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Como se entiende lo anterior una de las características primordiales de la vida es la

creatividad, una creatividad activa, por ello nos insiste una y otra vez en mostrar la realidad
de la libertad pues una implica a la otra. La postura finalista de Bergson ya mencionada,
señala como fin único lo espontáneo, como un hacerse sin fin. La diversidad de formas que
se han encontrado en los restos fósiles serían una prueba para la inteligencia de un orden
evolutivo que va de los primeros organismos unicelulares hasta la sofisticada estructura del
sistema nervioso en el homo sapiens, por lo que una tendencia lineal, de menos a más es la
primera explicación plausible. A lo anterior el bergsonismo replicaría que concebir el
movimiento evolutivo de esa manera, implica a su vez reconstruir un movimiento con
inmovilidades y aplastar a su vez cualquier posibilidad de espontaneidad, pues si la
evolución sigue un curso lineal y ordenado no habría cabida para lo divergente.
Nuevamente la forma de conocer cinematográfica de nuestro intelecto, este afán de
intelectualizar todo, reconstruiría con imágenes estáticas la continuidad de lo real, haciendo
esta vez no al tiempo o el flujo de la conciencia algo inmóvil e inerte, sino a la vida misma.
Recordando que el problema de la libertad se aborda desde su obra más temprana “ensayo
sobre los datos inmediatos de la conciencia” y sigue estando presente en todas sus obras
sucesivas en mayor o menor medida podemos declarar que la libertad es el objetivo
principal de Bergson, recordando que dijimos en nuestro apartado dedicado a la duración
que ésta era la columna vertebral que daba movimiento a su obra hemos de agregar que este
movimiento es libertad: libre debe de ser la duración, la conciencia, y por ello, la vida y el
espíritu, esta libertad choca en todo momento con lo no-libre, pero que a su vez es la única
condición de posibilidad donde puede tener lugar su movimiento, estamos hablando del
cuerpo.

La materia y el cuerpo.

“¿No aspira el espíritu a la libertad? […]- ¡Ay! ¡No es sólo mi espíritu, es toda mi carne la que arde sin
cesar en el mismo deseo!”1

1
Stirner, Max. “El único y su propiedad”. Pág 225

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