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En la base del amplio apoyo popular a la reina Carolina se encontraban una serie de ideas muy
claras sobre cómo debían ser las relaciones entre hombres y mujeres, sobre la naturaleza del matrimonio y
el lugar ocupado por la vida doméstica en una sociedad decente. Los matrimonios basados en el dinero no
tenían ninguna posibilidad de éxito. El caso de la reina Carolina marcó uno de los primeros momentos
públicos en los que quedó demostrado el importante apoyo popular del que gozaba la nueva visión del
matrimonio y de las relaciones sexuales.
El pueblo exigía del rey no sólo las responsabilidades hacia los ciudadanos sino también
responsabilidades familaires en su hogar. No se podía lograr tranquilidad en la nación si no existía un
ambiente de serenidad en el hogar. Este incidente dejó su huella en la conducta pública de la monarquía y
los sucesores de Jorge IV, Guillermo y Adelaida fueron considerados como la pareja ideal. El libertinaje
sexual ya no estaba de moda, el matrimonio y la familia sí.
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cotidiana. Su conservadurismo político, compartido por casi todos los evangélicos debido al desprecio
que sentían pro las cosas de este mundo, se contraponía a su radicalismo religioso.
A pesar de que el movimiento evangélico provenía de grupos marginales de la alta burguesía,
encontraron su apoyo más fuerte en los sectores de las clases medias burguesas. El evangelismo no tuvo
nunca una gran implantación entre los pobres, una clase social en la que el metodismo había captado a los
elementos con inclinaciones religiosas.
La familia Cadbury
Pero la fuerza de las ideas no residía únicamente en el poder del compromiso religioso. Las
circunstancias materiales de la vida para los hombres y mujeres de la burguesía estaban sufriendo una
serie de cambios que favorecían una división del trabajo entre los sexos más neta.
A fines del siglo XVIII era común que las familias de clase media vivieran encima de sus locales
comerciales, o en un edificio contiguo. Sólo las clases altas podían aspirar a tener una casa separada del
negocio familiar. Se suponía que las mujeres adquirían sus conocimientos del negocio en la práctica,
ayudando a su familia. Sólo en las clases más pudientes se hubiera considerado normal que la mujer no
trabajara en el negocio familiar.
Cottage y nursery
Una casa con un comedor y un salón, un cuarto de estudio y una guardería correspondía a un
nuevo concepto. En las casas adosadas (crescents) del siglo XVIII no había sido posible diferenciar el
espacio, pero tampoco había parecido conveniente. La idea de que los niños tuvieran cuartos
independientes o de separar las zonas en las que se comía de aquellas en las que se cocinaba era algo
nuevo y estaba relacionada con el concepto de un espacio diferenciado en el que los hombres realizaran
su trabajo.
En el siglo XIX el jardín se convirtió en una de las atracciones principales en la vida de la
burguesía. Los hombres podían ocuparse de los árboles y las parras, las mujeres de las flores.
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William Cobbett
Si bien fue un intelectual radical muy importante, aceptaba el confinamiento de las mujeres a la
vida doméstica. En su tratado de economía doméstica rural intentaba contribuir al renacimiento de una
serie de técnicas domésticas y caseras que se veían amenazadas por el desarrollo de una economía basada
en el salario.
Este reconocimiento de la teoría de las dos esferas por parte de las clases obreras radicales indica
hasta qué punto en ciertos sectores de la clase trabajadora las teorías sobre las diferencias sexuales se
habían apoyado en dichos postulados.
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El interés de la aristocracia y la alta burguesía por conseguir una mayor intimidad y aislamiento se
reflejó en la construcción y reforma de sus casas. Toda la casa estaba divididda en zonas diferenciadas
que se reservaban a las damas y los caballeros, mientras que el comedor era el lugar común de encuentro
en el interior. El jardín ofrecía el marco ideal para que los dos sexos se encontraran y complementaran
perfectamente.
La mujer trabajadora fue un producto de la refvolucioñ industrial, no porque antes no existiera sino
porque ahora se había convertido en una figura problemática y visible. El problema implicaba una
incompatibilidad entre la feminidad y el trabajo asalariado.
Los debates del siglo XIX localizaban la fuente de este problema de las mujeres trabajadoras en la
sustitución de la producción doméstica por la producción fabril. Se sostenía que las mujeres sólo podían
trabajar unos períodos cortos de su vida, debiendo retirarse del empleo remunerado al casarse. De esto se
seguía su concentración en empleos mal pagados, no cualificados, que constituían el reflejo de la
prioridad de su misión maternal y de su misión doméstica respecto a cualquier identificación ocupacional
a largo plazo. El discurso del siglo XIX concebía la división sexual del trabajo como una división natural
del mismo.
Pero las empleadas domésticas, todo tipo de mano de obra agrícola y de asistentas constituían una
considerable proporción de la fuerza de trabajo que no trabajaba en su casa. En la inglaterra de 1850, el
40% de la smujeres trabajadoras enra criadas, sólo el 22% eran obreras textiles. Por lo tatno, el traspaso
del grueso de la población asalariada femenina no tuvo lugar del trabajo en el hogar al trabajo fuera de
éste sino de un tipo de lugar de trabajo a otro. La industria de la vestimenta ofrece un ejemplo de
continuidad con las prácticas del pasado.
También los empleos de "cuello blanco" absorbían mujeres jóvenes y solteras. Oficinas
gubernamentales, empresas y compañías contrataban secretarias, dactilógrafas y archiveras. Los
empleadores estipulaban una edad límite: por debajo de los 25 años y solteras. Así, en el curso del siglo
XIX se produjo un desplazamiento de vasto alcance del servicio doméstico a los empleos de cuello
blanco. Esto representó otra continuidad: la permanente asociación de la mayoría de las mujeres
asalariadas con el servicio (antes criadas, ahora secretarias), antes que con empleos productivos.
La economía política
La identificación de la fuerza de trabajo femenina con determinados tipos de empleo y como mano
de obra barata quedó formalizada e institucionalizada durante el siglo XIX.
La economía política fue uno de los terrenos donde se originó el discurso sober la división sexual
del trabajo. Los distintos economistas compartían la idea de que los salarios de los varones debían ser
suficientes no sólo para su propio sostén sino también para el de una familia.
Por el contrario, los salarios de una esposa no debían superar lo suficiente como para su propio
sustento. Según ellos, éstas, fuera cual fuese su estado civil dependían de los hombres por naturaleza. Say
decía que las mujeres no necesitaban vivir de su salario, por lo tanto este debía estar por debajo del nivel
de subsistencia. Sus salarios serían complementarios, ya que proveían dinero por encima del necesario
para la sobrevivencia básica.
Los salarios de las mujeres también suponían una menor productividad de éstas y se consideraban
como una demostración de que no podían trabajar tanto como los hombres. Además, según el socialista
Sidney Webb, lo que producen tiene un menor valor en el mercado y por esto deben ganar menos que los
hombres.
La mayoría de los reformadores sostenían que no se debía exigir a las mujeres que trabajaran. El
pedido de salario familiar implicaba la necesaria dependencia de las mujeres respecto de los hombres
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rasgos eran "naturales", así como el hecho de que el coste de la fuerza de trabajo femenina fuese
necesariamente menor que la masculina.
El empleo de mujeres se daba por un deseo de recortar costos salariales, mientras al mismo tiempo
se reclutaban trabajadores con mejor educación: "los salarios que atraigan a operadores varones de una
clase inferior de la comunidad, atraerán operadoras de una clase superior". El empleo de maestras en las
escuelas tendía a la reducción de costos.
Sindicatos:
Los sindicatos masculinos trataban de proteger sus empleos y sus salarios manteniendo a las
mujeres al margen de sus organizaciones. Consideraban a las mujeres como una amenaza.
Los portavoces sindicales invocaron estudios médicos y científicos para sostener que las mujeres
no eran físicamente capaces de realizar el "trabajo de los hombres".
Hubo sindicatos que aceptaron a mujeres como afiliadas y sindicados femeninos. Esto ocurrió
principalmente en la industria textil, la de la vestimenta, la del tabaco y del calzado, donde las mujeres
constituían una parte importante de la fuerza de trabajo.
Estas concepciones económicas fueron aplicadas por los patrones para establecer salarios que eran
inaceptables para cualquier hombre. Como las actividades laborales de las mujeres eran "provisorias", por
lo tanto debían ser mal pagadas. Si realmente tenían necesidad de trabajar, debían restringirse a aquellas
ocupaciones consideradas como "femeninas".
Otra de las características del trabajo femenino es que sólo existía una legislación protectora para
las actividades industriales, mientras las restantes realizadas por mujeres quedaban fuera de toda
protección legal. Sin embargo, las trabajadoras industriales eran excluidas de la mayoría de los sindicatos
y sólo podían participar en aquellos sindicatos de actividades tradicionalmente femeninas.
A menudo los sindicatos masculinos obstaculizaban la entrada de mujeres en su seno o insistían en
que antes de adherirse a los mismos, ganaran salarios iguales a los hombres. En vez de ser un objetivo
sindical para las mujeres, la igual paga se había convertido en prerrequisito para la afiliación.
Algunos sindicatos exigían la autorización escrita de sus maridos o de sus padres, para que las
mujeres pudieran hablar en los meetings.
La esposa que no trabajaba se convirtió en el ideal de respetabilidad de la clase obrera. El status
como trabajadoras se veía como un recurso a corto plazo, no como una identidad duradera, aún cuando se
pasaran la mayor parte de la vida trabajando por un salario. Si era jóven y soltera, la mujer debía trabajar
como una forma de cumplir con sus obligaciones familiares. Pero una vez casada, se lo interpretaba como
una señal de problemas económicos en la casa.
Legislación protectora
La legislación protectora no se puso en marcha para dar remedio a las condiciones del trabajdo
industrial en general sino como una solución específica al problema de la mujer y del niño en el trabajo.
Las leyes que reducían la jornada de trabajo femenino y prohibían por completo el trabajo nocturno de las
mujeres, sólo se aplicaron al trabajo fabril y a aquellas actividades con predominio masculino. Quedaron
completamente excluídas muchas actividades como la agricultura, el servicio doméstico, las tiendas y
talleres domésticos, áreas que constituían las principales fuentes de trabajo para las mujeres
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- La mujer
La burguesía ve con malos ojos todo tipo de trabajo femenino. La clase trabajadora trata de
adaptarse a esto, pero aceptan que trabajen en aquellas labores que se consideran que son extensiones de
sus labores naturales. Así, la separación de roles queda bien definida, reforzada por instituciones
religiosas y culturales.
Circunstancias materiales reafirman estas teorías de los roles, como la compartimentación del
espacio de las casas, ya que incluso en el hogar hay espacios y actividades reservadas a los hombres y
otros a las mujeres. La separación de la casa del lugar de negocio aleja a la mujer de la posibilidad de
colaborar con el marido en su trabajo.
Cobbett realiza un planteo progresista para el hombre, pero regresivo para la mujer.
- El trabajo femenino:
La mayor parte de los historiadores creen que el problema está en el traspaso de un trabajo
doméstico por otro industrial. Pero el problema no es ese porque las mujeres ya trabajaban con
anterioridad fuera de la esfera del hogar.
Hay una serie de comportamientos que se continúan:
- Las mujeres trabajen fuera de la casa, pero sólo en caso de que fueran jóvenes y solteras.
- Las actividades de servicios quedan reservadas a las mujeres.
Pero también aparecen nuevas actividades como las empleadas de "cuello blanco" (las secretarias)
y cambia el lugar de trabajo (la fábrica).
El problema no está en el tipo de trabajo femenino sino en los discursos económicos, que marcan
la discriminación de la mujer:
- Adam Smith sostiene que el salario de la mujer debe estar al nivel de subsistencia, ya que no
tiene la obligación de mantener más que a ella misma, aunque la mujer durante toda su vida siempre está
dependiendo, de alguna manera, de la ayuda de algún hombre. En cambio, el del esposo debe alcanzar
para mantener a toda su familia.
- Para Say, las mujeres directamente deben cobrar un salario por debajo del nivel de subsistencia y
sólo debe ser complementario.