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El científico sabe, al menos desde 1934, que jamás le será posible demostrar en forma concluyente,

a través de experimentos, la verdad de cualquiera de sus teorías acerca de la realidad profunda del
mundo. Esta vez no el Papa quien introdujo este principio, sino el filósofo de la ciencia Karl Popper,
que demostró la falsedad de la convicción, ´probablemente tan antigua como el mundo, de acuerdo
con la cual siempre es posible demostrar si algo es verdadero o falso. Popper esclareció de forma
definitiva que lo que realmente se puede demostrar es solo si algo es falso, mientras que resulta
imposible demostrar de manera concluyente si algo es verdadero. Esto quiere decir que todas las
teorías científicas que consideramos verdaderas no se consideran verdaderas porque se haya
demostrado realmente la verdad, sino solo porque los científicos que las enunciaron pudieron
convencer a sus colegas y a nosotros mismos. Normalmente esto implica el uso de trucos y de
falsificaciones más o menos graves que, sin embargo, no se reconocen y denuncian como tal hasta
después de mucho tiempo. En definitiva, los científicos engañan en nombre de la verdad porque no
pueden demostrarla.

Esto parece querer decir, sin embargo, que no existe verdad alguna, lo que a su vez llegaría a concluir
que nunca es posible distinguir una teoría o un descubrimiento verdadero de teorías y
descubrimientos falsos, o decidir si un científico es un genio o un vulgar estafador.
Afortunadamente, no es así. Aunque haya resultado y se considere imposible encontrar un criterio
claro que permita discriminar una teoría verdadera de una falsa, es posible utilizar criterios
empíricos pero eficaces que pueden deducirse de uno de los elementos fundamentales (aunque hoy
en día es algo muy discutido) de la actividad científica: el método. Podríamos caer en la tentación
de considerar al método como el criterio ideal para distinguir teorías y científicos verdaderos de
teorías y científicos falsos. De hecho, siempre se ha pensado que los grandes éxitos de la ciencia
moderna, nacida con Galileo, están estrechamente unidos y, por así decirlo, producidos por el
método hipotético- deductivo elaborado y utilizado por el mismo Galileo, y más tarde por todos los
científicos que le siguieron, aunque con varias modificaciones. Este método consistía en el uso
combinado y cuidadoso de observación, lógica, matemática, y experimento. De acuerdo con Galileo,
la primera cosa que debe hacer un científico es observar con atención el fenómeno que se propone
explicar. Dado que resulta imposible tratar al mismo tiempo todas las propiedades observadas, debe
en primer lugar, reducirlo intuitivamente a los elementos esenciales, medidos de la manera más
cuidadosa posible. Después de este análisis de las relaciones matemáticas esenciales se elabora una
hipótesis de la que pueden deducirse algunas consecuencias, las cuales pueden someterse a la
prueba del experimento para verificar si se confirman o no en la realidad. Finalmente, la hipótesis
resulta verdadera o falsa.

Este método difiere bastante del que elaboró Descartes por la misma época más o menos y también,
aunque en menor medida, del usado por Newton. Sin embargo, su núcleo esencial se encuentra
también en el método newtoniano y fue adoptado por la ciencia, que le consideró como la estrategia
más apta para la investigación. Se nos ha enseñado que los grandes resultados obtenidos por la
ciencia en los últimos siglos se deben al uso de este método, pero esto es verdad solo en parte. En
primer lugar, muchos de los descubrimientos más importantes, como por ejemplo el del fuego y la
rueda, se llevaron a cabo cuando la idea misma de un método aún no existía. En segundo lugar, el
método nunca ha sido explicitado en una forma unívoca y aceptada por todos que permitiera cubrir,
a través de una serie de preceptos y reglas metodológicas, todas las ocasiones posibles que puedan
presentarse ante el científico durante una investigación.
Lo que se ha afirmado en la práctica científica ha sido el espíritu y la actitud general que el científico
debe asumir, no obstante, sin establecer reglas precisas. Es por eso difícil, sino imposible,
determinar su un científico respetó todo lo que establece el método experimental o no. Pero
además se ha comprobado que, en la mayor parte de los casos, y sobre todo en relación con las
teorías y descubrimientos más importantes, los científicos han violado y contradicho el espíritu
mismo del método que, sin embargo, decían seguir:

“Si Galileo Galilei, señala Marcello Pera, hubiera seguido todas las reglas metodológicas que se
recomendaban en su época, no habríamos tenido ciencia moderna. Si Darwin hubiera seguido
realmente las prescripciones de Bacon, consideradas tan eficientes en su época, creeríamos aún en
la Biblia. Si Einstein no hubiera sido un oportunista y no hubiera traicionado los cánones de la
metodología empírica, no tendríamos la Relatividad, y la física cuántica nunca habría nacido si en
una generación de físicos no hubiera cometido un parricidio con los cánones newtonianos”.

Se retoma la idea de Paul K. Feyerabend, según la cual, al estudiar historia de la ciencia se descubre
“que no existe regla alguna, aunque sea plausible y fundada sólidamente en la epistemología, que
no haya si violada en una ocasión u otra”. Feyerabend está convencido también de que estas
violaciones no son hechos accidentales, sino que son necesarios para el progreso científico. La
ciencia, según su opinión, avanza intercalando reglas metodológicas con transgresiones a estas
reglas, transgresiones que él denomina “errores”. En consecuencia, la ciencia surgiría no tanto del
método, o al menos no solo de éste, sino a partir de los errores, es decir, de las transgresiones a
este método. Por eso, el teórico del anarquismo metodológico afirma que es necesario que la teoría
del método esté acompañada por una teoría de error que enseñe a transgredir los preceptos
metodológicos.

Di Trocchio, Federico. 2013. “Las mentiras de la ciencia”. Madrid. España. Alianza Editorial.

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