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María de los Dolores López, la última mujer quemada

en la hoguera en España
09MAR 2017
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Jaime Noguera

Traicionada por su amante, un miembro del clero, esta invidente sevillana fue
acusada de mantener relaciones sexuales con el demonio, beber extraños
brebajes y hasta de poner huevos. Negó las acusaciones y soportó con enorme
entereza la tortura de la Inquisición durante dos años, rebatiendo los
argumentos del fraile y orador Diego de Cádiz en una serie de combates
dialécticos. Demasiado liberal para la época, en 1781 fue finalmente ejecutada
y quemada en el infame fuego purificador de la hoguera.
María de los Dolores había nacido en una familia relacionada con el estamento
eclesiástico. Tenía un hermano sacerdote y una hermana que era carmelita
descalza. Según la Wikipedia, mostró un carácter rebelde desde los seis años.
Tras quedar ciega a la edad de doce (desconocemos las causas), pasó a vivir
con su propio confesor. La niña era requerida por el mismo para “quitarle el
frío” en su lecho todas las noches.
La conocida como la beata Dolores, entró en el convento carmelita de Nuestra
Señora de Belén, pasando luego a Marchena. Allí mostro signos de lo que se
considera misticismo. Según las crónicas hablaba con su ángel de la guardia y
con el Niño Jesús, al que llamaba “el tiñosito”.
En Lucena mantuvo relaciones con un confesor que, tras descubrirse el affaire,
fue encarcelado. Ella volvió a Sevilla, donde comenzaría su desgraciada leyenda.
Otro confesor, un tal Mateo Casillas, la denunció en 1779 tras mantener doce
años de relaciones con la ciega. Él sabía que podría salir indemne de la
situación. En la mujer radicaba el pecado. En el hombre, la inocencia y la
impulsividad. Nuestra protagonista, según Amantes de la Historia, debía tener
entonces unos 30 años.

Acusada de brujería
Surgieron entonces una serie de aberrantes acusaciones: según los mismo
vecinos que antes acudían a ella en busca de remedios para sus enfermedades. la
religiosa era en realidad una sierva de satán que se entregaba sexualmente a su
satánica majestad y que bebía una poción mágica que le permitía poner
huevos.
Tras estas acusaciones, se inició un proceso inquisitorial contra la religiosa,
por “ilusa y fingidora de revelaciones, revocante, negativa y pertinaz” .
Se la acusaba también de seguir del culto molinosista, creado por Miguel de
Molinos, un clérigo muy influido por las prácticas orientales, que promovía la
abolición de la voluntad como un modo de llegar a la perfección espiritual. La
ortodoxia católica consideraba que esta corriente permitía todo tipo de
desenfreno, siendo por lo tanto una herejía.

Torturada
Para someter la voluntad de la sevillana, se decidió alternar torturas con charlas
re-educativas. Sin embargo, la religiosa se mantenía firme, reconociendo que
había mantenido relaciones sentimentales con sus acusadores, pero que las había
tenido por especial mandato de Dios.
“Dijo que aun habia cometido las dichas deshonestidades, jamas las habia tenido ni
tendria por pecado, porque todas las habia tenido por especial mandato de Dios, que le
habia concedido que no cometiese vicio alguno para que lo sirviese con mas perfeccion y
pureza. Que cuando en el sesto precepto leia no fornicar, entendia no murmurar; qué por
este motivo ignoraba por qué parian las casadas y no las doncellas, y que cuando hizo
voto de castidad fué para ella voto de no casarse.
Los inquisidores, que se sentían impotentes para doblegar a la fémina, llegaron
a solicitar la ayuda de Fray Diego de Cádiz, un capuchino del que se decía que
podía competir en elocuencia con San Pablo y que era capaz de llevar a 40.000
personas al llanto con un sermón al aire libre. El orador celebró sesiones de
comedero de coco con María, en su celda, durante casi dos meses pero no pudo
con ella. La mujer le desquiciaba, cuestionando cada una de sus preguntas y de
sus teorías.

La sentencia
Finalmente, y dado que no daba su brazo a torcer, los religiosos decidieron cortar
por lo sano. Muerto el perro, se acabó la rabia. La lectura de la sentencia (157
hojas) fue tan larga que se necesitaron cuatro horas y tres personas en leerla.
“El teniente primero del Asistente, representante de la justicia Real, le hizo una
eficacísima exhortacion, recordándole la cristiandad de sus padres, naturales de
esta ciudad en donde ella también había nacido y fue bautizada, afeóle su
ceguedad y dureza como si hubiera nacido en Holanda ó fuese hija de padres
hereges : díjola finalmente que sus delitos todos eran inescusables á vista de
tanto como habían trabajado para iluminarla y convencerla los hombres mas
doctos y piadosos, que ella misma reconocía por tales, y que pues no quería oír
la voz de Dios por medio de sus ministros que la habían hablado repetidas
veces, esperimentaria en breve un fuego que le acabaría la vida para comenzar
en otro que no tendría fin”.
Tras conocer que se la condenaba a ser quemada viva, María de los Dolores
pidió el ser confesada. Sabía que así podía evitar el martirio del fuego. Se le
concedió su petición y pasó con el confesor asignado tres horas en la Cárcel Real.
Fue entonces trasladada al quemadero del prado de San Sebastían.

La ejecución.
Espido Freire, en uno relato publicado en El Mundo hace diez años , describía así
su camino al cadalso.
“Se la llevaron vestida de blanco. Junto a ella, un fraile rogaba a quienes la
miraban que rezaran por su alma y por el perdón. Leyeron el proceso, y otro
padre famoso, Teodomiro Díaz de la Vega, del Oratorio de San Felipe Neri,
sermoneó al pueblo, para que vieran la piedad de la Inquisición y sus esfuerzos
por llevar a mujeres como aquella por el buen camino.”
Allí se le dio garrote vil (o se la ahorcó, según otras versiones) a las cinco de esa
misma tarde. Tras ello, su cadáver fue dispuesto en la hoguera y quemado
durante cuatro horas. A las nueve de la noche, las cenizas de aquella mujer que
había aprendido a leer y escribir por su cuenta a la edad de cuatro años, que había
amado, que había ayudado a los vecinos que le acabaron condenando a la muerte
con sus mentiras, fueron esparcidas al viento.
MARÍA DOLORES LÓPEZ, LA ÚLTIMA
QUEMADA POR LA INQUISICIÓN EN
SEVILLA
El gran problema de la Inquisición española fue siempre que llegó muy tarde y se fue cuando en
toda Europa nadie se acordaba de ella, aunque allí fue bastante peor que la nuestra.

Concretamente, llegó a Castilla en 1478, aunque en la


Corona de Aragón ya existía desde hacía mucho tiempo, y quedó totalmente disuelta en 1820, muy
a pesar de Fernando VII, que fue obligado a ello por los liberales, a pesar de que la había puesto
de nuevo en vigor a su regreso en 1814.
Hay que decir que una de las primeras medidas que había tomado Napoleón, al invadir
España, en 1808, fue derogar la Inquisición, sin embargo, en la España de los patriotas no la
suprimieron hasta 1813.
Nuestro personaje de hoy, sólo sabemos que se llamaba María Dolores López y que había nacido
en Sevilla, pero no sabemos cuándo.
Sí que sabemos que su familia era muy religiosa, contando con un hermano sacerdote y una
hermana monja carmelita descalza.

Parece ser que siempre fue una chica poco acorde con su
tiempo. Manifestaba muy a menudo su rebeldía y, según sus hermanos, nunca fue muy obediente
para con sus padres. No obstante, se quedó huérfana de madre a una edad muy temprana.
A los 12 años tuvo la desgracia de quedarse ciega. No sabemos por qué motivo, pero así fue.
Una de las acusaciones que se formularon contra ella es que se fugó de casa y que se solía
acostar con su confesor y ella decía que era “para quitarle el frío”. Así estuvo 4 años hasta que el
confesor se murió y se quedó sola de nuevo.
Entró en un convento carmelita de Sevilla, para ser destinada luego a Marchena, donde tomó lo
que se llamaba el hábito de beata. O sea, una persona que se viste de monja, pero aún no lo es.
No pudo realizar los votos, porque la echaron de allí, por tener una mentalidad quizás demasiado
abierta o libertina, según se mire.
Allí, empezó a comentar que tenía visiones, hablando con su ángel de la guarda y hasta con el
Niño Jesús, al que ella solía llamar “El Tiñosito”. Eso le dio mucha popularidad.
Parece ser que en Lucena también tuvo
relaciones con otro confesor, el cual acabó encarcelado en un alejado monasterio de clausura. Ya
empezaban a llamarle la “beata Dolores”.
A su regreso a Sevilla, parece ser que tuvo relaciones sexuales, durante 12 años con otro
confesor, llamado Mateo Casillas, el cual la denunció, en 1779, alegando que ella tenía relaciones
con el diablo, preparaba brebajes mágicos y hasta que ponía huevos.

Según dicen, uno de los pasatiempos de esta pareja era que él se presentase diariamente en la
casa de ella y comenzara por azotarla. Ella lo animaba y le decía que había de hacerlo “en
memoria de la Pasión de Cristo”.
Se calcula que, por entonces, tendría unos 30 años y sus vecinos, suponemos que coaccionados,
testificaron todos contra ella. No obstante, no hay consenso sobre su edad, porque otros dicen que
era ya una anciana. Incluso, otros dan el dato de que era muy morena y que tendría unos 43 años.
Parece ser que, por entonces, se ganaba la vida exclusivamente vendiendo huevos en su domicilio
de la calle Dados.

Evidentemente, tras encerrarla, la acusaron de todo lo divino y lo humano, hasta de ser seguidora
de la herejía quietista del teólogo español Miguel de Molinos, que se basaba en que no había que
hacer absolutamente nada para llegar a Dios y que seguro que a ella ni le sonaría ese nombre.
Algo que combatían, especialmente, los jesuitas, porque se parecía bastante al budismo. Al primer
confesor con el que se acostó, le echaron la culpa de haberle contagiado estas teorías heréticas.
Debía de tratarse de una mujer muy valiente, a pesar de su ceguera, pues, durante los
interrogatorios, nunca quiso retractarse de sus convicciones, ni, por tanto, reconocer sus errores.

Así que la consideraron hereje formal. Parece ser que decía:


“Aunque los hombres no aprueben mis máximas, no por eso dejan de ser seguras. Cuando
Abraham iba a sacrificar a su hijo, todo el mundo le reprobaba su intento; pero él obedecía la voz
de Dios. Más Abraham, le replicaban, había oído la voz de Dios mismo: y yo, replicaba, he oído la
de sus Ministros, y quien oye a estos oye a Dios”.
Decía que a través de su ceguera, sus flagelaciones y sus ayunos frecuentes, la Virgen había
llegado a ser su amiga y juntas habían conseguido sacar a muchas almas inocentes del Purgatorio.
Además, de que se había casado en el Cielo con el Niño Jesús, siendo sus padrinos San José y
San Agustín.

Tras dos años de interrogatorios, y 567 páginas de sumario, su


proceso se llevó a cabo en 1781, pues, ni siquiera Fray Diego de Cádiz, un predicador de merecida
fama, había sido capaz de convencerla.
Así dijo que “las dichas deshonestidades, jamás las habría tenido ni tendría por pecado, porque
todas las había tenido por especial mandato de Dios”.
También dijo que “cuando hizo voto de castidad, fue para ella voto de no casarse”, por tanto, ella
no se veía culpable de nada.
El día 22/08/1781, tras haber sido juzgada, la dejaron dos días en su celda, meditando, con la
promesa de que, si se arrepentía, la condenarían a una pena menor. Eso lo calificaron los clérigos
de la época, como un extraordinario rasgo de humanidad, por parte de esa Entidad religiosa.
Así que pasó esos dos días encerrada en una capilla, donde ni siquiera

se prestó a que le tomaran confesión. Incluso, cuando le


mencionaron que iba a deshonrar a su familia, ella contestó que ya le daba igual.
No me extraña, porque se conoce un escrito de su hermano, dirigido al Inquisidor General,
pidiendo que, aunque se ejecutara a su hermana, no se le diera mucha publicidad, para no
perjudicar a su familia.
A los dos días, justo a las 8 de la mañana, se abrió la puerta del Castillo de San Jorge, en Triana,
donde la tenían encerrada y allí pudo presenciar el gentío compuesto por miles de personas, que
hacían cola desde las 5 de la mañana y que venían a presenciar su ejecución. Incluso, acudieron
gentes de los pueblos de alrededor a los cuales tuvo que contener el Ejército, para que no se
hundiera el puente de barcas, sobre el Guadalquivir.

La procesión fue encabezada por una cruz negra, procedente de la Parroquia


de Santa Ana, seguida por la Hermandad de San Pedro Mártir y detrás un gran número de
religiosos.
Se la llevaron vestida con ropas blancas, con un sombrero con llamas pintadas en él y subida en
un asno y, mientras, un predicador del Oratorio de San Felipe Neri dio un sermón para que “vieran
la piedad de la Inquisición”.
Luego la metieron dentro de una jaula, y la llevaron ante el Tribunal de la Inquisición, reunido en
el convento de San Pablo, el cual estaba a rebosar de público, allí le dijeron que, como no se
había arrepentido había sido condenada a muerte y entregada al brazo secular. Ya se sabe que la
Iglesia decía que no podía ejercer violencia contra nadie y le dejaba esa dura tarea al Estado.
Lógicamente, no se olvidaron de excomulgarla, ni de incautarse sus bienes, aunque no creo que
esta pobre tuviera muchos.
Hay que decir que el antiguo convento de San Pablo, hoy Parroquia de la Magdalena, fue la
primera cárcel de la Inquisición sevillana, pero, como tenían tantos presos, tuvieron que mudarse al
castillo de Triana. También, como éste se hallaba en un estado casi ruinoso, optaron por mudarse,
unos años después, a una nueva sede en la calle Becas. Sevilla fue el primer y el último lugar
donde la Inquisición quemó a una persona en España.

Desde luego, la tomaron con esta pobre


mujer, pues la sentencia contra ella tenía nada menos que 157 folios, que tardaron en leer en
público desde las 9 de la mañana hasta la 1 de la tarde, turnándose entre varias personas para
hacerlo.
Todavía le quedaban rasgos de rebeldía, pues se dice que tuvieron que atarla y amordazarla para
que no les insultara continuamente, ni a ellos ni al público. Incluso, el predicador, antes de
amordazarla, la amenazó con darle un golpe, si no se callaba, con un enorme crucifijo en la
cabeza.
Así que, al terminar, el teniente primero del representante de la Justicia Real le dijo más o menos
que, a pesar de que lo habían intentado numerosos personajes doctos, no habían sido capaces de
convencerla, así que le esperaba la hoguera.
A última hora, para evitar ser quemada viva, se echó a llorar y pidió una completa confesión, la
cual duró unas 3 horas, en la Capilla Real, situada en una esquina de la

calle Sierpes con la plaza de San Francisco, para luego ser llevada al quemadero, que estaba
situado en el Prado de San Sebastián, en Sevilla.
Así que, a las 5 de la tarde, tras haberse arrepentido, la ejecutaron mediante el garrote y luego su
cadáver lo colocaron en una hoguera, donde ardió hasta las 9 de la noche. Tras haber sido
consumido por las llamas, sus cenizas se esparcieron por el campo.
Hay que decir que, a pesar del enorme calor imperante ese día del mes de agosto en Sevilla, el
gentío esperó hasta que saliera para verla morir ejecutada en el garrote y luego consumirse en el
fuego. Parece ser que algunos se fueron desilusionados por no haber visto el “espectáculo” de
verla quemarse viva, según algunos documentos de la época. No estamos hablando de la Edad
Media, sino de una época a finales del siglo XVIII.
Tras su condena hubo otras, dictadas por la Inquisición de Sevilla, pero ya ninguna de ellas fue a
muerte, sino solamente condenas de cárcel o destierros.
El ilustre escritor José María Blanco White cuenta en sus memorias que fue testigo de este hecho,
cuando sólo tenía 8 años y, según parece, esta burrada, le dejó una huella imborrable para toda la
vida. Supongo que a mí me hubiera pasado igual

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