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LA PULSIÓN: DEL APUNTALAMIENTO BIOLÓGICO A LA DEMANDA

Manuel Alejandro Briceño Cifuentes. Cód. 455210


Psicología
“Te crees fuerte, ordena entonces al sueño que visite tus
párpados en una noche de insomnio”
Elia Abu Madi*

Quise iniciar este ensayo con el anterior epígrafe porque lo considero un excelente aforismo, ya que resume la
cuestión esencial del concepto de la pulsión en el psicoanálisis al sintetizar de manera metafórica la diferencia
que hace Freud entre los conceptos de Trieb e Instinkt, así como la idea lacaniana de que la pulsión no nace en
el sujeto sino en la demanda del Otro. Para comenzar, es muy importante explicar que cuando hablamos de “la
pulsión”, no nos referimos a una pulsión única y total, sino a diferentes pulsiones que se distribuyen en el sujeto
de acuerdo con sus zonas erógenas; así, cuando decimos que la pulsión es la que gobierna el funcionamiento
psíquico del humano, estamos hablando del conjunto de pulsiones que contribuyen a la satisfacción de los
deseos inconscientes de cada sujeto. Si sabemos leer a Freud, nos damos cuenta de que el concepto de pulsión
se diferencia del concepto de instinto: en primer lugar, en cuanto a su empuje (drang), su meta (ziel), su objeto
(objekt) y su fuente (quelle) como elementos distintos de las características biológicas vitales del ser humano,
pero que nacen apuntalados a una función vital del sujeto; en segundo lugar, el instinto, por definición, está
relacionado con la vida, mientras que la pulsión, con la muerte. Esta no debe ser vista como el fallecimiento del
cuerpo, sino como el momento de corte que marca la división entre lo cultural y lo natural, lo que diferencia al
hombre del animal. Freud llega a decir que la pulsión es violenta por contradicción y que en la compulsión de
repetición (lo que nombra como pulsión de muerte) se plasma la función principal de aquella: satisfacer
reiteradamente, a toda costa, la insatisfacción original del hombre.

Lacan explica el punto anterior afirmando que en el hombre existen actos de crueldad, maldad y violencia, que
derivan de los significantes que se instauran en el infans en el momento en que este ingresa al lenguaje, y que,
al contrario de los humanos, los animales no poseen estas características bizarras, que generan acciones
repetitivas en contra del bienestar propio; o acaso ¿cuándo se ha visto un animal con una firme intención de
dañar su propio cuerpo para satisfacer su instinto o el de otros? A la concepción freudiana de que la pulsión
nace anclada en una función vital, Lacan se opone rotundamente reformulándola y cambiándola por una nueva
génesis pulsional, y explica que es debido a las demandas del Otro, específicamente, el Otro materno, que nace
la pulsión en el sujeto; es en la división del infans, debida a su entrada al mundo simbólico, donde la pulsión
nace como la perentoriedad del sujeto. En esta división se da una pérdida necesaria para que pueda existir el
sujeto; a esta Lacan la llama objeto a, causa del deseo (objeto que no es tangible, como se podría pensar; es
objeto en sí en cuanto representa la falta). Sin embargo, para que exista un movimiento deseante que haga vivir
al hombre, la pulsión debe mantenerse constante en él, y esto lo logra gracias a las demandas incesantes del
Otro, que llevan a la búsqueda de objetos parciales de satisfacción, en la cual el goce conseguido es
relativamente poco en relación con el goce esperado; pero es en ese movimiento repetitivo de satisfacción
parcial donde se logra ver la función verdadera de la pulsión, que es mantener constante la insatisfacción en el
sujeto para que este siga en su búsqueda fantaseada de un goce completo que es imposible.

La pulsión es un concepto clave en el psicoanálisis y es un deber entenderlo bien para saber cómo orientar la
cura en el análisis. Gracias a la pulsión se sabe que el hombre es un ser débil, variable y frágil (Lacan dice que
es un débil mental); al entender que esta es inhibida en su fin y parcial frente a los objetos que le sirven como
medio para alcanzar la satisfacción, se puede trabajar en transferencia con ella, entendiendo las repeticiones del
sujeto como algo inevitable que está a nivel pulsional. Para el ser humano lo mejor no está en la satisfacción de
los objetos pulsionales, sino en la búsqueda de los objetos que lo lleven a repetir una y otra vez un acto, que a 1
fin de cuentas terminará siendo un acto de amor.

*
Gilbert Sinoué. El libro de la sabiduría del oriente, Editorial Suramericana.
Universidad Nacional de Colombia | La voz en los lazos sociales

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