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Diamela Eltit

EMERGENCIAS

Escritos sobre literatura, arte y política

N° 9 septiembre 2005

En http://www.elhablador.com/reyes1.htm

Eltit y Spivak: dos visiones de la subalternidad

La ciudad colapsada es ya una ficción nominal. Solo el nombre de la ciudad permanece,


porque todo lo demás ya se ha vendido en el amplio mercado. En la anarquía de la
costumbre por la venta se ejecutan los últimos movimientos a viva voz, voceando la venta
del vacío.

(Diamela Eltit. El cuarto mundo: 116)

El problema de la comprensión y representación del sujeto subalterno, parecen tener como


raíz la diferencia de lugares en los que se ubica. El sujeto, tomado como objeto de estudio y
el del investigador, plantea un acercamiento a un amplio y heterogéneo espacio que abarca
lo marginado o el resto de la ciudad. De allí que los intelectuales decidan —en contra de
una hegemonía que circula por todas las áreas del conocimiento y la recepción— situarse
en la disidencia. Pero también, los sujetos apartados o subalternos que están desplazados
físicamente hacia los márgenes, y atrapados discursivamente dentro del concepto del
“otro”.

En esta reflexión intento comprender una propuesta que, desde la disidencia, explore la
posibilidad o imposibilidad de sacar el discurso subalterno a flote utilizando la ficción
como plataforma. El Padre Mío de Diamela Eltit, publicado por primera vez en Chile
(1989), el cual, como veremos más adelante, está construido como un texto híbrido en
cuanto a género y posicionamiento de la autora. Dicho texto puede entenderse como la
materialización en la ficción de lo que en la teoría pregunta Spivak Gayatri Chakravorti: “
¿Puede hablar el sujeto subalterno?” (1998).

Ambos trabajos, tanto el de Eltit como el de Spivak, cada uno en su área, abordan un punto
muy importante para las investigaciones que se hacen acerca de la subalternidad: el
problema de la comprensión del sujeto subalterno, y la representación del discurso que —
desde aquel lugar (la periferia)— se pueda generar.

Comenzaré por mostrar las implicaciones que tiene este deseo de representarlo, trabajadas
por Spivak en el mencionado artículo; para luego hacer el análisis crítico del texto de
Diamela Eltit.
La representación del sujeto subalterno es siempre política, y el propósito de representarlo
tiene que ver con una postura también ideológica. Quien lo convoca —en ocasiones— se
encuentra en el lugar del que cuestiona el orden establecido que lo ha marginado; por el
contrario, ignorar al subalterno. De acuerdo a Spivak (1998: 181), al “representar” a un
sujeto, el término puede ser entendido de dos maneras diferentes: a) en el campo de la
práctica política, se trata de un sujeto que se siente con voz autorizada para “hablar por”
otro que se piensa sin voz; b) en el campo cultural —y más específicamente artístico—, re-
presentar supone una conciencia capaz de aprehender al sujeto subalterno y, a partir de esto
construir un relato que le otorgue visibilidad. Sin embargo, lejos del intelectual, de hacer
visible o audible al marginado, su gesto termina por abrir una paradoja que Spivak devela
apoyándose en Foucault:

Puesto que “la persona que habla y actúa (...) es siempre una multiplicidad” no existe
“intelectual teórico (...) <o> partido o (...) sindicato” que pueda representar “a aquellos que
actúan y luchan” (Foucault 1977: 206). Pero ¿acaso aquellos que actúan y luchan son
mudos, en oposición a los que actúan y hablan? (Spivak 1998:181)

Cuando el intelectual asume la posición de representante —en los dos sentidos


explicados— da por sentados dos enunciados y una analogía entre ambos: un sujeto con
voz versus uno sin voz, y, un sujeto que habla versus otro que actúa. Esta suposición es la
cuestionada por Spivak; ya que teorizar, hablar y crear son también acciones; idea que ella
aclara posteriormente. Ante esto propone dos cosas: 1) cuando se construye un discurso
desde el sujeto subalterno, se debe estar consciente de encontrarse ejerciendo una
“práctica” y de que ese discurso —si espera “hablar por” el subalterno— “es, más bien, un
reemplazo contestatario así como una apropiación (un suplemento) de algo con lo que se
debe empezar y que es artificial” (184); y 2) no advertir “que ‘se deje hablar al otro / otros',
sino que [se convoque un] llamado al ‘otro por completo' (tout-autre, como opuesto al otro
que se afirma a sí mismo) para ‘transmitir a modo de delirio esa voz interior que es la voz
del otro en nosotros'” (208).

Las soluciones a las que llega Spivak nos permiten explicar el texto de Diamela Eltit como
un intento —desde la ficción— de mostrar una manera diferente que el intelectual tiene de
acercarse al tan problematizado “sujeto subalterno”.

El texto de Eltit consta de dos partes: la primera es la presentación que hace la autora a tres
grabaciones del habla de un indigente en delirio tomadas durante tres años consecutivos en
una de las zonas marginales de Santiago de Chile (1983, 1984 y 1985), y luego, transcritas
para ser publicadas como El Padre Mío. Las transcripciones —que son denominadas “su
primera habla, su segunda habla, y su tercera habla”— vienen a conformar la segunda parte
del libro, las cuales dentro de una lógica editorial conformarían el cuerpo del texto. Sin
embargo, este delirio es más propenso para un análisis clínico que literario, mi reflexión se
centrará por lo tanto en el aporte que tiene éste, en cuanto gesto y acción de haberlo
colocado como parte del texto.

Recordemos que según Spivak, una de las posibles soluciones ante los problemas surgidos
a un intelectual, que tiene como intención representar de alguna manera al sujeto
subalterno, es la de tomar conciencia de su posición frente al “otro”, aceptando que su
discurso es un “reemplazo contestatario” y una “apropiación” artificial, proveniente de un
lugar diferente al de dicho sujeto. La forma en que Diamela Eltit resuelve este problema, es
la confesión ante el lector de su posición como sujeto de enunciación. Esto implica develar
la intención ideológica del intelectual y su pertenencia a un campo cultural, para luego
dejar al descubierto su incapacidad de acercarse a lo marginado desde otro lugar que no sea
el de la ficción. Es por esto que su texto utiliza formas discursivas propias del testimonio, al
mismo tiempo que muestra cómo reconstruye —a través de la ficción— cierta “tensión
dramática” que encuentra presente en los residuos de la ciudad.

En un primer nivel, que toma en cuenta la forma cómo están conjugados los verbos y el
contenido de la primera parte del texto, puede reconocerse un registro perteneciente al
discurso del testimonio, Así comienza:

Conocí al Padre Mío en 1983, la artista visual Lotty Rosenfeld me acompañaba en una
investigación en torno a la ciudad y los márgenes, investigación iniciada en 1980, y en la
que habíamos pasado por múltiples hospederías, barrios prostibularios y diversas
situaciones de vagabundaje que Lotty Rosenfeld iba documentando en video. (Eltit 2003: 9)

La primera palabra que utiliza Eltit en esta cita es: conocí. C laramente está haciendo
referencia al repetido “yo lo vi, yo lo viví” que la sitúa en un lugar y momento específicos
de la historia chilena, reforzados por los datos que nos da más adelante: 1983, 1984 y 1985
“en la Comuna de Conchalí” (Santiago de Chile) por “hospederías” y “barrios
prostibularios”. Una vez mostrados los datos que la inscriben dentro de un contexto
histórico nos deja leer su condición de investigadora; y, por lo tanto, su objeto de estudio:
“los márgenes y las ciudades”; no sin dejar de aclarar la intención y posición ideológica que
la mueven a tal investigación:

Buscaba, especialmente, captar y capturar una estética generadora de significaciones


culturales, entendiendo el movimiento vital de esas zonas como una suerte de negativo —
como el negativo fotográfico— necesario para configurar un positivo —el resto de la
ciudad— a través de una fuerte exclusión territorial para así mantener intacto el sistema
social tramado bajo fuertes y sostenidas jerarquizaciones. (Eltit 2003:9)

Eltit nos cuenta en esta cita su intención de articular un sentido estético construido con
aquellas exclusiones que permiten mantener estable un sistema de jerarquizaciones: en
otras palabras, quiere desestabilizar tal sistema. Éste es un asunto comentado también por
Spivak (1998), el del deseo que mueve al intelectual, haciéndolo elegir un objeto y no otro;
es lo que termina por evidenciar su posición ideológica. Primero, el hecho de escoger a los
sujetos marginados y querer mostrar lo silenciado y anónimo de la ciudad, la coloca en el
lugar del sujeto que denuncia; luego, el gesto de escoger de entre estos a uno que destaca
por su habla (aunque delirante) para grabarla y transcribirla en un libro, la acerca al
“hecho”, a la “práctica” que anula las bases lógicas que sostienen la posibilidad de
“representar” al subalterno. Recordemos que tal representación se encuentra justificada por
considerar al sujeto que actúa en oposición con el sujeto que habla —el intelectual. Sin
embargo, mostrar la manera en que actúa el intelectual y habla el loco desarma tal
justificación. Así nos cuenta Diamela Eltit en su texto:

Habiendo establecido una observación pasiva, en torno a ellos, pude percibir que estaban
prácticamente desposeídos, carentes de lenguaje oral. La gama de verbalizaciones posibles
se había instalado en la energía que sus cuerpos acusaban, augurando el desastre de la
palabra posible de nombrar y de nombrarse. [...] Pero el Padre Mío era diferente. Su
vertiginosa circular presencia lingüística no tenía principio ni fin. El barroco se había
instalado en su lengua móvil haciéndola estallar (2003: 13).

Hasta ahora pareciera que la presentación se limitara a describir un proyecto de


investigación, aunque como ella misma dice “investigar en un aspecto muy amplio” (9).
Esta apresurada conclusión está muy lejos de lo que es posible leer en El Padre Mío. El
objeto de estudio propuesto por la escritora chilena problematiza en tal grado a la supuesta
testigo, en la que ella misma reconoce su incapacidad de analizar el fenómeno desde el
campo de las ciencias sociales por falta de herramientas, y debido a esto acude a la ficción.
De esta manera lo expone Eltit:

Con la ventaja y la desventaja de comparecer en esas zonas sin una mirada proveniente de
la sociología o antropología, hube de abrir un amplio, un gran margen para la especulación,
confiando en el quehacer narrativo que permitía tejer y unir creativamente distancias,
liberando el flujo analógico y la carga estética incrustada en cuerpos, gestos, conductas y
fragmentos de un modo de habitar. […] Descansando en la creatividad y, particularmente,
en el montaje narrativo era posible acotar la dramaticidad que las figuras del vagabundaje
portaban. Esta tensión dramática se encarnaba materialmente en sus figuras desplegadas en
las calles, plazas y rincones de la ciudad. (2003: 10)

Se abre entonces la “apropiación artificial” comentada del texto de Spivak que venía
destacando, y que pone en evidencia el predominio de la ficción sobre el testimonio: “En
suma, actuar desde la narrativa. Desde la literatura.” (Eltit 2003:15). De esta manera se
puede entender ahora el título del libro, El Padre Mío, como el primer gesto que tiene la
autora con su personaje principal: darle un nombre y apellido, con mayúscula. A partir de
esto se puede concluir que la estrategia de Diamela Eltit será reconstruir, como lo dice ella
misma partiendo de la creatividad, los espacios vacíos que encuentra en la ciudad que
recorre, convirtiendo los negativos en positivos, contando historias para completar un
imaginario que no ha sido registrado y generando una estética que define como barroca:

Persiguiendo delimitar y delinear una arista estética, el mundo del vagabundaje urbano me
resulta, en parte, ejemplar […] Esta exterioridad se construía desde la acumulación del
desecho y la disposición para articular una corporalidad barroca temible en su exceso (Eltit
2003: 9-10)

Además de inscribir su trascripción dentro de una estética, se ocupa de situarla frente a una
tradición literaria para discutir con ella:

Evoqué la angustia del monólogo interior literario, esa prisa y profundidad por hablar la
verdad “verdadera” del personaje escudado tras el simulacro formal de reproducir el
pensamiento. Cuando escuché al Padre Mío, pensé, evoqué a Beckett, viajando iracundo
por las palabras detrás de una madre recluida y sepultada en la página (15).

Eltit, en su tránsito por la ciudad chilena, asume el papel de observadora, pero la manera
que encuentra para dar sentido a estas figuras humanas vaciadas de éste por la invisibilidad
a la que han sido condenadas —dentro de un régimen en extremo autoritario— es la única
posible para una escritora. El sujeto subalterno es visto por ella como una escultura que
posa ante los ojos de la cámara —la investigación incluye un registro fílmico— por lo que
al leer las descripciones, recordamos las primeras fotografías tomadas en donde los
personajes debían posar largo rato ante la máquina adoptando posiciones muy teatrales.

Descansando en la creatividad y, particularmente, en el montaje narrativo era posible acotar


la dramaticidad que las figuras del vagabundaje portaban. [...] Esculturas diseminadas en
los bordes negando la interioridad arquitectónica, tomando, en cambio, las fachadas, a
partir de constituirse ellos en puros ornamentos, en fachadas después de un cataclismo (10 -
11).

La imagen, o más bien lo visible, en el texto de Eltit tiene un gran peso, ya que ella, desde
el principio, señala la invisibilidad a la que han sido condenadas las formas que no
comulgan con una estética urbana hegemónica, hacer un montaje —aunque artificial, como
el mismo término lo supone— de los negativos para convertirlos en positivos, supone un
devenir de su texto en instantánea que paradójicamente es retocada por la mirada teórica de
la que no escapa Eltit.

***

A manera de conclusión y después de haber explicado las marcas que hacen que El Padre
Mío oscile del testimonio a la ficción y de la narración a la fotografía, me parece pertinente
recordar la última propuesta de Spivak, aquellas palabras citadas al principio donde se
habla de una convocatoria al “otro” para “transmitir a modo de delirio esa voz interior que
es la voz del otro en nosotros” (1989: 208). De convocatoria, el texto de Eltit que incluye
tres hablas recogidas durante tres años consecutivos de un sujeto que ha sido marginado
también de la razón y colocadas por la autora dentro del libro como el cuerpo que sostiene
al texto; así incluye la voz del otro dentro de la obra escrita. Pero yendo un poco más allá,
la condición de texto híbrido y de difícil catalogación sitúa a El Padre Mío al “margen” de
las ficciones que circulan y se inscriben dentro del mercado editorial, lo cual lo convierte
casi en un objeto curioso por su hibridez que por momentos parece posar ante los ojos del
lector atento. Pero qué o quién es lo que posa, sinceramente no creo que sea el sujeto
subalterno, más bien, pienso que es la posición de escritora que nace del encuentro de la
teoría y la subalternidad, que ella asume como condición bastarda, y que le permite
construir textos que irán al mercado con esta mismas características, recordemos las últimas
palabras de El cuarto mundo: “ Lejos, en una casa abandonada a la fraternidad, entre un 7 y
un 8 de abril, diamela eltit, asistida por su hermano mellizo, da a luz una niña. La niña
sudaca irá a la venta” (2001: 117).

En este sentido, y tomando en cuenta que en El Padre Mío se está cuestionando: el impulso
taxonómico de designar los textos bajo las categorías de géneros literarios, la institución
literaria como “simulacro formal de reproducción del pensamiento” (Eltit 2003:15), y el
sentido impuesto por “un sistema social y cultural” (9). Vale la pena preguntarse por el
lugar, dentro del campo cultural chileno, en el que se quiere ubicar Diamela Eltit en
relación con su práctica. Para esto podemos recordar que el título, “ Padre Mío ”, devela el
lazo filial que la narradora tiene con su personaje, un sujeto subalterno. De esta manera
podemos suponer que la escritora chilena se encuentra del lado de la subversión y
deconstrucción tanto del campo cultural como social chileno; y muy cercana a las
soluciones que Spivak arroja, en sus textos, como respuestas a las fallas de los Estudios
Subalternos:

Se trata entonces de un instrumento de estudio que participa de la naturaleza de su objeto de


estudio. (Spivak 1997:3) […] Esta es la virtud más grande de la deconstrucción: cuestionar
la autoridad del sujeto que investiga sin paralizarlo, transformando persistentemente las
condiciones de imposibilidad en posibilidad. (6)

Para cerrar, retomaré la pregunta de Spivak: ¿Puede hablar el sujeto subalterno?, a pesar
de que para ella la respuesta es negativa, no me siento en la capacidad de discutir un asunto
que me parece tan complejo, pero sí creo que Diamela Eltit —como intelectual
“bastarda”— es capaz de dar cierta visibilidad al subalterno en la medida en que reconoce
la manera como es contaminada tanto ella como su investigación, para devenir
vagabundaje.

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Marcela Reyes Otaíza Caracas - Venezuela, 1976) Realizó estudios literarios en la Universidad Católica Andrés Bello de
Venezuela. Ha trabajado en proyectos de investigación inscritos en la Universidad de Los Andes y en la Universidad Simón Bolívar,
habiéndose desempeñado como docente en la última. Actualmente trabaja en su proyecto de investigación para obtener el grado de
Magíster en Literatura Latinoamericana Contemporánea, el cual consiste en estudiar cierto tipo de ficciones que se proponen cifrar una
escritura tejida con imagen fotográfica y signo lingüístico.

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