Sei sulla pagina 1di 7

LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA

Pbro. Fco. Javier Albores Teco


Pontificia Unión Misional
Secretario Nacional

La espiritualidad misionera está llamada a iluminar y desvelar el sentido que anima a los
misioneros y a todos los que se sienten corresponsables de la misión universal de la Iglesia.

El tema de la espiritualidad ha cobrado un inusitado interés en la actualidad. Hay como una


necesidad sentida de “vivir según el Espíritu”, y esta necesidad se deja sentir hoy mucho más
en el campo de la acción misionera.

Pero hay también espiritualidades que no responden a los desafíos que la misión está
planteando hoy a los misioneros. Por eso, la espiritualidad misionera no puede ser más que
manifestación de los contenidos teológicos que sustentan la acción misionera, es decir, la
apropiación subjetiva y la vivencia existencial y personal de lo que es el designio salvífico
del Dios trinitario.

Sobre esta base se pueden entender todas las características de la espiritualidad misionera:

– Radical pertenencia a la Iglesia y a las dimensiones universales de la misión que le ha sido


encomendada.

– Actitud de servicio, pues Dios y la Iglesia se acercan al hombre para encontrarlo en lo


concreto de sus necesidades y de sus expectativas, sin buscar nada en beneficio propio

– Opción por los pobres, como expresión de la preferencia de Dios por los más necesitados
y desfavorecidos.

Hay continuidad en la enseñanza pontificia de este último medio siglo sobre la espiritualidad
del misionero. Como líneas básicas de esta espiritualidad se parte del carisma de la vocación
a la misión en el designio de salvación trinitario, llevado a cabo por las misiones del Hijo y
del Espíritu Santo y continuado por la Iglesia. Así, la espiritualidad misionera tiene una
dimensión trinitaria, pneumatológica y cristológica y se hace realidad en el hombre a través
de la contemplación y el ejercicio de la caridad pastoral, siendo María el tipo de la Iglesia
misionera.

a) La misión como vocación

El punto de partida de la espiritualidad misionera es la vocación divina. Se trata de una


llamada para una misión concreta. Esta vocación es universal, pue toda la Iglesia es
misionera, pero se muestra particularmente en algunas personas e instituciones eclesiales que
experimentan una llamada específica a la misión ad gentes. El fin es que todos conozcan que
son llamados a participar de la vida de Dios como hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu
Santo.

b) La dimensión trinitaria

La espiritualidad misionera es trinitaria. La trinidad es el fundamento de la misión de la


Iglesia, que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el
designio del Padre (cf. AG 2-4). El misionero solo puede serlo si está arraigado en la vida
trinitaria, con vida en Dios, vida en Cristo y vida nueva en el Espíritu.

c) La dimensión pneumatológica

La referencia al acontecimiento de Pentecostés es un común denominador en todos los


documentos como el origen de la gran misión evangelizadora de la Iglesia (cf. AG 4; EN 2;
22; 51; 57; 75; RMi 24; 26; 47; 87; EG 21; 259; 284). El Espíritu Santo es el auténtico autor:
<<agente principal>> (EN 75), <<protagonista>> (RMi 21-30), <<alma>> (cf. AG 4; EN 75;
EG 261) de la misión, que actúa a través de la Iglesia y, en particular, de aquellos que han
recibido la llamada misionera.

Ad gentes subrayará la acción del Espíritu como vocación-carisma. Evangelii Nuntiandi


recoge esta noción y profundiza en la acción del Espíritu durante la actividad misionera,
siguiendo el modelo de la acción progresiva del Espíritu en la humanidad de Jesucristo,
Redemptoris missio destaca el papel protagonista del Espíritu, subrayando la actitud de
docilidad del misionero, y Evangelii Gaudium recalca los frutos de una evangelización en el
Espíritu. Así, en unidad de doctrina y armónica sintonía, los sucesivos documentos can
recogiendo y completando lo que aparece en los anteriores.

El Espíritu es el que está en el origen, en el centro y en el final. Como principio de la acción


evangelizadora, él llama, mueve e impulsa al evangelizador; durante la actividad lo sostiene,
fortalece, motiva y alienta; y es el término de la obra llevándola a su consumación, dándola
fecundidad y sentido (cf. AG 24; EN 75; EG 261; 279).

En su origen, la misión ad gentes es uno de los carismas del Espíritu Santo en la diversidad
de los mismos (cf. 1 Cor 12,4) que, sin estar citado en las listas paulinas de carismas (cf. 1
Cor 12,8-10.28-30; 14,1; Rom 12, 6-8; Ef 4,11), lo es porque se trata de una tarea al servicio
de la comunidad para la edificación de la Iglesia. Es el Espíritu el que inspira la vocación
misionera y suscita institutos para la misión, pues distribuye los carismas según quiere para
común utilidad (cf. 1 Cor 12,11) (cf. AG 23; EN 74). En el desarrollo de la obra misionera,
el Espíritu posee al elegido, lo conduce (cf. EN 75), le otorga sus dones (cf. RMi 87). Como
efecto de la acción del Espíritu hay vida, alegría, fervor (cf. EN 76; 80; RMi 91; EG 259;
263; 272; 278), generosidad (cf. AG 25; EN 78; RMi 91; EG 259; 279; 282) y caridad/amor
(cf. AG 2; 6; 7; 10-12; 24-25; 40; EN 76; 79; RMi 89; 91; EG 101; 259; 264; 279; 283).
El evangelizador responde a la acción del Espíritu diciendo sí a esta vocación (cf. AG 24),
siendo dócil al Espíritu Santo (cf. RMi 87; EG 280), con la certeza de que su ofrenda es
fecunda más allá de los frutos aparentes (cf. EG 279).

d) La dimensión cristológica

Si el Espíritu Santo es el protagonista de la misión, Jesucristo es tanto el primer evangelizador


(cf. EN 6-12) y modelo de toda evangelización como el que llama a evangelizar (cf. AG 23;
En 15) y el objeto (contenido) de la evangelización (cf. AG 23-24; EN 22). Evangelii
Nuntiandi se centra, al hablar de Jesucristo, en su ser modelo evangelizador (cf. EN 6-12).
En cambio, Ad gentes y Redemptoris missio subrayan la necesidad de que el misionero se
configure con Cristo en su forma kenótica, y Evangelii Gaudium destaca, más que la cruz, la
resurrección y el amor por Cristo.

El misionero ha de identificarse con la vida y misión de Jesucristo, configurándose con él en


su kénosis crucificada como siervo sufriente en su servicio, renuncia de sí y de todo, pobreza,
obediencia, humildad, sencillez de vida (cf. AG 3; 5; 7; 23; 24; EN 76; RMi 88; 91; EG 271),
en entrega total (cf. AG 25), sabiendo que él, con su resurrección, ha vencido el pecado y la
muerte (cf. EG 275-278). Configurado con Cristo, desde la experiencia del encuentro afectivo
con Cristo, lo anuncia con pasión y entrega (cf. EG 264-267).

e) La dimensión antropológica

- El testimonio

La categoría <<testimonio>> tiene una <<importancia primordial>> (EN 21) como la llave
que abre el camino a la fe (cf. EN 76). Se trata de ser testigos de la muerte y resurrección de
Jesucristo con la vida y con la palabra (cf. AA 11; 14; 15; 20: 21). Por eso solo el que ha sido
configurado con Cristo puede dar testimonio de la fe (cf. RMi 87). Así lo destacan todos los
documentos estudiados. El misionero es un testigo creíble de Cristo (cf. AG 6; 8; 11; 12; 24;
36; 37; 40; 42; EN 21; 42-43; 76), incluso con el martirio de sangre (cf. AG 24; EN 75),
porque el mayor testimonio es el de la caridad sincera, especialmente con los más pobres (cf.
AG 6; 11; 24; 40; RMi 81; 89; EG 86) y el de la unidad (cf. EN 77; EG 99).

El evangelizador quiere vivir en la verdad y ofrecer al pueblo por amor la verdad de Jesucristo
(cf. EN 79). Por eso busca, ama, guarda, defiende, sirve a la verdad (cf. EN 78) y la propone
a la libertad del otro de un modo explícito y valiente, al tiempo que respetuoso, sabiendo que
la verdad es la que hace libres (cf. EN 80).

- La totalidad de la existencia

La misión pertenece al mismo ser del misionero, le afecta a su propia vida (EG 273). No se
trata de algo periférico de su existencia, por eso la misión conlleva la entrega con celo y ardor
de la totalidad de la vida (cf. EN 79; RMi 89).
Para entregarse del todo, el evangelizador ha de llevar una vida evangélica (cf. AG 24). El
auténtico misionero anhela la santidad, a la que está llamado como todo fiel, ya que es una
vocación universal, como lo es también la misión (cf. AG 17; RMi 90). Una vida santa
requiere una constante renovación espiritual, doctrinal y pastoral (cf. AG 24-26; 35; RMi
91), personal y eclesial (cf. RMi 91), para transmitir certezas sólidas basadas en la Palabra
de Dios (cf. EN 79) y dar fruto (cf. RMi 77).

Vivir según el Evangelio es hacerlo conforme a las virtudes teologales (fe, esperanza y
caridad) y cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) (cf. AG 25; EN 80). De
todas ellas destaca la caridad a la Iglesia y a la humanidad, que es muestra del amor de Dios.
El encuentro apasionado con Cristo conduce a la pasión por la gente, a la que Cristo ama (cf.
EN 79; RMi 89; EG 268, 272. Es un amor del que todos son dignos (cf. EG 91; 274),
especialmente los pequeños y los pobres (cf. EN 76), con el que, además, el evangelizador
crece en su vida espiritual (cf. EG 272).

La entrega de la vida comporta el equilibrio entre contemplación y acción. Se trata de ser


contemplativos en la acción (cf. RMi 91; EG 262-263). Contemplativo: con una
espiritualidad que transforme el corazón, cultivando los sacramentos, la meditación y
contemplación de la Palabra de Dios, la adoración eucarística, la oración personal y
comunitaria, la intercesión (cf. EN 76; RMi 78; 91; EG 262; 281-283). Y activo en el
compromiso social y misionero concreto (cf. EG 262).

- Actitudes concretas

El magisterio pontificio presenta las cualidades del misionero: capacidad para tomar
iniciativas, valentía, tesón, fortaleza y constancia ante las dificultades (soledad, cansancio,
infecundidad…), obediencia, equilibrio, flexibilidad (cf. AG 25; EG 263).

Junto a estas cualidades, para que sea creíble el anuncio del Evangelio, al misionero se le
piden estas actitudes hacia los demás: tener mente abierta y corazón generoso, espíritu de
concordia y amor mutuo (cf. AG 25), estar pendiente del otro (cf. EG 282) y dar gracias a
Dios por él (cf. EG 282), salir de sí mismo, tener actitud de ayuda, escucha, atención, interés,
ternura, compasión, acogida, accesibilidad, disponibilidad, cercanía, solidaridad, fraternidad,
humildad, dulzura, no condenar o ponerse por encima, con cuidado de no herir, buscando el
bien y la paz, con respeto a cada situación, ritmo, conciencia y convicciones (cf. EN 79; RMi
89; EG 87; 94-96; 271), generosidad (cf. AG 25; RMi 91; EG 101; 282). Y todo ello no por
obligación, sino por gusto, participando de la situación concreta de la gente (cf. EG 269),
sobre todo las más dolorosas (cf. EG 270).

Como fruto de la vida entregada a Dios y a los hermanos está el fervor, la pasión, el
entusiasmo, la alegría (cf. EN 80; RM 91; EG 272), la cual es fruto del Espíritu Santo, al
igual que la paciencia, la longanimidad, la mansedumbre (AG 6; 24-25; EN 80).
EN y EG también señalan algunas actitudes negativas que conviene conocer, reconocer y
evitar: el individualismo, la ostentación, la vanagloria, el narcisismo, el egoísmo, la
autonomía excesiva, la pérdida de la identidad cristiana, el relativismo práctico, aferrarse a
seguridades mundanas, controlar, analizar y clasificar a los demás (cf. EG 78-80; 94-97; 263).
Existe el peligro real de caer en la acedia, el cansancio existencial, la desilusión (cf. EN 80;
EG 81-83), el pesimismo (cf. EG 84-85), el fatalismo, el aislamiento (cf. EG 89), la
acomodación al ambiente (cf. EN 80), la desconfianza. Así como la división, envidia y celos
(cf. 98).

Como siempre, hay que contar con los límites propios del ser humano, su debilidad y
concupiscencia (cf. EG 263); es necesario centrarse en Jesucristo, la vida en el Espíritu, la
comunión fraterna, salir de sí, la entrega, la confianza en Dios, el perdón y la reconciliación
(cf. AG 6; 24; EG 84-86; 97-100). De un Jesús verdaderamente vivo brota el amor, el
entusiasmo, la seguridad la fuerza y la pasión de anunciar el Evangelio. Solo si uno está
convencido podrá convencer a otros (cf. RMi 9; EG 266).

Todas estas cualidades, virtudes y actitudes están en María. Ella es ejemplo de


evangelizadora en su fe, humildad y docilidad al Espíritu; acompaña a la Iglesia con amor
materno, atención, cuidado y ternura (cf. RMi 92; EG 284-288). La espiritualidad mariana
forma parte de la espiritualidad misionera, entre otras razones por la relación entre la
maternidad de María y la del evangelizador.

f) Algunos rasgos de la espiritualidad misionera

Se presentan aquí algunos de los rasgos que configuran y dan rostro a la espiritualidad
misionera.

1. Espiritualidad del Reino. El misionero es la persona enamorada del Reino, como Cristo,
que vino a anunciarlo y a llevarlo a su plenitud. Una llamada a ser misionero es, ante todo,
una invitación a enamorarse de lo esencial: el Reino.

2. Espiritualidad de enviados. El misionero ve a Cristo, preferencialmente, como el enviado


del Padre. Él es su modelo, su inspiración, su guía segura. “Como el Padre me envió, así yo
os envío” (Jn 20,21). Su mandato genera en el misionero un movimiento de amor, más allá
de toda frontera, para efectuar una transmisión. Amar misioneramente, como enviados, es
transmitir lo que se ha recibido y continuar sin cesar la transmisión. El enviado es la garantía
de que este movimiento prosigue. Esta misión exige que el misionero se considere como
enviado a partir de Cristo y como enviado de Cristo.

3. Espiritualidad de frontera. En los evangelios nos encontramos a Jesús que se mueve más
allá de las fronteras de su tierra y de la institución judía. El movimiento que Jesús inaugura
a partir de su resurrección supera toda frontera. Necesitamos profundizar en la realidad de la
frontera, considerada como lugar, situación y, sobre todo, como opción.

4. Espiritualidad de periferia. La periferia es el lugar de la oveja perdida, en inminente


peligro, sumida en la inseguridad. La periferia es el lugar de los marginados de la sociedad,
de la economía y de la fe. Es el lugar de los pobremente pobres: de fe explícita en Cristo y
de posibilidades de derechos humanos. Optar por la periferia, por los doblemente pobres, es
espiritualidad misionera. Es seguir a aquel que no murió en el centro de la ciudad, sino lejos,
en la periferia, en el lugar de la crucifixión, llamado Calvario.

5. Espiritualidad de escucha. No basta con optar por la frontera o la periferia. Bien poca
cosa serían si no llegan a ser una voz que nos interpela.

Todo lugar es bueno para escuchar la Palabra de Dios. Todo lugar puede ser un lugar
teológico, es decir, un lugar desde el que Dios habla. Desde toda cultura, aun la más pobre,
Dios nos desafía. Pero hay que escucharle. Él nos interpela a través de la gente sencilla. El
misionero lleva consigo una respuesta, el Evangelio. Pero el comienzo de su tarea no puede
ser el Evangelio mismo. El punto de partida ha de ser una pregunta, un interrogante que llega
de toda persona y pueblo desde la situación en que se encuentra: “El clamor de los israelitas
ha llegado hasta mí” (Ex 3,9). El Evangelio es respuesta a este clamor: “He bajado para
librarle” (Ex 3,8). Pero para dar la respuesta es necesario escuchar la pregunta. Sólo quien
escucha puede ofrecer una buena noticia y no sólo una doctrina.

6. Espiritualidad de sencillez. La sencillez es la condición para escuchar. La persona


sencilla es capaz de asumir una actitud de discípulo dispuesto a aprender. Sencillez quiere
decir amor a lo esencial. La espiritualidad misionera exige sencillez. Sólo este rasgo asegura
la posibilidad de alcanzar al hombre en la fuente de su humanidad y, consiguientemente, en
el nivel de mayor universalidad.

7. Espiritualidad de provisionalidad. Vocación misionera quiere decir vocación a un


servicio itinerante. “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí
predique; pues para eso he salido” (Mc 1,37). La misión universal es movimiento,
desplazamiento de un lugar a otro dejando atrás comunidades formadas como signo e
instrumento del Reino. Este movimiento exige el sentido de lo provisional. No la
provisionalidad del turista que, como ave migratoria, pasa sin un compromiso serio, sino la
de Juan Bautista que dice: “Es necesario que él crezca y yo disminuya” (Jn 3,30).

Se trata de una provisionalidad que exige, por una parte, despojo de sí, de los propios
proyectos personales, y, por otra, confianza en el otro, en sus capacidades de actualizar la
creación, de construir el futuro, de llevar su propia planta hasta la cosecha. Sentido de lo
provisional es dejar que el otro sea: es ayudarle a que sea autónomo, dándole el espacio
necesario para ello.
8. Espiritualidad pascual. Pascua quiere decir muerte y resurrección. Asumir la dimensión
de la cruz quiere decir vivir la espiritualidad de renuncia, de olvido de sí, de sacrificio. “El
siervo no es más que su Señor. Si a Mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”
(Jn 15,20). Este rasgo sale al paso de una visión de la persona donde la autorrealización del
yo, sobre toda otra cosa, es el primer valor.

Pascua es también resurrección. La espiritualidad misionera es propia de los enamorados de


la vida. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). El
misionero es un proyecto vivo a favor de la vida en todas sus expresiones. Es el testigo de la
resurrección, de la vida nueva que quiere hacerse presente en las comunidades pascuales
reunidas en torno a la Eucaristía y lanzadas, desde la misma, a la misión.

9. Espiritualidad comunitaria. Las exigencias comunitarias son las únicas que generan la
fraternidad efectiva. En la búsqueda de Dios en medio de la historia de los pueblos se hace
necesario el discernimiento comunitario. De ahí la importancia de los equipos sacerdotales,
de las fraternidades o comunidades religiosas, de los equipos de laicos con su dinámica propia
de vida de oración, de revisión, de planificación, con sus momentos celebrativos especiales,
sin que esto desvirtúe las celebraciones con el pueblo.

10. Espiritualidad mariana. El misionero ve en María la síntesis de una espiritualidad


misionera. En la vida de María podemos descubrir muchos aspectos y rasgos de esta
espiritualidad que venimos presentando.

Nos centramos en algunos momentos de su vida: anunciación, visitación, magníficat,


natividad, huida a Egipto, cruz, cenáculo... En todos ellos, se ve una persona para quien la
presencia de Dios y la realización de su Reino universal son realidades más importantes que
sus propios intereses.

Potrebbero piacerti anche