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Resumen
Abstract
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1 Cf. BENEDICTO XVI, Congreso eclesial de la diócesis de Roma sobre la familia, 6-6-
2005: “También el cuerpo del hombre y de la mujer tiene, por tanto, por así decir, un carác-
ter teológico, no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico en el hombre no es sólo
biológico, sino expresión y cumplimiento de nuestra humanidad”.
2 Cf. JUAN PABLO II, Mulieris dignitatem 10.
3 Cf. JUAN PABLO II, Mulieris dignitatem 18. Tanto en las Catequesis sobre Teología del
cuerpo como en la Mulieris dignitatem se pueden encontrar las coordenadas fundamen-
tales para elaborar una teología sobre la mujer, o si se quiere, una teología de lo femeni-
no y una teología de lo masculino, partiendo de la corporeidad sexuada. Más allá de los
dos modos de ser hombre, la masculinidad y la feminidad son también, en el modo de
revelarse de Dios, dos modos de expresarse en la carne y de realizar su plan de salvación.
La pretensión feminista de liberarse del «dominio del varón» por el camino de la «mascu-
linización de lo femenino», además de ser en sí misma radicalmente contradictoria, está
abocada a ahogarse en los límites de una perspectiva cada vez más reduccionista. Sin
embargo, la cuestión de la mujer sigue reclamando de la Teología una respuesta que
ahonde en la verdad plena de la persona y en el misterio de la Mujer bíblica, es decir, en
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2) El cuerpo humano habla del hombre como hijo, como ser que
nace y depende de Otro para el inicio de su existencia. La creación
del ser humano, tal como es narrada en el Génesis, sienta las bases
para hablar de la filiación creatural, como condición primordial del
hombre, y de la paternidad divina como experiencia fundamental del
primer hombre creado. Dios no engendra al hombre, lo crea, y lo crea
en Cristo; por tanto, en ese acto creador, el hombre recibe su origina-
ria filiación creatural en el Hijo, es decir, en Aquel que sí es engendra-
do por el Padre desde la eternidad. La imagen de un Dios creador, que
plasma y modela con sus propias manos aquel barro primordial, sobre
el que después soplará su aliento de vida, expresa muy bien que el
‘âdam, varón y mujer, es el hombre terroso, el que fue hecho del polvo
y suelo de la tierra. Así lo afirma Gn 2,5-7: “Entonces Yahvé Dios formó
al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida,
y resultó el hombre un ser viviente”. La carne de aquel primer hom-
bre, sin el soplo de vida divina, es carne inerte, impersonal, ámbito
oscuro de terrosidad y pasionalidad, el lastre más pesado de nuestra
creaturalidad y finitud. Sin embargo, aquel soplo divino impedía que
el hombre se identificase exclusivamente con el fango y la tierra con
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11 En Tríptico Romano, Juan Pablo II habla del cuerpo como “presacramento”, pero
será en las Catequesis donde abunde en la idea del cuerpo humano como “sacramento
primordial” de Dios. Cf. JUAN PABLO II, Audiencia general, 20-2-1980. Este valor sacramen-
tal del cuerpo es el significado más grande y elevado que se puede reconocer a la sexua-
lidad humana, y esto es algo que sólo la Revelación cristiana es capaz de formular.
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