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TEMA 4: PALEOETNOGRAFÍA DE LAS COMUNIDADES PALEOLÍTICAS DE

LA PENÍNSULA IBÉRICA.

4.1. El Paleolítico Inferior

4.2. El Paleolítico Medio.

4.3. El Paleolítico Superior.

INTRODUCCIÓN.

El Paleolítico, es periodo inicial y el largo del devenir humano y se define por la


presencia de instrumental tallado en piedra y la ausencia de objetos cerámicos y de metal.
La clásica división tripartita del Paleolítico (inferior, medio y superior) alude a un ritmo de
evolución tecnológica, tradicionalmente interpretada como reflejo de cambios en el
comportamiento humano, así como del aumento progresivo de su capacidad intelectual.
Las subdivisiones tradicionales de la Prehistoria se han establecido teniendo en cuenta los
elementos de cultura material, definiéndose cada periodo según el tipo de instrumental y,
en última instancia, del modo de vida o economía predominante en cada periodo.

Sin embargo, en este tema se va a analizar el mundo de los cazadores-reproductores


paleolíticos desde una óptica antropológica y no desde una perspectiva arqueológica
tradicional. Esto no es lo habitual, pues los asuntos relativos al poblamiento, la
subsistencia o la sociedad se consideran meros suplementos de la información
estrictamente arqueológica. Así, hemos intentado dar un nuevo enfoque, más en línea con
la antropología social que con el historicismo arqueológico. Los medios de vida, los modos
de poblamiento o la conducta social cobran importancia respecto a los datos meramente
arqueológicos, que quedan en segundo plano. El capítulo se estructura en tres partes,
correspondientes al Paleolítico inferior, medio y superior, con sus respectivas especies
protagonistas: Homo antecesor, Homo heidelbergensis y Homo sapiens.

4.1. EL PALEOLÍTICO INFERIOR

Las primeras poblaciones humanas de la Península Ibérica fueron comunidades


nómadas de cazadores-recolectores, que probablemente recorrían amplios territorios para
lograr alimento, apremiadas por los ritmos de la naturaleza. Se trataría de pequeñas
bandas oportunistas que practicaban un nomadismo continuado para buscar alimento
inmediato, pues carecían de estrategias para garantizar su aprovisionamiento, incluso a
medio plazo. En esta interpretación se perciben las ideas del norteamericano Lewis
Binford, refiriéndose a los primeros humanos africanos. En opinión Binford los primeros
seres humanos tenían habilidades muy limitadas para buscar alimento, ya que competían
con grandes carnívoros y carroñeros para aprovisionarse de carne. Debido a estas
complicadas circunstancias, Binford pensó que aquellos primeros seres humanos habrían
sobrevivido con la ingesta de alimentos de bajo nivel trófico, ya que la adquisición de carne
se habría convertido en una labor muy arriesgada.

Sin embargo, contamos con indicios arqueológicos suficientes como para sugerir que
este patrón nómada no fue perpetuo. Manuel Santonja detectó que muchos de los
yacimientos peninsulares más antiguos estaban situados en terrazas fluviales y lacustres,
lo que apunta hacia un patrón regular de poblamiento en los entornos próximos a ríos,
lagunas y charcas. Un ejemplo claro son las terrazas madrileñas del río Manzanares,
donde la gran acumulación de yacimientos paleolíticos en lo que fueron sus orillas
apuntaría a un poblamiento habitual, favorecido por la existencia regular de agua, la
presencia de provisiones seguras de carne, la proliferación de suministros vegetales y la
posibilidad periódica de practicar el carroñeo. Este tipo de entornos proporcionarían varias
ventajas para la supervivencia de los primeros humanos: concentración regular de
animales y plantas, disponibilidad de recursos alimentarios suficientes, posibilidad de
adaptación a los ritmos naturales regulares y de predicción de éstos.

Esta interpretación guarda bastante relación con una de las conjeturas más
interesantes sobre el comportamiento de los primeros homínidos africanos, la hipótesis del
"campamento base", formulada por Glyn Isaac para explicar el comportamiento de los
homínidos en Olduvay. Esta hipótesis, ideada para África, pronto se aplicó a otros marcos
del Pleistoceno inferior, manteniendo la idea clave de que los primeros seres humanos
planificaban sus modos de vida a partir de campamentos base que actuaban como lugares
centrales para organizar la supervivencia y que servían como referencias territoriales para
sus desplazamientos cíclicos. Esta hipótesis, hoy asumida de manera casi inconsciente1,
es muy arriesgada de trasladar a las primeras comunidades humanas. Implicaba un
comportamiento planificado, lejos de conductas oportunistas o al azar. Suponía una
capacidad de consumir el alimento de manera diferida, aun a corto plazo, no siendo
necesario consumir la carne en el lugar del aprovisionamiento, pudiendo trasladarla al
campamento base para consumirla con mayor comodidad y seguridad. Por último,
implicaba asumir que existía un reparto de alimentos según ciertas normas, lo que supone
algún patrón de socialización o contrato social entre los miembros del grupo. Isaac añadió
una cuarta repercusión, tan interesante como polémica: división de las tareas por sexos,
con los hombres cazando y las mujeres recolectando vegetales y pequeños animales.

Esta hipótesis fue adaptada al Pleistoceno Inferior de la península Ibérica sobre


premisas similares, pero usando otras calificaciones. Por ejemplo, en la Gran Dolina de
Atapuerca, se consideran los niveles TD4-TD6 como representativos de un “sitio
referencial”, un lugar ocupado durante largos periodos de tiempo de modo que serviría
como punto de referencia clave del comportamiento territorial y representaría un hábitat
multifuncional para la realización de múltiples actividades.

Sim embargo hay división de opiniones al respecto. Algunos expertos en el Paleolítico


interpretan los sitios referenciales como asentamientos más o menos permanentes que se
instalaban en lugares idóneos para contar con provisiones a lo largo de todo el año. Pero
otros especialistas sospechan que se trataba de campamentos temporales para acoger
breves estancias, coincidentes con los periodos de concentración estacional de recursos.

4.1.2. Hábitos de subsistencia: De cazador poderoso a carroñero oportunista

Tampoco hay consenso sobre la dieta de los primeros humanos peninsulares. Algunos
especialistas apuntan a una alimentación básicamente vegetariana, debido a las
facilidades de suministro que representa la recolección de vegetales en comparación con
la caza. Pero la mayoría considera imprescindible el consumo de proteínas animales para
mantener los niveles adecuados de subsistencia, considerando la carne como el bien
preciado que motivaba los desplazamientos. En este punto surge la polémica entre la caza
y el carroñeo como hábito de obtención de la carne.

1
No en vano, ha sido recurrente en los modos de vida de muchas sociedades de cazadores-recolectores que
hemos conocido en el siglo pasado.

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El mito del “cazador poderoso” fue popularizado en la década de 1970 a través de
algunas obras literarias, presentando a los primeros humanos como dominadores de la
naturaleza, con unas habilidades superiores en el arte de la caza que les permitirían abatir
cualquier animal, por muy peligroso que fuera. Este mito encontró un ejemplo perfecto en
la península Ibérica: los “mataderos de elefantes” de los yacimientos sorianos de Torralba
y Ambrona, cuya alta concentración de huesos, sobre todo de éstos animales, llevó a
algunos prehistoriadores de la época a darle aval científico. Así, se propuso que este tipo
de lugares, situados en torno a charcas y ciénagas, procuraban un lugar idóneo para que
grupos organizados y armados con jabalinas y teas se ocultaran y acecharan a los grandes
animales por parte de. Aprovechando las migraciones de las manadas, las asaltarían en
los pasos de montaña aprovechando las trampas naturales encenagadas.

En la década de 1980, Binford sometió a dura crítica el mito anterior. Tras estudiar los
huesos recuperados en varios yacimientos europeos, llegó a la conclusión de que los
primeros humanos carecían de las habilidades y capacidades necesarias para abatir no
solo a grandes animales, sino incluso a los herbívoros más pequeños y, en última
instancia, para realizar cualquier actividad de caza. En consecuencia, la única ocasión que
tendrían aquellos humanos para ingerir carne radicaría en el hallazgo casual de carroña
procedente de animales muertos, bien por causa natural o abatidos por otros animales.

Era una idea revolucionaria que atacaba contra la naturaleza orgullosa del ser
humano, rebajándole a la posición de un simple y modesto carroñero oportunista.
Siguiendo esta nueva hipótesis del “carroñero oportunista”, los sitios de Torralba y
Ambrona han sido analizados por equipos multidisciplinares y reinterpretados como
simples lugares donde morían de manera natural los elefantes ya viejos, visitados en
ocasiones por los humanos para acceder a su carne.

En la actualidad, la imagen de nuestros antepasados como carroñeros no se vive con


tanto dramatismo, pues se acepta a los primeros humanos como carroñeros secundarios,
incapaces de competir con grandes carroñeros como la hiena de hocico corto. Ahora se
concibe el carroñeo como una práctica complementaria de la caza. Esta versatilidad se
refleja en el registro de heidelbergensis de la Gran Dolina y la Galería de Atapuerca de
hace 300.000 años. En los niveles TD10 y TD11 de la Gran Dolina hay pruebas tanto de
caza selectiva de bóvidos, caballos y cérvidos, mientras que en los niveles coetáneos de
Galería hay pruebas de carroñeo de cadáveres de animales.

Más recientemente, el equipo científico de Atapuerca ha dado otra vuelta de tuerca a


los modos de la alimentación humana más antigua. Las estrías observadas en varias
piezas dentales recogidas en la Sima de los Huesos revelan que el Homo heidelbergensis
había padecido una dieta muy abrasiva asociada con un consumo mayoritario de vegetales
duros. Los datos preliminares apuntan que estos recursos pudieron constituir más de un 80
% de la dieta, siendo la ingesta de carne algo limitado u ocasional. Además, el mismo
equipo ha hallado pruebas inequívocas de la dificultad de hallar alimento en ocasiones. En
algunos huesos humanos procedentes del nivel TD6 de Gran Dolina se han hallado huellas
de canibalismo: marcas de útiles líticos sobre sus superficies con el único objetivo de
extraer carne humana. Los expertos lo han denominado: “canibalismo gastronómico”, pues
sólo perseguía conseguir un poco de alimento para sobrevivir. Este comportamiento, que
sería excepcional y reducido a tiempos de profunda carestía, demostraría la dificultad
cíclica para obtener alimentos.

A raíz de los últimos descubrimientos de Atapuerca, el dilema caza-carroñeo se ha


flexibilizado hasta concebirse ambas prácticas como complementarias. Así, en niveles de

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la Gran Dolina con antigüedad de 300.000 BP, se han hallado pruebas de una caza
selectiva de bóvido, équido y cérvido, mientras que en el complejo Galería-Tres Simas, con
la misma antigüedad, hay pruebas de carroñeo de animales que se precipitaron y murieron
en una trampa natural. En todo caso y tras haber encontrado evidencias de canibalismo y
estudiado varias piezas dentales, el equipo de Atapuerca sostiene que, tanto la dieta del
Homo antecessor como del Homo heidelbergensis, fue vegetariana en más de un 80% y
que incluso resultó problemático disponer en todo momento del alimento cotidiano,
existiendo tiempos de profunda carestía.

4.1.3. Costumbres sociales: Más interrogantes que respuestas

Tampoco es sencillo reconstruir los modos de comportamiento social de los primeros


seres humanos. Los interpretaciones basadas en argumentos antropológicos han permitido
trazar una “imagen prototipo”: grupos pequeños organizados en bandas simples, que se
dispersaban por el territorio sin mucho contacto entre ellos, viviendo como unidades
autosuficientes con hábitos nómadas y sin ninguna pretensión de reclamación territorial. Se
ha estimado el tamaño de estos grupos en un mínimo de 25 personas, pero las mejores
valoraciones proceden de la Sima de Los Huesos de Atapuerca, que presenta restos de 32
individuos heidelbergensis (una muestra impresionante para un yacimiento arqueológico)
cuya muerte se produjo en un tiempo limitado y por causas catastróficas. Estos restos
permiten trazar una fotografía precisa de un grupo humano. Los paleoantropólogos han
interpretado a esta treintena de individuos como parte de una media docena de unidades
familiares básicas y presenta una distribución equilibrada de hombres y mujeres. Este
modelo resulta compatible con la organización social apreciada por los antropólogos para
las comunidades de cazadores-recolectores simples.

La presencia de tantos individuos en una pequeña sima comunicada con las superficie
por un pequeño agujeros ha llamado la atención de los investigadores, ya que en una
época tan temprana del Pleistoceno inferior resulta complicado asegurar que los seres
humanos contasen con conductas simbólicas tan complejas como la conciencia ante la
muerte. En cualquier caso, el equipo de Atapuerca concibe dicha Sima como una especie
de tumba colectiva, lo que representaría un salto decisivo en el nivel de la conciencia
humana (algo muy criticado por otros muchos especialistas). Por otra parte, la única pieza
lítica encontrada ha sido un bifaz rojizo en forma de corazón (cordiforme) al que han
apodado “Excálibur” a interpretado como una ofrenda a los muertos hasta allí trasladados.
¿Casualidad? ¿Ofrenda a los muertos? No se sabe pero, de ser así, sería la primera
expresión de sentimiento por la muerte de seres queridos, de la humanidad.

4.2. EL PALEOLÍTICO MEDIO

4.2.1. Modos de poblamiento: Entre cubiles animales y hogares humanos

No parece que los modos de vida de los primeros neandertales fueran muy diferentes
a los de los últimos heidelbergensis. Esta similitud armoniza bastante bien con el modelo
de ‘neandertalización progresiva’ que proyecta una continuidad biológico-cultural entre
ambas especies. La falta de datos de que disponemos complica la posibilidad de
reconstruir los modos de vida de hace 130.000 años, incluso es difícil discernir entre si
eran nómadas, motivo por el que muchas interpretaciones tienen poca base arqueológica.

En la década de 1960, Bordes pensó que los neandertales se organizaban ya en


pequeños grupos bastante sedentarios. Pero, en la década de 1980, Binford planteó que

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los neandertales seguían siendo básicamente nómadas, que desplazaban constantemente
sus “campamentos residenciales” en busca de alimento, recorriendo amplios territorios,
poniendo como ejemplo las costumbres de los actuales pueblos esquimales nunamiut del
norte de Alaska. Actualmente, sin haber consenso, predomina una hipótesis intermedia: los
neandertales practicarían un patrón de nomadismo regular, pero con un rango de movilidad
en territorios relativamente reducidos.

Numerosas cuevas revelan una ocupación neandertal prolongada durante miles de


años, pero sin pruebas de habitación permanente (campamentos residenciales de larga
duración). Es habitual que la ocupación neandertal estuviera compartida, de forma
alternativa, con la de peligrosos animales carnívoros (lobos y osos) que acostumbraban a
plantar cubiles estacionales en las cuevas. Además, muchos niveles musterienses
responden a ocupaciones humanas muy cortas y presentan pocas huellas de actividad
cotidiana, lo que reforzaría la tesis del nomadismo constante. El prehistoriador Clive
Gamble ha planteado que estos yacimientos musterienses no presentan huellas de
organización interna, porque los neandertales clásicos carecían de normas de conducta de
los regímenes planificados de habitación, debido a sus hábitos nómadas constantes. Es
decir, los neandertales no planificaban sus asentamientos a causa de su continuo migrar
por todo el territorio. Pero para C. Gamble, esto cambió hacia el 60.000 BP: los
yacimientos más tardíos revelan un cambio de conducta, pues presentan huellas de una
organización del espacio doméstico intra site. Los yacimientos de Vilas Ruivas y Abríc
Romaní representarían este cambio, ya que presentan una planificación logística en el
espacio doméstico que se observa en la presencia de hogares.

En el caso del yacimiento catalán de Abríc Romaní, en los niveles datados hacia
55.000 BP, se observa una peculiar sectorización, con zonas específicas para reposar
protegidas por las paredes y otras zonas para realizar actividades habituales en
campamentos residenciales, pautadas por hogares amplios y estructurados. Eudall
Carbonell describe este patrón como “áreas de actividad de propósito especial”. Este
patrón de organización espacial recuerda al utilizado por los cazadores-recolectores
actuales en su comportamiento diario. Carbonell describe la organización de Abríc Romaní
como zonas estrictamente delimitadas para segmentar las tareas cotidianas en un lugar de
habitación durante largos periodos de tiempo. Ahora bien, la aparición de campamentos
residenciales no implica un uso permanente de las cuevas, reflejando más bien una
sucesión de cortos episodios de ocupación estacional.

4.2.2. Economía y alimentación: El neandertal ¿oportunista o cazador


especializado?

Aunque los modos de alimentación de los neandertales ibéricos resultan poco


conocidos, la mayoría de prehistoriadores opina que la dieta de los neandertales estaba
constituida básicamente por la carne obtenida a través de la caza. Es la imagen tradicional
de los neandertales: habilidosos e intrépidos cazadores, con una tecnología de caza
basada en las puntas líticas, adecuada para capturas de corto alcance que necesitaría una
aproximación de tan solo unos metros a las presas. Así parecen indicarlo las severas
fracturas registradas en los huesos de los neandertales, que sugieren capturas a corta
distancia, pues su tecnología no permitiría la caza desde una mayor distancia.

En líneas generales, se tiende a menospreciar el papel de la recolección vegetal en la


dieta neandertal, lo que no parece extraño si tenemos en cuenta que los severos rigores
glaciares habrían restringido la productividad vegetal drásticamente. Esto concuerda con lo
observado por Binford en la dieta de las comunidades humanas árticas y subárticas. Según

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Marcel Otte, al llegar a latitudes poco propicias para la proliferación de vegetales, los
homínidos optarían por la carne como alimento más seguro. De hecho, los análisis
realizados sobre huesos de neandertales europeos muestran que la dieta se basaba en la
ingesta de carne, ocupando los vegetales un segundo plano.

Muchos prehistoriadores piensan que los neandertales sobrevivieron gracias a la caza


en biotopos muy diversos, recurriendo a pautas de movilidad constantes y al consumo
generalista de animales. La diversificación del espectro de caza es una estrategia ideal
para sobrevivir en condiciones muy severas de frío. Bindford , en cambio, propuso una
imagen muy poco halagüeña de las habilidades neandertales: su incapacidad de previsión
a largo plazo, los hacía incapaces, frente a las ideas de otros investigadores como Chase,
de poner en práctica tácticas organizadas de caza, siendo incompetentes a la hora de
apresar animales de mayor envergadura. Binford los consideraba simples cazadores
oportunistas y hasta carroñeros ocasionales. Pero otros autores, basándose en la elevada
concentración de restos de una sola especie animal en niveles neandertales, hablan de
“cazadores especializados” y con capacidad de planificación a largo plazo.

Recientemente, Clive Finlayson ha criticado la idea tradicional de la dieta neandertal,


planteando que la península Ibérica constituyó un importante refugio climático para
comunidades neandertales en épocas de crisis medioambiental, donde contaban con una
gran variedad de recursos alimentarios (carne y marisco, junto a frutos y raíces).

Basándose en las investigaciones de las cuevas gibraltareñas de Gorham y Devil’s


Tower, Finlayson señala que los neandertales vivían en un paisaje atemperado, en una
especie de sabana herbácea salpicada por humedales con una amplia y segura batería de
recursos alimenticios: ciervos, cabras, bóvidos, caballos, conejos, tortugas, aves, lapas,
mejillones, así como recursos vegetales a base de piñones, frutas, raíces, etc. Esta
variedad de recursos contraría la imagen del cazador neandertal, al menos en esta región,
que quizá pudiera explicar la tardía extinción de estos humanos en las tierras meridionales,
convertida en la última reserva neandertal.

4.2.3. La genética del hábito social: El triste destino de unas bandas


endogámicas

Uno de los principales problemas para los neandertales fue su propio estilo de vida.
Las investigaciones recientes sugieren que los neandertales vivían en comunidades muy
reducidas, autárquicas y muy aisladas. Por ello, las comunicaciones entre los distintos
grupos eran muy pocas y las posibilidades de intercambiar opiniones y parejas eran, por lo
tanto, mínimas. La información constituye un componente absolutamente crucial en el
mundo del cazador-recolector. El aislamiento, asociado a una situación de endogamia
crónica, supuso un constante empobrecimiento del patrimonio genético que desembocó en
un desastre biológico. Los cazadores-recolectores actuales practican la parentela
exogámica o patrilocalidad porque son conscientes de los peligros que acarrea la
endogamia para su supervivencia.

Los estudios realizados en la Cueva de El Sidrón, Asturias, a través del "Proyecto


Genoma Neandertal" han detectado una comunidad aislada hace 50.000 años, apurada
críticamente por una baja diversidad genética y un nivel muy elevado de endogamia,
debido a las pocas posibilidades para encontrar pareja fuera del grupo familiar. Aunque su
tasa de natalidad (1 hijo cada 3 años) se asemeja a la de los cazadores-recolectores
modernos, no permitió corregir problemas como la endogamia y la autarquía. Por otra

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parte, las investigaciones llevadas a cabo en El Sidrón reflejan una humanidad increíble en
el retrato neandertal, lejos de la imagen anterior de una bestia.

Está claro que el neandertal no se extinguió de manera brusca o radical. Las causas
de su destino habría que buscarlas miles de años antes, generando una tendencia
catastrófica que se hizo más grave con el paso de los años y que no pudo siquiera
corregirse con los cambios conductuales que aparecieron hace 30.000 años. En su etapa
final incorporaron nuevas tecnologías (armas arrojadizas) y comportamientos simbólicos
(conchas marinas con orificios y tintadas de ocre que sirvieron como colgantes para el
ornato personal) que seguramente les permitieron sobrevivir más tiempo, aunque las
tendencias catastróficas iniciadas varios milenios atrás seguramente eran ya irreversibles.

4.3. EL PALEOLÍTICO SUPERIOR

4.3.1. Los primeros sapiens: De la tranquilidad auriñaciense al despertar


gravetiense

La llegada del Homo sapiens hace 40.000 años supuso también la implantación del
comportamiento moderno en la península Ibérica. Los pocos yacimientos reconocidos y la
parquedad del registro auriñaciense apuntan a poblaciones reducidas y poco significativas,
comparadas con las de latitudes más septentrionales de Europa. Probablemente se tratase
de pequeñas comunidades que, practicando un rango amplio de movilidad residencial,
recurren a un aprovechamiento muy generalista de los recursos y a unas redes sociales
bastante sencillas. Este discreto modo de vida pudo mantenerse durante 10.000 años y
revela una relación armoniosa entre el medio ambiente y las necesidades humanas.

Pero aquella situación de relativa tranquilidad pronto cambió, durante el Gravetiense y


más aún en el Solutrense, registrándose un gran cambio cultural que coincide con la
profunda crisis climática del último máximo glacial (Würm IV). Los análisis
paleoambientales indican que el grave descenso de las temperaturas convirtió el interior
peninsular en una región inhóspita. Incluso las regiones costeras sufrieron un deterioro
muy severo. La respuesta del ser humano para sobrevivir fue cultural: nuevas tecnologías
(puntas para la caza), implantación de nuevos modelos de explotación del territorio,
creación de nuevas redes sociales que intensificaron los contactos e incorporación de
nuevos códigos simbólicos que reforzaron la cohesión. Todas estas medidas, junto a
algunas otras demuestran la capacidad del ser humano para superar las adversidades.

4.3.2. Territorio y poblamiento: Nómadas, campamentos base y cazaderos

Arqueológicamente se detecta un cambio de tendencia demográfica hacia 25.000 BP


(Gravetiense Reciente, coincidiendo con el máximo glacial). Este cambio de tendencia se
mantuvo durante el Solutrense y el Magdaleniense. Tiene lugar entonces un incremento
sustancial del número de yacimientos peninsulares que se interpreta como prueba de un
incremento sustancial de la población, aunque esto pudo deberse a dos motivos: bien a la
migración de poblaciones europeas más septentrionales para refugiarse de las gélidas
condiciones del norte, bien al aumento de la natalidad entre las poblaciones peninsulares.
La respuesta es incierta, pero parece claro que el incremento poblacional se inició hacia
25.000-18.000 BP y que conllevó importantes cambios en los modos de vida tradicionales.

Proliferan los “campamentos-base” de carácter residencial a lo largo de los corredores


costeros, aprovechando su mayor productividad ambiental. Estos campamentos

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permitieron que las bandas arraigaran en el territorio, que se agruparan mayores masas de
población en lugares concretos y que se planificaran con más cuidado pautas de
ocupación, movimientos nómadas y prácticas de caza y recolección.

Se produce también una dispersión de numerosos “campamentos logísticos” de


carácter temporal/estacional, para la realización de tareas concretas relacionadas con la
búsqueda de alimentos y materias primas necesarias para la subsistencia. Se detecta
también una expansión de la población hacia zonas inhabitadas en tiempos anteriores,
sobre todo valles entre montañas.

Por último, se inician prácticas territoriales tendentes a rentabilizar e intensificarel uso


de los recursos, con lo que todo esto implica de planificación. La territorialidad pudo
incentivar la competencia entre grupos, para asegurar el control de la producción, pero
también pudo suscitar nuevas redes grupales a partir de mecanismos de socialización.

Los primeros rasgos nítidos de territorialidad se perciben en el Solutrense, a través de


los estilos de las puntas líticas. Las puntas de base cóncava se convirtieron en el prototipo
habitual en de los grupos de Asturias y Cantabria; las puntas romboidales fueron comunes
en el País Vasco; las hojas de laurel son características del estuario del Tajo; y puntas con
pedúnculo y aletas son propias del corredor levantino. Esta organización territorial
Solutrense, progresó en el Magdaleniense, apareciendo estilos artísticos regionales. La
presencia de signos tectiformes y de cabezas de ciervas con trazo estriado en los
yacimientos de Asturias orientas y Cantabria occidental sugiere la presencia de una de
esas macrobandas o bandas extensas. Lo mismo ocurre con las ciervas de estilo
tamponado de la escuela de Ramales o con la escuela artística de Siega Verde, en la
Meseta, aprovechando la movilidad a través de los grandes ríos.

Los ríos pudieron representar justamente los itinerarios para la planificación de la


movilidad residencial/logística, creando rutas de desplazamiento en el interior, para bandas
en busca de espacios residenciales. En las regiones litorales servirían, en cambio, para
desplazamientos estacionales para actividades concretas como la caza de ungulados de
montaña. Este patrón de movilidad se conoce como pendular estacional, y ha sido aplicado
por Lawrence. G. Straus para la región cantábrica y por Ian Davidson para la región
levantina. El “modelo pendular estacional asume las siguientes premisas: las bandas
habrían establecido los campamentos-base en las llanuras costeras, porque allí habrían
hallado un refugio acogedor durante la mayor parte del año; durante los períodos menos
rigurosos del verano, la totalidad o una parte de la banda se desplazaría temporalmente a
los campamentos estacionales interiores; la proliferación de cazadores de ciervo en la
costa y de cabra en las montañas sostuvo el patrón de movilidad estacional de las bandas;
los ríos se convirtieron en corredores naturales para ejercitar la movilidad local, desde las
bases residenciales a las estaciones de caza de la montaña, para practicar un modelo
nómada estacional. Este modelo recuerda al “modelo forrajeador” que Binford identificó
entre los pueblos esquimales del norte de Alaska.

4.3.3. Prácticas de subsistencia: Cruentas matanzas catastróficas y pacífica


recolección de moluscos

El aumento de la población en el máximo glacial provocó un incremento de las


necesidades de alimentos. Las intensas concentraciones de huesos halladas en muchos
yacimientos solutrenses y magdalenienses confirman la necesidad de incrementar la caza.
El repertorio de puntas líticas y óseas para la caza avalan nuevos medios técnicos para
aumentar los recursos obtenidos. Además, la creciente incorporación de recursos

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alimenticios vegetales y de pesca confirma que las necesidades de alimento superaban las
posibilidades que brindaba la caza tradicional.

Para Freeman y Straus, el aumento demográfico ocurrido hacia el máximo glacial


provocó el aumento de los alimentos e incrementó la explotación de recursos. Las grandes
concentraciones de huesos y el repertorio de puntas líticas y óseas halladas en muchos
yacimientos solutrenses y magdalenienses confirman la necesidad de aumentar la caza
para garantizar el sustento de la población. Además, la creciente incorporación de nuevos
recursos alimentarios basados en la recolección y la pesca sugiere que la necesidad de
alimento superaba las posibilidades ofrecidas por la caza.

En este sentido, Freeman propuso que las comunidades cantábricas magdalenienses


habrían puesto en práctica métodos de caza especializada de manadas de ciervos,
mientras que Straus consideró que ya habían sido introducidos durante el Solutrense. En
todo caso, la táctica consistiría en la cacería de manadas de ciervos en las llanuras:
“masacres” o “matanzas catastróficas” en las que se intentaba abatir el mayor número
posible de animales en una partida de caza. De ser así, supondría una evolución
importante en las técnicas cinegéticas vinculadas a la subsistencia. Los paleontólogos
recurren a los “perfiles catastróficos de mortandad”, que presentan animales de todas las
edades como sinónimo de matanzas masivas. Esto parecen sugerir los perfiles
catastróficos de El Juyo, con abundancia de ciervos; de Tito Bustillos, con ciervas con sus
crías; o de Ekain, donde las capturas se dirigían cervatillos recién nacidos.

Los arqueólogos norteamericanos conocen bien las matanzas catastróficas por las
crónicas etnográficas sobre los pueblos nativos norteamericanos. Los pueblos esquimales
del norte de Alaska estudiados por Binford también son expertos en este tipo de caza.
Todos ellos utilizaban técnicas para acorralar a sus presas y contaban con una
organización muy estricta en la que participaban todos los miembros de la comunidad e
incluso bandas procedentes de otros lugares.

Las cacerías colectivas de ciervos facilitarían grandes provisiones de carne, que


deberían ser consumidas de forma inmediata. Algunos especialistas creen que la carne se
repartía entre las personas, familias o bandas que participaban en la caza siguiendo algún
mecanismo previamente establecido. De esta forma, la caza colectiva se convertiría en
componente para la socialización, pudiendo derivar en alianzas grupales. Otros autores
piensan que las provisiones podrían conservarse para un posterior consumo, recurriendo a
técnicas sencillas de conservación como la congelación natural, lo que les permitiría
disponer de alimento en los períodos críticos del año. Pero resulta muy complicado hallar
evidencias arqueológicas de estas prácticas.

La caza especializada del ciervo se completaba con otras formas de obtención de


alimentos: caza no especializada de équidos y bóvidos en las llanuras, recolección de
marisco en la costa, pesca de salmones y truchas en los ríos y recolección de vegetales en
los bosques. Se trataba, pues, de un espectro amplio de recursos, lo que implica
procedimientos precisos de planificación logística durante el ciclo anual. La dieta proteica
diversificada (y geográficamente variable) del humano moderno ha sido confirmada por los
recientes análisis isotópicos y se interpreta como un triunfo adaptativo sobre el neandertal.

4.3.4. Hábitos sociales: Bandas igualitarias y solidarias

Las comunidades solutrenses y magdalenienses representan el paradigma de lo que


Service llamó “bandas”, como modo de organización social característico de las

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comunidades cazadoras-recolectoras: número pequeño de individuos (30-150 miembros)
organizados a nivel de familias nucleares, con una baja densidad de población y
costumbres nómadas a lo largo de territorios más o menos amplios. La mayoría de las
bandas conocidas actualmente son patriarcales (autoridad masculina), virilocales
(residencia cerca de la familia del hombre) y exógamas (matrimonio fuera del grupo de
parentesco). No hay unidades de producción o consumo específicas, ni tampoco órganos
especializados. Tampoco hay jerarquías, pues la toma de decisiones es informal,
adoptándose por la comunidad o, a lo sumo, por los miembros considerados más
cualificados y respetados por su habilidad, experiencia o sentido común. Este igualitarismo
significa la ausencia de líderes o jefes2, pero no excluye otro tipo de diferencias
relacionadas con la edad, el sexo o las habilidades personales. El igualitarismo descansa
en la igualdad de acceso a los recursos y en la toma de decisiones. La reciprocidad y el
intercambio se convierten en una exigencia colectiva, para impedir el intento de agrupación
y transmisión hereditaria de bienes materiales.

Estas ideas presentan un modelo teórico, difícil de extrapolar inequívocamente al


Paleolítico Superior. Wobst presentó un modelo matemático para calcular el tamaño y las
relaciones sociales de estas bandas, con tres niveles de organización social: “banda
mínima” o “grupo local”, que contaría con 25 individuos (5 a 7 familias), que funcionaría
como unidad de producción y de reproducción básica, manteniendo una tasa adecuada de
natalidad; cada banda mínima mantendría relaciones con otra media docena, creando
redes de 150 a 200 individuos y dando lugar a una “unidad de reproducción efectiva” que
garantizaría la exogamia; “banda máxima” o “grupo regional”, que reuniría a unos 500
individuos relacionados entre sí de manera más leve por medio del intercambio ocasional
de personas y bienes a larga distancia. Todos los autores consideran que estas
comunidades eran muy abiertas y que el intercambio de personas servía para garantizar la
cooperación y evitar conflictos.

Freeman y Straus plantearon que algunos yacimientos como El Castillo y Altamira


representarían “campamentos de agregación”, donde se congregaban cíclicamente las
bandas próximas para participar de actividades colectivas (desde la caza hasta la
celebración de ritos) en el evento de máxima socialización, costumbre que se ha visto en
algunas comunidades primitivas actuales. El fin es reforzar lazos de cooperación y
potenciar la identidad común.

La mayoría de los yacimientos de agregación se identifican además con las grandes


cavernas del arte paleolítico., por lo que a algunas de ellas, como Altamira o El castillo, se
les aplica el término santuario, por la cantidad y calidad de sus representaciones y por las
largas secuencias decorativas que presentan.

La expansión artística que se produjo desde el Solutrense tuvo que ser un


acontecimiento más sociológico que estético. Lo que para nosotros es “arte paleolítico”,
para aquellas comunidades pudo no ser más que la expresión de nuevos vínculos para la
identidad colectiva: un instrumento para recordar a los ancestros, rememorar historias,
visualizar ritos de paso, etc. Mithen lo ha interpretado como uno de los mecanismos de
resolución de conflictos que estas comunidades necesitaban. En cambio, para Gilman
podría ser una expresión de los conflictos sociales: el arte habría jugado el papel de
refuerzo ideológico de la solidaridad intergrupal, cada vez más inestable como
consecuencia del aumento de la capacidad de obtención de alimento propiciada por el
avance tecnológico.

2
En el sentido de individuos investidos del poder y con capacidad para controlar a la comunidad

TEMA 4.Paleoetnografía de la P.I.: El Paleolítico Página 10

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