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La insólita historia de la mujer que se negó a ser

hombre está basada en hechos reales y


es un tributo a todas las personas transexuales
del mundo cuya identidad no coincide con su género.
María Magdalena es uno de esos seres atrapados en
cuerpo y alma que no sabe si es hombre o mujer

y que durante muchos años fue víctima de


encierro, vergüenza, temores y acusada por la
sociedad como un ser extraño…

pero su vida cambió para siempre.


1

Las tablas que cubren la ventana de María Magdalena ceden paso a los rayos
de luz y a una centuria de polvo. Los orificios le hablan de un mundo exterior
que no comprende. El cosquilleo en su pene es más intenso conforme la visión
se esclarece. Las pantorrillas de una chica que pasea en bicicleta se contraen

al ritmo del movimiento circular de los pedales, provocándole una sensación


de humedad en la entrepierna.
Un grupo de muchachos se detienen a charlar. El más alto lleva una
camiseta sin mangas. Gotas de sudor resbalan por sus hombros como un
manantial de agua salada. Se imagina rodeada por esos brazos húmedos,
quiere alcanzarlos, pero desde el encierro, sólo alcanza a percibir imágenes
de vida. Un joven abre la boca para soltar una carcajada, los enormes dientes
amarillos se le antojan como mazorcas, de esas que corta complicada en una

tabla.
El olor a café que brota de una olla que no puede ver, le resulta
romántico. Llega a la nariz, baja al corazón y se detiene en la garganta
haciéndole salivar. Cierra los ojos por un momento para imaginar qué es lo
que provoca ese dulce olor. La canela en el ambiente, le recuerda el impreso
de un campo verde deslizado por la puerta de su casa que guarda celosa bajo
el colchón. Tan distinto al horizonte polvoriento que mira por los huecos de la
ventana.
Un ruido le arrebata el vaivén de sensaciones. Se acomoda la falda y

baja del banquillo de un movimiento. Se acerca a la cocina y prende el fogón.


Está cansada de comer sopa de verduras y pan, añora el único día del año en
que su madre lleva pastel a casa desde hace 16 años. Pastel de zanahoria,
pastel de zanahoria, pastel de zanahoria… Adoración se acerca al tiempo

que la adolescente da un paso atrás como si quisiera ocultarse.


–¿Está fría?
–Sí, mamá.
–Maldita, chamaca. ¿Cuántas veces te tengo que repetir que calientes la
sopa antes de que llegue?, ¿eh?
–Sí, mamá
–Uno llega bien cansada de lavar baños ajenos, de limpiar la caca de
otros y tu aquí de floja.
–Perdón mamá.

–¡Qué perdón ni que ocho cuartos! Pásame el pan en lo que se calienta.

Las tardes para María Magdalena son eternas. Añora el tiempo en soledad
frente a su amada ventana. Los ronquidos de su madre se mezclan con el
chillido de la mecedora en donde descansa el robusto cuerpo. Los primeros
minutos se concentra en las imágenes percibidas durante el día: la bicicleta,
los hombros, la mazorca; sonríe sin importarle el sonido ambiental. Conforme
pasa el tiempo, su mente se vacía y su estómago padece malestar de

desaprobación.
Mañana será distinto, intenta consolarse mientras Adoración abre los
ojos y limpia la saliva que escurre por la barbilla. Muévete, que la casa no se
limpia sola. María Magdalena toma el trapeador y comienza a limpiar su

coraje en agua turbia. Movimientos lentos y repetitivos para dilatar la tarea


hasta el anochecer y postergar la ausencia de actividad que la obliga a
encontrarse frente a frente con su madre. Primero la habitación y el baño,
luego la
cocina, por último, la sala, en donde se infecta la rabia.
El calor que entra por la habitación la mantiene en vigilia. Sólo finge
dormir durante las numerosas ocasiones en que Adoración se despierta para ir
al baño. El resto de la noche le marea el sonido del tictac con la vista fija en
los ladrillos de la pared. El cansancio le hace percibir su cuerpo de hierro,

asoma una pierna por la sábana con dificultad de movimiento como si su


voluntad hubiera abandonado la carne. Imagina a la chica de la bicicleta en la
cama de al lado, se estremece con la masa sin forma que ocupa su lugar.

En el pueblo todos murmuran. María Magdalena se escapó de casa mientras su


madre trabajaba y se metió a la botica de la esquina. Ahí la esperaba Pedro, el
mozo, para robarle su virginidad. Yo la vi salir por esa puerta con la falda
toda arrugada y pelos de loca. Su madre ha de estar que se la lleva el

diablo. Mira tan seriecita que se veía la chiquilla. Es igual de puta que su
madre que se embarazó de un casado. Todo se paga en esta vida, a ver ahora
qué hace con un chamaco. No creo que el Pedro se haga responsable, el
pobre ni siquiera puede hablar, está más mudo que una jirafa.

–Buenos días Adoración.


–Buenas padre.
–Necesito hablar contigo, hay rumores muy fuertes. Me preocupa María
Magdalena.
–¿Rumores? Si la chamaca no sale de casa. ¿Qué rumores puede haber?
Maldita gente que no tiene nada que hacer más que andarse metiendo en la
vida de otros.
–Dicen que salió mientras estabas lavando la casa de Carmelita para
meterse a la botica de la esquina.

–No, la Magdalena está bien encerradita.


–Escucha, Adoración. María Magdalena encontró la forma de escaparse
para visitar a Pedro, el mudo. Ahí tuvieron relaciones pecaminosas. La vieron
salir con la falda manchada de sangre.
–Ah padrecito, sino me lo dice usted, la mera verdad no lo creo.
–Hable con ella, debe contraer nupcias lo antes posible.
–Eso haré, padre.
Los sonidos abdominales que provoca el hambre de Adoración cesan,

ahora siente dolor en el vientre. No corre a casa como lo hace usualmente al


terminar la jornada, se detiene en una banca y se sienta torpemente. Percibe su
aliento agrio como las noticias que acaba de recibir. No es posible, debe ser
un chisme. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo puedo limpiar su honra? Lo único que

he hecho desde que nació fue protegerla y la malagradecida me paga con


esto. Por lo menos se encontró a alguien de su calaña, el mudo baboso va a
tener que guardar el secreto.
Al levantarse de la banca siente un mareo que la hace titubear, pero no
es momento de ser débil. Se encamina a la botica en donde Juan, el encargado,
atiende a una señora con voz ronca. Se detiene a observar el lugar. Atrás de
los estantes abarrotados de pastillas y jarabes ve a Pedro de rodillas lavando
el piso. Se sostiene de la orilla del mostrador para no desvanecer.
–¿Se siente bien Adoración? ¿En qué puedo ayudarla?, dice Juan.

–Necesito hablar con el Pedro.


–Uy señora, eso va a estar complicado. Es mudo el pobre, desde que
nació.
–¿Y usted cómo se comunica con él?
–Sólo le enseño lo que debe hacer. Ni escribir sabe y el lenguaje a
señas nunca lo quiso aprender. Sí la escucha, no es tan tonto el muchacho. Pero
no creo que le pueda responder.
–¿Ha visto a mi hija por aquí?

–Ya sé por dónde va. Martino, el borracho, dice que vio salir a María
Magdalena de aquí mientras yo estaba fuera. Pero ese güey está más tocado
que nada. Yo la verdad, no creo que el Pedrito ande haciendo esas cosas. Con
todo respeto, lo conozco desde niño y es un buen mozo. Pregúntele a su hija,

ella le podrá decir la verdad.


–Ándele pues, ya mejor me voy a casa para hablar con la chamaca.
–Sí, señora. Va a ver que puro chisme.
Por primera vez en 16 años, Adoración no quiere estar a solas con su
hija. Siente miedo de que le confiese que los rumores del pueblo son ciertos
pero lo que realmente le genera pavor, es que lo niegue. ¿Debo creer en ella?
Imágenes de juventud, cuando encontró el amor en brazos de un hombre,
comienzan a suceder. No, yo jamás le hubiera confesado a mis padres que me
cogí a alguien, me hubieran destrozado la cara de un puñetazo.

Abre la puerta de casa y lo primero que ve es a María Magdalena frente


al fogón. La mesa preparada, dos vasos de agua de limón y un florero roto que
lleva años aguardando vida en su interior. El olor a sopa le revuelve el
estómago, pero se sienta en espera de un plato lleno sin decir una palabra.
Avienta las chanclas de plástico y espera a que su hija le traiga sus viejas
pantuflas.
–Ya está caliente la sopa, María Magdalena rompe el silencio.
–Vaya, por fin.

–¿Qué te pasa mamá? ¿Estás cansada?


–Pues claro, a mi edad tengo que seguir matándome para darte de tragar.
–Yo podría ayudarte.
–Lo único que quieres es salir de aquí para andar de puta, ¿verdad?

–No, mamá.
–¿Conoces a Pedro, el de la botica?
–No.
–Pues andan diciendo que te fuiste a acostar con él.
–¿Acostar? No mamá, lo juro. Pero, ¿cómo? Si ni puedo salir.
–Lo mismo me pregunto, chamaca.
–Jamás haría algo así, lo juro.
–Dios castiga a las personas que juran cosas que no son ciertas.
¿Quieres irte al infierno?

–No, mamá. Lo juro por lo más sagrado. Yo no he salido de aquí.


–Esta sopa sabe horrible. Déjame en paz, quiero descansar.

Adoración se despierta más temprano que de costumbre. Tiene que cruzar todo
el pueblo para llegar a casa del doctor quien la espera con un café en la mano,
una bata amarillenta y una bufanda que cuelga del cuello. El consultorio está
adornado por un letrero que dice: Jesús, médico del cuerpo y alma, concede
la salud y la paz a los enfermos.

–Buenos días Adoración. Me sorprendió tanta urgencia por verme. ¿Ya


por fin se va a hacer sus exámenes?
–No doctor. Tengo un problema muy grave.
–Tranquila, que Dios todo resuelve.

–Es mi hija, María Magdalena. Andan diciendo que perdió la virginidad


y yo la verdad necesito saber si es cierto.
–Ay Adoración, pues hable con ella.
–Necesito que la examine y me dé una constancia para callarle la boca a
la bola de mentirosos.
–Yo no puedo revisarla si ella no quiere.
–Ella tiene que aceptar, faltaba más.
–Vamos a hacer esto, traiga a la chica, yo necesito hablar primero con
ella antes que nada.

–Es un caso especial, doctor.


–No te preocupes Adoración. Ya sabes que los doctores como los
sacerdotes guardamos secretos. Pero sí es bueno revisarla para descartar un
embarazo.
–Ni Dios lo mande.
–Sólo Dios sabe por qué hace las cosas. Tranquila que María
Magdalena ya no es una niña.
–¿En serio guardará el secreto?

–Prometido.

María Magdalena no recuerda la última vez que salió, quizá era niña o bebé.
Sus sentidos se despiertan con cada imagen, sonido y olor que percibe. Es muy

temprano en Ánimas, la gente aún no sale de casa, sólo hay algunos


madrugadores barriendo la calle, tratando de quitar el polvo que niega
disolverse, ser parte del pasado.
El contraste de las casas blancas con techos rojos, le hacen recordar a
las gallinas que escapan para encontrar libertad y que mira desde su ventana.
A veces se identifica con ellas. Los balcones abiertos de los hogares, le
adentran en la intimidad familiar de los pueblerinos. A través de un marco
observa a dos niños concentrados en un plato de cereal, se le antoja sentarse a
su lado, saber su nombre, conocer su historia. Seguro el más pequeño se

llama Rosendo, el nombre que Adoración pronuncia en sueños, y que ella usa
para referirse a su papá en pensamientos.
Al fondo hay una casa amarilla que no combina con el resto. De ahí sale
una señora en bata floreada que besa efusivamente a su marido como ritual de
despedida. Se le antoja que alguien la acaricie igual, la mire con ojos
risueños, regrese a sus brazos después de la jornada laboral. Se pregunta si
algún día conocerá a un hombre dispuesto a estar con ella. Mientras su madre
viva, no será posible.

¿Y si me voy corriendo? Dejo a mi madre y corro sin mirar atrás. No,


no puedo hacerle eso. Ya está vieja, no creo que sobreviviría sola. Tal vez se
moriría de tristeza. Seguro que no me alcanzaría si corro rápido. En menos
de 20 minutos la dejaría atrás y podría comenzar una vida nueva. Jamás me

lo perdonaría. Soy lo único que tiene. No creo que a Dios le gustaría eso,
piensa mientras una bicicleta que carga una charola con pan interrumpe sus
pensamientos. Es el mismo olor del pastel de zanahoria que tanto anhela.
Quiere correr tras del vehículo, levantar el plástico que cubre el manjar,
devorarlo todo, pero termina apretando el paso al tiempo que su madre la jala
del suéter.
–Ándale, movidita que tenemos que llegar antes de las 7.
El sonido de una motocicleta que reparte periódicos la sobresalta.
¿Cómo le hace esa bicicleta para ir tan rápido?, reflexiona. Ojalá pudiera

subirme y huir lejos. Al cielo, como los pájaros que reposan en un cable de
luz a medio caer. El horizonte anaranjado le da un brillo especial a su cabello,
toma un mechón con sus manos y ve el negro azabache. Imagina que todos la
perciben bonita mientras pasa cerca de un grupo de albañiles que preparan una
mezcla grisácea. En realidad, quienes conocen a su madre, la observan
curiosos de verla en compañía.
Sus pies comienzan a doler, las sandalias de plástico que le compra
Adoración no son cómodas para caminar distancias largas. No dice nada,

sigue su paso al tiempo que una ampolla se forma en su tobillo. Mira las
piernas de una joven apresurada, siempre le han gustado las extremidades, le
llama la atención que no tienen vello, son lisas como el vidrio, se imagina
tocando esos muslos y el calor se le sube a la cabeza.

Distrae la mirada para evitar que su madre note la fijación. Un señor


rasca sus testículos al tiempo que toma una botella de refresco. A ella se le
antoja tocarse también ahí, pero Adoración le dijo una vez que ni la comezón
más fuerte es motivo para meter mano en las partes íntimas porque Dios todo
lo ve y no aprueba ese tipo de comportamiento.
¿Me pregunto si ese señor sabrá que Dios lo está viendo? Tal vez ni
siquiera se da cuenta que le molesta y por eso lo hace, piensa al momento
que su madre la toma de la mano y detiene el paso. Un hombre de vestimenta
negra saluda a Adoración con la mano y ella se acerca precipitadamente

jalándole de la mano y obligándole a desviar su mirada de la entrepierna del


hombre.
–Buenas padrecito, dice Adoración.
–Pero mira a quién tenemos aquí. ¿Por fin vas a permitir que la niña
asista a misa?
–No, vamos con el doctor. La va a revisar para callar la boca de toda la
bola de tarugos que andan hablando mal de ella.
–¿Y si tienen razón?

–Entonces ni modo, la tendré que matrimoniar con el mudo ese.


–Me gustaría platicar contigo Magdalena, ¿es posible que pasen después
por la parroquia?
–No lo sé, necesito llevarla primero a revisión.

–Haces mal en ocultar a tu hija de Dios.


–Lo sé padre, pero ella es especial.
–Ninguna persona es tan especial como para ocultarla a la vista de Dios.
–Si supiera, padrecito.
–Te vas a condenar tú por encerrar a esta niña, ya lo hemos hablado.
–Está bien, prometo pasar pronto por la iglesia.
–Vayan con Dios
La iglesia es el centro del pueblo, María Magdalena la observa a
distancia con la boca entreabierta. Jamás había visto un edificio tan alto

rodeado por los tres árboles florales que hay en Ánimas. Palomas de plástico
caen por los lados de la puerta principal dando la bienvenida a un grupo de
señoras que tapan su cabello con mascadas.
Ángeles de piedra custodian las orillas del edificio mientras que una
campana adorna la torre central. De las ventanas formadas por mosaicos
pequeñitos sale luz de colores que se mezcla con el sol para crear una fiesta
de destellos. Se le antoja bailar bajo el resplandor. Su madre se aleja del
padrecito que usa falda, ella no puede dejar de percibir.

–Buenas doctorcito, aquí le traigo a la niña.


–Hola María Magdalena, me da mucho gusto conocerte. Por favor
Adoración, espera afuera.

–Ah no, yo quiero estar presente cuando revise a la chamaca.


–Prometo hablar con usted después de la consulta. Ahora necesito
revisarla a solas.
–¿En secreto?
–Esté tranquila, que de este consultorio no saldrá nada.
Adoración se sienta en un sillón húmedo que refresca sus piernas. Su
fastidio aumenta conforme pasan los minutos. ¿Qué le estará haciendo el
doctor ese? Espero que la chamaca no ande platicando que la tengo
encerrada. Sí, seguro la malagradecida se va a quejar. Le encanta hacerse

la víctima. Lo bueno es que me prometió que nada saldría del consultorio.


¿Debo confiar en el doctor ese? Lo importante es limpiar la honra de mi
hija. Ahora sí le voy a callar el hocico a la bola de tarados que andan
hablando mal de ella. Maldita gente.
Se estremece al pensar la primera vez que visitó a un doctor. Tenía 39
años y sólo un hombre la había tocado. Sus padres la mantenían encerrada
como toda hija que al pasar los 25 años, no había contraído matrimonio. Su
deber era cuidar de ellos hasta que fallecieran, darles de comer,

proporcionarles los medicamentos a la hora indicada, limpiar la casa.


Ella sintió vergüenza al descubrir su cuerpo delante del doctor.
Comenzó a palpar su vientre y hacer preguntas incómodas. ¿Has tenido
retraso en tu periodo? ¿Cuándo tuviste tu primera relación sexual? ¿Sientes

dolor en los pechos? Luego de un intenso interrogatorio, le mandó hacer una


prueba de sangre en donde se confirmó el terrible diagnóstico: Seis semanas
de embarazo.
Adoración se estremece al recordar. Comienza a rezar el Ave María y no
cesa de hacerlo hasta que se abre la puerta del consultorio. Siente que su
mente está en un trance, deja de pensar en María Magdalena para concentrarse
en la madre de Dios, ella puede entenderla, ayudarle en esta situación tan
complicada, alejar al demonio de su vida.
María Magdalena entra al consultorio. Desde una esquina observa el

mobiliario, se detiene en unas pinzas de metal que parecen tijeras. ¿Para qué
servirán? El doctor se ve muy amable, pero me hubiera gustado que mi
mamá estuviera aquí. No me gusta estar a solas con él. Su bata es chistosa,
su esposa no es buena lavando. Tiene un color espantoso. Me imagino lo que
me haría mi mamá si mancho sus vestidos así. Creo que me mataría.
–María, hablé con tu mamá y me contó lo que sucede. Quiero que sepas
que yo soy tu amigo, puedo ayudarte, pero debes ser sincera conmigo.
–Sí, doctor. Lo que usted diga.

–¿Cuándo tuviste tu primer periodo?


–¿Periodo?
–Sí, el sangrado mensual.
–No, yo no tengo sangrado.

–¿Cuántos años tienes?


–16
–Tu mamá debió explicarte que las mujeres tienen su menstruación cada
mes. Esto quiere decir que en algún momento tu pantaleta se llenará de sangre
por lo que deberás usar toallas femeninas que es un tipo de algodón que te
mantiene limpia.
–No lo sabía, pero nunca me ha pasado eso.
–Es raro que aún no suceda a tu edad. Necesito revisarte, puedes
cambiarte en el baño. Quítate la ropa y ponte esta bata.

–No.
–María, estás segura. Soy un médico que ha estudiado para atender a
mujeres. Necesito revisar tu cuerpo, estoy acostumbrado a hacerlo, es mi
trabajo.
–¿Mi mamá sabe lo que hará?
–Claro, ella también ha tenido que ser revisada en su momento.
María Magdalena comienza a rezar en la mente, sus manos tiemblan
conforme desliza su ropa. Tiene ganas de salir por la ventana. ¿Cómo es

posible que su mamá permita que un hombre la vea desnuda por muy doctor
que sea? Ella sabe que no le gusta que invadan su privacidad. Siempre se
tapa el cuerpo cuando la tiene enfrente. Se lo enseñó desde pequeña, a
cubrir el pecado. Y ahora deja que la examine un desconocido. ¿Qué está

sucediendo?
Sale del cuarto de baño con gotas de sudor en la frente. Se acuesta en la
camilla fría y cierra los ojos. Siente una mano tibia, que toca su seno derecho,
los movimientos circulares le hacen sentir humedad en la entrepierna. El seno
izquierdo resulta más placentero, es el pezón erguido lo que provoca un
intento de sonrisa que es detenido al instante.
Golpes en su vientre le hacen percibir sus entrañas huecas. Olvidaste
quitarte tus calzones María, voy a bajarlos. No te preocupes, sólo voy a
revisarte rápidamente. Silencio, ya no la tocan más. Abre los ojos para

percibir al doctor mirando fijamente sus genitales. Enmudecido, sus ojos


redondos y alertas, perciben con extrañeza, su entrepierna.
–Es suficiente María, puedes vestirte.
–Está bien doctor. ¿Hay algo mal?
–No niña, tu tranquila.
–¿Pudo ver que yo no me acosté con el de la farmacia?
–Sí niña, eso lo sé.

Adoración es interrumpida por el sonido de la puerta. Ni siquiera sabe las


veces que lleva repitiendo la misma oración. La niña sale mirando al suelo
como si algo escondiera. Siente un vacío en el estómago al ver su vergüenza.
Qué se me hace que son ciertos los rumores. Mira la cara que trae. No

puede ser, Dios mío. Maldita chamaca, ojalá nunca te hubiera parido.
El doctor le pide a María que espere en la sala, Adoración entra por la
puerta del consultorio. Sus piernas tiemblan de pánico, tiene el presentimiento
de que algo no está bien, el hombre de bata blanca la mira con desaprobación.
¿Por qué la traje? Fue un gran error. Debí ponerle más candados a la casa
para que nunca saliera. Es mi culpa, soy una estúpida.
–Yo no puedo tratar el caso de María Magdalena, aquí en el pueblo no
existe la tecnología adecuada. ¿Usted sabía su condición?
–Sí, doctor.

–¿Y decidió esconderla?


–¿Qué más podía hacer?
–Tratarla, necesita verla un especialista.
–Yo ni dinero tengo para eso.
–No necesita dinero, yo la voy a recomendar con un médico en la
ciudad. Él puede ayudarla. Pero tiene que llevarla.
–No sé, la verdad no quiero que la gente se ande enterando.
–Adoración abra los ojos. Lo que usted está haciendo está mal. Al no

atender a su hija, lo único que sucede es que se está alejando de Dios.


–Alejada de Dios estoy desde que nació ese demonio.
–Dios le mandó una prueba muy grande. Está en usted poder ayudar a
que su hija se convierta en una mujer u hombre normal.

–María es un castigo, yo le fallé a Dios.


–No, María es su hija y necesita su ayuda. ¿Qué no entiende?
–Usted es el que no entiende. Sabe lo que es parir una niña que tiene un
pene y una vagina. Un engendro. La peor de todas las maldiciones.
–Eso se puede arreglar en una clínica. Los doctores podrán definir el
sexo de María.
–Ya le dije que no tengo un peso.
–Yo voy a financiar ese viaje, pero necesita hacerlo pronto.
–¿Y si no quiero?

–Yo mismo pediré ayuda para que el gobierno le quite a María y la


lleven a un hospital.
–¿Sería capaz?
–Pruébelo.
2

En Ánimas hay una tradición que no está escrita pero es respetada: la hija
menor de cada familia debe quedarse soltera para cuidar a sus progenitores.
Adoración es la última de las tres niñas de los Hernández. Desde pequeña
siempre fue la consentida de sus padres, Doña Lupita y Don Diego, respetados

en todo el pueblo por su trabajo como abarroteros, su devoción a San


Francisco de Asís y su ayuda a los necesitados.
Tiene 6 años y no asiste a la escuela como las hermanas mayores, Elena
e Inés. Su deber es observar a Doña Lupita y aprender todas las tareas de una
ama de casa. A corta edad, barre la banqueta todas las mañanas, da de comer a
las gallinas y pone la mesa. No le gustan estas labores, pero las realiza aprisa
para poder acompañar a su padre en la Tienda de abarrotes Hernández.
El almacén para Adoración es un cuarto de juegos. Pasa las tardes
acomodando latas, vaciando leche en contenedores, guardando hierbas en

bolsas de papel. Algún día podrá usar la caja registradora, los botones de
colores le provocan ser apretados. Pero aún no puede, Don Diego le prohibió
tocarla hasta que fuera mayor. Es nuestra herramienta de trabajo y costó
mucho dinero. Tuve que ir a la ciudad a comprarla. Si se descompone, se nos
cae el changarro, hija. No es un juguete, ¿entendiste?
Algún día tendré mi propia caja registradora y una tienda de
abarrotes tan grande como la iglesia del pueblo, piensa Adoración, al tiempo
que imagina altos estantes con cajas de cereal, chocolates y pan dulce. Sí, en
mi tienda venderé las cosas más deliciosas. Nada de hierbas y huevos.

¡Cómo odio el huevo! Y tengo que comerlo todos los días. También odio las
hierbas, huelen espantoso. La ruda es de lo peor. Huele a vómito de gallina.
Antes de dormir, Adoración juega con Elena e Inés. Se entretiene
escuchando sus historias, lo que aprenden en la escuela, las anécdotas en los

talleres de costura y mecanografía. Lo único que le entristece es que


aprenderán a utilizar la caja registradora antes que ella. Se parece mucho a la
máquina de escribir que usan en clase. A mis hermanas sí les dejan apretar
botones. ¡Qué mal!
Su juego favorito es la hora del té de los sábados por la noche. Nunca
toman infusiones, en realidad, sólo llenan con agua, las tazas de colores.
Platican temas que consideran de adultos al tiempo que levantan el dedo
meñique para tomar la vasija. Cuando me case, haré que Rufo lleve los
anillos amarrados en el cuello y los entregue en el altar. Ese perro es más

tonto, se va a comer los anillos. Yo usaré un vestido con una larga cola, que
cubra todo el pasillo de la iglesia. Seguro te vas a tropezar enfrente de
todos. En mi boda, estará todo el pueblo.
Las sesiones de té terminan por lo general en una guerra de almohadas
que es conciliada por sus padres. Es hora de dormir niñas, mañana tienen
que ir a misa. Les voy a apagar la luz. La noche acaba en susurros y risas
ahogadas. Las niñas siguen imaginando a Rufo comiéndose los anillos, a Inés
tropezándose con el vestido de novia, a Elena bailando con el loco del pueblo

porque se le ocurrió invitar a todo Ánimas a la recepción.


El domingo es el día favorito de las hermanas Hernández porque su
madre les pone vestidos ampones, trenza sus cabellos y coloca moños
coloridos en las puntas. Para Adoración, la misa es aburrida, salvo por alguna

canción que le gusta. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo. Suena
bien y habla de paz, piensa. El Padre Nuestro le resulta incómodo por la
costumbre que tienen de tomarse de la mano mientras lo rezan. Si estoy en
medio de mis papás no importa, pero el otro día tuve que tocar los dedos de
un niño que tenía mocos verdes. ¡Qué horror!
Las campanas llaman a misa, pero no a una ceremonia cualquiera, a la boda de
Elena, la mayor de las Hernández. Ocho años han pasado desde que las
hermanas jugaban a compartir el té. Las flores blancas en los pasillos de la
iglesia, confirman que es día de fiesta. Adoración e Inés esperan en la entrada

del recinto vestidas del mismo tono rosado como parte del cortejo que
acompaña a la novia.
Elena aparece con un vestido de satín y encaje que hace juego con el
color de su sonrisa, el accesorio más deslumbrante del cuadro. Camina
despacio del brazo de Don Diego quien hace un gran esfuerzo para no llorar
mientras Alberto la espera en el altar con ojos de asombro al verla desfilar
por fin con sus ropas blancas y deseando tocar lo que esconde la tela.
Adoración cierra los ojos un segundo, tiempo suficiente para imaginar

que la novia es ella, ve a la gente del pueblo observándola con admiración


mientras suena la marcha nupcial, percibe a Alberto sonriéndole y a Don
Diego a su lado. Espero que Inés se case pronto para que sea mi turno. No
me gustaría saltarla. Pero ya a los 14 años, una tiene que ir buscando su

felicidad, piensa mientras ve a los lejos a un niño que la observa fijamente y


se sonroja al cruzar miradas.
La belleza de Adoración se concentra en su cabello negro azabache que
cae por la espalda como resortes de alambre en combinación con unos ojos
negros de cejas y pestañas pobladas. Su intimidante mirada, hace que la gente
desvíe los ojos cuando la tienen de frente. Es de las chicas más guapas del
pueblo, por eso la ven con curiosidad mezclada por compasión.
–¿En serio te quieres casar algún día?, pregunta una niña de moño
morado durante la fiesta.

–Claro, ¿por qué no?


–Yo escuché a mi mamá decir que tú nunca te vas a casar.
–¿Si?
–Deberás cuidar a tus padres hasta que mueran.
–Eso no es cierto. ¡Mentirosa!
Doña Lupita jala a su hija de las trenzas para llevarla a un lugar más
privado, evitando que Adoración continúe golpeando ferozmente a una niña.
Ven conmigo chamaca. ¿Qué diablos te sucede? ¿Quieres arruinar la boda

de tu hermana? Adoración ya no es muy cercana a su madre, a pesar de que


pasa gran parte del día con ella, le molesta su forma de ser, quizá porque es
similar a ella. Perdón mamá. Ya me voy a portar bien.
–Papá.

–¿Qué pasó amor?


–Quiero hablar contigo.
Don Diego se levanta de la mesa para hablar con su hija. Ven pequeña,
vamos allá afuera, aquí hay mucho ruido. Conforme dejan la carpa que cubre
el terreno adornado con mesas, sillas y gente bebiendo, es más sencillo
escuchar. La música de banda ahora se oye a lo lejos y no hay rastro de la
aglomeración de gente que se reúne en la pista de baile.
–Mi pequeña. ¿Qué sucede? ¿No estás disfrutando la boda de tu
hermana?

–No es eso. ¿Conoces a la hija de Salvador, el de la panadería?


–Sí, claro.
–Me dijo algo muy feo. ¡Qué yo nunca podré casarme porque tendré que
quedarme a cuidar de ustedes!
–Corazón, es una tradición aquí de Ánimas. Pero yo quiero que seas
feliz, así que no te preocupes. Si encuentras a un buen hombre que quiera
matrimoniarse contigo, nadie lo va a impedir. Al diablo con las tradiciones de
pueblo.

Adoración se limpia las lágrimas con el vestido y abraza a su padre. No


quiere soltarlo aunque sabe que deben regresar a la fiesta. La luna los alumbra
como un spot de seguimiento que se usa en representaciones teatrales. Esa
noche, los actores principales son ellos, su luz brilla en el escenario como

muestra del gran amor que se tienen que ni el tiempo, ni la muerte, podrán
vencer.

Visitar la ciudad resulta una travesía para los habitantes de Ánimas. No es la


distancia lo que hace complicado el trayecto, son los caminos de terracería, la
superficie desigual y las piedras gigantes, lo que convierte el sendero en una
odisea. Son 40 minutos de incertidumbre que muchos aprovechan para rezar el
rosario, cerrar los ojos para evitar la terrorífica vista al voladero o intentar
llevar el ritmo de una conversación que inevitablemente se corta con

movimientos bruscos.
Los que más deseos tienen de superarse, viajan a la ciudad todos los
días. Ahí encuentran trabajos mejor pagados y diferentes a los que existen en
Ánimas. Sastre, entrenador personal, maestro de literatura, psicólogo, bailarín;
son algunas de las profesiones olvidadas por los pueblos. Por eso es común
que los pueblerinos vean como superiores a la gente foránea: más inteligentes,
más exitosos y hasta más altos.
Mi hijo se va directito a la ciudad en cuanto acabe la secundaria,

presume una señora afuera de la iglesia. Tengo unos parientes que le van a
dar casa y comida para que pueda asistir a la universidad. Yo quiero que se
vaya del pueblo lo antes posible, aquí en Ánimas sólo hay miseria, el polvo
consume la vida, pinta de gris el paisaje y las almas de los habitantes.

Hoy la ciudad amanece con una noticia que impacta a los habitantes. Las
estaciones de radio, las televisoras y los periódicos no dejan de hablar de la
muerte de 20 personas. Los periodistas exigen al gobierno que cierre los
caminos que los comunican con las pequeñas comunidades hasta que no se
construyan carreteras adecuadas para poder transitar. También exigen al
sistema de transporte público una minuciosa y periódica revisión de las
unidades.
Veinte personas fallecieron al instante luego de que el camión en donde

viajaban se quedara sin frenos. Provenientes de Ánimas, los cuerpos fueron


llevados a la morgue de la ciudad para su reconocimiento. Cerca de las 14:00
horas se reportó el accidente de la unidad número 270. Los paramédicos y
equipo de rescate llegaron al lugar en busca de sobrevivientes, pero
desafortunadamente fue demasiado tarde.
“Es una masacre, no recuerdo un accidente tan grave en los últimos
tiempos. Todos estamos indignados con el acontecimiento. Exigimos a las
autoridades que cancelen el servicio de transporte público a Ánimas hasta

que no cuenten con camiones en buen estado.”


“Las carreteras que van hacía los pueblos se encuentran en terrible
estado. Cada día tienen más hoyos, baches y derrumbes. No es posible que
sigan permitiendo que la gente las transite. Es una bomba de tiempo, en

cualquier momento puede ocurrir otro accidente. No dejemos que vuelva a


suceder.”
“Cerrar la comunicación con el pueblo de Ánimas es un error. Si
clausuramos las vías de acceso, vamos a generar que decenas de personas
se queden sin forma de sobrevivir. Muchas personas viajan aquí en busca de
trabajo.”
“En los pueblos no hay servicios médicos de calidad. Si no les
permitimos el acceso y cerramos las carreteras, los vamos a matar.”
“Los pueblerinos vienen a robar los puestos de trabajo. Hay que

cerrar las vías de acceso, no los necesitamos aquí. ¡Qué se larguen a


trabajar a sus pueblos! No tienen porqué arriesgarse a salir.”

Desde una recámara, Adoración mira la ventana. El rayo de luz que entra por
el hueco de la cortina advierte que la luna brilla detrás de la tela. No tiene
fuerza para levantarse y abrir el velo que cubre el cuerpo celeste aunque ansía
observarlo. El silencio en casa es tan valioso como el oro. Atrás quedó el
desfile de gente cargando moldes de comida y pretendiendo sentir pena.

¿Cuántos abrazos recibió ese día? ¿Cuánta hipocresía percibió en los ojos de
los pueblerinos? ¿Cuánta lástima en las habladurías de la gente?
Hay dos camas vacías en la habitación. El desconsuelo de la ausencia
aprieta el corazón. Recuerda los días felices de su niñez al tiempo que su

rostro se humedece. El juguetero frente al tercer lecho guarda aún, visiones de


felicidad. Tazas de té, un oso de peluche sin nariz, dos muñecas de pelo
morado, una caja de música, unas manzanas de plástico y unos billetes falsos,
le traen memorias agridulces.
En un estado de locura temporal, ese que sienten las personas a quien se
les ha arrebatado algo importante en su vida, Adoración ríe al evocar
presencias que ya no están; segundos después, llora desconsoladamente al
reconocer ausencias que permanecerán dentro de las cuatro paredes que
conservan garabatos dibujados por 3 pequeñas reprendidas continuamente por

sus dotes artísticas.


El aire es espeso en el cuarto, la respiración se torna complicada
conforme la nariz se congestiona, la visibilidad es menor al tiempo que los
ojos se hinchan como los de un sapo, el aliento sabe a ácido podrido, aquel
que sube desde el estómago para llenar las papilas gustativas de repugnancia.
Las manos tiemblan de enojo, frustración y dolor.
Adoración se detiene a observar el crucifijo en medio de las camas. No
quiere odiarlo, pero no puede evitar sentir coraje al ver imagen de la supuesta

bondad colgada en la pared. Si eres tan bueno. ¿Por qué diablos permites que
sucedan estas cosas? No te das cuenta que es injusto. Si es que moriste por
amor a nosotros. ¿No fue suficiente tu muerte para complacer a tu padre?
Contéstame si de verdad existes.

No obtiene respuesta. Golpea la pared con fuerza hasta lastimar su


mano. Pero el dolor que siente es apenas una nimiedad en comparación con el
desollamiento interno. Siente los músculos atrofiados, la grasa cuajada, los
órganos congelados y la sangre derramándose en sus profundidades. Pierde el
conocimiento y vuelve a despertar con la ilusión de volver a desmayarse. Pero
Dios sigue sin escuchar sus ruegos. Comienza a pensar en formas de terminar
con su dolor. El espejo tiene buen filo, piensa. Junta cordones de zapatos y
los amarras al cuello. Tal vez no resistirían el peso de mi cuerpo. Si tan sólo
pudiera dejar de respirar. No creo tener suficientes medicamentos para

sedar mi cuerpo. ¿Aún quedará veneno contra ratas en la alacena?


–Buenas noches, Doña Lupita.
–Buenas, oficial. ¿A qué se debe la visita?
–¿Puedo pasar?
–Claro, adelante. ¿Gusta un café?
–No, muchas gracias. Lupita, esta no es una visita de cortesía.
–Me asusta oficial.
–Tengo malas noticias.

–¿Qué pasa?
–Don Diego e Inés.
–Salieron a comprar esferas para el árbol de Navidad, no deben tardar.
–Siéntese por favor. De verdad, lamento mucho tener que darle esta

noticia.
–Bueno ya, no me asuste.
–Don Diego e Inés fallecieron en un accidente. En este momento ya se
encuentran en la morgue.
–¡No!
–Escuche Doña Lupita, tomaron un autobús que desafortunadamente se
quedó sin frenos y terminó en un barranco. Veinte personas murieron, entre
ellos su esposo y su hija.
–Eso no puede ser. Ellos sólo fueron por esferas.

–Lo siento mucho, de verdad.


–¡No! ¡No! No es posible. ¿Es una broma?
–Jamás bromearía con algo así.
–Tengo que pedirle que vaya a reconocer los cuerpos.
–Entonces, no los han reconocido. Pueden ser otras personas.
–Encontramos la cartera de Don Diego con su identificación.
–Tal vez se la robaron.
–Acompáñeme, Doña Lupita. Debe ser fuerte.

La muerte de Don Diego e Inés termina por separar a Adoración y a su madre.


Aunque viven en la misma casa, no conviven entre ellas. El hogar de la familia
Hernández es un espacio de luto perpetuo y la religión, una obsesión. Sólo en

los rezos nocturnos encuentra Doña Lupita, la tranquilidad que tanto anhela.
Dios es el único que puede ayudarnos, Adoración. No lo olvides nunca.
Las mañanas invertidas en los quehaceres domésticos, las tardes
bordando carpetas para sacar los gastos, las noches rezando. Así sucede la
vida de las dos mujeres que únicamente salen los domingos para ir a misa.
Doña Lupita comienza a perder la razón, piensa que salir a la calle es un
peligro y evita que su hija deje la casa. Se le ha vuelto una obsesión gritarle:
Adoración, ¿estás ahí? Sí mamá aquí estoy en la cocina preparando el
desayuno. Sí mamá, sólo salí a sacar la basura. Aquí estoy mamá, cortando

tela.
–Recuerda que el diablo está en los lugares que menos te imaginas.
–Sí, mamá.
—Lo que le pasó a tu padre fue culpa del cornudo. Jamás debieron salir
de casa, pero estabas necia en que el árbol necesitaba más esferas, ¿verdad?
–Nunca pensé.
–Por eso, no piensas. Y tampoco lo necesitas, lo que tienes que hacer es
hacerme caso. No salgas de casa. Las tentaciones son terribles. Debemos

dedicar nuestra vida a Dios, es el único que puede salvarnos.


–Pero, tengo que salir a comprar pan.
–¡Te vas a morir! ¿No entiendes? No ves lo que le pasó a tu papá y a tu
hermana.

–Pero, mamá.
–Cállate o te rompo la boca de un golpe. Desagradecida, eres lo peor
que me pudo suceder en la vida.
Adoración no se siente culpable por la muerte de su padre y su hermana,
aunque no entiende porqué tuvo que pagar un precio tan alto. Mi madre está
loca, la odio. Cada vez se vuelve más loca y no puedo hacer nada. No
soportaría que ella también muera. Es lo único que tengo. No, no la voy a
matar. Tengo que aguantar. Cuidarla, ser buena hija. Merece, después de
perder al amor de su vida y a su hija, algo de paz.

El cumpleaños número 38 de Adoración pasa desapercibido. Le cuesta


creer que ha pasado tanto tiempo desde el accidente, pero lo más inverosímil
es que su madre siga viva. Hace muchos años que no ve a su hermana Elena,
dejó de ir a la casa la última vez que Doña Lupita la llamó puta. No la
entiendo, nunca viene al pueblo y la única vez que nos visita es para
indignarse. No comprende que mi madre está enferma. ¡Qué fácil es
largarse!
Adoración se ha vuelto una experta en el cuidado de la casa, atornillar

sillas rotas, reparar puertas hinchadas por la lluvia, destapar la cañería. Pero
hoy es distinto, necesita ayuda y no sabe dónde encontrarla. La tormenta
tropical ha dejado inundado su hogar, el presidente municipal manda
voluntarios para verificar el estado de las viviendas. Rosendo es el encargado

de ayudar a las Hernández, a reparar el daño de su residencia.


–Buenos días, señoritas. Vengo a ayudarles a ordenar su casa.
–Nosotras no necesitamos ayuda, dice Doña Lupita.
–Mamá, hay agua por todas partes, necesitamos sacarla antes de que
arruine los muebles, menciona Adoración.
–Es una tarea que llevará varios días, pero si me permiten ayudarlas, yo
puedo hacer que recuperen su casa.
–Sí, muchas gracias, de verdad. Dios se lo pague. Las cañerías están
tapadas y no sabemos cómo sacar el agua.

–Estaré trabajando en ello, ustedes tranquilas, comenta Rosendo.


Adoración supervisa cada uno de los movimientos del brigadista. No
por desconfianza de que no realice su labor, sino porque le gusta tener una
presencia masculina en casa. Desde la muerte de su padre, son pocas las veces
que ha intercambiado palabras con un hombre. Sus brazos son tan fuertes,
cómo me gustaría que me abrazara. Se le antoja limpiar las gotas de sudor
que resbalan por su frente con un pañuelo, prepararle limonada fría para
calmar su sed, desabotonar su camisa para evitar que el calor invada su

cuerpo.
Las migrañas de Doña Lupita le hacen permanecer más tiempo aislada,
en la pequeña habitación oscura, pasa gran parte del día. Adoración se queda
sola con Rosendo mientras trabaja para rescatar la casa. Desde su cama, la

anciana grita cada vez que siente hambre, cuando necesita medicamento,
quiere ir al baño o al momento de rezar el rosario.
–¿Adoración puedes ayudarme a levantar el mueble de la cocina? Sólo
detenlo de una esquina, yo hago el resto.
–Sí, claro.
Ella levanta el mueble de un movimiento sin percatarse que el peso
vence su cuerpo. Él trata de ayudarla pero tropieza con su pie y cae encima. El
tiempo se detiene. Se miran fijamente a los ojos y sin dudarlo unen sus labios.
Del beso con sabor a sal sigue el encuentro de cuerpos. Rosendo no puede

dejar de mirar los ojos que lo cautivan y lo invitan a seguir. Adoración besa su
cuello y siente su erección en la entrepierna.
Levanta la falda al tiempo que mueve las caderas de atrás para adelante.
Con una mano, desliza la ropa interior de ella y siente la humedad en sus
dedos. Introduce su pene rápidamente, lo que ocasiona un gemido de dolor. Es
virgen, Rosendo no puede creerlo. Se detiene un segundo, pero ella le susurra
un sigue. Tres minutos después es fecundada.

Adoración trata de ocultar su estado. Pero 6 meses más tarde es tan


evidente que su madre la confronta. Eres la hija del diablo, tú y el engendro
se van a quemar en el infierno. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Ojalá y se
mueran las dos en el parto. Tu padre estaría decepcionado de verte

cargando un bastardo. No quiero que te acerques a mí. ¡Maldita! Te odio.


Cada día se vuelve más difícil soportar a su madre. Las tardes son
eternas en
Ánimas. No tienen noticias de Rosendo y eso la hace llorar. Desde que se fue
del pueblo a trabajar en otra localidad siguen en contacto por cartas.
Adoración convence a la vecina de que vaya al correo a entregar los sobres.
Él promete regresar pronto para formar una familia, labora de sol a sol para
crear un patrimonio para ellas.
Se imagina el momento en que regrese con su camisa a cuadros y la

sonrisa imperfecta. Muy pronto seremos felices, bebé. Tu papá va a venir por
nosotras para llevarnos muy lejos y empezar una nueva vida. Los tres
juntitos, en un pueblo más bonito que Ánimas. En donde haya jardines y el
polvo no invada el paisaje. Estaremos bajo un árbol, en un columpio,
disfrutando el sol.
Dos meses antes del alumbramiento, Rosendo deja de mandar cartas. El
corazón de Adoración se endurece de dolor. No sabe qué hacer. Le escribe
cada semana para preguntarle qué es lo que sucede, por qué no le ha mandado

una nota, si está bien. Pero no obtiene respuesta. Promete a Dios ser la mejor
católica a cambio de noticias suyas. Pero nunca llegan.
El día que nace María Magdalena, Doña Lupita cierra los ojos por
última vez. Como un recuerdo de que el ciclo de la vida tiene un inicio y un

fin: el grito de un bebé al llegar al mundo es el suspiro de muerte de su abuela.


Adoración piensa que es un mal augurio, pero recibe al bebé con una sonrisa
en los labios.
–Mi bebé, acércalo.
–Adoración, hay algo mal, dice la partera.
–Es un niño, grita Adoración.
–No lo sé, jamás había visto algo así.
–¿Qué tiene mi bebé?
–Tiene pene y vagina.

–¿Cómo?
Adoración se desmaya. Al despertar, se encuentra sola con el bebé. La
partera dejó la casa sin dar explicaciones. Es mi chamaca, mi María
Magdalena. Siempre quise una niña. No dejaré que te hagan daño. Dios
debió castigarme por mis pecados. Perdóname, señor. Nunca debí
desobedecer a mi madre. Ella me dijo que me alejara de Rosendo, que sólo
traería sufrimiento a mi vida. Perdóname, señor.
3
Vergüenza, ¡qué sentimiento tan inoportuno!, dice el espectacular que
promueve un medicamento contra la diarrea y al mismo tiempo, recibe a los
visitantes a la ciudad. El anuncio concuerda con el sentir de María Magdalena

y su mirada que no encuentra calma: recorre rostros, persigue paisajes, se


detiene en el empedrado. Advierte las muecas molestas de los pasajeros que
se cubren la nariz con la mano, hacen gestos de repugnancia o respiran
profundamente por la ventana tratando de evitar el olor que brota del vestido.
Nunca imaginó que el trayecto de Ánimas a la ciudad sería tan
precipitado. A la tercera curva, ya estaba mareada. Pudo aguantar unos cuantos
kilómetros más, pero el desayuno se negó a permanecer en el estómago
provocando un espectáculo de espanto entre los presentes. Pedazos de papaya
y avena brotaron por su boca y nariz vertiginosos, generando un asco colectivo

que permaneció el resto del trayecto en autobús.


–Te dije que no te atiborraras de comida. Mira nada más, el batidillo
que hiciste, dice Adoración.
–Estoy mareada, mamá.
–Trata de dormir que el mareo entra por los ojos. Chamaca, ya me
dieron ganas de guacarear a mí también.
–Lo siento, mamá.
Pero la curiosidad de María Magdalena es más grande que el mareo y la
pena juntos. Los árboles que adornan el horizonte se le antojan como gigantes

vivientes. Se imagina que hablan, se comunican con ella, sienten


agradecimiento por tanta admiración. Hace mucho que no nos veía una
señorita tan linda como usted. ¡Oh!, gracias por tantos elogios, eres tan
hermosa como nosotros. ¿En serio es la primera vez que miras un árbol tan

alto?, imagina a sus amigos verdes charlando al tiempo que sonríe tímida.
Una voz la distrae de los pensamientos: Estamos listos a arribar a
nuestro destino, no olviden sus pertenencias. Cualquier propina que puedan
dejar a su servidor, será agradecida. Recuerden que nuestro sueldo proviene
principalmente de las propinas de pasajeros como ustedes que aprecian
nuestro servicio. Muchas gracias por viajar con nosotros.
Antes de dejar el autobús, Adoración sufre un pequeño mareo. Para ella,
el trayecto fue muy doloroso. Recorrer el mismo camino en el que su padre
murió, hizo que las vísceras le ardieran y le ocasionó un molesto cólico que se

intensificó conforme los recuerdos sucedieron en la mente. El dolor


abdominal, más la tristeza de corazón tuvieron que camuflajearse con una
mueca de enojo para evitar el llanto.
El camino que recorrieron Adoración y María Magdalena nada tiene que
ver con el viejo trayecto montañoso de antaño. Ahora, en su lugar, una
moderna carretera de dos carriles con barreras de protección evita que los
autos terminen en el voladero. Por supuesto que siguen existiendo accidentes
dada la sinuosidad del recorrido, sin embargo, el número es más bajo y las

consecuencias, menos catastróficas.

Los habitantes de Ánimas siguen murmurando. No pueden creer que por


primera vez en 16 años, María Magdalena haya recorrido las calles del pueblo

ante la mirada atónita de la población. Es una mujer muy normal, dice


Ernestino el de la tlapalería, yo creía que tenía algún tipo de malformación.
La vi pasar y la verdad que tiene unos muslos bien formaditos la escuincla,
ya deberían de buscarle marido pronto. Con lo puta que es su mamá, seguro
la tiene encerrada para evitar que ella también salga con su domingo siete,
comenta un cliente mientras sostiene unos clavos de cabeza plana.
El lechero estaba convencido de que María Magdalena era una mezcla
de animal y humano. Dicen que la tal Adoración nunca pudo conseguir un
hombre porque le gustaba adorar al diablo. Una noche caminó por el

sendero del río, aquél que cruza Ánimas, ahí donde se aparece el chamuco.
Se presentó en forma de caballo y la mujer se hincó ante él. Entonces
tuvieron sexo, no una, sino varias veces hasta que nació la chamaca: mitad
mujer, mitad caballo.
Manuel, el más pequeño de sus hijos, vio pasar a María Magdalena
desde una ventana. Mamá, mamá, corre, ven, asómate. Ahí va la seño
Adoración y su hija, esa que disque parece caballo. Corre mamá que se va.
Yo no le veo la cabeza de caballo, mamá. Su cabeza se parece mucho a la

tuya, creo que tienen el mismo tamaño. Tampoco tiene patas de caballo. ¿Al
menos relinchará?
–Fueron a ver al doctorcito, dice Hilaria la del puesto de flores en el
mercado.

–Mmmm, qué se me hace qué la Magdalena está preñada, contesta una


clienta.
–Se me hace que sí, tiene 16 años que no vemos a la chamaca y qué
causalidad que ahora sí la llevan al doctor.
–Desafortunadamente, todos los errores que cometemos en nuestra vida,
los terminan pagando nuestros hijos.
–Por lo menos ya salió de su casa. ¿Te imaginas el infierno de vivir
encerrada por tanto tiempo?
–Pero, ¿quién será el padre? Me consta que la Magdalena no sale ni a la

esquina.
–Pues así era la Adoración, bien encerradita, hasta que llegaron a
reparar su casa y luego luego abrió las piernas.
–Es lo que pasa también si no tienes una buena madre que te enseñe a
darte a respetar.
–Es el encierro, el terrible encierro.
Socorro se acerca al padre del pueblo para mostrarle su consternación y
la del grupo de rezo que se reúne todos los martes a las 5:00 p.m. Sienten que

Ánimas ya no es un lugar seguro, el diablo ha visitado el pueblo y ha dejado a


su paso, un gran sufrimiento. Piensa que puede ser una señal del fin del mundo,
la segunda venida de nuestro señor Jesucristo, el Apocalipsis.
–¡Se atrevió a sacar a María Magdalena a la calle!, dice Socorro.

–Esa muchacha tenía que salir algún día, comenta el padre.


–Dígame la verdad, padrecito. ¿Esa niña tiene algo diabólico?, ¿verdad?
–Esa niña es tan normal como usted y yo.
–¿Y por eso su madre la encerró?
–Su madre la encerró por ignorancia, por situaciones que no puedo
comentar con usted, pero no tienen nada que ver con el diablo.
–Siento que Satanás tocó a nuestra puerta, padre.
–Tranquila, Socorro. Deje de crear leyendas y mitos. A Dios no le gusta
el chisme. Dedíquese a su vida y a adorar a Dios, a leer la Biblia, a hacer el

bien.
–Pero, padre. No puede ignorar que esa niña es un demonio.
–Basta, te prohíbo que le llames así. Tengo cosas más interesantes que
hacer que meterme en chismes.
Espíritu de María Magdalena te invitamos esta noche a reunirte con
nosotros, dice con voz macabra, la médium de Ánimas. Estamos hoy reunidos
en tu nombre, queremos que te manifiestes. Un sonido, una vela apagada,
una palabra. Ven María Magdalena, ven. En la noche cálida, sólo la voz de

una mujer se escucha, una voz infantil y tímida.


Soy María Magdalena. Tengo un mensaje que darles. Tienen que estar
preparados. Todo el pueblo. Todo Ánimas. El mal tocará a sus puertas. De
sangre se llenarán las manos de los más nobles. La guerra se llevará

aquello que más aman. Pero no teméis que vendrá un periodo de


prosperidad al finalizar el conflicto. Los sobrevivientes podrán vivir una
época de abundancia como nunca antes. Recoged sus cuerpos en sus casas y
rezad, rezad por sus seres queridos, rezar por la salvación de sus almas.
Conforme recupera la postura, la médium del pueblo que se posesiona
del supuesto espíritu de María Magdalena, se enfrenta a sus seguidores. Sé que
últimamente ha corrido el rumor de que han visto a María Magdalena por
las calles. No deben hacer caso de estos comentarios. Ustedes como yo, han
sido testigos de que su alma se nos manifiesta cada jueves. No hagan caso a

las habladurías de la gente. Ellos buscan separarlos del conocimiento.


–Pero la vieron, ¿cómo es posible?, pregunta una de las participantes.
–Muchas veces el diablo se disfraza de santo para salir por las calles,
contesta la médium.
–Mi sobrino me dijo que pasó frente a su casa camino al doctor, comenta
otro integrante del grupo.
–Yo misma presencié el sacrificio de María Magdalena, su sangre
derramada, la rabia de su madre. Tan sólo tenía 6 años de edad. Ahora,

quieren confundirnos, decirnos que sigue viva. Pero no dejen que estas
palabras los cieguen, dice la adivina.
–Yo ni sé qué creer, todo el pueblo anda diciendo que la vieron.
–La imagen de nuestra Santa María Magdalena debe ser preservada por

nosotros, por eso, Dios nos reunió el día de hoy, para luchar contra las
habladurías de la gente que hace caso a las jugarretas del diablo.
En la escuela existía la leyenda del fantasma de María Magdalena. Los
niños de primaria solían apostar los pocos centavos que les daban sus padres
a que ninguno de sus compañeros de clase se atrevería a asomarse a la
pequeña choza de Adoración en donde se aparecía una joven de vestido
blanco que no tenía pies. Flotaba por las noches gritando de dolor, desde
aquella madrugada en que fue ahogada en un río a manos de su propia madre.
–Te apuesto 20 centavos a que no vas y tocas a la puerta de la casa, dice

un niño de pelo rebelde.


–No, él otro día mi papá dijo que vio al fantasma caminando por el
pueblo, comenta un pequeño al tiempo que pica su nariz con un dedo.
–¿De verdad? No lo creo.
–En serio. Ya puede salir de su casa y si la molestas va a ir detrás de ti.
–A ver si me alcanza.
–Por supuesto que sí. No tiene pies, los que flotan van más rápido.
–Pues me escondo.

–Los fantasmas pueden ver a través de objetos, tonto.


–Pues me voy a la iglesia, ahí no puede entrar.
–Antes de llegar, ya te atrapó.
–¿Qué me puede hacer?

–Te va a matar, te va a llevar al río para ahogarte.


–No lo creo.
–Pues ve, anda, anímate y toca a su puerta.
El menor de los Sánchez es el más valiente de sus amigos. Cuenta la
historia que un día se armó de valor y caminó alrededor de la casa de
Adoración mientras ésta trabajaba. Él niño vio un par de ojos negros que se
asomaban por pequeños orificios en las ventanas cubiertas por tablones de
madera. Carlitos corrió espantado de regreso a la escuela para contarle a sus
compañeros. Nunca volvió a dormir igual.

Tan importante como el primer paso de Neil Armstrong en la luna es el primer


paso de María Magdalena hacía la libertad. Baja el último escalón del camión
que la llevó de Ánimas a la ciudad y experimenta una sensación nueva: el
sentimiento de esperanza, quizá la vida podría tener un final feliz como el de
las radionovelas que escuchaba a escondidas de su madre.
La gente corre de un lugar a otro, las maletas de diferentes tamaños
circulan entre las piernas, los vestidos de colores ondean al movimiento de los
muslos, el olor de la comida humedece la boca, los murmullos de la gente

retumban en la mente, la pila de camiones estacionados ocultan al sol. Mira de


un lado a otro con la boca semi abierta mientras Adoración la jalonea de la
mano, del suéter e incluso de la larga cabellera.
–Ándale chamaca, pareces mensa.

–Ahí voy mamá.


–Apúrate pues, mira al suelo y camina de prisa. En dos horas tenemos
cita con el doctor, igual y hoy mismo podemos regresar a Ánimas.
–¿Regresar?, ¿tan pronto?
–Pues sí chamaca, tengo que trabajar.
–Pero tenemos el dinero que nos dio el doctor para venir.
–¿De cuándo a acá tan rezongona? Cállate o te cierro el hocico de un
madrazo. Escuincla babosa. Tú me haces caso a mí, soy tu madre.
–Sí, mamá.

–Nos regresamos en el momento que yo lo decida, ¿entendiste?


La alegría se esfuma de un momento a otro. Regresar a Ánimas, tan
pronto. No puedo regresar al pueblo. No quiero. Lágrimas sin control llenan
los labios de agua salada al recordar el encierro. Una nube gris se estaciona
por encima de la cabeza y la visión se limita. Ya no disfruta el alrededor –las
imágenes, sonidos, olores, sensaciones y sabores– ahora viaja de regreso al
amargo pasado en su mente.

El día que llegó el radio a su vida fue uno de los más felices para María
Magdalena en su vida. Una tarde, Adoración llevó una caja negra con botones
a la casa. Mira escuincla la señora Antonia me dio este regalo, es un radio.
Podemos escuchar música juntas pero si una alguna vez te veo que andas

apretando los botones, te rompo la cara de un madrazo. ¿Entendiste? Sólo


yo lo puedo tocar.
¿Qué adolescente de 12 años puede resistir la tentación de apretar los
botones de un nuevo juguete que emite el sonido más bello que jamás haya
escuchado? María Magdalena, no fue la excepción. Empezó observando a
Adoración cada vez que prendía el radio por las tardes. Siempre sintonizando
la misma estación, una que emitía canciones instrumentales sin comerciales ni
locutor. Más adelante, ubicó el botón de encendido y se aseguró de mantener
conectada la caja a la corriente eléctrica, para luego comenzar a explorar

distintas frecuencias, mientras su madre trabajaba, asegurándose de regresar a


la misma estación antes de apagar el aparato.
En Ánimas había sólo 5 estaciones de radio que se escuchaban bien. La
de música instrumental que tanto llamaba la atención de Adoración, dos de
música de banda, cumbias y corridos, una de noticias y la favorita de María
Magdalena, La romántica, en donde transmitían radionovelas, su contacto más
directo con otros personajes, distintos a su madre.
Siempre se percibía como la protagonista de la radionovela en turno.

Las favoritas eran aquellas que hablaban de una chica pobre que por azares
del destino, conocía a un apuesto caballero rico que se casaba con ella
sacándola de la mala fortuna y cambiando su vida para siempre. En realidad,
la mayoría de ellas, trataban la misma historia de una forma distinta.

–Nuestro amor no puede ser, Miguel Antonio.


–Yo te amo sobre todas las cosas, no hay nada en el mundo que me
impida estar a tu lado, Laura Alejandra.
–Mi madre no quiere que nos veamos más. Dice que tú solamente estás
jugando con mis sentimientos.
–Yo te quiero, Laura Alejandra, quiero que te conviertas en mi esposa,
quiero pasar el resto de nuestras vidas juntos.
–Entonces habla con ella, ella entenderá nuestro amor.
–No puedo, nuestras familias están en conflicto.

–Hazlo por mí.


–No hay nada que no haría por ti, mi amor. Nada en el mundo.
–Bésame, como si fuera la última vez, Miguel Antonio.
Miguel Antonio estaba a punto de besar a Laura Alejandra cuando
Adoración regresó a casa antes de lo previsto. María Magdalena estaba tan
inmersa en la historia que no percibió la llegada de su madre. Sólo volteó
cuando el sonido cesó y al percibir dolor por la herida que dejó la esquina de
la caja negra sobre el rostro. La sangre que brotó por la cara, no le permitía

ver el semblante rabioso de Adoración, pero el verdadero lamento surgió al


saber que nunca más volvería a tener un radio de compañía.
Un titán blanco recibe a María Magdalena quien baja del taxi tras una siesta.
La enorme construcción del Hospital de la caridad le parece parte del sueño.

Frota los ojos para corroborar que está despierta. Adoración jala su mano,
ella no puede dejar de observar los pisos encimados del edificio, uno tras
otro, como un pastel de boda. Siente miedo de entrar conforme se acercan a la
puerta.
–A ver, ¿qué tenemos aquí? Hola María Magdalena, soy el doctor
Alberto.
–Hola, doctor.
–Mi especialidad es ginecología, que es el estudio de la mujer. Mi
colega me llamó para que evaluara tu caso. Es un amigo mío de la infancia.

Necesito que cambies tu ropa en el cuarto de baño, mientras me gustaría tener


una charla con tu madre.
Adoración entra a la habitación pulcra. ¿Cuánto habrán tardado en
limpiarla?, piensa. El doctor la saluda de mano y ella responde con la
seriedad que la caracteriza. Las curvas para abajo en la comisura de los
labios, hacen más desagradable su semblante. Ella nunca sonríe, ni siquiera al
recordar su niñez, cuando fue feliz o la época en que Rosendo la hizo sentir
segura entre sus brazos.

–Buenos días, Adoración. Necesito que me cuentes los detalles del


nacimiento de María Magdalena para hacer una evaluación.
–¿Detalles? ¿Qué quiere que le cuente? La niña nació mal. Fue el día
más terrible de mi vida. Hasta la partera huyó.

–A ver vamos a comenzar desde el embarazo.


–¿A qué edad concibió a María?
–A los 39
–¿Tuvo complicaciones durante el embarazo? ¿Sangrados, dolor, algún
padecimiento como diabetes?
–No
–¿Tomó algún medicamento antes o durante el embarazo?
–No
–¿Alguna complicación al momento del nacimiento?

–No
–Mencionó que la partera huyó al ver a la niña ¿Qué le dijo antes de
irse?
–Qué la chamaca tenía dos sexos.
–¿Vagina y pene?
–Ajá
–Mira, Adoración. Al parecer estamos hablando de un caso de
hermafroditismo.

–¿Herma?, ¿qué?
–Es cuando una persona tiene una sexualidad ambigua, no se sabe a
ciencia cierta si se trata de un hombre o una mujer.
–¿Un hombre? María Magdalena. ¡Por Dios! ¡Está loco!

–No sabemos, necesita una serie de estudios primero. Me gustaría


hacerle una revisión como primer paso.
–¿Después nos podemos ir a Ánimas?
–No creo señora, será un proceso largo. Necesitarán ver a varios
especialistas antes de tomar una decisión.
–¿Decisión?
–Tal vez sea necesaria una intervención quirúrgica.
–¿Y si no quiero?
–Condenará a su hija a la confusión, a la infelicidad, al encierro.

Sra. Adoración Hernández,


Por medio de la presente queremos informarle los resultados del examen
realizado a la menor María Magdalena Hernández. Tras la auscultación,
pudimos hacer un primer diagnóstico de Hermafroditismo ya que presenta
ambos genitales (vagina y pene) de manera externa. Sin embargo, para un
diagnóstico más preciso (interno) es necesario que la menor sea tratada por
especialistas de una unidad especializada en intersexo.

Desafortunadamente, en el Hospital de la caridad no existen médicos capaces


de tratar un caso como el de María Magdalena. De hecho, en el país hay sólo
un especialista que podría ayudar a su hija. Yo me pondré en contacto con él
en los próximos días para agendar una cita. La mantengo al tanto.

Doctor Alberto Guadarrama,


Hospital de la caridad.

María Magdalena no tiene ganas de salir de cama. La pila de trastes sucios, el


lodo detrás de las puertas y el polvo acumulado en cada estante, esperan
impacientes alguna reacción de la joven. Se cansó de vivir. Lleva días sin
comer bien, para ser exactos 7, desde que regresó de la ciudad. Su madre
piensa que pescó una infección por andar saliendo a la calle, pero en realidad
es el corazón el que se enfermó

La tristeza la consume más rápido que cualquier enfermedad. Las ojeras,


la palidez y la debilidad del cuerpo, hacen que Adoración se sienta
preocupada por su hija. Jamás la había visto tan mal, ni el doctor del pueblo
pudo diagnosticar algún mal infeccioso, sólo le recetó descanso y algunas
vitaminas para evitar la anemia. El padre fue a verla también, rezó un rosario
por su pronta recuperación.
Nadie puede ver que la única enfermedad que María Magdalena tiene,
es depresión. Volver a esconderse en cuatro paredes después de explorar el

mundo es algo que no puede soportar. Quiere salir, caminar por la ciudad,
hablar con la gente, probar nuevos sabores, platicar con los árboles. Ya no
puede escarbar pedazos de felicidad de sus recuerdos. Prefiere cerrar los ojos
por siempre.

Sra. Adoración Hernández,


Hemos intentado comunicarnos con usted vía telefónica, pero al parecer
el número que nos proporcionó no existe o se encuentra fuera de servicio. Le
pedimos que se comunique lo más pronto posible al Hospital de la caridad ya
que hemos localizado al especialista que puede tratar el caso de María
Magdalena.
Doctor Alberto Guadarrama,
Hospital de la caridad.

Adoración no es la misma de siempre, su semblante enojado ha dado paso a


una extraña ansiedad producto de la desesperación. Corre de un lado al otro
de la casa, recorre el pueblo en busca de ayuda, va con el santero cubano a
que le recete alguna pócima para sanar a su hija. Por alguna extraña razón, no
percibe la vida sin María Magdalena. No dejes que se muera, Dios. No te
lleves una vez más, a quien más quiero en el mundo. No soportaría que me
abandonen otra vez.

–¿Qué sucede escuincla?


–Respóndeme que soy tu madre.
–María Magdalena, tienes que salir de cama.
–Come algo, te traje pastel de zanahoria, tu favorito.

–El padre te manda unos tamales. Toma, abre la boca.


–Despierta, por el amor de Dios.
–Me estás asustando, chamaca. Te ordeno que te levantes.
–Mira niña, el sol salió. Vamos a dar un paseo.
–Me regalaron un radio nuevecito. ¿Quieres usarlo? No te voy a regañar.
Es todo tuyo.
–María, escucha, me llegó una carta. Hay esperanza de tratar tu caso.
¿Quieres ser una persona normal? Hay un doctor, vamos a verlo. Pero tienes
que ponerte bien, promételo.

–Tenemos que ir a la ciudad, hija, despierta.


–¡María Magdalena! Mi María.
4
El día que Rosendo nace, hay una gran celebración en el pueblo. La
bienvenida al nuevo año en San Lorenzo incluye una serie de rituales que
mantienen a los habitantes ocupados. Desde temprano, las mujeres comienzan

a preparar platillos típicos: mixiotes, tortillas hechas a mano y buñuelos para


recibir a los invitados que suelen ir de casa en casa, probando las delicias de
cada hogar.
A la media noche, los niños rompen una piñata de un hombre viejo que
representa el año que termina. Copas de mezcal chocan al rimo de la música
ranchera y sólo se detienen los acordes para rezar un Padre Nuestro en
agradecimiento por las bendiciones cosechadas durante las 4 estaciones. La
fiesta termina con la llegada del Mariachi en la plaza principal del pueblo
donde todos se reúnen a ver los fuegos artificiales.

Rosita da a luz en su cama. Quiere llamar al doctor del pueblo, a la


partera, a cualquier persona que la ayude, pero todos están celebrando. Los
continuos dolores de parto, le hacen sentir que en cualquier momento morirá,
pero ella lucha por la vida del bebé. Respira angustiada mientras siente como
se abren los huesos de la cadera, quiere detener el nacimiento hasta que
alguien aparezca, pero Rosendo sigue empujando.
Sentada en sábanas amarillentas, un bulto baboso sale por su vagina al
tiempo que ella intenta detenerlo con sus manos. El niño llora y ella siente paz.
Lo toma en sus brazos y lo acerca a su pecho para que comience a mamar, el

cordón umbilical sigue conectando a Rosendo con su madre. Rosita se queda


observando al pequeño prendido de los pezones, jamás había amado a alguien
igual.

—¿Mamá?
—¿Qué pasó Rosendo?

—¿Por qué se fue mi papá?


—Porque en el pueblo no hay trabajo, hijo.
—¿Cuándo va a regresar?
—No lo sé, pero podemos pedirle a la Virgen que regrese.
—¿Cómo?

—Sólo tienes que cerrar los ojos y hablar con ella.


—Pero no la veo, ¿cómo sé que existe?
—Porque debes tener fe
—¿Fe?
—Fe, Rosendo. Debes creer que ella existe aunque no la veas.
—Ayúdame a tener fe, mamá.
—Claro que sí, pequeño.
—Ahora cierra los ojos, juntas manos así y recemos juntos.
La iglesia en San Lorenzo tiene una capilla dedicada a la Virgen de

Guadalupe. Su imagen se impone en lo alto de la pared frente a los visitantes


que descansan sus rodillas en tablas de madera para observarla al tiempo que
realizan sus peticiones. Rosendo es el visitante más asiduo al adoratorio. Al
salir de la escuela, pasa por el templo todos los días, no importa si su

estómago truena de hambre; conocer a su papá se ha convertido en su


prioridad.
—Esto de la fe es difícil, dice Rosendo al sacerdote de la parroquia.
—Rosendo, hijo. No lo veas así. No tiene por qué ser difícil. Es sólo
cuestión de que abras tu corazón al señor.
—¿Y cómo puedo abrir mi corazón?
—Rezando. Reza todos los días, reza en voz alta en la capilla, reza antes
de dormir.
—Me gustaría tener una señal, algo que me diga que está sirviendo.

—No es magia, pequeño. Es fe y la fe mueve montañas.


—No quiero mover montañas, sólo quiero que regrese.
—Lo hará si sigues pidiendo con fe.
—Dios te salve María, llena eres de gracia.
La voz del pequeño se mezcla con los acordes del coro de la iglesia. Ven con
nosotros a caminar, Santa María, ven. Virgen permite que mi padre regrese,
quiero conocerlo, decirle cuánto lo he extrañado, quiero jugar futbol con él.
La próxima semana es el día del padre y habrá una celebración. Me

gustaría que fuera porque todos van a llevar a sus papás. Por favor, Virgen,
haz que regrese. Prometo ser bueno, hacerle caso a mi mamá y seguir
viniendo todos los días a visitarte. Amén.
Los niños se reúnen en el centro del patio para bailar el Jarabe tapatío.

Las pequeñas llevan vestidos de colores y moños en el cabello, ellos portan


pantalón negro y corbatines en el cuello. Los familiares buscan a sus hijos
entre la multitud de menores para no perderse cada movimiento. Al finalizar,
los padres se acercan para darles un abrazo y ellos les entregan los dibujos de
la familia que prepararon en clase.
El boceto de Rosendo es el único incompleto. Siente dolor en el pecho
cuando ve las muestras de cariño para sus compañeros. Su padre no llegó, sin
importar todas las tardes en la iglesia pidiendo a la Virgen, él no está. Tiene
ganas de llorar pero se detiene al ver a su madre, no quiere que ella se sienta

triste. Bailaste muy bien hijo, vámonos a casa a comer pastel.


Rosendo no regresa a la iglesia en días de escuela, sólo los domingos
que Rosita lo acompaña. Ya no siente el mismo cariño por la Virgen de
Guadalupe, no entiende cómo es posible que no lo escuche a pesar de todo el
tiempo que le pidió que su padre regresara. Cuando cierra los ojos después de
probar la hostia no pide nada, finge que está concentrado, pero en realidad,
sabe que rezar es una pérdida de tiempo.
—El padre fue a visitarme al trabajo el otro día

—¿Y qué te dijo?


—Qué ya no vas a la iglesia como antes
—Tengo mucha tarea, mamá.
—Antes no te impedía ir a ver a la Virgen.

—Supongo que ya estoy cansado.


—¿De qué?
—De ir a la iglesia.
—¿Ya no crees en la Virgen?
—Sí
—¿Entonces?
—Prefiero rezar en casa.
—¿Es eso?
—Sí mamá, sé que no importa el lugar, ella te escucha.

—Está bien Rosendo, ahora recemos juntos porque tu papá esté bien.
—Cuéntame cómo se conocieron.
—Nos conocimos desde niños.
—¿En la escuela?
—Sí, en la Emiliano Zapata.
—¿Mi escuela?
—Sí hijo. Tu papá era el niño más inteligente de toda la escuela.
Siempre me gustó platicar con él.

—¿Sabías que te ibas a casar con él?


—No, al principio era sólo mi amigo. Pero siempre me gustó estar junto
a él. Cuando terminó la primaria, él se tuvo que mudar a Ánimas porque a su
papá le ofrecieron un trabajo ahí. Pero regresó, años después lo encontré en la

plaza de San Lorenzo y nos enamoramos.


—¿Y luego?
—Luego decidimos casarnos y naciste tú.
—¿Cómo era de bebé?
—Peludo y con cara de mono.
—¿En serio?
—No, eras el bebé más hermoso del mundo.
—¿Mi papá me cargó?
—Tu papá se fue a buscar trabajo antes de que nacieras. Le dijeron que

en el norte había más posibilidades de encontrar chamba.


—¿Y no sabes nada de él?
—No. San Lorenzo depende mucho de la cosecha, cuando hay mal
tiempo, se pierden los sembradíos. No hay trabajo, hijo. La gente se muere de
hambre y tiene que salir del pueblo a buscar algo para comer.
—Pero ya han pasado 8 años, mamá.
—Lo sé, hijo.

Las cañerías siempre resultan desagradables para cualquiera. La acumulación


de pelo, grasa, restos de comida, papel o materia fecal deben removerse
cuidadosamente para permitir el flujo de agua constante con ayuda de distintas
herramientas que no impiden del todo, el contacto de estas sustancias con la

piel del plomero. En algún momento algo salpica, mancha, moja las manos, los
brazos, el cuello de Rosendo, pero ya está acostumbrado a lidiar con los
desechos de otros.
En los pueblos no se elige una profesión por vocación. Se decide en
función de dos factores: el primero tiene que ver con la ocupación de los
padres, si por ejemplo, el papá de Pablito fue doctor, lo más probable es que
tome su lugar y se convierta en el médico del pueblo. Otro factor es la
necesidad: se acaba de morir el bolero del pueblo y no hay quien pueda hacer
su trabajo, entonces habrá algún voluntario que quiera llenar ese hueco.

En el caso de Rosendo, así fue. Había una necesidad de plomeros en San


Lorenzo luego de la muerte de Pascual y de que sus ayudantes se perdieron en
el vicio. Le pareció una buena idea para ayudar a su comunidad, tomar un
curso de plomería en la ciudad por un par de meses para luego regresar a
limpiar las cañerías del pueblo. Todos cooperaron con algunos pesos para que
pudiera subsistir mientras estudiaba.
El apoyo de la comunidad le hizo sentir especial y ahora no podía
fallarles ni aunque la pelota de pelos en el baño de la señora Lupita le causara

arcadas de asco que controlaba con una esencia de lavanda que siempre
cargaba en su pantalón. No puedo ver a la gente de la misma manera después
de limpiar sus cañerías. Cada vez que me encuentro a algún cliente en el
pueblo, me acuerdo de la bola de caca que encontré en su casa y me dan

ganas de vomitar.
Rosendo siempre ha pensado que si hiciera un libro de confesiones,
sería un éxito. La gente no tiene idea de todo lo que las cañerías guardan,
los secretos de la gente, las perversiones. En la cañería del padre del
pueblo, encontré condones y tampones, en su habitación en la que
supuestamente no puede entrar ninguna mujer. Yo de por si no creo mucho
en la religión, pues ahora menos, de verdad que es un asco lo que sucede
dentro de la Iglesia. A pesar de ser agnóstico, sigue acompañando todos los
domingos a su madre a misa como un acto de amor.

A los 26 años, Rosendo se siente preparado para formar una familia. Camina a
la plaza del pueblo para buscar alguna joven casadera que llame su atención,
no ocurre así. Detrás de una banca observa el rostro de una mujer cuyos ojos
oscuros le producen una sensación de calor, pero se desanima cuando un niño
la toma de la mano. ¿Será que tenga que irme del pueblo para encontrar una
hembra que en verdad me guste? Aquí ya las conozco a todas y no hay ni una
que valga la pena.

Hace tres meses perdió a su mamá de una neumonía que se complicó y


se siente solo. Su tarea de limpiar las plomerías del pueblo lo mantiene
ocupado, pero no encuentra ninguna motivación en la vida. Tiene la necesidad
de transformarse, pero en San Lorenzo no hay cambios, es tan estático como

las cuatro estaciones del año. Llegar a casa es lo peor que le puede suceder,
no hay ruido, no hay una cena esperándolo, el insomnio se apodera de su
cuerpo.
La mañana siguiente escucha las noticias. Una fuerte tormenta tropical
dejó severamente dañada a la comunidad de Ánimas. Se estima que dos
terceras partes de la población sufren inundaciones en sus hogares y por si
fuera poco, no hay suficiente ayuda para los habitantes. Se solicita a las
comunidades cercanas su colaboración. Camiones con voluntarios viajan cada
dos horas desde los pueblos cercanos. Rosendo decide enlistarse como

voluntario.
—Tiene que firmar esta carta responsiva antes de abordar el camión.
¿Cuál es su ocupación?
—Soy plomero
—Perfecto, necesitamos muchas manos para ayudar a esta pobre gente.
—Puedo reparar las tuberías de las casas, ayudar a sacar el agua y
rescatar sus pertenencias.
—Es un trabajo que puede ser peligroso. ¿Lo sabes?

—No importa, quiero hacerlo.


—Súbete al autobús 9, en un par de horas te serán asignadas las tareas.

La primera casa que visita a su llegada a Ánimas es la de Adoración. Al verla

abrir la puerta se queda hechizado. Son sus ojos negros lo que más le llama la
atención. Piensa que seguramente hay un marido que la acompaña, pero se
siente emocionado al saber que solamente vive con su madre. Doña Lupita es
hostil y grosera, no puede creer que haya parido a una mujer tan hermosa.
A partir de ese momento, realiza todas las acciones en función de
quedarse a solas con Adoración. Prolonga la limpieza de las tuberías con tal
de pasar más tiempo en la casa de la familia Hernández, sabe que hay mucha
gente que necesita ayuda, pero sus necesidades son prioridad. Quiere
conocerla, ver sus ojos, escuchar su voz. Al principio parece que un bloque de

concreto los separa, con el tiempo, conversan cada día más.


—Yo nunca he salido de Ánimas.
—Deberías conocer San Lorenzo, es un pueblo maravilloso.
—¿Qué tiene de espectacular un pueblo? Todos son iguales.
—No, en San Lorenzo hay un río que recorre la ciudad.
—¿Aquí también hay río?
—Pero no como el de San Lorenzo.
—¿Qué tiene de particular?

—Por las noches, puedes ver a La llorona.


—¿La llorona?
—¿No conoces la historia?
—No

—Es la historia de una mujer que se enamoró de un extranjero, tuvieron


dos hijos, pero después la abandonó. Ella en venganza, decidió ahogar a sus
dos hijos en el río, y desde ese día, se aparece por las noches gritando: Ay mis
hijooooos.
—¿Y para eso quieres que vaya a San Lorenzo? ¿Para asustarme? No,
gracias.
—Para estar conmigo, para salir de esta casa.
—Yo soy feliz en esta casa.
—¿En serio? ¿Con el carácter de tu mamá?

—No te permito que hables mal de ella.


—No hablo mal, es sólo que siempre está enojada.
—No sabes por lo que tuvo que pasar. No siempre fue así.
—Pero la vida sigue y no puedes amargarte.
—Me tengo que ir, es hora de su medicina.
—Regresa, quiero hablar contigo.
—Lo haré.

La sensación de rozar su cuerpo es tan intensa que no puede controlar sus


ganas de poseerla. La primera vez que la toca, terminan haciendo el amor en la
cocina rodeados de agua sucia, herramientas y tuberías rotas. No es nada
romántico el escenario, pero jamás había sentido algo igual. Quiero casarme

con ella, mañana hablaré con Doña Lupita para pedir su mano, necesito
hacerle el amor el resto de mi vida.
—Buenos días, Adoración.
—Buenos días.
—Quiero hablar contigo de algo muy importante. Ayer he decidido que
voy a hablar con tu madre, pedirle tu mano.
—No, la matarás. Su estado no es bueno, tengo miedo que se enferme
más.
—No tendría por qué enfermarse. ¿Tú te quieres casar conmigo?

—Sí.
—Entonces déjame hablar con ella. Te prometo que seré cuidadoso.
—Está bien.

Desde el momento en que Rosendo entra a la habitación de Doña Lupita sabe


que algo está mal. El olor a podredumbre que se concentra en el cuarto le da
náuseas pero evita cubrirse la nariz con el brazo para no parecer grosero. Se
acerca a la cama y la mujer lo invita a sentarse en una silla con un gesto. Él

toma asiento, respira hondo y cruza los dedos para que todo salga bien
—Buenas tardes, Doña Lupita.
—¿Qué haces aquí?
—Vengo a hablar con usted. Tengo algo muy importante que decirle.

—Tú eres el plomero. ¿Qué cosa importante puedes decirme?


—Estoy enamorado de su hija.
—¿Enamorado?
—Sí, quiero hacerla mi esposa.
—Cerdo igualado. ¿Qué te hace pensar que una mujer como Adoración
pondría los ojos en ti?
—Ella también siente lo mismo.
—No, ella no puede.
—Sí señora, ella misma se lo puede confirmar.

—¿Y con qué piensas mantenerla?


— Quiero comenzar una nueva vida con ella en San Lorenzo, allá tengo
mi trabajo de plomero.
—Ella no puede salir de Ánimas, tiene que cuidarme.
—Quizá podría entonces, buscar algo aquí.
—Ni creas que vas a vivir en esta casa, es una casa decente.
—Podría rentar un cuarto
—¿No sabes que ahorita no hay trabajo aquí? La ciudad está destruida.

—Algo se me ocurrirá, pero necesito estar con ella, la amo demasiado.


—Lo mejor que se te puede ocurrir es irte, buscar trabajo, hacer algo de
dinero y regresar a comprar una casita en donde puedan vivir. Si es que
realmente amas a mi hija.

—Sí la amo. No quiero dejarla


—Tienes que hacerlo. Ella no se va a casar con un perdedor.
—Pero no soy un perdedor.
—Sí lo eres.

Rosendo sale de ver a Doña Lupita con gran tristeza en los ojos. Tiene razón
la doña, no tengo nada que ofrecerle. Tengo que hacer algo para poder estar
a su lado. No puedo imaginar mi vida sin ella. Baja las escaleras y encuentra
los ojos negros que tanto ama. Adoración, me tengo que ir por un tiempo,

necesito juntar dinero para poder darte una buena vida. ¿Esperarías por
mí? Ella no contesta, rompe en lágrimas mojando la playera de Rosendo, no
quiere que se vaya, pero no sabe cómo detenerlo.
—Es sólo por unos meses, quizás un año. Dicen que en el norte, si uno
chambea duro, puede juntar suficiente para comprar un terrenito, construir una
casa e incluso tener un pequeño huerto.
—No quiero que te vayas.
—Es por nuestro bien, muy pronto me lo agradecerás.

—Es que tengo un mal presentimiento.


—Mujer, no pasará nada. Voy a regresar más pronto de lo que piensas.
Es más te propongo algo. ¿Qué te parece si compramos un terreno cerca de la
casa de tu madre para que puedas estar al pendiente de ella?

—Sí
—Sonríe que muy pronto vamos a estar juntos para siempre.
El viaje al norte resultó más lento de lo que esperaba. Tuvo que pasar
seis meses trabajando de sol a sol, recogiendo la cosecha en el campo, para
poder pagar los servicios de la gente que le iba ayudar a cruzar la frontera.
Sus manos se habían transformado tanto que ya no las reconocía. A pesar de su
corta edad, las grietas que recorrían sus palmas hablaban de un hombre que
había vivido en pocos meses, la destrucción que causa el hambre, la
hacinación y el cansancio.

El poco dinero que le quedaba lo usaba para mandarle cartas a


Adoración. Textos llenos de mentiras que le hablaban de lo bien que estaba, de
todo el dinero que estaba haciendo, de lo pronto que podría regresar a sus
brazos. No quería preocuparla, menos al saber que cargaba un hijo suyo. No
había nada que le causara más emoción que pensar en el cuerpo de su amada
cargando un bebé y en sus ojos negros, aún más brillantes por el embarazo.
Querida Adoración,
No sabes cuánto ansío estar entre tus brazos, besar tu vientre, contarte

todas las maravillosas historias que suceden por aquí. Cada día que salgo a
trabajar te imagino en la puerta de nuestra casa despidiéndome con un abrazo y
nuestro bebé en brazos. Pero eso tendrá que esperar mientras tanto te cuento
que trabajar aquí es maravilloso, tengo muchos amigos, estoy juntando cada

vez más dinero y creo que muy pronto tendré lo suficiente para regresar,
mientras tanto quiero que sepas que te amo y que pienso en ti todo el tiempo.
Siempre tuyo,
Rosendo.
Mañana por fin cruzaremos la frontera, trato de dormir pero los
nervios no me dejan, sé que es un viaje muy largo por el desierto y muchos
no llegan a su destino. Yo tengo que lograrlo porque Adoración me espera.
Intento cerrar los ojos pero no puedo dormir. Tienes que reposar Rosendo.
No puedes amanecer cansado. Si tan sólo durmiera al lado de Adoración,

así seguramente podría descansar.


Son las 12:00 de la noche y suena la alarma, dicen que es la mejor hora
para cruzar porque es cuando hay un cambio de guardia del otro lado. Rosendo
se echa agua en el rostro y dobla su petate. Sube a una camioneta que los lleva
al punto exacto donde tienen que subir la barda. La escalera truena cada vez
que uno de los 13 viajeros pisa los peldaños. Después de 20 minutos todos
están en otro país. El guía grita: A correr cabrones. Y ahí comienza la
travesía.

Rosendo corre sin mirar atrás al tiempo que suenan disparos y ve caer a
uno de sus compañeros que va al frente. El disparo en la pierna, le impide
caminar, le pide ayuda pero sabe que no debe detenerse. Lo siento hermano si
me quedo me van a agarrar. Sigue de frente, siempre de frente, sin importarle

el sonido de las balas, los gritos de dolor, las súplicas de la gente.


Tiene una motivación muy grande, piensa todo el tiempo en los ojos de
Adoración, en su bebé, en la hermosa vida que tendrán, hasta que sus pies lo
tiran, el cansancio lo vence y cierra los ojos. Al despertar, siente el calor en la
garganta, le arde la boca por la sed y le cuesta trabajo levantarse. No sabe
exactamente cuánto tiempo ha pasado desde que cruzó la frontera pero le
parecen días enteros. A su lado, se encuentra Roberto, uno de sus compañeros
de travesía.
—¿Estás bien?

—No puedo moverme, tengo una pierna fracturada.


—Tenemos que seguir, el guía dijo que no podemos parar hasta ver
alguna carretera.
—Yo no puedo seguir.
—No puedo ayudarte.
—Sigue andando.
Rosendo camina unos minutos pero la conciencia lo hace regresar. No
puede dejar a aquel hombre tirado hasta la muerte. Ven, recárgate en mi.

Tienes que hacer un esfuerzo por caminar, aunque sea con un solo pie,
ayúdame para que podamos llegar más pronto. Nos espera un gran futuro,
amigo, échale ganas. Vamos, camina. No te quiero dejar atrás.
—¿Rosendo?

—¿Qué hacemos aquí tirados?


—De repente te desmayaste, ya no pudimos seguir.
—Hace mucho calor.
—Nos estamos deshidratando amigo, creo que no lo vamos a lograr.
—Lo tenemos que lograr. Adoración, mi bebé.
—Cierra los ojos. Escucho serpientes.
—Adoración, mi bebé.
5
María Magdalena abre los ojos. Lo primero que percibe es un dolor intenso en
todo el cuerpo como si hubiera estado en la misma posición por meses. El olor
a medicamento le pica la nariz, la mano que mueve para rascar su rostro se

siente pesada. Su antebrazo está conectado a una bolsa de suero, le duele la


coyuntura de la mano derecha en donde sobresalen un par de moretones. Trata
de enfocar la vista para observar las cuatro paredes blancas que la rodean.
Después de varios segundos advierte que está en un hospital, primero piensa
que es la clínica de Ánimas, pero luego ve la pulcritud de la habitación y se
retracta. ¿Dónde estoy?
Al voltear la cabeza ve a su madre en un sillón dormida, una hebra de
saliva cuelga de su boca. Ma...má. Intenta hablar pero su garganta le quema,
junto con las sílabas separadas llega un acceso de tos que finalmente logra

despertar a Adoración. Abre los ojos incrédula, se acerca para tomar la mano
de su hija pero un impulso la lleva a darle un abrazo que duele como navajas.
María Magdalena suelta un largo quejido, los débiles huesos protestan ante la
muestra de cariño, su madre se separa y la ve con una sonrisa inevitable.
Mi niña, ya despertaste. Deja llamo al doc. María Magdalena dice no
con la cabeza. No hables. Te duele todo. Escúchame. Estabas enferma y pedí
ayuda para traerte a la ciudad, finalmente vamos a conocer al doctor ese
que verá tu caso, sólo que necesitabas recuperarte primero. Maldita
chamaca, no sabes el susto que me metiste cuando te vi ahí desmayada. Pero

ya todo estará bien, vas a estar bien. Cierra los ojos, voy a llamar a alguien.
—Buenas tardes, María. ¿Cómo te sientes hoy? Te ves más bonita cada
día.
—Gracias enfermera.

—Veo que te has recuperado rápidamente. Te tengo buenas noticias


—¿Qué?
—Ya está agendada tu cita con el doctor Terán.
—¿Cuándo es?
—El próximo lunes a las 10:00.
—Tengo miedo.
—¿Por qué?
—No lo sé, no me gusta que me vean.
—El doctor Terán es una gran persona y un gran médico, el podrá

ayudarte. No hay nada que debas temer.

Afuera de la iglesia de Ánimas está una joven desnuda, su cuerpo es expuesto


ante todos los habitantes del pueblo como si se tratara de la procesión de una
bruja. Todos la miran con cara de repugnancia y asombro. El padre se acerca
al cuerpo de la joven para rociarle agua bendita al tiempo que la chica intenta
quitarse las ataduras que cortan sus muñecas y tobillos, haciéndolos sangrar.
El doctor del pueblo se acerca a revisar el cuerpo, toca los senos y ella

experimenta una grata excitación, la gente pide molesta que la maten. El


médico baja las manos por su abdomen y la joven cierra los ojos. La humedad
en su entrepierna es ahora visible lo que genera más protestas de los
espectadores. Con un instrumento parecido a unas pinzas, el hombre de bata

blanca toma el pene de la chica causándole un severo dolor. Su vagina se seca


y gruesas lágrimas comienzan a caer llenando de hiel, los senos que antes
sentían placer.
Al fondo del lugar, la joven de ojos negros ve el rosto de su madre
mientras siguen auscultándola. El rostro amargado, las arrugas en la entre ceja
marcadas y la nariz fruncida, le hacen saber que ella también está de acuerdo
con el resto de los espectadores. Todos la odian, sienten asco, le llaman
fenómeno, hija de Satanás, engendro del demonio. El doctor cambia de
instrumento, ahora se trata de un cuchillo que toma con la mano para remover

el pene de la muchacha que grita de dolor.


María Magdalena despierta agitada, son las 7:00 de la mañana, faltan 3
horas para la cita con el doctor. No cree que pueda volver a conciliar el
sueño, tampoco quiere más pesadillas. Se acerca a la ventana, el sol ya salió y
la gente corre apresurada por las calles de la ciudad para llegar a sus trabajos.
Los envidia, cómo le gustaría tener una vida normal, un oficio, un marido, una
bicicleta.
Respira profundo para evitar el pánico que recorre su cuerpo al pensar

en la cita con el médico. Los doctores han sido muy buenos conmigo, no sé
por qué me siento así, piensa. No, no me gusta que revisen mi cuerpo. Nunca
me ha gustado que me vean desnuda, ni siquiera mi mamá. Sé que soy
diferente a ella. De niña la llegué a espiar y aunque me ponía una tunda, me

sirvió para darme cuenta que no es como yo. Quizá por eso se siente tan
avergonzada de mí.
Las tres horas más largas en la vida de María Magdalena siguen a
continuación, ni el desayuno que le llevan a la cama, ni el baño de agua
caliente que tanto disfruta porque en Ánimas sólo hay jicarazos de agua fría, ni
la televisión que no para de vender productos de limpieza a todas las amas de
casa, le ayudan a sentir paz. El ansia crece, sus manos sudan conforme se
acerca la hora de la cita, su pie derecho tiembla incontrolablemente hasta que
se acerca una enfermera a decirle: Ya es hora, vamos a tu cita.

—Hola María, ¿cómo estás? Mi nombre es José Terán Dávila, soy tu


médico.
—Mmm, bien. Un poco cansada.
—¿Has dormido bien?
—Sí, bueno, ayer no tanto.
—No estés nerviosa, estoy aquí para ayudarte.
—Cuéntame un poco de ti.
—Vengo de Ánimas, Vivo con mi mamá en el pueblo, no he salido

mucho de casa.
—Tuviste una crisis nerviosa. ¿Cómo te sientes?
—Me sentí muy triste cuando regresé al pueblo. Me gusta la ciudad,
para mí todo es nuevo.

—¿Cuántos años tienes?


—16
—¿Qué es lo que más te gusta hacer?
—Me gusta ver por la ventana.
—¿Por la ventana?
—Sí, como le dije, no salgo de casa.
—¿Nunca?
—Hasta hace poco tiempo.
¿Qué es lo que te gusta ver por la ventana?

—Todo, los niños, la gente que pasa caminando, las bicicletas.


—¿Cómo te sientes de pasar tanto tiempo encerrada?
—No sé, estoy acostumbrada.
—Pero te deprimiste cuando regresaste.
—¿Deprimir?
—Sí, te pusiste triste.
—Sí, no quería regresar a casa.
—Cuéntame un poco de tu cuerpo. ¿Cómo te sientes con respecto a él?

—Siento que es distinto al de los demás.


—¿Por qué?
—No sé, pero es la razón por la que mi madre me tiene encerrada.
—¿Alguna vez tuviste menstruación?, ¿sangrados por la vagina?

—No, nunca he sangrado. Alguna vez que me corté con un cuchillo y


cuando me raspé la rodilla limpiando el piso.
—Ya veo, yo te voy a explicar lo que sucede con tu cuerpo para que
entiendas porqué es diferente al resto de las mujeres.
—¿Te llaman la atención los hombres?
—Creo que sí, María Magdalena baja la mirada.
—Qué no te de pena, es perfectamente normal a tu edad.
—¿Y las mujeres?
—Sus pantorrillas me gustan.

—Vamos a hacerte una revisión, quiero que entres a ese cuarto, te quites
la ropa y te pongas la bata que está en la silla. Tranquila, niña, que ahora todo
estará bien.
María Magdalena está sola en su habitación. Por fin se siente en paz, en
esta ocasión se sintió más tranquila con la revisión del médico. Quizá ya me
esté acostumbrando, piensa. ¿Qué es lo que está mal con mi cuerpo? ¿Por
qué no soy como todas? ¿En realidad podrán hacer algo para que sea como
las demás personas? Quizá sólo estoy perdiendo el tiempo y terminaré

encerrada en Ánimas el resto de mi vida. Este pensamiento le ocasiona un


escalofrío que baja por toda su columna vertebral.
Desde la ventana, la gente parece más pequeña, pero igual de atractiva
para María Magdalena como cuando estaba en Ánimas. Los vehículos que

transitan por las calles, son tan coloridos que el tiempo se detiene cuando
observa su movimiento. Rojo, verde, amarillo, por fin logra adivinar para qué
sirven los semáforos de la vía. Tantas personas y yo soy la única distinta. ¿Por
qué? No lo puedo entender. ¿Por qué no soy yo la que cruza la calle con
prisa, la que usa vestidos de colores y flores en el cabello? ¿Por qué no
puedo tener un esposo que se despida con un beso antes de ir a trabajar?
Sus ojos se cierran, quisiera que alguien le diera una respuesta a todos
sus cuestionamientos. Tiene esperanza de que el doctor Terán la ayude, pero
también miedo a que no suceda así. ¿Qué tienen los médicos que piensan que

pueden ayudar a la gente? Sí, seguro han estudiado mucho, pero ¿cómo
pueden estar seguros? Con sus batas blancas y sus instrumentos de metal,
creen que pueden cambiar la vida de alguien.

—Señora Adoración por favor tome asiento junto a su hija.


—Gracias, doctor.
—Les voy a explicar lo que sucede con el cuerpo de María Magdalena.
Pero antes quiero que sepan, que no es nada malo. Es una condición con la que

nacen muchas personas y tiene una solución. Se tardaron mucho en acudir a mí,
pero yo prometo ayudar a que María tenga la mejor calidad de vida posible.
¿Me entienden?
—¿Calidad de vida?, pregunta Adoración.

—Sí, que pueda ser feliz, ir a la escuela, trabajar, tener una vida como
las otras chicas de su edad, formar parte de la sociedad.
—¿En serio?
—Sí, no hay nada de que avergonzarse o sentir culpa. El caso de María
Magdalena es más común de lo que ustedes piensan. Muchas personas nacen
con genitales ambiguos.
—Genitales ambi, ¿qué?
—Dos sexos, genitales de hombre y de mujer, pene y vagina.
—¿Hay muchos que nacen así?, pregunta Adoración.

—Sí, todos los días nacen personas con esta condición. Tiene que ver
con cromosomas, pero no se los voy a complicar. Lo que necesito ahora es
hacerle unos estudios a María Magdalena para determinar el tratamiento que
seguirá.
—¿Qué tipo de tratamiento?
—Involucra muchos aspectos como terapia, hormonas, una intervención
quirúrgica.
—No.

—Tranquila todo se hará en su momento, ahora nada más necesito unos


exámenes muy sencillos con especialistas médicos. María está en buenas
manos, Adoración. Tiene que confiar en nosotros.
—Ta bueno, pero por favor no hable de esto con nadie.

—Señora, tiene que dejar de pensar que su hija tiene algo malo. Es sólo
una condición médica que muy pronto se va a solucionar. Los doctores sólo
hablamos con especialistas, nadie más tiene que saber lo que sucede con
María. Pero repito, no es nada malo, es algo que le sucede a muchas personas
en el mundo.
—No conozco a nadie que sea como María.
—Es algo que como usted sabe, usualmente no lo cuenta la gente.
—Es por vergüenza.
—No hay nada de qué avergonzarse. Dígame María es su única hija,

¿verdad?
—Sí, doctor.
—¿Dónde está su padre?
—No sé. Un día se fue a buscar trabajo y no regresó.
—¿Tiene contacto con él?
—Durante unos meses antes de que naciera María me seguía
escribiendo, luego dejó de mandar cartas.
—¿Puede localizarlo?

—No.
—¿A qué edad concibió a María?
—A los 39.
—¿Alguna vez ha recibido tratamiento hormonal?

—No.
—¿Alguna complicación durante el embarazo?
—No.
—¿Qué sintió cuando supo de la condición de María?
—Me sentí triste. No sabía qué hacer. Porqué Dios me había mandado
una niña así.
—Entiendo.

Diagnóstico de María Magdalena

La paciente de 16 años de edad cuenta con condiciones generales


favorables. Mide 1.70 metros y pesa 65 kg. Presenta genitales ambiguos, pene
de 4 centímetros en estado de flacidez, con glande, prepucio redundante y
pseudovagina de 5 centímetros de profundidad la cual termina en fondo de
saco. Labios mayores hiperpigmentados, de aspecto escrotalizado. Ausencia
de glándulas mamarias. En ambas regiones inguinales se aprecia abultamiento
ovalado y doloroso a la palpación, de tres centímetros de diámetro,
compatibles con gónadas testiculares. Presenta acné facial, vello axilar y

púbico, voz grave, amenorrea primaria e identificación social femenina. El


tacto rectal denota ausencia de útero.

—Buenos días María Magdalena.

—Hola, buenos días.


—Seguramente ya estás cansada de tantas inyecciones y exámenes
médicos, ¿verdad?
—Sí.
—No te preocupes, yo sólo quiero hablar contigo. Saber más de ti. Mi
nombre es Blanca Sánchez y soy tu psicoterapeuta.
—Cuéntame. ¿Qué es lo que más recuerdas cuando eras niña?
—Mis cumpleaños.
—¿Por qué?

—Mi mamá llevaba pastel a la casa.


—¿Te gusta el pastel?
—Sí, es lo más rico que he probado.
—¿Qué más te gusta hacer?
—Me gusta mirar por la ventana y escuchar radio.
—¿Qué miras por la ventana?
—La gente que pasa.
—¿Y qué sientes?

—Que me gustaría ser como ellos.


—¿Por qué?
—Porque ellos no están encerrados, son libres.
—¿Tú no eres libre?

—No.
—¿Tu madre te deja salir de casa?
—Nunca, hasta hace poco.
—¿Por qué cambió de opinión?
—Le dijeron que me había escapado y…
—¿Y qué? María estás en confianza, puedes decirme.
—Que fui a tener relaciones con el de la farmacia.
—¿Es cierto?
—No, yo jamás salí de casa.

—¿Qué sucedió después de que tu mamá escuchó estos rumores?


—Se enojó, me dijo que sentía vergüenza de que fuera su hija.
—¿Y esto cómo te hizo sentir?
—Enojada, triste. Yo nunca haría nada así.
—¿Te llevaron al médico después de que esto sucedió?
—Sí, al doctor del pueblo.
—¿Y qué te dijo?
—Que tenía que viajar a la ciudad porque él no podía atenderme.

—Entiendo. ¿Cómo te sientes con tu cuerpo? Sientes que hay algo mal
con él.
—Sí
—¿Qué?

—No es normal, no es como el de mi mamá.


—¿Te refieres a que no es el cuerpo de una mujer?
—Yo soy mujer.
—¿Entonces qué es lo que está mal?
—Tengo… Tengo pene.
—Por lo que me platicó el Doctor Terán tienes genitales femeninos y
masculinos.
—Pero soy mujer.
—Eso lo sé, María. Cuéntame, ¿qué te gusta escuchar en la radio?

—Radionovelas.
—¿De amor?
—Sí.
—¿Te sientes identificada con lo que cuentan?
—No, yo jamás he tenido novio.
—¿Te gustaría tener?
—Sí.
—¿Te gustan los hombres que ves pasar por la ventana?

—Me gustan los hombres, sus brazos y ojos.


—¿Los encuentras atractivos?
—Sí, me gustaría abrazarlos.
—¿Y las mujeres?

—También, siento que me gustaría ser como ellas.


—¿No te sientes como una mujer?
—Sí, me refiero a que las demás mujeres son libres, andan paseando en
bicicleta por la calle, usan faldas de colores y se casan.
—¿Sueñas con casarte?
—Sí, me gustaría mucho.
—¿Tener hijos?
—No lo he pensado.
—¿Por qué?

—No creo que sería buena mamá.


Un grupo de tres médicos liderados por el doctor Terán discuten en una
sala de juntas. Los resultados de los diversos exámenes que tienen en sus
manos indican que se trata de un caso complicado porque es difícil orientar a
la paciente y a su madre acerca de la situación. ¿Cómo podemos explicarle a
la señora que María Magdalena cuenta con un caso de
pseudohermafroditismo masculino cuando ella decidió hace 16 años que su
hijo era mujer?

—Alejandro, ¿qué estudios procedieron?


—Realizamos un análisis de orina, química sanguínea y citología
hematología completa con resultados normales. Igualmente, los estudios
radiológicos de tórax y cráneo resultaron normales.……

—¿Qué sucedió con el cariotipo en sangre periférica?


—46 XY, el paciente presenta cromosomas de un hombre pero con
genitales ambiguos.
—¿Y el ultrasonido pélvico?
—Ausencia de útero y ovarios.
—¿Qué sucedió en las entrevistas?, Blanca.
—Realicé varios exámenes y entrevistas con la paciente. Ella está
orientada hacia el sexo femenino.
—Pero es un hombre, dice Alejandro.

—Criada desde su nacimiento como una mujer, contesta Blanca.


—Recuerden que existen diversos factores que intervienen en la
sexualidad de una persona, interrumpe el doctor Terán. El cromosómico y el
gonádico son importantes, Alejandro, pero en lo personal creo que el
psicológico y el social son a los que realmente debemos poner atención en
este caso. María Magdalena ha vivido toda su vida como mujer, decirle ahora
que en realidad es un hombre, sólo le generará confusión y tristeza.
—Pero debemos darle un diagnóstico acertado.

—Se lo explicaremos, claro.

La televisión se ha convertido en el nuevo objeto favorito de María


Magdalena. Desde aquella tarde cuando la enfermera en turno le enseñó a

encenderla, cambiar de canal y subir el volumen, pasa las tardes viendo


programas de cocina junto a su madre. Pero esta noche es diferente, Adoración
ya se fue, ella tiene insomnio y decide explorar nuevos canales.
En la pantalla, una pareja que viaja en tren, muestra su amor. Se miran a
los ojos, se toman de la mano, hacen promesas eternas. La entrepierna de
María Magdalena se humedece y su pene se levanta al tiempo que el paisaje
por la ventana del ferrocarril cambia los tonos de verde a azul celeste. Los
enamorados bajan del tren y entran a un hotel, se desnudan para seguir
demostrando su amor.

María Magdalena mira horrorizada la pantalla mientras mete la mano


por debajo del camisón. Ella no es una mujer, pero tampoco es un hombre. No,
no me van a poder amar nunca. Mi madre tenía razón. Soy un fenómeno.
¿Cómo puedo tener dos? No, no puedo ser un hombre. ¿Qué es lo que soy?
Yo quiero ser normal, quiero que me amen. Soy una mujer.
Por primera vez, María Magdalena quiere regresar a Ánimas.
Esconderse del mundo en su pequeña casa. No desea más exploraciones, no
puede permitir que le saquen sangre ni pasar el tiempo hablando con la

psiquiatra. Necesito regresar a mi casa. Quiero dormir en mi cama. Cocinar


sopa de verduras. Comer pastel en mi cumpleaños. Tengo miedo. Nadie
puede ayudarme.
El insomnio es cruel cuando se encuentra en un cuarto de hospital en

soledad. Los cuestionamientos surgen y la falta de respuestas oprimen el


corazón. No hay futuro para aquellas personas que descubren una verdad
dolorosa. La única opción es regresar a ese lugar seguro en donde nadie puede
dañar. Regresar al pasado, por muy difícil que resulte, siempre es mejor que
enfrentar una realidad oscura.

—Buenos días, María Magdalena.


—Hola.
—¿Tuviste mala noche?, pregunta el doctor Terán.

—No pude dormir, quiero regresar a Ánimas.


—¿Por qué?
—No me siento bien. Necesito ir a casa.
—¿Qué sucede?
—Estoy cansada, es todo.
—Ya tengo los resultados de tus exámenes.
—No me interesa.
—María, tu vida está por transformarse. Pero necesitas echarle muchas

ganas para que puedas tener un cambio.


—¿Por qué tendría que cambiar?
—Porque te esperan cosas maravillosas.
—¿Cómo puede haber algo maravilloso para mí, si soy un fenómeno?

—No lo eres, eres una mujer normal que tiene una condición médica que
puede cambiar.
—¿Cómo puede cambiar?
—Vamos a hacerte una cirugía.
—¿Operación?
—Sí, vamos a quitarte los órganos masculinos para que puedas tener la
vida de una mujer común.
—Pero, no lo soy.
—Sí lo eres, sólo que necesitas pasar por un proceso que te permitirá

desarrollarte normalmente.
—¿Cómo puedo saber que eso pasará?
—Confiando en mí, en el grupo de doctores que te están atendiendo.
—No sé, no sé si pueda seguir.
—María, hemos avanzado mucho en tu caso. Estamos a punto de
solucionar todo. No te des por vencida en este momento.
—Pero estoy triste, no entiendo porqué me pasa esto.
—No eres la única, es algo que le sucede a muchas personas. Todos los

días nacen personas como tú.


—Pero yo quiero ser normal, quiero amar, que alguien me ame.
—Eso sucederá, no tengo la menor duda. Te repito, confía en mí, confía
en nosotros.

—Pero, ¿cómo?
—Sólo deja que nosotros te atendamos, haremos lo posible para que
puedas ser feliz y puedas tener una vida normal, como la mujer hermosa que
eres.

El doctor Terán no puede dormir esa noche. Teme despertar a su esposa por lo
que baja a la cocina y se sienta en una silla frente a una taza de té de limón. Le
preocupa María Magdalena, jamás había conocida a una joven tan vulnerable.
Piensa en el tiempo que pasó encerrada en su casa y le da escalofrío. ¿Cómo

es posible que una mujer se atreva a encerrar a su propia hija durante tanto
tiempo?, piensa. Parte de su vocación de médico viene de la necesidad que
sintió desde niño por cambiar al mundo, hacerlo un lugar mejor.
Es la ignorancia, la maldita ignorancia la que hace que la gente
reaccione de esa manera cuando tiene un familiar con condiciones distintas.
Asumir que el nacimiento de un bebé intersexual es un castigo de Dios es parte
de la idiosincrasia de un pueblo sin educación. ¿Cómo puedo ayudar a la
gente que sufre las consecuencias de esta forma de pensar? ¿Cuántos casos

como el de María Magdalena existen? ¿Cuántas personas viven


escondiendo su sexualidad porque no entienden lo que sucede con su
cuerpo?
La briza nocturna lo despierta aún más. Mira al gato que se esconde tras

la hierba irregular en el jardín. Sabe que no volverá a conciliar el sueño esa


noche. ¿Cómo puedo convencer a María Magdalena de que está en buenas
manos? Que su sufrimiento no es necesario. Que a partir de ahora su vida
va a ser diferente. Ya no sufrirá encierro, marginación, abuso. Ahora podrá
conocer el amor que tanto anhela. Tiene 16 años, sólo 16 años y una vida
por delante. Recuerda cuando tenía 16 años, a pesar de algunas carencias, era
feliz.
Por la mañana, el doctor Terán se siente activo, tiene preparada la
presentación que dará frente al equipo de médicos que están atendiendo el

caso de María Magdalena. Ya todos se encuentran seguros de la decisión de


realizar la intervención quirúrgica que muy pronto será programada, pero debe
presentar las conclusiones del caso ante sus colegas antes de programar a la
paciente.
—Sabemos que ha sido un caso conflictivo porque se esperó mucho
tiempo antes de que la paciente recibiera atención médica. Sin embargo, en el
caso de María Magdalena, tenemos la ventaja de que se trata de un adulto que
ya tiene formada su percepción psicológica y social y se percibe como mujer.

En la actualidad, sabemos que es más sencillo reconstruir genitales femeninos


que crear genitales masculinos, ya que estos siempre terminan siendo
insuficientes. A pesar de que la paciente, no tiene útero ni ovarios, estoy
seguro de que la intervención quirúrgica le permitirá tener una vida de mujer

casi normal. El único asunto que tendrá que aceptar es la imposibilidad de


convertirse en madre.
—¿Cómo se deberá informar a la paciente de su condición?
—Hay que tomar en cuenta que María Magdalena es una persona
ignorante, ha estado toda su vida encerrada, no conoce nada de ciencia
médica. La forma como debemos anunciarle su condición debe ser con mucho
tacto y de una forma sencilla para que pueda entender lo que sucede.
—¿Ocultaremos el hecho de que ella en realidad es hombre?
—Yo no lo diría así, de acuerdo a su condición psicológica y social,

María es mujer. Sólo que tiene algunas características de nacimiento comunes


a la de las personas del sexo masculino que quedarán modificadas luego de la
intervención.
—¿No necesita más explicación?
—Hablar de cromosomas y de presencia de testículos, no es opción.
Como te dije no debemos confundirla más, una mujer es mujer si se concibe
como tal.
—¿Cómo complementaremos el tratamiento?

—Inyectaremos hormonas femeninas a la paciente para inducirle


mejores características físicas sexuales femeninas como la aparición de sus
pechos y la redondez de sus caderas y seguirá en terapia hasta que sea
necesario.

Adoración se acerca a su hija, limpia el sudor de su frente. Está más


delgada que antes. Se pregunta si está haciendo lo correcto. No obtiene
respuesta. La ve tan frágil, confundida, triste. Dicen los doctores que María
Magdalena tendrá la vida de una mujer normal. ¿Quiero que la chamaca sea
normal? ¿Qué se vaya del pueblo? ¿Qué se case y me deje sola? No, eso
sería malagradecido de su parte. Me va a dejar sola.
La madre recuerda cuando María era niña. Peinar su cabello era su tarea
favorita en las tardes lluviosas. Podía pasar horas enteras cepillando la
melena negra que tanto le recordaba a su propia cabellera en el pasado,

cuando Rosendo la amaba, cuando metía la mano entre los mechones para
acariciar la nuca. Si tan solo lo tuviera a él, sabría qué hacer.
No puede regresar a Ánimas porque tiene miedo que María Magdalena
vuelva a caer en una depresión, pero tampoco quiere que la operen, en parte
por la preocupación de que algo malo suceda durante la cirugía y también
porque no quiere perderla. Si ella se convierte en una mujer normal, la dejará
algún día sola. No soporta la idea de regresar a Ánimas sin ella.
—Despierta María.

—Buenos días mamá.


—Métete a bañar que ya van a pasar a recogerte.
—Sí.
—¿Segura que quieres hacer esto? Aún podemos irnos de aquí,

largarnos al pueblo. No tenemos que dar explicaciones a nadie.


—¿Y el doctor Terán?
—Que se quede esperando, faltaba más.
—No, mamá.
—Hija, tengo miedo.
—Ya nos dijeron que todo va a estar bien.
—Vámonos de aquí.

Agua caliente cae sobre el rostro de María Magdalena al tiempo que cierra los

ojos y levanta el rostro hacía el techo. Su cabello huele a champú, un lujo que
no conoció hasta que salió de Ánimas. Recuerda la masa babosa que usaba
para bañarse, olía a pasto mojado y dejaba la piel seca. El zacate de maleza se
convirtió en una suave esponja que pasa por su cuerpo sin dejar rastros de
ardor.
Las paredes blancas del cuarto de baño, no se parecen en nada al
cemento que cubría su cuerpo desnudo en Ánimas. Desliza el suave jabón por
su abdomen y siente ganas de tocar sus genitales pero se detiene al pensar que

su cuerpo cambiará en unas horas. ¿Le dolerá? ¿Volverá a sentir placer? ¿Se
sentirá más bonita con un cuerpo de mujer? Los senos han estado creciendo
los últimos días, ya tienen más forma. El doctor le dijo que le estaban
inyectando hormonas.

La voz de María Magdalena sigue siendo más grave que la de otras


mujeres. Cuando escucha a la enfermera hablar, se queda quieta mirando los
labios, nunca ha escuchado algo tan lindo. Su madre tiene la misma voz ronca
que ella y las mujeres en las radio novelas le parecen irreales, pero no, sí
existe alguien que habla tan dulce en la vida real. Muchas veces piensa en
besarla antes de desviar la vista a la pared, arrepentida de los pensamientos.
La espalda es ancha, más que la de las mujeres comunes. La estatura
también es más alta que el promedio. El pene es pequeño, casi imperceptible
entre todo el pelo que cubre su pelvis. La vagina es estrecha, le cuesta trabajo

meter un dedo cuando intenta explorar su cuerpo, quizá porque también le


causa vergüenza tocar los genitales a pesar del placer que experimenta.
No es momento para pensar en placer, piensa y cierra el paso del agua
al mismo tiempo. Quizá sea la última vez que lo sienta. Me van a cortar el
cuerpo, quitar una parte de mí, me van a dejar incompleta. ¿Qué hay de
malo con tener dos genitales? No me afecta en nada si no lo muestro. ¿Y si
regreso a Ánimas? Después de todo, mi vida no era tan mala ahí.
La enfermera de la voz dulce entra a la habitación, sonríe a la joven

mientras le ayuda a colocarse la bata. Cepilla suavemente el cabello


enmarañado de la chica que se mira al espejo como si fuera la última vez.
Dentro de unas horas será otra, una nueva mujer que tal vez no reconocerá
más. Sus ojos negros permanecen abiertos embelesados por el último reflejo

de la María Magdalena de antaño.


—¿Estás lista?
6

Un recién nacido en una casa pobre, no es motivo de alegría. Con la llegada de


la tercera hija a la familia Terán, llega una ola de preocupación para los
integrantes. Una boca más que alimentar en época de crisis pronostica un
hambre aún más intensa para los próximos meses, la historia es aún peor si

tomamos en cuenta que la bebé es intolerante a la leche materna y hay que


comprar un sustituto para mantenerla con vida.
¿De dónde vamos a sacar dinero para la leche?, todos se miran a los
ojos pero no se atreven a hacer la pregunta. Los padres analfabetas no tienen
muchas opciones para salir adelante en un pueblo en donde el desempleo, la
carencia y la hambruna son constantes. Doble turno en el taller mecánico hasta
que pase la cuarentena y la madre pueda cooperar con los gastos, la solución
inicial.

José es el hijo de en medio, el invisible, el que a nadie parece importar.


La escuela no le cuesta trabajo, a diferencia de su hermano mayor, obtiene
buenas calificaciones sin necesidad de estudiar tiempo extra. Cuando más
aprieta el hambre, se siente tranquilo porque sabe que se acerca el verano. El
periodo vacacional es su época favorita del año porque puede trabajar, a
pesar de la corta edad.
Siendo apenas un niño se despierta a las 7:00 para tomar un baño y
caminar los 40 minutos que lo separan del mercado sobre ruedas formado por
techos de lona itinerante, levantados con ayuda de varas de metal sobre un

terreno vacío. En el centro de estas pirámides, largos tablones ofrecen


diferentes productos que van desde frutas, verduras, queso y carne, hasta
vestidos de segunda mano.
Son las 8:00 en punto y comienza la vendimia, José ya está preparado

para ayudar a las clientas más madrugadoras con el mandado. Carga pesadas
bolsas de plástico hasta la casa de las mujeres que viven cerca del mercado o
al camión que las lleva a sus hogares a cambio de algunos centavos. Siempre
sonríe porque sabe que así le darán una mejor propina. Lo único que pasa por
la mente en ese momento es su hermana menor, jamás había visto un bebé tan
lindo. Necesita alimento para crecer sana.
Pero trabajar en el mercado trae beneficios extras para José como la
posibilidad de recoger la fruta que cae accidentalmente al suelo para luego
quitarle la tierra y llevarla a casa. Él regresa con una bolsa que guarda una

manzana, tres naranjas y un par de plátanos. Suficiente para el desayuno de


mañana, piensa al tiempo que se quita la ropa llena de lodo tras la tarde
lluviosa.
Pasa más de dos meses en el mercado, comiendo lo que le regalan los
ambulantes. José, ven. ¿Quieres un poco de queso? Toma niño. Mira nada
más que flaco estás. Si fueras mi hijo, no tendrías esos bracitos. Gracias
señora, me encanta el queso fresco. ¿Quieres pan? Sí, gracias. No tienes
porqué agradecer, ven a comer cuando quieras, siempre voy a tener algo

para ti. ¿Quiere que le ayude en algo?, señora. Bueno, ya que lo dices, ¿me
ayudas a acomodar las bolsas por tamaño? Por supuesto.
A José nunca le han gustado las sardinas. La sensación de morder el pequeño
esqueleto con los dientes, le hace sentir náuseas. Los últimos días, su padre no

ha tenido suficiente dinero para comprar arroz o frijoles. Han tenido que sacar
las reservas de una caja que hace las funciones de alacena y compartir los
pocos alimentos que aún quedan. Una sardina y medio plátano es la comida
que le tocó el día de su cumpleaños número 10.
Lo siento, hijo. Seguro vendrán tiempos mejores. Te prometo que el
próximo año te compro un pastel para celebrar. No te preocupes, mamá. Yo
también estoy seguro que todo cambiará pronto. Este fin de semana voy otra
vez al mercado a ver si puedo sacar algunos centavos para la semana o ya
de perdida que me regalen algo de fruta. Pero no estés triste, mamá.

Con una sardina en el estómago, José tiene que presentar sus exámenes.
No está seguro qué es lo que más le duele, la cabeza por el calor, la espalda
de mal dormir o el estómago de hambre. Respira profundamente para evitar
las náuseas al oler el perfume de su maestra. Es el primero en entregar la
prueba, con la certeza de ser el que mejor calificación obtenga de la clase.
—¿Ya tan rápido terminaste?, José.
—Sí maestra.
—¿No quieres darle una revisada a tu prueba?

—No, ya la terminé.
—Está bien, puedes ir al recreo.
Un grupo de niñas lo miran detenidamente, él sonríe y ellas voltean
hacia otro lado. Tienen ganas de acercarse al chico, pero lo encuentran

desaliñado. Su pantalón tiene un hoyo en la rodilla izquierda que por más


parche y zurcido, sigue apareciendo conforme el paso del año escolar
transcurre. Sus zapatos también cuentan con diversas aperturas visibles a cada
zancada y raspones en los costados.
—Mi mamá dice que José es buen chico. Le ayuda con las bolsas del
mercado.
—No sé, a mí me da desconfianza.
—¿Por qué?
—Trae su ropa toda rota, como de vagabundo.

—Es que no tiene dinero, no seas mala.


—No soy mala, es que no lo conozco.
—Tiene una linda sonrisa.
—Eso sí.

La bolsa llena de sandalias que carga en su hombro, le ocasiona terribles


dolores nocturnos de espalda. Pero prefiere soportarlos él a permitir que su
madre, que además lleva a su hermana en un rebozo, los sufra. Van de puerta

en puerta ofreciendo chanclas de plástico a las amas de casa que los reciben
en ocasiones con una sonrisa y en otras, con cara de pocos amigos.
—Otra vez por aquí, les acabo de comprar la semana pasada.
—Lo siento, pero es que el hambre es dura.

—No necesito más sandalias. Tengo una bolsa con ropa que ya no
ocupo. ¿Le sirve?
—Claro que sí. Dios se lo pague.
La expresión de terror que hace José al ver el bulto es espontánea.
Además de cargar las sandalias en la espalda tiene que arrastrar la ropa hasta
casa. Otra vez va a pasar una noche sin dormir por el dolor, pero no importa,
quizá su hermana pueda estrenar una pijama en vez de usar el mameluco roto.
Como me gustaría no pasar hambre, poder comprarle un vestido nuevo a la
nena.

—¿Te ayudo hijo?


—No, mamá.
—De verdad mira que se ve pesado.
—Es que no sabes que soy muy fuerte.
—Si estas re flaco.
—Eso no importa. Soy como un súper héroe.
—¡Ay hijo! Eres el niño más lindo de todo el mundo.
—Gracias, mamá.

—¿Tarea?
—Ya la hice al salir de la escuela.
—No quiero distraerte de tus estudios.
—No, mamá. Sabes que yo, puro 10.

—Ese es mi niño.
La escuela rural no tiene techo, las paredes de ladrillo están incompletas. No
se sabe a ciencia cierta si algún día terminaron la construcción o fue un
temblor quien destruyó la cubierta del recinto. En época de lluvia, deben
suspenderse las clases para evitar que los niños se enfermen. Cada estudiante
carga su propia silla para impedir que la ropa se ensucie en el terrenal.
José estudia la escuela primaria al lado de su hermano quien a pesar de
ser mayor, cursa el mismo grado. Para convencerlo de que asistiera al aula,
José tuvo que acompañarlo en todo momento, ayudarlo con sus tareas y

explicarle las lecciones de matemáticas. A pesar de su corta edad, las


asignaturas no representan ningún reto para él, incluso en ocasiones, se aburre.
Siempre usa playeras de manga larga, sin importar que el clima lo haga
sudar. No le gustan sus brazos, son tan delgados que la gente los mira con
curiosidad. Siente que su piel pegada al hueso lo hace lucir enfermo, pero al
contrario, él se siente lleno de energía. Los maestros hablan de lo importante
que es llevar una nutrición balanceada en casa, pero José es la prueba viviente
de que la falta de alimento no deteriora las funciones cognitivas de una

persona. Si supieran que desayuné medio plátano, piensa mientras el profesor


habla de las bondades nutricionales del aceite de pescado.
—El próximo lunes hay traer un platillo a la escuela, dice el profesor.
—¿Qué celebramos maestro?

—El fin de cursos.


—Yo no puedo asistir, dice José. Tampoco mi hermano. El lunes
tenemos que ir al médico.
—¿Están bien?
—Sí, sólo es revisión.
—¿No pueden cambiar la fecha?
—No.
—Tendré que hablar con tu mamá, José.
—Está bien, contesta el niño al tiempo que piensa en cómo le haría para

comprar comida y compartir en clase.


Odia tener que mentirle a su profesora, no tiene ninguna visita al
médico, es más no recuerda si alguna vez ha asistido a una revisión. Lo único
que sabe es que no hay manera en que pueda compartir alimentos con la clase.
Se imagina abriendo una lata de sardinas y dividiéndola entre sus 30
compañeros al igual que lo hace en casa. Le dan nauseas sólo de pensar en las
caras de los alumnos al enterarse de la triste situación por la que pasa.
Días más tarde, José tiene una idea. Comienza a limpiar el patio trasero

de su casa para crear su propio huerto. De esta manera, podemos sembrar


nuestra comida, piensa. Su investigación, para lograr que las frutas y verduras
crezcan bien, consiste en platicar con la gente del mercado. Ellos saben cómo
plantar, le regalan las semillas que necesitan y le dan instrucciones para regar

las matas.
—Las semillas de jitomates deben colocarse en un recipiente de
refresco de a litro y medio partido a la mitad. ¿Tienes uno?
—No
—Aquí te regalo este. Lo llenas de tierra, luego introduces la semilla y
le pones este fertilizante. ¿Estás apuntando todo?
—Sí, señora.
—Lo riegas una vez al día, ya que la planta alcance como 15 centímetros
de alto, la pasas al patio donde van a crecer los jitomates.

—¿Cada cuánto le pongo agua?


—Todos los días, José. Sólo un chorrito, no la vayas a mojar de más
porque no se te va a dar. Con una tapa de estas es suficiente.
—Muchas gracias, doña Esperanza.
Su proyecto le ayuda a distraer un poco el hambre en casa, no por
completo, porque la pobreza en el pueblo, siempre viene acompañada de
desnutrición del cuerpo y del alma. El invierno es la temporada más dura. Ver
a sus padres dividiendo la comida en pequeñas porciones para alimentar a

todos los integrantes, es una imagen que José nunca logra olvidar, ni siquiera
después de lograr éxito y abundancia como médico.

A los 16 años, José ya cuenta con el diploma de preparatoria y entra a estudiar

medicina por casualidad, por mandato de su padre, quien no le permite


estudiar matemáticas o química. Los 6 años que dura la universidad para él es
la etapa más complicada de su vida. No tiene dinero para comprar los libros,
por lo que gran parte del día la pasa en la biblioteca en una época en donde
está prohibido llevarse los tomos a casa.
Su amistad con las cocineras del hospital donde hace sus prácticas
tiempo después, le permite tener algo en el estómago, un poco de consomé de
pollo, gelatina y pan, lo mismo que comen los enfermos. Pero a él no le
importa, el alimento más insípido le sabe a manjar, no echa de menos las

sardinas en lata. Gelatina de sabores, me encanta. No, nunca había comido


postre en casa, piensa.
Encantado con el funcionamiento del cerebro, su opción es estudiar
psiquiatría hasta que un profesor lo convence de realizar estudios de
especialización y le ofrece una opción para iniciar un curso de postgrado en
Ginecología y Obstetricia en la Maternidad “Concepción Palacios” en la
capital. Más adelante, y gracias al reconocimiento obtenido por su alto
rendimiento académico es becado para realizar una Maestría en Biología de la

Reproducción Humana en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y


Nutrición “Salvador Zubirán” de la Ciudad de México y avalado por la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) donde adquiere el
conocimiento necesario para tratar casos de intersexualidad en su patria, en

donde aún existen muy pocos especialistas en el tema.


Antes de regresar a su nación, conoce a Virginia en un banco. Una tarde
lluviosa, el hambre comienza a hacer estragos en el ánimo de José, ha
recorrido más de 5 bancos para cambiar el cheque que le llega mensualmente
de la beca obtenida para sus estudios, y todos lo han rechazado. Al parecer,
hay un problema con la transacción del dinero y se detiene su pago.
—Señorita, buenos días.
—Buenos días, ¿en qué le puedo ayudar?
—Necesito cambiar este cheque y los cajeros no me ayudan.

—No se preocupe yo soy la gerente, déjeme firmarlo y pase a caja.


—No tengo cómo agradecerle.
—No se preocupe, es mi trabajo.
—Quizá me permita invitarle un café.
—Salgo a las 6.
Eras sus ojos grandes y expresivos lo que más le llamó la atención de
Virginia, además de su sonrisa tímida pero espontánea. Su primera novia y la
última. Al principio, la familia de ella se oponía a la relación. No entendían

cómo un doctor cercano a los 30 años no se había casado. Pensaban que tenía
una familia en su pueblo natal y que sólo jugaría con los sentimientos de la
joven. El tiempo hizo que confiaran en él para poder desposarla y llevarla a
vivir lejos de su hogar.

Cuando regresó a su país, continuaron los problemas económicos. El


salario del hospital era bajo, las guardias que realizaba en otras clínicas para
obtener algo de dinero lo mantenían lejos de su pequeño departamento y su
esposa sentía mucha nostalgia al recordar a sus padres y hermanos, hasta el
momento en que esperaron a su primer bebé y su rostro se llenó de ilusión. A
pesar de las carencias, José buscaba la manera de que Virginia pudiera tener
recursos para que su hijo creciera fuerte y prometió que él nunca sufriría
carencias.
—¿Ya cenaste?, pregunta Virginia.

—Sí amor, José miente.


—Te traje algo de comer con el dinero que nos sobraba.
—Lo podemos compartir.
—No te preocupes, yo no tengo hambre. Come tú que necesitas alimento
para que nuestro bebé crezca bien.
José respira hondo para que no suenen sus tripas de hambre y Virginia
no se dé cuenta que no ha probado bocado en todo el día. Él ya está
acostumbrado a las carencias y a sobrevivir con poco alimento. Sabe que

pronto su historia va a cambiar. Invierte todo su tiempo y esfuerzo en


convertirse en el mejor médico además de dar clases en universidades para
compartir su conocimiento con jóvenes aspirantes.
Le dan risa los estudiantes que ponen pretextos para no estudiar, se

quejan de las distancias que tienen que recorrer para ir a la universidad, de lo


difícil que es la carrera de médico, del poco dinero que sus padres les
proporcionan. Si conocieran mi historia, piensa. Se darían cuenta que no hay
ninguna excusa para no ser el mejor de clase: ni los bajos recursos
económicos, ni la falta de alimento, ni la distancia que hay que recorrer.

Durante su servicio en el hospital forma la Unidad de Endocrinología de


la Reproducción en donde atiende a María Magdalena. La historia de
carencias de la joven le recuerda a la suya propia, quizá es por eso que intenta

por todos los medios ayudarla. Para él, no es una paciente más, es una mujer
que merece cambiar de vida, una oportunidad que le permite demostrar que
todos los años de estudio valieron la pena, el motivo por el que su profesión
es la más noble y satisfactoria.
7
El grupo de médicos está listo para intervenir a María Magdalena, liderado
por el doctor Terán, quien realizará varias cirugías simultáneamente, lo que le
permitirá convertirse en una mujer de apariencia totalmente normal. El reporte

dice: la cirugía de reconstrucción genital se llevará a cabo al cambiar el


pequeño pene de la chica por un tejido mucho más diminuto que funcione
como un clítoris no sin antes reubicar la uretra y eliminar los testículos, que en
el caso de la joven, nunca descendieron porque se encontraban en ambas
regiones inguinales. Además, se le practicará una vaginoplastia, empleando la
técnica de YV a fin de profundizar y ampliar más la vagina para
proporcionarle una apariencia totalmente femenina al introito vaginal
permitiendo también, el paso sin dificultad de un instrumento quirúrgico
conocido como bujía de Hegar del número 20.

—Hola, María. Voy a colocarte esta máscara para que respires profundo
y cuentes hasta 10. Te quedarás dormida rápidamente. Tranquila, todo saldrá
bien.
—La paciente está anestesiada, doctor. Puede proceder con la
intervención.
—¿Signos vitales?
—Todo normal, doctor.
—Procedemos con la incisión.
Siete horas después, el grupo de médicos sale del quirófano para

informar a Adoración que la intervención ha resultado exitosa. Señora, María


Magdalena está bien, ahora sólo necesita recuperarse. Dios se los pague,
doctores. Vaya a descansar que su hija está sedada por el momento y no
despertará hasta mañana. No, yo prefiero quedarme aquí para ver si

despierta.
María Magdalena abre los ojos, su primera reacción es llevar la mano a
su entrepierna pero el vendaje le impide palpar el resultado de la operación.
El dolor comienza a descender desde su abdomen hasta las ingles, suelta un
quejido y la enfermera corre para ponerle un medicamento en el suero que le
hace sentir mareo. Vuelve a caer en un sueño profundo que dura varias horas.
—Buenos días, María Magdalena.
—Buenos días, doctor Terán.
—Vengo a informarte que la operación ha sido un éxito. Muy pronto

podrás ver los resultados.


—Me duele todo el cuerpo.
—Es normal, no te desesperes que pronto pasará el dolor.
—La doctora Blanca vendrá a visitarte para platicar contigo.
—Yo sólo quiero dormir.
—Descansa.
Al despertar, encuentra a Adoración tomando su mano. Tiene ganas de
arrancarse las vendas y mirarse la vagina pero teme que regrese el dolor. La

tristeza en los ojos viene al pensar que su cuerpo fue mutilado, una parte de
ella, ha quedado cercenada. Aunque sabe que esa parte es su pasado, el
encierro, el aislamiento, el mirar por la ventana para rasgar momentos de
felicidad, no puede evitar sentir nostalgia por los 16 años de su vida que han

quedado atrás. No conoce a ciencia cierta a la María Magdalena que ha


quedado en el lugar de aquella chica triste que tanto amaba las radionovelas.
Adoración la abraza y por primera vez siente su cariño, quizá al
transformarse en una persona nueva, ahora sí podrá amarla. Ya no tiene que
sentir vergüenza por su cuerpo. Ya no es una abominación, ni un castigo del
demonio. Ahora es una chica normal que comienza una nueva vida. Ella sabe
que dentro de esta nueva etapa, Ánimas no está contemplado.
—Mi niña, te estás recuperando muy bien. Cuento los días para regresar
al pueblo.

—Me siento mejor, quiero caminar.


—Tenemos que esperar a ver qué dicen los doctores.
—Llama a la enfermera.

Nunca pensó que andar podría llegar a costar tanto trabajo, pero se siente feliz
de volver a dar unos pasos. Camina al consultorio de la doctora Blanca de la
mano de una enfermera. Cada movimiento de sus piernas duele como clavos
enterrados en la piel. Se detiene un momento para respirar y se recuesta en el

sillón de la habitación lentamente para evitar el roce de vendas.


—Veo que ya estás mucho mejor, María.
—Sí, doctora Blanca.
—Me da mucho gusto. ¿Ya te habló el doctor Terán de tu rehabilitación?

—Sí, ayer platiqué con él.


—En cuanto te retiremos las vendas, deberás realizar dilataciones
vaginales con este aparato que se llama bujía de Hegar.
—¿Duele?
—Sí te dolerá al principio. Tu vagina ahora es muy estrecha, necesitarás
mantener su tamaño antes de que inicies tu actividad sexual, de otra manera
corre el riesgo de cerrarse.
—No he pensado en eso.
—Algún día, María. Conocerás a un hombre y querrás tener relaciones

con él.
—Está bien, doctora.
—Has estado recibiendo tratamiento hormonal. ¿Cómo sientes tus
senos?
—Han crecido.
—Muy bien, ya eres toda una mujer.
—Quiero ver mi vulva.
—Yo te la voy a mostrar pronto.

—Gracias.
—Ahora quiero hablar de tu futuro. ¿Has pensado qué es lo que quieres?
—Lo único que sé, es que no quiero regresar a Ánimas.
—¿Tienes algún familiar en la ciudad?

—Mi mamá tiene una prima. Hace mucho no la ve.


—Deberías ponerte en contacto con ella, a ver si te puede ayudar.
—Lo haré.
—Yo te voy a poner en contacto con instituciones que te dan
capacitación para que puedas trabajar. ¿Te gusta hacer algo en particular?
—No sé.
—Bueno, no te preocupes encontraremos algo.
—Muchas gracias, doctora.

Ver a su madre llorando le duele más que la entrepierna, pero no da marcha


atrás. Al comunicarle sus planes de independencia, Adoración se vuelve un
mar de lágrimas y sollozos. María Magdalena le pide que hable con su prima
para que la ayude a permanecer en la ciudad en lo que encuentra un trabajo
que le permita valerse por sí sola.
—Está bien, chamaca. Si es lo que quieres hablaré con Camila.
—Gracias, mamá.
—Pero no puedo creer que no quieras volver a casa conmigo, escuincla.

—Quiero trabajar, comenzar de nuevo.


—Yo estoy sola y enferma.
—Quizás más adelante puedas venir a la ciudad, cuando ya esté
trabajando.

—No, yo no soporto el ruido de este maldito lugar. Es un infierno.


—Entonces iré a visitarte seguido.
Adoración toma el teléfono y marca un número. Habla en voz baja por
unos minutos. Yo sé que no he hablado en mucho tiempo, pero en Ánimas el
teléfono público siempre está ocupado. Estoy bien. Mi hija, acaba de ser
operada. Es una larga historia. ¿Puedes venir al hospital? Nos gustaría
hablar contigo. ¿Mañana? Está bien la hora de visitas es de 2 a 5. Gracias,
Camila.

En el pueblo ya se enteraron de la buena noticia. María Magdalena está de


regreso. Ella camina por las calles rumbo a la iglesia y todos la miran con
curiosidad. Un grupo de hombres afuera de la cantina miran sus senos. El
panadero que carga una charola se detiene para observar su entrepierna
disimuladamente. Las amas de casa que se juntan en el parque cuchichean al
verla pasar.
Dicen que ya tiene vagina la niña. Pero por dentro seguro sigue siendo
tan machorra como antes. Nunca fue machorra. Claro que sí, no le ves su

cara. Parece de hombre. Un día me acerque a ella y tiene bigote. Además,


huele a sudor. No es cierto, ve su cabello, es largo y hermoso. Pero tiene
patillas. Quizá con un poco de maquillaje se vea más bonita. Ve sus hombros
anchos. Ni con vagina va a lograr ser una mujer. Machorra, machorra,

machorra, gritan las señoras cuando María Magdalena pasa de frente.


Ella corre y se refugia en la iglesia. El padre la recibe con sorpresa. Le
pide con un gesto que guarde silencio mientras caminan a la oficina. Un grupo
de crucifijos que cuelgan en la pared la reciben, siente que la observan, que
ellos también la juzgan. El sacerdote la mira con deseo al tiempo que ella
cubre su escote con un suéter gris. No aguanta su mirada de lujuria.
—Me da gusto verte otra vez, María. Te ves distinta.
—Salí bien de la operación.
—Me da mucho gusto.

—¿Ya soy digna de entrar a la iglesia?


—Quizás, pero primero tienes que desnudarte.
—¿Desnudarme?
—Sí, muéstrame tu vulva. Quiero ver cómo quedó.
—Pero, padre.
—Ándale María, déjame sentir el resultado de tu operación. Seguro es
muy estrecha.
—No.

El sacerdote camina hacia ella al tiempo que baja el cierre de su


pantalón. Ella corre hacia la puerta pero está cerrada con llave. Comienza a
pedir ayuda pero nadie la escucha. De repente, la avientan contra la pared
sujetando sus muñecas y siente la erección del padre en medio de sus nalgas.

Ella es más fuerte, voltea y avienta al hombre quien se golpea la cabeza con
una silla y yace inconsciente. María despierta agitada y llorando.
Al abrir los ojos ve a su madre correr a su lado. Una señora de cabello
cano y grandes dimensiones la observa desde el otro lado de la habitación.
Percibe el olor a lavanda de su ropa. La mujer se acerca a ella y le quita el
sudor de la frente con un pañuelo. Ella la observa detenidamente pero no sabe
qué decir. ¿Quién es esa señora que está en el hospital?
—María, soy tu tía Camila. Tu mamá me contó todo lo que han tenido
que pasar. Estoy feliz de conocerte y saber que estás bien.

—Gracias, señora.
—¿Cómo te sientes?
—Aún me duele el cuerpo, pero ya estoy mejor.
—Me dice tu mami que quieres trabajar en la ciudad.
—Sí.
—Yo tengo un taller de costura en donde hacemos vestidos. También hay
espacio en mi casa. Puedes quedarte conmigo en lo que aprendes a coser.
—¿De verdad?

—Sí. Yo te voy a ayudar a que te conviertas en una gran costurera. Si te


gusta.
—Sí, sí me gusta.
—Ahora deberás recuperarte pronto.

—Gracias, gracias.

María regresa a la habitación del sofá. Se siente tranquila de poder hablar con
Blanca. Nunca ha tenido una amiga, pero se imagina que la amistad es algo
similar a la relación con la terapeuta. Le gusta ser escuchada, sin juicios.
Jamás podría platicar con su madre como lo hace con ella. Puede hablar de lo
que sea y ella siempre la entenderá, puede contarle hasta sus sueños, los más
perturbadores.
—El padre quería violarme en el sueño.

—¿Y qué sentiste?


—Tengo miedo de ser mujer. No de ser mujer, más bien de que algo
suceda. ¿Entiende?
—¿Tienes miedo de iniciar tu vida sexual?
—Sí.
—María, eso sucederá a su tiempo. Puede ser dentro de muchos años, no
debes preocuparte. Mientras sigas en terapia, te sentirás cada vez más segura.
—¿Aún tengo algo de hombre?

—No, María. Jamás tuviste algo de hombre. Eres una mujer completa
desde tu nacimiento. No debes pensar en eso.
—Pero, el pene.
—El pene ya no está. Ahora es un nuevo comienzo.

—Mis hombros son anchos.


—No debe preocuparte. Hay mujeres con hombros anchos, delgados o
medios. En realidad, lo bello de ser mujer es que cada una es distinta.
—¿Qué pasará cuando encuentre un novio? ¿Tendré que hablar de todo
lo que sucedió?
—No sino quieres. Aunque deberás decirle que jamás podrás ser madre.
—¿Y eso no alejará a los hombres?
—No, si él te ama. ¿Sientes deseo de convertirte en madre?
—No, jamás. Siento que le haría daño a mi hijo, así como mi mamá me

lo hizo a mí.
—Eso no sucedería. Sabes que hay opciones. Puedes adoptar un bebé.
—No quiero.
—Está bien, no tiene que convertirte en madre para ser mujer.
—Gracias, doctora. Me hace bien hablar con usted.
—Siempre estaré disponible para ti. Cuando tengas dudas, te sientas
intranquila o quieras sólo charlar.

La primera vez que María introduce la bujía en su vagina siente un intenso


dolor, cada vez que bombea, las lágrimas mojan el rostro. Al paso del tiempo,
la tortura se va convirtiendo en una sensación agridulce de placer y molestia.
La excitación que siente al introducir un objeto por el estrecho orificio se

mezcla con el malestar de sentir el agrandamiento del mismo.


Sus pezones a menudo se ponen rígidos. Le gusta observarlos en el
espejo después de tomar un baño, recuerda que en Ánimas salía corriendo a
vestirse sin mirar nunca, su anatomía húmeda. Le gusta tocar también su
vagina, siente placer al recorrer los labios con los dedos mientras su
imaginación se transporta a las calles de la ciudad. La gente que la transita
sigue causándole una inmensa excitación.
Quizá en algún momento sólo se conviertan en personas comunes, por
ahora, siguen siendo motivo de admiración. La chica que cruza la calle

corriendo para aprovechar los últimos segundos del semáforo, el joven que
fuma un cigarro y hace donas en el aire, el hombre que sale a correr mostrando
brazos fuertes y pantorrillas de acero, la chica en vestido rojo que saca al
perro a pasear.
Cada actividad que aprende en el taller de costura, le resulta divertida.
Cortar patrones es la primera tarea que le enseñan. Sigue las líneas con
extremo cuidado para evitar cometer un error. No quiere por ningún motivo
que Camila se sienta decepcionada de ella. Mira las prendas confeccionadas y

siente un gran deseo de que cubran su cuerpo. Pero aún no cuenta con dinero
para comprar una.
Una noche, todas sus compañeras se han ido del taller. Camila entra por
la puerta y la ve a lo lejos sentada junto a una torre de tela. Ha cortado cientos

de pedazos de tela durante el día y no quiere parar. Sigue trabajando, tomando


el algodón con las manos como si se tratara de algo preciado, pasando las
tijeras lentamente por cada marca hasta quedar un corte perfecto.
—María, no te vas a descansar.
—Hola, Camila. Me asustaste.
—Sí, ya mero me voy.
—Mañana te enseñaré a usar las máquinas de costura. Estás
aprendiendo muy rápido.
—Estoy contenta con mi trabajo.

—Muy bien, niña. Pero ahora debes dormir.


—Está bien.
—Nos vemos mañana temprano.

El grupo de médicos encargados de la cirugía se encuentra en una reunión. El


doctor José Terán Dávila presenta los resultados del caso y comunica al
equipo que realizará un artículo para que más doctores puedan adquirir el
conocimiento que les permita tratar casos como el de María Magdalena. La

revista médica que publicará el texto está esperando el primer borrador en los
siguientes días.
—Estimado equipo, quiero felicitarlos por el gran trabajo que
realizaron.

—Todo fue gracias a usted, doctor.


—Hemos logrado incorporar a la paciente a la vida cotidiana.
—¿Qué seguimiento deberemos realizar?
—He realizado estudios post operatorios y los niveles de hormonas
suministrados han logrado que la paciente evolucione bien. Las psicoterapias
deberán continuar hasta que la doctora Blanca lo indique y yo seguiré
revisando a la paciente periódicamente para asegurarnos que se encuentre en
buen estado.
—Seguiremos el plan.

—Lo más importante ahora, es la parte psicológica. Que ella entienda


completamente el proceso por el que pasó y logre reincorporarse a la
sociedad como una mujer común y corriente sin ningún sentimiento de pesar.
Los fines de semana para María Magdalena son largos, desea estar en el taller
de costura para seguir trabajando, pero Camila no lo permite. Su actividad
favorita es ir al parque que está detrás de su nuevo hogar. Se sienta en una
banca a observar a todos lo que pasan caminando frente de ella. Le llaman la
atención los perros, quiere abrazar a uno, pero le da miedo que sus dueños se

molesten.
Después de pasar algunas horas en el parque siente deseo de ver a la
doctora Blanca, desde un teléfono público marca el número del hospital.
Afortunadamente, se encuentra en guardia por lo que acepta recibirla por la

tarde. Regresa a casa para comer con Camila quien siempre la espera con un
manjar nuevo. Jamás había probado el mole, los chiles rellenos o el pozole.

—Bienvenida de nuevo, María.


—¿Cómo te sientes?
—Me gusta mucho ser costurera.
—Eso es muy bueno, que hayas encontrado un trabajo que te guste.
—También voy al parque a ver a la gente.
—¿Y qué sientes?

—Estoy confundida. Me siento atraída por hombres y mujeres también.


—No te preocupes María, eso es algo que le sucede a muchas personas.
Te explicó el doctor Terán que todas las personas contamos con hormonas
femeninas y masculinas. En teoría todos podemos sentirnos atraídos por
personas de ambos sexos.
—Pero, soy mujer.
—Eres mujer, María. En el momento en que te enamores podrás definir
tu sexualidad plenamente.

—¿Y si me enamoro de una mujer?


—No pasa nada.
—Yo quiero un esposo.
—Y lo tendrás si es lo que deseas.

—¿Por qué tengo que sentirme tan confundida?


—Pasaste por un proceso complicado de identidad. Pero poco a poco
comenzará todo a tener sentido. Es cuestión de que sigas viviendo a terapia y
puedas platicar acerca de tus pensamientos.
—Me siento más tranquila cuando hablo contigo.
—Para eso estoy.
8
La clase del doctor Terán comienza a las 8:00 en punto, toma unos minutos
para esperar a los que vienen retrasados, antes de cerrar la puerta. El día de
hoy hablará de intersexualidad con sus alumnos, está interesado en formar a

nuevos médicos que puedan ocupar su lugar en el futuro, lograr que más casos
como el de María Magdalena encuentren un final feliz y ayudar a reconstruir
vidas.
—¿Alguien conoce lo que es la intersexualidad, también conocida como
alteraciones en la diferenciación y desarrollo sexual?
—Sí profesor, cuando una persona nace con ambos sexos.
—Así es, pero la intersexualidad es más que eso. A través de la historia
se ha realizado una diferenciación entre hombre y mujer; sin embargo, en
ocasiones sucede, más frecuente de lo que se imaginan, que un ser humano

nace con características que no permiten catalogarlo como hombre o


mujer.
—¿Nos puede proporcionar ejemplos?
—Claro, hay distintos tipos de intersexualidad, muchos. Un ejemplo es
la intersexualidad 46 XX, que se trata de una persona que tiene cromosomas
de mujer en ocasiones hasta ovarios, matriz y trompas, pero los genitales
externos tienen apariencia masculina.
—¿Tiene pene?
—No precisamente, puede ser más bien un clítoris agrandado que tiene

forma de pene. Se le llama también pseudohermafroditismo femenino.


—¿Y por qué sucede?
—Hay distintas causas que pueden ser desde una hiperplasia suprarrenal
congénita debido a deficiencias de algunas enzimas que participan en la

formación de una de las hormonas más importantes de nuestro cuerpo: el


cortisol; hasta testosterona consumida por la madre durante el embarazo.
—¿Y el caso contrario?
—El pseudohermafroditismo masculino o intersexualidad 46 XY, sucede
cuando la persona tiene cromosomas masculinos, incluso testículos, pero los
genitales son ambiguos: puede tener ambos o incluso sólo vagina y vulva.
—¿Cómo se procede en esos casos?
—Hay que hacer una serie de estudios que nos permitan tomar la mejor
decisión. En días pasados atendí a una joven de 16 años con un caso de

pseudohermafroditismo masculino. Ella contaba con genitales ambiguos, es


decir, un pequeño pene y una vagina de pocos centímetros de profundidad.
—¿Y la convirtieron en hombre o mujer?
—No es tan sencillo tomar esa decisión. Depende de muchos factores.
Como futuros médicos deben saber que la intersexualidad genera mucha
confusión y vergüenza entre los familiares y el paciente, muchas veces nunca
llegan a buscar ayuda médica por miedo. Pero lo más importante, es hacerles
saber que no hay ninguna razón para sentir pesar, que todos los días nacen

niños intersexuales, que es algo común.


—¿Y qué sucede después?
—El paciente deberá someterse a una serie de exámenes para
determinar la reserva hipofisiaria, la reserva gonadal, identificar los

cromosomas sexuales… Pero lo más importante siempre es la parte


psicológica y social.
—¿Por qué?
—Porque la percepción de la persona es crucial en estos casos. La
paciente que les comentaba, creció con la idea de que era una mujer, se
percibía así mismo como tal, por lo que decidimos hacerle una vaginoplastia.
—Pero si por dentro era hombre, ¿no era más fácil dejarle el pene?
—Tenía un pequeño pene que no estaba bien desarrollado y además su
meato uretral no abría en la punta del pene, como normalmente ocurre, sino en

su base y eso se conoce como hipospadia perineoescrotal pseudovaginal. En


la actualidad, reconstruir un miembro masculino es extremadamente difícil.
Además, como les dije, lo importante es la percepción psicológica y social.
Es muy similar a lo que sucede con los transexuales o también llamados
transgéneros. Mucha gente los juzga porque ellos sienten que nacieron en el
cuerpo de un hombre cuando en realidad se perciben como mujeres. Puede
tratarse de una persona intersexual que en realidad tiene características de
mujer por dentro o bien que su formación psicológica lo ha orientado a

percibirse como mujer. En ambos casos, pueden ser tratados para evitar una
vida infeliz y de confusión.
—¿Con un cambio de sexo?
—Exacto.

—¿Hay algún otro tipo de intersexualidad?


—Sí, hay personas que nacen con ambos sexos. Por ejemplo, un ovario y
un testículo. Lo que se conoce como hermafroditismo verdadero. Aunque
déjenme decirles que actualmente el tema del hermafroditismo ha ido
evolucionando y cambiando por el concepto de intersexualidad. Aunque en el
pasado se conocía como hermafroditismo.
—¿Y qué sucedía con los hermafroditas en el pasado?
—Desafortunadamente, a lo largo de la historia, las personas
intersexuales han sufrido mucho. Quemados en la hoguera, acusados de ser

demonios e incluso presentados en circos como fenómenos.


—¡Qué triste!
—Así es. Aunque también han formado parte de las refinadas cortes.
—¿En serio?
—Sí, los emperadores cansados de poseer a las doncellas más hermosas
del lugar, miraban a los hermafroditas como un tesoro que les permitía
experimentar sensaciones nuevas.
—¿Se convertían en prostitutas de los emperadores?

—Jajaja, algo así. Su deber era cumplir todas sus fantasías


—¿Y no estaban en contra de la homosexualidad?
—Yo no hablaría de homosexualidad, eso es un concepto más moderno.
Además, recuerda que en algún momento la ahora llamada homosexualidad no

era mal vista. Por ejemplo, en la Antigua Grecia, era cotidiano y normal que
los hombres mantuvieran relaciones sexuales.
Los alumnos suelen escuchar al doctor Terán con cierto morbo cuando habla
de intersexualidad. A pesar de ser aspirantes a médicos especialistas y tener
mente abierta, romper con los estigmas sociales, no es nada sencillo. Se
imagina lo difícil que es para los familiares de una persona intersexual lidiar
con el tema. Espera que a futuro se quite toda la percepción de anormalidad
que existe y se pueda concebir como una condición médica que puede tratarse.
—Para recapitular la clase anterior alguien me puede decir ¿qué

aprendimos de la historia de la intersexualidad la sesión pasada?


—Claro, profesor. Aprendimos que los intersexuales antes eran
denominados hermafroditas.
—¿Y de dónde viene el término?
—Viene de la mezcla de dos dioses griegos. Hermes que era el
representante de la masculinidad y Afrodita que representaba la feminidad.
—Muy bien. La clase de hoy quiero hablar de cromosomas. ¿Quién me

puede dar un repaso de los cromosomas femeninos y masculinos?


—. Los hombres tenemos cromosomas sexuales XY mientras que las
mujeres tienen XX.
—¿Y qué sucede con los intersexuales?

—Dependiendo el caso, hay quien tiene los cromosomas de una mujer


aunque presentan genitales externos ambiguos o viceversa.
—Exacto, ¿entonces por qué se dan estas diferencias?
—Por distintos eventos hormonales que suceden durante el embarazo o
condiciones médicas.
—Muy bien, pero es más complejo. ¿Alguien conoce el Síndrome de
Klinefelter?
—No, maestro.
—Se trata de una anomalía cromosómica en los hombres que les hace

poseer 2 o hasta más cromosomas X y uno Y.


—¿Y eso en qué los afecta?
—Principalmente ocasiona esterilidad. Ojo, estamos hablando de algo
relativamente común, 1 entre mil hombres que nacen tienen esta condición.
—¿Cómo ocurre?
—Se trata de una alteración genética que sucede cuando ocurre una
separación incorrecta de los cromosomas durante la meiosis o bien,
alteraciones durante las primeras divisiones del cigoto en el embarazo.

—¿Hay forma de saber si yo tengo dos cromosomas X?


—Claro, hay estudios como el cariotipo en sangre periférica. Sin
embargo, lo importante aquí es que muchas de las personas que tienen esta
condición difícilmente lo llegan a saber porque en ocasiones se confunde con

otras o bien, los padres nunca se imaginan que esto exista.


—¿No hay síntomas?
— Varios. Por ejemplo, los bebés pueden presentar una fuerza reducida
y dificultades al gatear en comparación con otros niños, al igual que retraso en
el lenguaje. En la adolescencia, una mayor acumulación de grasa en zonas
características de una mujer como el pecho o incluso la cadera, escasez de
vello, en fin, una baja concentración de testosterona.
—¿Y hay algo que se pueda hacer?
—Claro, se pueden hacer muchas cosas como una cirugía para reducir el

tamaño de los pechos y terapia hormonal de reemplazo para incrementar la


testosterona e incluso podemos removerles quirúrgicamente sus micro
testículos y colocarles unas prótesis testiculares a fin de mejorar su
autoestima. Sin embargo, lo importante aquí es abrir los ojos y preguntarnos,
¿cuántas veces la sociedad moderna ha señalado a los homosexuales como
enfermos sexuales sin preguntarse antes si en realidad se trata de un caso de
intersexualidad?, ¿cuántas veces has llamado maricón, puto o degenerado a
una persona homosexual?, ¿cuántas personas han tenido que esconder sus

preferencias sexuales durante toda la vida para evitar ser señalados? Lo que
sucede es más complejo que lo que la gente común piensa. Somos nosotros,
los médicos, quienes debemos hacer un cambio para que las sociedades
puedan entender que ser intersexual, no significa nada anormal.

—¿Y cómo lograrlo?


—Podemos comenzar dejando de hacer bromas de la gente homosexual,
por ejemplo. Hablando con los familiares y pacientes del tema, educando a la
gente cercana a nosotros: amigos y familia, para que entiendan el concepto de
intersexualidad.
—¿Todos los gays son intersexuales o tienen problemas de hormonas?
—No necesariamente. Como te decía en la clase pasada, influye también
el tema psicológico, la percepción que tenemos de nuestra propia sexualidad.
Incluso hay estudios que sugieren que la alimentación importa.

—¿La alimentación?
—En países más avanzados como Alemania, se ha descubierto que los
contenedores plásticos tienen sustancias que funcionan en el organismo como
estrógenos.
—¿Esto qué ocasiona?
—Imagínate una madre embarazada de un varón que está en constante
contacto con este tipo de plástico contaminado, toma agua en botellas
plásticas, calienta sus alimentos en contenedores de plástico. La cantidad de

estrógeno que consume ¿creen que no afecta al producto?


—No lo había pensado.
—Incluso también se ha presentado hormonas en alimentos como la
leche, que se proporciona a las vacas para que produzcan más. Todo esto

afecta al feto, generando casos de intersexualidad sin siquiera darnos cuenta.


—¿Es el Bisfenol A o BPA?
—Exacto. Y en los biberones de los niños también existe.
—¿Pero está comprobado?
—Desafortunadamente, vivimos en un mundo en donde es más
importante el consumismo que la salud. Las grandes empresas buscan
materiales que sean económicos para agilizar la producción sin importarles el
daño que les hacen a los consumidores. Lo veremos más en los próximos años
cuando se incremente el número de habitantes en el planeta. Hay estudios que

lo avalan, pero estas grandes empresas también hacen sus propios pseudo
estudios para evitar pérdidas millonarias. ¿Entienden? Es una pelea entre la
comunidad científica con recursos limitados y las compañías con recursos
económicos exorbitantes. ¿Quién creen que lleva la delantera?
—No quiero usar plástico nunca más.
—Haces bien, se soluciona sustituyéndolo por vidrio. Pero lo
importante aquí, el mensaje que les quiero transmitir en esta clase es mucho
más grande que todo. Nosotros como médicos no podemos nunca discriminar,

debemos ir más allá de las ideas de la gente común, trabajar día a día para
cambiar la percepción de la sociedad, eliminar estigmas sociales, religiosos,
históricos. Empezar desde nuestro entorno inmediato e ir ampliando nuestro
círculo. Tenemos el conocimiento que comprueba lo que sucede con los

intersexuales y transgéneros en la actualidad, hay que compartirlo por el bien


de nuestro país, por el bien de nuestro mundo. No hay porqué sentir vergüenza
o temor. No hay porqué señalar a la gente. No hay porqué mantener a la gente
intersexual en el encierro.
—Cuando conozcan a un niño que le llame la atención la danza y no el
futbol, si alguna vez tienen una hija que le guste vestirse como hombre, tomen
en cuenta que en muchas ocasiones, no siempre, podría existir una alteración
en el desarrollo sexual, un accidente que ocurrió en el proceso de la gestación
y se comienza a manifestar en la niñez. No todos son tan evidentes como en el

caso de las personas que nacen con vulva y pene a la vez, la mayoría de las
personas no se dan cuenta en la infancia, sino hasta que crecen y se percatan
que sienten atracción por alguien de su mismo sexo, que les gusta maquillarse
siendo varones, que no se sienten bien usando falda siendo chicas, esto causa
una terrible confusión y tristeza. Por esa razón siempre debe descartarse la
presencia de una alteración en el desarrollo sexual que puede pasar
desapercibida. Lo mejor que pueden hacer es nunca juzgarlos. Tolerancia,
queridos alumnos. Es la lección de hoy. Tolerancia.
9
Hoy es un día de fiesta para María Magdalena, no solamente porque cumple la
mayoría de edad, sino porque estrena un vestido nuevo. Las flores moradas
que cubren su cuerpo la hacen sentir bonita como una mujer. Su celebración

consiste en asistir al parque, rodeada de árboles, gente y perros, donde se


siente libre. Aún recuerda los años que pasó asomada por las rendijas de una
ventana sin poder respirar aire fresco. Se le revuelve el estómago al recrear su
existencia en Ánimas.
A lo lejos un hombre la mira. Sus gruesas cejas y su piel morena en
combinación con sus delineados labios la hacen sonrojar. Nunca había visto a
un hombre tan atractivo. Baja la mirada al tiempo que siente humedad en la
entrepierna. Respira profundo e intenta que los pensamientos cambien de
rumbo pero el peso de la mirada de aquél joven lo hace imposible. Se levanta

de la banca y se acerca a ella, María Magdalena quiere salir corriendo pero


sus piernas no la obedecen.
—Buenos días.
—Hola.
—¿Cómo te llamas?
—María. María Magdalena.
—Hermoso nombre. Yo soy Sergio.
—Mucho gusto.
—¿Qué haces tan solita en el parque?

—No sé.
—Me da gusto conocerte. ¿Te gustaría dar un paseo?
—¿Paseo?
—Caminar, platicar.

—Tengo que regresar a casa.


—Espera, no te vayas. Quiero hablar contigo.
—No puedo.
—¿Cuándo regresas al parque?
—Vengo los fines de semana.
—¿A la misma hora?
—Sí.
—Espero volver a verte.
María Magdalena camina apresurada sin mirar atrás. Aún siente calor en su

cuerpo y las mejillas sonrosadas. Seguramente pensó que soy una tonta. No
le pude decir lo que hacía en el parque. ¿Qué hubiera pensado si le digo que
me encanta ver a la gente pasear y tomar aire libre después de vivir 16 años
encerrada en una casa? Es tan guapo. Seguramente tiene novia. Muchas.
¡Qué tonta soy! Debí pasear con él. Quizá sea la única oportunidad que
tenga de conocerlo. Tonta, soy una tonta.
El olor a chocolate caliente al llegar a casa la hace alejarse de sus
pensamientos. Camila la espera con un pastel recién horneado de naranja.

Feliz cumpleaños. Sus compañeras del taller de costura preparan enchiladas


para acompañar la comida. Pensamos que regresarías más tarde. Ya casi
terminamos de cocinar. ¿Quieres un refresco? María Magdalena asiente,
agradece tener a sus amigas en el hogar, tener amigas. Sonríe aunque su

estómago aún siente una sensación agridulce por lo sucedido en el parque.


Cuéntanos otra vez, tus historias de Ánimas.
A la gente le encanta que María Magdalena cuente su pasado, quizá
porque hace sentir afortunado a cualquiera. Lo único que ha guardado en
secreto es la historia de su intersexualidad. Sabe que a las personas les
encanta hablar. Aunque juren que no compartirán un relato, la necesidad de
contar un chisme termina por generar una tentación demasiado fuerte para
cualquier ser humano. En Ánimas siempre se corren los chismes, ciertos o
falsos, llegan a oídos de todos los habitantes del pueblo.

Suena el timbre y Camila salta entusiasmada. Adoración entra por la


puerta cargando una caja de cartón con un moño rosado. María Magdalena la
mira con tristeza, su cabello se ha tornado de un blanco amarillento, su
espalda se ha encorvado y sus arrugas se han marcado aún más. Mamá. Corre
con los brazos extendidos, un abrazo sincero, por primera vez. Ella lo recibe
con lágrimas en los ojos. Nunca pensó que la extrañaría tanto.
—No puedo creer que hayas venido desde Ánimas por mi cumpleaños.
—Maldita chamaca. Sino vengo, tú ni te apareces por el pueblo.

—Tengo mucho trabajo, mamá.


—Pretextos.
—Gracias por venir.
—Toma te traje un regalo.

—Gracias, mamá.
María Magdalena abre la caja. Un suéter tejido a mano, como los que
usaba de pequeña, rosa el color de las niñas aunque ella ya es una mujer.
Gracias, mamá. Me encanta. Un escalofrío recorre su columna vertebral.
Tener a su madre cerca le hace recordar su infancia, su adolescencia
desperdiciada en 4 paredes. Siente lástima porque Adoración aún sigue
enclaustrada en un pueblo en donde el polvo enferma la mente de los
habitantes.
Regresar al parque o no. María Magdalena no está segura de querer volver.

Sin embargo se despierta temprano, trenza su cabello y se pone un vestido de


fiesta. ¿Qué hago si Sergio está ahí? No quiero que piense que lo estoy
buscando. Quizá sea la única oportunidad de volver a verlo. ¡Qué tonta soy!
Como si en verdad le interesara. Un hombre así no se fijaría jamás en una
mujer como yo, tan incompleta y fea. Si Blanca me escuchara estaría
decepcionada. Pero es la verdad, yo jamás podré ser como las otras.
Camina con la espalda encorvada hacia el parque y con la certeza de
que Sergio se olvidó de ella. Sólo quiere disfrutar una mañana de aire fresco.

Al llegar se detiene súbitamente, él está ahí con un ramo de flores en las


manos. Retrocede unos pasos con la intención de pasar desapercibida y toma
el camino de regreso, pero es demasiado tarde, él la ve y camina
apresuradamente para alcanzarla.

—María, María, espera.


—Hola.
—¿A dónde vas? Te estoy esperando.
—Tengo cosas que hacer.
—No seas mala, mira te traje unas flores. Siéntate un momento a mi
lado. Por favor.
—Está bien.
—¿Te gustan las flores?
—Me encantan.

—No son ni la mitad de lindas de lo que eres tú.


—Gracias.
—¿Quieres un café o un helado?
—No.
—No hablas mucho, ¿verdad?
—No con desconocidos.
—Bueno me presento otra vez, soy Sergio vivo a unas cuadras de aquí y
nunca había visto algo tan lindo como tú.

El monólogo de Sergio, deja a María Magdalena con una sonrisa


inevitable en el rostro. Él le cuenta su vida, dónde trabaja, qué le gusta hacer.
Ella en realidad no pone atención a sus palabras, le interesa más el
movimiento de labios al hablar, el tamaño de sus manos y los largos dedos, la

mirada intensa que la hace sonrojar. No sabe qué decir, no sabe qué contarle,
se limita a ver los movimientos que emite su pecho al respirar.
De repente siente miedo y en la mente aparece una serie de preguntas.
¿Qué voy a hacer si en realidad le gusto? ¿Me invitará a salir? ¿Descubrirá
lo que sucedió en el pasado? ¿Sentirá asco al saber lo que algún día fui?
María Magdalena quiere salir corriendo del parque se siente incómoda como
si la angustia le oprimiera el pecho, respira con dificultad, no sabe cómo
librarse de ese sentimiento.
—Me dio gusto conocerte, Sergio. Pero me tengo que ir.

—Ya veo, tienes novio.


—No.
—¿Esposo?
—Tampoco.
—Es sólo que tengo que ir a trabajar.
—¿En sábado?
—Sí, en sábado.
—Mi coche está estacionado aquí enfrente. ¿Puedo llevarte a casa?

—No, prefiero caminar.


—¿Puedo volverte a ver?
—Tal vez.
—Dame tu número.

—Vivo con mi tía.


—¿No te puedo llamar?
—Le preguntaré.
—¿Nos vemos el próximo sábado aquí?
—Está bien, pero ya me voy.
—Adiós María.

Las palabras de Blanca y el doctor Terán resuenan en su mente. María


Magdalena, tú eres una mujer normal. Jamás se había sentido tan insegura de

algo. Tiene ganas de hablar con su terapeuta, su amiga, pero conoce a la


perfección las palabras que le dirá. ¿Por qué tengo tanto miedo? Deseo
enamorarme. Pero no pensé que ocurriera tan rápido. ¿Qué pasará si me
rechaza, si juega conmigo? No quiero sufrir más, ya tuve suficiente. ¿Debo
intentarlo o no?
—Camila, ¿te has enamorado?
—Sí, niña. Hace mucho tiempo.
—¿Cómo supiste que era el indicado?

—¿Estás enamorada?
—No sé.
—Eso simplemente se sabe. Debes escuchar a tu corazón.
—Pero, tengo miedo.

—María, dicen que debes besar muchos sapos antes de conocer al


príncipe azul. Tu apenas eres muy joven. No debería darte miedo intentarlo.
En una de esas resulta que es el indicado. Cuéntame.
—Conocí a un chico en el parque.
—¿Es guapo?
—Mucho. Pero no sé, él quiere conocerme más, pero no sé qué decir. Lo
veo y me quedo muda.
—¿No te inspira confianza?
—No es eso. Es que me gusta mucho.

—Debes darte la oportunidad de conocerlo, platicar con él. ¿Ya te invitó


a salir?
—Me pidió mi teléfono.
—¿Y se lo diste?
—No.
—Muy mal, debes intentarlo. En una de esas es el indicado.
—Estoy confundida.
—Platica con él. Tú sola te darás cuenta.

—Gracias, Camila.

Es de noche en el parque y María Magdalena se encuentra desnuda. Hace frio


y sus pezones se endurecen. Como siempre, el señor que vende helados la

mira fijamente. Un niño pasea con un globo frente a ella, pero no se percata de
su existencia. Sergio baja de un automóvil y camina al lugar en que se
encuentra. Ella baila al compás de una música suave, se siente hermosa.
Una banda toca en una esquina del lugar, celebrando la unión que está
por suceder. Sergio se acerca a ella y la abraza, a continuación comienza a
bailar mirando sus ojos. La mirada del hombre recorre el cuello de María,
baja por los pechos y se llena de deseo, mira su vientre y llega a la
entrepierna. La música deja de sonar y él cambia de semblante. La sorpresa y
el asco que refleja su rostro, duelen como un golpe en el estómago. Da unos

pasos atrás.
María Magdalena siente vergüenza al mirar su pene erecto, no puede
sostener la mirada de desaprobación de Sergio, comienza a correr sin mirar
atrás. Un camión de mudanzas golpea el cuerpo desnudo de la mujer que
atraviesa la calle sin precaución. Se acerca un señor de bigote a auxiliarla.
¡Ayuda! Llamen a una ambulancia. Un hombre herido. Ella escucha las
palabras y quiere gritar. Yo no soy un hombre, soy una mujer, una mujer, pero
no puede.

Despierta con la espalda mojada en sudor. No, yo no soy hombre, nunca


lo fui. Odio soñar. No quiero volver a dormir nunca. Piensa en Sergio, es
sábado una vez más y seguramente irá a esperarla al parque. Esta vez debo ser
fuerte. Tengo que besar al sapo para ver si se convierte en príncipe. No

dejaré que mi pasado arruine el presente. El futuro, él puede ser mi futuro.


El vestido azul en el que estuvo trabajando durante toda la semana está
listo. Es más ceñido que los que usa habitualmente por lo que sus senos se
marcan más. También es más corto que las demás prendas que guarda en su
armario. Pone crema en sus piernas para hacerlas brillar y por primera vez usa
lápiz labial, el que le regaló Camila en su cumpleaños número 18.
Llega al parque a la hora habitual y espera a Sergio, él no está. Los
minutos se hacen eternos mientras busca entre la gente, al joven de ojos
grandes. El ánimo decae al no vislumbrar su presencia. Seguro que no vendrá.

Ya me había ilusionado mucho. No, no le intereso. Un hombre tan guapo no


se fijaría en alguien como yo. María Magdalena eres una tonta. ¿Cómo
pudiste pensar que se enamoraría de ti? Sus pensamientos son interrumpidos
por una voz masculina como aquella de los protagonistas de las radionovelas.
María, buenos días. Ella voltea sorprendida y sin pensarlo, lo besa. Un beso
apretado con los labios cerrados.
—Wow, María.
—Perdón.

—No, no tienes que pedir disculpas. Ven, deja abrazarte. ¡Qué guapa te
ves con ese vestido!
—Gracias.
—No tienes que agradecerme, ¿quieres ir por un café?

—Vamos.
Jamás se había sentido tan feliz. Al regresar a casa María Magdalena siente
una energía nunca experimentada. Se mira en el espejo, se siente bonita, pasa
las manos por su cuerpo y agradece ser una mujer. Se acuesta en la cama a
repasar cada palabra que Sergio le dijo, su risa, su mirada, la forma en que
entrelazan las manos al caminar. Suspira profundamente al recordar el beso de
despedida, tan suave. No como el primero que le dio, forzado y sin
sentimiento.
¿Se habrá dado cuenta que no sé cómo besar? Yo creo que sí, ya ha de

tener experiencia. Pero no importa, lo volvimos a intentar y fue maravilloso.


Ya quiero verlo otra vez. ¿Cuándo me llamará? Espero que no tarde. Tal vez
pueda invitarlo a comer a mi casa. No, es muy pronto. ¿Le gustará a
Camila? Seguro que sí. ¿A quién no puede gustarle un hombre tan
encantador? Sergio, mi Sergio.
La sonrisa en el rostro de María Magdalena es inevitable. Sale a pasear
con Camila, van por un helado y se sientan a platicar en una plaza. Ella simula
escuchar a su tía, pero en realidad, sólo tiene una imagen en la mente: el rostro

de Sergio en distintas facetas. Sergio sonriendo, Sergio mirándola a los ojos,


Sergio moviendo las manos al platicar, Sergio besándola.
10
Muchos de sus amigos aseguran que si fueran mujer serían bien putas, pero
Sergio agradece haber nacido varón. El mayor de cuatro hermanos siempre fue
el consentido de sus padres quizá por ser el mejor parecido, porque siempre

obtuvo buenas calificaciones o porque la vida siempre le resultó fácil. Durante


la niñez sólo necesitaba acercarse a su madre para obtener lo deseado: un
nuevo juguete, una mascota, un curso para aprender a tocar guitarra.
En la adolescencia, su banda de rock le aseguró aquello que para
muchos jóvenes resultaba complicado: chicas por montón. Las mujeres se
acercaban después de cada concierto para obtener un autógrafo, un beso o
proporcionarle sus números telefónicos. A él le gustaban más las hembras
mayores en esta etapa de su vida. Usaba a las niñas de su edad para que lo
llevaran a sus casas y poder enamorar a las madres.

No hay nada mejor que la experiencia, decía Sergio cuando contaba sus
aventuras con mujeres maduras. Yo no estoy para niñas, tienes que tratarlas
bien, consentir sus caprichos, invitarlas al cine. Todo para que al momento
de llevarlas a la cama se comporten como una piedra. Me choca tener que
hacer todo yo. En cambio, a las señoras les gusta experimentar, están
aburridas de sus estúpidos maridos y les gusta tomar la iniciativa. Deberían
probarlo, de verdad es otra cosa.
Al pasar el tiempo, durante la Universidad, Sergio comenzó a tratar a
chicas más jóvenes y encontró en sus cuerpos firmes, una nueva afición:

acostarse con mujeres de diversas anatomías. Primero se obsesionó con


aquellas que tenían un trasero redondo y caderas anchas. Paseaba por los
pasillos de la escuela comparando el tamaño de las pelvis e imaginando cómo
se verían desnudas.

Meses después, se interesó por los senos. Incluso creó su propia


clasificación: limones, naranjas, toronjas, melones o sandías. Aquellos
redondos, con forma de gota o los que miran para afuera. Pezones grandes,
medianos o pequeños de color rosado, café u obscuro. Como conclusión sus
favoritos fueron las toronjas (tamaño medio), redondas, con pezones chicos de
color obscuro.
Su siguiente investigación consistió en determinar si la altura y el
tamaño de las caderas podrían determinar la estrechez de la vagina. Su
experimento concluyó una noche de borrachera que terminó acostándose con la

más obesa de la generación, que a pesar de sus dimensiones, sus apretadas


paredes vaginales lo hicieron experimentar un orgasmo sin precedentes. Pese a
las sensaciones experimentadas, nunca volvió a dirigirle la palabra. Para
Sergio, el sexo era simple diversión.
La música de The Beatles y la época de libertad sexual cortesía de los
hippies fueron su estandarte durante los años en los que se convirtió en
Contador Público. Dejo a un lado la guitarra que tocaba en la adolescencia y
la intercambió por las curvas de los cuerpos de las mujeres que enamoraba

todas las noches en bares, en los pasillos de la escuela o en la biblioteca.


Quizá lo más difícil era deshacerse de ellas después de una noche de
fiesta. Pero con lágrimas de hipocresía les hacía entender que sus estudios
eran más importantes para él y que no estaba listo para una relación. Quizá en

el futuro, si el destino lo permite, podamos intentar algo más, les decía.


Ellas accedían con una sonrisa hasta el momento en que por chismes, se
enteraban que se había acostado con alguien más. Entonces lo odiaban.
Al salir de la universidad, Sergio encontró un trabajo fácilmente. Su
carisma lo ayudaba a negociar un buen puesto, incluso aún sin contar con la
experiencia requerida. La vida seguía siendo sencilla para él. La oficina se
convirtió en el lugar para experimentar sus fantasías sexuales. El cuarto de la
copiadora, el baño de las mujeres, del despacho de su jefa, cualquier rincón
podía ser útil para el sexo.

Quizá por eso tuvo que cambiar de empleo en varias ocasiones, pero eso
no le resultaba complicado. Con el tiempo adquirió la madurez para no
mezclar sus encuentros sexuales con la nómina, prefería buscar mujeres en los
bares y tras una breve relación basada en sexo, desaparecer de sus vidas sin
generar ninguna repercusión. Le era demasiado sencillo encontrar con quien
pasar la noche.
Agosto es un mes que nunca podrá olvidar. Un domingo por la tarde se
encontraba recuperándose de la noche de fiesta anterior cuando sonó el

teléfono. Le informaron que Mariana había muerto. Tardó unos momentos en


recordar quién era esa chica hasta que su mente reaccionó. Un jueves al salir
de la oficina decidió ir al bar, ahí encontró a una joven de trenzas que llamó su
atención. Ya era mayor de edad, aunque se veía más chica. Hola, me llamo

Sergio. ¿Te puedo invitar un trago? Ella dijo que sí.


Tras una serie de tequilas la chica quedó casi inconsciente. Él la llevó a
su departamento ya que no sabía dónde vivía. La acostó en la cama, le quitó la
ropa vomitada y durmió a su lado. Al despertar escucho gritos. ¿Qué sucedió?
¿Qué me hiciste? Mis padres deben estar buscándome. Necesito ir a casa.
Eres un animal. Sergio intentó tranquilizarla, pero Mariana no lo escuchó. Le
pidió un taxi para que la llevara a su hogar. Nunca volvió a saber de ella.
No recordaba que le había proporcionado su número telefónico el día
que se conocieron. Llámame si quieres salir conmigo, nena. Pero antes me

gustaría conocerte más a fondo, no sé, quizá podamos seguir la fiesta en mi


departamento. No seas tímida te va a gustar, sólo vamos a platicar un poco,
conocernos más. No te preocupes, yo te llevo a tu casa después, tus padres
no se darán cuenta, seguro ya están dormidos.
Ella se había quitado la vida con una sobredosis de pastillas que su
mamá usaba para conciliar el sueño mientras escuchaba Hey Jude. Los padres
nunca creyeron la historia de Sergio, él nunca la tocó, sólo la llevó a su
departamento porque estaba inconsciente. Ojalá tengas una hija y conozca a

alguien como tú, dijo la madre de Mariana. No, él nunca tendría hijos, no
soportaría que alguien lastimara a su hija o que su hijo dañara a las chicas,
como él lo hizo.
Sergio,

Nunca podré perdonar lo que hiciste. Me dijiste que no habías


conocido a alguien tan linda, me hiciste sentir especial. Fue sólo una noche,
pero aún recuerdo tus besos. Cada día pienso en ti. Me duele saber que
nunca llamarás. Me niego a creer que sólo fui un trofeo más, una mujer de
una noche. Te llamo, pero no me atrevo a decir hola y mejor cuelgo. Yo
jamás había estado con alguien. No lo soporto. Lo siento.

El día que Sergio conoce a María Magdalena ya han pasado ocho meses de la
muerte de Mariana. Aún se siente culpable por el suicidio de la chica aunque

entiende que ella tenía un problema interno, como le ha hecho ver su terapeuta.
No, no es mi culpa aunque lo sienta así. Es sólo que me hubiera gustado
hacer algo por ella, ayudarla. No es posible que una chica tan bonita y
joven se haya quitado la vida.
Sus reflexiones en una banca del parque se ven interrumpidas cuando se
percata de la presencia de una joven de vestido floreado. Jamás había visto a
alguien tan atractiva. Su pene reacciona al segundo ante la belleza de la mujer.
No es una belleza habitual, es algo en la forma de su rostro y de su cuerpo que

la hace excepcional, diferente a las mujeres que había conocido.


La primera reacción que tiene es levantarse de la banca y platicar con
ella, no puede perderla. Intenta concentrarse en el ruido de los autos para
evitar la erección, pero le es imposible. Lo bueno que el suéter me tapa,

piensa. Conforme se acerca, su corazón se acelera. Jamás había sentido


tantos nervios, es sólo una chica, ¿qué me pasa? Sergio concéntrate que va
a pensar que eres un inexperto. Un tonto.
Su olor lo transporta a un paraíso, no es la típica esencia que despiden
las mujeres a flores y frutas, es un perfume más terrenal. Una mezcla de
madera y limón. Sus manos son grandes, se las imagina rodeando su pene, pero
la imagen desaparece al escuchar la palabra. Hola. Se concentra en su voz
ronca, que a pesar de ser grave le parece música celestial.
Su ancha espalda sostiene unos senos medianos y redondos, como los

que más le gustan, se imagina sus pezones oscuros y su pene crece aún más.
Intenta adivinar el tamaño de sus caderas, pero el vestido suelto lo hace
imposible. Entonces se detiene en sus muslos torneados y siente que sus
testículos van a explotar. No sabe si la joven se da cuenta de lo mucho que le
cuesta tener una conversación ordinaria en esa situación, pero hace su mayor
esfuerzo por ser afable.
Quiere llevarla a la cama en ese momento, no sólo quiere, lo necesita.
Pero la joven no parece responder a su galanteo. Sale huyendo como si la

estuvieran esperando un marido celoso o como si su presencia le resultara


repulsiva. Le recuerda a Mariana por su inocencia. A pesar de su sexualidad
desbordante, se da cuenta de la timidez de la chica. Por lo que prefiere no
insistir y dejarla ir. No sin antes asegurarse de que la volverá a ver. El

siguiente fin de semana, todos los fines de semana, no dejará de asistir al


parque en busca de su María.

Toda la semana la pasa inquieto, se termina un paquete entero de pañuelos


desechables limpiando su pene cada noche en que se masturba pensando en
ella. Se ha vuelto una obsesión, a pesar de verla simplemente unos minutos.
Sus ojos negros se aparecen en sueños, enmarcados por las gruesas cejas que
hacen aún más interesante su mirada, una mezcla angelical y sexual.
Evoca su olor, lo compara con el de campos verdes, perfumes del aire,

postres exóticos. No tiene semejanza a nada olido en el pasado. La imagen de


su cabello negro, ya no trenzado como la conoció, sino suelto, cubriendo sus
senos y parte de su abdomen, lo distrae en el trabajo. No puede entregar los
reportes que debe, sólo puede pensar en María, su vagina, sus manos grandes,
su espalda.
Llega el sábado y se despierta a las 6:00 de la mañana, demasiado
temprano para un fin de semana. Intenta desayunar un plato de cereal pero no
tiene hambre de alimento sólo de ella. Las horas pasan lentamente mientras se

prepara para regresar al parque, piensa llegar temprano y esperar hasta que
ella aparezca. Toca su pene, una, dos, varias veces para no llegar excitado a la
cita, aunque presiente que no funcionará
¿Flores? Quizá es demasiado para la primera cita. ¿Cita? ¿Qué

diablos me pasa? No es ninguna cita. ¿Qué tal si le llevo flores y se asusta?


Puede pensar que soy un degenerado que sólo quiere acostarse con ella.
Pues sí, pero no se debe notar. A las chicas les gustan las flores. ¿Qué te
sucede Sergio? Tú no eres de los que regala flores y chocolates. Quizá haya
cambiado y esté preparado para enamorarme. ¿Enamorarme yo? ¡Qué va!
Necesito acostarme con María, eso es lo que necesito. Y ya se me pasará.
Otra vez salió corriendo, me dijo que no tiene novio ni está casada, pero
¿por qué huye? Quizá no le gustó. ¿Cómo no le gustó? No creo. Vi sus
pezones erguidos mientras platicamos, seguramente también me desea. ¿O

será que hacía frío? ¿Qué tiene esa mujer que me trae como loco? No lo
entiendo. Necesito volver a verla. El próximo sábado, no sé cómo voy a
sobrevivir una semana más sin ella.
Es jueves y Sergio se reúne con los amigos en un bar. La mesera, una
rubia con pecas en la nariz, le escribe en una servilleta un mensaje. Salgo en
un par de horas, ¿te gustaría acompañarme a casa? Todos sus compañeros
lo felicitan. ¡Qué suertudo! La chica tiene una piernas de 10. Pásanos un
poco de tu suerte. ¿No tendrá amigas que nos pueda presentar?

Sergio espera a la chica, no tanto porque tenga ganas de hacerlo, sino


porque no quiere poner en duda su virilidad. La lleva a casa en su auto y antes
de bajar del vehículo la besa apasionadamente. Su pene no reacciona, a pesar
de que la chica toma una mano y la pasea por sus senos. Se siente cansado y

hace un esfuerzo por no bostezar mientras ella gime al tiempo que mueve sus
dedos debajo de la pequeña tanga de encaje.
—Lo siento, me tengo que ir.
—¿No quieres pasar a casa? Tengo una botella de vino enfriándose en el
refrigerador.
—Mañana tengo que trabajar temprano.
—Entonces podemos saltarnos el vino. No nos llevará mucho tiempo.
—Me siento cansado.
—Anda, Sergio. Te deseo.

—En otra ocasión.


—¿Qué te pasa?
—Nada.
—No habrá otra ocasión.
No puede ser que haya rechazado a una chica así. ¡Maldita María! Ya
sal de mi mente. ¿Qué me estás haciendo? Bruja, eso es lo que eres. Sólo
una vez más iré a rogarte. No pienso pasar mi vida en ese maldito parque,
esperando a que me rechaces. Una sola vez, María. Deberían de encerrar a

las mujeres así. No puede ser posible que las dejan sueltas con su cara de
inocencia. Brujas, eso es lo que son.

El sábado se vuelve a levantar temprano, sin necesidad de usar el despertador.

Con el ánimo bajo y pocas esperanzas prepara el desayuno que come a


medias, toma un baño y se rocía extra loción. Camina al parque mirando al
suelo, con actitud derrotada, como si supiera el desenlace de su historia con
María Magdalena. La ve y vuelve a sentir el arrebato de pasión que genera su
cuerpo, se acerca a ella para sentir un apretado beso.
¡Nunca me habían dado un beso tan feo! Casi me rompe un diente.
Sólo aventó la cabeza y estrelló sus labios cerrados con los míos. Incluso,
con el beso más feo de la historia, me conquistó, por lo menos a mi pene que
está tan hinchado que no puedo controlarlo. ¡Ay, María! ¿Qué diablos tienes

que produces en mi tanta excitación? ¿Tus ojos? ¿Tus manos? ¿Tus senos
redondos?
Otra vez vuelve a tocarse para ver si reduce el dolor de testículos.
Pensando en la mañana que pasaron juntos, su olor a madera y limón, su
cabello negro azabache, los ojos inocentes y llenos de deseo a la vez. Se
siente feliz porque sabe que el cuerpo de María también reacciona a su
presencia. Cuando se levantó al baño, pudo observar una mancha húmeda en la
silla, estaba tan excitada como él.

Aunque sabe que no le será fácil llevarla a la cama, primero debe ganar
su confianza. María no es como otras mujeres, es similar a Mariana, de
aquellas chicas a las que se les debe brindar protección y respeto, que tienen
una vida interna descompuesta y merecen un hombre que les ayude a reparar su

corazón roto. ¿Qué secretos escondes?, María. ¿Qué hacer para que te
enamores de mí?
Sergio se sorprende teniendo pensamientos nuevos. ¿Será acaso que
está cambiando? ¿María había llegado a su vida para convertirlo en un
nuevo hombre? Quizá sólo era el deseo que sentía por ella, lo que lo hacía
pensar de manera distinta. No sé qué sucede, pero gracias por llegar a mi
vida. Ahora tengo claro lo que quiero. Te quiero a ti, María.
11
Un grupo de enfermeras cuchichean al ver a un hombre pasar. Nunca habían
visto a alguien tan atractivo cruzar por los pasillos del hospital. Buenos días
señorita, dice con voz grave y sonrisa coqueta. Estoy buscando al doctor

Terán. La joven recepcionista se sonroja y le pregunta su nombre. Sergio,


Sergio Reyes. Le indica que tome asiento mientras las piernas tiemblan
incontrolablemente.
Adelante, señor Reyes. Llámame Sergio. Cruzan el eterno pasillo que
lleva al consultorio del doctor Terán. La chica va concentrada en cada paso,
siente que en cualquier momento puede tropezar y busca evitarlo a toda costa.
Mira la pared de enfrente para eludir las manos gigantes, el cabello espeso, la
mirada penetrante y los dientes perfectos de su acompañante.
—Buenos días, doctor.

—Buenos días, Sergio. Toma asiento, por favor.


—Soy el prometido de María Magdalena.
—Lo sé, me ha hablado maravillas de ti.
—Estamos muy enamorados. La boda se acerca, pero ella insistió en que
debo hablar con usted.
—Claro, yo mismo se lo pedí.
—Aquí estoy, soy todo oídos.
—Mira, Sergio. No sé si conoces la historia de María Magdalena. Ella
es una mujer que ha logrado superar muchos obstáculos que se le han

presentado en la vida. No la ha tenido fácil. Para mí en lo particular, es un


gran orgullo haber formado parte de su transformación.

—Sí, entiendo. Conozco la historia, su encierro en Ánimas, su mudanza


a la ciudad, cómo consiguió trabajo.
—Sí, exacto, pero dentro de la historia, hubo un proceso médico que se
le realizó para equilibrar sus hormonas, terapia psicológica e incluso una
intervención quirúrgica llamada vaginoplastia o neovagina.
—¿Qué es eso, doctor?
—María Magdalena no tenía bien formadas la vagina, sus paredes
vaginales eran muy estrechas y con poca profundidad por lo que realizamos
una operación. Dime, Sergio, ¿han tenido relaciones sexuales?

—Sí, al principio fue muy difícil. Era muy doloroso para ella. Yo pensé
que era porque era virgen, pero poco a poco fue cambiando y para ser sincero,
hoy no puedo dejarla en paz.
—Lo entiendo. Es debido a esta intervención que su vagina es estrecha y
que de inicio presentara dolor. Pero como tú dices, sólo se requiere tiempo y
práctica.
—Para eso estoy, doctor.
—¿Has notado que María Magdalena no tiene periodo menstrual?

—Sí, y la verdad es algo que me encanta. Muchas mujeres con las que
solía salir antes no querían tener relaciones en esos días por pena y con ella
no pasa eso.
—Claro, si lo ves así, es una ventaja. ¿Qué es lo que más te llama la

atención de María Magdalena?


—Ella no es como cualquier mujer. Tiene una sexualidad diferente,
podría decir que casi el mismo deseo sexual que yo, lo cual es difícil de
encontrar. Es una mujer fuerte físicamente pero a la vez muy delicada por todo
lo que sufrió en el pasado. Y bueno, para ser sincero, su vagina es un paraíso.
—¿Sabes que María Magdalena nunca podrá darte hijos?
—Lo sé, pero a mí no me importa. Nunca me percibí como padre y ella
tampoco tiene ese deseo maternal.
—Eres muy joven, ¿estás seguro que eso no cambiará?

—Estoy seguro, mi vida entera es María, no necesito nada más.


—Me da mucho gusto escuchar eso, mira, María Magdalena nació sin la
capacidad de concebir hijos y eso no va a cambiar. Sólo quiero que estés
consiente.
—No se preocupe, doctor. Le repito, no me interesa ser padre.
—Muy bien, Sergio, ahora que estás consciente de lo que le sucedió a
María, te felicito porque te vas a casar con una gran mujer.
—Muchas gracias.

Sergio sale del hospital y el grupo de enfermeras en los pasillos se


incrementó. Ya se corrió el rumor de que un hombre excepcionalmente
atractivo está visitando al Doctor Terán y todas esperan verlo pasar. Él sale
sonriendo del consultorio, las mira fijamente a los ojos y sigue su andar. ¡Qué

guapo! ¡Qué mirada! ¡Qué sonrisa! ¡Lo que daría por tener a alguien así!
¿Será soltero? Tal vez es modelo o actor. ¡No te vayas!

Nunca había sido tan feliz, piensa María Magdalena mientras toma el
taxi que la lleva al consultorio del doctor Terán. Con su cabello trenzado, un
vestido floreado y el perfume que le regaló Sergio, se siente una mujer
completa. Va recordando la noche anterior en brazos de su amado, cada
imagen que llega a la mente la hace sonreír. No se da cuenta que ya arribó al
hospital hasta que el taxista se lo indica.

—Buenos días, me espera el doctor Terán.


—Claro, María, por aquí.
—Doctor.
—Mi bella María Magdalena, qué gusto me da verte por aquí.
—Ya te extrañaba.
—Yo también, doctor, muchas veces pensé en venir a visitarlo, pero me
daba miedo entrar otra vez al hospital. Recordar.
—No, niña. Nada que temer. Todo lo que sucedió aquí fue para bien.

Mira, ve qué hermosa te has puesto.


—Gracias a usted.
—No, gracias a tus ganas de vivir.
—¿Cómo le fue con Sergio?

—No hay nada de qué preocuparse. Él está enamorado de ti y no quiere


tener hijos. ¿Tu cómo te sientes con él?
—Tan feliz que no puedo explicarlo.
—Te lo mereces.
—No, doctor. En serio jamás creí que pudiera sentirme así. Y todo es
gracias a usted. De verdad no he tenido la oportunidad de agradecerle cómo
cambió mi vida.
—Mira María. Lo más satisfactorio que tiene la profesión de médico es
precisamente ayudar a la gente. Tu caso me cambió por completo a mí

también, porque me dio la oportunidad de ayudar a que una chica tan hermosa
como tú tuviera una transformación enorme en su vida. Y para mí, no hay
mayor satisfacción que eso, verte feliz y realizada.
—Yo sé que ya me ha ayudado demasiado. Pero quiero pedirle un último
favor.
—Lo que tú quieras.
—¿Quiere ser mi padrino de bodas?
—Encantado.

María Magdalena decide tomar el camión. Ya no tiene necesidad de hacerlo,


porque Sergio la enseñó a manejar, pero quiere homenajear al pasado. Una
cruz en el camino sinuoso le hace recordar a su padre. Si tan sólo viera a la

mujer en la que me he convertido, piensa. Estaría orgulloso de mí. Cierra los


ojos para recordar el tiempo que pasaban en la tienda de abarrotes y a sus
hermanas Elena e Inés jugando a tomar el té.
La imagen de una chica tímida vomitando la distrae de estos
pensamientos. La percibe vulnerable, frágil y asustada. Ya no es la misma
chica bajo la protección de su madre, que miraba curiosa, a través de la
ventana, un mundo negado. Ahora mira por los cristales con nostalgia como si
viera una película y la protagonista fuera la María Magdalena del pasado.
Al llegar a Ánimas se siente segura de caminar por las calles, no

percibe miradas morbosas de la gente, camina como una mujer más. No sabe
si la gente la reconoce o no, pero no le importa. Se detiene frente a la iglesia y
recuerda la primera vez que vio el edificio y el impacto que le causó. Era la
construcción más alta del pueblo, parecía que el mismo Dios la había creado.
Camina por las calles y mira a las parejas tomadas de la mano. Ya no le
causa envidia, más bien le recuerdan a Sergio y las ganas que tiene de regresar
a sus brazos. Pasa por la botica y se pregunta si aún sigue vivo el mudo que
supuestamente le quitó la virginidad. Agradece que hayan inventado esta

historia porque de otra manera, seguiría encerrada en casa de su madre.


Mira las ventanas por las que conoció el mundo, aún siguen cubiertas
por tablones de madera, pero conservan los orificios por donde miraba a la
gente pasar. Se siente tan lejana a su pasado, que ya no le causa dolor. Toca la

puerta y escucha el grito de su madre. ¿Quién diablos es? A esta hora. Soy yo,
mamá, María Magdalena. Abre la puerta y sus ojos se inundan.
—Mi niña, mi María. ¿Por qué no me avisaste que venías, chamaca?
—Quería darte una sorpresa.
—Pues sí que me sorprendiste. Ya me estaba enojando que vivieran a
molestar a mi casa.
—¿Nunca vienen?
—No, ya sabes que les tengo prohibido acercarse. Chismosos.
—Te traje unos dulces.

—Gracias, hija. Y dime, qué milagro que te acuerdas de tu mamá.


—Yo siempre me acuerdo de ti.
—Pero nunca vienes.
—Ya sabes he estado muy ocupada en el taller, además te traigo
noticias.
—¿Y ahora?
—Me voy a casar. Conocí un hombre maravilloso. Se llama Sergio y
estamos enamorados.

—Hija, no sé qué decir. ¿Sabe tu historia?


—Sí, mamá. Incluso habló con el doctor Terán.
—Me da mucho gusto, hija. Espero sea un buen hombre.
—El mejor, ya lo conocerás.

—Tal vez, hija. Tal vez.

La noche cae y María Magdalena duerme en su habitación. El ruido de


un grillo la hace despertar. Voltea y ve a su madre roncando en la cama de al
lado. Recuerda todas las noches de insomnio en las que recordaba la radio
novelas para no ahogarse de tedio. Ahora ya no necesita la ficción, tiene su
propia historia de amor que mantiene a sus pensamientos ocupados.
La última noche que pasa en su antigua casa transcurre lenta, el sonido
del tic tac ya no le molesta, sólo la arrulla. De madrugada sueña con el día de

su boda, un vestido blanco ceñido al cuerpo, muestra las curvas de mujer a


todos los asistentes. Al fondo del pasillo ve a Sergio con sus hermosos ojos
risueños esperándola para convertirla en esposa. Entre sueños escucha un
suspiro profundo pero no quiere despertar.
El sol se cuela por los orificios de la ventana indicándole que es
momento de abrir los ojos. Voltea a ver a su madre que yace aún dormida, se
acerca para despertarla pero no reacciona. Prende la luz y ve su rostro, a
pesar de la palidez, se dibuja una sonrisa de satisfacción. Adoración muere

llevándose los últimos vestigios del pasado de María Magdalena.


Epílogo
La insólita historia de la mujer que se negó a ser hombre es una novela
basada en hechos reales. Los nombres de los personajes fueron modificados,
así como la ciudad de origen de este relato. Sin embargo, se conservó el

nombre del Doctor José Terán Dávila, quien formó parte del equipo médico
que transformó la vida de cientos de pacientes intersexuales (con alteraciones
congénitas en la diferenciación y desarrollo sexual) en su natal Venezuela.
Juntos aceptamos la aventura de crear esta novela cuyo caso fue
publicado en una revista médica de ginecología y obstetricia, obteniendo el
reconocimiento de la comunidad científica nacional. En la década de los
ochenta, en Venezuela, el Doctor Terán y su equipo eran de los pocos médicos
especialistas en tratar las alteraciones de intersexualidad en su país,
contribuyendo a realizar las primeras intervenciones quirúrgicas para

proporcionar una mejor calidad de vida a las personas con genitales ambiguos
y fundando la primera Unidad de Endocrinología y Biología de la
Reproducción Humana en la Maternidad “Concepción Palacios”.
Antes de este momento, los individuos intersexuales estaban orientados
a vivir una vida de vergüenza, miedo, inseguridad, ignorancia y a ser
señalados por la sociedad como seres diferentes o bien, destinados a ocultar
su condición de por vida. Es por esto que La insólita historia de la mujer que
se negó a ser hombre es un homenaje a los grandes científicos como el Doctor
Terán que dedican su vida, a la investigación y a la práctica médica innovando

en campos con poca o nula experimentación previa. Varias decenas de


publicaciones científicas en libros y revistas médicas nacionales e
internacionales, así como conferencias dictadas en múltiples congresos
médicos, avalan su ardua labor; también la publicación de dos libros de texto

que son de lectura muy frecuente por médicos especialistas en el área de la


ginecología y endocrinología; igualmente, ha sido galardonado en dos
ocasiones con el Premio nacional de medicina “ Dr. Luís Razetti” otorgado
por el Colegio de Médicos del Distrito Federal de Caracas y la Federación
Médica Venezolana, respectivamente. Actualmente, el Doctor Terán está
jubilado, pero continúa su gran labor en un hospital — clínica particular en
Caracas en donde sigue cambiando la vida de sus pacientes.
Este proyecto es una colaboración México – Venezuela, con la esperanza
de que el lector pueda ver a través de los ojos de María Magdalena, los

sentimientos de una persona intersexual y la complejidad de la vida que se les


presenta a familiares y pacientes con genitales ambiguos. Con la intención de
que comprendamos que existe una solución para estos casos que llena de
esperanza a los pacientes.
Se trata de un llamado a la tolerancia también, hacia todas aquellas
personas que sienten que son mujeres atrapadas en cuerpos de hombres y
viceversa. A entender, que existen accidentes en el proceso de gestación
(muchos de ellos tan sutiles que nunca se perciben físicamente) que ocasionan

confusión y tristeza en las personas involucradas, ya que no logran comprender


por qué son diferentes a los estándares de las sociedades, ocasionando
incluso, depresión y suicidios.
Aún en la época actual, existen millones de Marías Magdalenas que

viven en el encierro, físico o emocional, que sufren día a día el sentirse


diferentes, que no saben manejar su intersexualidad. Para ellos también, es
esta novela.
Olivia Aguayo

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