Sei sulla pagina 1di 114

ESPAÑA vs FRANCIA

Jorge Ros Sánchez

1
Breve ensayo con el que se pretende, humildemente, mostrar a todas las
personas interesadas en ello acerca de las causas y de las razones por las
cuales la República de l@s frances@s es centrípeta y el Reino de l@s
español@s es centrífugo.

2
A mi princesa Fiona, como diría Shrek:
-Siempre creí que fui yo quién te rescató a ti, pero fuiste tú quién
realmente me salvó a mí-.

3
Introducción

En esta pequeña obra se pretende estudiar las causas y las razones por
las que dos países tan próximos entre sí, y con una historia tan similar, son sin
embargo tan diferentes en algunos aspectos clave de su historia y de su
sociedad, y que conforman la peculiar idiosincrasia de cada uno de ellos.
No pretende esta ser una obra que de una respuesta definitiva, ni que
aclare de manera concluyente dicha cuestión. La intención es arrojar algo de
luz sobre el asunto, aportar otro punto de vista diferente y generar debate
científico, de modo que otras personas más sabias que yo, se vean espoleadas
por las ideas aquí vertidas, para centrar sus dotes intelectuales en este asunto.
En este sentido, mi propósito es exponer algunas ideas que he ido
desarrollando durante el transcurso de los años, para lanzar a la arena pública
mis conocimientos y conclusiones sobre la evolución histórica de dichos países,
de cara a conseguir una mejor comprensión sobre el asunto que nos ocupa.
Confío que aquellas personas investigadoras que no compartan mis tesis,
contribuyan con su erudición a aclarar dicha cuestión, rebatiéndolas. Por
supuesto, si hay, por otra parte, algunas que crean ver algo de cierto en mi
exposición, contribuyan también a confirmar mis ideas.
Esta es la base del debate científico, que hace avanzar la ciencia y el
conocimiento humano, incluso desde pequeñas aportaciones como la mía.
La base de mi argumentación trata de explicar, desde una óptica
fundamentalmente histórica, los motivos por los cuales Francia, en líneas
generales y con algunas excepciones, es un país tan centralista, y con tan
pocas fracturas nacionalistas o regionalistas, ya que las que hay son poco
representativas del sentir mayoritario de la población, incluso en los territorios
periféricos franceses con una tradición cultural diferente a la del conjunto del
país.
Y, por otra parte, explicar también por qué España es un país con tan
fuertes tensiones separatistas, o cuando menos, regionalistas, de modo que,
en ciertos momentos históricos, la propia idea y unidad de España se ve
cuestionada por los anhelos de independencia y/o de autogobierno expresados
por ciertos territorios de este país.
Sostendré una teoría centrada en el divergente devenir histórico de cada
país. Afirmo que ni la cultura, ni la sociedad, son lo bastante diferentes
entrambas naciones como para justificar dicha divergencia. Son las diferencias
históricas, claras y evidentes, las que a la postre han hecho que haya grandes
diferencias entre España y Francia.
Resaltaré los principales hitos de la divergente historia de cada país, para
mostrar cómo han sido ésas las diferencias que han hecho a Francia centralista
y a España regionalista, de modo que podamos identificar, a lo largo del citado
devenir de los siglos, la clave de bóveda que a la postre ha creado las
diferencias entre los dos países que aquí tratamos de analizar y comprender.
No hay bandos ganadores ni perdedores, ni vencedores ni vencidos en
esta exposición, ya que todas las partes implicadas tienen razón en parte de
sus argumentos, tienen fundamentos históricos verídicos en sus razones, y no
se basa ninguna en falsos mitos fundacionales.

4
Pero ninguna de las partes tampoco posee la verdad absoluta, ni carece
su contraparte de razones igualmente válidas para sostener su postura, por lo
que trataré, de manera lo más imparcial posible, de ponderar todas las razones
verdaderas de cada parte en su justo valor, para así poder construir una base
cierta e incontrovertible sobre la cual se logre alcanzar un compromiso
aceptable para todas ellas.
Mi intención no es ofender ni herir ninguna sensibilidad, por lo que pido
de antemano disculpas a todas las personas que puedan sentirse injustamente
agraviadas por mi obra. Tan solo pretendo sugerir motivos, con la convicción
de que solo conociendo la verdad acerca del camino que hemos recorrido para
llegar hasta aquí, sabremos por qué somos como somos. El conocimiento de
nuestro pasado nos permite entender nuestro presente, para solventar los
retos que tenemos planteados ante nuestra sociedad y así poder encarar un
futuro sin hipotecas del pasado.

5
Primera Parte; Historia en común.

Primer Capítulo; Prehistoria.

Europa ha estado poblada, al menos, durante el último millón doscientos


mil años. Sin ningún género de dudas, había Homo Antécesor en Atapuerca
desde esa fecha. Con más dudas conocemos la posible presencia humana, de
una antigüedad similar, en Orce, Granada.
Estos humanos fueron una población paneuropea, que fue extendiéndose
por la mayor parte de Europa, libre de los hielos glaciales, sobre todo en la
mitad sur, y en los periodos cálidos entre las glaciaciones, durante largos
milenios. Simultáneamente, fueron evolucionando, en un proceso de
adaptación al clima, y hace unos 500,000 años, se habían transformado en
Homo Heidelbergensis. De estos Heidelbergensis surgieron, hace 250,000
años, los Homo Sapiens Neanderthalensis, que poblaron todo el centro-sur de
Europa, hasta las estepas rusas, y alcanzaron por el sur África del Norte y
Oriente Medio.
Todas estas especies humanas, salvo la primera, eran exclusivamente
europeas, y circunmediterráneas. Aunque no ocupaban todo el territorio, ni de
forma contínua, si no más bien en forma de islas de población aisladas unas de
otras, aprovechando los valles y cursos fluviales con mejor clima, mejores
recursos hídricos y vegetales y mayor abundancia de caza, de forma parecida a
como, aún hoy día, los escasos pueblos raptorrecolectores ocupan el territorio,
con índices de densidad demográfica extremadamente bajos, para no agotar
los recursos animales de los cuales depende su supervivencia.
Cuando llegaron nuestros antepasados, los Homo Sapiens Sapiens
(“Cromañones”), al continente, hace unos 50,000 años, procedentes de África,
se lo encontraron ocupado, por estas primeras gentes europeas, con las cuales
hubieron de competir y compartir el territorio.
Esta Humanidad moderna, surgida casi con toda seguridad en el
continente africano hace 200,000 años, a partir de poblaciones evolucionadas
de H. Ergaster/Erectus, de la que descendemos todas las poblaciones actuales,
según ha demostrado el estudio del ADN mitocondrial, la famosa teoría de la
Eva Negra, o la East Side Story.
Estos primeros homínidos inmigrantes serían con toda seguridad de piel
obscura, como sus ancestros que se quedaron en África, que, como sabemos,
es una adaptación a la mayor exposición a la luz solar, para evitar
enfermedades cutáneas. Solo el paso de los milenios blanquearía la piel de las
poblaciones europeas.
Probablemente saldrían de África por el delta del Nilo, ya que así podrían
aprovechar los recursos hídricos y faunísticos que abundarían a lo largo del
curso de dicho río. Aunque no puede descartarse que algun@s human@s
siguiesen otra ruta diferente a través del Sáhara, (en aquellos tiempos una
selva con abundante agua, así como vegetación y fauna similar a la que hay
hoy día al sur de dicho desierto), y el estrecho de Gibraltar.
Una vez en tierras próximoorientales, se encontraron por primera vez
con Neanderthales, que ocupaban aquellas tierras.

6
Las más recientes investigaciones realizadas con muestras de ADN
Neanderthal recuperadas en restos óseos, así como los estudios realizados con
ADN de personas de nuestra propia especie, parece confirmar el hecho de que
hubo mezcla de ADN Neanderthal y Cromañón, por la vía de relaciones
sexuales entre especies, que tendría descendencia. No obstante, el pequeño
porcentaje que representa el ADN Neanderthal en nuestra especie sería
síntoma de que estos encuentros y descendencia mixta no serían muy
abundantes. Los estudios parecen confirmar, además, que dichos contactos se
dieron en una época muy temprana del período de convivencia entrambas
especies, probablemente con ocasión del ya citado primer encuentro, dado en
Oriente Medio. La Humanidad moderna tenía todavía un aspecto arcaíco, que la
haría más cercana a la Neanderthal que los grupos más evolucionados, y más
parecidos a las poblaciones actuales, que entraron en Europa. Incluso se ha
realizado, en Portugal, un hallazgo controvertido, de restos fósiles de un niño
que presenta rasgos mixtos Neanderthal-Cromañón.
Lo importante es el hecho de que finalmente, Cromañones prevalecieron
sobre Neanderthales a lo largo de toda el área de extensión de estos y los
llevaron a la extinción, al menos indirectamente, a causa de la competencia
por la supervivencia, no más allá del 28,000 a. C. No están claros los motivos
que permitieron a Cromañones pervivir, mientras que Neanderthales se
extinguieron, en el período más duro de la glaciación. Neanderthales estaban
perfectamente adaptados a dicho clima, ya que su biomecánica y su
constitución corporal correspondía a una adaptación a climas fríos. Cuerpos
bajos y rechonchos, piel clara, narices anchas para calentar el aire helado
antes de llegar a los pulmones, son el resultado de dichas adaptaciones, tal y
como hoy día sucede, por ejemplo, con los esquimales. En cambio,
Cromañones, con cuerpos altos, delgados, de piel obscura, no estaban tan bien
preparados, en su constitución física, para resistir los tremendos fríos glaciales.
El único punto a favor de nuestra ascendencia, que sería finalmente lo que
presumiblemente inclinó la balanza a su favor, aunque no haya abundantes
evidencias arqueológicas que lo confirmen, sería su más versátil imaginación y
poder de abstracción. Ella les permitiría desarrollar tecnologías más
sofisticadas y elaboradas, así como mejores técnicas de caza que les daría una
mayor eficacia cazadora que Neanderthales, factor clave para grupos
raptorrecolectores en épocas de escasez de piezas de caza. Quizás, también,
un mayor mundo simbólico les permitiría afrontar las vicisitudes de su mundo
de maneras más diversas, imaginativas y originales que Neanderthales.
Probablemente, incluso forjar alianzas de cariz cultural a larga distancia entre
diferentes grupos, para apoyarse y soportar las duras condiciones
medioambientales en que desarrollaban su existencia.
Estos grupos humanos ocuparon toda la Europa no cubierta por los
hielos, (recordemos que estamos en lo más crudo de la última glaciación,
llamada de Würm), que cubrió de hielo toda la mitad norte del continente,
además de varios episodios glaciales en los sistemas montañosos del sur. Por
contra, esa misma acumulación de hielo hizo que el nivel del mar estuviere
casi cien metros por debajo de su nivel actual, dejando libres para la vida
terrestre amplias franjas costeras de tierra que hoy día están bajo las aguas.

7
Hasta el 10,000/8,000 a. C, estas bandas humanas eran cazadoras y
recolectoras, que irían seguramente adquiriendo ligeras diferencias culturales y
lingüísticas durante esos milenios con escasa comunicación entre ellas,
dificultada por la severa dureza del clima, así como la dificultad y enormidad
de las distancias entre estas mismas bandas.
A partir de esa fecha, según nos acercábamos al óptimo climático, y al
deshielo que provocaba el retroceso de los hielos hacia el Círculo Polar Ártico,
los grupos humanos iban colonizando las nuevas tierras liberadas, siguiendo
las huellas de la flora y la fauna en su expansión por el gran norte, mientras
abandonaban las tierras costeras recuperadas por el mar, en la subida de nivel
marino provocada por dicho deshielo.
Todos los complejos culturales de industria lítica identificados en Europa,
son bastante uniformes por toda ella, salvo matices menores que encajan
perfectamente en una variabilidad tipológica local. Algo comprobado
arqueológicamente, tanto en los complejos musterienses de Neanderthales,
como en las diferentes culturas y tecnologías desarrolladas por la Humanidad
Cromañona.
En la península Ibérica, por otro lado, se diferencian, desde el Paleolítico
Superior, el área o provincia cultural franco-cantábrica, que abarca los
complejos artísticos de las cuevas del norte español y del sur francés, con su
característica expresión cultural, respecto del área levantina, ibérica o
mediterránea, que abarca la costa hispana y gala de dicho mar, con su también
típica expresión cultural propia.
Más complicado de interpretar y analizar es la expansión por Europa de
dos oleadas que revisten una importancia crucial para la historia de nuestro
continente.
Una de ellas es la expansión de los pueblos indoeuropeos por Europa.
Ríos de tinta se han escrito sobre ello, prueba suficiente de que no está nada
clara la cuestión. No se sabe si eran grupos autóctonos europeos que han
poblado desde hace milenios el solar europeo, descendientes de aquell@s
ancestros Cromañon@s o son migraciones recientes de gentes alóctonas a
nuestro continente. En este último caso, se desconoce cuál podría ser esa
Urheimat, o patria originaria de la que provendrían dichos pueblos
indoeuropeos.
En estrecha relación con lo anterior, por lo cual creo interesante analizar
ambos hechos en común, es la difusión por Europa de la Neolitización, esto es,
la propagación de las técnicas agrícolas y ganaderas entre las gentes y tierras
europeas.
Respecto a ello, no cabe duda que el proceso neolitizador que afectó a
Europa se inició en el llamado Creciente Fértil, que son las tierras de
Mesopotamia, (Iraq), la costa mediterránea asiática, (Israel-Palestina, Líbano y
Siria), así como la parte suroriental del actual estado turco, (Kurdistán).
En estos territorios, hará unos 10,000 años, hubo un proceso de
desertización, provocado seguramente por el deshielo que modificó el clima de
algunas tierras, resecándolas, igual que le sucedió al antaño paradisíaco
Sáhara, que había sido hasta entonces una selva, desecada por el retroceso de
los hielos seguido de las lluvias al norte. Mientras la Europa del norte era un

8
bloque de hielo, y la mitad sur tenía un clima bastante frío, en el Sáhara y
Oriente Medio proliferaban las selvas y una fauna de clima tropical bastante
exuberante. Ello permitía la proliferación de numerosas bandas humanas que
aprovechaban la gran abundancia de recursos vegetales y animales para crecer
y expandirse por esas tierras. Consecuentemente, cuando el clima cambió, y el
hielo, seguido por las lluvias, se retiraron hacia el norte, la flora, y la fauna, y,
tras ellos, dichas bandas humanas, siguieron esa misma vía, mientras que el
sur del Mediterráneo se desecaba y el norte era ocupado por biomasa de clima
cálido, siendo relegada la biomasa de clima frío al norte continental,
paulatinamente libre de hielos.
Ello, combinado con un probable aumento demográfico humano,
permitido por la abundancia de alimentos, y con una convivencia prolongada
de esos mismos humanos con plantas y animales poco agresivos, provocó que
las gentes de la época adquiriesen conocimientos rudimentarios sobre cómo
conseguir controlar el cultivo de plantas y la cría de animales para no depender
tanto de la estacionalidad de la naturaleza. Ese conocimiento se obtuvo gracias
a las agudas dotes de observación que el más evolucionado cerebro humano
moderno facilitó, y al establecimiento de relaciones causa-efecto entre el
crecimiento de las plantas, el agua y el lugar donde caían, en un caso, y a la
función de reproducción y a la comprensión básica de la sexualidad de los
animales.
Que no hubieren practicado esas artes antes de la desertización del
Próximo Oriente y del aumento demográfico puede explicarse por el hecho de
que esa mayor abundancia de alimentos se consigue a costar de renunciar a
dos valores de importancia. Mientras la caza y la recolección pudo alimentar a
la Humanidad, se mantuvo como sistema económico. Cuando el efecto
combinado del crecimiento demográfico permitido por la abundancia de
recursos se cruzó con la paulatina desertificación de las tierras
próximoorientales, se hizo difícil mantener dicho sistema. Finalmente, esas
colectividades humanas se vieron forzadas a aplicar, intensivamente, esas
técnicas que ya debían conocer de control de plantas y animales. Este hecho
aceleraría el proceso desertificador e intensificaría la necesidad de producción
de alimentos. Se presentó como la única vía para alimentar a la cada vez
mayor población de esas sociedades.
El precio fue un régimen de vida mucho más duro que el anterior, que
acabó siendo idealizado como una edad dorada, mítica, de felicidad prístina y
virginal de la Humanidad, libre de los agobios y preocupaciones de la dura vida
cotidiana a la que se habían visto forzados casi todos los grupos humanos. La
caza se convirtió en el símbolo de esa vida placentera y lujosa, de matiz
aristocrático. Quizás incluso la idea de Paraíso provenga del doble proceso de
interiorización, a la par que universalización, de dicha deseable situación,
perdida para siempre.
Uno de los anteriormente citados valores es la libertad de movimientos.
Tener ganado estabulado, y, sobre todo, depender de un campo sembrado para
obtener alimentos, que no es portable y que tarda meses en ofrecer
resultados, te obliga a radicarte definitivamente en un lugar, con lo cual estás
expuesto a soportar las inclemencias meteorológicas sin poder desplazarte a

9
mejores tierras según la estacionalidad.
También te obliga a prever medios de defenderte de los ataques de otros
grupos humanos, sin poder huir en caso de una mayor superioridad numérica o
militar. Y ello no se consigue sin una incipiente organización social
estratificada, que distribuye actividades, genera cierta especialización y la
aparición de una casta dedicada a la guerra y otra a la dirección político-
religiosa, pues en principio parece que poder y religión eran una sola idea.
La otra renuncia es al tiempo libre. Los actuales y escasos grupos de
cazadores recolectores que quedan en el mundo, (concentrados sobre todo en
Amazonas, África y Nueva Guinea), dedican una porción de su tiempo semanal
mucho menor que el de las sociedades productoras de alimentos en obtener su
substento. Estudios hechos con los grupos bosquimanos del Kalahari
demuestran que dedican entre quince y veinte horas semanales a cazar y
recolectar alimentos, empleando el resto del tiempo en actividades artísticas o
no relacionadas con la obtención de su substento.
Otros estudios con pueblos actuales en procesos tecnológicos parecidos
al Mesolítico, muestran que dichos pueblos adoptan dos estrategias básicas:
-bandas móviles en parajes con una amplia y diversa variedad de
flora y fauna. Son pequeños grupos, de estructura social igualitaria, con una
alta movilidad y poco ajuar mobiliario.
-grupos estables en parajes con poca variabilidad de flora y fauna.
Son grandes grupos, con una incipiente estratificación social y poca movilidad,
determinada por la explotación, concentrada, del escaso espectro de recursos
naturales que manejan. Ocasionalmente, pequeños grupos se desplazan en
busca de recursos estacionales. Suelen tener necrópolis cerca de los
asentamientos.
Una vez implantadas estas técnicas, alrededor del 8,000 a. C, fueron
difundiéndose con el paso de los milenios por toda Europa, y el Mediterráneo,
en una secuencia que es relativamente bien conocida.
Desde la citada zona nuclear, se extendió por Egipto, Irán y Asia Central,
el Cáucaso y la meseta de Anatolia, hacia el 7,000 a. C.
De la meseta anatólica pasó al Egeo y a Grecia, en el 6,000 a. C. De
Grecia a los Balcanes y los Cárpatos, alrededor del 5,000 a. C. Desde aquí, o
tal vez desde el Cáucaso, se extendió por las estepas rusas.
Desde Grecia pasó a Italia, también hacia el 5,000 a. C.
Desde los Balcanes y los Cárpatos se extendió por las llanuras
centroeuropeas hasta el Mar del Norte y Escandinavia, hacia el 4,000 a. C.
Desde Italia y Centroeuropa se alcanzó las costas atlánticas europeas de
irlanda y Portugal hacia el 4,000 a. C.

10
Tal vez la difusión de las técnicas agroganaderas se diere por simple
transmisión de conocimientos, o por llegadas de nuevas gentes que traían esos
conocimientos, así como las semillas de los cereales y los animales
domesticados. Las vegetales y los animales que fueron objeto de explotación
agroganadera fueron un número muy reducido de ellos, los que los largos años
de experimentación confirmaron como los más rentables, o los más fáciles de
domesticar y explotar. En buena parte de la Isla-Mundo, (África y Eurasia), la
combinación de todos los animales y plantas base de la neolitización solo se
dieron juntos en Medio Oriente, faltando algunos de ellos en los demás
territorios. Así, cuando desde estas tierras, las gentes, o las innovaciones
tecnológicas neolíticas se fueron expandiendo por el resto de territorios, se

11
llevaban las mismas especies animales y vegetales allí donde iban, no
experimentando apenas con los productos locales. Prueba de ello es que la
industria agroganadera que desde Oriente Medio se extendió por Europa y
África del Norte, se basó en los mismos productos. Así, el trigo fue el producto
principal de esta neolitización. Pero también cebada, centeno, oveja, cabra y
cerdo, entre varios productos agrícolas y animales. En cambio, en Asia oriental,
por ejemplo, que desarrolló su propio proceso neolitizador, el producto básico
sustentador de su cultura fue el arroz.
En cualquier caso fue un proceso paulatino, nunca un cambio radical. En
muchos lugares están documentadas las pervivencias de grupos humanos
practicantes de las antiguas técnicas raptorrecolectoras, (los llamados
complejos epipaleolíticos), con gentes, no se sabe con certeza si foráneas o
locales adaptadas, que practicaban las nuevas economías agroganaderas, (los
también llamados complejos Mesolíticos). Los grupos epipaleolíticos ocupaban
los mismos nichos y espacios, así como el mismo modo de vida, que los
antiguos grupos raptorrecolectores paleolíticos. Por contra, los grupos
mesolíticos van ocupando las nuevas tierras que están quedando libres.
Paulatinamente, los grupos epipaleolíticos irán adoptando el estilo de vida de
los nuevos grupos mesolíticos. Los grupos epipaleolíticos, menos numerosos y
con tecnología menos desarrollada que los mesolíticos, van quedando
relegados a los márgenes externos e improductivos de los lugares de
ocupación humana, sobre todo montañas, estepas y desiertos, copando en
cambio estos grupos mesolíticos, los valles y las veras de los ríos; las tierras
más fértiles, en definitiva.
Es probable que las gentes epipaleolíticas fueren adoptando, por
necesidad o por imitación, la civilización mesolítica, pasando, probablemente,
por un período pastoril, una vía fácil y económica para explotar sus tierras,
poco aptas para alimentar granjas o cultivar plantas, produciéndose un proceso
de cooperación entrambas sociedades humanas, llegándose a haber hallado,
en yacimientos de asentamientos de gentes no productoras de alimentos,
restos cerámicos. No fabricados por ell@s mism@s, sino obtenidos, por medio
del comercio, de los centros productores de alimentos, fabricantes, asimismo,
de dichos primeros objetos industriales.
Sin embargo, también se dieron casos de confrontación, ya que los
móviles y poco sofisticados grupos epipaleolíticos verían una presa fácil los
estables, y por ello débiles, asentamientos preurbanos de los mesolíticos,
optando por atacarles y saquearles, un modo aun más fácil de obtención de los
recursos que necesitaban.
Los grupos mesolíticos adoptan en diversos grados estrategias parecidas
a las de algunos grupos similares actuales:
-asentamientos costeros, en el Atlántico, explotando recursos
abundantes pero reducidos en variabilidad, con poblados estables, dotados de
necrópolis y cierta estratificación social.
-en zonas montañosas y de interior, donde hay abundantes
recursos, pero de muy diferente tipo y estacionalidad, se ven pequeños
grupos, que se mueven estacionalmente según la abundancia o escasez,
territorial o temporal, de los mismos, por amplios espacios.

12
-en el litoral cantábrico, con pequeños valles encajados entre el
mar y la montaña, se dan pequeños grupos, que cíclicamente explotan los
recursos costeros y los montañosos, en su más inmediato entorno.
-en el valle del Ebro, ocupan asentamientos cerca de los recursos
hídricos, y también de los recursos alimenticios, grupos mesolíticos que
controlan el acceso a dichos parajes, o bien controlando la zona limítrofe entre
esos parajes abiertos y los montañosos, o en el paso de desfiladeros.
La evidencia arqueológica no ha podido determinar si las poblaciones
indoeuropeas son el resultado de las antiguas gentes, transformadas
culturalmente por los nuevos conocimientos, o son las gentes venidas desde el
Próximo Oriente con las nuevas técnicas, conformando una casta dominante
que impuso su cultura, su lengua y su cosmogonía a los pueblos
preindoeuropeos.
En cualquier caso, es evidente , por los restos arqueológicos, que en una
Europa predominantemente indoeuropea, había islas de grupos humanos no
indoeuropeos, pervivencias de asentamientos previos a la indoeuropeización
y/o neolitización. En ambos casos, no adoptaron plenamente la cultura
indoeuropea, aunque si las nuevas tecnologías, más eficaces.
Nos referimos al pueblo vasco, el único actualmente perviviente. Pero
también a los antiguos pueblos íberos, etruscos, ligures y pictos.
Probablemente estos pueblos fueran originarios de las tierras que luego
habitaron, en época histórica, y fueron conformando su idiosincrasia propia a lo
largo de los milenios, aderezada con la influencia cultural que supuso la
neolitización, así como la indoeuropeización, que como hemos dicho, alcanzó
hacia el 4000 el extremo occidente europeo, y luego la metalurgia, que
alcanzaría las costas atlánticas hacia el III milenio.
No obstante, el resto de las gentes que poblaban Europa, con ser todas
indoeuropeas, no poseían una cultura uniforme. Había diferencias entre
helenas e itálicas, entre celtas y germanas, por ejemplo. Esta diferencia fue
provocada por la sedentarización. El tener un rebaño que cuidar, movible con
dificultad, y unos campos arados, inamovibles, junto con casas y silos de
almacenamiento de alimentos, hacia que la gente no tuviere facilidades ni
motivos para desplazamientos. Las largas distancias, la dificultad de los
caminos y la lentitud del transporte a pie o en carros de bueyes, no facilitaban
las comunicaciones.
La domesticación del caballo, con su velocidad y su facilidad de
desplazamiento, no se dio hasta mucho después. Probablemente fueron las
tribus escitas, en las estepas rusas, las que lograron tal hazaña, y las que
luego la propagaron por Europa, al albur de sus desplazamientos y sus
incursiones por las tierras occidentales desde su lugar de origen, pobladas por
las pacíficas y sedentarias sociedades agrícolas locales.
Al principio solo eran los mercaderes, y luego, con la metalurgia, también
los herreros, los únicos interesados y dispuestos a afrontar los riesgos de
recorrer los caminos de Europa para ofrecer sus servicios y sus mercancías,
uniendo el Mediterráneo, el Báltico y el Atlántico, ayudando a difundir las
culturas y las tecnologías por todo el continente, rompiendo el relativo
aislamiento en que solían vivir los grupos sedentarios.

13
Probablemente es a ellos a los que se deben la difusión por Europa de
muchas técnicas metalúrgicas, funerarias y culturales que se expandían por
Europa y creaban una especie de incipiente koiné cultural.
También puede que hubiere, puntualmente, por motivos bélicos, en
algunos casos, y por motivos medioambientales, o incluso por motivos
demográficos, en otros, desplazamientos de mayores grupos humanos,
buscando nuevas y mejores tierras de labranza.
Eso hizo que la cerámica cardial y las construcciones megalíticas se
produjeren en una gran parte de Europa. En el proceso de neolitización de la
Europa atlántica se dio, junto al proceso neolitizador, una expresión cultural, en
los rituales funerarios, que generó el llamado megalitismo. Los poblados son
prácticamente desconocidos, salvo por los restos cerámicos, mientras que
daban una gran importancia a la muerte, construyendo esos enormes edificios
funerarios. Estas construcciones, que eran casi exclusivamente, funerarias, se
distribuyeron a lo largo de una buena parte de Europa durante unos dos
milenios. Se construían a base de ortostatos, enormes piedras hincadas o
verticales, que formaban círculos, alineamientos, túmulos, (con o sin corredor),
o se erguían solitarias, (menhires). Los túmulos solían estar cubiertos con una
cobertera vegetal, lo que les daba una mayor monumentalidad. Los primeros,
encontrados, en Bretaña, son del V milenio, desde los mismos inicios
neolíticos.

14
15
Probablemente, además de su función funeraria, se emplearían como
marcadores territoriales, delimitando los límites geográficos que pertenecían al
grupo humano constructor y usuario de dicho túmulo.
Fueron reutilizados, por diversos grupos humanos, durante todo el
Neolítico, el Calcolítico, y hasta fines del Bronce.
También se extendieron las técnicas funerarias como las que practicaban
los <Urnenfelder>, o las gentes de los Campos de Urnas. Antes, en Europa,
predominaba la inhumación de los fallecidos. Estos Urnenfelder introdujeron la
costumbre de incinerar el cadáver, para luego introducir las cenizas en una
urna o vaso, que sí se enterraba. En Iberia, penetraron por Cataluña, donde
más se asentaron y más restos de ocupación se han hallado, extendiendo su
influencia hasta el Sistema Ibérico y el valle del Ebro.
Estos grupos de gentes de los Campos de Urnas, o Urnenfelder, se

16
gestarían como grupo cultural diferenciado en Centroeuropa, con toda
probabilidad, y de allí se extenderían por gran parte de la Europa occidental y
mediterránea. No serían oleadas invasoras, ni grandes grupos repentinos de
gente desplazándose, sino un fluir, tenue y continuo de gentes, en
desplazamientos de pocos kilómetros, con todos sus enseres y animales
domésticos, llegando a Hispania, por el noreste peninsular, alrededor del siglo
XIV, preludio anunciador de los Pueblos del Mar.
Técnicas metalúrgicas también se propagarían por este método, sobre
todo a través de los citados herreros ambulantes. Sería seguramente el
método por el cual se expandió la metalurgia del Cobre. Posteriormente, la del
Bronce arsenicado, la del Bronce estañado, y, por último, la más complicada
metalurgia del Hierro.
También por el comercio, ya que la necesidad de encontrar metales, para
alimentar las nuevas industrias, hizo que además de los herreros ambulantes,
las desarrolladas culturas del Mediterráneo oriental, (griega micénica primero,
y luego, fenicia), cruzaren el mar buscando dichos metales y propagando la
metalurgia y las altas culturas complejas hacia Occidente.
Fomentaron el paso de las sociedades tribales igualitarias, o al menos
aceleraron dicho paso, hacia las jefaturas y los incipientes estados, desde una
tenue estratificación social, hacia la aparición de las primeras sociedades
complejas. Así surgió la Cultura de Los Millares en el Calcolítico, y la de El
Argar en el Bronce, ambas en el sureste peninsular.
De este modo, se puede decir que el Neolítico, para la mayor parte de
Europa, se convirtió en Calcolítico, a inicios del tercer Milenio, y hasta fines del
mismo.
Y éste se transformó en Bronce, subdivido a su vez en estas tres etapas,
(fechas aproximadas):
-Bronce Antiguo, 1900-1450.
-Bronce Medio, 1450-1250.
-Bronce Final, 1250-750.
Comunes a estos períodos, y a Europa en general, son las Culturas de
Unetice, de los Túmulos y de los Campos de Urnas.
Más adelante, ya en plena Edad del Hierro, esto es, en el último milenio
antes de Cristo, se dieron las últimas oleadas, en parte de expansión de grupos
humanos y en parte de influjo cultural, que afectaron a Europa en tiempos
prehistóricos o protohistóricos. Nos referimos a los celtas, posibles herederos
de los Urnenfelder, y originarios del corazón de Europa.
La primera oleada, en la Primera Edad del Hierro, (hacia 750 a. C),
partió de grupos celtas originarios de Hallstatt, en los Alpes austríacos. Tenían
una nueva organización social, más estratificada, una nueva concepción
artística y del mundo, así como un nuevo grupo de lenguas indoeuropeas, las
comúnmente llamadas celtas. Su lugar de expansión fue por Europa
Occidental, en concreto por la futuras Gallias romanas, (la Cisalpina y las dos
transalpinas), por la Península Ibérica y por las islas británicas.
Más tarde, en la Segunda Edad del Hierro, (hacia 550 a. C), hubo una
segunda oleada de pueblos celtas en movimiento. Surgidos esta vez un poco
más al Oeste, desde el yacimiento epónimo de La Tene, en Suiza.

17
Por su parte, dichas gentes celtas siguieron los caminos ya transitados
anteriormente por anteriores pueblos celtas por los mismos territorios. Pero
además, según los textos antiguos, algunos de ellos, comandados por un tal
Brenno, saquearon Roma en el 390 a. C, (Roma, durante toda su historia
antigua, desde el 753 a. C. hasta el 476 d.C, fue saqueada tres veces. Ésta fue
la primera. La segunda y tercera 800 años después).
La tradición dice que estos mismos grupos celtas guerreros, que se
ofrecían como mercenarios, saquearon, poco tiempo después, el Oráculo de
Apolo en Delfos, en el corazón de Grecia.
Y, finalmente, la leyenda afirma que acabaron afincándose en la meseta
anatólica, fundando el reino de Galacia, que fue un reino real que acabó
engullido primero por Alejandro Magno y luego por el Imperio Romano. Dudoso
es que fuere de origen celta, ( a pesar de la prueba lingüística de Gallacia
=tierra de galos, pues galli era el nombre romano de los celtas).
En cualquier caso, Europa era un territorio poblado por numerosas etnias
y grupos de gentes, que, siendo mayoritariamente indoeuropeas, tenían
tradiciones culturales y lingüísticas muy diferentes.
En la península Ibérica, y en la Galia, por ejemplo, no todos los pueblos
que las habitaban eran celtas, ni siquiera todos indoeuropeos. Los pueblos
íberos, de los que más adelante hablaremos, no eran gentes de estirpe o
lengua indoeuropea, aunque de ellos no se sabe si son gentes llegadas desde
África del Norte, o son gentes autóctonas evolucionadas por el influjo cultural
tartésico, fenicio y púnico. La cultura íbera abarcaba la costa mediterránea, así
como las tierras interiores adyacentes, entre Narbona y Cartagena. Las
poblaciones íberas empezarían a desarrollar formas complejas de civilización a
partir de la II Edad del Hierro, con la plena efervescencia de la colonización
oriental.
Otra posible área no indoeuropea la constituía la actual Andalucía, donde
se desarrolló la cultura tartésica y sus herederos, grupos turdetanos y
túrdulos. El resto de Iberia, salvo las tierras vascas y algunas zonas
sudlusitanas, estaban pobladas por gentes indoeuropeas. Estas sociedades
estaban influenciadas, de manera indirecta, por las factorías o puertos de
comercio fenicios desde el siglo XII, y por las colonias fenicias desde el siglo
VIII, esta vez ya de manera directa, merced a una serie de asentamientos
estables a lo largo de todo el litoral, favoreciendo el desarrollo urbano, estatal
y cultural, siendo Gades para ello el centro principal de orientalización y
aculturación.
Tartesos, en el valle del Guadalquivir, es una cultura autóctona
peninsular, que floreció en la Edad del Bronce. A fines del Bronce Medio, hacia
el 1100, decae la cultura de El Argar, que desde el sudeste peninsular irradió
su influencia por gran parte de la costa levantina y andaluza. El propio
Tartesos, cuyo esplendor abarca hasta el Bronce Final, aproximadamente entre
el siglo XI y el VI, estando su período de esplendor entre los siglos finales del
período, vivió una fase orientalizante expansiva facilitada por la influencia
fenicia ejercida desde Gades. Tartesos basó su prosperidad en el comercio,
sobre todo metalúrgico, ya que no solo explotaba sus riquezas mineras, sino
que junto a los navegantes fenicios, controlaban el comercio del estaño con las

18
islas británicas y con Galicia, por mar, contribuyendo a desarrollar el llamado
Bronce Atlántico, que cubrió estos territorios.
Alcanzó Tartesos un gran esplendor, con ciudades, monarquía, leyes y un
floreciente poder agroganadero y minero, con el que podía comerciar con las
expediciones fenicias y griegas a cambio de productos manufacturados de lujo
orientalizantes de las culturas griega, fenicia y egipcia.
La importancia que alcanzó Tartesos se refleja en el hecho de que tres de
los doce trabajos de Herakles tuvieron por escenario el fin del mundo, a la
sazón Tartesos, en la época.
La decadencia de Tartessos, en el siglo VI, pudo deberse a varias
razones:
– la substitución de la hegemonía comercial fenicia, (hundida, como
veremos, por la caída de las ciudades fenicias bajo control asirio),
por la competencia y conflictividad greco-cartaginesa, y políticas
comerciales menos estables, más dependientes de la influencia
ejercida por los avatares políticos.
– La competencia sobre la ruta marítima, controlada por naves
púnicas y tartesias, del estaño de las Cassitérides a través del
Estrecho de Gibraltar, surgida por la apertura de la ruta terrestre,
que la colonia griega focense fundada en Massalia, (hacia el año
600), estableció, comerciando con las tribus galas a través del
Ródano, para llevar dicho estaño hasta el Mediterráneo.
Pruebas de esta caída se refleja en el hecho de que desaparece, en el
registro arqueológico, todo resto de artefactos fenicios, siendo substituidos por
cerámica focea y ática, importada desde Atenas, que llegó a copar casi todo el
circuito comercial mediterráneo, distribuida desde Massalia, Emporion y Rodes,
llegando incluso a la propia Cartago.
El valle medio del Ebro, las dos mesetas, la costa cantábrica y las tierras
portuguesas formaban la zona indoeuropea, que no toda céltica, ni celtibérica.
Estos ocuparon el citado valle del Ebro y la mitad oriental de la submeseta
norte, y son el resultado de la posible mezcla de gentes celtas llegadas a la
península con el substrato ibérico o autóctono que encontraron al llegar a estas
tierras.
Estos pueblos recibieron pocas influencias de las altas culturas
mediterráneas. La celtíbera, (muy influenciada por la íbera, y, a su vez, muy
influenciada por los comerciantes grecofenicios), fue la más permeable a
corrientes culturales extranjeras, y heredera de la ya citada cultura de los
Campos de Urnas. En el otro extremo, las poblaciones indoeuropeas de la
costa atlántica desarrollaron la llamada cultura del Bronce Atlántico, como
resultado del comercio que desde ellas y a través de ellas, en dirección a
Bretaña y Gran Bretaña, en busca de estaño, realizaron los comerciantes
fenicios.
Por otra parte, en Galia, en el departamento de Aquitania, tierra de las
tribus aquitanas, habitaban gentes autóctonas mezcladas con influjos
indoeuropeos y célticos, mientras que las belgas, al norte del territorio, eran
grupos de cultura celta con elementos germanos llegados posteriormente a la
zona. Mientras que el resto del territorio serían gentes celtas.

19
Entre las gentes griegas, con sus dioses olímpicos y sus filósofos, y las
germanas, que adoraban a las fuerzas de la naturaleza y eran sociedades
guerreras y agricultoras, sin la sofisticación social y cultural de aquellos
pueblos mediterráneos, había una gran abismo. (No olvidemos que estas cultas
gentes griegas llamaban barbaroi a todos las sociedades no helénicas).
En el resto de la costa mediterránea, como dijimos, desde el Delta del
Guadalquivir hasta las Bocas del Ródano, habitaban poblaciones íberas, que no
se sabe, como dijimos, si eran originarias, desde muy antiguo, del territorio, o
emigrantes llegadas del Norte de África, así como tampoco se sabe con certeza
si son o no, gentes indoeuropeas, (el estudio de su lengua, por ejemplo, cuyo
alfabeto nos es conocido, aunque desconozcamos su traducción, y del cual se
considera que no pertenece al grupo de lenguas indoeuropeas). En cualquier
caso, en el concepto de cultura íbera, además de estos datos, es también
relevante el hecho de que fue un factor clave de su cultura, la temprana
influencia cultural recibida de los colonos y comerciantes venidos del otro lado
del mar, sobre todo fenicios y griegos. Según el grado de permeabilización
mostrado por las distintas tribus, se hallaban, en el momento final de su
incorporación al Imperio Romano, en diversas fases de desarrollo político
estatal, desde el simple nivel de tribus, pasando por jefaturas, hasta pequeños
e incipientes estados.
También recibieron las influencias culturales de la cultura tartésica,
anterior al desarrollo de dichas sociedades íberas, cuya influencia abarcó hasta
el río Júcar, dejándose notar en las tribus ibéricas del sureste.
Por último, otra influencia que vino a dejar su impronta en la
configuración de la cultura íbera, sobre todo en los grupos norteños, de la zona
catalana y langedociense, fueron los Urnenfelder, que, como hemos visto,
fomentaron una simbiosis entre algunas tribus íberas y celtas, (o
indoeuropeas, al menos), en la ya citada cultura celtibérica.
Gracias a la arqueología, se pueden vislumbrar varias fases en la
evolución de la cultura ibérica. Desde el siglo VII hasta mediados del siglo V, se
observa una influencia cultural en los pueblos íberos de la superior cultura
tartésica y fenicia. Tras la caída de aquella, y la reducción de la influencia
cultural fenicia, siendo substituida por la influencia griega ejercida desde
Massalia y Emporion, hasta fines del siglo IV. Después, la hegemonía
cartaginesa reduce la actuación helena en estas tierras, aunque sigue habiendo
huellas griegas, ya que la propia Cartago sufrió un proceso de helenización, y a
través de ella llegaban artículos helenos a tierras hispanas. Por último, desde
fines del siglo III, Roma expulsa a Cartago de Hispania, tras la II Guerra
Púnica, siendo notable y abrumador la influencia cultural romana, que
eliminará los restos de las demás culturas, tanto autóctonas como alóctonas de
anteriores impulsos colonizadores.
Esa enorme divergencia social, cultural y económica observable en
Europa fue en gran medida reducida y simplificada por la primera y
probablemente mayor aportación europea a la cultura mundial, Roma, que a la
postre, culminó el proceso de mundialización que habían iniciado las ciudades
fenicias y griegas, prolongado por elementos cartagineses, y finalmente llevado
al máximo nivel de globalización posible en la época, que fue la uniformización

20
política de toda la cuenca mediterránea, así como media Europa, bajo la
civilización romana.
Con la caída del comercio mediterráneo con el extremo occidente, a raíz
de la expansión de los Pueblos del Mar, a fines del siglo XIII, los territorios de
lo que conforma la Cultura del Bronce Atlántico, esto es, la futura Portugal, la
costa atlántica y cantábrica española, Bretaña, el sur de Inglaterra e Irlanda,
desarrollaron una tradición cultural propia, bastante homogénea, gracias a que
establecieron rutas comerciales que unían todos estos territorios,
intercambiando productos, personas e ideas entre ellos, además de mantener
contactos comerciales con las culturas mediterráneas a través de dos vías:
– una ruta naval, que a través de Tartesos, comunicaba por el Estrecho
las costas atlánticas y mediterráneas
– Una ruta terrestre, que desde Bretaña, comunicaba por tierra, a
través del río Ródano y los pasos alpinos, dichas tierras del Bronce
Atlántico con las culturas mediterráneas, amén de mantener comercio
con las culturas centroeuropeas.
Era una tradición cultural con tendencias arcaizantes en su desarrollo
cultural y artístico, debido a estar en la periferia, lejos de las zonas donde se
estaban creando nuevos modos de vivir y expresar la realidad circundante, que
suelen aparecer y expandirse desde un centro generador, pero que no suele
llegar a las zonas periféricas, más retardatarias a la hora de adoptar nuevos
modos de vida.
De hecho, estas mismas zonas son, las que siglos más tarde, serán el
refugio de las gentes y de la cultura celta, tanto a través de las diversas
oleadas célticas que se expandieron por el continente, como de la posterior y
definitiva expansión romana, constituyéndose, sobre todo Irlanda, como el
último refugio de los celtas.

21
Segundo Capítulo; Pax Romana.

Estos no fueron los únicos movimientos de gentes que se dieron en


Europa durante estos tiempos. Paralelamente al desplazamiento de los
Urnenfelder y de las tribus celtas a través de las tierras europeas, hubo una
serie de pueblos que se desplazaron por el Mediterráneo, creando un gran
koiné cultural que unió bajo los mismos circuitos comerciales y culturales las
tierras ribereñas circunmediterráneas.
Fueron estos los pueblos fenicios, griegos, cartagineses y romanos,
finalmente. Normalmente de manera sucesiva, y muchas veces en
confrontación.
Estas oleadas colonizadoras, especialmente griega y romana, son las que
nos han dejado los textos antiguos sobre los pueblos que hallaron en las costas
y tierras situadas en los confines del Mediterráneo y tierras interiores. De
modo que la información que nos aportan es parcial; por un lado, los ven bajo
la óptica de su propia cultura, con lo cual interpretan lo que ven bajo criterios
de adecuación a su propia educación, con una óptica bastante sesgada. Por
otra parte, relatan lo que ven en función de necesidades de justificación o
ensalzamiento de la actuación colonial o imperialista del estado bajo cuyo
paraguas actúan, actitud frecuente en escritores grecorromanos en época de la
conquista de Roma, que además juzgan las costumbres no con una postura
que hoy llamaríamos emic, sino en función de la adaptación y conveniencia de
esas tradiciones a su propio marco cultural de referencia, con lo cual suelen ser
severamente criticas.
Estos poblaciones, junto a la etrusca, fueron las protagonistas de una
lucha por la supremacía y el control de su mundo entonces conocido, que se
circunscribía al Mediterráneo y las tierras adyacentes. Bajo los parámetros
geoestratégicos de la época, era una lucha por el control de todas las tierras
conocidas, cuyo desenlace ya conocemos.
Según los escritores clásicos, al norte estaban las extensas y frías tierras
europeas, pobladas por fieras y dispersas tribus célticas y germánicas.
Al sur, las ardientes tierras del Sáhara, pobladas por las no menos
indómitas tribus bereberes y númidas.
Al oeste, el ignoto Océano Atlántico.
Y al este, los grandes imperios antiguos: Egipto y los sucesivos imperios
mesopotámicos que se substituían unos a otros. En los años en que nos
movemos, asirio, neobabilónico y persa, por último.
Por ello, el Mediterráneo y las costas que lo circundaban, eran casi su
única zona de acción y expansión.
A mediados del I milenio, estaban todos las participantes en el tablero de
juego. Si bien es cierto que las ciudades fenicias en su tierra original habían
sido conquistadas o destruidas por las tropas asirias, su testigo lo recogió su
heredera Cartago, que asumió la defensa y representación de las diversas
colonias fenicias sitas por todo el Mediterráneo, que le daba a la ciudad
norteafricana el dominio de dicha costa africana, a excepción de Egipto, así
como de Cerdeña, el oeste siciliano, las Baleares y la mitad sur peninsular en
el transcurso de su devenir histórico. Esto les dio el control comercial de África,

22
de Iberia y del comercio con las Cassitérides, incluyendo aquí todas las tierras
del ya citado Bronce Atlántico, imponiendo su hegemonía política y comercial,
con el objetivo de cerrar estas tierras al comercio helénico.
Las póleis griegas controlaban, además de su territorio materno, el
acceso al mar Negro, así como las costas de este mar. También el sur de Italia,
(la Magna Grecia), el este siciliano y la costa mediterránea francesa.
Controlaban el comercio de Italia, del mar Negro y la ruta terrestre que unía el
Mediterráneo con las islas Británicas.
Las ciudades etruscas controlaban el norte-centro de Italia, y el comercio
con las tierras y tribus allende los Alpes, en competencia con la colonia griega
de Massalia.
Finalmente, Roma, la última en llegar, y la más débil de todas hacia
mediados del I milenio, encajada en Italia central entre Etruria y la Magna
Grecia. Al final demostró ser la más fuerte de todas, ya que acabó
conquistando a todas sus oponentes, y tomando el control de todas las tierras
que hemos citado más arriba y más allá, expandiendo los límites en que hasta
entonces se había circunscrito su mundo, terminando de incluir, de forma
plena, las islas Británicas y las llanuras centroeuropeas en los circuitos
geopolíticos de la época.
Como es sabido, a lo largo de los siglos, conquistó Etruria, la Magna
Grecia, las islas centrales del Mediterráneo, Cartago, Iberia, Grecia, Anatolia,
Egipto, Mesopotamia, los Balcanes, Galia y Britania.

Fenicia.
Las primeras gentes, cronológicamente, de las que se han hallado huellas
arqueológicas indudables de su paso por las tierras occidentales mediterráneas
fueron las fenicias. Este pueblo, de origen semita, oriundo del pequeño
territorio de Fenicia, coincidente mas o menos con el actual Líbano y norte de
Israel, tuvo una importancia crucial en la historia del Mediterráneo. No solo
fueron los creadores de un alfabeto, que, con modificaciones, fue adoptado por
todos las culturas europeas, cuyas distintas versiones son las que se utilizan
hoy día en una gran parte del mundo. Además, y sobre todo, pusieron en
contacto todas las orillas del Mediterráneo; las costas africanas y asiáticas con
las europeas, así como Oriente con Occidente.
A mediados del segundo milenio, naves minoícas y micénicas, como
veremos, fueron las primeras en desarrollar vías y rutas comerciales que
abarcaron las tierras centrales y orientales del Mediterráneo. De estos
aprendieron las ciudades fenicias, que, tras la crisis de los Pueblos del Mar,
hacia el 1200, aprovechando la Edad Obscura que anegó las tierras griegas,
substituyeron a los navegantes micénicos como la articulación del comercio
mediterráneo, llegando hasta el extremo occidental mediterráneo, donde
entraron en contacto con las gentes tartesias, que estaban recreando redes
comerciales entre el estrecho de Gibraltar y las islas británicas, para suplir el
vacío dejado por las naves micénicas, en el comercio de estaño, vital para la
tecnología del bronce.
Las exploraciones micénicas no dejaron restos, como las fenicias no
dejaron tampoco huellas relevantes hasta el siglo IX, limitándose hasta ese

23
momento a realizar actividades de puerto de comercio, sin necesidad de crear
estructuras edilicias detectables arqueológicamente, al no desarrollar
asentamientos estables.
En ese contacto intercivilizatorio que realizaron los navegantes fenicios,
(y antes, junto y a continuación de estos, sus rivales griegos), realizaron una
función como correa de transmisión, ya que fue en tierras egipcias y
mesopotámicas donde se desarrolló la agricultura, una incipiente industria, así
como la creación de las ciudades y los estados, sumando Mesopotamia, (la
vieja Sumeria), a todo esto la invención de la escritura. En efecto, la culta
sociedad fenicia, sumando la ya citada aportación propia de su alfabeto, más
práctico en el uso del día a día, por su carácter fonético, que la escritura
cuneiforme mesopotámica o la jeroglífica egipcia, hicieron que las poblaciones
circundantes del Mediterráneo conocieran y adoptaren todas esas creaciones
de las altas culturas proximoorientales. Fueron el medio, tanto físico como
cultural, por el que el civilizado Oriente expandió su cultura por el menos
civilizado Occidente.
La tradición y las leyendas afirman que gentes fenicias fundaron la futura
y poderosa Cartago en el 814 a. C, (junto a la actual ciudad de Túnez) por
miembros exiliados de la casa real de Tiro debido a problemas dinásticos.
Gades, (Cádiz) en el siglo XII también por las mismas poblaciones tirias, poco
después de la Guerra de Troya, aunque no hay datos arqueológicos que avalen
tal antigüedad para el caso gaditano, debido a la ausencia de restos
arqueológicos incontrovertibles. No se da esta circunstancia hasta el siglo IX,
dónde si existen ya restos arqueológicos fiables de la presencia fenicia.
Orientándose por las estrellas, recorriendo rutas secretas y practicando
navegación de cabotaje, sin perder de vista las costas cercanas, estos
intrépidos navegantes lograron establecer múltiples factorías con las cuales
consiguieron crear un primer mercado global que abarcare todo el mar
Mediterráneo, por primera vez en la historia.
No solo las ya citadas Gades y Cartago, si no también factorías en la
costa levantina española, en las islas Baleares, en la costa occidental siciliana,
amén de otros puntos repartidos por África.
En el segundo milenio antes de Cristo, las ciudades fenicias, sometidas al
vasallaje del estado egipcio, pero con una amplia libertad de movimientos,
aprendieron y recogieron la estela de las naves micénicas, empezando a
comerciar y expandir los productos manufacturados egipcios y mesopotámicos,
por el Mediterráneo oriental, a cambio de productos minerales y alimentos,
propulsando la expansión del influjo cultural egipcio por la zona.
Pero con la llegada de los Pueblos del Mar, hacia 1200, empeoró su
situación. Egipto dejó de ser una potencia militar respetable, con lo cual ya no
pudo ofrecer protección a las pequeñas ciudades fenicias. Además, tribus
filisteas e israelitas ocuparon toda la mitad sur de su territorio original, (lo que
hoy es Israel y Palestina), mientras que los ejércitos asirios ocuparon el
interior de las tierras del norte, dejando a las ciudades fenicias constreñidas a
las actuales costas libanesas y sirias, obligándoles a intensificar y ampliar sus
intercambios comerciales a lo largo de todo el Mediterráneo.
Con un territorio pequeño y amenazado por el imperialismo asirio,

24
además de empobrecido y desertizado por siglos de intensa explotación
agroganadera y forestal, las ciudades fenicias debían volver sus ojos al mar, en
donde demostraron contar con unos excelentes marineros. Así, Herodoto
cuenta que barcos fenicios, por orden del faraón Neco, en 609-593, navegaron
Mar Rojo abajo, con el propósito de circunnavegar África, hazaña que parece
que si pudieron llevar a buen término.
La base de su comercio era obtener materias primas que escaseaban en
los grandes imperios y estados militaristas próximoorientales (Egipto y los
diversos imperios mesopotámicos), para que estos pudieren mantener sus
industrias bélicas que necesitaban metales que no se encontraban en sus
territorios propios. Estos metales eran bronce, estaño y hierro, además de
plata y oro. Los mercaderes fenicios obtenían estos metales en la lejana,
respecto a esos estados, Península Ibérica. Y aún más allá. Casi con toda
seguridad, los fenicios se aventuraban en el Océano Atlántico (el mar del fin
del mundo, según la mitología antigua), para obtener estaño de las
Cassitérides, que no está claro del todo si se referían con esta alusión
geográfica a Galicia o a las islas Británicas, ambas tierras abundantes en
dichos metales.
Desde Gadir, las naves fenicias controlaban el comercio alrededor del
estrecho, llevando sus rutas marítimas desde las Cassitérides hasta Mogador,
en la costa atlántica marroquí y las islas Canarias.
A cambio de esos metales, los mercaderes fenicios ofrecían a las gentes
con las que comerciaban, bastante más atrasadas, cultural, económica y
políticamente que los estados próximoorientales, artículos de lujo y suntuarios
producidos en la floreciente industria artesanal de las prósperas ciudades de la
región minorasiática y especialmente egipcia. Eso hizo que se produjere, por
adquisición y luego por imitación, una etapa artística que se ha denominado
orientalizante, en las manifestaciones culturales de todos los pueblos
mediterráneos occidentales.
La llegada de las ideas, costumbres e ideas civilizadoras de las altas
culturas de Egipto y Mesopotamia, hizo que los pueblos ribereños, que alojaron
en sus territorios factorías fenicias (así como luego griegas), tuvieren un
desarrollo social, cultural y político que los distanció notablemente de los
pueblos del interior que apenas recibieron influencias orientales.
El esplendor comercial fenicio duró poco. Pronto tuvieron una dura
competencia mercantil y militar con las ciudades griegas, ya recuperadas de
las turbulencias que sufrieron por los Pueblos del Mar, que las sumergió en lo
que se ha dado en llamar su época obscura y que les disputaban el control de
las rutas comerciales que cruzaban el Mediterráneo. Además, sus ciudades
estado base, desde las que se establecieron y dirigían los emporios
comerciales, así como destino final de todas las mercaderías y metales entre
los imperios y las tierras de Occidente, eran vulnerables y acabaron siendo
destruidas, con lo cual cayó todo el sistema fenicio.
De entre estas ciudades destacaban tres; Sidon, Tiro y Biblos, todas ellas
en la actual costa libanesa. Eran independientes, pero ciudades débiles con
poco poder político y militar. En el siglo VII a. C, el expansionismo asirio, que
tenía un fuerte cariz militarista, decidió ocupar todas las ciudades fenicias, con

25
el propósito de controlar, de manera absoluta y exclusivista, todo el sistema
comercial que dirigían con total libertad hasta ese momento las ciudades
estado fenicias. Algunas fueron conquistadas, y otras destruidas, pero en todos
los casos, el sistema comercial quedo gravemente dañado y perdió casi toda su
capacidad comercial. En 876, Assurnasipal, según sus propias inscripciones,
exigió tributo a Sidón, Tiro, Biblos y Aradus. Salmanasar III, (858-825), exigió
nuevos tributos y atacó Aradus. En 741, unidos Tiro y Sidón bajo el rey Hiram,
aparecen como tributarias de Tiglat-Pileser III, tras haber tomado este rey Tiro
en 750. Luli, rey de ambas ciudades, se enfrentó a los reyes asirios
Salmanasar V, Sargón II, (722-705), y Senaquerib, (705-680), que finalmente
le obligó, tras sitiar Tiro, a huir a Egipto. En el siglo VIII, un efímero resurgir
de Egipto, había posibilitado que se aliara con las ciudades fenicias para
oponerse a las armas asirias, aunque fueron derrotados, como se ve en las
estelas asirias, en las que se ve al rey asirio atando al rey de Egipto y Tiro.
Finalmente, Asharadón destruyó Sidón en 667.
A fines del siglo VII, Asiria cae bajo el dominio babilónico, con el rey
Nebucanedzzar, (Nabucodonosor), que tomará Israel y deportará al pueblo
judío a Babilonia, como recoge la Biblia, en 587. Poco después, conquistará
toda Fenicia. Sobre todo fue la caída de Tiro, la principal y más poderosa
ciudad fenicia, en 573, lo que provocó el decaimiento del comercio fenicio,
controlado y gestionado desde dicha ciudad, que provocó un vacío de poder, y
la concatenación de acontecimientos que llevaron hasta el renacer griego y
posteriormente el esplendor cartaginés.
En esta situación, los marinos griegos, sobre todo los foceos,
aprovecharon, aún de forma efímera, el vacío de poder comercial dejado por
los mercaderes fenicios, (tirios, sobre todo), para explotar los mercados
mediterráneos, hasta que Cartago se alzo con la hegemonía/representación de
las poleis fenicias, que la llevó a chocar con Grecia primero y Roma después.
Pero no solo eran actividades mercantiles, sino también actividades de
piratería, hecho que hasta algunos escritores griegos reconocían, y que fue
cortada por la alianza etrusco-cartaginesa que derrotó a las naves foceas en la
batalla de Alalia, en 535, frente a las costas de Córcega, frenando la piratería y
el comercio griego en el Occidente mediterráneo
En 539, los ejércitos persas derrocaran la monarquía babilónica,
implantando su imperio, que englobará Fenicia, Palestina y Chipre en una única
satrapía.
No obstante, la valía naval de los marinos fenicios nunca fue abatida, ya
que los imperios que les dominaron, los usaron como fuerza naval de élite,
sobre todos los poderosos persas, ya que las flotas fenicias eran una parte
considerable, y principal, de la flota persa de Jerjes que atacó Grecia, y los
barcos fenicios considerados la élite, ya que en la batalla de Salamina, en 480,
fueron los que se enfrentaron a la poderosa flota ateniense en dicha batalla, y
aunque ganaron las naves griegas, no puede decirse que la flota fenicia cayera
ante la ateniense.
Eliminadas las ciudades fenicias en el comercio global que abarcaba todo
el Mediterráneo, surgieron tres potencias dispuestas a recoger los restos del
desastre fenicio y potenciar sus propias capacidades comerciales y político-

26
militares, para imponer su hegemonía en el comercio circunmediterráneo.
De entre estas tres, las dos con una mayor capacidad para imponer de
manera inmediata su dominio eran las ciudades estado griegas y Cartago,
fundación de Tiro, que siguió la estela fenicia, alzándose como la heredera,
también semita, de las antiguas ciudades de Fenicia, en una especie de
continuidad cultural.
Roma, que se perfilaba en el horizonte como futura gran potencia, estaba
en ese momento tratando de imponer su hegemonía en toda la Península
Itálica.
De modo que las ciudades griegas y Cartago acabaron enfrentándose por
el control del Mediterráneo.

Grecia.
Estas ciudades griegas fueron las grandes competidoras por el dominio
del Mediterráneo frente a Fenicia. En el territorio helénico, pobre, de escasas y
áridas tierras montañosas poco propicias a la agricultura, no se daban las
condiciones idóneas para mantener a una excesiva población. Ello hizo que
pronto, las póleis griegas propiciaren una corriente migratoria que aliviare el
exceso de población, y a la vez, atrajese a la ciudad recursos foráneos
extraídos de las nuevas colonias. Como la expansión fenicia, la griega se
configuró como la única vía, dada la estructura social de la época, para aliviar
el exceso de población y la escasez de tierras para poder alimentar a sus cada
vez más sobrepobladas póleis. La industria y la agricultura no permitía
aumentar la producción al mismo ritmo que la población. Finalmente, los
rígidos sistemas políticos de la época no daban vías de salida o de adaptación a

27
las nuevas realidades, no dejando más recurso que la emigración.
Un primer esplendor griego, en la primera mitad del II milenio, lo
desarrolló la talasocracia minoíca, que desde Creta estableció una primera red
comercial, que abarcó todo el Mediterráneo oriental, uniendo las costas
griegas, asiáticas y egipcias en dicha red comercial. De ellos, aprendieron
luego las poblaciones micénicas, ya en la propia Grecia, y de estos las fenicias,
que sucedieron a los minoícas, ya que el esplendor de estas, en los siglos
centrales del II milenio a. C, se apagó cuando fueron conquistadas por los
fuerzas micénicas, las cuales, a su vez, cayeron a fines del II milenio, ante la
irrupción de los Pueblos del Mar.
Hubo dos oleadas colonizadoras helénicas. La primera, realizada por los
micénicos, abarcó los siglos entre el XVI-XVII hasta el XIII. Abarcó toda la
mitad oriental del Mediterráneo, desde las costas itálicas hasta Fenicia.
Es probable, aunque no hay pruebas concluyentes, sobre la llegada de
las naves griegas micénicas hasta el extremo occidente. En ese caso, se
limitarían a establecer puertos de comercio, donde dejaban y recogían las
mercancías intercambiadas con la población nativa, sin edificar ningún tipo de
estructura arquitectónica. No obstante, poco después de su caída, se empiezan
a encontrar rastros del surgimiento de la cultura tartésica, hacia el cambio de
milenio, así como pruebas de un incipiente comercio fenicio, que como el
micénico anterior, apenas deja pruebas arqueológicas, ni restos de
asentamientos coloniales, limitándose los navegantes micénicos y fenicios a
arribar a esas costas, cerrar tratos y marcharse sin dejar restos detectables
arqueológicamente.
Estos Pueblos del Mar, cuyas convulsiones abarcaron toda Europa,
supusieron una gran cesura en el desarrollo de la historia europea. Sus
incursiones rompieron las comunicaciones comerciales entre los dos extremos
del Mare Nostrum, que no se recuperaron plenamente hasta el siglo IX. En los
alrededores del fin del siglo XIII provocó alteraciones desde el extremo
occidente, donde supuso la caída de la Cultura de El Argar, hasta el extremo
Oriente, donde fue sacudido el propio Egipto y caído el Imperio Hitita. También
acabó con la cultura micénica en Grecia.
En la segunda oleada expansiva, a partir del siglo VIII-VII, una vez
superada la época de obscuridad provocada por dichos movimientos de
pueblos, fue en competencia con las factorías fenicias, y la etapa más conocida
por la arqueología y los textos antiguos.
Las ciudades griegas tuvieron varias áreas de expansión. Colonizaron
toda la costa asiática del mar Egeo, así como las islas egeas, desde Rodas en
el sur, hasta Bizancio en el mar de Mármara. También establecieron colonias en
las costas asiáticas y europeas del mar Negro. En el delta del Nilo y en la costa
de Cirenaíca también establecieron colonias. Además, ocuparon Sicilia, (salvo
el extremo occidental, cartaginés), la desembocadura del Ródano, así como
enclaves puntuales en la Península Ibérica. Estos enclaves fueron Rosas y
Ampurias, en la costa gerundense, así como Mainake y Hemeroskopeion en la
costa andaluza mediterránea, entre otros.
Pero la mayor y principal zona de expansión griega fue la llamada Magna
Grecia, esto es, el tercio sur de la Península Itálica. Aquí, en un territorio con

28
un clima excepcional para la agricultura, con campos feracísimos y con grandes
posibilidades mineras y mercantiles, florecieron numerosas y abundantes
colonias que enriquecían las metrópolis helénicas.
Las expediciones helenas buscaban con las colonias dos objetivos, como
decíamos. Uno era aliviar el exceso de población de las citadas metrópolis. El
otro, con el que competían directamente con las fenicias, era el control
mercantil de las grandes rutas comerciales transmediterráneas.
Estas rutas, como las fenicias, consistían básicamente en obtener
recursos agrícolas y metalíferos de las tierras occidentales del Mediterráneo,
para llevarlos a las superpobladas ciudades griegas y fenicias. Aquí servían
para cubrir las necesidades locales y como medio para comerciar, a su vez, con
los grandes imperios de la época, que eran Egipto al sur y asirio, neobabilónico
e hitita al este, obteniendo, sobre todo de Egipto, productos suntuosos y de
lujo que han venido en llamarse orientalizantes, ya que denotaban,
claramente, su procedencia, así como dicha influencia en aquellos realizados
como copias en Extremo Occidente. Esto provocó, en la koiné cultural
circunmediterránea, una primera oleada de uniformidad cultural egiptizante,
similar a la norteamericana contemporánea nuestra. En resumen, el comercio
consistía en obtener materias primas, en forma de minerales como oro, plata y
estaño, así como mercenarios desde el poco sofisticado, tecnificado y
políticamente organizado Extremo Occidente, para intercambiarlos por los
refinados y elaborados productos suntuarios y de lujo producidos por las
industriosas, complejas y tecnificadas ciudades e imperios del Extremo
Oriente.
Alrededor del 600 a. C, se había fundado Massalia, por emigrantes
foceos, junto a las bocas del Ródano. De aquí surgieron los fundadores de las
colonias de Rosas y Ampurias, en Gerona. En las costas galas, comerciaban
con el hinterland de lo que luego sería la <Provincia> romana, que estaba
poblado por pueblos de estirpe celta y por ligures, que eran pueblos muy
antiguos y que no eran indoeuropeos. En ambos casos, estaban en un nivel de
estatalización avanzado, ya que habían absorbido mucha influencia cultural
grecofenicia.
Desde el siglo IX, cuando menos, estaba la colonia fenicia de Gades
comerciando con las aldeas de la baja Andalucía, exportando por la zona
objetos suntuarios orientalizantes, de influencia egipcia, bien traídos desde allí,
o bien copiados en talleres locales.
Por otro lado, la mítica expedición de Colao de Samos, entre el siglo IX y
VIII, puso en contacto a los comerciantes griegos con dicho pueblo tartésico.
Las fuentes hablan de un rey, Argantonio, de vida varias veces
centenaria, (o una manera de hablar de una dinastía real), y de leyes
codificadas, de ciudades, de templos y de una enorme riqueza agrícola,
ganadera y metalúrgica. No en vano, las riquísimas minas de Huelva eran
conocidas y explotadas intensamente desde la antigüedad.
No obstante la parte verídica y la parte mitológica de estas fuentes, lo
que parece claro es que el reino tartésico desapareció en el siglo VIII,
quedando pueblos, como los turdetanos y los túrdulos, herederos del territorio
y de parte del desarrollo cultural de los periclitados asentamientos tartésicos.

29
De manera que desde la desembocadura del Guadalquivir, más allá de las
columnas de Hércules, hasta las bocas del Ródano, habitaban una gran
diversidad de pueblos que estaban en distintos grados de desarrollo
civilizatorio, con jefaturas e incipientes estados, con escritura, con una
industria y un comercio que mostraban un grado de tecnificación que
denotaban, como corroboran los restos arqueológicos, una estratificación social
de gran complejidad, imbuidos de influencias culturales orientalizantes llevadas
hasta la península por los emprendedores colonos fenicios y griegos.
Pero esa influencia cultural que fenicios y griegos propulsaron por el
Mediterráneo iba más allá. Todas las islas occidentales y centrales, desde las
Baleares hasta Sicilia, sin olvidar Córcega y Cerdeña, sufrieron la colonización
cultural y política de los dos grandes pueblos del Mediterráneo antiguo.
Influyeron en la población nativa baleárica, (con sus legendarios
honderos), la sarda, la sícula, los pueblos de la Magna Grecia, y, sobre todo,
las ciudades etruscas, no indoeuropeas, pero que desempeñaron un papel de
cierta relevancia en la historia del Mediterráneo occidental.
Ellas mismas eran muy diferentes; la etnia fenicia era semita, no
indoeuropea, pues, y su interés casi único era comerciar, no poblar, dejando
como principal legado el alfabeto que todas las lenguas posteriores en la zona
copiaron y adaptaron.
Las etnias griegas, por su parte, que sí son indoeuropeas, además de
comerciar, tenían objetivos colonizadores para resolver sus problemas
demográficos. Su legado principal fue la cultura, tanto en el aspecto de la
mitología que cubrió Europa (nombre mitológico heleno) desde el extremo
oriente al extremo occidente, como en el campo del saber. En efecto, la
mitología griega habla de Jason, que con sus argonautas llegó hasta la
Cólquide, en Crimea, para lograr el vellocino de oro. También de Herakles,
(Hércules romano), que llegó hasta Tartesos para cumplir tres de sus doce
trabajos. Sin olvidar a Odisseo, (Ulises), que en su retorno a Ítaca tras el fin de
la guerra de Troya, recorrió todo el Mediterráneo.
Los motivos que facilitaron el esplendor fenicio y griego, fue también, en
ambos casos, lo que provocó su caída.
Si el Imperio Asirio provocó, como vimos, la caída de las ciudades estado
fenicias, demasiado débiles y desunidas para resistir a la impresionante
máquina militar asiria, algo parecido le pasó a las póleis griegas.
El territorio griego estaba dividido en un gran número de póleis, que se
enfrentaban muchas veces entre ellas. Aunque destacaban Atenas y Esparta,
no pudieron o tuvieron la capacidad para unificar toda Grecia en un único
estado. Ciudades como Tebas, Corinto, Rodas, o estados como Épiro o
Macedonia, cuidaban, celosamente, de su independencia, lo que debilitaba y
dispersaba las fuerzas de las ciudades griegas, además de las sempiternas
luchas sostenidas entre ellas por el dominio de toda la Hélade.

Cartago.
Tras la caída de las metrópolis fenicias, (Tiro, pero también Sidón y
Biblos), Cartago, junto a la actual Túnez, se erigió en la continuadora de la
hegemonía fenicia. La ciudad cartaginesa aprovechó la falta de dirección que

30
quedó entre las colonias fenicias, y el esplendor que les dio que la casa real de
Tiro se refugiare en su territorio, para erigirse como el adalid y el continuador
de la cultura fenicia.
De manera rápida y pacífica asumieron el control de las colonias fenicias
en Sicilia, Cerdeña, Baleares, África y la Península Ibérica, lo que les llevó a
enfrentarse con las ciudades y colonias griegas por el control del comercio en
el Mediterráneo occidental y central.
No obstante, no parece que ejercieran un control absoluto, sino que
daban un cierto margen de autonomía a las antiguas colonias fenicias, que las
habían puesto bajo una especie de protectorado, hablando por ellas en la
política internacional. Prueba de la libertad con la que operaban dichas
ciudades es por ejemplo Gades, que siguió ejerciendo el control comercial
sobre las factorías del Estrecho y comerciando con Fenicia y Bretaña, bajo el
paraguas protector cartaginés.
Además, crearon colonias propias, como Ebussus, en 653, la primera de
todas. En Iberia, tras la Primera Guerra Púnica, fundaron Akra Leuke y Cartago
Nova, pasando de ejercer un leve control cultural y comercial sobre los
territorios íberos, y ex-tartésicos, a crear un verdadero imperio militar y
territorial, en vísperas de la Segunda Guerra Púnica, como consecuencia y
compensación de la derrota sufrida en la I Guerra Púnica.
La conocida creación griega focense de Massalia en 600, así como la
derrota cartaginesa ante las armas griegas de Sicilia en Himera, en 480, hizo
que perdieran el control del estaño norteuropeo y su alianza comercial con las
etruscas, que además estaban siendo sometidas por las legiones romanas. Ello
hizo que los comerciantes cartagineses perdieren su aliado en el Mediterráneo
y que se vieren obligados a buscar nuevas vías comerciales.
De este modo, a fines del siglo V, los viajes de Himilco, (425), por las
antiguas vías marítimas fenicias por el Atlántico, reabrió el tráfico marino entre
Bretaña y Gran Bretaña con Cartago vía Gades para obtener estaño, evitando
el control massaliota sobre las rutas terrestres a través de las tierras de las
tribus galas.
El viaje de Hannón, a través de las costas norteafricanas, significó poco,
en cuanto a éxitos comerciales, ya que no tuvo mucha continuidad. No
obstante llegó en su navegación hasta la desembocadura del río Camerún, en
el Golfo de Guinea, rebasando, por tanto, una vez más, y ampliamente, los
límites de lo entonces considerado el Finis Mundi. Como antaño vimos hicieren
las naves fenicias bordeando toda África para el faraón.
Las expectativas cartaginesas tenían más amplias perspectivas que las
precedentes fenicias. Mientras que estas se limitaban a establecer puntos
donde fondear sus flotas y establecer mercados para comerciar con las
poblaciones nativas, las miras cartaginesas tenían un espíritu imperial. Tenían
el propósito de controlar las tierras y las gentes, de forma que pudieren
establecer un control absoluto sobre ambas variables.
Ello hacía que no tolerasen la presencia de otros poderes opuestos al
suyo, optando también por el control de las tierras, de las gentes y del
comercio.
Tuvieron un primer choque con las fuerzas griegas en Sicilia, dividida en

31
una parte occidental cartaginesa y una oriental griega. Aquí se impuso el poder
griego. Pero en la Península Ibérica, lograron, por contra, imponerse a esas
mismas griegas.
En este momento, las ciudades etruscas desempeñaron un papel en el
panorama geoestratégico del Mediterráneo occidental.
Este pueblo habitaba en lo que hoy es la región italiana de la Toscana, al
norte del Lacio y de Roma. De hecho, durante un breve tiempo al inicio de la
historia de Roma, controlaron esta ciudad mediante reyes, hasta que una
revuelta expulsó a los reyes y acabó con la hegemonía etrusca sobre Roma.
Una fuente de riqueza para las gentes etruscas era que controlaban el
comercio entre las florecientes ciudades y estados mediterráneos con las tribus
y pueblos, no tan civilizados, de la Europa no mediterránea allende los Alpes, a
través del control que ejercían sobre los pasos alpinos.
Esta situación generó un clima hostil entre estas y las griegas, lo que
provocó un acercamiento entre etruscas y cartaginesas, unidas ahora por un
enemigo común.
Al final, en la batalla de Alalia, en las costas de Córcega, en 535, las
flotas combinadas de naves etruscas y cartaginesas derrotaron a los griegas
foceas, eliminando a estas como rival y potencia en el Mediterráneo occidental,
sobre todo en su vertiente como piratas, (así considerados incluso por algunas
colonias griegas), con lo cual, aunque no cortaron totalmente el comercio
griego en el Mediterráneo occidental, ya que hay pruebas de cerámica y
comercio griego en todos estos territorios, si que dejó la hegemonía
cartaginesa una muestra de que ella era la potencia que dominaba y regulaba
el comercio en esas costas.
Etruria recuperó parte de su poder comercial, al cortar el enlace entre
Massalia, la Magna Grecia y la propia Hélade.
Las armas cartaginesas lograron el control comercial entre el
Mediterráneo occidental y el oriental. Afianzaron sus bases sardas, baleáricas y
de la península Ibérica, borrando toda influencia y poder helénico, quedando
con las manos libres para convertir sus bases en cabezas de playa para crear
un gran imperio militar y político en el Mediterráneo occidental. Entre las
Columnas de Hércules y el Golfo de Sirte, los colonos cartagineses
establecieron ciudades por toda esa porción de la costa mediterránea de África,
considerándolo territorio imperial suyo y cerrándolo al contacto con otros
pueblos, para evitar apoyos a las levantiscas poblaciones que habitaban esos
territorios.
Las ciudades griegas, además, tenían graves problemas en su territorio
madre que les incapacitó para ofrecer respuesta a la oposición cartaginesa. A
inicios del siglo V, tuvieron que hacer frente a los continuos ataques y
amenazas persas de invasión, que cristalizaron en la Guerras Médicas. No
obstante la victoria que obtuvieron, les dejó demasiado debilitadas y divididas
como para ofrecer un frente común.
Solo Atenas tenía el poder y la capacidad para crear un imperio griego, o
al menos ateniense, de relevancia, en el ámbito mediterráneo. Pero antes tuvo
que enfrentarse a la oposición de las demás póleis griegas al creciente poder
militar y político ateniense, que transformó a la Liga y al tesoro de Delos

32
creados para luchar contra Persia, en el germen de su imperio.
Esparta encabezó esa oposición, que acabó con el poder ateniense en
una victoria pírrica, ya que todas las ciudades estado quedaron tan debilitadas
que no podían controlar ni la propia Grecia. De hecho, a la breve hegemonía
espartana le siguió una aún más breve hegemonía tebana, (que acabó cuando
murió su general Epaminondas, vencedor de los otrora invencibles hoplitas
espartanos).
Un incipiente renacer ateniense murió cuando Macedonia decidió, con
Fiiipo II, conquistar toda Grecia.
Pero esa es otra larga historia que merece ser contada en otra ocasión.
Por otro lado, Cartago, como potencia perdedora, ha sufrido una muy
mala prensa, acusada de salvajismo y de imperialismo, sobre todo por algunos
autores griegos y en especial por los escritores e historiadores romanos, sus
mayores rivales.
Primero fueron los autores griegos, como Eforo, Isócrates y Diodoro, los
que propagaron la leyenda negra cartaginesa, con acusaciones de barbarie. Las
consideraban las hordas persas de Occidente, que en confabulación con las
auténticas hordas persas orientales, pretendían borrar el helenismo de la faz
de la Tierra. El motivo oculto de esta propaganda se debe a la rivalidad greco-
cartaginesa por el control de Sicilia.
En cambio, Herodoto, que alabó la labor de limpieza de la piratería griega
que hizo la flota etrusco-cartaginesa con la focea en Alalia, así como Tucidides,
Aristóteles y Eratóstenes, tenían una opinión diametralmente opuesta, que
cayó en saco roto, por las vicisitudes geopolíticas de la época.
Como hemos visto, la política exterior cartaginesa era muy parecida a la
romana o la ateniense. En los territorios que controlaban, ejercían el papel de
portavoces de esos pueblos ante las otras potencias internacionales.
No solo Cartago, si no la propia Roma, así como los pueblos con los que
aquellos comerciaban, a todo lo largo del Mediterráneo, quedaron helenizados.
Aún cuando las ciudades helenas, tanto las de la propia Hélade como las de
Sicilia o la Magna Grecia, cayeron bajo el poder político de potencias militares
y políticas superiores, a su vez, lograron impregnar del influjo cultural heleno a
sus dominadoras. Como dijo el poeta Horacio, Graecia capta ferum victorem
cepit, et artis intulit agresti Latio, (la Grecia cautiva cautivó a su fiero
vencedor, y llevó las artes al agreste Lacio).
Durante todo el siglo V y IV, hubo guerras intermitentes entre las
cartaginesas y las griegas por el control de la isla de Sicilia, sin un claro
vencedor. Mientras Roma se dedicaba a controlar toda la Península Itálica.
A inicios del siglo III, Pirro, rey de Épiro, intervino en el sur de Italia, la
Magna Grecia, para ayudar a las colonias griegas contra Roma, sin éxito. De
allí, partió hacia Sicilia, para conquistar la isla y unificarla bajo su control,
fracasando también.
En los tratados entre Roma y Cartago de 509 y 348, por ejemplo, Roma
decidía la política que las ciudades itálicas debían mantener con Cartago, del
mismo modo que ésta decidía la política de las ciudades norteafricanas y
sardas frente a Roma. El tratado de 509 solo permitía a Roma y sus aliadas
navegar para comerciar hasta Cartago y Cabo Hermoso en África, Cerdeña y

33
la Sicilia cartaginesa. Ya en el tratado de 348, Cartago prohibió a Roma y sus
aliadas rebasar, bajo ningún concepto, navegar, ni tan siquiera para comerciar,
más allá de Cerdeña y de Mastia de tarteso, mostrando el creciente poder
cartaginés, que podía ser más exigente, y hablar por más ciudades fenicias,
como Útica y Tiro.
Por otro lado, de la misma manera que Atenas convirtió el tesoro y la
Liga de Delos, alianza libre entre todas las ciudades helénicas, en base del
imperio ateniense usándola en su propio beneficio y hablando por ellas,
Cartago, que ejercía de protectora de todas las colonias fenicias en el
Mediterráneo occidental, hablaba por ellas y las manejó como base de su
imperio. Como asimismo hizo Roma con los pueblos itálicos.
Eran, en definitiva, potencias con similares intereses geoestratégicos, con
parejos compromisos con sus protegidos, y con medios similares para
desarrollar sus políticas internacionales para el control político y económico de
sus áreas de influencia, sometiendo a los pueblos menos desarrollados
políticamente, a los que dominaban, a un control militar férreo.
Así fue como surgió la Liga Délica, puesta bajo la advocación del
santuario de Apolo en Delfos, y capitaneada por Atenas como germen de su
imperio.
O la Liga del Peloponeso, que bajo el santuario de Olimpia y el oráculo de
Delfos, reunía a Esparta y las rivales de Atenas, como Corinto y Megara.
En ambos casos, Atenas, Esparta, del mismo modo que harán Roma y
Cartago, se erigirán en portavoces, o representantes del grupo de ciudades,
con las que comparten afinidades, para hablar en nombre de ellas en los foros
internacionales.
Esto hizo que el único poder que podía hacer sombra a la hegemonía
cartaginesa en el Mediterráneo occidental en la segunda mitad del I milenio a.
C, era una formidable potencia que se adivinaba en el horizonte, y que hasta
ahora estaba ocupada en otros menesteres internos, que la mantuvieron algo
alejada de la dinámica geopolítica internacional de la época.
Era la hora de Roma.

Roma.
Roma fue fundada, según la tradición clásica, en el 753 a. C, año que fue
posteriormente fijado como inicio de su calendario. Surgida como una ciudad
de agricultores, estuvo dominada por las poderosas ciudades etruscas situadas
más al norte, que estaban por entonces en todo su apogeo.
Roma fue inicialmente una monarquía, y de los siete reyes que tuvo, al
menos tres fueron etruscos.
Finalmente, la ciudadanía romana se liberó de los reyes, convirtiéndose
en una república, y liberándose asimismo de la hegemonía etrusca.
A la vez, según iba conquistando los territorios próximos a la ciudad de la
región del Lacio, fue acrecentando su población. Ello provocó graves
disensiones internas entre el patriciado, compuesto por la descendencia de las
familias romanas originarias de la ciudad, y poseedoras del poder económico y
político en la ciudad, contra la plebe, de romanas nuevas y pobres, sin ningún
peso económico ni poder político en la ciudad.

34
Tras varias revueltas, que incluyeron la fuga masiva de toda la plebe al
Monte Sacro, en 495, y negándose a prestar servicios militares, en lo que
constituyó la <primera huelga/manifestación de la Historia>, se llegó a un
acuerdo entre ambos grupos sociales, que se plasmaron en la creación de una
nueva magistratura, los Tribuni Plebis, que ejercían funciones parecidas al del
actual defensor del pueblo, ya que defendían a la plebe de las decisiones
emanadas del resto de magistraturas romanas, en especial los cónsules,
considerados enemigos de la plebe. Además, se les dotaba de Sacrosanctitas,
similar a la inviolabilidad de la que gozan los cargos políticos hoy día.
Aún en el 451, y hasta el 449, se suspendió el sistema anual de elegir
dos cónsules, eligiéndose diez hombres, (los llamados X uiri Legibus
scribundis), y otros diez en 450, para redactar las Leyes de las Doce Tablas, de
tan gran importancia en la historia posterior de Roma, que era incluso con lo
que aprendían a leer la nuevas generaciones romanas.
Una vez solucionados de manera suficiente los problemas sociales
internos en la ciudad, Roma se dedicó con determinación a dominar los
territorios adyacentes. Aunque no fue un camino rápido, (no olvidemos que en
el 390 a. C, guerreros galos saquearon Roma, hecho que no volvió a repetirse
hasta el 410 d.C, por los no menos belicosos guerreros visigodos).
Durante un tiempo, Roma fue ajena a las luchas por el control del
Mediterráneo central entre ciudades fenicias, griegas, etruscas y Cartago. Se
mantuvo ajena a las luchas greco-cartaginesas en Sicilia, y a la batalla naval
de Alalia, ya citada, entre naves griegas contra etrusco-cartaginesas.
En esos años, Roma estuvo consolidando su control sobre toda la Italia
central. Primero, en el centro peninsular, venciendo a las tribus samnitas,
umbras, oscas, volscas, entre otros pueblos. Posteriormente, aprovechándose
de la decadencia de las ciudades etruscas, afectadas por el comercio de la
colonia griega de Massalia, y por las incursiones de hordas galas en el valle del
Po, logró conquistar toda la Italia septentrional, venciendo a las divididas
ciudades etruscas y a las tribus galas y ligures que habitaban entre los Alpes y
el Mediterráneo. Luego se dirigió al sur, para conseguir dominar a las colonias
griegas del tercio sur peninsular, la llamada Magna Grecia. Para vencerla tuvo
que vencer también al rey Piro de Épiro, que acudió en ayuda de esas
ciudades.
De modo que en el siglo III a. C, Roma controlaba toda la península
itálica, y aunque no tenía experiencia naval ni una flota poderosa, empezó a
mirar hacia el Mediterráneo, centrando sus siguientes objetivos en conquistar
las grandes islas centrales de este mar, (Sicilia, Cerdeña y Córcega). Era el
primer paso para luego acceder a los mercados del Mediterráneo occidental y
oriental. Y fue en este momento cuando Cartago y Roma se vieron frente a
frente.
Ya no había ningún otro rival en la zona, dominados por estas dos
potencias. Tres guerras durísimas le costó a Roma convertirse en la potencia
hegemónica en las riberas mediterráneas.
En la Primera Guerra Púnica, centrada en luchas navales y terrestres en
el Tirreno y Sicilia, Roma le arrebató el control de las islas a las armas
cartaginesas, expulsándolos de sus bases tradicionales.

35
Así, en 264, Roma se alió con Siracusa, para controlar Sicilia y expulsar a
los ejércitos cartagineses, enemigos acérrimos de las colonias griegas, en 241.
Después, ocupó las otras islas, convirtiéndose en una potencia naval.
Cartago vio como Roma aprovechó su debilidad, y unas revueltas
anticartaginesas en Cerdeña, para arrebatarle dicha isla, con lo que quedó
claro para ella que Roma cumplía los tratados en cuanto le convenía,
rompiéndolos cuando le interesaba y que no iban a permitir su recuperación
bajo ningún concepto.
Esto no destruyó a Cartago, la cual decidió reconstruir su imperio en una
zona alejada de la influencia romana, como era la península Ibérica, para
recuperar parte de su antiguo poder y poder resistir a Roma.
Aprovechando sus factorías costeras, sobre todo la enorme base naval de
Carthago Nova, (Cartagena, base naval aún hoy), Cartago emprendió la
conquista militar del interior peninsular, enfrentándose a las aldeas íberas y
celtíberas. Finalmente, lograron crear un imperio que abarcaba casi toda la
mitad sur de la península, con la idea de tener una base terrestre y militar
firme desde la que poder hacer frente a la amenaza romana.
Por su parte, Roma veía con preocupación la rápida y fulgurante
recuperación de su rival, que parecía más poderosa que antes de ser derrotada
por ellos. Roma aprovechó su control de la península itálica, de las islas
centrales, y su control del comercio massaliota, aliada suya, para preparar una
nueva guerra contra Cartago.
El desencadenante de la Segunda Guerra Púnica fue una argucia
diplomática. Cartago y Roma se habían repartido las áreas de influencia en la
península ibérica; el norte para Roma y el sur para Cartago, siendo el río Iber,
no identificado, la frontera entrambos imperios.
Sagunto, ciudad íbera aliada de Roma, enclavada cerca del área de
influencia cartaginesa, contra los cuales estaban en conflicto, logró que las
legiones romanas acudieren en su ayuda, haciéndoles creer, (o queriendo creer
Roma), que su rival se había inmiscuido en los territorios de influencia romana.
Así, en el 218 a. C, las primeras tropas romanas desembarcaron en la
península, en Ampurias, para ayudar a sus aliadas hispánicas contra los
ejércitos cartagineses en la Segunda Guerra Púnica.
Aníbal, con un poderoso ejército, que incluían elefantes, decidió atacar a
Roma en su propio territorio. Y decidió atacar Roma por tierra, ya que habían
perdido el control del mar, para lo cual, en una odisea grandiosa, llevó los
elefantes a través de la península Ibérica, la costa francesa y cruzó los Alpes
para entrar en el valle del Po. Se enfrentó a varios ejércitos romanos, a los que
venció en tres batallas, incluso dentro de la propia península italiana.
Poblaciones samnitas, galas, etruscas y griegas trataron de aprovechar la
irrupción del ejército cartaginés de Aníbal en Italia para librarse del yugo
romano, aunque el resultado final fue una mayor sujeción de estos pueblos al
poder romano.
Llegó a estar muy cerca de Roma, e incluso a tener la posibilidad de
haber intentado un ataque directo contra la ciudad, pero al final, no intentó
atacar a la propia Roma, inseguro de sus fuerzas y se dirigió al sur de la
península, para acabar volviendo a su propio territorio, del cual le llegaron

36
desfavorables noticias; Roma se había revelado como una potencia
quasiindestructible.
En efecto, mientras las reservas romanas armaban un ejército tras otro
para lanzarlo contra el ejército de Aníbal, organizaban, simultáneamente, la
conquista de la península Ibérica, que Aníbal dejó al cuidado de su hermano
Asdrúbal. Sabiendo que era la base del poder económico y militar cartaginés,
decidieron cortar la vía de suministros y de refuerzos de Aníbal. Una vez
conquistada los territorios ibéricos de Cartago, y mientras mantenían a Aníbal
acosado en Italia, organizaron otro ejército para atacar a su vez, a la propia
ciudad de Cartago.
Conocido esto por Aníbal, abandonó su ejército en Italia, para acudir a la
defensa de su ciudad. Finalmente, se enfrentó a los ejércitos romanos,
capitaneados por Escipión el Africano, en Zama, año 202, en las afueras de
Cartago.
Fue una rotunda victoria romana. Aníbal tuvo que huir, exiliándose en
Grecia. Roma le impuso unas terribles condiciones draconianas a Cartago, con
la esperanza de ahogarla definitivamente.
Una vez derrotada Cartago, Roma decidió centrarse en la finalización de
la conquista de la península ibérica, aprovechando el impulso que supuso la
conquista del imperio cartaginés.
No obstante, hubo aún una Tercera Guerra Púnica. Roma prohibió a
Cartago emprender acciones bélicas de ningún tipo sin su beneplácito. Sin
embargo, Escipión firmó un tratado con Massinisa, rey de Numidia, territorio
independiente que rodeaba Cartago, para que hostigare a la débil Cartago.
Esta, cuando denunciaba el hecho ante las autoridades romanas, siempre era
indefectiblemente perjudicada en las resoluciones romanas. En 150 decidieron
emprender una guerra contra las bases númidas, hecho que provocó sanciones
económicas romanas, y el envío de un ejército para acabar con la ciudad.
Dicho ejército desembarco en Útica, ciudad cercana a Cartago y aliada romana
en 149. Cartago accedió a satisfacer cualquier exigencia romana, pero Roma
exigió que la ciudadanía cartaginesa destruyere su propia ciudad, con lo cual la
población se aprestó a defender su ciudad.
Finalmente, en 146, la ciudad cayó, toda su población vendida como
esclava y la ciudad arrasada hasta los cimientos y sembrada de sal, para que
no resurgiere nunca más. Los soldados romanos edificaron cerca otra ciudad,
para que sirviese de capital a la nueva provincia de África que crearon, sobre el
antiguo territorio cartaginés.
Es obscuro, y nada loable, el motivo y el modo en que afrontó Roma la
última guerra contra la frágil ciudad cartaginesa. Una primera actuación así se
dió tras la Primera Guerra Púnica donde recurrió a la prepotencia del vencedor,
y a la interpretación interesada del derecho, para arrebatar impunemente la
isla de Cerdeña a Cartago. Esta ya no suponía ningún problema, en los ámbitos
político, militar o económico. Política y militarmente, Cartago no tenía apenas
poder ni para someter a las tribus númidas que ocupaban las tierras
adyacentes a su ciudad, ni mucho menos para retomar alguna campaña de
conquista. Económica y comercialmente, todos los mercados y puertos del
Mediterráneo de dónde se podían obtener mercancías y materias primas, y en

37
dónde se podían vender los propios productos, estaban en manos de los
mercaderes romanos y sus aliados griegos.
Tal vez el motivo no fuere Cartago, sino Numidia y su rey Massinisa. Es
probable que se hubiere vuelto, a ojos romanos, demasiado poderoso, al
haberle destruido su rival cartaginés, de modo que el ataque a estos no fuere
más que la excusa para establecerse en el norte de África y evitar el
engrandecimiento del rey númida a costa de las bases cartaginesas,
cambiando un rival por otro.
Pero si los territorios mediterráneos, (una vez vencida Cartago), habían
sido de fácil conquista, dado el grado de aculturación y evolución sociopolítica
de esos pueblos, y la enorme influencia cultural de los distintos pueblos que
habían colonizado esas tierras, no pasaría lo mismo allende las tierras costeras
del Mediterráneo.
Una vez en la meseta, poblada por pueblos celtíberos, ajenos a la
influencia civilizadora grecofenicia, y apegados a sus modos tradicionales de
vida, en tribus, celosas de su independencia, no iban a ser presa fácil para las
legiones romanas.
De hecho, la batalla de Zama fue en 202 a. C, y no le fue abierto a Roma
el paso franco al control total de la península para sus armas hasta que Viriato
y Numancia, símbolos de la resistencia celtíbera contra el invasor romano,
fueron derrotados, finalmente, en 139 y 133 a. C, respectivamente, por Emilio
Escipión el Africano.
Recordemos, por una parte, a Catón, que no había dejado nunca de
exclamar, en cada uno de sus discursos, durante años, la frase que devendría
famosa, (Delenda est Carthago), logró finalmente que Roma decidiere eliminar,
de una vez por todas, el asunto cartaginés, ya que esta ciudad, limitada a no
poder controlar más que sus territorios limítrofes, estaba experimentando un
muy tímido despertar.
Las legiones romanas llegaron a Hispania en 218, pero tuvieron que
pasar dos Guerras Púnicas para que Roma se decidiere a reunir fuerzas y
emprender el control de la península.
Los distintos pueblos celtíberos, celosos de su independencia, cedieron
parte de su libertad para organizar una defensa algo cohesionada, hecho que
se debe en parte a la inteligencia de Viriato, al que Roma no pudo vencer, pero
que fue asesinado por traidores de entre su propio pueblo.
Después de Viriato y Numancia, la conquista del resto de la península
Ibérica fue mucho más fácil para Roma. Aunque en esos momentos, había
otros centros de atención que captaban la atención de los ejércitos romanos y
que ralentizaron el ritmo de la conquista.
Por otra parte, y mientras convertían a los territorios griegos en
provincias romanas, decidieron unir por tierra sus territorios itálicos e
hispánicos, para favorecer el comercio y el control militar de dichas tierras
hispánicas. Aprovechando su alianza con Massalia, que utilizaron como base de
conquista, tomaron la que llegó a ser llamada y a simbolizar la Provincia, (la
Provenza francesa), conquistando con facilidad esas tierras pobladas por
ciudades galas y por ligures altamente civilizadas, de una forma similar a como
ocurrió en Hispania. Y así surgió una Galia.

38
La conquista de Hispania y de Galia tuvo aspectos similares y aspectos
diferentes.
Similar fue que hubo dos etapas diferentes en el proceso conquistador.
Las costas mediterráneas fueron los primeros territorios conquistados,
resultando además de suma facilidad, por dos motivos:
-eran territorios acostumbrados a recibir las visitas, pacíficas y
comerciales unas veces, y militaristas otras, de pueblos de más desarrollado
nivel cultural, político y militar, pero que habían inculcado en los originarios
pueblos íberos, galos y ligures de la costa mediterránea, el deseo de emular el
nivel de desarrollo sociopolítico de los pueblos fenicios, griegos, cartagineses y
romanos.
-en los territorios costeros mediterráneos hispanogalos, Roma tuvo
estados aliados que les ayudaron y facilitaron la conquista y control de esos
territorios. Así, Massalia, Rosas, Ampurias, eran colonias griegas que buscaron
la alianza romana para poder defenderse, no solo de las tribus del hinterland
galohispano, sino también de ataques y de la competencia cartaginesa.
En estos territorios, incluyendo la ocupación romana del imperio
cartaginés en Iberia, la conquista fue un proceso rápido y definitivo, esto es,
que una vez conquistados esos territorios y pacificados, no quedó en ellos
ningún ansía de rebelión, sino que aceptaron total y definitivamente la
dominación romana, que en muchos casos se veía como una señal de
pacificación, de prosperidad y de bienestar.
En cambio, la conquista de las tierras no mediterráneas de Hispania y de
Galia, resultó mucho más difícil para el imperio romano. Y ello fue debido a
varios motivos, siendo en este caso mayores las dificultades que representó
Hispania.
Los pueblos no mediterráneos de la Europa occidental que estudiamos no
estaban organizados en estados, sino que vivían en tribus y castros, en
diferentes grados de urbanización, tanto mayor cuanto más cerca del
Mediterráneo, pero en un ambiente de gran disgregación política del territorio.
En la Península Ibérica, tanto la meseta como las tierras norteñas y
occidentales estaban pobladas por pueblos de ascendencia celtíbera y celta, de
grupos étnicos y lingüísticos parecidos a los celtas centroeuropeos y de la
Galia, junto a pueblos de ascendencia no indoeuropea. Estos eran los pueblos
lusitanos, galaícos, astures, cántabros, vascones y los propios celtíberos,
divididos a su vez en varias tribus, como arevaca, carpetana y vaccea, entre
otros.
Eran pueblos dedicados a la agricultura y a la ganadería, con una
sociedad jerarquizada y militar, con una gran dedicación a las actividades
guerreras y de razzia, para obtener, por el pillaje, recursos que se arrebataban
a otros pueblos. Ello, unido a la difícil orografía de las tierras meseteñas y
norteñas peninsulares, potenciaba la disgregación del territorio en pequeñas
unidades políticas, como comentábamos, además de dificultar las operaciones
de conquista de una potencia invasora, como les sucedió a los romanos.
Para terminar la conquista de la península, en el reducto de las tierras
montañosas del norte, desde Galicia hasta Navarra, las legiones romanas
necesitaron más de un siglo de conquista, aunque esta vez de manera más

39
pausada.
En efecto, los últimos núcleos resistentes al poder romano fueron los
pueblos cántabros y astures, amparados en sus montañas y angostos valles,
de modo que hasta el 19 a. C, Augusto no pudo dar por totalmente
conquistada y pacificada la Península Ibérica.
Cierto es que uno de los motivos que retardaron la conquista romana fue
la agitación política que sufrió Roma entre el siglo II y el I a. C. No olvidemos
que hubo en Roma, en esas épocas, revueltas y tumultos provocados por la
secular y casi estructural lucha entre el patriciado romano y la plebe, por la
defensa de sus derechos. La revuelta de los Gracos, la revuelta de los esclavos,
(liderada por Espartaco), y, sobre todo, la guerra civil entre Mario y Sila, líder
aquel del partido plebeyo y éste del partido patricio.
La propia península Ibérica fue teatro principal de dicha guerra civil, ya
que Mario, y Sertorio, seguidor de aquel, se refugiaron en Hispania, pensando
en utilizarla como base para proseguir la lucha, aprovechando la peculiar
institución hispana, (y también céltica e indoeuropea), de la devotio, para
armar un ejército.
Esta institución de la devotio tenía un fuerte matiz de fanatismo, ya que
los guerreros se juramentaban para luchar hasta la muerte por el honor y la
vida del jefe al cual se consagraban, haciendo suya la causa de aquel, seguirle
doquiera que fuere, hasta el punto de dar su vida por él, y llegando en algunos
casos a sacrificarse y suicidarse una vez muerto el jefe al cual consagraban su
vida.
Todos estos hechos ralentizaron el ritmo de la conquista romana de
Hispania, aunque nunca llegaron a frenarla del todo, ni siquiera cuando Roma,
una vez sometida casi toda Iberia, emprendió la conquista de la Galia.
La conquista de la Galia, aunque fue tan dura como la de Hispania, no
fue tan larga, y ello fue debido a varios motivos. Por un lado, el territorio era
más proclive a la conquista, ya que no tenía ni la complicada orografía de
Hispania, ni la extrema dificultad de comunicación entre sus distintas partes,
debido a que si en Hispania los obstáculos eran montañosos, de difícil
franqueo, en Galia los obstáculos eran ríos, sobre todo, que eran mucho más
fáciles de vencer para los ingenieros romanos que las montañas.
Una vez dominada la provincia de Galia narbonense, controlando el
Mediterráneo y las bocas del Ródano, las montañas que había entre ese
territorio y el canal de la Mancha eran poco relevantes. Los Pirineos
dificultaban la comunicación por el sur, pero Roma controlaba los pasos junto
al Mediterráneo. El Macizo Central no dividía el territorio y son montañas
viejas, de mucha menor altitud que los propios Alpes o Pirineos. El otro macizo
relevante son los montes Jura, que tampoco tienen alturas comparables a las
citadas cordilleras, además de estar prácticamente en las fronteras del
territorio de la Galia.
Cierto que los ríos Ródano, Garona, Loira, Sena, Saona y Rin, así como
muchos de sus afluentes, eran de gran e impetuoso caudal, sobre todo en
primavera, con el deshielo, pero no supusieron ningún impedimento insalvable
para el ejército romano.
Además, Roma estaba mucho más unida de lo que estuvo en los dos

40
siglos anteriores. La guerra civil la ganó Sila, que pacificó Roma, lo que le
permitió, a mediados del siglo I a. C, cuando Julio César inició la conquista,
poder afrontar dicha aventura. En Roma gobernaba un triunvirato, con el
propio Julio César, Pompeyo y Craso, que representaban casi todas las
facciones de la ciudad eterna y controlaban la situación política.
El propio Julio César era un estratega genial, cuyo genio militar superaba
al del resto de los militares romanos y de sus enemigos en su época, quizás el
hecho más determinante de la fulgurante campaña militar que realizó en la
Galia, fue lo que marcó mas que ninguna otra cosa la diferencia.
Por último, el hecho de que no todos los pueblos galos se opusieron a
Roma y a Julio César. Si en Hispania los pueblos ajenos al ámbito mediterráneo
se opusieron, con mayor o menor determinación, al poderío romano, en Galia
no sucedió lo mismo.
Muchos de los pueblos galos allende el Mediterráneo llevaban siglos
comerciando con las ciudades etruscas de la Toscana primero, y con los
mercaderes griegos focenses de Massalia después, con lo cual habían entrado
en las redes comerciales internacionales de le época, que no solo les habían
enriquecido, tanto al pueblo como a las clases dirigentes, sino que habían
adoptado algunas formas de vida consideradas lujosas y propias de los pueblos
mediterráneos, generándoles el deseo de continuar y profundizar en ese modo
de vida.
Así, el propio Julio César pudo contar con aliados y auxiliares galos en su
ejército conquistador. No eran en absoluto traidores. La Galia no era un estado
unido, sino que su territorio estaba dividida en numerosas tribus,
independientes entre sí, sin apenas relación entre muchas de ellas, y con
distintos grados de amistad y enemistad entre ellas. Las tribus situadas más al
sur, más civilizadas, (en el único sentido de más influenciadas por el modo de
vida sofisticado, refinado, complejo, urbano y tecnológico de los estados
mediterráneos), eran más proclives a ver la romanización como un progreso y
un avance de su nivel y calidad de vida, no como una opresión ni sometimiento
a una potencia extranjera, que si podían verlo en la agresión que podían sufrir
por alguna de las demás tribus galas, considerándose foráneos entre los
pueblos de las distintas tribus.
Recordemos que el propio Julio César dividía el territorio de la Galia en
tres regiones, con criterios preponderantemente étnicos. Identificó César más
de sesenta tribus diferentes en toda la Galia. Hablaba del territorio de las
tribus aquitanas, poblando las tierras de la hoy región francesa de Aquitania,
de los que decía que estaban mas atrasadas, (esto es, con un cultura y
sociedad más sencilla que la romana y la de otros pueblos galos), y parecidos
a las celtíberas del sur, es decir, de Iberia. También del territorio de las aldeas
belgas, ocupando Bélgica y la Francia del norte, también más atrasadas, (con
el mismo sentido), y con semejanzas con las tribus germanas del este. Por
último del territorio de los pueblos galos propiamente dichos, que ocupaban el
resto del territorio y que eran los más civilizados, ya que eran los que mas
influencias comerciales y culturales habían recibido de comerciantes etruscos,
griegos y de los propios romanos.
De hecho, las poblaciones que se encontró César, ni se consideraban

41
iguales a las demás poblaciones que poblaban el territorio, ni se llamaban
galas. La uniformización e identificación igual para todos la impuso el
conquistador. Ellas se llamaban a sí mismas, arvernas, bitúrigas, parisii o
vénetas, entre otros nombres.
De manera que, al morir Augusto, a inicios del siglo I d,C, Hispania y
Galia estaban totalmente romanizadas, cultural, social y políticamente.
Desde entonces, el destino de las tierras situadas entre las Columnas de
Hércules y el Rin, y al oeste de los Alpes, estuvieron unidas en las diversas
vicisitudes de la Historia que vivieron como parte del Imperio Romano.
Así pues, hasta la conquista romana, no existía ningún territorio al cual
llamar Hispania o Galia. Las tierras situadas entre las Columnas de Hércules y
el Rin, entre el Atlántico y el Mediterráneo, no conformaban ninguna unidad
política, cultural o étnica.
Convivían pueblos de raigambre no indoeuropea, como vascones, ligures
o íberos, con pueblos indoeuropeos. Y de entre estos destacaban los pueblos
celtas. Cada tribu, fuere o no indoeuropea se consideraba diferente e
independiente del resto de tribus con las que compartía estos territorios.
Tal vez, el único criterio que permitía establecer algún tipo de distinción
entre esta pléyade de tribus era un criterio a la vez geográfico y cultural, ya
que las sociedades mediterráneas, entre Gades y las bocas del Ródano,
estaban en un nivel de desarrollo cultural, político y socioeconómico muy
sofisticado, tecnificado y plenamente integrado en la citada koiné cultural
mediterránea. En cambio, las tierras atlánticas e interiores estaban en un
escalón más bajo, fragmentadas en unidades más pequeñas, con menos
relaciones con otros territorios, de sociedades menos sofisticadas y más
centradas en el trabajo de la tierra y la guerra que en el comercio y la industria
mediterránea.
Los conceptos y los territorios de Hispania y Galia fueron creación
romana. Julio César, para delimitar las fronteras de su conquista, fijó unos
límites naturales en los cuales encuadrarla. Aprovechando los Pirineos, cuyas
tierras sitas al sur estaban en proceso de conquista por la propia Roma, sirvió
de primera frontera. Al sureste sirvió los Alpes, frontera natural con Italia,
mientras que al noreste el Rin, frontera contra los irreductibles germanos.
Por eliminación, entre los Pirineos y África, quedaba Hispania romana.
Esta división fue crucial, ya que los posteriores reyes francos y godos, así
como todos los demás poderes que se sucedieron en estos territorios, se
ajustaron a esos mismos límites fijados por los romanos, teniendo como un
objetivo político reconstituir aquella unidad político-administrativa perdida, e
idealizada.
En conclusión, hemos podido comprobar, hasta ahora, que desde los más
remotos tiempos históricos, hasta la romanización no existía ninguna entidad
sociopolítica humana que pudiere ser considerada, al menos, como el germen
de la nacionalidad o la identidad de ninguno de los estados hoy constituidos.
No había ningún núcleo de españolidad, ni de francesidad, como no lo había
tampoco de italianidad, por ejemplo.
Las distintas tribus que poblaban las tierras hispanas o galas se
consideraban como pertenecientes a su tribu o a su ciudad, no a ningún ente

42
superior, ya fueren bitúrig@s, arvern@s, ilergetes o vacce@s.
Geográficamente, los Pirineos no eran una barrera separadora, sino una
línea de enlace.
Así, l@s aquitan@s del suroeste galo, como l@s celtíber@s del norte
hispano tenían un desarrollo socioeconómico, y una cultura, muy semejante.
Igualmente, el pueblo vascón se extendía por ambas laderas pirenaícas.
En la costa mediterránea, las tribus y ciudades aquí asentadas, desde
Gades hasta Massalia, tenían un desarrollo socioeconómico, político y cultural
más sofisticado que las gentes del interior, estando aquellas influenciadas y
asemejándose a las formas fenicias, griegas y proximoorientales de la
civilización mediterránea.
En cuanto a la Galia, tampoco tenía claras sus otras fronteras. La Galia
cisalpina era el valle del Po, con poblaciones semejantes a las de las tierras
próximas allende los Alpes. El Rin tampoco era una frontera clara, ya que había
movimientos de gentes de un lado al otro del río, y una cierta mezcla cultural
entre las tribus galas celtas, y las germanas.
El propio César lo reconoció así, ya que, excluyendo la Galia cisalpina ya
citada, y la Galia togata, que era lo que más adelante sería la Provenza, que
estaba muy helenizada gracias a la influencia civilizadora de l@s grieg@s
massaliotas, el conquistador del resto de la Galia percibió tres niveles
culturales diferentes; Aquitania con los aquitan@s parecid@s a los celtíber@s
hispan@s, Bélgica con los gal@s belgas parecid@s a l@s german@s y Galia
que tenía las propiamente dichas tribus galas más <puras>.

43
44
45
46
Tercer Capítulo; el Caos del Ocaso de una Civilización.

El vigor y el esplendor del imperio romano duró varios siglos, y no


empezó a dar muestras de decaimiento hasta el siglo III de nuestra era, por
una acumulación de varios motivos
Algunos de estos motivos fueron políticos, y otros sociales y económicos.
La causa más llamativa, y probablemente la más influyente, fue la propia
debilidad de la institución imperial. Augusto ideó un sistema en el que, aunque
el emperador era el único poder real, se mantenía la ficción de unas
instituciones republicanas, en especial el Senado, como a guisa de control y
contrapeso a su propio poder, manteniendo una fachada de poder republicano
y senatorial. Pero, en realidad, no tenían ningún poder para controlar al
emperador, ya que la propia fortuna personal de los senadores dependía de la
buena voluntad de aquel, así como el que estas instituciones mantuvieren una
ficción de utilidad pública, aunque se limitaban, prácticamente, a ejercer como
cámara aclamatoria.
Así, cuando llegaron tras él emperadores con una mayor convicción del
poder omnímodo de su función, y de su carácter sagrado, consideraron que no
debían ceder ninguna muestra de consideración hacia las antiguas formas
republicanas, representadas por el Senado. No hay más que recordar la
larguísima lista de emperadores tiránicos, vesánicos, cuando no decididamente
crueles, depravados y maniáticos, que se inició ya en la dinastía del propio
Augusto, y que alcanzó elevadas cotas de demencia con figuras como Calígula
o Heliogábalo. A ello hay que sumar la debilidad e imprecisión del mismo
sistema sucesorio, basado en adopciones o asociaciones de los herederos al
trono, cuando no, muy frecuentemente, sublevaciones de las legiones
apoyando la candidatura de sus propios generales.
Además, llegó un momento en el que se sintió la necesidad de reforzar el
poder cohesionador de la propia Roma y del propio emperador, dada la enorme
diversidad de culturas, pueblos y sociedades que se amalgamaban bajo la
égida imperial. Por ello, se decidió no solo crear el único culto obligatorio y
oficial del imperio, que estaba dirigido hacia la divinización de la propia Roma
como una diosa, sino que también se adquirió la costumbre de divinizar al
emperador una vez muerto, costumbre que fue poco a poco trasladándose al
hecho de divinizar al emperador en vida, sobre todo cuando llegaban al trono
personajes con inestabilidad mental, fácilmente influenciables y propensos a
creer en esa ficción. Roma era muy tolerante en el aspecto religioso, tolerando
casi cualquier culto religioso, (con escasísimas excepciones como el
druidismo), con tal que no atacase al estado, y sometiéndose a él, con la
obligación de que toda la población adorare a la Diosa Roma, imagen
cohesionadora del Imperio para todos sus variopintos pueblos sometidos, (la fe
judía y la cristiana, con su negativa a adorar a otros dioses, fueron otra
excepción).
En el aspecto económico, Roma no dejo de ser nunca una gigantesca
ciudad estado, como Atenas, por ejemplo, pero a un nivel nunca antes visto. El
propósito y función primordial de las provincias romanas era proporcionar
dinero y recursos metalúrgicos y agroganaderos para la propia ciudad eterna,

47
además del dinero obtenido de los impuestos y tributos. Todo ello estaba
dirigido a permitir a los habitantes de la ciudad de Roma un nivel de vida
lujoso y regalado, sobre todo a las clases patricias, pero también a la plebe. De
hecho, llegó un momento en que los emperadores llegaron a considerar una
buena política tener al pueblo totalmente distraído y entretenido, para evitar
revueltas y tumultos. Así, desarrollaron una política que podría ser llamada de
panem et circenses, esto es, organizaban juegos y espectáculos en el circo y
en el Coliseo, que duraban cientos de días, por los más dispares motivos
religiosos o militares, para tener al pueblo controlado. Asimismo, les
proporcionaban pan, de modo gratuito, para que no tuvieren que trabajar ni
provocaren revueltas. Con esto tenían a la plebe controlada, proclive al
emperador, de modo que eran un contrapeso a posibles desavenencias del
Senado contra la figura imperial.
Eso hizo que Roma se convirtiere en una gran devoradora de recursos
económicos y financieros, así como alimenticios, de modo que cientos de
barcos y de carretas llegaban a diario a la capital imperial, trayendo recursos
de todas las regiones del imperio.
Finalmente, el pueblo romano mostró un decaimiento en cuanto a sus
obligaciones militares y sociales, de modo que el imperio se vio forzado a
importar mercenarios germanos para defender las fronteras del imperio contra
los ataques de otras tribus germánicas más belicosas o menos romanizadas
que las que se federaban con Roma.
Ello fue debido a que las clases acomodadas solo se preocupaban de la
suntuosidad y el lujo en que vivían, gestionando sus enormes propiedades,
mientras que las clases humildes solo se dedicaban a pasar su tiempo en los
diferentes juegos que organizaban para ellos los distintos emperadores, y en
obtener los repartos gratuitos de alimentos que se organizaban para ellas,
sobre todo en Roma y otras grandes ciudades. De modo que una buena parte
de ambas clases, (los honestiores por dedicarse a sus negocios privados, y los
humiliores por la extremada dureza de las condiciones laborales en el campo
extrarromano y el excesivo interés por los juegos en los urbanos), cayeron en
desinterés y desapego hacia la cosa pública, sus necesidades y obligaciones.
Por su parte, tanto Hispania como Galia fueron divididas en varias
provincias para su mejor gestión, pero englobadas en la misma prefectura, y
constituyendo cada una de ellas una diócesis, cuando Roma sintió la necesidad
de crear agrupaciones que englobaren varias provincias.
Asimismo, en los últimos y turbulentos siglos del Imperio, cuando hubo
varias divisiones del Imperio, ya fuere de manera pacífica para la mejor
gestión, o de manera violenta, por la elección o alzamiento simultáneo de
varios emperadores por parte de sus propias legiones, ambos territorios solían
acabar englobados en la misma partición.
El mismo camino de decadencia y de desintegración fue sufrido, en un
grado similar, por dichos territorios. El abandono de las ciudades y el refugio
de la gente en el campo, donde era más fácil subsistir en tiempos de carestía y
de inestabilidad política, acaeció en todo el occidente romano.
En tiempos de escasez y hambruna, la comida no llega a la ciudad, a la
que si llegan bandidos, saqueadores y enfermedades. De ella no se puede

48
escapar, y Roma forzó a los artesanos y a los funcionarios públicos, a que sus
hijos siguieren el oficio o puesto de sus padres, haciéndolos hereditarios, y
obligándoles además a cubrir con su peculio personal sus impuestos, y el del
resto de sus conciudadanos si ellos no cubrían su parte. Esto fue impuesto bajo
el emperador Constantino.
Todo ello forzó, como decíamos, un éxodo masivo hacia el campo, que
ofrecía todo aquello que la ciudad ya no podía dar. Participando en la
producción de alimentos, o estando lo más cerca posible de donde se producen
estos, es más fácil no pasar hambre. Por otra parte, la dispersión poblacional
de la vida rural, y su lejanía de los centros de decisión imperiales, fijos en las
ciudades, hace más fácil escapar a los tres grandes peligros de la época.
El primero, las enfermedades en forma de plaga, que se propagan en las
grandes concentraciones humanas aderezadas con una absoluta falta de
higiene y de alimentos.
El segundo, los recaudadores de impuestos y de soldados para el
moribundo, decadente y desprestigiado Imperio Romano, que se veía como un
tirano opresivo, que quitaba todos los recursos a sus ciudadanos sin
protegerlos a cambio de bandidos y bárbaros.
Este era el tercer peligro. Toda esta situación hizo que los campos se
llenaren de personas desheredadas y arruinadas de sus negocios, y de
soldados licenciados sin honor de los ejércitos de alguno de los emperadores
fallidos de opereta, que ya no tenían ni oficio ni beneficio, que recorrían
campos y caminos, asaltando a todos los incautos viajeros que aún transitaban
esas otrora magníficas y seguras calzadas romanas. O que asaltaban fincas
rústicas o caseríos, para obtener algo de comida o de oro, con suerte.
Sin olvidar las cada vez más numerosas y mayores oleadas de invasores
bárbaros que entraban en el Imperio, con o sin permiso oficial, para hacer
fortuna dentro de él. Algunas tribus se asentaban, ya daba igual en tierras
asignadas por el Imperio, o arrebatadas, a su libre albedrío, a los ancestrales
poseedores romanos de ellas, para dedicarse a la agricultura o a la ganadería.
Otros se dedicaban al saqueo y la rapiña, asediando y atacando ciudades
y fincas campestres, para obtener como botín cualquier cosa de valor que
pudieren obtener en ellas o de sus ocupantes, incluyendo rescates del Imperio
para refrenar su violencia.
Las tribus germanas habían al fin vencido al Imperio y rebasado sus
fronteras, irrumpiendo en las tierras imperiales en oleadas, como una tromba,
sin ningún control. En un principio, Roma se federó con algunas de ellas,
asentándolas dentro del imperio, y dándoles tierras en los limes, a cambio de
la prestación de servicios militares para colaborar en la defensa contra otras
tribus germánicas más intransigentes. Más tarde, el ansía de botín en algunas
de ellas, o la ineptitud y corrupción de muchos funcionarios romanos, hizo que
bastantes de ellas rompieran el pacto, y reanudaren la táctica de convertirse
en bandas de rapiña o saqueo, campando a sus anchas por el Imperio, o
decidieren moverse en busca de mejores tierras dentro del mismo Imperio
donde asentarse.
Eran una pléyade de pueblos germanos, como vándalos, alanos, suevos,
visigodos, ostrogodos, hérulos, lombardos, francos, anglos, jutos, sajones,

49
burgundios, que se extendieron, sobre todo, por la parte occidental del
imperio. Ya que la parte oriental, más rica y poblada así como mejor
organizada, podía hacer frente al peligro bárbaro, aún cuando a veces lograren
evitar el peligro lanzándolo contra la parte occidental.
Como el Imperio ya no podía ofrecer ningún remedio ni ayuda contra
esas calamidades que se cernían por sobre todas las tierras occidentales del
mundo romano, las gentes tuvieron que buscar ayuda en el único lugar que
ofrecía alguna seguridad.
Como vimos más arriba, el campo ofrecía la que parecía la única vía
factible para subsistir en esos tiempos difíciles, ya que las pequeñas y
dispersas fincas rústicas estaban alejadas tanto de las hordas bárbaras
invasoras y saqueadoras, que preferían atacar las ciudades, por la acumulación
de gente y por su antiguo esplendor, y que aún tenían abundantes riquezas y
el oropel de la antigua grandeza imperial, como también estaban alejadas de la
rapiña y de la avaricia de los funcionarios imperiales encargados de recaudar
impuestos para lo que quedaba de imperio, teñidos muchas veces de un grado
de corrupción y rapacidad que excedía al de los pueblos invasores.
Los terratenientes dueños de esas fincas podían costearse un pequeño
ejército privado que les defendiere tanto de las tribus bárbaras como de los no
menos implacables recaudadores.
A cambio de que les trabajaren las tierras, y que desempeñaren puestos
de artesanos en sus grandes latifundios, estos dominus ofrecían trabajo,
vivienda, comida y cierta seguridad a los grupos exiliados de las ciudades, a
cambio de la sumisión a su voluntad, convirtiéndose en pequeñas islas
semiautónomas de una relativa paz y prosperidad en medio del caótico mundo
de su alrededor.
Esta fragmentación del territorio, donde los poderes imperiales y
provinciales perdían mucho de su poder, reforzándose grandemente el poder
de las jerarquías locales, fue el inicio y el germen del feudalismo, que con el
paso de los siglos, fue afianzándose y extendiéndose por toda Europa, para
suplir la caída de todo poder político y militar central.
Por otra parte, desde Antonino, la distinción entre nobles honestiores,
que eran las clases altas de la sociedad, y las plebes humiliores, las clases
bajas, adquirió un matiz legal que fijó y regularizó los distintos derechos y
deberes que cada clase tenía de manera oficiosa desde mucho tiempo antes,
sirviendo de base a la posterior sociedad feudal, debido, entre otras cosas, a
que los emperadores permitieron que los patronos explotaren impunemente a
las clases de colonos, que no tenían nadie ni nada que lo defendiere de
aquellos, hecho que se perpetuó durante la Edad Media.
Cuando Odoacro, rey de los pueblos hérulos, depuso al último emperador
del Imperio Romano de Occidente, en el 476, un individuo llamado Rómulo
Augústulo, y envío al emperador de Oriente, la futura Bizancio, las insignias
imperiales, hacía mucho tiempo que el poder de este personaje no llegaba
mucho más allá de la ciudad en la que se encontrare en cada momento.
Roma había vuelto a ser saqueada por segunda vez en su historia
imperial. Ocurrió en el 410, y los responsables fueron las tribus visigodas,
como venganza por el incumplimiento de los pactos contraídos con ellas por el

50
imperio occidental.
Con el paso del tiempo, diversas etnias germánicas fueron
estableciéndose en las diferentes partes del imperio occidental. Así, por
ejemplo, contingentes anglos, jutos y sajones llegaron a Gran Bretaña. Los
grupos francos ocuparon el centro y norte de la Galia. Tribus ostrogodas y
lombardas en Italia. Otras vándalas y alanas en África del norte. Finalmente,
visigodas en el sur de Galia e Hispania, donde también estaban las suevas.
De modo que, sobre la base del pueblo, bastante romanizada, se
superpusieron las diferentes etnias germánicas que habían entrado en las
tierras imperiales, logrando una pequeña élite guerrera imponer su dominio
político sobre la varias veces más numerosa población romanizada.
Se apoyaron en las estructuras pervivientes del estado y de la iglesia,
adaptándose y adaptándolas a las vicisitudes del momento, para consolidar su
hegemonía, colocándose en la cima de ambas estructuras para controlar el
territorio y las gentes romanizadas que en él habitaban.
En mayor o menor grado, acabaron adoptando también la cultura de las
sociedades dominadas, dada su mayor sofisticación, complejidad e idoneidad
para la nueva vida que tenían, además de resultarles imprescindible para
relacionarse con sus nuev@s súbdit@s.

51
Parte Central; Clave de Bóveda.

Las legiones romanas se vieron, en las postrimerías del Imperio,


ampliamente superadas por el arrollador empuje de las hordas invasoras
germánicas. Por ejemplo, tuvieron que abandonar la isla de Bretaña, a
mediados del siglo V, ante la incapacidad de defenderla contra los contingentes
germánicos, y decidir concentrarse en la defensa de Roma y del continente.
Con lo cual, las poblaciones britanorromanas se vieron abocadas a
enfrentarse contra los pueblos anglos, sajones y jutos, sin el apoyo de las
legiones romanas.
De aquí surgió la leyenda artúrica, pero esa es otra historia que merece
ser contada en otra ocasión.
No obstante, en el continente, ni las legiones ni el pueblo, pudieron
ofrecer mucha resistencia ante el empuje de dichos pueblos bárbaros.
Las sociedades hispanorromana y la galorromana, totalmente
romanizadas, se vieron ampliamente superadas por las germánicas. Aquellas
gentes estaban plenamente imbuidas de la cultura romana, ya que hablaban
latín, adoraban a los dioses romanos, y estaban plenamente integradas en la
cultura romana. Sus ciudades estaban construidas y planificadas según los
planos romanos, con edificios públicos a imagen de Roma, como termas, circos
y anfiteatros. Incluso tenía toda la población del imperio la propia ciudadanía
romana, otorgada por Caracalla en el 212, (Constitutio Antoniniana). Sobre
este substrato en el que apenas quedaban restos de las lenguas y las culturas
prerromanas, (a excepción de la lengua vasca), se superpuso la religión
cristiana, que aprovechó las estructuras sociopolíticas imperiales para poder
expandirse con total facilidad hasta el extremo occidente, especialmente en las
ciudades, eliminando, y no muchas veces sin violencia, al resto de religiones, o
sensibilidades diferentes dentro del propio cristianismo.
Supuso un verdadero choque de culturas, o mejor, de civilizaciones, el
encuentro de los urbanizadas, latinizadas y sedentarias poblaciones de las
tierras imperiales, dedicadas al comercio y a la agricultura, con escaso espíritu
militarista, (llevaban decenios confiando su defensa militar en mercenarios
germánicos, de la misma cultura que sus invasores), y adaptadas a un régimen
de vida bastante pacífico y ordenado, gracias a la seguridad que les dio la Pax
Romana, asentada en el derecho y las otrora invencibles legiones, contra los
agresivos y guerreros pueblos germánicos, con un estilo de vida más sencillo,
mucho menos sofisticado y urbanita, sin el derecho codificado y la complejidad
de la vida que habían alcanzado la población romana.
El resultado fue que militar y políticamente, los pueblos germanos se
impusieron al romano, dominando la política y convirtiéndose en los dirigentes
de la nueva sociedad mixta germanorromana. Sus reyes se convirtieron en los
reyes de las gentes y de las tierras en los que sus armas consiguieron
imponerse, no solo contra las poblaciones romanas, sino, y sobre todo, contra
los otros pueblos germanos con los que competían para apoderarse del
máximo número posible de territorios y de personas, para crear sus propios
reinos.

52
Sin embargo, social y culturalmente, fue la cultura romana la que impuso
su elevado nivel de vida y de desarrollo sociocultural sobre las costumbres
germánicas, logrando que dichos grupos germanos adoptaren la superior
cultura romana.
Las tribus francas se asentaron en las tierras del norte de la Galia,
mientras que los grupos visigodos, tras saquear Roma, como vimos, en 410 y
llevarse a Gala Placidia, hermana del emperador, se dirigieron hacia occidente,
asentándose en las tierras provenzales del sur de la Galia y en las tierras
nororientales de Hispania, mientras que las invasoras suevas se apropiaron del
noroeste, la provincia de Gallaecia, y las hordas alanas y vándalas de la
provincia de la Bética, la actual Andalucía. Además, hubo un efímero reino
galorromano independiente entre París y Normadía, al sur de las tierras
francas, así como un territorio de las tribus burgundias, en lo que será Suiza y
la futura Borgoña.
A fines del siglo V, los grupos visigodos, que controlaban la mayor parte
de Hispania, así como la mitad sur de la Galia, aparecían el más próspero y
poderoso pueblo bárbaro en las tierras occidentales del Imperio.
El siglo V fue el período de mayor esplendor visigodo. Asentados
originariamente en la parte oriental del imperio, la llegada de las huestes
hunas los empujó muy adentro en las tierras imperiales, y, tras vencer y matar
al emperador Valente en la batalla de Adrianópolis, fueron reasentados, por su
sucesor, en Mesia, en el límite de ambas mitades del Imperio. Problemas de
subsistencia, les llevaron, como vimos, a entrar en Roma, y saquearla, siendo
nuevamente reasentados, por los emperadores occidentales, en la Provenza,
controlando la parte sur de la Galia, y la norte de Hispania. En 451, una
alianza de tropas romanas, burgundias y visigodas derrotaron a las hunas en la
batalla de los Campos Catalaúnicos, donde las huestes visigodas llevaron el
peso de la batalla y de la victoria, sobre todo su rey, Teodorico, que murió
cubierto de gloria en dicha batalla.
La diferencia numérica era abrumadora contra los pueblos germanos. Se
supone que fueron no más de 500,000 las personas que entraron en las tierras
imperiales, incluyendo mujeres y niños, mientras que se cifrarían en 4 ó 5
millones las gentes romanas habitantes de Galia y de Hispania.
Los grupos invasores no podían mantener indefinidamente su
superioridad política sobre las poblaciones romanas solo a base de supremacía
militar, sino que debían tratar de hallar una solución de compromiso, para
hallar una forma de convivencia que les asegurase el control pacífico de las
nuevas tierras obtenidas, sobre todo, ante las ansías expansionistas de otros
pueblos germánicos, que seguían penetrando por las tierras imperiales.
Y aquí fue donde los distintos pueblos empezaron a tomar diferentes vías
para encarar el problema
Por un lado, los grupos francos, que habían vencido a los pueblos
visigodos, expulsándolos de las tierras del sur de la Galia, se habían convertido
en los dominadores de toda la Galia, entre los Pirineos, los Alpes y el Rin. Al
llegar a su nuevo territorio, eran politeístas, y su monarquía adoptó una forma
hereditaria, de manera que se aseguró la estabilidad política, entre los propios
grupos francos, lo que les facilitó, a su vez, un mayor control de las

53
poblaciones galorromanas. El tener una forma establecida y asentada, más o
menos aceptada por todas las partes, para elegir a sus reyes, les otorgó
unidad y fuerza, cohesión, ante las mucho más numerosas, aunque débiles,
gentes galorromanas.
Además, tomaron una decisión, de marcado cariz político, que les
permitió romper el mayor y más grave motivo de divergencia cultural frente a
la ciudadanía gala. Esta era cristiana, y las tribus francas, politeístas, así que
decidieron convertirse al cristianismo en su versión católica, la misma del
pueblo galorromano, para establecer sólidos vínculos con este, y tratar de unir
ambos pueblos, para que la ciudadanía gala aceptare la monarquía franca, de
modo que todo el potencial militar y económico de las numerosas gentes galas
se fusionare con el de las francas para así poder hacer frente a la pléyade de
belicosos pueblos que les rodeaban, y para afianzarse, asimismo, en su nuevo
territorio.
Esto se demostró, a la postre, una muy inteligente decisión, ya que la
religión se mostraría como el más grave y determinante factor para unir o
separar pueblos, y esta decisión de los reyes francos hizo que el pueblo galo no
tuviere reparos de entidad para oponerse a las nuevas poblaciones francas,
llegando a aceptarlas como garantes de la consecución de paz y estabilidad en
sus tierras.
En cambio, los pueblos visigodos, tuvieron más problemas. Dominaban
gran parte de Hispania, y una buena parte del sur de la Galia, configurándose,
en los inicios del siglo VI, como el más fuerte, estable y prometedor pueblo
germano en las tierras romanas, anticipando un esplendor político de gran
relevancia y poder.
Pero la etnia visigoda tenía una debilidad; era arriana, mientras que sus
pueblos, tanto galorromano como hispanorromano, eran católicos, con lo cual,
los obispos les estaban enfrentados, soliviantándoles el apoyo popular.
Mientras, el pueblo franco, cuyo rey Clodoveo, en el cambio del siglo V al
VI, creó la dinastía merovingia, (partiendo de los territorios de la región de
París, que ha constituido desde el principio el centro y origen del reino de los
francos, luego reino de Francia), convirtió a su pueblo directamente del
paganismo al catolicismo. Eso le granjeó el apoyo del pueblo y del clero
galorromano, gracias a lo cual conquisto el estado galorromano de Soissons, y,
tras vencer a las tropas visigodas en Vouillé en 507 y expulsarlas de Galia,
(salvo Septimania), logró imponer su hegemonía en toda Galia, aunque no era
un estado unitario. En Bretaña se habían asentado gentes galesas huyendo de
las invasiones germánicas de su isla. Las romanizadas Aquitania y Borgoña,
tenían amplia autonomía, mientras que en el norte, Neustria, sobre el Sena, (el
antiguo reino galorromano de Soissons), y Austrasia, entre el Mosa y el Rin,
(primer territorio de los pueblos francos), tenían peculiaridades
diferenciadoras.
La futura Francia sufrirá una doble debilidad; por un lado, estas
pequeñas diferencias territoriales se mantendrán, mientras que los reyes se
verán convertidos en una mera figura decorativa, ejerciendo el verdadero
poder los mayordomos de palacio, que acabarán convirtiéndose en reyes de
Francia, inaugurando una nueva dinastía. Pero la costumbre franca de dividir el

54
reino entre sus hijos, a la muerte del rey, su otra debilidad, no permitió que la
derrotada monarquía visigoda recuperare los territorios que les arrebataron las
huestes francas, ni que se diluyese el poder franco.
Los pueblos visigodos, tras su derrota ante los francos, menos
poderosos, más recientemente llegados a estas tierras, y con menos
estabilidad y, aparentemente, capacidad para lograr afianzarse en esas tierras,
(lo que debió suponer una sorpresa, sobre todo para los propios reyes
visigodos), se vieron expulsados de las ricas, pobladas y civilizadas tierras del
sur de la Galia, viéndose confinados en las tierras hispánicas.
Establecieron la capital en Toledo. Leovigildo, a fines del siglo VI, controló
la Gallaecia sueva, sometió a los pueblos vándalos del sur, los valles cántabros
y vascones del norte, pero mantuvo, dado su arrianismo, la hostilidad contra el
clero hispanorromano, y la no identificación plena con el pueblo dominado.
Fue su sucesor, Recaredo, el que se convirtió, junto con su pueblo, al
catolicismo, eliminado su mayor motivo de fricción entre poblaciones visigodas
y el clero y el pueblo hispanorromano.
Salvo la costa mediterránea, el resto del territorio, especialmente la
meseta, eran tierras más áridas, menos pobladas y menos ricas. Además,
tenían mucha oposición para lograr el control de la península, ya que había
otros pueblos germanos en ella que les disputaban el control. Como hemos
visto, los grupos suevos ocupaban la Gallaecia, en el noroeste peninsular, en
tanto que la alianza de tribus alanas y vándalas ocupaban la Bética, en el sur
peninsular, a la que dieron su nombre, ya que Andalucía, etimológicamente,
deriva de Al Andalus, que a su vez deriva de vándalos.
Al final, lograron expulsar a la confederación vándalo-alana, que
acabaron cruzando a África y formando un efímero reino en las tierras
norteafricanas del imperio romano, hasta que fueron conquistados por las
fuerzas musulmanas, poco más tarde.
Por su parte, llegaron a una especie de alianza con los reyes suevos,
unificando los territorios controlados por ambos pueblos, bajo hegemonía
visigoda, ya que eran mucho más poderosos y numerosos que los escasos
grupos suevos. Así lograron alcanzar un control completo sobre las tierras
peninsulares, una vez vencidos los ejércitos bizantinos.
Los grupos suevos fueron uno de los primeros pueblos que se asentaron,
de manera estable y definitiva, en las tierras que ocuparon y les fueron
reconocidas por el Imperio Romano, dedicándose al cultivo de la tierra, y
logrando una profunda simbiosis con el pueblo hispanorromano con el que
convivieron. Se hicieron católicos, desde su fe pagana, como las poblaciones
dominadas, y adoptaron su lengua. Fueron temporalmente arrianos, por el
empuje y la dominación, temporal, a que se vieron sometidos por los reyes
visigodos, pero fueron, a su vez, el único pueblo que les disputó, seriamente,
el control de la Península Ibérica.
A mediados del siglo V, llegaron a dominar toda la mitad occidental de la
península. Al final, la conversión al catolicismo del reino godo, terminó por
unificar ambos pueblos, junto con el hispanorromano, bajo la monarquía
visigoda, si bien es cierto que no fue una unión completa, como luego se verá,
ya que los súbditos hispanorromanos nunca llegaron a identificarse plenamente

55
con los nobles visigodos, en tanto que la profunda unión alcanzada por el
pueblo suevo con el hispanorromano de la franja costera occidental, los futuras
sociedades gallega y portuguesa, que ya de por sí tenían características
culturales autóctonas, hizo que esta franja de territorio mantuviere algunas
peculiaridades culturales propias a lo largo de los siglos.
Bizancio, en los siglos VI y VII, había iniciado una política expansionista
para tratar de recuperar, al menos, parte de las antiguas tierras occidentales
del imperio. Llegaron a controlar gran parte de Italia, arrebatándosela a los
reyes ostrogodos, y cediendo luego parte ante el empuje de las tribus
lombardas. También ocuparon franjas de costa en el norte de África,
arrebatándosela a los pueblos vándalo-alanos, y porciones de costa
mediterránea peninsular, que supuso el mayor obstáculo que tuvieron que
vencer los reyes visigodos para poder controlar toda la península.
De hecho, hasta el primer tercio del siglo VII, no recuperaron estos reyes
godos las tierras, en el sureste de la península, controladas por los soldados
bizantinos. Mientras, en el extremo norte peninsular, las tierras de tribus
vasconas, cántabras, astures y galaicas, nunca fueron total y completamente
dominadas por los guerreros visigodos. En las zona gallega, por la pervivencia
del substrato suevo, en tanto que en la zona vascona, porque este pueblo
estaba en pleno proceso expansivo, ocupando los territorios de sus vecinos
cárdulos y caristios, así como expandiéndose por la Gascuña francesa,
ocupando los territorios, a ambos lados de los Pirineos, que aún hoy están
pobladas por gentes vascas, en España y Francia.
No obstante, los dos mayores problemas que tuvieron que afrontar los
visigodos, los traían consigo, y los tenían que resolver frente a los
hispanorromanos. La incompleta y tardía superación de ambos problemas, fue
a la postre lo que provocó la debilidad del estado visigodo, cuando se vio
sometido a fuertes tensiones.
Uno se superó parcialmente cuando, como hemos visto, Recaredo, a
fines del siglo VI, abandonó el arrianismo por el catolicismo.
El otro motivo, el carácter electivo de su monarquía, no fue nunca
superado, y fue causa de numerosas revueltas y levantamientos por parte de
la nobleza goda en favor de sus favoritos, hecho que en última instancia fue un
factor importante a la hora de precipitar la caída de la monarquía goda.
Los pueblos francos hablaban del morbo gótico del destronamiento. La
mayor parte de los reyes godos fueron depuestos, o asesinados, por facciones
nobiliarias que deseaban ver en el trono a otro rey más proclive a sus
intereses, sin olvidar a los propios hijos, que también, dado el carácter electivo
de su monarquía, no veían otra manera de asegurarse el trono frente a sus
hermanos y otros candidatos, lo cual hacía muy inestable y frágil la base del
poder real godo, siempre sospechando y expuesto a revueltas palaciegas
mientras el feudalismo y un incipiente nacionalismo surgieron como la mezcla
resultante entre, por una parte, la civilización romana, clímax del estatalismo
de las culturas mediterráneas precedentes, y por otra, el tribalismo localista de
los pueblos celtas y germánicos, anteriores y posteriores a la romanización,
originarios de la Europa central y nórdica, con todos los caracteres más arriba
mencionados.

56
Con esta situación fue con lo que se encontraron los caudillos
musulmanes cuando atacaron las tierras occidentales de Europa.
Antes de la invasión del 711, Musa envió una expedición en 710 de
saqueo por la zona de Algeciras al mando de Tarik, advirtiendo las
posibilidades de éxito en la península Ibérica. Al año siguiente, rearmó Tarik su
ejército sumando los 5,000 que él comandaba con 7,000 que pidió a su señor,
Muza, para poder hacer frente a los godos, para explotar y apoderarse de las
riquezas de esas tierras.
Se enfrentaron a las tropas del rey Rodrigo en dicho año 711 en el río
Guadalete, obteniendo una contundente victoria, contando con la ayuda de una
parte de las tropas godas, ya que se menciona en las crónicas que parte del
ejército godo ayudó a los musulmanes contra las tropas del rey Rodrigo y
comprobando la facilidad de la conquista y la división del pueblo godo, ya que
según las diversas, confusas y contradictorias crónicas de la época, el reino
godo estaba dividido entre el rey Rodrigo que tomó el poder por la fuerza y el
rey Agila II, heredero del anterior rey Witiza y apoyado por parte del consejo
elector. Rodrigo se encontraba, en los años 710-711, en el norte, reprimiendo
las revueltas de los pueblos vascones, y de la Galia Gótica, debiendo
reaccionar, rápidamente, con ocasión de la llegada de Tarik y su ejército
invasor de 12,000 soldados.
Ante ello, y viendo la rápida descomposición del poderío visigodo, que
además, no contaba con el apoyo de amplías capas de población, que recibían
con franca alegría, a los nuevos dueños de la situación, de modo que, en 714,
todo el territorio, salvo la Septimania, allende los Pirineos, y la costa cántabra,
desde el territorio de los antiguas tribus astures, hasta el de las vasconas, cayó
bajo el dominio musulmán.
Las propias crónicas musulmanas, al narrar la conquista, hablan de las
luchas intestinas que asolaban el reino, y de la invitación y ayuda que
recibieron de algunos godos para intervenir en la Península y ayudarles a
terminar con el usurpador, a cambio de un substancioso botín.
La Reconquista se convirtió en las mitificación del antiguo reino godo de
Toledo, y en la vuelta a aquel pasado idealizado.
Este hecho, capital en la historia peninsular, y que en toda Europa solo
tuvo un caso similar en los Balcanes, determinó un punto y aparte que
imprimió rumbos muy diferentes a la historia peninsular respecto de sus
vecinos de Europa occidental.
Los 781 años de dominación musulmana provocaron, en los primeros
siglos, que las tierras ibéricas se vieren marginadas de las corrientes culturales
que recorrían Europa, recibiendo, por contra, las que se desarrollaban en las
tierras islamizadas, debido al aislamiento inicial que sufrieron los reinos
cristianos supervivientes.
Hispania reflejaba, a escala, la misma situación que sufría el
Mediterráneo, ya que estaba dividida en un norte cristiano, muy fragmentado,
frente a un sur islámico unido y fuerte. Con el paso del tiempo y el
fortalecimiento de los reinos cristianos, y esto en Iberia se vivió antes, como
un anticipo de lo que sucedería después en la escala mayor, europea, en que la
situación se invirtió. El sur islámico se fragmentó y debilitó, mientras que el

57
norte cristiano se fortaleció, de modo que recuperó las tierras perdidas,
acabando por imponer su dominio sobre las tierras africanas, todavía islámicas.
Galia sufrió el mismo ataque que Hispania, aunque lo afrontó mejor.
Cuando en 732 los musulmanes lanzaron uno más de los ataques y
razzias contra el sur gálico, obtuvieron una respuesta contundente. Aunque no
fue organizada por los reyes merovingios, sino por Carlos Martel, mayordomo
de palacio, que era quien ejercía el poder verdadero. La contundente victoria
de las tropas francas y galas sobre las musulmanas en Poitiers, les hizo a estas
abandonar toda esperanza de proseguir sus conquistas allende los Pirineos,
aunque siguieron practicando rapiñas.
La derrota goda y la victoria franca inició un camino divergente en la
hasta ahora muy similar historia común de las tierras sud y norpirenaícas. La
diferencia no sería menor, entre Mediterráneo y Atlántico, como en época
grecorromana, sino una gran diferencia entre lo que sucedía al norte y al sur
de la cadena montañosa.
Una gran hecho diferencial entre los dos resultados puede que estribare
en el diferente grado de cohesión alcanzado por ambos pueblos germánicos.
Las facciones francas estaban unidas entre sí, ya que tenían una monarquía
hereditaria, que no se cuestionaban, y el hecho de dividir el reino entre sus
hijos, con ocasión de la sucesión, no debilitaba la unión del pueblo franco.
Además, la inteligente decisión de Clodoveo de convertirse a la religión que
profesaba el pueblo galo que había conquistado, mucho más numeroso que sus
tropas francas, le permitió unir ambas sociedades con el vínculo más fuerte
que existía en esa época, de gran efervescencia religiosa. Incluso se granjeó el
apoyo de los obispos galos, el único poder antiguo que quedaba en pie, y que
le ayudó a controlar al pueblo.
Por contra, el ya visto morbo gótico provocado por el carácter electivo de
su monarquía, hizo que los propios grupúsculos godos estuvieren
permanentemente enfrentados entre sí por la corona, dispuestos a traicionarse
y buscar ayuda extranjera para sus pretensiones. Fue una llamada de los
rivales de Rodrigo lo que facilitó la llegada de los musulmanes a la Península, y
una traición de aquellos mismos nobles descontentos, lo que posibilitó la
sorprendente y fulgurante victoria y conquista musulmana.
La tardía conversión de la fe arriana goda al catolicismo profesado por la
población hispana, mucho más numerosa, hizo que no hubiere un grado
profundo de unión entrambas sociedades, ya que la goda era considerada, por
muchas de las gentes hispanas, así como por los pueblos suevos sometidos,
por extranjera y pagana, apenas poco mejores que los mismos guerreros
paganos extranjeros llegados en 711.
La derrota goda en Guadalete en 711, y la victoria franca en Poitiers en
732 marca la clave de bóveda que actúa de gozne sobre el cual bascularán, en
diferentes rumbos, las historias de Hispania y de la Galia.
Es evidente que la historia de ambas tierras fue muy similar hasta la
irrupción de los pueblos germánicos, que supuso tan solo una superficial
diferenciación, ya que no había insalvables diferencias entre el estado godo y
el franco.
La mayor diferencia era la mayor cohesión alcanzada entre el pueblo galo

58
y el franco que la lograda por el pueblo godo e hispano, a pesar de la fuerte
influencia cultural y uniformizadora de la iglesia.

59
60
Tercera Parte; Caminos Divergentes.

Primer Capítulo; Edad Media.

El inicio del Imperio Carolingio tal vez pueda fijarse con Pipino el Breve,
hijo de aquel Carlos Martel que derrotó a los guerreros musulmanes en
Poitiers, y padre de Carlomagno. Derrocó al último rey merovingio, Childerico
III, ocupando el trono. En 742 había hecho una consulta al Papa Zacarías,
sobre la legitimidad del poder y la realeza acerca de si pertenecía a quien tenía
el título y no lo ejercía, o a quien lo ejercía aún no teniendo el título. El Papa
respondió a favor de él, autorizándole, de forma tácita, a coronarse rey.
Su abuelo, Pipino II, que controló a la nobleza neustrasiana, desde su
reino austrasiano, acabó dominando todo el norte, mientras que Aquitania,
Borgoña y Provenza escapaban al control de los reyes francos.
La victoria de Carlos Martel en Poitiers ante las fuerzas musulmanas, en
732, le permitió controlar Aquitania, mientras que el tener que enfrentarse a
las razzias musulmanas por el sur de Francia, le ayudó a acercar Provenza y
Borgoña a su autoridad como sostén contra aquellas.
A fines de siglo, los reyes francos controlaban todas las tierras al norte
de los Pirineos que habían pertenecido a los vencidos reyes godos.
Posteriormente, se introducirían en la Península Ibérica, tomando primero
Gerona y luego Barcelona, que sería la capital de la Marca Hispánica, para
frenar las razzias musulmanas por su territorio, aunque fracasaron en su
intento de llegar hasta el Ebro, teniendo como punto de control más sureño
Tarragona. Más tarde, los monarcas francos unieron los territorios catalanes
con los de la Narbonense, bajo su hegemonía, aunque cuando los condados
catalanes obtuvieron su independencia respecto del reino franco, mantuvieron
el control sobre Rosellón y Cerdaña. Por esas mismas fechas, Pamplona y Jaca
también se liberaron de la soberanía franca, siendo las sedes de los futuros
reinos de Navarra y Aragón, respectivamente.
Todo ello hizo que desde el occidente hasta el oriente peninsular, los
reinos fueren adquiriendo matices diferenciadores. La influencia franca,
europeizadora y cosmopolita, fue más fuerte cuanto más profunda fue su
influencia, de modo que las poblaciones catalanas fueron las más
europeizadas, gracias a dicha influencia franca, de todos los pueblos
hispánicos, gracias también al influjo cultural y comercial recibido a través del
Mediterráneo. Las poblaciones aragonesas, navarras y castellanas recibieron
también influencia franca, aderezada además por la influencia vascona, que
oscilaba como gozne unificador entre las tierras francas y las hispánicas.
Finalmente, las sociedades leonesa, asturiana y gallego-portuguesa, fueron las
más apegadas a sus tradiciones seculares, (la vascona también se mantuvo
fieles a sus costumbres seculares, pero por otros motivos), y manteniendo
más vivo el influjo suevo autóctono, y menos influencias europeizantes.
Castilla, el reino situado en el centro geográfico de todos los territorios, y
que alcanzó, con el devenir de los siglos, la preponderancia entre todos los
demás reinos hispánicos, fue el que recogió la mezcla de todas las influencias
experimentadas en la Península. Por un lado, heredera del reino leonés,

61
recogió la tradición secular histórica de ser la sucesora del antiguo reino godo,
tradición que mantuvo viva la corona leonesa, motivo por el cual se intitularon
emperadores algunos reyes leoneses. Por otra lado, surgió junto a tierras
vasconas, recibiendo simultáneamente dicha influencia revitalizadora vascona y
la franca, actualizando y combinando ambas corrientes, que hizo que Castilla
fuere el más dinámico de los reinos en cuanto a su organización y expansión,
como veremos, hasta el siglo XVIII.
Por otro lado, los monarcas francos tenían la costumbre de dividir el
reino entre sus hijos, como hizo Carlos Martel entre Pipino y Carlomán. La
abdicación de este último dio a Pipino todo el reino. Pipino logró controlar la
Septimania y Aquitania, en rebeldía, con lo cual pudo legar a su muerte, el
control de casi toda el territorio, tras vencer a los distintos señores
territoriales, sobre todo en el sur. Volvió a dividir el reino entre sus hijos,
Carlos y Carlomán; la muerte de este último entrega todo el reino a Carlos,
que fue el creador del gran imperio carolingio.
Continuó con la política iniciada por sus antecesores de unir y
engrandecer sus tierras. Para defenderse de las incursiones de las huestes
musulmanas, decidió intervenir en Hispania, controlando los territorios
catalanes hasta Barcelona, con lo que configuró la Marca Hispánica, hecho que
hizo que de todos los territorios hispánicos, Cataluña fuere la que más influjos
europeizantes recibiere, como hemos visto, desde el llamado Renacimiento
Carolingio Este fue un efímero período de esplendor y reverdecimiento cultural
que favoreció Carlomagno desde su corte de Aquisgrán.
El año 843 es una fecha clave de la historia, no solo para Francia, sino
para toda Europa, ya que en ese año se firmó el tratado de Verdún, por el cual
se dividió, definitivamente, el imperio carolingio entre los herederos del
emperador, en tres partes, que acabaron constituyendo los modernos países
europeos.
Carlos recibió Francia, Luis, Alemania y la corona imperial, mientras que
Lotario, la Lotaringia, una estrecha franja entre Francia y Alemania, que se
extendía desde Flandes hasta el Adriático, y que constituyó, con el devenir del
tiempo, Holanda, Borgoña e Italia.
Acercándose el año 1000, cuando Hugo Capeto dio inicio a su dinastía,
Francia, por la debilidad de los últimos reyes carolingios, había acabado
fragmentada en una cincuentena de principados con un gran margen de
autonomía feudal, destacando de entre ellos, por encima incluso del poder del
dominio directo del rey, en L'Ile de France, los territorios de Borgoña, Flandes,
Aquitania, Bretaña, Normandía.

62
63
El rey era, de un modo simbólico, el punto de unión del pueblo francés, y
cima de todos los estados feudales, adquiriendo tintes casi mágicos, como la
capacidad de curar la escrófula solo con la imposición de manos. Con Enrique I
y Felipe I se alcanzó el mayor grado de descomposición del poder real y, a

64
inicios del siglo XII, un lento inicio de la recuperación del poder real,
empezando con el ya citado territorio patrimonial del rey, en torno a París, con
Luis VI y Luis VII.
Pero este último rey, repudió a Leonor de Aquitania, la cual casó con
Enrique Plantagenet, futuro rey de Inglaterra, que sumó a sus territorios de
Anjou y de Normandía, el poderoso Ducado de Aquitania, llegando a controlar
toda la costa atlántica francesa desde Calais hasta los Pirineos. Así, Inglaterra
controlaba todo el occidente francés, mientras que Aragón controlaba el sur, y
Borgoña el este, quedando reducido el territorio controlado por el rey francés
al norte del país.

Mientras, en Hispania, los ejércitos musulmanes habían controlado casi

65
toda la Península. Los nobles godos se refugiaron en los montes cántabros y
vascos, evitando, como en Covadonga, (722), caer bajo el control musulmán.
El desinterés y los problemas internos de Al Andalus, hizo que los reinos
cristianos pudieran iniciar una tímida expansión.
Así, Alfonso I, a mediados del siglo VIII, se afianzó en Asturias y controló
Galicia. Alfonso III, a inicios del siglo X, llegó a controlar todas las tierras al
norte del Duero, hasta Oporto. Por esas fechas, Castilla, aún como condado,
consiguió una virtual independencia de León, aunque acabó cayendo, a inicios
del siglo XI, bajo la influencia navarra.
Navarra, que había resistido las presiones musulmanas y las carolingias,
acabó recurriendo a la ayuda de estos últimos reyes para afianzar su reino, de
modo que a inicios del siglo XI, con Sancho III el Mayor, controlaba el condado
de Castilla, la región de Pamplona, a los valles vascones y los condados
pirenaicos aragoneses, llegando a intitularse Emperador, arrebatando el título a
los reyes leoneses, que lo consideraban propio, al decirse descendientes de los
antiguos reyes godos.
Al morir Sancho III el Mayor de Navarra, en 1035, repartió el reino
entre sus hijos, con lo cual debilitó su reino, e impidió que alcanzare una plena
hegemonía sobre el resto de reinos cristianos. A su primogénito le dejó
Navarra, con La Rioja y Vasconia. Al segundo, primer rey de Castilla, esta y
parte de León. Al tercero, los condados de Sobrarbe y Ribagorza. A un
bastardo, el reino de Aragón.
En Jaca, al calor de los carolingios, había surgido el condado de Aragón,
que osciló de la influencia carolingia hasta la navarra, constituyéndose en reino
tras la muerte de Sancho el Mayor en 1035. Poco después, este reino se
anexionó los condados de Sobrarbe y Ribagorza.
Los reinos cristianos, como estamos viendo, tuvieron una larga historia
de luchas, uniones y separaciones, por alcanzar la hegemonía sobre el resto de
reinos cristianos, y así encabezar y dirigir la reconquista contra los estados
taifas musulmanes. Los reyes desarrollaron un sentido patrimonial del reino, a
semejanza de los reyes francos del norte, de modo que a su muerte, dividían
el reino entre sus hijos.
Ello hizo que a todo lo largo de la Edad Media hubiere una larga serie de
uniones y divisiones entre los distintos reinos, y numerosas guerras entre
ellos, que retrasaron a la postre, el esfuerzo y el proceso de reconquista de las
tierras ocupadas por la invasión musulmana.
Castilla y León, hasta su unión definitiva en 1230, tuvieron varias
uniones y separaciones, así como guerras entre ellos, por cuestiones dinásticas
y fronterizas, hasta que se impuso Castilla. Así, a mediados del siglo XI,
Fernando I, que venció al rey leonés y unió León y Castilla, volvió a separar
sus posesiones, de modo que dividió entre sus tres hijos el reino, surgiendo
una Castilla, un León y una Galicia independientes, entre otros repartos
menores. Esta es la época del Cid; el rey de Castilla conquistó Galicia y León,
pero fue asesinado, logrando la corona su hermano el depuesto rey de León, el
cual, más adelante, acabó creando el reino de Portugal, al concederlo como un
pago a uno de los nobles, Enrique de Borgoña, que le ayudó en la lucha contra
los almorávides.

66
Y ya antes, a mediados del siglo X. Alfonso III, al morir, había dividido su
reino entre sus tres hijos, creando una Asturias, una Galicia y un León
independientes, siguiendo las líneas que empezaban a configurar una
personalidad distintiva a esos territorios, y acentuándolas, simultáneamente.
Así, el reino de León, que fue, originariamente, el más poderoso de los reinos
cristianos occidentales de Hispania, distaba mucho de ser homogéneo. En su
parte occidental, Asturias y Galicia, (y más tarde Portugal) tenían una
personalidad diferente de la parte central, genuinamente leonesa, llegando a
tener independencia en algunos períodos de su historia. Su parte oriental
Castilla, tenía un fuerte influencia de repobladores francos y vascones,
configurando una personalidad y una lengua a su vez diferente de la leonesa,
de la cual llegaría a ser su más fuerte competidora por la hegemonía
occidental, empresa en la cual a la postre se impondría Castilla a León.
Fue una época turbulenta en los reinos cristianos occidentales, ya que la
autoridad del rey no era respetada. Portugal se hizo totalmente independiente,
convirtiéndose el condado en reino de Portugal, aunque nominalmente vasallo
del rey leonés. Las sociedades gallega, castellana y leonesa no aceptaban el
someterse a los reyes de los otros reinos. Finalmente, Alfonso VII reunificó
todos los territorios salvo Portugal, pero volvió a dividir el reino a su muerte,
dejando León, Galicia y Asturias a un hijo, y Castilla y Toledo al otro.
Portugal, concedida como un condado hereditario y virtualmente
independiente, aunque sometido al vasallaje del rey de León, consiguió
finalmente el título de rey, aunque manteniendo su vasallaje al rey de León,
que ostentaba el título de Emperador de las Españas. No obstante, Portugal
transmitió su vasallaje desde el rey leonés al papado, con lo cual afianzó de
manera definitiva su independencia del reino leonés.
No obstante, alianzas matrimoniales hicieron que a fines del siglo XIV,
alegando dichas alianzas, Castilla intentaré ocupar Portugal, pero la derrota de
Aljubarrota, en 1385, rompió todo posibilidad de reincorporar Portugal a la
corona castellano-leonesa.
En 1230, como dijimos, el rey de Castilla unió los dos reinos de forma
definitiva.
Antes, en 1200, los territorios vascos se separaron de Navarra,
incorporándose a Castilla, que les respetó fueros y tradiciones. Fue una
decisión que adoptaron los territorios de Álava, Guipuzcoa, Vizcaya y La Rioja,
tras el asesinato en 1076 del rey de Navarra, ya que prefirieron estar bajo la
tutela del rey de Castilla que bajo la del nuevo rey de Navarra, ya que ésta
estaba cayendo bajo la influencia aragonesa.
Por su parte, Navarra, tras las pérdidas del testamento de Sancho III,
perdió en guerra, contra Castilla, las tierras riojanas y alavesas, acabando,
junto con los condados de Sobrarbe y Ribagorza, entre fines del siglo XI y
mediados del XII, bajo dominio aragonés.
Posteriormente, problemas dinásticos, hicieron que Navarra se
independizare de Aragón, que acabó uniéndose, por vía matrimonial, con el
condado de Barcelona.
Navarra, tras la pérdida de la hegemonía peninsular con la muerte de
Sancho el Mayor, tuvo problemas fronterizos y guerras con los dos reinos

67
adyacentes, Castilla y Aragón, en las cuales fue perdiendo tierras fronterizas y
poder político, llegando a estar, como hemos visto, sometida a estos reinos, lo
que finalmente provocó que perdiere todo interés en los asuntos hispánicos,
buscando la alianza con el rey de Francia, a la vez que entraba de lleno en la
política francesa, desde sus posesiones ultrapirenaícas en el Bearn francés, ya
que pronto perdió toda opción en la Reconquista.
El último rey conjunto de Aragón y Navarra, al morir sin descendencia,
legó sus reinos a las Órdenes Militares, algo que ni los nobles aragoneses ni
navarros aceptaron, eligiendo cada reino un rey diferente y consumando la
separación de ambos reinos, hecho que inclinó los intereses aragoneses hacia
oriente y los condados catalanes.
Estos condados, a inicios del siglo XII, llegaban a controlar los territorios
entre Tarragona y Montpellier. A mediados de dicho siglo, el matrimonio de
Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, con Petronila, hija del rey aragonés,
hizo que Alfonso II de Aragón, y I de Cataluña, fuere el primer rey del nuevo
reino catalano-aragonés. También en este reino se practicaba la costumbre real
de dividir el reino entre sus hijos a la muerte del rey, y a fines de dicho siglo
XII, el rey repartió sus reinos, dejando Aragón y Cataluña al mayor, y al menor,
las tierras provenzales.
Desde mediados del siglo XI hasta mediados del XII, el condado de
Barcelona desplegó una doble ofensiva expansiva, que la acabó uniendo con
Aragón. Hacia el sur, reconquistó todos los territorios de la actual Cataluña,
mientras que hacia el norte, se extendía por el actual territorio del Languedoc-
Rousillon, hasta inicios del siglo XIII, donde, con ocasión de la cruzada
albigense, Simón de Montfort, tras vencer y matar al rey aragonés Pedro II en
Muret, en 1213, acabó con la política occitana del reino de Aragón.
Esta derrota permitió al rey francés, Luis VIII, apoderarse de Languedoc,
Carcasona y Beaucaire.
Dicho reino de Aragón, cortada su expansión por el sur francés, y
acabada la Reconquista que tenía pactada con Castilla en España, no le quedó
más vía que emprender una expansión por el Mediterráneo, que además era
defendida por los mercaderes catalanes y valencianos, ya que favorecía su
política mercantil, iniciada a fines del siglo XIII por Pedro III, que conquistó
Sicilia.
En la Corona de Aragón, las tres cortes de Aragón, Cataluña y Valencia,
tenían una gran autoridad, ya que fueron las que, a inicios del siglo XV, al
morir sin descendencia el rey aragonés, decidieron entregar la Corona a una
rama de los Trastámara, la misma dinastía que reinaba en Castilla.
Aragón tenía muy diferentes personalidades en los tres reinos y el
principado que la componían.
En el reino de Aragón, la nobleza y el campo, eran los preponderantes.
En el reino de Mallorca, que durante mucho tiempo, en virtud de la
tendencia de dividir el reino entre sus hijos, fue independiente, la burguesía
catalana era la dominante.
En el reino de Valencia y el Principado de Cataluña, las ciudades, que a
semejanza de las ciudades estado italianas, eran bastante autónomas, y
ejercían el poder político en el territorio, estaban controladas por la burguesía

68
mercantil. Destacaban Barcelona y Valencia.
Mientras que Castilla, en los últimos siglos medievales se dedicaba a
terminar la Reconquista peninsular, y a resolver sus asuntos internos, dividida
y debilitada por una feroz lucha entre el rey y la nobleza por el poder político
del reino, sin apenas participar en la política internacional, Aragón desplegó
una política radicalmente opuesta. Dado que había terminado pronto su
reconquista peninsular, y su potente y emprendedora burguesía mercantil
catalano-valenciana tenía múltiples intereses en el Mediterráneo, desarrolló
una política expansiva por dicho mar, que le llevó a ocupar Córcega, Cerdeña y
Sicilia. La expansión aragonesa alcanzó hasta imponer un breve dominio sobre
los Ducados de Atenas y Neopatria, siendo una potencia a tener en cuenta en
la política euromediterránea, que la enfrentó, en otros frentes, con su rival
Francia, e incluso llegó a enfrentarle con el Papa. En los albores del siglo XV,
Aragón controló Nápoles, territorio reclamado también por una rama de la casa
real francesa de Anjou, lo que hizo que el Papado, profrancés, apoyare a
Francia contra Aragón, y provocó la intervención del nuevo reino de los Reyes
Católicos en defensa de la posición aragonesa.
Castilla tenía, desde su reunificación definitiva con León en 1230, unas
solas Cortes, convocadas, organizadas y controladas por el rey, sin poder
legislativo y cuya única función era votar los impuestos.
En cambio, Aragón tenía unas Cortes por cada reino, con un verdadero
poder legislativo en colaboración con el rey. Las aragonesas tenían cuatro
brazos, (alta nobleza, baja nobleza, clero y pueblo), mientras que las
mallorquinas, valencianas y catalanas tenían tres, (nobleza, clero y pueblo).
Así eran también como estaban configuradas las cortes sarda y sícula, mientras
que en la napolitana, solo estaba representada la nobleza y la ciudad de
Nápoles.
A semejanza de las castellanas, las cortes navarras y portuguesas eran
muy semejantes a aquella en cuanto a funciones, aunque las navarras tenían
tres brazos, como las catalanas, valencianas y mallorquinas.
En los reinos de Aragón y Navarra surgieron, en el siglo XIV, las
Diputaciones, cuya función original era velar por el cumplimiento de lo
acordado en Cortes, en los períodos que mediaban entre estas. Pero las de
Cataluña, que se llamaron Generalitat, obtuvieron un gran poder político y
militar, ya que dirigían la defensa del territorio, velaban por el cumplimiento de
la ley, por la recaudación de impuestos, e incluso por tomar juramentos de
fidelidad a todos los cargos políticos, incluyendo al propio rey.
Incluso Aragón, hecho único en toda la Europa Occidental, tenía el cargo
de Justicia, ocupado por un noble designado por la Cortes, aunque finalmente
recayó en la familia de los Lanuza. Este Justicia se encargaba de vigilar que las
leyes del país no fueren violentadas por ningún cargo público del país, y
defender a los individuos contra las arbitrariedades del poder político, un claro
antecedente de nuestro actual defensor del pueblo.
Aragón, en sus conquistas de Cerdeña, Sicilia y Nápoles, implantó el
mismo sistema que regía en sus territorios peninsulares, de modo que la
Corona de Aragón era una especie de monarquía federal, con amplias
libertades, no solo individuales, sino de los propios territorios conformantes.

69
A lo largo de la Edad Media se pueden ver unas líneas de interés que
luego se irán confirmando con el paso de los siglos, y que llegarán a tener
alguna relevancia. Castilla, y más tarde Navarra, en virtud de alianzas
matrimoniales tendrá una mayor cercanía y tendencia a mantener alianzas con
Francia, que la Corona aragonesa, salvo hechos puntuales como la guerra civil
entre Pedro I el cruel y Enrique I de Trastámara, ya que el rey legítimo se
granjeó la enemistad de Francia, que otorgó su ayuda al pretendiente,
mientras que el rey legítimo, Pedro I, recurrió a la ayuda del mayor enemigo
del aliado de su enemigo, logrando la ayuda de Inglaterra, en guerra con
Francia, (la Guerra de los Cien Años).
Puede observarse dicha guerra civil castellana como una ramificación de
la Guerra de los Cien Años, ya que Inglaterra y Francia buscaban cualquier
oportunidad para atacar y debilitar la posición de su rival, allí donde hubiere
ocasión. El triunfo del candidato patrocinado por las armas francesas, fue
quizás síntoma revelador de la paulatina superioridad que Francia iba
obteniendo en dicha guerra contra Inglaterra.
La separación entre los reinos alcanzaba incluso al aspecto tributario, ya
que las aduanas y los impuestos en ellas recaudados, se dividían en dos
grupos, los llamados Puertos de Mar, en la costa, y los Puertos Secos, en las
fronteras de Castilla con Aragón, Navarra y Portugal, desde al menos el siglo
XII.
En cambio, Aragón, tenía a Francia por su mayor rival. En principio,
porque Francia deseaba las tierras nordpirenaícas, entre Tolosa y Niza, que
eran posesión del rey aragonés. Posteriormente, porque Aragón ocupó las
tierras de Sicilia y de Nápoles, que habían pertenecido a una rama de la casa
real francesa de Anjou, y que estos querían recuperar Por ello, Aragón buscó
alianzas militares y matrimoniales en el ámbito alemán.
Aragón y Francia, bajo San Luis, Luis IX, a mediados del siglo XIII,
firman el tratado de Corbeil, por el cual Aragón renuncia a las tierras al norte
de los Pirineos, mientras que Francia refuerza su control sobre esas tierras
mientras que renuncia a sus antiguos derechos sobre la Marca Hispánica.
Francia, una vez eliminado el peligro sureño de Aragón, enfrentó el
problema del imperio inglés angevino en el oeste de Francia, resuelto a través
de la serie intermitente de conflictos que se ha llamado la Guerra de los Cien
Años, donde se configuró la idea de que el rey encarnaba el espíritu del país, y
contribuyó a generar sentimientos nacionalistas y xenófobos, alimentados
entre las poblaciones inglesas y francesas con motivo de la lucha por la
hegemonía en Francia.
A mediados del siglo XV, solo quedaba Borgoña como territorio,
nominalmente sometido al rey de Francia, pero independiente en la práctica, y
contrario a la hegemonía de los reyes. Borgoña, en su momento de máximo
esplendor, controlaba los territorios que en una franja, se extendían desde
Suiza hasta Bélgica, como bisagra entre Francia y el Sacro Imperio Romano
Germánico, hasta fines del siglo XV, que vio su territorio muy disminuido por la
acción de los reyes franceses, viéndose limitada a Bélgica y las tierras en la
frontera franco-alemana. Lo que impidió que surgiere en Borgoña un verdadero
estado monárquico, como la mayoría de los demás estados eurooccidentales,

70
fue la ausencia de un verdadero espíritu nacional, de formar parte de una
misma comunidad nacional, ya que se componía de diferentes territorios y
estados, con lenguas y culturas no convergentes.
Aprovechó el rey francés la revuelta de Lorena y Suiza contra Borgoña,
para debilitar el Ducado-Condado, arrebatándole parte de sus territorios, y
sometiendo a su autoridad política el resto. Por herencia familiar obtuvieron los
reyes franceses la parte de Provenza que aún no dominaban, y por
matrimonio, a fines del siglo XV, consiguieron Bretaña. De modo que, a fines
del siglo XV, Francia era el estado más compacto y extenso de Europa
occidental, tras varios siglos de lucha de los reyes franceses por recuperar los
territorios del antaño territorio de la Galia, que consideraban su reino, desde
los Pirineos hasta el Rin.
En ese mismo siglo XV, se empezó a hablar de Francia, ya no de reino de
los francos. Antes, se hablaba en términos de cristiandad, para referirse al
conjunto de los reinos cristianos de Europa, y de pueblos. Los reyes eran reyes
de los pueblos, pero en este siglo se empezaron a intitular reyes del territorio,
adquiriendo un cariz patrimonial, sobre el reino y las gentes que gobernaba, de
modo que se estableció una sutil diferencia, de índole aristocrática, que
separaba a la realeza del pueblo gobernado, matiz que no se apreciaba cuando
se denominaban reyes del pueblo correspondiente, como francos.

71
72
Segundo Capítulo; Edad Moderna.

En todos los reinos peninsulares reinaban distintas ramas de la Casa de


Trastámara, lo que hacía que Isabel y Fernando fueren familiares. Se casaron
en 1469, siendo ella coronada reina de Castilla en 1474, y heredando él el
reino de Aragón en 1479.
No obstante la unión dinástica, ambos reinos mantuvieron todas sus
instituciones, unidas solo en la persona de los Reyes Católicos.
Su reinado inició una nueva etapa en la historia de los reinos
peninsulares, ya que ninguna de las dos coronas dividió sus reinos al morir,
sino que los mantuvieron unidos, legándolos juntos, rompiendo la secular
tradición hispánica, y abriendo un nuevo período.
No fue una unión total entrambos reinos. El derecho público de Castilla
era diferente al de Aragón. Aunque a Fernando se le reconocía plena capacidad
ejecutiva en Castilla, Isabel se aseguró de afirmar su preponderancia como
reina única de Castilla, teniendo ella todos los derechos, no teniendo más base
Fernando para ejercer su autoridad en Castilla que el hecho de ser esposo de
la reina legítima, quedando ello refrendado en el contrato matrimonial y en la
Concordia que firmaron en Segovia.
Castilla era un reino más orientado a la libre actuación del poder real, ya
que sus Cortes no tenían poder legislativo, más allá del poder denegar las
peticiones de dinero formuladas por los reyes, pero sin capacidad de oponerse
a las decisiones reales. Además, salvo los fueros de las provincias vascas, que
eran, en verdad, tan proteccionistas y salvaguardistas de los derechos
personales y locales como las leyes aragonesas, el resto del territorio tenía una
legislación más autoritaria y centralizada.
Navarra, que fue originariamente incorporada por Fernando a Aragón en
1512, fue traspasada al dominio castellano, en 1515, para no potenciar el
regionalismo navarro, amparado por las regionalistas y garantistas leyes
aragonesas. Aunque conservó sus leyes, costumbres y parlamento, esperaba
Fernando que estar bajo la corona de Castilla los haría menos contestatarios al
poder real.
Los Reyes Católicos mantuvieron intactas las instituciones de ambos
reinos, no asentándose la unión más que en compartir una misma cabeza, que
eran sus mismas majestades. Incluso todas las conquistas que realizaron se
adscribieron como incorporadas a uno de los reinos, no a la unión de ambos;
así Aragón incorporó Nápoles, mientras que Castilla incorporó Navarra,
Granada e Indias. Cada reino controlará, y empleará, preferentemente, sus
impuestos en sus propios asuntos. Hasta tal punto llegará la diferenciación de
ambos reinos, que los súbditos de Aragón, comerciantes catalanes sobre todo,
no tendrán permitido comerciar con Indias, sino en calidad de personas
extranjeras, con las mismas condiciones que se exigían, por ejemplo, tanto a
los banqueros alemanes como a los comerciantes genoveses, con la esperanza
de controlar el comercio y el flujo monetario que llegaba de América, evitando
la fuga de capitales.
Eso explica que a la muerte de Isabel la Católica, Fernando no fuere más
que rey de Aragón, ya que la corona castellana la heredó su hija Juana, como

73
hija a su vez de Isabel, quedando él obligado a volver a sus reinos
patrimoniales.
Así, por ejemplo, Andrés Bernáldez, en sus Memorias del reinado de los
Reyes Católicos, dirá:
-Don Fernando y Doña Isabel, por la gracia de Dios, rey y reina de
Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de
Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de
Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gibraltar y de las islas de
Canaria, conde y condesa de Barcelona, y señores de Vizcaya y de Molina,
duques de Atenas y de Neopatria, condes de Rosellón y de Cerdeña,
marqueses de Oristán y de Gociano-.
Una especie de doble monarquía que no se fusionará definitivamente en
una sola hasta la llegada de los Borbones en el siglo XVIII. Y dado que Castilla
es mucho más grande y poblada que Aragón, además de más sumisa a los
designios reales, será con sus leyes, costumbres y lengua con lo que se arrope
la configuración del nuevo estado español.
Nebrija decía que siempre la lengua fue compañera del imperio. Así como
todos los aspectos políticos y administrativos de Castilla se usaron para
construir el estado español, el castellano, la más hablada y más dinámica
lengua hispánica, fue adquiriendo el epíteto de español, a guisa de marca de
supremacía sobre las demás lengua peninsulares, que se vieron arrinconadas
por aquella, debido al prestigio de la sociedad, la cultura y el arte castellano.
Otro de los objetivos de los Reyes Católicos fue el de reforzar el poder de
los reyes, reduciendo el de la nobleza,y sometiéndola al control real.
Cuando Isabel y Fernando se casaron, cinco eran los reinos de la
Península Ibérica; Granada, Navarra, Castilla, Aragón y Portugal.
De estos cinco, solo Aragón y Portugal tenían interés real en la sucesión
a la corona castellana tras la muerte de Enrique IV. El territorio castellano, así
como su población, era varias veces superior a la de cada uno de los reinos
que la flanqueaban en ambos costados. Además, su economía, basada en la
cría de ovejas para obtener lanas, así como la comercialización de paños, sobre
todo con los Países Bajos y territorios adyacentes, la hacía más vigorosa que la
de sus vecinos, sobre todo Aragón, cuyo otrora pujante comercio catalán en el
Mediterráneo, languidecía, en parte provocado por la confrontación contra
Francia y el Papado.
Todos los reyes hispánicos albergaban el ideal de unificar toda la
Península en un solo estado, pero tras la derrota de Castilla frente a Portugal
en Aljubarrota, en 1385, ya solo aspiraban a lograrlo en virtud de alianzas
matrimoniales.
Además de Aragón y Portugal, la sucesión dinástica en Castilla interesaba
a otros estados europeos, sobre todo Francia y el Papado, sobre todo por la
forma en que afectase a Aragón, ya que ambos eran rivales de éste por el
control de Italia. Sin olvidar que Francia había sido, tradicionalmente, una
aliada sólida de Castilla, tanto como una rival acérrima de Aragón, desde hace
siglos, por el control de lo que fue en su día la vieja Galia Gótica de los
visigodos. Francia temía que una unión Castilla-Aragón le hiciere perder una
vieja aliada, así como reforzar a un enemigo secular.

74
Finalmente, en el campo internacional, el nuevo estado será una potencia
europea, y, más tarde, mundial.
Aragón aportará el prestigio, los territorios y la política de una gran
potencia, mientras que Castilla aportará los medios y el imperio colonial
americano.
Castilla era con mucho el reino más poderoso militar, económica y
demográficamente, ya que tenía unos cinco millones de habitantes, mientras
que tanto Aragón como Portugal rondaban el millón de habitantes cada uno.
En cambio, políticamente, Castilla, dados los enormes problemas que
afrontaba por la lucha entre nobleza y corona, estaba sumida en un marasmo
que la convertía en un estado bastante apático, que apenas intervenía en la
política internacional, más allá de la conquista de las islas Canarias y la toma
de algunas ciudades norteafricanas para contener a los piratas musulmanes,
objetivos parecidos a los que tenía Portugal, con la cual competía por el control
del paso del estrecho y de la costa norteafricana.
No obstante, tanto Portugal como Aragón eran estados bastante
dinámicos, con una participación y peso político en la arena internacional,
bastante mayor que su peso real.
Portugal, por un lado, estaba plenamente embarcada en su política
comercial y militar de explorar y expandir sus posesiones por el litoral africano,
buscando la ruta de las especias alternativa, a través del litoral africano, que
evitare el bloqueo que los turcos impusieron a la vieja ruta terrestre que
atravesaba Oriente Medio. Era el inicio de la que sería la tradicional política
portuguesa de desentenderse, en gran manera, de la política europea,
centrándose en los asuntos ultramarinos que conformarían su imperio, desde
África hasta Asia, y América, posteriormente. Probablemente, este fue el
motivo que provocó que Portugal rechazare el plan colombino, dado que en
esos momentos, este reino tenía todas sus fuerzas concentradas en crear su
imperio afroasiático jalonando de factorías las costas africanas y asiáticas
hasta las tierras de las especias, desde Marruecos, los archipiélagos, a todo lo
largo de la costa atlántica, y posteriormente índica y africana.
A la par que Cristóbal Colón descubría América, Vasco de Gama llevaba
la influencia portuguesa hasta Calcuta.
Aragón, en cambio, estaba profundamente implicada en la lucha, contra
los monarcas franceses, sobre todo, por el control y la hegemonía del
Mediterráneo, como vimos. Aragón, a fines del siglo XIV, era la mayor potencia
mediterránea, hecho que se acrecentó en el siglo XV, donde compensó la
pérdida de Atenas con el control de Nápoles. Esto la metió de lleno en la lucha
por el control de Italia, dividida entre el Papado, las ciudades estado italianas y
los territorios noritalianos controlados por Francia, siendo, en los siglos XIII y
XIV, una gran potencia europea, tan influyente en ella como ausente estaba
Castilla.
Pero a fines del siglo XV e inicios del XVI, la Corona de Aragón estaba
sumida en una profunda crisis, por las luchas entre el campesinado y la
nobleza. Ello hizo que Aragón no tuviere fuerzas para lograr que los
comerciantes catalanes y valencianos participaren en el comercio americano,
siendo suplantados por los alemanes y genoveses, así como en decadencia

75
político-militar frente a Francia.
Esto hizo que desde los Reyes Católicos, y con Carlos I, con todos los
Austrias, el nuevo reino tuviere que combatir en dos frentes:
-En Europa, heredó los territorios italianos y la guerra por el control
de la Península contra Francia, que venía arrastrando desde decenios la corona
aragonesa. Complicado con la defensa de los reinos patrimoniales alemanes y
borgoñones de la herencia paterna de Carlos I.
-En América, el imperio colonial que Castilla estaba construyendo
en dicho continente, en competencia con los exploradores portugueses,
ingleses, franceses y holandeses.
Así, la nueva España, heredará la causa aragonesa contra las
pretensiones francesas, pasando por encima de la antigua amistad franco-
castellana. Logrará arrebatar Nápoles, que había sido conquistada por las
tropas francesas, además de recuperar Rosellón y la Cerdaña, perdida por
Aragón tras la batalla de Muret de 1213, al norte de los Pirineos orientales. Por
último, la conquista de Navarra será un paso más para aislar y debilitar a
Francia, dejándola sin un reino sometido a su influencia directa. Francia, que
estaba reforzando el poder real, y cerrando sus fronteras para dar consistencia
al reino se vio, sobre todo con el ascenso del emperador, casi totalmente
rodeada por las posesiones castellanas; al sur, los Pirineos, ya que las
provincias vascas, Navarra, y la corona de Aragón suponían una barrera casi
infranqueable. Al norte, los Países Bajos, herencia borgoñona. Al este, la otra
parte de Borgoña, incluyendo el Franco Condado. Y por último. Al sureste, el
Milanesado.
Por todo ello, los distintos reyes franceses veían, con bastante recelo y
preocupación, el creciente poder que la unión de Castilla y Aragón primero,
acrecentadas después, con la herencia borgoñona de Carlos I, y el título
imperial, como surgía una poderosa potencia, que había heredado la vieja
rivalidad franco-aragonesa, que la constreñía estrechamente, por todo lo cual,
la principal política francesa fue romper el cerco que los Habsburgo, la casa de
Austria, ejercieron sobre su reino.
Mientras, el reparto de las Indias, con el Tratado de Tordesillas, delimitó
las áreas de influencia portuguesa y española no solo en América, sino en todo
el mundo.
La cuestión americana abre otro punto de debate. La Reconquista, como
actividad medieval, compartía las características medievales; afición por la
guerra, por el honor y la gloria de las armas, la nobleza y la caballerosidad
heroica, así como el desprecio por los trabajos manuales, el comercio y el
espíritu burgués y urbano. En cambio, el Renacimiento y la Edad Moderna
trajeron una inversión completa de valores, despreciando lo que antes se
ensalzaba y valorando lo que antes se minusvaloraba. Fue algo que se
expandió por toda Europa, salvo Castilla y Portugal, que siguieron manteniendo
su apego a los antiguos valores medievales en vez de decantarse por los
modernistas. Y esto fue así, probablemente, por que se enfocó la conquista de
las Indias como una continuación del citado espíritu medieval de la
Reconquista, primando, por necesidades obvias, la necesidad de controlar tan
vasto territorio con tan pocas fuerzas, para lo cual, el viejo espíritu era mucho

76
más útil que el nuevo.
En cambio, en Aragón, sobre todo en Cataluña, triunfó el nuevo, Y fue,
probablemente, por dos motivos:
-Cataluña estaba, desde hace siglos, más abierta a los influjos
culturales llegados de Europa, con la cual además mantuvo siempre mayores
relaciones culturales y comerciales que el resto de los países hispánicos.
-el no poder participar en la conquista de América hizo que el
citado espíritu medieval muriere de inanición, (si se me permite la expresión),
no constituyendo rival para el triunfo del espíritu modernista.
Castilla, dada su inactividad, acabó haciendo suya la más activa política
del reino con el que acabare uniéndose. Lo hizo con Aragón, y tomó, dado su
mayor peso militar, el desarrollo de la política italiana de Aragón, con lo cual,
sus tropas, lograron la hegemonía del nuevo reino en Italia, además de en
Europa, con la política imperial que los Reyes Católicos y los Austrias
posteriores desarrollaron.
Cae dentro del campo de la historia-ficción, pero Isabel tuvo, antes de
unir el destino de Castilla con el de Aragón, la posibilidad de unirlo con el de
Portugal. También pudo haber sido realidad la unión de Castilla y Portugal si
Juana la Beltraneja hubiere ganado la guerra civil, logrando convertirse en
reina de Castilla, ya que su hijo hubiere unido la corona portuguesa y
castellana.
Cabe pensar que si se hubiere unido con Portugal, eso reforzaría su
aislamiento político respecto de los asuntos europeos, y, conjuntamente con
los marinos portugueses, se hubieren centrado los navegantes castellanos en
la expansión ultramarina, a lo que tendía tanto la política castellana como la
portuguesa, que constituía ya de antes su único punto de actividad.
La unión de Portugal con Castilla hubiere unido a dos reinos con las
mismas políticas comerciales y militares de expansión, además de dos reinos,
que en esas fechas, se habían convertido en los más activos en la ciencia
naval, el comercio y la exploración oceánica; la unión de dos potencias en
auge.
En cambio, la unión de Castilla y Aragón emparejó a una potencia en
declive, con un glorioso pasado imperial y hegemónico en el Mediterráneo,
como era Aragón, pero en franca decadencia, con una potencia en auge, sin
apenas pasado en el campo de las relaciones internacionales, pero con un
espléndido futuro, dada su nueva vitalidad, y su imperio americano. Cabe la
posibilidad que Isabel viere más factible y fácil la imposición de la hegemonía
castellana sobre los intereses aragoneses que sobre los coincidentes
portugueses.
La política de los Reyes Católicos tuvo dos ejes primordiales de
actuación; las costas norteafricanas, para controlar la piratería berberisca, e
Italia, para hacer valer los derechos aragoneses sobre los territorios italianos.
En aquel frente competía, como hemos visto, con Portugal, mientras que en
este, contra Francia y el Papado.
Estas vías las heredó Carlos I (de España ), y V (de Alemania). Además,
sumó nuevos problemas, como eran las Indias, y la unidad política y religiosa
de Europa, como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y cabeza

77
del catolicismo, contra piratas turco-berberiscos y la Cristiandad reformada.
El reinado de este rey empezó con una total incomprensión entre este
joven extranjero que no sabía hablar las lenguas peninsulares, seguido por su
camarilla flamenca, ávida de prebendas, frente al pueblo y la nobleza,
recelosos de los foráneos. Su persona de confianza era Adriano de Utrecht,
mientras que en Castilla era regente el Cardenal Cisneros, y en Aragón el hijo
natural de Fernando el Católico. Se encontró con que los reinos de España
tenían cada uno de ellos sus propias cortes, leyes, instituciones, usos y
costumbres, exigiéndoles todos y cada uno de ellos, no solo que los respetase,
sino que eligiese a cada reino como reino sede donde establecerse. Como con
los Reyes Católicos, no se produjo una unión de reinos, sino que reinaba,
simultáneamente, sobre una multitud de ellos. Así, en su correspondencia
oficial, como en la de Felipe II, se hablaba de sus reinos de España, y él era
presentado de la siguiente forma:
-Don Carlos, rey, por la Gracia de Dios, de Castilla, de León , de
Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Jerez, de
Valencia, de Galicia, de Mallorca... de las Indias Orientales y
Occidentales...señor de Vizcaya...-.
El jurista Juan de Solórzano escribió al respecto lo siguiente:
-los reinos han de ser gobernados como si el rey que está por
encima de todos fuera el único rey de cada uno de ellos-.
Esto expresaba que no existía ninguna estructura administrativa o
política imperial. Un poco a semejanza de la antigua corona aragonesa, la
monarquía de la dinastía de los Austrias actuaba por mera acumulación de
reinos, no uniéndolos todos, sino siendo simultáneamente, reyes, a la vez de
todos sus diferentes reinos.
Tanto la corte castellana como las aragonesas, presentaban los mismos
requerimientos al rey, que se basaban en tres puntos, como eran:
-que residiere en España.
-que no sacare dinero de ella.
-que no otorgare cargos a extranjeros.
A poco de llegar a España, fue elegido Emperador, para lo cual hubo de
embarcar rápidamente en dirección a Alemania, para recoger la Corona,
Ademas, reunió Cortes, de forma apresurada y sin ninguna consideración hacia
lo que ellas consideraban sus derechos, como el acudir a ellas en persona para
realizar sus peticiones y escuchar las de las Cortes, para pedir un subsidio
especial con el cual pagar a los banqueros alemanes que habían permitido
comprar la voluntad de los electores, hecho que disgustó profundamente a los
representantes a Cortes.
El no cumplimiento de las condiciones pedidas por las Cortes castellanas
hizo que las ciudades se levantaren en armas, dado que los consejeros
flamencos del emperador acaparaban todos los cargos políticos y religiosos,
relegando a los nobles castellanos, además de obtener grandes sumas de
dinero y joyas, que sacaban del país con total impunidad. Por último, aislaban
al rey de su pueblo, obligando en cambio a pagar las cuantiosas sumas que
supuso la elección y la ostentación del título imperial.
Fue así como acabaron surgiendo las Comunidades, que declaraban su

78
lealtad al rey, pidiendo el abandono de todos los cargos y las políticas ejercidas
por los consejeros flamencos en favor de los nacionales. Al principio, la nobleza
se mantuvo neutral, incluso con cierta simpatía hacia la insurgencia comunera,
ya que favorecían sus intereses. Pero cuando, más adelante, en Castilla, y casi
de inmediato, con las Germanías valencianas, el levantamiento desembocó en
reclamaciones de índole social y económico, los nobles, viendo peligrar sus
privilegios y posesiones, se pusieron de lado del Emperador, tanto en Castilla
como en Valencia, para aplastar dichas revueltas sociales.
Ello, junto al no cumplimiento de las peticiones hechas al rey, amén de
otros factores, como por ejemplo, el miedo que se vivió en Valencia ante la
presencia de naves piratas berberiscas, degeneró en motines populares.
Aunque los nobles también estaban recelosos ante los nuevos consejeros del
rey, no pudieron apoyar estas revueltas, ya que adquirieron un cariz de
reivindicación social, que perjudicaba sus intereses económicos.
En 1571, murió el rey portugués sin descendencia, ascendiendo al trono
un anciano que no tenía tampoco descendencia, habiendo varios candidatos al
trono, entre ellos el rey Felipe II. Él era apoyado por nobleza y clero, mientas
que el pueblo apoyaba a un candidato nacional, Don Antonio. Al morir en 1580
el viejo rey, Don Enrique, el ejército y la armada española invadieron el país,
para asegurar la elección del rey español, siendo coronado en 1581,
comprometiéndose a conservar todas las leyes y costumbres portuguesas, así
como a no elegir más que a la nobleza portuguesa para los cargos en el país.
Durante el reinado de los Austrias, fue cambiando el aspecto demográfico
de los distintos reinos peninsulares. Castilla sufrió una enorme emigración
hacia América, que no vivió Aragón, mientras que este reino incrementaba su
población con inmigración francesa que abandonaba el sur de Francia por
motivos económicos, asentándose y prosperando en tierras catalanas, sobre
todo, de modo que con el paso de los siglos, Castilla se deprimió demográfica y
económicamente, en tanto en cuanto que Aragón, (Cataluña sobre todo, y, en
menor medida, Valencia), crecía en ambos parámetros.
Además, los reyes se habían apoyado en las cortes castellanas, más
sumisa que las aragonesas, a la hora de conceder subsidios para las guerras, y
habían explotado el poderío demográfico castellano para nutrir los tercios
españoles. Ello provocó, o acentuó, el declive económico de Castilla, tanto
como el demográfico. Pero por otra parte, hizo que los reyes abandonaren el
cuidado de los reinos aragoneses, así como sus necesidades económicas, y la
dejadez en la asistencia a las cortes aragonesas. Destacaba el caso catalán, ya
que la corona no había potenciado ni apoyado el comercio catalán, que se
había visto muy perjudicado y superado por los comerciantes franceses e
italianos.
Tampoco en Portugal se respetó la promesa de reservar los cargos del
país para los nobles portugueses. A esto se sumó la creencia portuguesa
acerca de la dejadez que los tercios españoles habían hecho de la defensa de
su imperio, que había perdido muchas plazas asiáticas en manos holandesas,
que estaban suplantando a aquellos en el control del comercio asiático de las
especias, ocupando y atacando asimismo todos los enclaves portugueses,
llegando a controlar parte del norte del Brasil, durante mucho tiempo, residuo

79
de lo cual será la colonia holandesa de Surinam. Mientras, los colonos
portugueses, fueron centrando su campo de actuación en América,
acrecentando sus dominios brasileños a costa de las colonias españolas.
Con Felipe III y su Valido, el Conde-Duque de Olivares, se planteó la
creación de una Unión de Armas, entre todos los reinos peninsulares, para que
cada uno de ellos contribuyere, según su riqueza económica y en hombres, al
esfuerzo militar del imperio, ya que resultaba evidente que Castilla estaba al
límite de sus posibilidades en ambos aspectos. Las cuatro Cortes aragonesas,
molestas por años de vejaciones y olvidos, se mostraron reacias a la
propuesta, en parte por no haber visto satisfechos las quejas que tenían, y por
otra, por el temor a ver recortados sus derechos en favor de las leyes y las
cortes castellanas, de modo que no ofrecían más que una parte de los
subsidios económicos pedidos, y no hombres para la milicia.
Ante la negativa de los distintos reinos de someterse a las exigencias de
la corona, y la pretensión de ésta de imponer su voluntad, acabaron estallando
revueltas en todos los reinos, salvo en Castilla, obedeciendo básicamente a los
mismos motivos, como eran la que parecía la voluntad del rey y del valido de
exigir más esfuerzos en dinero y soldados a los distintos reinos, sin atender a
las peticiones y reivindicaciones de estos, así como someterlos a las leyes y las
cortes castellanas.
En 1640, Cataluña, Portugal y Andalucía. En 1647, Aragón y Nápoles. Y
las de Cataluña y Portugal, alentadas, apoyadas y financiadas por la Francia de
Richelieu, con el propósito de causar a España problemas, dentro del amplio
marco de la Guerra de los Treinta Años.
De todos ellos, Cataluña y Portugal eran los más graves, debido a las
repercusiones internacionales que aparejaba, amén de la mayor fuerza del
rechazo a lo castellano.
No obstante sus semejanzas, ambos territorios no estaban igual de
preparados para triunfar en sus ansías independentistas. Portugal había
desarrollado una larga historia independiente propia, además de llevar pocos
años bajo dominio castellano, y contar con un pretendiente nacional capaz de
aunar los esfuerzos patrióticos del pueblo. Aunque en un cierto declive
comercial y militar, estaban abiertos al nuevo marco de expansión política y
económica del mundo, como era el Atlántico, en el cual contaban con un
pequeño imperio, como era Brasil, que le permitía alcanzar una cierta
prosperidad.
Cataluña, en cambio, con su régimen quasirrepublicano, no tenía una
figura en el cual fijar sus ansias independentistas, ni un candidato al trono,
estando atrapada además entre dos potencias que trataban de asimilarla a su
propia realidad sociopolítica, a cual más autoritaria, (aunque en esto, Francia
resultó ser, por lo que hemos visto, mucho más centralizadora que la propia
Castilla). Finalmente, Cataluña estaba ligada al Mediterráneo, marco geográfico
en decadencia, ya que el comercio mundial basculó hacia el oeste, además de
ser dicho mar Mediterráneo un lugar poco propicio para la navegación, por la
acción de los piratas berberiscos.
A más, Cataluña, fronteriza con Francia, era susceptible de ser un campo
de batalla contra aquella potencia, además del deseo real de implicar a los

80
soldados catalanes en la defensa de su frontera, y a servir como amenaza
contra el sur de Francia, en caso de guerra. De hecho, tropas francesas
entraron en Cataluña para ayudar a las tropas catalanas contra las españolas,
mientras que el Principado entraba en la órbita económica francesa. Tras la Paz
de Westfalia, Francia abandonó los territorios catalanes, concentrándose en
desgajar el Rosellón de Cataluña, así como otras plazas fronterizas, para
incorporarlas a su reino, de modo que no pudieron evitar que en 1652, cayere
Barcelona. Ese período de influencia francesa en Cataluña mostró que la
dominación francesa tenían una política de explotación económica de la
industria y el comercio catalán, al menos, tan invasiva como la castellana,
amén de que Francia apoyó y abandonó a Cataluña en función de sus propios
intereses nacionales.
Era tan exacerbado el regionalismo de los distintos reinos integrantes de
la corona aragonesa, que incluso dejaban de prestarse auxilio cuando alguno
de ellos tuvo problemas, ya fuere contra Francia o contra Castilla. Sucedió con
Valencia, a propósito de las Germanías. Se repitió con Aragón, con ocasión del
incidente de Antonio Pérez y Felipe II. Finalmente, lo sufrió Cataluña, y más
tarde Aragón, de nuevo, con motivo de las revueltas de la segunda mitad del
siglo XVII, contra la Unión de Armas y el Conde-Duque.
Por otra parte, el problema con Portugal era la cuestión de su imperio
ultramarino, amenazado por corsarios holandeses y británicos. Como dijimos
más arriba, los colonos portugueses creían que los ejércitos españoles no
tenían demasiado interés en defender su imperio, mientras que los colonos
españoles creían que los aventureros portugueses estaban incrementando su
imperio americano a costa del español. España, para centrarse en el problema
catalán, pactó una tregua con los corsarios holandeses, de modo que hasta
1654, una vez finalizada la guerra en Cataluña, no expulsaron a los colonos
holandeses de Brasil. Sin el apoyo francés, solo los navíos ingleses ayudaron a
los rebeldes portugueses, que tras varias batallas, lograron en 1665 la
independencia de hecho, reconocida por España en 1668, con ocasión de la
muerte del rey.
La revuelta andaluza no tuvo demasiada relevancia.
Finalmente, en 1647, la revuelta napolitana y siciliana, así como la
aragonesa, se debió a problemas similares, de cariz bélico y fiscal, siendo
finalmente dominadas por la corona sin más pérdidas.
Hemos visto, a través de todas las vicisitudes históricas, que el Reino de
España no era un reino unitario, ya que tanto Castilla como Aragón eran
independientes en todos los aspectos que conforman la estructura de un
estado, salvo en uno; su único punto de unión era el estar sometidos a la
misma corona. La atribución de títulos que se había hecho respecto de los
Reyes Católicos, se mantuvo en todos los demás reyes de la monarquía de los
Austrias. Incluso nuevas anexiones, como la de Portugal, se hizo manteniendo
esa misma independencia jurídica, política y económica entre los distintos
integrantes de la Corona. El rey debía gobernar en cada reino según las leyes,
usos y costumbres de cada uno de ellos, pero como tuvieron por costumbre
residir en Castilla, acabaron cediendo a la ficción de que lo que había en
Castilla, así como sus leyes y su corte, eran las mismas y únicas para todos

81
sus diferentes reinos, hecho que chocaba grandemente con el gran apego de
los diferentes reinos a sus leyes nacionales. Una de las quejas que siempre se
le hicieron a los Austrias era el que no residían en sus territorios, ni se guiaban
por sus usos distintivos, sobre todo en los reinos de la Corona de Aragón, que
se veían perjudicados y discriminados por Castilla, sede del rey.
El reinado de Carlos II estuvo marcado por la cuestión sucesoria, evento
que quedó encuadrada en la política internacional europea de la época, ya que
podía suponer una alteración notable del equilibrio de poder en Europa.
Finalmente, Carlos II, en su testamento, cedió la corona a Felipe de Anjou,
nieto de Luis XIV, y futuro Felipe V de España, hecho que no fue aceptado por
los otros candidatos.
El emperador austríaco logró que la mayor parte de las naciones
europeas, (desde Inglaterra hasta Holanda, Prusia, Saboya y el resto de
principados alemanes), en 1688 firmaren una alianza contra la pretensión
francesa de apoyar el trono español adquirido por un Borbón, hecho que abría
la inquietante posibilidad de una unión de Francia y España, temida por todos
ellos.
Mientras, en España se conformaron tres partidos; uno profrancés,
compuesto por los asesores franceses del rey, y parte del partido profrancés de
la corte. Otro español, profrancés, pero opuesto a los modos con que se iba a
modernizar, (y afrancesar), el país. Por último el partido proaustríaco, perdedor
en la corte, pero refugiado en Barcelona.
Así, se conforma una simultánea guerra internacional y otra civil. En
Europa, Francia se enfrenta a la mayor parte de las potencias europeas,
mientras que en España, Castilla apoya al candidato francés, mientras que los
reinos aragoneses apoyan al archiduque Carlos, que se ha convertido en el
heredero, tras la consagración imperial y renuncia al trono del anterior
candidato, Leopoldo.
Felipe dirigirá la guerra en España, como hará el archiduque Carlos,
mientras que el emperador Leopoldo y Luis XIV lo harán en Europa.
Por otra parte, ambas guerras tendrán desarrollos muy diferentes.
Mientras que en España las armas franco-españolas se imponen sobre las
tropas portuguesas y aragonesas, en Europa, los ejércitos franceses son
detenidos en Viena, en el Rin y en Italia.
Mientras, otros hechos decidirán la suerte de ambas guerras. Muerto
Leopoldo en 1705, y su primogénito, José I, sin descendencia, en 1711, el
trono imperial recae en el Archiduque Carlos, ante lo cual, y a pesar de la
continuación de Austria en la guerra, se consumó la retirada de Inglaterra y
Holanda, así como el reconocimiento de Felipe VI como rey de España, ya que
ingleses y holandeses temían que el nuevo emperador, Carlos VI, resucitare el
imperio de Carlos V.
Entre 1713 y 1715, se firman un total de once pactos, que ponen fin a
todas las guerras. En estos pactos, es Inglaterra la gran triunfadora, ya que
impone sus tesis, que no son otras que las del equilibrio de poder entre los
distintos reinos europeos, la balanza de poder, para poder desentenderse ella
de los asuntos europeos y dedicarse a la creación de su imperio.
En estos tratados, Francia y España hacen cesiones territoriales y de

82
derechos, en favor de las potencias aliadas, para asegurar el trono español a la
casa de Borbón. Los Países Bajos españoles, (la futura Bélgica), es cedida al
Imperio, salvo plazas fronterizas que son cedidas a Holanda. El imperio
obtendrá también Milán y Nápoles. Saboya recibirá Sicilia, mientras que
Inglaterra obtendrá el navío de permiso para comerciar con la América
española, el tráfico de negros, así como Gibraltar y Menorca.
De modo que Inglaterra, con los estados tapones en torno a Francia,
logra aislarla evitando su expansionismo, a la vez que la rivalidad Borbones-
Habsburgo debilita a ambos tronos, en beneficio del equilibrio continental,
objetivo prioritario de la corona inglesa. Por otro lado, el declive sueco, y la
alianza inglesa con los reyes portugués, danés y saboyano, así como su
control, en virtud de puntos estratégicos, de las rutas navales, la concede el
dominio del Mediterráneo, del Atlántico y de las rutas comerciales.
Y Francia cedió parte de su imperio quebequés a Inglaterra, primer paso
de la pérdida total de sus posesiones canadienses.
Felipe VI, una vez pacificado el país, se propuso reorganizarlo al modo
francés, centralizándolo y unificándolo, en base a Castilla. Varios motivos
hicieron que Castilla fuere la base y el modelo organizativo con el cual se iba a
implantar el modelo francés en España. Por un lado, fue el único reino
peninsular que apoyó su candidatura, además de ser el que tenía una
organización político-administrativa más parecida a la francesa que él conocía.
También podía considerarse como un castigo a los reinos aragoneses que
habían apoyado a su rival.
En 1714, se suprimieron los Puertos Secos, las aduanas terrestres que
vimos que existían entre Castilla y los demás reinos peninsulares. Todo el país
se dividió en Provincias Exentas, que mantenían su peculiar régimen fiscal y
foral (Navarra y Vascongadas), y Provincias Unidas, el resto del país, bajo la
misma legislación, con ciertas variaciones en materia fiscal según los
territorios.
Entre 1707 y 1715 se promulgaron los Decretos de Nueva Planta,
mediante los cuales Felipe VI abolió las legislaciones de los cuatro reinos
aragoneses, imponiendo la ley castellana. Así, la Corona o Monarquía Hispana,
consistente hasta entonces en cinco diferentes reinos, con sus cortes y sus
leyes, el Reino de las Españas, se convirtió en el Reino de España, unido y
uniforme.
En 1707, Aragón y Valencia perdieron sus fueros por la legislación y la
organización administrativa castellana, cuando Felipe VI sometió estos
territorios, acusándolos de rebelión, ya que no reconocieron su proclamación
como rey en 1700, y apoyaron al candidato austríaco.
En 1714 le sucedió lo mismo a Cataluña, mientras que Mallorca lo vivió
en 1715.
En el plano exterior, dado el mayor empuje inglés, Francia y España no
tenían más remedio que apoyarse mutuamente para poder contrarrestar el
potencial de su rival.
De ese modo, la Guerra de los Siete Años, (1757-1763), que fue una
guerra colonial, enfrentó a esas tres potencias. Para España era un peligro el
excesivo engrandecimiento del imperio inglés en Norteamérica, que

83
amenazaba su propio imperio, con lo cual ayudó a su aliada de familia, (los
famosos Pactos de Familia), en dicha conflagración.
La derrota hispano-francesa supuso el final del imperio colonial francés
en Canadá y en la India, además de la pérdida española de la Florida. A
cambio, España obtuvo el territorio francés de la Louisiana, cercano a sus
propios territorios.
La misma distribución de fuerzas se dio con ocasión de la Guerra de
Independencia Americana, (1776-1783). La victoria permitió a España
recuperar Menorca y Florida, aunque Inglaterra se negó a devolver Gibraltar.

84
Tercer Capítulo; Edad Contemporánea.

En el inicio de la Edad Contemporánea, y en el inicio de las Cortes de


Cádiz, se encontraron los diputados con una variada situación en España, a
pesar del siglo transcurrido desde la llegada de los Borbones, y el proceso
unificador y centralizador por ellos realizado. Concebían el país como la reunión
de todos las poblaciones españolas de ambos hemisferios, a ambos lados del
Atlántico. Pero en la península, Navarra tenía sus propias Cortes y su propia
Diputación, las provincias vascas sus propias juntas provinciales, mientras que
estos territorios, así como, junto a Valencia, Cataluña y Aragón, sus propios
regímenes fiscales.
Posteriormente, durante las guerras carlistas, estos territorios fueron la
base y la zona de mayor implantación del dicho movimiento, entre otras
razones, para defender la singularidad socioeconómica y cultural, de cariz
tradicionalista, de esos territorios contra el espíritu uniformador de la Corte de
Madrid.
La derrota del carlismo supuso, para Euskadi y Navarra, la abolición de
sus fueros y de todas sus prerrogativas legales y fiscales, aunque se les otorgó
un concierto económico, que en parte paliaba la pérdida sufrida. No obstante,
la recuperación de dichos fueros se convirtió en la preocupación principal de los
movimientos nacionalistas vascos desde mediados del siglo XIX.
A fines del siglo XIX, estos mismos territorios, sobre todo Cataluña, País
Vasco, Galicia y Valencia, verán surgir movimientos nacionalistas contra el
nacionalismo español. En sus inicios, tenían un carácter cultural de defensa de
las tradiciones, las costumbres y usos, así como la lengua propia, contra el
intento del estado liberal español de uniformizar el país bajo la cultura y la
lengua castellana.
El fracaso en la política nacionalizadora española desembocó en la
transformación de ese nacionalismo cultural en uno político, orientado a la
independencia.
Además, el centro político, (y geográfico), de la nación, no era el polo de
crecimiento demográfico y económico, situado en esa periferia a la que el
centro quería imponer su hegemonía, como acertádamente comprendiere
Azaña casi un siglo después.
En las revueltas vividas en España, en los largos y turbulentos decenios
de luchas y tensiones políticas y sociales de cariz guerracivilista por la
configuración del estado y la sociedad, desde el fin de las guerras napoleónicas
hasta el final de la Guerra Civil, con un pico a fines de la I Guerra Mundial, por
el alza de precios, la carestía de la vida, así como la crisis del sistema de la
Restauración, hizo que, en Cataluña y País Vasco, se sumaren las
reivindicaciones socioeconómicas con las políticas independentistas, al socaire
de los influjos que, provenientes de la Europa en guerra, referentes a la
autodeterminación de los pueblos, corrían por el continente y alentados en
parte por los Catorce Puntos del presidente W. Wilson.
En Cataluña los nacionalistas adoptaban dos vías; la Lliga, conservadora,
optaba por apoyar el sistema desde dentro para obtener amplías cuotas de
autogobierno, mientras que los partidos republicanos optaban por la ruptura y

85
la independencia.
Las posteriores Dictaduras que sufrió España trataron de suprimir toda
concesión a los políticos y las políticas pronacionalistas, tratando de
renacionalizar, españolizando, a los pueblos que ellos consideraban
separatistas.
En contraste con la dualidad ideológica catalana, el nacionalismo vasco
era de tendencias conservadoras, en lo político, lo social y lo económico, en
tanto que el gallego era de índole republicana y progresista.
Relevante figuras republicanas españolistas, de amplio espectro
ideológico, se aliaron con catalanistas, vasquistas y galleguistas, contra la
Dictadura, enemiga común de tan variopinto grupo de aliados, para derribarla.
Cuando se proclamó la República, el 14 de abril de 1931 en Madrid, se
proclamó también, la República catalana dentro de la República Federal
Española, en Barcelona.
La Constitución republicana proclamó el estado integral español, como
una entidad política que admitía la constitución de regiones autónomas. Así, se
aprobaron los estatutos catalán en 1932, vasco en 1933 y gallego en 1936. Es
de reseñar que el mismo estatuto de autonomía que refrendaron la ciudadanía
vasca en su referéndum de 1933, fue rechazado por la población navarra, con
lo cual se rompió la posibilidad de una unión autonomista de todas las tierras
de etnicidad vascuence. El motivo de esa divergencia se debió a motivos
ideológicos, ya que la conservadora sociedad navarra, bastante apegada al
tradicionalismo social y religioso, estaban en contra de un República que se les
antojaba demasiado laica y liberal, mientras que la algo más liberal sociedad
vasca apoyaban a dicha República, debido al hecho de que ésta apoyaba los
sentimientos autonomistas de las diferentes regiones. Además está el dato de
que la sociedad vasca estaba dividida en el citado aspecto ideológico que unía
a los navarros, ya que en Euskadi era fuerte el movimiento tradicionalista, pero
también el socialismo progresista.
Incluso en la propia Euskadi, el referéndum no fue aprobado en todas
partes; en Vizcaya, los votos a favor de la autonomía supusieron casi del 89%
del censo electoral. Asimismo, en Guipuzcoa, alcanzaron casi el 90% del citado
censo. Sin embargo, en Álava, no alcanzaron ni el 47% de dicho censo
electoral, llegando los ayuntamientos alaveses a pedir que se les excluyere del
ámbito de aplicación del citado estatuto de autonomía.
Como había pasado en Francia, donde los nacionalismos periféricos se
habían aliado con la iglesia y con las clases conservadoras, formando un frente
común contra el laicismo, el progresismo y el afán tanto uniformizador como
modernizador del estado francés, se generó en España, al advenimiento de la
república española, laicizante, modernizadora y progresista, un frente unido de
nacionalistas, tradicionalistas y católicos, para defenderse contra ella.
En contraste con todo ello la Francia del siglo XIX tuvo un gran éxito en
la tarea de nacionalizar, afrancesando, a todos los territorios con una tradición
autonomista antigua. Desde la Revolución francesa, el servicio militar
obligatorio, la educación laica y estatal, la organización administrativa
departamental y la propia modernización posibilitaron el logro de dicho
objetivo.

86
Un momento clave en el proceso de afrancesar Francia, limando las
diferencias regionales en los aspectos culturales y lingüísticos fue su
Revolución de 1789, que fue a la vez nacionalizadora y modernizadora, ya que
su objetivo tenía dos frentes convergentes; uno, eliminar los privilegios de
clase nobiliaria, igualando a todas las personas ante la ley. Esa igualación tenía
el ya citado sentido vertical, entre clases altas y bajas, como un sentido
horizontal, entre los distintos territorios del Reino de Francia. Otro, hacer que
el país saliere del marasmo económico y modernizare sus estructuras
socioeconómicas. Ello hizo que la lengua francesa, así como su cultura, se
identificare con la modernización, el laicismo, el progreso y la uniformidad
entre toda la ciudadanía del país y entre todas las provincias del reino.
De modo que los espíritus contrarrevolucionarios, sobre todo en los
territorios periféricos con tradiciones diferentes a la oficial francesa,
conformaren una suerte de alianza entre la defensa de las peculiaridades
regionales, el conservadurismo social y la religiosidad.
La combinación de estos objetivos hizo que la Iglesia, y las élites
conservadoras locales, se coaligaren para defender los particularismos locales
como un medio de defensa contra la uniformización y modernización impuesta
contra el gobierno de París. Así se configuró tanto la oposición de lo bretón
contra lo francés, como de lo vasco contra lo francés, así como de lo flamenco
frente a lo francés. Identificaban francesidad, laicismo, republicanismo y
modernidad, configurando sus tradiciones locales como lo opuesto a todo ello.
La constitución civil del clero, del período revolucionario, así como el
Código Civil napoleónico, representan el triunfo de los ideales de la revolución
sobre la tradición conservadora, clasista y religiosa del Antiguo Régimen. Los
nuevos ideales representaban una nación, una ley y un derecho, que además
era democrático, laico e igualitario.
No obstante, era lo bastante flexible como para permitir, por ejemplo, lo
que se definía como el deseo de algunos pueblos, como el vasco, de mantener
sus antiguas costumbres, muy diferentes a las modernas y revolucionarias.
En cambio, el nacionalismo corso tenía sus bases en la italianización.
Adquirida la isla en 1768, el afrancesamiento no había podido, aún, borrar las
tradiciones clánicas de la isla, ni la lengua corsa, dialecto ligur, ni el influjo
cultural italiano en la isla.
Finalmente, el nacionalismo occitano, de vagas raíces políticas y
geográficas, se basaba sobre todo en reivindicaciones culturales y poéticas, de
la gloriosa poesía medieval de Languedoc, y de la defensa de su lengua.
En la II Guerra Mundial, los nacionalismos periféricos antifranceses se
aliaron con los ejércitos invasores alemanes, con la esperanza de lograr más
amplios márgenes de autogobierno, cuando no la independencia. Ello hizo que
en la postguerra muchos de sus participantes sufrieran exilio o prisión,
quedando dichos nacionalismos muy desprestigiados y debilitados, además de
ver endurecida la postura estatal francesa contra sus políticas.
A partir de los años cincuenta y sesenta, los nacionalismos periféricos
adoptaron la teoría del colonialismo interno, a imagen de los procesos
descolonizadores de África y Asia, para defender sus posturas contra los
nacionalismos hegemónicos estatales. Además, se acercaron a los movimientos

87
ecologistas y de extrema izquierda, diseñando una política antiimperialista,
anticolonialista y anticapitalista.
El nacionalismo francés, que siempre ha sido bastante más activo y
emprendedor que sus nacionalismos periféricos, y que había determinado, por
oposición, las posiciones ideológicas que debían adoptar los que se le oponían,
se iba a ver superado.
Desde la Revolución francesa hasta el final de la II Guerra Mundial, el
nacionalismo francés tenía una especie de aura mágica-mística de modernidad,
libertad e igualdad, como el lema triple de su revolución, forzando a los
movimientos separatistas a apoyar las fuerzas opositoras a esa ideología,
defendiendo los ya mencionados valores religiosos y conservadores.
Tras el inicio del proceso descolonizador, el progresismo universalizó el
ideal de la autodeterminación de los pueblos, que los estados imperialistas
europeos, (Francia incluida), defendió en la I Guerra Mundial como el objetivo
de su lucha contra los imperios centrales, y lo aplicó al deseo de las colonias
europeas de librarse del yugo imperialista. Por primera vez, el nacionalismo
francés estaba a la defensiva, ya que la alianza del independentismo y del
comunismo adelantó, por la izquierda, al progresismo nacionalista francés,
haciéndolo aparecer como un poder reaccionario.
Esa ideología fue adoptada tanto por la insurgencia comunista indochina
como por la argelina, que le añadieron un tercer pilar cultural-religioso.
Igualmente, los nacionalismos periféricos se identificaron con esos
sentimientos independentistas, apropiándose de ellos, autoproclamándose
como las primeras víctimas, como las primeras colonias.
No solo en Francia los grupos separatistas se sintieron colonizados. En
España, hubo grupos independentistas catalanes y vascos que adoptaron esa
misma ideología. Irlandeses y escoceses también lo expresaron así contra Gran
Bretaña, por ejemplo.
Hay un claro contraste entre la potencia del nacionalismo vasco-español,
en implantación, postulados políticos y acción reivindicativa, y el débil y poco
ambicioso nacionalismo vasco-francés. ETA propició el surgimiento de
Iparretarrak, así como los grupúsculos vascos del norte fueron muy influidos,
yendo a remolque de los homónimos vascos del sur. Posteriormente, aunque
ETA contó con miembros vascos franceses entre sus filas, dificultó la actuación
de Iparretarrak en el norte, en la necesidad de evitar que Francia dejase de
permitir que su País Vasco sirviere de santuario para ellos, en su lucha contra
España.
En España, corrientes independentistas catalanas y vascas consideraban
al estado español como una potencia conquistadora, en virtud de su victoria en
la Guerra Civil, en la que ellos lucharon contra el bando nacional. Por otra
parte, como el franquismo monopolizó el discurso nacionalista español,
centralista, católico y conservador como atributo propio y exclusivo suyo, forzó
a todos los grupos opositores a articular un discurso totalmente opuesto,
basado en nacionalismos periféricos, orientados hacia el laicismo, el
federalismo y el progresismo.
La deslegitimación del nacionalismo españolista de izquierdas durante el
franquismo, y la debilidad del nacionalismo periférico conservador, hizo que a

88
la hora de redactar la Constitución de 1978, se dejare sin definir, con un alto
grado de ambigüedad, la delimitación exacta de competencias entre estado,
autonomías y municipios. Tampoco se articuló un régimen de colaboración
entre autonomías, se obvió la cuestión financiera, dejando pervivir, como
privilegios, los conciertos económicos vasco y navarro, ni se estableció un
sistema para que las CCAA pudieren participar, dentro de las delegaciones
estatales, en los asuntos internacionales en los que alguna de ellas se viere
especialmente afectada.
Durante toda la época contemporánea, el republicanismo y el federalismo
han ido estrechamente unidos, coaligados para defender unos ideales que
consideraban muy cercanos uno del otro, oponiéndose a la monarquía, que se
configuraba como centralista y conservadora.
Y aunque el sistema español de las Españas es de hecho, no de derecho,
un sistema federal, en todo salvo en el nombre, tiene deficiencias que hacen
que no pueda beneficiarse de las ventajas del federalismo. Esta altamente
descentralizado, como hemos visto, en un grado mayor que los Länder
alemanes o los estados federados estadounidenses. Pero no tiene establecido,
de manera clara y concisa, las atribuciones de los distintos niveles
administrativos, (central o federal, estatal o regional o autonómico, local). Ello
genera un sinnúmero de conflictos competenciales, entre quién se hace cargo,
dirige u organiza cada una de las parcelas de la vida común de la sociedad. Al
final, todas las administraciones toman una pequeña parte de cada atribución,
generando una duplicidad, o triplicidad, en ciertos casos, que generan un
enorme gasto superfluo, así como burocracia, lentitud y confusión.
Por otra parte, como no está clara la concepción de cada ente político-
administrativo, no se permite ni la colaboración entre autonomías, ni la
colaboración entre estas con el estado, de forma que no les queda más salida
que el trabajar en solitario, o la confrontación entre ellas y con el estado.

89
Conclusión.

Este ejercicio de reflexión pretendo que sirva para que comprendamos un


poco mejor cuál es la verdadera esencia y personalidad de lo español, o
hispánico, o ibérico, como cada cual prefiera denominarlo.
He contrapuesto la piel de toro frente al hexágono, para que viendo
como se desenvolvió nuestra historia reflejada frente al espejo de nuestra
vecina, tan parecida a nosotr@s mism@s, y a la vez tan diferente, se resalten
las características peculiares de cada un@, y veamos, y comprendamos, que
cada pueblo tiene su idiosincrasia, no siendo siempre posible transplantar la
cultura, tradición o costumbres de un pueblo a otro.
Conociendo en profundidad como y por qué las naciones, estados o
países han llegado a ser lo que son, a través de las vicisitudes históricas que
han sufrido, sabremos cuáles son sus particularidades y su modo de enfocar su
existencia y su ya citado devenir histórico y su evolución como sociedad.
La Historia no es determinante, pero si marca rumbos y estilos en la
manera en que una sociedad o cultura afronta los eventos históricos, políticos
o sociales que ha de afrontar en cada momento dado.
Así, se desprende que son los propios pueblos los que se autodeterminan
a sí mismos, los que con sus maneras de enfrentarse a los problemas, van
marcando su propio estilo. Y cuánto más fieles y apegados sean a sus propios
modos de encarar el mundo, más éxito tendrán en la tarea de preservar su
cultura y su visión del mundo. Todas las maneras son buenas para el pueblo
que las crea y las aplica, sin dejarse llevar por los vaivenes y las modas
mundanas.
Muchas veces, incluso la contraposición con lo otro, con las demás
sociedades, las diferentes a la nuestra, ayudan a definir la propia idiosincrasia
cultural. El surgimiento, más o menos simultáneo, de Francia, de Inglaterra, de
Castilla, de Aragón, del Sacro Imperio, conforman, por oposición y contraste,
los de las otras naciones.
Copiar usos de otros países o culturas no siempre suele dar buenos
resultados, ya que es como tratar de ajustarse un traje hecho a medida para
otra persona a un@ mism@, teniendo tallas diferentes. Te puede servir, pero ni
estarás tan cómod@, ni te sentará tan bien, como si te hicieres un traje justo a
tu medida.
En páginas anteriores hemos visto que las tierras de lo que llegará a ser
Francia y España tuvieron unos inicios históricos semejantes. De hecho, se
puede ver que la primera diferencia cultural y política tuvo un criterio más bien
geográfico que político.
En los albores de la Historia, se puede ver que las riberas mediterráneas
francoespañolas tuvieron un desarrollo histórico, cultural y económico común
entre ellas, muy diferente al de las tierras interiores y atlánticas
hispanofrancesas, con un desarrollo civilizatorio común a su vez entre ellas.
Hasta la dominación romana, no hubo una distinción clara entre las
tierras al norte y al sur de los Pirineos. Estas montañas no empezaron a ser
una frontera hasta Roma. Antes, eran más bien un punto de unión.
Así, los pueblos íberos extendieron su influencia cultural, política y

90
económica desde Andalucía hasta Languedoc-Roussillion. Estas tierras y estos
pueblos experimentaron, con todo lo bueno y todo lo malo, su inclusión en la
economía-mundo que fue el Mediterráneo, en los dos últimos milenios antes
del cambio de era. Sufrieron el influjo cultural, comercial, político y militar de
los diferentes pueblos que hicieron del Mediterráneo un sistema global de
relaciones entre las distintas sociedades que lo habitaban.
Los pueblos fenicios, griegos, cartagineses, y romanos dejaron sentir su
influencia en estas costas, que para ellos eran todas un continuum, ya que no
distinguían diferencias, o consideraban muy semejantes, a los pueblos sitos
entre las Columnas de Hércules y las Bocas del Ródano. Distintas ciudades y
pueblos, pero un mismo substrato cultural.
Y aún antes, su neolitización, esto es, su proceso de adopción de la
agricultura, la ganadería y la sedentarización, fue simultáneo en las costas
mediterráneas, así como la hipotética llegada de gentes indoeuropeas,
portando la lengua, la cultura, y, tal vez, el propio proceso neolitizador.
Quizás relacionado con ello, pero en todo caso, sintomático de los
diferentes patrones de adaptación cultural al entorno, es el propio desarrollo
artístico de los pueblos de estas tierras. El arte paleolítico francocantábrico es
homogéneo en las riberas de aquel mar, a ambos lados de los Pirineos,
mientras que el arte levantino se extendió por las costas levantinas también a
ambos lados de dichas montañas.
Cartago, pero, sobre todo, Roma, si que apreciaron diferencias entre
estos pueblos levantinos, y los situados más allá del hinterland mediterráneo,
con ocasión del inicio de las conquistas de esas tierras.
Los pueblos no mediterráneos de las tierras hispanogalas tenían un nivel
de desarrollo sociocultural menos sofisticado, estatalizado y estratificado que
los pueblos mediterráneos, pero con un nivel más semejante entre ellos
mismos. Más tarde, y más paulatinamente, fue penetrando en ellos la
neolitización y la complejidad social, con todos los cambios socioeconómicos ya
mencionados.
Desarrollaron un horizonte cultural, el llamado Bronce Atlántico, común a
las costas atlánticas, desde Portugal hasta Irlanda, pasando por Bretaña.
El propio Julio César, cuando habla de los pueblos aquitanos, dice de ellos
que eran más atrasados, en relación al desarrollo cultural que tenía la propia
Roma, que los demás pueblos de la Galia. Añade además que eran muy
parecidos a los habitantes de Hispania sitos justo tras los Pirineos.
En resumen, hasta la uniformización política, cultural, económica y social
que supuso la romanización, no se puede hablar ni de España ni de Francia.
Podemos hablar de sociedades estratificadas y complejas inmersas en la koiné
cultural del Mediterráneo, y de pueblos menos estatalizados, bastante poco
influidos por las altas culturas mediterráneas, inmersos en su propio proceso
cultural, de las costas atlánticas y del territorio entrambas costas.
Roma fue quien creó la primera división entre Hispania y Galia como
provincias diferentes. Y fue una creación artificial sin ninguna consideración
respecto a las poblaciones autóctonas, (como, por otra parte, han tendido a
hacer todos los imperios que a lo largo de la Historia han sido). Hemos visto
que antes, los Pirineos no eran frontera, no impedían una continuidad cultural

91
entre ambas vertientes. Roma creó la frontera que separa España de Francia.
Aprovechando los Pirineos, y para mejor gobernar sus provincias, decidió
utilizar estas montañas para crear una separación. Dejaron a las tribus
vasconas sudpirenaícas en Hispania, mientras que las nordpirenaícas quedaron
en Galia. Del mismo modo pasó con las íberas.
Hemos visto que es una manera usual de actuar de los imperios, crear
divisiones administrativas que resulten cómodas para ellos, sin tener en cuenta
las realidades socioculturales de los pueblos por ellos sometidos. Los imperios
posteriores no han hecho otra cosa. España en América, Francia e Inglaterra
en Asia y América, así como todas las potencias coloniales europeas en África.
Han creado fronteras con escuadra y cartabón, para repartirse y mejor
controlar el territorio sin preocuparse por separar a pueblos que habían estado
unidos por centurias, separando etnias culturalmente homogéneas entre
distintos estados y juntando en estos diferentes etnias.
Sin embargo, esa frontera artificial no fue la causa determinante de las
diferencias entre poblaciones francesas y españolas. Solo consistió en un
primer paso, pero posibilitó otras actuaciones que ensancharon esa
divergencia.
Hemos visto que los pueblos visigodos, hasta que fueron vencidos por los
reyes francos, controlaron una buena parte de Galia y de Hispania. Después de
su derrota, todavía conservaron Languedoc, por un tiempo.
Mi tesis defiende que fueron un cúmulo de pequeños hechos y decisiones
las que acabaron creando, con el paso de los siglos, la actual diferencia entre
el pueblo francés y el español.
Por separado, ninguna de ellas era lo bastante poderosa como para crear
la diferencia por sí sola; la concatenación y acumulación de los efectos de unas
sobre los de otras, macerados por el discurrir de los siglos, si acumuló el poder
suficiente para crear diferentes caracteres.
La primera fue la ya citada división provincial romana.
La segunda consistió en la diferente actitud de los pueblos germánicos
que invadieron y ocuparon las tierras romanas occidentales, respecto al poder
y los pueblos allí asentados.
Los reyes francos adoptaron la estrategia de identificarse en la medida
de lo posible con la población galorromana. La cultura y la lengua gala era
superior, en cuanto a desarrollo cultural, que la franca, con lo cual acabó
imponiéndose, del mismo modo que la hispana se impuso a la visigoda. Pero
las gentes francas trataron de fundirse con las galas, y un hecho que facilitó
sobremanera esa unión fue la conversión al catolicismo de los reyes francos,
con todo su pueblo, lo que borró la principal diferencia entrambos pueblos.
Pero los reyes visigodos adoptaron otra política diferente. Ellos eran
arrianos, una fe cristiana minoritaria considerada herética por la mayoría
católica, diferente de esta última fe profesada por la ciudadanía hispana.
Sabemos que en aquel entonces, la personalidad religiosa era muy importante
entre l@s cristian@s, que hervían en un buen número de diferentes
interpretaciones de su fe, intransigentes unas con otras. Llegando al nivel de
excomulgarse un@s a otr@s por los más mínimos detalles de interpretación de
la palabra de Jesús, y de las Escrituras, ya que era una época en que la más

92
mínima diferencia en la interpretación del mensaje crístico provocaba agrias
polémicas, disturbios y acusaciones de herejía.
Las tribus visigodas habían adoptado el arrianismo cuando fueron
evangelizadas por sacerdotes de esa versión, durante su estancia en las
provincias balcánicas del imperio. Al llegar a Hispania, católica, hubo roces
entrambos pueblos, a causa de su distinta fe. Finalmente, Recaredo adoptó el
catolicismo a fines del siglo VI, tras varios decenios de desencuentros, que
germinaron en una incompleta fusión entre poblaciones visigodas e hispanas.
Otro hecho diferencial de la etnia visigoda, era que mantuvieron el
carácter electivo de su rey, sin decantarse por el criterio hereditario, que no
llegó a cuajar en su cultura política. Ello hizo que hubiere muchos asesinatos y
conspiraciones, en la corte, para derrocar y deponer reyes, con lo cual eso hizo
que la propia cohesión de los grupos visigodos se resquebrajare, dividiéndose
en facciones enfrentadas.
La comentada no identificación de súbditos hispanos y visigodos, así
como el faccionalismo de los propios nobles visigodos, por criterios dinásticos,
hizo que el incipiente estado visigodo, así como la sociedad hispanovisigoda,
tuviere una base frágil, poco cohesionada. No les impidió absorber el reino
suevo de Gallaecia, ni expulsar tanto a los grupos alanos y vándalos asentados
en Andalucía, como a los ejércitos bizantinos que tratando de reconstruir la
antigua grandeza del Imperio Romano, habían conquistado parcelas de la costa
levantina.
Pero como a la postre se vio, no iba a ser suficiente cuando se vieren
enfrentados a grandes retos.
Propugno que la principal y más determinante causa de la separación
entre el espíritu francés y el español, que estableció una cesura muy
significativa, fue como encararon el mismo hecho que ambos pueblos
sufrieron, en el lapso de tiempo transcurrido entre el 711 y el 732.
Tras la caída de Roma, y con la invasión de los pueblos germánicos, tanto
en Hispania como en Galia, se produjo un período histórico y cultural que
consistió en la recuperación del orden estatal y la formación de dichos nuevos
estados, combinando el antiguo orden administrativo romano con el espíritu
nacional de cada tribu germánica, repartiéndose los restos territoriales del
antiguo imperio, utilizando las divisiones provinciales romanas como base de
su implantación, y guerreando entre ellos por lograr la supremacía, o a veces,
la mera pervivencia.
Este período no se rompió en el resto de Europa romana, ni en la Galia,
desembocando en la creación del estado francés. En cambio, el hecho
diferencial que defiendo como cesura principal entre la historia española y la
francesa, hizo que se cortare abruptamente ese periodo germánico en Hispania
de revitalización y recreación del estado romano-germánico, siendo substituido
por la invasión musulmana, que hizo que en Hispania, como más tarde en los
Balcanes, se iniciare un nuevo período bajo dominio islámico, que propició la
llamada Reconquista, que fue revestida por reyes y Papas de un carácter
religioso de cruzada. Además, la unificación de la Península lograda por los
ejércitos musulmanes, con la consiguiente despoblación de muchas tierras, y el
éxodo de población, dotó al período del aspecto de obtención de nuevas

93
tierras, ya que los dominantes soberanos musulmanes habían borrado las
huellas administrativas romanas. Así pues, los estados hispánicos, mantuvieron
durante mucho tiempo el mito de la legitimidad histórica goda, y lo aplicaron
sobre territorios que consideraban legítimamente suyos.
Así pues, entre esos 21 años se gestó dicho hecho diferencial.
Ambos pueblos sufrieron el mismo evento, que consistió en el ataque de
las tropas musulmanas, en el afán de esta fe por expandir el Islam en tierras
europeas.
Aparte los meros hechos geoestratégicos y militares que decidieron el
curso y desenlace de ambas batallas, la propia estructura de las sociedades
coadyuvó a decantar hacia uno u otro lado la batalla, así como posteriormente
su devenir histórico.
El pueblo visigodo, que lo sufrió primero, estaba especialmente dividido
en el año 711, entre el rey Rodrigo, y la facción enfrentada por el trono. No
solo fueron los rivales del rey visigodo los que pidieron auxilio a las tropas
musulmanas, sino que en la propia batalla de Guadalete, una fracción del
ejercito cristiano desertó de las filas de su rey, pasándose del lado de las
fuerzas musulmanas y las cristianas rebeldes, hecho que facilitó enormemente
la victoria musulmana.
Ante tan fácil victoria, Musa y Tarik vieron que era factible la conquista
de todo el territorio peninsular, dado que la mayor parte del pueblo hispano no
sentía mucho afecto por los contingentes visigodos, a los que veían como
extranjeros. Para aquellos no era mucho más que substituir a la herejía arriana
visigoda, (aún se pensaba del pueblo godo así), por la paganidad musulmana
norteafricana. Hubo grupos de resistentes ante la nueva invasión, que en
muchos casos se convirtieron en el germen de los futuros reinos cristianos de
la Reconquista.
Una vez afianzada su nueva conquista, las huestes musulmanas
decidieron proseguir conquistando las tierras allende los Pirineos, atacando el
reino galo. De modo que en 732, entraron en tierras francas, con dicho
propósito. Si bien es cierto que hemos visto que el poder lo ejercían en
realidad los mayordomos, no los reyes francos, también es verdad que el
pueblo, bastante identificado ya el componente galo con el franco, estaba
unido en torno de la corona. Ello posibilitó que Carlos Martel, a la sazón el
mayordomo, en esa fecha trascendental, contó con el apoyo de todo el pueblo
para afrontar la amenaza musulmana, derrotándola y manteniendo la
independencia de su reino.
En consecuencia, la futura Francia se mantuvo unida bajo su rey,
constituyendo un reino independiente. En cambio, la futura España cayó casi
toda ella bajo el dominio de un imperio extranjero, salvo pequeños núcleos,
aislados e inconexos entre sí, de minúsculos territorios independientes.
A partir de aquí, hemos visto que la evolución histórica de ambos reinos
fue totalmente diferente una de otra.
Francia cayó bajo el feudalismo, que debilitó enormemente el poder del
rey francés, que fue muchas veces menos poderoso que muchos de sus
supuestos siervos. El duque de Borgoña llegó a ser más poderoso que el propio
rey de Francia. Sabemos que el duque de Normandía llegó a ser rey de

94
Inglaterra, en 1066. Eso solo ya era algo que le hacía muy poderoso, pero es
que además, gracias a conquistas militares o alianzas matrimoniales, llegó a
controlar toda la mitad occidental de Francia, lo cual le hacía el poder más
fuerte de Francia, superando largamente al del propio rey.
Hemos visto que el rey de Francia, en su momento más bajo, no ejercía
más poder real que el de sus dominios patrimoniales, L'Ile de France, las
tierras alrededor de París, que conforman la hoy homónima región
administrativa del actual estado francés.
Poco a poco, en virtud de alianzas matrimoniales, pactos y guerras, el
rey fue poco a poco recuperando territorios de sus señores feudales,
reincorporándolos a su soberanía, de modo que sobre esos territorios el rey
podía imponer su ley, sujetándolos a su poder personal, único y directo, como
el que ejercía sobre sus tierras patrimoniales.
Sabemos que el paso más difícil y definitivo, fue la Guerra de los Cien
Años, en la que consiguió arrebatar al rey de Inglaterra todas sus posesiones
francesas, salvo Calais, recuperándolas para la corona francesa, librándose de
la dominación inglesa, que habían dejado de ser súbditos del rey de Francia,
pero mantenían todas sus posesiones en suelo francés.
En resumen, la Corona francesa fue la creadora de Francia tal y como la
conocemos, ya que la actuación de los diversos reyes consistió en arrebatar
territorios a los señores feudales, para ponerlos bajo la dominación directa del
rey, su parlamento y de la ciudad de París Por ello, París es la ciudad más
importante de toda Francia, con una gran diferencia respecto a las demás
ciudades francesas, tanto en el aspecto demográfico, político, económico,
social y cultural, como en el hecho de que el único parlamento y corte al que el
rey francés consultaba era en París, su ciudad. Es decir, París es más grande y
más importante como ciudad y capital para su país, por el devenir histórico de
ella misma y de toda Francia, que las capitales de los países circundantes.
Más que Londres, Berlín, Roma o Madrid. De hecho, según datos
obtenidos de Wikipedia, que recolecta datos de Citypopulation y de la ONU de
2015 y 2016, sobre población de ciudades del mundo, se ve el peso que tienen
las capitales sobre el resto de ciudades del país, que concuerda bastante bien
con la diferente evolución histórica de los principales países de Europa
Occidental.

Reino Unido Francia España Alemania Italia


Londres 14,300,000 París 11,200,000 Madrid 6,400,000 Conurb. Ruhr 5,600,000 Milán 5,150,000
Birmingham 3,100,000 Lyon 1,925,000 Barcelona 4,700,000 Colonia-Dusseldorf Nápoles 4,225,000
4,825,000
Manchester 3,000,000 Marsella 1,640,000 Valencia 1,780,000 Berlín 4,450,000 Roma 3,550,000
Leeds 2,125,000 Lille 1,270,000 Sevilla 1,340,000 Frankfurt 3,100,000 Turín 1,670,000
Liverpool 1,830,000 Niza-Cannes 967,000 Málaga 1,010,000 Hamburgo 2,750,000

Glasgow 1,610,000 Toulouse 938,000 Bilbao 994,000 Stuttgart 2,300,000

Sheffield 1,530,000 Burdeos 891,000 Múnich 2,175,000

Newcasttle 1,460,000 Mannheim 1,520,000

95
Nottingham 1,350,000 Núremberg 1,160,000

Southampton 1,130,000 Hannóver 1,120,000

De estos datos, combinados con las ideas que aquí expongo, pueden
entresacarse varias correlaciones.
Por un lado, vemos que Londres y París, son, con gran diferencia, las dos
mayores capitales de estos cinco países. París por ser, como vimos, la sede del
poder real y la plataforma desde la cual los monarcas franceses iniciaron la
reconquista de su territorio en manos de los señores feudales, con lo cual se
garantizó la supremacía parisina sobre el resto de las ciudades francesas. En el
caso británico, por ser Londres la capital del más grande y poblado de los
reinos de la isla de Gran Bretaña, el que acabó conquistando los demás, y al
concentrar el poder político y económico del Reino Unido. Son las dos capitales
más grandes porque se constituyeron, a inicios de la Edad Media, como
estados muy consolidados y bastante centralistas, con una fuerte
concentración del poder en la corte, lo que acrecentó aún más el peso y poder
de las ciudades elegidas como capitales en detrimento de las demás. También
respecto al resto de ciudades del propio país, ya que vemos que Londres casi
quintuplica a la segunda y tercera ciudad, Birmingham y Manchester. París, por
su lado, presenta una diferencia incluso mayor, ya que casi septuplica la
segunda y tercera ciudad, Lyon y Marsella.
En los casos alemán e italiano, como estos países no se constituyeron
como estados hasta mediados del siglo XIX, estando hasta entonces divididos
en varios pequeños estados, ninguna ciudad alcanzó una relevancia política o
demográfica como la de Londres o París. Así, Berlín, capital de Prusia, que
capitalizó la unificación alemana, solo tiene un tercio de la población parisina o
londinense. Es incluso superada por las aglomeraciones urbanas de los
altamente industrializados territorios más occidentales de Alemania, en las
conurbaciones del Ruhr y de Colonia-Düsseldorf. Respecto a otras ciudades,
apenas llega a cuadruplicar a algunas, mientras que Múnich, la capital de
Baviera, y Viena, la capital de Austria, dos de los mayores estados de la
antigua Confederación Germánica, (junto a Prusia), que en algún momento
tuvieron opciones de capitalizar la reunificación alemana, están en los dos
millones, (Viena, 2,125,000). Italia presenta un caso similar. Roma, la capital,
sede del Papado y antigua capital de los Estados Pontificios es superada por
Nápoles y por Milán, mientras que dobla a la capital del Piamonte-Saboya, el
estado que dirigió la reunificación italiana.
En el caso español, se trata de una situación intermedia con
características tanto de la concentración francoinglesa como de la
fragmentación italoalemana. Por un lado, la capital, Madrid, es solo un 50%
mayor que la segunda, Barcelona, y cuadruplica a la tercera, Valencia. Madrid
es la mitad de Londres y París, mientras que supera en un 50% a Berlín y casi
duplica a Roma. La distribución de la población en las ciudades se asemeja
algo más al modelo de los países de tardía unificación, que a los países de la
temprana.
Salvo que se analicen los datos españoles dividiendo las ciudades en dos
grupos. Como con Alemania e Italia, el hecho de que haya varias ciudades con

96
poblaciones no excesivamente diferentes en número, muestra que estas
ciudades tuvieron un peso político a lo largo de su historia.
Reino Unido y Francia salieron de la Edad Media con estados fuertemente
centralizados y consolidados, como hemos visto, con lo cual solo había un
núcleo de poder político y económico, lo que se ve en la enorme diferencia
existente entre sus capitales y el resto de ciudades.
Hasta mediados del siglo XIX, Turín, Nápoles y Roma eran capitales de
estados independientes, con parecidas fuerzas económicas, demográficas y
políticas, mientras que Milán era una poderosa ciudad industrial bajo dominio
austríaco. En Alemania, Berlín era la capital de Prusia, Múnich de Baviera,
Viena de Austria, mientras que Hamburgo era una poderosa ciudad estado
comercial.
Si dividimos los datos españoles entre las ciudades del reino de Aragón y
las ciudades de Castilla, los datos se asemejan a los del resto de países
europeos. En Inglaterra y Francia solo destaca una ciudad, por ser un solo
estado. En Italia y Alemania varias, por haber tenido varios estados
simultáneos. El hecho de que haya en España dos ciudades que destaquen por
encima del resto es señal de que en la historia de España hubo durante mucho
tiempo dos núcleos de poder, que aglutinaron en torno suyo las fuerzas
políticas, económicas y demográficas de ambos estados.
Barcelona, como capital del reino de Aragón, hizo eso, como Madrid con
Castilla. Ello justifica la parecida fuerza, (la ventaja a favor de Madrid puede
explicarse por el mayor peso de Castilla sobre Aragón y por la imposición de
los gobiernos centralizadores).
De modo que si analizamos Barcelona y Valencia, vemos que aquella
triplica a esta, hecho que encaja mejor con los demás países. El hecho de que
la diferencia sea tan pequeña se explica porque el propio Reino de Aragón era,
a su vez, una suerte de monarquía federal. Sabemos que tanto el Reino de
Valencia, como el Reino de Aragón, el de Mallorca y el Condado de Barcelona
tenían sus propias leyes y sus propias Cortes, lo que asemeja los datos de este
reino a los datos de la tradición federalista germánica.
En cambio, si comparamos Madrid con las ciudades del Reino de Castilla,
Sevilla, Málaga y Bilbao, vemos que en este caso, la capital casi quintuplica,
sextuplica y septuplica, respectivamente, a cada una de estas tres ciudades.
Dato que se asemeja a los resultados de los estados centralistas francés e
inglés, ya que hemos estudiado que Castilla tenía una tradición sociopolítica
que le acercaba mucho al modelo francés.
Como el rey recuperó los territorios, los puso bajo su administración
directa, con lo cual Francia fue configurada por sus reyes como un estado
centralizado. El rey de Francia creó Francia, por ello es un estado tan
centralizado, con un gran sentimiento nacionalista, centralista, y con tan
escasas tensiones nacionalistas, no obstante la corona francesa mantuvo
algunos limitados privilegios fiscales, así como parlamentos regionales, sin
apenas poder, eso si, en ciertos territorios periféricos.
De mayor a menor espíritu nacionalista destacamos Córcega, adquirida a
la república genovesa en el siglo XVIII, cuando ya había en la isla una
asentada cultura italianizante, refractaria al afrancesamiento promocionado por

97
el nuevo estado.
Vasconia francesa, con un carácter más bien cultural, conservador en las
costumbres, y de cariz muy religioso, se configuraba más bien como una leve
resistencia cultural contra el laicismo, el republicanismo y el progresismo que
las Repúblicas francesas imprimieron a la vida de la nación.
Bretaña, adquirida por matrimonio, en el siglo XVI, donde la cultura celta
que los galeses llevaron a Bretaña, mostraba una ligera resistencia al
afrancesamiento.
Por último, Provenza, que tiene un leve nacionalismo cultural, ya que en
el siglo XVI, la cultura francesa del norte impuso su dominación política y
cultural sobre la cultura francesa del sur, provenzal, que tuvo como estado
feudal un esplendor en el Medievo, más bien cultural que político, con sus
trovadores y su dialecto francés. La palabra afirmativa SI, en español, se
pronuncia OUI en el francés del norte, que se impuso en toda Francia, mientras
que se pronuncia OC en el francés del sur, provenzal. (La región de Languedoc-
Roussillion; Langue d'Oc).
Reminiscencias de la importancia política de la Provenza, que se llamaba
Delfinado, se vio reflejada en que la Corona francesa adoptó el título de Delfín
para designar al heredero de la corona francesa, quizás como muestra de
reconocimiento, o de compensación simbólica por la pérdida de la
independencia del sur así como símbolo de la total hegemonía del norte.
En cambio, el devenir histórico de las tierras hispánicas fue harto
diferente, debido a la profunda ruptura que supuso la dominación musulmana,
que abortó la existencia del estado cristiano visigodo, creando un marco
cultural y político en la Península diferente al que se iba desarrollando en el
resto de Europa.
Aquí pervivieron independientes de las fuerzas invasoras grupos
resistentes cristianos, que, dada la agreste orografía en que vivían, así como el
permisivo poder militar musulmán, y los difíciles medios de comunicación de la
época, se mantuvieron en un relativo aislamiento unos de otros, debiendo
confiar casi exclusivamente en sus propias fuerzas, tanto de cara a resistir
ataques musulmanes, como en el proyecto de iniciar una reconquista del
territorio perdido. Ello provocó que fueren desarrollando peculiaridades
propias, tanto de carácter cultural, como político o incluso lingüístico.
No olvidemos que fue en estos reductos montañeses dónde se originaron
las diferentes lenguas y dialectos hispánicos, con la excepción del vasco, por
supuesto, que ya vimos que era mucha más antiguo.
El latín vulgar que se hablaba en Hispania, tras el paso de los pueblos
godos y de la civilización musulmana, fue dando lugar en esos territorios a
toda una serie de lenguas hijas de la lengua de Roma.
El gallego, el bable, el leonés, el castellano, el navarro-aragonés, el
aranés y el catalán, aislados en sus montañas y territorios nucleares, fueron
desarrollándose sin demasiadas influencias unos de otros, siendo muestra de la
diversa evolución sociocultural en que surgieron.
El devenir de la Reconquista hizo que a posteriori, se intensificaren los
contactos, las influencias y los préstamos entre dichas lenguas, además de
provocar una fuerte interacción social, política y económica entre los reinos

98
cristianos. Ello no fue óbice, no obstante, para que el espíritu de independencia
y de la propia identidad no se perdiere del todo, aún cuando se integrare en
organizaciones políticas más amplias.
La evolución política de estos reinos ha sido bastante accidentada.
Asturias y Galicia llegaron a ser, en algún breve período de su historia, reinos
independientes, y de un desgajamiento de esta surgió Portugal. León sufrió el
desmembramiento de Castilla, que a la postre, y tras varias uniones y
separaciones entrambos reinos, acabó por absorber bajo su corona a su reino
madre de León. Navarra fue en un momento dado, el principal reino peninsular,
hasta que se le desgajaron los territorios vascos, que se unieron a Castilla, por
un lado, y los condados aragoneses por otro, que conformaron un reino propio.
Dicho reino acabo uniéndose con los condados catalanes, los cuales, a su vez,
pasaron por un periodo de independencia, así como por la dominación bajo el
Imperio Carolingio, que conformó con ellos la Marca Hispánica, a modo de
barrera contra las incursiones musulmanas.
Todo ello hizo que los distintos reinos fueren conscientes, de alguna
manera, de los puntos que tenían en común, ya que compartían una misma
historia hasta la invasión musulmana, y después, experimentaron desarrollos
históricos paralelos, con muchos períodos incluso de historia en común. Podría
decirse que se veían entre ellos con más semejanzas que las que podían
compartir, no ya con los estados musulmanes peninsulares, sino con el resto
de europeos cristianos, como el reino franco, que vivieron experiencias
históricos-políticas harto diferentes.
Si hemos visto que la historia de Francia provocó que ese estado acabare
configurándose con un carácter bastante centralista, por contraposición la
historia de las Españas, como se dio en llamar a estos reinos durante siglos, se
configuró de manera totalmente opuesta, con un marcado carácter federalista,
si se me permite la expresión aplicada a estos tiempos.
Hemos visto además que la unión de Castilla y Aragón que hicieron los
Reyes Católicos no fue una unión de reinos, sino una unión personal de ambos
reyes. Eran reyes en común de ambos reinos, pero a nivel político hemos visto
que mantuvieron la independencia de sus estados patrimoniales. No por otra
cosa fue por la que Fernando tuvo que dejar Castilla, y vio dificultada su labor
real, al morir Isabel, ya que se sabía, y era considerado, rey de Aragón, no de
Castilla.
La esencia española, hispánica, ibérica, peninsular, es un ideal
regionalista y federalista, y como una federación, o una confederación, fue
como los reinos hispánicos alcanzaron su esplendor político y militar,
dominando Europa durante cerca de siglo y medio.
Se consideraban reyes de las Españas, no de España, y al enumerar sus
títulos, hacían mención de todos los reinos, territorios y ciudades que
controlaban, de modo que realmente, el ideal que tenían los reyes era el de
ser, simultáneamente, reyes de varios reinos, manteniendo las leyes, usos, y
costumbres, la independencia, en suma, de cada reino, sin tratar de unir o
absorber unos dentro de otros.
Esa ha sido la esencia, como digo, que hizo que los diferentes reinos
peninsulares, con una cabeza común, llegaren a ejercer su hegemonía

99
europea.
Vimos también cuán celosamente defendían los reinos sus usos y
costumbres, que toda la cúpula dirigente peninsular no dudaba en respetar. De
hecho, tres veces se intentó destruir esa independencia y estructura
quasifederal de los reinos peninsulares, y dos de ellas fueron provocadas por
influencias extranjeras.
La primera la protagonizó el joven rey Carlos I, al heredar el trono de
Castilla, y llegar a la Península acompañado de su corte flamenca, que le
asesoró en esa dirección, a la usanza del reino borgoñon. Sabemos en qué
desembocó esa política, no solo en Castilla, sino también en Aragón, en
defensa de sus fueros, no solo estatales, sino también municipales. Las
Comunidades, y las Germanías, fueron expresión de dicho espíritu ibérico, que
logró el cambio de la política del joven futuro emperador.
La segunda fue la Unión de Armas patrocinada por Felipe IV y el Conde-
Duque de Olivares, para lograr una mayor implicación de los reinos periféricos
de Aragón, Portugal y Nápoles, en la Guerra de los Treinta Años que enfrentaba
a España contra Francia. Veían que Castilla estaba desangrada, exangüe en
hombres y en dineros para continuar la lucha, con lo cual pretendían que los
demás reinos participaren más activamente en el conflicto, aportando hombres
y dinero. Ya sabemos los motivos que provocaron el rechazo de dichos reinos,
ya que se consideraron marginados en los momentos de esplendor, cuando
afluía el dinero, y negándose a participar cuando la cosas se torcieron.
Sabemos, asimismo, los resultados de esa política; la independencia de
Portugal tras una larga guerra, revueltas en todos los demás reinos, desde
Andalucía hasta Nápoles, pasando por Aragón y Cataluña. La caída del Valido,
y la total derrota en la Guerra de los Treinta Años, así como en su epílogo de la
guerra hispano-francesa, que acabó con la Paz de los Pirineos de 1659.
La tercera, que esta vez si triunfó, sucedió con ocasión de la Guerra de
Sucesión española. Vimos más arriba que Castilla se alió con Francia, para
defender al candidato francés, mientras que Aragón apoyó al candidato
austríaco. Castilla, salvo en el aspecto foral vasco y municipal, era de los dos
grandes reinos peninsulares, el más unitario, ya que solo tenía unas Cortes, y
su organización era más centralizada, siendo además dichas Cortes más
proclives a someterse a los designios reales que las aragonesas, además de
tener mucho menos poder decisorio que estas. Era, en ese sentido, más
parecida a Francia que Aragón.
En cambio, Aragón, mucho más descentralizado que la propia Castilla,
defendía al candidato austríaco, con cuyo reino sintonizaba más en el aspecto
organizativo. El imperio austríaco, parte principal de la Confederación
Germánica, estaba dentro de una cultura política más federalista que la
francesa como era la alemana, ya que aunque la Corona Imperial era
propiedad de la Casa de Habsburgo, era un título bastante honorífico, puesto
que los demás reinos alemanes tenían un alto grado de libertad e
independencia para desarrollar sus propias políticas. Francia, a los ojos de toda
Europa, defendía y representaba, hasta la Revolución, el centralismo y el
absolutismo, y tras ella, el centralismo y el progresismo. En ambos casos, la
uniformidad cultural, bajo sus propios valores. Mientras que Austria, como el

100
Sacro Imperio, representaba la descentralización política. Por ello fue que
Castilla, más parecida a Francia, tendía hacia esta, mientras que Aragón tenía
un sistema político más parecido al austroalemán. Por ello, esos estados, y las
facciones proclives a ellos en la corte de Madrid, buscaron la alianza de esos
países extranjeros para apoyar sus pretensiones a la corona y sus intereses,
coincidentes con los de los propios reino francés y austríaco.
El propio reino de Aragón era una especie de monarquía federal, si puede
ser llamado así, dado que cada uno de los cuatro componentes de el tenía su
propio parlamento, y sus propias leyes. Los reyes aragoneses debían conseguir
el apoyo de los cuatro parlamentos para temas fiscales, así como de guerra y
paz. Estos parlamentos tenían un gran poder político, y una tradición,
celosamente defendida y conservada, de defender al pueblo de los abusos
señoriales y reales, amén de una función fiscalizadora y controladora de la
actividad real, firmemente aplicada y basada en los Justicia. Cierto es que
podía convocarse a las cuatro Cortes conjuntamente, pero no siempre se hacía.
Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca tenían todos consideración de
reinos, constituyentes todos, en igualdad de condiciones de la Corona de
Aragón.
Así pues, el candidato francés, el futuro Felipe V, se presentaba como
una opción centralista, opción de moda, dada la influencia y el prestigio que
tenía Francia en esa época en la política europea, defendiendo como una señal
de modernidad el que la capital acogiese al parlamento y a la corte real,
centralizando fuertemente el poder, y sometiéndose la voluntad popular
expresada en el parlamento, a la voluntad del rey. Además, era el sistema
político que conocía, en el cual había crecido y para el que se había preparado
para dirigir como rey absolutista. Castilla, aunque no tan centralizada como
Francia, con un parlamento menos dócil a la voluntad real, y con mayores
fueros y privilegios locales, se adaptaba mejor a dicha política afrancesada.
Obviamente, el heredero francés, crecido para gobernar un reino con un
solo parlamento, y sumiso, no iba a poder convivir pacíficamente con el tener
que someter sus leyes a la aprobación de cinco cortes, cuatro de ellas
recalcitrantes y más proclives a defender los derechos del pueblo, de los
comerciantes y de la nobleza, que los intereses del rey.
Los Reyes Católicos, y los Austrias, supieron convivir con esa situación, y
con ella, lograr la mayor etapa de esplendor que conoció la política de los
reinos peninsulares. Incluso mantuvieron los llamados Puertos Secos, que eran
las aduanas que había en la frontera entre los reinos de Castilla y de Aragón,
que funcionaban de manera similar a las actuales, cobrando tasas sobre el
comercio entrambos reinos.
Los reinos de Navarra, y el nazarí de Granada, fueron incorporados
directamente al reino de Castilla, con lo cual se reforzó el peso de la corriente
centralista de Castilla. Ya vimos las razones que determinaron esa decisión.
Por todo ello, cuando Francia, Castilla y Felipe de Anjou, el futuro Felipe
V, vencieron en la citada Guerra de Sucesión, decidieron imponer sus tesis más
centralizadoras en los descentralizados reinos aragoneses. Un solo rey, un solo
parlamento y una sola ley. Se premió a Castilla por su apoyo, haciendo que
fueran su legislación y su corte la única y común para todo el reino, que ahora

101
si podía ser llamado España, y ya no las Españas, ya que la nueva dinastía
francesa quería implantar lo que conocía.
Los Decretos de Nueva Planta era la expresión del más completo triunfo
del absolutismo sobre la descentralización típica hispánica. Uniformizó e igualó
todo, fusionando todos los reinos que antes solo tenían como engarce la figura
del rey, permaneciendo separados en los demás aspectos. Si la dinastía
hispánica de los Trastámara, y la de los Austrias, hispanizada, defendieron e
hicieron suya la idea de la conservación y defensa de las particularidades
sociopolíticas de los distintos reinos, considerándose, como hemos visto, reyes
de las Españas, no fundiendo, por lo general, estos reinos, sino
constituyéndose en reyes de cada uno de ellos, manteniendo cierto grado de
independencia, eso iba a cambiar con la dinastía francesa de los Borbones.
Esta solo conocía el más acabado centralismo, sostén del más logrado modo de
absolutismo político, con lo cual no iba a tolerar, y más tras vencer en una
guerra civil, que se mantuvieren las idiosincrasias particulares de los distintos
reinos que habían adquirido, máxime teniendo en cuenta que los más
acérrimos defensores de esa política eran sus mayores enemigos, dentro de un
reino que hasta hacía poco, había sido enemigo de su patria original. Como un
castigo a los reinos orientales, (Cataluña sobre todo), que no aceptaron la
coronación del Borbón, se sublevaron contra él, y participaron en la guerra civil
apoyando a su rival, el candidato Habsburgo. Por ello, según fue conquistando
cada uno de los cuatro reinos aragoneses, les quito como castigo por su
rebeldía sus leyes, imponiéndoles las leyes castellanas, a través de los citados
decretos de Nueva Planta, aunque permitió ciertas peculiaridades legislativas
de índole fiscal y tributaria.
Reconociendo que la más antigua y profunda esencia de la idiosincrasia
sociopolítica de las tierras ibéricas es el federalismo, es a partir de donde
podremos conseguir conocer mejor nuestra propia personalidad, para poder
organizarnos de la manera que mejor cuadre a nuestro carácter.
Confío en haber podido mostrar que el centralismo, en general, ya sea
total, de un modo absoluto, o con ciertos matices, no es algo connatural a las
tradiciones vernáculas, sino ideas importadas del extranjero, donde si pueden
tener razón de ser, como hemos visto en el caso francés. Para esta nación, es
fundamental, y consubstancial a su esencia sociopolítica como estado, ya que
fue lo que permitió que Francia no desapareciere, dividida en feudos y en
distintos reinos, sino que perviviere como estado manteniendo su identidad
cultural y nacional. El rey de Francia, el parlamento y la ciudad de París
salvaron Francia y la convirtieron en lo que hoy es. Y así continúa, con la única
salvedad que ahora hay en vez de un reino, una República.
En cambio, España, o mejor, las Españas, crecieron como la confluencia y
alianza de diferentes reinos, que por mor de las vicisitudes políticas de la
historia, llegaron a converger en una única dirección política, que aunaba
esfuerzos, para acrecentar su poder político-militar y hacer frente a la
competencia del resto de estados. Cuando las dinastías regentes eran
nacionales, o adoptaban los usos y costumbres hispánicos, y defendían y
hacían suya ese espíritu federalista, que no fue obstáculo para que dichos
reinos impusieren su hegemonía política en Europa durante siglo y medio, a la

102
vez que redescubrían, conquistaban y colonizaban todo un continente.
Dos de los tres intentos de centralizar las Españas se debieron a
influencias extranjeras, flamenca-borgoñona la primera, y francesa la última,
tratando de transformar las mentalidades y usos de los pueblos hispánicos.
A lo largo de su Historia, solo hubo una Francia, más o menos grande y
fuerte en función de las vicisitudes históricas, como la debilidad provocada por
el feudalismo medieval. El rey, desde sus tierras originarias, y luego
patrimoniales, alrededor de L'Ile de France, fue reconstruyendo Francia,
sumando territorios al estado, en un proceso unitario y centralizado, desde
arriba, la jefatura del estado, hacia abajo, los territorios y los pueblos.
En cambio, en las tierras hispánicas, el proceso fue harto diferente. La
invasión musulmana provocó que surgieren varios centros cristianos
resistentes a los ejércitos invasores, que dado el aislamiento en que crecieron
inicialmente, fueren adquiriendo matices culturales y políticos que les hicieron
diferenciarse unos de otros, además de adquirir consciencia de esa misma
diferencia.
Cada reino repitió, a su escala, el mismo proceso que realizó Francia con
los reinos y los nobles, esto es, iban reconquistando territorios a las taifas
musulmanas, incorporándolos cada uno a su propia autoridad. En un momento
dado, llegaron a entrar en colisión entre sí compitiendo por controlar los
mismos territorios. Se consideraban independientes unos de otros, haciéndose
la guerra, así como realizando alianzas matrimoniales. Las relaciones que
mantenían entre ellos eran las mismas que podían mantener con Inglaterra o
Francia, por ejemplo.
Al final, la conformación de los dos reinos principales se realizó como
alianzas matrimoniales entre estados independientes; así se unió Aragón con
Cataluña, y León con Castilla.
Fue, en definitiva, un proceso de confederación de estados; estados
libres e independientes, que reconocen su propia libertad política, así como los
vínculos culturales y socioeconómicos que los unen, deciden conformar un
estado más grande y más fuerte, para defender mejor sus intereses contra
potenciales terceros rivales, pero sin ceder toda su soberanía, manteniendo
ciertas atribuciones para los estados constituyentes, y cediendo otras a la
nueva autoridad política creada.
Un proceso similar siguieron, por ejemplo, las trece colonias
norteamericanas de Inglaterra, cuando decidieron, cada una por separado,
declararse independientes de Gran Bretaña, y, a continuación, firmar todas
ellas, como estados independientes, los artículos de la Confederación.
Incluso el proceso de la Unión Europea, salvando las distancias
históricas, socioculturales y políticas de épocas tan diferentes, sigue una
trayectoria similar de cesión de soberanía de estados independientes, de forma
voluntaria, a una entidad superior, con el objetivo de mejor defender sus
intereses frente a terceros.
A diferentes escalas, el proceso de consolidación de los estados que se
vivió en Europa, se vivió de una manera parecida en la Península Ibérica. En
ambas se lucho contra invasores extranjeros de religión diferente, y luego
hubo un proceso de lucha entre los diferentes estados cristianos para

103
determinar su lugar geopolítico. Las luchas entre Navarra, León, Castilla,
Aragón, Asturias, Galicia, Vascongadas, Cataluña, Valencia y Mallorca siguen
pautas y procesos históricos que pueden correlacionarse, salvando las obvias y
claras diferencias, con las luchas entre Portugal, España, Inglaterra, Francia,
Escocia, los estados italianos, los estados alemanes y los estados flamenco-
borgoñones.
Sin embargo el período de mayor poderío político y militar español
coincidió con el período en que las Españas eran reinos diferentes, cuyo único
punto común eran los reyes, tanto los Católicos como los Austrias, que
gobernaban sobre una especie de monarquía federal.
Y la centralización de los Borbones bajo un único poder absolutista no
igualó los logros político-militares de sus predecesores.
Conócete a ti mismo es un más que muy viejo aforismo, fundamental
para que uno pueda llegar a explotar al máximo su propio potencial.
Creo que también es aplicable a las sociedades. Si una sociedad, cultura
o estado, a través del estudio de la Historia, conoce sus raíces y sus
fundamentos en los que se basa su devenir a lo largo del tiempo, puede
desarrollar las estructuras sociopolíticas que permitan el mejor
aprovechamiento de sus potencialidades, manteniendo su propia identidad y
alcanzando el máximo bienestar de su pueblo y la pervivencia de su estructura
política entre el resto de los estados.
Por otra parte, la islamización de la Península provocó que los reinos
cristianos peninsulares siguieren un camino diferente en los albores del
Renacimiento. En Europa, el fin del espíritu medieval y caballeresco del
Medievo hizo que esas energías se dedicaren a la investigación científica, pero
sobre todo al comercio y la industrialización, abandonando el espíritu de las
cruzadas. En cambio, en España, dónde ese sentimiento estaba muy vivo,
gracias a la Reconquista, surgió la ocasión de mantener ese espíritu
caballeresco de cruzada en virtud de canalizarlo, sin apenas modificarlo,
gracias al redescubrimiento, colonización y evangelización de América, sin
orientarlo hacia las vías mercantilistas, progresistas y, en definitiva,
precapitalistas, que iban extendiéndose en Europa Occidental.
Voy a comentar otra diferencia que creo existe entre el nacionalismo
francés y el español, que, por otra parte, son la contraparte de los distintos
nacionalismo periféricos que hemos analizado, a lo largo de todas estas
páginas.
El nacionalismo español es un sentimiento débil, provocado por unas
bases débiles, en un sentido tanto histórico como político y económico. Hemos
visto que durante gran parte de la Edad Moderna, la época imperial gloriosa de
España, dado el carácter patrimonial de la Corona, se hablaba de los diversos
territorios del Rey, más que de los éxitos del Estado, concepto casi inexistente.
Los propios reyes, cuando hablaban de sí mismos, hacían mención a que eran
reyes no de un solo reino, sino de una pléyade de ellos, considerándolos partes
independientes unos de otros, utilizándolos como piezas separadas de un
mismo puzzle, cuyo único punto de unión era la propia casa real. Incluso, al
hablar de los reinos peninsulares, hablaban de sus reinos de las Españas.
En las edades moderna y contemporánea, el nacionalismo español había

104
subsumido en su esencia el antiguo nacionalismo castellano, tratando de
imponerlo, como hemos visto, como el nacionalismo único para todo el reino
de España que los reyes Borbones estaban construyendo en el reino que
habían adquirido. Pero en esa época, la base territorial, demográfica y
económica que era la base y sustento de dicha concepción nacional se basaba
solo en Castilla, rechazando las tradiciones, lenguas y culturas periféricas.
Rechazada esa periferia, (el reino de Aragón, y, dentro de este, el
Condado de Cataluña, su parte más importante), porque se habían opuesto,
desde el principio, a la nueva dinastía. Además, en el momento de su
implantación, el territorio castellano que dio base a la españolidad, y que sí la
había apoyado, era, todavía, la parte mayor, más importante y más fuerte de
la monarquía dual que había sido España bajo los Austrias.
Pero a lo largo de ese siglo XVIII, se verificó el decaimiento de Castilla,
exangüe por el enorme y agotador esfuerzo que hubo de soportar, ya que fue
quien corrió con la parte del león, tanto en el aspecto económico, como en el
de sangría de hombres, de las políticas imperialistas de los Austrias. De modo
que toda la periferia, sobre todo la mediterránea, y dentro de ella, el reino de
Valencia y el condado de Cataluña, habían superado a Castilla en vitalidad
económica y demográfica, con lo cual no estaban dispuestas a permitir que
desde Madrid se les impusiere políticas y decisiones, que no solo no contaban
con su voluntad, sino que iban contra sus propios intereses, además de tratar
de borrar sus leyes, lenguas e instituciones, imponiéndoles la de un centro que
se veía como opresor, como extranjero y ajeno a su esencia nacional. Hemos
visto que durante mucho tiempo, castellan@s y aragones@s eran
considerad@s extranjer@s en los territorios del otro reino, como América, por
ejemplo. Centro que, para mas inri, se percibía como preso de una profunda
debilidad que trataba de corregir, explotando los recursos, los dineros y los
hombres de dichos reinos.
Por todo ello, un débil nacionalismo español debía enfrentarse a
nacionalismos periféricos, refractarios a esa idea de España, por parte de unos
territorios mucho más vigorosos que aquellos de donde partía el nacionalismo
español.
En momentos de debilidad del poder central, o cuando en el estado
central se establecen regímenes republicanos o democráticos, éste tiende a
pactar con aquellos, por debilidad en el primer caso y por convicciones
democráticas y progresistas cuando hay Repúblicas o democracias en España.
Mientras que cuando el centro era fuerte, o la periferia débil, trataba aquel de
imponer su política unificadora por métodos más o menos autoritarios.
Podemos ver que la historia moderna y contemporánea de España atravesaba
movimientos pendulares, en función de estos sucesos. Así, momentos de gran
debilidad del poder central favorecía el autonomismo, regionalismo o
cantonalismo, como en 1640, cuando Felipe IV y el Conde-Duque tuvieron, en
los peores años de la Guerra de los Treinta Años, que enfrentarse a la
oposición portuguesa, catalana, aragonesa e italiana a su propuesta de la
Unión de Armas. Como en los turbulentos años entre el derrocamiento de
Isabel II y la coronación de Alfonso XII, con el rey Amadeo I y la I República,
cuando el movimiento cantonalista sembró España de cantones

105
quasiindependientes. Igual sucedió con ocasión de la II República, donde
coincidió dicha combinación de propósitos democráticos, aperturistas y
progresistas de los movimientos republicanos con los ideales nacionalistas de
ciertas partes de España. Finalmente, en nuestra actual democracia, dónde
coinciden, en ocasiones, la debilidad del poder central con el espíritu
descentralizador y aperturista de buena parte de la población y las sociedades
peninsulares.
Por contra, en períodos de fortaleza del poder central, se reprimen los
movimientos regionalistas de los territorios periféricos, tanto a nivel político
como cultural, prohibiendo sus lenguas, costumbres y usos, reforzando el
proceso nacionalizador de cariz español. Así sucedió en los inicios del reinado
de Felipe V, cuando se promulgaron los ya citados Decretos de Nueva Planta.
También con ocasión de las dos Dictaduras que ha sufrido España en el siglo
XX, tanto la de Primo de Rivera como la de Franco.
En aquella época, los súbditos de la Corona de Aragón, cuando se
quejaban del centralismo real que trataba de arrebatarles sus leyes, usos y
costumbres, lo hacían criticando al nacionalismo, o al centralismo castellano,
no español, ya que eran la Corte de Castilla, sus representantes políticos, así
como su lengua y su cultura, la que trataba de eliminar la suya propia.
Desde el siglo XV en que se forjó la unión, hasta el siglo XVIII, Castilla
fue el reino peninsular más poblado, con una economía más boyante, así como
una política más agresiva y expansionista. Ello hizo que pudiere imponer, en
mayor o menor grado, su cultura, que incluso en Europa, hasta el siglo XVII,
era la moda imperante, y el espejo en el que muchos se miraban, ya fuere
como imitación o como rechazo.
Pero el excesivo esfuerzo económico que sostuvo para financiar la idea
imperial de los Austrias, así como la doble sangría humana que sufrió, por un
lado en pérdidas debidas a causa de las incesantes guerras, como por la
emigración a América, causó la ruina de Castilla.
Castilla quedó agotada en ambos aspectos, mientras que los territorios
periféricos, sobre todo Cataluña, Euskadi y Valencia, que habían sufrido en una
medida muchísimo menor, dicha doble sangría, tomaron el relevo en el avance
de la sociedad. Su población creció mucho más que la castellana, así como sus
industrias y su poder económico.
De modo que el poder social, demográfico y económico en la Península
basculó; desde el centro castellano hasta la periferia cantábrica y
mediterránea, mientras que el poder político, centrado en la corte, seguía
anclada en el centro de un territorio deprimido demográfica y
económicamente.
Obviamente, era algo complicado, ya que los pueblos a los que trataban
de imponer una tradición cultural y sociopolítica diferente, eran, precisamente,
los que en esa época eran más activos, tanto demográficamente, como
económicamente, con lo cual no iban a permitir, sin oposición, que sus
sistemas sociopolíticos, incluso su lengua, se vieren marginados por la
tradición sociopolítica y cultural de un reino en decadencia, que no tenía ya
ningún poder. Cuando ellos eran débiles, siglos atrás, se habían visto
marginados del poder político, bajo la dinastía de los Austrias, por la

106
floreciente y poderosa Castilla, que impuso sus puntos de vista dado su mayor
poder demográfico y económico. Ahora que las tornas habían cambiado, no
iban a permitir la perpetuación de esa situación.
En resumen, podemos decir que bajo los Austrias, cuando Castilla era
fuerte y Aragón débil, no se trató de imponer una cultura sobre otra, sino que
los reyes mantuvieron, en mayor o menos grado, la peculiar idiosincrasia de
cada uno de sus reinos, tanto los peninsulares como los extrapeninsulares.
Bajo los Borbones, se trató de convertir esa amalgama de reinos,
culturas, lenguas y tradiciones diferentes en un solo país, a la imagen de
Francia, uniformizando todo bajo la égida del rey y una sola etnicidad cultural.
Pero el problema residió en que dichos Borbones decidieron que la esencia de
la españolidad que trataban de crear se debía basar en la castellanidad, no en
la catalanidad, que era la etnicidad preponderante del otro gran reino
peninsular que era Aragón. En aquella época, Castilla era relativamente mucho
más débil que Aragón, con lo cual, la parte fuerte no iba a permitir que su
idiosincrasia propia fuere suplantada por la de un rival, manifiestamente más
débil, y que fue arrogante cuando tenía poder, no dejando de serlo cuando
devino débil.
Por otro lado, París no tenía comparación con ninguna de las capitales
españolas. Ni Toledo, ni Valladolid ni Madrid, podían competir con el carisma de
París. Francia es París, lo que no es Madrid para España.
Además, el peso demográfico, social, cultural y económico que tiene
París, en el conjunto de Francia, y frente al resto de las ciudades francesas, es
abrumador a favor suyo, algo que a día de hoy, Madrid aún no puede decir de
España, ya que Barcelona es tan boyante e importante como la propia capital.
Insistimos en que fueron París y los reyes franceses los que crearon
Francia. Hemos visto, que en la Alta Edad Media, el proceso feudalizante llegó
a tal punto en Francia, que el rey solo tenía poder directo en L'Ile de France, la
región que circunda París. Así, cuando los reyes franceses, a lo largo de los
siglos, fueron recuperando para el poder real las diversas regiones de Francia,
las sometieron al poder de su corte, establecida en su ciudad base, por así
decirlo. El afrancesamiento se basó en imitar las modas, usos y costumbres de
París, que, como acumuló todo el poder político de la nación, era donde, en un
sentido u otro, se orientaba la dirección del reino, tanto política, como social o
culturalmente.
Hemos visto que desde la Revolución de 1789, Francia desarrolló, con
bastante éxito, una política de divulgación de los valores franceses, que
consistieron en una combinación de afrancesamiento cultural y lingüístico, con
la asimilación de los valores democráticos de dicha revolución.
A partir de 1981, el proceso de descentralización administrativa del
estado iniciado por François Mitterrand se vio complementado por una defensa
de los derechos socio-culturales de las minorías, tanto inmigrantes, como
internas de carácter histórico, de los territorios periféricos del territorio
francés.
Por ejemplo, desde tiempos inmemoriales, había una distinción entre
Occitania, el sur de Francia, y el norte. Vimos que en tiempos antiguos, el sur
de Francia había sido intensamente culturizado, por contingentes griegos y

107
romanos después, mientras que el norte mantenía una cultura céltica mucho
menos desarrollada y diferente que la del Midi. La entrada de los pueblos
francos no hizo sino reforzar esa separación, ya que se asentaron en las tierras
norteñas, preferentemente, de modo que se mantuvo esa distinción, por ellos
mismos reconocida. Las poblaciones francas del norte llamaban a las aquitanas
“romani”, mientras que ellas mismas se asimilaban a las germanas que tenían
por vecinas.
En el Rosellón, que perteneció durante mucho tiempo al reino de Aragón,
y que incluso fue independiente, durante un tiempo, en un reino que incluía
Cerdaña y Baleares, se dio un régimen de amplia autonomía, con leyes y
parlamento propio, dentro de la tradición autonomista característica de la
corona aragonesa, hasta su definitiva inclusión en el reino de Francia con
ocasión de la Paz de los Pirineos de 1659.
Nada de esto sucedió en España, con sus diversas capitales. De hecho, la
única que se asemeja en algo a París es Barcelona, ya que ella fue, desde los
orígenes del condado catalán, la más importante de las ciudades catalanas, la
que dirigió la Reconquista, la que luego dirigió la creación y dirección del
imperio aragonés en el Mediterráneo, y la que influyó, tanto política, como
social y económicamente, en la conformación de la idiosincrasia de la Corona
de Aragón.
Pamplona fue lo mismo para Navarra, pero un reino tan pequeño,
rodeado de tres grandes reinos, no tuvo ocasión de desplegar mucha
influencia.
Por otro lado, parte de la historiografía francesa mantiene un debate
acerca de cuándo empieza la historia de Francia, si desde los pueblos galos, o
con los más recientes francos. Normalmente, el origen de la nación francesa
con los grupos francos suele ser defendido desde posiciones religiosas y
aristocráticas, ya que se asocia el nacimiento de Francia con la asunción del
catolicismo por parte de los reyes francos, que impusieron su hegemonía sobre
las poblaciones bárbaras galas, a las cuales liberaron de la opresión pagana y
extranjera romana, fusionando ambos pueblos. Todo ello como reacción contra
el espíritu laico e igualitario republicano.
Por contra, este mismo espíritu republicano laico e igualitario defiende el
origen en las gentes galas, utilizando el mismo argumento pero a la inversa;
considera a los grupos francos invasores bárbaros y extranjeros, como las
viejas legiones romanas, que invadieron el país, saquearon y masacraron al
pueblo galo, cual conquistadoras que eran ambas oleadas.
En ambos casos, el reino de los francos, Francia desde el siglo XV,
desarrolló una vitalidad muy poderosa y expansiva en la configuración de las
características de su sociedad, arrinconando a las sociedades regionales
periféricas, que muchas veces no tenían más opción que definir su propia
cultura por contraposición a lo que desde París se imponía como la francesidad.
Esa misma francesidad tuvo un gran éxito no solo en nacionalizar a dichos
regionalismos, sino también en expandir su influencia, en virtud del
imperialismo, por el mundo, afrancesando a los pueblos conquistados y a la
numerosa inmigración que acudía al territorio nacional, con los ideales del
laicismo, republicanismo y progresismo, que han logrado hacer quasisinónimos

108
de lo francés, como por otro lado hicieron l@s británic@s con la
anglosajonización de sus colonias de poblamiento de Canadá, USA, Australia y
Nueva Zelanda.
Éxito que no alcanzó en la misma medida y profundidad la Corona
española a la hora de españolizar los territorios de América Hispana. Desde el
punto de vista de la aculturación, fue un fracaso español y un éxito inglés y
francés. En parte debido a la fortaleza del sentimiento de aquellos
nacionalismos, y en parte a la propia ambigüedad del español, que no
terminaba de definir que era lo español, si solo castellano, o síntesis de lo
castellano y de lo catalano-aragonés.
Sobre las distintas políticas, estrategias y enfoques que el pueblo
anglosajón y el hispánico emplearon en América, habría mucho que decir.
Pero esa es otra historia que merece ser contada en otra ocasión.

109
Unua Postskribo.

Salvando las distancias, ya que un mundo y un abismo me separa del


viejo y sabio Catón, y desde la modestia de mi humilde posición, quisiere no
obstante, aún por un solo momento, convertirme en una especie de émulo de
aquel antiguo político.
Mi propósito es utilizar esta página, a guisa de plataforma, para lanzar
un mensaje, que aunque no tiene nada que ver con el tema estudiado en este
libro, sino más bien al contrario, ya que mi mensaje está enfocado hacia el
mundo del porvenir y hacia el mundo de la ciencia, creo debe ser dicho, al
menos, por alguien.
Sin más dilaciones, procedo a lanzar mi mensaje, que es el siguiente:
Europa debe terraformar Venus.

110
Dua Postskribo.

Quiero mostrar mi humilde gratitud a tod@s l@s autor@s, cuyas obras


cito en la bibliografía, y que me han servido de orientación y guía en la hora de
la confección y redacción de las tesis, ideas y argumentos expresadas en este
libro.
La lista no es exhaustiva, y aparece reflejada en la bibliografía, habiendo
además nombres que no he citado, y que merecerían figurar en ella.
Por supuesto, claro que es que todas las imperfecciones, todos los
errores y todas las inexactitudes son solo obra y responsabilidad mía, y de
nadie más.
Huelga decirlo; nadie más que yo es responsable de todas las opiniones y
conclusiones aquí vertidas.
Agradecer, desde luego, a mi familia toda su ayuda y comprensión
durante la redacción de este libro, y su paciencia.
Como decía en la introducción, ojalá este libro, con las ideas aquí
vertidas, sirva de acicate a tod@s l@s gesamideanoj, para avanzar por la
luminosa senda del conocimiento.
Por último, y no por ello menos importante, mostrar mi gratitud y mi
respeto a la fuente última de inspiración, saber y fuerza, esto es, a nuestra
MATRIA, DIOSA MADRE TIERRA GAIA.

111
Bibliografía.

-Almagro Gorbea, Martín. Arteaga, Oswaldo. Blech, Michael. Ruiz Mata, Diego.
Schubart, Hermanfrid. Protohistoria de la Península Ibérica. Ariel Prehistoria.
2001.
-Alvar, Jaime. Plácido, Domingo. Bajo, Fe Mangas, Julio. Manual de Historia
Universal 2. Historia antigua. Historia 16. 1994.
-Arribas, Antonio. Los Íberos. Ediciones Orbis. 1965.
-Barandiarán, Ignacio. Martí, Bernat. Del Rincón, María Ángeles. Maya, José
Luis. Prehistoria de la Península Ibérica. Ariel Prehistoria. 4ª edición. Mayo
2008.
-Barceló, Pedro. Ferrer, Juan José. Historia de la Hispania romana. Alianza
Editorial. Historia. 2007.
-Bendala, Manuel. Tartesios, íberos y celtas. Colección Tanto por Saber. Edición
Temas de Hoy. 2000.
-Bennassar, M.B. Jacquart, J. Lebrun, F. Denis, M. Blayau, N. Historia Moderna.
Akal ediciones. 1998.
-Claramunt, Salvador. Portela, Ermelindo. González, Manuel. Mitre, Emilio.
Historia de la Edad Media. Ariel Historia. 1995.
-Elliott, John H. La España imperial. Biblioteca Historia de España, RBA. 2006.
-Fernández Álvarez, Manuel. Sombras y luces en la España imperial. Círculo de
Lectores. 2004.
-Ferro, Marc. Historia de Francia. Cátedra. 2003.
-Gil Pecharromán, Julio. La II República española (1931-1936). 1995.
-González Manrique, Luis Esteban. De la conquista a la globalización. Biblioteca
Nueva. 2006.
-Harden, Donald. Los fenicios. Ediciones Orbis. 1965.
-Jackson, Gabriel. La República española y la guerra civil. Biblioteca Historia de
España, (RBA coleccionables). 2005.
-Kristiansen, Kristian. Europa antes de la Historia. Ediciones Península. 2001.
-Livermore, Harold V. Orígenes de España y Portugal (I y II). Ediciones Orbis.
1971.
-Lynch, John. Monarquía e Imperio: el reinado de Carlos V. El País. 2007.
-Marín, José María. Molinero, Carme. Ysàs. Pere. Historia política 1939-2000.
Historia de España XVIII, director Alfredo Alvar Ezquerra. 2001.
-Martínez Ruiz, Enrique. Giménez, Enrique. Armillas, José Antonio. Maqueda,
Consuelo. La España Moderna. Istmo 1992.
-Moradiellos, Enrique. La España de Franco (1939-1975). Editorial Síntesis.
2003
-Núñez Seixas, Xosé M. Movimientos nacionalistas en Europa. Siglo XX.
Editorial Síntesis. 1998.
-Pérez, Joseph. La España de los Reyes Católicos. Arlanza ediciones. 1980.
-Piqueras, José A. Chust, Manuel. Republicanos y Repúblicas en España. Siglo
Veintiuno de España Editores, S.A. 1996.
-Plácido Suárez, Domingo. Alvar Ezquerra, Jaime. González Wagner, Carlos. La
formación de los estados en el Mediterráneo occidental. Editorial Síntesis.

112
1991.
-Powell, Charles. España en democracia, 1975-2000. 2001.
-Riu Riu, Manuel. Edad Media. Manual de Historia de España, 2. Espasa Calpe.
1989.
-Ruiz, Arturo. Molinos, Manuel. Los íberos. Crítica (Grijalbo Mondadori). 1993.
-Santos Yanguas, Juan. Los pueblos de la España antigua. Biblioteca de
Historia. Historia 16. 1999.
-Soboul, Albert. La revolución francesa. Ediciones Orbis, S.A. 1981.

113
Índice.

Introducción 4
Primera Parte; Historia en común. 6
Primer Capítulo; Prehistoria. 6
Segundo Capítulo; Pax Romana. 22
Fenicia. 23
Grecia. 27
Cartago. 31
Roma. 34
Tercer Capítulo; el Caos del Ocaso de una Civilización. 47
Parte Central; Clave de Bóveda. 52
Tercera Parte; Caminos Divergentes. 61
Primer Capítulo; Edad Media. 61
Segundo Capítulo; Edad Moderna. 73
Tercer Capítulo; Edad Contemporánea. 85
Conclusión. 90
Unua Postskribo. 110
Dua Postskribo. 111
Bibliografía. 112
Índice. 114

114

Potrebbero piacerti anche