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LO QUE LA CIENCIA NO ES

5 de diciembre de 2016 https://lavenganzadehipatia.wordpress.com/2016/12/05/lo-que-la-


ciencia-no-es/
Hay un grabado de
Goya llamado ¿Si sabrá
más el discípulo? que
suele ser explicado,
apelando a uno de sus
manuscritos, del
siguiente modo: ‗Un
maestro burro no puede
enseñar más que a
rebuznar‘. Y eso es lo
que la mayoría hace
cuando toda definir la
ciencia, rebuznos
enseñados por
maestros poco
versados que han
pasado de generación
en generación bajo la forma de mantras nunca puestos en entredicho. La parcela
del conocimiento que se encarga de dilucidar qué es la ciencia es la filosofia de la
ciencia. Lamentablemente, porque la filosofía de la ciencia es extremadamente
importante para dar pie y mantener una producción científica de calidad y para
formar científicos con sólidas bases teóricas altamente competentes, se trata de
un campo prácticamente desterrado de las clases y las facultades de ciencias. La
culpa por esta situación es compartida por ambas comunidade. De la de científicos
porque denostar la propia comprensión profunda de su campo los incapacita para
reflexionar sobre él de forma real y de la de filósofos de la ciencia porque durante
mucho tiempo se han perdido en mares de problemas absurdos o han producido
desviaciones que de poco a nada le sirven a la sociedad, la ciencia o incluso a la
propia filosofía —un campo que se ha caracterizado siempre por sus tendencias
autodestructivas.
En este escrito quisiera desmontar cinco visiones tradicionales, muy extendidas,
respecto a la naturaleza de la ciencia. Toda la argumentación se basará en
derrumbar estos mitos tan enraizados, de modo que me guardaré para otro texto
posterior, la segunda parte de este, la respuesta a qué es la ciencia. Entre los
mitos que trataré están: la ciencia como epistemología por defecto, como buena
observación, como la búsqueda de la verdad, como lenguaje, como método y
como proceso cognitivo.

Dos puntos de vista folk acerca de la naturaleza de la ciencia


Hay algunas concepciones muy extendidas dentro de la población respecto a lo
que es y lo que no es la ciencia. Voy a comentar las dos que considero las más
comunes: la ciencia como ‗epistemología por defecto‘ y la ciencia como ‗buena
observación‘. El primer punto de vista se basa en una concepción muy ingenua e
idealizada de cómo se comportan los niños como agentes cognitivos (Carey, 1985;
Bonawitz, 2012). La ciencia se define aquí como la forma en la que empezamos a
conocer el mundo, y, por ello, los niños simplemente nacerían siendo pequeños
científicos —una idea que puede rastrearse hasta Rousseau (2011). Según los
defensores de este punto de vista —por ejemplo, la antroposofía y sus ‗escuelas
Waldorf‘—, a medida que vamos creciendo, por efecto del sistema educativo y de
la alienación del entorno social, nos vamos convirtiendo en agentes cognitivos no
científicos.
Sin embargo, tenemos evidencia de que los niños no se comportan como lo hacen
los científicos (Faucher et al., 2002). Nuestro cerebro evolucionó con la morfología
y la funcionalidad que presenta porque sobrevivir en la sabana africana era
adaptativo, no pensar en mecánica cuántica o en psicología social (Mithen, 2002;
Schneider, 2014) Los niños, claro está, no son totalmente irracionales (Wilkening y
Sodian, 2005), pero tienden a sostener creencias basadas en la autoridad (Raviv
et al, 1990; Bar-Tal et al, 1991), tienden —como los adultos— al pensamiento
mágico (Rosengren, Johnson y Harris, 2000; Wooley, 1997), y sus capacidades
para el razonamiento lógico respecto a la evidencia y a la causalidad están todavía
inmaduras (Flavell, 1990; Gavrilova, 2009). Por supuesto, resulta evidente que
tampoco emplean un método que podamos denominar como ‗científico‘, una
característica muy importante de la ciencia. En realidad, nuestro cerebro se ve
afectado por una gran cantidad de sesgos innatos y algunas falacias nos parecen
más correctas que la mayor parte de los argumentos de la ciencia (De Martino,
2006). La ciencia, de hecho, es un sistema de razonamiento centrado justamente
en la lucha contra estas tendencias naturales que tenemos. Toda la gente que
tiene contacto habitual con niños, y dos dedos de frente, se da perfecta cuenta de
la antiintuitivo que resulta pensar en ellos como pequeños científicos y en los
científicos como niños grandes.
Además de este primer e incorrecto punto de vista, hay otra visión muy común
acerca de la naturaleza de la ciencia entre la población general. Según esta esta
idea algo es científico cuando es una buena observación, una propuesta muy
relacionada con la idea de la ciencia como sentido común (Ogborn, 2010). Por
ejemplo, si alguien dijera ‗hay una mesa delante de mí‘ considerar dicha
afirmación como no científica o como falsa no sería razonable. Pese a ello, y
aceptando que sería irracional negarle validez a dicha afirmación, estoy totalmente
dispuesto a afirmar que ‗tengo una mesa delante de mí‘ no constituye una
declaración científica. Evidentemente, habría que estar enajenado para
considerarla irracional o falsa, pero no todas las afirmaciones razonables de este
mundo son científicas. Todos sostenemos una gran cantidad de creencias
razonables sin que estas se deriven de evidencia científica directa —por ejemplo,
cuestiones de sentido común, políticas o morales.
En ocasiones esta posición es defendida de una manera más sofisticada apelando
a algunas prácticas que se consideran ‗ciencia antigua‘, como el rastreo de
animales (Carruthers, 2002) o algunos tipos de medicina popular (Ansari y
Inamdar, 2010). Por supuesto, los rastreadores de animales son muy buenos
observadores y, debido a la experiencia ocasional, podemos establecer que
algunas plantas son capaces de paliar o de curar ciertas dolencias. Estas formas
de proceder no son, ciertamente, irracionales en su contexto, pero las ideas en las
que se fundamentan no son propiamente científicas. Estar científicamente seguro
de la corrección de alguna idea es un paso más allá de la buena observación. La
deducción o la capacidad de establecer correlaciones y causaciones son algunos
de los procesos cognitivos que usamos en la ciencia, pero no son ciencia por sí
mismos.
No lo son porque para ello tendríamos que ser capaces de reproducir los
resultados o de seguir el razonamiento en términos claros, o de obtener evidencia
ajena a sesgos y falacias, algo que ni la comunidad de restreadores ni la de
chamanes lleva a cabo. Afirmaciones como ‗hay una mesa delante de mí‘ son lo
que habitualmente llamamos un ‗hecho‘. En un sentido amplio, la ciencia consiste
en explicaciones y predicciones de hechos, mas no en los propios hechos. La
teoría de la evolución no es un hecho. El registro fósil es un hecho, los genotipos
similares son hechos, la evolución de las especies es un hecho, y el
neodarwinismo es la forma según la cual explicamos todos estos hechos y
predecimos otros nuevos.

La ciencia no es la búsqueda de la verdad


Una manera muy tradicional de entender la ciencia es como el descubrimiento de
verdades, una idea muy relacionada hoy en día el realismo científico fuerte (Levin,
1984; Psillos, 1999; Bunge, 2007). Sin embargo, pese a gozar de defensores, este
intento de entender las teorías científicas como representaciones muy cercanas a
la ontología del mundo es teórica y prácticamente insostenible. Este tipo de
posiciones son blancos fáciles para los filósofos posmodernos, autores
anticientíficos de todo tipo y relativistas epistémicos, y debemos admitir que están
perfectamente autorizados a hacerlo. Después de todo, ¿cómo saben estos
realistas fuertes acerca de la Verdad? Pese a que en ocasiones emplean ciertas
estrategias inductivas (Iranzo, 2012), el problema básico de esta postura reside en
que se trata de un tipo de realismo metafísico, desde una definición clásica de la
metafísica (Carnap, 1931).
Pero hay posturas mucho más sofisticadas respecto a la definición de ‗verdad‘
(Künne, 2003). La más popular es una definición contextual que incluye una
reducción de la carga metafísica del concepto, definiendo lo verdadero como la
idea con mayor apego a los hechos que conocemos en un momento dado
(Pihlström, 2005, Bloor, 1983) o estableciendo que la verdad es una propiedad de
los enunciados (Tarski, 1944, Popper, 1972). Todas estas posiciones normalmente
están relacionadas con algún tipo de relativismo muy problemático en el primer
caso (Siegel, 1987; Boghossian, 2006) y con el, también problemático, realismo
semántico en el segundo (Dummet, 1978; Raatikainen, 2010). Quisiera señalar
dos problemas significativos con respecto a estas ideas más elegantes de la
verdad. El primero es un problema práctico que surge del nuevo carácter
polisémico del término. Puedo estar de acuerdo con algunas definiciones
contextuales racionales si no las confundimos con la definición metafísica del
realismo fuerte, pero eso sólo ocurre sin ninguna aclaración preliminar en
presencia de interlocutores altamente racionales muy poco comunes.
Normalmente necesitas dar un pequeño discurso introductorio sobre la definición
de ‗verdad‘ que se está empleando, dado que no es la habitual.
Esta es, sin duda, una manera muy poco audaz de debatir con alguien que no va a
jugar limpio, y los pseudocientíficos, por definición, nunca juegan limpio. En
realidad, esta estrategia es uno de los mayores favores que puedes hacerle a un
interlocutor versado en juego retórico sucio, especialmente si tenemos en cuenta
que la definición metafísica es generalizada y está profundamente arraigada en las
mentes de quienes escuchan el debate. ¿Por qué no, simplemente, hablar de que
tal o cual teoría ‗presenta mayor apego a los hechos que conocemos‘ en lugar de
emplear un término totalmente contaminado por la tradición filosófica? Propongo,
en este sentido, el uso de ‗la hipótesis o teoría que explica y/o predice mejor los
hechos‘ en lugar de ‗la verdad‘, incluso en su acepción relativizada. Los problemas
del realismo y la verdad son filosóficos, metafísicos e irresolubles en términos
fácticos, y no deberían ser más una carga para la defensa de un criterio de
demarcación, como ya lo fue en el pasado en las propuestas verificacionista y
falsacionista, o en ciertas propuestas radicales posteriores (Bunge, 1982). La
opción de entender las teorías científicas como la mejor manera de resolver un
problema científico —explicar y/o predecir hechos— es una manera muy sencilla y
estricta de defender lo mismo, pero con una mayor parsimonia metafísica.
El segundo problema de entender la ciencia como la búsqueda de la verdad es el
problema de la subdeterminación (Quine, 1975). Dos o más hipótesis diferentes
pueden explicar con el mismo éxito un conjunto de hechos. Tenemos algunos
ejemplos de subdeterminaciones en la historia de la ciencia, y hoy en día podemos
encontrar casos claros como, por ejemplo, en las diversas interpretaciones de la
mecánica cuántica (Van Fraassen, 1980, Omnès, 1992). La subdeterminación es
interesante, pero sus implicaciones a veces han sido sobreestimadas. En realidad,
dado que se basa en algunos compromisos filosóficos desechables, es un
problema sencillo de superar. En primer lugar, la subdeterminación sólo ocurre si
analizamos la ciencia de una manera sincrónica, pero si introducimos un punto de
vista diacrónico, como hizo Lakatos, es sencillo notar que los nuevos hechos
normalmente terminan con la subdeterminación, dado que algunas teorías rivales
serán incapaces de acomodarlos dentro de su interpretación sin verse seriamente
afectadas.
Aunque, de todos modos, las subdeterminaciones sí presentan un problema muy
serio si consideramos las teorías científicas como afirmaciones verdaderas o
falsas, dado que en estos casos tendríamos al mismo tiempo dos o más verdades
diferentes acerca del mismo conjunto de hechos. Esto es, por supuesto, muy
contraintuitivo teniendo en cuenta la definición misma de ‗verdad‘. Para superar
este problema sería necesario apelar a una teoría extremadamente sui generis
acerca de ella, una de marcado corte relativista. Sin embargo, si abandonamos
esta idea la subdeterminación no es un problema en absoluto. Podemos tener las
mismas explicaciones para el mismo conjunto de hechos y ya veremos cómo se
comportan bajo la luz de hechos nuevos o en base a evaluar su capacidad
predictiva. Este sería un punto de vista instrumentalista pero neutral respecto al
realismo.

La ciencia como lenguaje


La visión de la naturaleza de la ciencia como la de un lenguaje, aunque suena
muy rara al lector externo, tiene bastante tradición dentro de los intentos filosóficos
de definirla. Históricamente se han dado algunos intentos especialmente serios de
conceptualizarla de esta manera que van desde los albores de la filosofía de la
ciencia hasta la metateoría estructuralista ya en los 70′ (Suppe, 1989; Balzer,
Moulines y Sneed, 1987). El primer intento, y el más afamado, fue el del Círculo de
Viena, especialmente a través de la figura de Carnap. Desde este punto de vista,
hacer ciencia quedaría definido como ‗utilizar un determinado lenguaje‘. No voy a
entrar a analizar los detalles de estos dos intentos porque es aburrido y no tiene
mucho interés hoy en día, pero sí quisiera apuntar sus problemas básicos.
El intento de desarrollar un lenguaje universal para la ciencia estuvo enmarcado
dentro de lo que ha venido a denominarse ‗giro lingüístico‘, y dentro del proyecto
compartido por el Círculo de Viena de la ‗ciencia unificada‘ (Neurath, 1937). La
aspiración máxima de este proyecto era la construcción de un lenguaje fisicalista,
de semántica extremadamente elucidada y sintaxis lógica altamente consistente,
que sirviera para traducir todas las teorías científicas. De este modo, todas las
ramas de la ciencia estarían unificadas por tal lenguaje que las reduciría
lógicamente a la física, y, por ello, toda actividad que lo empleara con corrección
tendría que ser considerada como ‗ciencia‘. La ciencia quedaba retratada
entonces como un ‗marco lingüístico‘ basado en la manipulación de símbolos
puramente significativos. Un lenguaje cuya característica básica sería la
manipulación de enunciados protocolares básicos según determinados axiomas y
reglas de transformación (Carnap, 1931; 1935; Schrenk, 2008).
Así, una teoría científica sería un sistema axiomático que funcionaría como
‗cálculo interpretado‘. ―Concebidas como conjuntos de afirmaciones sobre un
determinado ámbito, las teorías se analizan o reconstruyen como teniendo cierta
estructura que expresa las relaciones que mantienen entre sí las diversas
afirmaciones y los diversos términos o conceptos con los que se realizan tales
afirmaciones. La noción formal que expresa esa estructura es la de cálculo
axiomático o, simplemente, teoría axiomática y se aplica por igual a teorías
empíricas y teorías puramente formales‖ (Diez, 1997: 267).
Los problemas básicos de este intento son varios:

1) Simplemente no es capaz de recoger la totalidad de la actividad científica. Hay


muchas cosas en la ciencia que no tienen mucho que ver con el lenguaje, como el
método o la evidencia.
2) La idea de la pureza de los enunciados protocolares: Este es un problema
fundamental de la propuesta, porque atañe a sus fundamentos más básicos.
Según Carnap estos enunciados son indubitables. Es decir, si están bien
expresados son verdaderos por definición. El problema es que Carnap nunca
especifica el marco de validez de estos enunciados, que quedan muy mal
definidos a lo largo de toda su obra (Ayer, 1936). A esta idea subyace una visión
empirista muy ingenua en la cual uno es garante de verdad respecto a sus propias
impresiones —lo que Dennett define como la idea de la ‗infalibilidad papal‘ de
estas posturas.

Además, supone en todo momento que del paso desde la experiencia a la


expresión lingüística no hay equívocos y, por ello, que ambas cosas son
equivalentes. Por si fuera poco —y este es el flanco por el que han atacado a esta
idea autores como Kuhn—, Carnap no considera el heho de que el investigador
selecciona hasta cierto punto los datos relevantes para sus intereses, con lo cual
el conjunto de enunciados protocolares de un individuo o comunidad no pueden,
por sí mismos, ser garantes de verdad según la acepción más fuerte del término
(Hanson, 1958; Kuhn, 1974; Sellars, 1956). Esta idea, además, goza de evidencia
empírica en su versión más moderada (Bülthoff y Newell, 2006; Taylor, 1998;
Gallup, 2011)

3) Términos resistentes a una definición fisicalista: Carnap se encontró con


algunos términos científicos que le provocaron auténticos quebraderos de cabeza
al resistirse a ser definidos enteramente mediante enunciados protocolares
(Hempel, 1950). No sólo las leyes o los existenciales, sino también las
propiedades disposicionales y otros términos teóricos. Existen en ciencia
determinados términos que tienen un alto valor explicativo pero que no pueden ser
definidos en su totalidad por medio de enunciados protocolares. Ya sea tanto
porque una parte de ellos aún no es fácticamente contrastable o bien por razones
lógicas —como en el caso de las leyes.

4) Refutación empírica: La última y más contundente razón por la que debemos


considerar al lenguaje una herramienta de la ciencia y no su naturaleza es que la
evidencia experimental refuta que la ciencia sea un lenguaje. Rosemary Varley
(2002) realizó una serie de experimentos muy interesantes acerca de las
capacidades de algunos sujetos con afasia global severa para llevar a cabo
razonamientos científicos. Este tipo de afasia normalmente tiene lugar tras un
accidente cerebrovascular, una infección o un traumatismo craneoencefálico muy
fuerte. Afecta a gran parte del hemisferio cerebral izquierdo, especialmente al área
de Wernicke, en el lóbulo temporal izquierdo, encargada de la comprensión del
lenguaje; al área de Broca, en el lóbulo frontal izquierdo, encargada de la
producción de lenguaje; y al fascículo arqueado, encargado de la coherencia entre
la comprensión y la producción lingüística. Los pacientes con afasia global son
incapaces de comprender y producir lenguaje gramatical, aunque son capaces de
comprender los aspectos prosódicos del mismo —dado que estos procesos son
llevados a cabo en el lóbulo temporal derecho, que no tienen necesariamente
afectado. Si la ciencia es un tipo de lenguaje que consiste en la manipulación de
símbolos según determinados axiomas y reglas que funcionan como una
gramática, entonces estos individuos deberían tener seriamente afectada la
capacidad para realizar razonamientos científicos básicos.

El experimento consistió en observar la capacidad de estos sujetos para realizar


tareas cognitivas que impliquen razonamientos hipotéticos-deductivos,
contrastaciones empíricas, revisiones críticas y establecimiento de causalidades.
Todos ellos procesos cognitivos típicos de la actividad científica. Pese a que uno
de los sujetos sí presentó carencias en ciertos tipos de razonamientos, el otro no
vio mermada su capacidad para el razonamiento científico pese a su dolencia. Ello
evidencia que el lenguaje es una herramienta, mas no algo imprescindible para la
ciencia.

La ciencia como método


El segundo punto de vista dominante acerca de la naturaleza de la ciencia dentro
de la filosofía es el que la define como un método (Gower, 1997). Este es, de
hecho, el punto de vista más popular, incluso entre los propios científicos, que son
muy proclives a asimilar una determinada idea de ‗metodo científico‘ con la propia
ciencia. Este intento, parece muy prometedor desde un punto de vista superficial,
pero se trata de una posición que incurre en terribles complicaciones si la
analizamos en detalle. En efecto, emplear un método es muy importante en la
práctica de la ciencia, incluso más que emplear un lenguaje adecuado, pero, ¿qué
entender como ‗el método científico‘? Se han sucedido diversos intentos muy
sofisticados para definir este método, como el inductivismo ingenuo, el
falsacionismo, el falsacionismo sofisticado, etc. (Nola, 2007) -cada uno de ellos
merecería un comentario en profundidad que no haré. Pero, tristemente, todas
estas propuestas mantien problemas de diverso tipo.
El inductivismo ingenuo es la idea de que la ciencia funciona únicamente mediante
inducciones. Esta es, de hecho, la metodología típica expuesta en las clases de
ciencia de secundaria. Pero el problema de la inducción, señalado por Hume, y el
mito ya expuesto de la pureza de las observaciones son problemas lógicos y
epistemológicos a los que esta prouesta no es capaz de hacer frente. Además,
claro, del hecho de que muchos científicos emplean otro tipo de métodos en sus
investigaciones que van más allá de las inducciones. El falsacionismo, la idea de
que el trabajo científico consiste en intentar refutar las ideas que otros
investigadores sostienen, también encierra enormes complicaciones. La aparición
de la falacia de argumento desde la ignorancia es una de ellas: las teorías
científicas deberían ser aceptadas simplemente porque nadie ha probado su
falsedad. Sin embargo, esperamos de una teoría científica mucho más que eso,
especialmente buenas instancias de confirmación (Hansson, 2006), porque lograr
una confirmación científica no es tan sencillo como intuía Popper. También la idea
de los ‗experimento cruciales‘ es problemática, porque los científicos
habitualmente tienen maneras muy complicadas de eludir las refutaciones. Incluso
pueden ganar la guerra después de perder algunas batallas.
El método hipotético-deductivo propugna que la ciencia es una actividad basada
en la contrastación de hipótesis apelando a ciertas ‗implicaciones contrastadoras‘
que se desprendan de ellas. Este ha sido probablemente el intento más sofisticado
para desarrollar un método científico universal, pero aún mantiene una gran
cantidad de serios problemas. Incluso si podemos explicar una gran parte de la
ciencia utilizando este método como un marco interpretativo, lo cierto es que
resulta muy decepcionante en otras. Resultan especialmente demoledores el
problema de la subdeterminación y el hecho de que gran parte de los
investigadores utilizan otros métodos, como inducciones, modelizaciones,
explicaciones, deducciones, etc. —por ejemplo, fisiólogos, arqueólogos, biólogos
evolutivos o historiadores no emplean habitualmente este tipo de método en sus
investigaciones.
El falsacionismo sofisticado lakatosiano (Lakatos, 1978), por su parte, fue
desarrollado como un intento de superación del falsacionismo ingenuo popperiano.
Lakatos desarrolló una visión muy heurística e influyente acerca del desarrollo y
funcionamiento de la ciencia, caracterizándola como una especie de competencia
darwiniana entre diversos programas de investigación. Estos programas
competirían entre sí tratando de refutar a sus rivales a través del tiempo mientras
trabajan en solucionar sus propios problemas internos. En este tipo de
falsacionismo no tenemos experimentos cruciales, en favor de un desarrollo
histórico muy complejo que se ajusta mucho mejor a la historia real de la ciencia.
Sin embargo, el principal problema de las ideas de Lakatos en relación en relación
a definir a la ciencia como un determinado método es que no constituyen un
método propiamente dicho. Lakatos reconstruye la historia de la ciencia desde un
marco racional de interpretación, pero sus ideas no especifican los métodos
específicos utilizados para lograr confirmaciones y disconfirmaciones científicas.
Por último, como intento de superación de todos estos problemas, encontramos
una opción radical basada en el negacionismo del método. Las más relevantes de
estas propuestas fueron los paradigmas y el ―todo vale‖. Aquí, la ciencia
simplemente no tiene un método. Kuhn sostenía que el método científico es
relativo al paradigma en el que la comunidad de investigadores se ve inserto, y
estos paradigmas son inconmensurables entre sí (Kuhn, 1962). Con ello,
inicialmente relativiza la noción de método, aunque más adelante introdujo
algunos valores —convencionales— que guiarían nuestra preferencia por uno u
otro. Feyerabend (1989), por su parte, sostuvo que todo vale en ciencia si
funciona. Ningún método es absoluto o debe ser propuesto como hegemónico. El
criterio de demarcación se desvanece en algunas consideraciones sobre valores
consensuales en ambos casos. El problema de estas propuestas negacionistas,
sin embargo, es obvio: los científicos utilizan un método y este método es
importante, progresa y debemos considerarlo como una parte esencial de la
ciencia.
Como respuesta no radical a toda la problemática expuesta se ha desarrollado
una solución parcial basada en establecer que la ciencia tiene muchos métodos
(Bell y Newby, 1977, Kellert, Longino y Waters, 2006), una idea habitualmente
denominada ‗pluralismo metodológico‘. Sin embargo, el problema principal de esta
idea son las características que unificarían a todos estos métodos, algo para lo
que los defensores de estas posiciones no tienen un acuerdo. Si desarrollamos un
nuevo método, ¿qué tipo de rasgos necesitamos buscar en él para poder llamarlo
‗científico‘ de forma justificada? Para producir evidencia científica un método debe
ser fiable. El uso de un método fiable es la fuente última de la fiabilidad de la
ciencia, que se materializa en el uso de la evidencia científica para apoyar las
teorías que serán científicas. Un método científico necesita presentar estas
características principales:
– No puede verse afectado por falacias y sesgos: El planteamiento epistemológico
de la metodología necesita ser consciente de la posible incidencia de estos
fenómenos. Las falacias deben ser evitadas y los sesgos, como rasgos inherentes
al funcionamiento del cerebro humano, deben ser mitigados tanto como sea
posible. Un método afectado por estas cuestiones no es fiable y, por ello, no
podemos considerar sus resultados como evidencia científica.

– Ser intersubjetivamente compartido en todos sus pasos: En ciencia, debido a su


naturaleza empírica y su externismo en la justificación doxástica, la evidencia y la
metodología no pueden basarse en la mera autoridad o en experiencias privadas.
En algunos campos es complicado reproducir experimentos —como sucede en
algunas parcelas de la psicología o de la sociología—, pero, al menos, la
metodología ha de ser clara y todos sus pasos han de estar debidamente
garantizados.

– Estar basado en procesos sensitivos del sistema nervioso: Esto se relaciona con
la reproducibilidad, dado que las experiencias místicas y las iluminaciones no
pueden ser consideradas como fuentes fiables de información al ser supuestas
experiencias privadas. La ciencia es investigación empírica y cada nombre,
concepto o enunciado debe estar, en algún momento, referido directa o
indirectamente a experiencias sensitivas. La inclusión de esta cláusula permite
rechazar la metafísica como ciencia por definición.

La ciencia como proceso cognitivo


Podemos encontrar una tercera propuesta de definición de la ciencia, esta algo
más contemporáneo. Me estoy refiriendo a la visión de la ciencia defendida por el
denominado ‗giro cognitivo‘ (Martínez-Freire, 1997), un grupo de filósofos de la
ciencia que desde los años 80′ emprendió la tarea de entender la ciencia como un
tipo particular de proceso cognitivo. Su punto de vista surge de la naturalización
débil de la epistemología (Kim, 1988; Giere, 1985), un tipo de naturalización del
campo que se resiste a la naturalización completa planteada por Quine (1969).
Defienden la combinación de la investigación empírica acerca de la naturaleza de
la ciencia como un proceso cognitivo con un punto de vista normativo típicamente
filosófico que nos permitiría establecer un criterio de demarcación normativo.
Estos autores, con Giere (1988), Thagard (1988) y Goldman (1986) como
referentes, consideran las teorías científicas como un conjunto de
representaciones basadas en información empírica, y la actividad científica como
el desarrollo de estas representaciones sobre la base de ciertas reglas. Sin
embargo, y pese a que el primer objetivo de su trabajo fue la definición de la
ciencia, en más de treinta años su análisis ha sido un fracaso total a la hora de
ofrecernos un criterio de demarcación sólido. El trabajo de Giere es increíblemente
rico y supuso la introducción de ideas muy novedosas en el campo, pero su
criterio de demarcación es sorprendentemente débil. Considera que algo es
científico con sólo emplear representaciones y prestar atención a la evidencia
(Giere, 1979). Incluso rechaza el término ‗pseudociencia‘, prefiriendo hablar de
‗ciencia marginal‘. Su criterio resulta muy problemático, dado que introduce una
cantidad considerable de lagunas legales. ¿Qué significa ‗prestar atención a las
evidencias‘? ¿Acaso la no-ciencia no emplea representaciones?
Thagard, por su parte, ha propuesto dos criterios distintos a lo largo de su carrera,
y ambos resultan igual de insuficientes. El primero de ellos (Thagard, 1978) fue lo
suficientemente problemático, compartiendo muchas ideas con el de Giere, como
para ser descartado por él mismo, y el segundo fue uno de tipo multicriterio muy
simple y especulativo (Thagard, 1988) que él mismo define como un mero esbozo.
Goldman ha sido un poco más atento con el criterio de demarcación, pero,
sorprendentemente, nunca ha realizado ninguna propuesta explícita. Esto, es
probable, se deba a que no es un filósofo de la ciencia stricto sensu, centrando su
trabajo en epistemología general.
Sostengo la idea de que las principales propuestas de giro cognitivo no son útiles
para definir lo que es ciencia y lo que no. De hecho, no dudaría en afirmar que
casi todos los libros del giro cognitivo presentan unas pocas ideas realmente
interesantes flotando en un mar de palabrería vana y mucho hype. Resulta
evidente que la ciencia es un proceso cognitivo, pero esta es una definición tan
general y vaga que no es suficiente para desarrollar un criterio. Al fin y al cabo, la
pseudociencia también lo es. Aunque su enfoque es adecuado a grandes rasgos,
definir cuándo un proceso cognitivo es o no científico es algo que los autores del
giro cognitivo no han sido capaces de plasmar en un criterio bien establecido.

Comentarios finales
La ciencia no es ninguna de estas cosas, pero es posible dar una definición de
ella. Defenderé en un próximo artículo que se trata de una forma de garantía
epistémica muy particular, algo que me tomará cierto espacio desarrollar. Resulta
llamativo que poca gente se adhiera a este definición, la que más aceptación tiene
en la actualidad entre filósofos de la ciencia. Y, además de resultar llamativo,
resulta una auténtica pena. Es una pena porque la inclusión de la filosofía de la
ciencia en las clases de ciencia es el mejor antídoto tanto para la mala ciencia
como para el pensamiento pseudocientífico. No deja de resultar ligeramente
perturbador que, pese a dedicarse a ello, muy pocos científicos sean ralmente
capaces de ofrecer una definición mínimamente articulada de su actividad.
Espero, pues, que este escrito al menos siembre la semilla de la sospecha en
todos lo que creen saber qué es la ciencia y que, a su vez, desprecian o
ningunean su filosofía.
Por Angelo Fasce

Fuentes:

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