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LA PENÍNSULA IBÉRICA.
INTRODUCCIÓN.
Sin embargo, contamos con indicios arqueológicos suficientes como para sugerir que
este patrón nómada no fue perpetuo. Manuel Santonja detectó que muchos de los
yacimientos peninsulares más antiguos estaban situados en terrazas fluviales y lacustres,
lo que apunta hacia un patrón regular de poblamiento en los entornos próximos a ríos,
lagunas y charcas. Un ejemplo claro son las terrazas madrileñas del río Manzanares,
donde la gran acumulación de yacimientos paleolíticos en lo que fueron sus orillas
apuntaría a un poblamiento habitual, favorecido por la existencia regular de agua, la
presencia de provisiones seguras de carne, la proliferación de suministros vegetales y la
posibilidad periódica de practicar el carroñeo. Este tipo de entornos proporcionarían varias
ventajas para la supervivencia de los primeros humanos: concentración regular de
animales y plantas, disponibilidad de recursos alimentarios suficientes, posibilidad de
adaptación a los ritmos naturales regulares y de predicción de éstos.
Esta interpretación guarda bastante relación con una de las conjeturas más
interesantes sobre el comportamiento de los primeros homínidos africanos, la hipótesis del
"campamento base", formulada por Glyn Isaac para explicar el comportamiento de los
homínidos en Olduvay. Esta hipótesis, ideada para África, pronto se aplicó a otros marcos
del Pleistoceno inferior, manteniendo la idea clave de que los primeros seres humanos
planificaban sus modos de vida a partir de campamentos base que actuaban como lugares
centrales para organizar la supervivencia y que servían como referencias territoriales para
sus desplazamientos cíclicos. Esta hipótesis, hoy asumida de manera casi inconsciente1,
es muy arriesgada de trasladar a las primeras comunidades humanas. Implicaba un
comportamiento planificado, lejos de conductas oportunistas o al azar. Suponía una
capacidad de consumir el alimento de manera diferida, aun a corto plazo, no siendo
necesario consumir la carne en el lugar del aprovisionamiento, pudiendo trasladarla al
campamento base para consumirla con mayor comodidad y seguridad. Por último,
implicaba asumir que existía un reparto de alimentos según ciertas normas, lo que supone
algún patrón de socialización o contrato social entre los miembros del grupo. Isaac añadió
una cuarta repercusión, tan interesante como polémica: división de las tareas por sexos,
con los hombres cazando y las mujeres recolectando vegetales y pequeños animales.
Tampoco hay consenso sobre la dieta de los primeros humanos peninsulares. Algunos
especialistas apuntan a una alimentación básicamente vegetariana, debido a las
facilidades de suministro que representa la recolección de vegetales en comparación con
la caza. Pero la mayoría considera imprescindible el consumo de proteínas animales para
mantener los niveles adecuados de subsistencia, considerando la carne como el bien
preciado que motivaba los desplazamientos. En este punto surge la polémica entre la caza
y el carroñeo como hábito de obtención de la carne.
1
No en vano, ha sido recurrente en los modos de vida de muchas sociedades de cazadores-recolectores que
hemos conocido en el siglo pasado.
En la década de 1980, Binford sometió a dura crítica el mito anterior. Tras estudiar los
huesos recuperados en varios yacimientos europeos, llegó a la conclusión de que los
primeros humanos carecían de las habilidades y capacidades necesarias para abatir no
solo a grandes animales, sino incluso a los herbívoros más pequeños y, en última
instancia, para realizar cualquier actividad de caza. En consecuencia, la única ocasión que
tendrían aquellos humanos para ingerir carne radicaría en el hallazgo casual de carroña
procedente de animales muertos, bien por causa natural o abatidos por otros animales.
Era una idea revolucionaria que atacaba contra la naturaleza orgullosa del ser
humano, rebajándole a la posición de un simple y modesto carroñero oportunista.
Siguiendo esta nueva hipótesis del “carroñero oportunista”, los sitios de Torralba y
Ambrona han sido analizados por equipos multidisciplinares y reinterpretados como
simples lugares donde morían de manera natural los elefantes ya viejos, visitados en
ocasiones por los humanos para acceder a su carne.
La presencia de tantos individuos en una pequeña sima comunicada con las superficie
por un pequeño agujeros ha llamado la atención de los investigadores, ya que en una
época tan temprana del Pleistoceno inferior resulta complicado asegurar que los seres
humanos contasen con conductas simbólicas tan complejas como la conciencia ante la
muerte. En cualquier caso, el equipo de Atapuerca concibe dicha Sima como una especie
de tumba colectiva, lo que representaría un salto decisivo en el nivel de la conciencia
humana (algo muy criticado por otros muchos especialistas). Por otra parte, la única pieza
lítica encontrada ha sido un bifaz rojizo en forma de corazón (cordiforme) al que han
apodado “Excálibur” a interpretado como una ofrenda a los muertos hasta allí trasladados.
¿Casualidad? ¿Ofrenda a los muertos? No se sabe pero, de ser así, sería la primera
expresión de sentimiento por la muerte de seres queridos, de la humanidad.
No parece que los modos de vida de los primeros neandertales fueran muy diferentes
a los de los últimos heidelbergensis. Esta similitud armoniza bastante bien con el modelo
de ‘neandertalización progresiva’ que proyecta una continuidad biológico-cultural entre
ambas especies. La falta de datos de que disponemos complica la posibilidad de
reconstruir los modos de vida de hace 130.000 años, incluso es difícil discernir entre si
eran nómadas, motivo por el que muchas interpretaciones tienen poca base arqueológica.
En el caso del yacimiento catalán de Abríc Romaní, en los niveles datados hacia
55.000 BP, se observa una peculiar sectorización, con zonas específicas para reposar
protegidas por las paredes y otras zonas para realizar actividades habituales en
campamentos residenciales, pautadas por hogares amplios y estructurados. Eudall
Carbonell describe este patrón como “áreas de actividad de propósito especial”. Este
patrón de organización espacial recuerda al utilizado por los cazadores-recolectores
actuales en su comportamiento diario. Carbonell describe la organización de Abríc Romaní
como zonas estrictamente delimitadas para segmentar las tareas cotidianas en un lugar de
habitación durante largos periodos de tiempo. Ahora bien, la aparición de campamentos
residenciales no implica un uso permanente de las cuevas, reflejando más bien una
sucesión de cortos episodios de ocupación estacional.
Uno de los principales problemas para los neandertales fue su propio estilo de vida.
Las investigaciones recientes sugieren que los neandertales vivían en comunidades muy
reducidas, autárquicas y muy aisladas. Por ello, las comunicaciones entre los distintos
grupos eran muy pocas y las posibilidades de intercambiar opiniones y parejas eran, por lo
tanto, mínimas. La información constituye un componente absolutamente crucial en el
mundo del cazador-recolector. El aislamiento, asociado a una situación de endogamia
crónica, supuso un constante empobrecimiento del patrimonio genético que desembocó en
un desastre biológico. Los cazadores-recolectores actuales practican la parentela
exogámica o patrilocalidad porque son conscientes de los peligros que acarrea la
endogamia para su supervivencia.
Está claro que el neandertal no se extinguió de manera brusca o radical. Las causas
de su destino habría que buscarlas miles de años antes, generando una tendencia
catastrófica que se hizo más grave con el paso de los años y que no pudo siquiera
corregirse con los cambios conductuales que aparecieron hace 30.000 años. En su etapa
final incorporaron nuevas tecnologías (armas arrojadizas) y comportamientos simbólicos
(conchas marinas con orificios y tintadas de ocre que sirvieron como colgantes para el
ornato personal) que seguramente les permitieron sobrevivir más tiempo, aunque las
tendencias catastróficas iniciadas varios milenios atrás seguramente eran ya irreversibles.
La llegada del Homo sapiens hace 40.000 años supuso también la implantación del
comportamiento moderno en la península Ibérica. Los pocos yacimientos reconocidos y la
parquedad del registro auriñaciense apuntan a poblaciones reducidas y poco significativas,
comparadas con las de latitudes más septentrionales de Europa. Probablemente se tratase
de pequeñas comunidades que, practicando un rango amplio de movilidad residencial,
recurren a un aprovechamiento muy generalista de los recursos y a unas redes sociales
bastante sencillas. Este discreto modo de vida pudo mantenerse durante 10.000 años y
revela una relación armoniosa entre el medio ambiente y las necesidades humanas.
Los arqueólogos norteamericanos conocen bien las matanzas catastróficas por las
crónicas etnográficas sobre los pueblos nativos norteamericanos. Los pueblos esquimales
del norte de Alaska estudiados por Binford también son expertos en este tipo de caza.
Todos ellos utilizaban técnicas para acorralar a sus presas y contaban con una
organización muy estricta en la que participaban todos los miembros de la comunidad e
incluso bandas procedentes de otros lugares.
2
En el sentido de individuos investidos del poder y con capacidad para controlar a la comunidad