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Ilustración de tapa y detalles de contratapa y lomo:


Marc Chagall, Yo y la aldea,
óleo sobre lienzo, Museo MOMA, Nueva York.

La maquetación, el armado y diseño de cubierta e interior


estuvieron a cargo de Gerardo Miño.
El armado y composición fue realizado por Eduardo Rosende.
47

Capítulo 2

El territorio de la pólis.
Explotación agrícola y organización política.
La ocupación del espacio y la imagen del territo­rio

Domingo Plácido
Universidad Complutense de Madrid

E
l objetivo de este artículo es plantear una iniciación
al estudio del territorio agrícola como elemento de-
terminante de la ciudad griega, la imagen derivada
como realidad condicionante del concepto mismo de
pólis, el complejo mundo de las relaciones campo-ciudad en la
antigüedad helénica. Desde un cierto punto de vista, se trata de
la protociudad en general, lo que significa que, para satisfacer
los deseos de contextualizar el fenómeno en la Antigüedad como
un todo, se considera que hay que remontarse a la herencia del
mundo griego, donde posiblemente se llevó a cabo la primera
estructuración urbana en la pólis como modo de explotación de
la tierra organizada colectivamente1: la explotación de la chóra
aparece como presupuesto de la explotación del territorium de
la ciudad romana. El sistema de explotación clásico relaciona-
do con la ciudad tiene su primera manifestación en la ciudad
griega, a partir del sinecismo como consecución de los oîkoi que
integran a la sociedad campesina, como forma de monopoliza-
ción del poder por parte de la aristocracia, pero al mismo tiempo
como modo de creación del espacio en que se crea la ideología
de la reciprocidad, las obligaciones y el evergetismo2, en la que
se basa la cohesión de la ciudad formada por campesinos en
relaciones desiguales, pero con algunos objetivos comunes, que
colaboran a la formación de un ejército ciudadano de campesinos
soldados. De hecho, al menos en Ática, las formas históricas de
explotación del territorio seguirán teniendo como nivel más alto
el de los oîkoi que ocupaban la mayor parte del espacio más rico3,
como productores de alimentos variados y aptos para el mercado
dentro de su propiedad, donde se concentran las formas más
intensivas de producción, mientras que las tierras marginales
48 DOMINGO PLÁCIDO

mantenían una producción fundamentalmente de subsistencia.


En principio, el oîkos del poderoso es el que disfruta también de
la creación de la pólis entendida como mercado redistribuidor.
Por otro lado, esa misma pólis sirve de ámbito de redistribución
de las ganancias a través de los sistemas evergéticos con los que
conservan las lealtades, concentradas ahora sobre todo en los
habitantes de la ciudad. De otra parte, sin embargo, la ciudad
también facilitó la aparición de solidaridades conformadas al
margen de los poderosos. La realidad en su conjunto era pues
heterogénea y los asentamientos agrícolas pueden corresponder
a partes de una gran propiedad capaz de acceder a los mercados
favorecidos por el sinecismo o a campesinos cuyas relaciones
de dependencia clientelar se han visto relajadas gracias al de-
sarrollo de la pólis4.
Las redes de la organización tribal tenían desde luego esta
doble cara, la militar y la relacionada con los mecanismos de
la convivencia, derivadas ambas de una forma de ocupación
del suelo que, aunque desigual, permitía que se desarrollara la
ficción del equilibrio de cara a las posibilidades de convivencia.
La historia del sinecismo se revela así como extremadamente
compleja, pues, si parece un resultado de la solidaridad de
las familias aristocráticas frente a la creciente presencia del
campesinado, se transforma en el escenario de las reivindica-
ciones de éste y, en general, del dêmos. Llegará un momento,
en el siglo IV, reflejado por Jenofonte5, en que la aristocracia
se muestre contraria al sinecismo6, como modo de liberarse de
las presiones de los políticos, cuyo campo de acción ha sido, sin
duda, la ciudad unificada.
Por otro lado, el planteamiento general pretende, por todo
ello, ser dinámico, en el sentido de buscar la captación de lo que
es común en el seno de un panorama amplio y variado, para tra-
tar de incluir en él desde las posibles ciudades que constituían la
realidad ática antes del sinecismo, de condición discutida para
ser definidas como tales, hasta los rasgos con que se definía la
pólis clásica en los momentos en que los propios teóricos que la
contemplaban estaban en condiciones óptimas para pretender
encontrar una definición. Ello implica convertir en objeto de
estudio toda la Historia de la Antigüedad griega desde el punto
de vista de la formación de las colectividades humanas, por lo
menos en lo que se refiere al mundo mediterráneo, donde se
presenta un amplio abanico en constante evolución, lleno de
variantes que afectan al espacio y al tiempo.
Los orígenes de la ciudad en el arcaísmo mediterráneo
constituyen un punto de partida, determinante y creador de
peculiaridades, desde el que se va formando la pólis autóno-
CAPÍTULO 2 49

ma de la época clásica en todas sus variantes, coloniales y


metropolitanas, integradas o no dentro de instituciones más
amplias, ligas o confederaciones. Pero también se originan
ahí los agrupamientos que se integran, tras pasar o no por
la autonomía, en los estados territoriales helenísticos y en el
Imperio romano. En los unos y en el otro, a pesar de que eso
mismo signifique la imposibilidad de alcanzar los rasgos que
definen las características de la ciudad estado, se desenvuel-
ven sin embargo las comunidades, en relación con los poderes
unificadores, para constituir auténticas ciudades, capaces de
asumir en toda su plenitud los elementos que sirven para su
definición, como modo específico de establecer lazos con los
territorios explotados y de organizar a los hombres para llevar
a cabo esa explotación. En un momento determinado, la ciudad
se definirá precisamente por el estatuto alcanzado dentro del
entramado jerárquico impuesto por el Imperio romano, como
municipio o como colonia, términos que definen, al mismo tiem-
po, los privilegios y los modos de subordinación.
El punto de partida se sitúa, por tanto, en Grecia, donde la
ciudad estado arcaica adquirió un aspecto específico, traducido
en el campo de las instituciones políticas tanto como en el de la
configuración urbanística de los centros desde los que se orga-
nizaba la comunidad y el territorio. Desde la perspectiva de los
orígenes, han de estar presentes, en lo que se refiere al mundo
griego, tanto el sinecismo como la apoikía, la aglomera­ción
espontánea de las comunidades rurales tanto como la implanta-
ción de origen externo, así como las posibles superposiciones de
unos sistemas sobre otros. Efectivamente, como en otros campos
de los estudios históricos, lo característico del mundo griego en
las épocas arcaica y clásica es precisamen­te su variedad.
Por tratar por el momento sólo con ejemplos muy conocidos,
ante un mapa de Grecia en estos períodos, cabría preguntarse
cuáles son las características que sirven para diferenciar la
naturaleza de Atenas como pólis, que tiene como territorio toda
la península del Ática, de la naturaleza de la Confederación
Beocia y sus relaciones con el territorio y con la ciudad de Tebas.
En definitiva, los territorios de Beocia y del Ática vienen a ser
los marcos de actuación de “los beocios” y de “los atenienses”
respectivamente, de comunidades que explotan la tierra como
campesinos y la defienden como ejército. La forma de vida viene
a ser igualmente aldeana en Ática y Beocia7. Ahora bien, en la
misma dinámica de la historia de estas y otras comunidades,
se percibe la necesidad de evitar la creación de una imagen
donde estas entidades aparezcan como esquemas cerrados. Si
existen “los espartia­tas”, también existirán “los lacedemonios”,
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con lo que se crean, de modo superpuesto, entidades donde las


colectividades organizan de modo distinto el territorio corres-
pondiente. El primer término define la comunidad restringida
de quienes tienen derechos políticos frente a los periecos, con
quienes se marcan los límites a base de los santuarios que
definen el espacio cívico8.
Todas las comunidades pueden integrarse en unidades su-
periores, con denominaciones variadas: Liga de Delos o Liga
Helénica. En cada caso, se va configurando un mundo complejo
donde la vida ciudadana ofrece diversas caras. En cada caso,
las relaciones entre el territorio y el centro que lo organiza se
presentan de un modo diferente. Los beocios, los lacedemonios
o los atenienses proveen contingen­tes de tropas para la defensa
de ese territorio, a través de distintos modos de organización
militar. Se trata de comunidades de agricultores, basadas en
la existencia de pequeñas explotaciones9, pero las formas de
solidaridad dependen de circunstancias muy concretas, rela-
cionadas en cada caso con las vicisitudes de la Historia.
Sin embargo, tal vez sea la relación económica con el terri-
torio la que pueda dar la pauta para intentar definir los límites
de la pólis. Hay que pensar que los tebanos desde Tebas sólo or-
ganizaban el territorio correspondiente a Tebas misma, dentro
de un territorio beocio cuya complejidad se revela en el estudio
directo del espacio, mientras que desde Atenas, como resultado
de una historia indudablemente diferente, se organizaba la
explotación de todo el territorio del Ática. Así se muestra en
la historia territorial del arcaísmo, en la que Solón, Pisístrato
y Clístenes ponen en práctica medidas políticas que afectan a
todos sus espacios, pertenecientes a cualquiera de las posibles
unidades anteriores al sinecismo. Esparta, por su parte, aún
sin murallas, organiza el territorio de los espartiatas definido
ideológicamente por medio de los santuarios. Otra cosa era que,
durante el período imperialista, Atenas también se impusiera
política y económicamente sobre los miembros de la Liga de
Delos, hasta el punto de que se fundaran cleruquías, con lo
que el terreno cultivado pasaría a constituirse en territorio
controlado por la ciudadanía ateniense.
Ahora bien, en el mismo territorio del Ática es posible detec-
tar la complejidad derivada de la evolución histórica. Es posible
que, en su primitiva formación, el territorio de la primera ciudad
estuviera constituido por lo que en tiempos históricos ocupaban
los demos del ásty, antes de la formación del sinecismo10. El
Ática estaría formada por muchas protociudades que, como
Atenas misma, tenían sus tumbas micénicas en torno a las
que agruparse las primeras poblaciones. Desde luego, a partir
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de Tucídides11 se puede deducir que, en el momento en que los


campesinos del Ática tuvieron que refugiarse en Atenas en la
Guerra Arquidámica, se comportaban como si tuvieran que
abandonar su pólis12.
Dentro del Ática, después del sinecismo, las familias pode-
rosas concentran sus tierras en la llanura de Atenas y en la
mesogea, mientras que el resto aparece muy fragmentario, con
producciones mixtas dedicadas a la subsistencia13. La creación
de la unidad cívica permitió la continuidad de las comunidades
previas y la consolidación de diferencias que se perpetuarían
en la pólis. Así, aunque no haya un término griego específico
para referirse al concepto de “granja”, es evidente a través de
la arqueología que existen explotaciones asimilables a éstas al
menos en las zonas de Sunio y Tórico. Las estructuras agrarias
subsidiarias perduraron en relaciones desiguales con las de las
zonas privilegiadas, identificadas con las próximas a Atenas y
con las que debían de corresponder a la pólis primera en sentido
restringido, las correspondientes al territorio del ásty.
Por ello, el centro del sinecismo fue Atenas, de tal modo que
a algunos autores les es posible interpretar el proceso más como
una colonización desde la ciudad que como un sinecismo propia-
mente dicho. En cualquier caso, a lo largo del período arcaico ya
parece evidente que todo el territorio cultivable del Ática está
sometido a explotación14. En Atenas misma, fueron probable-
mente las tumbas de la zona del bouleutérion, en el ágora, las
que sirvieron de eje a la formación de la ciudad, provocando el
agrupamiento a su alrededor de los edificios cívicos, algunos
de ellos identificados con centros de comensalidad como los que
solían servir a la aristocracia para consolidar sus clientelas.
La formación de la pólis viene a ser equivalente a la ocu-
pación de un territorio a partir de la solidaridad de los aris-
tócratas locales, pero que a partir del desarrollo de acciones
comunes y del desarrollo agrícola del arcaísmo, es decir, de la
confluencia de factores militares y económicos, precisamente
a partir de la creación de centros comunes, del desarrollo de
intereses comunes y de la defensa común, viene a traducirse
en la ocupación de un territorio llevada a cabo por un campe-
sinado independiente, que puede participar en el gobierno de
la ciudad, pero que vive mayoritariamente en el campo, en
granjas aisladas, tanto en el Ática como en otras regiones15. De
todos modos, se ha calculado que todavía en la época clásica la
mitad de la tierra del Ática estaba bajo el control del 9% de la
población16. Sin embargo, el amplio territorio del Ática imponía
la existencia de múltiples centros, que se materializan tanto
en la subsistencia de los centros religiosos como en la creación
52 DOMINGO PLÁCIDO

de lugares de refugio, como los que se refieren en un decreto


citado por Demóstenes17, situados en Atenas, el Pireo, Eleusis,
File, Afidna, Ramnunte y Sunio, lugares todos que se refieren
también a centros de tradición histórica18. Atenas aparece así
antes del sinecismo como un centro más con su propio territorio.
Por ello, si primero fue el lugar de la confluencia y en cierto
modo de la solidaridad, se convirtió pronto en el escenario de
los conflictos surgidos de la desigualdad entre los componentes
de la nueva comunidad.
La variedad de la ciudad griega puede resultar incluso más
compleja si se tienen en cuenta algunos ejemplos específicos,
menos centrales en las tradiciones referentes al estudio de la
ciudad griega, como la Panopeo a que se refiere Pausanias19
como pólis de los foceos,

“… si es que puede llamarse pólis a quienes no tienen archeîa


(edificios de gobierno), ni teatro, ni gimnasio, ni ágora, ni bajada
de agua a una fuente pública, sino que viven en cuevas cubier-
tas en las montañas; pero tienen hóroi tês chóras (límites del
territorio) frente a los vecinos y envían synédrous (consejeros)
al s ýllogon Phokikón (sínodo de los focidios)”.
Panopeo se cita en el catálogo de la Ilíada20 y se corresponde
con un yacimiento micénico con muros ciclópeos21. En Odisea22
la llaman kallochóros (de hermoso territorio) lo que da idea de
la importancia que tenía allí la producción agrícola como base
de su denominación posterior como pólis. Según la definición
de Pausanias, para poder hablar de pólis, sólo haría falta que
el territorio estuviera delimitado y que sus posesores enviaran
representantes a un organismo común23.
De Ámilo, en Arcadia, Pausanias24 habla como de un choríon
que dicen que fue en otro tiempo una pólis, donde un teatro
puede haber sido su centro cívico25. También en Arcadia, cuan-
do Pausanias26 se refiere a los límites entre Orcómeno y sus
vecinos, habla de los hóroi tês gês (límites de la tierra), aunque
hay textos que hablan de la pólis.
También Esparta se considera como una pólis aunque sus
habitantes viven katà kómas, porque no ha habido sinecismo
(oúte xynoikistheíses póleos), según Tucídides27, y no tiene tem-
plos ni edificios brillantes. Desde luego, hay muchos ejemplos
griegos en los que la ciudad está en formación dinámica, entre
el arcaísmo y el mundo helenístico.
El proceso puede tomar diferentes caminos. Así como en la
isla de Melos el desarrollo y el crecimiento de la población van
unidos al desarrollo urbano de la capital, en el sur de la Argó-
CAPÍTULO 2 53

lide se consolidan los centros urbanos calificados como póleis


al mismo tiempo que se produce un aumento y dispersión de
la población general de la región28.
Por otro lado, en la formación de la pólis, con mucha frecuen-
cia son las relaciones exteriores las que favorecen la defensa
común y el sinecismo. Según Plutarco29, los megarenses vivían
antes de la guerra con Corinto katà kómas. La solidaridad inter-
na nace del peligro exterior, que crea una reacción homogénea
entre los poseedores de tierra, hoplitas y aristócratas. Los nue-
vos poseedores de la tierra cívica se integran en la comunidad
con los aristócratas, en relaciones desiguales, sobre la base
de las necesidades defensivas comunes. La autonomía de los
hoplitas queda de este modo delimitada.
El territorio aparece así, pues, como la base de cualquier
comunidad de tipo político y de las formas en que se integren en
comunidades más amplias dependerá el tipo de sistema político
creado y definido a lo largo de la historia de los pueblos medite-
rráneos. Básicamente, las formas de organización ciudadana, la
pólis tanto como la civitas, constituyen entidades territoriales
y se definen de acuerdo con las formas específicas de organizar
la explotación del territorio y de integrar a las comunidades
encargadas de esta explotación dentro de entidades mayores.
La ciudad sería, en síntesis, territorio controlado, fundamento
de una comunidad política30.
En otra perspectiva, la ciudad se define “como horizonte de
circulación del excedente agrario”, por lo que un oppidum tiene
la potencialidad de la ciudad, dentro de la dinámica expuesta,
trasladada fuera del panorama griego31, lo que podría aplicarse
a las unidades aldeanas existentes antes del sinecismo. A través
de la ciudad el no productor ejerce su coerción sobre el terri-
torio, sobre todo porque, al formarse los ejércitos ciudadanos,
éstos sirven igualmente para controlar el mundo interior de la
comunidad32. Las unidades de explotación representadas por
entidades pequeñas se hallan en proceso dinámico que lleva
a la necesidad del sinecismo para garantizar el control a una
escala más amplia, cuando el desarrollo de las fuerzas produc-
tivas dificulta el control del campesinado a escala reducida.
Los pýrgoi, como equivalentes a los oppida, se muestran como
instrumentos insuficientes con el desarrollo de la producción
y de la complejidad de las relaciones sociales. El sinecismo
aparece así en principio como una acción traumática para las
comunidades que deben integrarse a favor de los beneficios
del explotador.
Por otro lado, sin embargo, el campesinado se ve obligado a
buscar también la protección de los poderosos cuando se com-
54 DOMINGO PLÁCIDO

plican las relaciones entre centros diferentes por controlar el


espacio agrícola. Por ello resulta significativo el papel de las
torres rurales como parte de los complejos agrarios33. Lo que
caracterizaría la ciudad griega sería su formación como com-
plejo de aldeas34, lograda a través de los conflictos del arcaís-
mo, en que el primer sinecismo como apropiación aristocrática
terminó por derivar hacia la unión segmentaria de las aldeas
y el control colectivo del territorio en el ejército hoplítico. Las
comunidades aldeanas, forzadas al sinecismo por la aristocra-
cia, encuentran sin embargo en la pólis resultante el escenario
de su participación política.
De este modo se reinventa la falange, la antigua formación
de infantería que luchaba al servicio clientelar de la aristocra-
cia ecuestre, para aparecer ahora como ejército defensor de la
autonomía del campesinado35. La falange homérica, liberada de
las dependencias clientelares, se halla en condiciones de poten-
ciar el armamento y de organizarse en la sýntaxis paralela a la
organización política de la ciudad36. El proceso arcaico podría
definirse como el paso conflictivo del dominio de la aristocracia
ganadera a la timocracia terrateniente, concretada en Atenas
en las medidas de Solón37, en un cambio desde luego conflictivo,
según se refleja en la denominada stásis con que las fuentes
conocen la situación. La pólis vendría a ser como una variante
de la aldea donde se han creado formas de dominación y sub-
ordinación vinculadas a la chóra, cuyas mayores dimensiones
favorecen la existencia de mayores ciudades38. La tensión re-
sultante de las presiones de los agricultores de las aldeas en
el desarrollo de las explotaciones agrarias sobre la aristocracia
y la reacción de ésta en la formación del sinecismo, como in-
tento de control aristocrático del territorio con la abolición de
los organismos locales que la tradición atribuye a Teseo39, se
resuelve en la formación de la ciudad hoplítica. Como fenómeno
fundamentalmente político40, el sinecismo tuvo que significar la
unión de las fuerzas de la aristocracia para mejorar el control
de las poblaciones, pero el resultado consistió en la formación
de la ciudad hoplítica.
Paradójicamente, la formación del sinecismo creó las con-
diciones para la colaboración de los campesinos con el fin de
consolidar su independencia como productores, con la coloniza-
ción interna y externa de nuevas tierras y el crecimiento de la
población, en torno a una entidad de origen aristocrático que le
sirve de marco para su propia potenciación41. La pólis se erige
en punto de reunión del campesinado disperso y el sinecismo
se convierte en un motivo de celebración de la ciudad democrá-
tica42. De este modo se crean las condiciones para que la nueva
CAPÍTULO 2 55

clase pase a ejercer un determinado control sobre el poder polí-


tico, en una relación con los aristócratas que nunca dejó de ser
conflictiva, a pesar de los evidentes momentos de concordia, y
en la que la comunidad nunca dejó de ceder el poder en deter-
minadas instituciones individuales, como la estrategia.
En los textos más antiguos de la literatura griega el término
dêmos se define muy frecuentemente en oposición a los basileîs
o a los gérontes43. La formación del dêmos hoplítico, el compuesto
por la comunidad de los poseedores de tierras, se lleva a cabo
en relaciones conflictivas con la aristocracia. La historia de la
pólis arcaica se define así como marco de las tensiones entre
colectividad e individualidad, plasmada en la colaboración entre
el ejército hoplítico y los estrategos, entre la politeía y el poder
personal44. Los primeros textos, entre ellos los de Hesíodo, son
el testimonio del momento de tensión en el que se sustituye el
poder sobre tierras y hombres por parte de la aristocracia, por
unas relaciones equilibradas, con situaciones de convivencia
pactada entre los más poderosos y las masas de campesinos,
que se traduce en unos enterramientos colectivos que también
sustituyen a las tumbas principescas45. Ello va unido a la ex-
tensión de las poblaciones sobre nuevos territorios. De este
modo se va definiendo la pólis como comunidad de personas.
En la pólis desaparecen normalmente las formas de servidum-
bre colectiva que se conservan en el éthnos. Por eso Esparta
también en este aspecto seguía planteando problemas en su
definición como pólis. En la mayor parte de las ocasiones las
póleis sustituyen la dependencia colectiva del campesinado por
la esclavitud, mientras que la independencia de los espartiatas
vino acompañada de la dependencia de los hilotas.
Ideológicamente, la ciudad crea solidaridad imaginaria fren-
te al exterior, basada en la necesidad de defensa del territorio,
que consolida en la cohesión interna las desigualdades46. Las
marcas del simbolismo representado por los santuarios, así
como los actos religiosos de iniciación, vienen a erigirse en
los elementos visuales que simbolizan esta solidaridad47. Son
los caminos por los que la delimitación agrícola define la vida
política, social e ideológica. La mayoría de la población sigue
viviendo en las aldeas, sin abandonar las prácticas propias
del campesinado; la mayor o menor consideración como pólis
deriva en definitiva de los resultados de tales tensiones, entre
la unificación aristocrática en busca del control territorial y la
presencia en ese proceso de las fuerzas del campesinado. La
centralización abrió las puertas a la participación colectiva
del campesinado, desde luego en unas relaciones en que sus
posibilidades se veían condicionadas por las características de
56 DOMINGO PLÁCIDO

la integración, en la que la aristocracia pretende mantener el


control. El desarrollo de la forma urbana de la pólis depende de
las vicisitudes concretas de cada una48, como las que diferencian
la historia primitiva de Atenas de la de Esparta, con un grado
mayor o menor de la liberación del campesinado.
Resulta igualmente cada vez más confirmada la hipótesis
de que cualquier forma de planificación de la ciudad antigua
es al mismo tiempo un proyecto de planificación del campo y
de la explotación agraria49. Así aparece dentro de la Historia
griega desde los datos más antiguos transmitidos por la épica,
pues en Odisea50, en relación con la fundación de la ciudad de
los feacios, se dice que “rodeó la ciudad con un muro, construyó
casas y templos de los dioses y distribuyó los campos”. Una
ciudad, pólis, es un lugar de habitación, un centro religioso y
un centro de distribución para la explotación de los campos. En
el otro extremo de la historia de la ciudad estado, en la realidad
práctica, en el mundo colonial, en la planificación de Turios,
el plano ortogonal se proyecta en los campos, según Diodoro51,
y en el año 385, en Corcira Nigra, se llevó a cabo una distri-
bución de la chóra y de la ciudadanía de la pólis en el mismo
acto institucional52. La ocupación colectiva del territorio y la
distribución regular va unida a la defensa por medio de forti-
nes (phroúria) que lo defienden en la periferia53. En la misma
época de la crisis del siglo IV, algunos teóricos expresaban sus
pensamientos acerca de la organización de la ciudad sobre las
mismas bases. Así, el personaje platónico de las Leyes54 propo-
ne, como fundamento de la ciudad que pretende convertir en
modelo, “que se repartan ante todo la tierra y las casas”55. La
tendencia a la planificación teórica de la ciudad característica
de la época de la crisis de la pólis pretende recuperar las prác-
ticas antiguas, especialmente desarrolladas en el mundo de las
colonizaciones. En Aristóteles, la planificación de Hipódamo de
Mileto también incluía los campos.
A lo largo de toda la historia de la antigüedad la ciudad
siempre será el eje de la explotación de un territorio. Las dife-
rencias históricas afectan sobre todo al modo en que se integra
con entidades más pequeñas o mayores en la forma de ejercer
la política, como entidad autónoma o integrada en una entidad
mayor, confederación, reino o imperio.
CAPÍTULO 2 57

Notas
1. A. Snodgrass, Archaic Greece, the age of experiment, Berkeley, 1981.
2. T.W. Gallant, Risk and survival in ancient Greece, Cambridge, 1991, 170.
3. J. Krasilnikoff, “On the garden and marginal lands in classical Attica”, en S.
Isager & Y. Nielsen (eds.), Proceedings of the Danish Institut at Athens III,
Atenas, 2000, 180.
4. R. Osborne, “‘Is it a farm?’ The definition of agricultural sites and settlements in
ancient Greece”, en B. Wells (ed.), Agriculture in ancient Greece, Estocolmo,
1992, 21-27.
5. Jenofonte, Helénicas, 5, 2, 7.
6. A. Burford, Land and labor in the Greek world, Baltimore, 1993, 63.
7. A. Snodgrass, “Survey archaeology and the rural landscape of the Greek city”, en
O. Murray & S. Price (eds.), The Greek city from Homer to Alexander, Oxford,
1990, 119-35.
8. P. Cartledge, Spartan reflections, Londres, 2001, 16.
9. V.D. Hanson, The other Greeks. The family farm and the agrarian roots of Western
civilization, Nueva York, 1995, 27.
10. M. Valdés & D. Plácido, “La frontera del territorio ateniense”, Studia Historica.
Ha Antigua, 16 (1998), 85-100.
11. Tucídides, 2, 16, 2.
12. R. Osborne, Demos: the discovery of classical Attika, Cambridge, 1985, 21.
13. Ibid., 50, 62; ver también p. 29, y Krasilnikoff, “Garden and marginal lands”
(op. cit. n. 3).
14. R. Sallares, The ecology of the ancient Greek world, Londres, 1991, 310.
15. V.D. Hanson, Warfare and agriculture in classical Greece (ed. rev.), Berkeley,
1998, 48.
16. L. Foxhall, “The control of Attic landscape”, en Wells (ed.), Agriculture in
Greece (op. cit. n. 4), 155-59.
17. Demóstenes, De la corona = 18, 37-38.
18. Hanson, Warfare and agriculture (op. cit. n. 15), 113.
19. Pausanias, 10, 4, 1.
20. Homero, Ilíada, 2, 520.
21. R. Hope Simpson & J.F. Lazenby, The catalogue of the ships in Homer’s Iliad,
Oxford, 1970, 42-43.
22. Homero, Odisea, 11, 581.
23. L. Rubinstein, “Pausanias as a source for the classical Greek polis”, en M.H.
Hansen & K. Raaflaub (eds.), Studies in ancient Greek polis, Stuttgart, 1995,
215.
24. Pausanias, 8, 13, 5.
25. R. Osborne, Classical landscape with figures. The ancient Greek city and its
countryside, Londres, 1987, 118.
26. Pausanias, 8, 13, 3.
27. Tucídides, 1, 10, 2.
28. C.N. Runnels & T.H. van Andel, “The evolution of settlement in the Southern
Argolid, Greece. An economic explanation”, Hesperia, 56 (1987), 303-34.
29. Plutarco, Quaestiones Graecae, 17 = Moralia, 295b.
58 DOMINGO PLÁCIDO

30. I. Malkin, “Territorialisation mythologique: les «autels des Philènes» en


Cyrénaïque”, Dialogues d’Histoire Ancienne, 16 (1990), 19 ss.
31. M. Molinos, A. Ruiz & F. Nocete, “El poblamiento ibérico de la campiña del Alto
Guadalquivir: proceso de formación y desarrollo de la servidumbre territorial”, en
G. Pereira (ed.), Actas del I Congreso Peninsular de Historia Antigua, Santiago,
1-5 julio 1986, Santiago de Compostela, 1988, II, 85.
32. F. Nocete, “Estómagos bípedos/estómagos políticos”, Arqueología Espacial
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