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OSCAR MONSALVE – “RISALOCA”

Resulta difícil no darse cuenta por qué


lo apodan Risaloca. Crisanto Vargas,
“Vargasvil”, fue quién lo bautizó con el
mote que lo ha hecho famoso. “Yo no
sé por qué habrá sido, la verdad”,
responde Óscar Darío Monsalve, un
paisa de 36 años que no para de
reírse. Humorista, imitador, narrador
de fútbol, futbolista frustrado, mariachi
por una noche, y ante todo, hincha
furibundo del Deportivo Independiente
Medellín.
Risaloca es “prácticamente” un niño: a
todo le saca chiste. Hace parte del
programa más exitoso de la radio
colombiana, La Luciérnaga, que ha
generado mucha información en los
últimos días por cuenta del retiro de su
director Hernán Peláez, la llegada de
Gustavo Gómez como nuevo timonel,
y los muy polémicos cambios que ya
se han producido.
Óscar Darío estuvo en Cartagena, junto a su familia, retomando energías para enfrentar
esta nueva etapa en el programa vespertino, y consolidarse en otro grande del humor
colombiano del que también es partícipe, pero en la televisión: Sábados Felices.
-¿Quién es Óscar Darío Monsalve?
Soy un paisa que nació el 26 de marzo de 1979, prácticamente un bebé. Soy un futbolista
frustrado. Nunca me vi como humorista. Estuve jugando en un equipo que pertenecía al
Medellín, hasta que llegó un técnico nuevo con sus jugadores y sus cuentos, tenía mucha
rosca, y dejé el fútbol.
-¿Y cómo empieza a meterse en el mundo del humor y de las imitaciones?
Esto es un don que Dios le da a uno. Los compañeros con los que jugaba me cuentan,
la verdad yo no recuerdo, que en los entrenamientos yo hacía imitaciones. En el colegio
sí empecé en serio, y me gradúe gracias a las imitaciones. En todos los actos me pedían
que colaborara, y estando en once, reforzando matemáticas, me llamó el profesor y me
dijo “hermano, usted volvió a perder, pero decidimos promoverlo porque usted no va a
seguir nada relacionado con números, y le ha colaborado mucho al colegio”.
-Cuéntenos de su familia. ¿Lo apoyaron en su talento?
A mi papá no le gustaba mucho, él me quería ver cómo futbolista, y cuando empecé a
hacer presentaciones él decía que el humor y el teatro era para ma… -se ríe y masculla
la palabra-. Tenía que guardar la ropa en casa de mi compañero con el que hacía el
show, nos llamábamos “Café con leche” porque él era blanco y mono, y yo pues,
morenito.
Un día de la familia, mi mamá fue con mi papá y yo me iba a presentar. Lo vi y dije “mi
papá me va a matar”. Después de eso me apoyó, y él es el más orgulloso. Ahora estoy
casado, tengo hijos, ellos me apoyan. A veces por el trabajo, uno tiene que
abandonarlos mucho, pero ellos entienden.
-¿Y doña Marina…?
Enfermera de profesión, como dice Don Jediondo. A ella sí le ha gustado más, ella
siempre ha sido la alcahueta. Era muy divertido porque cuando trabajaba y no se había
pensionado, era enfermera jefa en el Hospital San Vicente de Paúl, en el Pabellón de
Psiquiatría, y yo trabajaba con el Manicomio de Vargasvil. Entonces era una cosa de
locos.
-¿Cuál fue el primer personaje que imitó?
Carlos Vives, y fue por accidente. Estaban dando la novela Escalona, y yo empecé a
cantar en la casa de mi abuelo. “Recuerdo que Jaime Molina, cuando estaba borracho
ponía esta condición…”, y una prima me dice “ay, igualito a Carlos Vives”. En ese
momento me dio rabia, pero después me puse a pensar que podía imitarlo. Empecé a
estudiarlo, y bueno –con la voz del samario-, ahora Carlos Vives y yo somos uno solo.
-¿Cuándo empieza en serio con el humor en la radio?
Pasé por varias carreras, y terminé estudiando Presentación de radio y televisión. Allí
conocí a un narrador deportivo, David Colmenares, que fue la primera persona que creyó
en mí como imitador. Él era el narrador del Deportivo Rionegro, y yo empecé a
acompañarlo en las transmisiones. Luego pasa a ser director de noticias de Radio Súper,
y me lleva con él. No me pagaban bien, pero me lo gozaba. Allí conocí a Crisanto (Vargas
Vil).
-¿Cómo entra al Manicomio de Vargas Vil?
Yo salgo de Radio Súper porque el gerente dijo que no tenía talento, cuando yo le pedí
que me pagaran al menos el mínimo. Entonces estuve un tiempo en Teleantioquia, y
después me tocó ser mariachi. En la primera serenata, pidieron “La venia bendita”,
empecé a cantarla y se me olvidó la letra. Fue debut y despedida.
Luego me presentaba en una fonda en Sabaneta. Lo que me pagaban en una noche
era más que lo que me ganaba en todo el mes en Radio Súper. Estando ahí, fueron los
integrantes del Manicomio de Vargas Vil, pero sin Crisanto. Ellos me pusieron en
contacto con él, y entré a remplazar a Camilo Cifuentes.
-A través del Manicomio, usted pasa a las grandes ligas entrando a La
Luciérnaga.
Cuando sale Guillermo Díaz Salamanca, llaman a Vargas Vil para que haga parte de
La Luciérnaga. Crisanto a su vez, nos lleva a nosotros, y de hecho a mí no me pagaba
Caracol sino él. Por eso siempre he dicho que a La Luciérnaga entré por ley de
arrastre. Luego Crisanto decide irse de Caracol. ¡Él se fue! No lo echaron, ni yo le hice
el cajón tampoco, y él me recomendó para que me quedara. La verdad yo no me
imaginaba el tamaño de programa al que estaba entrando.
-Pero antes de hablar de La Luciérnaga, tenemos que hablar de fútbol, de su
pasión desbordada por el Medellín, y de su faceta como narrador.

La narración también se la debo a David Colmenares, que me fue enseñando cosas en


las transmisiones del Rionegro. Una vez no fue la voz comercial, y me tocó leer las
cuñas. Y así empecé a hacer comerciales con ellos.
Al año siguiente, David va a Radio Súper y yo narré por un año la campaña de
Rionegro. Tiempo después, el Medellín me invita a ser el narrador oficial, viajando a
todas las ciudades con el equipo.
Allí también duré un año, hasta que César Augusto Londoño me invita a ser la voz
comercial del Carrusel Deportivo de Caracol. De hecho, querían que también narrara,
pero yo no acepté, porque ya era relatar en serio y yo tenía un nombre hecho como
humorista.
-Volviendo a La Luciérnaga, en su despedida el doctor Peláez dijo que cuando lo
vio por primera vez, pensó que “ese gordo no iba a ser capaz”. ¿Cómo llegó ese
gordo a ser capaz?

Es que el doctor Peláez no me respetaba… -y vuelve a reírse-. Debo confesar que soy
un irresponsable, trato de no ser consciente de la responsabilidad tan grande que es
trabajar en La Luciérnaga, porque si no me cago. Siempre voy a pasar bueno, jugar y
divertirme, como un niño, y ese ha sido el éxito. Además, todos me recibieron muy
bien, los compañeros lo hacían sentir a uno como si llevara años con ellos.
Uno trata de reflejar lo que es, y quienes me conocen saben que soy el mismo al aire
en la emisora que fuera de ella. No me van a encontrar en la emisora riéndome, y en la
calle amargado.
-¿Cómo fue empezar a trabajar con ese monstruo de la radio que es Hernán
Peláez?
Con el doctor Peláez, al principio uno se siente intimidado. Con él siempre existió una
relación muy bacana, porque ha sido como un papá en la radio. La gente no lo sabe,
pero siempre le he pedido consejos a él.
Luego con Don Jediondo empezamos a mamarle gallo, nunca nadie le había mamado
gallo al doctor Peláez como nosotros, y a él le gustaba. El oyente no se da cuenta, pero
el doctor se metía debajo de la mesa para que no se le escuchara la risa. Él siempre
tuvo buena actitud, pero a veces se la volábamos, ¿qué hacemos? Para mí ha sido una
experiencia única trabajar con él.
Una vez me debían cuatro días de vacaciones, y yo los pedí para pasear. Él siempre lo
regañaba a uno y terminaba diciendo que sí. Cuando yo me voy, él dijo al aire
mamando gallo que me habían suspendido por indisciplina. Y la gente se lo creyó y
empezó a escribir protestando. Pero todo eso era parte del show.
-¿Cómo hace para aguantarse a Pedro González?
Es que yo no me lo aguanto, yo me lo disfruto. Es una vaina muy bacana trabajar con
él, y no lo digo porque estemos acá en su restaurante. Pedro es demasiado noble,
buen amigo y talentoso. Tiene una capacidad de improvisar, aunque a veces la gente lo
critica por el doble sentido, porque es muy grosero, pero ese es su estilo y el día que él
cambie la gente lo deja de seguir.
-¿Le hace falta Gabriel De Las Casas a La Luciérnaga?
Yo disfrutaba mucho con Gabriel y sus canciones. A él no le daba pena nada, entre
más lo criticaran, más feliz era. A mí me hace falta, no solo por la amistad, sino porque
siempre fue ese puente entre la realidad y ficción que tanto se menciona en la
Luciérnaga. Con él podíamos mamar gallo, y también ser serios. Ahora quien asume
ese puente es Pascual, pero a mí sí me hace falta Gabriel. Me le das saludes si lo ves.

-Y el remplazo de Gabriel fue un personaje más serio. ¿Qué ganó el programa


con Claudia Morales y cómo fue su llegada?
A Claudia la recibimos todos muy bien, incluyendo Aladdín. Ella es una mujer muy
bonita, muy inteligente y talentosa, y aparte de Aladdín, es una bacana en todo sentido.
Al principio era más seria, pero Pedro fue el ablandacarnes, y con su mamadera de
gallo, de Linjacá, del gallo, del genio Aladdín, la fue metiendo en la magia que es La
Luciérnaga. Con ella ahora hay una relación muy buena, y de una se volvió parte de la
familia.
-Hábleme de Alexandra Montoya
Ella es la reina, prácticamente. La veterana del programa, pero no por la edad, sino que
es la que más años lleva. Es una mujer muy talentosa, muy buena imitadora, no se
queda quieta. Fue de las personas que más me apoyó cuando yo me estaba vincu-
lando a Caracol, y siempre estaré agradecido con ella. Es una persona brillante.

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