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2018 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado.


Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
Yo conocí a un santo. Justo Jiménez de Ortoneda – Edición actualizada
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia
Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
Inmaculada Niña.
http://angarmegia.com - angarmegia@gmail.com
Yo conocí
a un
santo
Justo Jiménez de Ortoneda

Carta publicada en Esclava y Reina


Órgano Trimestral de la Esclavitud de la Divina Infantita – Seminario E.D.I
Marzo de 1954

Edición actualizada por

María Dolores Mira Gómez de Mercado


Antonio García Megía
Yo conocí a un santo
Justo Jiménez de Ortoneda - E. D. I.

Yo conocí a un santo

Madrid, 8 de noviembre de 1953.

Al encontrarme ante unas cuartillas en blanco para grabar en ellas los recuerdos
que guardo del Padre Federico, Fundador de la Esclavitud de la Divina Infantita, mi pluma
será torpe y pobre para describir la estatura gigante moral, espiritual, virtuosa y genial,
del hombre que, por ser santo en la tierra, estará gozando ahora un lugar preeminente
entre los escogidos del Señor, precisamente porque su vida fue un no interrumpido canto
de amor a la Virgen Inmaculada, a quien amó con la ternura y delicadeza de los hijos
predilectos, entonándole miles de veces el arrullo tierno de su Infancia.
Del Padre Federico Salvador y Ramón guardo todo un tesoro de recuerdos.
Hablando de él puedo comparar mi corazón a una fuente en la que salta el agua a
borbotones. En efecto, yo conocí al virtuosísimo fundador y Padre mío por el que sentí,
y siento, un afecto tal, que llega a lo sublime.
Conviví con él no sólo en orden familiar, sino, también, porque de cuando en
cuando me dispensó el honor de hacerme exposiciones de sus ideas, de hablarme de la
marcha de la fundación de la Esclavitud, de sus labores incansables por tierras mexicanas,
italianas y españolas y, dentro de estas y con más detalle, las granadinas y almerienses y,
con marcado deseo, de las marroquíes. En fin, que repetidas veces me habló y me abrió
su espíritu haciéndome confidente de sus deseos e ideales, que eran fuego que sabía
comunicar a los demás.
Todos los que tuvimos la dicha de conocerlo, pudimos admirar en él todo un
conjunto de cualidades como excelso sacerdote, santo, sabio, escritor, periodista, poeta,
pensador, psicólogo y, sobre todo, esclavo de la Divina Infantita.
Corría el año de 1916 cuando entre el Padre Federico y yo se establecieron las
primeras relaciones por medios providenciales; y fue en Mejilla, plaza de soberanía en
África del Norte, cuando España hizo su penetración en el protectorado según los
acuerdos del acta de Algeciras, firmada por algunas potencias extranjeras y, muy
especialmente, Francia e Inglaterra.

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De esta manera, el Padre Federico tuvo la oportunidad de penetrar en Melilla,


donde veía un vasto campo de acción para desplegar su apostolado y gran celo misionero
en aquellos terrenos por los que manifestó predilección, a saber, entre los indígenas
mahometanos y aún entre los judíos.
Su celo apostólico era toda una fuente de energía que le permitía multiplicarse
incansable. Lo mismo visitaba y buscaba relación con autoridades civiles y militares,
como entablaba enlace con personas de distintas esferas, practicando a la vez el culto
parroquial con, el entonces, Cura Párroco de Melilla, don José Casasola.
Poco tiempo después de su estancia en el Protectorado, y cuando creyó oportuno
según la hora de Dios, hizo dos fundaciones, una en la, hoy, Villa Nador y otra en Melilla,
levantando aquí, junto a la casa, un templo en honor de la Divina Infantita. Hay que hacer
notar que estas dos fundaciones se hicieron bajo el signo del milagro, pues humanamente
era imposible tan falto de medios materiales andaba el Padre Federico.
Atendiendo a estas dos nuevas fundaciones, no descuidaba la dirección de las
casas ya fundadas en España, y trabajaba solícito hasta altas horas de la noche para
mantenerse en relación por medio de la correspondencia con todas ellas, verdaderos nidos
de amor a María Inmaculada Niña.
No faltaron, sin embargo, para él los sufrimientos y contrariedades propios del
período heroico de las fundaciones de obras imperecederas. Se puede afirmar, en una
palabra, que el Padre Federico, minuto a minuto, fue una entera oblación a Dios en aras
del sacrificio. Así como el incienso sube al cielo a la vez que, silenciosamente, todo se
consume en las brasas, hacía continuos viajes y recorría kilómetros y más kilómetros
cuando era preciso, cuando lo requería así su oficio de pastor del incipiente rebaño,
acudiendo a todas partes donde creía ser útil su presencia.
Aún existen en España las casas fundadas por el Padre Federico: Madrid, Granada,
Guadix y, en Almería, las de Instinción y El Ejido. Esta última puso de relieve todo el
brillo del espíritu de su obra. La razón es que allí, en El Ejido, le preocupaba el abandono
espiritual de tantas almas esparcidas en varios kilómetros y, allí, ajeno a toda comunidad,
faltándole casi lo indispensable, decide quedarse y empieza a construir otra Iglesia en
honor de María Niña. Allí mismo levantó la casa para los esclavos de la Divina Infantita,
un grupo de sacerdotes y seglares que, viviendo en comunidad y saturándose de las
virtudes de María, llegarían a ser los primeros cruzados de la Esclavitud, cuya necesidad
la apuntaba urgente en el acentuado desequilibrio del mundo corroído en sus cimientos
por una soberbia inaudita y una desenfrenada inmoralidad.
Es preciso hacer notar, entre el grupo de sacerdotes esclavos, al Padre Francisco
de la Divina Infantita, hermano del fundador y sacerdote de reconocida virtud y sabiduría
que fue su brazo derecho en la fundación de la Esclavitud.
Por aquel entonces las constituciones de los Esclavos andaban en Roma en marcha
casi retrógrada, pero el fundador, en alas de una fe gigante, sin dejar de orar y pedir, con
su sonrisa amplia y cálida expresión, me decía al abordar este tema: «Don Justo, esto va

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bien cuando la Divina Infantita permite que el horizonte parezca lleno de sombras». ¡Tan
convencido estaba que su obra era obra de Dios y para Dios!
Los años habían pasado y era el año de 1923 cuando la política de España se
enrarece. Entonces es cuando el conglomerado ateo-marxista quiere erigirse en guiador
de los españoles y el General Primo de Rivera asume el cargo de gobierno de la Nación
con un directorio militar. Y es cuando yo cambio de residencia pasando a ocupar la base
militar del Protectorado en la plaza de Melilla.
Ya radicado en Melilla con mi familia quiso Dios que volviéramos a encontrarnos
con el Padre Federico quien, en esta vez, me habló de la necesidad de marchar a México,
quizá por varios meses, tal vez años. Igualmente me participó su inmensa alegría por la
aprobación de las constituciones de las Esclavas de la Divina Infantita, hecho que
proporcionó gran reposo a su espíritu un tanto atormentado por las vicisitudes por las que
hubo de pasar la aprobación en Roma.
¡Quién diría que aquellos contactos serían los últimos sobre la tierra!
Yo, por mi parte, tal vez con un deseo egoísta de retenerlo, le argumentaba
diciéndole que dejaba su obra en España un tanto tierna, como el arbolito que apenas
empieza a florecer, pero, con una visión exacta y pensando lejos, contestaba: «ahora nada
mejor que ir allá».
Yo me lamentaba de su posible larga ausencia y él sufría, sí, sufría porque nos
quiso mucho, hasta el punto de que nos propuso y expuso su deseo de que nos fuéramos
todos con él a México. «Allí,me decíatendrá una misión que cumplir y Elvirita, su
mujer, también, y los niñosmis hijosserán esclavitos». Así hablaba el Padre Federico
mientras los acariciaba tiernamente.
Llegó por fin el momento cuando, en el puerto de Melilla, una tarde, mi mujer,
mis hijos y yo, le dimos un adiós, el último. Y él con los ojos arrasados en lágrimas como
si dejara pedazos de su corazón, nos bendijo y se despidió para esperarnos en el cielo.
He aquí mis pobres líneas escritas con verdadero deseo de iluminar, aunque con
pálidos matices, al elegido de Dios que brillará con la aureola de los Santos cuando así
plazca a la voluntad divina.
Justo Jiménez de Ortoneda1, E. D. I.

1
N.E. Justo Jiménez de Ortoneda gozó de cierto prestigio dentro del Ejército Español donde alcanzó el
grado de Coronel de Infantería. Desempeñó diversas responsabilidades y cargos, profesionales y públicos,
como el de Gobernador Militar de Guadalajara. Galardonado a lo largo de su vida con numerosas
distinciones militares y civiles, apreciaba de modo especial la Cruz Pro Ecclesia et Pontífice.

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