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JESUCRISTO: ANATOMÍA DE UNA EJECUCIÓN

JOSÉ CABRERA
MÉDICO FORENSE
Introducción
Las fuentes de la investigación
Para poder estudiar retrospectivamente la muerte de cualquier persona, y más si esta tuvo
una gran relevancia social, solo podemos recurrir a dos fuentes principales: los textos de la
época o cualquier objeto relacionado con el fallecimiento, la Sábana Santa o Sudario de Turín
en el caso de Jesús; y a una fuente secundaria, los escritos o libros que han tratado este mismo
terma sean de la época que sean a manera de contraste de opiniones, y que luego deben
constar naturalmente en la bibliografía de este trabajo.

Habrá quien diga que estas fuentes, dado el personaje, son insuficientes o al menos no
totalmente dedignas, y lo dirán a tenor de creencias o juicios a priori, así como distintos
trabajos técnicos que ponen en duda dichos elementos. Y aunque todo el mundo tiene
derecho a creer lo que quiera, sin embargo en nuestra opinión hay más datos científicos a
favor de utilizar ambas fuentes principales que en contra, y esta y solo esta es la razón de su
utilización en la investigación criminal de la muerte de Jesús de Nazaret.

Lógicamente, todo investigador, y más desde el campo forense, se debe a los datos, y cuando
faltan los datos solo se puede aproximar a ellos con deducciones ajustadas a la lógica y la
realidad, solo así puede construirse un escenario criminal y sacar conclusiones que valgan para
detener al delincuente.

Hoy no sería el caso: los delincuentes en la muerte de Jesús ya hace tiempo que murieron y sus
delitos, flagrantes en aquel entonces, han prescrito en todas las legislaciones, las de antaño y
las de ahora.

En el caso que nos ocupa, el material de referencia relativo a esta muerte se compone de un
conjunto de literatura, básicamente los Evangelios Canónicos, y no de un cuerpo físico o sus
restos. En esta línea de trabajo forense, el crédito de cualquier discusión sobre la muerte de
Jesús será determinado fundamentalmente por la credibilidad de estas fuentes.

Para este estudio, el material de referencia incluye pues básicamente los escritos de antiguos
cristianos y autores no cristianos, los escritos de autores modernos y el propio Sudario de
Turín.

Además, debemos tener muy en cuenta que a diferencia de lo que ocurre con otros personajes
de la antigüedad, pero al igual que sucede con otros muchos, no hay evidencias arqueológicas
completamente seguras que permitan verificar la existencia de Jesús de Nazaret, ya que no
alcanzó mientras vivía una relevancia suficiente como para dejar constancia en fuente alguna,
y solo la posterioridad lo elevó a la máxima categoría.
Ahora bien, la arqueología sí ha demostrado lugares, hechos y circunstancias que están
fielmente reflejadas en los textos sagrados, de los que incluso tenemos trozos y copias de una
antigüedad cercana a los hechos. Así, por ejemplo, el Papiro llamado es el manuscrito conocido
más antiguo del Nuevo Testamento, y contiene un breve fragmento del Evangelio de Juan,
teniendo un origen de alrededor del año 125 d.C.

Por otra parte, Jesús, como otros muchos dirigentes religiosos y filósofos de la Antigüedad, no
escribió nada o, al menos, no hay constancia alguna de que así fuera, por lo que todas las
fuentes para la investigación histórica y médico-legal de Jesús de Nazaret, tanto para su vida
como en este caso para su muerte, nacen de otros autores.

EVANGELIOS
Todos los investigadores están de acuerdo en que la principal fuente de información acerca de
Jesús se encuentra en los cuatro Evangelios, los tres llamados Sinópticos –por su semejanza–
Marcos, Mateo y Lucas, escritos probablemente entre los años 70 y 100 d.C.; en el Evangelio
de Juan, escrito aproximadamente entre el 125 y el 150 d.C.; y las Cartas de Pablo.

Vamos pues a repasar estos documentos.

Al conjunto de los cuatro Evangelios se le conoce desde el Concilio de Nicea (325 d.C.) como
los Evangelios Canónicos, es decir, los ortodoxos, y sobre los que no caben dudas. No obstante,
la crítica actual dice que los Evangelios no fueron escritos por testigos personales de la
actividad de Jesús, sino que se escribieron en griego por personas que no conocieron
directamente a Jesús, si bien otro conjunto de estudiosos opina lo contrario.

La similitud entre los tres primeros Evangelios, o Sinópticos, tiene hoy dos posibles
explicaciones: una, según Weisse (1838) en la que se supone que el Evangelio de Marcos es el
más antiguo y de él salieron posteriormente el de Mateo y Lucas; y otra teoría, que defiende la
existencia de un texto llamado Documento Q o Protoevangelio, del que se copiaron los tres
Evangelios Sinópticos, y que debía contener únicamente palabras de Jesús.

Para conocer más o menos las fechas de los Evangelios se ha utilizado la fecha de la
destrucción del Templo por los Romanos en el año 70 d.C. Según este momento, podríamos
aventurar que solo el Documento Q es anterior al 70 d.C., y los otros serían posteriores.
Tendríamos pues los siguientes textos como fuentes documentadas:

Documento Q: La existencia de este Protoevangelio se ha inducido a partir de la investigación


textual de las afinidades entre los Evangelios Sinópticos. Se considera que fue escrito en
lengua griega, que contenía principalmente dichos de Jesús, y que fue redactado,
probablemente en la región de Galilea, en algún momento antes de la guerra judía entre el 40
y el 60 a.C.

Evangelio de San Marcos: Fue escrito en griego, posiblemente en Siria o, más lejos aún, en
Roma. Su fecha debe estar hacia el 70 d.C. y es una recopilación de hechos transmitidos por la
tradición.

Evangelio de San Mateo: Fue escrito en griego, posiblemente en Siria, y es más tardío que
Marcos, al que utiliza como fuente. Probablemente se redactó en los años ochenta del siglo I.
Nace de unir el Documento Q con Marcos y otros escritos, y su intención principal es destacar
la figura de Jesús como máximo representante de la ley y los profetas del Antiguo Testamento,
por lo cual utiliza muchas citas de las escrituras judías.

Evangelio de San Lucas: Es la primera parte de una obra que forma una unidad muy compacta
y cuya segunda parte es el texto conocido por todos como Los Hechos de los Apóstoles. Se
emplea en narrar los orígenes del Cristianismo como verdadera religión y se nutre del
Documento Q y del Evangelio de Marcos.

Evangelio de San Juan: Es un Evangelio mucho más tardío que los Sinópticos, en torno al año
100, y los estudiosos lo ven menos potable en cuanto a historicidad, pero incluso respecto a
esto hay muchas discusiones. Tiene más profundidad teológica y las fuentes ya no son las
mismas que para los anteriores, pero lo consideramos una fuente por su muy ordenada
estructura.

Las cartas de Pablo de Tarso: Llamados Las Cartas de San Pablo, son los documentos más
antiguos conocidos relativos a Jesús, incluso más todavía que los propios Evangelios, por su
texto y su conocimiento en profundidad de lo que había ocurrido. Pablo no conoció
personalmente a Jesús. Su conocimiento de él, según sus propias afirmaciones, puede provenir
de los muchos contactos que tuvo con miembros de varias comunidades cristianas, entre ellos
varios seguidores directos de Jesús.

Conoció, según él mismo afirma en la Epístola a los Gálatas, a Pedro (Gálatas 2:11-14), Juan
(Gálatas 2:9), y a Santiago, al que se refiere por cierto como «hermano del Señor» (Gálatas
1:18-19 y 1 Corintios 15:7).

En las cartas de Pablo se afirma, entre otras cosas, que Jesús nació «según la ley» y que era del
linaje de David «según la carne» (Romanos 1:3), y que los destinatarios de su predicación eran
los judíos circuncisos (Romanos 15:8).

En segundo lugar, re ere ciertos detalles acerca de su muerte: indica que murió crucificado (2
Corintios 13:4), que fue sepultado y que resucitó al tercer día (1 Corintios 15:3-8), y atribuye su
muerte a los judíos (1 Tesalonicenses 2:14) y también a los «poderosos de este mundo» (1
Corintios 2:8).

Las descripciones más extensas y detalladas de la vida y muerte de Jesús se encuentran en los
Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, llamados Sinópticos por el paralelismo casi literal de sus
descripciones, y en el de Juan, un siglo posterior y con otro estilo diferente.

Estos Evangelios, que quedaron firmemente consolidados a partir del Concilio de Nicea,
promovido por el emperador romano Constantino, no han sufrido modificación alguna con el
paso de los tiempos hasta nuestros días, tanto es así que incluso los increíbles hallazgos de los
llamados Manuscritos del Mar Muerto o de los Esenios de Qumran tienen trazos literalmente
exactos a los textos del Antiguo Testamento, base escrita total del Judaísmo, y son un soporte
estable incluso para los mismos Evangelios.

Hay otros veintitrés libros del Nuevo Testamento, la base escrita total del Cristianismo, que
ayudan, matizan y soportan, pero no amplían para nada los detallados y minuciosos registros
de los Evangelios Canónicos, por lo que los usamos con cautela.

Y por n hay una enorme cantidad de textos que se engloban con los términos Evangelios
Apócrifos, que hemos utilizado con mayor precaución aún, ya que no son coherentes entre sí y
ya fueron desechados en el año 325 por el Concilio de obispos cristianos reunidos en Nicea
como poco confiables.

Han resultado también muy interesantes como fuentes de ayuda algunos textos de autores
cristianos, judíos y romanos de aquellos tiempos, ya que aportan una información adicional
sobre los sistemas legales judíos y romanos del siglo I, y por supuesto detalles sobre los
castigos que entonces imperaban, entre los que esencialmente estaban la flagelación y la
crucifixión.

Que además Jesús fue indudablemente un personaje auténtico e históricamente importante


queda escrito en distintos autores no cristianos.

Jesús, como personaje notable, es mencionado ya en aquellos tiempos por algunos


historiadores romanos como Tácito, Plinio el Joven y Suetonio, y también por otros escritores
no romanos como allos el Samaritano y Phlegon el Griego, por el sátiro Luciano de Samosata –
incluso se hace mención en el Talmud judío–, y por el conocido historiador romano-judío Flavio
Josefo, del que extraeremos distintos textos.

Otros autores no cristianos de los que nos han llegado escritos, como Séneca y Plutarco, por
ejemplo, también estaban al corriente del tormento de la crucifixión y sus consecuencias, y por
ellos podemos sacar determinadas conclusiones para la investigación. De esta forma se
envolvió el cadáver de Cristo, según la Sábana Santa de Turín

SÁBANA SANTA: Otra fuente, esta de un valor incalculable para la investigación forense, es el
Sudario de Turín, o Síndone, considerada por muchos como la tela con la que envolvieron a
Jesús y son innumerables las publicaciones, investigaciones y estudios sobre la misma y
también, lo que a nosotros más nos importa, sobre los aspectos médicos de los tormentos y la
muerte de Jesús. La Síndone apareció en Francia en el siglo XIV, pero se constatan
descripciones de ella de los siglos X y hasta del VI, con lo que la antigüedad de la misma está
fuera de toda duda.

De la Síndone se pueden apreciar, según la mayoría de las investigaciones, los siguientes


rastros de interés forense:

Quemaduras: Fueron producidas por el calor del metal de la urna que contenía la Síndone
durante un incendio ocurrido en la capilla de Chambéry en la noche del 3 de diciembre de
1532. Se pueden apreciar los dieciséis triángulos de color blanquecino que presenta el lienzo
con los agujeros producidos por la fundición de una de las esquinas de la urna, ya que la plata
empezó a derretirse por el intenso calor y este metal alcanzó el ángulo de aquel pliegue antes
de que se sofocara el incendio con agua –el lienzo estaba doblado varias veces–.

Agua: Este líquido fue el empleado para la extinción del incendio de 1532 y el necesario
enfriamiento de la urna. Se sabe que el agua empapó casi toda la Síndone.

Cuerpo entero: Desdoblada la Síndone, se ve perfectamente la doble imagen (frontal y dorsal)


del cadáver de un varón, de alrededor de 1,80 metros de altura, y se permite constatar que la
persona que fue envuelta con ella debió sufrir una muerte extraordinariamente similar a la
que narran los Evangelios para el caso de Jesús, pues en el estudio realizado por simple
observación visual se observan las siguientes características médicoforenses:
Lesiones en la cara: pómulos contusionados, mandíbula inferior hinchada y tumefacta,
contusiones en la frente, línea de la nariz torcida y base de la misma aplastada (rotura del
tabique nasal)

Azotes: huellas dejadas por la flagelación, dispersas por todo el tronco en forma de dos
círculos pequeños muy cercanos.

Espinas: impresiones de sangre proveniente de heridas ocasionadas por una corona o casco
completo de diversas espinas de origen vegetal.

Clavos en las manos: sangre de una herida en la muñeca izquierda –la derecha queda tapada
por esta–.

Sangre en general: escurrimiento de sangre de ambos antebrazos que proceden de las


muñecas, regueros de sangre que salen de ambas fosas nasales y de las comisuras de la boca.

Lanzada: mancha de sangre diluida que mana de una herida en el costado del cuerpo.

Descendimiento: rastros de sangre que debieron salir pasivamente en el descendimiento de la


cruz.

Clavo en los pies: impresiones de sangre de las heridas de ambos pies, al ser atravesados por
un clavo.

Marca del patibulum (madero transversal de la cruz), que al ser cargado por el reo dejó
improntas de magullado, aplastamiento y deformación de las anteriores lesiones.

Rodillas: contusiones con heridas abiertas en las rodillas, principalmente en la derecha, que se
debieron ocasionar al apoyarse bruscamente en ellas tras una caída en un camino pedregoso
de camino al Calvario.

Las anteriores lesiones se constataron por primera vez cuando el abogado italiano Secondo Pía
realizó en 1898 la primera fotografía de la Síndone. Al examinar la placa que contenía el
negativo fotográfico, este italiano quedó muy desconcertado, ya que la inversión del
claroscuro, que normalmente se produce en la placa fotográfica, servía en este caso para
mostrar la verdadera figura –que aparecía borrosa cuando se contemplaba la Sábana al
natural–. Para que pudiera verse la imagen que aparecía en la placa que sostenía en las manos
era necesario que en la tela se hubiera “estampado” la figura del crucificado con el claroscuro
al revés, pues en el negativo fotográfico aparecía el positivo óptico de la impronta.

Se podían así apreciar todos los detalles, las lesiones, las heridas, y hasta la forma perfecta del
cuerpo que había sido envuelto en la Síndone. Por tanto era una imagen comprensible, ya en
pleno siglo XIX. Este fenómeno se repite una y otra vez cuando se fotografía la Sábana, y aun
hoy por hoy no hay una explicación suficientemente convincente, lo que echa por tierra
muchos argumentos de que el lienzo fuera un fraude de origen medieval.

No obstante, y más cerca ya de nuestros días, la mayor cantidad de datos sobre la Santa
Síndone proceden de los trabajos que se realizaron a partir de 1977, cuando un grupo de
científicos dirigidos por los doctores John Jackson y Eric J. Jumper (profesores de Física y de
Ciencias Aeronáuticas, respectivamente, de la Academia de las Fuerzas Aéreas de Denver,
Colorado, y en el Centro de la NASA en Pasadena, California, ambos en Estados Unidos).

Este equipo, compuesto inicialmente por científicos norteamericanos, se denominó S.T.U.R.P.


(siglas en inglés de “Proyecto de Investigación sobre la Síndone de Turín”).
Su primera aportación se hizo pública en 1977: Jackson y Jumper, al estudiar las fotografías de
la Síndone en el laboratorio de las Fuerzas Aéreas de Alburquerque, Nuevo México (Estados
Unidos), con la colaboración de su colega el doctor Bill Mottern, descubrieron que la imagen
de la Síndone contenía información tridimensional. Pero las sorpresas de tan extensa
investigación no acabaron ahí, y después de una observación directa de más de 120 horas
ininterrumpidas, se sacaron las siguientes conclusiones científicas:

1. Había sangre humana: Indudablemente. Se han detectado componentes exclusivos de esta


–con posterioridad, el doctor Baima Bollone pudo determinar que era del grupo sanguíneo AB,
“casualmente” el más frecuente entre los hebreos, y muy poco habitual en los demás pueblos–

2. La imagen contiene al menos nueve características físicas (absoluta superficialidad,


extrema pormenorización, estabilidad térmica y química plenas, comprobada ausencia de
pigmentación de cualquier clase, estabilidad al agua, no direccionalidad, negatividad y
tridimensionalidad) que obligan todas ellas a excluir cualquier técnica conocida hasta la fecha
para realizar una imagen semejante.

Estas características únicamente parecen corresponder con la huella que dejaría una radiación
desconocida, y no explicable desde el punto de vista físico, que hubiera emanado del cuerpo
del cadáver con una intensidad altísima, pero prácticamente instantánea en el tiempo, y que
hubiera producido una especie de “quemadura” proporcional en cada punto con la distancia
de este al lienzo.

Algunos investigadores cristianos creyentes piensan que tal fenómeno podría haberse
producido solamente en el momento de la Resurrección, pero como es algo que no podemos
reproducir experimentalmente en el laboratorio, queda solo para el sentimiento religioso de
cada uno.

Por parte de la medicina legal, el primer cirujano que comprobó la absoluta exactitud
anatómica de todas estas lesiones y heridas fue el profesor de la Universidad de la Sorbona
(París, Francia) Yves Delage –de la Academia de Ciencias de París–, por cierto un declarado
agnóstico. Para él no existía la menor duda de que solo un hombre que hubiera padecido los
tormentos físicos de Jesús podría haber dejado tales huellas.

Posteriormente, son ya multitud los médicos que, a lo largo de este siglo, han confirmado
todas estas afirmaciones: desde los primeros como Pierre Barbet (cirujano del Hospital de San
José de París), o Giovanni Judica Cordiglia (profesor de Medicina Legal de la Universidad de
Milán), hasta los más próximos a nosotros –que han podido comprobar sobre la propia tela sus
afirmaciones– como el doctor Bucklin (médico forense, patólogo del Hospital de Los Ángeles,
California, EE.UU.), el doctor Rudolf W. Hynek (de la Academia de Medicina de Praga,
República Checa) o el doctor Pier Luigi Baima Bollone (profesor de Medicina Legal de la
Universidad de Turín, Italia). Todos coinciden lesión por lesión.

Algunos aspectos de la imagen describen al muerto con detalles que entrarían en clara
contradicción con las representaciones de Cristo corrientes en la Edad Media, en las que las
imágenes obedecían más a la imaginación y fervor religioso. La ciencia moderna reconoce hoy
que tales características son un signo de autenticidad porque muestran detalles –en los que no
había reparado nadie– perfectamente ajustados a la realidad de la muerte del crucificado.
Vamos a citar algunos detalles en profundidad para dejar en evidencia hasta qué punto el
estudio médicoforense de la Sábana Santa ha dejado constancia de las lesiones que
posteriormente volveremos a estudiar:

El cartílago de la nariz aparece roto y desviado a la derecha. Esta lesión podría deberse a una
caída, ya que se han encontrado restos microscópicos de tierra de las mismas características
físicas que la de Jerusalén en este lugar, en la rodilla izquierda y las plantas de los pies.

Bajo la región cigomática o malar derecha aparece una gran contusión. Los especialistas lo
consideran por unanimidad el efecto que produciría un bastonazo dado por un palo corto y
redondo de alrededor de 4-5 centímetros de diámetro.

En el resto de la cara aparecen diversas rozaduras, especialmente en la mejilla derecha y la


región frontal. Encima de los ojos, sobre ambas cejas hay llagas y contusiones iguales a las que
producirían puñetazos o palos. La ceja derecha está completamente hinchada.

Las marcas sangrantes de la corona de espinas muestran más de cincuenta orificios.

A lo largo de todo el cuerpo pueden verse marcas idénticas a las que dejaría el instrumento
que utilizaban los romanos para flagelar a un reo: el llamado Flagrum Taxillatum, látigo
utilizado como tormento y del cual se han encontrado restos en excavaciones arqueológicas.

En este sentido, por ejemplo, el profesor Bollone ha podido contar más de seiscientas
contusiones y heridas en todo el cuerpo del reo, y se cuentan las marcas de los azotes en unas
ciento veinte. La herida del costado tiene una forma elíptica del mismo diámetro que una lanza
romana o Pilum: 4,4 x 1,4 centímetros. Y estaría en el lado derecho del tórax, porque ese era el
lugar en que solían atacar los soldados romanos al enemigo, que por norma general llevaba el
escudo sujeto con el brazo izquierdo –protegiendo el corazón–.

Finalmente, estudiando la Sábana Santa, el doctor Cordiglia, uno de los investigadores de más
renombre en este campo, ha demostrado que todas las heridas fueron producidas en vida del
sujeto excepto la del costado, que se originó después de morir.

Cuando se toman en conjunto ciertos datos –el testimonio extenso y contemporáneo tanto de
proponentes como oponentes del cristianismo, así como la aceptación universal de Jesús como
una auténtica y excepcional gura histórica; la ética severa y sólida de los escritores de los
Evangelios y el corto intervalo de tiempo entre los eventos y los manuscritos; y la confirmación
del recuento de los Evangelios por historiadores y por descubrimientos arqueológicos– todo
ello asegura sin duda un testimonio muy fiable para elaborar una interpretación
médicoforense moderna de la muerte de Jesús, en la que vamos a entrar en las siguientes
páginas, desde el escenario, los autores, el propio Jesús y las consecuencias posteriores.
Capítulo 1
Escenario general
INTRODUCCIÓN

Hablar de la tierra que vio nacer, vivir y morir a Jesús es fácil y difícil al mismo tiempo. Fácil
porque se trata de una franja estrecha y casi desértica de terreno junto al mar Mediterráneo
con algunos pocos lugares verdes y un río, el Jordán, que le da la vida y que si hablara ¡cuántas
cosas nos contaría! Y difícil porque en ese trozo insignificante de mundo, con miles de años de
historia, han pasado los acontecimientos más extraordinarios que podemos recordar, y, por si
fuera poco, tuvo el privilegio de acoger la increíble y al mismo tiempo sencilla vida de un
hombre que marcó nuestra forma de entender el mundo para siempre.

Todos los que hemos podido pisar esa tierra, creyentes o no, hemos tenido la sensación
especial de que en el aire, en la luz, en el viento y en ese paisaje terriblemente agreste hay un
“algo” indefinible, pero palpable, que nos embriaga, que en cierta manera nos absorbe. Es
como si de todos los viajes que pudiéramos hacer o que hemos hecho a lo largo de nuestras
cortas vidas, este fuera el viaje con mayúsculas, en alguna forma un viaje al centro de nosotros
mismos.

Hay quien dirá que estas expresiones son exageradas, que se deben a mis propios
sentimientos, a los telediarios que sin pausa hablan del conflicto palestino, o simplemente al
peso que el Cristianismo ha tenido en la cultura occidental en particular y en todo el mundo en
general. Pero debe haber algo más, como muy bien saben los psiquiatras israelíes, que
permanentemente tienen que atender a turistas y peregrinos de todas las creencias porque en
un momento dado padecen un estado de profunda ansiedad inexplicable con aires “místicos”,
y que alguien llamó el Síndrome de Stendhal.

Yo he llegado a escuchar de hecho en varias ocasiones a personas no creyentes, que si Dios


existiera estaría en Jerusalén. Y la verdad, al menos la mía, es que la tierra donde vivió y murió
Jesús, es especial y no se parece a ninguna otra, por esa razón es preciso entender qué
significa hoy y que significaba entonces ese pequeño lugar arrinconado en el extremo donde se
tocan África y Asia.

Y qué mejor manera de entrar en este escenario que explicar lo que significan sus mismos
nombres.

La palabra más antigua que conocemos para definir este escenario es Canaán, que ya la
encontramos en escritura jeroglífica egipcia, y en cuneiforme como los textos más antiguos,
luego aparece en fenicio y hebreo antiguo, y finalmente, por supuesto, en el resto de las
lenguas más modernas, como griego y árabe.

Aunque no hay acuerdo general, parece que la palabra tuvo muchos significados como
mercader, comerciante, persona humilde, etc., y los más próximos a la Biblia verían en ella a
los descendientes de Cam, uno de los tres hijos de Noé en los albores de los tiempos sagrados.
Sea cual sea el origen de la palabra, venía a definir una región del Oriente Próximo situada
aproximadamente entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, y que abarcaba parte del terreno
entre Siria y Fenicia, conocida también como el Creciente Fértil.

Hoy día estaríamos hablando del conjunto de los siguientes sitios: el estado de Israel, la Franja
de Gaza, Cisjordania, la zona más occidental de Jordania y algún trozo de Siria y Líbano, todo lo
que abarcarían unos ciento cincuenta kilómetros desde el mar hasta unos pocos kilómetros
pasado el río Jordán, ya en territorio actualmente jordano.

La palabra Canaán se utilizó durante más de tres mil años que sepamos, justo hasta los años
132 a 135 d.C., fechas en las que los romanos, tras sofocar las ultimas revueltas hebreas, le
pusieron el nombre de Palestina, que a su vez procedía del griego, y más anteriormente casi
con seguridad del propio hebreo, y que designaba a algunos pueblos de la zona denominados
Pelestenes o Filisteos.

Y por fin el término Israel, con el que la mayoría de las personas identifican al estado actual del
mismo nombre y que en hebreo significa “el que lucha contra Él”, cuando en Génesis 32:28
Abraham puso ese nombre a Jacob, quien había estado luchando sin descanso con un ángel del
Señor, aunque además hay quien opina que siendo Él o Dagan el dios antiguo de los primeros
cananeos, fue contra el que los hebreos lucharon como pueblo para imponer a Yahvé.

Nosotros utilizaremos indistintamente cualquiera de las denominaciones explicadas para


hablar del escenario en el que vivió Jesús, ya que en el fondo, aún con las diferencias ya
explicadas, todos sabemos a qué lugares nos estamos refiriendo.

Canaán es una de esas zonas de la Tierra con una larga historia, que se remonta a las fases
neolíticas más tempranas, con importantes asentamientos que figuran entre los más antiguos
del mundo a lo largo del tiempo, como Jericó, Jerusalén, Tiro, Sidón, Biblos –de donde
proviene la palabra Biblia–, etc., y donde vivieron desde los primitivos cananeos hasta
amorreos, jebuseos, hicsos, listeos, fenicios, arameos... y por fin los hebreos, los que inauguran
la historia sagrada occidental tal y como la conocemos desde niños.

Tenía pues la tierra de Canaán más tres mil años de historia escrita cuando Jesús llegó a ella
por primera vez, sin que nadie haya aventurado una sola hipótesis de por qué en ella y no en
otro lugar. Era una tierra seca y dura a la que salvaba el río Jordán, que estaba y está
atravesada de norte a sur por un sistema montañoso de poca elevación, discurriendo el río
paralelo por la vertiente oriental con una longitud de 183 kilómetros en línea recta, pero con
320 kilómetros en realidad, porque serpentea en todo su recorrido, determinando su
presencia la existencia de una fértil llanura que contrasta con el resto del terreno.

Jordán etimológicamente significa “el que baja”, porque pasa de una altitud de 520 metros en
su nacimiento, allá en el Monte Hermón, frontera entre Líbano, Israel y Siria, sigue hacia el sur
y, tras atravesar el Mar de Galilea, acaba a una altura de 390 metros bajo el nivel del mar
cuando desemboca en el Mar Muerto. Es un río especial, ya que nace de agua dulce y antes de
entrar en su final ya es salino. El Jordán, fue testigo de gran parte de la vida de Jesús.

El escenario de la epopeya del Cristianismo estaba bajo el yugo del Imperio Romano desde
aproximadamente el año 70 antes de Cristo y, a su vez, se dividía en cuatro provincias: Galilea,
Samaria, Judea y Perea.
GALILEA

Situada al norte, tiene en su parte más montañosa las ciudades de Naím y Caná,
encontrándose entre ellas Nazaret, asunos 140 kilómetros de Jerusalén, en cuyo límite aun hoy
puede contemplarse el precipicio por el que trataron de arrojar a Jesús sus propios paisanos,
tal y como relatan los Evangelios. De Nazaret eran María y José, allí vivían y allí se crío Jesús,
como dice el Evangelio de San Juan 1:46: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?».

La parte más llana de Galilea se situaba alrededor del lago o Mar de Tiberiades, también
llamado Mar de Galilea o Lago de Genesaret, tiene 21 kilómetros de largo y 12 de ancho, está
situado a 210 metros bajo el nivel del mar, de donde salieron “los pescadores de hombres” y
en cuyas aguas Jesús tuvo algunos de los momentos más profundos de su ministerio.

Jesús frecuenta las orillas del lago porque en él se desarrollaba una gran vida social y
comercial, acumulándose gran parte de la población de la región en ciudades que han
quedado ya para la historia como Cafarnaúm, de donde eran naturales Pedro y Andrés.

Por esta llanura de Genesaret es por donde comenzó en realidad la vida pública de Jesús, y por
ella pasaban las caravanas desde Damasco hacia la ciudad de Cesárea de Filipo, ya en la costa,
lo que exigía siempre una guarnición militar en Cafarnaúm.

Desde la altura y omnipresente está el Monte Tabor, el lugar de la transfiguración de Jesús,


con una de las mayores alturas de toda la provincia, casi 600 metros, y que da un microclima a
esa zona en particular. Las casas de los campesinos de la zona de Galilea eran por lo general
pequeñas y en la mayoría de las ocasiones están hechas en una sola pieza por dentro, lo que
hoy modernamente llamamos loft, por lo que las condiciones de vida eran precarias y siempre
de subsistencia. Los habitantes de Galilea, como en las otras tres provincias, no poseían la
tierra, pues solían pertenecer al rey, a sus familiares o a ricos comerciantes.

A los habitantes de Galilea se les llamaba galileos, por lo que Jesús era lógicamente un galileo,
y a pesar de que eran judíos, vivían en medio de otros pueblos paganos. Los galileos eran en su
mayor parte campesinos y pescadores, de ahí que casi todas las parábolas de Jesús tuvieran
como marco la pesca o el trabajo en el campo. Los galileos tenían cierta fama de brutos e
ignorantes, aunque por el contrario también en aquellos tiempos se les consideraba leales y
sinceros.

Galilea tenía un carácter muy especial dentro de Israel. Así, por ejemplo, no le daban tanta
importancia al templo, tenían una menor presencia de sectas religiosas como los fariseos o los
saduceos, estaban muy influenciados por la cultura griega y había grandes diferencias entre el
medio campesino y el urbano.

De hecho, el medio campesino, del que procedía Jesús, veía con mucha hostilidad a las
ciudades, ya que los campesinos de Galilea soportaban importantes impuestos, tanto del
poder político (Herodes Antipas), como del religioso (el Templo de Jerusalén), por lo que la
situación económica de esta provincia debió ser bastante difícil.

Galilea fue sin duda la región judía más conflictiva durante el siglo I, y los principales
movimientos revolucionarios en contra de la dominación romana desde la muerte de Herodes
el Grande hasta la destrucción de Jerusalén se iniciaron en esta región.

Era además una encrucijada por la que pasaban muchos caminos comerciales, lo que producía
una mezcla de razas y culturas que a la fuerza tenían que convivir. Esto último hacía de los
galileos personas abiertos, tolerantes y moderados a la hora de practicar la religión, y esto no
era demasiado bien visto por sus vecinos más ortodoxos, sobre todo los de la provincia de
Judea, de ahí las palabras: «¿Es que también tú eres de Galilea? Estudia y verás que de Galilea
no surge ningún profeta» (Juan 7:52).

SAMARIA

Samaria significaba lo díscolo, lo raro, incluso lo extraño en la región. Era una provincia situada
entre Galilea al norte y Judea al sur, y estaba formada por una mezcla de personas y razas
entre las que destacaban los emigrantes de otros lugares del mundo de entonces como Asiria,
lo que para los más “puros” de entre los judíos los colocaba en la impureza.

No obstante, por su cuenta los samaritanos creían ser en realidad los verdaderos
descendientes de los hijos de Israel, y de hecho es sabido por todos que fueron quienes
preservaron la escritura hebrea arcaica que hoy llamamos paleohebreo, existiendo aun en
nuestros días pequeñas comunidades que utilizan aun esta antigua escritura y lengua, sobre
todo en las ceremonias religiosas.

Cuando la samaritana habla con Jesús, entre otras cosas le menciona textualmente a «nuestro
padre Jacob», ya que para ellos eran descendientes directos de aquel.

Los samaritanos siempre negaron la importancia de Jerusalén, hasta tal punto que incluso
tenían su propio templo, y a pesar de algunos tibios acercamientos como la boda de Herodes
con una samaritana, siempre hubo una enemistad y un odio ilimitados entre los judíos y ellos,
de hecho cuando los samaritanos iban a Jerusalén, los judíos no les permitían pasar del sitio
reservado a los paganos.

El propio Evangelio de Juan dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy una
mujer samaritana?» (Juan 4:9), y en Lucas 10:37 vuelve a decir el evangelista: «el que practicó
la misericordia con él», refiriéndose a la parábola del buen samaritano, pero cuidándose de no
pronunciar la propia palabra “samaritano”. Y a pesar de ello, Jesús no manifestó nunca
desaprobación por los habitantes de esta provincia.

JUDEA

Judea es “otro cantar”. Siendo la región más meridional, alta y seca, y troquelada entre
montañas que forman un conjunto cerrado y abrupto, se limita al sur y al este por grandes
desiertos, y en ella supuestamente vivían los “judíos más judíos” de todo el pueblo elegido.

La región producía únicamente trigo y algún otro cereal, pero sí bastantes aceitunas, uvas,
dátiles, higos y legumbres. Casi todo el ganado que poseían en la región estaba claramente
destinado al sacrificio del Templo, y los habitantes por lo general eran bastante pobres, siendo
por ejemplo el alimento más habitual pescado seco, pan y poca carne, lo que da idea de las
condiciones de salud en aquellos remotos tiempos.

Por contra, en Judea se levantaban las ciudades más importantes por las que pasó Jesús,
comenzando por la ciudad santa de los judíos, Jerusalén. Ciudad clave donde las haya, no
puede olvidarse una vez que se ha pisado.

Situada a 750 metros sobre el nivel del mar, era el centro de formación religiosa de los judíos y
la sede de la autoridad suprema tanto judía como romana. La ciudad en realidad estaba mal
ubicada para el tráfico y el comercio, pero la importancia residía en ser el lugar elegido para
construir el Templo, origen y nacimiento de toda la tradición religiosa judía, a la que luego se
añadió el cristianismo, y finalmente en el siglo VII la religión musulmana.

Todos los judíos debían peregrinar al menos una vez en la vida a Jerusalén, y todo en Judea
giraba en torno a esta idea de centro religioso. El Templo de Jerusalén, considerado como
signo de la presencia de Dios entre los hombres, era como el centro de Israel. Estaba
construido en la parte más visible de la ciudad, sobresaliendo con una torre de cincuenta
metros de altura en medio de una gran explanada de casi 500 metros de longitud por 300 de
anchura, y toda ella rodeada por un alto muro. Era el templo que Herodes el Grande empezó a
construir de nueva planta, ya que el de Salomón había sido destruido. Este es el Templo que
debió conocer Jesús.

Dominando sobre el resto de la ciudad, el Templo estaba recubierto, según los textos de la
época, por gruesas placas de oro y mármol puro, que brillaban al sol impresionando a cuantos
se acercaban a Jerusalén, hasta tal punto que los discípulos dicen a Jesús: «Cuando Jesús salía
del Templo, uno de sus discípulos le dijo: “¡Maestro, mira qué piedras enormes y qué
construcción!” Jesús le respondió: “¿Ves esa gran construcción? De todo esto no quedará
piedra sobre piedra: todo será destruido”» (Marcos 13:1-2).

Cuentan las crónicas de aquellos tiempos y posteriores, que era tal la cantidad de oro que
había en el Templo que tras la conquista definitiva de Jerusalén por los romanos en el año 70
d.C., al poner en el mercado toda esa cantidad de oro, el valor del mismo cayó a la mitad en
todo el Imperio, lo que da idea de que ya en aquellas épocas la economía tenía mucho que
decir.

Todo ese esplendor costó en cálculos por lo bajo unos ochenta y cuatro años – desde
aproximadamente el 20 a.C. al 63 d.C.–, y así dicen los judíos a Jesús: “Cuarenta y seis años ha
costado construir este santuario, ¿y tú vas a levantarlo en tres días?” (Juan 2:20).

El culto era celebrado todos los días, en horario de mañana y tarde, y además había un culto
extraordinario en las grandes estas anuales: Pascua, Pentecostés y la fiesta de los
Tabernáculos, a las que todo judío varón, a partir de los trece años, tenía obligación de ir. El
Templo de Jerusalén fue el lugar preferido por Jesús para hacer sus grandes denuncias, justo
aquellas que le costaron la vida.

Otros pueblos fueron importantes para la vida de Jesús: Belén, donde nació, y donde la
tradición señala el lugar en el que el Rey David recibió la unción en el año 1.000 a.C.; Betania,
en la falda del Monte de los Olivos, donde vivían Lázaro, Marta y María, a donde Jesús fue en
varias ocasiones, y donde se señala por la tradición como lugar muy cercano al sitio de la
Ascensión; Emaús, a unos diez kilómetros de Jerusalén, donde se apareció Jesús a dos de sus
discípulos tras la resurrección; o Jericó, próspera ciudad en medio de un oasis por debajo del
nivel del mar, con más de 10.000 años de historia y a donde llegaron por primera vez los
israelitas al volver de Egipto tras el Éxodo.

PEREA

Perea era una provincia menos conocida porque estaba al otro lado del Jordán, lo que hoy es
el Reino de Jordania, de aquí su nombre del griego, “más allá”, una zona menos desértica, más
verde y menos montañosa que Judea, que en los tiempos más remotos le tocó en suerte a las
tribus de Rubén, Gad y Menashé.
Tenemos constancia del paso de Jesús por Perea en Mateo 19:1: «Y Jesús partió de Galilea y
fue a la región de Judea pero al otro lado del Jordán»; Marcos 10:1: «Y fue al otro lado del
Jordán»; y así hasta el episodio de la unción de Jesús en Betania, en Mateo 26:6: «Y hallándose
Jesús en Betania una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume muy caro lo derramó
sobre su cabeza».

Estas eran pues las cuatro provincias que se encontró Jesús en su paso por la tierra de Canaán.
El conjunto de tierras en las que nació, vivió y murió Jesús fueron siempre en su época
dominadas por el Imperio Romano, y desde tiempos de Augusto el poder político y militar en
nombre del Emperador lo ejercía un Procurador, el único que podía dictar sentencias de
muerte y ejecutarlas, lo que en derecho romano se conocía como el ius gladii. A las órdenes de
este Procurador, que para el tiempo de la muerte de Jesús era Poncio Pilato, estaban los
recaudadores de impuestos y los soldados, y su poder incluso se extendió al nombramiento de
los Sumos Sacerdotes, una afrenta que los judíos llevaron mal, pero toleraron para evitar
males mayores.

El Procurador vivía habitualmente en la costa, en Cesárea, pero con motivo de las estas de
Jerusalén acudía a la ciudad y establecía su casa en la famosa Torre Antonia, desde cuya altura
podía controlar perfectamente los miles de peregrinos que acudían a la Ciudad Santa, y donde
se encontraba la guarnición militar romana.

Pilato, según los textos, fue Procurador romano desde el 26 al 35, y ya Agripa I le describía
como de personalidad rígida e intolerante, nada hábil en el conocimiento de la ley, arbitrario
en sus decisiones y, sobre todo, muy dubitativo, con actos salvajes que no tenían razón alguna.
Fue en definitiva un Procurador frío y hostil a los judíos, poco comprensivo con sus tradiciones
y que en definitiva provocó una permanente resistencia no violenta que finalmente pasó a la
acción.

Tras la muerte de Jesús ordenó ajusticiar a unos samaritanos sin justificación alguna, y ante las
quejas de judíos y samaritanos el Legado de Siria a quien debía pleitesía, Vitelio, lo envía en el
año 36 a Roma para dar cuenta de sus abusos ante el emperador. Sin saber muy bien cuáles
fueron sus andanzas en la Ciudad Eterna, la tradición apunta que posiblemente se suicida en el
año 37.

Resulta fundamental para entender la muerte de Jesús, como luego veremos desde el punto
de vista médico-forense, la persona y personalidad de Poncio Pilato.

Otro asunto previo que es necesario explicar para acercarnos al proceso judicial de Jesús era la
realidad religiosa que se vivía en aquellos años, y que fue la instigadora de la sentencia de
muerte, como es bien sabido por todos.

La religión mayoritaria era la judía, y esta a su vez tenía diversos grupos que peleaban entre sí
y marcaban importantes diferencias. A grandes rasgos podemos hablar de los saduceos, los
fariseos y los esenios, si bien el pueblo estaba lejos de esas disputas más de poder que
puramente teológicas.

SADUCEOS

Los saduceos deben su nombre a un Sumo Sacerdote llamado Sadoc, que sitúan los entendidos
en tiempos de David o del propio Salomón. Estaba formada esta corriente religiosa por las
clases más altas y por lo tanto los dirigentes y la aristocracia o, lo que es lo mismo, los más
ricos de Israel. Era tal su poder que incluso formaban parte del Sanedrín, máximo Tribunal
Judío que en su momento condenó a Jesús y del que luego trataremos en profundidad por ser
el origen de la crucifixión.

Formaban un estamento especial, eran poco numerosos pero en la práctica tenían todo el
poder real. El Procurador romano les concedió por supuesto la exclusividad del cobro de los
impuestos.

En asuntos religiosos solo admitían la Torá o Ley de Moisés o, lo que es lo mismo, los cinco
primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, y creían al pie
de la letra el texto ahí escrito sin posibilidades de interpretación humana.

Era tal el celo de este grupo radical que incluso sospechaban de los escritos de los Profetas.
Eran los saduceos intransigentes defensores del sabbat (el día sagrado de la semana judía) y
para nada creían en la resurrección de los muertos por lo que para este grupo la muerte ponía
punto y final a cualquier pretensión espiritual posterior. Políticamente eran lo que hoy
denominamos nacionalistas convencidos, si bien procuraron llevarse bien con los romanos por
intereses económicos y a efectos prácticos.

Siempre se les acusó de actuar de una forma pero pensar de otra, siendo acusados por los
otros grupos y por el propio Jesús de inmorales en su vida personal.

El Sumo Sacerdote más significativo en el proceso de Jesús, Caifás, era por lo tanto saduceo,
como queda implícito en Juan 11:49 y Juan 18:13-14.

Ya lo dejó dicho Jesús a manera de profecía: «Guardaos, sí, de la levadura de los fariseos y
saduceos« (Mateo 16:12), aduciendo directamente a que tuvieran cuidado con las erróneas
doctrinas de ambos grupos religiosos.

FARISEOS

Los fariseos, probablemente el grupo más conocido por todos, eran en realidad una corriente
dentro del judaísmo y se caracterizaban básicamente por la estricta observancia de la ley.
Procedían, según todas las fuentes, de los Asideos (término griego del hebreo hasidím, los
“piadosos”), que en el siglo II a.C. resistieron el impacto griego y pagano sobre el pueblo judío
impuesto por Antíoco IV y contra el que lucharon los conocidos Macabeos, convirtiéndose así
en verdadera fuerza de choque y tropa en esta cruenta batalla (I Libro de los Macabeos 2:42).

Según el historiador judío-romano Flavio Josefo, durante el reinado de Jonatán hacia el año
150 a.C. se subdividieron los Asideos en dos grupos: los fariseos y los esenios.

Aunque contaban también con sacerdotes en sus filas, los fariseos en realidad formaban un
movimiento laico. El término fariseo es la traducción de la forma griega perusim, que significa
“los santos”, “los separados”, en esencia la verdadera comunidad de Israel, pues a pesar de la
tradición cristiana eran personas muy religiosas y con mucha piedad. Se preocupaban los
fariseos de cumplir todas y cada una de las leyes y tradiciones religiosas, y también
estimulaban su cumplimiento en el resto de la población. Para ellos lo más importante en su
relación con Dios era sin duda la ley religiosa, el verdadero tesoro de Israel, más importante
aún que el propio Templo, por lo que estaban siempre en confrontación con los saduceos,
salvo en el proceso de Jesús.

Eran artesanos, pequeños comerciantes y campesinos, en general no tenían poder religioso ni


civil, pero se sentían distintos y separados frente a los “que incumplían la ley”. Para los fariseos
cualquier ignorante de la ley era «un maldito» (Juan 7:45-49).
Eran los fariseos personas muy apegadas a la ley en todos los sentidos, e incluso habían
añadido de su “propia cosecha” algunos preceptos, hasta casi unas seiscientas obligaciones
más que las propias escrituras, que eran no solo complicadas de entender sino casi imposibles
de llevar a la práctica. Este conjunto de ampliaciones se denominó con el paso del tiempo la
“tradición oral”, que llegó a tener más importancia que la propia ley. Todas las tradiciones se
denominaron la Halajá, y hoy comprenden varios textos judíos como la Mishna, la Gemara, y
hasta los Misdras y el Talmud.

Fueron los fariseos los que con más ahínco esperaron la venida de un Mesías o salvador del
pueblo judío de la presión de los romanos, y se preparaban con constancia por medio de la
oración ante la llegada de ese día. El ayuno y el sábado (sabbat) eran dos piedras básicas de la
práctica farisea.

Su obsesión por los rituales nacía de la interpretación literal del Levítico, y tenían que lavarse
hasta siete veces al día, permanecer siempre puros, no tocar nada que pudiera mancharles y
estar así siempre preparados para la venida del Mesías. Muchos de los reproches que les hace
Jesús son precisamente por esta rigidez, que les hacía expulsar a los leprosos, personas
enfermas, y además prostitutas, pastores y hasta médicos por su contacto con los enfermos.

ZELOTES

Mencionamos aquí los Zelotes no porque fueran una secta religiosa dentro del judaísmo como
los otros grupos, que no lo eran, sino por su papel como grupo radical de ideología guerrera
que buscaba la independencia de Judea del Imperio Romano, y eran en el fondo el verdadero
quebradero de cabeza de los invasores, y por supuesto debieron influir en la decisión de Pilato
con respecto a Jesús.

El Zelote era un miembro de un movimiento político nacionalista fundado por Judas el Galileo
al poco tiempo de haber nacido Jesús, y su nombre procede del “celo” por Yahvé que
guardaban sus miembros.

Los Zelotes fueron sin duda el grupo más violento del judaísmo de su época, enfrentándose
constantemente a los fariseos y los saduceos, a quienes acusaban de tener «solo celo por el
dinero». Incluso, algunos historiadores han considerado a este grupo como uno de los
primeros grupos terroristas organizados de la historia, ya que utilizaban el homicidio de civiles
que colaboraban con el gobierno romano, para disuadir a otros de hacer lo mismo.

El objetivo básico de este grupo era una Judea independiente del Imperio mediante las armas
y la lucha tal y como sucedió en la revuelta judía del año 66, en la que llegaron a controlar
Jerusalén hasta que la ciudad fue reconquistada por los romanos con la destrucción del
Templo; y tres años más tarde la defensa “numantina” de la fortaleza de Masada, por todos
conocida.

Judas el Galileo es mencionado repetidamente como uno de sus líderes más relevantes y
recordado por sus actos guerrilleros en la época del primer censo en Judea, tal como figura en
los Hechos de los Apóstoles, y parece cierto que la libertad de Barrabás, que era un líder
zelote, demostraba la popularidad de este grupo dentro del pueblo llano.

Incluso uno de los discípulos de Jesús, escogido por él mismo como apóstol, provenía
posiblemente de este movimiento, pues es llamado Simón el Zelote en el Evangelio de San
Lucas, y el mismo Judas debía su apellido Iscariote a “Sicario”, un tipo de zelote
particularmente violento –la palabra sicario procede del puñal curvo que utilizaban, o sica–.
Fuera como fuere, muchos estudiosos consideran la condena de Jesús por la comunidad judía
como una actitud que responde al desengaño de los israelitas respecto a Él, que se reveló, no
como un líder militar zelote que liberara a los judíos del yugo romano, sino como un líder
espiritual que solo prometía una liberación más allá de este mundo.

ESENIOS

Hasta que en los años cuarenta del pasado siglo no se encontraron unos manuscritos en
pergamino con los textos sagrados más antiguos conocidos sobre el pueblo de Israel, nadie
apenas sabía nada de los esenios salvo algunos eruditos. Este descubrimiento de los
denominados Manuscritos del Mar Muerto fueron esenciales para entender la historia judía de
los tiempos de Jesús, y aun antes, y sobre ellos se han escrito cientos de libros y artículos.

Los esenios de Qumran (lugar donde se encontraron los restos de sus asentamientos y cuevas
más famosas) se reconocían a sí mismos como el “grupo” puro de Israel, como la Nueva
Alianza.

Sus miembros practicaban ritos similares al bautismo de la primitiva comunidad cristiana y


marcaban las frentes de sus iniciados con el signo de la “X” (cruz de San Andrés) que se creyó
que representaba la letra inicial de la palabra griega Xristos. No cabe ninguna duda hoy de que
la Orden de los Esenios, o según ellos Hijos de la Luz, eran una orden monástica, y tenían un
grado muy elevado de conocimientos teológicos, astronómicos e incluso de las ciencias básicas
de aquel entonces, y quizás solo estaban preparándose para la venida del Mesías, formando
un grupo de iniciados que “ayudaran a Jesús” en su misión.

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la relación de los esenios con Jesús mismo, su
familia y los propios apóstoles, y aunque coincidieron parcialmente en el tiempo en la forma
de interpretar el Antiguo Testamento, no hay seguridad plena de esta hipótesis. Lo que sí
parece totalmente cierto por los textos de la época y los historiadores era el odio de los jefes
judíos contra los esenios, y hoy sabemos que el Gran Sacerdote de Jerusalén llevó a cabo un
ataque militar contra el asentamiento de los esenios en Qumran, donde murió el mismísimo
Maestro de Justicia de la orden esenia mientras asistía a una ceremonia religiosa. Los esenios
se tenían a sí mismos como los auténticos herederos de la Orden de Melquisedec, echaban en
cara a los jefes judíos la usurpación del sacerdocio y la contaminación de los santuarios, ya que
rechazaban completamente los sacrificios de animales.

Dicen los expertos que los esenios se guiaban por el llamado calendario solar y no por el lunar
como los judíos, y hasta en eso no estaban de acuerdo, por lo que al final no coincidían las
fechas de las estas religiosas ni la liturgia en aquella época.

Otra diferencia notable entre los esenios y el resto de los judíos era su menosprecio al hecho
de morir, por lo que creían en la inmortalidad del alma a diferencia de los saduceos, y
parcialmente de los fariseos, por lo que el gran historiador judío-romano Flavio Josefo llegó a
escribir: «Menosprecian los peligros, triunfan del dolor por la elevación de su alma y
consideran la muerte, cuando se presenta con gloria, como preferible a una vida mortal. La
guerra romana ha demostrado su fuerza de carácter en toda circunstancia: los miembros
apaleados, torturados, quemados y sometidos a todos los instrumentos de martirio con el fin
de arrancarles alguna blasfemia contra el legislador o para hacerles comer alimentos
prohibidos, no ha podido obligarles ni a lo uno ni a lo otro, ni siquiera sus torturadores han
podido alardear de haberles hecho derramar una sola lágrima. Sonrientes durante los suplicios
y burlándose de sus verdugos, expiraban con alegría como si pronto volvieran a revivir»
(Guerra de los Judíos, Libro 2º, capítulo VII).

Eran sin duda los esenios los judíos más cercanos a la esencia de la doctrina que enseñó Jesús
de Nazaret.

En estas condiciones reinterpretó pues Jesús las escrituras, sacó a la luz las contradicciones e
hipocresías morales de las clases dirigentes, fue el azote de los injustos y siempre estuvo cerca
del pueblo llano, es decir, se granjeó toda la enemistad del poder fáctico. Y, naturalmente, lo
pagó con su vida.

Capítulo 2
Perfil de la víctima: Jesús, el hombre
Para los Cristianos Jesús fue la reencarnación de Dios mismo, por lo tanto no hay duda desde la
Fe que era el mismo Dios, pero para el resto de las personas, religiosas o no y de cualquier
cultura, lo que es plenamente cierto es que Jesús era un hombre, excepcional pero hombre, y
por lo tanto una realidad histórica sin posibilidad de error tal y como se muestra en los
documentos de la época e inmediatamente posteriores. Pero, ¿quién era Jesús? Y sobre todo,
¿cómo era Jesús a la luz de nuestros conocimientos actuales? ¿Y por qué se convirtió en la
víctima de un complot político-religioso que acabó con su vida?

El nombre “Jesús” es la forma en latín del griego Iesoús, con el que es mencionado en el Nuevo
Testamento, escrito en griego, si bien el nombre deriva en realidad del hebreo Ieshú –el
hebreo es una lengua muy anterior al griego–, forma abreviada de Yehoshúa, que significa
“Yahvé salva” (es decir, “Dios salva”), y que identificó al principio a Josué, el sucesor de
Moisés.

Se sabe además que Jesús era un nombre muy frecuente en aquella época, y ya en los textos
del historiador Josefo se mencionan al menos alrededor de veinte personajes de igual
denominación. La forma de este nombre en arameo, el idioma de Judea en aquel tiempo, es la
que con toda probabilidad usó Jesús: Ieshuá.

Debemos recordar aquí que Jesús debió usar el arameo para hablar en todos sus discursos, o al
menos un dialecto de este, el siriaco, pero cabe la posibilidad de que entendiera tanto el latín
como el griego por ser lenguas que se solapaban con la primera, al tiempo que también
conocía el hebreo, ya que llegó a leer la Torá en alguna sinagoga con varios testigos presentes.

Finalmente, sus últimas palabras antes de expirar, «Eloi Eloi lemma sabactaní» («Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Marcos 16:34), fueron arameas, lo que indica a las
claras la lengua más cercana a su entendimiento.

Por otra parte, en los Evangelios de Marcos y Lucas Jesús es llamado Iesoús ho Nazarenos,
mientras en los de Mateo, Juan y unas pocas veces en el de Lucas se utiliza la forma Iesoús ho
Nazoraios que también aparece en los Hechos de los Apóstoles. El apellido Nazareno hacía
referencia sin duda al lugar de origen de sus padres, y donde él pasó su infancia y juventud.

La palabra Cristo, por su parte, procede del griego y significa “ungido”, el “señalado” para ser
especial ante el resto de los judíos.
Jesús de Nazaret nació con bastante probabilidad en torno al año 4 a.C., aunque la fecha no
puede determinarse con seguridad. Solo por un acuerdo se adoptó como la fecha de
nacimiento de Jesús la calculada en el siglo VI por Dionisio el Exiguo, basada en cálculos mal
hechos, aunque ya antes, a partir del siglo IV con Constantino en el poder, se empezó a
celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, y así hasta nuestros días.

La mayor parte de los autores y estudiosos dan como su lugar de nacimiento la aldea galilea de
Nazaret, aunque la tradición y el sentimiento popular hablan también de Belén, Belén de Judá,
muy cerca de la propia Jerusalén.

Es prácticamente seguro que sus padres se llamaron José y María, y que incluso tuvo varios
hermanos, asunto sobre el que no hay acuerdo. Tampoco hay constancia de que estuviera
casado; es más, lo más probable es que fuera célibe, y salvo novelas y ensayos poco fiables que
apuntan amores con el otro sexo, su condición vital debió ser muy cercana a la de un
sacerdote.

Nosotros solo podemos atisbar su personalidad a partir del momento en que su vida pasa del
anonimato a ser pública cuando a la edad aproximada de treinta años se hace seguidor de Juan
el Bautista, y detenido y preso este último por Herodes Antipas el propio Jesús forma un grupo
propio de seguidores y renueva la filosofía de Juan dándola un vuelco total.

Desarrolló Jesús su predicación durante un tiempo imposible de concretar, pero que en


cualquier caso no debió sobrepasar los tres años, y durante su predicación alcanzó una gran
fama en toda la región como curador y exorcista.

Según su punto de vista, su actividad se centró radicalmente en el anuncio de un reino nuevo,


el Reino de Dios, lo que al final le costó la vida.

En toda su vida fue acusado de casi todo: de que le gustaba el vino, que comía en exceso, que
compartía mesa con prostitutas y cobradores de impuestos (Mateo 11:19) y de hacer magia
con la ayuda del propio demonio (Mateo 12:22-30). Hasta sus propios familiares directos le
tuvieron como un enfermo mental, algo que ha sucedido con todos los grandes hombres
religiosos a lo largo de la historia (Marcos 3:21) Sin embargo a él, al parecer, nada de eso le
importó nunca demasiado, pues no se justificó ni dio explicaciones en abundancia.

El pueblo llano y las masas en general siempre le inspiraron gran tristeza (Mateo 14:14) y solo
en una ocasión habló de su propia personalidad al decir: «Aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón» (Mateo 11:29), pero lo cierto es que nunca se autoaplicó el apellido
“bueno” (Marcos 10:18).

Con motivo de la fiesta de la Pascua, acudió con sus más estrechos colaboradores a Jerusalén
hacia el año 783 romano, donde fue detenido por orden de las autoridades religiosas judías de
la ciudad, quienes lo entregaron al prefecto romano, Poncio Pilato, acusado de sedición. Fue
ejecutado posiblemente en torno al año 30, como más adelante detallaremos por orden de las
autoridades romanas de Judea.

De todo lo anterior han quedado textos fidedignos en los Evangelios, que tendremos que
rescatar para conocer a Jesús, el hombre y la víctima.

Para poder acercarnos pues al perfil de la personalidad de Jesús, perfil que le convirtió en
víctima, desde la psiquiatría en general y la medicina forense en particular debemos utilizar la
llamada Autopsia Psicológica, un método de investigación retrospectivo de una persona que ya
ha fallecido, y que idearon en los años cincuenta Schneidman y Farberow, del Centro de
Prevención del Suicidio de Los Ángeles (California, EE. UU.), cuando al estudiar casi doscientos
casos de personas que se habían suicidado, reconstruyeron la vida de las mismas, sus
sentimientos y emociones gracias a múltiples conversaciones con familiares y amigos, llegando
a interesantes datos que en cierto modo podían aclarar, si no en su totalidad, al menos
parcialmente la idea suicida.

Aunque el método está ideado para aplicarlo a personas que se han quitado voluntariamente
la vida, y así en 1990 se llegó a definir este tipo de investigación como “construcción o análisis
retrospectivo de la vida del suicida, especialmente, en lo que se refiere a las ideas, actitudes y
conductas tendentes al acto que llevó a su muerte”, puede aplicarse con algunas leves
modificaciones a la vida de cualquier personaje histórico.

De los muchos procedimientos y protocolos que se idearon entre los años cincuenta y los
noventa, uno de los más trabajados y con mejores resultados fue el de Ebert en 1987, que
estudiaba en cada caso de muerte los siguientes datos: 1. Antecedentes de alcoholismo o
drogas. 2. Cartas o notas sobre la decisión suicida. 3. Otros escritos de la víctima; diarios,
libretas, anotaciones, cartas a amigos... 4. Lecturas habituales que hacía la víctima y libros de
cabecera. 5. Relaciones interpersonales: con la pareja, amigos, vecinos, allegados, compañeros
de trabajo, maestros, médicos de cabecera... 6. Relaciones de pareja en especial, sentimientos,
duración, planes conjuntos... 7. Estado psicofísico: antecedentes de insomnio, enfermedades,
dolores, síntomas de depresión... 8. Factores estresantes: perdida de la pareja, un familiar
cercano, paro, desarraigo, catástrofes cercanas… 9. Y, finalmente, la llamada “conducta
presuicida”: hacer recientemente testamento, arreglar los papeles administrativos personales,
pago de deudas recientes, firma de algún seguro de vida, regalos de objetos personales a
personas cercanas, comienzo de consumo de psicofármacos…

Esta información es recogida por los investigadores de familiares cercanos, de los amigos, de
los vecinos con relación de proximidad, de los médicoso profesionales de la salud que hubieran
atendido a la víctima en los últimos tiempos, incluso de dependientes de tiendas cercanas al
domicilio, del conserje de la casa, y de cualquier otro que tuviera información directa o
indirecta del suicida.

En el caso de Jesús podemos extraer del listado anterior los siguientes epígrafes:

Escritos o notas hechos en vida.

Lecturas habituales de la víctima.

Relaciones interpersonales con los familiares, amigos, cercanos, compañeros...

Estado psicofísico previo, enfermedades, insomnio, depresión, dolores...

Factores estresantes: persecución, calumnias, agresiones... El testamento.

Naturalmente, contamos para obtener esta información con los textos evangélicos como
fuente principal y de ellos podríamos ofrecer la siguiente perspectiva.

De los puntos anteriores lamentablemente no tenemos escritos ni notas de Jesús; solo


sabemos que entre sus lecturas las básicas eran la Torá (el Pentateuco: Génesis, Éxodo,
Levítico, Números y Deuteronomio), y la Ley Judía, ya que pasaba tiempo en las sinagogas allá
por donde iba.
Naturalmente, no tenemos conocimiento alguno de enfermedades físicas ni psíquicas aun
cuando de sus trabajos, caminatas y aguante podemos deducir una buena salud en general.
Factores estresantes debió tener “todos” los imaginables, no es ningún secreto que se deseaba
su muerte a toda costa, y finalmente no hay un testamento, sino unos deseos generales
basados en su ley del amor universal.

Así pues, solo la lectura de las fuentes escritas puede darnos idea aproximada de la
personalidad de Jesús el hombre.

Sabemos que predicó tanto en las sinagogas como en el campo y por los caminos y siempre
rodeado de multitud de personas, que utilizaba cuentos y parábolas para explicarse dado el
elevado nivel de analfabetos que había en aquella época, y que el pueblo llano le seguía con
admiración.

También nos constan discusiones y controversias con miembros de algunas de las más
importantes sectas religiosas del judaísmo de su época, especialmente con los fariseos, a los
que acusó de hipocresía y de no cuidar lo más importante de la ley: la justicia, la compasión y
la lealtad (Mateo 12: 38- 40 y Lucas 20:45-47).

Lo especial de su mensaje es muy significativo, y nunca antes se había oído en parte alguna del
mundo: el amor al enemigo (Mateo 5:38-48 y Lucas 6:27- 36) así como su relación íntima con
Dios, a quien llamaba en arameo con la expresión familiar Abba (Padre) que los Evangelios no
han traducido probablemente a propósito, ya que el Dios que predica es un Dios cercano que
busca a los marginados y a los oprimidos para ofrecerles una oportunidad y, sobre todo,
misericordia.

Además, ha quedado escrito en los evangelios que durante su predicación realizó varios
milagros, cuya explicación científica se nos escapa por completo, pero que tuvieron muchos
testigos oculares, así como el dominio de las fuerzas de la naturaleza y otras acciones
extraordinarias.

Todo esto nos marca el perfil de un hombre sin duda excepcional. En una exploración
hipotética de Jesús podría haber dejado constancia aproximada de unos rasgos como los
siguientes: Estaríamos ante una persona de biotipo atlético-leptosomático –es decir, una
mezcla entre fortaleza y líneas alargadas–, con una altura entre 1,70 y 1,80 metros –según la
Sábana Santa–, que se comporta correctamente ante las preguntas, está orientado
perfectamente en el tiempo y el espacio –sabe en todo momento quién es, dónde está y qué
hora y fecha son–, y lo que es muy importante, sabe en todo momento lo que quiere.

De inteligencia alta a muy alta –según se deduce de la rapidez y profundidad en las respuestas
y la facilidad en el discurso tanto abstracto como concreto–, capacidades mnésicas normales –
es decir, una memoria buena porque recuerda perfectamente episodios de su vida sin
dificultad–, y un estado de concentración entre normal y muy intenso –es decir, no se le
observa distraído en ningún momento, pero sin llegar a la tensión–, no se vislumbran
problemas psíquicos intelectivos –es decir, no apunta cuestiones manifiestamente anómalas–
o de pensamiento – este es básicamente místico con una idea central en la que gira: «Es el hijo
de Dios»–, y una apariencia de completa tranquilidad y sosiego. El pensamiento místico de
Jesús en la actualidad hubiera sido etiquetado evidentemente de “delirante”, y nos hubiera
llevado a un diagnóstico de psicosis o, lo que es lo mismo, enfermedad mental grave.
Durante la conversación con Jesús no se percibe fuga de ideas –es decir, no se atropella con
sus respuestas y en todo momento responde concretamente a lo que se pregunta sin
circunloquios ni divagaciones–, ni confusión ni injerencias extrañas en el pensamiento – salvo
la convicción profunda de “su destino” como Hijo de Dios–, siendo su conducta en la
exploración y diálogo completamente acorde a lo que se pregunta y su trato perfectamente
práctico y realista. La afectividad se expresa de forma contenida, con un ánimo tranquilo pero
vigoroso y expansivo, aunque sin sonrisas ni expresiones desmedidas, observándose un tinte
lejano de melancolía que no podríamos etiquetar de “depresión”.

Durante la conversación y las preguntas se mantiene un tono de atención correcto y


pragmático, y solamente su expresión seria pudiera parecer inadecuada a la situación, ya que
otro en su lugar hubiera generado “sin duda” una reacción más virulenta y contundente contra
su entorno, ante las acusaciones y calumnias que él mismo nos comenta que padece
constantemente.

Jesús nos cuenta que solo en dos ocasiones no ha podido controlar la cólera, una en el Templo,
cuando expulsó con violencia a los mercaderes, y otra cuando habló de la «corrupción de los
niños» por los adultos y dejó dicho de esos hombres: «Que más les valiera atarse una piedra al
cuello y tirarse al mar». No se recuerda otra situación en que sus sentimientos le
sobrepasaran.

Manifiesta miedo ante lo que “está por venir”, y no lo oculta, ya que según él es necesario,
pero la seguridad en que se expresa nace de la seguridad absoluta con que cree todo lo que
dice, todo ello sin titubeos, sin suras y sin reproches.

En el diálogo se aprecia una manifiesta imposibilidad de simulación y una necesidad por el


contrario de expresar “su verdad”, sea quien sea el culpable de los males que acucian a su
gente. Esta actitud le sitúa en un punto de gran vulnerabilidad ante la autoridad, ya que
llegado el caso no eludirá su responsabilidad y se convertirá en una víctima ideal.

Durante toda la exploración su mirada se ha mantenido alta y directa al observador, ni una


sola vez ha movido los ojos hacia el suelo o los lados, y no se han apreciado rasgos faciales de
crispación ni zozobra, como si un sentimiento interno de paz presidiera todos sus actos.

Cuando las preguntas son más complejas y abstractas nos responde con ejemplos y
comparaciones, no empleando nunca expresiones oscuras o palabras complicadas, y solo
cuando se da cuenta de que estamos satisfechos con la respuesta pasa a otro tema; da la
impresión de que necesita que le comprendamos o al menos que le entendamos. Cuando le
preguntamos por su relación con las mujeres su semblante se relaja aún más y manifiesta una
expresión de dulzura. Nos cuenta que siempre ha estado muy cerca de ellas, que nada le
importa su condición ni su edad, y que le duele mucho la postración que padecen en estos
tiempos, explicándonos que siempre que ha podido ayudarlas lo ha hecho. Esto choca con la
condición patriarcal del ambiente y con su condición especial de “maestro espiritual”, por lo
que nos choca. Incluso, por lo que nos cuenta, tiene seguidoras entre sus discípulos. Todo esto
denota que no hay conflictos psíquicos de género.

Todo su discurso es completamente coherente conforme a sus pensamientos, y no le produce


ninguna sorpresa que a veces nos quedemos dudando sobre lo que nos cuenta; debe estar
acostumbrado a la incomprensión.
Finalmente, en su tono postural y forma de vestir no hay desarmonía ni cosas extravagantes,
está correctamente aseado y vestido, y no hay amaneramientos ni desordenes que llamen la
atención”.

DIAGNÓSTICO
En el año 20 d.C, en algún lugar de Galilea:

Jesús de Nazaret no presenta síntomas ni signos de padecer una enfermedad mental de ningún
tipo, ni padece trastorno de la personalidad o cualquier otra desviación de lo que suele ser
corriente en esta región del mundo.

La fuerte convicción de sus ideas –con las que se puede estar de acuerdo o no–, no le han
impedido llevar una vida intensa en lo familiar, laboral, social y religioso, siendo su conducta
práctica y bien definida.

No obstante, manifiesta peligrosamente una ausencia de valoración de los riesgos que asume,
por lo que es una víctima perfecta, llegado el caso, para cualquier autoridad administrativa.

Capítulo 3
Prisión y condena
El sufrimiento y muerte de Jesús comenzaron por una clara injusticia en su proceso judicial,
donde le imputaron distintos delitos de aquel entonces, y cometieron con él la mayor de las
afrentas y un uso injusto de la ley, porque como todos sabemos ya a estas alturas una cosa es
la ley y otra muy distinta la justicia o, lo que es lo mismo, en tono filosófico una cosa es la
verdad, y otra demasiadas veces muy distinta la “verdad judicial”.

Para esbozar unas palabras sobre el procedimiento judicial de Jesús, aunque hay muchas y
solventes fuentes, me he basado en un opúsculo muy gráfico y sencillo que en 1877
redactaron los hermanos Lémann con el visto bueno del papa Pío IX, y que explica a la
perfección hasta dónde puede llegar la manipulación de las leyes para aplicar la injusticia.

LOS QUE JUZGARON A JESÚS

Los Sacerdotes

Israel era una auténtica teocracia en tiempos de Jesús, es decir, “el gobierno desde las normas
religiosas”, y en toda teocracia son los sacerdotes quienes, en primer término, constituyen el
grupo menos numeroso... pero más poderoso.

Los sacerdotes habían organizado a los judíos después del famoso y trágico destierro de
Babilonia (538 a.C.) y los habían dirigido en los asuntos espirituales y materiales, continuando
en tiempos de Jesús con el poder a todos los efectos, tanto político como social.

Por supuesto, el sacerdocio no era por vocación o amor a Dios, sino que paradójicamente se
heredaba y, según la ley, solo podían ser sacerdotes los descendientes de Aarón, el hermano
de Moisés, como se deja claro en Éxodo 28:1, Números 17:16-26; Lucas 1:5 y Hebreos 9:4.
Formaban los sacerdotes una piña, es decir, un grupo muy cerrado y estrechamente unido en
el que todos “pensaban y opinaban lo mismo, salvo alguna honrosa excepción”.

Así, la tradición requería que a los veinte años de edad, el hijo del sacerdote fuera llevado y
presentado en el Templo, donde tenía que demostrar la legitimidad de su nacimiento, y
después comprobar que no padecía defecto físico alguno, tras lo cual se le ordenaba sacerdote
con un baño de purificación, se le vestía con los hábitos sagrados y se celebraban algunos
sacrificios, todo ello durante una semana, con lo que el aspirante quedaba definitivamente
consagrado y habilitado para ejercer sirviendo al Templo (Hebreos 10:11; Mateo 8:4; Lucas
17:14 y 1:5.8).

Los sacerdotes estaban formados por veinticuatro grupos, y cada uno de ellos aseguraba el
servicio del templo durante una semana, obteniéndose los turnos por suerte (Lucas 1:5-9).
Como el Templo era enorme y sus funciones muchas, se necesitaban en la práctica unos
trescientos sacerdotes ayudados por cuatrocientos levitas, descendientes de la Tribu de Leví
(Deuteronomio.33: 8- 11 y Lucas.10:32), y constituían un tipo de “clero inferior o auxiliar”, a
los que se encargaban trabajos de apoyo y refuerzo en el culto y también hacían servicios de
policía del Templo.

Los sacerdotes más importantes llegaban a ser la más alta aristocracia, de la cual el jefe era sin
duda el Sumo Sacerdote, jefe a su vez de todos los judíos de Palestina y del extranjero,
responsable principal del Templo, administrador absoluto y presidente del Sanedrín o Gran
Consejo. Era de todo el mundo el único mortal que podía entrar en la parte más íntima,
sagrada e importante del Templo: el Sancta Sanctórum: tres veces, un solo día al año, el
conocido como “Día de la Expiación” (Yom Kippur o día de la penitencia instituido por el mismo
Dios, durante el que se ayunaba un total de veinticinco horas, y en el que según la tradición
Dios escribía en un libro el destino de cada judío para el siguiente año).

Como es lógico, y así funcionaban las cosas por aquel entonces, y quizás también en pleno
siglo XXI, a partir del año 37 antes de Cristo, Herodes el Grande primero y luego los
procuradores o gobernantes romanos, tenían todo el derecho de nombrar y deponer a los
Sumos Sacerdotes, momento desde el cual el cargo dejó de ser hereditario y por lo tanto
vitalicio.

No obstante, todos los que habían pasado por este vital cargo mantenían una posición de
influencia, privilegio y poder aun en la sombra, y así podemos ver cómo, en el proceso de
Jesús, Anás interviene como un “jefe más”.

Había otros tipos de sacerdotes como el jefe del Templo, responsable del orden, tres
sacerdotes tesoreros que llevaban las cuentas y la economía, y los Sacerdotes Vigilantes,
quienes guardaban las llaves del Templo y se responsabilizaban de la vigilancia y el orden bajo
la autoridad del jefe del Templo.

Los Ancianos

Eran también llamados “representantes del pueblo”, y se encuentran con demasiada


frecuencia en el Nuevo Testamento, y siempre de común acuerdo con los Sumos Sacerdotes
(Mateo 21:23 y 26:3-47), por lo que normalmente estaban unidos bajo una única expresión
literaria: «los sumos sacerdotes y los ancianos» (Lucas 22:52).

La palabra “anciano” no quería decir lo que todos pensamos en la actualidad, la gente de


mayor edad, ni siquiera los más viejos de Jerusalén; en sentido literal, los ancianos eran un
grupo del Sanedrín diferente de los sacerdotes-jefes y de los escribas fariseos. Estaba
compuesto por los jefes de las familias más ricas e influyentes de Jerusalén. Eran, como dice
Lucas 19:47, los “notables del pueblo”, y tras ellos estaban todos los grandes negocios,
comercios y fortunas de Jerusalén, por lo que su poder civil era considerable.

Estos ancianos eran en realidad el eslabón intermedio entre los impuestos que los romanos
imponían al pueblo y el mismo pueblo, al que los “ancianos” cobraban con “suplementos”
dichos impuestos por medio de los “publicanos”, palabra sinónimo de “vendido” y “ladrón”,
curiosamente utilizada contra Jesús cuando le dicen: «Y está siempre entre publicanos y
prostitutas».

Eran observadores externos de la ley y las normas religiosas, pero por poseer dinero en
abundancia nunca podían acceder al cargo de sacerdote, ni siquiera comprando el cargo. Entre
los ancianos, los Evangelios nos recuerdan a un hombre justo, José de Arimatea, que se
enfrenta en el Sanedrín al consejo con poco éxito, y luego reclama el cuerpo de Jesús para
enterrarlo en una tumba de su propiedad (Mateo 27:57; Marcos 15:43; Lucas 23:50-51 y Juan
19:38-42).

Los Escribas

Los escribas eran los “especialistas de la ley”, los que estudiaban, conocían, explicaban e
interpretaban la ley, por lo que fueron directos enemigos de Jesús, cuyas enseñanzas
chocaban frontalmente con ellos, y por ello tuvieron parte activa en la presión para detener y
acusar a Jesús de blasfemo.

Eran al mismo tiempo teólogos, profesores y jueces que enseñaban lo que había que hacer y lo
que no para cumplir con la Ley de Moisés, resolvían las dudas que se planteaban desde todas
las partes y, como añadido, ejercían también la justicia, según la mandaba la propia ley (Mateo
7:29).

Aunque al principio los escribas eran un grupo laico y sin vinculación específica a cualquier
grupo religioso, poco a poco empezaron a predominar los fariseos entre ellos, por lo que en
tiempos de Jesús la mayor parte de los escribas eran fariseos.

A los escribas se les llamaba por aquellos tiempos “doctores de la ley”, siendo, por así decirlo,
la aristocracia intelectual judía, y como grupo era muy consciente de que llegaban a esa
posición no por herencia como los sacerdotes ni por dinero o poder como los ancianos, y esto
les hacía sentirse muy orgullosos y soberbios, incluso en palabras del propio Jesús. Los escribas
llegaron finalmente al Sanedrín y cada vez tuvieron más poder desde la muerte de Herodes el
Grande.

La preparación y formación para ser escriba se hacía en escuelas especiales, en las cuales
pasaban varios años de estudio y meditación entre los textos sagrados del judaísmo, llegando
a dominar todos los entresijos del Antiguo Testamento en cualquiera de sus versiones. Esta
preparación llevaba al escriba a ser incluso nombrado juez en procesos criminales o civiles. Era
llamado Rabí, “maestro” en su traducción latina, y a la edad de cuarenta años se le llamaba
con toda propiedad “Doctor de la Ley”.

Precisamente por su conocimiento –en una sociedad en que la que la mayoría era analfabeta–,
los escribas se situaron en los puestos clave del saber, del aparato administrativo y por
supuesto de las cuestiones jurídicas.
Los escribas no solo eran los maestros de las sinagogas de todo el país, sino que eran los
encargados de leer e interpretar la ley, pudiendo inclusive imponer castigos corporales como
los azotes u ordenar el destierro de aquellos judíos disconformes o rebeldes. Dentro del
Sanedrín cada vez fueron teniendo más peso, y en el proceso contra Jesús fueron decisivos en
la condena.

El Sanedrín

El Sanedrín era el Tribunal Supremo de los judíos, fue organizado y fundado en Jerusalén
después del exilio de Babilonia y, como dice el Deuteronomio, se basó en el consejo de los
setenta ancianos de Moisés en el desierto.

El término “Sanedrín” procede del griego synedrion, que significa “reunión de personas
sentadas”. Estaba formado por setenta y un miembros, incluidos los presidentes, y se
distribuían en tres cámaras: sacerdotes; escribas y doctores; y la cámara de los ancianos, cada
una integrada por veintitrés miembros con sus presidentes respectivos.

En la cámara de los sacerdotes solo estaban aquellos consagrados con ese rango, y que se
dedicaban a tiempo completo al Templo; en la segunda estaban los doctores versados en la
ley; y en la de los ancianos se sentaban aquellos personajes más notables del pueblo judío. Fue
el conjunto de las tres cámaras el que juzgó a Jesús.

La mayor fuerza a la hora de imponer sus opiniones era sin duda de la cámara de los
sacerdotes, y esto se hizo además mucho más evidente en el periodo de ocupación romana, y
quien decidía el curso de las deliberaciones el presidente del propio Sanedrín, que en contra
de lo que muchos piensan no era siempre el Sumo Sacerdote, al igual que en la asamblea de
los setenta en el desierto no fue el presidente Aarón, que era el Sumo Sacerdote, sino Moisés.

El Sanedrín debía decidir en aquellas cuestiones de la máxima importancia, ya fueran


administrativas, de doctrina o de justicia, y las cuestiones menores se juzgaban en los
tribunales de orden inferior que existían en las provincias.

Todas las sentencias de muerte debían ser propuestas en la sala de reuniones o Gazit, que
estaba en el mismo Templo. Fuera de esa sala la ley no permitía tomar dicha decisión. El
derecho a ejecutar por sentencia había desaparecido con la ocupación romana veintitrés años
antes del proceso a Jesús, y así el ius gladii (“justicia por la espada”) pasó a depender del
Gobernador de Roma, mientras que el resto de las penas, como excomulgar, cárcel o incluso
aplicar ciertos tormentos, como la agelación, seguían perteneciendo al Sanedrín.

LOS JUECES QUE SENTENCIARON A JESÚS

A todos nos suenan los nombres de Caifás y Anás como auténticos juzgadores de Jesús, pero
muy poca gente ha caído en que fueron setenta y uno los jueces los que estuvieron presentes
en las sesiones del proceso, porque de ellos han quedado muy poca constancia histórica, y solo
algunas referencias en los Evangelios, en los textos del historiador Flavio Josefo y el Talmud
judío nos pueden acercar a esos hombres.

Como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, la mayoría de los cargos del consejo de los
sacerdotes se heredaban, se compraban o se ganaban por algún tipo de favor, lo que hizo en
su momento que en la cámara de los sacerdotes hubiera al mismo tiempo varios Sumos
Sacerdotes: Caifás, que era el que tenía el puesto en vigor, y luego otros como Anás, Eleazar,
Ananías y algunos otros más que lo habían sido en el pasado. Y también hay que tener en
cuenta a los sacerdotes simples, por así decirlo, que estaban casi siempre enfrentados con los
primeros, disputas que los textos antiguos recogen en su momento como muy violentas.

Escasa era pues la moralidad sacerdotal, y esto tiene una importancia vital para la aplicación
de las leyes, ya que no existe ningún derecho, y menos aún el judío, que no tenga sus raíces en
la moral.

En la cámara de los escribas no había sacerdotes, sino hombres letrados que conocían las
escrituras, y que tenían en sus cargos más fundamento que los anteriores, ya que su puesto se
levantaba sobre el puro conocimiento técnico y filosófico de los libros antiguos, y esto hasta tal
punto que uno de ellos, Gamaniel, llegó a dejar el judaísmo y abrazar el cristianismo hasta ser
nombrado santo por la Iglesia. Salvo en este caso, honroso en su momento por imparcial, los
escribas se caracterizaron por una rigidez ideológica inamovible que les colocaba en una difícil
situación para juzgar con justicia.

Y finalmente nos quedaba la cámara de los ancianos, personas de avanzada edad y “probada
virtud” entre los judíos, que aunque no tenía apenas fuerza en las decisiones del Sanedrín, si
tenían voz e incluso voto. En esta cámara son conocidos por honorables José de Arimatea y
Nicodemo. Ambos “se la jugaron” por el reo, aunque con poca fortuna. El resto de los ancianos
conocidos no tenían el mismo currículo que los dos citados, así que poco podía esperarse de
ellos.

Podríamos afirmar, como aseguran los hermanos Lémann, que el valor moral de la mayoría de
los jueces que juzgaron a Jesús no estaba a la altura, pero... ¿y el valor jurídico de sus actos?

LOS ACTOS JURÍDICOS DEL SANEDRÍN

Antes del juicio Que se sepa, ningún tribunal se reúne para juzgar sin el reo presente y la
posibilidad de que este se defienda. Pues bien, esto mismo sucedió en el proceso contra Jesús,
y por tres veces. En la primera reunión, con motivo de una interpelación de Nicodemo, se
estableció la excomunión de Jesús sin proceso alguno, y se decidió que fuera expulsado de la
sinagoga y vigilado. En la segunda reunión, cuatro meses más tarde y tras la resurrección de
Lázaro, tuvo lugar una reflexión sobre el peligro de Jesús al «obrar aquellas maravillas», y se
decidió buscar la ocasión para condenarle a muerte «antes de que sus obras echaran encima
de ellos a los romanos».

Casi un mes después, dos días antes de su detención, el Sanedrín vuelve a reunirse para decidir
en qué momento era mejor prenderle para evitar alborotos en el pueblo, y que el asunto fuera
lo más discreto posible. Si por el Sanedrín hubiera sido, todo el proceso se habría efectuado
después de la Pascua judía para evitar que el proceso coincidiera con la fiesta más importante,
pero la aparición en escena del traidor, siempre hay un traidor, Judas Iscariote, precipitó los
acontecimientos. De esta manera, infringiendo las normas jurídicas más básicas, el Sanedrín
excomulgó, condenó a muerte y decidió la detención del delincuente sin ser escuchado, y así
se adjudicó a Jesús el delito de “ser un falso profeta”, causa jurídica en aquellos tiempos de
pena de muerte.

Normas jurídicas

Todo tribunal y todo derecho tiene unas normas escritas a las que el proceso debe sujetarse, y
si no se cumplen las decisiones pueden invalidarse. Veamos pues qué pasó en el proceso a
Jesús.
Días y horas en las que se prohíbe toda sesión judicial Tres normas se saltaron aquí los
miembros del Sanedrín: celebrar una sesión en víspera de esta o de sábado; instruir una causa
capital por la noche; y comenzar una sesión antes de los sacrificios de la mañana.

Los testigos

Aquí las normas jurídicas a las que se hizo caso omiso fueron aún más:

1. Los testigos debían ser como mínimo dos.

2. Los testigos debían declarar por separado.

3. Antes de declarar, los testigos debían prometer decir la verdad con una fórmula concreta
que no se cumplió.

4. Los jueces debían examinar las declaraciones de los testigos con atención.

5. Los testimonios no valdrían en el caso en que ambos no estuvieran absolutamente de


acuerdo en todos los puntos testificados.

6. Los falsos testigos debían padecer la pena a la cual se condenara a la persona sobre la que
habían mentido.

El examen del acusado

Era norma escrita y sabida que los jueces debían tratar con humanidad al acusado y no proferir
contra él ni insultos ni vejaciones, y por supuesto no era admisible que el acusado fuera
condenado únicamente en base a su propia declaración.

De la defensa

El mismo acusado debía defender su propia causa. No había, como es lógico, abogados, y solo
se podía permitir tomar la palabra en defensa del acusado a los miembros del Sanedrín que lo
quisieran, un acto que la tradición judía entendía como de piedad.

Del juicio

Respecto al acto del juicio las normas eran muy estrictas y estaba sancionadas por una
tradición de muchos años:

1. Si el proceso criminal acababa en una decisión de muerte, la sentencia debía


necesariamente aplazarse hasta el día siguiente.

2. En los casos de pena capital la ley decía que los jueces debían reunirse por la noche de dos
en dos en las casas particulares para sopesar en profundidad las bases para tal sentencia.

3. Incluso, estaba escrito que en esas deliberaciones no se debía comer en abundancia ni


beber bebidas alcohólicas para buscar un espíritu reposado.

4. Al día siguiente, en la sala de justicia los jueces debían opinar por turno, absolviendo o
condenando.

5. Dos escribas irían anotando los votos de absolución y condena.

6. El número de votos condenatorios debía sobrepasar necesariamente en dos al de los votos


absolutorios.
7. Toda sentencia de muerte dictada fuera de la sala Gazit o de los sillones de piedra debía
considerarse nula.

Incumplimiento de las normas jurídicas

¿Qué ocurrió con las normas mencionadas en el proceso de Jesús?

Para procesar a Cristo tuvieron lugar con él presente dos sesiones, la primera en la noche del
13 del mes Nissan de los judíos, y la siguiente en la mañana del 14.

La primera irregularidad la cometió el Sanedrín al convocar la primera sesión del proceso por la
noche, lo cual estaba prohibido. Es más si un proceso empezaba por la mañana, debía
necesariamente suspenderse por la noche. A continuación, cometieron la segunda al hacerlo
después del sacrificio de la tarde. Y finalmente una tercera, ya que la convocatoria tuvo lugar
en víspera de la fiesta de Pascua.

Pero las cosas no acabaron ahí. El propio Caifás, que es el presidente de toda la asamblea, se
convierte en acusador principal, cuarta y mayor irregularidad, ya que el que juzga no puede
acusar ni en la ley hebrea ni en ninguna otra ley, pero para colmo aparece una quinta
anormalidad, ya que el reo es interrogado sin un cargo concreto en la acusación, y se busca en
sus propias confesiones dicho cargo.

A partir de aquí se saltan todas las normas jurídicas básicas que la ley judía tenía como las más
valiosas, y que anteriormente hemos enumerado: los guardias agreden al reo en pleno juicio,
no se hace caso alguno de los testigos ni se les toma juramento, y declaran dos testigos juntos,
y ambos testimonios no concuerdan entre sí ni estando juntos, y para mayor ignorancia de la
ley el propio presidente le pide a Jesús que jure en nombre de Dios «si él era el Mesías»,
cuando ese juramento se tenía que haber tomado a los testigos.

Pero las infracciones a la norma continúan, y Caifás, contraviniendo la ley, se rasga las
vestiduras deshonrando su cargo, y al gritar “blasfemo” a Jesús le acusa delante de todo el
Sanedrín sin que el proceso haya concluido, influyendo así notoriamente en el resto de
miembros del mismo. Y para añadir mayor injusticia, pronuncia unas palabras que quedarán
para la historia de los procesos jurídicos injustos: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?»,
palabras que llegan al colmo de lo irregular cuando pregunta a todos: «¿Qué os parece?»,
saltándose a la torera la votación unipersonal y por turno, como ordenaban las normas.

Al final del proceso no hay deliberación, y se dicta sentencia de muerte el mismo día en que
comienza el proceso, sin que haya habido la votación exigible por la noche, y sin el pleno del
Sanedrín. Así acaba ese día.

Naturalmente, los jueces podían ser inmorales, estar cegados por la ira e incluso mentir, tal y
como hicieron, pero no eran tontos y sabían que el proceso podía ser nulo al ser nocturno y no
haber dejado una noche de por medio, por lo que se volvió a convocar el consejo al día
siguiente.

Esta convocatoria ya no era para revisar, reflexionar o discutir las posibles irregularidades del
proceso nocturno, sino que sirvió, como de todos es sabido, para volver a sentenciar a muerte.
La única vez en toda la historia del Sanedrín de la que se tiene conciencia de una doble
sentencia idéntica dictada en dos días seguidos y con las irregularidades ya comentadas.

En la reunión de la mañana siguiente era ya la fiesta de Pascua, en la que estaba


terminantemente prohibido todo tipo de juicio, a pesar de lo cual todo el Sanedrín estaba
reunido. Y se volvió de nuevo a romper la norma jurídica, ya que la reunión fue en casa de
Caifás, y era absolutamente ilegal dictar una sentencia de muerte fuera de la sala Gazit de las
sillas de piedra. Se trataba por lo tanto de una sentencia nula de pleno derecho.

CONCLUSIÓN

Jesús es detenido como un delincuente, se le juzga por el delito de decir públicamente que era
el Mesías, se utiliza únicamente su confesión para condenarle y se dicta una sentencia de
muerte completamente irregular.

Pero aun tuvieron que pasar una vergüenza mayor los jueces injustos: ir a pedir la
confirmación de su sentencia al gobernador romano con el falso pretexto de que Jesús
predicaba contra el Imperio. Es difícil decir mucho más en este increíble proceso judicial en el
que no hay crimen pero sí castigo.

Con la posterior muerte de Jesús no acababa nada, sino que más bien empezaba todo un
movimiento. Y aún tendríamos que ver, con gran ironía, a muchos cristianos morir por el delito
de “ateísmo” marcado en las leyes romanas, de las que aún en parte se nutre nuestro actual
derecho.

Capítulo 4
Escenario criminal

Para aproximarnos todo lo posible al tormento y muerte de Jesús, cualquier investigador


andaría sus pasos, se sentaría en los mismos lugares, exploraría los caminos y edificios por los
que fue arrastrado y, finalmente, contemplaría todo como un escenario de los hechos, al igual
que se hace en un crimen, aunque este llevara el sello del poder. Por esta razón, se hace
preciso describir brevemente aquellos sitios en los que Jesús estuvo en las últimas veinticuatro
horas antes de morir, hasta que fue colocado en su lugar de enterramiento.

Sin describir estos lugares no podemos explicarnos en cierto modo sus lesiones y la causa
última de su muerte.

Jesús, según consta en los documentos de la época y en las declaraciones de testigos oculares,
fue a rezar al huerto de Getsemaní después de la última cena, donde fue detenido por la
guardia judía, llevado a casa de Anás, suegro del entonces sumo sacerdote Caifás, lugar en el
que comenzaron las vejaciones de Jesús. Después fue entregado a Caifás, de ahí a la sede del
Sanedrín en el Templo, poco después a la Fortaleza Antonia, de vuelta al Palacio de Herodes
Antipas y, finalmente, de nuevo a la Fortaleza Antonia, desde la que, ya condenado, subió a la
ciudad de Jerusalén, hasta el Gólgota, donde fue crucificado.

Cada uno de estos lugares tiene su propia memoria de los hechos y merece la pena
estudiarlos.

HUERTO DE GETSEMANÍ

«Salió y, como de costumbre, fue al monte de los olivos o huerto de Getsemaní, y los
discípulos le siguieron. Llegados a este lugar les dijo: “Pedid que no caigáis en tentación”»
(Lucas 22:39).
Getsemaní procede de la palabra hebrea Gat Shemen (“prensa de aceite”), ya que referencia al
lugar donde se molían las aceitunas para extraer el aceite, uno de los productos naturales de la
tierra. Hoy es un olivar, como lo era entonces. De hecho, algunos de los olivos allí presentes
fueron testigos de la oración y la detención de Jesús, ya que cuentan con más de dos mil años
a sus espaldas.

Como decía Plinio: «El olivo no muere nunca, rebrota de su propia cepa». En este lugar Jesús
oró: «Padre mío, si es posible aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya» (Mateo 26:39). Y fue tal la intensidad de la oración que los textos evangélicos recogen
frases como: «Me muero de tristeza» (Marcos 14:34). Y en el paroxismo de dicha tristeza: «...Y
el sudor le cayó hasta el suelo en forma de grandes gotas de sangre» (Lucas 22:44).

Podríamos afirmar que la tortura de Jesús comenzó en el huerto de Getsemaní en forma de


una intensa depresión motivada por los acontecimientos que iban a venir, y los daños físicos
también, ya que el sudar sangre es signo médico inequívoco de una intensa somatización del
dolor.

CASA DE ANÁS

Tras la detención en el huerto, Jesús fue conducido a casa de Anás, antiguo sumo sacerdote y
suegro del que entonces lo era, Caifás, y fue llevado allí probablemente para hacer tiempo, ya
que el proceso jurídico contra Jesús debía comenzar por la mañana, como ordenaba la ley, y en
esto los judíos eran muy mirados.

La casa de Anás debía ser lujosa pero sin extremos, y en ella se reunieron en un primer juicio
paralelo las amistades y los más cercanos, y fue el primer lugar del escenario en que Jesús es
claramente golpeado, justo por uno de los siervos, y presumiblemente por instigación del
propio dueño de la casa. Así pues, aquí comienza la tortura por manos ajenas propiamente
dicha, con ese primer golpe que queda reflejado de la siguiente manera: «Uno de los guardias
que allí estaba dio una bofetada a Jesús diciendo: “¿Así contestas al Sumo Sacerdote?”. Y Jesús
le respondió: “Si he hablado mal, declara lo que está mal; si he hablado bien, ¿por qué me
pegas?”» (Juan 18:22). Así comenzaron los ultrajes.

CASA DE CAIFÁS

Caifás era el yerno de Anás, y le había sucedido en el cargo de Sumo Sacerdote, por lo que su
suegro se lo envió en su calidad de máxima autoridad judía en vigor en aquellos momentos,
aunque el propio Anás no había perdido en la práctica ni un ápice de su poder.

La casa de Caifás tenía que ser más suntuosa que la de su suegro en relación al puesto que
ostentaba, y sabemos por los textos sagrados que se trataba de un amplio palacio con varias
habitaciones que rodeaban un gran patio, donde a la luz de las hogueras negó Pedro a Jesús
tres veces seguidas antes de que cantara el gallo.

En este palacio, donde la reunión ya se había hecho más numerosa al juntarse ancianos,
escribas, otros sacerdotes y amistades de alcurnia del sumo sacerdote, en la práctica todo el
Sanedrín, las declaraciones de falsos testigos y el propio interrogatorio a Jesús dio paso a las
famosas exclamaciones de Caifás: «...“¿No respondes nada? ¿Eres tú el Cristo, el hijo del
Bendito?”. Y dijo Jesús: “Sí, yo soy”. El sumo sacerdote se rasga las vestiduras y dice: “¿Qué
necesidad tenemos ya de testigos?”» (Marcos 14:61).
En este escenario los tormentos se acrecentaron: «Algunos se pusieron a escupirle, le cubrían
la cara y le daban bofetadas mientras le decían: “Adivina, y los criados le recibieron a golpes”»
(Marcos 14:65). Jesús, tras los golpes, fue atado y el Sanedrín en pleno se reunió al amanecer
para dictar la sentencia por blasfemia, promulgar la condena a muerte y llevarlo ante el
Procurador romano, Poncio Pilato.

SEDE DEL SANEDRÍN

«En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y
escribas, le hicieron venir a su Sanedrín y le dijeron: “Si tú eres el Cristo, dínoslo”» (Lucas
22:66). Hoy no hay plena seguridad sobre el lugar en el que el Sanedrín se reunió para dictar la
sentencia de muerte, ya que unos evangelios apuntan las dos reuniones en casa de Caifás, y
otros exponen la reunión del amanecer en el lugar propio dentro de las dependencias del
Templo.

Nosotros suponemos que al menos una de las reuniones, la última, debió tener lugar en el
Templo, aunque no en la sala llamada Gazit, lo que sería una irregularidad legal importante,
como más adelante veremos.

La sede del Sanedrín siempre estuvo en el propio Templo, probablemente en la zona suroeste
del mismo, y era el lugar donde se reunía el pleno de la máxima autoridad religiosa y civil judía.
Aunque no han quedado restos arqueológicos, podemos presuponer por los textos sagrados y
documentos de la época que el espacio en el que se interrogó a Jesús delante del consejo de
setenta y un miembros debía ser una sala grande, rectangular y con gradas a ambos lados para
todos los miembros, quedando la cabecera para el sumo sacerdote.

Jesús llegó a este interrogatorio maltrecho por la noche pasada en Getsemaní, la detención, las
burlas, golpes y acoso tanto en casa de Anás como en la de Caifás, por lo que fue parco en
palabras, las justas: «“Entonces, ¿tú eres el hijo de Dios?” “Vosotros lo decís, yo soy”» (Lucas
22:70).

Este fue el detonante y justificación para proclamar la blasfemia por la que le condenarían a
muerte, y no necesitaron pues más testigos, falsos, pero testigos. «Y levantándose todos ellos
le llevaron ante Pilato» (Lucas 23:1).

FORTALEZA ANTONIA

El lugar donde fue interrogado y condenado a muerte Jesús por los dueños reales de Palestina,
es decir, los romanos, era la Fortaleza Antonia o Torre de Antonio, donde vivía el Procurador
Pilato durante sus estancias en Jerusalén, y que servía de sede de la guarnición militar romana.

La Fortaleza Antonia fue construida por Herodes el Grande en el lugar de la plaza fuerte
llamada Asmonea, sobre una colina de roca, y su nombre se lo dio el propio Herodes en honor
a Marco Antonio, como recuerdo y gratitud por su apoyo a la hora de su ascenso al trono
judío. En forma de castillo, con cuatro grandes torres cuadradas almenadas, fue edificada en el
extremo oriental de la muralla de la ciudad –la segunda de ellas, ya que la primera había sido
destruida siglos antes–, y estaba localizada en el noreste de la ciudad, cerca del propio Templo,
pero sin tocarlo, al que podía vigilar perfectamente desde su altura, en especial los días de las
grandes estas judías, en que se reunían multitudes. Se sabe a ciencia cierta que el Pretorio
(lugar donde se celebraban los Juicios) funcionaba en un espacio dentro de la Fortaleza
Antonia, y en él tuvo lugar el juicio de Jesús ante Pilato.
Sus dimensiones eran muy grandes para la época, unos 150 metros de largo por 80 de ancho, y
su forma era rectangular. En su interior, además de los aposentos nobles, había dos patios,
estancias para la tropa, baños, atrios y sala de justicia, sin contar lugares auxiliares como
almacenes o depósito de armas. Era prácticamente inexpugnable.

Cuentan los escritos que la Fortaleza no solo vigilaba a los judíos, sino que incluso custodiaba
las vestiduras del sumo sacerdote. La fortaleza fue destruida en el año 70 d.C. por el ejército
de Tito, durante el sitio de Jerusalén tras la revuelta judía de los zelotes como un paso previo al
ataque al complejo del Templo.

El historiador judío-romano Flavio Josefo escribió sobre esta Fortaleza que era: «una torre con
cuatro torres en cada esquina», y la situó con exactitud en la esquina noroccidental de las
columnatas que rodeaban el Templo. Durante unas excavaciones llevadas a efecto en 1933, se
hizo el descubrimiento del enlozado o pavimento (piso del patio de la Fortaleza), lugar que cita
Juan (19:13): «Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el Tribunal, en el lugar
llamado el enlosado o Gabbatá...».

Al Procurador las cuestiones teológicas de los judíos le importaban bien poco, por no decir
nada, pero no podía dejar pasar por alto al Sanedrín, al fin y a la postre era la máxima
autoridad para ese pueblo ocupado en el “fin del mundo”, y las noticias, sobre todo las malas,
solían “volar a Roma con rapidez”.

Ante Pilato las acusaciones fueron lógicamente otras, ya que había que utilizar la legislación
romana y probar un delito en esa ley, por lo que las palabras sonaron así: «Hemos encontrado
a este alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César, y diciendo que él es
Cristo Rey» (Lucas 23:2). «Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: “Ningún delito
encuentro en este hombre”» (Lucas 23:4). «Y, al saber que era de la jurisdicción de Herodes,
pues era galileo, le remitió a Herodes, que por aquellos días estaba también en Jerusalén»
(Lucas 23:7).

Este “detalle” del Procurador fue un acto puramente político, ya que las relaciones entre los
romanos y los judíos siempre fueron difíciles, y era necesario suavizar, por el bien de todos,
dicha tensión. De hecho, como dice Lucas 23:12: «Aquel día, Herodes y Pilato se hicieron
amigos, pues antes estaban enemistados».

PALACIO DE HERODES ANTIPAS

Herodes Antipas era en aquellos días tetrarca de las provincias de Galilea y Perea, y había sido
nombrado el año 10 a.C. Tenía fama de cruel y despiadado, fundó Tiberiades y fue quien
mandó degollar a Juan Bautista.

Herodes residía en el Palacio que construyó Herodes el Grande cuando pasaba la fiesta de la
Pascua en Jerusalén, un edificio suntuoso llamado la “ciudadela de David”, y que se extendía
hacia el sur a lo largo de la muralla de la ciudad. Era prácticamente de unas dimensiones
similares al Templo, tenía enormes salas, torres, baños y patios, y estaba considerado como el
símbolo del poder político en todo Israel. «Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues
hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna
señal que él hiciera. Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada» (Lucas
23:8-9). El silencio de Jesús ante el que a los efectos legales era el rey de los judíos solo
exasperó al mismo y «después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y
lo remitió a Pilato” (Lucas 23:11).
DE VUELTA A PILATO

«Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo y les dijo: “Me habéis
traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de
vosotros y no he hallado en él ninguno de los delitos de que le acusáis. Ni tampoco Herodes,
porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho pues que merezca la muerte. Así que le castigaré y
le soltaré”» (Lucas 23:13).

Pero no fue suficientemente persuasivo el procurador, ya que el propio pueblo gritaba y


amenazaba con levantarse si no se le ejecutaba. Pilato, desesperado, «mandó azotarle; los
soldados trenzaron una corona de espinos, se la pusieron en la cabeza y le vistieron con un
manto de púrpura; y acercándose a él, le decían: “Salve, Rey de los judíos”. Y le daban
bofetadas» (Juan 19:1).

Llama la atención la crueldad de los soldados romanos, mucho mayor que la de la guardia
judía, y a ella hay que sumar no solo el poder del ejército ocupante, sino toda una historia de
rencores y humillaciones pasadas. Los soldados de las guarniciones romanas en aquellos
tiempos y en aquel territorio no eran romanos, por supuesto, ni judíos.

Eran mercenarios sirios y griegos que vivían en Palestina y que aborrecían a los judíos tanto
por diferencias raciales y culturales como por el destino que les había tocado en suerte, uno de
los peores en aquellos tiempos. Esta razón explica la excesiva crueldad con la que los soldados
trataron a Jesús, muy por encima de la necesaria, teniendo en cuenta que la mayor parte de
ellos tenían otros cultos o simplemente creían en los dioses romanos. Además, históricamente
tenemos que tener en cuenta que los últimos tres monarcas judíos independientes, los reyes
asmoneos, sometieron violentamente e incluso esclavizaron a las ciudades sirias y griegas
cercanas a sus fronteras, razón añadida para un odio generacional.

La flagelación es uno de los episodios más dramáticos en la tortura previa a la muerte de Jesús,
y se debió efectuar con el agrum en las dependencias de los soldados, dejándole
completamente herido en tronco y brazos. Es sin duda un elemento decisivo a la hora de
explicar su muerte, como luego veremos.

«“Si sueltas a ese, no eres amigo del César; todo el que se hace Rey se enfrenta al César”. Al oír
Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal...”» (Juan 19:13). La suerte
estaba echada. Finalmente, la condena a muerte de Jesús la pronunció el Procurador desde su
sede de autoridad o litóstrotos, un trono de piedra desde el que tenía que dictar las
sentencias, y así «se lo entregó para que fuera crucificado» (Juan 19:16).

EL RECORRIDO DESDE LA FORTALEZA ANTONIA HASTA EL GÓLGOTA

Conocido por la liturgia cristiana y el saber popular, este recorrido de Jesús desde la Fortaleza
Antonia hasta el Gólgota se ha denominado Vía Crucis, un camino ascendente irregular y
tortuoso que se ha estudiado hasta la saciedad, y simboliza para todos los autores el propio
camino de la vida desde el nacimiento hasta la muerte. Sin duda fue el escarnio público que los
judíos necesitaban para despojar a Jesús de su autoridad moral, y durante su trayecto tuvieron
lugar hechos importantes que la tradición ha perpetuado hasta nuestros días.

Discurre de este a oeste, y todo su trayecto debió ser necesariamente ascendente, podríamos
decir que paralelo a la muralla de Jerusalén, con su inicio en la actual Vía Dolorosa, tal y como
la tradición lo fija, a unos 18-20 minutos caminando desde la actual Iglesia de Notre Dame.
Jesús hizo todo el trayecto con los maderos a cuestas de la cruz, cuyo peso se estima en al
menos cincuenta kilos, por un camino empedrado irregular, presumiblemente descalzo, con
frecuentes caídas por dicho peso, y con muchas posibilidades de no llegar a su destino, razón
por la que los textos citan la ayuda “obligada” de Simón de Cirene, quien al menos durante
unos minutos llevó dicha cruz detrás de él.

Las lesiones básicas en este trayecto las veremos posteriormente sobre todo en ambas rodillas
y en los propios pies.

GÓLGOTA

El lugar final de la crucifixión era llamado el campo del Gólgota, término arameo que procedía
en aquellos tiempos de la forma de calavera que tenían las rocas de uno de los lados del
promontorio donde se instalaron las cruces de los ajusticiados. Para los judíos, en su tradición
oral, era el sitio en el que se habría enterrado el cráneo de Adán, símbolo del origen del
hombre. Con posterioridad, el latín impuso la palabra Calvario (Calvariae Locus) o lugar de la
calavera.

Todos los documentos de la época coinciden en este lugar sin titubeos: Mateo 27:33:
«Llegados a un lugar llamado Gólgota, es decir Calvario». Marcos 15:22: «Le conducen al lugar
del Gólgota que quiere decir Calvario». Lucas 23:33: «Llegados al lugar llamado Calvario le
crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda». Juan 19:17:
«Tomaron, pues, a Jesús, y él cargando con su cruz salió para el lugar llamado Calvario, en
hebreo llamado Gólgota».

El sitio exacto del Calvario tenía que estar muy cercano a Jerusalén (Juan 19:20), pero fuera de
los muros de la ciudad (Hebreos 13:12), si bien solo la tradición ha querido insistir en un lugar
concreto sobre el que el emperador romano Constantino el Grande construyó el Templo hacia
los años 326-335 d.C., cuando ya en todo el Imperio el Cristianismo era la religión
prácticamente oficial.

Según la tradición, la madre del Emperador, Helena, señaló el lugar del sepulcro y la cruz
donde murió Jesús, que entonces debía estar lógicamente fuera de los límites de la ciudad.
Hoy, la llamada Iglesia del Santo Sepulcro cubre tanto el Gólgota como el Sepulcro, dentro de
los límites actuales de la Jerusalén de nuestros días.

Llegados al lugar, los romanos despojaron de las vestiduras a Jesús, lo recostaron sobre el
madero de la cruz y le clavaron en muñecas y pies los clavos que lo sujetarían una vez puesta
en vertical la misma. Y así, tal como recogen los textos: «Era ya cerca de la hora sexta cuando
al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la Tierra hasta la hora nona. El velo del Templo
se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: “Padre, en tus manos pongo mi
espíritu”, y dicho esto expiró» (Lucas 23:44).
Capítulo 5
Cronograma de los hechos

Los hechos que acabaron con la tortura y muerte de Jesús de Nazaret se desarrollaron con un
cronograma preciso y concreto, y si entonces alguien hubiera podido llevar la cuenta de los
tiempos que fueron transcurriendo entre uno y otro episodio, veríamos cómo al sufrimiento
físico le acompañó el psíquico, y cómo se dieron mucha prisa tanto los judíos como los
romanos para ejecutar en el tiempo más breve posible una sentencia que en otros casos podía
esperar meses e incluso años.

Para entender la secuencia de cada situación por la que pasó Jesús debemos manejar otros
tiempos, otras horas y contar sobre todo con un hecho: no había relojes. Además, el tiempo
era más largo en el sentido psíquico que lo es ahora, no había mucha prisa ya que todo
dependía de la luz natural.

Por ello, lo primero es entender el horario romano, que era el legal en todo el Imperio.

Los días se dividían en veinticuatro horas, de las cuales doce marcaban el día y otras doce la
noche, y aunque pudiera parecer este sistema una semejanza con la manera actual de medir
los días, el proceso era muy diferente.

Las horas eran variables, es decir, cada hora tenía su lugar en el día y variaba si la jornada era
más corto o más largo.

El comienzo del día se daba con la salida del sol, y el final del mismo llegaba con la siguiente
salida del astro rey. Como todos sabemos, los días, refiriéndonos a los momentos de luz y sol,
pueden ser más largos dependiendo de la estación del año. En verano, el día durará más que la
noche, y la noche se prolongará más que el día en invierno.

Ello acarreaba muchos problemas a la manera de asignar las horas establecidas. La solución
para este pequeño lío consistió en organizar horas versátiles adecuadas a cada época del año.

Es aquí donde hallamos una de las mayores diferencias con nuestra manera actual de medir el
tiempo. Así, por ejemplo, a partir del 21 de junio, cuando los días por su estación se hacían
más largos, las horas romanas tendrían el equivalente a una hora y dieciséis minutos
aproximadamente de nuestra escala temporal; mientras que el 21 de diciembre, cuando las
noches pasaban a alargarse, las horas del día tendrían el equivalente a cuarenta y cuatro
minutos actuales, también aproximadamente, ya que no hay forma humana de estudiar
comparativamente ambos horarios, separados por dos mil años.

Así, no siempre eran exactamente una hora y dieciséis minutos en verano y cuarenta y cuatro
minutos en invierno. El tiempo relativo de estas variaba dependiendo del día, es decir,
mientras más se acercara el verano más se iba alargando el día y mientras más se iba
acercando el invierno más se acortaba el día, alargándose y acortándose las horas junto a ellas.

Había solo dos días al año en que las horas romanas equivalían a sesenta minutos exactos. Una
era durante los equinoccios del 21 de marzo y 21 de septiembre. En aquellos tiempos se
utilizaban básicamente relojes de sol (horologium), los cuales estaban divididos en once líneas
que cortaban la circunferencia en segmentos –once y no doce, ya que cuando la sombra del
indicador se posara sobre la primera línea, significaba que ya había pasado la prima hora–. Se
usaron menos en las clases patricias o de la nobleza los relojes de agua (clepsidras).

Las horas eran pues: Prima hora, Secunda hora, Tertia hora, Quarta hora, Quinta hora, Sexta
hora, Septima hora, Octava hora, Nona hora, Decima hora, Undecima hora y Duodecima hora.

Estos tiempos eran así de exclusivos para la ciudad de Roma, dándose pequeñas variaciones a
lo largo del imperio, según la latitud de cada lugar.

La siguiente comparativa del tiempo de las horas romanas relacionadas a nuestras horas
actuales es naturalmente solo aproximada:

INVIERNO

Hora Desde Hasta

I. Prima 7:33 8:17

II. Secunda 8:17 9:02 III. Tertia 9:02

9:46 IV. Quarta 9:46 10:31 V. Quinta

10:31 11:15

VI. Sexta 11:15 12:00

VII. Septima 12:00 12:44

VIII. Octava 12:44 13:29

IX. Nona 13:29 14:13

X. Decima 14:13 14:58

XI. Undecima 14:58 15:42

XII. Duodecima 15:42 16:27

En estas condiciones, y como si pudiéramos transportarnos en el tiempo, los acontecimientos


debieron seguir el siguiente cronograma:

MES DE NISÁN (21 DE MARZO AL 21 DE ABRIL DE LOS MESES ACTUALES), PRIMER MES DEL
CALENDARIO HEBREO

Desde la detención hasta las 6:00 AM, aproximadamente

Jesús es llevado desde el huerto de Getsemaní a la casa de Anás, y en ella presumiblemente


debe permanecer unas horas hasta su traslado a la de Caifás.

6:00 AM del 7 de abril del año 30, viernes de Parasceve o preparación para la Pascua o, lo que
es lo mismo, día 14 de Nisán del año 783 romano

Empieza a amanecer en Jerusalén, y las primeras luces del día entran en la casa-palacio de
Caifás donde, apoyado por Anás y otros sacerdotes y ancianos, se encontraban reunidos de
manera informal. Comienzan las primeras lesiones sobre Jesús. Hacia esa hora, según los
textos sagrados, Caifás se rasga la vestidura y se decide todo antes de que los tribunales se
reúnan, como ordena la ley.
6:30 AM aproximadamente

Las tiendas en general empezaban a abrir para aprovechar las primeras luces, todo iba a
poblarse de personas yendo y viniendo para hacer las compras propias de las estas de la
Pascua. Jesús, mientras tanto, es conducido al Templo, donde se va a reunir por fin el tribunal
que le juzgará: el Sanedrín al completo.

Para entonces, Pedro ya le ha negado y, según la tradición, el cadáver de Judas debe estar no
muy lejos, colgado de algún árbol.

Los golpes aquí son ya numerosos, ya sea con palos o con los puños, tal y como recogen las
escrituras, y casi todos dirigidos a la cara y el cráneo, por lo que a esas horas de la mañana el
dolor empieza a aparecer, y no remitirá ya hasta el instante mismo de la muerte.

7:00 AM

Jesús llega ante Pilato, quien tiene pocas ganas de condenarle y sobre todo de trabajar en ese
día, cercano a la esta judía. Debe durar poco tiempo esta primera entrevista, ya que casi de
inmediato, Pilato manda a Jesús a Herodes Antipas.

8:00 AM

En el palacio de Herodes, que sepamos, no se producen lesiones físicas, y solo podemos tener
constancia de que se viste a Jesús con una túnica reluciente de significado burlesco: vestidura
cortesana apropiada para un loco que se cree rey.

9:00 AM

Ya estamos de vuelta en la Fortaleza Antonia, y tras un nuevo interrogatorio de Pilato empieza


la tortura en serio.

Jesús está atado por las manos y, en una postura encorvada, supuestamente sobre una
columna, comienzan los latigazos, que por ser muchos son ejecutados por al menos dos
guardias. Según la ley romana, no había límite en el número de latigazos –el máximo que podía
soportarse sin morir debía ser de alrededor de trescientos–, frente a los treinta y nueve golpes
que únicamente permitía la ley judía. El castigo se aplica con un flagrum, una barra de madera
y abrazaderas de metal de la que cuelgan tres cuerdas finas rematadas con pequeñas bolas de
plomo y tabas (huesos de rodilla de animales) a ladas, de unos doce milímetros.

Cuando el número de golpes superaba normalmente los ciento veinte, el Executor Sententiae
debe detener el castigo por el peligro de matar al reo, y entonces Jesús, dolorido y exhausto,
cae al suelo, aunque no se cita en ningún texto antiguo que pierda en el conocimiento en
ningún momento.

10:00 AM, ya acabada la flagelación

Hacia esa hora la guardia romana le confecciona una especie de casco de espinas que le
instalan con violencia en la cabeza a manera de burla, ya que se ha dicho de él que es el rey de
los judíos, y le vuelven a vestir con el manto regalado por Herodes a la espera de la sentencia
de Pilato, que se hace esperar por sus dudas.
11:00 AM

Los carnífices romanos o verdugos reciben hacia esta hora la orden de conducir a Jesús al
Gólgota, vestido con la túnica púrpura regalo de Herodes, coronado de espinas, y con un cartel
ordenado por el propio Pilato con la leyenda INRI (“Rey de los Judíos”) comienza la hora quinta
romana el camino del Calvario a través de la Vía Dolorosa.

Este camino, de aproximadamente quinientos metros, lo hace Jesús cargando sobre la parte
derecha de su cuerpo, tal y como queda reflejado en el Lienzo de Turín, el patibulum o palo
transversal de la cruz, ya que el stipe o palo vertical permanecía siempre fijo en el Gólgota, ya
que se utilizaba para varios condenados sucesivamente, tal como recogen los textos romanos.

Los primeros cien metros, aunque irregulares, son planos o incluso en descenso, pero Jesús ya
cae las primeras veces por la debilidad y el peso del madero. Y es que el patibulum pesa entre
cuarenta y setenta kilos, aproximadamente.

A partir de estos primeros metros, la Vía Dolorosa se empina hacia arriba, hasta setecientes
metros sobre el nivel del mar, la máxima altitud de Jerusalén. Más heridas, más golpes y por lo
tanto más contusiones que van acumulándose en un cuerpo ya golpeado y flagelado, que ha
portado el pesado madero un largo recorrido. A ello hay que añadir las espinas, que van
clavándose más y más por el contacto con el patibulum. En la subida hay un rellano de
alrededor de trescientos metros a partir del cual, y muy cerca ya del monte de la cruz, la
pendiente se acerca al treinta por ciento de inclinación, algo muy normal al acercarse a un
peñón.

12:30 AM

Jesús llega al Gólgota y el tetradiumo escuadra de soldados romanos que habitualmente se


encarga de la ejecución le quita el patibulum y lo deja en el suelo, tendiendo en él al reo, tras
arrancar la túnica que lleva puesta. Uno de los soldados, ya situado Jesús sobre el madero, y
por medio de una maza fabricada ex profeso para ese tipo de ejecuciones, le atraviesa primero
las muñecas para clavarlo a la madera, y con otro le atraviesan ambos pies, uno sobre otro, a la
altura del tarso. A continuación, por medio de cuerdas y poleas, los soldados elevan la cruz
para ponerla vertical y queda pues crucificado Jesús de Nazaret. Deben ser entre la séptima y
la octava hora romana, con el sol casi en el cénit.

13:30 AM

Aunque no sabemos a ciencia cierta el tiempo exacto que Jesús está crucificado, podemos
suponer que deben transcurrir hasta su muerte entre una y dos horas como máximo, por los
textos evangélicos y por razones médicas, ya que su cuerpo previamente torturado no puede
aguantar más.

14:00 a 15:00 AM

«Era ya cerca de la hora sexta cuando al eclipsarse el sol hubo oscuridad sobre toda la Tierra
hasta la hora nona. El velo del templo se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito dijo:
“En tus manos pongo mi espíritu”, y dicho esto expiró» (Lucas 23:44).

No hace falta ni siquiera el acto final y “piadoso” del crurifragium, una medida que consistía en
romper las piernas de los reos a la altura de la tibia para acelerar su agonía hasta la muerte, ya
que al ceder los huesos de las mismas el cuerpo quedaba colgando con todo su peso, y la
asfixia acababa rápidamente con la vida del crucificado.
Solo unos minutos después alguien, presumiblemente el centurión responsable de la guardia,
según la tradición (Longinos), le atraviesa los pulmones y el corazón con el pilum, la lanza
reglamentaria de las legiones para comprobar si ha fallecido.

De la herida brota “agua y sangre”, como dicen las escrituras (Juan 19:34), y el Imperio
Romano da por concluida la sentencia de muerte prescrita por el procurador Poncio Pilato. Ya
ha pasado el mediodía, no son más de nuestras tres de la tarde o la nona de los romanos del 7
de abril del año 30 d.C., o 14 de Nisán del 783, año romano.

Capítulo 6
Jesús, torturado
LA SALUD DE JESÚS ANTES DEL VIERNES SANTO
Tanto la altura, la complexión y las dimensiones de Jesús, tal y como queda reflejado en la
Sábana Santa, como la enorme cantidad de desplazamientos de aquí para allá en todo el
territorio de Palestina, nos hacen pensar con fundamento que debió gozar no solo de gran
fortaleza física y psíquica, sino que no fue portador de ningún tipo de enfermedad notable.

Es por ello más que lógico pensar que en la noche de la Última Cena, e inmediatamente tras
esta, Jesús estaba al menos físicamente bien. No tanto psicológicamente, ya que según todos
los indicios sabía lo que iba a suceder y este conocimiento debió provocar en él, como
sucedería en cualquier otro ser humano, una gran angustia y desasosiego.

GETSEMANÍ

Después de que Jesús y sus discípulos celebraran la Pascua en las habitaciones altas de una
casa probablemente situada en la zona suroeste de Jerusalén, como se desprende de algunos
textos antiguos, él y los suyos caminaron hacia el Monte de los Olivos, al noreste de la ciudad.

Durante la celebración de la Pascua en el año 30 d.C., la Última Cena se había llevado a cabo el
jueves 6 de abril (Nisán 13), y Jesús por lo tanto crucificado el viernes 7 de abril (Nisán 14), tal y
como ya hemos especificado anteriormente.

Es en el huerto de Getsemaní, no muy lejano al lugar de la cena donde Jesús, aparentemente


sabiendo que el tiempo de su muerte se acercaba, sufrió una enorme angustia mental y, como
describe Lucas, el evangelista médico, su sudor se tornó en gotas de sangre.

Es preciso explicar lo que significa médicamente este raro fenómeno: el sudor sangriento
(hematidrosis o hemohidrosis) puede ocurrir en intensos estados emocionales, o en personas
con alteraciones sanguíneas. Consiste en el hecho de que, como resultado de hemorragias en
los capilares que irrigan las glándulas sudoríparas, la piel se vuelve frágil y por el poro por
donde sale habitualmente el sudor, saldría este mezclado con la propia sangre.

La descripción de Lucas iría en este sentido y descartaría otra afección denominada


cromhidrosis ecrina (una sudoración amarillenta-verdosa o marrón debida a cambios en la
composición del propio sudor, pero sin sangre en el mismo), siendo esta última más típica por
ejemplo en las palmas de las manos o los pies, y confundiéndose a veces con los famosos
estigmas que se han observado en varias personas a lo largo de la historia.
Algunos médicos han llegado a opinar que en este fenómenos Jesús ya debió perder sangre, lo
que explicaría el comienzo Jesús, torturado de una debilidad que posteriormente iría en
aumento. Pero la mayoría de los dermatólogos creen lo contrario, es decir, algo de pérdida de
sangre pudo darse, pero en muy pequeña cantidad, siendo lo más doloroso la angustia y el
miedo de esos momentos de oración y padecimiento.

El frío de aquella noche de marzo, postrado Jesús en un huerto a la intemperie y sudando


sangre, sin duda originaría escalofríos y molestias, pero nada por desgracia comparable a lo
que estaba por llegar.

CASA DE CAIFÁS: EMPIEZAN LOS GOLPES Y BURLAS

Tras la detención en el huerto, Jesús fue llevado primero a la casa de Anás, donde tras el
primer interrogatorio fue conducido a la de Caifás, donde sí empiezan los golpes, puñetazos,
bofetadas, escupitajos –en el pueblo judío escupir a alguien era considerado por la ley una
injuria gravísima–, y todo tipo de burlas, todo ello presumiblemente por los soldados judíos, ya
que los sacerdotes, ancianos o escribas no se dignaban tocar a un “presunto delincuente” para
no mancharse, y menos en Pascua.

Las contusiones en este palacio debieron ser en el rostro y cabeza, y con ella comienzan a
aparecer los hematomas, las hemorragias y la hinchazón que luego irían a más según avanzara
la tortura. No podemos saber en esta fase qué tipo de lesiones específicas se le infringieron.

EN LA FORTALEZA ANTONIA POR SEGUNDA VEZ

Tras volver del Palacio de Herodes, vestido en tono de burla con una capa escarlata, Pilato,
temeroso, se emplea a fondo para zanjar el asunto y entrega a Jesús a los guardias para la
flagelación.

PRÁCTICA DE LA FLAGELACIÓN

La flagelación suponía la introducción para muchas ejecuciones, aunque no siempre, y solo el


sexo femenino, los miembros del senado y los soldados –salvo los desertores– podían estar
exentos de este tormento.

El instrumento más corriente era un azote corto llamado Flagrum Taxillatum o Flagellum, que
consistía en un mango de madera corto del que colgaban varias tiras de cuero sencillas

Jesús, torturado o entrelazadas, siendo lo corriente tres como mínimo, de diferente longitud,
en las cuales se ataban pequeñas bolas de hierro o trocitos de huesos de oveja (tabas) a varios
intervalos. A veces se usaban también pequeños barrotes.

Para la flagelación, el hombre era desnudado, y sus manos atadas a un poste. Las espaldas,
nalgas y piernas eran azotadas por dos soldados, o por uno que cambiaba de posición. La
intensidad de la flagelación dependía de la disposición, fuerza e incluso odio de los verdugos, y
su objetivo era siempre debilitar a la víctima hasta llevarla a un estado próximo al colapso,
evitando matarle. Después de la flagelación, era corriente que los soldados se burlaran de la
víctima y la hirieran de otras formas.
ASPECTOS MÉDICOS DE LA FLAGELACIÓN

Cuando los soldados azotaban repetidamente y con todas las fuerzas posibles la espalda,
brazos y nalgas de la víctima, las bolas de hierro causaban profundas contusiones, y las tiras de
cuero y huesos desgarraban la piel, llegando con seguridad al tejido subcutáneo y creando
múltiples heridas sangrantes en distintos lugares del impacto de las correas.

Como los azotes eran muchos –para los judíos el limite estaba en cuarenta–, las golpes más
tardíos cortaban más la piel y llegaban hasta los músculos, inclusive podían darse fracturas y
suras en las costillas del reo, lo que debía producir un dolor y una pérdida de sangre tan
considerables que lo normal era perder el conocimiento. En ese momento el Executor
Sententiae (ejecutor de la sentencia) mandaba parar y refrescar al castigado para a
continuación seguir aplicándole el castigo. La cantidad de sangre perdida podía determinar
cuánto tiempo sobreviviría la víctima una vez clavada en la cruz.

LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

Sabemos perfectamente que Jesús fue intensamente azotado en el pretorio, aunque la


severidad de la flagelación no se describe exactamente en ninguno de los cuatro evangelios, y
solo queda implícita en la primera carta de San Pedro: «Con cuyas heridas habéis sido
curados...» (1 Pedro 2:24). De esta carta tenemos la suerte de contar con un papiro del siglo III
d.C., escrito en griego, y en el que se anuncian dichas heridas (Papiros Bodmer VIII). A este
hombre debilitado ya por los interrogatorios, caminos, insultos y golpes, que reclamaba ser
rey, los soldados le flagelaron hasta el agotamiento.

Así, la agelación severa, con su intenso dolor y gran pérdida de sangre, dejó a Jesús en un
estado cercano al shock. Más aun, podemos asegurar médicamente que la hematidrosis previa
del huerto de Getsemaní ya había dejado su piel muy sensible, con lo que la flagelación debió
ser doblemente dolorosa y lesiva. A todo ello tenemos que añadir la falta de alimentos, agua y
descanso, todo lo cual también contribuiría a su estado general de debilidad. Por tanto, todos
los autores aseguran que antes de la misma crucifixión la condición física de Jesús era, por lo
menos, crítica. Para los textos judíos, Jesús de Nazaret recibió cuarenta golpes con un látigo de
tres puntas rematadas por bolitas de plomo o piedra, ya que este era el límite que permitía la
ley hebrea, pero como los latigazos eran un castigo romano y estos no tenían límite, podemos
avanzar más de cien si tenemos en cuenta las señales que la Sábana Santa muestra en la
espalda del reo.

El cuerpo de Jesús debió pues quedar convertido en una pura llaga, lo que explica las caídas
que posteriormente sufrió camino del Gólgota.

LA CORONA DE ESPINAS

Que le coronaron con una trenza o casco de espinas está recogido en todos los textos (Mateo
27:29; Marcos 15:17 y Juan 19:2). Probablemente no sería en forma de aro, sino de casco, tal
como aparece en la Sábana Santa, ya que la cabeza es una de las partes del cuerpo más
irrigada por la sangre. Seguramente sangró abundantemente por todas las heridas.

Estaría hecha la corona con la Poterium Spinosum o la Zizyphus Spina Christi, que solían
almacenarse en las guarniciones romanas para encender fuego y calentarse. Sus espinas son
largas, agudas y fuertes.
Otros autores, como el doctor Hynek opina que la corona fue trenzada con ramas de espino
albar oriental o espina egipcia (Acantus Orientalis), que «tiene puntas largas, gruesas y
agudas», o la Poliurus Aculeatus y la Poliurus Spina Christi.

Podría tratarse, también, de una mezcla de todas, ya que todas ellas abundan en los
alrededores de Jerusalén. Y luego, si nos basamos en los hallazgos de restos vegetales,
encontrados en la Sábana, podríamos hablar de otras especies de espinas: Cistus Creticus, que
crece en todo Oriente Medio, y la Goundelia Tourneofortii.

Aunque la tradición siempre ha hablado de "corona de espinas", el estudio forense de


laSábana Santa nos dice que, en realidad, se "coronó" a Jesús con una especie de casco de
espinas

La tradición nos ha acostumbrado a pensar en una simple corona pero, sin embargo, según el
estudio forense de la Sábana y los textos, lo más seguro es que le hubieran confeccionado una
especie de casco total, parecido a un yelmo romano.

Desde el punto de vista médico, es destacable que la gran cantidad de sangre que saldría por
el cuero cabelludo se debería a que las arterias en esta región se sitúan en la capa subcutánea,
es decir, son muy superficiales y, por si fuera poco, en toda esa capa subcutánea las arterias no
se retraen con facilidad, con lo que la hemorragia en la mortaja es constante.

Habría que añadir al razonamiento anterior que si pinchamos un vaso sanguíneo y quitamos
luego el pincho, sale sangre, arterial o venosa, según sea el vaso herido hasta que, por el
proceso de coagulación, se instala y tapona la herida, pero si el pincho sigue clavado por un
periodo de tiempo –en un ser vivo, se entiende–, bloquea la salida de la sangre; pero, por poco
que se mueva, se mantiene la herida siempre abierta, y la sangre sigue manando.

Además, en nuestro caso, el dolor originaría los espasmos del músculo frontal que se
manifiestan por un tres invertido que se observa en la vista frontal de la frente del hombre de
la Sábana Santa, y que a su vez movería los pinchos estimulando más el dolor y la salida de
sangre.

Si miramos de frente la Sábana Santa podemos advertir que hay en ella coágulos aislados o
agrupados que, siguiendo el movimiento de la cabeza y partiendo del punto de la herida sobre
la piel, se dirigen en regueros hacia abajo verticalmente, o bien divergen a la derecha o hacia la
izquierda. Son la evidencia científica de lesiones ocasionadas por los pinchos que estamos
mencionando.

Y como colofón podemos saber por la abundancia de los coágulos de sangre sobre la nuca que
el crucificado llevó la corona de espinas a lo largo del camino hacia el lugar del suplicio.

El doctor Judica, experto en la materia escribe: «En la nuca son bien visibles las lesiones de
vasos más gruesos – arterias y venas occipitales– con grandes hemorragias debidas, quizás, a la
fuerte presión de la nuca, recubierta de espinas, contra el brazo de la cruz».

Nada sorprendente, puesto que, durante todo el tiempo que estuvo el reo sobre la cruz, la
corona debió apoyarse en la nuca y golpear sobre el patíbulo, a cada elevación de la cabeza,
hundiendo, cada vez un poco más, las espinas en el cuero cabelludo. De la misma opinión es el
doctor Barbet: «Jesús llevó la corona de espinas hasta la cruz».

La pérdida total de sangre por las lesiones generadas por la corona debió oscilar entre los
trescientos y los cuatrocientos centímetros cúbicos, tal y como demuestran los regueros de
sangre visibles en la multitud de pequeños hilos de sangre que cubren todo el rostro,
formando grumos sobre los párpados, mejilla izquierda, bigote y labios, y que luego se
confunden con la barba.

LESIONES SUFRIDAS EN EL VÍA CRUCIS

El doctor Barbet, cirujano del Hospital de San José de París, es el autor del estudio médico más
completo hasta hoy de la Pasión de Cristo, y es fuente constante de consulta para los
estudiosos de este tema. Barbet, de hecho, ha descubierto en la santa sábana las lesiones
provocadas por las caídas de Jesús en el Vía Crucis.

Nos referimos a las llagas en la cara anterior de la rodilla, sobre todo en la derecha, en la que
vemos excoriaciones (piel erosionada y levantada) de forma y tamaño diversos, de bordes
recortados y situadas exactamente en la región de la rótula. Hacia arriba y haca fuera se
observan dos llagas redondas de dos centímetros de diámetro. Las lesiones son menos
evidentes y numerosas en la rodilla izquierda.

También aclara el autor las huellas de la cruz sobre la espalda, donde se vislumbran con nitidez
en la imagen dorsal de la silueta de la Sábana Santa. Sobre el hombro derecho, en la parte
externa de la región supraescapular, es visible una extensa zona, escoriada hacia abajo y hacia
dentro, que ofrece la forma de un rectángulo de diez centímetros de largo por nueve de
ancho. Más abajo, en la región escapular, se observa otra zona escoriada que presenta los
mismos caracteres (forma redonda con un diámetro de catorce centímetros), exactamente
situada en la región subescapular, en la punta del omóplato izquierdo.

OTRAS LESIONES

Cita Mateo 27:29 que «le pusieron en la mano derecha una caña por cetro, como símbolo de
burla –probablemente la Arundo Donax o caña común–, y se la quitaban y golpeaban con
ella».

Podemos presuponer que algunos de esos golpes estarían dirigidos a la cabeza, con lo que se
ahondarían las lesiones de las espinas. Mientras, le saludaban haciendo postraciones o
proskynesis (Marcos 15:18 y Juan 19:3). Y le decían: «Salve, Rey de los Judíos», como si
estuvieran ante el mismísimo Emperador.
Capítulo 7
Crucifixión
Resulta muy difícil saber a ciencia cierta cuándo el ser humano empezó a crucificar a sus
semejantes como forma de suplicio, venganza o simplemente como castigo. Probablemente se
pierde en la noche de los tiempos. No obstante, el conocimiento debió partir de épocas
primitivas, de lo que se hacía con los animales de caza para quitarles la piel o simplemente
trocearlos para posteriormente ser cocinados.

Así pues, sin saber su origen exacto sí sabemos por textos cuneiformes que fueron los asirios
los primeros de los que hay constancia del uso de la cruz para los enemigos, así como
posteriormente también hicieron los Persas los siglos VII y VI a.C. En su forma inicial en Persia,
la víctima era amarrada a un árbol o un poste, usualmente para evitar que sus pies tocaran la
tierra santa, y de ellos fue de quienes copió esta forma de ejecución el mismísimo Alejandro
Magno.

Se cree que Alejandro mandó ejecutar a dos mil supervivientes del sitio de la ciudad fenicia de
Tiro, así como a uno de sus médicos personales por no poder salvar la vida de un amigo.

Pero a Roma la crucifixión la llevaron los Fenicios tres siglos antes de Cristo, o quizás los
Cartagineses, pues existen dudas según los historiadores consultados. Lo que es seguro es que
los romanos fueron los “especialistas” masivos en su utilización después de Alejandro.

Por otra parte encontramos a Tertuliano, quien ya escribió en el siglo I d.C. sobre la costumbre
en varios casos donde los árboles eran usados para la crucifixión, en incluso el propio Séneca
había utilizado antes la expresión infelix lignum, o madera del infortunio, para referirse al
conjunto completo de la cruz.

Como tónica general tenemos constancia de que los romanos aplicaron la crucifixión a
esclavos, rebeldes al Imperio y enemigos o criminales muy odiados. Por este uso sabemos que
la crucifixión era considerada entonces como la forma más vergonzosa y triste de morir, amén
de una de las más dolorosas.

Era práctica común que los grupos de ejecución estuvieran formados de cuatro soldados, o
tetradium, y un centurión al mando, y que este grupo tenía derecho a reclamar los bienes del
crucificado como parte de su salario, en lo que se conocía como la expollatio, y de ahí el
término “expoliación”, usado desde entonces en todas las guerras a lo largo de todo el mundo.
El conjunto de soldados era suficiente para levantar al crucificado, ya que las cruces eran por lo
general bajas, aunque a veces se utilizaban cuerdas o escaleras.

Los ciudadanos romanos condenados a la pena capital siempre estaban exentos de morir
crucificados, excepto por crímenes mayores en contra del estado, como alta traición. He aquí
la razón por la que, aún en el velo del misterio, la muerte de San Pablo, ciudadano romano, no
fuera en la cruz, a diferencia de la de San Pedro, judío de nacimiento y ciudadanía.

Una vez crucificado el reo, se solía clavar en lo más alto de la cruz un mensaje escrito con la
“causa de la pena de cruz”. Se trataba del titulus, que en el caso de Jesús todos sabemos que
fue INRI (“Jesús Nazareno Rey de los Judíos”).

Aunque los romanos practicaron muchas veces el tormento de la cruz, no fue con tanta
frecuencia como la sabiduría popular cree, y así solo sabemos de crucifixiones masivas
notorias, por ejemplo, durante la Tercera Guerra de los Esclavos en el 73 a.C., cuando el
famoso Espartaco se levantó contra el Imperio poniéndole en jaque, siendo crucificados miles
de esclavos en los doscientos kilómetros que separaban Capua de Roma, y en la destrucción de
Jerusalén en el 70 d.C., cuando Flavio Josefo describe en sus textos cómo los romanos
crucificaron a muchos judíos en las mismas paredes de la muralla de Jerusalén.

El objetivo de la crucifixión romana no era únicamente matar al criminal, sino también mutilar
y deshonrar el cuerpo del condenado como un castigo añadido, ya que era tradición muy
antigua que una muerte honrosa requería siempre el entierro del muerto. Para la religión
judía, de hecho, la crucifixión estaba literalmente prohibida, daño moral y psicológico que
consintieron y alentaron las autoridades judías en el caso de Jesús.

Así pues, en la práctica penal de la Roma antigua la crucifixión mostraba en definitiva el bajo
nivel social del ajusticiado, y el mismo Séneca llamó a este suplicio supplicium servile (estatus
social bajo del criminal). Los ciudadanos de la sociedad romana, como ya hemos dicho, casi
nunca eran condenados a penas de muerte, sino que eran presos o exiliados a lugares lejanos
del Imperio. El historiador Josefo menciona que la muerte en la cruz de judíos de alto rango
tenía como meta mostrar que al morir de esa forma se había despojado al reo de sus
privilegios sociales hasta hacerle caer en lo más bajo.

Era, por si fuera poco el sufrimiento, costumbre normal que el convicto cargara con el
travesaño horizontal, llamado patibulum, hasta el lugar de la ejecución, pero no
necesariamente la cruz completa, ya que el tronco vertical solía estar ya en el lugar de la
ejecución, y además ambos maderos hubieran pesado mucho para ser simplemente
arrastrados por cualquier hombre, incluso de gran fortaleza.

El ajusticiado era desnudado previamente a su enclavamiento, como marcaban las normas


romanas. Cuentan las crónicas que en varias ocasiones los clavos eran recogidos una vez
utilizados y llevados como amuletos para sanar enfermedades.

El emperador Constantino abolió la crucifixión en el Imperio romano al final de su reinado,


cuando la religión cristiana estaba completamente extendida por todo su Imperio.

TIPOS DE CRUZ

La cruz completa se caracterizaba por un poste vertical ( stipe) y un travesaño en horizontal


(patibulum), y tenía algunas variaciones. A pesar de que las evidencias arqueológicas e
históricas indican fuertemente que la cruz baja tipo Tau era preferida por los romanos en la
Palestina en el tiempo de Jesús, las prácticas de crucifixión variaban mucho de una región a
otra, siendo la Cruz Latina poco utilizada.

Las formas y maneras de crucificar en tiempos de los romanos fueron diversas y dependieron
de las circunstancias, las guerras u otros acontecimientos y así, por ejemplo, en la revuelta
judía del 70 d.C. los soldados, según citan los textos (Flavio Josefo), se divirtieron “inventando”
distintos tipos de crucifixión.

Los tipos de crucifixión que hoy conocemos de aquellas épocas iban desde el enclavamiento a
un simple árbol infelix lignum, pasando por la llamada crux simplex o palus, cuando el
condenado se clavaba simplemente a un palo vertical, hasta las más complejas, en las que
utilizaban maderos transversales sobre el vertical, ya sea formando una T (crux commissa) o
justo debajo de la parte superior, o la forma que se atribuye a la muerte de Jesús, aunque sin
pruebas totalmente ciertas, y por ello más familiar entre los cristianos (crux immissa). Otras
formas utilizadas tuvieron aspecto de X o de Y.

Varios autores romanos dejaron escritos que atestiguan el uso de la cruz en el Imperio. Así, por
ejemplo, Plauto (siglo III a.C.) cita que al reo se le extendían los brazos sobre el patibulum y se
le clavaba en la cruz en un lugar siempre fuera de las puertas de la ciudad.

También Dionisio (siglo I a.C.) describe cómo a algunos esclavos castigados se les extendían los
brazos sobre un madero, se les ataba en esa posición y se les atormentaba con latigazos.
Cicerón, muerto en el año 43 a.C. dejó escrito sobre la crucifixión: «Es el más cruel y terrible de
los castigos».

Una cruz completa, dependiendo del tipo de madera y dimensiones, debía pesar entre ciento
veinte y ciento cincuenta kilos, calculándose el peso solo del patibulum o madero transversal
entre treinta y cinco y cincuenta kilos.

LA MADERA Y LOS CLAVOS

Sobre el tipo de madera utilizada hay distintas hipótesis, aunque las posibilidades no son
muchas, ya que en aquellas regiones de Palestina no había grandes bosques, y las especies
apenas se limitaban a tres o cuatro: pino, acacia, olivo y alguna otra.

El olivo tenía a su favor su abundancia y dureza, y en contra que no podían hacerse cruces altas
dado que este tipo de árboles eran por lo natural bajos, lo que en caso de su uso hubiera
dejado al crucificado a la altura del espectador.

Por su parte, la acacia ya traía una tradición judía con ella, ya que los textos rabínicos citan a la
misma como el material del que estaba hecha el arca de la alianza. Es una madera más blanda,
más alta y se trabaja mejor, por lo que no era una mala candidata, si bien era menos frecuente
que el olivo.

Y finalmente estaría el pino, una madera blanda, resistente y con distintas alturas que podía
encontrarse en montañas e incluso cerca del mar. Sería la madera más “humilde”, y seguro
que se utilizó con frecuencia.

Fuera cual fuera la madera utilizada parece que todas tuvieron su oportunidad como
instrumentos del tormento. De hecho, en una misma cruz podían usarse dos tipos; incluso se
ha argumentado que en ciertos casos al madero vertical se le añadían piezas suplementarias.

Respecto a los clavos, el hierro era el candidato más seguro, aunque los romanos conocían el
acero en su versión más primitiva, aunque este último era muy caro y costoso, y por tanto
menos utilizado, salvo en ocasiones especiales.

Las dimensiones oscilarían entre los trece y los dieciocho centímetros de longitud,
aproximadamente, y una cabeza cuadrada de un centímetro.

Los clavos, una vez utilizados, se retiraban y volvían a usarse para ahorrar gastos superfluos, y
los rarísimos clavos encontrados atravesando los huesos de los pies en algunos yacimientos
arqueológicos lo fueron en virtud de estar doblados en su punta y ser imposible su retirada
una vez muerto el reo.
LA CRUCIFIXIÓN

Sobre la crucifixión propiamente dicha se ha escrito mucho, y más aún se escribirá por el
significado profundo que para millones de personas tiene este tormento, y muchos médicos,
arqueólogos e historiadores han tratado de explicar cómo se crucificaba y cómo se moría en la
cruz, sin que nadie por supuesto pueda tener la clave de aquella verdad que se perdió hace
dos mil años.

No obstante podemos, como médicos, recrear con los conocimientos de anatomía lo que pudo
ser la crucifixión de un reo en la Palestina romana.

En la cultura popular siempre ha existido la creencia –que se debe posiblemente a leer


literalmente la descripción del evangelio de Juan de que las heridas de Cristo estaban “en las
manos”–, de que el condenado era clavado en las palmas de las manos. Sin embargo, varios
documentos históricos describen que los clavos estaban en una zona sin identificar que iba
desde la misma palma hasta el antebrazo, con lo que se amplía mucho el lugar donde
penetrarían los clavos.

Una posibilidad en la que casi todos los médicos forenses estamos de acuerdo es que el
enclavamiento tuviera lugar en las muñecas, o justo bajo estas, entre el cúbito y el radio,
únicos sitios que aguantarían el peso de un cuerpo suspendido en una cruz. Esta teoría, que se
ajusta mucho a la realidad médica, se rebatió recientemente al conseguirse que algunos
cadáveres estuvieran suspendidos con enclavamientos en la palma de la mano aunque, claro
está, este último experimento forense utilizaba cadáveres, lo que deshace la hipótesis
nuevamente de las palmas.

Y una última posibilidad, sugerida por el médico forense Frederick Zugibe, es que los clavos
pudieron haber sido colocados entrando en la palma, en la base del dedo pulgar y saliendo por
la muñeca, pasando justo por el llamado “túnel carpiano”.

En cualquier caso, y a pesar de las tradiciones de miles de artistas de todos los tiempos,
debemos decantarnos por el hecho de que la palma de las manos no fue el lugar habitual del
enclavamiento. Cuando vamos a los pies, el asunto es parecido, pero a la inversa, ya que el
peso del cuerpo del reo caería sobre estos, siendo más indiferente el lugar de implantación de
los clavos.

Las posibilidades aquí son variadas. Una es que ambos pies superpuestos uno sobre otro al
frente del madero, se atravesaran hacia la mitad del empeine justo por debajo o en el mismo
tarso (conjunto de huesos que forman la base del pie y sobre el que se unen los dedos).

Otra es que los pies se clavaran uno a cada lado del madero y el clavo fuera lateral. Esta
hipótesis se sustenta hoy sobre los hallazgos del profesor Nicu Haas, antropólogo de la Escuela
de Medicina Hebrea de Jerusalén, quien, al investigar en un osario, descubrió unos restos
óseos de un talón humano atravesados lateralmente por un clavo, con lo que la posición de la
perforación del mismo en uno de sus costados indicaba a todas luces que sus pies se clavaron
a la cruz lateralmente. Otras opiniones también han defendido la alternativa de clavar ambos
pies juntos a un lado u otro del madero vertical, pero no han aportado pruebas concluyentes.

Otro elemento que debemos considerar es un pequeño asiento de madera que los textos
antiguos citan y que estaría a media altura del stipe (madero vertical), que serviría de apoyo al
reo y evitaría el descolgamiento de este por el peso. Los romanos lo llamaban sedulum, y en
cierto modo alargaba la duración de la vida del crucificado.
Otra pieza supletoria de la que se tiene constancia de su uso es el suppedaneum o sedile, un
bloque triangular de madera que se ponía a la altura de los pies para comodidad de los
verdugos a la hora de clavar ambas extremidades. Al parecer, según hallazgos arqueológicos,
estas piezas se hicieron más frecuentes pasado ya el tiempo de Cristo.

¿Qué pasaría con el crucificado una vez puesta la cruz vertical? ¿Cuánto podría sobrevivir y qué
sufrimiento debía pasar? El suplicio era tan extremo que en el mismo lugar de la ejecución, por
ley, se le daba a la víctima un trago amargo de vino mezclado con mirra como un leve
analgésico.

Algunos documentos antiguos mencionan que los ajusticiados en la cruz podían morir al cabo
de unas horas o incluso aguantar varios días, según su resistencia física y psíquica, y la salud
previa, unido todo ello a las circunstancias ambientales (calor, frío, lluvia, etc.).

Uno de los médicos que más estudió esta situación fue el cirujano Pierre Barbet, de quien se
cuenta que, cuando le contó a Pío XII los sufrimientos de Jesús según la medicina, el Pontífice
palideció y respondió: «No lo sabíamos; nadie nos lo había contado así». Para Barbet, la causa
de la muerte en la crucifixión necesariamente tuvo que ser la asfixia, porque cuando todo el
peso del cuerpo es soportado por los brazos estirados, el condenado tendría graves problemas
para tomar aire, debido a la hiperexpansión de los pulmones y la rigidez forzada de la caja
torácica.

En este estado los condenados, para poder respirar, tendrían que empujarse hacia los brazos
para facilitar la respiración, con un dolor añadido que resulta difícil siquiera imaginar. Esta es la
razón por la que los carnífices (verdugos) encargados de la ejecución solían romper las piernas
de los condenados (crurifragium) después de que estos estuvieran algún tiempo en la cruz
para agilizar la muerte. Sería una medida piadosa o simplemente “prisa” por acabar el trabajo.

Una vez desprovistos del soporte de las piernas e imposibilitados para levantar su cuerpo, los
condenados morían en cuestión de minutos. Si la asfixia –con su correspondiente ausencia de
oxígeno– no acababa con la vida del crucificado, el shock, la deshidratación, el dolor y el
cansancio extremos lo harían.

Otro gran profesional de la medicina forense, el doctor Frederick Zugibe, efectuó varios
experimentos y pruebas anatómicas para explicarse las razones finales de la muerte de un
crucificado, y de ellas dedujo en su día que, según el ángulo de los brazos sobre la línea
vertical, así podría o no prolongarse la vida del reo, y así cuando alguien se encuentra
suspendido con los brazos entre 60 y 70 grados desde la vertical, los individuos tienen menor
dificultad para respirar, pero experimentan un dolor e incomodidad que crece rápidamente.

Esta alternativa correspondería a la crucifixión empleada por los romanos en algunos casos
como método para propinar una prolongada, agonizante y humillante muerte.

Finalmente, la crucifixión realizada solo en una estaca vertical (crux simplex), con los brazos
sobre la cabeza, precipitaría la asfixia con mayor velocidad.

La posición en la cruz, el dolor intenso, la sensación de muerte próxima por el ahogo y los
espasmos por los clavos debieron dejar poco margen a las personas crucificadas, por lo que la
perdida de la conciencia debía ser lo habitual. No ocurrió así en el caso de Jesús, como luego
veremos, por lo que debemos deducir un daño físico muy intenso previo al de la propia cruz.
Cabe una última pregunta general: ¿se podía sobrevivir a un tormento de cruz? Pues aunque
parezca poco probable, el historiador Flavio Josefo, al que recurrimos siempre por sus
importantes documentos de aquellas épocas, dejó escrito que había sido testigo ocular de al
menos dos supervivientes: uno que falleció al poco tiempo y otro que sobrevivió gracias a su
personal intercesión ante las autoridades romanas, sin que sepamos qué tipo de crucifixión
permitió tan extraordinaria supervivencia.

Esta última reflexión viene a cuento por alguna hipótesis reciente según la cual quizás Jesús no
llegara a morir en la cruz sino posteriormente, argumento difícil de sustentar dadas las
lesiones y tormentos inferidos.

Era finalmente común que los insectos se posaran y se metieran dentro de las heridas abiertas
en ojos, oídos y nariz de la víctima moribunda, y que las aves de rapiña desgarrarían las carnes
en esos lugares. Más aun, era costumbre dejar los cadáveres colgados de la cruz para ser
devorados por animales salvajes. Sin embargo, según la ley romana, la familia del condenado
podía tomar el cuerpo para ser enterrado, luego de obtener permiso del juez romano.

Aquí el Procurador Romano Pilato “tuvo a bien” permitir la bajada del cuerpo de Jesús para ser
enterrado, una última deferencia.

Capítulo 8
La crucifixión de Jesús

Los acontecimientos en el Calvario podrían resumirse brevemente de la siguiente manera: una


vez en el Gólgota, a Jesús se le quita la ropa con excepción de un lienzo, probablemente de
lino, que cubría la parte baja del abdomen, con lo que de esta manera se le debieron reabrir
las heridas de los latigazos, ya coaguladas y adheridas a la capa que le había puesto Herodes.

El Centurión le ofreció entonces un trago de vino mezclado con mirra, pero después de
probarlo, según los textos, lo rechazó y no quiso beber. No está muy claro si Jesús fue
crucificado en una cruz tipo Tau o en una cruz latina, y aunque los descubrimientos
arqueológicos favorecen la última posibilidad, y la antigua tradición la primera, lo más seguro
es que fuera la primera por razones prácticas. De hecho, el que a Jesús más tarde se le
ofreciera un trago de vinagre en una esponja colocada en una vara de una planta de hisopo –
de unos cincuenta centímetros de longitud–, sugiere que fue crucificado en una cruz baja. Los
asistentes insultaron y escarnecieron a Jesús durante toda la crucifixión, algo completamente
inusual, dado que el tormento era tal que sobraban más añadidos, lo que dice mucho del odio
que había generado entre algunos, y también se cumplió lo profetizado: los soldados echaron
a suertes sus ropas.

Cristo habló varias veces desde la cruz:

—Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34).

—Mujer, ahí tienes a tu hijo (Juan 19:26).

—Ahí tienes a tu madre (Juan 19:27).

—Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:43).


—Tengo sed (Juan 19:28).

—Padre, en tus manos pongo mi espíritu (Lucas 23:46).

Debido a que estas palabras se pronuncian durante la exhalación, estas frases cortas debieron
ser particularmente difíciles y dolorosas. Cada palabra debió suponer un tremendo dolor.

Alrededor de las 3:00 PM del viernes (hora nona romana), Jesús clamó con una gran voz,
inclinó la cabeza y murió.

Tanto los soldados, como los testigos presentes reconocieron el momento de su muerte.

Como los judíos no querían que los cuerpos permanecieran en la cruz después del atardecer, el
comienzo del día de reposo o sabbat, pidieron a Poncio Pilato que adelantara la muerte de los
tres crucificados. Los soldados entonces quebraron las piernas de los dos ladrones, pero
cuando se acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le partieron las piernas. En
lugar de esto, uno de los soldados le atravesó el costado, con su lanza de infantería o pilum, lo
cual produjo un flujo repentino de sangre y agua. Más tarde, ese mismo día, el cuerpo de Jesús
fue bajado de la cruz y colocado en una tumba.

ASPECTOS MÉDICOS DE LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS

Con conocimientos de anatomía y de prácticas antiguas de crucifixión, podemos acercarnos


muy fielmente a reconstruir los aspectos médicos probables de esta forma de ejecución en el
caso de Jesús. La flagelación antes de la crucifixión dejó a Jesús prácticamente moribundo, a lo
que debemos sumar el esfuerzo de la subida al Calvario, por lo que la pérdida de sangre debió
ser considerable, producir hipertensión ortostática (subida de la tensión arterial
compensatoria por aumento de los latidos del corazón), todo ello muy cercano a lo que los
médicos llamamos shock hipovolémico (estado de postración por una pérdida grande de
sangre).

Cuando Jesús fue lanzado al suelo sobre su espalda, las heridas de los azotes se reabrirían y se
contaminarían con el barro del lugar y, por añadidura, con cada respiración las dolorosas
heridas de las espaldas rozarían contra la dura madera del stipe. Como resultado de todo ello,
la pérdida de sangre por la espalda continuaría probablemente durante toda la crucifixión.

Una vez los brazos extendidos, pero no tensos, las muñecas fueron clavadas al patibulum. En
este punto ha habido muchas discusiones y controversias entre la medicina y el saber popular,
pero finalmente se ha demostrado que los ligamentos y huesos de la muñeca pueden soportar
el peso de un cuerpo colgando de ellos, pero no así si el enclavamiento hubiera sido por las
palmas de las manos. De esta forma, los clavos eran introducidos entre el hueso radio y el
carpo, o entre las dos hileras de huesos del carpo, ya sea cerca o a través del flexor del
retináculo y los distintos ligamentos del carpo.

A este espacio anatómico, llamado de Destot, y limitado por los huesos semilunar, piramidal,
grande y ganchoso, el doctor Barbet le dedica también un estudio en profundidad. En efecto,
como dice Barbet en la santa sábana se descubre en la mano izquierda, que es la más visible,
una llaga redonda, muy neta, en la altura del carpo, de la cual parte un reguero de sangre que
se irradia oblicuamente hacia arriba y hacia la derecha hasta alcanzar el margen cubital del
antebrazo.

Detalle de la Sábana Santa de Turín en la que se aprecia la gran herida que ha provocado el
clavo en la muñeca del crucificado. A pesar de que un clavo, de las dimensiones ya explicadas
anteriormente, podría pasar entre los huesos en cualquiera de los dos sitios en la muñeca sin
producir fractura alguna, la posibilidad de una herida ósea con dolorosa fractura conminuta –
es decir, en trocitos– es grande, y los soldados no eran precisamente delicados en este tipo de
suplicio.

Más aun, el clavo, al penetrar, tuvo que destruir el largo nervio sensorial motor que se
introduce en la mano, lo que debió generar unas tremendas descargas de dolor en ambos
brazos y espasmos incontrolables en las palmas, mostrándose ambas como flexionadas hacia
los clavos.

Algunos han hablado de que la destrucción al menos parcial del nervio motor debió originar
una parálisis parcial de la mano, pero las evidencias son las contrarias, definiéndose la mayoría
de los investigadores en las contracturas comentadas anteriormente en el caso de Jesús.

Cuando los soldados llegaron a los pies, estos fueron fijados al stipe con un clavo que se
introducía entre el primer o segundo espacio intermetatarso, justo al lado de la unión del tarso
y el metatarso, en pleno empeine. En esta enorme lesión es probable que el profundo nervio
peroneo y ramificaciones de los nervios medianos y laterales de la planta fueran no solo
heridos, sino destruidos por el clavo.

En otro detalle del Cristo Sindónico de la Hermandad Universitaria de Córdoba apreciamos la


forma en que un único clavo sirvió para sujetar los pies de Cristo a la cruz Jesús, así clavado,
fue elevado hacia la posición vertical, desde la que poca hemorragia podía haber más, ya que
la crucifixión por sí misma era un procedimiento poco sangriento, ya que ninguna de las
arterias principales, excepto tal vez la del arco de la planta, pasaban a través de los sitios
anatómicos favoritos de la transfixión.

Desde la posición en la cruz, Jesús empezó a padecer otros dos tormentos junto al dolor
insuperable en esos momentos: la sed y la asfixia.

Es conocido por todos que el efecto principal de la crucifixión, aparte del tremendo dolor, era
la marcada interferencia con la respiración normal, particularmente con la exhalación.

El peso del cuerpo de Jesús, colgando prácticamente de los brazos y hombros extendidos,
tendió a fijar los músculos intercostales en un estado de inhalación y, por consiguiente,
afectando la exhalación pasiva. De esta manera, la exhalación de Jesús tuvo que ser solo
diafragmática, y muy leve. Tengamos en cuenta que los varones de por sí tienen un tórax más
rígido que las mujeres, y su respiración es más abdominal que torácica.

Es más que probable que de esta manera Jesús no pudiera respirar apenas, y muy pronto se
debió producir la hipercapnia, esto es, el aumento de anhídrido carbónico en la sangre al no
poder ser expulsado con eficacia. Este aumento del carbónico aumentó más aún los calambres
musculares o las contracciones tetánicas, que ya debía padecer por la pérdida de sangre, la
fatiga y el dolor.

Para poder respirar en esta situación, Jesús tuvo que incorporar el cuerpo empujándolo hacia
arriba con los pies y flexionando los codos, al mismo tiempo que juntaba los hombros, lo que
colocaría el peso total del cuerpo en la zona en que el clavo le atravesaba los pies y en ambas
muñecas, con un dolor que no podemos ni imaginar.
Más aun, anatómicamente la flexión de los codos obligó a Jesús a rotar las muñecas en torno a
los clavos de hierro, lo que provocaría un enorme dolor añadido a través de los nervios
semirrotos del antebrazo.

Y por si fuera poco, al tener que levantar el cuerpo, se rasparía dolorosamente la espalda, toda
ella llena de llagas por los latigazos, contra el stipe.

Como resultado de todo esto, cada esfuerzo de la respiración se volvería agonizante y fatigoso,
y poco a poco llevaría a la asfixia final. Jesús debió permanecer con vida clavado en la cruz no
más de una hora u hora y media.

Capítulo 9
La muerte de Cristo

Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la Tierra
hasta la hora nona. El velo del santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito,
dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”, y dicho esto expiró» (Lucas 23:44-45).

Se han dado muchas explicaciones sobre la causa o causas últimas de la muerte física de Jesús,
e incluso se ha dudado de la misma, y por ello debemos tratar de explicar las posibilidades de
supervivencia en un crucificado y las razones finales de su muerte.

Pero antes de seguir adelante tenemos que dejar claro que en medicina forense hay dos tipos
de causa de muerte:

1. Causa fundamental de la muerte: enfermedades mortales de necesidad, conductas que


pueden acabar en muerte (disparos, caídas, etc.).

2. Causa inmediata de la muerte: razón anatomo fisiológica última que explica el fallecimiento.
Suelen dejarse aquí algunos textos como “destrucción aguda de órganos vitales”, “fracaso
multiorgánico generalizado”, “infarto masivo de miocardio” o, simplemente, “parada
cardiorrespiratoria”.

También es importante dejar claro que al final la muerte conlleva primero una parada
respiratoria y posteriormente –a los pocos segundos– una parada cardíaca, proceso que
siempre es igual, al menos en enfermedades graves o estados terminales con edad muy
avanzada. En el fondo de la cuestión médica, la causa fundamental de muerte en el caso de
Jesús por crucifixión tuvo que ser de tipo multifactorial, y aunque variaba en cada caso
concreto, había muchos elementos en común, por lo que las tres causas más importantes
fueron probablemente la hemorragia masiva con su correspondiente shock hipovolémico, a lo
que habría que añadir la deshidratación previa y la pérdida de líquidos por otras vías – como el
vómito–, la asfixia por la postura de hiperextensión y colgamiento en la cruz con el
agotamiento previo, y el shock con fallo multiorgánico.

Cuando estudiamos la causa inmediata de la muerte aparecen nuevas perspectivas como la


arritmia cardíaca causada por tensión emocional, y finalmente un paro cardíaco causado
probablemente por taponamiento cardíaco –es decir, llenado de la cavidad pericárdica de
líquido que impedía los latidos y que se da en agonías intensas–, todo ello con un más que
seguro derrame pleural que comprimiría las bases pulmonares.

Podemos pues ver desde el punto de vista forense que el mayor efecto patológico de la
crucifixión era la severa dificultad para la respiración, con lo que la muerte resultaba
básicamente por la suma del shock hipovolémico y la asfixia.

La muerte de Jesús, que no tardó más de dos horas en producirse desde el instante en que fue
crucificado, debió sorprender incluso al procurador Poncio Pilato que autorizó el
enterramiento del cadáver –era el único que podía autorizar la inhumación–. El hecho de que
Jesús, antes de inclinar la cabeza y morir, gritara con una gran voz, sugiere la posibilidad de
una causa última radical, es decir, la causa última de la muerte sin duda tuvo que tener un
origen cardíaco.

Hay además, en este sentido, una explicación popular por la que Jesús pudo morir de ruptura
cardíaca, una situación en la que los músculos de los ventrículos muy debilitados se rompen.

Para apoyar esta tesis hay que colocarse en los escenarios de la flagelación y la crucifixión, en
los que el cuerpo había perdido mucha sangre generándose la consabida hipovolemia (poca
sangre), hipoxemia (poco oxígeno) y un estado de la coagulación muy alterado por el que
podrían haberse formado trombos en distintos lugares y, sobre todo, en las válvulas aórtica o
mitral.

Desde estos trombos hubieran partido los émbolos que, como ocurre en casos patológicos
similares, obstruyen la circulación coronaria y originan graves y mortales infartos de miocardio
con y sin rotura de la pared cardíaca.

No obstante, la explicación más en sintonía con el tormento y el proceso de la crucifixión,


según la mayor parte de los forenses que, han estudiado el caso, sería la siguiente:

La muerte de Jesús pudo haberse precipitado sencillamente por su estado de agotamiento y


por la severidad de la flagelación, con consiguiente pérdida de sangre y estado de shock. Esto
se apoya en el hecho de que no pudiera apenas cargar su patibulum a lo largo del Vía Crucis y
cayera en repetidas ocasiones de rodillas al suelo.

La causa real finalmente de la muerte de Jesús tuvo que ser multifactorial, como ya hemos
apuntado al principio, y relacionada íntimamente con el shock hipovolémico, la asfixia por
agotamiento y tensión postural en la cruz, con un final de arritmia por fracaso agudo del
corazón.

Jesús pues murió en breve, y cuando el centurión a cargo de la ejecución iba a dar el golpe de
gracia en sus piernas, como ya había hecho con los dos ladrones que acompañaban al de
Nazaret en el Gólgota, le pareció que ya estaba muerto y, para asegurarse, mandó a un
soldado que le clavara su lanza.

LANZADA Y LA LLAGA DEL COSTADO

Pilum romano

Es creencia común la de situar el corazón a la izquierda del tórax, pero esta localización no es
exacta. El corazón ocupa una posición mediana y anterior y reposa sobre el diafragma, detrás
de los pulmones y del peto esterno costal, en el mediastino anterior.
Solo su punta queda situada netamente a la izquierda, mientras su base supera por la derecha
el esternón.

Seguramente como consecuencia de aquella opinión popular que ubica el corazón a la


izquierda del pecho existe una tradición de opiniones que colocan el golpe de lanza como
asestado en el costado izquierdo de Jesús. No todas, sin embargo. Así, San Agustín, por
ejemplo, habla en La Ciudad de Dios de latere dextro o, lo que es lo mismo, el flanco derecho,
de la misma forma que lo hace San Francisco de Asís.

Para el doctor Barbet, la Sábana Santa ha venido a aclarar con su objetivo testimonio este
problema, como tantos otros, y así podemos observar en la silueta del lienzo, la manifestación
clara de la herida, prueba de que el cadáver de Cristo sufrió la lanzada en el costado derecho y
no en el izquierdo.

Podemos ver con total claridad en la imagen de la Sábana Santa un enorme coágulo de sangre
en el lado derecho, que se extiende hacia arriba unos seis centímetros y desciende en una
dimensión de quince centímetros. Su margen interno aparece dentellado con recortadura
redondeada. Esta mancha de sangre resalta en la sábana, vista a pleno día, por su tonalidad
carmín. En la parte superior del coágulo, la más próxima a la llaga, la más espesa y más ancha,
se distingue con nitidez una huella oval, que es evidentemente la impronta de la llaga del
costado. Esta llaga mide 4,4 centímetros de largo por 1,5 de ancho.

El doctor Barbet deduce de esta visión que la herida fue abierta por una lanza manipulada por
un soldado de infantería desde el suelo –ya que solo la infantería romana la usaba), la cual
penetró por el quinto espacio intercostal derecho, atravesó la pleura y el pericardio e hirió la
aurícula derecha. La sangre que brotó de la lanzada provenía de dicha aurícula, y el líquido
claro que los evangelios llaman agua, de la cavidad del pericardio, en base a la penosa e
intensa agonía que padeció Jesús.

La muerte de Jesús fue asegurada pues por una punzada de lanza en su costado. La
interpretación médica moderna del evento histórico indica que Jesús estaba muerto cuando
fue bajado de la cruz.

Los textos avalan los conocimientos médicos, y así el evangelio de Juan describe la herida en el
costado de Jesús y enfatiza la súbita efusión de sangre y agua. A lo que hay que añadir que
pleura, el término griego usado por Juan, denota claramente lateralidad, y solía implicar a las
costillas. Por tanto, es seguro que la herida fue en el tórax, y muy distante a la línea media
abdominal.

A pesar de que el lado donde se produjo la herida no fue indicado por Juan, tradicionalmente
se ha mostrado en el lado derecho. En apoyo a esta tradición está el hecho de que una gran
efusión de sangre es más fácil de entender con una perforación del ventrículo derecho
distendido que de cualquier otra forma.

Algunos expertos se han mostrado escépticos con la descripción de Juan, por la dificultad de
explicar, con precisión médica, la salida tanto de sangre como de agua. Parte de esta dificultad
se crea al asumir que la sangre apareció primero, y luego el agua. Sin embargo, en el griego
antiguo, el orden de las palabras generalmente denotaba abundancia, y no necesariamente
secuencia en el tiempo. Por tanto, parece más que probable que Juan estaba enfatizándo la
abundancia de la sangre, en lugar de su aparición antes del agua.
De todo ello tenemos que deducir que el agua representaba la mezcla de líquido pleural y del
pericardio, y habría precedido a la salida de sangre, siendo también menor en volumen que
esta. Estos líquidos son muy frecuentes en agonías intensas con dificultad respiratoria y
cardíaca

CONTROVERSIA

Algunos autores han llegado a pensar que Jesús no murió en la cruz, y que por lo tanto la
herida de lanza en el costado no fue mortal, estando Jesús vivo pero en “muerte aparente”.
¿Por qué pudo no matar esa herida? El doctor Lorente, entre otros, cree que la lanzada pudo
no ser muy profunda, al realizarse en un ángulo muy agudo, ya que Cristo estaba situado
mucho más alto que el soldado, y «el bisel o inclinación de la propia herida pudo actuar como
mecanismo de taponamiento y evitar una hemorragia copiosa».

En este punto, el mismo doctor Lorente subraya que las prisas fueron un factor clave en la
supervivencia de Jesús: los soldados deseaban regresar a la ciudad cuanto antes porque al día
siguiente era la fiesta de Pascua, y los amigos de Cristo querían bajarle de la cruz enseguida y
llevárselo al jardín de Joseph, donde José de Arimatea tenía el sepulcro familiar, porque la ley
judía prohibía realizar un enterramiento de noche.

En esta línea de razonamiento, el posterior descenso del cuerpo de Jesús de la cruz supuso su
colocación en decúbito supino, es decir, boca arriba, posición que según este autor permitió la
redistribución de la sangre y, con ella, la revascularización cerebral y la disminución de la
hipoxemia (falta de oxígeno en sangre).

También explica este investigador que no solo la propia acción del descenso de la cruz, sino el
uso de sustancias de efectos terapéuticos (mirra y aloe), permitieron compensar y aliviar el
cuadro de shock traumático causante de un estado de coma, del que se recuperaría más tarde.

Estas delicadas afirmaciones, contrarias a la mayor parte del resto de los autores, se basan por
un lado en análisis de las manchas de sangre y de la propia imagen que aparece en la Sábana
Santa, y de las que se deduce que la persona envuelta en la sábana no había muerto, ya que no
presentaba la típica rigidez (rigor mortis) ni “livideces cadavéricas” (zonas del cuerpo donde se
acumula la sangre por acción de la gravedad, y que adquieren un color rojo-violáceo).

Por el contrario, este forense asegura que en el lienzo hay indicios de “signos de vitalidad”,
como el hecho de que la sangre, al dejar de coagularse unos sesenta minutos después de la
muerte, se hubiera extendido por toda la Sábana una vez limpio el cuerpo por la salida simple
de plasma por sus orificios, y dichas manchas no aparecen.

CONCLUSIÓN

Por lo tanto la pregunta está clara: ¿murió Jesucristo en la cruz o después de descender de
ella? Hoy tienen poco sentido otras especulaciones. Está claro que el peso de las evidencias
históricas y médicas indican que Jesús estaba muerto antes de que el soldado romano le
produjera la herida en el costado, y soporta el punto de vista tradicional de que la lanza
clavada entre sus costillas derechas perforó no solo el pulmón derecho, sino también el
pericardio y el corazón, certificando así su muerte. Por consiguiente, las interpretaciones
basadas en la suposición de que Jesús no murió en la cruz parecen estar en contraposición con
los conocimientos médicos modernos.
Capítulo 10
Autopsia

Para entender someramente lo que hubiera significado la práctica de la autopsia en el caso de


Jesús, es necesario explicar cómo se practica la misma en cualquier caso, los objetivos que
busca y los métodos que utiliza. Nada de misterioso o lúgubre tiene esta exploración forense a
pesar de su mala prensa, y siempre es necesaria, como veremos para averiguar las
circunstancias de cualquier muerte.

Sería como averiguar lo que el fallecido nos quiere desvelar desde el silencio total de la
muerte.

LA AUTOPSIA FORENSE: OBJETIVOS, MEDIOS Y TÉCNICAS

La autopsia forense o médico-legal es una diligencia fundamental en la práctica médico-


forense que está regulada en España por el artículo 343 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal:
«En los sumarios a que se refiere el artículo 340 de la L.E.CR. –es decir, por causa de muerte
violenta o sospechosa de criminalidad–, aun cuando por la inspección exterior del cadáver
pueda presumirse la causa de la muerte, se procederá a la autopsia del cadáver».

Etimológicamente la palabra autopsia procede de los términos griegos autos y opsis, y signfi ca
“examinar con los propios ojos”, comprobar personalmente.

OBJETIVOS DE LA AUTOPSIA JUDICIAL

1. Determinar la causa de la muerte

Causa inmediata

Causa fundamental

El siguiente ejemplo permite aclarar el signi cado de los términos señalados. En el caso de una
muerte ocasionada por ahorcadura, la causa fundamental es la ahorcadura y la causa
inmediata la parada cardiorrespiratoria, siendo la siopatología, antaño denominada causa
intermedia, la asfixia mecánica por anoxia anóxica.

2. Determinar la etiología médico-legal

Muerte natural

Muerte violenta-accidental Suicida

Homicida

3. Identificación del cadáver

En ocasiones es el objetivo fundamental de la autopsia, sobre todo en situaciones como


cadáver esqueletizado sin signos de identidad, grandes catástrofes (accidentes aéreos),
atentados con explosivos o simplemente cadáveres carbonizados, etc.
En todos estos casos, la identificación forense es básica, ya que no solo la familia tiene derecho
a saber a quién entierra, sino que el propio sistema judicial debe conocer al sujeto fallecido.

Esta identificación suele tener las siguientes fases:

1. Recomposición anatómica del cadáver macroscópicamente.

2. Fotografía del todo y partes.

3. Tomas de huellas dactilares, si ello es posible.

4. Elaboración de la ficha estomatológica, si ello es posible

5. Recolección y etiquetado de elementos físicos vinculados con el cuerpo (documentos,


anillos, reloj, bolso, etc.).

6. Toma de muestras biológicas para análisis de laboratorio.

7. Toma de muestras biológicas para estudio de ADN.

La estomatología forense es fundamental en casos de cadáveres sometidos a una elevada


destrucción como los casos de accidentes aéreos, grandes incendios, atentados o catástrofes
naturales, ya que las piezas dentarias son los elementos físicos más resistentes del organismo,
llegando incluso a superar grados de carbonización muy elevados.

4. Determinar la data del fallecimiento El establecimiento del momento en que se produjo la


muerte es importante porque permite aproximarse o descartar la intervención de una o varias
personas.

Se realiza por el análisis de los fenómenos cadavéricos (enfriamiento, rigidez, livideces,


deshidratación y putrefacción), cuya aparición y evolución sigue unas reglas, si bien sometidas
a múltiples influencias ambientales (temperatura, humedad o lugar del enterramiento), de la
causa de muerte (infecciones, gangrenas o neoplasias) y específicas del individuo (obesidad,
edad...), lo que permite hablar del “reloj de la muerte” o del “cronotanato-diagnóstico”.

A los efectos de la medicina cotidiana una prueba fácil de ejecutar para determinar
aproximadamente la hora de la muerte es la temperatura, que cada hora que pasa desde el
óbito hasta el momento de la exploración baja un grado dicha temperatura –que lógicamente
nunca bajará más allá de la temperatura ambiente–.

5. Circunstancias del caso

La autopsia judicial permite establecer las relaciones de participación de otras personas en la


muerte violenta así como otros aspectos entre los que se encuentran distancia y dirección del
disparo, posiciones relativas del agresor y de la víctima –con limitaciones, dado el dinamismo
de estas situaciones–, existencia de defensa (lesiones de defensa y lucha), lesiones
premortales y postmortales, supervivencia posterior a una lesión en un órgano vital y posibles
actos efectuados hasta el momento de la muerte, empleo de medios tóxicos para vencer la
resistencia de la víctima, intervención de más de una persona en la acción homicida, etcétera.

6. Otros aspectos

Otras conclusiones que podemos obtener de la práctica de la autopsia serían las siguientes:
delitos concurrentes (homicidio con violación); determinar la realidad de un infanticidio por las
lesiones específicas, previa demostración de que el niño vivió fuera del seno materno; lesiones
determinantes de la muerte en los casos de aborto criminal; concausas previas que han podido
influir en el fallecimiento sin ser la causa fundamental; complicaciones surgidas en la evolución
de la causa principal; lesiones “artefactos” que aparecen en el cadáver y son consecuencia de
descuidos en su traslado o determinadas por maniobras de reanimación intempestivas... y un
largo etcétera.

7. Identificación del autor

Se puede llegar a resolver un crimen por el estudio de los indicios biológicos encontrados en el
lugar de los hechos, sobre el cadáver o en las cavidades naturales del mismo, especialmente
manchas y restos de sangre, esperma y otros líquidos biológicos, pelos, etc., efectuados por los
laboratorios de biología forense y criminalística.

MEDIOS NECESARIOS PARA LA PRÁCTICA DE UNA AUTOPSIA

1. Local

Es preciso una sala bien iluminada, que permita focalizar la fuente luminosa sobre la región
anatómica deseada, una o varias mesas de acero inoxidable con sistema de evacuación y de
aspiración de líquidos; cámaras frigoríficas para la conservación de los cadáveres; salamuseo
para piezas anatómicas; salas para laboratorios; sistema de rayos X, etc. En los momentos
presentes la mayoría de los cementerios poseen salas de autopsia aceptables. En caso
contrario, es conveniente el traslado del cuerpo a los servicios de anatomía patológica de los
centros hospitalarios, requisito que puede solicitarse llegado el caso al juez.

2. Instrumental

Sierra eléctrica y de arco, escoplo en “T”, bisturís, cuchillos, costotomo, cerebrotomo, pinzas
de disección, pinzas de dientes, estiletes, instrumentos de medición tales como reglas, compás
de espesor, balanza, copas graduadas, etc.; medios de sutura; recipientes para vísceras;
jeringuillas para extracción de sangre; medios de jación (especialmente formol); nevera-
congelador para la conservación de muestras biológicas; medios de reproducción fotográfica,
sistemas magnetofónicos, etc.

3. Estudios complementarios

Habitualmente, la autopsia tiene que completarse con la realización de estudios


complementarios, que requieren una preparación científico-práctica específica y medios
técnicos muy costosos y sofisticados por lo que, salvo algunos estudios químico-toxicológicos y
anatomo-patológicos poco complejos, es preciso contar con la colaboración de organismos de
la administración de justicia. Actualmente ya no puede hablarse de medicina forense como
única ciencia capaz de responder a todas las necesidades de la investigación criminal, sino que
desde hace varias décadas se han desgajado varias “especialidades” en cuanto tienen
contenidos específicos y requieren una preparación y medios técnicos concretos, que se
denominan genéricamente “Ciencias Forenses”.

TÉCNICAS DE AUTOPSIA

Previamente a la consideración de las técnicas de autopsia más utilizadas, señalaremos los


principios que deben seguirse en una autopsia según Gisbert Calabuig (1991):

1. No es precisa una disección minuciosa.

2. Deben conservarse todas las lesiones de interés hasta su estudio.


3. Incisiones cutáneas perpendiculares evitando en lo posible desfigurar el rostro.

4. La autopsia debe ser completa, con apertura de todas las cavidades.

5. La autopsia es una práctica ordenada y reglada.

6. Deben anotarse por escrito o con grabadora los hallazgos.

7. Tener previsto lo necesario para recoger muestras.

8. El informe debe ser completo, con esquemas y razonando las conclusiones.

FASES DE LA AUTOPSIA

A. Examen externo

Datos sobre la identidad: peso, talla, color de la piel y de los ojos, cicatrices, tatuajes,
deformidades, caracteres anatómicos particulares, vestidos, joyas, documentos de identidad,
etc.

Datos sobre la data de la muerte: Fenómenos cadavéricos y su evolución.

Datos sobre la causa de la muerte: heridas, excoriaciones, equimosis, hematomas,


mordeduras, quemaduras, fracturas, luxaciones, amputaciones, señales de arrastre,
aplastamientos, signos de asfixia, surcos de ahorcadura, etc., que deben ser descritas, medidas
y si es posible fotografiadas o representadas en esquemas.

B. Examen interno

Existen varias técnicas para la apertura de las cavidades corporales, pero las más utilizadas son
las de Mata y la de Virchow; las describimos de forma general:

Técnica de MATA

La apertura del tórax y del abdomen se efectúa al mismo tiempo utilizando una incisión que
partiendo de las articulaciones esternoclaviculares se dirige hacia abajo siguiendo una línea
horizontal, por fuera de las mamas, hasta llegar a las crestas ilíacas (espinas ilíacas antero-
superiores), en que se continúa hacia la zona suprapúbica. En conjunto la incisión tiene una
morfología ovalada.

Técnica de Virchow

Línea de incisión longitudinal que parte de la región retromentoniana y se dirige siguiendo la


línea media del cuello, tórax y abdomen hasta el pubis, pasando a la izquierda del ombligo. La
apertura del cráneo se realiza en todos los casos previa incisión del cuero cabelludo siguiendo
una línea intermastoidea, replegando los colgajos del cuero cabelludo hacia la nuca y hacia la
frente, el posterior y el anterior respectivamente; después se sierra el cráneo siguiendo una
línea horizontal, que pasa entre dos y tres centímetros por encima de los arcos orbitarios.
Existen asimismo técnicas específicas para la autopsia de la cavidad raquídea, los genitales, las
extremidades, miembros amputados, fragmentos de cadáveres (grandes catástrofes), casos de
recién nacidos, etc., que se estudian y se aplican como subespecialidades forenses.

Esta hubiera sido la forma de practicar la autopsia en el caso de Jesús de Nazaret.


Capítulo 11
Informe de autopsia

EXAMEN EXTERNO

Sobre la mesa de autopsia se encuentra el cuerpo sin vida de un varón, de una edad
comprendida entre los treinta y los cuarenta años, sin que sea posible saber exactamente la
edad por el examen externo, salvo que nos atengamos a los datos de filiación, según los cuales
ha sido reconocido por familia y amigos cercanos como Jesús, judío nacido en Belén de Judá,
pero natural por sus padres (José y María) de Nazaret, provincia de Galilea, y para los cuales la
edad del fallecido es de treinta y tres años. El fallecido procede del acto de crucifixión acaecido
hace veinticuatro horas, tras la condena a muerte promulgada por el Procurador de Roma en
Jerusalén, Poncio Pilato.

Para empezar la descripción externa podemos observar un varón de biotipo mixto atlético-
leptosomático, de una altura aproximada de 1,80 metros y un peso de 80 kilos, bien nutrido,
sin cicatrices antiguas, implantación de pelo y cabello varonil, con barba y bigote al estilo judío.

No se observan livideces cadavéricas amplias, quizás algunas pequeñas en la espalda del


cuerpo, señal de que tras su muerte estuvo tumbado boca arriba. Hay solo una leve rigidez
cadavérica en la región del cuello y en las extremidades.

Desde arriba hacia abajo podemos apreciar en la descripción en primer lugar en la cabeza
múltiples pequeñas heridas punzantes (pinchazos), incisas (cortes) e inciso-contusas (cortes
unidos a golpes) que conforman una disposición en circunferencia abarcando esta desde la
parte superior de la frente, a ambos lados del cráneo a la altura de los huesos parietales, para
acabar dicha circunferencia de lesiones múltiples en el occipital.

Todas las heridas mencionadas en la parte superior de la cabeza son muy profundas, afectando
a todo el grosor del cuero cabelludo, y llegando hasta la parte exterior de los huesos que
forman el cráneo del fallecido. Todas estas heridas están en proceso de coagulación y se
estima que datan de unas cuarenta y ocho horas antes de esta observación,
aproximadamente. Los pabellones auditivos se hallan también llenos de similares heridas a las
descritas en la cabeza.

Como resultado de las abundantes hemorragias que conforman las heridas mencionadas, todo
el cráneo está lleno de sangre en diferentes estadios de coagulación. Todas las lesiones
descritas hasta ahora deben haberse originado con alguna especie de corona confeccionada
con material espinoso vegetal, ya que en algunas de las heridas hemos podido extraer restos
rotos de pinchos de estas características. Los testimonios recogidos previamente a esta
autopsia re eren que al fallecido le instalaron con fuerza y presión una corona de espinas como
parte de la tortura previa a su muerte.

Los restos vegetales recogidos y estudiados nos informan de que al menos había dos tipos de
vegetales en la corona mencionada: Acantus Orientalis y Poterium Spinosum.

En el tronco del fallecido, ya sea en el pecho o en la espalda, se observan múltiples y diversas


lesiones, entre las cuales abundan sobre las demás las contusiones, que conforman acúmulos
de sangre o equimosis, y verdaderos hematomas –conocidos vulgarmente como cardenales–,
siendo varias de ellas de forma longilínea y con unos perfiles delimitados en forma de gura de
dos contornos que deben reproducir sin duda los objetos que las produjeron, casi con
seguridad por un flagrum, látigo con el que se aplican los castigos y que está compuesto por
unas correas de cuero curtido en cuyo extremo hay al menos dos bolas de metal o piedra
redondeada, que han sido la causa de estas lesiones, descritas con plena seguridad.

Algunas de las lesiones presentan rotura de la piel debida a los muchos latigazos aplicados que
podríamos contar en más de cien sin saber a ciencia cierta el número exacto, por darse varias
lesiones unas sobre otras en distinto número, grado e intensidad.

A la compresión de la parrilla costal se sienten discretas crepitaciones, lo que se debe sin duda
a algunas fracturas y/o suras en las costillas, sin que se pueda señalar el lugar exacto de las
mismas.

En otros puntos del cuerpo las heridas contusas son tan profundas que han llegado a lesionar
los músculos subcutáneos, abundando más estas francas hemorragias sobre todo en la parte
posterior del tronco. Finalmente, podemos observar en la zona costal derecha, una herida
incisa profunda que entra en el costado a la altura del corazón y que con la sonda da unos seis
centímetros de profundidad por cuatro de anchura –las dimensiones aproximadas de la hoja
distal de la lanza romana o pilum), con claros signos de haber salido por la misma una
abundante hemorragia con mezcla de suero.

En el estudio de las dos extremidades superiores, junto a múltiples hematomas similares a los
observados en el tronco, encontramos en la zona de la muñeca de ambas extremidades (zona
carpiana) una herida contuso-punzante que atraviesa completamente la extremidad con
orificio de entrada en la región interna y de salida en la externa. Las heridas tienen unos
bordes contusos manchados con óxido –probablemente de hierro– y signos de haberse
deformado en sentido longitudinal, lo que hace pensar claramente en la utilización de un clavo
de grandes dimensiones del que se colgó el cuerpo del fallecido, pendiendo todo su peso
básicamente de ambas muñecas.

En ambas manos, justo en sus palmas y más concretamente en la región de la raíz de los dedos
pulgares (eminencia tenar), se observan varias erosiones, similares a las que se producen como
defensa al caer un sujeto al suelo de frente y apoyar ambas manos en el suelo.

En las extremidades inferiores, los pies, se observan unas heridas contusopunzantes que
atraviesan completamente los mismos desde su cara anterior a la posterior, estando los
bordes de las mismas también manchados de óxido, al igual que en las muñecas. En ambas
rodillas hay erosiones y heridas contusas sangrantes compatibles con caída frontal y apoyo en
el suelo de dichas rodillas. El cuerpo no presentaba en su piel ningún tipo de tatuaje o señal de
cualquier forma.

EXAMEN INTERNO

En el examen interno procedemos a la apertura de las cavidades, comenzando por el cráneo.


Tras la exploración del cerebro encontramos pequeños punteados hemorrágicos dispersos
compatibles con golpes recibidos por la víctima, y edema generalizado.

En la apertura del tórax se observan los signos habituales en un caso de pérdida masiva de
sangre, es decir, palidez de mucosas y órganos internos como los pulmones, observándose ya
desde el interior la herida que aparecía en la región costal y que entra en el ventrículo
izquierdo, rompiendo previamente el tejido pulmonar y el pericardio (membrana que envuelve
el corazón).

Sin duda, es una herida incompatible con la vida, pero efectuada tras el fallecimiento de la
víctima, ya que no hay inflamación de los tejidos en su trayecto.

La cavidad pleural (espacio entre las membranas que rodean y protegen a los pulmones)
presentaba líquido de coloración amarillento-rojiza en cantidad de medio litro.

En la apertura del abdomen exploramos el hígado que aparece pálido (sin sangre) al igual que
los riñones, bazo vacío, páncreas pálido e intestino y estómago de apariencia normal. Hay que
puntualizar que los riñones presentaban signos de taponamiento en sus conductos excretores,
señal de una próxima insuficiencia si antes no hubiera llegado la muerte.

En el interior del estómago apenas encontramos restos alimenticios (mezcla mínima de pan y
restos de carne de pescado), y una superficie interna muy enrojecida.

Todas las vísceras nos anuncian que la muerte no fue rápida, y que la agonía de varias horas
consumió las reservas del fallecido, dándose pequeños punteados hemorrágicos en todas ellas
similares a los fallecidos por asfixia.

EXPLICACIÓN DE LOS HALLAZGOS

De las observaciones practicadas se puede afirmar con seguridad que la muerte no fue rápida,
y que no se debió a ninguna herida concreta, sino más bien a la suma de la asfixia, la pérdida
progresiva de sangre, el agotamiento y la dificultad grave del corazón para latir en estas
condiciones. De los documentos suministrados, los testimonios de testigos oculares y actas del
procedimiento administrativo, podemos extraer la siguiente secuencia de hechos que
desencadenaron finalmente la muerte.

Desde la noche del jueves 14 del mes de Nisán –justo al terminar la Última Cena y resultar
preso– hasta el comienzo de la tarde del viernes 15, día en que sabemos que murió, debieron
transcurrir entre veinte y veinticuatro horas. Por otro lado, desde el momento de la detención
de la víctima no hay constancia de que hubiera ingerido algún tipo de alimento o líquido, por lo
que los mínimos restos encontrados corresponden a la cena del día 14.

Los castigos –excepto el golpe aislado que le da el criado de Caifás, según testigos oculares
poco después de su detención– comenzaron seguramente a primerísima hora de la mañana
del viernes, por lo que hasta el momento de la muerte efectiva transcurrieron entre ocho y
diez horas como máximo.

Puesto que las lesiones encontradas son múltiples y muy extensas alrededor de todo el tronco,
brazos y extremidades superiores e inferiores, la pérdida de sangre tuvo que ser
necesariamente alta y fue poco a poco mermando las energías de la víctima, hasta el punto de
que podríamos calcular para el tamaño del fallecido una pérdida de sangre de
aproximadamente entre un litro y dos litros durante las ocho-diez horas de suplicio.

Esta hemorragia, lenta pero considerable en cantidad, tuvo que originar una crisis o shock
grave en el funcionamiento del conjunto del organismo con lo que, cuando la víctima llegó a la
cruz, estaba gravemente postrada, incluso podría asegurarse su muerte en pocos días si no
hubiera sido crucificado.
Por otro lado, teniendo en cuenta la gran cantidad de golpes que se ocasionaron sobre el
cuerpo de la víctima, esto debió liberar a la sangre una enorme cantidad de proteínas,
fundamentalmente mioglobina procedente de los músculos subcutáneos, dando lugar al
comienzo de lo que en medicina se denomina Síndrome de Aplastamiento, según el cual esas
proteínas liberadas de forma brusca y masiva al torrente circulatorio acabarían en el riñón
bloqueando su función y ocasionando su fracaso final, y que no llegó a darse por llegar antes el
fallecimiento.

Además, la enorme cantidad de golpes inferidos sobre todo en el tórax, zona lumbar y brazos,
debieron producir un dolor tan intenso que la única manera que tuvo la víctima de soportar
ese dolor, “básicamente torácico”, que la simple respiración le ocasionaba, era respirar con
más lentitud y superficialidad, generándose, como todos los expertos saben, un insuficiente
intercambio gaseoso y una hipoxia (baja oxigenación de los tejidos del cuerpo) que colaboró
como factor sumatorio al resto de las lesiones del fallecido.

A todo lo anterior tenemos que añadir el hecho postural de que un cuerpo colgado de sus
extremidades superiores en una cruz está prácticamente impedido para realizar con
normalidad los movimientos respiratorios por la tensión muscular soportada, lo que dio a la
víctima muy pocas oportunidades de sobrevivir en esa situación.

Debemos por añadidura reflexionar además sobre la constancia de líquido en la cavidad


pleural, que procedía de una inflamación de las membranas pulmonares debido al esfuerzo
respiratorio, las contusiones costales de los latigazos y el esfuerzo físico de la subida hasta el
Gólgota, lugar donde consta que la víctima fue ajusticiada.

Este hecho puede explicar lo que algunos testigos oculares presenciaron cuando el centurión
responsable de la guardia lanceó con un pilum el costado de la víctima para “comprobar su
muerte” como responsable de los ajusticiados del día, es decir, la salida de sangre y un líquido
claro “como si fuera agua” del costado del fallecido.

Finalmente, hay que precisar que las lesiones producidas por los clavos en ambas muñecas
(zona carpiana) y en los pies (zona del tarso) no eran vitales, aunque profundamente
dolorosas, ya que el clavo, al penetrar en cada extremidad, lesionó gravemente los nervios de
las mismas y produjo una segura parálisis y espasmo tanto de las manos como los pies.

EPÍLOGO

Como punto final a la descripción de la presente autopsia, debemos considerar la situación del
cuerpo de la víctima en el madero de la cruz durante el poco tiempo que estuvo con vida,
tiempo en que el cerebro de la víctima debió estar sometido a tres impactos trágicos: el dolor
lacerante de todo el cuerpo, en especial muñecas y pies; el sufrimiento por la asfixia progresiva
que se estaba implantando en esa postura y con todas las lesiones previas; y la falta de sangre
cada vez mayor en el cerebro por el shock y la posición erguida del fallecido, que tuvo que
ocasionar una angustia muy intensa en la que la realidad se debió desdibujar, si bien constan
algunos testigos oculares que han declarado que el fallecido mantuvo la conciencia hasta el
momento de expirar.

De la práctica, pues, de la presente autopsia en el cuerpo de Jesús de Nazaret se pueden


extraer las siguientes conclusiones Médico Legales:
Causa fundamental de la muerte

Fracaso orgánico general con shock hipovolémico (pérdida masiva de sangre) tras las múltiples
heridas y lesiones que se infirieron a la víctima desde su tortura con el flagrum hasta la
crucifixión.

Causa inmediata de la muerte

Parada cardiorrespiratoria por detención de los latidos cardíacos tras la grave pérdida de
sangre previa y la ausencia de posibilidad respiratoria.

Origen de la muerte

Suplicio aplicado por crucifixión por la Autoridad legal Romana.

Data de la muerte

Hora nona (tres de la tarde), del viernes 7 de abril del año 30 d.C., o 14 del mes de Nisán, bajo
la Autoridad Legal del Procurador Poncio Pilato y reinando Tiberio como César en Roma.

Capítulo 12
Resurrección
¿PUDO JESÚS, COMO SER HUMANO, SOBREVIVIR TRAS
LOS TORMENTOS SUFRIDOS EN LA PASIÓN?

Los textos cuentan lo que ocurrió tras su muerte de la siguiente manera: en el Evangelio de
Mateo, tanto María como María Magdalena fueron al sepulcro en la mañana del domingo, y
tras haber tenido lugar un terremoto, se relata que un ángel vestido de blanco hizo rodar la
piedra de la puerta de la sepultura y luego se sentó en ella a esperarlas. Los guardias romanos,
que por encargo de Pilato vigilaban la sepultura, y que presenciaron la escena, temblaron de
miedo y «se quedaron como muertos» (Mateo 28:1-4).

El ángel anunció a ambas mujeres la resurrección de Jesús y les encargó que dijeran a los
discípulos que fueran a la tierra de Galilea, donde podrían verle de nuevo. Así fue, y al regresar
ambas el propio Jesús les salió al encuentro y les repitió que dijeran a los discípulos que fueran
a Galilea (Mateo 28:5-10). Mientras, los guardianes dieron aviso sacerdotes del Sanedrín de lo
ocurrido, y estos les pagaron para que hicieran correr la voz de que los discípulos de Jesús
habían robado su cuerpo (Mateo 28:11-15).

Los once apóstoles, avisados, fueron a Galilea, y Jesús les hizo el encargo de predicar el
Evangelio (Mateo 28:16- 20).

En el Evangelio de Marcos hay una mujer más, y así, María Magdalena, María la de Santiago y
Salomé fueron al sepulcro el domingo, muy temprano en la mañana, con la intención de cuidar
el cuerpo de Jesús y tratarlo con bálsamos y esencias como era la costumbre judía (Marcos
16:1-2). Vieron que la piedra que cubría el sepulcro estaba fuera de su lugar, y dentro del
mismo encontraron a un joven vestido con una túnica blanca, que les anunció que Jesús había
resucitado y les indicó que dijesen a los discípulos y a Pedro que fuesen a Galilea para allí ver a
Jesús.

En este Evangelio se explica que María y sus compañeras no dijeron nada a nadie, porque
tenían miedo (Marcos 16:3-8) y en el mismo texto, a continuación, se dice que Jesús se
apareció solo a María Magdalena, y que fue esta la que dio al resto de los discípulos de Jesús la
buena noticia, pero no fue creída (Marcos 16:9-11).

Jesús volvió a aparecerse posteriormente, esta vez a dos de sus seguidores que iban de
camino, y cuando estos discípulos contaron lo ocurrido, tampoco se les creyó (Marcos 16:12-
13).

Por fin, se apareció a los once apóstoles, a los que según el texto reprendió por no haber
creído en su resurrección. Les encomendó predicar el Evangelio y subió a los cielos (Marcos
16:14-20).

En el Evangelio de Lucas se cita que algunas mujeres, como María Magdalena, Juana y María
de Santiago, y otras cuyos nombres no conocemos, acudieron al sepulcro para ungir a Jesús
con los perfumes usados en la época, entre ellos mirra y aloe.

Encontraron fuera de su sitio la piedra del sepulcro, entraron en él y no vieron el cuerpo (Lucas
24:1-3). Entonces se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes, quienes les
anunciaron la resurrección de Jesús (Lucas 24:4-7).

Las mujeres anunciaron la resurrección a los apóstoles, pero estos no las creyeron (Lucas 24:8-
11), excepto Pedro, que fue directamente al sepulcro y comprobó que, efectivamente, el
cuerpo había al menos desaparecido (Lucas 24:12).

Más tarde, ese mismo día, Jesús se apareció a dos de sus discípulos que caminaban de
Jerusalén a un pueblo llamado Emaús, y que lo reconocieron en el momento de repartir el pan
(Lucas 24:13-35).

Poco después se presentó ante los once apóstoles, que al principio creyeron que se trataba de
un espíritu, pero les tranquilizó y les demostró que era él en carne y huesos, comiendo delante
de ellos como prueba de vida (Lucas 24:36-43), y explicándoles a continuación el sentido de su
muerte y su vuelta a la vida (Lucas 24:44-49), para más tarde llevarlos cerca de Betania y
ascender a los cielos (Lucas 24:50-53).

En el Evangelio de Juan, el más tardío pero también el más desarrollado estilísticamente, se


dice que María Magdalena fue al sepulcro muy de madrugada y descubrió que la piedra había
sido removida de la puerta, por lo que corrió en busca de Pedro y del «discípulo a quien Jesús
amaba» para avisarles (Juan 20:1-2), y ambos corrieron hacia el sepulcro.

El discípulo amado llegó primero, pero no entró en el sepulcro, fue Pedro el que entró primero
y vio las vendas y el sudario, pero no el cuerpo. El otro discípulo entró después, «y vio y creyó»
(Juan 20:3-10).

Magdalena, mientras tanto, se quedó fuera, y entonces se le aparecieron dos ángeles vestidos
de blanco que le preguntaron: «¿Por qué lloras, mujer?», y ella contestó: «Porque han tomado
a mi Señor y no sé dónde lo han puesto», momento en el que se giró hacia atrás y vio a Jesús
resucitado, quien a su vez le preguntó por qué lloraba. Magdalena le confundió con el
agricultor de la zona y le preguntó dónde había puesto a Jesús. Este la llamó: «¡María!», y ella
lo reconoció enseguida, respondiendo: «¡Rabí!». Jesús le pidió que no lo tocara –de donde
viene la famosa frase latina noli me tangere–, ya que aún no había subido al Padre, y le pidió
que avisara a sus hermanos de que iba a subir al Padre. Magdalena fue a anunciar lo ocurrido a
los discípulos (Juan 20:11- 18).

Ese mismo día por la tarde, Jesús, según el texto, se apareció en el lugar en que los discípulos
se encontraban ocultos por temor de los judíos, y les saludó diciendo: «La paz sea con
vosotros», les mostró la mano y el costado, y, soplando sobre ellos, les envió el Espíritu Santo.

Posteriormente, Jesús volvió a aparecerse estando Tomás con ellos, el que no había creído lo
que sus compañeros le habían contado (Juan 20:26-29).

Aún cuenta este texto evangélico que Jesús volvió a aparecerse al menos a siete de los
discípulos mientras pescaban en el Mar de Tiberiades (Juan 21:1-14).

Demasiadas coincidencias para que todo fuera fruto de un deseo inconsciente o fanático de
que Jesús no hubiera muerto, o que hubiera resucitado tal y como las escrituras anunciaban y
él mismo les había dicho en forma metafórica, y más en un ambiente en el que cualquier
palabra sobre Jesús significaba prisión y muerte seguras.

Nosotros, como investigadores de los hechos históricos, no podemos asegurar ni contradecir


nada con certeza, solo sabemos por los textos que un personaje importante seguidor de Jesús
llamado José de Arimatea solicitó a Pilato, jugándose el prestigio y la vida, el cuerpo de Jesús la
misma tarde del viernes en que había muerto, y lo depositó, envuelto en una sábana –¡la
Sábana Santa!– en un sepulcro excavado en la roca, y que se cubrió el sepulcro con una gran
piedra y luego solo tenemos los Evangelios.

¿Es posible que Jesús no muriese? Imposible. Nadie con sus lesiones y con los testigos oculares
presentes para dar fe de su muerte hubiera sobrevivido, y ni la Autoridad Romana ni la Judía
podían arriesgarse, después de la tensión social del momento y lo que cada uno había puesto
en juego.

¿Es posible que Jesús resucitase? Técnicamente imposible a la luz de la investigación, la


medicina y los conocimientos naturales. Pero acaso solo existe aquello que vemos, o solo es
real lo que percibimos y podemos analizar, o existe un enorme y vasto misterio que no es otra
cosa que lo que desconocemos.

Para la medicina forense la vida y la muerte tienen una línea divisoria neta y sin dudas, pero
¿acaso la medicina forense tiene todas las respuestas? ¿O solo una pocas?

Hoy vivimos en un mundo en el que la verdad permanece oculta tras imágenes de ficción
vehiculadas por el cine, los medios de comunicación y una gran maquinaria para entretenernos
en nuestro ocio, y la verdad, que existe sin duda, está seguramente en el fondo de nuestros
corazones y solo puede salir de ahí con el esfuerzo de nuestras voluntades.

Jesús existió, cambió el mundo de su tiempo y el nuestro, su nacimiento marcó un antes y un


después para la cultura humana, vivió intensamente, sufrió y murió en la cruz por medio de la
injusticia y la sinrazón, y para millones de personas de este mundo alborotado y loco resucitó.
Entre esas personas se encuentra este autor.

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