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PARA QUE HAYA MEMORIA DE TI

INTRODUCCIÓN

Fui amigo de Benjamín, pero su mejor amigo, su íntimo confidente fue Nacho. Y
su voz también se ha callado. Se ha llevado consigo los detalles más fecundos de
su prolongada y profunda amistad. Yo, hasta este momento me doy cuenta de lo
mucho que compartimos, quizás me había acostumbrado a su presencia callada y
su amistad incondicional, sólo ahora, cuando no está, empiezo a extrañarla.

A quienes leerán estas líneas les pido disculpas por las continuadas referencia
personales, por más que quise evitarlas me fue imposible, y por los relatos sin
datación; sólo el recuerdo borroso de los sucesos de estos años de amistad,
coloreados en su mayoría por el afecto, da testimonio de que ocurrieron y que son
verdad. Si hubiera sabido que hoy tendría que hacer memoria, hubiera realizado
con “Benja” una más de sus excentricidades, andar con una crónica al hombro
anotando cada una de sus travesuras. Me acojo a lo que dijera nuestro célebre
escritor “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla”.

Algunos textos de su autoría han sido rescatados de documentos que yacen en el


archivo provincial o en las casas de formación y se han trascrito sin orden
cronológico como aparecen en sus originales. Estos tesoros, serán los que
protegerán su memoria del paso del tiempo, cuando ya no haya nadie que
recuerde.

Para que haya memoria de ti, del amigo y religioso, son estos dibujos entre líneas
de algunos de los paisajes de su vida. No ha sido fácil su retrato, mucho más
cuando lo que se busca es retratar el alma. Un retrato, no de la imagen
incompleta y a veces falsa que nos diferencia ante los ojos, y sí del ser humano
misterioso y profundo que existía desde siempre en los designios del Creador, y
que contaba al mundo exterior su historia con cabeza rapada disimulando la
cabellera rebelde a semejanza de su dueño, ojos negros grandes como
escudriñando más allá de lo sensible, y un mentón de poca barba fuerte y
prolongado que le hacía transmitir ese aire huraño y reservado que normalmente
se percibía de él.

La tez trigueña memoria de una historia ancestral entre los aborígenes del sur
colombiano y los intrépidos colonos extranjeros contaba también poro a poro una
ascendencia familiar de valores arraigados y tradiciones centenarias extracto
cultural venido de entre tenaces evangelizadores y costumbres añejas de los más
humildes y sencillos pueblerinos nariñenses. Caminaba lentamente con su tronco

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medio encorvado, como acarreando una pena; contrastaba con la alegría fecunda
y contagiosa, que exclusivamente se ponía al descubierto de quienes se ganaban
su confianza, y dibujada inconfundiblemente en el rostro de los felices.

Desde Pupiales había llegado don Medardo Alfonso Erira Gaón. Era agente de
policía y de buenas costumbres cristianas como suelen ser los nariñenses. En el
Valle de Sibundoy encontró su hogar. Doña Blanca Nohemí Burgos había pasado
toda la vida en su natal San Francisco. El 28 de octubre de 1966 se casaron y
jamás se marcharon de esos lares.

Allí nacieron sus cinco hijos. Ana Mariela, Medardo Humberto, Carmen Alicia,
María Isabel y Carlos Benjamín. Todos con destinos distintos, quizás no soñaron
que de entre su sangre saldría un sacerdote. El joven Benjamín, el último de
todos, aunque formado por su madre en las tradiciones cristianas no mostraba
asomos de interés vocacional. Las elecciones de Dios a veces son
incomprensibles a los ojos humanos.

Hoy, a todos los que lo conocimos, sólo nos queda un profundo acto de fe para
decir Gracias, Dios, por el maravilloso regalo que en Benjamín nos hiciste. Mucho
más grande que la tristeza de su muerte es la alegría de saber que él vivió
solamente queriendo ser fiel a sí mismo y nada más; y buscándose alcanzó la
gracia de ser fiel a Dios.

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SOLAMENTE UNA ESCENA TRÁGICA EN SU VIDA

Recuerdo como si fuera ayer que le dije, “hola Benja, ¿qué planes tienes para
Noviembre?”. Fue allí, en el templo de la Parroquia del Divino Niño durante la
misión realizada en Sogamoso, entre el 27 de julio y el 17 de agosto, donde
concretamos que él nos colaboraría al equipo misionero de Manizales durante la
semana del 9 al 15 de Noviembre en La Virginia, Risaralda.

El 8 me llamó y me dijo, “estoy donde mi tío en Pereira, ¿cuado tengo que llegar?”.
Llegue mañana por la tarde, que la gente lo está esperando, le dije. Él llegó en la
noche. Fue uno de los animadores de la parroquia quien lo condujo hasta el hotel
Nueva York en el Barrio San Cayetano en donde trabajaría esa semana. Le
dieron la habitación número cuatro, y luego, se trasladó acompañado de algunos
miembros de la comunidad a un salón que las Hermanas Adoratrices dispusieron
para las celebraciones de la Misión.

Algunas personas esperaban desde hacía un rato con las luces apagadas.
Querían darle una sorpresa. A su entrada el salón se iluminó y se encontró con
una cordial bienvenida entre aplausos y risas. Se presentó y motivó a los
presentes con algunos cantos. Una de las personas presentes al narrar este
episodio afirmó, “Llamó poderosamente la atención de todos su sencillez, su
alegría, su jovialidad y la confianza que inspiró desde el primer momento”.

Entre el Hotel Nueva York, el templo de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen,
la casa de la profesora Idalba Valencia a donde llegaba todas las mañanas y las
noches en pantaloneta y chancletas a tomar tinto, y las nueve manzanas del barrio
San Cayetano, dejó su última huella. Ya no la huella KBEB, que rebelde
acostumbrara a escribir por todas las paredes de San Francisco su pueblo natal
en sus tiempos de adolescente y con la que orgulloso firmaba o marcaba todas
sus pertenencias, sino, la huella del Evangelio, por el que vivió y se apasionó
desde que escuchó en el 94 el llamado del señor a través del P. Samuel Torres en
el colegio Almirante Padilla de su pueblo.

Durante la semana de misión el P. Benjamín se ganó el corazón de los habitantes


del barrio. Con su acostumbrada calma, llegaba como él mismo decía “despacio
pero seguro”. Estoy contento con esa gente, comentaba, al preguntársele cómo le
iba en el sector de trabajo. Se quejaba de que su reloj no andaba bien. Se le
atrasaba con repetida insistencia. Pero para morir nunca es tarde.

El sábado, durante la oración en la mañana, planeamos lo de su viaje para Neiva.


Quedamos en que lo llevaría al día siguiente a las 9 a.m. a la terminal de Pereira,
pero la vida estaba dando un giro insospechado. A eso del medio día el P. Ciro
Mejía, llamó desde su celular y me pidió hablar con el P. Benjamín.
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- Estoy muy lejos, contesté.
- Estamos en Pereira visitando a mi hermano, quiero hablar con él para que nos
vayamos juntos, volvió a insistir.

Al final de la conversación, transamos que yo buscaría a Benjamín y le devolvería


la llamada.

Lo busqué y no lo encontré. Llamé a un lado y a otro, a los sitios que frecuentaba,


pero, la búsqueda resultó infructuosa. Tuve que conformarme con dejarle
mensajes en todos lados. Finalmente, hacia las 10:30 p.m. me llamó.

- Hola, los muchachos están en Pereira y viajan mañana, Ciro quiere hablarte, le
comenté.
- No tengo de dónde llamarlo, respondió, por qué no lo llama usted y le dice que
me recoja a las 8:00 a.m. donde mi tío, ¿usted tiene la dirección?.
- Sí, yo la tengo. Pero no puedo llevarte a esa hora porque voy por el P. Álvaro
a una vereda.
- Yo me voy en buseta.
- Listo, nos vemos mañana.

Me dispuse a llamar al P. Ciro pero no respondió; así que le dejé el mensaje con la
dirección y el teléfono donde debía recoger a Benjamín. Daban las 10:47 de la
noche.

Al amanecer, ya la azarosa vida tejía las fatales circunstancias. Volví a llamar al


P. Ciro. La factura de la cuenta de teléfono registró la hora de la llamada: las 6:53
a.m.
- ¿Qué pasó con Benjamín?, interrogué.
- Acabo de llamar al número que me diste y allá no está. Ya nos vamos, porque
queremos llegar temprano, voy saliendo para Cartago.
- Espere lo voy a buscar, y le devuelvo la llamada.

Colgué y corrí a buscarlo al hotel. Me dijeron que estaba todavía en su habitación.


Cuando entré arreglaba su morral. Marqué nuevamente al P. Ciro y le entregué el
teléfono (7:01 a.m.). Entre ellos acordaron que finalmente llegarían hasta La
Virginia y lo recogerían, venían llegado a Cerritos. ¡Qué cosas tiene la vida:
estaban perdidos!. Manejaba el P. Ciro, y acababan de tomar la ruta equivocada.
En lugar de tomar la vía a Armenia que los llevaría a Neiva, tomaron la ruta hacia
el Valle. Hasta ese momento caímos en razón. Él mismo confirmaría la situación
en un improvisado mapa que la profesora Idalba le prestó mientras tomaba su
desayuno. Pero, si ya habían tomado esa ruta, ¿por qué no avanzar 13 kilómetros
más y venir por el compañero?.

Calculé que dada la prudencia del P. Ciro al volante en media hora estarían en la
Virginia, tiempo justo para ir a La Palma, vereda donde había pasado la semana el
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P. Álvaro Mora, y regresar. Cuando estuve otra vez en la Virginia, ya se habían
marchado. Era un poco más de las 8:00 a.m. Los llamé nuevamente y contestó
Benjamín (8:17 a.m.). Vamos llegando a Cerritos, dijo. Bueno que les vaya bien,
les deseé. Y cerramos la conversación con algo de su humor crudo, “saludos de
Carolina y que Nacho le manda un beso”. Unas dos horas después, 15
kilómetros antes de llegar a Cajamarca, causas desconocidas, los conducía hacia
un fatídico precipicio.

Un viejo reloj despertador averiado, rescatado de entre las pertenencias, se había


quedado fijo a las 10:25 de la mañana; y Benjamín y sus compañeros Ciro Mejía,
José Ignacio Nieto y Carolina Gallego se nos habían ido al despuntar la mañana
de su juventud. El vientre de una muda montaña regado por un tenue riachuelo,
sus cuerpos mancillados hasta el límite de la vida y la camioneta Mazada 2600,
azul, de doble cabina fueron los únicos testigos del fatal desenlace. A la gente que
le preguntó la noche anterior cuándo regresaría, les contestó con su conocido tono
burlesco “nos vemos en el cielo”.

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DE AVENTURAS Y OTRAS COSAS

La primera vez que viajamos juntos fue en el 95. Éramos postulantes de primer
año en el filosofado de Suba, a los que normalmente no se enviaba a misiones en
vacaciones. Sin embargo, aquel año terminamos ofreciéndonos como voluntarios
para la misión que se realizó en Villagarzón, Putumayo, nuestra tierra querida.
Desde entonces, siempre que quería hacer cosas a las que sabía nadie me
acompañaría, se las proponía a Benjamín: él con absoluta simplicidad siempre
decía que sí.

Cuando se le metía algo en la cabeza, no había razón suficiente que lo hiciera


desistir. Fue así como se ofreció en el 99 para ir al Chocó, en convenio con la
Conferencia de Religiosos de Colombia, C.R.C con el fin de acompañar la
Semana Santa a aquellas comunidades olvidadas. Todos eran negritos -narraba
su experiencia al regresar- el más blanco era yo. Y aquella tarde en el salón
común del Teologado San Juan Neuman, no hubo poder humano que se resistiera
a su gracia socarrona.

Lo que le encantaba, era conocer experiencias nuevas que le imprimieran


dinamismo a la rutina, de ahí le venía su devoción por viajar. Viajero consumado,
recorría y conocía lugares insospechados, llevando siempre como regla de vida
que el buen viajero transita liviano y dispuesto a lo que le toque. Incluso, a
volcarse, como le ocurrió en Enero de 2000 cuando regresaba de Puerto
Leguízamo, o “Puerto Lejísimos” como él decía, por el río Putumayo para llegar a
Puerto Asís. Con todo empapado llegó hasta San Pedro y me buscó, al no
encontrarme se subió por la ventana de la casa, extendió la ropa en el patio y se
acostó en una de las camas. Más tarde, solamente dio una explicación: “tenía
ganas de dormir”.

Entre esa pasión por las aventuras y los viajes nos volvimos a encontrar, no tanto
por las aventuras, pero sí por los viajes. Hicimos un trato silencioso de pasar
juntos viajando durante las vacaciones de fin de año. Siempre fijábamos una
fecha y un lugar de encuentro y no era necesario recordarle, de cualquier modo
llegaba.

Entre planes y planes, nos dejamos encantar por el Ecuador. En esta ocasión,
nuestro compañero Ricardo Gamboa nos acompañó. Finalizaba el año 2001. Con
tan sólo setenta dólares en el bolsillo de cada uno, con una carta de presentación
del Padre Provincial de Colombia y con un viejo catálogo de la Congregación para
saber a dónde llegar emprendimos el recorrido. Ni qué decir. Pese a la aduana
ecuatoriana que nos encontró hojas de coca entre una Biblia, a la cámara que
prestamos y que se me quedó olvidada cuando el volcán Tungurahua nos
sorprendió con un hongo de gases y al paro estudiantil que nos retuvo en Ibarra, el
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paseo fue un éxito. Benjamín nunca perdía la paciencia y eso era una ventaja a la
hora de viajar con él. Después de viajar 12 días seguidos, pasando por Lago
Agrio, Chordelech, Quito, Cuenca, Ambato, Riobamba, Guayaquil, Manta y Tulcán;
luego de visitar los más diversos parajes, El Parque El Cajas, El nevado
Chimborazo, el volcán Tungurahua entre otros, insólitamente seguía con ganas de
viajar.

Al siguiente año fijamos como destino Cabo de la Vela, al norte colombiano. Nos
encontramos en Bogotá hacia el 8 de enero y hubiéramos llegado, de no ser por la
crisis de la gasolina que se desató en Venezuela. Así que, resignados la pasamos
entre Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, para luego llegar a Piedecuesta,
Santander a iniciar los retiros previos a la ordenación presbiteral.

Sólo un imprevisto podía frenar lo que Benjamín planeaba. Solamente un


inexplicable accidente impidió ver realizado nuestro último sueño de irnos por toda
Colombia recorriendo los nevados y volcanes, llegar si era preciso y la plata nos
alcanzaba, hasta la Sierra Nevada de Santa Marta. Y sé que así sería pues, en la
semana posterior al funeral de su madre en San Francisco, lo confirmaría su
hermana Alicia, preguntaba como loco las rutas para subir al volcán Galeras y
otros aledaños en el departamento de Nariño.

Benjamín me enseñó que lo que importa en la vida no es el tamaño de la maleta ni


la cantidad de accesorio que se van anexando, sino la intensidad con que se
construya día a día la historia de la realización personal, y de esto sí que le sobró
hasta el último instante de su existencia.

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HOMBRE DE MALETA LIVIANA

Jamás encuadró en esquemas fijos, era un rebelde, pero con causa. Encontró su
causa en Jesús. No era hombre que se jactara de habitar un solo lugar. Odiaba lo
predecible, por eso creo que jamás aceptó las teorías psicológicas y los retiros
terapéuticos que pretendían condicionar las actitudes y acciones humanas a
ciertas determinantes. Nunca dijo nada, pero sus compañeros sabíamos que su
silencio ocultaba inconformidad.

Era de los que pedía bandeja paisa cuando estaba en la costa caribeña y pescado
cuando salía a algún lugar en Popayán. Eso sí, al solicitar algo, casi
instintivamente y aparentando ponerse serio decía: ¡cuy!. A lo que seguía la burla
cómplice de los que conocíamos su origen putumayence, que le acarreó el
apelativo por el que cariñosamente lo nombrábamos sus conocidos: “el Indio”.
Había algo en él que lo impulsaba maquinalmente hacia lo diferente, en una
profunda guerra contra lo cotidiano, como queriendo dejar bien apuntada su
existencia única en este mundo.

En su típica mochila negra, ya desteñida por los años, solamente cargaba uno o
dos pantalones jeans, que enrollaba para que no se le arrugaran, ropa interior, los
característicos tenis de tela y algunas camisetas. Era un hombre de maleta liviana.
Desprendido, creía y vivía la pobreza evangélica. A menudo se le escuchaba decir
“por plata no se preocupen, que no hay”.

Yo no pude entender su aversión a lo puntual, ni su pelea con los números pares.


Al ser nombrado para el equipo misionero de Popayán pasó a ser el encargado del
almacén, situación que favoreció que tuviéramos que comunicarnos de vez en
cuando para intercambiar material y artículos de misión. Nunca pedía una
cantidad cerrada. Pero, ahora que lo escribo, creo que él tampoco entendía
nuestra obsesión por las cifras exactas. Necesito 1501 plegables para la misión de
Neiva, inquirió riéndose el jueves 13 de noviembre, 3 días antes de su muerte; al
fin sólo se llevaron mil.

Podía ir de viaje o de misiones, su maleta raras veces cambiaba de tamaño. No


era su costumbre planear en el aire, prefería llegar, conocer y sólo entonces,
emprender sus trabajos. Se mostraba reacio a abultarse con folletos y esquemas
preelaborados, sólo se dejaba acompañar de su breviario, de la Biblia y un
pequeño misal vaticano que compramos juntos en la libraría del Verbo Divino
cerca de la Parroquia San Alfonso en Bogotá. En el fondo estaba convencido de
que lo fundamental de la Evangelización no se juega en la cantidad de folletos y
esquemas con que se cuente, sino con la sencillez y eficacia para llegar al
corazón de los destinatarios, por eso gastaba su tiempo en la gente sin
preocupaciones.
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Pasaba el día sin la carrera del cronómetro, y fuera lo que fuera, lo hacía como si
dispusiera de toda una vida. Y mientras él pasaba sus días con la parsimonia del
estoico, los demás corríamos el riesgo de un ataque de úlcera. No lo afanó ni la
noticia de la enfermedad de su madre. Cuando el P. Ciro Mejía se la comunicó,
solamente dijo “¿Qué será? Si yo la dejé bien”. Fue el mismo padre Ciro quien
tuvo que incitarlo a que llamara a sus familiares y le ratificaran el alcance de la
dolencia.

Le bastaba poco para ser feliz, creo que con Jesús en su corazón le era suficiente.
Disfrutaba de las cosas elementales, de una caminata con su incondicional Nacho,
de ir a cine, comer pan con atún en las noches frías de Bogotá, y escuchar
música. De verdad que disfrutar para él no era nada complicado, sobre todo
cuando se trataba de excentricidades. Como aquella vez que al salir de la
universidad pasábamos por una cafetería entre la Av. 28 y la Calle 26, y sólo por
retarlo le dije que si quería “cancharinas”1. Sin dudarlo me aceptó la propuesta.

- ¿Cuánto valen las arepas?.


- No me las rebaje, son cancharinas, comentó la dueña.

Ese día nos subimos a la buseta como dos niños que van a hacer una maldad.
Con dos tremendas arepas fritas en la mano y bajo la mirada implacable de los
transeúntes fuimos conversando y riéndonos, creo que burlándonos
clandestinamente de los prejuicios de la gente.

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Arepas grandes típicas nariñenses.
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DE POCAS PALABRAS, PERO DE PALABRA

Hablaba poco. Utilizaba palabras sencillas, claras y asertivas. Cuando decía sí,
se le podía creer, igual cuando decía que no. Era de fiar. Hacía las cosas sin
mucha algarabía y se le notaba siempre una aguda preocupación por utilizar los
términos exactos y precisos.

Una vez estaba seguro de qué palabras utilizar, ponía énfasis en aquello que creía
más importante y se aseguraba de haber transmitido lo correcto usando alguna
muletilla. “¿Sí?”, preguntaba al final de sus sentencias. Si con los números pares
era intolerante, en esto de hablar procuraba ser preciso. Creo que Benjamín logró
el punto medio exacto entre la exageración y el silencio. En algunas
oportunidades callaba, sobre todo cuando los temas se subían de temperatura,
pues, no era de discusiones ni alegatos. Le apostaba a la discusión argumentada
en lugar de la determinación impositiva.

Cuando se comprometía con algo lo hacía. Si le hacías una propuesta que quizás
no podrías cumplir, corrías el riesgo de tener que retractarte o pasar la pena de
que te dijera que eras un “chichi”. No se resquebrajaba por más duros que fueran
los retos y las situaciones, siempre encontraba la forma de salir airoso.

Al momento de conversar y bromear tenía sus cuidados; no se le escuchaba


hablar de otras personas, mucho menos de sus cohermanos. Y si se trataba de
secretos con él podían estar completamente seguros. El Indio tenía su malicia.
Malicia que le permitía trazar el límite justo, a veces no tan perceptible ante sus
interlocutores, cuando estaba jugando o cuando hablaba en serio.

Quien bromeaba con él tenía que estar dispuesto a todo. Bromista insuperable,
dejaba a su paso mojones de su permanente buen genio. Nacho pagaba a todo
momento el precio de su amistad; víctima de sus bromas y chistes, a menudo se
lo encontraba por los pasillos del Teologado correteándolo, mientras Benjamín se
le burlaba con su risita desganada.

Benjamín era veraz y nos dejó a sus amigos el testamento de su propia verdad.
Una verdad forjada al rigor del Evangelio: diáfana, sencillamente profunda, y rica
en ilusiones. Transcurrió su corto ministerio sin falsedades ni dobleces, con la paz
de quien ha divisado por fin su destino y a cada paso quiere alcanzarlo,
sabiéndose en el camino correcto.

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UNA JUVENTUD ESCRITA ENTRE PAREDES

Las calles frías y silencios de San Francisco acompañaron su niñez y


adolescencia. En un extremo alto del Valle de Sibundoy, amparado al pie de
hermosas montañas desde donde se hielan las noches taciturnas está su pueblo
natal. Una capilla, el parque, el cementerio, el edificio de la alcaldía, el colegio
Almirante Padilla y una cancha de fútbol marcan la vida de sus habitantes, que por
las noches deambulan silenciosos entre sayos y ruanas espantando el frío aliento
de las montañas.

La misteriosa conversación de la brisa con las laderas, de vez en cuando se ve


interrumpida por los muchachos que disfrutan el anonimato de la noche y por una
que otra motocicleta que entre bramido y bramido se une violentamente al diálogo.
Allí aprendió el embrujo de la noche y nunca se le pasó.

Y fue en una fría noche San Franciscana, en esas tan comunes del mes de Enero,
cuando ni siquiera los corrillos de los colegiales interrumpen el silencio, entre las
risas de celebración de algunos amigos, cuando descubrí su pasión por las
noches.

Habían tomado la costumbre de irse todas las noches al cementerio. Se


autodenominaban “La Gallada”. Como almas en pena recorrían el trayecto que del
parque conduce al camposanto, para luego sentarse en alguna de las pocas
tumbas. La botella de aguardiente para quitar el frío y aligerar la charla, la
conseguían haciendo una “vaca”. Y podían amanecer entre cuentos, chistes y
chismes de lo poco que acontecía en aquellos sosegados parajes. Lo refería con
la nostalgia de los años pasados y en su cara se dibujaba el orgullo de una
hazaña.

De esas mismas fechas le venía la manía de marcar todo con sus iniciales, KBEB.
Las marcas de las iniciales de los nombres era la evidencia del paso de “La
Gallada”. Las paredes del pueblo se vieron, entre noche y noche, violentadas con
la incomprensible señal. Nadie alcanzaba a imaginar que aquellas manos
traviesas que antaño despertaron la inconformidad del pueblo un día se estarían
alzando para bendecir y efectuar la consumación del milagro eucarístico.

En uno de esos días, tan monótonos como los demás, el joven de aspecto huraño
y taciturno que acostumbraba a pasar sus tardes en pantaloneta y los inolvidables
tenis de tela, al que las calles vieron reír con sus amigos mientras jugaban
“pícala”, “yermis” y “congelado”, se marchó. Ya el pueblo que lo vio nacer fue
pequeño para sus sueños y Dios lo había llamado. El 29 de Enero de 1995, en la
vitalidad de sus 19 años, ingresaba al Seminario San Alfonso.

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Tres años después, al inicio de su noviciado, escribía en una vieja máquina, “Al
aproximarse la entrada al seminario, la alegría y la nostalgia se hicieron presentes
en mí, la alegría porque estaba ansioso por seguir un camino bueno y justo. Y la
nostalgia porque siempre duele dejar un pueblo, una familia y unos amigos. Y
llegada la hora puse mis pies en el seminario, era un 29 de Enero de 1995, en
esos primeros momentos me sentía angustiado y hasta lloraba en ese frío cuarto
que me habían asignado”.

Las noches frías del cementerio ahora serían las noches frías del Seminario de
Suba, y sus compañeros de insomnio, en la complicidad de los libros, le hablarían
de las cosas de la filosofía. Benjamín había caído en la red, el Señor Jesús lo
había pescado y él nunca más se alejó de su barca.

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DE SU PROPIA INSPIRACIÓN, LA HISTORIA DE UNA VOCACIÓN

Amar es elegir, sólo se elige realmente lo que se ama. Benjamín conoció el amor
de Dios porque fue elegido, y a tan sublime elección solamente se podía
responder con una elección fundamental. Este proceso amoroso, de elegir
fundamentalmente al que elige lo llamamos vocación. Y es precisamente las
elecciones que van y vienen entre la fidelidad y la traición lo que hace al hombre
sublime y grande. Tratándose de una experiencia tan íntima nadie hablaría mejor
de tal cual elección que el propio referido, por eso serán sus propias letras a
continuación las que cuenten esta cara de su vida.

“La vocación es como una magia que vive y convive con nosotros y a veces no
nos damos cuenta de ello, pues ella hace que seamos hombres extraordinarios,
rompedores de una cotidianidad y por ende transformadores de hombres; es que
la vocación se muestra a nosotros mismos y luego se proyecta al servicio de los
demás.

Mi vocación, no sé desde cuando ni desde dónde empezó, sólo recuerdo que


durante el último año de colegio, me arrimaba a la parroquia habiendo sido
convocado por un grupo juvenil, y sucedió que a finales de noviembre de 1993, en
una de esas clases aburridas, llegó un sacerdote acompañado de un seminarista
haciendo promoción vocacional, e invitaron ellos para una reunión en la siguiente
hora de clase; y yo por evadir clases, fui junto con otros compañeros a escuchar al
Padre. Y desde aquél entonces empecé a comunicarme con éste sacerdote, era el
P. Samuel Torres”.

La carta que escribió el 02 de Noviembre de 1994, dirigida al P. José Rafael Prada


Ramírez, Provincial y Consejo, pidiendo su ingreso al seminario reza:

“Le envío esta carta con el objetivo de expresarle mi interés en ingresar a la


comunidad Redentorista.

Es cierto que uno como persona, se encuentra en la vida con muchos


interrogantes para decidir, crecer y buscar su ideal, con certeza y fortaleza de
nuestra propia realidad, así mismo he pensado que esto es una tarea que exige
mucho de cada uno de nosotros, pues dejar tantas cosas para seguir los pasos del
maestro no es cosa fácil, sin embargo requiere de la valentía, el esfuerzo y el
querer de cada uno para esta misión.

Es así que he oído el llamado de DIOS para participar y vivir un ideal que siempre
he querido, en el cual me sentiré realizado como persona, al estar al servicio de
quienes nos necesitan, en sí vale la pena salir del montón y ser voz de los sin voz,
ese ideal es SER MISIONERO REDENTORISTA. De ésta forma solicito mi
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ingreso como postulante al Seminario Mayor, con el fin de iniciar mi formación
sacerdotal y misionera, alcanzando ese noble ideal que me he propuesto.

Para su mayor conocimiento, le manifiesto algunos detalles sobre mi seguimiento


vocacional: He estado en contacto con el promotor Vocacional del Seminario
Redentorista de Manizales “Alta Suiza”, Padre José Samuel Torres desde hace un
año a quien conocí en el Colegio en una visita de carácter vocacional.

En cuanto a mi familia, vivimos en un pequeño hogar, donde prevalece el amor, el


cariño y la comprensión, somos 5 hermanos; 2 varones y 3 mujeres, mi padre
falleció hace 7 años y vivo con mi familia. Soy Bachiller Comercial, graduado este
año en el Colegio Almirante Padilla de este municipio.

Espero sea atendida mi solicitud e igualmente espero su respuesta. (Hasta aquí la


carta).

Y, por fin, después de tantas comunicaciones, a finales de 1994 fui aceptado como
postulante del Seminario San Alfonso. En este proceso vocacional recibí mucho
apoyo por parte del P. Álvaro Rincón, quien era el párroco de mi pueblo. A él le
colaboré en pequeños apostolados de veredas y en fin, hicimos lo que pudimos, el
resto quedó en las manos de Dios”.

Durante el transcurso de los 8 años de formación casi nunca dio muestras de


inseguridad ni desánimo. Aunque las dificultades llegaban, a veces implacables, él
permanecía incólume. Nada lo hubiera hecho desistir en su propósito, a no ser su
propia determinación.

Paseando por las profundidades de la filosofía y de la teología, conoció los


avatares de la vida, y no se le permitió privarse del amargo trago de la derrota; en
el mar de las sirenas unos treinta hermanos abandonaron el navío. Al calvario de
las discordias y contrariedades pudo subir a descubrir la misericordia de Dios; en
el crisol de la prueba, la fe se le fue aquilatando, en las noches lúgubres en vela,
de esas tan frecuentes en su historia, cuando lo sorprendía el látigo inmisericorde
del sueño, sólo en los senderos del Señor, el absoluto dueño del sentido,
recobraba la sospecha esperanzada de que la meta no estaba lejos. Fue
ordenado presbítero el 1 de febrero del mismo año de su fallecimiento, junto con 5
compañeros; de entre ellos, Nacho lo acompañó en esta, su Pascua definitiva.

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EN EL TALLER DEL MAESTRO

Desde sus años de postulantado en Suba mostró su gusto y pericia en el arte de


la carpintería. El buen carpintero es aquél que extrae lo mejor de cada pieza de
madera, y en este arte fue buen discípulo. Aprendió de la madera a tallar y a
dejarse tallar. Acudía, al principio regularmente y en sus años posteriores
diariamente, al taller del maestro: el oratorio. Con profundo silencio cerraba los
ojos y oraba con discreción.

Las bancas y taburetes del oratorio del noviciado son testigos tanto de su pericia
con las herramientas como de sus charlas calladas con su carpintero. Creo que el
secreto de Benjamín, consistió en una espontánea espiritualidad, que le permitía
transparentar tal confianza y serenidad que a más de uno nos dejaba absortos.

Conociendo su gusto por la carpintería, casi siempre junto con otros compañeros,
se le encargaba los oficios de adecuación. Los pesebres, las escenografías en las
obras de teatro, reparación de inmuebles, fueron pasajes de su vida en los talleres
de las casas de formación.

Poco a poco, con el transcurso de sus años de formando, fue aprendiendo la


dinámica de la oración personal. Dos aspectos alfonsianos, en esto de su
espiritualidad, hicieron parte de su vida. La oración mental, que pese a las
dificultades al principio, luego se le fue entrañando en el corazón y la opción por
una espiritualidad afectiva, razón que lo llevó a identificarse con la tendencia
carismática y de rebote con la música cristiana.

En el texto de la autobiografía que redactó para el noviciado a comienzos de 1998


se puede leer esta confidencia, “Yo hablo espiritualmente con el Señor y creo que
Él es algo más que un amigo, pues a Él le cuento y le confío muchas cosas que ni
siquiera a uno de mis amigos le digo. Cuando me siento frente al Santísimo en la
sacra soledad del oratorio, siento que Él me mira y me escucha todo ese protocolo
que llevo para decirle y hay momentos en que imagino lo que me quiere decir, ¿o
será que en verdad me está hablando?. De todas maneras a Él pido y seguiré
pidiendo por tantos acontecimientos que hacen parte de mi vida personal. En
esos acontecimientos se hace presente mucha gente y gracias a ellos es que
tengo por quién rezar”.

Durante el noviciado, conjugaba sus actividades normales con la guitarra; sólo


algún tiempo después la abandonó y se apasionó del teclado. Constante y con su
entusiasmo característico le robaba tiempo a sus labores para sumergirse en el
basto mundo de la música. El resultado final, lógicamente no consiguió ser un
Beethoven, pero algo desajustado y a veces atravesado interpretaba las
canciones que le gustaban.
1
Creo que poco a poco “Benja” fue aprendiendo a percibir el momento oportuno
para ir al taller del Maestro. Su vida cristiana, desde que inició sus primeros pasos
junto con el P. Álvaro Rincón en la parroquia de San Francisco, hoy obispo del
Vicariato de Puerto Carreño, hasta el momento de su muerte, pasando por los
diferentes centros de formación, consistió en ir descubriendo la riqueza del
encuentro con el Señor. Y el Señor, estoy seguro, poco a poco le fue saliendo al
paso y lo fue modelando: lo quería como carpintero en su taller, ahora, tallando
para Dios los corazones de los hombres.

1
HIZO DE LA COMUNIDAD SU FAMILIA

En las autoevaluaciones de fin de año de 1999 y de 2000 escribía “La comunidad


es el lugar más importante del hombre, porque en ella se goza, se sufre, se
aprende, se enseña, se ora, se llora, se ama, se madura, se compromete. Es en
ella donde se hace posible realizar mi proyecto de vida. La vida comunitaria es la
proyección de la vida espiritual. Si se logran éxitos, si se goza la vida, si hay calor
humano, es porque ahí está Dios actuando, y si Él actúa es porque estamos en
comunión con Él, esa comunión se da gracias a una vida espiritual bien llevada”.

“Ya no me amaño en la casa, me contó en uno de nuestros viajes, extraño la


comunidad, es como si me hiciera falta algo”. Lo apostó todo en la Congregación,
sin muchos discursos y explicaciones, y allí encontró su familia.

La Congregación se la había vuelto como el aire para respirar, su intrínseco


espacio vital. Confianzudo llegaba a las diferentes casas de la Provincia, lo
recuerdo de nuestros paseos, y se comportaba como si llegara a su propio hogar.
Con una frescura y solvencia que en ocasiones a mí me sonrojaban.

Del seminario recuerdo cómo con diligente responsabilidad atendía los oficios y
responsabilidades al modo de quien se ocupa de los propios asuntos. Había
aprendido que en la construcción de una vida fraterna amena se jugaba un
elemento fundamental de su ser religioso; y en las cosas sencillas como hacerle
aseo a los baños, anunciar las llamadas telefónicas y participar del deporte
encontraba la forma de construir, como quien pone ladrillo tras ladrillo, la
comunidad que siempre había soñado.

Al culminar el año 2000 redactaba “Hoy, después de un año […] sigo


considerando la realidad comunitaria, como eje principal de lo que es la vida de
cada uno de nosotros. Con los consejos evangélicos nos hemos comprometido a
la fidelidad a Dios a través de la misma comunidad en la que cotidianamente nos
movemos y existimos. Hablo de la comunidad, porque creo yo, que si somos
capaces de vivir este “reto” que enaltece nuestra vida, es porque estamos
caminando por buen camino. Ahora bien, hablo de la comunidad, no porque yo
sea ejemplo en cuestiones de este estilo de vida, pero sí porque he aprendido que
ella le exige a uno ser más responsable, es decir, que si se me encomienda
alguna responsabilidad es para ejercerla y de esta manera servir a los demás; por
ejemplo la responsabilidad que he llevado a cabo en cuestión de los aseos
(baños), prestando así un servicio para los compañeros, creo que lo he hecho, no
a la perfección, pero sí con un buen sentido de pertenencia y referencia; la
cuestión de un buen uso del servicio telefónico, el hecho de saber avisar las veces
que he salido de casa. De pronto me ha faltado un poco de ofrecimiento para
ciertas actividades que se han querido llevar a cabo, pues a veces prefiero esperar
1
a que me pidan el favor y no ser el primero en alzar la mano. Sin embargo no
dudo de mi disponibilidad, porque lo que se me ha pedido, hasta donde creo, lo he
realizado”.

Aprendió desde su infancia a participar a sus amigos las angustias, los problemas,
los éxitos y las aventuras. En su policromada cotidianidad tenía claro que cada
encuentro del uno con el otro aspiraba a la utopía de un “Nosotros”. Un nosotros
construido palmo a palmo en cada instante compartido y en cada sueño alcanzado
juntos.

Durante sus años de estudiantado encontraría “un nuevo grupo, con quienes
compartí los tres años de postulantado. Con quines viví y conviví por este tiempo.
Con ellos estudiamos la filosofía, oramos, nos divertimos en paseos, caminatas y
hasta en un campamento. Gracias a ellos, o mejor gracias a nosotros […] hemos
hecho grandes cosas, hemos reído y llorado. Después de tres años convividos ya
es para decir: somos un grupo con valores que busca alcanzar un anhelo, aceptar
el llamado de Dios y vivirlo radicalmente”.

Quienes fuimos sus compañeros de semestre conocimos de su devota fidelidad al


grupo, que sin el regalo diario de Benjamín, no hubiera sido igual. El Indio se nos
fue, y a todos nos ha dolido su partida, no tanto como lo inesperada e inexplicable.
Y aunque hoy falte en esta tierra, el cielo ha ganado un ángel. Mientras tanto su
lugar seguirá vacío hasta el tiempo que nadie conozca su ausencia, porque
“cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada
de otro amigo. Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido, que no se
puede apagar ni con las aguas de un río. Cuando un amigo se va una estrella se
ha perdido”.

1
COMO DE LEYENDA, SE LO LLEVÓ SU MAMÁ

Trazaba distraídamente líneas sin propósito en un pequeño trozo de papel


tratando de recordar algunas sentencias del libro que leía por esos días cuado el
timbre del teléfono me devolvió a flote. Observé el pequeño tablero del celular y
comprobé que se trataba del P. Ciro Mejía. Sin perder su acostumbrado canoro
tono caribeño sonaba serio.

Aquél año 2003 amenazaba con convertirse en un año de contrastes. Cruzamos


saludos y anunció con sentencia seca “se murió la mamá de Benjamín”. A doña
Blanca Nohemí Burgos la salud últimamente no le andaba bien. De tiempo en
tiempo dolores de cabeza la acechaban y llegaron a hacerse tan fuertes y
constantes que no hubo más remedio que llevarla al médico. Mucho más
preocupante fue la progresiva pérdida de la lógica y la visión. Estiraba la mano
como agarrando fantasmas en intentos fallidos por recibir lo que se le entregaba.
El comienzo del fin terminaría con una urgente cirugía cerebral en Ipiales.

A pesar del aparente éxito, los médicos sospechaban que algo más estaba
sucediendo, y efectivamente el tumor en su cabeza era una metástasis del mortal
mal cancerígeno que clandestinamente le carcomía las entrañas desde hacía
algún tiempo. El cáncer le sorbió la vida. El 25 de octubre sus dolores cesaron
definitivamente.

Al día siguiente, una pequeña caravana de sacerdotes ya antes familiarizados con


esta ruta hacia el sur, hacíamos por segunda vez en el año el recorrido hacia San
Francisco. Fue el mismo Benjamín quien presidió la celebración, mientras todos
silenciosamente no acabábamos de comprender su serenidad y simpleza. No es
que no me duela dijo, me duele, pero espero algo más.

El P. Provincial en carta desde Bogotá le expresaba sus condolencias con estas


emotivas palabras:

“Muy recordado Benjamín [...] comprendo los momentos difíciles por los cuales
estás pasando, pero te invito a mantenerte firme en la esperanza cristiana.

La muerte, como tantas veces has predicado, es consecuencia de la vida, es algo


que ninguno puede atajar, sino esperar. Todos tenemos la certeza de esta
realidad. Aunque los sentimientos humanos afloran de muchas maneras y
expresamos nuestro dolor por la partida de un ser querido, aún permanece la
esperanza cierta de que al sonar las trompetas, seremos despertados a la vida y
nos encontraremos cara a cara con el que es la Vida misma.

1
Que esta prueba de fe para ti y toda tu familia se vea fortalecida por el recuerdo de
la vida misma de nuestra hermana Blanca Nohemí. Su calidad de mujer,
hermana, de Madre, de esposa, de cristiana fiel, nos da la certeza de que se hará
merecedora de la vida eterna y de todas las consecuencias que trajo consigo la
muerte redentora de Nuestro Señor Jesucristo.

Benjamín, aunque la madre es irremplazable recuerda que aún cuentas con


nuestra Madre la Congregación que a todos nos acoge y acompaña. Cuenta
conmigo, no sólo por el ser Provincial, sino sobre todo por ser tu hermano y amigo.
Que este trecho de camino que aún nos queda lo podamos recorrer juntos”.

El trecho de camino que anecdóticamente pregonara el P. Provincial ni si quiera


alcanzó el mes. Los designios de Dios a veces no coinciden con los anhelos
humanos. Lo tendría que ver postrado nuevamente en existencial ofrenda ante el
presbiterio de la Iglesia San Alfonso en Bogotá. Otrora lleno de vida y de
promesas, ahora inerte y frío.

Sólo hacía ocho meses desde aquél 15 de febrero cuando emocionados


concurríamos a su primera misa. Aquella vez, una presagiosa escena nos
arrancaba algunas lágrimas de emoción. A la entrada del templo del pueblo recién
restaurado, Benjamín estaba arrodillado ante su madre pidiéndole la bendición,
luego ella recibiría la misma de las manos que tantas veces acunó entre las suyas.

Benjamín regresaba a su pueblo natal convertido en sacerdote. El orgullo de los


habitantes era notorio. La banda de la policía acompañó la procesión que se inició
en la casa que lo vio crecer, casi como un homenaje póstumo al agente que fue su
Padre. Don Medardo Erira había muerto a manos violentas hacía 16 años. Este
dolor, como el dolor de tantos violentados de Colombia, nunca se le pasó.

También estaban los bomberos, el alcalde, y la comprensible representación del


Colegio Almirante Padilla, el colegio de su corazón, del que él mismo escribió, “¿Y
qué hablar del “Almirante Padilla”? Una vida llena de luz, de magia y de color. Luz
porque hace vislumbrar el camino y horizonte a seguir, magia porque a hecho
ocurrir momentos inesperados que dan pie a las grandes sorpresas de la vida y
color porque mostró los momentos alegres y resplandecientes por un lado, y los
oscuros y difíciles por el otro. Esto hace que aprendamos a querer y recordar a
nuestro colegio”.

El último viaje, lo haríamos casi en completo silencio, y de tiempo en tiempo con la


inminencia de algunas lágrimas. En el pequeño pueblo, como pasa siempre en los
pequeños pueblos, la noticia cundió como pólvora. Había sido demasiado por ese
año. En la memoria colectiva de los habitantes de San Francisco vivirá la leyenda,
entre realidad y mítica tradición popular, de la madre que se llevó a su hijo al cielo.
Mientras que en el cementerio yacen tres tumbas juntas, casi con fechas similares,
que dan testimonio de que los comentarios de la gente tienen algo de verdad.
2
¡MARÍA PAZ, MARÍA PAZ!

En María Paz se sintió realmente pastor. Por algo más de dos años asistió, por
planeación cada ocho días los Sábados en la tarde y por celo apostólico varias
veces a la semana, a la dispendiosa tarea del anuncio del Reino. Encariñado con
este trozo de mundo, se entregó con sagrada devoción a quienes lo acogieron
como misionero y amigo.

Santa María, Reina de la Paz o María Paz, como decimos todos, corresponde a
una pequeña capilla dependiente de la Parroquia Santa Luisa de Marillac, al
occidente de Bogotá. Inmediatamente detrás de Corabastos, sus alrededores son
habitados por gente sencilla y trabajadora, no por eso es ajena a la problemática
social común a todas las barriadas pobres del sector. Desde la Parroquia San
Gerardo Mayela, se había venido atendiendo pastoralmente el sector y cuando en
el 2001 se inició el año de inserción en el barrio El Paraíso se determinó que se
asumiría también este lugar como frente pastoral. Un equipo de seminaristas del
que Benjamín era parte fue asignado para dicha labor.

Se iniciaría así, un fecundo caminar abonado de ricas experiencias pastorales,


hacia la consolidación de una comunidad cristiana unida en la fe y comprometida
consigo misma. Por acuerdo pastoral todos trabajábamos empeñados en
conformar pequeñas comunidades. Fueron buenos aquellos tiempos.
Programamos una misión, y María Paz no fue la excepción. Al final, teníamos
algunos grupos de referencia en cada uno de los sectores en que dividimos los
barrios y que prometían convertirse en verdaderas comunidades cristianas.

El empuje misionero se vio acompañado de innumerables actividades: bazares,


encuentros, conciertos de música cristiana, paseos, visiteo puerta a puerta de los
habitantes del sector, en fin. La preocupación por la construcción de la Iglesia viva
los conllevó a pensar en la conveniencia de continuar la adecuación del
improvisado templo hasta el momento en obra negra. Gestionando aquí y allá,
contando con el compromiso de la comunidad, vendiendo empanadas y tocando
puertas, el recinto poco a poco fue tomando forma de lugar cultual.

Al terminar el 2001 afirmaba “En el aspecto que más empeño he puesto, por el
mismo estilo de vida que esta etapa de la formación facilita, es en el apostólico.
Pues me doy cuenta, finalizando este año, que mi pastoral no se remite
únicamente a una tarde del Sábado como lo había hecho en años anteriores…
Creo que el trabajo en “María Paz”, que es donde trabajo más específicamente, ha
sido muy gratificante, pues desde Semana Santa iniciamos un trabajo más fuerte,
logrando iniciar comunidades, grupo de acólitos, ministerio musical, catequesis
sacramentales, animación eucarística, trabajando con el comité pro-templo en la
búsqueda por fortalecer la capilla del barrio, el hecho de organizar aquí la misión
2
en mitad de año, y ahora organizando la novena misionera para Diciembre. Creo
que a este trabajo le he puesto empeño y por ello podría decir que aquí también
he sido fiel”.

Aún sin terminar el templo, pero con una comunidad avivada, fue el sitio de su
verdadera primera misa. Lleno total, al día siguiente de su ordenación, el pequeño
recinto de techo provisional, ladrillo bruto y pisos casi en tierra fue testigo del inicio
de su presbiterado. María Paz celebraba la consagración de quien habían visto
tantas veces por sus esquinas perifoneando con el megáfono en el hombro,
invitando a la misa o a la asamblea. Y Nacho, otra vez junto a él como en casi
toda su vida, le predicó. Esta era la primera vez que Nacho predicaba como
presbítero del Señor.

La vida tiene coincidencias misteriosas. Otra María Paz habría en su vida. En el


Norte de Neiva, en el barrio Álamos está la parroquia Santa María de la Paz.
Desde comienzo del año venían preparando la misión en dicha Parroquia. Se
alcanzaba a presentir que sería un trabajo bastante fecundo, pues había sido
suficientemente abonado. Todo estaba listo para la llegada de los misioneros,
pero no llegaron. Aquella tarde solamente arribó una trágica noticia. La misión no
se canceló, misioneros voluntarios acudieron después a terminar la labor que
estos labriegos del Señor habían iniciado y que incluso habían fecundado con su
propia sangre.

2
DE TIEMPO EN TIEMPO

Una vez ordenados presbíteros, él y Nacho a Popayán y yo a Manizales, sólo nos


volvimos a encontrar de tiempo en tiempo. En Chináuta se produjo el reencuentro.
Iniciaba el retiro de padres jóvenes y el mes de abril se estaba acabando. Esa
noche, como en los viejos tiempos, reunidos los tres en torno a unas cervezas
charlamos, nos reímos y hasta bromeamos con lo que el futuro nos deparaba.

En junio estábamos otra vez juntos. A nosotros nos habían cancelado a última
hora la misión que realizaríamos en Pereira y determinamos, también a última
hora, ir a colaborar al equipo de Popayán con la misión de La Vega, Cauca.
Cuando llegamos a Popayán el 14 de junio él estaba encaramado en el techo
instalando la antena de la emisora. Ni si quiera se bajó. Desde arriba me mandó
un saludo y continuó su tarea. En la noche salimos de turismo por la ciudad.
Disfrutaba hasta la saciedad el paso por el puente del humilladero y frente al
moderno reloj solar colocado a un lado del puente no pudo evitar una broma
diciendo que al reloj esa noche se le había terminado la pila.

Al día siguiente viajamos para La Vega. No difería en mucho a los demás pueblos
del Cauca. Rodeado de montañas por sus cuatro lados, en el seno del Macizo
Colombiano, el caserío ofrecía un paisaje de inspiración. No tan inspiradora es la
situación social. La evidente pobreza de las veredas trunca en su mayoría las
posibilidades de los jóvenes que no encuentran más alternativas que emigrar de
sus terruños, arriesgarse con el cultivo de la amapola, y cuando no, van a
engrosar las filas de los grupos subversivos.

De éstos últimos tuvimos noticias mientras realizábamos la misión en el casco


urbano. El aire se tornó pesado cuando llegó la noticia de los cuatro jóvenes
asesinados mientras acampaban en el cerro de Bellones. Eran oriundos de la
localidad, y la misión tuvo que suspenderse, por lo menos hasta el día del funeral.
Cuando por fin creíamos habernos librado de éste fantasma mortuorio, mientras
iniciábamos la hora santa, las ráfagas de fusil y ametralladora nos sacudieron las
entrañas. A la decena de ancianitas que valientes permanecieron en el templo
hubo que decirles que se fueran para la casa. Las balas nunca llegaron a nuestro
alcance, pero el grito asesino de las armas y el repentino temor de los habitantes
amainaban por aquella época la voz de las proclamas misioneras.

Lo vi al mes siguiente en Bogotá. Iniciaba la reunión de misioneros itinerantes de


mitad de año. De aquella vez recuerdo que se quejó de los ingresos del equipo, y
la risa maliciosa de los presentes apareció cuando dio las cifras: superaban
notablemente los ingresos de los otros equipos. Pasados unos días la reunión
culminó y viajamos a Sogamoso. Se realizaba la misión interequipos. A él le
asignaron el sector San Martín II, inmediatamente arriba del mío, San Martín I. La
2
memoria de estas fechas me es esquiva, sólo dos momentos están como vivos en
mí. El miércoles de la segunda semana de Misión le pregunté ¿Qué hacemos de
nuevo hoy? Él me respondió, cambiemos de sector. Efectivamente esa noche
nos cambiamos de sector.

El segundo momento tuvo lugar en la Parroquia del Divino Niño. Nos reunimos
ahí para finiquitar algunos aspectos concernientes a las misiones. Yo estaba
encargado de la misión en una de las dos parroquias de la Virginia, Nuestra
Señora del Carmen. Así que, como muchas veces lo hice mientras éramos
estudiantes, le lancé la propuesta y él la cogió como siempre en el aire. Allí en la
Virginia lo vería reír por última vez.

2
DOS ROSTROS DE LA MUERTE
(Homilía de Mons. Sabogal)

La experiencia de la muerte: todo hombre pasa por la experiencia de la muerte.


La Revelación lejos de esquivarla para refugiarse en sueños ilusorios, en cualquier
etapa en que se la examine, comienza por mirarla de frente con lucidez: muerte de
los seres queridos que provoca la aflicción de los que quedan; muerte de jóvenes
sacerdotes al comienzo se su misión, muerte en la que cada cual debe pensar
como en cosa propia, puesto que nosotros también veremos la muerte.

La muerte es la suerte común de los hombres. Pero ante esa necesidad


ineluctable ¿cómo no sentir que la vida, tan ardientemente deseada, es sólo un
bien frágil y fugitivo? Es una sombra, un soplo, una nada; es una vanidad, puesto
que todos tienen la misma suerte final. Experiencia melancólica, de la que nace a
veces, frente a este destino obligatorio, una resignación, una memoria. Sin
embargo, como diría San Alfonso de Ligorio, “el que tiene cerrados los ojos, no
puede ver el camino que lleva a la Patria”. Las verdades eternas son realidades
que no se ven con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del espíritu.

La verdadera sabiduría va más lejos; acepta la muerte como un decreto divino,


que subraya la humildad de la condición humana frente a un Dios inmortal: el que
es polvo vuelve al polvo.

Pero Dios salva al hombre de la muerte. No está en manos del hombre salvarse a
sí mismo de la muerte: para ello es necesaria la gracia de Dios, único que por
naturaleza es el “Viviente”. Hasta Cristo y sin Él reinaba la muerte; viene Cristo y
por su muerte triunfa de la muerte misma; desde ese instante la muerte cambia de
sentido para la nueva humanidad que muere con Cristo para vivir con Él
eternamente.

Cristo asume nuestra muerte. Para liberarnos del dominio de la muerte quiso
primero hacer suya nuestra condición mortal. Para hacer la voluntad del Padre fue
obediente hasta la muerte. Habiendo tomado una carne semejante a la carne de
pecado era solidario con su pueblo y con toda la raza humana. Por eso su muerte
fue una muerte al pecado.

Cristo muere por nosotros. La muerte de Cristo era fecunda, como la muerte del
grano de trigo depositado en el surco. Murió por todos, cuando nosotros éramos
pecadores, dándonos así la prueba suprema de amor.

Cristo triunfa de la muerte. ¿De dónde viene que la muerte de Cristo pudiera tener
esta eficacia salvadora? De que habiéndose enfrentado con la vieja enemiga del
género humano, triunfó de ella. En el reino de Dios que Él inauguraba retrocedía
2
la muerte ante Él que “era la resurrección y la vida”. A partir de ese momento
cambió la relación entre los hombres y la muerte; en efecto, Cristo vencedor
ilumina ya a los que están sentados en la sombra de la muerte. Al término de los
tiempos, su triunfo tendrá una consumación fulgurante en el momento de la
resurrección general.

Nosotros presbíteros morimos con Cristo, Él al tomar nuestra naturaleza, no sólo


asumió nuestra muerte para hacerse solidario de nuestra condición pecadora.
Cabeza de la nueva humanidad nos contenía a todos en sí cuando murió en la
Cruz. Por este hecho, en su muerte murieron todos en cierta manera. Tal es el
sentido del bautismo, cuya eficacia sacramental nos une a Cristo en cruz:
bautizados en la muerte de Cristo, somos sepultados con Él en la muerte, para
resucitar a una vida nueva escondida en Dios con Cristo.

Sin embargo, nuestra unión con la muerte de Cristo, realizada sacramentalmente


en el bautismo, debe todavía actualizarse en nuestra vida de cada día. Tal es el
sentido de nuestra Eucaristía diaria donde “anunciamos la muerte de Cristo,
proclamamos su resurrección, hasta que vuelvas” y que nuestros hermanos
presbíteros anunciaron en su corta experiencia sacerdotal.

Frente a esta perspectiva cristiana para nosotros, los aquí presentes adquiere
nuevo sentido la muerte corporal. No es sólo un destino inevitable, al que uno se
resigna, un decreto divino que se acepta. El cristiano muere para el Señor como
ha vivido para Él. Esta muerte, por la que glorifica a Dios, le vale la corono de
vida. De accidente trágico que ha sido, ha venido a ser objeto de
Bienaventuranza: “Bienaventurados los que mueren en el Señor” ¡Descansen ya
de sus fatigas! La muerte de nuestros hermanos es una entrada en la paz, en el
reposo eterno, en la luz sin fin.

Ahora, en el ofrecimiento eucarístico del Pan partido y al Sangre derramada,


renovaremos la esperanza de inmortalidad y de resurrección que ha hallado en
Cristo su base firme. Porque no sólo la unión a su muerte nos hace vivir
actualmente con una vida nueva, sino que nos da la seguridad de que “El que
resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a nuestros cuerpos
mortales”. Entonces por la resurrección entraremos en un mundo nuevo, donde
“no habrá ya muerte”.

Paz en sus tumbas signos de resurrección y vida en el Señor Jesús y Pastor de


todos los sacerdotes. Amén.

2
ALGUNAS FECHAS

14 Diciembre de 1975: Nace en San Francisco Putumayo.

07 Marzo de 1976: Bautizado en la Parroquia San Francisco de Asís de San


Francisco por el P. Crisóstomo Ramírez.

Septiembre de 1983: Ingresa a la Escuela María Auxiliadora regentada por las


Hermanas Franciscanas.

14 Noviembre de 1987: Muere su Padre.

Septiembre de 1988: Inicia estudios secundarios en el Colegio Comercial


Almirante Padilla.

13 Noviembre de 1988: Confirmado por Mons. Arcadio Bernal en San Francisco.

Julio de 1994: Culmina sus estudios secundarios.

02 Noviembre de 1994: Pide ingreso a la Congregación del Santísimo Redentor.

29 Enero de 1995: Ingresa al Seminario Redentorista San Alfonso en Bogotá. Y


cursa los estudios de filosofía en el Centro de Filosofía y Pastoral (Cepaf).

Diciembre de 1995: Participa en su primera misión redentorista en Villagarzón,


Putumayo.

05 Enero de 1998: Ingresa al Noviciado en Piedecuesta, Santander.

05 Enero de 1999: Realiza su primera profesión religiosa.

Febrero de 1999: Ingresa al Seminario San Juan Neumann y cursa sus estudios
de teología en el Instituto de Teología Misionera (Item).

27 Julio de 2002: Profesión perpetua en el teologado San Juan Neumann.

28 Julio de 2002: Recibe el ministerio del Diaconado.

01 Febrero de 2003: Ordenado Presbítero por manos de Mon. Fabio de Jesús


Morales en la Parroquia San Alfonso de Bogotá.

2003: Asignado por el Consejo Provincial al Equipo Misionero de Popayán.

2
16 Noviembre de 2003: Fallece en accidente de tránsito entre Armenia y
Cajamarca.

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