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Roi Ferreiro
La autonomía proletaria, más allá de la izquierda
Materiales para la ampliación de las Tesis de Orientación de l@s CAI
2. La autotransformación individual
No existe otro motor de cambio que la propia praxis de los individuos. Como ya vieran Marx y
Engels, aunque sin desarrollar con todas sus consecuencias, los individuos se transforman a sí
mismos a través del trabajo con el que transforman su existencia social, por lo cual no tiene
sentido considerar separadamente ambos procesos. Esta idea implica que la base viviente del
proceso de transformación, considerado como una unidad dinámica de autotransformación
personal y transformación social, son los individuos reales, no un sujeto colectivo abstracto (se le
llame sociedad, clase, partido, vanguardia...). Las formas de comunidad o sujetos colectivos sólo
existen como producto de la autoactividad cooperativa de los individuos, por más que, cuando
esta cooperación adopta una forma alienante, la colectividad resultante se presente como un ente
autónomo que impone su voluntad sobre los individuos sueltos.
La cosmovisión de la izquierda ha girado mayormente en torno al cuestionamiento de la
sociedad, ha sido “socialista”, mientras que la cosmovisión de la derecha se ha vinculado al
“individualismo”. No obstante, ambas comparten la misma asunción acrítica del modo de vivir
autoalienado cuya consecuencia es esa contraposición entre individuo y sociedad. Como
resultado, el hábito del pensamiento de izquierda tiende a fijar la atención en la sociedad y elude
cuestionar la constitución del individuo salvo en su aspecto más directamente social. Esto se ha
expresado tradicionalmente en forma de un desinterés por la dimensión psicológica e íntima de la
vida humana, y la propia izquierda socio-política es el resultado subjetivo de esta actitud, lo que
la condena eternamente a la reproducción de la autoalienación en la forma de innumerables
hábitos de comportamiento interiorizados que, a su vez, inhiben masivamente su creatividad.
La cosmovisión revolucionaria, al ver el problema de la transformación global desde el prisma
de la autotransformación individual, comprende la importancia de esos aspectos y rechaza
cabalmente el reduccionismo socio-político de la izquierda, cuya praxis consiste en intentar crear
organizaciones de masas en base a intereses supuestamente preexistentes, elaborar teorías y
programas e intentar que sean asumidos por la gente, etc. Sin admitir que, sobre la base de la
sociedad autoalienada, esta praxis sólo puede resultar en una organización de l@s proletari@s
como capital variable (económicamente) o asociación de ciudadan@s (políticamente). Pues para
que l@s proletari@s tengan un interés efectivo en la transformación revolucionaria de la
sociedad, es necesario que sientan la necesidad de la misma y también que den una forma no
alienada a sus propias necesidades, que de otro modo siguen concibiendo bajo las formas
capitalistas de distribución de la riqueza.
Para nosotr@s la transformación del individuo, ella misma unidad de autotransformación
personal y transformación de su vida cotidiana, es la condición básica para crear un movimiento
colectivo capaz de producir una transformación revolucionaria del conjunto de la sociedad. El
paradigma de la izquierda es el directamente contrario: que será el movimiento colectivo el que
producirá la transformación del individuo. Así, el ala izquierda de la sociedad capitalista,
independientemente de sus diferencias faccionales (del reformismo más nimio al
revolucionarismo alienado más rojo) tiene que basar toda su acción en los individuos alienados,
que son el único sujeto preexistente para formar un movimiento colectivo. Al reducir lo
psicológico a lo social, el problema de la autotransformación personal al problema de la
1
Concibiendo a los individuos como “partes alícuotas” del sujeto colectivo.
sobre la estructura psicológica al alterar la interacción entre psique y sociedad, esto es,
comportamiento; el desarrollo de la actividad psicológica autónoma actúa sobre la estructura
social al alterar igualmente la forma de interacción entre el proceso psíquico y el proceso social.2
***
2
En toda la historia, los cambios cualitativos en la forma de la sociedad han involucrado una transformación
paralela de la psicología y el orden externo; simplemente ocurre que la revolución comunista exige que esa
transformación paralela tenga que tener, tanto interna como externamente, una cualidad profundamente
distinta de la que hubo en los cambios de unas sociedades de clases a otras o del comunismo primitivo a la
sociedad de clases.
3
Los condicionamientos psicológicos no son un reflejo de las relaciones sociales, sino en sí mismos un
producto creativo de la interacción psique-sociedad, y por lo tanto no puede cambiarse el comportamiento de
los individuos sin cambiar simultáneamente sus actitudes psicológicas y sus prácticas sociales.
NOTA I:
La libertad es concebida como una propiedad del sujeto racional y como una eliminación de
los límites coercitivos, no como una expresión creativa de la autonomía del individuo,
concebido éste como una totalidad orgánica cuyo dinamismo viviente no es gobernado ni
gobernable por el intelecto y su racionalidad instrumental (creencia irracional que radica en el
dualismo cuerpo-mente, cuyo origen se remonta al dualismo religioso cuerpo-alma o materia-
espíritu). La libertad, en un sentido íntegro, es un estado de descondicionamiento que permite
autodeterminarnos y actuar conforme a nuestras necesidades y circunstancias. No es una
cualidad humana que ya esté ahí, que solamente haya de hacerse consciente, sino que ha de
resultar del proceso de autoliberación y sus efectos transformadores a nivel psíquico. Sin esta
dimensión constituyente, la libertad externa, organizada socialmente, es ficticia y no se
sostiene.
La igualdad se refiere siempre a los individuos, pero éstos son desiguales por naturaleza y
por sus condicionamientos vivenciales. La verdadera igualdad no puede consistir en tratar a
todos los individuos como iguales, sino en tratarlos de forma ecuánime, esto es: reconocer sus
diferencias constitutivas sin que ello implique establecer diferencias de valor. Por lo tanto, la
igualdad verdadera no se puede crear mediante la aplicación de criterios y normas iguales,
uniformizadores, aunque en cierta medida sean necesarios por la sencilla razón de que los
individuos también son iguales en cierta medida y ello posibilita constituir un marco básico de
convivencia que sea común y uniforme. Pero lo más importante para una sociedad
profundamente libre y creadora, es que cada individuo tenga la libertad más completa para
desarrollar su singularidad y que tal desarrollo singular se inserte de formas flexibles y
variables en la cooperación social, sin que ello soslaye a libertad y, a la vez, permitiendo que la
sociedad integre como una fuente de riqueza colectiva los múltiples desarrollos individuales y
sus resultados.4
4
Véase el concepto de “multiformación” en: R. Ferreiro, Crítica y creación, 2009.
para un movimiento revolucionario de masas, siquiera incipiente. Dado esto, la “clase” de l@s
proletari@s no es, en la actualidad, más que una unidad contingente, basada en ciertos intereses
fragmentarios; una unidad que parte de la conciencia autoalienada y no de la liberación de la
misma. Por lo tanto, tal unidad de “clase” sólo puede tener, como determinación fundamental de
su acción espontánea, un alejamiento de la concretud de la vida. Así el movimiento obrero,
paradójicamente, se ha alejado de las necesidades reales de los individuos que lo componen. Al
no partir del individuo como ser íntegro, porque éste no es conscientemente tal, el resultado
tiene que ser un movimiento fragmentario y alienado. Y dado que la autoalienación individual
supone, según se desarrolla, psicológicamente mayor fragmentación intrapsíquica y no menos, la
tendencia del desarrollo capitalista implica que, el movimiento obrero tradicional 5, sea cada vez
más fragmentario y alienado en sus formas y contenidos. Por lo que es erróneo considerar el
estado de descomposición actual del movimiento obrero tradicional como un mero resultado de
derrotas, así como de los límites que, la dinámica del capital y sus poderes fácticos, han puesto al
reformismo obrero. Esta descomposición es, más aún, la consecuencia de que individuos
internamente más fragmentados, manifiestan racionalizaciones (y de ahí autoconceptos) y
comportamientos (y de ahí representaciones o ideologías) cada vez más heterogéneos y
alienados de su propia realidad compartida; pues, a medida que aumenta la fragmentación
personal y social, aumentan las posibilidades de fijaciones diferenciales de su identidad, que
encuentran un refuerzo constante en la heterogeneización de la sociedad ocasionada por la
diversificación y flexibilización de la economía, que por lo tanto derivan en una diversificación
autonomizada de la producción de subjetividad social.
El individuo, lo concreto primordial, en tanto no es autónomo puede, bien perderse a sí mismo
en un proceso de construcción de identidad colectiva, o más probablemente hoy perderse en la
aparente ausencia de tales procesos de construcción -ausencia que, en realidad, esconde el
caótico y complejo proceso global de construcción de la identidad capitalista: la comunidad del
capital en la cual los individuos se reconocen como capitales humanos y conciben sus bienes, al
igual que sus capacidades, como fuentes de beneficio privado y recursos para explotarse
recíprocamente a nivel material, emocional o cognitivo. Es, por lo tanto, crucial el problema de la
autonomía individual entendido de forma radical: sólo el individuo puede crear su autonomía;
ésta no se puede simplemente derivar de las relaciones sociales no coercitivas, como pretenden
típicamente los anarquistas. Sobre tal base reduccionista-colectivista, una y otra vez los intentos
de organización liberadora demuestran ser incapaces de desarrollar los procesos cooperativos
necesarios para generar procesos estables de autonomía colectiva, o mismo para reforzar una
autonomía individual que haya germinado, incipiente, al margen de ellos.
Tenemos, pues, que distinguir dos niveles constituyentes del autodesarrollo de la subjetividad
revolucionaria: el nivel individual, cuyo centro es la cotidianeidad, y el nivel colectivo, cuyo centro
es la proyectualidad. Sin transformación de la vida cotidiana no puede existir proyecto
revolucionario, porque carece de la base creadora que puede darle vitalidad y contenido.
Entonces se convierte en nada más que una remodelación de la sociedad capitalista, pues es
pensado por individuos cuyas necesidades, capacidades, horizontes de autorrealización, están
condicionados todavía por el capitalismo -y en consecuencia, es lógico que se expresen sin
cuestionar los fundamentos de la cosmovisión capitalista, incluso si aparentemente,
ideológicamente, afirman rechazarlos y creen realmente hacerlo.
No se puede crear un movimiento revolucionario sin individuos revolucionarios. Por eso, hasta la
fecha todos los intentos revolucionarios han padecido graves limitaciones y han fracasado en su
intento de convertirse en procesos de masas coherentes y omnímodos, que arribasen a una
revolución total de la vida humana. Para comprender estos fracasos, la autoalienación psico-
mental de l@s revolucionari@s -que significa que su autoimagen les oculta su propia realidad
motivacional y comportamental, y también la correspondiente a las masas-, es el mayor
obstáculo. De hecho, esta autoalienación de l@s revolucionario@s es un elemento ilustrativo del
5
O como tan acertadamente señalara Paul Mattick, el “movimiento capitalista de obreros”.
fracaso mismo6.
De ahí que la política revolucionaria tenga que ser anti-identitaria y psicológicamente
autoconsciente. Ha de discernir y colocar en su lugar restringido todo ese proceso formativo de la
identidad personal, evitando que se mezcle con la observación científica de lo real. Para ello, la
teoría revolucionaria tiene en el espíritu científico su apoyo más fiel: el pensamiento teórico ha de
demostrar su efectividad en la generación de formas de praxis concretas en el aquí y ahora, o al
menos ha de demostrar su efectividad para descubrir los límites de las formas actuales y explicar,
en consecuencia, de manera más válida -y por tanto, con mayor valor predictivo- por qué los
comportamientos humanos son como son y cómo pueden evolucionar.
La mencionada autoalienación psico-mental de l@s revolucionari@s no comenzó a ser
problematizada con alguna consistencia hasta la aparición del freudomarxismo en los años 20-30
del siglo pasado. Esta omisión reflejaba todavía el peso de la forma de conciencia del movimiento
obrero radical del siglo XIX, que se había formado y desarrollado en un marco social
caracterizado todavía por la debilidad de la subsunción en el capital de las relaciones sociales
cotidianas y de los procesos de producción de la subjetividad social. La alienación era
problematizada fundamentalmente en la esfera del trabajo, lo que puede atribuirse a la memoria
reciente de las ilusiones revolucionarias burguesas y al todavía gran peso del artesanado y sus
métodos de trabajo.7
Con el desarrollo histórico de la subsunción en el capital, especialmente con su extensión más
allá de la esfera de la producción material de mercancías, se destruye todo rastro de autonomía
precapitalista de la subjetividad, tal y como ésta estaba constituida sobre la base de las formas
de trabajo artesanales, de la dispersión precapitalista de la industria y la población propia de la
falta de desarrollo urbano, y también de las formas de comunitarismo apoyadas en la mentalidad
estamentaria y transmitidas por la costumbre y la ideología cristiana. Se liquida así toda base de
autonomía individual previa sobre la que construir la cooperación autónoma de l@s proletari@s.
Base que, de todos modos, era una autonomía limitada, dando lugar no más que a formas
organizativas sindicales y partidarias, donde la cooperación permanente de los miembros está en
un segundo plano frente a un cuerpo delegado y a los grupos organizados en su interior. En el
proceso de diluirse esta base subjetiva precapitalista, se diluye también la cooperación obrera
independiente creada sobre tal base; el movimiento obrero capitalista ya no puede poseer,
entonces, ninguna cualidad liberadora y pasa a caracterizarse por la carencia de toda capacidad
para producir el desarrollo libre de los individuos. Ni busca tal desarrollo, ni su dinámica interna
puede permitirlo. Ya que no se puede generar la autonomía desde formas autoalienantes
sólidamente consolidadas e integradas en el proceso global de autoalienación creado por el
capitalismo. Solamente llegados a este punto de pone en evidencia el problema de la autonomía
como problema radical: que no habrá autonomía colectiva sin autonomía individual, y que esta
última no se consigue mediante atajos colectivos, sino que exige pasar por el difícil proceso de la
autotransformación personal de l@s proletari@s.
Los individuos autónomos que construirán el movimiento revolucionario del futuro serán
creación propia, a partir de un trabajo consciente de autodesalienación. Trabajar en pos de la
autodesalienación de nuestra vida cotidiana y nuestra vida psíquica interior es la manera más
directa que tenemos para superar la autoalienación general en sus múltiples formas concretas.
Los procesos de autodesalienación colectiva sólo pueden articularse como prolongación de estos
procesos de autodesalienación individuales, por lo cual los primeros necesitan de formas de
cooperación capaces de asumir la complejidad del proceso de transformación subjetiva, de
6
Si, según Marx, la emergencia de l@s revolucionari@s conscientes es el síntoma de la madurez del
desarrollo social-histórico para la revolución (Miseria de la filosofía, 1844), su autoalienación es expresión de
la inmadurez.
7
La problematización bakuniniana del Estado no se funda en una teoría de la autoalienación política. Para
Bakunin el Estado es un órgano de las clases dominantes, creado por ellas y mantenido gracias a la
corrupción y servidumbre de las masas. Esto es, su crítica del Estado es una crítica antiautoritaria, socio-
política. (Véase: R. Ferreiro, La teoría anarquista del Estado, 200_)
superarse ligando el desarrollo libre individual y el desarrollo libre colectivo, de tal modo que los
individuos y las minorías aprendan a actuar socialmente desde la integración consciente y
armónica de sus propias necesidades particulares con las necesidades generales. Por supuesto,
esto genera conflictos, pero los conflictos no radican en la iniciativa y la singularidad de los
individuos, sino en las limitaciones y alienaciones que caracterizan la sociedad capitalista. De la
misma manera, el movimiento y luchas colectivas generan exclusión de las necesidades de
algunos individuos, sectores, etc. Por lo tanto, el punto de vista colectivista no está enraizado en
una consideración cabal de la praxis histórica sino, fundamentalmente, en una creencia irracional
formada por oposición al individualismo burgués y cuya función práctica es intentar contener las
tendencias individualistas alienantes que debilitan al movimiento colectivo. Pero esto, a su vez,
presupone una fetichización del movimiento colectivo que lo escinde de su base individual y lo
coloca como solución a los problemas humanos, como motor autonomizado del progreso social.
La concepción que nosotros defendemos, la que integra el desarrollo individual y el colectivo,
considera el proceso colectivo como una prolongación y refuerzo del proceso individual, y
entonces pone el énfasis en el autodesarrollo del individuo como ser consciente e íntegro, en su
desarrollo humano libre. Concibe el desarrollo colectivo como una expresión de lo que los
individuos son y que ellos plasman en su praxis social, la cual forma, directa o indirectamente,
procesos cooperativos simples o complejos a través de la red social. Desde esta perspectiva, no
tiene sentido incitar a la lucha colectiva sin tomar en consideración la calidad reflexiva, las
motivaciones reales, las actitudes sociales, que los individuos muestran en su vida cotidiana, en
sus actividades cooperativas y en particular en sus luchas anteriores.
Por lo tanto, la división mecánica entre lo individual y lo colectivo está en la base del dualismo
-y, en la práctica, subordinación unilateral- de lo psicológico a lo social, de lo humano a lo
político, de los problemas de la esfera de la reproducción social a los problemas de la esfera de la
producción. En tanto esta división mecánica se mantiene, la insistencia en la autotransformación
de los individuos, las relaciones familiares, la vida cotidiana, etc., se queda en una especie de
complemento o de compensación, mientras en la actividad real persiste un rígido dualismo entre
“lucha” y “autorrealización”.
Evidentemente, si la lucha se concibe como una forma de autorrealización de los individuos,
esto supone determinarla como prolongación de tales individuos y no a la inversa, concebir la
autorrealización de los individuos como un resultado que sólo la lucha hace posible. Esto último
es la consecuencia de no reconocer el papel necesario de la iniciativa individual, en los procesos
que originan y efectivizan la autoorganización colectiva que precede a la lucha; por lo tanto, de
no entender que, para aumentar la consistencia de la autoorganización y elevar la capacidad y
objetivos de la lucha, es imprescindible hacer otro tanto con la autoactividad de los individuos
que la generan y sostienen. Pues la verdad del colectivismo estriba en que los individuos sólo
pueden liberarse y desarrollarse integralmente a través de la cooperación; pero para ello es
preciso que esta cooperación tenga una forma autoliberadora y no autoalienada, que por su
misma constitución dicha cooperación tenga una forma adecuada a las necesidades de los
individuos, siendo así un momento efectivo de su autorrealización integral y no un proceso
instrumental.
Si en la actualidad no existe un movimiento colectivo revolucionario o progresivo que sea
relevante, sino que prevalecen todo lo más procesos de autoliberación parciales y poco duraderos
-porque las luchas se acaban, las organizaciones se fosilizan, las nuevas corrientes intelectuales
acaban también en sistemas teóricos cerrados, o se aíslan de la realidad y de los problemas
prácticos ante la dificultad para conectar con la dinámica de masas-, entonces la cosmovisión
colectivista de la izquierda deviene obsoleta para generar cualquier desarrollo colectivo. En este
contexto, la prioridad inmediata de l@s revolucionari@s no son las actividades dirigidas a intentar
crear nuevos agrupamientos u organizaciones para los objetivos de transformación social, sino las
actividades dirigidas a potenciar y dar sostén a la autotransformación de los individuos. Porque es
esto lo que permitirá que, por ejemplo, apoyar e intervenir en luchas sociales conduzca a alguna
parte 10.
Además, para que las luchas, los procesos de cooperación y las actividades individuales, que
l@s proletari@s inician, sirvan al desarrollo de un movimiento realmente autónomo, es necesaria
la autotransformación individual y que ésta no quede cortada con el fin de las luchas o
actividades temporales, con el anquilosamiento en organizaciones o ideas particulares, etc. Pero,
para poder defender esto consecuentemente, tenemos que saber cómo llevar a cabo la
autotransformación individual, cómo hacer actividades colectivas para ayudarla o articularla
cooperativamente, cómo relacionar todo ello con nuestra intervención o participación directa en
procesos de lucha social actuales, o en las organizaciones actuales. De lo que se trata es de
desarrollar las condiciones y los marcos para que, las dinámicas de comportamiento autónomo
que puedan emerger a través de las luchas sociales, o de iniciativas creativas para alguna
necesidad parcial o temporal, se mantengan más allá de su origen contingente y se desarrollen
cuantitativa y cualitativamente; de modo que estas dinámicas autónomas se consoliden y se
expandan, pasen de ser un comportamiento contingente a formar parte de un proceso integrado:
un proceso que, en la práctica, es la creación y construcción de una nueva totalidad social, un
nuevo tipo de sociedad.11
10
Es obvio que desde un punto de vista dirigista, que presupone la posesión de una verdad o solución por
parte de una minoría dirigente, todo esto carece de sentido. El problema mismo de la autoliberación
individual ni se plantea, y toda problematización del desarrollo individual se realiza desde una perspectiva
instrumental: hacer que el individuo adhiera a la dirección determinada por una minoría.
11
Si esto es así, tiene más sentido, por ejemplo, hacer un grupo de trabajo psicológico con una poca gente e
intentar que se ahonde, y que hasta pueda convertirse en un proyecto extensible más allá de un círculo muy
reducido -o de promover otros grupos similares-. O en otro caso, organizar en una asociación barrial un
curso de cocina donde se integren conocimientos y problemas de salud, de creatividad, de sentido de la vida,
y conocimientos y problemas sobre cómo se producen los alimentos, cómo nos condiciona el capitalismo,
etc., TODO ESTO SERÁ MÁS PRODUCTIVO en términos revolucionarios y a medio-largo plazo que seguir
haciendo “lo de siempre”, con las luchas sociales como espacio privilegiado de intervención -lo que es una
forma de acción fragmentaria y temporal. El marco real de la acción revolucionaria tiene que ser la totalidad
y el continuo de la vida social, y las luchas sociales son sólo momentos y lugares aislados en este marco
total. Además, aunque tengamos un discurso perfectamente revolucionario, el factor crucial es que la masa
sea receptiva, y la masa sólo será receptiva si capta sus propias necesidades de un modo autónomo y es
capaz, por lo tanto, de reconocer en nuestro discurso una expresión racional y práctica de esas mismas
necesidades.
12
La burguesía es sólo un producto más, un agente del capital como totalidad, dominado por la competencia
de todos contra todos y por el desarrollo histórico ciego.
Una imagen a medida que, al determinar la lucha, implica que luchemos contra nuestros propios
fantasmas.
Pero como hemos expuesto, el “Enemigo” con mayúsculas no existe. La burguesía, como había
explicado Marx, es el producto del trabajo alienado, sin el cual no existiría como tal porque
tampoco existiría el capital como relación de producción. Y si el capital como relación existe, es
porque los individuos han aceptado (de buena o mala gana) la relación del trabajo a cambio de
un salario y, por extensión, han aceptado la libertad de contratación, de comercio y de
negociación como la forma natural de su libertad. Esta es la base del capitalismo maduro y lo que
le otorga su consistencia interna a pesar de las crisis y de las luchas de clases. Esta libertad de
comprar y vender(se) es una forma autoalienante de actividad, pero formalmente es una libertad
real, porque efectivamente se lleva a cabo y se mantiene mediante formas de comportamiento
voluntarias, por mucho que obviamente estén determinadas por las condiciones de existencia
concretas de los individuos (y de ahí que los grados de libertad reales se polaricen entre las
cumbres de la clase capitalista y las grandes bolsas de pobreza).
Igualmente, el enfoque comprehensivo nos lleva a entender que la clase dominante en el
capitalismo no puede definirse de forma reduccionista al ámbito económico, sino que para existir
y reproducirse siempre necesita de una prolongación a los ámbitos político y cultural,
especialmente dado que la sociedad capitalista se estructura según una división de poderes que
da lugar a una autonomización formal en esferas institucionales diferentes. La burguesía, definida
como el agente del capital o del trabajo acumulado autonomizado, se forma primariamente como
una clase económica, pero luego se despliega política e intelectualmente, de modo que a los
agentes económicos del capital se añaden los agentes políticos y los agentes ideológicos. La
autonomía relativa que les confiere la división social del trabajo no anula el proceso socio-
histórico de reproducción de la clase dominante como un todo. Esto es lo que explica que
patronos, gestores e intelectuales hayan desempeñado casi sin excepciones la función de agentes
de la reproducción ampliada del capital, inclusive cuando su falsa conciencia o las conveniencias
de las circunstancias les ha llevado a preferir los programas de la izquierda o hasta a optar por
cambios revolucionarios en el marco de las luchas faccionales dentro de la clase dominante.15
Habiendo clarificado el problema de cómo se determina nuestra acción en la confrontación con
el capitalismo, podemos afirmar con rotundidad que la lucha contra la burguesía (o contra el
Estado o cualquier otra facción o división de la clase dominante), y todo lo que de ello se deriva,
es por definición una lucha no revolucionaria en el sentido comunista. La lucha revolucionaria es
una lucha radical, ad hominem16, una lucha por la “emancipación plena de todos los sentidos y
cualidades humanos” y al mismo tiempo por su desarrollo, porque “es esta emancipación porque
15
Así, por ejemplo, sectores de la intelectualidad pudieron asumir un programa de nacionalizaciones que en
mayor o menor medida destruía como clase a los patronos privados, o también gestores políticos pudieron
tomar iniciativas de regulación o absorción estatal del capital privado. En un contexto crítico, es posible que
una parte de la clase dominante destruya a la otra por medios políticos, de la misma manera que ocurre
habitualmente por medios económicos a través de la competencia en el mercado mundial.
Por lo tanto, la clase dominante no puede definirse en base solamente a las relaciones jurídicas de
propiedad, porque el capital es una relación social y un proceso de acumulación que se sustenta en la
totalidad social, que incluye todas las esferas de la sociedad (económica, política y cultural) y en
consecuencia a sus agentes. La incomprensión de esto siempre ha sido una fuente de errores.
16
“Dirigida a la persona”. Como decía Marx: “Evidentemente, el arma de la crítica no puede sustituir a la
crítica de las armas, la fuerza material tiene que derrocarse mediante la fuerza material, pero también la
teoría se convierte en un poder material tan pronto como se apodera de las masas. Y la teoría es capaz de
apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem, y argumenta y demuestra ad
hominem cuando se hace radical; ser radical es atacar el problema por la raíz, y la raíz para el hombre es el
hombre mismo.” (Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1843)
El punto de vista radical de Marx se remonta directamente a Feuerbach: “Feuerbach hace igualmente de la
relación social «del hombre al hombre» el principio fundamental de la teoría” y contrapone “a la negación de
la negación que afirma ser lo positivo absoluto”, al “pensamiento que se sobrepasa en el pensamiento”, “lo
positivo que descansa sobre él mismo y se fundamenta positivamente a si mismo”, esto es, la “sensibilidad,
realidad, vida” del hombre real. (Manuscritos de 1844)
todos estos sentidos y cualidades se han hecho humanos, tanto en sentido objetivo como
subjetivo”.17
La lucha de clases tradicional, o es un espacio para el desarrollo y ejercicio de la autonomía de
los individuos, o sólo es una actividad funcional a la reproducción global (y/o local) del
capitalismo. Lo esencial de la lucha de clases, desde un punto de vista revolucionario, es que
funciona como vehículo del antagonismo de clases y que este antagonismo es decisivo para
desencadenar el comportamiento rupturista con las relaciones sociales vigentes. La lucha de
clases, en sus formas tradicionales, es además el proceso más inmediato en que el antagonismo
se hace sensible como antagonismo irreconciliable y radicado en las formas de actividad
creadoras, y así puede elevarse a la conciencia directamente en su verdadera significación. Pero
esto implica que la importancia del antagonismo capital-trabajo en su forma directa se deriva de
su forma, no de su contenido. Ya que este antagonismo atraviesa toda la vida social. Como
consecuencia, la conciencia del antagonismo en su forma todavía inmediata, laboral y económica,
por sí sola excluye la comprensión del capitalismo como totalidad.
La lucha por la autonomía tiene, por consiguiente, que desarrollarse desde todos los puntos de
la vida social, favoreciendo la ligación conciencial y práctica de las múltiples luchas y actividades
al antagonismo común que las atraviesa. Por su forma, la lucha del proletariado por autoliberarse
es una lucha de clases, pero por su contenido es una lucha por liberarse de la autoalienación
como un todo. “En sí”, la lucha de clases es solamente un mecanismo normal de autorregulación
social del capitalismo, y así ha funcionado siempre -inclusive cuando ha adoptado formas
“revolucionarias”, que en realidad son formas “revolucionarias” de ajuste del capitalismo y, por lo
tanto, de ajuste de la clase obrera al capitalismo 18.
La lucha de clases, en cualquiera de sus formas, sólo tiene relevancia para el comunismo o para
la autoliberación humana en general, en cuanto funciona como vehículo del antagonismo del
individuo con las relaciones autoalienadas, que constituyen la totalidad de su vida cotidiana. Ésta
es su vida real, concreta, sensible. Y sobre todo, esta es la vida concreta en el sentido de que es
la unidad de múltiples determinaciones. Esta vida cotidiana es, también, la base creativa de toda
la vida individual y colectiva; es decir, al mismo tiempo que es unidad de las múltiples
determinaciones que le dan entidad como actividad de los individuos singulares, esta vida
cotidiana es también un momento del proceso indivisible, holístico, en el que se originan todas las
determinaciones.
Esta indivisibilidad del proceso de autocreación de la sociedad, es un hecho orgánico en el nivel
individual, en cuanto el individuo mismo constituye, por su propia naturaleza humana y por sus
propias necesidades derivadas, una unidad psicosomática socializada. Pero en el nivel colectivo
también ha sido producida con el desarrollo capitalista, que ha unificado cada vez más
estrechamente toda la actividad social. Pero en su forma autoalienada, el proceso creativo del
devenir de la sociedad hecho globalmente indivisible 19, supone de este modo la aparición por vez
primera de una base creativa multiplicada y constante. Base creativa que no es sino la
combinación fluida de la energía y los potenciales de los individuos a través de la cooperación
social.
Aunque esta base creativa permanecerá como un mero potencial, hasta ser activada por los
conflictos sociales que se hayan determinado -es decir, que hayan tomado una forma objetivada,
definida. Entonces, cuando en su nivel determinado -las condiciones que permiten la adopción de
formas estables- la vida cotidiana se aleja suficientemente del equilibrio dinámico -hay una
liberación de energía que no puede ser soportada por el orden de relaciones prevaleciente-, esa
base creativa comunal entra en acción, produciendo nuevas determinaciones: nuevos
17
Karl Marx, Manuscritos de 1844.
18
Independientemente del grado de protagonismo de la clase obrera en estos procedimientos de ajuste y de
su conciencia al respecto.
19
Esto es, ya no dividido por formas de comunidad limitadas por lazos de parentesco o por restricciones
naturales de recursos, transporte y acceso a territorios.
20
Estos enfoques niegan la creatividad intrínseca al individuo y, de este modo, sólo conciben su
autotransformación como una reacción derivada de presiones mecánicas ejercidas por la fuerza de la
necesidad material, la autoridad política e intelectual, o incluso la fuerza bruta en último término; y en el
fondo, siempre presuponen que, detrás de cierta asunción de comportamientos, estaría el miedo, la amenaza
de algún tipo, o la cruda necesidad. En otras palabras, tales enfoques arrancan de un reduccionismo que les
impide comprender el comportamiento humano -o el animal- en términos de interacción holística y
autocreativa.
*
Contra qué luchamos y, por tanto, cómo luchamos.
21
La noción de explotación debería revisarse en un sentido integral. Primero, porque el comunismo no se
opone solamente a la explotación capitalista o de clase, sino a la explotación en cualquiera de sus formas,
porque es la forma económica de la autoalienación. Segundo, porque la explotación implica, como bien
explica Jiddu Krishnamurti, en su raíz un tipo de subjetividad caracterizada por el deseo adquisitivo. Esta
apreciación también se encontrará en los escritos de juventud de Marx, pero allí no hay claramente
formulada una conexión holística entre explotación y sentido del tener desde un punto de vista psicológico-
comportamental, sino histórico-social (especialmente detallado en los Manuscritos de 1844).
el enfrentamiento con las fuerzas históricas ciegas 25, o con sus agentes sociales. Mediante su
praxis, en el proceso creativo de construir un movimiento revolucionario, los individuos crean
para su virtud política, para su autopoder, una autofundamentación social-histórica, crean la base
(material, relacional, organizativa, intelectual, psicológica) de su autonomía social. Es decir, la
virtud revolucionaria, el autopoder revolucionario, se autoorigina en el proceso dialéctico de la
praxis antagonista que entrelaza la autotransformación personal, la transformación social y la
transformación de las relaciones con la naturaleza. De este modo se forma una comunidad no
alienada, de individuos libres e iguales que se autocapacitan para la creación de un nuevo tipo de
sociedad.
Partiendo de este enfoque del proceso de construcción del sujeto revolucionario, y situados en
el interior de la sociedad capitalista, nuestra praxis revolucionaria se dirige a promover todas las
formas de actividad autónomas posibles, de manera que funcionen como estimuladoras y
catalizadoras de procesos de autodesalienación individuales y colectivos. Dado que la
autoalienación es un proceso indivisible, cualquier dinámica desalienante que no se extienda a la
totalidad de la vida de los individuos tendrá por fuerza resultados parciales y aislados,
dependiendo del clima general -es decir, dependiendo de la consistencia y densidad 26 alcanzadas
por el proceso de autoalienación general. Por lo tanto:
1º) no sólo el desarrollo de formas autónomas de actividad tiene que extenderse a todos los
momentos de la vida porque esto es un objetivo revolucionario, sino porque de otro modo no
pueden liberarse la energía y las capacidades, constituirse la cooperación, que es necesaria para
construir un movimiento revolucionario en la sociedad actual;
2º) la promoción de actividades sólo tiene, por sí misma, una efectividad formal; esto es, crea
posibilidades; su efectividad real depende muchísimo más de la dinámica del comportamiento
social y, dentro de ella, de la producción de subjetividad, que de cualquier iniciativa aislada,
propuesta minoritaria y actividades de agitación y propaganda.
El contenido efectivo y la efectividad concreta de la acción, en el sentido desalienante,
dependerán mucho más los individuos participantes que de nuestro programa, discurso o actitud
individuales o grupales. Éstos pueden favorecer o no que los individuos accedan a esas
posibilidades (incentivar su motivación -que no crearla-, el acceso a una información adecuada,
etc.), y en este aspecto son muy importantes a largo plazo o en momentos cruciales. Pero no
pueden alterar las motivaciones y la conciencia práctica que los individuos tienen, y que son lo
fundamental, aquello que determina en qué quieren usar su tiempo y energía; estos factores,
motivación y conciencia práctica, se constituyen y desarrollan a través del devenir complejo y
singular de las vidas de los individuos, intentar amoldarlas a cualquier planteamiento intelectual
sólo las mistificaría.
En resumen, la autoalienación sólo puede ser enfrentada y superada de manera consecuente
mediante una praxis de autodesalienación igualmente integral.
7. Descondicionamiento
La mayor parte de la psicología occidental tiene como núcleo práctico la propia racionalidad
capitalista. Trata los problemas psicológicos desde una óptica adaptativa, esto es: remodelar o
25
Como la “fortuna” en Maquiavelo, pero otro tanto podría decirse de ciertas concepciones deterministas que
oscilan entre el fatalismo y el voluntarismo.
26
Consistencia: grado de aceptación e integración de los individuos en el proceso de autoalienación como un
todo; por ejemplo, es visible en la paz o guerra laborales.
Densidad: tiene relación con la consistencia, pero se refiere al grado de integración entre sí, y al grado de
arraigo localizado -subsunción formal o real-, de los distintos procesos de autoalienación. Por ejemplo, esto
es especialmente relevante en cuanto a las actividades de ocio de la clase obrera. Partimos de la base de
que, con el capitalismo, la autoalienación se ha extendido a toda la sociedad y que ha alcanzado su
profundidad máxima -la capitalización de la vida y el egoísmo extremo-.
sustituir los hábitos patológicos por otros supuestamente sanos, o generar nuevos hábitos y
habilidades que los sustenten. Esto es inevitable en la medida en que, igual que la izquierda
socio-política, su actividad efectiva toma el marco de la sociedad capitalista como una premisa
natural.
Que el nuevo proceso de condicionamiento sea enfocado como “adquisición de habilidades” y
“hábitos saludables”, que así adopte una forma liberadora relativa, no cambia lo esencial. La
psicología occidental, burguesa, se caracteriza por su praxis heterónoma, por la relación
terapeuta-paciente. Esto supone atribuir, implícitamente, a las técnicas psicológicas -y al
terapeuta como su aplicador- la capacidad de producir la transformación de la personalidad,
mientras que el sujeto real, colocado como paciente, se amolda a ellas y espera de este modo
ciertos resultados promedio.27
Este enfoque psicológico se acopla perfectamente a las exigencias funcionales de la sociedad
capitalista. Sus efectos pueden describirse como una reproducción ampliada del ego y su
diversificación en términos de habilidades adquiridas. Esto es, a la vez, la mejor manera de
perpetuar tanto el ego autonomizado como la relación del capital que es su medio existencial y
constitutivo. El capital no sólo necesita contener la extensión de las patologías psicológicas más
graves, necesita, sobre todo en la época actual, un ejército de fuerza de trabajo cada vez más
rápidamente adaptable a los cambios en los procesos de trabajo, las estructuras sociales y los
reclamos de consumo. En otras palabras, necesita amoldar con la mayor perfección posible y en
todo momento el comportamiento proletario a las necesidades de la autovalorización del capital.
Esto exige no tanto mantener o reforzar los condicionamientos psicológicos adquiridos desde la
infancia, como promover un condicionamiento de tipo más flexible, más adecuado a un modo de
vida efectivamente subsumido en la dinámica del capital.
Por lo tanto, el desarrollo de esta psicología, sin negar su dimensión de fuerza productiva con
cierta utilidad para el autoconocimiento y la autotransformación psicológicos de la humanidad,
como proceso relacional reproduce la forma en que el capitalismo acomete la subsunción real del
desarrollo psicológico de los individuos, la forma en que subsume realmente la producción de
subjetividad28. Para llevar adelante esta tarea, las técnicas orientales, una vez liberadas de su
corteza religiosa precapitalista y subordinadas a la adaptabilidad en nombre del “crecimiento
personal”, vienen como anillo al dedo.
La autonomía del individuo, en antagonismo abierto con esta psicología, exige para
desarrollarse psicológicamente el descondicionamiento, exige rechazar el recondicionamiento o el
condicionamiento adicional y convertir las crisis psicológicas en una ocasión para avanzar en el
proceso de autoliberación radical de todo condicionamiento, el cual adopta la forma de
identificaciones, fijaciones y los consecuentes hábitos de reacción. Desde una perspectiva de
totalidad, el descondicionamiento es el proceso de supresión del ego autonomizado, para dejar
lugar a una estructura psicológica globalmente integrada y autoconsciente en la que, ese
autoconcepto operativo o ego, que actualmente es un fragmento colocado en una función
directiva, pase a desempeñar una función subalterna y estrictamente instrumental. En la praxis
de descondicionamiento, el individuo es su propio maestro y discípulo, terapeuta y paciente; y a
27
Esto mismo ocurre, de una forma más obscura, en todas las tradiciones místicas. Atribuir a ciertas
prácticas o saberes externos la capacidad de producir transformaciones intrapsíquicas es, de hecho, un caso
de fetichismo psicológico.
28
Cuando la producción de subjetividad se encaraba por medios meramente educativos o culturales,
incidiendo específicamente sólo sobre el intelecto, la subsunción de la subjetividad en el capital permanecía
aún en el estadio formal. Podemos expresar este cambio como transición de la subsunción simbólica de la
producción de subjetividad, a la subsunción psicológica. Una vez todas las relaciones sociales y mentales han
sido subsumidas realmente, y expresan, en consecuencia, funciones de la producción y reproducción del
capital, todo el funcionamiento psicológico puede pasar a ser regulado como momento del dinamismo social-
histórico, ahora perfectamente vehiculizado por las relaciones sociales y mentales y así cabalmente
interiorizado por el individuo en su subjetividad. El individuo se convierte él mismo en un vehículo de la
relación capitalista, se concibe a sí mismo, su vida, sus necesidades y capacidades, en términos afines al
proceso de autovalorización del capital, hasta el punto de concebirse él mismo como capital.
través de sus relaciones con los otros, también ellos lo son para él. No existe ni es posible,
entonces, para el individuo que desarrolla su autonomía una separación entre su actividad interna
de autotransformación y sus actividades sociales.
29
Estos límites no sólo están en las relaciones sociales institucionalizadas (el capital, el Estado, l@s
especialistas), también están en las relaciones sociales cotidianas, poniéndose de manifiesto que la
autoalienación psicológica de l@s demás es un límite para la propia autorrealización, de la misma manera
que su libertad es una fuente de riqueza indispensable y no un límite, como se le presenta al individuo
autoalienado, que vive poseído por el sentido de separatividad con respecto a los otros (o por su falsa
superación, el sentido de posesión sobre los otros).
30
Véanse en este documento los dos últimos apartados.
percepción o del intelecto en nuevos condicionamientos o en un refuerzo de los viejos, sin que el
fondo irracional del condicionamiento mismo, de los hábitos, sea puesto en cuestión salvo cuando
la subjetividad como tal es presa de la crisis. Incluso si estos nuevos contenidos postulan una
praxis de descondicionamiento y esto es reconocido a nivel del intelecto 31, tendríamos todavía el
contraste abismal entre esos contenidos y los hábitos previos, por lo cual, de lo que se trata no
es de introducir nuevos contenidos sino de desarrollar formas de actividad (específicamente
psicológicas o no) en las que los nuevos contenidos adopten la forma práctica de la experiencia y
permitan así que sean objeto de la sensibilidad y no sólo del intelecto, es decir, sean vivenciados
-holísticamente- por la autoconciencia o autopercepción psicosomática inmanente, de la cual los
sentidos o el intelecto sólo son canales.
Por lo tanto, no se trata de cambiar una forma de conciencia determinada por otra, cambiar de
ser partidario del capitalismo a serlo del comunismo, o seguir determinada terapia o praxis
psicológica. Esto es parte de la transformación que necesitamos, pero no es ni mucho menos lo
central. El centro de esta transformación del individuo lo constituye el proceso de integración y
despertar de su autoactividad psíquica y social, que tendrá su proyección consecuente en el
desarrollo de formas de cooperación igualmente integradas y plenas. (NOTA II)
***
NOTA II:
Sin todo este trabajo, lo que tenemos es en el mejor de los casos un individuo que toma
partido por aquello que cree mejor en función de consideraciones racionales, pero que no es
capaz de desarrollar una praxis coherente; en el peor, tenemos la mistificación de todo tipo de
deseos y hábitos alienados en nombre de los grandes fines o ideales humanos, la degradación
de las teorías vivas en ideologías pervertidas que sirven a la racionalización de tales deseos y
hábitos, y una praxis completamente alejada de lo que dice que son sus objetivos. En ambos
casos extremos, lo que tenemos no es un individuo que ha devenido comunista en el sentido
radical y liberador que quería Marx -verdadero comunismo=verdadero humanismo=verdadero
naturalismo. En ambos casos, el individuo no se ha transformado de modo radical, pues la raíz
de lo humano no es otra que aquello que nos hace humanos, nuestra naturaleza genérica, que
es a la vez biológica e histórico-social. En principio, solamente ha cambiado sus
representaciones de la realidad y las formas en que concibe la objetivación de sus necesidades;
persiste toda la estructuración psicológica que hace que sus mismas necesidades y capacidades
no sobrepasen los límites cuantitativos y cualitativos de la adaptación capitalista, la
estructuración que ocasiona su fragmentación y conflictos internos que imposibilitan una
coherencia de la praxis entre lo que se quiere, lo que se hace y lo que se piensa. Como
resultado, la motivación del individuo no apunta a más que una forma idealizada del modo de
31
La racionalidad intelectual sólo es una forma superficial, instrumental, de la conciencia. No puede actuar
directamente sobre la constitución intrapsíquica y por eso la mente lógica es continuamente arrastrada a las
reacciones irracionales y fijaciones ideológicas. De modo que el individuo puede creer ser libre, pero no es
capaz de cuestionarse a sí mismo consistente y permanentemente, por lo cual no es creativo y eso inhibe su
potencial revolucionario real. Sólo es posible el autocuestionamiento partiendo de la autopercepción, de otro
modo en realidad lo que hay es una autocomparación en base a idealizaciones (dualismo entre lo que se es y
lo que se debería ser).
vida capitalista, esto es, el modo de vida capitalista del proletariado, pero sin sus frustraciones
y penalidades. O peor, apunta a acceder al modo de vida de la clase dominante.32
Dado que el cambio de conciencia socio-política no tiene conexión con lo profundo de la vida
de la persona, no deriva automáticamente en un desarrollo de su autonomía real, y no es,
cuando adopta una forma separada, un elemento favorable a la autoliberación integral
humana. Pues, ni lleva a una visión más integral de las necesidades y del vivir social, ni lleva a
una liberación de los potenciales psíquicos y de la espontaneidad creadora. Puede, eso sí,
liberar los contenidos y tendencias frustrados o reprimidos, pero sin poder transformarlos, lo
que la convierte en una justificación para dar rienda suelta a comportamientos regresivos 33 o
agresivos en nombre de la libertad, la justicia social, etc. Además, lo frustrado o lo reprimido
están psicológicamente estructurados, de acuerdo con unas circunstancias sociales que no
dejan de ser capitalistas; se trata de movimientos psíquicos concretos y no de la emergencia
de contenidos revolucionarios, y suelen conllevar una carga de negatividad que no sólo no
apunta a superar la sociedad capitalista sino que tampoco tiene por qué ser constructiva; más
bien la liberación de la represión o contención deja el campo abierto a los hábitos reactivos
alienantes, que son destructivos o conservadores.
La cosmovisión de la izquierda radical, que lleva al extremo el principio crítico-oposicional de
la izquierda en general, funciona como una justificación de estos hábitos reactivos, al tiempo
que inserta a los individuos en una red social que les da espacio y convierte sus hábitos en
fuerza social. Así es como la teoría revolucionaria sobre la negatividad en el desarrollo histórico
se despega de la perspectiva creativa y constructiva, y se convierte en una justificación
apologética para el odio social y los comportamientos destructivos. Mientras que en su
verdadero núcleo siempre ha estado más cerca de los esfuerzos constructivos para el
desarrollo social, aunque estos se formulen en términos puramente reformistas, o mismamente
cuando es el propio capitalismo el que crea condiciones sociales superiores.
***
32
En otras palabras, sobre la base de una psicología capitalista no podemos esperar mucho más que una
praxis que sólo es revolucionaria de forma inconsistente, que no es total en su acción ni en su concepción, y
es el fondo de aquello que Marx había llamado el “comunismo grosero”.
33
Retroceso mental hasta alguna etapa de menor maduración psicológica, en la cual el individuo haya
sentido mayor seguridad emocional.
34
Se trata otra vez del ya mencionado fetichismo de la técnica. Como hemos expuesto, lo esencial no es
ninguna técnica, sino la liberación de la autoactividad espontánea del organismo en su faceta autocreativa y
autoestructuradora. De la misma manera que los hábitos fueron creados y fijados inconscientemente,
pueden ser disueltos y reemplazados por un aprendizaje consciente de nuevos comportamientos que, por su
vez, no implique esa forma de fijación. De hecho, dado que las circunstancias están en continuo cambio, la
adecuación a las circunstancias exige no fijaciones, sino la capacidad para mantener una reelaboración
constante y consciente del comportamiento, lo que por definición excluye la noción misma de hábito y mucho
más la de fijación. Tal modo de autoactividad creativa sólo es sostenible gracias a la autointegración global
psicosomática.
35
Contenidos naturales: la actitud hacia el medio natural, empezando por el respeto a las otras formas de
vida, y hacia la propia naturaleza, empezando por el cuidado corporal.
36
Todos los enigmas que se plantea la gente con ideales revolucionarios acerca de por qué ell@s
“despertaron” y l@s demás no, se originan en esta falta de autoconocimiento y de autoanálisis (cuál fue el
evento que originó su descondicionamiento espontáneo). Además, demuestra hasta que punto es equivocada
–y herencia del Iluminismo y su dualismo de ser y conciencia- la pretensión de convencer racionalmente a la
gente no descondicionada de la necesidad de llevar a cabo una praxis revolucionaria. De esta manera gente
sinceramente revolucionaria pierde el tiempo, se frustra, y finalmente se “quema” en una praxis de
educacionismo de masas, en vez de promover -prácticamente y no mediante la propaganda, lo cual sería
volver al error anterior- formas de praxis social descondicionantes y de proseguir en su propio
descondicionamiento de manera consciente.
agotarse ahí, pues la desutopización no se refiere solamente a las ideas específicamente utópicas,
sino a todo contenido que se muestre extraño o contrario a la efectividad revolucionaria en el
curso del devenir histórico.
La desutopización afecta a todas las concepciones falsas, desfasadas o alienantes, con sus
correspondientes prácticas. Esto involucra especialmente al fenómeno de la ideologización. Las
ideologías separan el pensamiento de la actividad y realidad presentes, tornándolo autonomizado
y autorrecurrente, remitiéndolo al autoconcepto subjetivo (ego mental) en forma de refuerzo
identitario. En consecuencia, las ideologías ven, miden, valoran el presente en función del pasado
y operan como barreras a la creatividad, al futuro. Son una forma de pensamiento
fundamentalmente regresiva, porque a medida que crece el desfase histórico entre el contexto
concreto en que se formaron las concepciones ideologizadas, y el contexto concreto en el que se
pretenden aplicar, las ideologías dan lugar a una regresión al utopismo, a diferencia del utopismo
original en tanto que fase infantil del pensamiento creador (que puede superarse tan pronto se
asuma el pensamiento científico experimental, con la formulación y ensayo de hipótesis lo más
apoyadas en el conocimiento de la realidad.)
La desutopización implica una lucha contra las funciones sociales de las ideologías. A través del
proceso de ideologización, y sobre la base de la psicología dominante, las teorías creadas por el
pensamiento revolucionario han devenido ideologías con un carácter y función similares a la
religión: en una “religión del poder humano colectivo” (A. Toynbee). En el marco de esta
ideologización religiosa, la voluntad política adquiere una sustancialidad y poder místicos, su
actividad se convierte en la puesta en práctica de una serie de rituales recurrentes sobre la base
de libros sagrados, genera formas sectarias de comunidad; reintegra, de este modo, acción
política y religiosidad (regresión precapitalista), remite su identidad a pasados míticos, y
finalmente opera como una forma de opio psicológico y de mistificación que se añaden a los
creados por el capitalismo.
Esta transformación de las ideologías de izquierda sólo es posible porque no sólo no cuestionan,
sino que asumen como base, el tipo de subjetividad dominante, y porque sólo conciben su
transformación según los moldes racionalistas e instrumentales burgueses. Semejante
cosmovisión mecánica no puede evitar la persistencia y la mezcla, con ella misma, de todo
género de contenidos psicológicos que no han sido suficientemente comprendidos, o para los que
no se ha desarrollado una forma de objetivación adecuada. En una sociedad en la que los
destinos individuales están marcados fuertemente por el desarrollo motorizado por las fuerzas
ciegas de la economía, la tendencia a la religiosización del pensamiento es una constante y no
puede ser contrarrestada salvo mediante el desarrollo de una verdadera subjetividad autónoma,
enraizada en el autoconocimiento psicológico y social.
Además, al combinarse con el colectivismo, la religiosización del pensamiento revolucionario no
sólo es regresiva en los términos de la sociedad capitalista, sino que como decíamos tiende a
adquirir rasgos precapitalistas. Estos rasgos precapitalistas suponen una degradación adicional de
la psicología de los individuos que se someten al poder cuasi-religioso de las sectas de izquierda 37
e inhiben la emergencia de su potencial subjetivo (necesidades, capacidades, acción creativa).
Tenemos, pues, que diferenciar claramente, con respecto al pensamiento revolucionario, entre la
regresión reformista o capitalista, que es un fenómeno socio-político, y la regresión religiosa que
es un fenómeno psico-social.
La desutopización se funda en el estudio científico del devenir de la sociedad y de la acción
humana, como tal acción nos viene dada o es ensayada experimentalmente dentro de ese marco
de totalidad. Para ser efectiva, la teoría revolucionaria tiene que ponerse a la altura de la
complejidad de la sociedad y la ciencia actuales, con plena disposición a dejar de lado todas las
creencias y las concepciones falsas, por más asentadas que estén en el imaginario de la
izquierda. Más en general, como toda teoría científica, la teoría revolucionaria debe rechazar el
37
Parece relevante señalar aquí que las sectas, por definición, no son tales debido al número de sus
integrantes sino debido a sus características de comportamiento colectivo.
38
Por lo cual este tipo de subjetividad de izquierda tiende a una actitud paranoide en un doble sentido: con
respecto al capitalismo y con respecto a la radicalización. Es así como el oportunismo por un lado, y la
ideología anti-izquierdista por el otro, se han convertido en una característica general de las tendencias de
izquierda estables, aunque siempre contextualizadas en función de su propia posición dentro del espectro
socio-político. Así, en sus versiones extremistas, toda lucha por reformas es descalificada como oportunista y
todo despliegue de la creatividad revolucionaria de desvarío izquierdista.
39
Relaciones no coercitivas que, no obstante, exigen para mantenerse cierto esfuerzo homogeneizador
intelectual; un esfuerzo que, en la práctica, funciona como una forma de llevar al ámbito colectivo la
racionalización y los comportamientos autoaislantes, lo que explica la facilidad con la que las iniciativas
liberadoras acaben produciendo grupos e instituciones sectarios.
40
Esto nos lleva al terreno de la lógica formal. Incluso si se pretende aplicar una lógica dialéctica, desde el
punto de vista científico ésta se rebaja a lógica formal a la hora de proceder; porque de cierta ley o pauta
lógica del pensar, el pensador busca una conclusión que está ya implícita en la ley. Así tenemos argumentos
del tipo: “si la democracia es burguesa, hay que estar contra la democracia” (lógica formal, donde está
vigente la “ley del tercero excluido” -que en este ejemplo sería: “no puede haber democracia no burguesa”).
O “si la democracia puede ser o no ser burguesa, todo dependerá de la clase que disponga del poder” (lógica
dialéctica idealista). O bien “a determinados fines, corresponden determinados medios”, lo que omite la
cuestión fundamental de que, intelectualmente, es el pensamiento el que “determina” todo y no es posible
basar el pensamiento científico en ninguna coherencia predeterminada entre medios y fines. La coherencia
del pensamiento científico reside en comprender la coherencia de la praxis que se lleva a cabo o que es
observada; esto es, en el hecho de que efectivamente la acción involucra el fin propuesto como fin
inmanente. Por ejemplo, la praxis revolucionaria tiene que ser efectivamente autoliberadora en el presente.
Pero cuáles han de ser los medios concretos para desarrollarla, eso es materia de experimentación
constante. De otro modo tenemos un pensamiento normativo que mira al pasado para inferir normas a las
que debería adecuarse el comportamiento en el futuro.
En esto se puede apreciar hasta qué punto ni siquiera la autonomía intelectual ha sido
desarrollada en el movimiento proletario histórico de forma cabal. Más bien, sólo se ha promovido
formalmente, sobre la base de la inculcación previa de referentes identitarios (personajes,
terminologías, axiomas...). La verdadera autonomía intelectual exige pensar la realidad desde la
propia experiencia personal, que es la base material del pensar como fenómeno sensible y parte
constitutiva del proceso de la praxis. Pensamos lo que necesitamos pensar, en función de
nuestras circunstancias externas e impulsos internos. Solamente luego adquieren sentido para
nosotr@s las reflexiones acerca de las experiencias del pasado, lo cual es aún más cierto cuando
tales experiencias ni siquiera son parte de nuestras propias vivencias pasadas. De otro modo, lo
que tenemos es una investigación tendenciosa del pasado, guiada por deseos no conscientes y
dirigida a servir de material para construir racionalizaciones con respecto al presente y al futuro. 42
Evidentemente, cuando lo que se investigan son formas pasadas de pensamiento, la actitud
identitaria se concentra en aprehender las ideas textuales y hace abstracción de la cosmovisión
práctica que implican. Dado que la cosmovisión sólo puede captarse después de un estudio de
totalidad, mientras que las ideas-fuerza parecen poder comprenderse por sí mismas
-especialmente cuanto mayor es la proximidad del contexto histórico y social-, la confusión es
habitual.43
de la cosmovisión burguesa
Todas estas cuestiones que hemos planteado anteriormente afectan a la idea misma de la
autonomía proletaria. Nosotr@s definimos la autonomía como la capacidad creativa de los
individuos para originar, organizar y modificar su comportamiento. Sin esta autonomía del
individuo para determinar sus modos de actuar cotidianos, no puede existir ninguna autonomía
colectiva auténtica, esto es, una autonomía de los individuos como un conjunto asociado;
entonces la autonomía solamente puede existir: a) como propiedad de instituciones colectivas
que, por su vez, se hallan autonomizadas de la multitud (y luego pueden mistificarse como
originadas por ella mediante una noción fetichista de la representación), o b) como propiedad de
movimientos colectivos contingentes, esto es, cuya autonomía es forzada por las circunstancias
ya que en su interior no se genera un proceso de autoconstitución independiente.44
El ego autonomizado, formado de manera inconsciente por hábitos reactivos que se realimentan
recíprocamente, es el obstáculo psicológico radical a la autonomía. Socialmente lo es la relación
del capital, vista en su automovimiento que hoy lo subsume todo.
La autoliberación psicológica, en el sentido de deshacer la autonomización del ego, es por
consiguiente el fundamento primario de la autonomía, no en cambio el desarrollo intelectual. Y
mucho menos cuando tal desarrollo intelectual se orienta sólo, o principalmente, hacia lo social,
omitiendo el hecho de que la realidad social, como la realidad psicológica, son el producto de la
interacción psico-social. Ambas realidades no pueden comprenderse separadamente sin producir
por ello graves distorsiones cognitivas y sin socavar en consecuencia la efectividad de la praxis
transformadora.
El individuo dotado de una base psicológica autónoma, es capaz de aprender por sí mismo de su
experiencia y, de este modo, de desarrollar con el tiempo sus propias capacidades y recursos
intelectuales. Lo inverso no es cierto: la autonomía no se crea como consecuencia del desarrollo
intelectual. Pues la clave de la autonomía del individuo no reside en su capacidad de raciocinio o
Por razones similares, y debido a su corta duración como tendencia influyente en las luchas de clases, el
comunismo de consejos sufrió rápidamente un proceso de reduccionismo ideológico hasta dar lugar a una
ideología espontaneista y obrerista estéril, en absoluto contraste con el estudio serio de las fuentes.
44
Ambos tipos de autonomía, el primero solamente aparente, el segundo también formalmente real, se han
combinado históricamente en las experiencias revolucionarias del proletariado. La tendencia a la autonomía
real se presenta mezclada con los otros dos tipos de autonomía, de modo que una observación superficial
crea el espejismo de una calidad revolucionaria completamente alejada de la realidad. Por otro lado, esto se
hace patente en la aparente incapacidad del proletariado para mantener su poder, porque sólo se puede
mantener el propio poder cuando existe la voluntad de autonomía de un modo concreto en los individuos. En
otras palabras, que los individuos creen sus propias formas de poder colectivo, o que además se esfuercen
por mantenerlas bajo su control, no son per se un indicativo absoluto de su voluntad de autonomía y, por
consiguiente, de subvertir las relaciones alienantes. Indican, en lugar de eso, distintas motivaciones
subyacentes, de manera que podemos distinguir tres variables motivacionales correspondientes a cada tipo
de autonomía.
a) La autonomía aparente o fetichista se deriva, a nivel de la masa general, de la voluntad de los
individuos de disponer de instituciones que sirvan a sus necesidades pero, al mismo tiempo, que no exijan su
participación directa y constante (no es cuestión aquí de examinar críticamente sus orígenes como forma de
dominación de clase, sino de entender las motivaciones que la generan espontáneamente una vez la
psicología social se ha amoldado a ese tipo de relaciones sociales).
b) La autonomía formal se deriva de una necesidad de tratar directamente los propios asuntos, pero
al mismo tiempo esa necesidad se asume reactivamente, como una compulsión determinada por las
circunstancias externas (por ejemplo, cuando los sindicatos no apoyan las luchas obreras pero éstas no
dejan de estar inscritas en la dinámica de negociación con el capital y así sujetas a sus imperativos
estructurales y dinámicos; también es el caso clásico de cómo se originaron los consejos obreros si vamos
más allá de algunas minorías obreras más conscientes).
c) La autonomía real sólo aparece cuando se percibe como una necesidad intrínseca para la propia
autorrealización individual, para el desarrollo y despliegue de todos los sentidos y cualidades humanos; esto
es, la autonomía como propiedad de la vida humana y, por consiguiente, como principio ontológico, cuya
plasmación en la vida cotidiana de los individuos, en cuanto a extensión y en cuanto profundidad, define el
grado de libertad, plenitud y armonía históricamente alcanzado.
Llevando al extremo este paradigma burgués del sujeto racional que domina la naturaleza
-incluyendo la suya propia-, la izquierda 49 pretende derivar de esta idea la autonomía social y la
intrapsíquica, respectivamente mediante:
a) el cambio del medio social en sentido socialista, lo cual implica la pretensión de producir la
autonomía a partir de procesos heterónomos -lo que, a su vez, supone: 1) una noción de cambio
gradualista de la estructura psicológica; 2) la idea de que el cambio determinante se efectuará a
nivel intelectual (o en su defecto, de la conciencia práctica superficial determinada directamente
por la presión de circunstancias externas), y 3) como raíz de ambas concepciones está la
reproducción, en el plano de la cooperación social y de los modos de actividad social individuales,
del paradigma del dominio racional de la naturaleza, solo que tomando este paradigma en su
variante crítico-oposicional50.
b) el cambio de los hábitos de comportamiento en sentido no represivo y autoconsciente; lo
cual implica que, de hecho, 1) no se cuestiona el tipo de subjetividad constituida en base a
patrones de reacción fijados (fijación que es necesariamente un proceso no consciente); 2) que
no se valoriza el autoconocimiento y capacidad de autotransformación del individuo más que
como procesos instrumentales y subsidiarios de la actividad social y sus transformaciones, y 3) la
reproducción del paradigma del dominio racional en el plano intrapsíquico y psico-corporal.
Frente a esta versión “socialista” del paradigma burgués, nosotr@s constatamos que:
a) el ser social no es otra cosa que la dinámica comportamental concreta a través de la cual los
individuos producen y reproducen su vida, y que esta dinámica comportamental en tanto
actividad práctica es lo que determina el contenido de los procesos mentales de los individuos;
por lo tanto, no es posible producir una subjetividad autónoma mediante procesos heterónomos,
sino que tal idea es un autoengaño. Que, 1) el gradualismo psicológico no se sostiene ni por la
experiencia social-histórica ni por la experiencia clínica; 2) que otro tanto ocurre con la idea de
que lo determinante para el cambio de la subjetividad son los cambios en los sistemas de
representaciones mentales, y de que la mera presión de circunstancias externas puede producir
cambios estables al presionar la mente conceptual; 3) que el paradigma del dominio racional es
efectivo solamente porque expresa la falsa conciencia de una subjetividad portadora de las
relaciones sociales autoalienantes vigentes, cuya fuerza radica en el proceso del capital. Que el
medio social creado en base al proceso del capital no está constituido racionalmente, ni funciona
de acuerdo con ninguna lógica determinada ni determinable por la razón individual -por lo cual no
cabe esperar que los individuos producidos por tal entorno de socialización sean capaces de
resultados y más eficaz en su justificación. Porque, mientras siga anclado en la constitución misma de la
subjetividad social, su mantenimiento depende solamente de mostrarse eficiente, no requiere de
mistificaciones adicionales sino, al contrario, obtiene su legitimidad de mostrar al desnudo su naturaleza
instrumental como un poder eficiente que sostiene la vida humana. Evidentemente, esto no es otra cosa que
describir en lenguaje técnico lo que es el fundamento operativo del capital como relación social.
49
Ahora estamos en condiciones de explicarnos por qué solamente en la sociedad burguesa ha emergido o se
ha hecho consciente la división socio-política entre izquierda y derecha. Dado que el modo de producción
capitalista es el primero cuya naturaleza misma es autoexpansiva, es el movimiento del valor que se
autovaloriza, las actitudes sociales conservadoras o progresivas no se muestran como absolutos antagónicos,
sino que se integran en el dinamismo del capital. El capital sólo puede progresar conservándose y sólo puede
conservarse progresando, de modo que el conservadurismo burgués no conduce al estancamiento, y de la
misma manera el progresismo burgués no conduce a un sobredesarrollo. Por lo tanto, el conservadurismo y
el progresismo en la sociedad burguesa no adoptan la caracterización que presentaban en la época de las
revoluciones burguesas, cuando el primero era ejercido por la clase feudal, portadora de relaciones de
producción relativamente estacionarias, y el segundo por una burguesía ascendente que, apoyada en la
pequeña burguesía urbana, en el protoproletariado y en el campesinado, podía presentar su progresismo
como intrínsecamente crítico y rupturista con el orden existente. Por lo tanto, sólo en la sociedad burguesa la
división en clases adopta una forma económica cuyo continuo cambio se expresa, necesariamente, a través
de una alternancia o combinación de esas dos tendencias, la conservadora y la progresista; la democracia
burguesa deviene de este modo, además de en el campo de expresión de los distintos intereses presentes en
el mercado (en cuanto tales intereses sólo pueden realizarse en determinadas condiciones generales
reguladas por el gobierno), en un espacio marcado por esa doble tendencia general.
50
Lo cual no es otra cosa que una reproducción de la conciencia revolucionaria burguesa.
comportarse racionalmente o de utilizar su capacidad racional de modo autónomo, sin que para
ello tengan que cambiarse a sí mismos a través de la autogeneración de formas de actividad no
alienantes sino desalienantes.
51
El desarrollo de la neurociencia pone en evidencia este autoengaño y disuelve su base, pero el paradigma
del dominio racional sigue siendo el marco de referencia y el óptimo. Reconociendo que la psique o el cerebro
no operan siguiendo procedimientos representables y controlables mediante la mente racional, no obstante
se empeñan en reducir estos descubrimientos a elementos al servicio de la mayor eficiencia racional. En
otras palabras, lo que no puede ser racionalizado y controlado mediante procedimientos lógicos, pasa a ser
tratado mediante procedimientos prácticos controlados, como ocurre con los métodos psicológicos de
formación de la fuerza de trabajo, orientados no tanto a cambiar las representaciones como a cambiar los
hábitos comportamentales.
52
Entiéndase: en tanto que racionalidad verbal, la racionalidad por la que se explica el pensamiento a sí
mismo. No quiere decir esto que el proceso mismo no pueda interpretarse en términos lógicos, solamente
que cualquier interpretación no es la realidad misma del proceso ni tampoco capta su fundamento, que es
holístico y creativo mientras que cualquier interpretación se basa en imágenes y conceptos que, por
definición, son fragmentos formados a posteriori. La transformación psíquica y sus representaciones guardan
la misma relación entre sí que la transformación social y sus respectivas representaciones: la palabra no es
la cosa, la descripción no es el proceso. Solamente la ilusión de que la vida psíquica puede ser regida
fundamentalmente por el intelecto, permite sostener que una representación puede amoldar la psique a su
lógica abstracta y concebir la psique misma como un conjunto determinado de necesidades, capacidades y
representaciones (o lo que es lo mismo, un conjunto de fragmentos en lugar de una totalidad de flujo
indivisible).
que los individuos se representan acerca de su vida 53 -máxime cuando ven su vida como
momento del devenir de la sociedad- es fundamentalmente una racionalización de su experiencia
socialmente determinada, no una comprensión racional de esa experiencia. Esto último exige
trascender el punto de vista de la inmediatez, del individuo separado, y abordar la propia
experiencia desde una perspectiva de totalidad, del individuo social. Entonces es posible captar la
dicotomía entre la racionalidad del individuo como ente separado y la racionalidad inmanente al
desarrollo social, o lo que es lo mismo, el carácter alienado que toma la dinámica del desarrollo
social-histórico frente a los individuos sueltos, dinámica que anula su capacidad para la actividad
autónoma y en consecuencia los determina, la mayor parte del tiempo, como meros productos
involuntarios de la historia. Pero la mencionada dicotomía entre racionalidad individual y
racionalidad histórica, si bien puede superarse idealmente, persiste en la práctica y es
continuamente reproducida por el devenir social-histórico. Y puesto que toda comprensión
racional de la experiencia, aunque sea holística, se refiere al pasado o como mucho al “ir siendo”
del presente (el presente según va pasando), tampoco la racionalidad no alienada puede, por sí
misma, crear una praxis, una vida racionales, mientras sigan siendo producidas de modo
autonomizado todas las condiciones sociales de la vida, las interrelaciones sociales constantes y
la propia subjetividad de los individuos. Solamente mediante la supresión revolucionaria de la
sociedad autoalienada será posible crear una correspondencia entre racionalidad individual y vida
real.
Para convertir la razón en una fuerza transformadora, eliminando la irracionalidad consistente
en las interrelaciones sociales y hábitos comportamentales e intrapsíquicos, inconscientemente
formados, se requiere liberar la energía y las capacidades de automotivación y
autotransformación del individuo, y que tome así conciencia de las necesidades reprimidas o
infradesarrolladas, y de sus formas de objetivación54. De este modo será posible conciliar la
espontaneidad de la vida psíquica y la racionalidad intelectual, esto es, comprender el intelecto
como un instrumento al servicio de la vida interna y hacer que forme sus representaciones en
función de aquella; por lo tanto, captando e interpretando la vida psíquica, con sus impulsos y
reacciones, en la forma de una racionalidad inmanente al organismo individual -racionalidad
inmanente que sería, así, la representación general de la dinámica psicosomática real- y no a
partir de una imagen alienada de lo que la psique o el ser humano es o “debe ser”.
La contradicción entre racionalidad individual y racionalidad social, como hemos expuesto, se
muestra en la forma de una subjetividad separativa por un lado, y por el otro en la forma de una
vida social cuyo desarrollo se produce de modo ciego -considerada la sociedad como una
totalidad, sólo se le puede atribuir una racionalidad inmanente y autonomizada-. Esto tiene su
reflejo psicológico en la contradicción entre la racionalidad del ego y la actividad psicológica
irracional; pero lo irracional, propiamente hablando, son los contenidos reprimidos y
distorsionados, esto es, transformados por el desarrollo autoalienado de la personalidad en
contenidos negativos con respecto al ego consciente. La psique como un todo no opera más que
en una pequeña medida a través de los procedimientos de la mente lógica, pero eso no significa
que lo que no se ajusta a la racionalidad mental sea contrario a ella. Al revés, si la actividad de la
mente no es sino una función orgánica, lo natural es que no exista un enfrentamiento con el resto
53
Dejando a un lado las representaciones relativas a procesos estrictamente técnicos y controlados
54
Distinguiendo, a nivel de las formas de objetivación, su manifestación intrapsíquica, psico-social y social-
histórica. Por ejemplo, la necesidad de amor se objetiva intrapsíquicamente como voluntad de posesión, se
verbaliza y articula luego como conducta dirigida a asir, a “tener”, y por último esto se plasma social-
históricamente en las formas de propiedad privada. En cambio, si el amor no se objetiva como voluntad de
posesión, sino que se expresa espontáneamente, se muestra según su naturaleza originaria, como necesidad
de recibir afecto y como reciprocidad afectiva (necesidad de dar afecto). Pero cuando esta naturaleza
espontánea es reprimida en la infancia por las convenciones y relaciones sociales -que son ellas mismas
objetivaciones del ego individual autonomizado, con su sentido separativo frente a los otros individuos y sus
necesidades-, pasa a ser dirigida preeminentemente hacia objetos no humanos (cosas u otros seres vivos)
en forma de necesidad de posesión. De este modo, el sentido del tener se exacerba y surge una
descompensación crónica que se muestra como insatisfacción constante -y que por su vez se convierte en el
motor de la sociedad de clases, en el motor de una sociedad basada en la acumulación de propiedades.
de funciones y actividades, sino que todas ellas tiendan a integrarse y a operar complementaria y
armónicamente. Pero debido a que la naturaleza humana es determinada socialmente, y a que
esta determinación social depende de los modos en que los individuos producen y reproducen su
vida colectivamente, surge la posibilidad de un conflicto entre las tendencias naturales del
organismo y las exigencias de la vida en sociedad, del cual se deriva la formación de
condicionamientos, de hábitos, que impiden el desarrollo internamente integrado del individuo. 55
En resumen, el funcionamiento psíquico del ser humano, como su funcionamiento biológico en
conjunto, no se sujeta a una racionalidad distinta de aquella que podamos atribuir 56 a su propia
naturaleza intrínseca, pero esto no equivale a la idea de que tal funcionamiento sea contrario a la
racionalidad o interfiera negativamente por necesidad en los procesos intelectuales.
La autonomía proletaria es, definitivamente, mucho más que la independencia política de la
55
Entre estos hábitos están los mecanismos compensatorios, que intentan armonizar mecánicamente las
distintas pulsiones. La racionalización sistemática de éstos lleva a identificar la lógica de los procesos
mecánicos con la lógica de los procesos humanos. Este es el origen de la idea de que la capacidad racional
puede modificar o dominar las fuerzas de la naturaleza. Pero también puede identificarse aquí el origen de la
confusión entre movimiento mental y movimiento real, pues la función representativa del pensar es parte
integrante de los mecanismos compensatorios y las racionalizaciones que produce se superponen luego a los
procesos psíquicos. De la misma manera, las leyes formuladas por el intelecto se superponen a los procesos
de la naturaleza y se presentan como su verdadera causa. En resumen, en la mente autonomizada, la
explicación solapa y sustituye a la información procedente de la observación directa. Evidentemente, este es
el principio de la ideología. Y dado que la observación y la vida son praxis, el pensar mecánico aplicado a los
procesos humanos subsume la praxis en el pensar mismo, estableciendo entre ambos un nexo causa-efecto.
A partir de ahí, las incongruencias de la praxis pretenden resolverse mediante cambios o correcciones en
las representaciones mentales, o bien se atribuyen a interpretaciones equivocadas del sistema teórico
involucrado. El pensamiento, y no la subjetividad como un todo, pasa a ser lo determinante, y en
consecuencia las necesidades humanas son reducidas a un efecto de las determinaciones de la sociedad
sobre el individuo y de la conciencia sobre la naturaleza; en consecuencia, se supone que al cambiar la
conciencia racional se cambia la vida real. Pero nótese que el problema aquí no es el mecanicismo o el
idealismo, sino la autonomización del pensar -lógica e interpretación- con respecto al ser -sensibilidad y
praxis- y el intento de reestablecer su unidad sin cuestionar dicha autonomización, esto es, intentando
dominar al ser a través del pensar. De ahí que el énfasis en la voluntad, como capacidad mediadora entre las
pulsiones y el intelecto, sea el terreno privilegiado sobre el que actúa la subjetividad mecanicista, y su
corolario es el voluntarismo social-histórico y psicológico. La subjetividad revolucionaria no enfrenta el
pensamiento y el ser, la voluntad y la realidad, la psique y la materia, sino que asume como punto de partida
al individuo humano como totalidad y hace lo mismo con la sociedad humana.
Con esto llegamos al fondo de la mentalidad mecanicista, diferenciándola del materialismo mecánico como
teoría que en los siglos XVIII y XIX se apoyaba en los descubrimientos rudimentarios de la física. Es por esto
que haber deshechado el materialismo mecanicista no significa haber superado la mentalidad mecanicista. En
esencia, el mecanicismo es inmanente a la subjetividad burguesa con su dicotomía entre cuerpo y psique,
materia y espíritu, y se reproduce social-históricamente porque refleja las relaciones sociales tal y como se
muestran en el plano inmediato, en tanto que determinadas por la anarquía del capital que sólo une la
sociedad después de fragmentarla (el desarrollo de la división social del trabajo y su integración mediante
instituciones autonomizadas). De esta forma, el todo se muestra como la suma de las partes, el desarrollo
como una cadena causa-efecto, y dadas las formas constantes en que el capital realiza su automovimiento
(mercancía, dinero, capital en funciones, división entre producción y circulación, etc.), el desarrollo del
capitalismo se presenta superficialmente como un movimiento de cambio extensivo y no cualitativo (salvo en
lo que respecta a la emergencia de las formas capitalistas allí donde todavía no existían). Es importante
notar que la reducción del movimiento a la extensión o acumulación, característica del materialismo
mecánico, no está reñida con un punto de vista no gradualista; los cambios cuantitativos pueden seguir una
pauta irregular en el tiempo y el espacio. Y en el otro extremo, los cambios cualitativos pueden seguir un
desarrollo progresivo una vez emergen sus bases.
56
Hablamos de “atribuir” una racionalidad a los procesos psíquicos, o también a los sociales, porque en
realidad, como dice su etimología, “razón” es “cálculo, división, proporción”. La racionalidad es una forma
propia del intelecto, es determinación y fragmentación del ser; ser que, en su realidad efectiva, sensible,
concreta, es un todo o proceso indiviso. Por lo tanto, podemos determinar y luego atribuir una racionalidad
inmanente a los procesos que observamos; pero es preciso no perder de vista que esta racionalidad es el
resultado de la construcción de modelos mentales sobre lo observado y, por lo tanto, no existen realmente
“leyes” o normas lógicas en la realidad como tal. Lo pensado es siempre un constructo interpretativo y todo
pensamiento es fragmentario y abstracto en esencia por más que recoja de forma sintética las
determinaciones de su objeto (determinaciones o datos que en sí mismos son representaciones
fragmentarias). Cuando identificamos cualquier racionalidad, aunque sea inmanente, con la naturaleza de lo
real, esto es una proyección de nuestra mente y una forma de reduccionismo -por más complejos que sean
nuestros modelos teóricos. Es por esto que el pensamiento complejo, concreto y materialista, se remite
siempre a la sensibilidad y a la realidad sensible y las considera como procesos en devenir; el reduccionismo,
el racionalismo y el idealismo se caracterizan por no darse cuenta o ser acríticos con respecto a este género
de proyección mental.
57
Y no superposición o sobredeterminación. La autopercepción supone sacar a la luz las incoherencias
internas entre el pensar y el ser, de la misma manera que ocurre con la observación exterior; solo que en
este caso, la autopercepción, cuando deviene intensa (modo de percepción “alerta”) es una capacidad
creadora en conexión con la energía psíquica total, de modo que en esa modalidad holística (sin distinción
sujeto-objeto) puede alterar directamente, o previo hacerlas emerger, las estructuraciones cognitivas o
conductuales preestablecidas. En el caso de las estructuras sociales, se necesita ineludiblemente la
mediación de acciones externas para transformar el saber en ser. Las terapias psicológicas cumplen el mismo
papel cuando la capacidad autocreativa del individuo está demasiado obstruida, pero ésta sigue siendo el
fundamento real de la efectividad de toda terapia y no las técnicas o procesos terapéuticos considerados en
su forma o dinámica externas.
El materialismo marxiano, al poner el intelecto como un sentido más, cuyos contenidos derivan
de la sensibilidad, y al entender la sensibilidad como praxis, como actividad sensible humana y no
como mera contemplación, apoya esta visión.60
Si se admite la necesidad de autonomía psicológica para poder hablar de autonomía individual
58
Véase lo mismo en la crítica de Marx al materialismo predialéctico en la primera de las Tesis sobre
Feuerbach (1845)
59
Y por lo tanto, tenemos una transformación del ego, en lugar de ponerlo como agente autónomo que
aplica las representaciones para determinar la objetivación de las pulsiones (momento 3º de la lógica
burguesa).
60
Tesis sobre Feuerbach (1845), I.
real, entonces se admite que esta autonomía sólo puede fundarse en la sensibilidad. Sensibilidad
que es, en esencia, autopercepción del sujeto -unidad de inteligencia y sensibilidad- en la acción
y en la relación -esto es, un proceso de adecuación dinámica a la realidad efectiva cuyo contenido
es irreductiblemente subjetivo-objetivo.
Esa sensibilidad es capaz de alterar la estructura psicológica, o más bien, de hecho la altera por
definición e inmediatamente. Ello hace entrar en juego y desarrollarse formativamente las
“cualidades y sentidos humanos” (Marx), que de este modo llegan a ser también
irreductiblemente “sociales” e “históricos”. El ego es así transformado, mas consciente o más
inconscientemente, y como resultado se produce una transformación del comportamiento. Pero lo
que se transforma aquí es la praxis misma, con sus necesidades, sus procesos constitutivos, sus
objetivos. Una vez se toma conciencia del proceso y de su potencialidad, tenemos una
subjetividad que, gracias a su trabajo orientado a la autoliberación de su energía, poder creativo
y capacidades de objetivación, está continuamente modificando su praxis de acuerdo con sus
necesidades y tiene también la capacidad de hacerlo en consonancia con el medio en el que
actúa. Pero modifica su praxis no sólo en su aspecto externo, sino también en el interno, y por
ello libera y efectiva la capacidad de transformarla radicalmente, alterando simultáneamente su
contenido y forma externos (objetivos y relaciones sociales) y su contenido y forma internos
(investimiento u objetivación psíquica de las pulsiones y organización psico-mental de su
exteriorización conductual).
La autonomía auténtica nunca puede alcanzarse mediante una forma de praxis predeterminada
por la razón, porque esto impide la creatividad inmediata -o más bien la inhibe, considerando lo
que hemos dicho sobre el ego-, colocando el desarrollo de la conciencia como función de refuerzo
o readaptación de los hábitos del ego autonomizado (la base psicológica de la autoalienación, que
la cosmovisión burguesa no cuestiona). Lo que nos interesa y verifica la autonomía, por lo tanto,
es una forma de praxis capaz de adecuarse constante y concretamente a la realidad como
totalidad dinámica psico-social; esto es, una amplificación efectiva de la creatividad del individuo
en su vida cotidiana y también más allá de ella.
Por lo tanto, la cuestión tradicional que enfatiza la importancia de tener un “programa” y así,
pasa a ser secundaria. El programa es necesario, pero es más importante que se adecue
constantemente a la realidad y eso sólo puede conseguirse a través de la praxis efectiva
-entendida como un proceso psico-social complejo, no a la manera burguesa, reduccionista y
adialéctica (primero pensar la práctica haciendo abstracción de su carácter subjetivo, luego llevar
la teoría resultante a la práctica). Si “un paso adelante del movimiento real vale más que una
docena de programas” (Marx), además debemos decir que el programa real sólo puede
construirse mediante los pasos del movimiento real, y no sobre la base de una razón
autonomizada que sólo se sustenta en el estudio del pasado. Es de la praxis creativa de donde
pueden surgir los contenidos positivos del programa, mientras que de otra manera la actividad
reflexiva debe limitarse a un enfoque negativo, al análisis crítico del pasado y a generalizar y
extrapolar sus resultados para el futuro.
3.3. El sujeto como ego encarnado63 vs. el sujeto como ser psicosomático total
Que el cuerpo es concebido como soporte del yo es una evidencia en el capitalismo, ya que éste
no sólo atenta contra la salud de los obreros, también crea un ambiente perjudicial para toda la
sociedad. De hecho, al separar el desarrollo subjetivo del trabajo, escindiendo la personalidad del
trabajador como un bien no vendible y su fuerza de trabajo como vendible, en realidad está
generalizando este dualismo y convirtiéndolo en fundamento de toda la sociedad. En esto, el
capitalismo mantiene el dualismo alma/cuerpo a la manera cristiana.
Concebir al sujeto como ser psicosomático total implica concebir una distinta relación entre
psique y cuerpo, así como una nueva relación entre psique y ego.
61
Siendo conscientes de que contener la realidad en el pensamiento es imposible, y de ahí que el
pensamiento nunca pueda arrancar de sí mismo, sino que ha de arrancar constantemente de la sensibilidad,
de la percepción -pero como autopercepción relacional, no de una percepción que separa lo interno de lo
externo, mecanicista, dualista.
62
Porque desde la perspectiva situada en el futuro, el actual presente es un pasado, aunque sea menos
remoto.
63
Identificado con el cuerpo como imagen o soporte. El dualismo cuerpo-alma, transformado en intelecto-
naturaleza, o mente-cuerpo.
El enfoque de cambiarle las ideas a la gente o de cambiar sus condiciones de vida sigue
concibiendo la praxis como una actividad transformadora de objetos. Esto repercute en tratar
también como objetos a los sujetos y a la subjetividad propia.