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De aquí que, donde sea que haya vida, hay una masa movida por una fuerza.
Toda masa posee inercia, toda fuerza tiende a persistir. Debiéndose a esta
propiedad y condición universal, un cuerpo, sea que esté en reposo o en
movimiento, tiende a permanecer en el mismo estado, y una fuerza,
manifestándose a sí misma en cualquier parte y a través de cualquier curso,
produce una fuerza equivalente opuesta, y como una absoluta necesidad de esto
se deriva que cada movimiento en la naturaleza debe ser rítmico. Hace mucho
esta simple verdad fué claramente señalada por Herbert Spencer, quien arribá a
ella a través de un processo algo distinto de razonamiento. Está implícita en todo
lo que percibimos en el movimiento del planeta, en el surgimiento y retraccián de la
marea, en las reverberaciones del aire, el balanceo de un péndulo, las oscilaciones
de una corriente eléctrica, y en los infinitamente variados fenómenos de la vida
orgánica. ¿No lo confirma así acaso la vida humana? Nacimiento, crecimiento,
edad avanzada, y muerte de un individuo, familia, raza, o nación, ¿que es todo
sino ritmo? Toda manifestación de vida, entonces, aún en su más intrincada forma,
como se ejemplifica en un hombre, envuelto e inescrutable, es únicamente
movimiento, al cual las mismas leyes generales del movimiento que gobiernan al
universo físico deben ser aplicadas.
Concibo, entonces, al hombre como una masa urgida por una fuerza. Aún cuando
este movimiento no sea de carácter translatorio, implicando un cambio de lugar,
aún así las leyes generales de la mecánica del movimiento son aplicables a él, y la
energía asociada con esta masa puede ser medida, de acuerdo con principios bien
conocidos, por la mitad del producto de la masa con el cuadrado de una cierta
velocidad. Así que, por ejemplo, una bola de cañón que se encuentre en reposo
posee una cierta cantidad de energía en forma de calor, la cual medimos de forma
similar. Imaginemos que la bola consiste de inumerables partículas diminutas,
llamadas átomos o moléculas, las cuales vibran o giran una alrededor de la otra.
Determinamos sus masas y velocidades, y de ellas la energía de cada uno de esos
diminutos sistemas, las sumamos todas juntas, obtenemos una idea de la energía
total contenida en la bola, la cual está solo aparentemente en reposo. En este
puramente teórico estimado esta energía puede entonces ser calculada
multiplicando la mitad de la masa total -es decir, la mitad de la suma de todas las
masas pequeñas- con el cuadrado de la velocidad la cual se determina de las
velocidaddes de las partículas separadas. De manera similar podemos concebir la
energía humana siendo medida por la mitad de la masa humana multiplicada por el
cuadrado de la velocidad la cual todavía no hemos sido capaces de computar.
Pero nuestra deficiencia en este conocimiento no puede evitar la verdad de las
deducciones que voy a mostrar, las cuales descansan en la base firme de que las
mismas leyes de la masa y la fuerza gobiernan a toda la naturaleza.
Por el contario, apenas si necesita ser dicho que todo lo que esté en contra de las
enseñanzas de la religión y las leyes de la higiene tiende a decrementar la masa.
Whisky, vino, te, café, tabaco, y otros estimulantes similares son responsables del
acortamiento de la vida de muchos, y tienen que ser usados con moderación. Pero
yo no creo que rigurosas medidas de supresión de hábitos seguidos ya por
muchas generaciones sean recomendables. Es más sabio pregonar la moderación
que la abstinencia. Nos hemos acostumbrado a estos estimulantes, y si tales
reformas han de efectuarse, han de ser lentas y graduales. Aquellos que han
dedicado sus energías a tales fines podrían hacerse más utiles cambiando sus
esfuerzos en otras direcciones, como, por ejemplo, hacia la venta de agua pura.
Por cada persona que perece por los efectos de un estimulante, al menos mil
mueren de las consecuencias de beber agua impura. Este precioso fluído, el cual
diariamente se infunde en nosotros, es al mismo tiempo el vehículo principal a
través del cual las enfermedades y la muerte entran en nuestro cuerpo. Los
germenes de destrucción que conlleva son enemigos de lo más terrible ya que
ejercen su fatal trabajo desapercibidos. Sellan nuestra perdición mientras vivimos y
disfrutamos. La mayoría de la gente es tan ignorante y descuidada al beber agua,
y las consecuencias de esto son tan desastrosas, que un filántropo apenas si
puede utilizar mejor sus esfuerzos que dedicarse a iluminar a aquellos que se
lastiman a sí mismos de esa forma. Por medio de la sistemática esterilización y
purificación del agua potable la masa humana sería muy considerablemente
incrementada. Debería hacerse una regla rígida -la cual debería ser obligada por
ley- el hervir el agua o esterilizarla en cada hogar o lugar público. El filtrado por sí
solo no proporciona suficiente seguridad contra las infecciones. Todo el hielo para
usos internos debería ser artificialmente preparado a partir de agua completamente
esterilizada. La importancia de eliminar los gérmenes de la enfermedad del agua
de la ciudad es generalmente reconocida, pero poco se está haciendo para
mejorar las condiciones existentes, ya que no se ha anticipado ningún método de
esterilización para grandes cantidades de agua. Por medio de mejorados aparatos
eléctricos ahora estamos en la posibilidad de producir ozono a bajo costo en
grandes cantidades, y este desinfectante ideal parece ofrecer una solución feliz de
esta importante cuestión.
Cómo proporcionar buena y abundante comida es, por tanto, la más importante
pregunta del día. En principio la crianza de ganado como medio de proveer comida
es objetable, porque, en el sentido interpretado arriba, debe sin duda alguna tender
a agregar masa de "velocidad menor". Es de hecho preferible cultivar vegetales, y
pienso, por lo tanto, que el vegetarianismo es un despegue recomendable del
establecido hábito bárbaro. Que podemos subsistir en base a comida vegetal y
desempeñar nuestro trabajo aún ventajosamente no es una teoría, sino un bién
demostrado hecho. Muchas razas viviendo casi exclusivamente de vegetales son
de psique y fuerza superiores. No hay duda de que algunas comidas vegetales,
como la avena, son más económicas que la carne, y superiores a ella con respecto
al desempeño mecánico y mental. Tal comida, más aún, sobrecarga nuestros
órganos digestivos decididamente menos, y, al hacernos más sociables y alegres,
produce una cantidad de beneficios difícil de estimar. En vista de estos hechos
debe desarrollarse todo esfuerzo para detener la maliciosa y cruel carnicería de
animales, lo cual debe ser destructivo para nuestra moral. Para liberarnos a
nosotros mismos de instintos y apetitos animales, los cuales nos mantienen abajo,
deberíamos comenzar por la mera raiz de la cual nos levantamos: deberíamos
efectuar una reforma radical en el carácter de la comida.
No puede haber duda de que, de todas las fuerzas friccionales, la que más retarda
el movimiento humano es la ignorancia. No sin razón dijo ese hombre de
conocimiento, Buda: "La ignorancia es el más grande mal del mundo". La fricción
que resulta de la ignorancia, y la cual se incrementa grandemente por los
numerosos lenguajes y nacionalidades, puede ser reducida únicamente
esparciendo el conocimiento y la unificación de los elementos heterogéneos de la
humanidad. Ningún esfuerzo puede ser mejor encaminado. Pero como sea que la
ignorancia haya retardado el movimiento de avance del hombre en tiempos
pasados, es cierto que, en estos días, las fuerzas negativas han obtenido más
importancia. Entre estas hay una del más grande moméntum que cualquier otra.
Es llamada la guerra organizada. Cuando consideramos los millones de individuos,
con frecuencia los más aptos en cuerpo y mente, la flor de la humanidad, quienes
son empujados a una vida de improductividad e inactividad, las inmensas sumas
de dinero requeridas diariamente para el mantenimiento de ejércitos y aparatos de
guerra, representando siempre tanto de la energía humana, todo el esfuerzo
inútilmente gastado en la producción de armas e implementos de destrucción, la
pérdida de vida y el cultivo de un espíritu bárbaro, nos consternamos ante la
inestimable pérdida de la humanidad la cual está involucrada en la existencia de
estas deplorables condiciones. ¿Qué podemos hacer para combatir este gran mal?
Regresemos al comienzo temprano, cuando la ley del más fuerta era la única ley.
La luz de la razón no se había desarrollado, y el débil estaba a la entera merced
del fuerte. El individuo débil comenzó a aprender como defenderse. Hizo uso de un
palo, una roca, una lanza, una resortera, o arco y flecha, y con el transcurso del
tiempo, en lugar de fuerza física, la inteligencia se convirtió en el factor decisivo en
la batalla. El carácter salvaje fué graduelmente suavizado por el despertar de
nobles sentimientos, y así, imperceptiblemente, después de eras de contínuo
progreso, hemos venido de la lucha brutal del animal irracional a lo que llamamos
"guerra civilizada" de hoy en día, en la cual los combatientes se dan la mano,
hablan de forma amigable, y fuman puros en los entreactos, listos para
engancharse nuevamente en el conflicto mortal a una señal. Que los pesimistas
digan lo que quieran, aquí hay una bsoluta evidencia de gran y gratificante avance.
Pero ahora, ¿cuál es la siguiente fase en esta evolución? No la paz, todavía, por
ningun motivo. El siguiente cambio el cual debería seguir de manera natural a
partir de los desarrollos modernos debería ser la continua disminución del número
de individuos enganchados en la batalla. Los aparatos serán unos de un gran
poder específico, pero solo unos pocos individuos serán necesarios para
operarlos. Esta evolución traerá más y más prominencia a la máquina o
mecanismos con unos cuantos individuos como elementos de guerra, y la
absolutamente inevitable consecuencia de esto será el abandono de grandes,
aparatosas, lentas, e inadministrables unidades. La más alta posible velocidad y el
máximo índice de energía liberada por los aparatos de guerra serán el principal
objetivo. La pérdida de vidas será cada vez menor, y finalmente, el número de
individuos continuamente disminuyendo, solo máquinas se enfrentarán en un
concurso sin derramamiento de sangre, las naciones siendo simplemente
espectadores ambiciosos e interesados. Cuando esta feliz condición se lleve a
cabo, la paz será asegurada. Pero, no importa a qué grado de perfección se lleven
a cabo las ametralladoras, los cañones de alto poder, los proyectiles explosivos,
los botes torpedo, u otros implementos de guerra, no importa qué tan destructivos
se puedan hacer, esa condición nunca puede ser alcanzada através de ese
desarrollo. Todos estos implementos requieren hombres para su operación; los
hombres son parte indispensable de la maquinaria. Su objetivo es destruir y matar.
Su poder reside en su capacidad de hacer daño. Así que mientras el hombre se
enfrente en la batalla, habrá derramamiento de sangre. La sangre siempre
mantendrá una pasión bárbara. Para romper este espíritu feroz, un distanciamiento
radical debe ser hecho, un principio enteramente nuevo debe ser introducido, algo
que nunca existió antes en la guerra -un principio que forzosamente,
inevitablemente, tornará la batalla en un mero espectáculo, un juego, un concurso
sin pérdida de sangre. Para traer este resultado el hombre debe aceptar que: la
máquina debe combatir a la máquina. Pero ¿cómo lograr lo que parece imposible?
La respuesta es bastante simple: producir una máquina capaz de actuar como si
fuera un ser humano -no solamente un artefacto mecánico, con palancas, tornillos,
engranes, embragues, y nada más, sino una máquina conteniendo un principio
más elevado, el cual la habilitará a desarrollar sus tareas como si tuviera
inteligencia, experiencia, juicio, una mente!. Esta conclusión es el resultado de mis
pensamientos y observaciones las cuales se han extendido virtualmente a través
de toda mi vida, y ahora describiré brevemente como pude lograr aquello que al
principio parecia un sueño irrealizable.
Hace mucho tiempo, cuando era apenas un muchacho, fuí afligido por un singular
problema, el cual parecía deberse a una extraordinaria exitabilidad de la retina. Era
la aparición de imágenes las cuales, por su persistencia, desfiguraban la visión de
los objetos reales e interfería con mis pensamientos. Cuando una palabra me era
dicha, la imagen del objeto al cual designaba aparecía vívidamente ante mis ojos,
y muchas veces era imposible para mí el decir si era real el objeto que veía, o no.
Esto me causaba gran confusión y ansiedad, y traté con fuerza de liberarme a mi
mismo de las palabras. Pero por mucho tiempo lo intenté en vano, y no fué, como
lo recuerdo claramente, sino hasta que tuve doce años que logré por primera vez,
por esfuerzo de la voluntad, desvanecer una imagen que se presentaba por sí
misma. Mi felicidad nunca será tan completa como lo fué entonces, pero,
desafortunadamente (como pensé en ese tiempo), el viejo problema regresó, y con
él mi ansiedad. Fué aquí cuando comenzaron las observaciones a las que me
refiero. Noté, principalmente, que siempre que una imagen de un objeto aparecía
ante mis ojos había yo visto algo que me lo recordaba. Las primeras veces pensé
que esto era puramente accidental, pero pronto me convencí de que no era así.
Una impresión visual, recibida conciente o inconcientemente, invariablemente
precedía a la aparición de la imagen. Gradualmente el deseo creció en mí de
encontrar, cada vez, qué era lo que causaba que las imágenes aparecieran, y la
satisfacción de este deseo pronto se convirtió en una necesidad. La siguiente
observación que hice fué que, así como estas imágenes seguían como resultado
de algo que había yo visto, así los pensamientos que concebía eran sugeridos de
manera similar. De nuevo, experimenté el mismo deseo de localizar la imagen que
causaba al pensamiento, y esta búsqueda de la impresión visual original pronto
creció hasta convertirse en un hábito. Mi mente se hizo automática, como sea, y en
el curso de años de contínuo, casi inconciente desempeño, adquirí la habilidad de
localizar cada vez y, por regla general, instantáneamente la impresión visual que
había comenzado al pensamiento. Pero esto no es todo. No pasó mucho antes de
que me diera cuenta que también todos mis movimientos eran impulsados en la
misma manera, y así, buscando, observando, y verificando contínuamente, año
tras año, hube demostrado, con cada pensamiento y acto míos, y haciéndolo
diariamente, para mi absoluta satisfacción, que soy un autómata envestido con el
poder del movimiento, el cual solamente responde a estímulos externos que llegan
hasta mis órganos sensoriales externos, y piensa y actúa y se mueve de acuerdo a
ello. Solo recuerdo una o dos ocasiones en toda mi vida en las cuales fuí incapaz
de localizar la primera impresión que desencadenó un movimiento o un
pensamiento, o incluso un sueño.
Con estas experiencias era natural que, hace mucho, concibiera yo la idea de
construir un autómata el cual pudiera mecánicamente representarme, y el cual
pudiera responder, tal y como lo hago yo mismo, pero, por supuesto, en una
mucho más primitiva manera, a las influencias externas. Tal autómata
evidentemente tendría que tener fuerza motriz, órganos de locomoción, órganos
directivos, y uno o más órganos sensitivos adaptados de tal forma que fueran
exitados por estímulos externos. Esta máquina desarrollaría, razoné, sus
movimientos en la forma de un ser vivo, ya que tendría todas las principales
características mecánicas o elementos del mismo. Estaría todavía pendiente la
capacidad de crecimiento, propagación, y, sobre todo, la mente para declarar al
modelo completo. Pero el crecimiento no era necesario en este caso, ya que la
máquina podría ser manufacturada totalmente crecida, por así decirlo. En cuanto a
la capacidad de propagación, podría de la misma forma ser dejada fuera de toda
consideración, ya que en un modelo mecánico eso significa solamente un proceso
de manufactura. Séase que la automatización sea de carne y hueso, o de madera
y acero, eso importaba poco, siempre que pudiera realizar todas las actividades
requeridas de él tal y como de un ser inteligente. Para hacerlo, tendría que tener
un elemento correspondiente a la mente, el cual efectuaría el control de todos sus
movimientos y operaciones, y causaría que actuara, en cualquier caso imprevisto
que se le pudiera presentar, con conocimento, razón, juicio, y experiencia. Pero
este elemento yo lo podría incorporar al conducirle mi propia inteligencia, mi propio
entendimiento. Así que este invento era evolucionado, y así cobró vida un nuevo
arte, para el cual el nombre de "teleautomatica" ha sido sugerido el cual significa el
arte de controlar los movimientos y operaciones de autómatas distantes. Este
principio era evidentemente aplicable a cualquier clase de máquina que se moviera
en la tierra o en el agua o en el aire. Al aplicarla prácticamente por primera vez,
seleccioné un bote (ver figura 2). Un acumulador puesto en su interior
proporcionaba la fuerza motriz. La propela, movida por un motor, representaba los
órganos locomotores. El timón, controlado por otro motor alimentado de la misma
forma por la batería, tomó el lugar de los órganos direccionales. En cuanto a los
órganos sensitivos, obviamente el primer pensamiento fué el de utilizar un
dispositivo que respondiera a los rayos de luz, como una celda de selenio, para
representar el ojo humano. Pero en una investigación más de cerca encontré que,
debido a experimentos y otras dificultades, no pude efectuar un control total
satisfactorio del autómata por medio de rayos de luz, calor radiante, radiaciones
Hertzianas, o por rayos en general, es decir, disturbios que viajaran en líneas
rectas a través del espacio. Una de las razones era que cualquier obstáculo que se
pusiera entre el operador y el autómata distante lo pondría fuera de su control.
Otra razón fué que el dispositivo sensible representando al ojo tendría que estar en
una posición definida con respecto al aparato controlador distante, y esta
necesidad impondría grandes limitaciones en el control. Además otra y muy
importante razón fué que, al usar rayos, sería difícil, si no es que imposible, dar al
autómata características o particularidades individuales que lo diferenciaran de
otras máquinas de su tipo. Evidentemente el autómata debería responder
únicamente a una llamada individual, tal y como una persona responde a un
nombre. Tales consideraciones me condujeron a concluir que el dispositivo sensor
de la máquina debería corresponder al oído en lugar de al ojo de un ser humano,
ya que en este caso sus acciones podrían ser controladas irrespecto de obstáculos
interventores, sin menoscabo de su posición relativa al aparato controlador
distante, y, por último pero no al último, permanecería sordo e irrespondiente,
como un sirviente fiel, a todas las llamadas excepto a las de su amo. Estos
requerimientos hicieron imperativo usar, en el control del autómata, en lugar de luz
u otros rayos, ondas o disturbios los cuales se propagaran en todas direcciones a
través del espacio, como el sonido, o los cuales siguieran rutas de la menor
resistencia, aún sin embargo curvas. Alcancé el resultado deseado por medio de
un circuito eléctrico colocado dentro del bote, y ajustado, o "sintonizado",
exactamente a las vibraciones eléctricas de la clase apropiada transmitidas a él
desde un distante "oscilador eléctrico". Este circuito, al responder, aunque
débilmente, a las vibraciones transmitidas, afectaba magnetos y otros artefactos,
por medio de los cuales se controlaban los movimients de la propela y el timón, y
también las operaciones de otros numerosos dispositivos.
Los autómatas construídos hasta entonces tenían "mentes prestadas", por así
decirlo, ya que cada uno formaba sólo parte del operador distante quien le hacía
llegar sus órdenes inteligentes; pero este arte es sólo en el principio. Me propongo
mostrar que, aún cuando pudiera parecer ahora imposible, un autómata podría ser
improvisado que tuviera su "propia mente", y con esto quiero decir que será capaz
de, independiente de cualquier operador, dejado enteramente consigo mismo,
desarrollar, en respuesta a influencias externas afectando sus órganos sensitivos,
una gran variedad de actos y operaciones como si tuviera inteligencia. Será capaz
de seguir un curso establecido u obedecer órdenes dadas con mucha anticipación;
será capaz de distinguir entre lo que tiene o lo que no tiene que hacer, y de hacer
experiencias o, dicho de otra manera, de registrar impresiones las cuales
definitivamente afectarán sus acciones subsecuentes. De hecho, yo ya he
concebido tal plan.
Aún cuando desarrollé este invento hace muchos años y lo expliqué a mis
visitantes muy frequentemente en las demostraciones en mi laboratorio, no fué
sino hasta mucho después, mucho después de haberlo perfeccionado, que llegó a
ser conocido, cuando, naturalmente, dió lugar a mucha discusión y a reportes
sensasionales. Pero el significado verdadero de este nuevo arte no fué captado
por la mayoría, ni tampoco lo fué la gran fuerza del principio reconocido
subyacente. En tanto pude juzgar de los numerosos comentarios que aparecieron,
los resultados que obtuve fueron considerados como imposibles. Aún los pocos
que estuvieron dispuestos a admitir la practicabilidad de la invención vieron en él
tan solo a un torpedo automóvil, el cual podía usarse para volar barcos de guerra,
con éxito dudoso. La impresión general fué de que yo contemplaba simplemente el
direccionamiento de tal nave por medio de rayos Hertzianos u otros. Hay torpedos
direccionados eléctricamente por medio de alambres, y hay los medios de
comunicarse sin alambres, y lo anterior era, por supuesto una obvia inferencia. De
haber hecho nada más que eso, debí haber hecho realmente un avance pequeño.
Pero el arte que concebí no contemplaba solamente el cambio de dirección de un
bote en movimiento; incluia los medios para controlar absolutamente, en todo
sentido, todos los innumerables movimientos de translación, al igual que las
operaciones de todos los órganos internos, sin importar cuantos fueran, de un
individuo autómata. Críticas al efecto de que el control del autómata podría ser
interferido fueron hechas por gente quienes ni siquiera sueñan con los
maravillosos resultados que pueden obtenerse al usar vibraciones eléctricas. El
mundo se mueve lentamente, y las verdades nuevas son difíciles de ver.
Ciertamente, por el uso de este principio, un brazo para el ataque al igual que uno
para la defensa pueden ser proveídos, de una destructividad tanto más grande por
cuanto el principio es aplicable a naves aéreas y submarinas. Virtualmente no hay
restricción para la cantidad de explosivos que puede transportar, o en la distancia
a la cual puede atacar, y fallar es casi imposible. Pero la fuerza de este nuevo
principio no reside enteramente en su destructividad. Su advenimiento introduce en
el arte de la guerra un elemento que nunca antes existió -una máquina guerrera sin
hombres como medio de ataque o defensa. En contínuo desarrollo en esta
dirección debe últimadamente hacer la guerra una mera competencia de máquinas
sin hombres y sin pérdida de vidas -una condición la cual sería imposible sin esta
nueva dirección, y la cual, en mi opinión, debe ser alcanzada como preliminar
hacia la paz permanente. El futuro comprobará o desaprobará estos puntos de
vista. Mis ideas en este asunto han sido planteadas con profunda convicción, pero
con espiritu humilde.
Pero al contemplar a todo este mundo atareado a nuestro alrededor, en toda esta
compleja masa que diariamente late y se mueve, ¿que es sino un inmenso reloj
movido por un resorte? En la mañana, cuando nos levantamos, no podemos dejar
de notar que todos los objetos a nuestro alrededor son manufacturados por
máquinas: el agua que usamos es levantada por medio de motores de vapor; los
trenes traen nuestro desayuno de localidades distantes; los elevadores en
nuestros apartamentos y nuestros edificios de oficinas, los carros que nos llevan
alli, todos son movidos por fuerza; en todos nuestros diarios ires y venires, y en
nuestra búsqueda de vida, dependemos de ella; todos los objetos que vemos nos
hablan de ella; y cuando volvemos en la noche a nuestro apartamento hecho por
máquinas, no debemos olvidarlo, todos los comforts materiales de nuestro hogar,
nuestra amada estufa y lámpara, nos recuerdan cuanto dependemos de la fuerza.
Y cuando hay un alto accidental de la maquinaria, cuando la ciudad está llena de
nieve, o la vida que sostiene el movimiento de alguna forma es temporalmente
detenida, nos dá miedo darnos cuenta lo imposible que sería para nosotros vivir la
vida que vivimos sin la fuerza motriz. Fuerza motriz significa trabajo. Incrementar la
fuerza que acelera el movimiento humano significa, por lo tanto, desarrollar más
trabajo.
Así encontramos que las tres posibles soluciones al gran problema de incrementar
la energía humana son respondidas por las tres palabras: comida, paz, trabajo.
Muchas veces al año he pensado y ponderado, me he perdido en especulación y
teorias, considerando al hombre como una masa movida por una fuerza, viendo su
inexplicable movimiento a la luz de uno mecánico, y aplicando los principios
simples de la mecánica al análisis del mismo hasta que llegué a estas soluciones,
únicamente para darme cuenta de que me fueron enseñadas en mi temprana
niñez. Estas tres palabras suenan como notas clave de la religión Cristiana. Su
sentido científico y propósito ahora me es claro: comida para incrementar la masa,
paz para disminuir la fuerza retardante, y trabajo para incrementar la fuerza
acelerante del movimiento humano. Estas son las únicas tres soluciones que son
posibles de ese gran problema, y todas ellas tienen un mismo objetivo, un solo fin,
principalmente, incrementar la energía humana. Cuando nos damos cuenta de
esto, no podemos evitar asombrarnos qué tan profundamente sabias y científicas
son y qué tan inmensamente práctica es la religión Cristiana, y con qué marcado
contraste se antepone a otras religiones. Es inequívoco el resultado del
experimento práctico y la observación científica que se ha extendido a través de
las eras, mientras que otras religiones parecen ser el resultado de meros
razonamientos abstractos. Trabajo, incansable esfuerzo, útil y acumulativo, con
períodos de descanso y recuperación para obtener una más alta eficiencia, es un
mandamiento principal y siempre recurrente. De tal forma que estamos inspirados
por la Cristianidad y por la Ciencia para hacer lo mejor por incrementar el
desempeño de la humanidad. Este tan importante problema humano lo voy ahora
a considerar específicamente.
LA FUENTE DE LA ENERGIA HUMANA - LAS TRES FORMAS DE EXTRAER
ENERGIA DEL SOL
Desde el mero principio tres modos de extraer la energía del sol han estado
abiertos al hombre. El salvaje, cuando entibiaba sus labios congelados al fuego de
una hoguera de alguna forma, se sirvió de la energía del sol almacenada en el
material que se quemaba. Cuando llevaba un montón de ramas a su cueva y las
quemaba ahí, hacia uso de la energía del sol guardada y transportada de un lugar
a otro. Cuando le puso velas a su canoa, utilizo la energía del sol aplicada a la
atmósfera o al medio ambiente. No puede haber duda de que el primero es el
método más antiguo. Un fuego, encontrado accidentalmente, enseñó al salvaje a
apreciar su calor beneficioso. Entonces muy probablemente concibió la idea de
llevar los miembros brillantes a su cubil. Finalmente aprendio a usar la fuerza de
una corriente de aire o agua. Es característica del desarrollo moderno que el
progreso ha sido efectuado en el mismo orden. La utilización de la energía
almacenada en la madera o el carbón, o, generalmente hablando, combustible,
condujo al motor de vapor. Enseguida un gran salto en avance fué hecho en el
transporte de energía al utilizar la electricidad, que permitió la transferencia de
energía de una localidad a otra sin el transporte de material. Pero en lo que toca a
la utilización de la energía del medio ambiente, no se ha dado a conocer ningón
paso radical de avance.
Hasta hace unas pocas decadas la utilidad del hierro estaba basada casi
totalmente en sus propiedades mecánicas sobresalientes, pero desde el
advenimiento de la dinamo comercial y el motor eléctrico su valor para la
humanidad ha incrementado grandemente por sus cualidades magnéticas unicas.
En cuanto a esto último, el hierro ha sido grandemente mejorado últimamente. La
señal de progreso comenzó hace como trece años, cuando descubrí que usar
acero blando Bessemer en lugar de hierro dulce, como se acostumbraba, en los
motores de corriente alterna, el desempeño de la máquina se duplicaba. Presenté
este hecho a la atención del Sr. Albert Schmid, a cuyos incansables esfuerzos y
habilidad se debe grandemente la supremacía de la maquinaria eléctrica
americana, y quien era entonces superintendente de una corporación industrial
ocupada en este campo. Siguiendo mi sugerencia, construyo transformadores de
acero, y mostraron el mismo sobresaliente mejoramiento. La investigación fué
entonces sistematicamente continuada bajo la guia del Sr. Schmid, las impurezas
siendo gradualmente eliminadas del "acero" (el cual era tal solo en nombre, ya que
en realidad era solo puro hierro dulce), y pronto resultó un producto que admitió
pocas mejoras adicionales.
Con los avances hechos en el hierro en los últimos años hemos arribado
virtualmente a los límites de la mejora. No podemos esperar incrementar muy
materialmente su fuerza tensil, su elasticidad, su dureza, o su maleabilidad,
tampoco podemos esperar hacerlo mucho mejor con respecto a sus características
magnéticas. Más recientemente un adelanto notable fué asegurado al mezclar un
pequeño porcentaje de niquel con hierro, pero no hay mucho campo para más
adelantos en esta dirección. Se pueden esperar nuevos descubrimientos, pero no
pueden agregarse grandemente a las propiedades valiosas del metal, aún cuando
pudieran reducir considerablemente el costo de manufactura. El futuro inmediato
del hierro está asegurado por su bajo costo y sus cualidades mecánicas y
magnéticas sin rival. Estas son tales que ningun otro metal puede competir con él
por ahora. Pero no puede haber duda que, en un tiempo no muy distante, el hierro,
en muchos de sus ahora dominios sin rival, tendrá que pasar la estafeta a otro: la
era que viene será la del aluminio. Es apenas setenta años desde que se este
maravilloso metal fué descubierto por Woehler, y la industria del aluminio, apenas
de cuarenta años de edad, manda ya la atención del mundo entero. Tal rápido
crecimiento no ha sido registrado en la historia de la civilización anteriormente. No
hace mucho el aluminio era vendido a un precio lujoso de cuarenta dolares por
libra: hoy se le puede obtener en cualquier cantidad por unos cuantos centavos. Lo
que es más, el momento no está lejano cuando este precio, también, será
considerado exajerado, ya que hay grandes mejoramientos posibles en el método
de su manufactura. La mayor parte del metal es ahora producido en un horno
eléctrico por medio de un proceso que combina la fusión y la electrólisis, que
ofrece un número de características ventajosas, pero naturalmente involucra una
gran cantidad de despedicio de la energía eléctrica de la corriente. Mis
estimaciones muestran que el precio del aluminio pudiera ser considerablemente
reducido al adptar en su manufactura un método similar a aquel propuesto por mí
en la producción del hierro. Una libra de aluminio requiere para su fusión
únicamente como setenta por ciento del calor necesitado para la función de una
libra de hierro, y dado que su peso es únicamente como un tercio de este último,
un volumen de aluminio cuatro veces que el del hierro podría ser obtenido de una
cantidad dada de energía termica. Pero un proceso de manufactura de eletrólisis
fría es la solución ideal, y en esto he puesto mis esperanzas.
En tanto que es imposible decir cuándo esta revolución industrial será consumada,
no puede haber duda que el futuro pertenece al alumunio, y que en tiempos por
venir será el principal medio de incrementar el desempeño humano. Tiene en este
sentido capacidades más grandes con mucho que aquellas en cualquier otro
metal. Debería estimar su potencia civilizadora a cien veces la del hierro. Este
estimado, aún cuando pudiera sorprender, no es del todo exagerado. Primero que
todo, debemos recordar que hay treinta veces más aluminio que hierro en bruto,
disponible para los usos del hombre. Esto por sí mismo ofrece grandes
posibilidades. Entonces, de nuevo, el nuevo metal es mucho más facilmente
trabajable, lo cual le agrega valor. En muchas de sus propiedades participa del
carácter de un metal precioso, lo que le da valor adicional. Su conductividad
eléctrica, que, por un peso dado, es más grande que la de cualquier otro metal,
sería por si misma suficiente para hacerlo uno de los más importantes factures en
el futuro progreso humano. Su extremada ligereza hace más facil de transportar
los objetos manufacturados. Por virtud de esta propiedad revolucionará la
construcción naval, y al facilitar los transportes y los viajes se agregará
enormemente al desarrollo útil de la humanidad. Pero su más grande propiedad
civilizadora será, yo creo, en los viajes aéreos, que de seguro serán posibles por
medio de él. Los instrumentos telegráficos lentamente iluminarán a los bárbaros.
Los motores eléctricos y las lámparas los harán más rápidamente, pero más rápido
que cualquier otra cosa lo harán las máquinas voladoras. Convertir los viajes en
algo idealmente fácil será el mejor medio para unificar los elementos heterogéneos
de la humanidad. Como el primer paso hacia esta realización deberiamos producir
un acumulador más ligero u obtener más energía del carbón.
Todavía más energía se obtiene ahora del carbón por el últimamente mejorado
motor de gas, cuya economía es, en promedio, probablemente dos veces la del
mejor motor de vapor. La introducción del motor de gas es muy facilitada por la
importancia de la industria del gas. Con el creciente uso de la iluminación con
electricidad más y más del gas está siendo utilizado para calentamiento y
propósitos de fuerza motriz. En muchos casos el gas es manufacturado cerca de la
mina de carbón y llevado a lugares distantes de consumo, un ahorro considerable
por igual en el costo de transportación y en la utilización de la energía del
combustible que se efectúa así. En el presente estado del arte mecánico y
eléctrico la forma más racional de derivar energía del carbón es evidentemente
para manufacturar gas cerca del almacen de carbón, y utilizarlo, ya sea en el sitio
o en cualquier otro lugar, para generar electricidad para usos industriales en
dinamos movidos por motores de gas. El éxito comercial de tal planta es
grandemente dependiente de la producción de motores de gas de gran potencia
nominal en caballos, lo cuales, a juzgar por la gran actividad en este campo están
pronto por venir. En vez de consumir el carbón directamente, como de costumbre,
el gas debería ser manufacturado de él y quemado para economizar energía.
Pero todas esas mejoras no pueden ser más que fases pasajeras en la evolución
hacia algo más perfecto, ya que últimamente debemos tener éxito en obtener
electricidad a partir del carbón de una forma más directa, sin involucrar grandes
pérdidas de energía térmica. Si acaso el carbón puede ser oxidado por un método
frío es todavía una pregunta. Su combinación con el oxígeno siempre involucra
calor, y si acaso la energía de la combinación del carbón con otro elemento puede
ser convertida directamente en energía eléctrica eso no ha sido todavía
determinado. Bajo ciertas condiciones el acido nitrico quemará al carbón,
generando una corriente eléctrica, pero la solución no permanece fría. Otros
métodos de oxidar al carbón han sido propuestos, pero no han ofrecido la promesa
de conducir a un proceso eficiente. Mi propia falta de suerte ha sido total, aunque
quizá no tan total como la de algunos quienes han "prefeccionado" la batería de
carbón frío. Este problema es esencialmente uno para que lo resuelvan los
químicos. No es para los físicos, quienes determinan todos sus resultados
anticipadamente, para que, cuando se intente el experimento, no pueda fallar. La
química, aún cuando sea una ciencia positiva, no admite todavía la solución por
tales positivos métodos como aquellos que están disponibles en el tratamiento de
muchos problemas físicos. Al resultado, de ser posible, se llegará a través de
intentos patentes en vez de a través de deducción y cálculo. La hora pronto
vendrá, como sea, cuando el químico sea capaz de seguir un curso claramente
trazado con anticipación, y cuando el proceso de su arribo al resultado deseado
sea puramente constructivo. La batería de carbón frío daría un gran ímpetu al
desarrollo eléctrico; conduciría muy rápidamente a una máquina voladora práctica,
y mejoraría enormemente la introducción del automovil. Pero estos y muchos otros
problemas serán resueltos mejormente, y de una manera más científica, por una
batería de almacenamiento de luz.
Es difícil creer, pero es, aún sin embargo, un hecho, que desde tiempos
inmemoriales el hombre ha tenido a su disposición una bastante buena máquina
que lo ha habilitado a utilizar la energía del medio ambiente. Esta máquina es el
molino de viento. Contrariamente a la creencia popular, la fuerza obtenida del
viento es muy considerable. Muchos inventores engañados han pasado años de
sus vidas en busca del "aprovechamiento de las mareas", y algunos han inclusive
propuesto comprimir el aire con la marea -o con las olas- para proveer energía, sin
nunca entender las señales del viejo molino de viento sobre la colina, como si
dolorosamente agitaran sus brazos tratando de pedirles que se detengan. El hecho
es que un motor de ola -o marea- tendría, por regla, apenas una pequeña
oportunidad de competir comercialmente con el molino de viento, el cual es con
mucho una mejor máquina, permitiendo obtener una mayor cantidad de energía de
una forma más simple. La fuerza del viento ha sido, en tiempos antiguos, de
inestimable valor para el hombre, si acaso para nada más que para permitirle
cruzar los mares, y es aún ahora un factor muy importante para viajes y
transportes. Pero hay grandes limitaciones en este idealmente simple método de
utilizar la energía del sol. Las máquinas son grandes para una cantidad dada de
energía, y la fuerza es intermitente, necesitando así el almacenamiento de energía
e incrementando el costo de la planta.
Una forma mucho mejor, sin embargo, para obtener fuerza sería aprovecharnos
nosotros de los rayos del sol, los cuales golpean la tierra incesantemente y suplen
energía a un máximo índice de más de cuatro millones de caballos de fuerza por
milla cuadrada. Aún cuando el promedio de energía recibida por milla cuadrada en
cualquier localidad durante el año es únicamente una pequeña fracción de esa
cantidad, aún así una inextinguible fuente de fuerza sería abierta al descubrir algún
método eficiente de utilizar la energía de los rayos. La única forma racional que me
es conocida cuando comencé a estudiar este tema era el emplear alguna clase de
motor de calor o termodinámico, movido por un fluído volátil evaporado en una
caldera por el calor de los rayos. Pero una más cercana investigación de este
método, y cálculos, mostraron que, aún sin embargo la aparentemente vasta
cantidad de energía recibida de los rayos del sol, únicamente una pequeña
fracción de esa energía podría ser en realidad utilizada en esta forma. Mas aún, la
energía suplida a través de las radiaciones solares es periódica, y las mismas
limitaciones que en el uso del molino de viento fueron encontradas aquí también.
Después de un largo estudio de este modo de obtener fuerza motriz del sol,
tomando en consideración el necesariamente gran tamaño de la caldera, la baja
eficiencia del motor de calor, el costo adicional de guardar la energía y otros
inconvenientes, llegué a la conclusión de que el "motor solar", con excepción de
algunos casos, no podría ser industrialmente explotado con éxito.
Otro método de obtener fuerza motriz del medio sin consumir ningún material sería
utilizar el calor contenido en la tierra, el agua, o el aire para mover un motor. Es un
hecho bien conocido que las porciones interiores del globo están muy calientes,
con la temperatura aumentando, como muestran las observaciones, con la
aproximación al centro a un índice de aproximadamente 1 grado celsius por cada
cien pies de profundidad. Las dificultades de hundir barras y ubicar calderas a
profundidades de, digamos, doce mil pies, correspondiendo a un incremento en
temperatura de aproximadamente 120 grados celsius, no son insuperables, y
ciertamente nos aprovecharíamos de esta forma del calor interno del globo. De
hecho, no sería necesario ir a cualquier profundidad para derivar energía del calor
terrestre almacenado. Las capas superficiales de la tierra y los estratos del aire
cercanos a la misma estan a una temperatura suficientemente alta para evaporar
algunas substancias extremadamente volátiles, las cules podríamos usar en
nuestras calderas en lugar de agua. No hay duda que un navio podría ser
propulsado en el océano por un motor movido por tales fluídos volatiles, sin utilizar
otra energía sino el calor sustraído al agua. Pero la cantidad de fuerza que pudiera
obtenerse en esta forma sería, sin más disposiciones, muy pequeña.
El segundo hecho que he comprobado es que los estratos superiores de aire están
permanentemente cargados con electricidad opuesta a la de la tierra. Así que, al
menos, he interpretado mis observaciones, de las cuales parece que la tierra, con
su adyacente capa aislante y su externa capa conductiva, constituye un
condensador eléctrico altamente cargado conteniendo, con toda probabilidad, una
gran cantidad de energía eléctrica que pudiera ser convertida para usos del
hombre, si fuera posible alcanzar con un alambre tan grandes altitudes.
Es posible, y aún probable, que haya, con el tiempo, otros recursos de energía
descubiertos, de los cuales no tenemos conocimiento hoy. Podríamos aún
encontrar formas de aplicar fuerzas tales como el magnetismo o la gravedad para
mover maquinaria sin usar otros medios. Tales realizaciones, aún cuando
altamente improbables, no son imposibles. Un ejemplo conducirá mejor una idea
de lo que podemos esperar alcanzar y de lo que nunca alcanzaremos. Imaginen un
disco de algún material homogeneo torneado perfectamente y colocado para girar
en baleros sin fricción en una barra horizontal sobre el suelo. El disco, estando
bajo las condiciones anteriores perfectamente balanceado, descansaría en
cualquier posición. Ahora, es posible que aprendamos cómo hacer que tal disco
gire contínuamente y desarrolle un trabajo por la fuerza de la gravedad sin ningun
esfuerzo adicional de nuestra parte; pero es perfectamente imposible que el disco
gire y haga algún trabajo sin ninguna fuerza del exterior. Si pudiera hacerse, sería
lo que se designa científicamente como un "movil perpetuo", una máquina creando
su propia fuerza motriz. Para hcer que el disco gire por fuerza de la gravedad solo
tenemos que inventar un filtro contra esta fuerza. Por medio de tal filtro podríamos
impedir que esta fuerza actúe en una mitad del disco, y la rotación de este último
seguiría. Al menos, no podemos negar tal posibilidad hasta que sepamos
exactamente la naturaleza de la fuerza de gravedad. Supón que esta fuerza se
debiera a un movimiento comparable al de una corriente de aire que pasara desde
arriba hacia el centro de la Tierra. El efecto de tal corriente sobre ambas mitades
del disco sería igual, y este último no giraría ordinariamente; pero si una mitad
fuera protegida con una placa deteniendo el movimiento, entonces giraría.
Pero ¿acaso no sería posible realizar una condición similar sin necesariamente ir a
las alturas? Imagina, por medio de la ilustración, un recipiente cilíndrico T, como se
ilustra en el diagrama b, de modo que no se pueda transferir energía a través de él
excepto a través del canal o ruta O, y que, por unos medios o por otros, en este
recipiente se mantuviera un medio que tuviera poca energía, y que en el lado
exterior del mismo hubiera el medio ambiente ordinario con mucha energía. Bajo
estas suposiciones la energía fluiría a través de la ruta O, como se indica por la
flecha, y podría entonces convertirse al pasar en otra forma de energía. La
pregunta era, ¿podría tal condición ser alcanzada? ¿Podríamos producir
artificialmente tal "resumidero" para la energía del medio ambiente para que fluya
hacia allí? Supón que una temperatura extremadamente baja pudiera ser
mantenida por algún proceso en un espacio dado; el medio circundante tendría
entonces que ser forzado a dar su calor, el cual podría convertirse entonces en
energía mecánica o alguna otra, y ser utilizada. Al imaginar tal plan, deberíamos
poder llevar a cualquier punto del globo una fuente contínua de energía, día y
noche. Mas que esto, razonando en lo abstracto, parecería posible causar una
circulación rápida del medio, y así extraer energía a una velocidad muy rápida.
Aquí, entonces, estaba una idea que, de ser realizable, planteaba una solución
feliz al problema de obtener energía del medio. ¿Pero era realizable? Me convencí
de que lo era en un número de formas, de las cuales una es la que sigue. En lo
concerniente al calor, estamos a un alto nivel, el cual puede estar representado por
la superficie de un lago en una montaña considerablemente arriba del nivel del
mar, nivel que pudiera marcar el zero absoluto de temperatura existente en el
espacio interestelar. El calor, como el agua, fluye desde el nivel alto hacia el bajo,
y, consecuentemente, así como podemos dejar correr el agua del lago hacia el
mar, así podemos dejar que el calor desde la superficie de la tierra viaje a las
regiones frías de arriba. El calor, como el agua, puede desarrollar un trabajo al
fluir, y si tuviéramos alguna duda de si pudiéramos derivar energía del medio por
medio de una termópila, como se describió antes, sería disipada por esta analogía.
¿Pero podemos producir frío en una porción dada de espacio y causar que el calor
fluya contínuamente hacia allá? Para crear tal "resumidero", u "hoyo frío", como
podríamos decir, en el medio, sería equivalente a producir en el lago un espacio ya
sea vacío o lleno con algo más ligero que el agua. Esto lo podríamos hacer
colocando en el lago un tanque, y bombeando toda el agua fuera de este último.
Sabemos, entonces, que el agua, si se le permitiera fluir de vuelta hacia el tanque,
sería, teóricamente, capaz de desarrolar exactamente la misma cantidad de
trabajo que fué usada para bombearla hacia fuera, pero nadamas.
Consecuentemente nada podría ganarse en esta doble operación de primero
levantar el agua y luego dejarla caer. Esto significaría que es imposible crear tal
resumidero en el medio ambiente. Pero refleccionemos un momento. El calor, aún
cuando siga ciertas leyes generales de la mecánica, como un fluído, no es tal; es
energía que puede ser convertida en otras formas de energía conforme pasa de un
nivel alto a uno bajo. Para hacer nuestra analogia mecánica completa y verdadera,
debemos, por lo tanto, asumir que el agua, en su pase hacia el tanque, es
convertida en algo diferente, que puede ser extraído usando nada, o muy poca,
energía. Por ejemplo, si el calor estuviera representado en esta anlogía por el agua
del lago, el oxígeno y el hidrógeno que componen el agua podrían ilustrar otras
formas de energía en las cuales el calor es transformado al pasar de lo caliente a
lo frío. Si el proceso de la transformación del calor fuera absolutamente perfecta,
ningun calor arribaría al nivel bajo, ya que todo sería convertido en otras formas de
energía. Correspondiendo a este caso ideal, toda el agua fluyendo hacia el tanque
sería descompuesta en oxígeno e hidrógeno antes de alcanzar el fondo, y el
resultado sería que el agua contínuamente fluiría, mientras el tanque permanecería
enteramente vacío siempre, y los gases formados escapándose. Así
produciríamos, gastando inicialmente una cierta cantidad de trabajo para crear un
resumidero para el calor o, respectivamente, para que fluyera el agua, una
condición que nos permitiera obtener cualquier cantidad de energía sin esfuerzo
adicional. Esto sería una forma ideal de obtener fuerza motriz. No sabemos de
ningún proceso tan pefecto de conversión de calor, y consecuentemente algún
calor generalmente alcanzará el nivel bajo, lo cual significa decir, en nuestra
analogía mecánica, que una parte de agua arribará al fondo del tanque, y un
gradual y lento llenado de este último tomaría lugar, necesitando un contínuo
bombeo hacia afuera. Pero evidentemente habrá menos que bombear hacia fuera
que lo que fluya hacia dentro, o, en otras palabras, menos energía será necesaria
para mantener la condición inicial de la que es desarrollada por la caída, y esto es
como decir que una parte de la energía será ganada del medio. Lo que no sea
convertido en flujo puede ser elevado con su propia energía, y lo que sea
convertido será clara ganancia. Así que la virtud del principio que he descubierto
reside completamente en la conversión de la energía corriente abajo.
Habiendo reconocido esta verdad, comencé a concebir los medios para desarrollar
mi idea, y, después de mucho pensar, finalmente concebi una combinación de
aparatos que debieron hacer posible obtener fuerza del medio por un proceso de
enfriamiento contínuo del aire atmosférico. Este aparato, al transformar
contínuamente el calor en trabajo mecánico, tendía a hacerse más y más frío, y si
solo fuera practicable alcanzar una temperatura muy baja de esta forma, entonces
un resumidero para el calor habría sido producido, y la energía pudiera derivarse
del medio. Esto parecía contrario a las afirmaciones de Carnot y Lord Kelvin antes
referidas, pero concluí de la teoría del proceso que tal resultado podría ser
alcanzado. Esta conclusión la alcancé, pienso, en la última parte de 1883, cuando
estaba en Paris, y era un tiempo en que mi mente estaba siendo dominada más y
más por una invención que había yo evolucionado durante el año precedente, y la
cual desde entonces había sido conocida por el nombre de "campo magnético
giratorio". Durante los pocos años que siguieron terminé de elaborar el plan que
había imaginado, y estudié las condiciones de trabajo, pero hice poco progreso. La
introducción comercial en este país de la invención antes referida requirió toda mi
energía hasta 1889, cuando nuevamente tomé la idea del motor autoactuante. Una
investigación más cercana de los principios involucrados, y cálculos, ahora
mostraban que el resultado al que me dirigía no podia ser alcanzado de una
manera práctica por maquinaria ordinaria, como había yo esperado al principio.
Esto me condujo, como siguiente paso, al estudio de un tipo de motor
generalmente designado como "turbina", que al principio pareció ofrecer mejores
oportunidades para la realización de la idea. Pronto encontré, sin embargo, que la
turbina, también, era inapropiada. Pero mis conclusiones mostraban que si un
motor de una clase peculiar pudiera ser llevado a un alto grado de
perfeccionamiento, el plan que había yo concebido era realizable, y me resolvi
entonces a proceder con el desarrollo de tal motor, el objetivo primario del cual era
asegurar la más grande economia de transformación de calor en energía
mecánica. Una característica propia del motor era que el pistón que desarrollara el
trabajo no debía estar conectado con nada, sino que sería perfectamente libre para
vibrar a un enorme índice. Las dificultades mecánicas encontradas en la
construcción de este motor fueron más grandes de las que había anticipado, he
hice un progreso lento. Este trabajo lo continué hasta temprano en 1892, cuando
fuí a Londres, donde ví los admirables experimentos del Profesor Dewar con la
licuefacción de gases. Otros habían liquado gases antes, y notablemente Ozlewski
y Pictet habían desarrollado experimentos tempranos acreditables en esta línea,
pero había tal vigor acerca del trabajo de Dewar que incluso lo viejo parecia nuevo.
Sus experimentos mostraban, aunque en una forma diferente de la que había yo
imaginado, que era posible alcanzar una muy baja temperatura al transformar calor
en trabajo mecánico, y regresé, profundamente impresionado con lo que había
visto, y convencido más que nunca de que mi plan era practicable. El trabajo
temporalmente interrumplido fué reiniciado, y pronto tuve en un decente estado de
perfección al motor que llame "oscilador mecánico". En esta máquina tuve éxito en
hacer a un lado todos los empaques, valvulas, y lubricación, y en producir tan
rápida vibración del pistón que las barras de duro acero, atornilladas al mismo y
vibrando longitudinalmente, fueron hechas pedazos. Combinando este motor con
un dinamo de diseño especial produje un generador eléctrico altamente eficiente,
invaluable en medidas y determinaciones de cantidades físicas en consideración
del índice invariante de oscilación obtenible por esos medios. Exhibí varios tipos de
esta máquina, llamada "oscilador mecánico y eléctrico", ante el Congreso Eléctrico
en la Feria Mundial en Chicago durante el verano de 1893, en una lectura que, en
comparación de otros trabajos publicados, no fuí capaz de preparar para su
publicación. En esa ocasión expuse los principios del oscilador mecánico, pero el
propósito original de esta máquina se explica aquí por primera vez.
Mucha de esta labor en la cual he trabajado tanto tiempo sigue sin ser terminada.
Un número de detalles mecánicos hay todavía que perfeccionar y algunas
dificultades de naturaleza distinta tienen todavía que ser dominadas, y no puedo
esperar producir una máquina autoactuante derivando energía del medio ambiente
por un tiempo todavía largo, aún si todas mis espectativas se materializaran.
Muchas circunstacias han ocurrido que han retardado mi trabajo últimamente, pero
por varias razones el retraso fué benéfico.
Una de estas razones fué que tuve amplio tiempo para considerar lo que pudieron
ser las últimas posibilidades de este desarrollo. Trabajé por mucho tiempo
convencido de que la realización práctica de este método de obtener energía del
sol sería de incalculable valor industrial, pero el contínuo estudio del tema reveló el
hecho de que mientras este sería comercialmente rentable si mis expectativas
estaban bien fundadas, no lo sería a un grado extraordinario.
Otra de estas razones fué que fuí llevado a reconocer la transmisión de energía
eléctrica a cualquier distancia a través del medio como por mucho la mejor
solución al gran problema de aprovechar la energía del sol para usos del hombre.
Por mucho tiempo estuve convencido de que tal transmisión a escala industrial, no
podia realizarse nunca, pero un descubrimiento que hice cambio mi punto de vista.
Observé que bajo ciertas condiciones la atmósfera, la cual es normalmente un
aislante, asume propiedades conductivas, y se convierte así en capaz de
transportar cualquier cantidad de energía eléctrica. Pero las dificultades en la
forma de una utilización práctica de este descubrimiento para el propósito de
transmitir energía eléctrica sin alambres eran aparentemente insuperables.
Presiones eléctricas de muchos millones de voltios tenían que ser producidas y
manejadas; generando aparatos de una clase novedosa, capaces de soportar los
enormes estreses eléctricos, tenían que ser inventadas y perfeccionadas, y una
completa seguridad contra los peligros de las corrientes de alta tensión tenían que
ser alcanzados en el sistema antes de que su práctica introducción pudiera
siquiera pensarse. Todo esto no podía hacerse en unas semanas o meses, o
incluso años. El trabajo requería paciencia y aplicación constante pero las mejoras
llegaron, aunque lentamente. Otros valiosos resultados fueron, sin embargo,
alcanzados en el curso de este largo y continuado trabajo, del cual me voy a
dedicar a dar una breve reseña, enumerando los avances principales como fueron
sucesivamente efectuados.
Otra observación fué que por medio de tales oscilaciones se puede producir luz de
una manera novedosa y económica, que prometió conducir a un sistema ideal de
iluminación eléctrica por medio de tubos al vacío, dispensando la necesidad de
renovar las lámparas o filamentos incandescentes, y posiblemente también el uso
de alambres dentro de las construcciones. La eficiencia de esta luz se incrementa
en proporción al ritmo de las oscilaciones, y su éxito comercial es, por lo tanto,
dependiente de la producción economica de vibraciones eléctricas de ritmos
trascendentes. En esta dirección he encontrado un éxito gratificante últimamente, y
la introducción practica de este nuevo sistema de iluminación no está lejos.
Como el primer vaioso resultado de mis experimentos en esta última línea resultó
un sistema de telegrafia sin alambres, el cual describí en dos lecturas científicas en
febrero y marzo de 1893. Se ilustra mecánicamente en el diagrama c, la parte
superior del cual muestra el arreglo eléctrico como entonces lo describí, mientras
que la parte inferior ilustra su análogo mecánico. El sistema es extremadamente
simple en principio. Imagina dos diapasones sintonizadores F, y F1, uno conectado
al extremo que envía, y el otro en la estación que recibe, respectivamente,
teniendo cada uno conectado a su diente inferior un diminuto pistón p, colocado en
un cilindro. Ambos cilindros se comunican con un gran recipiente R, con paredes
elásticas, el cual se supone cerrado y lleno con un liviano e incompresible fuído. Al
golpear repetidamente uno de los dientes del diapasón sintonizador F, el pequeño
pistón p abajo sería vibrado, y sus vibraciones, transmitidas a través del fluído,
llegarian al diapasón distante F1, el cual estaría sintonizado al diapasón F, o, dicho
de otra forma, de la misma nota que el último. El diapasón F1 sería ahora puesto a
vibrar, y su vibración sería intensificada por la acción contínua del diapasón
distante F hasta que su diente superior, balanceándose suficiente, haría una
conexión eléctrica con un contacto estacionario c, haciendo funcionar de esta
forma algunos aparatos eléctricos u otros que pudieran ser usados para registrar
las señales. De esta simple manera se podrían intercambiar mensajes entre las
dos estaciones, proveyendo un contacto similar c para este propósito, cerca del
diente superior del diapasón F, para que el aparato en cada estación pudiera ser
empleado alternadamente como receptor y transmisor.
Diagrama c. Telegrafía inalámbrica mecánicamente ilustrada.
Desde que describí estos principios simples de telegrafia sin alambres he tenido
frecuentes ocasiones de notar que se han usado características y elementos
idénticos, en la creencia evidente de que las señales están siendo transmitidas a
considerable distancia por radiaciones "Hertzianas". Esta es olo una de muchas
interpretaciones erroneas a las cuales las investigaciones del lamentable físico han
dado lugar. Hace como treinta y tres años Maxwell, siguiendo un sugerente
experimento hecho por Faraday en 1845, evolucionó una teoría idealmente simple
que conectaba íntimamente la luz, el calor radiante, y el fenómeno eléctrico,
interpretándolos como vibraciones de un fluído hipotético de tenuidad inconcebible,
llamado eter. No se llegó a ninguna verificación experimental hasta que Hertz, por
sugerencia de Helmholtz, llevó a cabo una serie de experimentos al efecto. Hertz
procedió con extraordinario ingenio y observación, pero dedicó poca energía al
perfeccionamiento de su anticuado aparato. La consecuencia fué que falló en
observar la importante función que el aire jugó en sus experimentos, y los cuales
yo subsecuentemente descubrí. Repitiendo sus experimentos y obteniendo
diferentes resultados, me aventuré a hacer estos señalamientos. La fuerza de las
pruebas planteadas por Hertz en apoyo a la teoría de Maxwell residían en la
correcta estimación de los índices de vibración de los circuitos que él usó. Pero yo
aseguré que él no pudo haber obtenido los índices que pensó que estaba
obteniendo. Las vibraciones con aparatos idénticos a los que él usó son, por regla,
más bajas, debiéndose esto a la presencia del aire, el cual produce un efecto
amortiguador sobre un circuito eléctrico vibratorio rápido de alta presión, tal y como
un fluído lo hace sobre un diapasón vibratorio. He descubierto, sin embargo, desde
aquel entonces otras causas de error, y he dejado desde hace tiempo de mirar sus
resultados como la verificación experimental de las concepciones hipotéticas de
Maxwell. El trabajo del gran físico alemán ha actuado como un estímulo inmenso a
la investigación eléctrica contemporanea, pero al mismo tiempo ha, en alguna
medida, por su fascinación, paralizado la mentalidad científica, y así dañado la
búsqueda independiente. Cada nuevo fenómeno que era descubierto era forzado a
cumplir con la teoría, y así muy frecuentemente la verdad ha sido
inconscientemente distorcionada.
Figura 6. Vista de lo esencial del oscilador eléctrico usado en los experiments
descritos.
Cuando presenté este sistema de telegrafía mi mente estaba dominada por la idea
de efectuar la comunicación a cualquier distancia a través de la Tierra o el medio
ambiente, cuya consumación práctica consideré de trascendental importancia,
principalmente tomando en cuenta el efecto moral que no podía fallar en producir
universalmente. Como el primer esfuerzo en este sentido propuse en aquel tiempo,
emplear estaciones relevadoras con circuitos sintonizados, con la esperanza de
hacer practicable la señalización a través de grandes distancias, aún con aparatos
de moderada potencia entonces bajo mi control. Tenia la confianza, sin embargo,
de que con maquinaria apropiadamente diseñada se podrían transmitir señales a
cualquier punto del globo, sin importar la distancia, sin la necesidad de usar tales
estaciones intermedias. Gané esta convicción a través del descubrimiento de un
fenómeno eléctrico singular, el cual describí a principios de 1892, en lecturas que
hice ante algunas sociedades científicas de entonces, y el cual lo he llamado un
"cepillo giratorio". Esto es un puñado de luz que se forma, bajo ciertas condiciones,
en un bulbo al vacío, y el cual es sensible a influencias eléctricas y magnéticas
rayando, por así decirlo, en lo sobrenatural. Este montón de luz es girado
rápidamente por el magnetismo de la Tierra a tanto como veinte mil veces por
segundo, siendo el giro en estos lares el opuesto del que sería en el hemisferio
sur, mientras que en la región del ecuador magnético no debería girar para nada.
En su estado más sensitivo, el cual es dificl de obtener, responde a las influencias
eléctricas o magnéticas a un increíble grado. La sola tensión de los musculos del
brazo y consecuente leve cambio eléctrico en el cuerpo de un observador estando
de pie a una distancia de él, lo afectará perceptiblemente. Cuando se encuentra en
este estado de alta sensibilidad es capaz de indicar los cambios eléctricos y
magnéticos más pequeños que tomen lugar en la Tierra. La observación de este
maravilloso fenómeno me impresionó fuertemente de que la comunicación a
cualquier distancia podría ser fácilmente efectuada por estos medios, siempre y
cuando el aparato pudiera ser perfeccionado para ser capaz de producir un cambio
de estado eléctrico o magnético, pero pequeño, en el globo terrestre o medio
ambiente.
Figura 7. Experimento para ilustrar el efecto inductivo de un oscilador eléctrico de
gran potencia.
Me decidi a concentrar mis esfuerzos en esta tarea venturosa, aún cuando implicó
un gran sacrificio, ya que las dificultades a vencer eran tales que solo pude esperar
consumarlo después de años de trabajo. Significó retraso de otros trabajos a los
que hubiera preferido dedicarme, pero gané la convicción de que mis energías no
podían ser mejor empleadas; ya que comprendí que un aparato eficiente para la
producción de oscilaciones eléctricas poderosas, tal y como se requería para ese
propósito específico, era la clave a la solución de otro de los más grandes
problemas eléctricos y, de hecho, humanos. La comunicación no solo era, a
cualquier distancia, posible sin alambres por estos medios, sino, igualmente, la
transmisión de energía en grandes cantidades, la combusión del nitrógeno
atmosférico, la producción de una iluminación eficiente, y otros muchos resultados
de inestimable valor industrial y científico. Finalmente, sin embargo, tuve la
satisfacción de lograr la tarea encargada al usar un nuevo principio, virtud del cual
está basada en las maravillosas propieadades del condensador eléctrico. Una de
ellas es que este puede descargar o explotar su energía almacenada en un tiempo
inconcebiblemente corto. Debido a esto es de inigualable violencia explosiva. La
explosión de la dinamita es solo el respiro de un tísico comparado con su
descarga. Es el medio de producir la más fuerte corriente, la más alta presión
eléctrica, la más grande conmoción en el medio. Otra de sus propiedades,
igualmente valiosa, es que su descarga puede vibrar a cualquier frecuencia
deseada hasta muchos millones por segundo.
Pero por extraordinarios que puedan parecer los resultados, son solo pequeñeces
comparados con aquellos que se pueden obtener con aparatos diseñados en estos
mismos principios. He producido descargas eléctricas cuya real longitud, de un
extremo al otro, fué probablemente más de cien pies; pero no sería difícil obtener
longitudes cien veces mayores. He producido movimientos eléctricos ocurriendo a
un ritmo de aproximadamente cien mil caballos de potencia, pero ritmos de uno,
cinco, o diez millones de caballos de potencia son fácilmente practicables.
En estos experimentos de desarrollaron efectos incomparablemente más grandes
que cualquiera producidos alguna vez por una agencia humana, y aún así estos
resultados no son sino un embrión de lo que será.
Que la comunicación sin alambres a cualquier punto del globo es practicable con
tales aparatos no requiere demostración porque a través de los descubrimientos
que hice obtuve la certeza absoluta. Popularmente explicado, es exactamente
esto: cuando alzamos la voz y escuchamos un eco en respuesta, sabemos que el
sonido de la voz tuvo que haber alcanzado una pared distante, una frontera, y
debió haberse reflejado desde la misma. Exactamente como el sonido, así una
onda eléctrica se refleja, y la misma evidencia que se nos muestra en un eco se
nos muestra en un fenómeno eléctrico conocido como una onda "estacionaria" -es
decir, una onda con regiones nodales y ventrales fijas. En lugar de enviar
vibraciones sonoras a una pared distante, he enviado vibraciones eléctricas a los
remotos límites de la Tierra, y en lugar de la pared, la Tierra ha contestado. En
lugar de un eco he obtenido una onda eléctrica estacionaria, una onda reflejada
desde lo lejos.
Las ondas estacionarias en la Tierra significan algo más que solo telegrafia sin
alambres a cualquier distancia. Nos facilitarán alcanzar muchos resultados
especificos importantes de otra forma imposibles. Por ejemplo, al usarlas podemos
producir a voluntad, desde una estación transmisora, un efecto eléctrico en una
región particular del globo; podemos determinar la posición relativa o curso de un
objeto en movimiento, tal como un barco en el mar, la distancia recorrida por el
mismo, o su velocidad; o podemos enviar por sobre la Tierra una onda de
electricidad viajando a cualquier velocidad que deseemos, desde al paso de una
tortuga hasta la velocidad de la luz.
Con estos desarrollos tenemos todas las razones para anticipar que en un tiempo
no muy distante la mayoría de los mensajes telegraficos a través de los océanos
serán transmitidos sin cables. Para distancias más cortas ocupamos un telefono
inalambrico, que no requiera operadoras expertas. Entre más grandes los espacios
a cubrir, más racional se vuelve la comunicación sin alambres. El cable no solo es
un fácilmente dañable y costoso instrumento, sino que nos limita en la velocidad de
la transmisión por razón de una cierta propiedad eléctrica inseparable de su
construcción. Una planta apropiadamente diseñada para efectuar comunicación sin
alambres tiene que tener muchas veces la capacidad de trabajo de un cable, al
tiempo que significa un gasto incomparablemente menor. No pasará mucho
tiempo, yo creo, antes de que la comunicación por cable sea obsoleta, ya que no
solo las señalizaciones por este método van a ser más rápidas y baratas, sino
mucho más seguras. Al usar algunos nuevos medios de aislar los mensajes que he
ideado, una casi perfecta privacidad puede ser asegurada.
Hay, por supuesto, un prejucio popular contra usar una presión eléctrica de
millones de voltios, que pueda causar chispas que vuelen a distancias de cientos
de pies, pero, tan paradójico como pudiera parecer, el sistema, como lo he descrito
en una publicación técnica, ofrece una seguridad personal más grande que la
mayoría de los circuitos de distribución ahora usado en las ciudades. Esto está
apoyado, hasta cierto punto, por el hecho de que aún cuando he hecho estos
experimentos por un número de años, no he sufrido ninguna lesión ni tampoco
ninguno de mis asistentes.
Anticipo que, no estando preparados para estos resultados, los cuales, a través de
larga familiaridad, me parecen simples y obvios, los considerarán lejos de una
aplicación práctica. Tal reserva, e incluso oposición, de algunos es una cualidad
tan útil y un elemento tan necesario en el progreso humano como la receptividad y
el entusiasmo de otros. De tal forma, una masa que se resista a la fuerza en un
principio, una vez puesta en movimiento, se agrega a la energía. El hombre
científico no espera un resultado inmediato. No espera que sus avanzadas ideas
sean adoptadas prontamente. Su trabajo es como el de un agricultor -para el
futuro. Su deber es establecer los cimientos para los que vendrán, y señalar el
camino. Él vive y trabaja y espera como el poeta que dice:
"Esperanza", de Goethe.