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Alvarez, A: ‘Resignificando los

Resignificando los conceptos de la higiene: el


conceptos de la higiene: surgimiento de una autoridad
sanitaria en el Buenos Aires de los
el surgimiento de una años 80’. História, Ciências, Saúde
— Manguinhos, VI(2): 293-314, jul.-
autoridad sanitaria en el out. 1999.

Buenos Aires de los años El trabajo aborda la emergencia de

80 una autoridad sanitaria en la ciudad


de Buenos Aires a fines del siglo XIX
sobre la base de las ideas del
Resignifying hygienic higienismo decimonónico. Se
enfocan las innovaciones de tipo
concepts: the establishment científico-técnicas y políticas que se
introdujeron y el rol que ejerció el
of a sanitation authority in proceso de profesionalización de la
medicina en esta institución. La
Buenos Aires in the 1880s fisonomía que adquirió la política
sanitaria en la ciudad de Buenos
Aires, entre fines del siglo XIX y las
primeras décadas del XX, sirvió para
configurar un sistema de normas y
arquetipos del cuerpo humano y su
bienestar físico y mental.

PALABRAS CLAVES: higiene, Buenos


Aires, Asistencia Pública.

Alvarez, A: ‘Resignifying hygienic


concepts: the establishment of a
sanitation authority in Buenos Aires
in the 1880s’.História, Ciências,
Saúde — Manguinhos, VI(2): 293-
314, July-Oct. 1999.

The late nineteenth century saw the


establishment of a sanitation
authority in Buenos Aires, grounded
on the ideas of nineteenth century
hygienics. The article focuses on the
scientific technical and political
innovations that were introduced
and on the role that the process of
medical professionalization played
within this institution. The features
of sanitation policy that came to
prevail in Buenos Aires at the turn
on this century helped shape a
system of standards and archetypes
regarding the human body and its
physical and mental well-being.

KEYWORDS: hygiene, Buenos Aires,


Public Assistance.

Adriana Alvarez

Departamento de Historia, Facultad de


Humanidades, Universidad Nacional de Mar del
Plata,
Buenos Aires, Argentina
e-mail: darac@statics.com.ar
El objetivo del presente trabajo es abordar la emergencia de una
autoridad sanitaria organizada sobre la base de las ideas del
higienismo del siglo XIX. La emergencia de estas organizaciones en
las naciones modernas tiene significativa importancia, puesto que en
general fueron concebidas como importantes instrumentos en el
desarrollo de sus sistemas políticos, económicos y sociales. Por otro
lado no funcionan en el vacío, sino que influyen en el cambio social
general y, a su vez, pueden ser agentes de cambio potencialmente
benéficos o nocivos (Hall, 1981, p. 4).
En una primera instancia, se aborda el surgimiento de la
Asistencia Pública de la ciudad de Buenos Aires enfocando cuáles
fueron las innovaciones de tipo científico-técnico y político que se
introdujeron y el rol que ejerció el proceso de profesionalización de la
medicina en esta institución con la aparición de áreas específicas y de
profesionales diplomados.
En una segunda etapa, el eje está puesto en los elementos que le
permitieron consolidarse y demostrar su eficiencia e importancia
transformándose en una de las instituciones sanitarias destinadas a
perdurar.
De esta manera, se esbozará una primera imagen de la fisonomía
que adquirió entre fines del siglo XIX y 1920 la política sanitaria en
Buenos Aires, la que sirvió para configurar un sistema de normas, de
imágenes; hechos que abren la posibilidad de examinar la relación
existente entre los discursos, las instituciones y la política.
En este sentido, se ha tomado como referencia la obra de Mary
Douglas (1992) puesto que establece las bases de una teoría de las
instituciones donde muestra cómo las sociedades informan y
socializan a sus miembros en ciertos arquetipos ideales del cuerpo,
del bienestar físico y mental, de patrones de conducta higiénica y no
higiénica y de estigmas asociados a ciertas enfermedades.
Los servicios públicos de salud en los umbrales de los 80

En el Buenos Aires de mediados del siglo XIX, los servicios de


asistencia pública, salubridad e higiene descansaban sobre la base de
la comuna, que fue capital de la provincia de Buenos Aires y que
luego pasó a ser la capital de la nación argentina. Las leyes que se
habían dictado en 1821 por el gobierno de la comuna subsistieron
hasta el 3 de abril de 1856, fecha en que ésta se inauguró como
municipalidad de la capital de la república. Entonces se crearon las
Comisiones de Higiene, Educación y Obras Públicas (Moyano
Carranza, 1982). En 1852 se habían creado la Facultad y la Academia
de Medicina y el Consejo de Higiene Pública que tenían por fin
reemplazar a los organismos rivadavianos.1
El Consejo de Higiene Pública estaba constituido por un
presidente, el cirujano mayor del ejército, el administrador general de
la vacuna, los médicos de policía y del puerto y de un secretario.
Funcionó hasta la federalización de Buenos Aires. Tenía a su cargo
todo lo relacionado a la salubridad pública en general, la inspección
de la vacuna, de los puertos, la vigilancia sobre la venta de
medicamentos y las substancias medicinales, la policía sanitaria y las
visitas sanitarias. En 1857, al organizarse la Municipalidad, se crearon
las Comisiones de Educación, Obras Públicas y de Higiene. A esta
última competían el alumbrado público, limpieza de las calles y
lugares públicos, desinfección del aire, propagación de vacunas,
conservación de hospitales etc.
Esta organización generó algunos inconvenientes. Uno de ellos se
originaba en el hecho de que al convertirse Buenos Aires en capital de
la república algunos servicios fueron a depender del gobierno del
municipio, mientras que el régimen policial y político quedó
dependiendo del gobierno federal. "Por esta sucesión y concurrencia
de poderes resultaron obligadas duplicidades" (idem, ibidem) hecho
que no fue lo más preocupante sino que las obligaciones, que hasta
entonces dependían del Consejo de Higiene, como limpieza de calles
y de todos los lugares públicos, el alumbrado público, la desinfección
del aire y de las aguas, la propagación de la vacuna, el régimen y
conservación de los hospitales, el aseo y mantenimiento de los
mataderos, la inspección de la calidad de los medicamentos y los
comestibles puestos en venta, la conservación de los cementerios, las
precauciones para evitar las pestes, las inundaciones y los incendios.
Esas obligaciones pasaron a depender una parte del municipio,
quedando bajo la órbita de la Comisión de Higiene y el resto siguió
dependiendo del Consejo de Higiene Pública en la sección Servicios de
Higiene Urbana.
Es decir, el Consejo de Higiene Pública estaba bajo la órbita del
gobierno federal y bajo la órbita de la municipalidad de Buenos Aires,
la Comisión de Higiene. No existiendo una división clara de
atribuciones y deberes.
Esta organización, que de alguna manera le restaba autonomía a
la comuna porteña en materia sanitaria, en parte tenía que ver con el
diagnóstico que en la época se tenía de este proceso de
federalización. A este respecto Valentín Alsina afirmaba que:
Treinta y cinco años hace que las funciones municipales
fueron absorbidas y reconcentradas en el poder
administrativo y desde entonces, han ido ellas
mezclándose de tal modo entre las funciones
y atribuciones del poder ejecutivo que hoy viene a ser
peligrosa su expansión si no se procede con la precisión
y cautela que demandan las grandes innovaciones.2

Por lo tanto, el traspaso de poderes en materia sanitaria sería


paulatino y carente de una orientación que respondiera a algún
principio científico o a alguna corriente higiénica en boga. Fue recién
hacia finales del siglo XIX, cuando esas acciones aisladas destinadas
a atender necesidades puntuales, fueron dando lugar a una
intervención estatal más orgánica. Ese pasaje se expresó en la
sustitución de organismos de carácter básicamente consultivo por
otros con capacidad ejecutiva. El Consejo de Higiene Pública dio lugar
al Departamento Nacional de Higiene, creado en 1880 y la Comisión
de Higiene de la Comuna, a la Asistencia Pública Porteña, creada en
1883.
La organización previa a 1880 careció de contenidos técnico-
científicos y sólo estuvo en correspondencia con las circunstancias
políticas de la época, no logrando responder a las necesidades que
planteaba la transformación urbano-demográfica de Buenos Aires.
En este período, es decir desde mediados del siglo hasta los años
80, la capital de la república experimentó importantes cambios. A
mediados del siglo XIX, Buenos Aires tenía entre 75 mil y cien mil
habitantes. La apertura de la Argentina a la inmigración y a la
economía primaria de exportación le otorgaron otras dimensiones. El
censo de 1869 registró 177.787 habitantes, 18 años más tarde la
población creció más del doble (Moreno, 1936).
La capital aumentó su peso demográfico con referencia al resto
del país, concentrando en 1869 el 10% de la población argentina.
Buenos Aires y suhinterland, es decir la región del litoral, concentraba
el 48% en 1889. Este aumento demográfico se vio acompañado por
un incremento en la tasa de mortalidad. Los decesos, que oscilaban
alrededor de seis mil por los años 60, aumentaron bruscamente a
veinte mil en 1871 por causa de la epidemia de fiebre amarilla.
Posteriormente, los decesos aumentaron regularmente de seis mil en
los años 70 a 16 mil en los 80, siendo su movimiento paralelo al de
los nacimientos (Lattes, 1969).

POBLACIÓN DE BUENOS AIRES

Año Población estimada Nacimientos Decesos


1869 187.126 6.994 5.982
1870 200.807 7.561 5.886
1871 214.448 7.542 20.748
1872 228.169 8.078 5.671
1873 241.850 8.559 5.891
1874 255.531 8.864 7.190
1875 269.121 9.202 6.751
1876 282.893 8.967 5.277
1877 296.574 8.833 5.538
1878 310.255 8.993 5.550
1879 323.936 9.878 6.794
1880 337.617 9.401 7.073

Fuente: Cuadro elaborado por Guy Bourdé (1977, p. 144), sobre la


base de los datos del censo nacional de 1914 (tomo IV, pp. 505-511)
y N. Bessio Moreno. op.cit., anexos VII y VIII.

En consecuencia, por 1860 las tasas de mortalidad alcanzaban


entre un 30 y un 35%. La suciedad de las calles, la despreocupación
por el aprovisionamiento del agua, la falta de hospitales
determinaban una tasa de mortalidad comparables con las de Europa
del siglo XVIII (Bourdé, 1977, p. 148). Si bien se experimentó un
descenso al iniciarse la década del 80, las epidemias siguieron
apareciendo regularmente en 1869, 1871, 1874, 1879. Hecho que
significó que en los años 80 la mortalidad rondara entre un 22 y un
30%. Esta tendencia recién comenzó a revertirse en los años 90,
momento que coincide, como veremos más adelante, con las grandes
obras de saneamiento y la puesta en funcionamiento de los
hospitales.
El inicio del proceso de cambios se remonta a la intendencia de
Torcuato de Alvear que estuvo en funciones entre 1879 a 1887.
Torcuato de Alvear se rodeó de un equipo de médicos (Guillermo
Rawson, Emilio Coni, Antonio Crespo, José María Ramos Mejía)
quienes concibieron un vasto plan de saneamiento y equipamiento
hospitalario. El gobierno nacional y la municipalidad se hicieron cargo
del saneamiento de la ciudad financiando las grandes obras de
extracción de agua, de cloacas, de pavimentación y de vías públicas.
Crearon una administración de la salud, el Departamento Nacional de
Higiene (1880) y la Asistencia Pública (1883), para administrar los
hospitales, los dispensarios, los asilos nocturnos y para controlar las
medidas de desinfección, de aislamiento, de inspección de los
domicilios y de vacunación. La primera estaba bajo la órbita nacional
y la segunda, municipal.

El higienismo motor de los cambios sanitarios

Los cambios ideológicos que el positivismo introdujo en la


sociedad argentina otorgaron sentido y coherencia a varias
concepciones sobre los ‘males’ de la época, permitiéndose, al igual
que en el resto de América Latina, la superposición de ideologías en
cuyo seno convivían tendencias tan variadas como el vitalismo, el
decadentismo o el espiritualismo modernista. Así, el ensayo
positivista construyó su intervención discursiva más exitosa cuando
trató de plantear soluciones a los efectos no deseados del proceso de
modernización y en la invención del estado-nación (Terán, 1987, p.
12). La sociología abría un nuevo camino a los estudios: la medicina
social, que permitía tratar de corregir no sólo los viejos males sino
aún los creados por las nuevas condiciones de vida; la higiene que
combatía ‘los males’ de la desordenada urbanización y la
epidemiología para prevenir enfermedades transmisibles cuya
etimología comenzaba a develarse por la bacteriología y cuyo
contagio era favorecido por el hacinamiento y las comunicaciones
(Kohn y Agüero, 1985, p. 12).
José María Ramos Mejía era uno de estos médicos higienista que
más cabalmente encarnaba el pensamiento de la medicina positiva.
Con él las tesis positivistas parecían adquirir la necesaria
grandilocuencia como para proyectarse a un diagnóstico y
tratamiento de la nación. Con él se condensaba el propósito de dar a
luz una raza y un carácter nacional (Vezzetti, 1985, p. 364).
Estos cambios en el mundo de las ideas fueron sustentados por el
genio de Pasteur quien inauguró la era microbiana y logró sentar los
principios científicos que permitieron la obtención de nuevas vacunas.
Lister llevó los descubrimientos de Pasteur al campo de la cirugía y
nacieron la asepsia y la antisepsia. Es decir, la técnica que permite
eliminar todo microbio del material quirúrgico, en el caso de la
primera; o bien la técnica que permite eliminar los microbios
patógenos, capaces de producir enfermedades en los quirófanos,
salas de hospital o en las heridas, en el caso de la antisepsia. Estos
conocimientos nuevos, más los aportes de Koch y de Von Behring,
cambiaron radicalmente las posibilidades de la medicina y la salud
pública (Rosen, 1993; Temkin, 1953).
Este era el marco ideológico y científico-técnico en el cual se
operaron una serie de transformaciones de tipo institucional
conducentes a obtener logros muy concretos como fueron: control de
las enfermedades, infecciosas y morales; resignificación de los pobres
y la pobreza; creación de una autoridad sanitaria encargada de velar
y de regenerar los males físicos y morales de la población; por último
y fundamental, la ‘regeneración’ de la raza considerada en riesgo. En
función de ello se elaboraron una batería de leyes, ordenanzas e
instituciones tendientes a poner en condiciones sanitarias a la ciudad
y a su población para evitar que la misma se convirtiera en un freno
del acelerado proceso de modernización y ‘progreso’ de la Argentina
moderna.

Regenerar, curar y asilar: resignificando la higiene pública

Con ese afán de hacer curables los ‘males’ que habían hecho
conocer la muerte por contagio, las pestes, las epidemias y que eran
en cierta medida mirados con los miedos que encarna todo mal no
dominado, la elite médica, y sobre todo los higienistas, emprendieron
la tarea de institucionalizar las ideas que consideraban como viables
para resolver esta situación.
En este contexto, el 7 de agosto de 1883, la Comisión Municipal
de la Ciudad de Buenos Aires, presidida por don Torcuato de Alvear,
consideró y aprobó el proyecto del dr. Ramos Mejía creando la
Asistencia Pública (Obarrio, 1934, p. 919) con el fin de centralizar la
dirección científica de todos los hospitales y demás servicios de
beneficencia del municipio. Este nuevo organismo municipal tenía
bajo su dirección todos los establecimientos hospitalarios y de
beneficencia de la capital federal e instaló su dirección en una
dependencia de la administración del Hospital San Roque. Los
establecimientos que ésta comprendía eran: Hospital General de
Hombres, Hospital Buenos Aires (hoy Clínicas), Hospital San Roque
(hoy Ramos Mejía), Hospicio de las Mercedes, Casa de Aislamiento
(hoy Muñiz). Pero, ese mismo año el Hospital Buenos Aires fue
entregado al gobierno de la nación y el Hospital General de Hombres
fue clausurado. Estas bajas fueron en parte compensadas con la
inauguración, el 12 de agosto de 1883, del nuevo Hospital San
Roque.
En la primera memoria Ramos Mejía trazó un programa para la
nueva repartición donde, entre las ventajas de su creación, resaltaba
que permitía centralizar, reorganizar y fiscalizar, mediante un plan
armónico, todos los establecimientos de asistencia que antes
marchaban sin orden ni concierto.
Inspirado en pensadores franceses, tenía como modelo la
organización de la asistencia pública francesa, la que había logrado
un espíritu de unidad y de centralización a la que él también aspiraba.
Era dificultosa la tarea puesto que lo único legalmente vigente eran
los lineamientos generales del plan esbozado por Ramos Mejía, ya
que no existía una reglamentación que definiera las atribuciones y
desglosara responsabilidades.
La primera fase organizativa se basó en instaurar una
centralización cuya cabeza era el director de la Asistencia Pública.
Esto implicaba cambios en la orientación política vigente que
establecía que cada director de hospital dependía de la Comisión de
Higiene. La acción centralizante comenzó por la información. Así fue
que, para que los establecimientos hospitalarios mantuvieran una
íntima y frecuente relación con la oficina central, se colocaron
teléfonos directos para comunicarse rápidamente; se dispuso que
cada hospital pasara un parte diario de su movimiento; que los
pedidos de artículos de consumo, de farmacia, ropería, se hicieran
con regularidad periódica cada mes; que los balances de consumo se
regularizaran, previa formación de un libro de inventario.3
Estaban dispuestos los engranajes necesarios como para
emprender una centralización hospitalaria concebida como una
integración de los mismos en la figura de la Asistencia Pública, pero
que a la vez rompía con el aislamiento de cada institución para
totalizarlas mediante la homogeneización de problemáticas comunes
que irían desde los gastos hasta las perspectivas de crecimiento de
cada establecimiento. Esta nueva estrategia habla a las claras de una
nueva concepción en lo que respecta a la higiene. José María Ramos
Mejía (Memória de la Intendencia municipal de la ciudade de Buenos
Aires, 1885, pp. 119-21) la definía de la siguiente manera:

...La higiene pública encierra en sí todo lo que tiende a


la conservación de la salud: comprende por
consiguiente los medios preventivos, aquello que puede
impedir el mal nacer, como también los medios
curativos que tienen propiedad de hacerlos
desaparecer. Se la considera como una agrupación de
la ciencia, que apoya una parte sobre la medicina y
otra sobre disposiciones administrativas inspiradas en
la experiencia...

La autoridad municipal tenía como función "... mantener la


sanidad, la salubridad e impedir que nazcan y se multipliquen las
causas mórbidas que la perjudican...".
Como parte de esta lógica de control mediante la centralización de
la información y de la ejecución de una política global hospitalaria, se
dividió a la ciudad en veinte partes y se formaron las Comisiones de
Higiene, las que debían preocuparse de la higiene de sus respectivas
secciones, de la vigilancia de las casas de inquilinato, entre otras
funciones.
Estas comisiones tenían la particularidad de estar formadas en su
mayoría por vecinos. Su fin último era el de mantener informada a las
autoridades sobre los problemas o ciertos males, como era la
"vigilancia de las casas de inquilinato en cuanto a su aseo y población
que ocupa" o con el control en la proliferación de prostíbulos o la
denuncia de algún enfermo infeccioso amparado en alguna casa ante
la resistencia a ir a un hospital o el de velar por el ejercicio de
charlatanes y curanderos presentes en estos barrios prácticamente
desde siempre. En situaciones como estas tenía más valor un "viejo y
buen vecino" que un médico, puesto que lo que se necesitaba era
conocer de la circunscripción sus mañas, sus prácticas cotidianas y
hasta sus secretos, cosa que por lo general los ‘doctores’ no
conocían.
Algunos vecinos se convirtieron en el principal nexo con la
autoridad sanitaria. La autoridad sanitaria entendió que para combatir
ciertos males, no bastaba con conocerlos o enunciarlos, había que
estar en contacto con ellos: saber cómo, cuándo y dónde se
desarrollaban. A la vez, para poder combatirlos, eran necesarios
agentes capaces de hacer permeables las medidas sanitarias
tomadas, de manera que penetrar en los hogares, en donde por
mucho tiempo el arte de curar había estado reservado al curandero
del barrio o bien a la terapia familiar, no era tarea fácil. Mucho menos
para los médicos que no eran personajes cotidianos del barrio y su
palabra de apoyo científico no resultaba convincente para estos
sectores populares. Por lo tanto, un vecino, que por lo general era un
"viejo y respetado vecino", era el mejor vínculo que la autoridad
podía entablar con la gente (idem, ibidem, p. 124).
Pero hubo que ir estableciendo criterios de manera que estas
comisiones, que "estaban compuestas por personas muy honorables
por cierto" (idem, ibidem, p. 61-2), no estuvieran por sus
atribuciones por encima de los médicos seccionales puesto que "esas
personas no estaban habilitadas por su falta de conocimiento
científico a probar o desaprobar la conducta de un hombre de ciencia
en tal materia". Para lo cual, una vez creada la figura de los médicos
seccionales, los inspectores de higiene municipales, que eran los
encargados de hacer cumplir las multas que fundamentalmente se
realizaban en la inspección de conventillos y casas de inquilinato,
pasaron a estar bajo la responsabilidad de los médicos municipales.
Serían los médicos quienes sancionarían y controlarían la higiene
del barrio. La comisión, en ese sentido, fue exenta de la tarea de
sancionar o fijar multas. Esto en principio tiene dos elementos: el
primero tiene que ver con la profesionalización de la medicina y la
figura del profesional sanitario que fue cobrando cuerpo y ganando
terreno donde antes no estaba, ya que los objetivos de los higienistas
en este terreno tenían que ver, fundamentalmente, con la
jerarquización de la profesión médica, con el liderazgo médico en el
campo del progreso social y la promoción de un tipo específico de
control social dentro del cual el enfoque preventivo de la medicina
jugó un papel preponderante (Gonzáles, 1984). Por otro lado, la
figura del vecino podía, en parte, conspirar contra el objetivo último
de su función que era la de informar y no sería insensato pensar que
por los códigos de "buena vecindad" muchas veces "olvidaran"
comunicar a la autoridad sanitaria algunos aspectos del barrio. O por
el contrario, que se transformara en un desertor y por ende dejara de
ser tan "respetado y querido" por sus vecinos. Razón por la cual no
había que dejar librado al azar el control que por conocimientos y
formación debía ser ejercido por los "médicos". También esa era una
de las formas en que esta elite de médicos diplomados ligaron sus
destinos a los del estado, a la vez que paralelamente iban
consolidándose a sí mismos4 en la medida que lograban prevenir,
prescribiendo formas generales de comportamiento y de existencia en
terrenos tan variados como la vivienda, la alimentación, la bebida, la
sexualidad, la higiene personal etc. (Armus, 1983, p. 18).
Con estas nuevas atribuciones se convirtieron en agentes claves
de la renovada cuadrícula social puesto que en gran medida se vieron
como los responsables del "progreso moral". Pero a la vez, por los
"bienes" que cuidaban, los que tenían que ver con la fuerza de
trabajo, se transformaron casi en indispensables elementos del
progreso. Esta idea de volverse irremplazables, que fue la forma
como estos profesionales fueron cubriendo mayores terrenos, se vio
acompañada por una resignificación de la higiene, la salud, la
asistencia, a través de lo cual plantearon las interrogantes de a quién
le corresponde el cuidado de la salud pública, cómo debía ser
ejercida, cuestión que se relacionaba con las nuevas funciones y
atribuciones del estado. En tal sentido con referencia a la Asistencia
Pública se sostenía que "es una institución eminentemente práctica,
... está encargada de velar por la salud del municipio, es un
instrumento de preservación..." (Memoria de la Intendencia de la
Capital de la República Argentina, correspondiente a 1886, 1887, p.
441.)
Dotar de nuevos contenidos y significados más abarcadores a
problemáticas relacionadas con la salud, no fue un hecho privativo de
los higienistas, sino que fue un elemento más de lo que Armus (1995,
p. 235) ha dado en llamar "ideología urbana" que ganó terreno en la
Argentina de mitad del siglo XIX y se basó en buscar fórmulas
políticas y sociales para encontrar formas de convivencia dentro de
un sistema institucional donde progreso, multitud, orden, higiene y
bienestar formaron algunos de los elementos constitutivos de esa
ideología urbana.
Resignificando las funciones de las instituciones

Sin duda que no bastaba con que la elite médico-higienista se


considerase como un engranaje importante dentro del nuevo
esquema, en este caso municipal, sino que esto fue acompañado por
una serie de iniciativas todas debidamente fundamentadas, como fue
la de los médicos seccionales. Ramos Mejía obtuvo la creación de un
cuerpo médico destinado exclusivamente a la asistencia a
domicilio. Este servicio médico, denominado también seccional,
estaba compuesto por veinte facultativos los cuales fueron
nombrados el 11 de agosto de 1883.5
Estos médicos fueron vistos como otra vía de penetración de la
autoridad sanitaria en todos los rincones y su función no era menos
importante ya que se afirmaba que: "son los que en realidad tienen
en sus manos la salud pública, desde el momento que por sus
condiciones de médicos de los indigentes son los primeros llamados a
diagnosticar un caso de cualquiera de las enfermedades exóticas que
con tan justa razón nos aterran..." (Memoria de la Intendencia
Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, correspondiente a 1884.
tomo II, 1885, p. 64).
Posteriormente, el dr. Pedro Antonio Pardo, presidente del
Departamento Nacional de Higiene, le propuso al intendente de la
ciudad de Buenos Aires adscribir a cada una de las circunscripciones
un servicio de inspección bajo dirección de un médico domiciliado en
la respectiva circunscripción cuyas atribuciones debían ser, a partir de
entonces, la inspección frecuente de los conventillos, caballerizas,
establos, mercados, establecimientos de educación, hoteles, plazas,
calles etc. Puesto que "los médicos municipales prestarían mejor
servicio dirigiendo la inspección de la circunscripción que le
corresponde, que atendiendo a los enfermos pobres". 6
El director de la Asistencia Pública, José María Ramos Mejía,
convencido de que los servicios de la misma debían concentrarse en
los pobres, entre otras muchas razones porque eran considerados
como los principales portadores de enfermedades infecciosas,
propuso y realizó otro cambio; serían los inspectores municipales los
que velarían por el cumplimiento de las ordenanzas sobre higiene
bajo la inmediata dirección de los médicos de sección (Memoria de la
Intendencia Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, correspondiente
a 1884, Buenos Aires, 1985, p. 139).
Es decir, la pirámide se conformaba de la siguiente forma:
1) Médicos seccionales: atención domiciliaria, vacunación, control
de casos sospechosos.
2) Inspectores municipales: empleados municipales que estaban
bajo la dirección de los médicos seccionales y se encargaban de
sancionar lo denunciado por las comisiones de higiene.
3) Comisiones de higiene: formadas por vecinos que vigilaban los
barrios y denunciaban los casos sospechosos.
Por otro lado, varios de estos médicos seccionales (o por lo menos
de los que se ha podido constatar ya que de otros no hay noticias en
los diccionarios biográficos) compartieron con el grupo de médicos
que llevó adelante la Asistencia Pública la creencia en el método
positivo y en la experiencia de formar una nueva clase médica a
través de la fundación del Círculo Médico, como Félix Pineda, Carlos
Rojo, Carlos L. Villar, entre otros. Ellos fueron pioneros en muchos
aspectos que iban, desde lo científico como el caso de Villar que fue
el descubridor del suero que lleva su nombre y que por aquella época
curó a centenares de tuberculosos; o como Pablo María Santillán
(1856) que, ya por 1877, se convirtió en el primer médico de la
penitenciaría de Buenos Aires inaugurando el servicio médico en un
área no contemplada hasta entonces, pero que por sus características
de hacinamiento y falta de control era potencialmente un foco de
infección. No fue casual que este primer médico carcelario fuera el
autor de la tesis Del cólera Morbus, puesto que de ella se desprende
que uno de los mayores factores de propagación de enfermedades
era "la pobreza", una creencia compartida no sólo por los médicos
argentinos, sino también latinoamericanos (Barrán, 1994).
Estos médicos tenían la particularidad de haber compartido las
nuevas tensiones que comenzaron a registrarse hacia fines de 1871
cuando un grupo de estudiantes impugnó a la elite médica con el fin
de inducir, no sólo a la organización de sus compañeros, sino también
de otros miembros del cuerpo médico. Crearon la sociedad Estímulo
Médico Argentino y, años más tarde, el Círculo Médico Argentino
(González Leandri, 1996, pp. 31-5, 37). Dicho impulso, sostiene
González Leandri, se entroncó, a su vez, con un movimiento juvenil
de características poco precisas que, si bien nació dentro del ámbito
universitario, aspiró a ejercer su influencia en escenas más amplias.
Ramos Mejía fue uno de los principales líderes de ese movimiento
de médicos que cuestionaba, como se mencionaba anteriormente, no
sólo la organización sanitaria de la ciudad de Buenos Aires, sino y
básicamente la de la Facultad de Medicina. Su acción fue resistirse a
formar parte de lo establecido por las viejas generaciones de médicos
y fundar el Círculo Médico como expresión de una visión joven y
renovada que cuestionaba a la vieja elite médica y a las instituciones
sanitarias vigentes como inoperantes. Para ello se basaba en la poca
habilidad para controlar las epidemias, puesto que ni la facultad ni el
Consejo de Higiene estaban a la altura de las circunstancias y eran
vistas como retrógradas por estos jóvenes doctores. Por lo tanto, el
movimiento juvenil de la década de 1860 engendró en su seno una
nueva elite cuyos miembros, que mantenían sólidos lazos con el
mundo político y la prensa, tenían la plena confianza en que tarde o
temprano se incorporarían al seno de los "distinguidos". Al inicio de
los 80, estos médicos que habían compartido la experiencia de
imponer cambios en autoridades, que habían incursionado en el
periodismo como forma de difundir sus ideas, fueron quienes
rompieron con la inercia que había caracterizado a la política sanitaria
de las etapas anteriores siendo algunos de ellos los primeros médicos
seccionales.

Marchas y contramarchas de proyectos repujados

En 1885 José María Ramos Mejía terminaba su primer mandato.


Entonces, redactó una extensa memoria donde dejó plasmados sus
proyectos y los principios con la esperanza que sobre ellos no se
avanzara destructivamente, sino que se profundizara en los marcos
de esa "ideología higiénica" que, sin ninguna duda, él había
contribuido a gestar. Los cambios de opinión y las diferencias
políticas, como veremos más adelante, jugaron un papel central a la
hora de iniciar o poner fin a la vida pública de estos médicos. Sin
duda, José María Ramos Mejía fue uno de ellos. Puesto que en el
curso del año 1886, cuando se abatió sobre Buenos Aires una seria
epidemia de fiebre amarilla y cólera, el poder ejecutivo, al margen de
la actuación del intendente Torcuato de Alvear, invistió por decreto, el
16 de noviembre, de amplias facultades a Ramos Mejía para llevar a
cabo la campaña profiláctica. Alvear se sintió desplazado y reaccionó
en consecuencia.

...El rechazo de un enfermo, que era en realidad un


mendigo simulador de dolencias, dio origen a una
violenta nota de Alvear al director de la Asistencia
Pública; nota cargada de animosidad y con un
propósito hiriente, según el comentario del diario La
Prensa y dio origen a una respuesta de Ramos Mejía
(1988, p. 215) cáustica y agresiva, que puso al
descubierto el enojo contenido... En carta abierta, que
publica pocos días después Ramos Mejía (1959) en La
Nación, le reconoce a don Torcuato "el honor de
haberlo destituido por el simpático delito de no
consentir sus manoseos depresivos a su dignidad de
hombre y de funcionario..."

Por decreto del 2 de marzo de 1887 se separó al dr. Ramos Mejía


del puesto de director general de la Asistencia Pública nombrándose
en su reemplazo al dr. José María Astiagueta. Esta administración fue
muy breve y transitoria, puesto que a tres meses de ser nombrado
cesaba en su cargo conjuntamente con el intendente Torcuato de
Alvear por haber éste terminado su período administrativo. Le
sucedió el dr. Antonio Crespo quien volvió a restablecer en su puesto
al dr. José María Ramos Mejía, el 1º de junio de 1887, cesando en sus
funciones un año más tarde.
Entre las innovaciones introducidas por esos años, debemos
señalar la implementación obligatoria de los concursos7 en virtud de
lo cual todo el personal técnico, sin excepción, debía en lo sucesivo
rendir ante un tribunal las pruebas de competencia que la Dirección
General estableciera.
Ese nuevo sistema de proveer los puestos requirió de la
confección de programas, constitución de los jurados y organización
regular del procedimiento a fin de brindar la garantía de equidad,
como también la búsqueda de idoneidad.
Esta búsqueda de probos profesionales sentó un precedente
importante. Por lo general, hasta entonces, los cargos dependientes
de la administración pública, sobre todo en profesiones como la
médica donde por el origen de sus miembros se prestaba a esa
práctica, había sido cubierta teniendo en cuenta otros requisitos,
entre los cuales sin duda estaba el de la capacidad, pero
compartiendo el escalafón con el del clientelismo político, redes
familiares etc. Los concursos, que con el tiempo sufrieron
modificaciones, dejaron de ser orales y se sustituyeron por el
promedio obtenido durante la carrera y luego por otros méritos,
basándose en concursos por antecedente. Sentaron, decíamos, un
precedente novísimo a la hora de ocupar cargos que era la instancia
de la evaluación. Fuera como fuere, esto era radicalmente distinto a
la época donde a los grandes doctores no se les discutía nada. Sin
duda que tenía que ver con la profesionalización de la medicina, pero
también con las imágenes que se deseaba crear. Puesto que si bien
se resignificó a la higiene y a la salud pública, también el médico
debía dar testimonio de cambios. Ya no se trataba del tradicional
médico de familia recluido en su consultorio. Eran médicos que tenían
sobre sus espaldas la idea de prevenir y luego curar, que prevenir era
curar los focos infecciosos que provocan las enfermedades y para
quienes muchos de esos focos no tenían una raíz biológica, sino más
bien moral o, mejor dicho, de usos y costumbres. Por lo tanto, el
largo brazo del médico abrazaba un abanico tan amplio de problemas
que a veces los mayores escollos no fueron los sectores populares, a
quienes les fue inculcada una conducta higiénica acorde a los
principios higiénico-morales del momento, sino también los miembros
de su clase que muchas veces veían con desconfianza la arrolladora
acción que estos profesionales llevaban a cabo.
Será por eso que la demora y lentitud legislativa fue una
característica en esta época. En 1885 Ramos Mejía había presentado
11 proyectos, la mayoría de los cuales fueron sancionados hacia
finales de la década. Tenían que ver con: creación de la escuela
municipal de enfermeros y desinfectadores; desinfección a domicilio
cuyos aparatos habría que encargar a Europa; repatriación de
ancianos incurables o impedidos que no tuvieran familia; organización
de un servicio médico a domicilio; despacho de recetas para los
pobres asistidos a domicilio; panadería central; droguería central;
arancel de hospitalización; impuesto de pobre (gravamen a los
teatros y diversiones públicas para arbitrar fondos permanentes a la
Asistencia Pública); cremación de cadáveres en los hospitales cuando
los fallecidos no tuviesen familia; reglamentación de la prostitución. 8
Con referencia a la escuela de enfermería, la misma se creó el 2
de diciembre de 1887 con el propósito de reaccionar frente a lo
habitual, que era habilitar como enfermeras a un personal analfabeto,
ignorante, puesto que:

...El personal subalterno empleado en los hospitales


municipales hasta poco tiempo después de hacerme
cargo de la Asistencia, estaba muy lejos de responder a
sus necesidades, especialmente el de enfermeros. Fue
entonces que se decretó la fundación de una escuela
destinada expresamente a formar enfermeros que,
antes de desempeñar las funciones de tales, hubieran
adquirido los conocimientos necesarios y rendido las
pruebas de competencia. También asisten por turno a
esta escuela, los cabos de sala al servicio de los
diversos hospitales9.

Entre las condiciones exigidas a los candidatos, estaba el saber


leer y escribir medianamente, justificar el goce de completa salud,
estar vacunado, tener veinte años cumplidos, hablar bien español y
"comprobar por uno ó más certificados expedidos por personas
respetables, reunir condiciones morales intachables. Las alumnas
mujeres llenarán las mismas condiciones requeridas a los hombres
exceptuando lo que se refiere a la edad, para lo que se les exige
tener 33 años cumplidos o el asentimiento de sus padres o
tutores10".
Con estos elementos, más el extenso reglamento donde se
organizaba desde las obligaciones de profesores y alumnos hasta los
títulos a obtener en función de los contenidos a abordar, comenzó a
funcionar esta escuela que ya conocía un antecedente puesto que
Cecilia Grierson había sido pionera en este aspecto. Había establecido
una escuela de este tipo en el Círculo Médico durante la presidencia
de José María Ramos Mejía, donde funcionó unos meses entre 1885 a
1886 y por "disensiones entre la comisión directiva resolví llevarla a
mi casa, donde funcionó durante cuatro años. El alumnado practicó
en los hospitales valiéndome de la amistad de varios directores de
esos establecimientos."11
Este hecho lleva a suponer la coexistencia de dos establecimientos
de los cuales los documentos encontrados no hacen referencia a ello,
sino a que la escuela de la Asistencia Pública no funcionó plenamente
siendo rehabilitada nuevamente durante la gestión de Emilio Coni,
bajo la dirección de la dra. Cecilia Grierson.
Más allá de estos datos se pueden plantear algunos interrogantes
(que superan a esta investigación) como puede ser la posible
existencia de dificultades para aceptar a una mujer en un lugar que
era por tradición ocupado por hombres. Lo importante es la base que
sentó, puesto que la profesionalización de la medicina implicaba
también la de las ramas auxiliares, como era la enfermería. Por lo
tanto, los agentes transformadores ya no sólo serían los médicos sino
también el personal hospitalario. Ellos debían estar en consonancia
con la nueva partitura y por ende, se convertirían en agentes
difusores de la higiene, de las consecuencias de la mugre y de lo
importante de asumir pautas urbanas que garantizarían el "buen
vivir".
Otra de las iniciativas de Ramos Mejía fue organizar por 1888 un
servicio de desinfección, entendida la práctica de la desinfección
como un sistema coadyuvante de profilaxis, aplicada de una manera
regular a los domicilios contaminados.
Antes de esa fecha los medios defensivos, a parte del aislamiento
de los enfermos que generalmente se hacía en lazaretos
improvisados, consistían en procedimientos empíricos que se habían
transmitido de generación en generación (Penna y Madero, 1910, pp.
142-3). Se pensaba que los miasmas, los efluvios, las emanaciones
descompuestas resultantes de la fermentación o de la putrefacción de
la materia orgánica desempeñaron el principal papel en el origen y en
la transmisión del contagio. Las fumigaciones se hacían con las más
variadas sustancias resinosas, irritantes y hasta con grandes
hogueras, utilizándose ciertos desinfectantes como el azufre, el cloro,
los vapores nitrosos. Estos, por su forma rudimentaria de aplicación
entre otras cosas, no alcanzaban a sanear los lugares infectados.
Es decir que recién en 1888 empezó a funcionar en Buenos Aires
un servicio de desinfección compuesto de seis cuadrillas, constituidas
cada una de ellas por un capataz, tres peones y un cochero, dirigidas
todas ellas por un mayordomo. Este personal dependía de la
Dirección General de la Asistencia Pública. Los vehículos que se
destinaron se componían de dos ambulancias cerradas y de una
chata. La desinfección se realizaba en la Casa de Aislamiento con una
estufa Schimmel. Las desinfecciones a domicilio se hacían
fundamentalmente con fumigaciones de azufre, no empleándose
aparatos especiales.
Lo significativo de la desinfección era que trascendió las barreras
de la enfermedad e invadió ampliamente las culturales. Con el
dispositivo montado, no sólo apuntaban a sanear los ámbitos de
"virus patógenos" sino que dejaban una impronta de desazón en la
población frente a la impotencia de los métodos tradicionalmente
aplicados por ellos en el seno familiar y abría esa instancia, que
siempre estuvo reservada a la acción privada, de "fumigar" o
"blanquear", a la autoridad sanitaria. La autoridad sanitaria, no sólo
tenía por meta velar por la salud de la población, sino que buscaba
también que estas acciones quedaran marcadas, repujadas en la
memoria pública.12 Esto no significa, como veremos más adelante, la
ausencia de resistencias sociales a estos cambios que trastocaban
hasta los hábitos más cotidianos del mundo de la época.
Estas no habían sido las únicas acciones en pro de consagrar la
"acción pública de curar" (esta idea prevalecía sobre la de prevenir,
puesto que era como más potente en el imaginario que se buscaba
construir). Hacia 1888, final de la gestión de José María Ramos Mejía,
la Asistencia Pública contaba entre sus servicios con un laboratorio de
bacteriología, un laboratorio de preparación y conservación de vacuna
antirrábica, una administración general de vacuna antivariólica, una
sección de higiene que debía cuidar especialmente de la higiene de
las habitaciones, establecimientos incómodos, insalubres y peligrosos,
para los cuales tenía a sus órdenes un cuerpo de desinfectadores. 13
La prostitución y el tratamiento de las enfermedades venéreas
estaban también incluidos entre los servicios de la Asistencia Pública.
Respondiendo a este objeto se creó el Dispensario de Salubridad y se
adquirió un edificio para construir allí un sifilicomio. A estos servicios
debe agregarse el establecimiento de una Droguería Central
destinada a las farmacias de los hospitales.
Pero, si bien la inspiración o el modelo teórico de estas iniciativas
estaba en Europa, la razón que las impulsaba era el espectáculo
desbordante de gente que presentaban los nuevos núcleos urbanos
donde preferentemente se asentaron la mayor parte de los
inmigrantes. Este hecho planteaba que, por la acción en pro de la
salud, la Asistencia Pública fuera vista, o silenciosamente concebida,
como el medio de velar por el devenir de la raza.
La idea de una raza fuerte y la preocupación por la herencia
biológica fue un tema común en el pensamiento latinoamericano. 14 En
este sentido, Eduardo Zimmermann (1993, p. 580) ya ha explicado
cómo la idea de raza dio una fundamentación científica a la discusión
de una amplia variedad de temas conectados con la cuestión social
como la salud pública, la criminalidad, el anarquismo etc. En este
sentido, la idea de raza trascendía toda división ideológica y fue
adoptada como un instrumento clave para entender el desarrollo de
sus sociedades por intelectuales y políticos de las más diversas
tendencias. La idea de preservar científicamente la pureza racial de
una población era, a comienzos de siglo, nociones compartidas por
los grupos más progresivos del espectro político, aceptadas tanto por
socialistas como por liberales reformistas en la Argentina y en los
países donde muchas de esas doctrinas se originaron.
Así, los sucesores de los primeros directores de la Asistencia
Pública ponían de relieve la necesidad de establecer algunos cambios
y marcaron algunas de las limitaciones que padecía la institución,
como era la necesidad de que el poder deliberativo del gobierno
municipal dictara una ley que definiera los deberes y atribuciones con
el fin de administrar los nuevos servicios. Sin embargo, era innegable
que si se podía transformar algo de esta emergente autoridad
sanitaria, se debía a que existía ya una institución. Y esto, aunque
obvio, es de sustancial importancia. Pensar que una institución de
estas características pudiera buenamente surgir a partir del impulso
creciente de una convergencia de intereses y de una mezcla no
especificada de coerción y convención es para algunos autores, como
Mary Douglas, improbable. Por lo que hemos tratado de enfocar, los
motores que provocaron su aparición, así como también, los
elementos por los cuales comenzó a estabilizarse, asentarse en una
forma reconocible, fueron los medios que le permitieron legitimarse
mediante una fundamentación específica de su acción, por lo menos
dentro del sector dominante. Esos mismos medios le permitieron a
continuación fijar categorías, establecer identidades y resignificar la
actividad médica y su injerencia. A partir de este punto se continuó,
como en toda o casi toda institución sucede, con una serie de
cambios con el fin de no dejar de responder a esas categorías, a esas
identidades y rumbos antes mencionados.

Una cuestión de identidad en la Asistencia Pública bonaerense

En los años 80, cuando ya por las razones señaladas, se pensó en


generar una autoridad sanitaria, se adaptó un corpus de ideas (entre
las que sobresalían las de origen higiénico) en una forma común que
respondía a lo que se ha dado en llamar la "ideología de la higiene". A
partir de allí se trató de demostrar su legitimidad mediante una
acción sistemática en el campo de la salud pública.
Los años posteriores, como veremos a continuación, marcaron
cambios y se dinamizó aún más su acción. En la década transcurrida,
se había generado una ‘identidad’ de esta institución con el progreso,
puesto que se identificaba progreso con salud, atraso con
enfermedad. Estas ideas no eran nuevas. La variante era que en los
años 90 se las había incorporado a la cultura política como meta
insoslayable del ‘progreso’. La institución había dado muestras de su
eficiencia y de su necesidad. Por lo tanto, la esencia sanitaria no
estaba en discusión hacia el centenario, sino las formas por las cuales
seguir adaptando la institución a las necesidades de un sector urbano
tan cambiante y dinámico como el de Buenos Aires a principios de
siglo sin modificar la esencia que es lo que le otorgó identidad y razón
de existir a la Asistencia.
Tal era el estado de la Asistencia Pública cuando se hizo cargo de
la dirección el dr. José María Astiagueta (1888-90) que tendió a
incrementar sus funciones puesto que durante este período se logró
establecer un nuevo hospital denominado en un primer tiempo de
Inválidos, Mixtos Inválidos y después, Rawson. También se concretó
una vieja aspiración de Ramos Mejía que era la inspección médica de
la prostitución, que luego se denominó dispensario de salubridad.
Este contaba con un médico director, diez médicos inspectores, un
tenedor de libros, dos agentes de control, un auxiliar y un ayudante y
un hospital denominado sifilicomio.
Además se estableció el laboratorio de vacuna antirrábica; la
inspección de higiene con un médico director y cincuenta enfermeros
encargados de la desinfección; la Droguería y Farmacia Central y la
inspección del Mercado de Abasto. En este período, como vemos, la
Asistencia Pública no avanzó en el sentido de aumentar sus servicios.
En cambio, se consolidó como autoridad técnica y administrativa.
La complejización administrativa-institucional, reflejo de un mayor
dinamismo de la entidad, se dio durante la dirección de Emilio Coni
(1892-93). Pasó a denominarse Administración Sanitaria y Asistencia
Pública de la Capital. Estaba dividida en tres ramas: la administración
sanitaria, encargada de todos los asuntos relativos al municipio; la
asistencia pública, a la que estaría confiada la asistencia domiciliaria,
hospitalaria y protección de la clase menesterosa etc.; y el patronato
y asistencia a la infancia. Concordando con estas medidas se instaló
la Estación de Desinfección del Norte (1892) y se proyectaron dos
nuevas estaciones.
Estos avances, a los que habría que sumarles también otros como
la construcción de la primera sección del edificio de la casa central de
la Asistencia Pública, previa demolición del viejo hospital de mujeres,
la construcción del Hospital de Flores (actualmente Dr. Alvarez), la
del pabellón de cirugía y obstetricia del Hospital San Roque, dos
nuevos pabellones del Hospital Norte, las modificaciones del servicio
médico a domicilio por la asistencia en los consultorios oficiales de la
oficina central o de los hospitales vecinales (casas de socorros) y el
servicio de urgencia eran el fiel reflejo de un entramado sanitario en
expansión. No sólo denotaban una política sanitaria específica, sino
cambios en los hábitos de los sectores populares que habían
incorporado, hacia las primeras décadas de este siglo, algunas de las
pautas higiénicas y de prevención como era la vacunación, la visita a
la ‘salita’ y la imagen del médico que se había hecho más cotidiana.
Se estaba derrotando la preeminencia que en el "arte de curar"
tenían los boticarios y curanderos.

Conclusión
Hacia las primeras décadas del siglo XX, la Asistencia Pública en la
ciudad de Buenos Aires se había convertido en uno de los pilares
sobre los que reposaba la reforma sanitaria que se había iniciado en
la década del 80 y se acentuaría hacia el centenario.
Entre los factores que permitieron su emergencia se encontraba,
en primer lugar, la ausencia de una autoridad que resultara eficiente
para encarar los problemas asistenciales. En segundo lugar, la
presencia de un grupo de médicos con una perspectiva renovada del
rol del médico y de la medicina. Por último, la difusión en una
creencia del método positivo donde la ciencia y sus avances eran
vistos como la salida a los "males no deseados" que planteaba una
urbanización desordenaba. Estos aspectos formalizaron las razones
más poderosas de los cambios experimentados.
Entre los elementos que permitieron la consolidación y
permanencia de la Asistencia Pública, se encuentra un dispositivo de
medidas tendientes a repujar nociones y creencias, algunas de ellas
de tipo moralizante en pro de una higiene pública que garantizara el
"buen vivir". En función de ello se llegó a establecer desde un
calendario de vacunación hasta "normas de comportamientos", que
iban desde la higiene personal hasta la necesidad de profundizar la
movilidad social en pro de cercar uno de los males más mentados
como era la ‘pobreza’.
Este objetivo, de establecer nuevas imágenes sobre la importancia
de la salud y la necesidad de que el estado, de mano de los médicos,
se encargara de ella, traspasaba las fronteras sanitarias y se
involucraba con otras problemáticas como era la de crear un ideal del
cuerpo, de la sexualidad vigilada y de un tipo de ciudadano integrado
a una cuadrícula donde las directrices políticas estaban orientadas a
no dejar librada la modernización al comportamiento exclusivo y
espontáneo de los individuos y grupos sociales. La modernización era
concebida como la necesaria consecuencia de la acción política y
legislativa (Botana y Gallo, 1997, p. 121).
En tal sentido había que montar una política sanitaria donde
mediante la centralización, el control, la incorporación de recursos
técnico-científicos y de médicos, se garantizara que las pestes y sus
consecuencias no se transformaran en un freno del crecimiento.
La Asistencia Pública, los médicos que trabajaron en ella, sus
directores, como Ramos Mejía y Emilio Coni, estaban conscientes de
la importancia que revestía la institución que dirigían. Esto los llevó a
que durante los primeros años, sobre todo durante la gestión de
Ramos Mejía, se centraran en demostrar su eficiencia y en sentar
cimientos lo suficientemente fuertes como para garantizar su
permanencia. Unos estarían en la clase dirigente, otros en el cambio
de creencias y costumbres higiénicas de los sectores populares con el
fin de hacerlos formar parte de la ‘modernidad’ y de que su
marginalidad no fuera razón de malestares sociales.

NOTAS

1
Registro Oficial Decreto del 29 de octubre de 1852 (Buenos Aires, 1853).
2
Discurso pronunciado por el ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, dr.
Valentín Alsina, al hacer entrega de la Comuna a la Primera Municipalidad de Buenos Aires
(Buenos Aires, 1856). En 1852, el gobernador de Buenos Aires, Vicente Fidel López, designó
como ministro de gobierno a Valentín Alsina (Caldas Villar, 1966).

3
Estas innovaciones de tipo administrativo, que marcan cierto grado de complejidad con
relación a la estructura anterior, fueron consignadas en la Memoria de la ciudad de Buenos
Aires (Buenos Aires, Imprenta Biedma, tomo 1, correspondiente a 1884, 1885).

4
Entre los autores que han trabajado la injerencia de la profesión médica en la esfera
estatal se encuentra Ricardo Leandri González (1996) quien posee una serie de artículos
sobre el tema.

5
La nómina de médicos de asistencia a domicilio era:
Sección 1ª dr. Miguel Murphy
Sección 2ª dr. Félix Pineda
Sección 3ª dr. Carlos Rojo
Sección 4ª dr. Lorenzo Martínez
Sección 5ª dr. Atilio Boratti
Sección 6ª Juan Arini
Sección 7ª Manuel de la Cárcova
Sección 8ª Antonio Gandolfo
Sección 9ª Manuel Agueló
Sección 10ª Laureano Rufino
Sección 11ª Rafael Peña
Sección 12ª José Olivero
Sección 13ª Carlos Villar
Sección 14ª Abraham Zenavillas
Sección 15ª Pablo Santillán
Sección 16ª Agustín Batilana
Sección 17ª Marcelino Aravena
Sección 18ª J. V. González
Sección 19ª Federico de la Serna
Sección 20ª Lucas Vosdanovick

6
Carta del 17 de julio de 1884, del presidente del Departamento Nacional de Higiene, dr.
Pedro Antonio Pardo, a José María Ramos Mejía (En Memoria de la Intendencia Municipal de
la Ciudad de Buenos Aires, correspondiente a 1884, Buenos Aires, Imprenta Biedma, tomo
II, 1885, p. 131).

7
Decreto del 10 de marzo de 1885, firmado por el intendente Torcuato de Alvear (Memoria
de la Intendencia de Buenos Aires, correspondiente a 1885, presentado al honorable
consejo deliberante, Buenos Aires, Kraft, 1886, p. 20).

8
Decreto del 10 de marzo de 1885, firmado por el intendente Torcuato de Alvear
(En Memoria de la Intendencia de Buenos Aires, correspondiente a 1885 ... , 1886, p. 22).

9
Memoria de la Intendencia de Buenos Aires, correspondiente a 1887 (Buenos Aires, Ed. La
Universidad, tomo 1, 1888, pp. 250, 252).

10
Memoria de la Intendencia Municipal de la Capital de la República, correspondiente a
1887 Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, 1988, p. 254.
11
Nota dirigida en 1891 por la dra. Cecilia Grierson al dr. Emilio Coni, recientemente
nombrado director de la Asistencia Pública (Taboada, 1993, p. 102).

12
Memoria pública entendida como sistema de almacenamiento del orden social, puesto que
en ella se almacenan determinados modelos de acontecimientos públicos y se rechazan
otros (Douglas, 1996, p. 104).

13
Memoria de la Intendencia Municipal de la Capital de la República, correspondiente a
1888 (Buenos Aires, Imprenta Sudamérica, 1889, pp. 38-39).

14
La problemática ha sido tratada para América Latina (Hale, 1986).

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