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Yo soy Bukowski… el anomal

Referencias

Escritores de escenario (Bruno Tackles)

Jean Frederick Chevallier:

Fenomenología del presentar http://www.bdigital.unal.edu.co/26103/1/23648-82495-1-


PB.pdf

El teatro hoy: una tipología posible


http://data0.eklablog.com/proyecto3/perso/pdf/el%20teatro%20hoy-
%20una%20tipologia%20posible%20-jf%20cheva.pdf

Gilles Deleuze

Mil mesetas http://edwardium.com/wp-content/uploads/2016/05/151653352-Mil-


Mesetas-Capitalismo-y-Esquizofrenia-Deleuze-y-Guattari.pdf

Rizoma pág. 28-29


Devenir (el outsider, el anomal) pág.244-245, 249-250
Devenir (el agenciamiento droga) pág. 284-287
Devenir (el secreto) pág. 289-291

Tom Waits “ Chocolate Jesus” https://www.youtube.com/watch?v=PCAPMDeeKxg

Leonard Cohen

Who by fire? https://www.youtube.com/watch?v=yXxR_Eja8hg

Closing time https://www.youtube.com/watch?v=7-0lV5qs1Qw


Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones

La chica más guapa de la ciudad

Tenía la costumbre de ser buena y amable con los feos; los hombres considerados guapos le
repugnaban: «No tienen agallas —decía ella—. No tienen nervio. Confían siempre en sus orejitas
perfectas y en sus narices torneadas... todo fachada y nada dentro...».

Se entregaba sin saberlo. Al mismo tiempo, retrocedía a zonas de descontrol e incoherencia.


Esquizoide. Una esquizo hermosa y espiritual. Quizás algún hombre, algo, acabase destruyéndola
para siempre. Esperaba no ser yo.

Besaba con abandono, pero sin prisa.

—¿Por qué estropeas tu belleza? —pregunté—. ¿Por qué no aceptas vivir con ella sin más?
—Porque la gente cree que es todo lo que tengo. La belleza no es nada. La belleza no permanece.
No sabes la suerte que tienes siendo feo, porque si le agradas a alguien sabes que es por otra cosa.
—Vale —dije—, tengo mucha suerte.

—¿Qué andas haciendo? —preguntó.


—Nada. No soy capaz de apegarme a nada. Nada me interesa.
—A mí tampoco. Si fueses
mujer podrías ser puta.
—No creo que quisiese establecer un contacto tan íntimo con tantos
extraños. Debe ser un fastidio.
—Tienes razón, es fastidioso, todo es fastidioso.

Fuera, alguien tocaba la bocina de un coche. Unos bocinazos escandalosos, persistentes. Dejé la
botella y aullé: «¡MALDITO SEAS, CONDENADO HIJO DE PUTA, CÁLLATE YA!». Y seguía avanzando
la noche y yo nada podía hacer.

Quince centímetros

Doce monos voladores que no querían fornicar adecuadamente

Nacimiento, vida y muerte de un periódico underground


—La poesía dice demasiado en demasiado poco tiempo; la prosa dice demasiado poco y se toma
demasiado tiempo.

Allí estaba yo, el mejor poeta vivo desde Auden y sin ni siquiera poder darle por el culo a un
perro...
Estoy seguro de que esperaba a alguien más joven y de mejor aspecto, más vistoso, de aire más
inteligente, de aire más traicionero... Yo era simplemente un viejo cansado, indiferente, con
resaca. El era un poco canoso y distinguido, si entiendes el tipo de distinguido a que me refiero.
Jamás arrancó remolachas de la tierra con una pandilla de emigrantes mejicanos ni estuvo en la
cárcel por borrachera quince o veinte veces. Ni recogió limones a las seis de la mañana sin camisa,
porque sabes que al mediodía ha rá más de cuarenta grados. Sólo los pobres saben lo que significa
la vida: los ricos y aposentados tienen que imaginarlo. Luego, curiosamente, empecé a pensar en
los chinos. Rusia se había suavizado. Quizá sólo los chinos supiesen, por subir desde el fondo,
cansados de mierda blanda. Pero entonces no tenía ideas políticas, todo esto eran cuentos: la
historia nos jodía a todos al final. Yo me adelantaba a mi época: cocido, jodido, machacado, no
quedaba nada.

—A los pequeños siempre les dan por el culo. Palmer. Así es la historia.

El día que hablamos deJames Thurber

Creo que fue Huxley, o uno de sus personajes, quien dijo en Contrapunto: «A los veinticinco años,
cualquiera puede ser un genio. A los cincuenta, cuesta bastante trabajo»

Una señora gorda y grande, una de las propietarias, proclamó: «¡Este hombre no sabe lavar platos!».

Era, en cierto modo, aterrador terminar siendo un cero a la izquierda, pero lo que más me dolía era
que había una hija mía de cinco años en San Francisco, la única persona que quería en el mundo,
que tenía necesidad de mí, y de zapatos y vestidos y comida y amor y cartas y juguetes y una visita
de vez en cuando.

…y el tipo era ambidextro... quiero decir que se jodía a hombres y a mujeres y le jodían hombres y
mujeres.

Y antes incluso de que yo llegase a la puerta, si miraba hacia atrás furtivamente, la chica le había
abierto ya la bragueta a André, o si las bermudas no tenían bragueta, allí estaban en el suelo,
rodeando sus tobillos franceses, y la tipa agarrando aquello casi treinta centímetros sin erección
para ver de lo que era capaz si la azuzaban un poco. Y André la tenía siempre desnuda ya hasta las
caderas y escarbaba con el dedo buscando el agujero secreto en el hueco que quedaba entre sus
apretadas bragas color rosa impecablemente lavadas. Y siempre había algo para el dedo: el ojo del
culo aparentemente nuevo y melodramático o si, siendo como era un maestro, podía deslizarse
alrededor y a través de la apretada y lavada tela rosa, hacia arriba, allá se iba, a preparar aquel coño
que sólo había tenido dieciocho horas de descanso.

El asesinato de Ramón Vásquez

Un compañero de trago
…Salía precisamente por entonces de un mal paso con una mujer que había estado a punto de
acabar conmigo. Quedé sin ganas de mujeres un tiempo y, como sustituto, jugaba a los caballos, me
la meneaba y bebía. Yo, francamente, me sentí mucho más feliz haciendo esto, y cada vez que me
pasaba una cosa así pensaba, se acabaron las mujeres, para siempre. Por supuesto, siempre
aparecía otra. Acababan cazándote, por muy indiferente que fueses. Creo que cuando llegas a
hacerte indiferente de veras es cuando más te lo ofrecen, para fastidiarte. Las mujeres son capaces
de eso; por muy fuerte que sea un hombre, las mujeres siempre pueden conseguirlo.

Todas las mañanas, en el trabajo, nos sentíamos enfermos... Era nuestro chiste particular. Y todas
las noches volvíamos a emborracharnos. ¿Qué va a hacer un pobre? Las chicas no buscan a los
vulgares trabajadores. Las chicas buscan médicos, científicos, abogados, negociantes, etc. Nosotros
las conseguimos cuando ya les repugnan a ellos, cuando ya no son chicas... nos toca el material
usado, deformado, nos tocan las enfermas, las locas. Cuando llevas un tiempo aguantando esto, en
vez de conformarte con segundos o terceros o cuartos platos, renuncias. O
intentas renunciar. El trago ayuda.

Un coño blanco

pero hemos aprendido con los años de trinque que si bebes solo entre cuatro paredes, las cuatro
paredes no sólo te destruyen sino que les ayudan a ELLOS a destruirte. No hay por qué darles
victorias fáciles. Saber mantener el equilibrio justo entre soledad y gente, ésa es la clave, ésa es la
táctica, para no acabar en el manicomio.

Un 45 para pagar los gastos del mes

¿por qué quiere la gente pegarnos con sus coches, niño?


—bueno, mamá, es porque son desgraciados y a los desgraciados les gusta destrozar las cosas.
—¿no hay gente feliz?
—hay mucha gente que finge ser feliz.
—¿por qué?
—porque están avergonzados y asustados y no tienen el valor de admitirlo.
—¿tú estás asustado?
—yo sólo tengo el valor de admitirlo contigo... estoy tan asustado y tengo tanto miedo, mamá, que
podría morirme en este mismo instante.
—¿quieres tu biberón, niño?
—sí, mamá, pero espera a que lleguemos a casa.
siguieron su camino, giraron a la derecha en Normandie. Por la derecha les
resultaba más difícil embestir.

—¿trabajarás esta noche, niño?


—sí.
—¿por qué trabajas de noche?
—porque está más oscuro y la gente no puede verme.
—¿por qué no quieres que la gente te vea?
—porque si me viesen podrían de
tenerme y meterme en la cárcel.
—¿qué es cárcel?
—todo es cárcel.
—¡yo no soy cárcel!

Mujeres
Sal, viejo ogro,
Sal de tu oscuro hoyo, viejo ogro,
Sal a la luz del sol con nosotras y
Déjanos poner margaritas en tus cabellos...

Se me empezaron a contraer las tripas. Me sentía enfermo, inútil, triste. Estaba enamorado de ella.

El dolor es extraño. Un gato que mata a un pájaro, un coche accidentado, un incendio... llega el
dolor, BANG, y allí está, se introduce en ti. Es real. Y para cualquiera que te vea, parecerás un imbécil.
Como si te hubiese caído una idiotez repentina. No hay cura para ello mientras no encuentres a
alguien que comprenda cómo te sientes y sepa cómo ayudarte.

Pasé el examen, pero luego pensé: ¿cómo puede un hombre comprobar la infidelidad de una mujer?
No parecía justo.

El corazón es un cazador solitario.

Solamente no quería envejecer de mala manera, quería simplemente cortar, estar muerto antes de
que llegara la muerte.

Se me empalmó la polla. Últimamente había estado tomando mucha vitamina E. Yo tenía mis
propias ideas sobre el sexo. Estaba constantemente cachondo y me masturbaba continuamente. Le
hacía el amor a Lydia y luego por la mañana volvía a mi casa y me masturbaba. El pensamiento del
sexo como algo prohibido me excitaba más allá de toda razón. Era como un animal aplastando a
otro hasta la sumisión. Cuando me corría sentía como si fuera en la cara de todo lo decente, blanca
esperma resbalando por las cabezas y almas de mis padres muertos. Si hubiera nacido mujer seguro
que hubiera sido una prostituta. Como había nacido hombre, anhelaba constantemente mujeres,
cuanto más guarras mejor. Y sin embargo las mujeres, las buenas mujeres, me daban miedo porque
a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía, quería conservarlo para mí. Básicamente
deseaba prostitutas, porque eran duras, sin esperanzas, y no pedían nada personal. Nada se perdía
cuando ellas se iban. Pero al mismo tiempo soñaba con una mujer buena y cariñosa, a pesar de lo
que me pudiera costar. De cualquier manera estaba perdido. Un hombre fuerte pasaría de ambos
tipos. Yo no era fuerte. Así que continuaba bregando con las mujeres, con la idea de las mujeres.

… Katherine me había hablado de su vida. Yo era sólo el tercer hombre con quien se había acostado.
Antes habían sido su ex marido, Arnold, y un famoso músico alcohólico. Arnold estaba metido en el
mundo del espectáculo y las artes. No sé exactamente en lo que trabajaba. Estaba continuamente
firmando contratos con famosas estrellas del rock, pintores y gente así. Debía 60.000 dólares, pero
el negocio florecía. Era uno de estos casos en que cuanto más debes, más categoría alcanzas. No sé
qué ocurrió con el músico. Se esfumaría, supongo. Entonces Arnold empezó con la coca. La coca le
cambió de la noche a la mañana. Katherine me dijo que se convirtió en una persona distinta de la
que ella conocía. Era terrible. Viajes en ambulancia a los hospitales. Y luego él volvía por las mañanas
a la oficina como si nada ocurriese. Entonces entró en escena Joanna Dover. Una semimillonaria alta
y mundana. Educada y chiflada. Ella y Arnold comenzaron a hacer negocios juntos. Joanna Dover
comerciaba con el arte como otras personas comercian con cereales. Descubría artistas
desconocidos, prometedores, les compraba sus obras a bajo precio y lo vendía luego todo por
mucho dinero cuando se hacían conocidos. Tenía buen ojo. Y un cuerpo magnífico de uno noventa.
Empezó a ver mucho a Arnold. Una noche vino a recogerle vestida con un lujoso traje largo ajustado.
Entonces Katherine comprendió que Joanna significaba realmente buenos negocios. Así que, luego
de aquello, ella iba allí donde Joanna y Arnold fuesen. Eran un trío. Arnold era muy apagado
sexualmente, no era eso lo que a Katherine le preocupaba. Le preocupaban los negocios. Luego
Joanna salió de escena y Arnold se metió más y más en la coca. Más y más viajes en ambulancia,
Katherine finalmente se divorció de él. De todas maneras, seguían viéndose. Ella llevaba todas las
mañanas a las diez y media el café para el personal de la oficina y Arnold la tenía incluida en nómina.
Esto le permitía mantener el piso. Los dos cenaban juntos de vez en cuando, pero sin percances
sexuales de por medio. Él todavía la necesitaba y ella se sentía amparadora. Katherine era también
devota de la alimentación natural y la única carne que comía era de pollo o pescado. Era, ante todo,
una hermosa mujer.

Salí de la cafetería y observé el panel de llegadas. El avión llegaba a su hora. Katherine estaba en el
cielo viniendo hacia mí. Me senté y aguardé. Enfrente mío había una mujer de muy buena catadura
leyendo un periódico. Su vestido se le quedaba bastante subido alrededor de los muslos, enseñando
toda aquella ijada, aquella pierna espléndida envuelta en nylon. ¿Por qué insistía en hacer eso? Yo
estaba con un periódico, y espiaba por encima, subiendo por su vestido. Tenía unos muslos de
fábula. ¿Quién estaría beneficiándose de aquellos muslos? Me sentía como un idiota fisgando de
aquel modo, pero no podía remediarlo. Era un monumento. Una vez había sido una niñita, algún día
estaría muerta, pero ahora me estaba enseñando la cima de sus piernas. La maldita calientapollas,
le daría un centenar de embestidas. ¡Le daría veinticinco centímetros de púrpura palpitante! Cruzó
sus piernas y el vestido se retrayó más aún. Levantó la vista de su periódico. Sus ojos se clavaron en
los míos que miraban asomados por encima de mi periódico. Su expresión era de indiferencia. Abrió
su bolso y sacó una barra de chicle, quitó la envoltura y se lo metió en la boca. Chicle verde. Empezó
a mascar el chicle verde y yo contemplé su boca. No se bajaba la falda. Sabía sin embargo que yo
estaba mirando. No había nada que yo pudiera hacer. Abrí mi cartera y saqué dos billetes de
cincuenta dólares. Ella levantó la vista, miró los billetes y volvió a lo suyo. Entonces un gordo cayó
como un bombazo a sentarse junto a mí. Tenía una cara muy roja y una nariz masiva. Llevaba un
traje marrón claro que olía a charcutería. Se tiró un pedo. La dama se bajó el vestido y yo metí los
billetes en mi cartera. Se reblandeció mi polla, me levanté y fui a la fuentecilla de agua. Afuera en la
pista el avión de Katherine estaba tomando tierra. Me puse a esperar en la puerta. Katherine, te
adoro.

Apareció Katherine, perfecta, con su pelo marrón rojizo, su ligero cuerpo, con un traje azul que
volaba mientras ella andaba, zapatos blancos, finos y tiernos tobillos, juventud. Llevaba un
sombrero blanco de ala ancha caída hacia abajo hasta el punto justo. Sus ojos miraban al mundo
desde debajo del ala, amplios, marrones y risueños. Tenía clase. Nunca andaría enseñando el culo
en los asientos del área de espera de un aeropuerto. Y allí estaba yo, con casi cien kilos de peso,
perpetuamente confuso y perdido, con piernas cortas, tronco de simio, todo pecho, sin cuello,
cabeza demasiado grande, ojos embotados, pelo despeinado, metro noventa de carne petrificada
esperándola.

Mi polla penetró.

Esta vez supe que iba a conseguirlo. Podía sentir el milagro de ello.

Me iba a correr en su coño, la perra. Iba a verter mis jugos en su interior y no había nada que ella
pudiera hacer para impedirlo.

Era mía. Yo era un ejército conquistador, era un violador, era su dueño, era la muerte.

Ella estaba indefensa. Su cabeza se debatía, me agarraba y gemía haciendo sonidos.

—¡Arrrgg, uuggg, oh, oh... oooff... oooooh!

Mi verga se alimentaba con ello.

Hice un extraño sonido y luego me corrí.

Cinco minutos más tarde ella estaba roncando. Los dos estábamos roncando.
—Una vez que una mujer te da la espalda, olvídala. Te aman y de repente algo se da vuelta. Te
pueden ver muriéndote en una cuneta, atropellado por un coche y pasarán a tu lado escupiéndote.

Ese es el problema con la bebida, pensé, mientras me servía un trago. Si ocurre algo malo, bebes
para olvidarlo; si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo; y si no pasa nada, bebes para que pase
algo.

… Ahora estaba explicándonos que los animales también tenían alma. Nadie se lo discutió. Era
posible, lo sabíamos. De lo que no estábamos seguros era de si la teníamos nosotros.

…«Si quieres beber, bebe; si quieres joder, tira la botella».

Mi problema es que yo quería hacer las dos cosas.

—Tu vida parece en orden — me dijo.

—¿De verdad?

—Me refiero a que no te luces o tratas de impresionar como otros hombres. Tienes una naturalidad
divertida.

—Me gusta tu culo y también tu cabello —dije—, y tus labios y tus ojos y tu vino y tu casa y tus
porros. Pero no estoy en orden.

—Escribes mucho de mujeres.

—Ya sé. A veces me pregunto sobre qué escribiré después de esto.

—Tal vez no se acabe.

—Todo se acaba.

—Pásame el porro.

—Claro, Cassie.
Dio una calada y luego la besé. Eché su cabeza hacia atrás tirándole del pelo. Forcé sus labios a
abrirse. Fue largo. Luego la dejé.

—¿Te gusta, no? —preguntó ella.

—Para mí es más personal que joder.

—Creo que tienes razón.

Casi siempre había un hombre y una mujer, mirando fijamente al frente, sin hablar. Era, al final, para
cada uno, cuestión de esperar. Esperabas y esperabas, para el hospital, el doctor, el fontanero, el
manicomio, la cárcel, a que papá se matase. Primero la señal estaba roja, luego verde. Los
ciudadanos del mundo comían alimentos y veían la televisión, se preocupaban de sus trabajos o de
su falta de suerte, mientras esperaban.

Aquella zorra, Tessie, con su corta falda roja y sus medias, me vino al pensamiento mientras pagaba
al tendero. Podría apostar a que se había chupado por lo menos a una docena de tipos sin pensarlo
siquiera. Decidí que su problema era no pensar. No le gustaba pensar. Y eso estaba bien porque no
había leyes ni reglas contra ello. ¡Pero cuando llegase a los 50 en unos pocos años, empezaría a
pensar! Entonces se convertiría en una rabiosa mujer de supermercado, clavando su carrito en las
espaldas de la gente, pegando patadas en los tobillos en la línea típica, pintarrajeada, con la cara
reblandecida y arrugada y su cesta llena con queso de granja, patatas fritas, chuletas de cerdo,
cebollas rojas y un cuarto de Jim Beam.

Yo sólo soy un alcohólico que se hizo escritor para poder quedarme en la cama hasta mediodía.

Yo era sentimental respecto a muchas cosas: unos zapatos de mujer bajo la cama; unas horquillas
olvidadas; la manera como decían «Voy a hacer pipí»...; cintas de pelo; pasear por el bulevar con
ellas a la una y media de la tarde, sólo dos personas caminando juntas; las largas noches bebiendo
y fumando, hablando; las discusiones; los pensamientos de suicidio; comer juntos y sentirse bien;
las bromas, la risa saliendo de ninguna parte; sentir milagros en el aire; estar juntos en un coche
aparcado; comparar pasados amores a las tres de la madrugada; que te dijeran que roncabas, oírlas
roncar; madres, hijas, hijos, gatos, perros; algunas veces la muerte y otras el divorcio, pero siempre
yendo adelante, siguiendo a través; leyendo a solas un periódico y comiendo un triste sándwich
sintiendo náuseas porque ella ahora estuviese casada con un dentista tartamudo; hipódromos,
parques, picnics; incluso cárceles; sus estúpidos amigos, tus estúpidos amigos; tu bebida, sus bailes;
tus flirteos, sus flirteos; sus píldoras, tus polvos con otras personas y ella haciendo lo mismo; dormir
juntos... No había juicios que hacer, aunque por necesidad uno tuviera que seleccionar. Más allá del
bien y del mal era una cosa buena enteoría, pero para ir viviendo uno tenía que elegir: algunas eran
más agradables que otras, otras simplemente estaban más interesadas en ti, y en ocasiones el
exterior hermoso y el interior frío eran necesarios para polvos sangrientos y sin clemencia, como en
una sangrienta y mierdosa película. Las simpáticas jodían mejor, la verdad, y después de pasar un
tiempo con ellas parecían más hermosas, porque lo eran. Pensé en Sara, tenía algo extra. Si
simplemente no estuviese Drayer Baba sosteniendo ese maldito signo de DETENTE.

Di vueltas por la casa sintiéndome cada vez peor. Quizás era por quedarme allí en vez de irme a mi
casa. Era como prolongar la agonía. ¿Qué clase de mierda era yo? Podía realmente hacer unas cosas
desagradables y canallescas. ¿Cuál era mi motivo? ¿Estaba tratando de sentirme culpable por algo?
¿Podía intentar decirme a mí mismo que era meramente una cuestión de investigación, un simple
estudio de lo femenino? Simplemente estaba dejando que las cosas ocurrieran sin pensar en ellas.
No consideraba nada más que mi propio placer egoísta y barato. Era como un pánfilo e irresponsable
escolar. Era peor que una puta; una puta se quedaba con tu dinero y nada más. Yo jugaba con vidas
y almas como si fueran mis juguetes. ¿Cómo podía llamarme a mí mismo un hombre? ¿Cómo podía
escribir poemas? ¿En qué consistía yo? Era un Sade de quinta fila, sin su
intelecto. Un asesino era más consecuente y honesto que yo. O un violador. Yo no quería que mi
espíritu sirviera de juguete a alguien para hacer tonterías y cagarse encima. Eso lo sabía bien bajo
cualquier circunstancia. La verdad es que yo no era bueno. Me daba cuenta mientras me pateaba
de un lado a otro la alfombra. No era bueno. Lo peor es que me hacía pasar precisamente por lo que
no era: un buen hombre. Era capaz de entrar en las vidas de la gente porque ellos confiaban en mí.
Así hacía mi sucio trabajo. Estaba escribiendo El cuento de amor de la hiena.

En la noche del miércoles me encontraba en el aeropuerto esperando a Iris. Me senté y contemplé


a las mujeres. Ninguna de ellas, excepto una o dos tenían tan buen cuerpo como Iris. Había algo que
no marchaba bien en mí: tenía una verdadera obsesión sexual. Me imaginaba estando en la cama
con cada mujer que veía. Era una interesante manera de pasar el tiempo de espera en un
aeropuerto. Mujeres: me gustaban los colores de sus ropas, su manera de andar, la crueldad de
algunos rostros, de vez en cuando la belleza casi pura de una cara, total y encantadoramente
femenina. Estaban por encima de nosotros, planeaban mejor y se organizaban mejor. Mientras los
hombres veían el fútbol o bebían cerveza o jugaban a los bolos, ellas, las mujeres, pensaban en
nosotros, concentrándose, estudiando, decidiendo, si aceptarnos, descartarnos, cambiarnos,
matarnos o simplemente abandonarnos. Al final no importaba, hicieran lo que hicieran,
acabábamos locos y solos.

Poemas
https://www.youtube.com/watch?v=Mfysv5aEIYw
https://www.youtube.com/watch?v=6yFgBlpr_UY
https://www.youtube.com/watch?v=1BV_1GrDWgA
https://www.youtube.com/watch?v=1RbVna1h8yY

Música de cañerías

Grita cuando te quemes

Se tumbó en la cama, henchido de no gloria.

El gran poeta

—Es una mierda esto de no poder valerse —dijo.


—¿Cómo fue? —pregunté.
—¿Cómo fue el qué?
—El quedarse así, impedido.
—Mi mujer. Me pasó por encima, con el coche.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Dijo que no podía soportarme más.

Le resultaba difícil mantenerse en pie, pero lo logró apoyándose en la mesita.


—¿Sigue escribiendo, Barney?
—Yo escribo siempre, coño.
—¿Y sus admiradoras no le interrumpen en su trabajo?
—Bueno, sí, a veces, las mujeres me encuentran. Pero no se quedan mucho.
—¿Se venden sus libros?
—Hombre, recibo cheques por mis derechos de autor.
—¿Qué aconseja usted a los escritores jóvenes?
—Que beban mucho, que jodan mucho y que fumen muchos cigarrillos.
—¿Y qué aconseja a los escritores de más edad?
—Si siguen aún con vida, no necesitan consejos.
—¿Cuál es el impulso que le mueve a crear un poema?
—¿Y usted, por qué caga?
—¿Qué piensa usted de Reagan y del paro?
—No pienso en Reagan ni en el paro. Todo eso me aburre. Como los viajes espaciales. Y la liga
de béisbol.
—¿Cuáles son sus preocupaciones, entonces?
—Las mujeres modernas.
—¿Las mujeres modernas?
—No saben vestir. Llevan unos zapatos espantosos.
—¿Qué piensa usted del movimiento de liberación de la mujer?
—Si ellas están dispuestas a trabajar lavando coches, empujando el arado, cazando a dos tipos
que acaben de asaltar una licorería, o limpiando alcantarillas, si están dispuestas a dejar que les
rebanen las tetas de un tiro en el ejército, yo estoy dispuesto a quedarme en casa fregando los
platos y a aburrirme quitando pelusilla de la alfombra.

Decadencia y caída

Golpes en el vacío

—El amor es una forma de prejuicio. Amamos lo que necesitamos, amamos lo que nos hace
sentirnos bien, amamos lo que es conveniente. ¿Cómo puedes decir que amas a una persona
cuando hay diez mil personas en el mundo a las que amarías más si llegases a conocerlas?
Pero nunca las conoceremos.
—Sí, de acuerdo, pero hay que hacer todo lo posible.
—Concedido. Pero hay que tener en cuenta, de todos modos, que el amor sólo es
consecuencia de un encuentro al azar. La mayoría de la gente le da demasiada importancia. Sobre
esta base, un buen polvo es algo de lo que no hay por qué burlarse.
—Pero también es el resultado de un encuentro al azar.
—Tienes toda la razón del mundo.

Una ligera resaca

El enamorado de los ascensores

La cabeza

Puteo lírico
Ann, te quiero. Ojalá arranque el coche. Ojalá el fregadero no esté atascado. Me alegro de no
haberme tirado a una groupie. Me alegro de que no se me dé bien irme a la cama con desconocidas.
Me alegro de ser un imbécil. Me alegro de no saber nada. Me alegro de no haber sido asesinado.
Cuando me miro las manos y veo que aún están en su sitio, pienso para mí: vaya suerte que tengo.

Te quiero, Albert

Louie estaba sentado en el Pavo Real Rojo, con resaca. Cuando el camarero le trajo su bebida,
dijo:
—Sólo he conocido a una persona en esta ciudad que esté tan loca como tú.
—¿Ah, sí? —dijo Louie—. Mira qué bien.
—Y precisamente está aquí ahora —continuó el camarero.
—¿Ah, sí? —dijo Louie.
—Es aquella de allí, la del vestido azul con esa figura de campeonato. Pero no hay quien se
acerque a ella, porque está loca.
—¿Ah, sí? —dijo Louie.
Louie cogió el vaso, se levantó y fue a sentarse junto a la chica.
—Hola —le dijo.
—Hola —dijo ella.
Luego, se quedaron allí sentados, uno junto al otro, un buen rato, sin decirse una palabra.
Myra (así se llamaba ella) estiró de pronto el brazo y cogió de detrás de la barra una coctelera
llena. La alzó e hizo ademán de lanzarla contra el espejo de detrás de la barra. Louie le agarró el
brazo y dijo: «¡No, no, no, querida!» Tras esto, el camarero sugirió a Myra que se largase. Cuando
Myra se fue, Louie la siguió.

—A veces, tocas fondo en el terror y arrojas la toalla, pero no revientas —dijo Louie

Bebedora de larga distancia

Los borrachos de las tres de la madrugada, en todos los Estados Unidos, miraban fijamente a
las paredes, dándose finalmente por vencidos. No tenías que estar borracho para sentirte
destrozado, para que te liquidase una mujer; pero podías sentirte destrozado y convertirte en un
borracho. Durante un tiempo, especialmente si eras joven, podías pensar que te acompañaba la
suerte; y a veces así era. Toda clase de estadísticas y de leyes entraban en acción para mantenerte
en la inopia. Luego, una noche, la calurosa noche de un jueves de verano, tú te convertías en el
borracho, tú estabas completamente solo en una habitación de alquiler, una habitación de tres al
cuarto; y, por mucha experiencia que hubiese de noches similares, daba lo mismo; o era peor aún.
Porque habías llegado a pensar que no tendrías que volver a afrontarlos. Lo único que podías hacer
era encender otro cigarrillo, servirte otro whisky, mirar las paredes desconchadas a la busca de
labios y de ojos. Lo que los hombres y las mujeres se hacían mutuamente era del todo
incomprensible.
Toni abrazó a Francine con más fuerza, apretó su cuerpo silenciosamente contra el de ella y
escuchó su respiración. Era horrible tener otra vez que tomarse en serio una mierda así.
Los Angeles era una locura. Escuchó. Los pájaros ya estaban en acción, gorjeando, y, sin
embargo, era noche cerrada. Pronto la gente inundaría las autopistas. Pronto se oiría su ronroneo
incesante, sumado al de los coches que se pondrían en marcha por doquier en las calles. Y, mientras
tanto, los borrachos de las tres de la mañana del universo, yacerían en sus lechos intentando
conciliar el sueño, que tanto merecían, e intentándolo en vano.

La araña

—¿Es ése el final de la historia? —pregunté.


—Es —dijo Max—. Cuatro años sin echar un polvo y pierdo esta ocasión. Por orgullo,
estupidez o lo que sea.
—Eres un buen escritor, Max, pero eres un desastre de don juan.
—¿Crees que un buen don juan podría haber conseguido algo?
—Claro, a cada una de sus jugadas tendrías que haberle dado la respuesta correcta. Cada
respuesta correcta desvía la conversación en una nueva dirección hasta que el don juan tiene a la
mujer arrinconada o, más exactamente, abierta de piernas.
—¿Cómo puedo aprender?
—No se puede aprender. Es un instinto. Tienes que saber lo que realmente está diciendo una
mujer cuando dice otra cosa. No puede enseñarse.
—¿Qué decía ella realmente?
—Te quería, pero no supiste llegar hasta ella. Fuiste incapaz de tenderle un puente. La
cagaste, Max, eres un chapuzas.
—Pero ella había leído todos mis libros. Estaba convencida de que yo sabía mucho.
—Ahora es ella la que sabe mucho.
—¿Qué sabe?
—Que eres un perfecto imbécil, Max.
—¿Eso soy?
—Todos los escritores lo son. Por eso escriben.
—¿Qué quieres decir con eso de que «por eso escriben»?
—Quiero decir que escriben cosas porque no las entienden.
—Yo escribo muchas cosas —dijo Max con tristeza.

La mediación

—¿Es que no sabes lo que es tener un poco de compasión?


—Los únicos que lo saben son los que la necesitan.
—Ya la necesitarás tú algún día.
—La necesito ahora..., sólo que la necesito en una forma distinta de la tuya.

—Te diré el motivo por el que Nancy te ha dejado por otro. Otro tipo, negro, blanco, rojo o
amarillo. Anota esta regla y estarás siempre a cubierto: una mujer raras veces abandona a una
víctima sin tener otra a mano.
—Amigo —dijo Paul—, lo que necesito es ayuda, no teorías.
—Si no entiendes la teoría, siempre necesitarás ayuda...

Una cerveza en el bar de la esquina


En nuestra sociedad, la mayoría de los lugares interesantes son contrarios a la ley o carísimos.

—Sí, cuando se pierde, todo resulta cruel.


El pajaro que se remonta
—Hay tantos —dijo— a quienes se da el nombre de poetas. Pero no tienen formación, no tienen
sensibilidad para el oficio. Los salvajes han asaltado la fortaleza. No hay técnica, ni esmero, lo único que
hay son ganas de gustar. Y estos nuevos poetas parecen admirarse muchísimo unos a otros. Me
preocupa, y he hablado mucho de ello con mis amigos poetas. Todo poeta joven parece pensar que sólo
necesita una máquina de escribir y unas cuantas cuartillas. No están preparados, no tienen ninguna
preparación.

—Comienzo a sentir un poema muchísimo tiempo antes de escribirlo. Se aproxima a mí, como un
gato que cruza la alfombra. Con suavidad, pero no con menosprecio. Tarda en llegar siete u ocho días.
Me siento deliciosamente agitada, nerviosa, es una sensación especial. Sé que está allí, y luego llega en
una arremetida y todo resulta entonces fácil, muy fácil. ¡La gloria de crear un poema es tan majestuosa,
tan sublime!

Una noche helada


—No, no se trata de mi chica. Sólo se trata..., mierda, no lo sé. Cosas que pasan, ¿comprendes?
No consigo hacer nada. No puedo empezar nada. Estoy como bloqueado. Ni una oportunidad a la vista.
—Cojones, eso es lo normal. La vida es así. Pero sólo tienes
veintisiete años. Puede que aún tengas suerte y te enrolles con alguien.
—¿Qué hacías tú a mi edad?
—Estaba peor que tú. Andaba de noche, borracho, rondando por las calles a la espera de un
milagro. No hubo suerte.
—¿Eso es lo único que se te ocurría?
—Bueno, lo más difícil es saber cuál tiene que ser tu primer movimiento.
—Sí. Todo parece tan inútil.
—Asesinamos al Hijo de Dios. ¿Crees que ese Cabrón va a perdonarnos? ¡Puede que yo esté loco,
pero El seguro que no!
—Te pasas el día ahí tirado, con tu albornoz roto, medio borracho, pero eres la persona más
cuerda que conozco.
—Vaya, eso me gusta. ¿Conoces a mucha gente?
Sonny se limitó a encogerse de hombros.
—Lo que necesito saber es: ¿hay una salida? ¿Alguna clase de salida?
—No, no hay salida, chaval. Los psiquiatras aconsejan que nos dediquemos a jugar al ajedrez, al
billar o a coleccionar sellos. Cualquier cosa menos pensar en las cuestiones importantes.
—El ajedrez es muy aburrido.
—Todo es aburrido. No hay salida. ¿Sabes lo que solían tatuarse en los brazos algunos vagabundos
de los viejos tiempos?: «NACÍ PARA LA MUERTE.» Parece un poco burdo, pero es sabiduría elemental.
—¿Qué crees que llevan tatuado ahora en los brazos los vagabundos?
—No sé. Probablemente: «JESÚS ES NUESTRO REDENTOR.»
—No podemos librarnos de Dios, ¿verdad?
—Quizás El no pueda librarse de nosotros.
—Bueno, sabes, siempre es un buen rollo hablar contigo. Después de hablar contigo siempre me
siento mejor.

Mantis religiosa
Marty se sentó al borde de la cama. Aquélla sería su última aventura. Le desbordaba. Las mujeres eran
más fuertes que los hombres. Conocían todas las jugadas. El no conocía ninguna.

—Oye —dijo ella—. ¿Sabes qué hace la hembra de la mantis religiosa mientras le da al asunto?
—¿Qué asunto?
—Joder.
—¿Qué?
—Le come la cabeza al macho. Mientras le da al asunto, le come la cabeza: En fin, supongo que hay
formas peores de morir, ¿no crees?
—Sí —dijo Marty—. El cáncer.

—¿Has oído hablar de una araña que se llama la viuda negra? —preguntó ella.
—No.
—Bueno, te lo contaré. Después de darle al asunto, joder, se come vivo al macho.
—Ah —dijo Marty.
—Pero hay formas peores de morir, ¿no crees?
—Claro, la lepra, quizá.

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