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Universidad de Alicante
Nuestro autor, de alguna forma, nos está ofreciendo una visión mucho más
general y simbólica de la poesía. Por su interés, detengámonos en este punto.
Pero para entender su novedad e importancia en la trayectoria del poeta,
revisemos su visión sobre lo poético -tanto la función de la poesía como la del
poeta- en obras anteriores.
Ahora los poemas, para José Emilio Pacheco, son como islas; pero esta
percepción tiene por lo menos dos niveles. Un primer nivel sería el de imagen
visual; entendiendo que el poema es una isla de sílabas en una página, y cada
poema es una isla en el mar textual. Precisamente, y teniendo en cuenta lo que
acabamos de exponer, si examinamos las composiciones de Islas a la
deriva (21) comprobaremos que la libre disposición de los versos, tal como
enfatizaron los vanguardistas en sus obras, es un denominador común en estos
poemas; baste recordar las siguientes composiciones: «Horas altas», «El mar
sigue adelante» o «Las perfecciones naturales», en que el autor dispone los
versos, exentos de puntuación, en forma de oleaje; las estrofas -a modo
caligramático- sugieren olas en la página, como ha señalado Luis Antonio de
Villena. Con ello, no estamos manifestando que en poemarios anteriores José
Emilio Pacheco no se sirviese de este recurso, nada más lejos de la realidad;
pero sí afirmamos que de forma intencionada -y repetitiva- las composiciones
de este libro adquieren diversas formas, caprichosas hechuras, como cualquier
isla que por los designios marinos va configurando sus contornos recortados y
arbitrarios.
Si admitimos que los poemas son como islas, entendemos que estos están
expuestos a los designios no ya del autor, sino del mar. Esto se hace evidente
cuando, con un oxímoron, Pacheco añade el término a la deriva, dándonos a
entender que los poemas [32] están ausentes de dirección, de destino o de
propósito fijo, sólo a merced de las circunstancias, como extrañas islas. Las
composiciones -entiéndase la poesía- al ir a la deriva pierden todo destino,
pueden destruirse o desaparecer, y no pueden evitar el naufragio, en otras
palabras, nadie las gobierna. Por tanto, el poeta y su obra se arriesgan a no
dejar ninguna huella, a eclipsarse; o bien, aceptar lo inesperado, a que el mar,
en su eterna mutación -por otra parte, tema continuo en la poesía de Pacheco-,
le cambie sus formas. El poema está sometido a múltiples cambios; la poesía
vive modificándose. Ilustrativo de lo que estamos apuntando es el siguiente
texto de José Emilio Pacheco en el prólogo a su recopilación Tarde o
temprano:
Sin duda, esas islas a la deriva son la objetivación de otra imagen, la del
poeta mismo, que al igual que un marinero con su barca a la deriva, se
encuentra desorientado, abandonado, y no le queda otro remedio que aceptar
los designios de su propio destino, dejarse llevar por la marea, no por el vacío,
sino fuera de todo rumbo, mientras ve derivar a lo lejos las islas/los poemas.
En cierto modo los dos niveles de significación que hemos señalado confluyen
en esta interpretación del título como un simple hipálage, es decir, que es el
poeta el que las deja a la deriva. La imagen, marina y poética, como se sabe,
tiene sus raíces en los orígenes de la lírica, en el mundo órfico y homérico, y
que el petrarquismo tomará como paradigma, creando toda una tradición
poética que aún no ha llegado a su fin. José Emilio Pacheco, al pensar en
sus islas a la deriva, se sitúa en un lugar avanzado de esta tradición ya
universal; en el tópico del barco y marinero a la deriva que leyó y tradujo de
los poetas finiseculares: Rimbaud, Mallarmé y Baudelaire. Traducciones -
«aproximaciones»- que Pacheco realizó en la década de los 60, antes de la
publicación de Islas a la deriva.
Es necesario recordar aquí que «José Emilio Pacheco -como apunta Luis
Antonio de Villena (22)- elije sus traducciones por afinidad. Poetas (y sobre
todo poemas) traducidos, lo son en función de su cercanía al mundo del que
los traduce. Pudiéramos decir que son los poemas que Pacheco hubiera
querido escribir, y que -en consecuencia- rehace. Se trata de lírica de su
propia cuerda» (23).
Después de este cotejo, nos queda añadir que el autor, antes de Islas a la
deriva, a través de traducciones recoge la extensa y sólida tradición literaria
que mostró la función del poeta como viajero en el mar. Pacheco ha
revitalizado el tópico siguiendo de cerca a Rimbaud, Mallarmé y Baudelaire a
través de algunas composiciones. En Islas a la deriva se ve una poética en
marcha, una deriva que le lleva de la poética anterior hasta Tarde o
temprano al compás de lecturas y traducciones en las que sobre el tema
continuo, aunque intermitente del viaje en el mar, va a someter a la voz
poética a una esencialidad no del pathos, como todavía se puede observar en
Rimbaud, Mallarmé o Baudelaire, sino mucho más ética como observamos en
la poesía de los autores griegos clásicos, que Pacheco incluye en su primera
edición de Islas a la deriva, y también en la voz de Cavafis. La obra, pues, se
publica entre dos etapas de ejercicios de traducción, señalando ya
el [35]rumbo de la nueva poética. Creemos que, paradójicamente, Islas a la
deriva refleja una transformación en la poética consciente del autor, siendo el
resultado no sólo de su poesía anterior sino de la influencia de otro trabajo
poético tan imprescindible como el de la escritura: la asimilación, mediante
traducciones muy notables de otras escrituras. El autor ha encontrado,
siguiendo el ejemplo de otras voces poéticas decisivas, desde Rimbaud a
Cavafis, la vieja imagen de la poesía como cuaderno de bitácora de la
condición humana. José Emilio Pacheco en sus «aproximaciones» le quita
el pathos a Rimbaud, poeta embriagado en el mar, y le da un contenido ético
que encontrará en otros poetas que también hablan del mar. El poeta
mexicano, por tanto, se instala en una tradición para perder la autoría, a través
de otros viajes simbólicos desde los poetas griegos clásicos hasta el ya
mencionado Constantino Cavafis. La tradición del viaje por el mar
desconocido se hizo lírica en la poesía francesa de finales de siglo, pero
también en Stevenson y en la tradición que aquí no nos interesa de los poetas
venecianos en Viaje a Citerea.
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