locura! Mas prosigo
¡esto es infame, espantoso!
¡Oh Bataller! tu gran genio,
. á cuyas luces me postro,
pudiste nunca, ni en sueño,
en algún sueño horroroso,
imaginar tal afrenta
para el español oprobio?
Tú, que sabio respondías
á los necios y á los tontos,
que preguntan : ¿quién gobierna,
si Fernando victorioso
no vuelve del cautiverio? »

« Cualquiera español, un mozo,


un mulero de la Mancha

por ejemplo, si acaso otro


no deja el francés con vida,

pero jamás un criollo » '....


Félix. ¡Oh, callad!
César. Silencio al jefe
impone el capitán.... ¡cómo!
Enrique. (Interviniendo y separándolos con dulzura.)
Por Dios, señores quisiera
que la desgracia á nosotros
nos uniese ya con lazos
más estrechos.
César. No me asombro.

1. También histórico.
302 REPRESALIA. DE HÉROE

¿ Qué esperar de él?


Enrique. Comandante.
CÉSAr. (Yéndose con sonrisa de desprecio.)
Criollo y basta. ¡Criollo!
Félix. ¡Oh, maldición !
Enrique. Si es un necio....
Félix. ¡ Un amo como los otros !

ESCENA III
DICHOS, menos ün. CÉSAR. FÉLIX queda por un momento
en dolorosa postración y prosigue oprimiendo su pecho con
ambas manos.

Félix. Escucha, Enrique... yo siento


el fuego aquí de un volcán
quiero encontrar un alivio
revelando á tu amistad,
el secreto de una vida

que por fin se extinguirá.


Enrique. Tú sabes, Félix, que siempre
te he amado.
Félix. Sí, es verdad.
Y tú eres noble.... sin duda
mi dolor comprenderás.
Yo fuí huérfano....
Enrique. Asimismo
yo he llorado en orfandad,
y sólo tuve el cariño
de un anciano.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 303

Félix. Yo jamás.
Rudo y altivo tirano
tan solo pude mirar
en el hombre á quien mi madre,
con labios de nieve ya,
besando mi frente, dijo :

« hermano, por él velad ».


i Ese hombre es Yermo, el que supo
prender á Iturrigaray,
y cargado de cadenas
arrojarlo con afán,
porque justo y bondadoso -

miró el pueblo con piedad


y ofrecía al mejicano
en el gobierno un lugar,
mientras cautivo Fernando
nos dejaba en orfandad.
Yo siempre le hallé orgulloso
como ese necio, y aún más,
de su sangre castellana

y origen peninsular.
Me envolvía en el desprecio
que sintió por los demás,
pues aunque su sangre misma
entre mis venas está,
yo nací bajo otro cielo
pesado yugo á llevar;
y desde niño, buscando
mis faltas con ansiedad,
le he mirado que reía
304 REPRESALIA DE HÉROE

con esa risa fatal,


le he oído esas palabras :

« es criollo... ¿qué esperar? ».

Es decir : « Cómo es posible


hacer ni un hombre, quizás,
de esa cosa despreciable
que yo he sabido animar
con la sangre de mis venas,
pero que nunca es igual? ».
Y en vano yo le rogaba
pidiendo un rayo no más
que del alma disipase
la ignorante oscuridad....

¿ Para qué? La ciencia, acaso,


ese tan puro raudal,
para los labios sedientos
del criollo hade brotar?...
Ya me comprendes, Enrique
me comprendes, no es verdad?
Enrique. Prosigue, Félix, tu historia
es la de muchos quizás.
Félix. La de todos ! Es la historia
de una raza y de una edad.
Yo sentía que en mi pecho.
brotaba un fuego tenaz....
algo incomprensible y grande
no el odio innoble, jamás....
No me lo explicaba entonces ;

después lo supe llamar,


« el innato sentimiento
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 303

de la humana dignidad,
que se podía en el aljna
del criollo despertar ».
Revelación que bendije
y que me ha sido fatal ;

la he debido á los cuidados


de la más tierna amistad,
cuya memoria me encuentra
con ojos húmedos ya.

¿ Recuerdas haber oído


á tu rededor hablar
del loco Dn. José Rojas,
un hereje desleal?...
Enrique. No, Félix.
Félix. Era un mancebo
ardiente como el que más,
entusiasta por lo bueno,
sólo inútil para el mal;
sensible, sólo podía
tener amor... nunca odiar.
Sus perseguidores nunca
su nobleza negarán....
Enrique. ¿No dices que le acusaron?...
Félix. De leer un libro y soñar!...
El libro que maldijeron,
es <i El contrato social »,

y sus sueños horrorosos :

una patria y libertad!...


¿Sabes quién al Santo Oficio
le denunció con afán ?
2il
306 REPRESALIA DE HÉROE

'
j Su propia madre !

Enrique. ¡Imposible.
Félix. ¡
Inverosímil verdad ! . . .
¿Ignoras que el fanatismo
puede en el alma triunfar,
con el temor del infierno

que siempre mostrando está,


del sentimiento más grande,
del mismo amor maternal?.
Mi amigo huyó de la hoguera,
y en un instante fugaz,
* lo perdí todo en el mundo
con esa dulce amistad.

Quedé triste y silencioso....


¡también me puse á soñar....
Un día sentí en mi pecho
un eco responder ya
á ese grito de Dolores

que arrojó Hidalgo á la faz


de los amos orgullosos,
proclamando libertad
con esfuerzo generoso

que hace su nombre inmortal....


¡Oh! ¿porqué quiso mancharse
en sangriento lodazal?...
¿porqué el rostro venerable
quiso por fin salpicar?...
Enrique. Yo presencié los horrores

1. Igualmente histórico.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 307

que hacen su nombre fatal.


Sí; yo he visto á Guanajuato
en esos días llorar
crímenes, como á la España
tres siglos no acusarán
¡Oh, Félix, mi propia sangre
corrió á torrentes allá!...
Félix. Yo, Enrique, á Guadalajara
corrí presuroso, á dar
el apoyo de mi brazo
á la santa libertad;

pero... escucha. En negra noche


cerca del término ya,
me hallé en la garganta oscura

que conduce á la ciudad,


entre los montes que al cielo
á esconder su cima van ;

destrozado de fatiga,
dominando mi ansiedad,
me fué preciso extenderme
sobre el suelo á descansar
no sé si el sueño benigno
cerró mis ojos allá,
para volverme la fuerza
perdida con tanto afán,
ni cómo trascurrió el tiempo
me explico hoy mismo en verdad.
Vi de pronto unos fantasmas
en varios grupos pasar,
como nubes que barriese
308 REPRESALIA DE HÉROE

con su soplo el huracán,


sin perturbar el silencio
de aquella honda soledad,

y perderse entre la sombra


como si con esta allá,
se confundiesen formando
una misma oscuridad,
que mis ojos no pudieron
con impaciencia sondear,
cuando escuché, con el alma
llena de espanto fatal,
tristes, ahogados sollozos
con un ruido singular....
golpes secos, repetidos
sobre algún cuerpo que nunca
ni el eco más débil da
y lo encuentran en mi pecho
con indecible pesar,
mientras que el cabello irsuto
con frío sudor está!...
Cesó aquel ruido, al punto
miré otra vez desfilar
los mismos fantasmas negros,

aunque no tantos quizá,


que en dirección ya contraria
volvían á la ciudad.

Quedé solo, como estatua


del espanto y del pesar,
esperando que la aurora
descubriese á mi ansiedad
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 309

un misterio de la noche

que era imposible explicar....


¡ Oh Enrique ! la ansiada aurora

que no olvidaré jamás,


mostró á mis ojos entonces
un desengaño fatal !

¡ Allí un monte de cadáveres


y de negra sangre un mar....
mientras destrozados, cráneos
abiertos, vacíos !

Enrique. ¡Ah!
Félix. La hecatombe que dejaba
¡

una venganza infernal I...

¡ otro crimen con que Hidalgo


quiso su gloria manchar !...
Entonces ni un solo instante
vacilé indignado ya...
corrí al punto de aquel sitio
volviendo mi paso atrás,
¡ Y no fué todo! mi brazo
ofrecí á la causa real,
llevado por un delirio.
que me llena de pesar *....
Enrique. ¡
Félix ! acaso....
Félix. Esa causa
manchada, también está !

Yo he visto al fiero Calleja

1. Muchos criollos notables se unieron al ejército real por igual


motivo. Uno de los objetos de Bravo fué lavar estas manchas con un
rasgo de generosidad.
310 REPRESALIA DE HÉROE

impasible degollar,
sin perdonar la inocencia,
el sexo, la ancianidad,
á un pueblo, con cuya sangre
llenó la fuente, que allá,
en la misma Guanajuato,
puede el mundo contemplar,
dudando si esos horrores
alumbró el sol en verdad.
Le he visto reir satisfecho
con risa de Satanás,

y decir al que pregunta :

« No os dictó la humanidad
hacer uso de las balas,
ya que quisisteis matar? »....
«
]
Las balas ! Tenía pocas
para esa chusma desleal ».
Y le he visto como el tigre

que vé su presa escapar,


vengarse en Cuautla furioso
hasta de las ruinas ya.
He tenido entre mis manos
aquella orden general,
en que Cruz nos ordenaba
al mejicano acosar
como á fiera de los bosques
sin reparo ni piedad 1...
Enrique. (Tristemente y bajando la cabeza)
]
Es cierto !
1. Todo histórico.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 311

Félix. Y ahora, sin duda,


más claro descubrirás
el dolor que me devora
y hace el corazón sangrar.
Sin esa nube de sangre,
que arrojó Hidalgo á la faz
del bello sol, que en su oriente
derramó intenso raudal
sobre un pueblo de rodillas,
clamando por libertad,
yo hubiese corrido ufano
con noble esfuerzo á mostrar
que pueden surgir los héroes
y entre aquellos un titán,
del rebaño que destrozan
con rabia ciega y brutal,

para ofrecer otro pueblo


con gozo á la humanidad !.

Y ahora.... ¡ moriremos juntos


ante esa luz inmortal,
desdeñados por los mismos
que procuramos amar,
por quienes hemos vertido
nuestra sangre con lealtad!...
Enrique. Sí, Félix; yo te comprendo
pero he mirado asomar
el sol de gloria embozado
en una nube fatal.

¡
En esa nube de sangre

vi la mía con pesar!...


312 REPRESALIA DE HÉROE

Félix. ¡Morir así... Pero llegue


la muerte que sorda está
al clamor de quien no espera
en la vida nada más !. . .

Enrique. La muerte vendrá. Yo pienso


que Venegas no es capaz
de un humano sentimiento.
No acepta el canje.
Félix. Jamás.
(Prosigue señalando á la puerta de la derecha.)
Ese loco inútilmente
se afanaba.... morirá.
Moriremos todos.
Enrique. Pero
existe un Dios de piedad.

¿ Quién sabe?....
(.Se entreabre la puerta de la izquierda dejando paso
á una mujer embozada en un largo manto.)
Mira.
Félix. Te digo.
Nadie por mí llegará.
(Vase por la puerta de la derecha.)

ESCENA IV

ENRIQUE Y LEONOR. Esta arroja su manto á la espalda,


descubriendo su rostro, y el primero se precipita en sus bra
zos, enajenado de placer.

Enrique. ¡
Ah, Leonor! Rayo divino
OBRAS DE NATAMEL AGUIRRE 313

que en oscuro calabozo,


derramas consuelo y gozo
vencedor de mi destino!
Leonor. Vine á ofrecer libertad....
Enrique. ¡Sola!...
Leonor. No; con mi fiel Marta.
Tras del muro que la aparta
espera con ansiedad.
Vela, también, el amigo
que abrió esa puerta sin miedo ;

el mismo que con denuedo


te dió en Chilapa un abrigo.
Enrique. Pero, tú. ¡ quién lo creería!...
así animosa arrostrar
Leonor. Sí, todo, para salvar
una existencia que es mía.

¡Detenerme la distancia
ó ningún poder humano,
sufriendo solo mi hermano,
mi compañero de infancia!...

¡
el solo ser que en la tierra
devuelve el cielo á mi amor,
mostrando que no es dolor
todo lo que el alma encierra !

No, Enrique.
Enrique. ¡Dios mío! es cierto?...
¡ enviar un ángel así !

Leonor. Partamos.
Enrique. (Reflexionando, y después, señalando la puerta
de la derecha.)
314 REPRESALIA DE HÉROE

Pero¿ de aquí
no saldrá el honor cubierto ?. . .

Mira, Leonor; los que hín sido


compañeros de mi suerte,
cuando se asome la muerte,

¿no dirán : ¡cobarde!, ha huído?


Leonor. Y yo, hermano, yo, en el mundo
vacío otra vez, perdida,
diré que arrojas mi vida
en abismo más profundo.
Diré que engañas á Dios
que conservó tu existencia,
para dar en su clemencia
algún consuelo á los dos !. . .

Enriquk. ¡Me amas!...


Leonor. Hermano
Enrique. ¡Comprende!,
no me destroces el alma.
No quiero ese amor no calma
la sed que mi pecho enciende.
Vive, me has dicho, no escuches
el grito que el honor lanza.
Mas... ¡ vive sin esperanza,
para que en el mundo luches!...
Oye, Leonor. Aquel niño
de sonrisa placentera,
que corría en la pradera
gozoso de tu'cariño;
aquel huérfano inocente
que hermano llamar solías
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 31 g

en esos hermosos días


de dicha y paz solamente,
ese no existe. Ha volado
el ángel de la inocencia.

Queda solo á tu presencia


el infeliz que te ha amado (Se arrodilla.)
queda á tus plantas de hinojos,
y muerte ó vida allí espera.
¡Una esperanza.... siquiera
alguna luz de tus ojos!...
Leonor. (Procurando levantarle, ruborosa y agitada.)
¡Enrique!...
Enrique. Mira : yo pienso
que por fin todo se olvida,
cuando en el pecho se anida
solo el amor, que es inmenso.
¿ Partir sumiso y cobarde
ordenas, dí? ¡Yo te sigo!...
Leonor. ¡Hermano!...
Enrique. (Levantándose con desesperación.)

¡ Nada! ¡Maldigo
la muerte que llega tarde!...
Leonor. Hermano,; ves?...
Enrique. ¡ Siempre hermano!...
Leonor. Desdeñar el bien que ofrece
el mismo Dios...
Enrique. ¿Te parece
que puedo vivir ufano?
Para qué? Si, para verte
palpitante en otros brazos,
316 REPRESALIA DE HÉROE

unida á otro hombre con lazos


que sólo rompe la muerte!...
Para llamarte perjura....
Leonor. Calla!.
Enrique. Leonor; tú lo fuiste!...
Tú las palabras vertiste
que encendieron mi locura.
« No le amo, no le amo, Enrique,
por aquel hombre exclamaste.
Si ante él mi llanto miraste,
la gratitud te lo explique. »

I La gratitud !. . .

Leonor. Le he debido
más que la vida; el honor.
Enrique. Le pagas hoy con tu amor....
le buscas... ¡tú le has seguido!
Leonor. ¡ Basta ! No hieras ingrato,
ni cobarde el débil pecho
que provoca satisfecho
la muerte misma....
Enrique. ¡ Insensato !...
Sí, Leonor, ¿porqué te acuso?
Acaso tú fuiste dueño
de un corazón que en mi sueño
me destinaba yo iluso?...
Lo guardas para aquel hombre,
pero me queda el cariño
con que viste al pobre niño
dándole de hermano el nombre ;

y animosa en este instante


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 317

te trajo á darme la vida....


(Con acento mas triste y haciendo un esfuerzo

doloroso.)
Gracias, hermana querida....
perdón y olvido.
Leonor. Es bastante.
Partamos al punto.
Enrique. No.
La muerte, Leonor, es buena.
Leonor. (Con espanto, venciendo turbación.)su

No, no le amo! El alma ajena


de ese amor nunca mintió.
Enrique. ¡Ah.,; tú puedes?...
Leonor. Me estremezco
con presentimiento horrible....
¡partamos! Quizá imposible
será más tarde.
Enrique. Obedezco.
Leonor. ¡Al fin!...
Enrique. (Después de dar algunos pasos y cerrando la
puerta de la derecha.)
Y ellos, no podrían
seguirnos también, Leonor?...
Huyamos todos.... mi honor....
¡ah, como me llamarían !...
Leonor. El que abriera esos cerrojos
no lo consiente. Allí vela...
(Se abre la puerta de la izquierda y retroceden
espantados.)
Leonor y Enrique. ¡Ah!...
318 REPRESALIA DE HÉROE

ESCENA V

DICHOS, JUAN y VALENTÍN. El primero con uniforme de sar


gento, se precipita dentro con espanto, y elsegundo queda en
el umbral de la puerta conlos brazos cruzados, pero de modo
que descubre un puñal en la mano derecha.

Valentín. Ya es otro centinela


que nunca cierra los ojos.
Juan. ¡
Oh Señora!... estoy perdido;
nada á esos ojos se escapa.
Enrique. Mi salvador de Chilapa!
Juan. Que en esta vez no ha podido
Vuestra edad, vuestro valor
me inspiraron aquel día
la más honda simpatia,
casi un paternal amor.
Os dí un asilo en mi techo,
os serví con fé sincera
sin ese demonio, os diera
la libertad, satisfecho.
Perdonad que os lo recuerde
y suplicadla conmigo
que os deje....
Enrique. Sí, noble amigo.
Juan. La pobre niña me pierde.
Enrique. (A Leonor que ha quedado fascinada por las mira
das de Valentín, como el pájaro por la serpiente.)

¿Oyes, Leonor?
Leonor. ¡Qué sonrisa!
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 319

Así se goza Luzbel !

¿Qué te hice yo?...


Valentín. Nada, ni él.
Leonor. (Tomando á Enrique de la mano y dirigiéndose
á la puerta.)

Paso, por Dios!...


Valentín. (Mostrando el puñal.) No haya prisa.
Sola, sí. Nunca los dos.
Enrique. ¡Adiós, Leonor!
Leonor. (A Valentín, arrojándose en los brazos de Enrique,
con
resolución.)
De sus brazos
me arrancarás en pedazos....
mi último ¡ay! será mi adiós!...
Juan. ¡Señora I...
Enrique. No ves? ese hombre
por nosotros morirá!...
Juan. (Con desesperación.)
No temo la muerte ya.
¡ La deshonra ! ; no os asombre.
El monstruo gritar pretende
al que me dió su confianza :

«
i General, ahora descansa
en el traidor que se vende ! »

Valentín. ¿Saldrá por fin? Sale, ó llamo?...


Juan. ¡Por piedad!...
Enrique. Leonor... oh, parte!...
Leonor. Sí; no renuncio á salvarte.

(Se separa de sus brazos con doloroso esfuerzo,


y prosigue conduciéndole á un
lado.)
320 REPRESALIA DE HÉROE

Escucha, Enrique.... ¡yo te amo


Enrique. (Cayendo de rodillas.)
. ¡Oh!...
Leonor. (.Saca de su cuello la medalla que mostró en el
primer acto y colgándola en el de Enrique se aleja
precipitadamente.) -

Guárdale, madre mía,


madre de amor y clemencia....

I
es la mía su existencia!
¡su muerte me mataría!...
(Valentín que la deja pasar con Juan, cierra la
puerta con una carcajada espantosa.)

ESCENA VI
ENRIQUE y después Dn. CÉSAR. El primero queda arrodi
llado por un momento y se alza repentinamente adelantándose
en la escena.

Enrique. \
Y ahora morir! ¡
Oh, la muerte,
cuando comienza la vida,
cuando á esa luz bendecida
todo lo bello se advierte
con que la tierra convida!...

¡Morir amando, y dichoso


amado de un ángel tierno!...
(Estrecha la medalla contra su corazón, levantando los
ojos al cielo.)
¡
Oh Madre de Dios eterno !

ese martirio horroroso


OBRAS DE NATANIEL AGUlRRK 321

sería más que el infierno!...


César. (Saliendo con la alegría del que acaba de encontrar
una idea feliz.)
¡Albricias, Capitán! Creo
que inexorable el Virrey
ha de cumplir con la ley,
haciendo morir á un reo
de horrible traición al Rey.
Es decir que, fusilado
el viejo loco insurgente,

podremos con pura frente,


si no muerte de soldado,
encontrar la de valiente.

21
ACTO IV
(¿Venganza ó gloria?)

Sata en casa de Un. NICOLÁS, amueblada con decencia. Una

puerta al fondo, otra d la izquierda, y dos ventanas á la


derecha. Cerca de la puerta lateral una mesa con recado de
escribir. Entre las dos ventanas el retrato de Hidalgo, de
tamaño natural, en su traje de eclesiástico.

ESCENA I

VALENTÍN, Dn. NICOLÁS y un oficial. El primero aparece


de pie en media escena, con el sombrero en la mano y los

ojos bajos. Los otros salen por la puerta lateral.

Oficial. Es aquel hombre. Su instancia,


su tenacidad asombran.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 323

Nicolás. (A Valentín, con impaciencia.)


¿ Qué quieres?...
Valentín. (Sin moverse.) No estamos solos.
Nicolás. (Después que el oficial se retira á una señal.

Ya puedes hablar ahora.


Vatentín. General, guarda a tus presos.
Nicolás. Soldados tengo de sobra
que sin descanso los guardan.
Valentín. Se venden y te traicionan.
Nicolás. Es imposible. Ya saben
que una existencia preciosa
más que la mía, depende
tan sólo de esa custodia.
Valentín. Yo he visto, cuando la noche
comenzó á tender sus sombras
entreabrirse allí una puerta,
y penetrar silenciosa
una mujer que se vela
una decidida heroína

que viene desde Chilapa.


Nicolás. ¡De Chilapa !...
Valentín. Y animosa
desprecia la muerte misma
para salvar al que adora.
Nicolás. ¡
El en mis manos !... Prosigue!...
Valentín. No es ya muy larga mi historia.
Pegando el oído á la puerta,
oí palabras amorosas....
algo como ese murmullo
de dos confiadas palomas
324 REPRESALIA DE HÉROE

que esperan tender el vuelo.


cuando el cuanhtótli se asoma '...
Nicolás. ¿Y el traidor ?

Valentín. No es gachupín.
Nada su vida me importa.
Nicolás. Qué buscas, entonces?...
Valentín. Quiero
que no se vuelen gozosos
Nicolás. ¡Quiero venganza!...
Valentín. ¡ No sabes
como en las tinieblas ronda
el ocelotl, á los vientos
abriendo la humeante fosa?.,..
Nicolás. ¡Miserable! tú eres...,
Valentín. (Tranquilamente.) Criado
muy adicto á la persona
del cura de Nucupétaro,
generalísimo ahora,
José María Morelos
y Pavón.
Nicolás. (Renociéndole .) Ya no me asombra,...
1 Valentín !

Valentín. - Ya te lo dije,
no pierdas de la memoria :

General, guarda á tus presos;


tus soldados te traicionan.

(Se inclina profundamente y se aleja con paso lento,


por la puerta del fondo, mientras que Dn Nico
lás le contempla con disgusto.)

1. Quanhtolli, alcón. Ocelotl, tigre.


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 323

Nicolás. Yo conozco aquella raza


tan sombría y rencorosa,
que en tres siglos parecía
hasta olvidar la memoria
de los pasados ultrajes
bajo el yugo que la agobia.-
Recuerdo que un triste anciano
que esto escuchó de mi boca,
extendió su brazo enjuto
y con sonrisa espantosa
me mostró cómo se alzaba
con su nítida corona
en el azul de los cielos,
asímismo silenciosa,
aquella « montaüa humeante » '.
que súbitamente arroja
después de un sueño de siglos
sus llamas devoradoras.

¡Eso es la raza! Al acento


de Hidalgo despierta ansiosa;
no pide libertad, quiere
un mar de sangre española.
Es el volcán que sus lavas
sobre Guanajuato arroja,
que nada detiene, nada,
y ennegrece hasta la gloria
del buen cura de Dolores
tan esplendente y hermosa.
(Ligera pansa. Prosigue preocupado.)
1. Popocatepeíl, significa esto en idioma azteca.
326 REPRESALIA DE HÉROE

¿Y esa mujer?... de Chilapa


viene á salvar al que adora.
¿Será?.... ¡Dios mío, no sea
esa aparición hermosa
que al cruzar por mi camino
halagó mi mente loca!...
Quiero encontrarme tranquilo
sin los celos que destrozan,
para volverle á Venegas
su prenda, por la preciosa

que me tiene entre sus garras,


ó castigar si la roba....
¡ No, padre mío ! La idea
basta á matar por sí sola!...
(Momento de silencio. Prosigue dirigiéndose
al oficial que acude á su orden)

¡ Capitán ! No estoy visible


para ninguna persona.
(Se retira por la puerta lateral.)

ESCENA II
El oficial y después Dña. LEOXOR envuelta en su manto

Oficial. Comprendo que quien espera


siempre con el alma ansiosa,
que se decida la suerte
del padre que tanto adora,
quiera encontrarse en silencio
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 327

con ese recuerdo á solas.


Y el alférez Gabriel Pinto,
conductor de aquella honrosa
proposición al Virrey,
ya debe volver ahora,
con la respuesta que él mismo

recogerá de su boca....
¡
La Virgen de Guadalupe
quiera inspirarla piadosa ! . . .
Leonor. (Que lia entrado de modo que oye las últimas
palabras.)
Ella os guarde, caballero.
(Saludándola con respeto y ofreciéndole asiento.)
¡ Ah,
Señora!...
Leonor. ¿El General?...
Oficial. Imposible.
No vé á ninguna persona.
Leonor. ¿No querrías?...
Oficial. ¿ Complaceros ?

Siempre con el alma toda;


pero antes, á la consigna.
Leonor. ¡Yo debo verle! ¿Entendéis?...
una infeliz os lo implora.
Oficial. Perdonadme : es imposible.
Leonor. (Corre á la mesa y escribe una palabra en una
hoja que entrega al oficial.)
No tanto. ¿Querríais esta hoja
con la bondad que mostráis,
poner en su mano propia?...
Oficial. No hay inconveniente.
328 REPRESALIA DE HÉROE

Leonor. ¡Gracias!
Oficial. Volveré al punto, señora.
(Entra por la puerta lateral, con el papel en la mano.)
Leonor. Con esa palabra puedo
conocer si en su memoria
tengo un lugar todavía,
y si en su alma generosa
pude ejercer un imperio
Nicolás. (Saliendo con la vista fija en el papel y después al

oficial.)
¡ Chilapa ! Dejadme á solas.

ESCENA III
Dn. NICOLÁS y Dña. LEONOR. (Ésta descubre su rostro,
después que se retira el oficial.

Nicolás. (Aparte.) ¡Es ella! y aun más hermoso


con el dolor su semblante.

¡Viene á implorar por su amante,


por ese rival odioso!
[Prosigue dirigiéndose á ella con respeto,
y después ofreciéndole un asiento)

Señora, siempre gozoso


os vuelvo á ver. ¡ Oh! tomad
Leonor. (Arrodillándose á sus pies.)
No, la que espera piedad,
la pobre mujer que implora,
tiene su puesto aquí ahora.
OBRAS DE NATANIEL ACURRE 329

Nicolás. ¿ Qué hacéis ?.

(Procura levantarla.)
Leonor. Antes perdonad.
Nicolás. Perdonar.., á quién?
Leonor. ¡Mi hermano!
Nicolás. ¡Vuestro hermano! Esa palabra....
¡ oh, repetid !. . Que ella me abra
el cielo que miré ufano,

y lloré perdido en vano


en mi loco desvarío,
creyendo que el ángel mío
consagró en hora fatal
su guarda á ese otro mortal,
que hubiese inmolado impío.
Leonor. (Aparte.) ¡Cielos!
Nicolás. Mas siempre postrada
á mis pies, señora así,
cuando mi puesto es allí,
siendo vos la que adorada
podéis mirar humillada
la frente de quien espera
dispongáis del alma fiera
del más altivo soldado,
que fatalmente os ha amado
sin esperanza, siquiera!...
(La obliga á levantarse, tomándole de una mano,
y prosigue con fuego.)
Sí, dejad... que os diga
esa palabra de amor,
el fuego devorador
330 REPRESALIA DE HÉROE

que mi corazón abriga;


la idea que siempre hostiga
ó halaga mi pensamiento;
ese extraño sentimiento
triste y dulce á un tiempo mismo,

que sumerge en un abismo


ó ya eleva al firmamento.
Yo os amé desde el instante
en que os vi desvanecida,
cual paloma perseguida

que busca apoyo anhelante,


caer sobre mi pecho amante,

arojando en un suspiro,
con el aliento que aspiro,
dulce inquietud en el alma;
y ya perdida la calma
con sueños de amor deliro.
Yo os amé, pronto en mi pecho
para sentir una garra
que sin piedad lo desgarra;
porque temía deshecho
un mundo, que satisfecho
me destinaba, Señora
¡
todo porque un hombre llora

y vos le tendéis la mano!


Pero ese hombre es vuestro hermano.
¿no es verdad? ¡Ya le amo ahora!
Leonor. ¡General!...
Nicolás. Si, ya os dije,
Desde hoy día el nuevo amigo
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 331

tendrá en mi casa un abrigo


mientras la suerte lo exige
de mi padre.
Leonor. ¡Ah!...
Nicolás. ¿ Qué os aflige ?

¿ No está seguro á mi lado?


Desechad todo cuidado,
nada podéis ya temer....

(Sonriéndose con satisfacción.)


¡ Oh, para poderle ver
cuánto os habréis afanado!...
Lo sé todo.
Leonor. ¡Vos!...
Nicolás. Ansío
conocer quién fué el que pudo
abriros la puerta. Dudo
que fuese un soldado mío,
de esos en quienes confío
como un padre.
Leonor. Es un secreto
que juré.
Nicolás. Bien, lo respeto.
Mas yo mismo, ya con gozo,
quiero abrir el calabozo
cumpliendo lo que prometo.
(Después de escribir algunas palabras.)
Pero ni sé vuestro nombre
sólo os podía llamar,
primero : « ángel tutelar »,
después : « visión ». No os asombre.
332 REPRESALIA DE HÉROE

Leonor. Leonor de Osorio.


Nicolás. (Escribiendo.) ¿Y ese hombre
que « mi odio » llamaba yo?...
Leonor. Enrique.
Nicolás. [Lo mismo.) De Osorio —
Leonor. No :

de Arco. (Bajando la cabeza con rubor.)


Nicolás. ¿Decís?...
(La mira fijamente, dejando caer la pluma, y se

adelanta hacia ella.)


Esa frente
muestra el rubor que no miente
¡ah, Señora... ¡ os traicionó !...

¿Le amáis ?¡ Hablad!...


Leonor. (Cayendo de rodillas con las manos juntas en

ademán suplicante.)
Sí... ¡perdón!...
Nicolás. Cómo queréis ya que os llame?...
Leonor. Desgraciada, más no infame
escuchad, por compasión!...
Nicolás. Desgarrar un corazón
que antes mintiendo, se inflama

¡oh ! decid, cómo se llama


ese juego atroz ?. . .

Leonor. Mi lengua
os engañó para mengua?...
os dije : « mi pecho os ama? »

Nicolás. (Recorriendo la escena con agitación.)


¡Oh, le amáis! le amáis! No quiero
comprender más en la tierra.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 333

¡ Un hombre de más encierra!


y es mío... ¡
mi prisionero!
Leonor. Gran Dios!...
Nicolás. ¡Le amáis!... Placentero
sonríe con esperanza;
su mente atrevida lanza
más allá de sus cerrojos....
¡tiene en el alma unos ojos
con que á miraros alcanza!...
Puede suspirar con gozo
aquel perfumado ambiente,
que con un suspiro ardiente
ó con un triste sollozo
dejasteis al calabozo,
gracias á la noche oscura

y á un traidor Se me figura

que le dijisteis : « en vano

te agitas diré; mi hermano!


y le engañaré perjura!... »

Leonor. Yo engañaros.... yo, Señor,


que os debo tanto en el mundo!...
Si vieseis en lo profundo
de mi alma
Nicolás. ¡Ver otro amor !

Leonor. Y gratitud y dolor


para vos que sufrís tanto.
¿ Porqué dudáis de este llanto
que vierten mis ojos ya?
No sabéis cómo podía
herirme esa duda... ¡Oh! cuánto?...
334 REPRESALIA DE HÉROE

Escuchad. Es una historia


triste, muy triste, la mía.
Sólo en mi infancia podría
encontrar una memoria
de una dicha transitoria
como esa edad de inocencia,
que hace amar una existencia
para llenarla de duelo,
que da un edén sobre el suelo
y lo roba con violencia.
La madre que he adorado
sin igualar su ternura,
que sonríe con dulzura
teniendo siempre á su lado
diez ángeles que le ha dado
un Dios siempre bondadoso;
el padre anciano amoroso

que los toma en sus rodilas


y enseña preces sencillas,
deber y honor imperioso ;

un pobre niño que mira

ese cuadro con tristeza,


ó inclinando la cabeza
más tristemente suspira;

y luego los ojos gira,


busca también con anhelo
la madre volada al cielo....

que sólo se muestra ufano


si me oye llamarle « hermano »,
y me llama « su consuelo »
OBRAS DE NATAN'IEL AGUIRRE 33o

¡ay! todo eso á la distancia


me representa la mente!...
Después huye velozmente
aquel sueño de mi infancia;
y la mente en su inconstancia
me muestra sólo un desierto
y me pregunto si es cierto,
si todos los que amo mueren,
si hay demonios que los hieren,
si vivo¡ gran Dios! ó he muerto.

¡Oh Señor! si vos, soldado


en mil batallas triunfante,
vierais aquello un instante,
creo que hubieseis llorado!...
¡y vivo yo, que he mirado
turba de sangre sedienta;
las picas en donde ostenta
rubias cabezas de niños
cuerpos más blancos que armiños
que destroza y ensangrienta!...
Nicolás. (Que se ha detenido antes á escuchar con interés,

conmovido.)
¡ Dios mío ! ¡ Dios mío !. . .

Leonor. Luego
me ví yo sobre la tierra
como una sombra que yerra
sin encontrar el sosiego
y cuando el cielo á mi ruego,
de tantos seres que llamo
devuelve uno solo y le amo....
33rt REPRESALIA DE HÉROE

Nicolás. ¡ Le amáis ! ¡ Otra vez me grita


esa palabra que agita
el fuego con que me inflamo !

Leonor. ¡Le adoro! Ved : en el mundo


es todo mi bien que existe;
el sol que en mi noche triste
vi del abismo profundo,
el solo ser en que fundo
mi esperanza y mi ilusión.
Os digo sin turbación,
pues solo el crimen se arredra :

¡es el olmo de la yedra!


¡yo le di mi corazón!
Nicolás. Y ese corazón hoy día
le comprendo por mi mal.
Es tesoro sin igual
que el mundo no pagaría.
Porqué el ángel que veía
velado á mis pies, aquí,
no quiso volar de mí
sin descubrirme su aureola ?

¡ Perdiera la mujer sola !

¡pudiera olvidar así!...


Pero hoy... ¡perderla y gozosa
verla volar á otros brazos,
sin despedazar los lazos
que la separan!...
Leonor. (Levantándose.) ¿Quién osa
destrozar con mano odiosa
lo que el mismo Dios bendice?
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 337

¿Y sois vos el que lo dice,


noble y valiente soldado ?

¡Qué hermoso triunfo! ¡Ha humillado


á una mujer infelice!...
Nicolás. ¡Oh, callad!...
Leonor . Sed generoso . . .

dejad que llore y suplique.


Nicolás. Ruega á Dios por ese Enrique,
por ese rival odioso.
No soy dueño de él... precioso
otro bien por él espero, \

¡mi padre! Yo solo quiero


ocuparme de él. ] Adiós!
(Vase precipitadamente por la puerta lateral.)
Leonor. Escuchad... ¡nada!... ¡Gran Dios!
su amor nos mata... yo muero !

(Cae abrumada de dolor en una silla y se cubre el


rostro con las manos; pero después de algunos
instantes se levanta como inspirada de una idea
repentina, y escribe algunas palabras en un

papel que deja sobre la mesa.)

i
ESCENA IV

ün. NICOLÁS que vuelve á salir preocupado y el oficial, que


acude á su llamamiento.

Nicolás. ¡Capitán! Sé que hay traidores


entre mis propios soldados,
que me engañan y se venden
22
338 REPRESALIA DE HÉROE

mientras en ellos descanso....


Id al punto de mi parte
al cuartel en donde guardo
los prisioneros de guerra

para el canje destinados,


y decid al comandante
que cobraré sin reparo
por la sangre que me roben
la del que guardarla encargo.

(El oficial se inclina profundamente y se retira.)

ESCENA V

Dx. NICOLÁS solo. Queda por un momento en doloroso


contemplación y prosigue pasándose la mano por lá frente.

Nicolás. No me comprendo... la razón no alcanza


para explicar esa espantosa lucha
de las pasiones, que del alma mía
todo el imperio y á la vez, disputan.
No sé cuál guía mi indeciso paso
en esta noche de dolor y angustia
todo confuso en derredor lo miro....
no sé qué anhela el corazón.., ¿qué busca?
Distingo allá con alas de querube,
bañada en luz de angélica hermosura
esa mujer, que pronunciando un nombre
siempre fugaz ante mis ojos cruza;
y oigo que ríen por doquier los ecos
del nombre odioso, entre la sombra oscura....
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 339

Y allí, también, ante mis ojos surge


la sombra siempre vencedora, augusta,
del padre tierno que suspira, y triste
al hijo llama, que de ingrato acusa.
No sé qué gritos de venganza hieren
en mis oídos que á su amor no escuchan.... ! -

no sé qué nube de color sangriento


su amada imagen sin cesar me oculta

(Se oyen pisadas de caballo y después pasos


precipitados y ruido de espuelas.)
¡ Oh ! si llegase

(Corre á la ventana.)
Pero solo... ¡solo!
¡Gabriel!
(Quiere salir « su encuentro y se detiene como á pesar suyo.)
No puedo... ¡qué ansiedad y angustia!...

ESCENA VI
DICHO t GABRIEL que se detiene en el umbral con los brazos
cruzados y la cabeza inclinada en ademán de profunda,
tristeza.

Nicolás. Mi padre?... dime... mas, no


¡me vas á decir que es cierto!
Calla, por Dios!...

(Gabriel se enjuga los ojos con una mano


y levanta la otra al cielo.)
¡Ah, le han muerto!
(Cae sobre una silla cubriéndose el rostro
con las manos.)
340 REPRESALIA DE HÉROE

Gabriel. Al cielo el mártir voló !

(Momento de silencio interrumpido por los sollozos


de Dn. Nicolás. Prosigue adelante lentamente y
depositando un pliego sobre la mesa).
Valor, y leed.
Nicolás. (Con profunda aflicción, enjugándose los ojos
y abriendo el pliego.)
¡ Oh, quebranto !

¡un rizo de su cabello,


la medalla que á su cuello
colgó mi madre con llanto !

Queridas prendas de amor


que siempre llevar solía

(Cubre de besos ambos objetos.)


Mas cómo llenan hoy día
un corazón de dolor.
Su vista me mostrará
las tumbas donde se encierra
cuando podía en la tierra
brindarme un consuelo ya.

¡Padre amado... madre tierna!...


Solo un silencio profundo
á esos gritos en el mundo,
« separación, dice, eterna!... »

(Ligera pausa. Prosigue leyendo.)


« Nicolás, Miguel, mis hijos,
« todo mi amor y consuelo,
« antes de alzar de este suelo
« y poner los ojos fijos
« en un Dios que al fin me llama,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 341

« y ya me tiende los brazos,


« quiero llorar otros lazos,
« que el hombre bendice y ama.
« Muriendo por una idea
« á que consagré mi vida,
« la muerte no me es temida,
« y el guerrero la desea ;

« pero también me arrebata


« del amor de los que adoro
« y el padre se inunda en lloro,
« acusando al que lo mata »....

¡
Oh Venegas .... asesino !. . .

por su sangre, ya inclemente,


haré correr un torrente....
pues tú fijaste el destino!....
« Recordad al que buen padre
« patria y honor, manda hoy día.
« Es toda la herencia mía,
« y un rizo de vuestra madre!...
« ¡Adiós, adiós!... ¡Cómo hiere
« aquel adiós de la tumba !

« Todo ante mí lo derrumba....


« todo en el mundo ya muere!... »

(Vuelve á ocultar el rostro entre las manos, entre


gándose á su dolor. Luego, levantándose de
pronto, prosigue con resolución.)
¡Basta de llorar! Gabriel,
yo quiero conocer todo,
para vengarme de un modo,

si es posible, más cruel.


342 REPRESALIA DE HÉROE

Gabriel. Señor quizás....


Nicolás. Te lo ordeno.
Soy hombre, soldado soy....
si vertí llanto, desde hoy
será de mármol mi seno!...
Gabriel. Yo corrí con impaciencia
á cumplir vuestro mandato :

nunca el deber fué más grato,


ni ha de serlo en mi existencia.
Sufrí todo á los de España,
dominando mi coraje,
hasta la afrenta y ultraje
de su vengativa saña ;

y mostrando en alto el pliego


para su Virrey tirano,
llegué á Méjico, ya ufano,
.y pedí la audiencia luego.
Conducido ante los ojos
de aquel Venegas tan fiero,
le oí gritar, altanero :

« me hablará, pero de hinojos ».


Y yo en fin, ni de tal mengua
me acordaría, Señor ;

pero hoy día ¡ qué furor


siento, al decirla mi lengua!...
¡Me postré!...
Nicolás. La afrenta ha sido
para mí.
Gabriel. Recorrió á prisa
el despachó, con sonrisa
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 343

de compasión que no olvido:


me volvió la espalda junto
con sus secuaces, y « espera, —
le oi decir con voz fiera, —
voy á contestar al punto. »

Quedé solo de rodillas


en el salón espacioso
sentí el baldón; silencioso
corrió el llanto en mis mejillas.
No sé el tiempo trascurrido
en ese horrible tormento :

desperté sólo al acento


de un hombre desconocido.
«Quieres salir al balcón ? — •

me preguntaba risueño. —

¿No tenéis el mismo empeño


por mirar la ejecución ? »
Nicolás. ¡ Bárbaro !. . .

Gabriel. Me es imposible
.
deciros lo que hice loco.
Salté del balcón, y á poco
me hallé en el banquillo horrible.
Recuerdo que yo estrechaba
las rodillas del anciano;

que depositó en mi mano


ese papel; que me hablaba
Nicolás. ¡Sus palabras!...
Gabbiel. No las sé.
Me separaron y luego
oí la palabra «
¡ fuego ! »
344 REPRESALIA DE HÉROE

y por el suelo rodé.


Nicolás. ¡Dios mío!...
Gabriel. Ni ya sé dónde

pude cobrar el sentido ;

y el hombre desconocido
me dijo : « así se responde ».
Puso en mi mano un papel,
agregando : « al insurgente

precisa que alguno cuente


cómo se trata con él.
Por eso vives, y ya
te ofrecen un pasaporte :

no porque al Virrey le importe


lo que ese traidor hará ».
Nicolás. ¡Ya lo veréis!... porque aquellos
morirán para respuesta.
¡ Veréis por fin lo que cuesta
cada uno de sus cabellos !...

(Corre á escribir una orden y prosigue


agitando en alto el papel.)
Sangre quiere el asesino,
y ahogarle con sangre quiero....
¡
le ha de mostrar un reguero
desde hoy día mi camino....

(Se dirige á la puerta para entregar la orden.)


OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 345

ESCENA VII

DICHOS y Di*. MIGUEL, en traje de camino. Los dos hermanos


se encuentran en la puerta y se arrojan el uno en los
brazos
del otro.

Nicolás. ¡Hermano!
Miguel. Nicolas!, lo sé....
Nicolás. ¡Le han muerto!...
Gabriel. (Aparte.) Lloro, es verdad : un corazón de fiera
las lágrimas que vierto

pudiera comprender, y otras vertiera!...


Hermosos niños que les vi sentados
del amoroso padre én las rodillas ;

los besos escuché ejue en sus mejillas


imprimían los dos ; y reclinados
en ese amante seno,

más de una vez los sorprendí dormidos,


y los ojos del padre humedecidos
levantándose á Dios, á un Dios tan bueno.
Vi sus juegos que hacían al anciano
sonreir de ellos ufano.
sin pena ni temor sobre la tierra....
y con ellos me armé, cuando la guerra
ofrecía una patria al mejicano,
para buscarla con esfuerzo y gloria!...

¡ Hoy... ¡ oh dolor!...
Miguel. ¡Venganza!...
Nicolás. (Mostrando la orden.) Mira.
346 REPRESALIA DE HÉROE

Miguel. Son pocos, Nicolás, por el que expira.


Es la ley de la guerra, ley notoria,
sangre por sangre, represalia justa
la que cumples así ; mas la memoria
del padre anciano, augusta,
reclama de los hijos, la venganza.
No queda satisfecha si no alcanza
la mano al mismo pecho,
donde si acaso un corazón palpita
no es la obra de Dios, mas del infierno !

Nicolás. (Presentándole el pliego y los [objetos que ha


traído Gabriel.)
Mira de un padre tierno
la herencia más preciosa y más bendita.
Miguel. De mi madre... ¡Dios mío!... otro tormento.
(Besa el rizo y la medalla, y prosigue después
de leer la caria.)

No oyes? Con triste acento


acusa al asesino que le mata

y al amor de los hijos le arrebata....


esa voz sale del sepulcro helado
donde su pecho oculta
por balas españolas destrozado!...
Venganza, sí ¡ venganza!...
(Deposita el pliego y los otros objetos sobre la
mesa, y arrebatando la orden de manos de su
hermano, sale precipitadamente.)
Gabriel. (Aparte.) Lo enajena
ese inmenso dolor. El que solía
mostrarse alegre, y en el mundo reía,
OBRAS DE NATANIEt AGUIRRE 34?

ó compasivo á la desgracia ajena


ofrecía una gota de su llanto
feroz se muestra y ya me causa espanto.

[Vase lentamente.)

ESCENA VIII
Dn NICOLÁS solo. Queda pensativo, con los brazos cruzados
sobre el pecho, de pie en media escena.

Nicolás. Sangre por sangre, represalia justa....


tienes razón, hermano; estoy sereno,
mas, no... el dolor.... sólo el dolor me agita.

No es cierto, no, que el corazón se asusta,


aunque en mi pobre seno
sus violentos latidos precipita!...
[Se oprime el pecho con las manos y se sienta
,
luego delante de la mesa, con la frente en la
palma. Prosigue después de un momento, como
si sus ojos distraídos encontrasen la hoja
escrita por Leonor.)
« La sangre no se borra ni se esconde ;

« la hizo Dios indeleble. Hasta la gota


« vertida en el silencio, al fin se nota,
« y tiembla el matador... ¡Mata y responde! »

(Se levanta espantado con el papel en la mano, recorriéndole


por segunda vez.)
Qué es esto, oh Dios ! Qué mano impía arroja
su piedra en tal momento,
al inmenso dolor que me acongoja?...
348 REPRESALIA DE HÉROE

Esa mujer... ¡es ella! ¡es mi tormento!...


(Arroja el papel sobre la mesa y queda en dolorosa

postración. Prosigue recorriendo la escena con


pasos distraídos y deteniéndose delante del
retrato de Hidalgo.)
Pero... ¡ responde, matador, ¿qué has hecho?
Allí está la respuesta, horrible, muda...

Hidalgo¿ no es verdad? Tú, satisfecho,


sin espantosa duda,
bajar pudiste á tu sepulcro acaso,
cual sol que en nubes se escondió en su ocaso?
Duermes allí?... pero encontraste calma?
No perturba tu sueño algún delirio?...
Qué ha preguntado el Hacedor á un alma
que voló depurada del martirio?
Y la patria? ¡responde!... Yo te acuso,
tu mismo admirador, héroe sublime.
Esa frente es un sol.... pero no iluso
el ojo mismo que tu gloria halaga,

deja de ver la mancha que se imprime


y un resplandor apaga !. . .

(Ligera pausa. Prosigue alejándose del retrato y hablando


consigo mismo.)
¡Mata y responde! Responder? Sí, siempre :

á la patria y á Dios.... al mundo entero ;

al presente, al venidero
á la historia severa ó indignada

que pide la respuesta.... que la busca,


y queriendo arrojar una mirada,
se acerca á levantar con mano brusca
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 349

la piedra misma del sepulcro frío!...


(Cae de rodillas levantando las manos al cielo, con ansiedad
y angustia.)
\ ¡ Un rayo de tu luz... piedad Dios mío!...
ACTO V
(La represalia!)
Una plaza pública. Al fondo un cuartel con un templo á su
costado derecho, que presenta al espectador su fachada
principal y su campanario. A la puerta del primero se
pasea el centinela con el arma al brazo, y la del segundo-
permanece cerrada hasta el momento que se indicará des
pués. A la derecha del espectador y ocupando' toda la escena
de la plaza, una larga fila de banquillos con postes desti
nados á la ejecución de los prisioneros. Comienza á amane
cer, y la luz aumenta por grados hasta la escena IV, en que
asoman los primeros rayos del sol.

ESCENA I

Varios soldados, que se ocupan en clavar los últimos postes


detrás de los banquillos, y Juan sentado á la puerta del
cuartel en un banco de piedra.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 351

Sold. Io. Es decir que, fusilados


los gachupines, partimos
Sabes á dónde ?

Sold. 2". ¡ Es pregunta!...


Quieres que el Generalísimo
venga á consultar humilde
su rumbo y planes conmigo?...
Adelante, camarada,
sin preguntar el camino.
Ya sabes donde nos llevan....
Sold. Io. A la libertad; y sigo
aunque me ataje la muerte
pues vislumbrando aquel brillo
no quiere otra luz el alma,
ni la que vierte el sol mismo.
Sold. 2o. ¡Bravo! así me gusta el hombre
quieres que estreche esos cinco?...
(Se dan la mano. Prosigue en voz baja señalando
á Juan.)
Pero yo conozco alguno....
Sold. Io. El sargento.... ¡qué mohíno !

Sold. 2o. Me parece que ha resuelto


abandonar el servicio.
Sold. 1u. (Dirigiéndose á otro que se retira después de

haber clavado un poste.)
Mira, Martín, me figuro
que ese poste no está fijo
voy á probarte en el acto
lo que no en vano te he dicho.

(Se sienta en el banquillo, accionando como lo requie


3S2 represalia de héroe

ren los versos siguientes, hasta que arranca el

poste y se levanta con él en las espaldas.)


Piensas que un hombre amarrado
para recibir el tiro
que ha de traspasar su pecho,
se estará quieto y tranquilo?...
¡
Un demonio !... Si yo fuera
el gachupín que el destino,
ó ese su Virrey Venegas,
conducirle al banco. quiso,
con esfuerzo más que humano
hasta el último suspiro,
luchara por separarme
del afrentoso banquillo,
y no dudo que arrancara....
ves?....
Sold. 3o. (Volviendo á clavar el poste, con mal humor.)
Me declaro vencido.
Pero pregunto si todos
temblarán como tú mismo....
Sold. \". ¡
La Virgen de Guadalupe
te libre de repetirlo!....
Tú temblarás el primero.
aunque juro que no he visto
estremecerse ni un músculo
de tu cara en el peligro.
Morir así ó en combate...

oye, Martín, no es lo mismo.


Allí la gloria que amamos
le da á la muerte su brillo,
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 3'33

y hasta el humo de la pólvora,


del cañón el estampido,
los clamores de los otros,
embriagan nuestros sentidos ;

y esto es morir, como muere


el humilde corderillo

que sólo tiende su cuello


con lastimero balido,
ó como el toro que bufa
por evitar del cuchillo
una cerviz poderosa....

¡vamos ! es triste....
Juan. [Desde el banco.) ¡Bien, chico!
Y agrego que esas palabras
te compran un buen amigo.
Sold. Io. Gracias, sargento.
Sold. 2o. (Aparte y llevando un dedo á la frente.)
El buen hombre

puede perder un tornillo.


Sold. Io. (Volviéndose al anterior con aire de importancia.
Y ahora á tí que preguntabas
si vendrá el Generalísimo
á consultarme su rumbo,
te diré lo que malicio.
Vamos á ir tras de Guerrero

que nos invita á seguirlo,


quién sabe si hasta Acapulco.
Sold. 2o. ¡Qué locura! Vamos, chico,
no sabes ni lo que dices

y te precias de adivino.
23
3o4 REPRESALIA DE HÉROE

Dónde nos espera el triunfo?


En Méjico ¿ Sí ?

Sold. Io. Concedido.


Sold. 2o. Entonces á qué alejarnos?
No sería un desatino ?

Sold. Io. Al contrario; de ese modo

nos acercamos.
Sold. 2o. ¡ Qué has dicho !...
Conoces la línea recta?...
Sold. Io. Ese puesto es muy preciso
para (Rascándose una oreja.)

¡ Diablo !, no recuerdo
lo que el comandante dijo.
Sold. 2o. Já, já, já linda manera
de adivinar has tenido!...
Sold. Io. La verdad es que, escuchando
eso que dijo y no digo,
te quedaras en el acto

como quedé, convencido.


Sold. 2o. Entonces me resta sólo
esperar á poder oirlo.
Pero sea lo que fuere

me alegraré si partimos

para seguir á un valiente


á cuyo mando he servido.

¡Qué general!... Ese nunca


retrocede ante el peligro,
y más bien la muerte le huye
aunque lo encuentre dormido,
como sucedió en Izúcar
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 35 E

y con mis ojos lo he visto.


Figúrate que una bomba
destrozando el techo mismo
que le guardaba con otros,
que ya contar no han podido,
hizo en el acto, en contorno,
de hombres y muebles añicos ;

y cuando entramos creyendo


recoger sus miembros fríos,
le encontramos en la cama

armando su cigarrillo!...
SOLD. Io. Un milagro de la Virgen.
SOld. 2o. Eso es ya caigo. Consigo
lleva siempre una medalla.
SOLD. Io. De Guadalupe?
SOLD. 2o. No he visto....
SOLD. Io. Debe ser. Todo se explica;
me parece muy sencillo.
Soi.n. 3o. Ya puedes pedir sus fuerzas
por un rato á Sansón mismo
para moverlo....
SOLD. 1o. (Esforzándose por mover el poste).
A la prueba.

Está como un árbol, fijo.


Y concluída la tarea
retirémonos, amigos.

(Entran en el cuartel).
3.16 REPRESALIA DE HÉROE

ESCENA II
VALENTÍN, DOMINGO y JUAN. Los primeros llegan por la
izquierda ; VALENTÍN, impaciente y gozoso, y su compañero,
triste y preocupado. JUAN sigue en su banco, sumido en sus
pensamientos.

Valentín. (Después de contar los banquillos, volviéndose


con alegría feroz á Domingo que se ha detenido
en inedia escena.)

Son treinta. No una vez sola,


ni en solo un fugaz instante,
veremos correr, Domingo,
esa aborrecida sangre.
Por diez veces esos bancos,
á mis ojos anhelantes,
mostrarán trémulos, tristes,

y suplicando cobardes,
á los que un tiempo, orgullosos
me agobiaron con ultrajes.
Domingo. No, Valentín, yo presumo,
y quiera Dios no me engañe,
que Bravo quiere diezmarlos
Valentín. ¡Oh, calla!... Venga á su padre.

y perdonando uno solo


será un hijo despreciable.
¡Imposible!... Yo imagino
que quiere, también, gozarse,
prolongando aquel suplicio
que sería de un instante.
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 357

Yo querría de uno en uno

.verlos morir, ó cebarme


Domingo. Calla infeliz tú me espantas !...
Valentín. (Enajenado y levantando las manos al cielo.)
¡ Oh, si volviese lo de antes !...
¡ Huitzilopóchtli ' ! . . .
Domingo. ¡ Qué grito!...
Valentín. ¿Porqué frívolo dejaste
de ser el dios que adoraba
libre el Anáhuac, triunfante?
Extendidos de uno en uno
sobre la mesa de jaspe,
yo los hubiese arrancado
el corazón humeante,

para ofrecer á tus labios


la ofrenda más agradable,

y hubiese arrojado al pueblo


sus destrozados cadáveres....
Domingo. ¡ Demonio, basta!...
Valentín. Sí, sólo
una mano venerable

podía hacer todo aquello.


La mía, Domingo sabes,
que la tradición conserva
lo ilustre de mi linaje ;

que soy el Grande Topíltzin,


como mi abuelo y mi padre?...
Domingo. ¡Valentín! ¡monstruo! no puedo

1. Dios de la guerra, fopillzin, sacrificado!-. Itzquahtli, úguilu.


3:í8 represalia de ueroe

sufrir su vista execrable.


(Huye por la misma calle por donde salió.)
Valentín. Se espanta y huye — no creo

que es un hombre ese cobarde.


A ese rostro negro nunca
sube la indignada sangre.
(Ligera pausa. Prosigue mirando á su alrededor.)
Yo necesito algún puesto
que se eleve dominante,
para que nada á mis ojos
de aquel suplicio se escape.
¡ Oh, si tuviera las alas
de la itzquanhtli, para alzarme!
¡esatorre Sí, ya puedo
gozar de allí como el ave.
(Corre con dirección al templo y poco después
se muestra sobre el campanario .)

Juan. El monstruo goza, mas pronto


la muerte, que le complace,
debe también, de sus garras
la pobre presa robarle....
va á destrozar su juguete
y como el niño á gozarse,
para echarlo ya de menos
sin esperanza más tarde.
OBRAS RE NATANIEL AGUIRRE 3B9

ESCENA III ,

MARTA y JUAN. Este se dirige á su encuentro con prontitud


é interés.

Juan. Le ha visto al fin ?

Marta. No. La dejó


á sus- puertas suplicante,
arrastrándose de hinojos
por el suelo....
Jua^í. ¡ Oh, si lógrase
penetrar y á su presencia
así un momento mostrarse,
no dudo que salvaría
aquella querida sangre !

,i Algunas gotas de menos


en un torrente qué valen ?

Marta. No, vecino, aquellas gotas


son las que busca el infame
Juan. ¡ Señora Marta ! Conozco
su corazón lo bastante.
Es noble como el primero,
aunque ha podido cegarle
un dolor que en este mundo
sólo cede á otro más grande,
perder al hijo adorado
(5e interrumpe conmovido.)
Mal le juzgáis.
M.< Vos juzgadle
360 REPRESALIA DE HÉROE

después de escuchar que la ama.


Juan. ¡ Dios mío!
Marta. Que él nos ampare.
Juan. Pero morir ! ¡ Si es un niño !

¡Oh, si pudiera salvarle,


iría como su escudo
a colocarme al instante !

(Ligera pausa.)
Vecina Marta, sin duda
recordáis á mi hijo.
Marta. Nadie
en nuestra' villa ha podido
de su memoria apartarle.
Tan guapo, tan generoso;
siempre con todos afable
¡ pobre Anselmo ! parecía
que iba de un siglo á burlarse.
Juan. Por eso mismo, vecina,
le hizo matar un infame !

Marta. ¡ Qué decís ?

Juan. Oid : una noche


volvía feliz amante
de ver á su novia, aquella

que desgraciada más tarde


Marta. ¡ Pobre Clara!
Juan. ; Pobre loca !

Le amaba más que su padre,


pues yo no perdí la vida
ni la razón al llorarle.
Cayó el joven en las manos
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 361

de soldados miserables
de una emboscada española,

que supusieron tomarle


por un espía
Marta. ¡
Él tan noble!...
Juan. Conducido al comandante,
éste le miró un momento
con inquietud muy notable,
y dijo : « Robusto mozo
y mejicano... es bastante.
No me parece un espía,
mas no morirá de balde,

que hombres así nunca es bueno


dejar con vida... quién sabe?...
¡ Y le hizo matar ' !

Marta. ¡Dios santo!


Juan. No es cierto que su semblante,
su aire marcial, su voz misma?
¡ el señorito es su imagen!
Marta. Tenéis razón... sí, ya caigo
Juan. Y no os parece mirarle
en vuestro Enrique? ¡por eso
le amaba yo como un padre!

1. El salvaje que hizo esto, es el mismo General Cruz, de quien


ya se refirió otra proeza en el acto tercero.
362 REPRESALIA DE HÉROE

ESCENA IV

DICHOS, LEONOR, pálida, descompuesta y desesperada, y el


pueblo que comienza d invadir las esquinas de la plaza,
aumentándose por momentos, hasta ocupar una parte de ella.

Leonor. Vengo á morir! Se agotó


hasta el llanto de mis ojos ;

para arrastrarme de hinojos


la fuerza misma faltó ;

y no conmoví siquiera,
ese corazón impío....
ó no lo tiene, Dios mío?
ó es un corazón de fiera ?

Juan. Pudisteis verle?


Leonor. Cerrada
su puerta siempre encontré;

pero yo, Juan, le llamé


con gritos, desesperada.
Él me escuchó... ni podía
ser de otro modo, estoy cierta.
Todos me abrían su puerta ;

piadoso el pueblo venía.


Querían darme un consuelo :

sentía llorar al lado

¡ también conmigo, han rogado


por lo más santo en el suelo !

Sólo aquel hombre inclemente


huía de mi presencia ;
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 363

porque yo soy la conciencia,


que haría bajar su frente !

Yo conozco el alma ruin....


¡ no es su afrenta la que lava !

Un hombre. ¡ Pobre niña !

Otro. No pensaba
se llorase á un gachupín.
Leonor. Qué le hice yo? Sí, qué le hice?
¿ ni el hombre que impío mata ?

¿Cuál á su padre arrebata?


Hombre Io. Comprendes, tú, 16 que dice?
Hombre 2o. ¡ Qué diablo !, bien se comprende,
Hombre Io. Pues se nota tu impericia....
Hombre 2o. Y en qué?
Hombre 1ü. No ves la justicia :

'
me lo ha dicho el que lo entiende .

Leonor. ¡El monstruo! pero, ¡ay! de mí!


no amarle es crimen? le engaño?
Sí! sabedlo... no es extraño,
que hable una mujer así.
Oye pueblo : aquel infame
que llamar héroe has podido,

¡te engaña! Sólo ha querido


que una desgraciada le ame !

Marta y Juan. ¡Señora!...


Leonor. [Extraviada, dirigiéndose á un grupo de mujeres,

que se hablaban en voz baja.)

1. En el drama Marión Delorme del eminente poeta francés, hay


algunas palabras como estas en boca de dos hombres del pueblo que
levantan el cadalso. Las he tomado de allí por analogía.
364 REPRESALIA DE HÉROE

Por compasión,
decid, vosotras, ¿acaso
debemos echar al paso
del primero, el corazón ?

Porque un hombre arrodillado


me dijo : « Te amo, te adoro »,
debía darle un tesoro,
el solo que me ha quedado ?

Una vieja. Es una loca.


Dos muchachos. ¡A la loca!
Hombre Io. (Apartándolos con dureza.)
¡ Quitad,
allá!
corrida entre la
Hombre 2o. (Á la vieja que se esconde

multitud.)
Doña Furia,
vete al infierno.
Una mujer. (A la misma.) La injuria
muestra un corazón de roca.
Juan. (Enjugándose los ojos y procurando detener á Leonor,
que recorre la plaza sin darse cuenta de lo que hace.)
Señora, por Dios!...
Marta. (Lo mismo.) Leonor!...
Leonor. Sí, pueblo... mira, es notoria
la infamia... ¡quiere una gloria
usurpar el matador!
¡ Quiere matarle ! La envidia
mata Enrique... ¡yole amo!
á mi

(Separándose de los brazos de Marta y Juan.)


Dejadme, dejadme... clamo
contra una infernal perfidia !
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 36ü

Y quiero morir... sí, luego


saldré de una vida amarga.
Me matará la descarga....
pero antes ¡matadme!; os ruego.
Quiero
(Se interrumpe viendo por primera vez los banquillos
y prosigue dirigiéndose al hombre Io.)
Que... que...' tú conoces
lo que es aquello ? ¡ Ah !

(Se oye el toque de « plegaria » en el campanario del


templo y cae desvanecida.)
Marta. ¡Dios mío!
Las mujeres. ¡Desgraciada!
Juan. (Levantando las manos al cielo)
Yo confío
que escucharás esas voces !

(Todos rodean á Leonor con solicitud.)


Hombre Io. Mirad, mi casa es aquella. .
Llevémosla...,
Juan. Buen amigo
id delante que ya os sigo.

(Le sigue con Leonor en los brazos y Marta que va detrás


sollozando.)
Hombre 2o. Mi casa también es de ella.

Otro. Y la mía.
Una mujer. La de todos.

¡
Pobre niña parte el alma !

(El hombre Io introduce á Juan, Leonor y Marta en la


primera casa de la izquierda.)
Un señor GORDO. (Que se encuentra oprimido en otro grupo.)
366 REPRESALIA DE HÉROE

No hay que apresurarse... calma.

¡Uf! me estrujan esos codos.


Un joven. Queremos ver. Ese lomo
es un monte

El señor. Tiempo sobra.


En diez veces... ¡qué! si es obra

de todo el día.

Otro. Pues cómo?


El señor. Lo digo bien informado.
El otro. No son treinta?
El señor. i
Los trescientos !

El joven. ¡Mirad!

(Señalando la puerta del templo.)


El señor. Señores, atentos.
Varios. Ya salen. Callad.
Un soldado. (Abriendo paso entre la multitud.)
A un lado.

ESCENA V

El pueblo, los primeros treinta sentenciados con suficiente


escolta de soldados y oficiales,, y varios religiosos de las
distintas órdenes de la ciudad. A la cabeza salen OJEDA,
con sonrisa de desprecio y atusándose los bigotes. FÉLIX
desdeñoso é indiferente, y ENRIQUE conmovido, pero con
dignidad y firmeza, estrechando á su pecho la medalla de
LEONOR. Los otros manifiestan diferentes emociones : algu
nos tiemblan y dirigen miradas vagas á su alrededor : otros
siguen fervorosamente las oraciones que repiten los sacer
dotes y miran con fé los crucifijos que les presentan. Todos
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 367

se sientan en los banquillos,ocupando, los tres primeros, los


más inmediatos al espectador; y los soldados se forman al
frente con sus oficiales á la cabeza, quedando sólo algunos
al lado de los sentenciados, con cuerdas y vendas. El toque
de plegaria continúa en el campanario del templo, repetido
á lo lejos por los otros de la ciudad.

César. ¡Viva España! Ya veremos


cómo muere un español.

(Se sienta, cruzando las piernas con serenidad.)


Félix. ¡
Morir así ! Mas no importa :

es morir.
Enrique. ¡Pobre Leonor!
CÉSAR. (Rechazando la venda que le presenta un soldado,
acción que imitan los otros dos.)
Para qué? Por él contrario
como militar que soy,
veré si puede un criollo
hacer la maniobra, ó no.
Félix. Quita eso.
Enrique. Gracias, amigo.
Un religioso. (A Dn. César.) Hermano, pensad en Dios.
César. Os lo dije, Padre; basta....

dejadme, pues, por favor.


Al rey (que Dios guarde) he dado,

y á la Santa Inquisición,
una existencia muy larga

que he llevado con honor.


Por el primero en la lucha
no esquivé mi sangre yo,

y para quemar herejes,


368 REPRESALIA DE HÉROE

he llevado mi tizón
ahora, dejadme, que muera
como soldado español.
FÉLIX. (Al sacerdote que durante este tiempo le lia estado
exhortando en voz baja, como los otros á los demás.)

¡
Oh Padre!... no es tan difícil
'
dejar este mundo, no ;

y sabe Dios que al pasarlo


ya me ha sobrado el dolor.
Enrique. (Lo mismo que el anterior.) x

Entré mis manos crispadas


hallaréis el medallón,
para llevárselo al punto
con mi postrimer adiós.
Decidla que la adoraba....
que allí espero á mi Leonor !
Si queréis darme un consuelo,
este solo os pido yo.

(Los soldados que han vendado á los otros se dis


ponen á amarrarlos en los postes.)
César. No, jamás... ¡ah, comandante!...
evitadme ese baldón
os lo suplica un anciano

que siempre honrado vivió.


Soldado soy prisionero,
no miserable ladrón !

Félix. Yo te juro que amarrado


por mi voluntad estoy.

1. « Oíd man, t'is not so dil.Hcult to die ». — Manfredo.


OBRAS DE NATANIEL ACORRE 369

¿ A qué esa cuerda ?. . .

Enrique. . Es inútil,
ó has visto que tiemblo yo?...'

El oficial. A los olios, á los otros....

(Prosigue aparte conmovido.)


¡Qué diablo! tienen razón.
Es triste matar valientes
sin luchar con ellos. ¡Oh!...
(Esta litima exclamación, al ver á los primeros
personajes que se nombra, á continuación.)

ESCENA VI
DICHOS, ük. NICOLÁS, pálido pero sereno, r GABRIEL que
le sigue conmovido; después LEONOR, MARTA, JUAN y

Dn. MIGUEL, cada uno de ellos ni tiempo que se indica.


Dn. NICOLÁS, abriéndose paso entre la multitud y al pasar
cerca del oficial para adelantarse, en la escena, le da una
orden en voz baja, que éste cumple retirándose con sus sol
dados al cuartal, en medio de la admiración general.

Césah. Viene á gozarse el criollo


criollo y basta.
Félix. Es feroz.
Siempre. tigres... ¡oh, la muerte
para huir de tanto horror!...
César. Pero á dónde van.:'...
Félix. Qué es eso?...
El religioso. Quizá perdona.
César. Bah ! no.
370 REPRESALIA DK HKliOE

Nicolás. ( Volviéndose á los sentenciados con voz firme.)

Qué esperáis?
(Movimiento de sensación general. Algunos de
los sentenciados se levantan )

¡
Partid !

Un prisionero. Amigos,
¡viva el noble vencedor!...
Todos. [Menos César, Félir y Enrique.)

¡Viva!...
(Se arrojan á los pies de Dn. Nicolás y procuran
besar sus manos.)
Los religiosos. ¡El cielo le bendice!
Un uomriie. Y los hombres como. Dios.
¡
viva el héroe !...
Pueblo. ¡Viva! ¡viva!
Valentín. (Desde el campanario, desapareciendo después.)

¡Cobardes! Y él ¡un traidor!...


César. Pobres diablos ¡con qué gusto
salvan el pellejo !
[Vuelve á sentarse.)
Félix. ¡El sol!...
¡Oh, sin la nube de sangre.
(Corre á cambiar algunas palabras con Juan que sale
de la casa y ambos se dirigen después al cuartel.)

Juan. Perfectamente; seguidme.


Leonoii. ¡Enrique! ¡Enrique!...
Enrique. (Corriendo á sus brazos.) ¡Leonor!
(Marta le abraza después llorando).
Nicolás. (A los prisioneros y los religiosos que estrechan
sus rodillas).
¡Idos!... Por cuanto pude
OBRAS DE NATANIEL AGUIRRE 371

daros en el mundo yo,

¡dejadme! Soy hombre débil


necesito ser un dios

para aplacar de mi pecho


el vengativo furor.
Al veros pienso en mi padre
'
quiero vengarme.... ¡no, no! ...
Un piiisionero. Libertad, amigos vamos
á gozarla sin temor.
¡Viva el generoso!...
Todos y el pueblo. ¡Viva!
(Se van seguidos del pueblo, vitoreando á su sal
vador. Alegres repiques de campana).
Nicolás. ¡Ay, cómo gozan! Y yo
¡nada me resta en el mundo!
Miguel. [Que llega á tiempo para oir estas palabras,
corriendo á ofrecerle los brazos.)
Hermano, queda m'i amor.
Yo te ped'a venganza,

la venganza era baldón,


y me das para mi nombre
de tu gloria un resplandor!...
(Quedan abrazados por algunos instantes, mien
tras que Leonor, conduciendo á Enrique de la
mano, va á arrodillarse á sus pies con Marta.)
Crsah. (A Juan y Félix que salen del cuartel, el último
con uniforme de soldado.)
Oíd, insu crio qué digo?...

1. Palabras históricas.
37? REPRESALIA DE HÉROE

Pues ¡vamos! resignación.


Amigos, librad á un viejo,
peninsular, español,
de esta vergüenza... ¡ matadme !

lo suplico por favor.


Vivir, viendo que un criollo
sabe obrar así... ¡qué horror !...
Félix. ¡Yo mataros, Comandante!...
CÉSAit. ¡ Capitán Aldama !...
Fiílix. No.
Soldado soy de la patria
y puedo adorar mi sol.
Crsaii. Me resigno, y algún día
pagaré mi deuda yo.

(Fa.se tristemente.)
Nicolás. (Volviendo á sentir un beso que Leonor imprime
en su mano.)

¡ Esto más !

LfiON. ¡ Que Dios bendiga


al que se asemeja á Dios
por el divino atributo
del generoso perdón!...
Nicolás. (Hace un supremo esfuerzo sobre si mismo y
levantando á Leonor se la entrega tí Enrique.)
Apuremos lodo el cáliz
sed ya felices los dos!...
Eniuquk. Hasta de insensato orgullo
vedme á vuestros pies, Señor.
(Quiere arrodillarse, pero Dn Nicolás le. tiende su mano que
él estreeha entre las suyas con efusión.)
OBRAS DE NATAN1EL AGUIRRE 373

ESCENA VII

DICHOS, MORELOS, MATAMOROS, BUSTAMANTE y nume


roso séquito de oficiales. Corren uno después de otro a abra
zar á Dn NICOLÁS.

Morelos. En nombre de la patria agradecida


que os deberá su gloria la más pura.
Matamoros. Quiero hallar la más dulce de mi vida

sintiendo palpitar un noble pecho.


Bustamantk. Yo ambiciono lo mismo, y satisfecho,
la de contarla al mundo.
Nicolás. Dios quiera hacer el germen tan fecundo
como anhela mi pecho desgarrado.
Mobelos. Y ahora á Acapulco! Allí también la suerte

al héroe armado espera,

con el triunfo y la gloria lisonjera


Matamoros. Partamos á encontrarla
Nicolás. (Aparte con profunda aflicción, viendo á Leonor
y Enrique, que se hablan cariñosamente en voz

baja.)
No... ; la muerte !.
INDICE

Advertencia v

LA BELLÍSIMA FLORIANA 7

I. De cómo una disputa provincial entre españoles de


ogaño puede más que el interés de 1¡i historia para
hacer que se exhumen algunos manuscritos de la Biblio
teca del Real Palacio 7

II. Donde el lector oirá de los labios de una doncella del


siglo xvi un conocido verso de un famoso poeta de
estos tiempos 11

HI. Ua mansa cordera se torna leona 18

IV. De qué modo aconteció á nuestra heroína el mismo per


cance que á la princesa Melisendra 23

V. De quién tuvo entonces la gloria de Don Gai feroz, y de


cómo es imposible que dos rivales procedan de con
cierto en los trances más apretados 27

VI. Cómo el niño Amor embazó bonitamente una flecha en


el corazón de un juez prudente y respetable, y le hizo
cometer los desaciertos que han comprometido su buen
nombre ante la historia 35

VII. « Caer en las brasas •» 44

VIII. Donde se prueba que no es una hipérbole de los poetas


exhalar el alma en un beso 48

IX. De lo que siempre calló doña Floriano .. 52

LA QUINTAÑONA 55

DON EGO 61

POESÍAS 71

Las tres generaciones 71


A Cuba 73
376 índice

A Napoleón III 74
A Bolivia 76
El sol y el trueno 80
Bolívar ante la gloria 81

La Conciencia 81

La Gloria 85
A mi esposa 88
'
En un Álbum . - 88
La pobre flor 89
A... no sé quién 90
Un tipo . . 91
La renuncia del león 93
Las antiparras 95
Hércules 97

VISIONARIOS Y MÁRTIRES 109

Advertencia .. 111
Acto I. Los inspirados 117
— II. Amante y conspirador 155
— III. La Justicia española y la Justicia de Dios . . . 190

REPRESALIA DE HÉROE 219

Prefacio 221
Acto I. Un ángel que padece 225
— II. El cura generalísimo 261
— III. La Nube de Sangre 295
— IV. ¿Venganza ó Gloria? 322
— V. La Represalia 350

Imprenta de la V" de C. BOl.HKT. — 4-11.

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