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Es que el doctor Peláez no me respetaba… -y vuelve a reírse-. Debo confesar que soy
un irresponsable, trato de no ser consciente de la responsabilidad tan grande que es
trabajar en La Luciérnaga, porque si no me cago. Siempre voy a pasar bueno, jugar y
divertirme, como un niño, y ese ha sido el éxito. Además, todos me recibieron muy
bien, los compañeros lo hacían sentir a uno como si llevara años con ellos.
Uno trata de reflejar lo que es, y quienes me conocen saben que soy el mismo al aire
en la emisora que fuera de ella. No me van a encontrar en la emisora riéndome, y en la
calle amargado.
-¿Cómo fue empezar a trabajar con ese monstruo de la radio que es Hernán
Peláez?
Con el doctor Peláez, al principio uno se siente intimidado. Con él siempre existió una
relación muy bacana, porque ha sido como un papá en la radio. La gente no lo sabe,
pero siempre le he pedido consejos a él.
Luego con Don Jediondo empezamos a mamarle gallo, nunca nadie le había mamado
gallo al doctor Peláez como nosotros, y a él le gustaba. El oyente no se da cuenta, pero
el doctor se metía debajo de la mesa para que no se le escuchara la risa. Él siempre
tuvo buena actitud, pero a veces se la volábamos, ¿qué hacemos? Para mí ha sido una
experiencia única trabajar con él.
Una vez me debían cuatro días de vacaciones, y yo los pedí para pasear. Él siempre lo
regañaba a uno y terminaba diciendo que sí. Cuando yo me voy, él dijo al aire
mamando gallo que me habían suspendido por indisciplina. Y la gente se lo creyó y
empezó a escribir protestando. Pero todo eso era parte del show.
-¿Cómo hace para aguantarse a Pedro González?
Es que yo no me lo aguanto, yo me lo disfruto. Es una vaina muy bacana trabajar con
él, y no lo digo porque estemos acá en su restaurante. Pedro es demasiado noble,
buen amigo y talentoso. Tiene una capacidad de improvisar, aunque a veces la gente lo
critica por el doble sentido, porque es muy grosero, pero ese es su estilo y el día que él
cambie la gente lo deja de seguir.
-¿Le hace falta Gabriel De Las Casas a La Luciérnaga?
Yo disfrutaba mucho con Gabriel y sus canciones. A él no le daba pena nada, entre
más lo criticaran, más feliz era. A mí me hace falta, no solo por la amistad, sino porque
siempre fue ese puente entre la realidad y ficción que tanto se menciona en la
Luciérnaga. Con él podíamos mamar gallo, y también ser serios. Ahora quien asume
ese puente es Pascual, pero a mí sí me hace falta Gabriel. Me le das saludes si lo ves.