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–I–

UNA AMISTAD VANGUARDISTA:


LORCA Y BARRADAS

Rafael Pérez Giménez Barradas, hijo de un pintor extre-


meño y de madre andaluza, fue el primer amigo uruguayo
de Federico García Lorca. Los dos artistas no sólo compar-
tieron afectos durante muchos años, sino que también tu-
vieron en común el talento, la pasión por el arte y la trágica
suerte de morir en plena juventud.
9
1919 Lorca vivía sus primeros días madrileños, alojándose
en la pensión céntrica donde se hospedaba su amigo grana-
dino José Mora Guarnido, Barradas hacía ya ocho meses
que residía en la capital española –venía de Barcelona–1 y
se movía como pez en el agua en el ambiente nocturno y
efervescente de las tertulias artísticas congregadas en torno
a las mesas de los cafés. Según precisa la investigadora An-
tonina Rodrigo:
1
En agosto de 1913, Rafael Barradas (1890 - 1929) había partido de Montevi-
deo –rumbo a Génova– junto con su amigo, el joven tenor Alfredo Medici, quien
decidió compartir con él el dinero de una beca de estudios otorgada por el estado
uruguayo. Apenas desembarcado en Europa, el pintor se trasladó a Milán, donde
tomó contacto con los pintores futuristas. Si bien el itinerario posterior resulta

conociendo en el trayecto algunas ciudades suizas. Entre marzo y junio de 1914,


Barradas llega por primera vez a Barcelona y unos meses después, camino a Ma-
drid, se detiene por un año en Zaragoza, donde contrae matrimonio con una cam-
pesina –Simona Láinez, Pilar– quien será su esposa hasta la muerte. A principios
-
dera un integrante destacado de la vanguardia artística catalana. Sólo en agosto de
1918, Barradas concreta su viejo anhelo de vivir un tiempo en la capital española.
Barradas y su familia llegan a Madrid en agosto de
1918 y se instalan en un piso de la calle de León, que
concluye con la del Prado, donde se encuentra el Ate-
neo. La vivienda es el epicentro de lo que van a ser sus
escenarios madrileños: la tertulia del café del Prado,
frente al Ateneo, integrada en su mayoría por ultraís-
tas, los colaboradores de la revista Ultra, con Cansinos-
Assens; el café de la Glorieta de Atocha, sede de los
alfareros, los colaboradores de la revista Alfar, de La
Coruña, que dirige el poeta uruguayo Julio J. Casal; y

anima Ramón Gómez de la Serna. (Rodrigo, 1996: 17).

Seguramente la primera vez que se vieron Lorca y Ba-


rradas haya sido en una de estas tertulias de café, aunque
también se ha dicho que pudieron conocerse en alguna de
las visitas que el pintor solía hacer a la célebre Residen-
10 cia de Estudiantes. A ella concurrió asiduamente el poeta

-
rios años que incidieron profundamente en su formación.
Se trataba de un ámbito cultural privilegiado en el que Gar-
cía Lorca pasó largos períodos junto a otros futuros artistas
célebres del siglo XX, como el cineasta Luis Buñuel o el
pintor Salvador Dalí, entre otros.
El documento más difundido a la hora de acreditar la re-
lación entre Lorca y Barradas es una foto en la que Federico
pasa la mano sobre el hombro a Rafael –los dos sentados– y
en la que también está Buñuel y otros dos amigos –los tres
de pie– en el Café de Oriente, contiguo a la Glorieta de
Atocha, es decir a pocos pasos del piso adonde se habían
mudado los Barradas por 1920. Esta instantánea, la única
que se ha conservado de los amigos juntos, debe ubicarse
temporalmente en torno a los primeros años de la década;
esto es, cuando Barradas ya trabajaba para la editorial y la
compañía teatral del escritor y empresario Gregorio
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Rafael Barradas tiene su nombre vinculado para


siempre, a pesar de la brevedad de su colaboración,
a la empresa teatral, gestionada por Gregorio Mar-
tínez Sierra, que llevó el nombre de Teatro del Arte,
y que tuvo casi permanentemente su sede en el des-
aliñado Teatro Eslava, de Madrid, entre los años
de 1916 a 1925. Rafael Barradas junto a Manuel
Fontanals y Sigfredo Burman, entre otros pintores
y escenógrafos, fue uno de los causantes de la re-
volución estética, en el campo de la escenografía y
de la indumentaria, que el Teatro del Arte impuso
con estos artistas en los años en que desarrolló su
actividad. (Peláez Martín, 1992: 83).

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11
En el marco de esta nueva y creativa ocupación, el pin-
tor uruguayo proyectó la escenografía para la primera pie-
za dramática de Lorca, que al comienzo se denominó La
, luego se la anunció como La estrella del
prado .
Próximo al tan postergado estreno del Teatro Eslava2, el
autor desaprobó la escenografía bocetada por el plástico
uruguayo, aceptando sólo sus ideas para la confección de
los vestuarios. Aunque existe otra versión de este episodio
a partir del testimonio que Cándida Lozada –partícipe de
aquel estreno– brindó a Peláez Martín en una entrevista de
1985. La actriz asegura que no fue Lorca quien rechazó los
decorados de Barradas sino Encarnación López, La Argen-
tinita, que le pidió a Federico que los sustituyera por otros,
encargados a Fernando Mignoni.

2
El estreno tuvo lugar el lunes 22 de marzo de 1920. Se ofrecieron tres funciones
más en los siguientes días y luego no se volvió a representar.
Después de muchas idas y venidas, el debut teatral de
Lorca, como es sabido, sólo gustó a los íntimos y quedó en
la memoria cultural madrileña como un auténtico fracaso. A
pesar de este desencuentro de trabajo entre Lorca y Barra-
das, o quizá por causa del mismo, la amistad entre los dos
jóvenes artistas se fue ahondando. En los seis años que el
pintor vivió en Madrid los encuentros fueron permanentes.
Entre los numerosos testimonios literarios que evocan la
religiosa presencia de Barradas en las tertulias de los cafés
madrileños por aquellos años, está el escrito por el entonces
poeta ultraísta Guillermo de Torre en La Gaceta Literaria.
Este destacado hombre de letras, quien en 1938 se converti-
ría en el editor de las primeras Obras Completas de Lorca3,
describe así a su amigo Barradas:

Vivía en perpetua ebullición proyectista. Imaginaba


por la pura fruición de imaginar. [...] Barradas realizaba
12 la magia de hablar seductoramente. Uno quedaba en-
vuelto en la onda brillante de sus piruetismos verbales,
de sus arquitecturas aéreas. De ahí que en las tertulias
Barradas tuviese frecuentemente un círculo adicto de au-
ditores y aún de antagonistas. (En Rodrigo, 1975: 133).
3
Guillermo de Torre (Madrid, 1900 - Buenos Aires, 1972) y Barradas se conocieron
en Zaragoza, en 1915, cuando fueron compañeros de trabajo en la revista Paranin-
fo, profundizando luego su amistad en Madrid a partir de 1919, en los años de la

comienzos del siglo XX en el ámbito hispanoablante. En 1925 publicó Literaturas


europeas y vanguardias, obra clave que popularizó el término “vanguardia” y que
facilitó el conocimiento del vanguardismo europeo en España y en América. En
enero de 1927, De Torre funda La Gaceta Literaria junto a Ernesto Giménez Ca-

Norah Borges, hermana de Jorge Luis Borges. Una vez establecido en Argentina, de
Torre se constituyó en uno de los principales puentes por donde ingresó “la nueva
sensibilidad” artística a los países del Plata, a pesar de los notorios enconos que
se produjeron a consecuencia de su propuesta de hacer de Madrid el “meridiano
intelectual de Hispanoamérica”. En 1932, el matrimonio De Torre-Borges vuelve a
Madrid hasta que el estallido de la Guerra Civil los hace regresar a América. Luego
del asesinato de su amigo Federico García Lorca, se propuso reunir las obras disper-
sas del granadino para ser editadas por la editorial Losada; así entre 1938 y 1946 se
fueron publicando los ocho volúmenes –con sus respectivas reediciones corregidas
y ampliadas– que constituyen las primeras Obras Completas de Lorca. Habrá que
esperar hasta 1954 para que la editorial Aguilar de Madrid publique la segunda ver-
sión de sus Obras Completas, bajo el cuidado de Arturo del Hoyo.
Como ya acostumbraba hacer en los cafés montevidea-
nos del Novecientos, Barradas también dibujaba y pintaba
en las mesas de los pintorescos bares madrileños, que eran
como su propia casa. Un notable producto de su actividad
en aquellas tertulias fue el retrato clownista de Lorca, se-
guramente el primer retrato destinado a perdurar que pintor
alguno hiciera del poeta andaluz, por entonces un talento-
so muchacho poco conocido y casi sin obra publicada. Se
trata de un dibujo hecho con trazos rápidos y precisos, casi
un boceto que el artista realizó con un lápiz negro y ape-

de José Ciria y Escalante, Gabriel García Maroto y Juan


Gutiérrez Gili abona la suposición de que este retrato –que
hoy se conserva en el Museo Nacional de Artes Plásticas y
Visuales de Montevideo– haya sido confeccionado durante
alguna reunión en el Café del Prado o en el de la Glorieta
de Atocha. 13
En aquel Madrid de los primeros años veinte, Barradas
fue un verdadero pionero en materia de vanguardismo pic-
tórico, un entusiasta difusor de las nuevas tendencias abs-
tractas que a partir de 1909 los pintores italianos acólitos
de Marinetti lanzaron como balas cargadas de futuro sobre
la “arcaica” y “decadente” pintura posrromántica europea,

Desde las trincheras literarias, sólo Ramón Gómez de la


Serna y los creadores del ultraísmo –Guillermo de Torre y
Cansinos-Assens– competían con él en militancia avant-
garde: el primero desde su inefable púlpito emplazado en
el Café de Pombo, y los segundos desde su propio cenáculo
del Café del Prado y desde la revista Ultra (1921-1922) que

Diego, Gutiérrez Gili, Ciria y Escalante, Adriano del Valle


y Jorge Luis Borges. El último, mientras vivió en Madrid
(entre 1920 y 1921) colaboró intensamente con la causa ul-
traísta y fue gran amigo de Cansinos-Assens.
En una entrevista que Buñuel concedió a Ian Gibson en
1980, el cineasta recuerda aquel período febril:

Entonces nacía el ultraísmo, era el año 19, si no re-


cuerdo mal. Con Guillermo de Torre, Humberto Rivas...
Borges estaba allá en esa época y era ultraísta. También

y particularmente la cuestión social. Una vez participa-


mos en una manifestación contra la pena de muerte, a la
puerta de la cárcel... (Gibson, 1987/1: 363).

Tanto el ultraísmo literario como los “ismos” pictóricos


inventados por Barradas en Barcelona –inspirados por el
cubismo y por su contacto directo con los pintores futuristas
cuando residió en Milán– sólo hicieron efecto al principio,
como siempre sucede, entre unos pocos artistas e intelectua-
les jóvenes que a la postre se convertirían en protagonistas
14 de parte importante de la historia del arte contemporáneo.
En su etapa madrileña, Barradas ya había agotado el “vibra-
cionismo” presentado públicamente en la histórica exposi-
ción compartida con Joaquín Torres-García en las Galerías
Dalmau de Barcelona, en diciembre de 1917. Ahora, Barra-
das desarrollaba y defendía su polémico “clownismo”: una
de las obras emblemáticas de este período es un óleo sobre
madera (circa 1922) en el que aparecen retratados Lorca y
Gabriel García Maroto –pintor, también–, quien editara en
su modesto taller de impresión el primer poemario de Fede-
rico, Libro de Poemas. (Madrid: Imprenta Maroto, 1921).
Un fragmento de una carta que Lorca escribe a su fami-

que sentía, el poeta español hacia el pintor uruguayo:

[...]
vino malo de dos pesetas la botella. Asistieron: Maro-
to, Barradas, Sáinz de la Maza, Tomás Borrás, Adolfo
Salazar y dos o tres ultraístas, además de mis amigos
de la Residencia. Fue una cosa estupenda. Sáinz tocó
la guitarra y el inconmensurable Barradas hizo dibu-
jos de la escuela simultaneísta que acaba de nacer en
Londres. [...] Fue, en suma, una reunión con los amigos
más cercanos a mi arte y a mi orientación, y con los más
fervientes admiradores que tengo.4

En un artículo que publicó el diario El Día de Monte-


video con motivo del primer aniversario de la muerte de
Barradas, Eugenio D’Ors es categórico respecto a la impor-
tancia del malogrado pintor en aquel período histórico:

Es posible que, hace unos cuantos años, sólo existie-


sen en Madrid tres personas con noción clara acerca de
las orientaciones del arte nuevo; y de las tres, ninguna
española según la Constitución. Una de ellas era una
-
tico, polaco de origen [se trata de Marjan Paszkiewicz]; 15
la tercera, un pintor, el uruguayo Rafael Barradas. Este
último, como se podía prever, el de acción más efectiva
en el ambiente. La renovación poética del mismo, ¿no la
había realizado de igual modo, un cuarto de siglo antes,
alguien que desde lejos nos venía, Rubén Darío, nativo y
(De Ignacios, 1953: 241).

madrileños fue de primera magnitud, como lo reconocen

4
Epistolario Completo, 1997: 108-109. De gran importancia resultan las notas
283 y 284 que Anderson y Maurer hacen a esta misiva, en una de las cuales se
advierte el error o lapsus de Lorca, en tanto el simultaneísmo nació y se desarrolló
en París, y no en la capital inglesa. Dos datos más vale consignar de la información
aportada en las citadas notas. Primero: el crítico Juan de la Encina caracterizó
como “simultaneístas” a los cuadros “vibracionistas” que Barradas había expuesto
en el Ateneo de Madrid apenas tres semanas antes; segundo: de esta época es “un
pequeño cuaderno de dibujos -
ran retratos de varios de los amigos que se reunían habitualmente en la Residencia:

Rafael Sánchez Ventura.


arte españoles. El propio Rafael Santos Torroella –máxima
autoridad en la obra de Dalí– lo deja patente en su artículo

es evidente e indiscutible. Por otra parte, no hay que olvidar


que entre los años 20 y 25 los dibujos y viñetas de Barra-
das gozaron de una difusión permanente en las principales
revistas culturales de Madrid, sobre todo en aquellas que
recogían y divulgaban la nueva sensibilidad vanguardista.
Baste como prueba recordar la presencia del artista urugua-
yo en las revistas y
Revista de Occidente, de Ortega y Gasset,
en cuya gacetilla editorial se destaca: “Ornamentación de
Rafael Barradas”.
En el caso particular de quien se constituiría en el escul-
tor español más importante de la primera mitad del siglo
XX, el toledano Alberto Sánchez5 (conocido como “Alber-
16 to”, a secas), Barradas fue un auténtico mentor, formándo-
lo en aspectos teóricos y estéticos, conectándolo con otros
artistas, abriéndole las páginas de las revistas culturales
con las que colaboraba –entre otras Alfar– e incluso ce-
diéndole parte de su espacio para que expusiera sus obras
en el primer Salón de los Artistas Ibéricos. Varias décadas
después, cuando la obras de Alberto Sánchez –por quien
Picasso confesó su admiración– comenzó a revalorizarse
en España, la viuda del escultor, Clara Sancha, reconoció
el rol del pintor uruguayo al declarar a El País de Madrid
que el paso fundamental para que su esposo iniciara una

5
Alberto Sánchez (Toledo, 1895 - Moscú, 1962), de origen pobre, se mudó con
su familia a los 12 años a Madrid. Trabajaba como panadero cuando conoció a
Barradas en el Café de Atocha, lugar que utilizaba como atelier ante la falta de
espacio en su casa, donde vivía con sus padres y varios hermanos. Allí Barradas
reconoció el talento del toledano y ejerció su desinteresado magisterio. Alberto
creó la Escuela de Vallecas junto a Benjamín Palencia y “se mantuvo hasta su
exilio en Rusia (1939) en el epicentro de los debates de la España republicana
sobre el compromiso político y social del Arte”, según el catálogo de la gran re-
trospectiva que el Museo Reina Sofía de Madrid realizó de su obra entre junio y
septiembre de 2001.
carrera fue “todo debido a Barradas”6. Y el propio Alberto
escribió en su libro Palabras de un escultor: “Para mí ha
sido una gran suerte tratar a Barradas, genial pensador en
cuestiones plásticas. Sus consejos me han sido muy útiles”7.
Entre los tantos artistas que Barradas presentó a Alberto se
cuenta García Lorca, con quien años más tarde el escultor

puestas de La Barraca.
Poco antes de su regreso a Barcelona, se produce en la
capital española un hecho que Raquel Pereda considera “la
consagración” de Barradas. Esto es, cuando una treintena
de obras suyas conforman el conjunto más numeroso del
antes referido primer Salón de los Artistas Ibéricos, inau-
gurado el 28 de mayo de 1925 en el Palacio del Retiro de
Madrid. La exposición, que reunió unas quinientas obras
de medio centenar de autores mayoritariamente innovado-
res, fue la primera gran muestra vanguardista realizada en
Madrid.8 El histórico evento fue organizado por la Sociedad 17
-
to” publicado dos meses más tarde en la revista Alfar que
dirigía el uruguayo Julio J. Casal, una de las amistades más

“la capital española pueda estar al tanto del movimiento


plástico del mundo” están los nombres de Federico García
Lorca y Rafael Barradas, unidos una vez más a través de la
acción artística.
6
José Méndez: “Los sucesores de Alberto Sánchez tratan de remediar la disper-
sión de la obra del escultor”. Madrid, El País, 24/08/1989.
7
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En setiembre de 1925 el pintor uruguayo –ya con la


salud bastante disminuida por la tuberculosis– volvería a
instalarse con su familia en Barcelona, luego de que Martí-
nez Sierra prescindiera abruptamente de sus servicios como
escenógrafo de su compañía teatral e ilustrador de los li-
bros de su Biblioteca Estrella; actividad, esta última, que le
había asegurado una entrada mensual para sobrevivir con
dignidad, manteniendo a las tres mujeres que vivían con él:
su esposa, su madre y su hermana Carmen, pianista com-
petente y destacada compositora de obras muy adelantadas
para la época.
En realidad, “el uruguayo” –como le decían con fre-
cuencia– se había instalado esta vez en L´Hospitalet de
Llobregat, por entonces un pueblo de unos 6.000 habitantes
ubicado algunos kilómetros al sur de la Ciudad Condal, un
18 sitio más accesible para su precaria economía. En Cataluña,
Barradas jugaría un papel muy importante en la difusión de
García Lorca. En efecto, fue Barradas quien en la prima-
vera de 1925 transmitió a Lorca –que pasaba unos días en
Figueras y Cadaqués junto a la familia Dalí– una invitación
-
lona 9

envía al poeta Josep María de Sagarra durante la Semana


Santa de ese año (entre el 5 y 11 de abril):

Estimado amigo: estoy en Cadaqués con el poeta Fe-


derico García Lorca, que naturalmente está encantado
con todo esto de por aquí.
El amigo Barradas invitó a Lorca de parte del Ate-
neo para dar una lectura de versos en Barcelona. (Ro-
drigo, 1975: 30).
9
Es muy probable que la gestión para que Lorca se presentara en el Ateneo haya
sido realizada en una de las tantas visitas que Barradas hizo a Barcelona durante
los ocho años que vivió en Madrid (1918-1925). Vale recordar que, como ya fue
dicho, Barradas recién se estableció en L’Hospitalet en septiembre de 1925; esto
es, cinco meses después de la lectura de Lorca en Barcelona.
Aquella lectura en el Ateneo barcelonés, propiciada por
Barradas y apoyada con entusiasmo por Dalí, se constituyó
en una suerte de presentación en sociedad del poeta andaluz
ante la intelectualidad de una ciudad con relevante vida cul-
tural, en la cual Federico nunca antes había estado. El poeta
granadino leyó frente a una reducida pero selecta audiencia
fragmentos de Mariana Pineda y algunos poemas de su Ro-
mancero gitano, que estaba lejos de ser publicado.
El poeta y periodista Juan Gutiérrez Gili –íntimo de
Barradas– dejó constancia del evento en un breve artículo
titulado “Intercambio espiritual”, publicado en El Correo
Catalán, el 25 de abril de 1925:

poesías en el Ateneo barcelonés. [...] Alegrías y amar-

dramáticos la poesía eminentemente lírica de Federico


García Lorca. Él ha venido para hacernos sentir el des- 19
garro del puñal gigantesco bruñido a la luna, para ha-
cernos aspirar el aliento de los naranjos y los olivos del
Sur, para evocarnos con el rumor de la copla andaluza
una insondable maravilla de siglos…10

Dos años después, cuando viajó por segunda vez a Ca-


taluña para preparar el estreno de Mariana Pineda junto a
Margarita Xirgu –a quien había conocido en Madrid duran-
te la primavera de 1926–, “una de las primeras visitas que
hizo Federico García Lorca en Barcelona fue para Rafael
Barradas”, según consigna Antonina Rodrigo en su libro
García Lorca en Cataluña. Durante esta provechosa tempo-
rada catalana que duró tres meses y medio, todos los domin-
gos que pudo, García Lorca se trasladó hasta L’Hospitalet

10
Anexo documental del artículo “Juan Gutiérrez Gili, crítico y periodista”, de
María Teresa Gutiérrez Comas, en Rafael Barradas y Gutiérrez Gili (1916-1929),
Madrid: Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1996: 47.
para asistir a las reuniones de “El Ateneíllo”, nombre con
que se conocía al cenáculo que Barradas presidía en la plan-
ta alta de la vivienda que compartía con su familia. Al res-
pecto, agrega Rodrigo que

Las visitas de García Lorca al Ateneíllo tenían casi


siempre un carácter festivo. Tras la animada conversa-
ción, o el recital de sus últimos poemas, se sentaba al
piano de Carmen Barradas e interpretaba canciones de
su tierra y del folklore catalán. (Rodrigo, 1975: 138).

Además de Lorca, pasaron por aquella pieza-atelier va-


rios de los nombres claves para comprender las vanguar-
dias artísticas del siglo XX. Entre tantos, Filippo Tommaso
Marinetti, Salvador Dalí, el poeta José María de Sucre, el
escultor Ángel Ferrant, el guitarrista y compositor Regino
Sainz de la Maza, el crítico de arte Sebastiá Gasch, el his-
20 toriador literario Guillermo Díaz-Plaja, y el gran amigo de
Torres-García, el inefable Salvat-Papasseit, “padre de los
vanguardistas catalanes”. Como testigo de la presencia de
Federico en aquellas reuniones del Ateneíllo quedó plasma-
-
to manuscrito del romance “Muerto de amor”, acompañado
por un dibujo de una dama española con mantilla de madro-
ños, ubicado debajo de los versos.
No obstante el reconocimiento artístico del que Barradas
gozó durante su segundo periodo catalán, nunca le fue posi-
ble tener una situación económica diferente al de una dura
subsistencia. En este sentido, su realidad contrastaba fuerte-
mente con la de Lorca, Dalí, y tantos otros hijos de familias
acomodadas dedicados con igual pasión que el uruguayo a
una vida por y para el arte. El joven crítico Sebastián Gasch
nos dejó en pocas palabras un crudo y expresivo testimonio
–recogido por Gibson– a propósito de la realidad material
de la familia Barradas en L´Hospitalet: “
una miseria tan atroz y soportada con tanta fortaleza de
ánimo, con tanto estoicismo, con tanto heroísmo y, sobre
todo, de un modo tan discreto y callado. (Gibson, 1987/1:
475).
Durante aquella estancia catalana de García Lorca se
conjugaron tres logros artísticos importantísimos para la
consolidación de su nombre. Cada uno de esos triunfos co-
rrespondió a una disciplina diferente: poesía, teatro y pintu-
ra. El 17 de mayo se terminó de imprimir Canciones (Mála-
ga: Ediciones Litoral), su segundo libro de poemas; el 24 de
junio se estrenó Mariana Pineda en el Teatro Goya, segunda
puesta en escena en su incipiente carrera de dramaturgo; y
un día después, también en Barcelona, se inauguraba en las
prestigiosas Galerías Dalmau su primera muestra individual
compuesta por 24 dibujos realizados en tinta china y lápices
de colores. Rafael Barradas aparece ligado a estas dos últi-
mas concreciones lorquianas: de forma un poco enigmática
en lo referente al estreno teatral y de manera elocuente res-
pecto a la exposición. El adjetivo “enigmático” se ajusta al
primer caso, en tanto sólo una referencia ha quedado de la 21
participación del pintor uruguayo en los preparativos para
la puesta en escena de la pieza dramática. Se trata de una
tarjeta postal que Lorca envió desde Barcelona a su amigo
Melchor Fernández Almagro:

Señorito Melchorcito F. Almagro. Administración del


Correo Central, Madrid.

Queridísimo Melchorcito:
Aquí estoy en pleno ensayo. Barradas se ha encarga-
do de realizar el decorado de Dalí.
Yo creo que plásticamente estará muy bien y de una
gran novedad.
Te recuerdo frente al mar que tanto queremos y que
tan cerca estamos de su estética.

Un abrazo fuerte de
Federico11
11
Epistolario Completo, 1997: 481-482. Guiándose seguramente por el matase-
llos de la postal –a la cual Federico no dató– Anderson y Maurer la fechan el 27
de mayo de 1927.
Sin embargo, los decorados diseñados por Salvador Dalí
los escenógrafos Brunet
y Pous y no, como se había proyectado en un primer mo-
mento [por] Rafael Barradas”, según apunta Gibson en su
biografía sobre Lorca. ¿Qué pudo haber pasado? Ninguna
otra mención acerca de este punto se ha podido rastrear en
documento o ensayo alguno, por lo que el episodio pare-

años de los preparativos del fallido estreno teatral de García


Lorca en el Teatro Eslava de Madrid, la historia vuelve a
repetirse, quedando relegado una vez más, por una razón u
otra, el nombre de Barradas.
También como en aquella oportunidad, el eventual des-
encuentro no operó negativamente en la relación; de lo
contrario Barradas no hubiera sido simultáneamente pieza
fundamental para la concreción de la primera muestra indi-
vidual de Lorca como artista plástico. Porque, como que-
22 dó documentado en una esquela que sobrevivió al paso del
tiempo, fue Barradas quien se encargó de contactar a Lorca

Admirado amigo Sebastián Gasch: Tendríamos mu-


cho gusto de verle. Estaremos en el Oro del Rhin a las
seis de la tarde del miércoles. Estaremos Federico Gar-
cía Lorca y este su amigo que mucho le admira.

Barradas12

A su vez, parece evidente que Gasch fue el principal im-


pulsor de la exposición de Lorca, luego de que unos días
más tarde quedara asombrado al ver la colección de dibujos
que el granadino le mostrara durante otro encuentro en el
Oro del Rhin, esta vez con la presencia de Dalí, recién lle-
gado de Figueras. Una selección de aquellas obras no tardó

12
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en llegar a las manos de Josep Dalmau, una verdadera ins-
titución en Barcelona, propietario de la galería de arte más
prestigiosa de la ciudad, donde en 1912 se había realizado
la primera exposición de pintura cubista en España. Además
de la calidad intrínseca de los dibujos lorquianos, contaba
mucho el aval de Gasch, de Dalí y de Barradas, los tres muy
respetados por el galerista. Aquella cadena de contactos dio
frutos con rapidez: al otro día del auspicioso estreno de Ma-
riana Pineda, se inauguró la exposición.
El nombre del pintor uruguayo quedaría grabado una
vez más junto al de Lorca en la portada del sencillo catálo-
go-invitación de la muestra, que reproducimos respetando

Josep Dalmau
Salvador Dalí – J. V. Foix – Josep
Carbonell – M. A. Cassanyes – Lluis
Góngora – R. Sainz de la Maza 23

Barradas – J. Gutiérrez
Gili – Sebastiá Gasch

US INVITEN A VISITAR L’EXPOSICIÓ DE


DIBUIXOS DE

FEDERICO GARCÍA LORCA

OBERTA A LES GALERIES DALMAU, DEL 25 DE JUNY


AL 2 DE JULIO DE 1927.
BAR CE LO NA

El documento cobra mayor relevancia si se piensa que, a


la postre, fue la única exposición individual llevada a cabo
en vida por este polifacético artista que bien podría cata-
logarse como músico-poeta-dramaturgo-dibujante. Si bien
Lorca estaba naturalmente encantado con el reconocimiento
escribe a Don Manuel de Falla: “Hice una exposición obli-
gado por todos”, frase que minimiza el hecho pero se ajusta
a la verdad. Aunque claro, entre quienes lo “obligaron” es-
tán Dalí y Barradas.
El 2 de julio –día que se cerraba la exposición– los ami-
gos catalanes de Federico organizaron una cena para feste-
jar sus logros, y simultáneamente, para despedirse, en virtud
de su próximo retiro a Cadaqués, donde pasará casi todo el
resto del mes veraneando junto a los Dalí. Según los datos
existentes podemos conjeturar que fue en aquella cena en
el Restaurante Pátria la última vez que se vieron Barradas
y Lorca, o al menos –de esto no hay dudas– la última vez
que un documento o crónica personal los recuerda juntos.
Ese documento es “García Lorca se ausenta de Barcelona”,
artículo publicado dos meses después en la página dos de
La Gaceta Literaria de Madrid:
24
Para celebrar el éxito que tuvo García Lorca con su
Mariana de Pineda [sic] y su postcubista exposición de
dibujos en Galerías Dalmau, se le despidió antes de par-
tir para Cadaqués –la soleada y maravillosa playa aún
no trivializada por el turista– con una cena íntima. [...]
A la izquierda [de Lorca, en la cabecera] se senta-
ron el formidable Rafael Barradas, el dibujante Fresno,
los actores de la compañía Xirgu, el guitarrista Regino

escultor Ángel Ferrant, el poeta Luis de Góngora, Mar-


tínez Sancho y el patriarca del vanguardismo artístico,
Josep Dalmau. (Gibson, 1987/1: 488).

Intercambio epistolar

Durante los dieciséis meses que transcurrieron entre esta


cena descrita por el anónimo periodista de La Gaceta Lite-
raria
más relevante en esta amistad fue el cruce de correspon-
dencia. Han sobrevivido tres cartas –casi con seguridad las
únicas que se escribieron–: dos de Lorca a Barradas y una
de este a aquel. Son un eco de la extensa estadía de Lorca
en Cataluña, como lo indica el hecho de que las tres fueron
enviadas durante agosto de 1927.
La primera de las cartas la envía Federico, y si bien
no está fechada, Andrew Anderson y Christopher Maurer
–compiladores del Epistolario completo de Lorca– conclu-
yen que debe ubicarse en la segunda semana de agosto. En
ella, como en todas las que envía en este período a Sebas-

incluye un dibujo suyo dedicado al destinatario de la co-


rrespondencia. En este caso se trata de “Herido en el alba”,

A Barra-
das”. La misiva dice textualmente:

Querido Barradas: 25
Te envío un abrazo desde Granada y ese poema [se
. Espero que será bien recibido, pues en
él va la prueba de mi amistad y admiración por ti.
Ahora empiezo a trabajar, veremos con qué fruto.
Cuando me vine de Barcelona quedó un grupo admi-
rable formado.
Ese grupo no debe desaparecer, pues el arte verda-
dero quedaría desamparado y la gente lo patearía por
las Ramblas hasta querer verle afuera las tripas de oro
que no tiene.
Espero que seguirás vadeando el río hecho un San
Cristóbal a fuerza de valiente y austero.
Saluda a tu familia cariñosamente. Saluda a los ami-
gos.
Y tú recibe un abrazo de tu amigo

Federico
(Este Federico te indicará claramente el calor
que pasó.) Este Federico parece una gallina con
la boca abierta bajo el sol.13

Barradas no demora en acusar recibo de la carta de su


amigo, a quien responde también sin precisar la fecha:

Mi querido y admirado Federico:

Herido en el alba.
Éste me dice tantas cosas que no sé cómo expresar-
las. Es aquello de ponerle a uno la carne de gallina.
Por nuestro Dalmau recibirás entre tus obras un di-
bujo mío que tengo el placer de regalar a tu madre.
El niño de la trencilla verde.
Pronto nos reuniremos a cenar los 14. A Sebastián
Gasch, que le escribí ayer, le hablé de Herido en el alba,
26 y lo llevaré para que lo vean el día 1º y luego a ti y a
Dalí os pondremos unas líneas.
Mi más puro afecto para tus padres y para tu herma-
no, que nunca olvido.
Un abrazo fuerte de tu amigo que te quiere tanto
como te admira.

Barradas14

En la parte superior de la hoja, a manera de membrete


hecho de forma manuscrita, Barradas dibujó con trazos in-
-
blema del cenáculo que se reunía cada domingo en su casa),
colocando a la izquierda y en letras mayúsculas la palabra
“ATENEÍLLO”, y a la derecha, “HOSPITALET”.
13
Transcrita en 1991 de una fotocopia de la carta original manuscrita en poder de
la Fundación Federico García Lorca de Madrid. Recogida en Epistolario Comple-
to, 1997: 504.
14



Dos detalles merecen aclararse respecto al contenido de
la carta de Barradas: primero, que “los 14” hace referencia
reci-
birás por nuestro Dalmau entre tus obras un dibujo mío,”
indica que la obra de Barradas fue despachada para Granada
por el galerista catalán junto con algunas de las que forma-
ron parte de la exposición de Lorca, levantada el 2 de julio.
La última de las tres cartas que conforman este diálogo
pertenece a Lorca:

Mi querido Barradas: Mil gracias por tu precioso


dibujo de Sans que tiene la misma vida podrida que
un cementerio de sueños. Y mil gracias de parte de mi
madre por tu encantador y sensible niño de la trencilla
verde, tan triste como si mirara un escaparate lleno de
caballitos.
El día uno tenedme presente.
Recuerdos a tu familia. Tu recibe un abrazo y un di- 27
bujo de tu amigo que te quiere y admira.

Federico15

De acuerdo a las palabras de Federico – “Mil gracias por


tu precioso dibujo de Sans”– hay que inferir que junto al
dibujo que Barradas envió para Vicenta Lorca, iba otro para
Federico en carácter de sorpresa. Se trata de Sans: luz negra
de los pistoleros, dibujo en que también puede leerse: “a
”. Es una obra
de impronta cubista que se exhibe en forma permanente en
la Huerta de San Vicente, la hoy célebre casa-museo que
fuera la residencia de verano de la familia del poeta entre

15
Transcrita en 1991 de una fotocopia de la carta original manuscrita en poder
de la Fundación FGL de Madrid. Reproducida de manera facsimilar en Raquel
Pereda: Barradas, 1989. Cfr. Epistolario Completo, 1997: 515. Anderson y Maurer
precisan el lugar y fecha de la misiva: “[ ]”.
1925 y 1936. Por lo demás, el dibujo que Lorca envía a
Barradas en esta última carta (“[...] recibe un abrazo y un
dibujo de tu amigo [...]”) se ha perdido y no existe siquiera
una copia o referencia que permitan conocer su contenido.
Luego de esta última carta que Barradas nunca contestó,
-
ción entre ambos artistas. Sin embargo, quiso el destino que
los últimos instantes de Barradas en España –5 de noviem-
bre de 1928– quedaran asociados a García Lorca, a través
de un poema de Juan Gutiérrez Gili inspirado en la última
visión que, desde el muelle del puerto de Barcelona, tuvo
este amigo entrañable del barco que se llevó para siempre
al pintor uruguayo.
Bajo el sencillo título de “Recuerdo”, Gutiérrez Gili es-
cribió, seguramente la misma noche de la partida, un breve
texto –inédito hasta 1996– que une los nombres de Rafael
y Federico:
28

mar. Estoy en el mirador del insomnio.

El buque, a lo lejos, llevándose el cuadro de Familia de


Rafael, abierto sobre la borda (todos agotamos las hojas
del pañuelo blanco), es, en medio de la noche, aquel cor-

Ahora comprendo que se puede usar el tópico del verso


heroico, de la cadena blanca de la estela.16

El 25 de noviembre de 1928, muy enfermo y luego de


haber pedido reiteradas veces a las autoridades uruguayas
que lo ayudaran a regresar a su patria, Barradas volvió a
pisar la tierra que lo vio nacer, donde morirá tres meses des-
-

16
Rafael Barradas y Juan Gutiérrez Gili, 1996: 31.
da ocurrió el 12 de febrero de 1929 e impactó fuertemente a
sus amigos y admiradores de ultramar. La noticia del falle-
cimiento del pintor llegó unas 48 horas después a Barcelo-
na, y se difundió en los principales periódicos locales. Gu-
tiérrez Gili fue el primero en enterarse del fallecimiento de
su amigo, cuando en la noche del 14 de febrero –mientras
trabajaba en la redacción del diario La Vanguardia– recogió
la noticia de un cable. Los homenajes no se hicieron espe-
rar en Barcelona, donde se llegó a realizar una exposición
póstuma con parte de la obra que el pintor había dejado dis-
persa entre sus conocidos. Según han recordado en varias
oportunidades sus amigos catalanes más cercanos, el acto
más íntimo se realizó el 17 de febrero en el muelle del puer-
to barcelonés en el que Barradas había abrazado a todos por
última vez, antes de embarcarse rumbo a Montevideo.
Nada sabemos acerca de cómo se enteró ni de la forma
en que García Lorca recibió la noticia del deceso de Rafael
Barradas. Por aquellos días el poeta –ahora más reconocido 29
por el éxito de su Romancero Gitano– estaba viviendo el
momento de mayor depresión anímica que se sepa, causa-
da por el distanciamiento afectivo con el escultor Emilio
Aladrén, un personaje unánimemente poco estimado entre
las amistades más cercanas de Federico. Esta peripecia sen-
timental decidió el primer viaje de Lorca a América, quien

cambió profundamente su poesía.


De todas maneras, parece evidente que el poeta siguió
teniendo muy presente al pintor uruguayo por el resto de sus
días. Así se desprende con claridad de sus primeras declara-
ciones a la prensa cuando llegó por primera vez al Río de la
Plata, en su segundo y último periplo americano. También
así lo indican sus movimientos. Cuando más adelante se
considere la estadía de Lorca en Montevideo, se verá cómo
su último acto público en Uruguay fue rendir un tributo a
Barradas en el Cementerio del Buceo, para lo cual él mismo
se encargó de congregar a buena parte de la intelectualidad
local. Según las dos o tres crónicas periodísticas que dieron
cuenta del homenaje, todo transcurrió en un absoluto silen-
cio a pedido de Federico, quien luego de colocar un ramo de

minutos.

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