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Capitalismo y
ecología
Tres ensayos
Roi Ferreiro
Capitalismo y ecología I: Un enfoque integral
del conflicto
Acabado el 8 de Enero de 2008 y publicado originalmente en la Revista Renderen, nº 1 monográfico, “A falácia da
sustentabilidade”, 2008. Esta versión presenta revisión y adiciones de Septiembre de 2008 y en menor medida de
Febrero de 2009. Traducido del gallego-portugués al castellano por el autor.
En este contexto, por una parte se expanden las ideas ecologistas, tendentes a echar a un
lado los conflictos “intra-sociales” en favor de los conflictos “ecológicos”, en la acepción
prevaleciente de conflictos de la estructura social con la naturaleza exterior. Por otra parte,
la ideología política dominante comenzó a tomar cada vez más en consideración esas
cuestiones ecológicas, sobre todo cuando constituyen focos potenciales de desestabilización
económica y política o/y ponen en peligro la sustentabilidad de la valorización del capital,
verdadero objetivo de la economía capitalista. Esta última tendencia se viene agudizando en
los últimos años, dado que las constataciones acerca del calentamiento global constituyen
una verdadera amenaza económica para la clase dominante -no sólo, pues, para los osos
polares, la calidad del aire o la supervivencia en los países más empobrecidos, enormemente
frágiles ante las alteraciones económicas y las catástrofes “naturales”.
1
Aclaro que con “clase trabajadora” me refiero a la masa de l@s trabajadore/as que, para sobrevivir, deben
entregarse a la explotación capitalista, sin importar lo que ell@s produzcan (cosas, servicios, información) y
si son reconocidos legalmente como asalariad@s. La visión reduccionista de la clase trabajadora, tanto
cuando es defendida, como cuando es utilizada como argumento contrario a la centralidad social-
revolucionaria, lleva a perder de vista la lucha de clases tal y como la tenemos ante los ojos y a desplazar la
atención de los problemas históricos prácticos del desarrollo de la lucha y de la subjetividad proletarias en
favor de creencias mesiánicas o de la “construcción de sujetos” en la imaginación.
2
Potenciarlos relativamente, dada la dinámica general de reflujo de las luchas sociales que vino imperando
desde mediados de los 70, con pocos repuntes y sin que hayan posibilitado una recuperación significativa.
sociedad, situando a los seres humanos meramente como víctimas o culpables, diluyendo
cualquier enfoque de clase. En otras palabras, ambos enfoques parten de la asunción del
capitalismo como un dato natural, y por consiguiente, son capitalistas en el amplio sentido
social del término. En consecuencia, niegan que el conflicto ecológico sea un conflicto
concreto entre la dinámica esencial del capitalismo, que sólo reconoce la naturaleza como
capital potencial (materias primas, territorios de instalación y los propios seres humanos en
cuanto fuerza de trabajo empleable), y la naturaleza como un todo. Un todo vivo, en el que
no existe separabilidad real entre el entorno, las especies e los individuos, ya que
constituyen todos una unidad indivisible, no solamente desde el punto de vista biológico,
sino también social. Los recursos vitales de la humanidad proceden de la naturaleza y la
humanidad es a su vez parte orgánica del ecosistema planetario: de modo que el conflicto
ecológico es esencialmente un conflicto social, un conflicto entre la existencia integral
humana y el tipo de relaciones sociales a través de las cuales se reproduce la humanidad
como comunidad histórica, es decir, la forma de la sociedad humana.
Las ideologías ecologistas han situado, por tanto, el debate político en términos de
sustentabilidad o insustentabilidad natural del desarrollo económico e social. Observan a los
seres humanos como individuos abstractos y libres -consumidores, ciudadanos o seres
humanos en abstracto, ahistóricos-, o sea: tal y como son determinados a comportarse y
verse ilusoriamente a sí mismos por la sociedad capitalista. De este modo, su perspectiva
social se reduce a intentar “concienciar” ecológicamente a la masa, que se supone libre pero
ignorante o negligente respecto de esas cuestiones. Pero, sobre todo, estas ideologías
marginan del debate la cuestión ecológica más directamente social y, por tanto, que
incorpora mayor potencialidad cuantitativa y cualitativa de conflicto social: la de las
condiciones ecológicas orgánicas de la vida humana dentro de la sociedad capitalista.
Como conclusión preliminar, en la situación socio-política actual se trata, para l@s que
queremos impulsar una transformación completa de la sociedad, de hallar un enfoque
verdaderamente social, proletario, que reconozca a los individuos explotados y dominados
dentro de la sociedad capitalista como los verdaderos protagonistas de la lucha ecologista,
situando la vida cotidiana como totalidad como el objeto de la acción ecológica. En lugar de
seguir el enfoque burgués prevaleciente, en el que minorías “concienciadas” e
independientes de la iniciativa popular se oponen a los poderes establecidos como
“representantes de la naturaleza”, “defensores de los animales”, etc. (o sea, como individuos
abstractos), prescindiendo por completo de cualquier enfoque social y concreto para
construir un movimiento ecológico de masas, y para superar la escisión entre conflictos
sociales y ecológicos en favor de la transformación general de la sociedad y de la
confrontación de los poderes económicos, políticos e ideológicos solidamente establecidos.
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología I: Un enfoque integral del conflicto Pág. 3 de 9
Queda claro, entonces, que la dinámica del desarrollo capitalista y de la lucha de clases
constituye el trasfondo que hay que clarificar para: 1) evaluar seriamente si es posible un
movimiento ecológico de masas -lo que supone no confiar en minorías “concienciadas” que
actúen como grupos de presión autónomos sobre los poderes establecidos- y 2) conocer el
modo concreto en que el conflicto ecológico viene siendo determinado por el capitalismo.
La crisis económica de los años 70 señaló la transición del modelo económico caracterizado
por la actuación del Estado como impulsor de la acumulación capitalista general3, para el
modelo actual, caracterizado por la reducción de esa función productiva y redistributiva del
Estado y la intensificación de su carácter de máquina esencialmente capitalista y represiva,
fusionándolo completamente con el gran capital y excluyendo cualquier representación
efectiva de los intereses generales de l@s trabajadore/as. Este cambio político fue el soporte
necesario de la ofensiva económica capitalista que venimos experimentando en todo el
mundo desde entonces: incremento absoluto de la explotación del trabajo -aumento de
jornada, reducción del valor real de los salarios, intensificación de ritmos de trabajo sin
compensación- y redistribución de los impuestos y del gasto público en favor de la clase
capitalista -en detrimento de las necesidades sociales de sanidad, vivienda, enseñanza o
infraestructuras básicas, además de las políticas ecológicas de alcance. La persistencia de
esta dinámica regresiva del desarrollo capitalista durante las tres últimas décadas es, desde
el punto de vista de la teoría marxiana, la expresión de la decadencia abierta del capitalismo
como modo de producción, que se vuelve cada vez más incompatible con la existencia de la
sociedad humana4.
3
Me refiero evidentemente al modelo de capitalismo de Estado en sus distintas variantes, determinadas por
el nivel de desarrollo material de cada país, y que a grosso modo consisten en: las economías mixtas de
inspiración keynesiana, las economías fascistas o bonapartistas y las economías completamente estatizadas
de inspiración bolchevique. A pesar de sus diferencias, todas eran respuestas a la crisis del modelo liberal
decimonónico y compartían en mayor o menor medida las mismas formas de acción estatal sobre la
acumulación capitalista general: incremento artificial de la demanda, control de los precios, restricción,
supervisión y cogestión de la actividad económica privada, inversión y propiedad estatales directas y
medidas de planificación global. En todos los casos, el fundamento de la vida económica seguía siendo el
trabajo asalariado.
4
Véanse: K. Marx, El Capital, tomo III, sección tercera - La ley de la tendencia decreciente de la tasa de
beneficio, los capítulos XIII-XV inclusive.
5
Es decir, repitiendo la dinámica tópica de los movimientos sociales desde los 70, de la que el “movimiento
anti-globalización” fue una ejemplificación reciente. En Galiza también contamos con experiencias similares
que vienen más al caso, como el movimiento Nunca Mais, en el que, en lugar de clarificar el conflicto
ecológico en clave anticapitalista, la práctica totalidad de las fuerzas participantes o que convergían en las
La relación del trabajo asalariado se funda en la distinción entre trabajo necesario y trabajo
excedente (plustrabajo), que a través de la forma valor se transforman de cantidades de
tiempo de trabajo en salarios por un lado y plusvalía por el otro. Como explicara Marx, con
el desarrollo histórico de las fuerzas productivas la proporción entre trabajo necesario y
plustrabajo, para un volumen de producción igual, varía debido a la reducción tecnológica
del trabajo humano que es necesario emplear. Esto origina, sin embargo, la tendencia
descendente de la tasa de beneficio -lo que los capitalistas particulares no perciben
directamente, sino a través de los resultados del mercado. La alteración generalizada de la
proporción entre trabajo necesario y plustrabajo significa que, mientras la elevación de la
productividad del trabajo gracias a la técnica aumenta el volumen de mercancías en
circulación, al mismo tiempo disminuye el ritmo en el que la masa de la población
trabajadora puede ser empleada en la actividad económica, creando así una
descompensación que, finalmente, resulta en la desaceleración del crecimiento del mercado,
frente a una producción que sigue no obstante incrementándose aceleradamente (para
amortizar las nuevas inversiones tecnológicas y mantener y aumentar la cuota de mercado),
hasta el punto de que el déficit de mercado deprime la tasa de beneficio y provoca una crisis
general. Dado que esta dinámica contradictoria está presente en cada capital particular, la
tendencia descendente de la tasa de beneficio estimula continuamente la competición y
explotación del trabajo6.
De este análisis no sólo se deduce fácilmente que el capitalismo es una forma de economía
intrínsecamente conflictiva con los ecosistemas. También que esa conflictividad se pone más
de manifiesto conforme el capitalismo se desarrolla técnica y económicamente (expandiendo
su actividad a todos los puntos de la vida social y expandiendo la propia población), de
forma más extrema en la fase histórica actual, cuando confluyen su regresividad como modo
de producción social con la mundialización de sus actividades. Por consiguiente, el
capitalismo siempre fue y será un sistema anti-ecológico, tanto frente a la vida humana
como frente a la vida natural en conjunto (lo que en la práctica viene siendo lo mismo,
directa o indirectamente). Sin embargo, la dinámica del conflicto ecológico es variable y
compleja.
Pero si los conflictos ecológicos exteriores son solubles técnicamente cada vez más, y en
muchos casos a medio e incluso corto plazo (de existir la voluntad), los intereses capitalistas
mayoritarios se oponen continuamente a estas soluciones, que devaluarían el actual capital
en funciones que tenga una composición técnica menos ecológica7. En otras palabras, son
las relaciones sociales de producción capitalistas las que impiden el desarrollo ecológico
tanto como el progreso de la calidad de vida humana. Por cuanto en la época actual el
capitalismo mundial se halla inmerso en una dinámica socialmente regresiva, esto también
supone la intensificación del conflicto ecológico, con el añadido de que ciertas explotaciones
de recursos naturales (petróleo, deforestación) y formas de destrucción ambiental
(contaminación del aire y del agua) han llegado al extremo de la sustentabilidad natural del
ecosistema planetario (tal y como lo conocemos). Así, la resistencia del capital sólidamente
establecido en el mercado mundial aumenta, mientras que la innovación ecológica capitalista
se limita a una parte relativamente pequeña del capital mundial. Esto hará, sin duda, que en
la práctica el conflicto ecológico persista, en su cara exterior, indefinidamente también.
Solamente será confrontable mediante una lucha masiva, del mismo modo que los rasgos
directamente anti-sociales del sistema. Si no es así, seguiremos como hasta ahora, cuando
pretendidas minorías representativas asumen por su cuenta la lucha ecologista, o la clase
trabajadora sigue dejando sus asuntos en manos de representantes (falsos además)
sindicales y partidarios, todo lo cual da por resultado una mera paliación parcial y precaria
de los problemas de la vida en el planeta, paliación que no compensa en ningún modo por
los efectos destructivos del sistema. Además de eso, proseguirá la dinámica política de
7
Especialmente en lo relativo a las grandes inversiones en maquinaria o a las grandes fuentes de materiales
relativamente baratas o con precios controlados.
8
De este modo, aunque aparentemente sean cosas muy distintas, la recuperación capitalista del ecologismo
es similar a lo ocurrido en la época en que, en los países más desarrollados, se generalizó la reducción legal
de la jornada laboral. Al igual que en este caso, el sistema hacía suya una reivindicación histórica de los
trabajadore/as a la que antes se opusiera con uñas y dientes. En el caso del ecologismo reformista, las
motivaciones económicas van convergiendo con las motivaciones políticas, especialmente en los países
europeos, en los que la dependencia del petróleo constituye un lastre económico mucho más significativo de
lo que para otros países, y donde la extensión de la conciencia ecológica favoreció el desenvolvimiento de
nuevas áreas de mercado o la revitalización de otras viejas (la agricultura ecológica, por ejemplo.) Se
verifica, pues, lo mismo que para las luchas obreras convencionales a lo largo de los siglos pasados.
Entonces, cuando el capital hubo alcanzado un nivel de desarrollo técnico específico, dejó atrás las formas de
producción de la manufactura feudal, incorporando la maquinaria a gran escala y la producción de plusvalor
se desplazó de la extensión de la jornada laboral y la minimización férrea de los salarios (plusvalía absoluta)
hacia el incremento de la productividad tecnológica del trabajo (plusvalía relativa), posibilitando conciliar la
acumulación de capital con reducciones de jornada y un progreso económico general en las condiciones de
vida de la clase trabajadora. Así pues, las luchas salariales funcionaban, en esta dinámica capitalista, como
acicates del progreso tecnológico, que a su vez funcionaba como instrumento de poder de los capitalistas
contra una clase trabajadora muy numerosa y concentrada, esforzándose de esta manera por reducir su
poder numérico y desarrollando el disciplinamiento científico del trabajo. En otras palabras, así se explica
que las luchas de clases del siglo XX, con excepción de breves episodios críticos o revolucionarios, fuesen
esencialmente luchas funcionales al sistema capitalista, estimulando su desarrollo y operando como agentes
de su autorregulación social, poniendo en evidencia las condiciones que hacían inestable la dominación
capitalista antes de que produjesen explosiones sociales o de que éstas se generalizasen alimentando un
movimiento de masas anti-sistema. Esto mismo está ocurriendo claramente con las luchas ecologistas,
debido a su orientación parcial y reformista, en lugar de adoptar un enfoque ecológico integral y
revolucionario.
9
Así, “se ha estimado que el aumento de tan sólo dos grados en la temperatura media global será suficiente
para reducir en un 60% la producción mundial de cereales y así como más gravemente la de otras plantas
cultivables. Los cereales son la base de la alimentación humana y del ganado que producimos, lo que
irremediablemente desembocará en una crisis alimenticia a escala mundial” (Grupo de Estudiantes de la
UAM, Manifiesto por la supervivencia, 2007.) No se trata de negar las extinciones de especies por causa del
cambio climático, dado que tales procesos dependen de muchos factores propiamente naturales, como sobre
todo la extensión de la especie en cuestión y su grado de especialización evolutiva.
Las grandes catástrofes “naturales” del sureste asiático o centro-américa de los últimos años son un
ejemplo del elevado peligro para la vida humana, aunque un ejemplo todavía meramente periférico al
fenómeno central del cambio climático. Éste será perceptible más a largo plazo, como reducción de la calidad
de vida, aumento de la desertización, elevación del nivel del mar, etc. Es completamente lógico que la
especie que causa el desastre sea la que está relativamente en peores condiciones para salvarse. La única
posibilidad de supervivencia a largo plazo es suprimir las causas de la destrucción ecológica, y eso significa
no solamente una revolución de las fuentes energéticas y de materiales de producción empleados, también
una integración de los factores ecológicos en la organización de la vida económica que choca frontalmente
con la dinámica capitalista.
Una mirada seria a la historia de las últimas décadas, por no decir a todo el siglo pasado,
debería hacer entender que este proceso revolucionario complejo se sitúa actualmente como
el fundamento inmediato, el punto de arranque auténtico, de la constitución de cualquier
movimiento de lucha masivo, que apunte a objetivos cualitativos y/o pretenda perdurar
como fuerza transformadora no integrada en el capitalismo.
Desde esta perspectiva, pues, el conflicto ecológico se identifica con el conflicto integral
que existe entre el capitalismo y la sociedad que lo produce, por un lado, y el desarrollo libre
y pleno de la vida humana para l@s explotad@s y oprimid@s del planeta, por el otro. La
lucha de clases puede comprenderse así como lucha ecológica, en lugar de separar las
luchas sociales y las luchas medioambientales y pretender que unas u otras sean la base
efectiva de la oposición al capitalismo11. De este modo, nos será posible combatir la
separación existente entre los problemas sociales y los problemas ecológicos, para hacerlos
converger en un movimiento de lucha común. El reconocimiento público creciente de que los
problemas ecológicos ya no pueden considerarse “secundarios” y deben ser tratados como
asuntos sociales y políticos, supone el golpe de gracia definitivo tanto para la visión
reformista y conservadora de la izquierda tradicional (que, en nombre de los intereses
sociales, de clase, etc., pretende posponer para el futuro su abordaje y separa las
necesidades humanas según la jerarquía economicista propia de la economía capitalista)
como para la visión ecologista dominante, que adopta el enfoque inverso pero igualmente
reformista.
El enfoque integral y revolucionario es tanto más necesario por cuanto los obstáculos a la
lucha colectiva en los conflictos ecológicos y en los conflictos de clase, arraigan psicológica y
10
Esto ya fuera claramente previsto teóricamente y confirmado clínicamente por la psicología social y
caracteriológica de Wilhelm Reich.
11
Del mismo modo que es necesario superar la separación entre las distintas luchas sociales a partir de un
enfoque de clase no reduccionista.
culturalmente en la asunción del valor de cambio como eje de las relaciones humanas. En
las relaciones interpersonales y con el entorno natural, e incluso en la actitud global respecto
de la cultura, el valor de cambio se ha instalado como eje vertebrador de la vida, de manera
que el valor de las relaciones y actividades humanas queda referido al sentido del tener, al
enriquecimiento posesivo. Así, el sentido del ser queda marginado y relegado, lo que afecta
directamente a la valoración recíproca de los seres humanos, que se ven los unos a los otros
como meros instrumentos (fuerza de trabajo) de los que servirse para beneficio egoísta, del
mismo modo que ocurre en la relación capital-trabajo. De esta forma, la relación del capital
se ha extendido a todos los momentos de la vida humana, destruyendo el sentido de
comunidad y construyendo una conciencia fragmentante y egocéntrica; conciencia que no
solamente desprecia el ser -y con él el deleite, el amor e todos los sentimientos y actitudes
espontáneas que se derivan de la comunión de los individuos entre sí y con la naturaleza-,
además pone psicológicamente a cada individuo como capitalista frente a los otros y crea de
este modo un sentimiento de separación y de indiferencia utilitaria frente al conjunto de la
vida, como se aprecia en las relaciones violentas entre las personas, con los animales, las
plantas y el resto del entorno12. Por consiguiente, el esfuerzo por superar esta conciencia
alienada hace entroncar, simultánea y necesariamente, dentro de la perspectiva
revolucionaria el cambio radical personal, social y ecológico. Estamos, en resumen, ante la
necesidad histórica y mundial de una revolución integral.
12
Esto también puede aplicarse al terreno de la violencia de género, si recordamos el sentido crítico de
aquello que dijera el joven Marx en los Manuscritos de 1844, de que el hombre se relaciona inmediatamente
con la mujer como “naturaleza” y, por eso, las relaciones entre los sexos son un índice del verdadero
progreso social humano.
Roi Ferreiro
Capitalismo y ecología II: La ecología del
capital
Escrito entre septiembre y diciembre de 2008 y publicado originalmente en gallego-portugués en el Boletín Ígneo,
nº 10, invierno de 2009. Traducido al castellano y revisado por el autor. Este texto constituye el segundo capítulo
de un proyecto de ensayo más amplio todavía en estado de borrador, de cual el primer capítulo sería “Capitalismo y
ecología: un enfoque integral del conflicto”*, publicado por vez primera en la revista independiente Ren-de-ren
(monográfico “A falácia da sostenibilidade”, 2008.)
Anteriormente expuse el modo en que la lucha ecológica reformista opera -al igual que las
demás luchas reformistas- como un factor de autorregulación del capitalismo, creando las
condiciones para resolver transitoriamente las crisis ecológicas, en lugar de atacar el
carácter alienado de la forma de producción social que es la auténtica causa, tanto de la
destrucción del entorno natural como de la degradación de la naturaleza y vida humanas. De
este modo tenemos que la cuestión de la “sostenibilidad” no puede abstraerse del modo de
producción social vigente. Sólo bajo el presupuesto de un incremento imparable de la
degradación natural debido al uso constante y predominante de fuentes de energía
contaminantes (entropía energética) y/o de elementos materiales no renovables, además de
la generación de residuos no reciclables (entropía material), se podría pensar en negar
cualquier sostenibilidad al capitalismo por razones ecológicas. Pues entonces carecería de los
medios para existir cualquier sistema fundado en una dinámica autoexpansiva. Pero ese
supuesto es completamente arbitrario, tanto en el plano de las fuentes de energía como en
el del uso de materiales y generación de residuos. La cuestión práctica e histórica es, en
lugar de eso, en qué medida el capitalismo podrá acometer a tiempo una reestructuración
tecnológico-energética.
Aun así, el presupuesto de que tal reestructuración tiene un tiempo determinado como
límite es una ficción, ya que la profundización de la crisis ecológica no presupone en
*
La versión castellana se publica al mismo tiempo que esta en el archivo del CICA, sección nuestros textos.
La versión gallego-portuguesa revisada puede consultarse en:
http://usuarios.lycos.es/roiferreiro/RF_ecologia.pdf. La versión original, publicada en Ren-de-Ren, puede
consultarse en su blog: http://renderen0.blogspot.com/
absoluto el fin del capitalismo, mientras éste consiga mantener la existencia humana. Es
más, de darse el caso contrario, las crisis y luchas sociales derivadas tendrían como
consecuencias probables: 1) la estimulación de la antedicha reestructuración tecnológica
debido a la presión económica y política; 2) la reducción absoluta de la propia masa social
descontenta que podría rebelarse contra el sistema; 3) la adaptación creciente del sistema a
las nuevas condiciones ecológicas resultantes (el desarrollo de la ecología del capital, como
veremos más adelante). Por otra parte, ninguna reestructuración tecnológica o sectorial
suprimirá la tendencia inmanente al capital de servirse arbitraria y, por consiguiente,
destructivamente, de la naturaleza como un todo -seres humanos incluidos.
Por ello, la defensa de la insostenibilidad del capitalismo por motivos ecológicos, no socio-
históricos, representa un punto de vista social ajeno a la experiencia histórica de la clase
trabajadora, que en cualquier caso llevaría a interrelacionar ambos aspectos, el ecológico y
el socio-histórico. Se trata de un punto de vista que busca una justificación ideológica para
sus deseos de acabar con el capitalismo, y/o justificar sus pretensiones de “concienciar” a la
masa, un punto de vista pequeñoburgués para usar el lenguaje clásico. Si al proyectarse en
el campo histórico-social salta por encima de la dinámica socio-histórica, definida por el
conflicto trabajo-capital en sus múltiples formas (en la producción, en el consumo, en la
cultura, en el ocio), y pretende modificarla a partir de argumentos meramente ecológicos,
entonces asume el carácter efectivo de una política de la clase media que, de hecho, o no
cuestiona el carácter capitalista de las relaciones sociales, o lo hace solamente de forma
ideológica y prácticamente inoperante -aislada de la dinámica de las luchas sociales. Esta
concepción pequeñoburguesa se opone, por tanto, al esfuerzo de desarrollo de un
movimiento autónomo de l@s trabajadore/as, tanto si meramente justifica una forma de
dirigentismo radical de minorías, como si actúa como instrumento de penetración de la
política de clase media dentro del campo proletario.
Este marco teórico integral explica, por tanto, mucho mejor la contradictoriedad ecológica
del capitalismo que el marco derivado de la/s teoría/s de la sostenibilidad. De hecho,
posibilita integrar la teoría marxiana del capital con la economía ecológica, tomando en
consideración las dos dimensiones fundamentales que determinan la existencia del modo de
producción capitalista: la reproducción (ampliada) de la capacidad viva de trabajo social y la
reproducción (ampliada) de las condiciones de producción globales.
Si nos atenemos a las tendencias estructurales del capital, y dejamos al margen la voluntad
particular de sus agentes y sus maniobras superestructurales, lo que queda es, por un lado,
que el conflicto del capital con la naturaleza es afrontado mediante soluciones progresivas y
transitorias. Por otro, que el ideal de naturaleza inmanente al capital es el de un “planeta-
máquina” que resultaría de hacer de toda la naturaleza un vehículo de los flujos de
autovalorización. Una negación completa de lo natural originario, para reemplazarlo por un
ecosistema artificial subsumido en el capital mundial. Para entender cómo esto es posible
necesitamos, además de la categoría de subsunción de la naturaleza, de la categoría
complementaria de artificialización de la naturaleza, que ilustraría el lado técnico del
proceso. Lo que también podría designarse como la subsunción tecnológica de la naturaleza
o abstracción de la naturaleza para reducirla a elemento de la tecnología.
Pero a lo que el capital tiende, como apuntan sus avances más recientes, es a producir
ecosistemas totalmente artificiales que, no obstante, posean propiedades autoorganizativas.
Esto quiere decir que sean capaces de automantenerse, relativamente gracias al trabajo
humano, pero sin depender de este de una forma unilateral o desproporcionada. En otras
palabras, ecosistemas fabricados sostenibles con el mínimo coste y con la máxima
productividad. Así, una vez creados el ser humano operaría aquí más como un modulador
del sistema (labores de ecorregulación) que como un productor del mismo, como ocurre en
los ecosistemas domesticados. Este nivel de apropiación y transformación de la naturaleza
por el capital representa el mismo paso que Marx apuntara dentro de las relaciones entre
trabajo vivo y maquinaria en los procesos productivos: el desplazamiento de la actividad
productiva material en favor de las tareas de supervisión y control de la maquinaria
automatizada.
1
Dependientes, por lo tanto, de la actividad económica del capital para subsistir, debido, por ejemplo, a la
destrucción de elementos ecosistémicos do tipo predador-presa o sustrato vegetal-vida animal mediante a
caza sistemática, a la cría y alimentación animal de forma artificial, o a la introducción de elementos
foráneos y consiguiente recreación completa o quasi-completa del ecosistema particular para dar lugar a
ecosistemas funcionales al capital y cuya sostenibilidad queda vinculada al ciclo capitalista.
Lo esencial, el antagonismo radical, sigue consistiendo en que para el capital la vida, los
seres vivos, sólo existen en cuanto que fuente de energía reificable, sea bajo la forma de
capacidad de trabajo o bajo la de condición de producción. El capitalismo decadente tiende a
efectivar esta subsunción hasta el extremo, ya que en él coinciden el máximo desarrollo
capitalista y la máxima contradicción dinámica entre trabajo necesario y plustrabajo.
Mediante el consumismo, el capitalismo intenta camuflar esta reificación ampliada de la vida,
aunque solamente de forma espectacular, ya que si la subjetividad social es así
aparentemente más activa y desenvuelta gracias a la amplificación y diversificación del
consumo, de hecho esa misma dinámica esconde tanto como realimenta la amplificación de
la explotación para producir más y más barato.
De este modo, el capital se opone a la vida como un virus. Lo que el capital produce no es
la simple destrucción del ecosistema originario, como hasta ahora pretendió el ecologismo y
como era común a los modos de producción anteriores. El capital produce un ecosistema
artificial autoalienado, que sirve a fines exteriores la sí mismo y de este modo suprime o
inhibe radicalmente la autosostenibilidad del ecosistema natural global. Como producto del
capital, el ecosistema creado por él solamente existe como función del ciclo del capital. Así,
el desarrollo de la subsunción efectiva de la naturaleza en el capital no supone un
desplazamiento del conflicto de clases hacia el conflicto ecológico, como aparenta ser hoy
debido a la preeminencia omnímoda de la crisis energética. Lo que de hecho subyace al
conflicto ecológico actual -y también a las soluciones para la crisis energética- es el avance
en el proceso de subsunción de la naturaleza en el capital y, por consiguiente, del conflicto
ecológico dentro del conflicto capital-trabajo, ya que nada quedará entonces fuera del ciclo
del capital. La importancia de la crisis energética viene determinada por los límites que
establece para el desarrollo del capital a escala mundial, no por la concienciación ecológica,
cuya importancia económica, política y cultural no se explica en absoluto ni principalmente
por la sola fuerza social de las organizaciones ecologistas.
Vulgarmente se piensa en la economía como algo dirigido a producir bienes para los seres
humanos. Pero el capitalismo no consiste en eso, sino en la producción de valor de cambio.
Las necesidades objetivas para el capital no son las necesidades humanas reales; como
decía Marx, para el capital solamente existen los seres humanos en la forma de fuerza de
trabajo empleable o como compradores de mercancías (si tienen dinero). Las necesidades
humanas no existen para el capital, aunque presente como tales lo que en realidad son
necesidades funcionales a la acumulación de plusvalor. Por consiguiente, el crecimiento
económico no se haya impulsado o restringido por ninguna necesidad humana auténtica,
sino que es el propio dinamismo del capital el que determina las necesidades “objetivas”
para los seres humanos -lo que significa, por supuesto, convertirlas en necesidades
económicas en el sentido más grosero y limitado. El enfoque que defiendo, el de la ecología
integral, supone considerar todo el campo de actividad del capital como el proceso de
producción y reproducción de un ecosistema artificial global. Así, la determinación alienante
de las necesidades humanas se simultanea con la determinación alienante de las
necesidades del ecosistema natural. Las necesidades que el capital reconoce son
exclusivamente las necesidades de ese ecosistema artificial global que él crea y que expande
continuamente para subsumir toda la vida terrestre.
Las necesidades ecológicas del capital son, por lo tanto, de dos tipos: las necesidades
inherentes a la reproducción ampliada de ese mundo creado por el capital, de ese
ecosistema del capital, que son necesidades relativas a la producción de plusvalor, y las
necesidades contingentes, derivadas de la desestabilización del ecosistema natural y de la
propia inestabilidad del metabolismo artificial con la naturaleza que el capital establece -
inestabilidad ligada al carácter fragmentario y ciego del dinamismo del capital. Así, por
ejemplo, tenemos el saqueo de los mares para la extracción de peces, con su vertiente de
destrucción del ecosistema marino, junto con la regulación internacional de los caladeros
para evitar su colapso. En este caso, la inestabilidad del metabolismo artificial supone un
persistente conflicto en torno a la antedicha regulación y a la determinación de los tiempos y
cuotas de pesca, así como una fuente adicional de necesidades. Estas últimas son una
creación capitalista, pues es el capital el que convierte la pesca y el consumo de peces en un
hábito generalizado e indiscriminado frente a la pesca tradicional practicada antiguamente
por las poblaciones costeras locales, típicamente marineras. Es decir, es el capital el que
vende la universalidad del consumo de pescado al convertirlo en soporte de su proceso de
reproducción ampliada, de acumulación, y se lo vende a una población que crece impulsada
a su vez por esa misma dinámica de reproducción ampliada. El resultado demencial es que
el consumo de pescado no se ajusta a las posibilidades de los ecosistemas marinos. Como
solución para el capital ha emergido el sector de la acuicultura, que es tanto un ejemplo de
alteración/deformación de la vida natural (peces que crecen atrofiados) como un ejemplo
rudimentario de creación de un ecosistema artificial.
2
Así, para el capital la carne animal existe solamente como condición de producción (capital constante), del
mismo modo que la carne humana que pone el proceso productivo en movimiento (capital variable), y una
vez transformada la primera pasa a ser mero soporte del valor de cambio, mientras el valor de cambio de la
segunda sirve, mediante la actividad de consumo individual, como portador de medios de cambio (dinero)
para la realización del plusvalor y permitir su conversión en beneficio efectivo, reinvertible luego como capital
adicional. De esta manera tanto la naturaleza externa como la naturaleza humana constituyen meras piezas
en el funcionamiento ciego de la máquina económica capitalista.
Con el desarrollo de la ecología del capital aumentan también los “efectos secundarios” de
la destrucción de la naturaleza originaria y de la producción de naturaleza alienada. Como
resultado, ha emergido la necesidad de sectores ecorreguladores. De hecho, las acciones
ecologistas cumplieron durante décadas esta función y sus prácticas positivas y modelos
alternativos contribuyeron a prefigurar este tipo de empresas. Aunque hoy, debido a los
costes, aún es un mercado limitado, es esperable que los límites de la ampliación del
mercado global, el crecimiento de la producción de energías renovables y el agravamiento
de la crisis ecológica mundial confluyan para catalizar su desarrollo. De hecho, ésta es la
razón del desarrollo del sector de la recogida y reciclaje de los residuos urbanos e
industriales, de la repoblación de bosques y gestión ambiental, de la ampliación y
mantenimiento de las áreas verdes urbanas, del tratamiento de aguas, etc. 3
3
A modo de ejemplo anticipatorio, el caso de la construcción artificial de un bosque en China con ocasión de
los recientes juegos olímpicos sirve para ilustrar la magnitud y dirección de la tendencia del capitalismo a
reconstruir artificialmente lo que previamente destruyó. También me parece oportuno señalar la dudosa
sostenibilidad ecológica a largo plazo de este tipo de obras, pues incluso un ecosistema relativamente grande
es altamente dependiente de su exterior, y si este último es hostil eso producirá una tendencia a la
degradación que solamente podrá compensarse con acciones artificiales, esto es, gastos energéticos y
materiales por encima de lo necesario para una situación de equilibrio dinámico natural.
Además, el carácter maquinal del ecosistema del capital no sólo conlleva la alienación
progresiva de los procesos naturales y del proceso vital de las especies no humanas,
también de la propia especie humana. La consecuencia es que no solamente el entorno se
hace más artificial y funcional al capital, también la vida humana y, por consiguiente, el
desarrollo de las capacidades y necesidades humanas, es también más antinatural e
irracional. Los seres humanos solamente se relacionan con la naturaleza, tanto la suya como
la restante, de una forma falseada. El ejemplo del reemplazo de las medicinas tradicionales
por la industria farmacéutica y la sanidad industrial, del subsiguiente intento de tiempos más
recientes de recuperar las primeras por parte de sectores conscientes, y la futura
contraofensiva capitalista mediante el monopolio de las terapias génicas, ilustra bastante
bien este conflicto.
Las reacciones románticas y místicas frente a este falseamiento de la relación humana con
la realidad natural, en la forma de la ecología profunda o de la mística salvacionista,
expresan inconscientemente este mismo falseamiento, dado que la humanización de la
naturaleza por un lado y la evolución de la naturaleza humana por el otro son
respectivamente excluidas por dichas visiones alienantes. Pero, de hecho, precisamente en
estos dos procesos y en su unidad dialéctica reside la base para comprender la sociedad
actual y cómo superarla. Mediante el proceso de trabajo los seres humanos transforman la
naturaleza exterior y con eso, al mismo tiempo, su propia naturaleza. En la transformación
de la modalidad de actividad productiva, y por extensión de toda la actividad social derivada
(actividad reproductiva física y psicológica), se hace posible transformar las relaciones de los
seres humanos con la naturaleza exterior y consigo mismos. Pero pretender hacerlo a partir
de un punto de vista contemplativo, como ocurre en la pretensión de “concienciar” a los
otros, o fragmentariamente, actuando solamente sobre uno de esos ámbitos de la vida
humana (aun si es sobre el ámbito de la producción, pues la actuación solamente sobre un
plano presupone una visión alienada del resto), no sirve. Los tres aspectos o planos
generales de la vida -el social, el natural y el personal- son interdependientes y, aunque lo
dinámico sea lo central (la actividad productiva-reproductiva), y dentro de ello la actividad
productiva sea lo más fundamental, el avance hacia una nueva forma de vivir, de actuar, de
ser, puede solamente realizarse mediante un esfuerzo de transformación simultánea de los
tres planos, social, natural y personal.
El segundo ciclo material del capital consiste en que, tras la explotación, el capitalismo
genera recursos adicionales, haciendo de los daños que él mismo ocasionó a la vida una
nueva fuente de lucro. Pero también la explotación del trabajo es una forma de destrucción
de la naturaleza humana. En consecuencia, las frustraciones y taras humanas derivadas de
la explotación (directamente a través del trabajo o de la participación en el ciclo económico,
indirectamente a través de las consecuencias medioambientales y sanitarias de todo ello)
constituyen necesidades adicionales, que el propio sistema se encarga de reificar y
mercantilizar para ampliar el espectro del mercado con productos de nuevo tipo, del mismo
modo que lo hace con las necesidades funcionales derivadas de su propia organización social
(como el caso de la comunicación social, transformada de actividad comunitaria espontánea
en actividad autonomizada y mercantil por los medios de “comunicación” de masas.)4
La dinámica ecosistémica del capital puede verse también en sus unidades territoriales
mínimas, las grandes ciudades modernas, microecosistemas artificiales alienados. Aquí se ve
precisamente cómo la “ecología” es tan “lógica” para el capital como la explotación humana
y natural y la consiguiente valorización. La expansión urbanística sirve para concentrar la
fuerza de trabajo disponible. Pero las consecuencias destructivas de esta concentración para
el medio ambiente y para la salud y la sociabilidad de los propios habitantes urbanos, tienen
que ser afrontadas mediante reestructuraciones urbanísticas y económicas que generan a su
vez plusvalor adicional y realimentan de este modo la expansión capitalista y, finalmente, la
propia concentración urbana. Así, la destrucción y la reestructuración del medio ambiente
capitalista se realimentan y devienen inseparables, como única forma de estabilizar la
reproducción ampliada del sistema capitalista -la misma razón de fondo por la que la
producción más contaminante se deslocalizó a los países más subdesarrollados.
4
Además, dado que dentro del capitalismo no cabe eliminar las causas de esas necesidades o satisfacerlas
de forma natural, mediante el desarrollo libre de la autoactividad de los individuos, la mercantilización y la
alienación del contenido natural de las necesidades se presenta como un fenómeno mayormente inevitable y,
una vez consolidado, como un hecho tan “natural” como el carácter alienante de la sociedad existente. Así, el
consumo alienado opera como parte imprescindible en el mantenimiento de la esclavitud espiritual de las
masas, mantenimiento de sus estructuras de carácter represivas e de sus modos de comportamiento social
que toman y reproducen “naturalmente” las relaciones sociales capitalistas y la forma de conciencia
correspondiente.
En síntesis, al adoptar una forma ecosistémica, el ciclo del capital anula el sentido original
de las medidas ecológicas y las convierte en resortes de su autoexpansión destructiva.
Solamente mediante el enfoque ecológico integral es posible comprender la significación
radical de esto. El reformismo ecológico está cumpliendo de este modo, en las últimas
décadas, exactamente la misma función que el reformismo social cumpliera anteriormente:
estimular económicamente y legitimar ideológicamente determinada fase de desarrollo
histórico del capitalismo.
Pero todavía no he acabado. Como valor que se autovaloriza, el capital recicla solamente lo
que puede valorizarlo. Para que el “equilibrio natural” o el “cuidado de la naturaleza” sean
una fuente de valor, primero deben existir como necesidad social objetiva, esto es: dejar de
existir de forma natural, ser socialmente destruidos para poder ser luego socialmente
reconstruidos. Por eso, toda la actividad ecológica del capital presupone la previa
Todo esto es una tendencia y, por lo tanto, solamente en el capitalismo maduro puede
comenzar a manifestarse visiblemente su carácter sistemático. Ésta es la base subjetiva que
hace sostenible al movimiento ecologista actual, sin la que no podría llegar a ser una fuerza
socio-política importante. El problema es que las teorías ecológicas ahistóricas y asociales
mistifican ahora el lado ecológico del capitalismo, poniendo las coincidencias contingentes y,
en general, las actividades ecológicas periféricas del capital, como el ejemplo a seguir. De
ahí la función conservadora y mistificadora de la propia lucha ecologista, el hecho de
constituir históricamente un proyecto enteramente funcional al sistema, al igual que lo
hiciera la lucha de clases reformista.
Además, la dinámica de elevación de la composición orgánica del capital supone una menor
necesidad de tasa media de crecimiento de la fuerza de trabajo disponible, así como
convierte la ciencia tecnológica y el saber-hacer en determinantes principales de la
producción5. Por consiguiente, introduce la posibilidad de una autorregulación ecológica de la
sociedad capitalista que, aunque sea superestructural, ineficiente y alienadora, antes era
impensable.
Por tanto, en la efectividad de estas tendencias y contratendencias hacia una ecología del
capital tienen mucho que decir la lucha de clases y el comportamiento social en general.
Esta claro, como puede verse en las reuniones de los máximos representantes del
capitalismo mundial (G8, etc.), que dejar el problema ecológico en sus manos es
simplemente inviable. Pero esto no significa que todas las luchas e iniciativas sociales desde
abajo sean antagónicas al capitalismo; en realidad, la lucha de clases es la forma general en
la que se hacen valer las necesidades materiales de la sociedad que son siempre marginadas
por la economía capitalista. Tales luchas solamente serán antagónicas en cuanto hagan valer
5
Pues cualquier modificación tecnológica puede alterar sustancialmente el nivel de entropía generado
globalmente.
Por otra parte, si el reemplazo de recursos de origen natural por sustancias artificiales y
recursos reciclados disminuye relativamente el nivel de destrucción para un volumen dado
de producción, esto no significa necesariamente una mejora de las condiciones
medioambientales. La relativa abundancia de los nuevos recursos estimula la
reestructuración capitalista, pero no la reparación medioambiental, de manera que muchas
veces las áreas degradadas quedan simplemente abandonadas a su suerte. El mismo
fenómeno se presenta para la fuerza de trabajo excluida de la producción. El resultado es
que se explotan nuevos espacios y recursos, con la consiguiente destrucción adicional,
mientras los viejos no se recuperan.
Expresado a escala global, puede decirse que la destrucción ecológica provocada por el
capital disminuye relativamente a medida que éste se desarrolla históricamente, aunque en
términos absolutos aumente por el mayor volumen de producción global. Pero si dejamos de
trazar una distinción mecánica, desnaturalizante y deshumanizante, entre el desarrollo libre
de los organismos vivos, su salud y sus condiciones ambientales de existencia -el enfoque de
la ecología integral, aquí defendido-, entonces para la humanidad y toda la vida planetaria la
destrucción aumenta tanto en términos relativos como absolutos, porque no sólo aumenta el
volumen de producción global de manera absoluta, también la disminución relativa
(cuantitativa) gracias al desarrollo científico-técnico se ve sobrecompensada, por la
intensificación y profundización de la alienación de la vida (cualitativa). Y de esta destrucción
cualitativa se deriva, por su lado, una destrucción cuantitativa constante y radical mucho
más peligrosa, por cuando es menos visible. La subsunción efectiva de la vida en el capital
puede definirse adecuadamente como un paso de las formas de destrucción simples hacia
formas de destrucción complejas, caracterizadas por la sustitución directa de la naturaleza
originaria por una naturaleza artificial y funcional al capital.
6
Un ejemplo adicional de esta dinámica en el campo de la naturaleza humana es el tema del incremento de
la utilización de técnicas de fecundación asistida: ¿es saludable favorecer la reproducción de una población
biológicamente tendente a la infertilidad? O en caso de deberse a efectos ambientales, resulta desde luego
una contramedida que mistifica prácticamente un problema muy grave.
El ejemplo de los nuevos “bio”combustibles sirve para ilustrar la dinámica del capitalismo
ecológico. Formulada en su orden histórico, esta dinámica sería concretamente:
La clase capitalista juega con la baza de que las consecuencias negativas se concentrarán
en el corto-medio plazo en los países empobrecidos, debido principalmente a la reducción de
las tierras fértiles disponibles y a la elevación de los precios alimentarios. Dado que la
producción agraria es escasa en relación a la demanda de agrocombustibles, por las
limitaciones estructurales en la disponibilidad de tierras, y dado que el crecimiento del
capitalismo mundial supone una demanda final ascendente, la expansión del sector de los
agrocombustibles conlleva una tendencia estable a hacer de la economía agroalimentaria
una economía dominada por la inflación y la especulación, como ocurre en el sector
inmobiliario. La propia decadencia del capitalismo, con su ralentización relativa del desarrollo
productivo hace, por otra parte, que a los capitalistas les resulte tan económicamente
irrelevante como imposible de resolver el problema del hambre aumentada que todo esto
está ya provocando, dando al hecho de que quien no tiene dinero no existe como
consumidor para el capital, su manifestación material extrema: quien no existe como
consumidor no existe como persona y bien puede morir en silencio, está fuera del
ecosistema del capital, pertenece a la “fauna salvaje”.
En resumen, aunque las consecuencias de esto son más graves para la población de los
países más pobres, tampoco son inexistentes para la población trabajadora de los países
imperialistas, donde si bien puede amortiguarse algo la subida de los precios de los
alimentos y de los combustibles, no se verá compensada por un incremento salarial, sino
que persistirá, como antes, la tendencia descendente de los salarios. Además, la
combinación de la insuficiente oferta de derivados del petróleo con los límites estructurales a
la producción de agrocombustibles terminará por volver a ocasionar la subida de los precios,
por no hablar del problema de que es dudoso que aquellos hagan algo contra el cambio
climático.
Este panorama permite anticipar la viabilidad a medio plazo de una oposición unitaria del
proletariado internacional al “capitalismo verde”, sobre todo teniendo en cuenta que, como
la historia ha venido demostrando, no cabe esperar de las meras masas hambrientas y
objetivamente desclasadas una oposición revolucionaria, sino meras revueltas estériles. No
podemos afrontar el problema de forma ética como ONGs, porque la lucha de clases es lo
único que puede alterar la situación de manera consistente y a escala mundial. Tampoco el
tema de la “soberanía alimentaria” es un enfoque adecuado, ya que mientras exista el
capitalismo mundial será fútil reclamar cualquier régimen de autogobierno, que aun si fuese
real resultaría con todo impotente, ante el poder económico, para alterar la división
internacional del trabajo, la dirección de los flujos de capital y las condiciones de explotación
de la fuerza de trabajo7.
Por lo tanto, si reexaminamos la dinámica ecológica del capital tal y como la he expuesto
más arriba, veremos que no solamente persistirá mientras persistan el uso del petróleo y la
producción de agrocombustibles, sino también persistirá aun si se emplean
agrocombustibles para producir más agrocombustibles e igualmente cuando se pretendan
reemplazar estos por otra nueva fuente de energía realmente ecológica. No deja de ser una
demostración de la inherencia al capital de esta dinámica de expansión alienada de la
naturaleza el hecho de que la propia producción de agrocombustibles, convertida en
necesidad social gracias a la contaminación petrolera, repita en su interior esa misma
dinámica, funcionando directa e indirectamente mediante el petróleo y vendiendo su
producto como solución a una contaminación que ella misma contribuye a reproducir a
escala ampliada.
7
Estos factores son determinados a través del mercado mundial y de la composición tecnológica local, lo que
aumenta la explotación del trabajo en los países de capitales más débiles. Esto explica por qué la producción
de agrocombustibles puede ser más rentable que la producción de petróleo, pero también por qué la
auténtica soberanía popular tanto en los países pobres como en los ricos no podrá obtenerse más que
mediante una revolución que suprima el capitalismo mundial.
Al operar así, el capitalismo actual ha colocado nuevamente ante nosotr@s la vieja cuestión
“comunismo o barbarie”, pero ahora precisando más sus contenidos y su trascendencia
práctica para la humanidad, así como resaltando su fundamento: la actividad humana que,
al producir capital, empuja a la humanidad hacia su autodestrucción, biológicamente en la
forma de una degradación ecológica y climática acelerada, socialmente en la forma de una
degradación de las condiciones de trabajo y de vida de l@s trabajadore/as, espiritualmente
en la forma del desarrollo de una autoalienación extrema de la vida cultural que fomenta y
instrumentaliza un egoísmo mercantilista de masas.
En teoría, y ya existe un interés emergente en los sectores del capitalismo verde, sería
posible reducir a casi cero el impacto ambiental, que toda la producción pueda ser
ecológicamente integrada en el ecosistema: productos y residuos reciclables y/o
biodegradables, instalaciones eco-armónicas (autosuficiencia energética no contaminante,
materiales de construcción no contaminantes) que cumplan funciones eco-reguladoras (por
ejemplo, tejados ajardinados que compensen la destrucción del suelo y de la vegetación)...
La primera cuestión práctica es que el reciclaje no puede ser nunca la fuente única de
recursos de la economía, y menos en una economía cuyo sello distintivo exterior es la
autoexpansión continua y global. Todo consumo y los procesos productivos de
transformación generan un desgaste material, por el que lo que resta para reciclar es, en el
mejor de los casos, solamente una parte del material original. Para producir otra vez la
misma o mayor cantidad de productos nuevos se precisa obtener de la naturaleza más
materiales y energía. Así, constantemente la producción originaria y la producción reciclada
tienen que combinarse, con la consecuencia implícita de que se produce una nueva
extracción de valores de uso de la naturaleza. Si, como afirman los teóricos del capitalismo
eco-integrado, el objetivo más que el reciclaje es la biodegradabilidad de productos y
residuos, de manera que todo sea asimilable por el ecosistema natural, esto tenderá de
hecho a incrementar la actividad extractiva, que podría ser más o menos contaminante y
violenta, pero que igualmente es fuente de alteraciones duraderas en el ecosistema natural.
Además, la biodegradabilidad presenta dos consecuencias más: 1ª) promoverá la producción
en masa de “usar y tirar”, aunque “ecológica”, lo que aumentará exponencialmente la
objeción anterior; 2ª) en la práctica justificará realmente la subsunción total de la naturaleza
en el capital, haciendo equivalentes el ecosistema natural y el ecosistema creado por el
capital. Pero esta equivalencia solamente sería cierta si: a) el capital no poseyese una lógica
o dinámica interna contraria a los objetivos de autoconservación y autoevolución
característicos del ecosistema complejo del planeta; b) las modificaciones en el ecosistema
natural se llevasen a cabo de forma planificada y haciendo valer como determinantes a la
hora de decidir los efectos en el largo plazo para el ecosistema global, lo que es imposible
sobre una base económica capitalista. Aquí cada capital opera “libremente”, las instituciones
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología II: La ecología del capital Pág. 19 de 23
Esto último no sólo se debe a los intereses de valorización. Por una parte, no existen en el
capitalismo las estructuras de estudio y planificación necesarias para una consideración
precisa del impacto ecológico global y en el largo plazo. Por otra parte, tampoco existen las
inversiones necesarias ni un conocimiento tan profundo del ecosistema global como sistema
complejo autopoiético no lineal, con lo que los resultados en el largo plazo de los cambios en
el ecosistema siguen siendo impredecibles. Lo más que se puede evaluar con certeza es el
impacto en el medio plazo y dentro de áreas geográficas e interrelaciones ecológicas muy
delimitadas.
Así que, mal que les pese a los teóricos del capitalismo eco-integrado, lo que han creado no
es una alternativa de economía sostenible, sino la ficción de una ecología reificada,
producible en masa mercantilmente y que, llevada adelante por la dinámica ciega de
autoexpansión capitalista, tenderá a reemplazar el ecosistema natural aun más
aceleradamente, proporcionándole al mismo tiempo a aquella una mistificación
naturalizadora. Constituirá así el modelo para una nueva fase de la subsunción de la
naturaleza en el capital.
8
Un inciso. “Arficial” no significa necesariamente “no orgánico” o “no vivo”, sino hecho por los seres
humanos y diferente de la naturaleza originaria. La biotecnología es ya un ejemplo de que es precisa una
definición más sutil, de este tipo, pues de otro modo acabaríamos por perder la referencia de lo natural y
seríamos prisioneros del marco de referencia ideológico producido por el capital.
Por otra parte, “artificialización de la naturaleza” tiene una connotación mecanicista, que nos remite a una
transformación determinada fundamentalmente por la voluntad humana. Mientras, “humanización de la
naturaleza” nos remite a la interacción entre naturaleza humana y naturaleza exterior, incluyendo así la
posibilidad de una armonía entre lo humano y su entorno. Esta es la concepción marxiana, ya que para Marx
la humanización de la naturaleza no se refiere solamente a la naturaleza exterior. Para él la propia
naturaleza humana es una producción histórica, una naturaleza que se va haciendo humana a partir de la
animalidad. La alienación puede entenderse, desde esta perspectiva, como una humanización incompleta o
distorsionada de la naturaleza humana, que tiene su correspondencia en la forma de vida social y en la
forma de interacción con la naturaleza exterior.
la naturaleza persistirá siempre, como parte del propio proceso productivo o como mero
“daño colateral”.
Se entenderá bien por qué en los países más desarrollados se extendió cierta cultura
orientada a promover la salud, particularmente en los hábitos alimentarios y de cuidado
corporal, junto con la aceptación hoy mayoritariamente extendida de las actitudes
medioambientales favorables como aquello que es “políticamente correcto”. Por supuesto,
con contradicciones y límites claros. No interesa una concepción de la salud que vaya más
allá de lo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, y mucho menos que
pretenda hacer del “capital humano” un sujeto consciente de su totalidad de necesidades y
capacidades, así como de sus frustraciones y represiones actuales, mayormente
subconscientes o semiconscientes. Tampoco interesa una concepción de la ecología que
integre esa concepción de la salud, y es más, no interesa ninguna ecología que se dirija
contra las raíces sociales de la degradación medioambiental, o sea, que se salga de su
campo especializado e integre categorías críticas de análisis social y psicológico.
Por lo tanto, el problema al que hay que hallar respuesta no es qué principio debe dominar,
si la voluntad humana o el respeto por los seres vivos como una totalidad, sino el modo en
que se produce socialmente la naturaleza -ambiental y humana. Dado que la tendencia
futura es a pasar de la naturalización aparente o formal de la sociedad y la naturaleza
producidas por el capitalismo, a una naturalización efectiva que incluiría al propio modo de
producción capitalista (el capitalismo eco-integrado u orgánico), el naturalismo romántico no
sólo no aporta nada para resolver el problema sino que coloca un velo ideológico delante de
este proceso histórico. Al negarse a entender la naturaleza como producto de la acción
histórica humana, no puede entender tampoco el carácter peculiar de esa “ecologización” del
capitalismo. Como resultado de la asunción capitalista de la dimensión ecológica del capital,
el ecologismo “realista” pasó a ocupar el papel de defensor de un capitalismo verde; el
ecologismo romántico, por su parte, corre el riesgo de convertirse en defensor de una
En síntesis, la vida es la fuente de todo valor. Pues el valor de uso inherente a la vida (a
todos los organismos vivos y sus condiciones de existencia globales) como fenómeno de tipo
sistémico, que no puede propagarse y evolucionar más que en un entorno globalmente
adecuado -es decir, su valor de uso no económico, sino existencial- es lo que es antagónico
al valor de cambio. La vida no es un fenómeno con un centro abstraíble, sino un fenómeno
que opera en red y del que somos parte. La sostenibilidad ecológica de la producción social
es un problema tecnológico, cognoscitivo y sobre todo socio-económico. Podemos afirmar
que el valor de la vida y el valor del ser humano deberían estar en el centro de la actividad
humana, pero eso no dejaría de ser una pura abstracción en ausencia de una formulación en
términos de los factores antedichos (tecnología, conocimiento/subjetividad, relaciones
sociales de producción y distribución). Pero lo que sí podemos afirmar es que el valor de la
vida y el valor del ser humano son interdependientes y no opuestos y, por lo tanto, cualquier
“centrismo”, sea antropológico o biológico, es rechazable.
Aun si incluimos el valor de la existencia humana dentro del valor de la vida, sigue siendo
cierto que afirmar el valor de la vida como “central” procede objetivamente de una
perspectiva antropológica, humana, sea por motivaciones biológicas, sociales o personales
(en fin, la autorrealización humana que es el objetivo originario de toda acción humana.) No
es simplemente que sea sólo la humanidad la especie que tiene la capacidad de pensar y
afrontar ese problema, sino de que lo hace siempre en función de sí misma, por más que
persiga elevarse a una visión holística; esto último en ningún caso puede darse por sentado
a priori, tiene que verificarse en la praxis y, por consiguiente, las ideas al respecto no
pueden dejar de contextualizarse socio-históricamente, lo que queda más claro cuando se
entran a analizar las propuestas concretas mediante las que se pretende aplicar el principio
abstracto de la centralidad de la vida o de la centralidad humana.
que refleja que se trata de una masa que carece de perspectiva social propia y que no es
capaz de definir su proyecto social a partir de su autodeterminación, por lo que necesita
representarse sus fines como exteriores y superiores a su propio movimiento real.
Esta base determina una tendencia inmanente de las luchas proletarias a asumir un
carácter radical e integral, como única forma de hacer frente a las fuerzas que se le oponen.
De otro modo, el resultado es el que hoy prevalece: la ausencia de luchas proletarias o su
existencia efímera. Esto mismo nos proporciona, entonces, el eje programático fundamental
de la lucha de clases en la época presente: un enfoque radical e integral a la vez, con la
búsqueda explícita de la unificación de los tres frentes esenciales de la lucha contra el capital
y con la asunción del mundo entero como marco necesario de la lucha. Dado esto, es lógico
que el nuevo movimiento proletario que determinan las condiciones actuales de la
dominación capitalista no se presente inicialmente homogéneo y unido, como ocurría cuando
la dominación capitalista era más simple, débil y localizada. Como esta dominación ahora es
9
No insistiré en esta extensión del concepto de ecosistema a la sociedad humana para no dificultar la
interpretación del texto. No obstante, la capacidad del capital para producir un ecosistema artificial sólo
puede comprenderse a partir de esa autonomía sistémica que caracteriza a la sociedad humana y que crece
con el desarrollo de las fuerzas productivas sociales, esto es, en la medida que la producción social produce,
además de objetos de consumo inmediato, sus propias condiciones de actividad, de forma que la naturaleza
primitiva va siendo adecuada a los intereses humanos, humanizada.
10
Vida social y psicológica son inseparables: la pulsión que no objetivo autónomamente es siempre
proyectada ciegamente hacia fuera y objetificada.
La primera opción exige abandonar la noción mecanicista, que concibe los elementos del
mundo natural como subsumidos en el mundo social humano, por el hecho de los primeros -
tanto los exteriores al ser humano como los que constituyen la propia naturaleza humana-
estén fuertemente determinados por la sociedad humana. La propia sociedad humana no es
concebible más que como parte del ecosistema planetario, no solamente desde el punto de
vista del metabolismo con la naturaleza, también desde el punto de vista de la actividad
transformadora (intra)social. El contenido de esta actividad social se basa él mismo en la
naturaleza humana; por consiguiente, la sociedad humana debe comprenderse como un
sistema natural en sí mismo que, para ser sostenible, para seguir vivo, debe
fundamentalmente adecuarse a las necesidades y capacidades naturales humanas, que han
evolucionado con la existencia social y son inseparables de ella, en lugar de funcionar como
una máquina ciega en la que los individuos solamente existen como sus componentes.
Roi Ferreiro
Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y
materialismo histórico
Escrito entre septiembre y diciembre de 2008 y publicado originalmente en gallego-portugués en el Boletín
Ígneo, nº 10, invierno de 2009. Traducido al castellano y revisado por el autor. Se han añadido importantes
aclaraciones en forma de notas a pié de página. Este texto iba a ser el tercer capítulo de un proyecto de ensayo
más amplio todavía en estado de borrador, de cual el primer capítulo sería “Capitalismo y ecología: un enfoque
integral del conflicto” y el segundo “Capitalismo y ecología II: La ecología del capital”.
para una parte más o menos grande de los organismos que actualmente lo componen.
Por ejemplo, la sociedad humana puede colonizar los ecosistemas naturales porque su
actividad destruye o inhibe sus propiedades autoorganizativas en las zonas que ocupa,
como ocurre con la deforestación, la labranza, por no hablar de la cementación urbana.
Si las actividades y barreras artificiales construidas por los seres humanos se eliminasen,
el ecosistema tendería a reocupar de nuevo esos espacios. De la misma manera, los
espacios verdes artificiales en el territorio urbano son un ejemplo habitual de
dependencia mecánica de la intervención humana, como pueden ser sistemas de riego,
campañas de vacunación, abono de la tierra...
Ahondando más en el tema del “metabolismo”, Marx había utilizado este concepto como
una categoría descriptiva y no con un sentido crítico. Si se metaboliza bien o mal es
cuestión de eficacia. Así, la insistencia en este aspecto solamente nos lleva a formular el
problema de la eficiencia ecológica del capital, lo que ciertamente es un problema, pero
por principio un problema DEL CAPITAL. Evidentemente, en este matiz nada secundario
está la diferencia fundamental entre quien apuesta por una política revolucionaria
anticapitalista y quien sigue encuadrado en la lógica reformista.
Tampoco pretendo decir que esos objetivos ecológicos no eran necesarios, y que las
luchas por implantarlos fueron inútiles. Quiero decir que, desde la perspectiva
anticapitalista o de clase, ese enfoque del ecologismo no es válido, su función histórica
conservadora del capitalismo ya quedó demostrada en las décadas más recientes. De
modo que lo antedicho solamente pone el dedo en la llaga. La consecuencia de nuestras
luchas no debe ser fortalecer el capitalismo, darle una forma más perfeccionada. Debe
dirigirse a atacar frontalmente su lógica ecológica alienante. Esto supone, en la práctica,
contraponer a esa lógica una concepción revolucionaria del desarrollo productivo y social,
orientada a eliminar lo que precisamente fundamenta el capitalismo: la autonomización
de la actividad económica respecto de las necesidades de la autorrealización humana y
de la autosostenibilidad del ecosistema natural.
Considerando esto, pienso que conviene volver sobre una idea marxiana muy
pertinente: la transformación de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas, tal y
como se mencionaba en La ideología alemana (1846). Si queremos expresar de forma
compehensiva el problema de la destrucción ecológica sin caer en las trampas de los
enfoques parciales y temporales, podemos decir que de lo que se trata es de que las
fuerzas productivas asumen el carácter de fuerzas destructivas de la autorregulación y
autoproducción naturales de la vida, de la autopoiesis de la vida planetaria (considerando
que aquí se incluyen el propio organismo humano y la sociedad humana). Destrucción de
la vida humana en su triple aspecto social, personal y natural, y destrucción también de
la vida restante. Lo que todo esto pone de relieve es que una verdadera sociedad
ecológica es imposible sin suprimir el capitalismo, y que toda solución transitoria de los
problemas ecológicos en el cuadro del capitalismo solamente dejará paso a problemas
mayores, disminuyendo la percepción de los riesgos y relajando la iniciativa social,
cuando el carácter decadente y totalitario de la dominación capitalista se pondrá de
manifesto, sin embargo, de maneras más virulentas.
2. Conclusiones metodológicas
Llegados a este punto, precisamos ir más allá en el plano teórico, para poder definir
adecuadamente el proceso de subsunción de la naturaleza en el capital. Propongo la
categoría de composición natural del capital para hablar de la relación existente entre los
componentes naturales (cuyas propiedades económicamente útiles son
fundamentalmente producidas por la naturaleza, tal y como ésta nos viene dada
históricamente1) y los componentes artificiales (cuyas propiedades económicamente
1
Es decir, lo relevante no son las modificaciones introducidas en el proceso productivo de la naturaleza,
que la hacen diferente en cada tiempo histórico. Se trata del grado de artificialización de ese proceso de
la naturaleza, no del grado de humanización de la naturaleza en general -o sea, sólo se trata de su
Una vez formulado esto, se entenderá perfectamente que a medida que se produce el
desarrollo tecnológico todos los componentes del capital experimentan la tendencia a un
mayor nivel de transformación, esto es, artificialización, incluidas las propias materias
primas. Pero también ocurre que, con la elevación de la composición orgánica del capital,
en combinación con las exigencias de eficacia de unos procesos productivos más
tecnificados y automatizados, se hace conveniente, para minimizar los costes de
producción, la maximización de la adecuación específica de los componentes materiales
del capital al proceso productivo concreto. De esta manera, tanto cuantitativa como
cualitativamente la composición natural del capital tiende a reducirse, hasta el punto en
que el valor de uso de todos los materiales que componen el proceso productivo (incluida
la maquinaria obviamente) deben sus propiedades útiles, que los hacen adecuados al
proceso productivo concreto, principalmente a la propia producción humana. Así,
mientras el capital produce una naturaleza exterior artificial, también produce su propia
naturaleza de la misma manera y en el mismo sentido. Esto es muy visible en los
procesos industriales en serie o a gran escala. Cuanto mayor es la composición
tecnológica de un producto, generalmente menor es la composición natural del capital
(salvo cuando las materias primas apenas necesitan transformación, o cuando
circunstancias particulares hacen necesario un empleo relativamente grande de fuerza de
trabajo humana, por ejemplo en la extracción de las materias primas).
Relacionando todo esto con lo dicho en el apartado anterior, podemos deducir que la
reducción de la composición natural del capital corre paralela al aumento de la
humanización alienante. Por consiguiente, la producción natural de los componentes que son empleados
en el sistema productivo humano supone que el trabajo humano actúa formalmente como corregulador
en los procesos naturales y no como su creador, como sí ocurre en la producción artificial, en la que el
proceso productivo de la naturaleza ha perdido su carácter autoorganizativo.
Es claro que entre estos extremos existen numerosos grados. Desde el momento en que hablamos de
procesos de fabricación, que son la base técnica característica del modo de producción capitalista,
hablamos simultáneamente de artificialización y de su tendencia a minimizar el papel de la producción
natural espontánea. De manera que, en el capitalismo, la norma es ya en sus principios la mezcla de
componentes naturales y artificiales. Es por esto que tiene sentido, precisamente, hablar de composición
natural del capital, apuntando con este concepto siempre a la mencionada dualidad conflictiva y a la
preeminencia de lo artificial -con lo cual, lo lógico es dirigir la atención al componente subordinado y
variable, lo natural.
Mientras tanto, si los costes del trabajo, los recursos naturales, la infraestructura y el
espacio se incrementan de manera significativa, el capital enfrenta la posibilidad de una
“segunda contradicción”, una crisis económica que surge del lado de los costes. Éste es el
caso, por ejemplo, de la “crisis del algodón” inglesa durante la Guerra Civil norteamericana,
del aumento de los salarios por encima del aumento de la productividad en la década de
1960, y de los “choques petroleros” de la década de 1970. Aquí, no obstante, nos
preocupan los fenómenos mucho más estructurados o genéricos de lo que podrían sugerir
estos ejemplos aislados.
Las crisis de costes se originan de dos formas. La primera ocurre cuando capitales
individuales defienden o recuperan beneficios mediante estrategias que degradan las
condiciones materiales y sociales de su propia producción, o que no alcanzan a mantenerlas
a lo largo del tiempo. Éste es el caso, por ejemplo, del descuido de las condiciones de
trabajo (lo que termina por producir un aumento en los costes sanitarios), de la
degradación de los suelos (que acarrea un descenso en la productividad de la tierra), o de
desatender las infraestructuras urbanas en proceso de deterioro (aumentando así los
costes derivados de la congestión y de la vigilancia policial), por mencionar tres ejemplos.
La segunda forma se presenta cuando los movimientos sociales exigen que el capital
contribuya más a la preservación y a la restauración de estas condiciones de vida, cuando
demandan mejor asistencia a la salud, protestan contra la degradación de los suelos y
2
La mera destrucción o el mero desgaste no nos interesa considerarlos aquí, pues representan un
estadio subdesarrollado del capital: en tanto el capital transforma masivamente el entorno natural se ve,
como hemos dicho, obligado a asumir sus tareas ecológicas, esto es, amoldar la naturaleza externa a sus
propios requerimientos productivos, entre los que se halla la reproducción de la fuerza de trabajo social.
3
“El trabajo enajenado se nos ha resuelto en dos componentes que se condicionan recíprocamente o que
son sólo dos expresiones distintas de una misma relación. La apropiación aparece como extrañamiento,
como enajenación y la enajenación como apropiación, el extrañamiento como la verdadera
naturalización.” Este fragmento de los Manuscritos de París también puede interpretarse desde la
perspectiva del objeto del trabajo. Con la subsunción de la naturaleza en el capital su apropiación opera
una alienación en el ecosistema, esta alienación (artificialización) se presenta como un establecimiento
del verdadero “equilibrio natural” entre la actividad humana y la actividad natural, como la verdadera
naturalización de las relaciones humanas con la naturaleza.
defienden los vecindarios urbanos de maneras que aumentan los costes del capital o
reducen su flexibilidad, para permanecer dentro de los mismos tres ejemplos. En este caso
nos referimos a los efectos económicos, potencialmente negativos para los intereses del
capital, derivados de los movimientos de trabajadores, del movimiento de mujeres, del
movimiento ambientalista y de los movimientos urbanos. Este problema de “costes
adicionales” -y la amenaza que suponen para la rentabilidad- obsesiona a los economistas y
a los ideólogos del capital vinculados al pensamiento dominante. Mientras tanto, los
dirigentes de los movimientos laborales y sociales rara vez discuten este tema en público.
El valor de los productos escasos no debería, desde un punto de vista ecológico tanto
como económico-racional, considerarse igual que el resto, como aproximadamente
coincidente con el precio medio, porque si bien la cantidad de trabajo para su
transformación en valores de uso sociales puede no haber variado, no obstante es
preciso para un desarrollo sostenible reconocer la naturaleza como fuente inmanente de
4
James O’Connor, Is sustainable capitalism possible?, 1994.
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 7 de 34
En resumen, todo lo que presenta un valor de uso social posee inherentemente un valor
de uso natural5, mayor o menor, previamente a su transformación por el trabajo
humano. El trabajo de la naturaleza es también fuente de valor de cambio, aunque el
capitalismo haga omisión de este factor porque sus mecanismos de determinación
consciente del valor quedan restringidos a la empresa aislada y a organismos
superestructurales. Así, el valor de la naturaleza solamente podrá ser reconocido
económicamente de forma consciente en una economía planeada de forma comunitaria.
Sobra decir, entonces, que la lucha por el reconocimiento del trabajo de la naturaleza
global como fuente de valor económico es antagónica con un modo de producción
fundado en la autonomización del valor de cambio. Paradójicamente, en una economía
comunista el valor no sería ya un criterio fundamentalmente económico, sino socio-
político, determinado también subjetivamente.
5
La idea del valor de uso natural puede parecer contradictoria con la perspectiva del valor como una
categoría intrínsecamente social -esto es, el valor existe sólo en relación a la actividad humana. Pero
precisamente por ello, y en conexión con la categoría postulada anteriormente de composición natural
del capital, tiene sentido utilizar esa categoría de valor de uso natural, en el sentido de que los procesos
productivos operados por la naturaleza exterior son, por sí mismos, socialmente productivos en cuanto
generan directamente valor de uso social (aunque sea necesaria una transformación adicional), y que
todo valor de uso social, a pesar de la artificialización, es en última instancia una producción de la
naturaleza (a menos que pudiésemos hablar de creación de la nada por el trabajo humano -e incluso así,
en esencia todo lo humano es también un momento de la naturaleza, incluyendo su capacidad de
alienarse.)
6
Con todo, en el artículo “Es posible el capitalismo sostenible” (1994), O’Connor pone, por lo menos
formalmente, en su justo lugar su “teoría”, al contrario de la tendencia que presentan sus “epígonos” a
extrapolarla. Aquí se presenta más claramente que la llamada “segunda contradicción” (elevación de
costes y subproducción) y la “primera” (reducción de la demanda y sobreproducción) son solamente dos
formas distintas de la crisis de valorización, y nada de esto tiene directamente que ver con la crisis
ecológica, que en cambio sería lo que debería analizarse centralmente. De hecho, fundamentalmente la
tesis de la “segunda contradicción” es importante desde perspectivas que tienen que ver con la
producción agraria y, subsiguientemente, con los costes y la calidad de la producción alimentaria, lo que
se ha convertido en un nuevo foco de conflicto mundial, pero fundamentalmente con un enfoque
comercial debido a los sujetos implicados (campesinado y pequeños patronos agrarios en los países
periféricos y pequeños agricultores y asociaciones de consumidores en los países centrales).
Ciertamente, en la orientación de este conflicto tienen mucho que ver los grupos ecologistas con su
política separada de la dinámica del conflicto capital-trabajo.
Más en profundidad, tenemos que observar que la crisis ecológica significa a escala
general principalmente una destrucción de las condiciones naturales de reproducción, no
sólo una crisis de las condiciones naturales de producción. Esto último también es real,
pero sólo para una serie de capitales particulares, clasificables como pertenecientes al
sector primario. Así se explica por qué la crisis ecológica no se expresa generalmente
como subproducción y caída de la acumulación capitalista, sino como aceleración de la
acumulación de capital y tendencial aumento de la sobreproducción, a lo que como dije
contribuyen las luchas ecologistas.7
7
Es destacable la tendencia del capital industrial a aumentar la eficiencia energética, lo que favorece, y
contribuye a rentabilizar a un tiempo, al combinarse, las modificaciones tecnológicas ecológicas
orientadas a reducir la contaminación.
8
Es decir, la transformación del petróleo en mercancía, en objeto del cambio, es lo que convierte su
escasez natural en un motivo de elevación de su valor de cambio.
tasa de beneficio y con una dinámica ascendente de lucha de clases. La crisis fue el
resultado de estos factores y los precios del petróleo solamente tuvieron el papel de un
catalizador explosivo. Igualmente, en la actualidad se verifica que los precios del petróleo
no tienen directamente nada que ver con una crisis de valorización del capital, que
depende de la evolución de la tasa de beneficio, de la ratio ascendente o descendente de
la tasa de acumulación, no simplemente del precio de los factores del capital productivo.
El problema consiste en que una tasa de beneficio estacionaria o descendente no permite
asumir de forma rentable esos incrementos de precios y su desplazamiento en la forma
de inflación tiene serios límites sociales, igual que el incremento absoluto de la
explotación tiene claros límites fisiológicos. Extendiendo esta perspectiva, la destrucción
de las condiciones naturales de producción y reproducción del capital solamente
motivaría una crisis de valorización como factor adicional que actúa sobre la tendencia
descendente de la tasa de beneficio. Por consiguiente, no podemos hablar de ninguna
crisis ecológica como de otra forma de la crisis de valorización, sino más bien como un
agravante y/o catalizador de la misma. Así que ninguna crisis de las condiciones
materiales del capital es susceptible de producir una crisis global de valorización;
solamente una catástrofe global e inmediata que afectase simultáneamente a las
condiciones materiales de producción y reproducción de todos los capitales podría tener
esa consecuencia. Y aun así no sería propiamente una crisis de valorización, esto es, un
retraimiento de la actividad económica debido a la insuficiente valorización, sino
simplemente una interrupción forzada de la valorización.9
Por lo tanto, la crisis ecológica global no tiene nada que ver con la crisis de valorización.
La crisis ecológica es, por definición, una crisis de los procesos naturales de
autoproducción y autorregulación del ecosistema, no un fenómeno específica o
fundamentalmente social como las crisis económicas. No puede aplicársele más que
parcialmente la categoría marxiana de crisis de valorización, que es el error más
fundamental de O’Connor (aunque, naturalmente, una noción histórico-materialista de la
crisis ecológica no va a coincidir con la noción pequeñoburguesa del ecologismo). La
crisis ecológica repercute sobre la dinámica de crisis de la economía capitalista, y
especialmente en el caso de los capitales productivamente dependientes de las
condiciones medioambientales, pero globalmente no es una causa directa de crisis de
valorización. Socialmente, la crisis ecológica no es una crisis de valorización, sino una
crisis de las relaciones entre la especie humana y el ecosistema global, una crisis que
causalmente consiste en el antagonismo creciente entre el modo de producción
capitalista y el modo de autoproducción de la vida natural. Expresada a nivel
fundamental, se trata de una expresión del conflicto entre trabajo alienado y naturaleza
exterior, como la crisis periódica de valorización lo es del conflicto entre trabajo alienado
y naturaleza social, y la crisis de subjetividad lo es del conflicto entre trabajo alienado y
naturaleza humana.
Considerando la situación global actual, marcada por la amenaza inminente del cambio
climático y todas sus consecuencias económicas, tecnológicas y sociales, no estamos
ante la tendencia a una crisis de valorización por motivos de degradación ecológica o
escasez de energía y materiales no renovables, sino ante una crisis del modelo de
acumulación global basado en la subsunción formal de la naturaleza en el capital. Un
modelo que mantenía con la naturaleza originaria una relación material
preeminentemente destructiva. Esto se manifiesta en que las condiciones globales de la
acumulación de capital están fallando. Pero no es la causa de que cada vez se muestre
9
Otro tema sería analizar esta interrupción forzada como una expresión de la imposición ciega del valor
natural que no había sido reconocido previamente por la economía capitalista. Pero aquí solamente estoy
teniendo en cuenta la economía capitalista tal y como funciona efectivamente.
más difícil superar las crisis de valorización, que radica en la elevación de la composición
técnica del capital.10
Ahora estamos en una situación de crisis del modelo de acumulación, pero distinta de
las anteriores. Éstas radicaban en la modificación del modelo de las relaciones capital-
Estado, mientras que el caso actual se vincula a las relaciones metabólicas capital-
naturaleza, a la tecnología como forma general de estas relaciones (que incluye la
gestión política, pero afecta a toda la vida social directamente, como es visible en el
problema del consumo masivo de productos tecnológicos y de fuentes de energía no
renovables). Si queremos hacer un paralelismo de alguna utilidad, podemos establecer
similitudes con la transición de la tecnología del carbón a la tecnología del petróleo
(aunque no sean situaciones históricas comparables causalmente). Por entonces se
produjo una modificación tecnológica global, porque no solamente había un problema de
escasez energética sino un problema de límites técnicos. La utilización de los
combustibles derivados del petróleo supuso así una revolución tecnológica. Pero en la
crisis ecológica actual confluyen la crisis energética y una crisis general de las
condiciones de producción y reproducción de la vida, a una escala planetaria. La dinámica
del capital llevó a su forma más extrema y amplificada el desarrollo alienado de la
actividad social, y ello supone el estallido de su antagonismo con la dinámica de la
naturaleza. De este modo, el capital se ve obligado por vez primera a afrontar su
dinámica natural conscientemente, de forma similar a como las crisis y guerras
mundiales lo obligaron en la primera mitad del siglo XX a afrontar conscientemente su
dinámica de mercado. Al igual que entonces se demostró que la “mano invisible” de
Adam Smith era insuficiente e ineficaz para lograr la estabilidad socioeconómica en el
capitalismo altamente desarrollado, ahora se demuestra que la naturaleza no puede
proveer recursos ni absorber residuos infinitamente e independientemente de la acción
humana específica. Y si esta crisis del modelo de desarrollo significó en el primer caso el
desarrollo de formas de gestión de las condiciones sociales generales de la acumulación
de capital, en el segundo caso significará el desarrollo de formas de gestión de las
condiciones naturales generales de la acumulación de capital.
En la práctica, lo que ocurre es que las formas de gestión de las condiciones naturales
se van adicionando a las formas de gestión de las condiciones sociales generales, en la
forma de legislación, políticas gubernamentales, ministerios y departamentos estatales,
etc. Pero, mientras tanto la revolución tecnológica que supere la dependencia del
petróleo no se lleve a cabo, estas nuevas estructuras seguirán teniendo un papel
relativamente marginal, dado que están subordinadas a los intereses generales del
capital y éstos están todavía vinculados mayormente al petróleo. Tal revolución
funcionará como un catalizador de la acumulación capitalista en tanto única forma de
mantener la competitividad y, de este modo, tendrá un doble efecto: convulsionará todas
las relaciones sociales e intensificará la subsunción en el capital de la actividad humana y
de la actividad de la naturaleza, y especialmente en el sentido de la subsunción real de
todos los procesos naturales a la que apuntan el desarrollo de la biotecnología y el
desarrollo de las terapias génicas en humanos. Por lo tanto, la dinámica del capital no se
dirige a internalizar las “externalidades” destructivas, sino a suprimir la diferencia entre
lo interno y lo externo al capital.11
10
Esto se aplica al caso general teorizado por Marx: la tendencia descendente de la tasa de beneficio y
sus factores contrarrestantes cada vez menos efectivos, o como es expresado en el Manifiesto
Comunista: cada vez las crisis son más graves y los medios para resolverlas más escasos. Esta tendencia
al derrumbe económico provocó históricamente el paso del modelo liberal del siglo XIX al modelo
estatista del siglo XX, y al híbrido actual desde los años 80 (el muy mal llamado “neoliberalismo”).
11
Mi visión general en este punto coincide con la de Martin O’Connor, The system of capitalized nature,
CNS 3, Septiembre de 1992.
La consideración de los costos ecológicos tendrá, en suma, los mismos efectos sociales y
económicos que la crisis del petróleo. Y el capitalismo, lejos de sucumbir en la crisis, la
administrará como ha hecho siempre: grupos financieros bien situados aprovecharán las
12
Y que parece haber sido heredado por todos estos ecomarxistas, en su mayoría intelectuales o
marxistas académicos.
dificultades de los grupos rivales para absorberlos a bajo precio y extender su influencia
económica. El poder central reforzará su control sobre la sociedad: los tecnócratas
calcularán las normas “óptimas” de descontaminación y de producción, dictarán
reglamentaciones, extenderán los dominios de “vida programada” y el campo de actividad
de los aparatos represivos. Se desviará la cólera popular, a través de mitos
compensatorios, contra cómodas víctimas propiciatorias (las minorías étnicas o raciales,
por ejemplo, los “melenudos”, los jóvenes...) y el Estado asentará su poder en la potencia
de sus aparatos: burocracia, policía, ejército y milicias llenarán el vacío dejado por el
descrédito de la política de partido y la desaparición de los partidos políticos. Basta con
mirar alrededor, para percibir por todas partes los signos de semejante degeneración.
...Es así exactamente como pueden ocurrir las cosas si el capitalismo es obligado a tomar
en consideración los costos ecológicos sin que un ataque político, lanzado a todos los
niveles, le arranque el dominio de las operaciones y le imponga un proyecto de sociedad y
de civilización completamente diferente. Porque los partidarios del crecimiento tienen razón
en una cosa al menos: en el marco de la actual sociedad y del actual modelo de consumo,
basados en la desigualdad, el privilegio y la búsqueda del beneficio, el no-crecimiento o el
crecimiento negativo pueden significar solamente estancamiento, paro, y aumento de la
distancia que separa a ricos y pobres. En el marco del actual modo de producción, no es
posible limitar o bloquear el crecimiento repartiendo más equitativamente los bienes
disponibles.13
Al margen de que Gorz no tiene aquí en cuenta el factor de la dinámica social de lucha
de clases, sino simplemente formula un cuadro hipotético de los efectos de la crisis
ecológica y de las presiones ecologistas suponiendo la inefectividad en sentido contrario
de la lucha de clases, su visión no solamente era realista: de hecho la primera parte ya
se ha cumplido, y la segunda -las consecuencias de una política de “crecimiento cero”-
anda cerca, aunque realmente ninguna política semejante va a aplicarse a escala
general. Todo lo más habrá procesos de reestructuración que, para abaratar los costes
de producción y reproducción, provocarán la reducción de unos sectores productivos y su
reemplazo por otros. Pero fundamentalmente no por un interés ecológico, sino por el
interés limitado de la valorización del capital. Por otra parte, el consumo se incrementa,
tiene que incrementarse, con el crecimiento de la economía global, pero ello no significa
que la población trabajadora viva mejor. Tener más no significa vivir mejor. Al contrario,
en realidad tener más funciona como un mecanismo de sublimación irracional, que
facilita la aceptación de condiciones y jornadas de trabajo regresivas y, más en general,
de una situación política, convivencial cotidiana y sociocultural igualmente regresiva. La
mentalidad consumista es fundamentalmente un producto compensatorio de la
amplificación masiva de la autoalienación, de ahí su carga de irracionalidad; no es un
resultado del exceso de egoísmo individual o de un problema de maduración cultural, no
puede afrontarse con la ética y la moral. Exige una modificación radical del modo de vivir
que sólo será posible, y podrá comenzar a tomar forma, como iniciativa creativa múltiple
y movimiento integral autónomo de l@s trabajadore/as -o sea, como un proceso
revolucionario que emerja dentro y contra el sistema del capital. Y esto es posible
precisamente porque el consumismo es un fenómeno reflejo y limitado por la explotación
de clase; la dinámica de la lucha de clases, de hecho, permite canalizar racionalmente la
energía desviada hacia el consumo irracional, y así genera ya la motivación y la
experiencia que apuntan a otra forma de vivir.
Por otra parte, trazando las consecuencias de la teoría aquí expuesta sobre la crisis
ecológica, ésta afectará fundamentalmente al capital a partir de sus formas más ligadas
a los procesos naturales: la agricultura y la reproducción de la fuerza de trabajo. Ambos,
por otro lado, están profundamente entrelazados, pues el destino final de los productos
agrarios es siempre la reproducción de la fuerza de trabajo. Sin embargo, la reproducción
13
André Gorz, Su ecología y la nuestra, 1974. Disponible en el archivo del CICA, sección “otros autores”.
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 13 de 34
Esto, claro, vuelve a situar el centro del problema de la crisis ecológica en el terreno de
la lucha de clases, del que nunca pudo salir, porque hablar de crisis del capital -en el
sentido que sea- y de lucha de clases es hablar simplemente de dos aspectos críticos de
la misma relación social. De hecho, la componente ecológica es una causa parcial de los
procesos migratorios masivos ya existentes, que no se explican meramente por el
subdesarrollo y su agravamiento o estagnación. Así, el problema ecológico también se
transforma en un conflicto interno a la propia clase proletaria de los países más
desarrollados, con la afluencia de mano de obra inmigrante. Si la degradación global
prosigue este problema se profundizará y, con él, el conflicto sociopolítico que está
sirviendo de campo de cultivo para el neofascismo. Esto, de hecho, vuelve a dejar
patente que, la dinámica del conflicto ecológico considerada de forma integral, evidencia
la impotencia de los movimientos ecologistas -quienes, haciendo un símil histórico, son
como las sectas que en su día precedieron al desarrollo del movimiento obrero moderno:
abrieron el camino de la lucha ecológica cuando no había nada, pero en el momento en
que las masas entren en acción esos grupos y sus concepciones de la lucha social
quedarán completamente sobrepasado; y de hecho, como esto ya ocurrió en el plano de
las necesidades histórico-materiales, aunque la masa no haya entrado autónomamente
en escena, nuestro objetivo tiene que ser superar tales grupos y concepciones.
En fin, así se explica perfectamente por qué los antagonismos y crisis derivados de la
“segunda contradicción” y de la “primera contradicción” se presentan como fenómenos
interrelacionados políticamente, pero desligados socio-históricamente. Decir esto no es
un sinsentido. Actualmente, la única política existente es la política capitalista. Para los
reformistas sociales de todos los tipos -socialistas, verdes, rojiverdes- éste es también su
marco de actividad política y, por lo tanto, perciben ambos fenómenos como
inseparables14. Sin embargo, a nivel de la estructura social se hace patente una
separación entre las dinámicas de lucha en torno a la producción social y las dinámicas
de lucha en torno a la ecología social. Esto no es el resultado de la falta de conciencia de
l@s proletari@s sobre el problema ecológico, sino que refleja que se trata de conflictos
con dinámicas diferentes. El hecho de que puedan ocurrir habitualmente en lugares
distintos es un rasgo accidental. Por ejemplo, podrían desarrollarse simultáneamente en
una misma unidad productiva y, no obstante, seguirían siendo causas concretas,
14
Véase como ejemplo el artículo de Martin Spence, The politics of the second contradiction, CNS 4,
Junio de 1993. La alianza rojiverde es por eso la expresión de la percepción politicista-reformista de la
interrelación entre conflicto social y conflicto ecológico.
Pero la raíz de la separación, como vimos en el plano teórico, no es que l@s proletari@s
no tengan ningún interés en la lucha ecológica, o que no sean capaces de combinar los
dos tipos de objetivos. La raíz es que efectivamente ambos conflictos siguen dinámicas
distintas y que, sumado a eso, el capital inhibe por todos los medios la lucha proletaria.
Como resultado, la lucha ecológica se perfila como exterior al proceso productivo, y rara
vez las luchas proletarias en el proceso productivo coinciden con los objetivos ecológicos
o tienen la capacidad de asumirlos prácticamente -ya que, en una situación de debilidad,
fragmentación interna y regresividad de la clase obrera, las luchas que se localizan en el
proceso productivo tienden a restringirse a objetivos puramente inmediatos. Con todo,
considerando la definición de ecología integral aquí defendida, así como aceptando que
corresponde con la realidad humana, no es demasiado difícil entender que bajo el
epígrafe de luchas laborales se incluyen muchas veces luchas a la vez ecológicas,
simplemente porque las luchas por medidas de seguridad y salud en los espacios de
trabajo son subsumidas en la categoría de luchas laborales y sólo se reconocen como
objetivos ecológicos los de tipo puramente ambiental.
Dado que existen dinámicas de conflicto diferentes, es lógico que se produzcan también
diferenciaciones de conciencia que puedan situar a sectores de la clase trabajadora como
atrasados o refractarios a las medidas ambientales que son tomadas unilateralmente por
los poderes capitalistas, con o sin la iniciativa o colaboración de las fuerzas
ambientalistas. Esto, sin embargo, es luego considerado -desde una óptica burguesa-
como un argumento contra la capacidad anticapitalista de l@s trabajadore/las y contra la
posibilidad de integrar ambos tipos de objetivos. La superación de la separación pasa,
claramente, por el desarrollo del movimiento proletario autónomo y, mediante eso, por el
desplazamiento del centro de la lucha ecológica del exterior al interior de los procesos
productivos y, más en general, el paso de la estrategia de lucha reformista orientada a
normas de regulación superestructural de tipo político e ideológico (normas legales,
políticas estatales, patrones de consumo individual, ética y moral) a una estrategia
revolucionaria, orientada a cambios estructurales radicales. Como decía Marx, la
humanidad no se formula problemas que no puede resolver. Por eso, solamente cuando
l@s proletari@s se vuelvan capaces de tomar la iniciativa podrán pensar sus propios
intereses más allá de lo estrictamente inmediato y localizado, y en consecuencia, sentir
la urgencia y hallar la forma de integrarlos en una sola lucha.
15
Es decir, la subsunción de la naturaleza es una característica constante y una condición esencial de la
autoexpansión del capital, mientras que la explotación absoluta es una característica epocal y sólo es
esencial en tanto decae la capacidad del sistema para incrementar la tasa de plusvalor junto con la
productividad del trabajo social. En todo caso, cuando distingo entre progresivo y regresivo es, por
supuesto, en relación a la dinámica del modo de producción capitalista.
De este modo, no es extraño que las teorías ecosocialistas estén relativamente en boga,
ya que son representativas de la situación sociopolítica global derivada de la
descomposición e impotencia del viejo movimiento proletario. Pero lo que representan no
es una salida revolucionaria, sino una recomposición reformista predestinada a darse de
bruces contra un poder amplificado del capital al que ell@s contribuyen -ya llevan tiempo
haciéndolo.
En definitiva, la idea de O’Connor de que cuanto más el capital explota el trabajo más
“explota” también la naturaleza es falsa no en un sentido absoluto, pero sí tal y como fue
formulada. La naturaleza no es “explotada” en el mismo sentido que el trabajo social. En
el capitalismo no produce valor, porque no es reconocida como valor. Aquí el trabajo
humano produce valor porque él mismo tiene valor como capacidad viviente de trabajo.
El desarrollo de la explotación del trabajo social supone la necesidad de apropiarse más
extensiva o intensivamente de la naturaleza, con la consiguiente destrucción y
degradación. Pero dado que la naturaleza carece de valor, esto no afecta directamente a
la valorización del capital, como sí ocurriría con la destrucción o degradación de la
capacidad de trabajo humana. Tampoco la destrucción de la naturaleza en sentido
absoluto es un resultado inevitable de la expansión de la producción capitalista, como ya
hemos analizado. Por lo tanto, el postulado de O’Connor sería correcto reformulado así:
cuanto más aumenta la explotación del trabajo social, más aumenta la subsunción de la
16
Lo que yo sostengo es que aquello que para O’Connor son dos contradicciones, son en realidad dos
formas o momentos distintos de la misma contradicción inmanente al capital entre economización de
trabajo necesario y ampliación del plustrabajo. Pero, en mi visión, esto también significa que esas formas
no necesariamente se entrelazan, fundiendo en una sola la crisis ecológica y la crisis de valorización, ya
que corresponden a dimensiones operativas distintas de la relación del capital. Si en la visión de
O’Connor y el colectivo de CNS ambas cosas se confunden, es porque en su teoría la unidad de ambas
viene determinada por el mercado. Para mí, en cambio, el mercado no determina la unidad de la crisis
(ni tampoco la unidad proletaria a través de las luchas salariales), sino que dicha unidad de la crisis sólo
puede producirse a partir de la crisis en el seno mismo del modo de producción.
La diferencia entre nuestros puntos de vista es sustancial para la comprensión del desarrollo social y de
la lucha de clases. Según O’Connor, la crisis ecológica es un factor regresivo para el capital y que
impulsa la sociedad hacia otro modo de producción. Según mi razonamiento la crisis ecológica es un
factor progresivo que estimula el desarrollo del modo de producción capitalista hacia un nuevo nivel
histórico.
Por otra parte tenemos el enfoque reduccionista de la ecología, que excluye la ecología
humana o la reduce a un vector del ecosistema global, y la consiguiente fundamentación
del problema ecológico en la forma del metabolismo con la naturaleza y no en la forma
social de la cooperación humana, en las relaciones sociedad-entorno y no en las
relaciones intra-sociales.
17
Stuart Rosewarne, Marxism, the second contradiction and Sociological Ecology, CNS 8, Junio de 1997.
18
Esto no debería confundirse con reconocer la existencia empírica de la lucha de clases. La “lucha de
clases” en el sentido empírico de “lucha de las clases determinadas por el modo de producción
capitalista” existe independientemente de la conciencia de sus participantes, aunque ello no significa que
esas luchas de clases sean el resultado de la confrontación de movimientos de clase, y que podamos, por
consiguiente, hablar de las clases en lucha como ejerciendo una “lucha de clase”, una lucha que expresa
sus intereses como clase. Aquí es pertinente conservar la diferencia entre necesidades e intereses. Las
necesidades sociales son realidades a la vez objetivas y subjetivas, y en este sentido toda lucha de
clases expresa necesidades de clase. Pero solamente podemos hablar de intereses -y así, de
movimientos- de clase cuando esas necesidades son identificadas conscientemente en su determinación
social, al margen de que la capacidad político-social de l@s proletari@s pueda limitar la lucha por tales
objetivos tanto en profundidad como en extensión.
Lo que yo defiendo es que no hay dos contradicciones, sino una sola, entre el capital
como relación social de producción y la capacidad viva de trabajo (proletariado), que se
19
Stuart Rosewarne, Marxism, the second contradiction and Sociological Ecology, CNS 8, Junio de 1997.
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 18 de 34
20
Me refiero, claro está, a las separaciones orgánicas, no al hecho de que existan distintas
organizaciones y procesos de lucha con su autonomía, lo que no implica necesariamente su desconexión
política.
21
Es decir, la autonomía espiritual del proletariado tiene su motor primario en la lucha en el campo de la
producción social. Cuando esta autonomía es débil o está ausente, la clase media intelectual ocupa la
función de educadora o directora del proletariado -función que es mediatizadora y no transformadora,
porque reproduce la división social del trabajo dentro del movimiento proletario. Esta división entre
dirigentes y ejecutantes o entre educadores y educados reproduce más abierta o más sutilmente las
relaciones de dominación dentro del movimiento proletario. Se inhibe, de este modo, la asunción
consciente por l@s proletari@s de la forma en que se lleva a cabo, a nivel fundamental, la dominación
espiritual del capitalismo. En consecuencia, también se inhibe la conciencia de la exigencia de una
autotransformación psicológica liberadora, y de sus condiciones de realización, lo que en cambio es
imprescindible para quebrar dicha dominación espiritual del capital y construir un movimiento de
individuos libres.
22
Véase el Proyecto de programa de Cooperación Obreira, 2001-03. Especialmente la revisión preparada
por mí en castellano, disponible en el archivo del CICA, sección “nuestros textos”.
En segundo lugar, esta visión unitaria implica que las distintas respuestas subjetivas
separadas a las manifestaciones de las tres formas de la contradicción, como típicamente
son el movimiento obrero tradicional, el movimiento ecologista y los movimientos
contraculturales, no pueden interpretarse como tipos de procesos o campos de
interacción social independientes entre sí e independientes de la división en clases de la
sociedad -al margen de las formas de conciencia que tales movimientos sociales tengan,
especialmente de lo que piensen de sí mismos. Al contrario, la teoría de la
tridimensionalidad supone considerar todas las posiciones como posiciones de clase y
socio-históricamente determinadas (singularidades sociológicas y políticas) dentro de una
dinámica compleja que abarca los tres planos fundamentales de la existencia humana23,
al tiempo que modifica continuamente sus interrelaciones (comportamiento social,
metabolismo ecológico, constitución psicológica) y transforma cada dimensión a ritmos
divergentes (de ahí la posibilidad de una alternancia de la importancia crítica de cada
dimensión dentro de un período histórico determinado).
El último criterio también debe ser tenido en cuenta, ya que es una de las razones más
importantes por la que ciertos productos no llegan la producirse como bienes sociales, o
lo son solamente en una medida limitada aunque su valor para la vida humana sea
innegable. En una sociedad cuya subjetividad característica destaca por el hedonismo
individualista-consumista y autorrepresivo, como sublimación de la vida autoalienante y
empobrecedora, los productos poco adaptados a servir a esa sublimación tendrán escasa
receptividad, lo que no es razón para considerar que sean menos necesarios o valiosos. Y
a la inversa, cierto tipo de productos deberían ser suprimidos o restringido su volumen
de producción, confluyendo en muchos casos las razones ecológicas con las psicológicas
cuando miramos el asunto desde un punto de vista revolucionario-comunista.
Yendo más allá, el valor de ser de los productos y recursos sociales es “no
cuantificable”, porque los elementos naturales que los integran no son abstraíbles
mecánicamente, son parte de un sistema vivo, complejo, abierto. Al alterar una parte
alteramos la totalidad, por lo que es imposible cuantificarlo. Todo lo más es posible
subordinar la apropiación de la naturaleza a estudios de impacto y delimitar unos costes
paliativos mínimos. Pero esto es aún imposible con la apropiación privada en el cuadro
del libre mercado y, más en general, con el capital como relación social dominante. Por
23
El plano del trabajo social incluye para mí tanto el trabajo en la esfera productiva como el trabajo en la
esfera de la reproducción, y no solamente el trabajo asalariado.
Los tres criterios para medir el valor son relativos por cuanto se remiten al mercado
como fuente de datos. El tiempo de trabajo humano no se manifiesta directamente en la
dinámica de precios. Aunque su mayor facilidad de contraste reside en que constituye un
24
Concepto que ahora no pretendo evaluar en su significación etimológica originaria, tripalium,
instrumento de tortura.
Ya que estamos hablando del valor, hay que insistir en que las crisis ecológicas no son
nunca insolubles, porque el fundamento del capital no son los valores naturales sino los
valores sociales, el trabajo humano y no el de la naturaleza. Sin embargo, las tres
formas de crisis derivadas de los tres planos de la contradicción capital-proletariado
están interrelacionadas a partir de esta escisión entre valor social y valor natural. La
crisis ecológica se explica, en última instancia, por la alienación del proceso económico
respecto de sus condiciones naturales, pero no así el hecho de que este desequilibrio no
haya sido corregido anteriormente, antes de estallar, en su fase latente. Tampoco por
esa razón puede explicarse así su alcance social, tanto objetivo como subjetivo. Esto se
ve en la dinámica del capital individual: los costes ecológicos se oponen a la elevación
competitiva de la tasa de acumulación de plusvalor, lo que desincentiva e inhibe, llegado
el caso, la toma de medidas ecológicas. A escala global, esta misma dinámica de
acumulación entra en conflicto con la tendencia descendente de la tasa de beneficio,
derivada de la elevación de la composición orgánica del capital (incremento de la
productividad del trabajo). Por tanto, la crisis ecológica se explica dinámicamente por la
tendencia al derrumbe de la valorización que opera a escala particular y global. Y en el
plano de la subjetividad social, por la adhesión sublimadora a la dinámica de valorización,
determinada por la alienación del trabajo.
Para Marx y Engels, el mundo natural contemporáneo había sido ya más o menos
transformado históricamente por la actividad humana. Por lo tanto, las condiciones
materiales del proceso de producción proceden de la naturaleza, pero de una naturaleza
que no existe ya como exterior a la sociedad humana y a sus formas históricas de
actividad. No es una naturaleza totalmente autooriginada, sino en proceso de
humanización. Su objetivo, con este postulado, era romper radicalmente con el
materialismo naturalista, no pretender que la naturaleza podría (o debería) ser
absolutamente amoldada a los deseos humanos. Su posición consistía, más
específicamente, en considerar la naturaleza como elemento integrado en el proceso
25
Que el tiempo de trabajo de la naturaleza resulte enorme en el caso de los recursos naturales no
renovables, no significa que no pueda teóricamente aplicarse. Toda consideración del tiempo de trabajo
presupone que se trata de una relación social, de una forma de medir, regular, la relación entre seres
humanos e los productos (de la naturaleza o de su propio trabajo social).
económico, en lugar de independiente de él. En consecuencia, para ellos los límites que
la naturaleza existente coloca frente al desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo
social no son principalmente límites “naturales”, sino histórico-sociales.
Considerando que estamos ante una naturaleza transformada por la actividad humana,
los límites colocados a la transformación ulterior de la naturaleza no son originados en la
naturaleza como tal, sino en la forma de la actividad humana como forma de producción
y de apropiación. Por ejemplo, la escasez del petróleo no es un límite natural, sino un
límite tecnológico, radicado en el tipo de tecnología empleada y/o en el conocimiento
científico-técnico disponible. En general, toda dependencia de recursos naturales
especiales es un efecto de limitaciones específicamente humanas. En este campo, el
capital es una fuerza histórica progresiva, dado que la maximización del beneficio le
empuja finalmente a autonomizar la producción social de la dependencia de este tipo de
recursos, escasos o potencialmente escasos, para basarla en la dependencia de recursos
naturales no específicos (disponibles a largo plazo o incluso indefinidamente). El mismo
proceso ocurre socialmente, hasta cierto punto, cuando la extensión en la esfera de la
reproducción de los procesos de cualificación de la fuerza de trabajo por un lado (sistema
de formación profesional), y los procesos de descualificación en la esfera productiva por
otro (codificación del saber-hacer en la maquinaria), convergen para crear un ejército de
fuerza de trabajo genéricamente adecuado para su empleo en la multiplicidad de trabajos
de cualificación media.
Incluso los límites establecidos por los procesos de autoproducción de la naturaleza, que
subyacen a la vida humana como todos aquellos que generan las condiciones
elementales para la vida terrestre, solamente limitan el desarrollo de la sociedad humana
en tanto el conocimiento científico-técnico es insuficiente para actuar sobre su
funcionamiento. Otra cosa es evaluar si este tipo de intervenciones humanas son
positivas o responsables. Lo que quiero decir es que, aun los límites que se presentan
como resultado de procesos no humanos, son en última instancia límites humanos. Son
límites que definimos en relación a nosotros, no a otra especie, y más concretamente
para nuestra sociedad actual, no para otra. Para la naturaleza como ecosistema lo que
importa es moverse alrededor de un estado de equilibrio dinámico, pasando por fases de
disolución y caos autoorganizativo. Si hoy llueve aquí y no allí, si ciertas dinámicas son
perjudiciales para la sociedad humana, eso a la naturaleza le es indiferente. Por lo tanto,
sus procesos autónomos siempre son, por definición, una fuente de límites a la actividad
humana. Pero el hecho de que constituyan o no un límite efectivo, concreto, no depende
de la naturaleza como tal, sino del modo en que nosotr@s nos relacionamos con ella, de
los modos de la actividad humana. Afirmar lo contrario es como si dijésemos que
estamos mal nutridos porque la naturaleza no nos da qué comer. Desde el momento en
que nuestra propia actividad está más determinada por nuestros recursos socialmente
producidos que por nuestra constitución biológica y fisiológica, natural, no podemos
hablar de límites naturales más que en términos completamente relativos al estadio
socio-histórico en el que en los encontramos.
El problema del desarrollo de la economía humana no son los límites naturales, sino las
formas de interacción humanas que la constituyen como un todo -relaciones sociales,
relaciones ambientales, relaciones psicológicas. El reconocimiento de límites naturales
solamente tiene utilidad desde la perspectiva de detener el crecimiento económico. Pero
la teoría del decrecimiento como solución a la crisis ecológica, además de ser una noción
que se formula sin considerar concretamente el problema del crecimiento como proceso
histórico-material socialmente determinado (objetivamente por el dinamismo ciego del
capital, subjetivamente por la constitución alienada de la naturaleza humana histórica),
desplaza el problema de la esfera productiva a la esfera del cambio, al mercado.
Las inundaciones son solamente una forma de la autopoiesis ecológica que entra en
conflicto con la estructuración de la sociedad humana; implican que lo que tiene límites
no es esa autorregulación creativa del ecosistema -que sigue su curso modificando su
forma- sino la capacidad de la sociedad humana para adecuarse a esa autorregulación, o
mismo para siquiera considerarla como un factor concreto. Ésta es la razón por la que, la
calificación habitual de este tipo de fenómenos como “catástrofes naturales”, no es más
que una mistificación clasista. La confusión llevada a cabo por la ideología ecologista
entre límites naturales y límites sociales, relativos al desarrollo económico y social, evita
situar la crítica del capitalismo en el carácter alienado de las relaciones humanas; la
sitúa, en su lugar, en la dirección que toma el desarrollo, en el campo de la política
institucional capitalista.
26
Los mecanismos psicológicos no sólo operan construyendo una falsa conciencia ante la autoalienación
interiorizada represivamente. También colocan barreras a esta autoalienación y, de hecho, una vez esa
falsa conciencia es volatilizada por la praxis del conflicto social, esos mismos mecanismos psicológicos
pueden pasar a operar en sentido contrario, como refuerzos de la conciencia autónoma recién
constituida.
27
Ted Benton, Marxism and natural limits: an ecological critique and reconstruction; New Left Review,
178, Noviembre-Diciembre de 1989.
En fin, la tesis de Benton, que no hace más que expresar dentro del campo de la
“intelectualidad marxista” (sic) la penetración de la ideología ecologista, supone negar la
tesis fundamental que sustenta toda la teoría de la crisis de Marx: que el capital es su
propio límite, que la autoalienación del trabajo social es la que produce, al mismo tiempo
que un desarrollo social determinado, los límites que rigen ese desarrollo y lo abocan a
crisis periódicas y, finalmente, a provocar una revolución.
Por una parte, la producción capitalista crea la industria universal, es decir, el plustrabajo,
el trabajo creador de valores; por otra parte, crea un sistema de explotación global de los
recursos naturales y humanos, un sistema de utilidad natural que tiene por fundamento la
ciencia, así como todas las demás cualidades físicas y espirituales. (...) Así, el capital crea
la sociedad burguesa y la apropiación universal de la naturaleza y de las relaciones sociales
mismas por los miembros de la sociedad. (...) La naturaleza se convierte finalmente en
puro objeto para el hombre, un simple problema de utilidad; deja de ser considerada en sí
como una potencia. La inteligencia teórica de sus leyes autónomas aparece simplemente
como un subterfugio para subordinarla a las necesidades humanas, ya sea como objeto de
consumo o como medio de producción. En virtud de esta tendencia, el capital aspira a
superar las barreras y los prejuicios nacionales, lo mismo que la divinización de la
naturaleza y la satisfacción de las necesidades existentes, legadas por el pasado y
encerradas en los estrechos límites de una forma de vida tradicional. El capital es
destructivo con respecto a todo esto, está en revolución permanente, derriba todas las
barreras que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas, la ampliación de las
necesidades, la diversificación de la producción y la explotación e intercambio de las
fuerzas naturales y espirituales.
Sin embargo, aunque el capital establezca idealmente toda limitación como un obstáculo a
superar, ello no quiere decir que los supere todos en la realidad. Al oponerse a su vocación
todo tipo de barreras, la producción capitalista se desarrolla en medio de contradicciones
que continuamente supera, pero que también continuamente se le oponen. Es más: la
universalidad hacia la cual tiende sin cesar el capital encuentra límites inmanentes en su
naturaleza, los cuales, en un determinado estadio de su desarrollo, le convierten en el
mayor obstáculo a esta tendencia y le impulsan a la autodestrucción.30
28
Karl Marx, El Capital, libro III.
29
La cuestión de si estas formas son o no superables con los recursos y conocimientos actuales de la
sociedad no es relevante aquí.
30
Karl Marx, Grundrisse, capítulo del capital.
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 27 de 34
Una vez establecido el petróleo como base energética dominante a escala mundial, la
reestructuración tecnológica y productiva que exige modificar esa base es -según
aumenta la composición orgánica del capital y tiende consecuentemente a descender la
tasa de beneficio y ralentizarse la propia acumulación- una alternativa progresivamente
menos apetecible. Solamente cuando esta base energética comenzó a encarecerse por la
escasez natural y a originar costes adicionales que socavan aún más la acumulación
capitalista, la perspectiva de emplear masivamente otras energías cobró fuerza y
emergió un interés económico en el desarrollo de nuevas tecnologías de producción
energética.
La diferencia esencial entre la visión marxiana y la postulada por Benton es que éste
último considera que las condiciones naturales en parte permanecen siempre en la forma
de “condiciones iniciales”, exteriores al proceso de trabajo, mientras que para Marx las
condiciones naturales forman parte del proceso productivo no solamente como
“condiciones iniciales”, sino también como producto -son siempre transformadas. Incluso
si consideramos la producción agraria tradicional, ésta no se define por la mera
regulación humana del proceso de fertilidad de la tierra, sino por la transformación de la
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 28 de 34
tierra, que la degrada. Si en este caso el trabajo humano se presenta como secundario
frente a la productividad inherente al ciclo natural, esto se debe al tipo de tecnología
aplicada, cosa que en la agricultura industrial intensiva ya cambia completamente.
Benton también interpreta la crisis ecológica como el resultado de que las condiciones
ecosistémicas “no entran en los cálculos de los agentes, sus prácticas son susceptibles de
tener consecuencias imprevistas o indeseadas, que pueden exceder, contrarrestar o en
otro caso modificar el resultado intencional de esos o aquellos procesos de trabajo”,
consecuencias “naturalmente mediadas... de prácticas específicas de actividad sobre la
naturaleza”. Pero esta caracterización no supera a la de Marx; en lugar de eso es
meramente subjetivista. La dinámica de acumulación del capital, y no la ausencia de
consideración consciente de esos factores, es lo que origina la crisis. Porque la dinámica
de acumulación capitalista presupone, materialmente, la desconsideración de los factores
naturales, independientemente de si formalmente son o no reconocidos en las estrategias
de desarrollo empresarial. Saber que si lanzamos una piedra al aire, ésta caerá por la
fuerza de la gravedad, no significa necesariamente que actuemos en consecuencia. La
intencionalidad del proceso de trabajo alienado no viene determinada por los agentes del
proceso de trabajo, sino por su interrelación alienada -el capital. Lo que Benton
demuestra es, luego, que las críticas ecologistas del marxismo no parten de un nivel
teórico superior, sino de un nivel teórico inferior y de una falta de estudio en
profundidad, lo que ocasiona que, en lugar de subsanar las lagunas del cuerpo teórico
marxiano, se utilicen estas carencias como excusa para revisiones que alcanzan los
fundamentos metodológicos.
Benton tiene razón en el sentido de que todo es limitado, todo tiene sus límites. Pero no
en el ‘naturalismo causal’, en atribuir a la naturaleza la causa de los límites al desarrollo
socio-histórico. Si el naturalismo moral, que pretende deducir normas humanas de las
observaciones de la naturaleza, pretende una subordinación del desarrollo social a lo que
considera como armonía ecológica preestablecida, el naturalismo causal presenta el
mismo resultado práctico, aunque con una justificación “materialista”. En este caso, la
subordinación es más sutil, porque radica en la consideración de los límites al desarrollo
como inmanentes a la modalidad de interacción humana con la naturaleza; no, sin
embargo, como límites inmanentes a la modalidad de interacción histórica y concreta,
sino a una modalidad de interacción abstracta, ideal, dada por naturalmente
preexistente, y que de proseguir por fuerza tendría que ocasionar una destrucción
progresiva del ecosistema. Esto se ve más claro cuando Benton define los “problemas
ecológicos” de la siguiente forma:
Los ecosistemas tienen una cierta capacidad de absorción de residuos de diversos tipos,
aunque esto se convierte en un problema ecológico sólo cuando se alcanzan los límites de
tales poderes absorbentes y los ecosistemas quedan afectados de modo adverso.31
31
Ecology, socialism and the mastery of nature: a reply to Reiner Grundmann, New Left Review 194 -
Julio-Agosto de 1992.
Todo ecosistema posee una capacidad de absorción determinada por el tipo de residuos
generados por sus componentes constituyentes, esto es, constituye una totalidad
orgánica o sistema vivo. Hablar de la capacidad de los ecosistemas para absorber
residuos exteriores a su dinámica viva, es hablar de procesos netamente destructivos o
degradativos -es hablar de alienación de la vida. Evidentemente existen límites para
esto, aunque difícilmente establecibles, porque toda interacción de este tipo supone
destrucción y degradación y exige tiempo de recuperación. Pero, en el caso de poder
establecer un límite absoluto para ciertas degradaciones, más allá del cual la
recuperación ya no sería posible, tales límites inmanentes no son límites a la interacción
entre el mundo social humano y la naturaleza, sino límites a la existencia misma de la
naturaleza que incluyen a la propia humanidad. Es también por esto que, la destrucción
de la naturaleza exterior, no supone necesariamente la modificación o limitación de las
acciones humanas sobre ella, como demuestra toda la historia del capitalismo. Esto es
contradictorio, pero resulta de que el sistema social y el sistema natural se hallan
separados por la actividad humana alienada, y los límites de la alienación de los
ecosistemas naturales y los límites de la autoalienación humana no son directamente
coincidentes en el tiempo y en el espacio. Así, los límites de la autopoiesis de la
naturaleza no son reconocidos como límites para la actividad social, y la destrucción de la
naturaleza que tal alienación provoca es proyectada por la subjetividad alienada sobre la
naturaleza, atribuyéndole limitaciones socialmente creadas.
32
Reiner Grundmann, The ecological challenge to marxism; New Left Review I/187, Mayo-Junio de 1991.
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 30 de 34
33
Ecology, socialism and the mastery of nature: a reply to Reiner Grundmann, New Left Review 194 -
Julio-Agosto de 1992.
tres elementos34. Así, por ejemplo, realmente la caza como tal no es un proceso de
trabajo, es más bien una fase, fase del proceso destinado a la producción social de
alimentos de origen animal, que tiene que proseguir con la regulación de las condiciones
mínimas de conservación (para evitar su adulteración), con la distribución de la carne y,
en la alimentación característicamente humana, con la fase de cocinado. En la agricultura
la producción se refiere a recrear en condiciones controladas el proceso natural de
crecimiento de los vegetales. Así, incluso los tipos más primitivos de trabajo social
implican formas de apropiación, ecorregulación y humanización de la naturaleza.
Benton puede no querer llegar a estos extremos, pero ésta es de hecho la conclusión
lógica de su argumentación. Que para él la separación de ecología y transformación
social no sea deseable es políticamente irrelevante. En cualquier caso, establece
teóricamente esa posibilidad. De este modo converge con la ideología ecologista, que se
niega a explicitar la subjetividad concreta que representa, identificándola de formas
abstractas (ciudadanía, sociedad civil, etc.) Por el contrario, la teoría revolucionaria de
34
Opinión frontalmente opuesta a la de Benton, que a mi juicio considera el trabajo agrícola como
fundamentalmente ecorregulador y no transformador de la naturaleza, porque considera dicho proceso
de trabajo fragmentariamente. Lo central del proceso de trabajo agrícola es la producción artificial de las
condiciones de la autorregulación y, de esa manera, producir el fenómeno de la autorregulación misma
(es decir, el sentido transformador del trabajo agrícola se orienta a las condiciones de la autorregulación
y no al producto final). Por otro lado, Benton se olvida de que, en última instancia, todo fenómeno físico
no producido por el propio organismo humano es un fenómeno que no es creado, y en este sentido
tampoco producido, por los seres humanos, sino que es empleado por ellos. Producción no es
necesariamente creación. Sólo podemos hablar de creación cuando el proceso productivo se halle
efectivamente subsumido en la actividad humana, lo que en el modo de producción capitalista equivale a
la subsunción efectiva de todas las condiciones del proceso de trabajo en el capital. Así, el trabajo
agrícola transforma la tierra, las semillas, etc., en alimentos mediante la manipulación de la capacidad
productiva de la naturaleza a nivel biológico, igual que el trabajo industrial transforma materiales y
energía mediante la manipulación de la naturaleza a nivel físico-químico. Lo que hay, por lo tanto, es
diferencias tradicionales en la composición natural del capital agrario e industrial, del propio proceso de
trabajo, que suponen distintos niveles de transformación de la naturaleza misma dentro suyo y a
consecuencia suya.
Aquí viene al caso aludir a la teoría de la evolución por equilibrio puntuado, que parte
de la constatación de que la emergencia de nuevas especies no se produce
gradualmente, como se esperaría de la perspectiva darwinista convencional en la que
domina el mecanismo de la “selección natural”. En su lugar, la emergencia de nuevas
especies se constata en breves períodos de la historia evolutiva, que adecuadamente
podrían llamarse períodos revolucionarios. Aquí entra de lleno el factor de la autopoiesis,
de la capacidad autocreadora de los organismos vivos y de su cooperación ecosistémica,
como fundamento de la emergencia de mutaciones no aleatorias para dar lugar a nuevas
especies35.
Bien, si estos modelos evolutivos tienen razón, el alejamiento del ecosistema terrestre
del equilibrio termodinámico puede llegar a suponer un trastocamiento global de la
naturaleza misma, lo que pondría radicalmente en peligro la supervivencia humana.
Pues, a pesar de todos los progresos de la subsunción real en el capital, el ecosistema
natural sigue siendo el campo de la vida humana, mientras por otro lado la acción del
capital es fragmentaria y ciega, de manera que los cambios efectivos que produce en el
ecosistema natural son omitidos o marginados en la toma de decisiones. En un supuesto
capitalismo “orgánico” esto no se cumpliría aparentemente, pero en cambio sí en lo
esencial, dado que lo que en esta forma de capitalismo ocurre es que ciertas variables
ecosistémicas son convertidas en variables económicas del capital y, de este modo,
adulteradas por la lógica capitalista; el resto siguen siendo marginales u omitidas en la
toma de decisiones económicas.
Por cierto que, el factor “caos creativo”, tampoco es tenido seriamente en cuenta ni en
favor ni en contra del capitalismo.
Los grupos ecologistas anhelan subconscientemente una crisis ecológica insoluble para
hallar por fin un reconocimiento social y político, en correspondencia con la importancia
de los problemas en cuya resolución se comprometieron. Si acaso, desearían que esa
crisis no fuese demasiado dañina. Por otra parte, la izquierda posmoderna ya no confía
en las capacidades revolucionarias de la clase proletaria y busca todo tipo de fórmulas, a
cada cual más obscura, para salvar ese obstáculo. Los apologistas del declive entrópico
de la sociedad capitalista -y los profetas del apocalipsis ecológico con ellos- proclaman el
fin ineluctable del crecimiento y, así, indirectamente del capitalismo. Sus adversarios
ideológicos, sin embargo, son los creyentes en las virtudes de la tecnocracia y de la
tecnología como panaceas salvadoras en el medio o largo plazo.
35
Véanse las tesis de los biólogos Stephen Jay Gould, Brian Goodwin y Humberto Maturana.
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 34 de 34
La revolución proletaria será como será, fracasará o tendrá éxito, pero a todas luces se
nos presenta como un fenómeno inevitable, en el que la triple dimensión de la vida
humana confluirá en una confrontación total con las formas de la sociedad
contemporánea.