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LA REALIDAD
ANTONIO ZÁRATE
U.N.E.D.
Cada vez más las ciudades son espacios complejos, de límites indefinidos y forma
dispersa. En todas ellas se reconocen espacios funcional y socialmente segregados que resultan
del impacto del modelo de ciudad impuesto en todas partes por el planeamiento oficial y de los
procesos de urbanización vinculados a los modos de producción que se han ido sucediendo en
el tiempo. Desde finales de los años setenta y principios de los ochenta, la globalización de la
economía y los cambios en el sistema p roductivo que derivan del impacto de las nuevas
tecnologías y del capitalismo flexible han impulsado aún más la tendencia a una forma de ciudad
dispersa que tiende a extenderse por doquier y a integrarse en una malla urbana de dimensiones
planetaria.
Los avances informát icos, las telecomunicaciones, la fragmentación de la producción
favorecen la dispersión urbana al requerir y seleccionar nuevas localiz aciones para el mejor
desenvolvimiento de las funciones de dirección, de organización, de incubación de ideas y
progreso que caracterizan a nuestras ciudades. Esta forma dispersa de la ciudad es la respuesta
a un nuevo orden espacial productivo, basado en la expansión de los servicios y la reducción del
empleo industrial en la fase de consolidación del capitalismo postfordista.
En medio de esos espacios difusos e impersonales aparecen los centros históricos,
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definidos en un sentido amplio como la ciudad central, la ciudad constituida por las herencias
de los modelos urbanos preindustrial e industrial, con entramados y tipologías que van desde los
recintos medievales a los ensanches del XIX, los suburbios industriales y las experiencias del
tipo ciudad jardín de nuestro siglo. Todos ellos son espacios perfectamente diferenciados de la
ciudad reciente, de fuerte personalidad por el peso acumulado de la historia y por sus valores
educativos y convivenciales no sólo para sus habitantes sino para toda la colectividad.
A partir de la definición del centro histórico como la ciudad construida hasta el triunfo
del modelo de ciudad funcional, es claro que las diferencias interiores son muy acusadas entre
unas y otras zonas, y por supuesto, entre las áreas centrales de las grandes aglomeraciones, como
M adrid, Barcelona o Valencia, y las correspondientes a las ciudades pequeñas o de tipo medio,
como Toledo, Segovia, Cuenca, Vitoria. No obstante, sea cual sea la ciudad que consideremos,
el centro histórico presenta características o rasgos globales que le individualizan netamente del
resto del espacio urbano.
El centro histórico representa la memoria colectiva de la ciudad a través de su patrimonio
edificado, emplazamiento, configuración del plano y monumentos. Vestigios del urbanismo de
diferentes épocas y arquitecturas de distintos estilos muestran la historia viva del pasado de la
ciudad; por eso tienen un valor educativo y atraen el interés de viajeros y turistas. Pero, además,
la imagen colectiva de la ciudad se construye sobre esos elementos paisajísticos heredados. La
representación mental de París aparece asociada al Sena, a M ontmartre, Nôtre Dame, bulevares
de Hausmman, del mismo modo que la de M adrid se vincula a su frente paisajístico en la terraza
izquierda del M anzanares que inmortalizan y repiten pintores desde Goya a Haës, Villaamil o
Beruete, o la de Toledo al río Tajo, descrito por Garcilaso, a su emplazamiento espectacular
cantado por viajeros y escritores como Cervantes o Góngora, a vistas panorámicas pintadas por
El Greco o Beruete y a edificios singulares como el Alcázar y la Cat edral. Todos ellos son
elementos visuales y simbólicos que proporcionan a los ciudadanos sentido de respeto y
sentimientos de seguridad e identificación con el lugar en que se vive que en determinados casos
llegan a ser de reverencia o topolotría en términos de Yi Fu Tuang.
Además los centros históricos encierran valores convivenciales para el conjunto de los
ciudadanos. Sus calles y plazas son lugares de paseo y de encuentro, son espacios de diversidad
y mezcla funcional que propician las relaciones sociales, al contrario de la ciudad moderna donde
desaparece el espacio como escenario social. La calle es sustituida por el viario jerarquizado para
facilitar la circulación automovilística y el acceso a viviendas despersonalizadas, y la variedad
y mezcla social es sustituida por la segregación de grupos sociales de las mismas características
y comportamientos semejantes que viven en bloques, torres o urbanizaciones de chalets adosados
exactamente iguales unos a otros que recuerdan el urbanismo de los suburbios ingleses del siglo
pasado.
La ciudad histórica es la principal fuent e de imágenes y emociones para el conjunto
de habitantes de la aglomeración y sus visitantes, pero además conserva valores de
centralidad vinculados al poder político y económico que generan desplazamientos
cotidianos responsables de problemas cotidianos de circulación y congestión de tráfico, y ve
La recuperación de la ciudad histórica: entre utopía y la realidad 37
aumentar funciones de ocio y entretenimiento que animan ciertas calles y plazas durante la noche
y en especial los fines de semana, a veces hasta el punto de entrar en conflicto con la tradicional
función residencial. La pervivencia de es t as funciones de centralidad, unas antiguas y otras
nuevas, hace que el centro histórico no pueda ser considerado como una simple pieza más del
mosaico urbano y refuerza su significado como elemento aglutinador del sentimiento de
pertenencia al lugar.
Todos estos hechos hacen de los centros históricos los espacios sociales físicos de más
valor y de mayor complejidad de la ciudad. En s u interior, se enfrentan usos del suelo
contrapuestos, los intereses de quienes anteponen valor de uso a valor de cambio y quienes
pugnan por apropiarse de los sectores más dinámicos para beneficiars e de sus ventajas de
centralidad. De ese modo durante los años de desarrollismo y fuerte crecimiento económico de
la década de los sesenta los espacios más atractivos por su centralidad sufrieron operaciones de
renovación interior que alteraron su paisaje y configuración funcional y social como fue el caso
del paseo de la Castellana o del antiguo barrio de Pozas, entre otros muchos ejemplos en M adrid.
Por el contrario, los sectores de menor calidad ambiental o de localizaciones menos favorables
eran dejados en situaciones de abandono y deterioro a la espera de coyunturas más favorables
de intervención.
M ediante la utilización de los mecanismos técnicos previstos por la Ley del Suelo de
1956, Planes de Reforma Interior, se sustituyeron manzanas de viviendas y edificios históricos
por bloques para viviendas de lujo, oficinas y locales comerciales conforme a la tipología de la
arquitectura funcional. Los volúmenes de construcción fueron incrementados, las alineaciones
alteradas, las funciones y usos del suelo poco intensivos sustituidas por otros más intensivos y
amplios sectores de las poblaciones tradicionales expulsadas a las periferias urbanas con
problemas de deslocalización y desarraigo que repercuten en comportamientos sociales.
Aquellas alteraciones del tejido urbano no fueron las primeras. Los centros históricos han
venido conociendo a través del tiempo sucesivas formas de intervención para a adecuarlos a las
exigencias de la vida política, social y económica del momento: desde la ap ertura de vías y
plazas justificadas por planteamientos ideológicos en el contexto de la ciudad barroca a
operaciones de desventramiento justificadas por razones higienistas tras las que se ocultaban
intereses políticos y económicos y actuaciones radicales de renovación siguientes a las
destrucciones ocasionadas por la Segunda Guerra M undial. Todas ellas son intentos de mantener
la vitalidad del centro y de asegurar su control por los grupos socialmente dominantes. El propio
Le Corbusier planteó la renovación radical del centro de Paris en el “Plan Voisin”.
La novedad de las operaciones de renovación urbana posteriores a la Segunda
Guerra M undial estriba en su impacto sobre el pais aje, en la erosión o desgarramiento
del tejido urbano y en su influencia sobre la aparición de conflictos sociales y el nacimiento
de movimientos vecinales que juegan un papel fundamental en lo que se ha dado en
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de niños acaba siendo muy pequeña en el centro. De ese modo los equipamientos y las
infraestructuras resultan inadecuadas: sobran colegios que hay que cerrar o reconvertir
funcionalmente y faltan residencias y servicios para atender las necesidades de los ancianos.
Estos fenómenos: envejecimiento, involución demográfica y abandono del centro por las clases
medias, rompen el equilibrio entre los distintos grupos de edad, la tradicional mezcla social y
favorecen la terciarización.
Al final las relaciones sociales que resultaban del contacto y convivencia en un espacio
reducido de individuos y grupos sociales diferentes se debilitan, la vida urbana se empobrece y
el centro se despersonaliza. El barrio deja de ser el medio principal de organización social y las
pautas tradicionales de conducta y de cultura son sustituidas por las que trae la población que
se desplaza a diario a trabajar al centro, a comprar o a divertirse. Los modos de vida tradicionales
desaparecen y los intentos de recuperar el ayer a través de festejos y celebraciones populares
acaban frecuentemente en caricaturas estereotipadas de un pasado imposible de resucitar. En
definitiva, como s eñalaba F. Caballero (1982), el centro histórico, convertido en lugar de
compras, de trabajo, de espectáculos y de ocio, deja de ser patrimonio de sus residentes para
serlo de todos los habitantes de la ciudad y, a diferencia de otras áreas urbanas, ni siquiera sus
equipamientos son gestionados por sus propios vecinos.
En ese contexto, la propia Dirección General de Arquitectura y Vivienda del M OPU y
los ayuntamientos de la mayoría de las ciudades emprenden estrategias de rehabilitación integral
que se proponen entre sus primeros y principales objetivos la recuperación social de los centros
históricos, evitando polarizaciones y discriminaciones. Para ello se acometen actuaciones
programadas dirigidas a aumentar la calidad de vida mediante la mejora del soporte físico
existente (infraestructura viaria y de servicios, edificación y estructura actual de actividades
económicas) y a recuperar valores de tipo cultural a través de la conservación de los monumentos
históricos artísticos y la adecuación del patrimonio como marcos de referencias vivenciales. En
suma, se intentan aprovechar los valores existentes en la ciudad para satisfacer las funciones que
se demandan en la actualidad.
de protección de p ais aje como zonas sobre las que no se puede edificar, para conservar el
ambiente y el entorno de los conjuntos monumentales. Por su parte, la Ley de 1933 del Tesoro
Artístico definió la calificación de “conjunto histórico-artístico”, tal como se ha mantenido hasta
la Ley de 1985, para preservar conjuntos urbanos y rústicos de especial belleza e importancia
monumental.
Sin embargo toda esta legislación no fue capaz de impedir el deterioro de gran parte del
patrimonio arquitectónico y urbanístico de nuestras ciudades. A pesar de las numerosas
declaraciones de ciudades como conjunt os urbanos protegidos desde las cuatro primeras:
Córdoba (1929), Granada (1929), Toledo (1940) y Santiago de Compostela (1940), estas
calificaciones no han impedido la destrucción y deterioro de los centros históricos; es más, a
menudo, sus efectos han sido contrarios a los perseguidos, debido sobre todo a la desconexión
entre el ordenamiento urbanístico y el histórico artístico (FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, T.R.
1987), a la incapacidad del Estado para hacer frente a los gastos de protección para evitar la
destrucción de edificios o alteración de paisajes urbano, y al establecimiento de normas de
conservación y mantenimiento excesivamente rígidas que hacen recaer sobre los particulares la
conservación sin que disfruten de contrapartidas fiscales ni de ningún otro tipo de compensación
por parte del Estado.
Por otra parte la desconexión entre la legislación de planeamiento urbanístico y de
protección del patrimonio heredado ha sido constante hasta fechas muy recientes, si exceptuamos
el Reglamento de Obras M unicipales de 1924 y el Decreto de 1926, que definía la “necesidad
de proteger, conservar y acrecentar la riqueza artística”. La Ley del Suelo de 1956 y posteriores
reformas, que tanta importancia han tenido en la configuración de nuestras ciudades
contemporáneas, muestran escaso interés por la ciudad histórica; se limitaron a introducir la
figura del planeamiento especial a través de los Planes de Reforma Interior como instrumento
de intervención y a señalar la necesidad de armonizar las nuevas construcciones con las
características del entorno (GONZÁLEZ PÉREZ, J. 1988).
Sólo a partir de los años ochenta empieza a haber preocupación social y convergencia
entre planeamiento y protección del patrimonio edificado, entre urbanismo y cultura, cuando se
aprueban sistemas de concesión de prestamos a propietarios y arrendatarios para obras de
conservación (Real Decreto 12/1980, 26 de Septiembre), se establecen formulas de protección
oficial de la rehabilitación (Real Decreto 375/1982, de 12 de febrero, y Real Decreto 1494/1987,
de 4 de Diciembre) y se crean las áreas de rehabilitación integrada (A.R.I.) como marco de
actuación (Real Decreto 2555/1982, de 24 de Septiembre).
Por su parte, la Ley 16/1985 de 25 de Junio, del Patrimonio histórico artístico, y
el Real Decreto 11/1986 de 10 de Enero, que la desarrolla, aparecen como contrapunto
de la política de demolición-renovación de las décadas anteriores al dificultar las
condiciones para la declaración de ruina de un edificio y dan un paso más en favor de la
rehabilitación al definir el patrimonio histórico como “herencia cult ural cuyo conocimiento,
respeto, acrecentamiento, disfrute y transmisión a las generaciones futuras permitirán el
hallazgo de las señas propias de identidad y la conciencia de arraigo a la tierra”. M onumentos,
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jardines, conjunt os , s it ios históricos y zonas arqueológicas son definidas como “Bienes de
Interés Cultural” en el intento de sustituir su valor de cambio por valor de uso dentro de una
política de recuperación integral. Así, se tienen en cuenta las recomendaciones del Coloquio de
Quito de 1977 sobre centros históricos, especialmente las que señalan que “su conservación debe
ser una operación destinada a revitalizar no sólo los inmuebles sino primordialmente la calidad
de vida de la sociedad que los habita, aplicando su capacidad creativa y equilibrando su
tecnología tradicional con la contemporánea”.
La defensa del patrimonio heredado se integra así en una política de rehabilitación
integral que se orienta hacia la conservación y reutilización del patrimonio existente y hacia la
recuperación social de la ciudad frente a las operaciones de renovación interior radical de los
años sesenta y setenta.
El engarce entre cultura y planeamiento es favorecido también por el nuevo uso que se
hace de los Planes Especiales de Protección y Reforma Interior, previstos en la Ley del Suelo
y antes utilizados para operaciones de renovación, y por la figura de las Áreas de Rehabilitación
Integrada (A.R.I.), reguladas por el Real Decreto 2329/1983, de 28 de julio, de protección a la
rehabilitación del patrimonio residencial y urbano, y la Orden de 3 de Noviembre de 1983 que
define el marco de actuación de las administraciones públicas . La declaración de un espacio
como área de rehabilitación integral exige haber sido previamente afectado por un plan
urbanístico que contenga criterios de conservación y rehabilitación. A ello se añade el que la
misma Ley del Patrimonio obliga a los ayuntamientos de las ciudades con centros históricos
declarados bienes de interés cultural a redactar un Plan Especial de protección del área afectada
que exige el mantenimiento de la es t ruct ura urbana y arquitectónica, la conservación de las
características generales de su ambiente y el respeto de las alineaciones existentes.
Frente al tratamiento agresivo del que habían sido objeto los espacios centrales en el
pasado, los actuales criterios de recuperación urbanística y funcional aprovechan, incluso, los
escasos principios conservacionistas del Código Civil (art. 1554,2) y de la Ley de
Arrendamientos Urbanos (artículo 107). Hoy, las áreas centrales son consideradas como algo que
compete a toda la población, que interesa a toda la comunidad por la importancia de sus valores
convivenciales, educativos y simbólicos. La declaración de ruina deja de ser el procedimiento
habitual para romper los vínculos del propietario con el arrendatario y para facilitar el derribo
de edificios; entre otras razones por las mayores dificultades para conseguir la aprobación de
expedientes de ruina. El traspaso de las comp et encias de urbanismo y viviendas a las
Comunidades Autónomas hace inviable la prescriptiva declaración de ruina por el gobernador
y la Ley del Patrimonio impide el derribo siempre que se trate de edificios catalogado con grado
de protección estructural.
la intervención en las áreas centrales en el pasado a través de estrategias de renovación que les
permitieron realizar grandes negocios y acumular enormes beneficios, ahora se sienten
escasamente motivadas por la rehabilitación, s obre todo por la recuperación del patrimonio
residencial con fines sociales.
Durante décadas, inmobiliarias y grandes constructoras manipularon las ordenanzas
municipales de edificación para aumentar volúmenes y alturas de edificación con la finalidad de
incrementar los beneficios obtenidos por la demolición y construcción posterior, y utilizaron los
Planes de Reforma Interior como inst rumento legal para acometer grandes actuaciones de
renovación con vistas a la construcción y venta de oficinas, locales comerciales y viviendas de
lujo, pese a la frecuente protesta y oposición de los movimient os vecinales a este tipo de
actuaciones (ÁLVAREZ M ORA, A., 1980). El resultado fue la transformación ya señalada de
la trama urbana en sectores significativos de nuestras ciudades, con modificación de volúmenes
y alineaciones, sustitución de funciones y expulsión de las poblaciones tradicionales desde el
centro a localizaciones periféricas.
En M adrid, las operaciones de renovación radical fueron muy numerosas. La
remodelación del barrio de Pozas, la desaparición de la colonia de hotelitos de M audes, ambos
dentro del Ensanche del siglo XIX, y la apertura de La Gran Vía de San F rancis co, con el
traslado masivo de la población que vivía en el espacio afectado por los derribos a San Cristóbal
de los Ángeles, en la periferia, son algunos de los ejemplos más significativos de la utilización
de estas estrategias.
A través de estrechas relaciones con la administración y de mecanismos variados que les
permitía conocer el planeamiento antes de su aparición como documento público, importantes
empresas de construcción e inmobiliarias compraban terrenos a precios inferiores a los que luego
alcanzaban y así disponían del patrimonio de suelo necesario para reparcelar y urbanizar según
las exigencias de los Planes de Reforma Interior previstos por la Ley del Suelo. La consecuencia
final ha sido la desaparición por destrucción de parte del patrimonio heredado en beneficio de
grupos sociales dominantes y no del conjunto de la sociedad. Los mecanismos legales de la
declaración de ruina, el derribo gubernativo y el registro municipal de solares han sido siempre
los complementos legales de estas operaciones urbanas.
La modificación del marco legal y la declaración de la mayoría de los centros históricos
como es pacios protegidos ha transformado por completo aquella situación. Frente a aquel
tratamiento agresivo de las áreas centrales, desde finales de los años setenta se imponen criterios
de recuperación urbanística y funcional y los Planes Especiales de Reforma Interior se adaptan
a las necesidades y estrategias de rehabilitación. Hoy, estos Planes sirven para realizar estudios
previos que permiten conocer mejor las tipologías edificatorias, la situación en que se encuentran
los equipamientos e infraestructuras y la composición y comportamiento de la población. A
través de los PERI se establecen criterios de intervención, se diseñan programas de actuación y
se arbitran sistemas de financiación. Sin embargo, su eficacia en la práctica es muy reducida por
la insuficiencia de la inversión pública para atender las necesidades de rehabilitación y el escaso
interés de la iniciativa privada por participar directamente en la mejora de los cascos históricos.
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actividades terciarias. Por esos muchos de ellos se encuentran en edificios de oficinas y son
ocupados por una población flotante que trabaja en los servicios.
En definitiva, la mayoría de las acciones de rehabilitación en las que ha intervenido de
“motu propio” la iniciativa empresarial no son sino operaciones especulativas encubiertas para
obtener la máxima rentabilidad de las ventajas derivadas de la centralidad al igual que ha
sucedido en ot ros países (LÉVY, J.P. 1987). De esa forma la rehabilitación contribuye
paradójicamente a mantener unos precios altísimos de la vivienda en el centro que contrastan a
menudo con el deterioro ambiental de algunas de sus zonas y favorecen los procesos ya
señalados de vaciamiento demográfico y polarización social.
Por su parte, la rehabilitación de la vivienda o de edificios a cargo de los propios
particulares ha tenido un alcance reducido. Los mecanismos de promoción a la rehabilitación
cont emplados en el Real Decreto 2329/83 del 28 de Julio han resultado insuficientes y las
condiciones técnicas exigidas p ara beneficiarse de las ayudas excesivamente rígidas y
complicadas de gestionar la mayoría de las veces. Quienes reúnen condiciones para beneficiarse
de las ayudas públicas carecen de capacidad económica para acometer obras de recuperación
estructural y quienes tienen mayor capacidad económica se sitúan fuera de las posibilidades de
recibir ayudas públicas en condiciones atractivas para acometer obras que, por otra parte,
resultan técnicamente costosas y complicadas, sobre todo cuando se trata de edificios singulares
catalogados como “bienes de interés cultural”.
En M adrid, sólo a partir de 1985, después de la aprobación de la Ordenanza Reguladora
de Ayudas de 1984 y del apoyo de la Empresa M unicipal de la Vivienda, ha habido un
incremento significativo de las actuaciones privadas gracias a los beneficios concedidos a los
usuarios de viviendas a través de subvenciones que se conceden en función del coste de la obra
y de la capacidad económica de los residentes.
Todo ello ha obligado a los poderes públicos, sobre todo a los ayuntamientos, a asumir
el protagonismo en la rehabilitación de viviendas mediante planes de recuperación integral como
el de Vitoria o Programas de Intervención Preferente como en el caso de M adrid, donde el Plan
Centro, presentado en diciembre 1987 como continuación del Plan Especial de 1981, abordó la
rehabilitación de áreas especialmente degradadas mediante la concesión de ayudas económicas
y la intervención directa, con un horizonte de mejora de 16.800 viviendas en un plazo de cuatro
años, el 62% en Áreas Programadas de Intervención P referente y el 38% en Áreas de
Intervención no Programadas.
Las Comunidades Autónomas también intervienen en la rehabilitación de viviendas,
en general mediante sistemas de colaboración con los ay unt amientos. Desde 1989 la Junta
de Castilla la M ancha promueve la campaña “Toledo a plena luz” que facilita subvenciones
y ayudas a la rehabilitación, aunque con resultados escasos desde el punto de vista de
la recuperación integral y de la revitalización del casco ant iguo. En M adrid, la
Comunidad Autónoma colabora, como ya se ha dicho, con la Empresa M unicipal de la
Vivienda en la s ubvención de obras de rehabilitación privada no programada y en
Sevilla, por citar otro ejemplo más, la Junta de Andalucía ha intervenido en la rehabilitación
del Barrio de San Bart olomé (antigua judería) junto con el Ayuntamiento, aparte de
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recuperar edificios s ingulares de gran valor y significado como el Palacio de San Telmo, la
Cartuja, Santa M aría de las Cuevas entre otros.
La iniciativa privada se ha sentido más atraída por intervenir en la remodelación de
antiguos espacios industriales y ferroviarios junto al Centro Histórico que hoy han quedado en
posiciones centrales, como la operación “Pasillo Verde de M adrid” o en actuaciones en bordes
de agua, como la fachada del Guadalquivir en Sevilla, en relación con la Exposición Universal
de 1992 o el frente marítimo de Barcelona con ocasión de las Olimpiadas. La operación “Pasillo
Verde” de M adrid es una enorme operación de remodelación de los espacios industriales
surgidos desde finales del siglo XIX entre las estaciones de Atocha, Delicias y Peñuelas y se
enmarca dentro de los objetivos generales de reequilibrio del Norte y el Sur previstos por el Plan
General de M adrid de 1985 y mantenidos por el actual Plan General, en fas e de exposición
pública en mayo de 1995.
La participación de las empresas privadas en es t as intervenciones se hace de modo
subsidiario a la gestión pública y siempre de manera secundaria, a diferencia de lo que sucede
en Gran Bretaña u otros países donde su protagonismo es mucho mayor en acciones de esta
naturaleza. En nuestro caso, las obras de acondicionamiento y remodelación se efectúan
mediante el protagonismo y gestión directa de los poderes públicos. En M adrid, corresponde al
Cons orcio Urbanístico del Pasillo Verde, constituido en abril de 1989 entre RENFE y el
Ayuntamiento; en Sevilla, mediante convenio entre distintas administraciones y actores públicos
y privados con el elemento aglutinante y ordenador de la Gerencia M unicipal de Urbanismo, y
en Barcelona, bajo la labor centralizadora del Holding Olímpico, S.A. (Holsa), formado por el
Ayuntamiento y el Estado.
carecido de recursos suficientes para crear patrimonios municipales del suelo adecuados con
vistas a una política de viviendas socialmente eficaz, y las ayudas económicas a la rehabilitación
han resultado escasas para las necesidades de un inmenso parque residencial semidestruido o
infrautilizado por sus deficientes condiciones estructurales y malas condiciones de conservación.
Además, en ciertos casos, como Vitoria, M adrid o Barcelona, parecen agotadas las posibilidades
de actuación previstas sin que se aprecien los efectos y resultados que cabría esperar de los
importantes esfuerzos económicos y de gestión empleados desde que sus respectivos
ayuntamientos iniciaron sus correspondientes políticas de rehabilitación integral. A veces, la
preocupación por conservar las t ramas históricas y las tipologías edificatorias ha resultado
excesiva hasta el punto de dificultar la revitalización social, como sucede en Vitoria, donde las
parcelas del casco medieval, alargadas y muy estrechas, hacen complicado y costoso mejorar las
condiciones de habitabilidad de las viviendas.
En las Islas Baleares, los Programas Estratégicos de Rehabilitación Integral enmarcados
en el Plan Director de Ordenación Territorial denominado “Hacia un Desarrollo Sostenible del
Territorio” y en fase de exposición, dentro del marco de la Ley autonómica 8/1987, de 1 de abril,
suponen la necesidad de encontrar mecanismo de armonización de act uaciones, intereses y
agentes implicados, y la urgencia de establecer una estrategia económica operativa que no está
presente en los Planes Especiales y fórmulas de intervención convencionales para conseguir una
mayor eficacia en la rehabilitación.
Figura 1
Dinámica poblacional de Toledo
La recuperación de la ciudad histórica: entre utopía y la realidad 53
las actividades terciarias en su interior. Bienes y servicios ocupan unas u otras zonas en función
de las características de cada uno de ellos, según su calidad, alcance y rango, y siempre desde
presupuestos urbanísticos diferentes a los del pasado. La terciarización ya no se apoya en el
derribo y la reedificación, con alteración de alturas y volúmenes, sino en el mantenimiento de
la morfología de los inmuebles, en la transformación estructural de sus int eriores y en la
sustitución de sus usos tradicionales por otros más intensivos.
En Toledo, el centro histórico también pierde vitalidad funcional desde principios de los
años ochenta. En este caso se explica por la creación de abundante suelo urbano extramuros por
el Plan General de 1986 que ha facilitado el traslado hacia el exterior de muchos organismos
oficiales y por las cargas que impone a la rehabilitación el rígido proteccionismo derivado de su
calificación como conjunto histórico artístico. Pero además los poderes públicos y los
responsables de la planificación de la ciudad también favorecen este proceso al no abordar
decididamente y resolver en profundidad los problemas de circulación, y al ser ellos mismos
quienes trasladan organismos oficiales fuera del recinto histórico, incluso a un espacio definido
legalmente de protección de paisaje como es el de las inmediaciones de la Fábrica de Armas y
el Circo romano. La administración, que cont rola duramente cualquier obra de un particular,
inicia así la urbanización de un espacio protegido y pone en peligro la supervivencia de una de
las más bellas perspectivas de la ciudad desde la Vega baja.
Figura 2
Figura 3
58 Antonio Zárate
términos diseñados por el Estado y las Comunidades Autónomas; entre esas necesidades figuran
las referentes a urbanismo y vivienda.
En materia de vivienda los problemas se plantean también por las dificultades técnicas de
armonizar las actuaciones de vivienda de unas y otras adminis t raciones y por la frecuente
disociación entre la política estatal del I.P.P.V. (Instituto para la Promoción Pública de la
Vivienda) y las competencias autonómicas y municipales para la incorporación de las viviendas
de p rotección oficial en régimen especial a los centros históricos. Las visiones o intereses
encontrados por razones p olít icas entre fuerzas de uno y otro signo no coincidentes en las
diferentes administraciones han dificultado con frecuencia la construcción y rehabilitación de
viviendas.
A pesar de t odo, existen importantes intentos de coordinación entre las distintas
administraciones en el tema de la vivienda y abundan los ejemplos de colaboración entre ellas.
En es te sentido merece la pena destacar el Plan de viviendas 92/95 puesto en marcha por el
M inisterio de Obras Públicas y Transportes, en colaboración con las distintas Comunidades
Autónomas. M ediante este Plan se ponen a disposición de promotores y compradores ayudas con
cargo a fondos estatales que deberán facilitar el acceso a la vivienda a quienes no puedan hacerlo
en las condiciones actuales del mercado. Las ayudas consisten en pres t amos subsidiados y
subvenciones a fondo perdido para viviendas de nueva construcción y rehabilitación de edificios
y viviendas que deberán ser tramitadas y concedidas por las Comunidades Autónomas.
Otro ejemplo de colaboración entre administraciones es el reciente convenio de colaboración
entre el M inisterio de Obras Públicas Transportes y M edio Ambiente, la Comunidad de M adrid
y el Ayuntamiento de M adrid, con motivo de la revisión del Plan General de Ordenación Urbana,
para la rehabilitación del patrimonio edificado, residencial y urbano. Esta actuación se concentra
en tres Áreas de Intervención Preferente: Plaza del Dos de M ayo, Plaza M ayor y Plaza de la Paja,
e intenta incentivar la iniciativa privada a través de los propietarios o de las Comunidades de
Propietarios mediante subvenciones a fondo perdido que superan el 50% de la inversión total.
30.000 viviendas sólo en el casco antiguo de Barcelona, sobre una superficie de 3 km2 (M OPU,
1990).
Por otro lado, la Ley del Patrimonio de 1985 tampoco supone por sí misma un avance en la
recuperación de los centros históricos. La Ley obliga a los ayuntamientos de las ciudades
calificadas como conjunto histórico artístico a redactar planes especiales para sus cascos antiguos
pero muchos carecen de los recursos económicos y del personal necesario para ello. Por eso muy
pocos municipios disponen aún de Planes Especiales, con el consiguiente impacto negativo sobre
sus áreas centrales. La ausencia de Plan Es p ecial supone la prohibición de derribo de
construcciones para volver a edificar, no se permiten alineaciones nuevas ni alterar la
edificabilidad, realizar reparcelaciones o agregaciones. De ese modo, el centro histórico queda
congelado urbanísticamente y las posibilidades de revitalización aplazadas, si es que realmente
el Plan Especial fuera la panacea para la rehabilitación, cosa que normalmente tampoco sucede
en la práctica, pues los problemas de recuperación integral perviven al margen del Plan.
culturales y ciudadanos han desaparecido o han quedado reducidas a una mínima expresión. Las
razones de este hecho pueden encontrarse en las responsabilidades de gobierno asumidas por
fuerzas políticas y sociales que antaño impulsaban los movimientos vecinales, en la ausencia de
entramado institucional que facilite la participación directa de los vecinos en los organismos
públicos de planeamiento urbanístico y en la falta de recursos suficientes para articular respuestas
eficaces de base al planeamiento oficial. También la creciente ocupación del centro por grupos
de inmigrantes y minorías marginales, nada identificadas con los problemas y necesidades de sus
poblaciones tradicionales, frenan posibles impulsos colectivos en defensa del patrimonio heredado
y favorecen la abstención global de la comunidad ante la rehabilitación.
No obstante y a pesar de todo lo señalado, consideramos que los centros históricos son tan
importantes para la colectividad, no sólo por su riqueza arquitectónica y monumental sino por sus
valores educativos y convivenciales, que hace falta un renovado esfuerzo por mantener la
recuperación como utopía y encontrar formulas de motivación para que los diferentes agentes
sociales, económicos y políticos que intervienen en la construcción de la ciudad, aumenten su
interés por el centro.
El carácter irrepetible de los centros históricos y los peligros de deterioro de su patrimonio
obligan a toda la sociedad a asumir de forma compartida la responsabilidad de su conservación.
Ciudades como Toledo, Ávila, Segovia, Salamanca, Cáceres, Santiago de Compostela, Guadalupe
y M érida han sido bien merecidamente calificadas como patrimonio de la humanidad pero para
que lo sean eficazmente y para que sus valores puedan ser disfrutados por todos, es preciso que
su mant enimiento y conservación sean también tarea de toda la sociedad y no sólo de sus
ciudadanos. Exactamente lo mismo sucede con el resto de centros históricos de nuestras ciudades,
algunos declarados conjuntos histórico-artísticos y todos con bienes catalogados de interés
cultural.
Si realmente queremos transmitir a posteriores generaciones esos ambientes culturales, no
se puede hacer recaer su conservación sobre sus residentes a cambio de nada, ni siquiera de la
menor exención de tipo fiscal. No se puede condenar a sus habitantes a vivir en muchos casos en
condiciones de infravivienda, no s e les puede hacer responsables económicamente del
mantenimiento de edificios catalogados como bienes de interés cultural, ni tampoco se les puede
privar de las comodidades de la vida moderna impidiéndoles la utilización del automóvil. En
definitiva, no se puede convertir a los vecinos de los centros históricos en “extras” de un decorado
monumental para solaz de turistas.
Sólo recuperando carga funcional, adecuando las viviendas a las condiciones de
habitabilidad actuales, reutilizando contenedores civiles y religiosos heredados del pasado,
mejorando la calidad de vida en el centro, aceptando que no se puede detener el tiempo tampoco
en los centros históricos y que son una realidad tan viva y cambiante como el resto de la ciudad,
aseguraremos la conservación de estos espacios y la participación interesada de la iniciativa
privada en la recuperación. Para ello será preciso el esfuerzo solidario de toda la sociedad y la
decisión política para encontrar mecanismos de flexibilidad en el tratamiento del interior de la
ciudad. Hay que recuperar la ilusión perdida por la recuperación y expresar la rehabilitación en
términos de acción sostenida en el tiempo, haciendo coincidir utopía con necesidad s ocial y
negocio, todo a la vez y no como términos contrapuestos. Sólo entonces la recuperación del
interior de la ciudad se convertirá en un hecho y será posible transmitir estos espacios para su
disfrute a futuras generaciones.
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