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ORIGEN Y NATURALEZA DEL CONFLICTO: EL ESTADO CATALÁN HISTÓRICO

HASTA 1714

Es bastante común que las personas de cultura catalana identifiquen la Cataluña


española con la expresión "el Principado". Este nombre ayuda a distinguir la
Cataluña austral de la parte más septentrional del país que desde 1659 permanece
bajo dominio del estado francés, comunmente llamada "Catalunya Nord", así como
también del resto de territorios tradicionalmente catalanófonos: Islas Baleares y
Pitiusas, Valencia, Franja de Ponent (en Aragón) e, incluso, de Andorra, que hoy
es, en si mismo, un Principado independiente.

Lo que ya no es tan habitual es que estas personas conozcan el porqué histórico


de esta identificación, al que hecho ha contribuido poderosamente la historiografía
catalana y no digamos ya la castellana de las últimas dos centurias. Ambas han
privilegiado la expresión "condado de Barcelona" que, desde el punto de vista
histórico, no era denominación única ni la principal para designar el territorio
catalán. Es más, el Principado de Cataluña fue la federación de diversos
condados, no solo el condado de Barcelona: Barcelona, Urgell, Cerdanya, Pallars y
Empúries. En cambio, historiografía oficial ha omitido, especialmente en cuanto a
la divulgación general, el nombre "Principado de Cataluña", extremadamente
abundante en la documentación histórica, que se refiere al estado catalán
consolidado entre mediados del siglo XII y principios del XVIII.

Según las investigaciones realizadas en las últimas décadas, se considera que es


en la segunda mitad del siglo XII cuando los condados catalanes forman una
entidad política unitaria y cohesionada, aunque jurisdiccionalmente dividida en
Condados, llamada "Cataluña". Esto sucedió porque los condes de Barcelona se
convirtieron, por un lado, en los titulares de la mayoría de condados catalanes y,
por otro, en reyes de Aragón, lo que les ayudó imponerse al resto de condes
catalanes autónomos como los de Pallars, Urgell y Empúries, que acabaron
convirtiéndose -si no lo eran ya- en sus vasallos feudales, al tiempo que los condes
de Barcelona incorporaban en sus dominios los ámplios territorios islámicos de
Tortosa y Lleida (zona oeste del Principado catalán, conocida como "Catalunya
Nova").

La entidad política resultante de este proceso, ya desde el siglo XIII, fue


mencionada en varias ocasiones con el término "reino". Sin embargo, no se
consolidó esta denominación de forma oficial, debido a que, por variados motivos
históricos en los que ahora no me adentraré, los soberanos de la Corona de
Aragón nunca utilizaron el título de "Rey de Cataluña", sino que en el Reino de
Aragón governaban con el título de "Rey de Aragón" y en el Principado de Cataluña
lo hacían a título de "Conde de Barcelona" (otro matiz importante que la
historiografía castellana suele tergiversar), título con que la monarquía gobernó en
Cataluña hasta que la llegada de los borbones, la guerra de Sucesión y la abolición
del Principado catalán, así como la abolición del Reino de Valencia y del Reino de
Aragón, para dar lugar a la unificación del territorio español en un único Reino.

Es durante el renacimiento, entre los siglos XIII i XIV, cuando entra en escena el
uso del término "Principado", que no es más que el término medieval con que se
designaban los estados soberanos organizados en forma de monarquía
constitucional, a imagen y semejanza del modelo imperial romano, en contraste
con las monarquías absolutas, no constitucionales, que se llamaban "Reinos",
siguiendo el modelo gótico de estado.

En el caso catalán, no fue hasta el siglo XIV, concretamente, desde el año 1350,
que, por obra del rey Pere III el Ceremonioso, "Principado de Cataluña" se usó
como parte de la nomenclatura legislativa oficial. A partir de aquel entonces en
adelante, esta entidad política, el Principado de Cataluña, formó parte de distintas
monarquías compuestas tales como la Corona de Aragón, la Monarquía de los
Austrias o incluso de la Monarquía de Francia durante un breve período de tiempo
(1641-1652), encontrándose en todos los casos en pie de igualdad con otros
estados que componían tales monarquías, como fueron el Reino de Castilla, el
Reino de Aragón, el Reino de Valencia, el Ducado de Milán, por citar algunas. Esta
afirmación nos la constatan los coetáneos, como por ejemplo, el cronista castellano
Pedro Salazar de Mendoza (ss. XVI y XVII), quien, en su crónica Monarquía de
España, hablaba de la comunidad política catalana, afirmando: << El Principado de
Cataluña, en grandeza y autoridad, puede competir con qualquier Reyno del
mundo sin quedarle á deber nada >>.

Así pues, incluso con la aniquilación manu militari del estado catalán histórico
como consecuencia de la Guerra de Sucesión (1705-1714), siendo a partir de
aquel momento el territorio catalán anexionado forzosamente a Castilla y más
tarde convertido en una mera región del nuevo y unificado Reino de España de los
Borbones, el nombre de "Principado" continuó siendo usado, por la fuerza del
costumbre, para designar al territorio catalán, como atestigua el decreto de <<
Nueva Planta de la Real Audiencia del Principado de Cataluña >> de 1716.

Esta situación se mantuvo hasta que el reino de España se transformó


definitivamente, a pesar de las diversas guerras carlistas decimonónicas, en un
estado unificado a principios del siglo XIX, y fue concretamente en 1833 cuando el
secretario de Fomento, Javier de Burgos, eliminó el nombre de "Principado de
Cataluña" de la nomenclatura oficial, dividiendo el territorio catalán en las cuatro
provincias catalanas aún existentes (que no serían reunificadas
administrativamente hasta que Puig i Cadafalch logró su gestión mancomunada, la
conocida "Mancomunitat"). De esta forma, el término que nos ocupa desapareció
para siempre de la realidad político-adminsitrativa del país.
PRINCIPADO VERSUS REINO

Otra de las mentiras que se han instalado, por interés político del poder central
español, en el (des)conocimiento popular e incluso académico de la história de
Cataluña, es la que argumenta que "Cataluña nunca fue un Reino" como base para
desmerecer la soberanía histórica del Principado de Cataluña y para justificar una
visión completamente falsa de la história de la península iberica según la cual
Cataluña nunca ha sido una entidad política soberana o independiente.

La realidad es que fue radicalmente lo contrario; precisamente por ser Principado y


no Reino, Cataluña gozó durante siete siglos de una situación jurídica privilegiada
en el marco de la monarquía hispánica, según la cual, a diferencia de lo que
sucedía en los otros reinos peninsulares, en donde su palabra era Ley y nadie
estaba por encima de la voluntad del Rey, en el Principado de Cataluña, que era el
único estado que mantenía un sistema jurídico romanizado, hecho a imagen del
sistema jurídico-constitucional del imperio romano, el Príncipe, en este caso el
Conde de Barcelona (que a su vez era Rey de Valencia y Rey de Aragón), no podía
aprobar leyes sin el consentimiento del parlamento. Hablando en plata: en el
Principado de Cataluña, a diferencia de los otros estados que la monarquía, quién
realmente mandava, en último término, eran las Cortes catalanas. Y sin su
voluntad, nada podía hacer el príncipe.

Por el contrario, los Reinos, estados conformados no según el derecho romano


sino según el derecho godo, el Rey lo era a título soberano y las Cortes no eran
soberanas, sino que quedaban sujetas al poder absoluto del monarca.

El privilegio que representaba el hecho de ser un Principado libre y no un Reino


bajo las ordenes del monarca fue el principal motivo de odio y envidia de todos los
españoles hacia la nación catalana, y a su vez el principal motivo de orgullo de la
nación catalana durante siglos. Este odio y este orgullo fueron sin duda alguna a la
base de los motivos por los que se llegó a la guerra de sucesión en 1700.

LA GESTACIÓN DE LA NUEVA PLANTA BORBÓNICA

En 1700 la Monarquía Hispánica de los Austrias, conocida oficialmente como la


Monarquía Católica, continuaba siendo un conglomerado dinástico de diversos
"Reinos, Estados y Señoríos" unidos según la fórmula aeque principaliter, "bajo la
cual los reinos constituyentes continuaban después de su unión siendo tratados
como entidades distintas, de modo que conservaban sus sistemas legislativos (y
en el caso del Principado catalán, también judicial) independientes entre si. «Los
reinos se han de regir, y gobernar —escribía Solórzano en el siglo XVII—, como si
el rey que los tiene juntos, lo fuera solamente de cada uno de ellos» [...] En todos
estos territorios se esperaba que el rey, y de hecho se le imponía como obligación,
que mantuviese el estatus e identidad distintivos de cada uno de ellos".

La consecuencia de todo ello era que el rey católico no tenía los mismos poderes
en sus distintos Estados. Así, mientras en la Corona de Castilla gozaba de una
amplia libertad de acción debido a la debilidad de las Cortes de Castilla tras la
derrota de la revuelta de las Comunidades de Castilla en la tercera década del
siglo XVI, en los estados de la Corona de Aragón —y en Portugal cuando estuvo
unido a la Corona entre 1580 y 1668— su autoridad estaba considerablemente
limitada por las leyes e instituciones de cada uno de ellos. Esto explica que Castilla
soportara la mayor carga de los gastos de la Monarquía,a pero que también gozara
del beneficio de constituir el núcleo central de la misma —por ejemplo, la inmensa
mayoría de los cargos eran ocupados por la nobleza castellana y por juristas
castellanos— y que quedara adscrita a su Corona el Imperio de las Indias.

A principios del siglo XVII, la situación de Castilla —de donde hasta entonces
habían salido los hombres y los impuestos que necesitaron Carlos I y Felipe II para
su política hegemónica en Europa— ya no era la misma que la del siglo anterior —
como ha señalado Joseph Pérez, Castilla "se hallaba exhausta, arruinada,
agobiada después de un siglo de guerras casi continuas"— lo que junto con la
caída de las remesas de metales preciosos de las Indias provocó la crisis de la
Hacienda real, que se acentuó cuando comenzó la Guerra de los Treinta Años
(1618-1648).

En este contexto se sitúa el proyecto del Conde-Duque de Olivares, valido de


Felipe IV de España, de lograr una mayor unidad de la Monarquía que quedó
resumido en su aforismo Multa regna, sed una lex, «Muchos reinos, pero una ley»,
que evidentemente se refería a la de Castilla. Esto implicaba la modificación del
modelo político de monarquía compuesta de los Austrias en el sentido de
uniformizar las leyes e instituciones de sus reinos y conseguir de esta forma que la
autoridad del rey saliera reforzada al alcanzar el mismo poder que tenía en
Castilla. Este proyecto fue plasmado en el famosos memorial secreto preparado
por Olivares para Felipe IV, fechado el 25 de diciembre de 1624, cuyo párrafo clave
decía:

"Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía, el


hacerse Rey de España: quiero decir, Señor, que no se contente Vuestra Majestad
con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que
trabaje y piense, con consejo mudado y secreto, por reducir estas reinos de que se
compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia, que si Vuestra
Majestad lo alcanza será el Príncipe más poderoso del mundo."
Como llevar a cabo ese proyecto llevaría mucho tiempo y las necesidades de
dinero y de hombres para la guerra eran acuciantes, Olivares presentó al año
siguiente una propuesta menos ambiciosa pero igualmente innovadora que llamó
la Unión de Armas. Se trataba de que todos los "Reinos, Estados y Señoríos" de la
Monarquía Hispánica contribuirían en proporción a su población y a su riqueza a la
formación de un ejército de reserva de 140.000 hombres. El proyecto fue
aprobado, aunque sin entusiasmo y rebajado, por las Cortes del Reino de Valencia
y las Cortes del reino de Aragón, NO ASÍ POR LAS CORTES CATALANAS que no
llegaron a concluirse en dos ocasiones, 1626 y 1632. Finalmente la sublevación de
Cataluña y la de Portugal en 1640 acabaron con el proyecto de la Unión de Armas
y Felipe IV apartó del poder a Olivares tres años después. Desde entonces no se
volvió a hablar más de "unificar" la Monarquía Hispánica sobre todo tras el duro
golpe que supuso para los Austrias reconocer la independencia de Portugal en
1668.

EL TESTAMENTO DE CARLOS II Y LA GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA

En el testamento Carlos II establecía dos normas de gran importancia y que el


futuro Felipe V no cumpliría. La primera era el encargo expreso a sus sucesores de
que mantuvieran "los mismos tribunales y formas de gobierno" de su Monarquía y
de que "muy especialmente guarden las leyes y fueros de mis reinos, en que todo
su gobierno se administre por naturales de ellos, sin dispensar en esto por ninguna
causa; pues además del derecho que para esto tienen los mismos reinos, se han
hallado sumos inconvenientes en lo contrario. Así decía que la "posesión" de "mis
Reinos y señoríos" por Felipe de Anjou y el reconocimiento por "mis súbditos y
vasallos... [como] su rey y señor natural" debía ir precedida por "el juramento que
debe hacer de observar las leyes, fueros y costumbres de dichos mis Reinos y
señoríos", además de que en el resto del testamento se incluían nueve referencias
directas más al respeto de las "leyes, fueros, constituciones y costumbres". Según
Joaquim Albareda, todo esto manifiesta la voluntad de Carlos II de "asegurar la
conservación de la vieja planta política de la monarquía frente a previsibles
mutaciones que pudieran acontecer, de la mano de Felipe V". La segunda norma
era que Felipe debía renunciar a la sucesión de Francia, para que "se mantenga
siempre desunida esta monarquía de la corona de Francia".

En principio Felipe V cumplió el primer requisito del testamento —no así el


segundo cuando Luis XIV reconoció sus derechos al trono de Francia—. Fue
proclamado rey por las Cortes de Castilla reunidas el 8 de mayo de 1701 en el
Real Monasterio de San Jerónimo, el 17 de septiembre juraba los fueros del reino
de Aragón y el 4 de octubre de 1701 las Constituciones catalanas. Poco después
inauguraba las las Cortes catalanas en las que hizo importantes concesiones –
como la creación del Tribunal de Contrafacciones–, reforzándose así la concepción
pactista de las relaciones entre el soberano y sus vasallos. Como recordó un
memorial presentado por las instituciones catalanas: «en Cataluña quien hace las
leyes es el rey con la corte» y «en las Cortes se disponen justísimas leyes con las
cuales se asegura la justicia de los reyes y la obediencia de los vasallos». Por su
parte las Cortes del reino de Aragón, presididas por la reina ya que Felipe embarcó
el 8 de abril desde Barcelona hacia el reino de Nápoles, no llegaron a clausurarse
a causa de la marcha de la reina a Madrid, quedando pendientes de resolverse la
peticiones de los cuatro brazos que la componían. Las Cortes del reino de Valencia
nunca llegaron a convocarse.

La primera reforma que introdujo Felipe V fue en la corte de Madrid. Siguiendo las
indicaciones del embajador francés Marqués de Harcourt, formó un "consejo de
Despacho" —máximo órgano de gobierno de la Monarquía por encima de los
Consejos establecidos por los Austrias— al que pronto se unió el embajador
francés, por imposición de Luis XIV, ya que en seguida quedó claro, según la
historiadora francesa Janine Fayard, que "Luis XIV iba a actuar como el verdadero
dueño de España". Así en junio de 1701 envió a la corte de Madrid a Jean Orry
para que se ocupara de sanear y aumentar los recursos de la Hacienda de la
Monarquía.

LA REBELIÓN AUSTRIACISTA DE LA CORONA DE ARAGÓN

Fue el alineamiento de los estados de la Corona de Aragón con el archiduque


Carlos lo que abrió el debate entre los consejeros de Felipe V (y de Luis XIV) sobre
la modificación de la estructura política la monarquía compuesta de los Austrias.
Así el embajador francés Jean-Michael Amelot defiende la abolición de los fueros e
instituciones propias de los estados "rebeldes" de la Corona de Aragón porque
«por más afectos que sean al rey, siempre lo serán mucho más a su patria»,
mientras que el Consejo de Aragón se opone pidiendo que cualquier «innovación»
que se quiera introducir se posponga hasta después de la guerra, aunque sin dejar
de reconocer que «la subsistencia de los fueros, libertades y privilegios penden del
absoluto arbitrio del soberano» —rompiendo así con el pactismo que
tradicionalmente había defendido el Consejo—.

Ya en septiembre de 1705, cuando Barcelona se proclama a favor del Archiduque


Carlos, el irlandés católico Tobías de Bourk, colaborador del duque de Berwick,
escribe al secretario de Estado francés, el marqués de Torcy, dándole su opinión
de que Felipe V debía aprovechar la rebelión para ser "el señor absoluto de las
provincias" de las que sólo lo era nominalmente, aboliendo "los extravagantes
privilegios" de que gozaban. De la misma opinión era el arzobispo de Zaragoza,
Antonio Ibáñez de la Riva, cuando afirmaba ese mismo año que el rey "estaba
atado por los fueros". En abril de 1706 Amelot opinaba, refiriéndose a Cataluña,
que había que acabar con sus privilegios y construir una ciudadela en Barcelona
que pagaran sus habitantes.
La victoria borbónica en la batalla de Almansa el 25 de abril de 1707 y la
consiguiente conquista de los reinos de Valencia y de Aragón, aceleraron la toma
de decisiones. Cuando el 11 de mayo entró en la ciudad de Valencia el duque de
Berwick hizo una primera advertencia de lo que podían esperar la ciudad y el
Reino del nuevo poder borbónico:

"ESTE REYNO ha sido rebelde a Su Magestad [Felipe V] y HA SIDO


CONQUISTADO, haviendo [sic] cometido contra Su Magestad una grande
alevosía, y assí no tiene más privilegios ni fueros que aquellos que su Magestad
quisiere conceder en adelante."

Por esas mismas fechas en la corte de Madrid Melchor de Macanaz preparaba un


informe que presentó el 22 de mayo, en el que retomaba el proyecto del Conde-
Duque de Olivares de 75 años antes recomendando que Felipe V aprovechara la
«occasione» para dejar de ser un «rey esclavo» de los fueros y se hiciera
efectivamente "rey de España", como decía el Memorial secreto del Conde-Duque.
Macanaz también decía en su informe:

"CON LAS ARMAS en la mano todo se consigue... Si al tiempo de SUJETAR A


LOS PUEBLOS rebeldes no se les desarma y da la ley, se necesitará después de
nuevas fuerzas para conseguirlo"

En ese mismo mes de mayo en una reunión del Despacho se acordó «establecer
las leyes que fuera servido con plena libertad y sin limitación alguna, ni atención a
los fueros que han tenido por lo pasado». El 16 de mayo Luis XIV interviene en el
debate decantándose a favor de la postura abolicionista defendida por Amelot para
afianzar así el poder absoluto de Felipe V:

"Una de las primeras ventajas que el rey mi nieto obtendrá sin duda de su sumisión
[de los estados de la Corona de Aragón] será la de establecer allí su autoridad de
manera absoluta y aniquilar todos los privilegios que sirven de pretexto a estas
provincias para ser exentas a la hora de contribuir a las necesidades del Estado"

El 15 de junio Amelot escribía a Luis XIV volviendo sobre la idea de aprovechar la


guerra para imponer las leyes de Castilla a los territorios conquistados de Valencia
y de Aragón, añadiendo a continuación que valencianos y aragoneses al ser
naturalizados castellanos obtendrían ventajas que les compensarían por la pérdida
de sus fueros. El 27 de junio Luis XIV insistía en que «el mantenimiento de estos
privilegios era una carga perpetua a la autoridad real». El 29 de junio Felipe V
promulgaba en Madrid el decreto de Nueva Planta en el que abolía y derogaba los
fueros de los reinos de Aragón y de Valencia. Tres semanas después recibía la
felicitación de Luis XIV por haber implantado allí las leyes de Castilla.
LOS DECRETOS DE NUEVA PLANTA EN LOS ESTADOS DE LA ANTIGUA
CORONA DE ARAGON

El 29 de junio de 1707 Felipe V promulga el Decreto de Nueva Planta en el que


declara «abolidos y derogados todos los referidos fueros, privilegios, práctica y
costumbre hasta aquí observados en los referidos reinos de Aragón y Valencia,
siendo mi voluntad que éstos se reduzcan a las leyes de Castilla, y al uso, práctica
y forma de gobierno que se tiene y ha tenido en ella, y en sus tribunales sin
diferencia alguna en nada». El proceso culmina el 15 de julio cuando Felipe V
liquida el Consejo de Aragón, «porque con esta disposición se logra el importante
fin de la uniformidad que tanto deseo haya entre mis vasallos».

Su promulgación, más que una medida innovadora surgida de las coyunturas de la


guerra, es la evolución de proyectos anteriores que habían fracasado, como el del
Conde Duque de Olivares, causa de la guerra de 1640.

La abolición de los «fueros, privilegios, prácticas y costumbres hasta aquí


observadas en los referidos reinos de Aragón y de Valencia» se justificó en el
decreto en base a tres argumentos. El primero, la ruptura del juramento de
fidelidad hecho al rey:

"por la rebelión que cometieron, faltando enteramente al juramento de fidelidad que


me hicieron como a su legítimo Rey y Señor"

el segundo, el dominio absoluto del que gozaba el rey en todos los reinos y
estados de su Monarquía:

"y tocándome el dominio absoluto de los referido reinos de Aragón y Valencia...


considerando también que uno de los principales atributos de la soberanía es la
imposición, y derogación de las leyes, las cuales, con la variedad de los tiempos y
mudanzas de costumbres podría yo alterar"

Y EL TERCERO EL DERECHO DE CONQUISTA QUE LE PERMITÍA IMPONER


SU LEY EN LOS TERRITORIOS VENCIDOS:

"del justo derecho de la conquista que de ellos han hecho últimamente mis armas
con el motivo de su rebelión"

Según algunos historiadores el primer y el tercer argumentos eran ciertos desde la


óptica del bando felipista —no así desde la del bando austracista— pero el
segundo era muy discutible "ya que la Corona de Aragón, mediante el pactismo,
mantenía cauces distintos de relación con la monarquía que condicionaban
sobremanera la soberanía real". De todas formas el decreto de Nueva Planta,
como ha destacado Carme Pérez Aparicio, fue "el golpe de gracia para el Reino de
Valencia", y también para el de Aragón.

El Decreto de Nueva Planta obedeció al deseo de llevar a «todos mis reinos de


España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres y Tribunales».
Se impuso una nueva organización político-administrativa basada en la de Castilla,
siguiendo el modelo centralista de la monarquía absolutista francesa.

El 3 de abril de 1711 se dictó un segundo decreto exclusivo para el Reino de


Aragón por el que se restablecía parte del derecho aragonés otorgándose una
nueva organización o planta a la Audiencia de Aragón, cuya sede estaba en
Zaragoza. En el caso de Aragón la asimilación de la lengua castellana fue menos
traumática, puesto que el idioma propio, el aragonés, había sido sustituido en la
administración por el castellano. Sin embargo LA IMPOSICIÓN DEL CASTELLANO
EN LAS CLASES POPULARES tuvo un impacto similar al del resto de territorios.

LOS DECRETOS DE NUEVA PLANTA EN EL PRINCIPADO DE CATALUÑA Y


REINO DE MALLORCA

El 28 de noviembre de 1715 se publicó el Decreto de Nueva Planta del Reino de


Mallorca, siendo más complaciente y fruto de una actitud más benévola.

El decreto que afectaba al Principado de Cataluña se dictó el 9 de octubre de


1715, despachado por Real Cédula con fecha de 16 de enero de 1716.

- Abolía las Cortes y el Consejo de Ciento.


- Además se sustituía al virrey por un capitán general, al igual que en el resto de
los reinos de la Corona de Aragón, y se dividía Cataluña en doce corregidurías,
como Castilla y no en las tradicionales veguerías,24 no obstante los Batlles se
mantienen.
- Se prohíben los somatenes (milicias populares armadas de Cataluña y Aragón).
- Se estableció el catastro gravando propiedades urbanas y rurales y los beneficios
del trabajo, el comercio y la industria.
- Igualmente, el idioma oficial de la Audiencia dejó de ser el latín y se sustituyó por
el castellano.

El decreto mantiene el derecho civil, penal y procesal, al igual que el Consulado del
Mar y la jurisdicción que éste ejercía, y no afectó al régimen político-administrativo
del Valle de Arán por lo que éste no fue incorporado a ninguno de los nuevos
corregimientos en que se dividió el Principado de Cataluña.
En la cuestión lingüística, EL CATALÁN DEJO DE SER LA ÚNICA LENGUA
OFICIAL DEL PRINCIPADO DE CATALUÑA QUE HASTA ENTONCES HABÍA
SIDO Y TODOS LOS DOCUMENTOS DE LAS DIVERSAS NUEVAS
INSTITUCIONES POLÍTICAS TUBIERON QUE SER REDACTADOS
OBLIGATORIAMENTE EN CASTELLANO, aunque, en el plano no institucional, el
siglo XVIII fue abundante en cuanto a publicación, por parte del pueblo catalán, de
DEFENSAS DE LA LENGUA CATALANA, incluyendo gramáticas y diccionarios con
el fin de preservar la lengua catalana, y el catalán siguió usándose tanto en la
documentación notarial como en la literatura no oficial. De todas formas CON LA
MONARQUIA BORBÓNICA SE ACENTUÓ MUCHO EL PROCESO DE
CASTELLANIZACIÓN DE LA CULTURA Y LA SOCIDEAD que venía dándose a lo
largo de toda la Edad Moderna, ESPECIALMENTE DESDE QUE LA MONARQUIA
Y LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA IMPUSIERAN LA CENSURA Y LA OBLIGACIÓN
DE IMPRIMIR LOS LIBROS EN CASTELLANO de tal modo muchos escritores
catalanes de los siglos XVI y XVII fueron obligados a publicar sus obras en
castellano, o no publicarlas.

EL FIN DE LOS ESTADOS DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NACIMIENTO DEL


REINO DE ESPAÑA COMO UN SOLO ESTADO UNIFICADO PARA TODOS LOS
TERRITORIOS DE LA CORONA ESPAÑOLA

Como resultado de los decretos, los antiguos reinos de la Corona de Aragón


perdieron sus instituciones político-administrativas aunque, salvo Valencia,
mantuvieron su derecho privado propio. No fueron una adaptación total a las leyes
de Castilla, ya que, además, mantuvieron un régimen tributario diferente al
castellano, y Cataluña siguió gozando de la exención de quintas (servicios militares
obligatorios a la monarquía). Se implantó el absolutismo. Las cortes de los distintos
territorios fueron disueltas y se concedió a algunas poblaciones el derecho de
asistir a las cortes castellanas, reconvertidas ya en cortes comunes a toda España,
salvo Navarra, que mantuvo sus cortes reales hasta 1841. En 1709 asistieron a las
Cortes representantes de Aragón y Valencia, y a las de 1724 también asistieron
representantes de Cataluña. Se modificaron los mecanismos de elección de los
gobiernos municipales adaptándolos a las normas de Castilla. Los municipios
importantes pasaron a ser regidos por un corregidor, y los cabildos locales por un
regidor, que en Aragón pasaron a ser hereditarios, por lo que, a finales del siglo
XVIII casi todos los cargos estaban ocupados por miembros de la nobleza. Los
batlles locales, que ayudaban a los regidores, eran nombrados cada año por la
Audiencia.

A nivel interno Felipe V puso fin a la Corona de Aragón por la vía militar y abolió las
instituciones y leyes propias que regían los estados que la componían, instaurando
en su lugar un Estado absolutista, centralista y uniformista, inspirado en la
Monarquía absoluta de su abuelo Luis XIV y en algunas instituciones de la Corona
de Castilla. Así pues, se puede afirmar que los grandes derrotados de la guerra
fueron los austracistas defensores no sólo de los derechos de la dinastía de los
Austrias sino del mantenimiento del carácter "federal" de la Monarquía Hispánica.

Según el historiador Ricardo García Cárcel, la victoria borbónica en la guerra y la


aplicación de los Decretos de Nueva Planta supuso el "triunfo de la España vertical
sobre la España horizontal de los Austrias", entendiendo por "España horizontal",
la "España austracista", la que defiende "la España federal que se plantea la
realidad nacional como un agregado territorial con el nexo común a partir del
supuesto de una identidad española plural y «extensiva»", mientras que la "España
vertical" es la "España centralizada, articulada en torno a un eje central, que ha
sido siempre Castilla, vertebrada desde una espina dorsal, con un concepto de una
identidad española homogeneizada e «intensiva»".

Así pues, la llegada de los Borbones a la Corona española supuso un cambio


radical en la concepción de la Monarquía de España: desde que los Reyes
Católicos firmaran el segundo Tratado de los Toros de Guisando, se había
establecido que los ocupantes de las coronas reunirían sus territorios in persona
regis, manteniendo cada uno de ellos sus particularidades jurídicas y de gobierno.
Estas peculiaridades fueron conservadas, aunque con modificaciones, por la Casa
de Austria, pero fueron eliminadas por Felipe V tras su victoria en la guerra,
excepto para el Reino de Navarra, el Señorío de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa, que
mantuvieron sus fueros e instituciones propias al haberse mantenido fieles a la
causa borbónica.

Al recibir los territorios de Carlos II en herencia, y tras la guerra de sucesión, Felipe


de Anjou y sus consejeros, apoyados por la corte del Rey Sol, abordaron la
modificación del estatus jurídico y administrativo de sus territorios, para acercarlo
al modelo centralista y absolutista de la Monarquía Luis XIV. Para desarrollar este
programa político se marcaron los siguientes objetivos:

- Unificar las formas de gobierno en todos los territorios, lo que significaba la


desaparición de las instituciones propias de los estados de la Corona de Aragón,
sustituidas por otras nuevas que seguían el modelo castellano o francés, y la
centralización del poder en las manos del monarca. Lo que iría acompañado de la
creación de un corpus jurídico común —las leyes de Castilla, lo que significaba la
abolición de la mayor parte de los fueros, regímenes jurídicos y privilegios
privativos de los reinos y estados no castellanos.
- Eliminar los privilegios de extranjería, lo que significaba que no habría distinción
entre castellanos, aragoneses, catalanes, valencianos y mallorquines a la hora de
ocupar cargos en la Monarquía, las Indias y las distintas "provincias". Esto también
supondría también la eliminación de fronteras y aduanas interiores.
- Asegurar el poder supremo del Rey, especialmente en los territorios de los
estados de la Corona de Aragón y dentro de ellos especialmente en el Principado
de Cataluña.
- Someter a todos sus súbditos a un mismo ordenamiento jurídico, el de Castilla.
- La desaparición de los antiguos reinos (salvo el de Navarra) y el nacimiento de
las provincias en la Península
- La aplicación de una sola lengua administrativa: el castellano, excepto en la Sala
de Vizcaya de la Audiencia de Valladolid, en la que se permite el uso del eusquera.

MÁS DATOS SOBRE LOS DECRETOS DE NUEVA PLANTA

Los Decretos de Nueva Planta suponen la aplicación práctica del modelo


centralizador que Felipe V y el resto de los reyes de la dinastía Borbón van a
aplicar en España, es un modelo centralizador y reformista que ya se había
desarrollado en Francia (el modelo de estado absolutista) y que pone fin al modelo
político pactista que habían aplicado los reyes de la dinastía Habsburgo en España
durante los siglos XVI y XVII. Este modelo pactista hacía de la monarquía
hispánica una mera unión de territorios con instituciones y legislación propias. Las
instituciones de la Corona de Aragón eran un estorbo para esa política por lo que
debían ser suprimidas.

Los decretos supusieron la integración de esos territorios en la administración


castellana y la adopción de sus instituciones. En este sentido, el Consejo de
Castilla pasó a ejercer las funciones de gobierno de todo el país, con facultades
legislativas y judiciales, aunque siempre dependiendo del poder del rey.

En el preámbulo se cita la fecha de 9 de octubre de 1715 que fue cuando se


promulgó aunque se publicara en enero de 1716, y se comenta la pacificación del
Principado de Cataluña a resultas de la cual (se puede entender una justificación
del derecho de conquista) se impone un nuevo modelo político-jurídico y
administrativo para el gobierno del territorio.

En este modelo participa la Audiencia (órgano de administración de justicia) que se


transforma en un órgano de control real, además bajo control militar: un Capitán
General, bajo directo mando del Rey, que acabará sustituyendo a la figura de
Virrey, ya que los reinos de la monarquía se convertirán en provincias.
Se disolverá la Diputación permanente y las Cortes Catalanas, siendo utilizadas
sus
instalaciones para la nueva Audiencia
Se establece el castellano como idioma oficial en la Audiencia y en los escritos
oficiales.
Se establece el sistema de administración local castellana de Regidores y
corregidores,
elegidos por los reyes, como forma de fortalecimiento del poder, los regidores de
los municipios de menor entidad serán elegidos por la Audiencia.
Se suprimen todas las instituciones propias del Principado, (por ejemplo el virrey,
consellers, las Cortes) ..., asignando sus funciones a la Audiencia.
Para poner orden en los asuntos económicos se crea un nuevo cargo: el
intendente (nueva figura en la administración tomada del modelo francés que se
encarga de cuestiones tributarias, asuntos económicos,...) dependientes
directamente del poder monárquico.
Se disuelven todos los grupos armados (somatenes) de carácter voluntario, de
dudosa
fidelidad, para evitar igualmente, tener en un territorio gente armada, que pudiera
presentar resistencia al nuevo poder del Rey.
Se pone fin a la consideración de “extranjeros” a los súbditos que habitasen un
determinado reino respecto a otro. Los castellanos consideraban extranjeros a los
habitantes del reino de Aragón, o de Valencia, o del Principado, estando vetado
mutuamente el acceso a determinados cargos, en incluso al comercio y
administración directa con las Indias. Con el fin de estas prohibiciones de
extranjerias, se da un paso más de carácter de igualdad jurídica a todos los
súbditos del rey, que favorecerá la política unitaria y centralista del nuevo estado
borbónico.
Así pues, con los Decretos de Nueva Planta, desaparecen los fueros e
instituciones
tradicionales (salvo en el reino de Navarra y vascongadas que se mantuvieron
fieles a Felipe V) de la Corona de Aragón y se establece una monarquía absoluta
basada en la centralización y en la uniformización política y administrativa.

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