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Esta tribu nómada se autodenomina Axé, (“hombre, persona, él que habla”).

Son conocidos en la
literatura etnográfica como Guayaki, habitan en la región oriental paraguaya, en la cordillera de
Mbarakajú.

El diario vivir de los Guayaki se encuentra fuertemente divididas por la separación sexual de sus
actividades. Sus labores están bien dividas pero se complementan entre si, y a diferencia de otras tribus
indígenas los Guayaki no conocen una actividad donde participen conjuntamente hombres y mujeres.
Todo esto porque los Axé no dominan el arte de plantar, su economía se apoya exclusivamente sobre la
explotación de los recursos naturales que ofrece la selva. Estos pueden inscribirse en dos rublos
principales: productos de la caza y productos de la colecta, comprendiendo esta última sobre todo la miel,
las larvas y la médula del pino.

Los hombres cazan y también colectan. No se trata de dispensar a las mujeres de tareas que normalmente
les corresponden; pero de hecho, los productos de la colecta son obtenidos al precio de operaciones
penosas, difícilmente realizables por las mujeres, entre estos encontramos como ejemplo: el
descubrimiento de los panales, extracción de la miel, derribo de los arboles, entre otras.

En consecuencia y con tan poco panorama, las expectativas económicas de los Guayaki reducidas
culturalmente por la ausencia de la agricultura, y naturalmente por la relativa escases de alimentos
vegetales, la tarea iniciaba cada día, y en quienes recaía era esencialmente en los hombres. De ninguna
manera todo esto privaba a la mujer de participar en la vida material de la comunidad. Les corresponde la
función, decisiva para los nómadas, de transportar los bienes familiares; son las mujeres quienes fabrican
los cestos, la alfarería, las cuerdas de los arcos; hacen la cocina, se ocupan de los niños, etc. Lejos del
ocio, las mujeres se dedican totalmente a la ejecución de estas tareas tan necesarias. Es verdad que los
hombres acaparan toda la atención al desarrollar la tarea más prestigiosa, la caza. De esta forma damos
lectura como la posición de un grupo de productores contra una de consumidores.

Los Guayaki aprenden esta gran oposición, según la cual esta fundamentada su sociedad, a través de
prohibiciones alternas. Una de ellas prohíbe a las mujeres tocar el arco de los cazadores; otra impide a los
hombres manipular el cesto. Los utensilios e instrumentos son sexualmente neutros, la única excepción a
la regla es el arco y el cesto, este tabú sobre el contacto físico con las insignias más evidentes del sexo
opuesto permite evitar cualquier transgresión del orden socio-sexual que regla la vida del grupo.

Los sentimientos que experimenta cada individuo al manipular los diferentes utensilios son muy variados.
Un cazador no soporta la vergüenza de transportar un cesto, mientras que la esposa teme tocar un arco.
Esto se debe a que el contacto de la mujer al arco es mucho más grave que el del hombre y el cesto. Si
una mujer se atreviera a tocarlo, atraería con toda seguridad, sobre su propietario el pane, es decir la mala
suerte en la caza, lo que seria desastroso para la economía de los Guayaki.

Cuando un hombre es victima de pane, se convierte en un ser incapaz de realizar su función de cazador,
de esta forma va contra su propia naturaleza, y es así como pierde su esencia, de aquí en más abandona el
arco, y no le queda un camino diferente al de renunciar a su masculinidad, resignado, acepta cargar el
cesto. Es tan fuerte la ley, que los hombres no existen sino como cazadores; ellos mantienen su razón de
ser evitando que la mujer toque el arco. Si un individuo no llega a realizarse como cazador, cesa al mismo
momento de ser hombre y es aquí cuando el hombre pasa del arco al cesto, metafóricamente se convierte
en una mujer.

Existía entre los Guayaki dos hombres portadores del cesto. Uno de ellos era Chachubutawachugi, este
era pane. No poseía arco y el único método de caza que podía practicar, de vez en cuando, era la cacería a
mano, de tatús y de cotís. Por otra parte este personaje era viudo: y como era pane, ninguna mujer quería
saber nada con él, ni siquiera a título de marido segundario. Tampoco se integraba al núcleo familiar,
estos le juzgarían de indeseable la permanencia permanente de un hombre que agravaba su incompetencia
técnica con un excelente apetito. De ninguna manera acompañaba al resto de los hombres en sus
expediciones en busca de alimento. Sino que partía solo o en compañía de las mujeres, a buscar larvas, la
miel o las frutas que descubrían con anterioridad; el cargaba su producción en un cesto que le había
regalado una mujer.

El segundo es Krembegin era en efecto sodomita. Su vida era como el de cualquier mujer, de hecho
dejaba crecer su cabello, claramente más largo que el del resto de los hombres, aparte de esto, solo
realizaba trabajos femeninos: sabía “tejer” y con dientes producto de obsequios que le hacían los
cazadores, elaboraba collares, que demostraban sus disposiciones artísticas; en muchos caso más
afirmadas que el de cualquier mujer. En síntesis, Krembegin mostraba la reacción de la cultura guayaki
ante una existencia imprevista de un refinamiento habitual en sociedades menos rusticas. Este personaje
se veía así mismo como a una mujer y había adoptado las actitudes y comportamientos particulares del
sexo femenino. Rechazaba el contacto de un arco, tan categóricamente como un cazador el del cesto;
consideraba que su lugar era el de las mujeres. Krembegin era homosexual porque era pane. Cabe la
posibilidad que su mala suerte en la caza provenía de que hubiera sido, anteriormente, un invertido
inconsistente. Se le veía como tal desde que se manifestó en forma evidente su incapacidad para servirse
de un arco.

Para los Guayaki eran cada uno dos portadores del cesto muy diferentes. El primero, Chachubutawachugi,
era tomado en burla por todos, los hombres le expresaban un notable desprecio, las mujeres se reían a sus
espaldas, y los niños le respetaban menos que al resto de los integrantes de la comunidad. Krembegin por
el contrario no llamaba la atención; como evidentes y adquiridas su incapacidad como cazador y su
homosexualidad. Algunos cazadores hacían de el su pareja. Pero nunca de ellos se derivó ningún
sentimiento de desprecio.

Krembegin portaba el cesto como las mujeres, es decir con la correa sobre la frente. En cuanto a
Chachubutawachugi, portaba la misma correa sobre su pecho, jamás sobre la frente. Esta era una forma
muy incomoda y mucho más fastidiosa que la otra; pero era la única forma de mostrar que aun sin arco,
era siempre un hombre.

La posición entre hombres y mujeres impone su marca diferencial a todos los aspectos de la vida de los
Guayaki. De esta forma se funda la diferencia entre el canto de los hombres y de las mujeres.

El prera masculino y el chengaruvara femenino, se oponen radicalmente por su estilo y su contenido.


Cada uno expresa modos de existencia, dos formas de ser y estar en el mundo, dos sistemas de valores
muy diferentes. Apenas puede hablarse de canto; en el caso de las mujeres es un “saludo lacrimoso”, las
mujeres “cantan” llorando. A menudo las mujeres cantan juntas y sus inentendibles gemidos causan sobre
el auditor un malestar. Sorprendiendo aún más ver, al terminar, el rostro tranquilo de las lloronas y sus
ojos completamente secos. Los temas que ellas corean son siempre sobre la muerte, la enfermedad, la
violencia de los blancos; “las mujeres asumen de esta manera en la tristeza de sus cantos toda la angustia
de los Axe”.

Mientras las mujeres muestran hasta con sus gestos la humillación para cantar, el cazador por el contrario,
alza la cabeza y bien derecho el cuerpo, inicia su canto. La voz es potente y casi brutal, simulando a veces
la irritación. Es en el canto donde el hombre logra un acuerdo consigo mismo que nada puede desmentir.
El hombre habla casi exclusivamente de sus hazañas de cazador de los animales que ha encontrado, de las
heridas recibidas, y de sus habilidades en la manipulación del arco. Se le escucha proclamar de manera
casi obsesiva: cho ro yma wachu, yina chija: “soy un gran cazador, tengo costumbre de matar con mis
flechas, soy una naturaleza potente, una naturaleza irritada y agresiva”. Una frase se prolonga con un
vigoroso Cho, cho, cho: “Yo, yo, yo.”

Existe para el cazador axe un tabú alimenticio que le prohíbe consumir la carne de sus propias presas: bai
jyvombre ja uémér: “los animales cazados no deben ser consumidos por uno mismo.” La caza es repartida
entre su familia, y el cazador debe buscar su alimento entre otros grupos familiares. Esto impide ipso
facto la dispersión de los indios en familias elementales: el hombre podría morir de hambre, a menos que
renunciara al tabú. Es necesario desplazarse en grupo. Los Guayaki afirman que el modo más seguro, de
atraer el pane escomer animales cazados por uno mismo. El cambio de alimento entre los Guayaki se
convierte de esta forma, en un fundamento de la sociedad misma. La interdependencia de los cazadores
garantiza la solides de este lazo, y la sociedad gana en fuerza lo que los individuos pierden en autonomía.
El temor del pane funda el cambio privando al cazador de todo derecho sobre su presa; este derecho solo
se ejerce sobre la presa de los demás.

Había un exceso de hombres con relación al número de mujeres, un desequilibrio de sex ratio, había
exactamente una mujer para dos hombres, esto se debe a un conjunto ritual destinado a proteger la
sociedad guayaki de las tentativas de los muertos, porque las almas de los difuntos son siempre peligrosas
para los vivos. Para expulsar definitivamente esta alma agresiva, se mata entonces a una criatura. Si el
ritual da cuenta del infanticidio; no explica por qué es casi siempre a las niñas a las que se aplica. De
hecho, ellas no son victimas “preferenciales”: el alma del muerto se contentaría con la de un niño como
ocurre a veces. Pero justamente, se mata a las niñas para no matar a los niños, pues estos son los futuros
cazadores que proveerán a la tribu de alimento: es una razón de carácter económico la elección de las
niñas.

La sociedad guayaki tenía la posibilidad de elegir entre varias soluciones para igualar ambos números.
Pero al quedar mejor posicionada la opción de aumentar, para cada mujer, el número de maridos reales, es
decir, instituir un sistema de casamiento poliándrico.

El resultado de esta decisión desde el punto de vista de un hombre, es que prácticamente un hombre “no
puede, conjugar si cabe la expresión, su mujer en singular, puesto que él no es el único marido”,
compartiendo muchas veces con uno y hasta con dos hombres más.

Las relaciones entre la cultura y los individuos que en ella vive no es mecánica; y los maridos guayaki
aceptaron la solución posible al problema. De esta forma solo pueden llegar a la resignación y a desfogar
todo sentimiento, por medio de sus cantos, esos en los que sin aceptarlo reniegan de un destino que les
toco vivir. Solo cantando pueden llegar a un momento de intimidad con su ser, demostrando que muchas
veces no es necesario tener un receptor a quien comunicar, podríamos simplemente escucharnos y
comunicarnos con nuestras almas; que en sí son quien realmente nos reconfortan en momentos donde se
siente que nadie nos entiende.

“la vida social es un “combate” que excluye toda victoria, y que inversamente cuando se puede hablar de
“victoria”, es que se está fuera de todo combate, es decir, en el fuera exterior de la vida social.
Finalmente, lo que nos recuerda el canto de los indios Guayaki es que no se podría ganar en todos los
planos, que no se puede no respetar las reglas del juego social, y que la fascinación de no participar en él,
lleva hacia una gran ilusión.”

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