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PARTICULAR”
En cuanto a los datos del libro del Génesis, y pese a sus obvias diferencias formales, existe
en los dos relatos una notable coincidencia en lo tocante a la concepción teológica de la
persona, cuyos puntos más destacados son los siguientes:
1. El hombre es criatura de Dios; en cuanto tal, depende absolutamente del Creador, como
el barro depende del alfarero (J) o como la imagen depende de lo imaginado (P).
2. Debido a esta relación de dependencia del hombre con Dios, el hombre es superior al
resto de la creación. Es el máximo exponente axiológico o el máximo valor creado, es la
coronación de la obra creativa divina. Con todo, tal superioridad no significa una
supremacía caprichosa o una licencia para abusar arbitrariamente de lo creado. El hombre
debe gobernar todo, en el nombre de su auténtico Señor, ante el que es responsable de su
gestión.
4. El hombre aparece en los dos relatos como realidad unitaria. Frente a las antropologías
dualistas, cuyo ideal consiste en dividir al hombre para liberarlo del peso de la materia, esta
antropología propone una visión integra- dora de las múltiples dimensiones de lo humano
en la unidad de su ser: Unidad relacional consigo mismo, con los demás vivientes y con
Dios.
Dejando los relatos del Génesis, afirmamos que la idea que la cultura hebrea se hace del
hombre se refleja en tres términos antropológicos claves: basar, nefes, ruah. Ninguno de
esos términos tiene una equivalencia precisa en las lenguas occidentales modernas. Sin
embargo, esta antropología suministra un caudal de intuiciones muy actuales.
Basar, aparece en el A.T. cerca de trescientas veces. Sus principales significados son éstos:
Carne de cualquier ser vivo, hombre o animal (Is 22,13; 44,16). Cualquier ser viviente (Lev
4,11; 16,19). Vitalidad orgánico-biológica (Núm. 8,7; Job 4,15). El hombre entero (Sal
56,5; Jer 17,5). El hombre en relación a los demás hombres y a los vivientes (Gen 2,23;
37,27; Lev 18,6). El hombre en su condición de fragilidad corporal y caducidad inherentes
(criatura de Dios) (Is 40,6; Sal 78, 39). Incluso, el hombre como pecador (Is 40,6).
Finalmente, digamos que la expresión "Kol-basar" significa "universalidad" (toda carne,
todo hombre) (Is 40,5).
Nefesh: aparece en el A.T. cerca de novecientas veces. Sus significados más destacados
serían los siguientes: garganta, respiración, aliento (Jon 2,6; Sal 69,2; Sal 105). La vida
misma, común a hombres y animales. La vitalidad, la voluntad de vivir, el ímpetu de vivir y
hasta la necesidad y concupiscencia del hombre (Dt 12, 23; Prov 8,35; Ex 4,19). El hombre
como ser viviente (Lev 23, 30; I Sam 18, 1; Job 16,4). Lo propio del ser humano, su
personalidad (Ex 23, 9). El hombre como unidad psicosomática (ls 29,8)
Ruah: se repite, en el AT, casi trescientas veces. Viene a significar: Brisa, viento (Gén 3,8;
Ex 10,13), respiración (Gén 41,8); vitalidad (Gén 45, 27; Jue 15,19). Movimientos
anímicos del hombre, conocimiento, comprensión y juicio. El hombre abierto a la
transcendencia, a Dios (ls 11,2; 1 Sam 10,10; 16,13; Num 14,2). El aliento divino recibido
de Dios (Num 27,18; Os 9,7). En la mayoría de los casos se usa para denotar el espíritu de
Yahvé; en algunos casos, menos, expresa la comunicación que de ese espíritu hace Yahvé
al hombre. Se trata, por tanto, a diferencia de nefes, no ya del aliento inmanente al ser vivo,
sino de una fuerza creadora o de un don divino específico (Job 33, 4; 34, 14-15; Sal 33, 6;
51, 12-13; 104, 29-30; ls 31, ); Ez 11, 19; 36, 26-27). Estamos ante "un concepto
teoantropológico” con el que se expresa una nueva dimensión del hombre: la de su apertura
a Dios, lo que hoy llamaríamos el carisma sobrenatural (ls 11, 2; 1 S 10, 10; 16, 13; Nm 24,
2). En esta línea, los profetas pueden ser llamados "los hombres del espíritu", en cuantos
poseedores de un carisma distinguido (Nm 27, 18; Os 9, 7). Otros conceptos notables
serían:
- al mundo y a los demás seres vivos, con los que tiene de común el ser carne animada por
un aliento propio o nefes;
- al semejante, que ha de ser visto como prolongación de su misma carne;
- al Dios que lo creó y cuyo ruah puede acoger en su estructura existencial.
a. Es basar; en cuanto ser mundano, solidario con los demás seres, y particularmente de sus
semejantes.
c. y participa del ruah, en cuanto receptor del influjo carismático de Dios, que lo pone a su
servicio y lo llama a un destino salvífico.
Soma: Significa hombre entero, persona (Mt 6,22-23; 27, 52-53; Rom 12,1-2). El cuerpo en
su unidad psicosomática y espiritual (Mt 5,29-30; 1 Cor 12,17: "Sois cuerpo de Cristo"). El
hombre en trance de morir (Mt 26,26: "Esto es mi cuerpo"). En S. Pablo, "cuerpo", referido
a los cristianos como "cuerpo de Cristo" (1Cor 12,13) hace referencia a la Eucaristía ("Esto
es mi cuerpo", 11, 24); y, denota, además, el amor esponsal entre Cristo, "cabeza", y su
cuerpo (Ef, 4-5). 15. Según Pablo, no hay existencia humana sin soma, aún después de la
muerte (1Cor 15,35-44), ciertamente un "soma espiritual" (Ib 44- 49). Curiosamente, el
soma destinado al Señor (1Cor 6,13) puede estar dominado por los bajos instintos (y
convertirse en sarx) y ser instrumento de muerte (Rom 7,24)16.
Soma, significa, en resumen, la grandeza del hombre (Rm 12,1), la unión del hombre con
Cristo 1Cor 6,15; Rm 12,5-8; 1Cor 10,17), y la persona misma de Cristo exaltada por la
cruz (Rm 7,4), así como la comunidad de hombres y mujeres que siguen a Jesús (1Cor
12,27; Ef 4,12; Col 2,17). En otras palabras, se trata del hombre, no sólo en relación con
Dios (A.T.) sino en relación a Dios por y en Cristo (Rm, 7,4), el cual se entregó por
nuestros pecados y resucitó a la vida (Rm 4,25). Además significa la comunidad como
cuerpo de Cristo, es decir, sus miembros 1 Cor 10,17; 12,27).
Psijé: Aparece 101 veces el término en el Nuevo testamento; sólo en los sinópticos, 37
veces; 13 veces en las Cartas Paulinas. Dos acepciones principales: vida y persona entera.
Así, principalmente, se identifica con nefesh como vida (Me 8,35: "Quien quiera salvar su
psijé la perderá"; Rom 16, 4; Fp 2,30). También designa la persona entera, el yo personal
(Me 3,4; Le 12,16- 20; Rom 2,9; 13,1). Psijé, incluso en Pablo, parece estar muy cerca de
"kardía" (corazón) significando interioridad, energía, afectividad (1Tes 2,8; Col 3,23; Ef
6,6). También está cerca de "pneuma" (espíritu): Filp 1,27: "una sola alma". 17.
Pneuma: En el NT es sinónimo de ruah ("que la gracia sea con vuestro pneuma"): Gal 6,18;
Filp 4,23). También significa el Espíritu comunicado por Dios 1 Cor 2,10-12: "Hemos
recibido el Espíritu que viene de Dios").
Sarx: Se utiliza casi cien veces en el NT; 91 en el corpus paulino significando: sustancia
corpórea y biológica (Rm 2,28; 8,3; Col 1,22; Ef 2,14; 5, 29). Parientes de sangre (Rm
11,14). Todo el hombre (Rom 3,20; 4,1). La condición del hombre como criatura 1 Cor
2,19; Rm 3,20; Gál 2,16). El hombre pecador, moralmente malo (Rm 7,18; 8,5; Gal 5,16-
24).
La carne, al pertenecer a la figura de este mundo, se presenta como el lugar en donde se
inscribe tanto la negatividad como la positividad. En efecto, desde la negatividad, la carne
es débil y corruptible en la medida en que se ve afectada por movimientos que la orientan
en sentido contrario al Espíritu (Rom 7,18; 8,7-8; 13,14; Ef 2,3; Col 2,18). En ella se
inscriben el pecado y sus consecuencias (Rom 7,5; Gál 5,19) y la incapacidad de la ley para
la salvación (Rom 8,3). Pero, desde la positividad, la carne está unida a la descendencia de
Cristo (Rom 1,3; 9,3; 4,1; 1Cor 10,18). Después de la venida de Cristo, la carne se
convierte en el lugar del enfrentamiento entre el Espíritu de Cristo y del mundo 1 Cor 7,28).
Es el lugar que hay que evangelizar para que la pasión de Cristo se encarne en ella (Col
12,4). La carne es el lugar en el que se manifiesta el misterio (1Tim 3,16). La Vida no
puede manifestarse más que en esta carne mortal (2Cor 4,11) mientras dure la figura de este
mundo. La carne, en resumen, no está encerrada en la negatividad, sino que está llamada a
manifestar la vida de Dios, debido a la encarnación, con tal que se deje asumir por el
Espíritu (pneuma) 18.
Syneidesis (Le 24,45; Ac 23, 1; 24,16; Rm 2,15) es la capacidad interior del ser humano, el
hombre capaz de discernir el bien del mal.
En general se está de acuerdo entre los exégetas en que existe continuidad entre los escritos
veterotestamentarios y los neotestamentarios, en cuanto a la antropología se refiere. No hay
influjo helénico dualista. En resumen, se afirma que el ser humano es unitario y, a la vez,
dual.
Esto quiere decir que el hombre es un ser unitario, alma y cuerpo, en "equilibrio inestable"
y con riqueza plural de dimensiones constitutivas. El hombre es cuerpo; el hombre es alma;
es espíritu encarnado. Con ello decimos un "no" al dualismo, así como al monismo.
La trayectoria seguida por las declaraciones del magisterio representa una progresión
creciente hacia la afirmación de la unidad del hombre, a través de tres grandes hitos:
1. Los textos magisteriales, hasta Letrán IV inclusive, hablan de una naturaleza humana que
consta de (o está constituida por) alma y cuerpo.
2. Vienne da un paso más cuando enseña que alma y cuerpo se unen sustancialmente;
siendo el alma artífice profundo de la unión ("anima forma corporis").
3. El Vaticano II (GS, nn. 12-17), y el nuevo Catecismo (nn. 362-368), aseveran
categóricamente que "el hombre es uno en cuerpo y alma" Ccorpore et anima unus"). Hay,
por tanto, una cada vez más nítida formulación de la unidad, en virtud de la cual se pasa de
"el hombre tiene alma y cuerpo" a "el hombre es en cuerpo y alma".
* Lo más decisivo es la relación entre el misterio de Cristo y el misterio del hombre (Gs
22): "En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
Encarnado. Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo
nuestro Señor. Cristo, el último Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su
amor; manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades encuentren en Cristo su fuente y su
corona". 47.
a. Como imagen de Dios (CEC 356-361), porque él no es "algo" sino "alguien" que se
conoce, se posee en libertad y da libertad; y porque es capaz de entrar en comunicación con
otras personas y en amistad con Dios mismo.
c. Hombre y mujer los creó (CEC 369-373). El uno para el otro; una unidad en dos
modalidades. Ambos están llamados a administrar la creación.
d. El hombre fue creado en amistad con Dios (CEC 374-379). El hombre no sólo fue creado
bueno, sino en amistad con Dios y en armonía consigo mismo, con los demás y con todo lo
creado (santidad original como participación en la vida divina)
Las claves del pensamiento filosófico-moral del Papa K.Wojtyla hunden sus raíces en la
denominada escuela ética de Lublín y Cracovia. Dicha escuela, partiendo del hombre
concreto y existente, subrayando su dimensión de persona como ser autoconsciente, libre y
responsable abierto a la transcendencia y realizado en la vivencia de valores, trata de
desarrollar una especie de "personalismo objetivo" o "filosofía integral de la persona en
acción".
• Primera etapa: Sellada al parecer por M. Scheler, descubre tres ejes: El concepto de valor,
y dos realidades correlativas, como son seguimiento y persona. Wojtyla subraya desde la
fenomenología el que todo conocimiento implica una carga de afectividad; que la
transmisión de valores se realiza principalmente por seguimiento emotivo de una persona, y
que sólo la persona es capaz de descubrir y vivir los valores. Pero Wojtyla se distancia de
esta filosofía al no poder sustentar las bases de una auténtica ética: no basta con descubrir
un valor. Hay que poder dar razón de por qué es un valor. En este sentido, la fenomenología
es más un método o pedagogía que una verdadera filosofía porque no es capaz de sustentar
como un todo unitario la realidad misma de aquello que la persona es, en su misterio
profundo e integral. Es necesario redescubrir el valor ontológico de la persona, como
criatura. Sin embargo, K. Wojtyla, se hace deudor de la fenomenología al subrayar la
tradicional tesis agustiniana de llegar a la verdad desde el amor apasionado por el bien total.
Sólo el que ama el Bien puede conocer lo Verdadero.
Se sitúa al hombre como superior al cosmos (Rh 18). La persona humana es fin en sí misma
y no instrumento para un orden social (Rh 17). Cada hombre es único, irrepetible, pero al
mismo tiempo solidario, necesitado de comunión (Rh 16). Cada hombre está llamado a
realizarse en el amor (Rh 14). La dimensión religiosa perfecciona a la persona (Rh 17). El
poder está al servicio de la persona y del bien común (Rh 17). La destrucción del hombre
en nuestros días pasa por el no reconocimiento de las dimensiones morales de su praxis (Rh
16). La Iglesia está al servicio del hombre y de la defensa de su dignidad y de sus derechos
(Rh 17).
Finalmente, la obra "Persona y Acción” puede ser un buen exponente de su tercera época.
En dicho escrito se pone de relieve que la persona es sujeto responsable de su acción, se
crea a sí misma en su acción y necesita un fundamento transcendente de esa misma acción.
La persona, actuando, se abre al Bien y a la Verdad y adquiere dimensiones y
responsabilidades solidario-comunitarias.
E. Levinas reconoce al papa Wojtyla el mérito de haber sabido asumir, integrar y relacionar
la dialéctica persona-sociedad; libertad-transcendencia; objetivo-subjetivo, y praxis-
contemplación. Detrás de lo cual se asientan las bases de una moral personalista.
Porque, con palabras del papa Wojtyla, "Todos los caminos de la Iglesia conducen al
hombre... El hombre en la plena verdad de su existencia; de su ser personal y a la vez de su
ser comunitario y social... Este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en
el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia; camino
trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la
Encamación y de la redención".
Por eso, y con razón, R. Buttiglione ha calificado el pensamiento del papa Wojtyla como
"filosofía del hombre". En definitiva, la persona es un misterio que sólo alcanza su sentido,
valor, dignidad y plenitud en la Persona, con mayúsculas, de la que es Imagen (ikono) y
Gloria (doxa), Cristo el Señor. En Jesucristo han sido elegidos los hombres antes de la
creación del mundo. No hay, por lo tanto, más que un fin último para la persona humana: la
visión beatífica (GS, 22).
El hombre es un ser unitario, alma y cuerpo, en "equilibrio inestable" y con riqueza plural
de dimensiones constitutivas. El hombre es cuerpo; el hombre es alma; es espíritu
encarnado. Con ello decimos un "no", tanto al dualismo, como al monismo.
La trayectoria seguida por las declaraciones del magisterio representa una progresión
creciente hacia la afirmación de la unidad del hombre, a través de tres grandes hitos:
1. Los textos magisteriales, hasta Letrán IV inclusive, hablan de una naturaleza humana que
consta de (o está constituida por) alma y cuerpo.
2. Vienne da un paso más cuando enseña que alma y cuerpo se unen sustancialmente; pero
el sujeto de su aserto es todavía el alma ("anima forma corporis").
3. El Vaticano II (GS 14) y el Nuevo Catecismo aseveran categóricamente que "el hombre
es uno en cuerpo y alma" (corpore et anima unus). Hay, por tanto, una cada vez más nítida
formulación de la unidad, en virtud de la cual se pasa de "el hombre tiene alma y cuerpo" a
"el hombre es en cuerpo y alma".
4. Se puede, en suma, decir, como afirma la Biblia, que el hombre es alma y el hombre es
cuerpo. A condición, empero, de que, cuando decimos "alma", entendamos por ella no un
espíritu puro, sino un coprincipio de la realidad humana, cuya razón de ser es la
encarnación, y que cuando decimos "cuerpo", lo estemos pensando como lo que es: una
porción de materia animada, espiritualizada. Hablar del alma y del cuerpo separadamente es
ceder a la imaginación que los yuxtapone y a la raíz helenista de nuestra mentalidad
occidental que los escinde. El cuerpo no se limita a ser instrumento o base de despegue del
espíritu; es justamente su modo de ser.
El hombre en cuanto cuerpo es:
a. Ser-en-el-mundo. Nótese que ser-en es más que estar-en: el mundo no es para el hombre
un complemento circunstancial de lugar, sino un elemento constitutivo; los dos relatos de
creación subrayaban, como vimos, este carácter terreno, mundanal, de "Adán". La inserción
del hombre en el cosmos no es violenta, sino natural; su instalación en él no es un exilio,
como pensaban Platón y Orígenes, sino la incardinación en el propio hogar. Más todavía: la
realidad del cuerpo no confina con la propia piel; es, en cierto sentido, coextensiva al
mundo. Este viene a ser como "el cuerpo ensanchado del hombre"; el cuerpo, por su parte,
es "el quicio del mundo", "la estructura a través de la cual la existencia humana
particulariza el universo".
b. Ser-en-el-tiempo. En tanto que cuerpo, el hombre está inmerso en ese tipo de duración
continua y sucesiva que llamamos tiempo. Lo que significa que, en base a su situación de
encarnación, el hombre está hecho de tal modo que nunca puede disponer de sí totalmente
en un único acto definitivo, realizarse de golpe e irreversiblemente. La condición humana
es condición itinerante; el hombre es homo viator; le cabe aprender, rectificar, convertirse,
arrepentirse. Mientras que la libertad del espíritu puro es el riesgo total que se arrostra de
una vez por todas, la libertad humana nunca decide irrevocablemente, y ello porque, al ser
en el tiempo, la realidad del hombre consiste en un ir haciéndose progresivamente, más que
en un ser hecho o un hacerse instantáneamente; "el cuerpo es la libertad protegida contra su
propio riesgo". De aquí parte el planteamiento equilibrado de una moral de actitudes y de
actos; los actos cuentan en la medida en que van fraguando la actitud a lo largo del decurso
temporal de la existencia. Mientras ésta no llega a su término, el hombre no ha cobrado aún
su semblante definitivo, y nada está todavía inexorablemente ganado o perdido. Sólo al
final del tiempo que le ha sido dado alcanza el ser humano su propia identidad.
d. Ser sexuado, ya los dos relatos de creación del Gn insistían en el hecho de que la entidad
hombre se realiza en la polaridad complementaria del varón y la mujer. Esta diferenciación
sexual, implicada en la corporeidad, confiere al ser humano una doble tonalidad afectiva,
un doble modo de instalación mundana y de relación social correlativamente diferentes: "en
la sexualidad del hombre se proyecta su manera de ser respecto al mundo". A decir verdad,
la idea de hombre no tiene una correspondencia real-concreta sino a través de su
emplazamiento en un sexo o en otro, emplazamiento que es a la vez "biológico, biográfico,
social e histórico".
La igualdad y mutua complementariedad de los dos sexos está muy claramente afirmada en
los dos relatos de creación, como se ha visto en su momento. En relación a la mujer, y
según Teresa Porcile, en la mujer des-tacan tres elementos: habitabilidad (útero habitable),
temporalidad (su organismo está ritmado cíclicamente) y donación (con su propio pecho
puede alimentar nuevas vidas). K.Wojtyla habla de la mujer como memoria ético-histórica
de la humanidad y es protagonista de la cultura de la vida.
e. Expresión comunicativa del yo. Por el cuerpo, el hombre se dice a sí mismo; el cuerpo
es, según la conocida sentencia marceliana, la mediación de todo encuentro, el hombre, uno
manifestándose, el sacramento o el símbolo de la realidad personal. Esta función
comunicativa se condensa y quintaesencia en el rostro, donde "rezuma la intimidad secreta
en que la persona cercana consiste", en cuya desnudez se refleja siempre una interpelación
y una llamada a la responsabilidad. El rostro es "ese lugar en donde, por excelencia, la
naturaleza se hace porosa a la persona". Y el rostro de Cristo, "rostro de rostros, clave de
todos los rostros", es el espacio de la hierofanía absoluta; por eso "el que me ha visto a mí,
ha visto al Padre" (Jn 14, 9) y el que ve al otro tiene que verle a Él (Mt 25, 35 ss.). De
suerte que el único modo de ver al otro verdaderamente es viendo en El a Cristo; de no ser
así, se está viendo algo, no a alguien; está dejando de captarse la interpelación en que el
rostro del otro consiste.
El hombre es cuerpo y el hombre es alma. ¿Por qué en nuestros días es tan difícil creer en el
alma humana? En nuestra cansada y vieja cultura occidental, los extremos de un imaginario
arco cultural van desde el materialismo (Epulón) hasta el nuevo animismo
reencarnacionista (New Age-Ghost), y se pueden resumir en seis tendencias:
A. NO HAY ALAMA
1. Substitución materialista:
La versión más reciente de esta visión materialista es la que ofrecen los actuales
codirectores de los yacimientos prehistóricos de Atapuerca. El hombre no es otra cosa que
un animal evolucionado al azar; ni sabe de dónde viene ni a dónde va. Es muy curiosa y
sospechosa la saña, particularmente de E. Carbonell, con la que se desprecia tanto el
término alma como a Aquel que da sentido al mismo: Dios. Dios sería una invención de la
especie homo sapiens sapiens ("es el hombre quien ha creado a Dios'') y en la persona
humana no hay nada "especial" axiológicamente hablando: "los hombres se han
especializado en pensar como las aves en volar".
2. Substitución Social:
Baste recordar una máxima popular, sin mayores pretensiones científicas:" todos somos
como todos, como algunos, y como nadie". Ese ser como nadie es lo que aporta
precisamente, y trata de salvarse, con el término alma. No es extraño que P. Berger,
rompiendo moldes estrechos, tuviera que hablar de “rumor de ángeles" o redescubrimiento
(¡qué curioso!) de dos realidades complementarias: Dios y el alma.
3. Substitución reencarnacionista:
Entra en escena el cuerpo astral, alimentado por los chakras. El ancestral miedo a la muerte
se mitiga -que no se anula- con el mito "en positivo" de la reencarnación. No se viven
varias vidas para purgar sino para crecer en energía positiva y en conciencia transcendental.
Incluso nuestros antepasados (en forma angelical) vendrían a recogernos en el mismo
momento de la muerte con sus cuerpos astrales. Morir es pasar del túnel a la luz para vivir
otras vidas. La New Age, con toda su fuerza y su crudeza, alimenta este substituto anímico,
robándole al cristianismo, y al resto de religiones, desde dentro, el tradicional -y
aparentemente- asentado concepto del alma.
4. Substitución esotérica:
Todo ello sin olvidar las nuevas técnicas esotéricas propiciadas por la denominada New
Age: los viajes astrales, el rebirthing o grito inicial y regresiones, el Living Relations
Training o fuerza de las personas amadas, el training autógeno y Tai-Chi o equilibrio
somático-mental, etc. Pero no nos engañemos. En ningún momento es el alma protagonista
de nada. Sus substitutos -en una especie de panteísmo espiritualista y de nuevo mercado
espiritual- lo llenan todo.
Pero hay que decirlo con nitidez: el ordenador no posee alma. Está construido y diseñado
para una existencia funcional y esclava. Cuando se coloca todo el acento en el valor de la
cibercultura y se hace de ella un fin, entonces se da un vertiginoso y peligroso paso: a su
creador, quien queda reducido a "cosa" (algo) perdiendo su originalidad única (ser alguien).
Así me atrevía a expresar en cierta ocasión esta substitución con acento poético: "la he
mirado de frente-de lado. La he contemplado entusiasmado, sin miedo. Un éxtasis técnico-
místico ha empapado súbitamente mi cuerpo y mi mente. Ahora sé por qué la máquina no
habla de sí, ni de Ti, mi Señor: le falta un corazón de carne para poder decir su nombre y,
sobre todo, Tu nombre".
O del "cuerpo Danone, cuerpo 10". Donde se ha dado un doble y correlativo viraje o
transmutación: En primera instancia, no es Dios quien crea el alma, sino principalmente y
sobre todo el cuerpo, y, además, no es el alma el alma del cuerpo, sino el cuerpo el cuerpo
del alma. La búsqueda impulsiva y obsesiva por la calidad de vida, por el culto al body, por
el bienestar a cualquier precio, hacen del cuerpo -sin alma- un fin apetecible a toda costa y
a cualquier precio. Particularmente este fenómeno se aprecia entre los más jóvenes. Los
cuerpos- diseño, son también el efecto de la globalización y del pensamiento único en tres
mitos: belleza, juventud, salud. Cuerpos, suplantando sin más la totalidad de la persona, y
remodelados según las exigencias del mercado. Cuerpos ostentosos y de "atracción fatal"
que acaban modelando nuestro pensamiento y nuestras conductas prometiéndonos
felicidad, bienestar e inmortalidad. Cuerpos-marketing, en fin, que encierran una sospecha:
la tiranía de lo social (que marca uniformidad de modelos) imponiéndose a la originalidad
de las personas. Una vez más, al desplazarse y ser substituido el genuino concepto de alma,
prima lo exterior-presente sobre la interioridad-eternidad. La realidad, lejos de abrirse, se
cierra en los límites de la hiper-corporalidad.
Durante los últimos decenios, diversos autores prefieren, por la complejidad del problema
que encierra, usar otro término para denotar "alma": conciencia, mente, psique, espíritu, y
ello porque el abuso del vocablo alma ha deteriorado el concepto, comprometiendo su
credibilidad.
Con todo, la idea (sea cual fuere la voz con que se designe) es insustituible para la teología,
habida cuenta de que con ella se expresan y tutelan -como se verá luego- una serie de
mínimos antropológicos innegociables para la fe cristiana.
Con este concepto, en efecto, la antropología cristiana trata de significar, por de pronto, la
absoluta singularidad del ser humano y su apertura constitutiva a Dios. El hombre vale más
que cualquier otra realidad mundana, dista cualitativamente de lo infrahumano; así lo
certifica la categoría bíblica imagen de Dios. Pero si esto es así, si el hombre vale más, ¿no
tendrá que ser más? La afirmación axiológica demanda, para poder sostenerse, una
afirmación ontológica; el plus de valor ha de estar apoyado en un plus de ser.
Thielicke afirma que tiene que haber en el hombre "un momento óntico" que respalde
objetivamente su inalienable singularidad frente al resto de lo real.
Según J. Ratzinger, el concepto alma en el lenguaje cristiano, no tiene nada que ver con la
filosofía griega; es un concepto estrictamente cristiano, en el que lo dialógico (lo funcional)
prima sobre el "en sí de lo ontológico", aunque no pueda darse sin ello.
La dimensión teologal, en suma, reclama la misma apoyatura ontológica que antes veíamos
reclamada por la afirmación del valor del hombre. Es, pues, no sólo lícito, sino ineludible,
entender por alma, como subraya J. L. Ruiz de La Peña, el momento óntico transmaterial
(irreductible a los momentos físico-químico-biológicos) de la realidad humana, que funda
objetivamente el valor del hombre y su capacidad teologal (dos caras de la misma moneda).
En definitiva, con el concepto de alma se trata de superar tanto el materialismo monista, así
como el dualismo griego y el dualismo reencarnacionista. J. A. Sayés ha recordado los
inconvenientes de olvidar el verdadero sentido del alma: fideísmo en el más allá; docetismo
o desprecio del cuerpo; falta de bases para una verdadera ética y antropología y, finalmente,
no se entendería el verdadero sentido de la resurrección de Cristo.
J. Huarte afirma, siguiendo la Tradición católica, que el alma es creada directamente por
Dios en el momento mismo de la generación, en su estructura formal y óntica, que hace
posible la unidad de la persona humana.
No se puede ocultar que, enlazado con este tema del origen del alma en el hombre, está el
de su final.
a. Que existió en la evolución del humanoide un salto "cualitativo", por una intervención
"especial" de Dios, infundiendo en él la dimensión espiritual (nesamah del que habla el
libro del Génesis) que le hizo ser no sólo "criatura" de Dios sino imagen y semejanza suya.
b. Que esta dimensión del hombre (este "plus óntico") es la "forma" lo que le hacer ser lo
que es en su valor último y determinante.
c. Que en todas y cada una de las personas que vienen a este mundo existe una nueva
intervención de Dios (creacionismo).
6. Esto quiere decir, en otras palabras, que en el tema del alma, hay que diferenciar:
6. Lo que llamamos "alma postmortem" (subsistencia personal) no se puede decir que sea el
"yo completo", ya que reclama "naturalmente" la corporeidad. Y, sin embargo, tiene
capacidad de actos intelectivos y de voluntad; tiene capacidad para recibir premios o
castigos (comprendida cierta "purificación"); tiene capacidad para interceder por los vivos
peregrinos (Comunión de los Santos).
a. Lo que se puede considerar como "efecto del pecado" (posibilidad de muerte teológica, y
necesidad de purificación).
b. Lo que es simple "hipoteca" espacio-temporal hasta que todo se "espiritualice" (Dios sea
todo en todos y la muerte quede vencida totalmente).
a. Este cuerpo que ahora está configurado por la "psijé", en la resurrección gloriosa será
configurado por el "pneuma" (1Cor 15, 44). y todo ello en los mismos cuerpos (y
cadáveres) con los que se había muerto. De no ser así, tampoco resucitarían los mismos
muertos (S. Ireneo).
A su vez, una correcta comprensión del tema que nos ocupa comportaría:
3. La vida divina afecta no sólo a la interioridad, sino a todo nuestro ser y obrar.
Afirma el Nuevo Catecismo que el primer hombre fue no solamente creado bueno, sino
constituido en amistad con su Creador y en armonía consigo mismo y con la creación en
torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva
creación...
La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del
Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres, Adán y Eva,
fueron constituidos en un estado de "santidad y justicia original" (Trento: DS 1511). Esta
gracia de la santidad original era una participación de la vida divina... Por la irradiación de
esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras
permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía morir (Gen 2,17; 3,19) ni sufrir
(Gen 3,16). La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la
mujer y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el
estado llamado de "justicia original"...
El "dominio" del mundo que Dios había concedido al hombre mismo como "dominio de sí'.
El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple
concupiscencia (1Jn 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los
bienes terrenos y a la afirmación de sí mismo contra los imperativos de la razón.
Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el Jardín (Gen 2,8).
Vive allí "para cultivar la tierra y guardarla" (Gen 2,15): el trabajo no le es penoso (Gen
3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el
perfeccionamiento de la creación visible. Toda esta armonía de la justicia original, prevista
para el hombre por designio de Dios, se perderá por el "pecado de nuestros primeros
padres".
¿Qué se esconde, teológicamente, detrás del tema del estado y de la gracia originales?
Al hablar de estado original, nos referimos a lo que la Biblia expresa con la palabra Edén y
paradeisos. Parece ser un calco de la palabra persa "pardes", que significa jardín o huerto.
La imagen del paraíso resuena al mito del "origen perfecto". Según este mito, lo perfecto
estuvo en el principio; el hombre primitivo lo tenía todo, por ser el primero. En la Biblia,
"paraíso", se utiliza en sentido material (ejem. Si 2,5; Cant 4,12) y en sentido propiamente
religioso (Gen 3-4). Lo llamativo, en la Biblia, es que el paraíso no es "morada de los
dioses" (como en el paganismo) sino morada de hombres, y, más que una morada, se refiere
"a un estado primordial y privilegiado" que refleja armonía, luz, gracia.
El hombre, creado por Dios, en su doble dimensión espiritual y material, era caduco,
terreno y mortal, pero estaba destinado a la vida y llamado por Dios a la intimidad con Él,
como fuente de su felicidad y de su plenitud.
La promesa del nuevo paraíso, preanunciado por los profetas y realizado en Jesucristo, que
se hará presente en la recapitulación final, se refiere a la transformación de la tierra en un
nuevo Edén (Ez 36,35; Is 51,3), en el que las aguas vivas brotarán desde el templo de Dios
y a sus márgenes crecerán árboles maravillosos que proporcionarán al Pueblo nuevo
alimento y curación (Ez 47,12). El árbol de la vida volverá a abrirse para los hombres (Ap
2,7). Este nuevo paraíso superará al primero, por la fecundidad maravillosa de la naturaleza
(Os 2,23), por la paz universal entre los hombres y con el cosmos creado (Os 2,20; Is 11, 6-
9), por el gozo sin mezcla de sufrimiento ni dolor (Jer 31,13; Is 35,10), por la supresión de
todo sufrimiento y de la misma muerte (Is 35,5; 65, 19), por la victoria sobre la antigua
serpiente (Ap 20,2) y por la entrada en una vida que no tendrá ya fin (Dan 12,2; Sab 5,15).
En el Nuevo Testamento son frecuentes las alusiones al paraíso, sobre todo en los escritos
paulinos. La obra de Cristo se presenta como el misterio salvador y redentor, que rehace la
ruptura inicial del hombre con Dios, y restaura el estado original. Cristo es el segundo
Adán, que devuelve a la humanidad lo que el pecado del primero le había quitado (Rom 5,
19); si el primero trasmitió la muerte, el segundo comunica la resurrección (1Cor 15, 22).
Son abundantes los términos, que indican la vuelta al estado inicial, cuando se trata de
definir la redención. Así, S. Pablo, en la carta a los Romanos 7, 7-25, parece admitir que
hubo, en la humanidad, un tiempo de inocencia y gracia, simbolizado por el yo que vive sin
ley. Llega el pecado y como consecuencia se produce el desequilibrio interno, que el
hombre experimenta. Cristo devuelve la gracia y la armonía. De Adán a Cristo hay una
línea ascendente de perfección. Adán posee ya, al comienzo de la historia, la gracia de
santificación, que Cristo llevará a plenitud.
Así pues, si antes decíamos que el paraíso es el símbolo del don de la gracia que Dios hace
a la humanidad, ahora podemos precisar con mayor justeza: el paraíso es el símbolo del
Verbo encarnado, "la imagen velada del mismo Jesucristo"; en Él hemos sido elegidos
"antes de la fundación del mundo" (Ef 1, 4-5): Por Él y para Él hemos sido creados (Col
1,16). La encarnación no es ante todo un misterio de redención y reconciliación; es un
misterio de divinización, del que la creación del hombre, a imagen de Dios (Gn 1, 26),
constituye su primer esbozo. De ahí que se haya podido decir, con tanta belleza como
precisión, que “cuando se modelaba el hombre de barro, se pensaba en Cristo, el hombre
futuro" (S. Agustín).
Estas ideas, tan reiteradas en el Nuevo Testamento, son un respaldo fuerte a la existencia de
un estado original o prelapsario, en el que la humanidad se encontraba en una alianza
especial con Dios, que el pecado rompió y fue sellada de nuevo en la encarnación y
misterio pascual de Cristo.
• Una, representada por S. Ireneo, considera la perfección del hombre como realizada al
final de la historia, y no al principio. El estado primero de la humanidad sería la infancia
del género humano.
1. Unos sostuvieron que Adán, antes de la caída, poseía sólo "los dones naturales" y
"preternaturales" (armonía interna, inmortalidad) y una gracia especial de Dios como ayuda
para no caer en tentación. Los dones "de gracia" (santificante y sobrenaturales) eran sólo
una promesa y si les hubieren concedido de no haber pecado (ejem.: Gilberto de la Porrée).
Esta postura ha vuelto a tener eco en teólogos contemporáneos como Flick-Alszeghy. Ellos
hablan de una posesión no formal, sino meramente virtual de la gracia. En el hombre antes
del primer pecado la gracia está seminalmente, como la vida intelectual en el niño, el fruto
en la flor. Esta presencia virtual es una ordenación intrínseca a la visión beatífica, que lleva
consigo la posesión actual de una perfección real, interna, sobrenatural. Entre esta posesión
virtual y la gracia santificante hay la misma proporción que entre la gracia santificante y la
gloria de los bienaventurados en el cielo.
2. Otros, distinguen dos fases: primero, Dios le creó con los dones naturales y,
posteriormente, le ortogó los sobrenaturales (ejem.: Pedro Lombardo, Alejandro de Ales, S.
Alberto Magno y S. Buenaventura). La persona humana necesita ejercitar su libertad para
recibir dichos dones sobrenaturales.
3. Un tercer grupo, entre los que se encuentra Sto. Tomás (Summa I-2, q.90-108; 1-2,
q.109-114), afirma que el hombre fue creado con los dones naturales y sobrenaturales
(particularmente, la gracia santificante comunicada al alma)
El Magisterio contemporáneo apoya esta tercera postura (CEC, nn. 374-379). Dos son las
ocasiones más importantes en que el Magisterio de la Iglesia ha tenido que intervenir en
este asunto. En las dos la discusión se centraba en el Pecado original. La primera en los
siglos V y VI, contra el Pelagianismo y Semipelagianismo.
Trento, en el Decreto sobre el pecado original, afirma que el primer hombre antes del
pecado poseyó la justicia y santidad, que incluyen los dones naturales y gratuitos. Señala
como consecuencias del pecado de Adán en todos los hombres la muerte y la
concupiscencia (Ds 787-792).
El año 1567 S. Pío V publicaba la bula "Ex ómnibus offlictionibus”, en la que condenaba
una serie de larga de preposiciones del teólogo belga Bayo. Uno de los temas sancionados
por la bula es que el profesor de Lovaina de tal manera relacionaba los dones paradisíacos
con la naturaleza humana, que no parecía salva-guardar su verdadera gratuidad.
Directamente la bula afirma la gratuidad específica de esos dones, pero en esa afirmación
va incluida la de su existencia (Ds 1026, 1055).
En los documentos del Concilio Vaticano II se encuentran una serie de referencias a este
estado prelapsario, de una manera más o menos explícita. En ellas se fijó el papa Pablo VI
en el discurso a los teólogos del 11 de julio de 1966:
a. LG 2: Dios creó el universo y decretó elevar a los hombres, para que participaran de la
vida divina. No parece que se trate solamente de un decreto intencional sino real, es decir,
que la humanidad participó de esa vida divina como consecuencia de esa voluntad
salvadora. Por eso añade que "caídos en Adán" no los abandonó, sino que les ayudó en
virtud de los méritos de Cristo.
b. GS 13: Este número confirma la interpretación que acabamos de hacer. El hombre fue
constituido en la justicia original. La perdió por abusar de su libertad al comienzo de la
historia, por dejarse arrastrar de la intención del maligno.
d. GS 22: Se presenta a Cristo como el que devuelve al hombre la semejanza divina, que el
primer pecado había deformado. Por eso Cristo es la gran revelación del hombre y para el
hombre. En la frase conciliar está presente el pensamiento tradicional de la redención como
una vuelta a lo que existía antes del primer pecado.
Pablo VI insiste en que el pecado original es "muerte del alma", es decir, privación y no
simple carencia de santidad y justicia. Hace referencia a Trento (Sesión V, can. 2-3). La
contraposición de los términos privación y no carencia es ya clásica en esta materia.
Privado de una cosa quiere decir que antes la poseía o tenía que poseerla. El ciego está
privado de la vista. Carencia significa solamente la no existencia sin relación alguna a la
posesión anterior o derecho de posesión. La piedra carece de vista, pero no está privada de
ella.
A este estado de justicia original alude claramente Juan Pablo II cuando dice: "Aquel hijo,
que recibe del padre la parte de patrimonio que le corresponde y abandona la casa para
malgastarla en un país lejano, "viviendo disolutamente", es en cierto sentido el hombre de
todos los tiempos, comenzando por aquel que primeramente perdió la herencia de la gracia
y de la justicia original" ("Dives in misericordia", n° 5).
En otra de sus catequesis, afirma: "El hombre fue creado en justicia original. La fuente de
dicha perfección es la amistad con Dios, mediante la gracia santificante y aquellos dones,
llamados en leguaje teológico preternaturales y que el hombre perdió por el pecado. Gracias
a estos dones, el hombre estaba unido en amistad y armonía con su Principio, poseía y
mantenía en sí mismo el equilibrio interior, y no sentía angustia ante la perspectiva de la
decadencia y de la muerte. El dominio sobre el mundo que Dios le había dado desde el
principio se realizaba ante todo como dominio de sí mismo, y con este autodominio y
equilibrio se poseía la integridad de la existencia (integritas) en el sentido de que el hombre
estaba íntegro y ordenado en todo su ser, ya que se hallaba libre de la triple concupiscencia
que lo doblega ante los placeres de los sentidos, de los bienes terrenos y de la afirmación de
sí mismo contra los dictámenes de la razón".
En resumen, Dios ha creado al hombre para hacerle participe de su propia vida divina. Este
destino es anterior a la libre decisión del hombre y supera cuanto el hombre puede
conseguir con las solas fuerzas de la naturaleza. Necesita para ello la ayuda de Dios que le
dé la posibilidad que por la creación no le fue concedida.
• Una humanidad inocente viviría la muerte de otro modo; no como ruptura, sino como
transformación; no como término brutal de la existencia, sino como pascua, esto es, como
paso de la fase transitoria a la fase definitiva del propio ser.
• Esta interpretación, que comenzó a ganar terreno en los años 1950-1960 y que es hoy
comúnmente defendida por exégetas y teólogos, se recomienda ya desde el mismo sentido
bíblico del término muerte; según hemos visto, la Escritura ve en ella algo más que una
realidad biológica. Ella es un acontecimiento existencial-personal; en cuanto tal, está
conectada al pecado y se opone a la vida, que es también más que la mera existencia,
porque sólo se da, en su sentido más cabal, en al ámbito de la comunión con Dios, el
viviente por antonomasia. Hemos advertido, igualmente, que Trento no hizo suya la versión
biologista de la muerte-pena propuesta por Cartago (bajo el influjo de San Agustín), sino
que le devolvió el ámbito religioso-teologal propio del lenguaje bíblico. Añádase, en fin,
que el bautismo, que quita toda la culpa y toda la pena debida por el pecado (DS 1316 = D
696), no sustrae de la muerte física; nos asocia a la muerte de Cristo, habilitando al
bautizado para vivirla como Cristo la vivió: como acto de fe, esperanza y amor, esto es,
como hechura de la gracia, y no como visibilidad y efecto del pecado.
• Finalmente, a la luz del cristocentrismo, hagamos notar que dichos dones preternaturales
aparecen como una profecía y anticipación de la condición definitiva querida por Dios para
el hombre: ser hijos en el Hijo. La reflexión sobre el estado originario no sólo nos habla de
la primera Creación sino que preanuncia la segunda y definitiva Creación en Cristo, la
segunda persona de la Trinidad encarnada.
Durante muchos lustros la aparición del hombre sobre la tierra se interpretaba a la luz de la
lectura histórica de los relatos bíblicos en una concepción fixicista del mundo. El hombre
salía integralmente de las manos de Dios por una acción directa e inmediata sobre la
totalidad del compuesto humano, entendido como alma y cuerpo. Los dos eran producidos
por Dios.
La concepción evolucionista se ha ido imponiendo día a día con mayor fuerza. Si Pío XII
hablaba todavía en el año 1950 del evolucionismo como de una hipótesis de trabajo, no
suficientemente probada, hoy la mayoría de los especialistas de las llamadas ciencias
positivas tienen el evolucionismo por un hecho. El científico considera que el primer
hombre es muy poco superior al animal, del que procede a las inmediatas, en su morfología
y en su psiquismo. Descubre la cadena de pasos graduales, por medio de la paleontología,
desde el reino animal al hombre y establece con estas premisas que la evolución explica
suficientemente la aparición del primer ser humano.
Pero el filósofo y el teólogo no se contentan con los datos anteriores, porque, a su juicio, no
explican satisfactoriamente la naturaleza del "nuevo" ser. Fundamentalmente el problema
está en lo siguiente: admitido que el hombre venga por evolución genética, surge la
pregunta: la naturaleza humana es irreductible por su dimensión intelectiva a la especie
animal en cuanto puramente sensitiva. ¿De dónde y cómo le viene esa nueva dimensión?
Se contestó durante años dividiendo al hombre en dos partes: cuerpo y alma. El alma es
creada inmediatamente por Dios e infundida luego en el cuerpo. Este procede por
evolución, pero es preparado por una acción especial de Dios, para que pueda ser receptor
del alma espiritual. En el origen del hombre se distinguen dos acciones de Dios, además del
concurso natural de la evolución: creación del alma espiritual y humanización del cuerpo.
El teólogo, al preguntarse por el origen del hombre, ha de tener delante los datos ciertos que
le suministra su propia fe:
c. El alma es forma del cuerpo humano, espiritual, simple, sustancial, inmortal (D 481,
738), racional (D 290, 338, 429). Sólo puede tener origen en un acto creador de Dios (D
2327), que produce en ese momento algo nuevo. De ninguna manera puede ser mero
producto de lo que le precede. El alma no existe fuera del cuerpo, sino que comienza a
existir como forma de él.
Es muy de tener en cuenta en todo este proceso evolutivo la irreductibilidad del hombre,
por su dimensión intelectiva, al reino de los animales, dotados únicamente de dimensiones
sensitivas materiales. El hombre respecto de todo cuanto le precede en la evolución es algo
verdaderamente nuevo. Esta novedad está en la inteligencia.
La capacidad intelectiva podemos definirla con Zubiri como el poder, que posee el hombre
de aprehender las cosas como realidades, no como meros estímulos. La capacidad de
abstracción es la forma más perfecta de la manifestación de la inteligencia. Pero así como el
niño es inteligente, antes de tener uso de razón, pudieron existir hombres inteligentes,
hombres-niños, en los que por inmadurez evolutiva la inteligencia carecía todavía de la
capacidad de abstraer.
Esta dimensión intelectiva establece, entre otras, las siguientes diferencias entre el hombre
y el animal:
a. El animal es: un ser enclasado, en climas, ambientes, comidas... El hombre no: se
acomoda a climas, ambientes, dietas diferentes...
c. El animal tiene imágenes materiales. El hombre tiene además ideas abstractas, "la silla'',
"el lenguaje"...
El hecho de que el hombre no pueda ser explicado por las fuerzas de la materia
evolucionante no ha de ser entendido como una censura en el árbol de la evolución, sino
como una continuidad discontinua, que intentamos explicar.
Morfológicamente el hombre procede del reino animal. Los paleontólogos han descubierto,
aunque con algunas lagunas, lo que puede ser la escala ascendente de los primates a los
homínidos y, desde éstos, al "homo sapiens", hombre con capacidad intelectual. Las
semejanzas morfológicas y psíquicas, progresivamente cada vez más complejas, llevan a la
conclusión de que no se trata de una mera sucesión, sino de una verdadera evolución
genética del mundo animal al hombre.
Pero volviendo al problema de la aparición del primer hombre surge la pregunta: ¿es la
hominización evolución? Para responder conviene distinguir entre evolución y mecanismos
evolutivos. No son lo mismo. Una cosa es la evolución y otra las causas que la motivan.
Evolución es un proceso genético, en el cual se van produciendo formas psicosomáticas
específicamente nuevas a partir de otras anteriores, en función intrínseca y determinante de
la transformación de éstas. El nuevo ser conserva las formas del anterior, pero
transformadas.
El hecho de la evolución deja intacta la cuestión del mecanismo evolutivo. Aquí es donde la
problemática se complejifica hasta el sumo, al determinar las causas que influyen en la
evolución y el modo de hacerlo. Hay causas de orden físico (ejem.: el ambiente), de orden
psíquico (ejem.: el modo de vida, la competitividad) Todos los ambientes, que componen el
mecanismo de la evolución, han de producir el cambio en el plasma germinal -genes-, para
que sea perdurable y hereditario -código genético-.
Un paso más: ¿Cómo entender esta creación de la nada, en conformidad con lo dicho de la
determinación por la transformación de las estructuras germinales? Enmarquemos la
explicación en estas dos líneas:
b. Tampoco es una creación ab extrínseco, o desde fuera. La psique intelectiva está creada
desde las estructuras biológicas, brota desde dentro. La acción creadora hace que florezca
desde dentro naturalmente una psique humana en el acto generacional. Esto sucede en todo
individuo humano y por lo tanto también en los homínidos hominizados desde antepasados
infrahumanos. En el cambio germinal, que produce la hominización de las estructuras
somáticas, florece intrínsecamente desde ellas, surge naturalmente, por una acción creadora
intrínseca, una psique intelectiva. La acción creadora pertenece al mecanismo de la
evolución. Es el cumplimiento intrínseco de la exigencia de transformación germinal. Por
esto la acción creadora no sólo no interrumpe el proceso de la evolución, sino que lo lleva a
su término. Una especie, que tuviera las estructuras somáticas, que posee el homínido
hominizado, y no poseyera la psique intelectiva, no hubiera podido subsistir
biológicamente. En resumen, el espíritu no aparece como un epifenómeno de la materia,
sino como una efloración de la misma. No como un epifenómeno, porque no es producido
por ella sola. La materia en virtud de la evolución llega a producir en el psiquismo del
homínido prehumano, inmediatamente anterior al primer hombre, una configuración
morfológica y una psique sensitiva, que exige, para poder subsistir, el complemento de la
psique intelectiva. Por eso la creación del alma no es una mera adición externa.
Es una efloración de las fuerzas de la materia, porque la acción del Creador no es exterior,
sino interior a la acción de las creaturas. La psique intelectiva está creada desde las
estructuras biológicas, brota desde el fondo de la vida misma. Por esta razón la psique
intelectiva aparece como complemento de la evolución. Los mecanismos evolutivos son
causa determinante del espíritu, pero no efectora del mismo. Lo exigen, pero no lo
producen.
Este concurso especial de Dios para la creación de la psique humana es llamado por
algunos concurso creativo, mientras reservan el nombre de concurso natural para el resto de
la evolución.
Hemos llamado a este proceso "continuidad discontinua", porque el hombre nace en virtud
de la evolución anterior -continuidad-, pero bajo la influencia especial que llamamos
concurso creativo, por eso discontinuidad.
En el tema del alma humana, siempre está en juego un doble concepto: creacionismo y
generacionismo. En la Iglesia antigua ambas opiniones tuvieron sus defensores. San
Agustín prefiere hablar de generacionismo para explicar la transmisión del pecado de Adán
a todos los hombres. Santo Tomás, mediante otra teoría, rompe la conexión entre este
pecado y el proceso generativo, abriendo la puerta al creacionismo. El generacionismo, del
cual se hace eco muchas veces la teología protestante, tiende a ver el alma como
multiplicada por generación o surgiendo del alma sensitiva. Mientras que el catolicismo
sostiene que las almas son creadas directamente por Dios ("Humani Generis"). En este
último sentido, la creación de Dios, al mismo tiempo, es un acto único e indivisible pero a
la vez interviene en cada persona conjuntamente con la generación de los padres. Hay que
afirmar esto para resaltar la razón y libertad del hombre y su especial referencia a Dios.
Insistamos en que la novedad, que aún hoy supone la aparición de una persona, ha sido
explicada de diversas maneras en la historia: emanatismo, preexistencialismo,
traducianismo o generacionismo y creacionismo.
El emanatismo es patrimonio de todos los sistemas panteístas, que hacen derivar el alma de
la misma sustancia de Dios. En esta ideología hay que alistar a los Estoicos, Maniqueos,
Priscilianistas... Contra ellos la Iglesia mantuvo siempre la distinción entre alma y la
sustancia divina (cf D 31, 235, 348...).
El preexistencialismo afirma que el alma existe antes de su unión con el cuerpo. Hay dos
corrientes en esta teoría. Por un lado los que afirman, que las almas son encerradas en los
cuerpos como castigo por una culpa cometida en esa vida anterior (Gnósticos, Orígenes) o
los que dicen que sin culpa alguna anterior las almas se unen a los cuerpos. Fue condenado
por la Iglesia (cf. D 203, 236).
a. Creer que Dios primero crea el alma y luego la infunde en el cuerpo. Infusión y creación
se dan en el mismo momento.
b. No hay que concebir la acción de Dios como actuando desde fuera. Dios, causa
trascendente, actúa desde dentro de la acción misma de los hombres.
c. Entender esa creación del alma como un acto nuevo creador. “El acto creador de Dios es
único y simple, es la acción única de su voluntad, que abraza y sostiene todo el cosmos y el
tiempo con todo lo que contiene. En la creación sólo se puede hablar de distinciones en
cuanto la creación significa, que el ser de las cosas depende de Dios. Por eso la creación
especial del alma humana no significa sino una especial dependencia en su ser. Lo cual a su
vez implica un modo especial de ser en relación con el Creador".
Cuando los padres engendran al hijo, ser personal, sucede algo nuevo que requiere una
explicación. La acción generativa no puede producir ese ser nuevo en su totalidad. El efecto
es superior a la causa. La personalidad no nace como producto de lo bioquímico. Es
entonces cuando hay que echar mano de una causalidad superior, que actúe juntamente con
la causa secundaria, a la que trasciende y eleva haciendo que se autosupere. Dios no actúa
al lado de los padres sino juntamente con ellos. No obra desde fuera, sino desde dentro de
la misma acción engendradora. Por eso los padres producen todo el hombre y Dios también.
Cada uno en la esfera de acción que le es propia.
M. Flick-Z. Alszeghy afirman que la creación de cada alma tiene que concebirse como una
producción que difiere, bien sea del concurso ordinario de Dios, bien de la creación de la
sustancias completas como en la creación del mundo. Por ello abogan por el término de
"causalidad instrumental" como forma de explicar la relación existente entre la generación
humana y la creación divina. Por esta causalidad instrumental se entiende una causa que
produce un efecto que supera su capacidad en cuanto que su acción es excitada, elevada y
conducida por la acción de una causa superior.
J. Huarte subraya que el alma es creada directamente por Dios en el momento mismo de la
generación, en su estructura formal y óntica, que hace posible la unidad de la persona
humana. Enlazado con este tema del origen del alma en el hombre, está el de su final.
De todo lo expuesto en los dos puntos anteriores, podemos deducir el siguiente esquema:
• No por epifenómeno de la materia (no es un producto de ella sola), sino por efloración de
la misma (acción creadora de Dios desde dentro).
El tema de la reencarnación, dentro de la New Age, es algo muy popular. Tratado en forma
científica y en forma novelada, es entendida como evolución optimista hacia la perfección
total subjetiva y personal, según los diversos niveles de conciencia adquiridos. No es la
reencarnación clásica oriental (más bien purgativa y purificativa), sino la positiva: porque
en cada vida conseguimos niveles de conciencia cada vez más superiores.
Como afirma S. del Cura, "En las versiones occidentales de creencia en la reencarnación,
vigentes en nuestros días, se acentúa con más fuerza que en las tradiciones orientales la
valoración positiva de esta reencarnación, enlazándola con los ideales propios de evolución
progresiva, autorrealización personal y logro de la propia madurez"(R. Steiner).
• Trautmann desde la física nuclear (la persona humana sería una correlación de electrones
pensantes);
• I. Stevenson desde los recuerdos de ciertas personas que afirman haber vivido otras
existencias anteriores;
• Y, desde luego, diversos fenómenos culturales tales como remedio para mitigar el miedo a
la muerte (la muerte sería como la mariposa que echa a volar saliendo de la larva),
elementos astrológicos, y hasta la postura ética contemporánea de no jugarse todo en una
existencia o en opciones fundamentales vinculantes.
Unido al tema de esta reencarnación en sentido positivo, y para encontrar una base fiable y
plausible, se encontraría la creencia en cuerpos energéticos, entre ellos un "cuerpo astral", y
en la importancia y sentido de los "chakras".
Según esto, el cuerpo físico está rodeado externamente por siete cuerpos energéticos que,
como capas de energía, lo envuelven. La cuarta capa es el cuerpo astral. La enumeración
completa de estos cuerpos sería:
• cuerpo emocional,
• cuerpo emocional
Los chakras tienen como misión mantener la energía humana en equilibrio mediante un
proceso de corriente energética entre ellos.
Otra forma de denominar los campos energéticos o el espectro energético es el "aura", que
incluso, se afirma, puede ser fotografiada. Dicha aura, multicolor, representaría diversos
órganos:
M. Blavatsky habla de cuerpo físico, principio vital, cuerpo astral, kama rupa o lugar de
deseos y pasiones, inteligencia (mana), alma espiritual (buddi) y espíritu (atma). Atma,
buddi y mana forman el "christós" (el Cristo), la conciencia plena y realizada. Por su parte,
la antroposofía habla de cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral, forma de mi yo, el yo
espiritual, el espíritu de la vida, el hombre espiritual.
Al hilo de lo que venimos diciendo, me atrevo a realizar una observación y una pregunta.
¿No será el momento, en la antropología de cuño cristiano, de integrar esta dimensión
"energética" de la persona humana? Tal vez la visión de la persona humana tradicional ha
estado demasiado condicionada sólo por tres dimensiones: biofísica, psicológica-emotiva-
racional y espiritual-pneumática. Desde la aceptación del campo energético, como
integrante de la visión del hombre, la antropología se enriquecería y equilibraría muchas de
las posturas hasta ahora alejadas de la visión cristiana.
En cualquier caso, esta problemática se clarificaría desde la antes señalada sobre el tema
del "alma".
Poco a poco, en los umbrales del tercer milenio, se diseñan tres grandes revoluciones,
paralelas y distantes:
• La ecológica,
• la del potencial humanista, llamada New Age,
• la artificial-metahumana, denominada cibernética o biónica.
Tal vez, lo que está en juego no es sólo el desplome de una civilización, sino sobre todo la
supervivencia del ser humano. Por un lado, ¿Primará "lo natural" sobre lo humano?
¿Sustituirá el geocentrismo al antropocentrismo? y, por otro lado, ¿primará la máquina
sobre la persona humana? ¿Sustituirá la cibernética a la memoria-sensibilidad-acción
humanas? y, en el fondo, ¿a imagen de quién estará hecho el hombre: de sus supuestas
potencialidades, de la diosa Gaia, de la diosa cibernética o del Dios Vivo y viviente?
Comenzamos por el hombre biónico, por estar muy unido a lo transhumano. En el final de
nuestro siglo se comienza a hablar de "Tecno Sapiens". La tecnología seguirá siendo el
símbolo del 2000. Gracias a ella, se supone que viviremos mejor, viajaremos más lejos,
adquiriremos otros hábitos de vida y se hará posible una nueva civilización. El cambio que
se anuncia es tan radical que incluso se habla de una nueva especie humana.
Entonces, ¿por qué el Vaticano y el Papa han levantado una voz tan crítica en este tema?
Porque si éticamente no se pone freno se abre el terrible camino de “fabricar" hombres y
mujeres en serie, seleccionando la raza, o el color de la piel o el sexo o hasta las
características de la altura, color de los ojos o el pelo. Es lo que por ejemplo intentó, sin
éxito, Hitler con relación a la raza aria. O lo que las novelas de ciencia ficción nos relatan
sobre la suplantación de un hombre importante por otro para "manipularle" (por ejemplo,
un Presidente de una nación).
Desde el hombre cibernético y biónico, son muchos los interrogantes que nacen:
• ¿Será la raza humana capaz de una mutación de tal calibre?
• ¿Seremos capaces de saltar los límites del propio ser humano?
• ¿Hacia dónde y hasta dónde?
Hemos comenzado un camino. El final puede tener una meta feliz o tal vez sólo nos lleve a
un callejón sin salida. Algo es cierto: no todo lo técnicamente posible es lo que éticamente
conviene, ni lo que automáticamente ayudará a crecer a la persona y convertir nuestro
entorno en un mundo verdaderamente humano. Ciertamente somos más ricos y poderosos,
en conjunto, pero cada vez más débiles y más desconocidos a nosotros mismos. Las
preguntas del filósofo se mantienen en pie:
La repuesta no "está en el aire" sino en nuestras manos, en los hombres y mujeres del
nuevo milenio.
BIBLIOGRAFÍA PARA SEGUIR PROFUNDIZANDO SOBRE EL TEMA
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H.SEEBAS, Carne, en "Dizionario dei concetti biblici del Nuovo Testamento", 204- 211.
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