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Roi Ferreiro

Capitalismo y
ecología
Tres ensayos

I - Un enfoque integral del conflicto

II - La ecología del capital

III - Crisis ecológica y materialismo histórico


Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología I: Un enfoque integral del conflicto Pág. 1 de 9

Roi Ferreiro
Capitalismo y ecología I: Un enfoque integral
del conflicto
Acabado el 8 de Enero de 2008 y publicado originalmente en la Revista Renderen, nº 1 monográfico, “A falácia da
sustentabilidade”, 2008. Esta versión presenta revisión y adiciones de Septiembre de 2008 y en menor medida de
Febrero de 2009. Traducido del gallego-portugués al castellano por el autor.

Hoy la ecología se ha vuelto aparentemente un lugar común dentro de la “izquierda”. Este


giro histórico fue especialmente visible en la extrema izquierda tradicional durante los años
70 e 80, por motivo, sobre todo, del intento de canalizar los movimientos ecologistas en
beneficio de los partidos leninistas en descomposición, o de realimentar el también
maltrecho movimiento libertario “oficial”. En la década de los 90 este cambio prosiguió con
más fuerza aún, como expresión de una desconfianza consolidada hacia el potencial
transformador o revolucionario de la clase trabajadora1 -desconfianza que tuvo su corolario
en la emergencia de las ideologías ciudadanista, anti-globalización, etc., y en general en la
extensión de las diversas posiciones políticas que niegan la centralidad de la clase
trabajadora en la lucha contra el capitalismo. Este contexto histórico, caracterizado por el
reflujo de la lucha de clases especialmente en sus formas tradicionales, junto con la
creciente atención prestada por parte de la izquierda reformista e pseudo-revolucionaria,
fueron a potenciar relativamente los movimientos ecologistas, tanto internamente como de
cara a la mayoría de la sociedad2.

En este contexto, por una parte se expanden las ideas ecologistas, tendentes a echar a un
lado los conflictos “intra-sociales” en favor de los conflictos “ecológicos”, en la acepción
prevaleciente de conflictos de la estructura social con la naturaleza exterior. Por otra parte,
la ideología política dominante comenzó a tomar cada vez más en consideración esas
cuestiones ecológicas, sobre todo cuando constituyen focos potenciales de desestabilización
económica y política o/y ponen en peligro la sustentabilidad de la valorización del capital,
verdadero objetivo de la economía capitalista. Esta última tendencia se viene agudizando en
los últimos años, dado que las constataciones acerca del calentamiento global constituyen
una verdadera amenaza económica para la clase dominante -no sólo, pues, para los osos
polares, la calidad del aire o la supervivencia en los países más empobrecidos, enormemente
frágiles ante las alteraciones económicas y las catástrofes “naturales”.

El nexo común de las perspectivas prevalecientes sobre el conflicto


ecológico

Ambos enfoques, el del ecologismo de oposición y el de la política gubernamental,


aparentemente muy polarizados, comparten sin embargo un nexo común enormemente
importante: ambos tienden a construir la representación ideológica del conflicto ecológico
que privilegia la contradicción social entre el entorno natural y el desarrollo material de la

1
Aclaro que con “clase trabajadora” me refiero a la masa de l@s trabajadore/as que, para sobrevivir, deben
entregarse a la explotación capitalista, sin importar lo que ell@s produzcan (cosas, servicios, información) y
si son reconocidos legalmente como asalariad@s. La visión reduccionista de la clase trabajadora, tanto
cuando es defendida, como cuando es utilizada como argumento contrario a la centralidad social-
revolucionaria, lleva a perder de vista la lucha de clases tal y como la tenemos ante los ojos y a desplazar la
atención de los problemas históricos prácticos del desarrollo de la lucha y de la subjetividad proletarias en
favor de creencias mesiánicas o de la “construcción de sujetos” en la imaginación.
2
Potenciarlos relativamente, dada la dinámica general de reflujo de las luchas sociales que vino imperando
desde mediados de los 70, con pocos repuntes y sin que hayan posibilitado una recuperación significativa.

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sociedad, situando a los seres humanos meramente como víctimas o culpables, diluyendo
cualquier enfoque de clase. En otras palabras, ambos enfoques parten de la asunción del
capitalismo como un dato natural, y por consiguiente, son capitalistas en el amplio sentido
social del término. En consecuencia, niegan que el conflicto ecológico sea un conflicto
concreto entre la dinámica esencial del capitalismo, que sólo reconoce la naturaleza como
capital potencial (materias primas, territorios de instalación y los propios seres humanos en
cuanto fuerza de trabajo empleable), y la naturaleza como un todo. Un todo vivo, en el que
no existe separabilidad real entre el entorno, las especies e los individuos, ya que
constituyen todos una unidad indivisible, no solamente desde el punto de vista biológico,
sino también social. Los recursos vitales de la humanidad proceden de la naturaleza y la
humanidad es a su vez parte orgánica del ecosistema planetario: de modo que el conflicto
ecológico es esencialmente un conflicto social, un conflicto entre la existencia integral
humana y el tipo de relaciones sociales a través de las cuales se reproduce la humanidad
como comunidad histórica, es decir, la forma de la sociedad humana.

Las ideologías ecologistas han situado, por tanto, el debate político en términos de
sustentabilidad o insustentabilidad natural del desarrollo económico e social. Observan a los
seres humanos como individuos abstractos y libres -consumidores, ciudadanos o seres
humanos en abstracto, ahistóricos-, o sea: tal y como son determinados a comportarse y
verse ilusoriamente a sí mismos por la sociedad capitalista. De este modo, su perspectiva
social se reduce a intentar “concienciar” ecológicamente a la masa, que se supone libre pero
ignorante o negligente respecto de esas cuestiones. Pero, sobre todo, estas ideologías
marginan del debate la cuestión ecológica más directamente social y, por tanto, que
incorpora mayor potencialidad cuantitativa y cualitativa de conflicto social: la de las
condiciones ecológicas orgánicas de la vida humana dentro de la sociedad capitalista.

Estas condiciones no se refieren solamente a las relaciones con el entorno natural. Si


consideramos el ser humano como parte de la naturaleza, la propia vida humana en todos
los aspectos tiene que formar parte de nuestro enfoque. Entonces, la forma de vida
prevaleciente, que se opone al pleno desarrollo y realización de las necesidades y
potencialidades naturales de los individuos, al desarrollo armónico de su naturaleza viviente
-esclavizándonos en el trabajo y en el consumo, inhibiendo y reprimiendo nuestros impulsos
naturales, creando una forma de vida que, en conjunto, subordina la vida como tal a la
acumulación de capital (cuyas consecuencias son la división entre ciudad y campo, la
sobreconcentración de la población en las urbes, las formas de transporte cotidiano de las
personas, el consumismo, la separación de la vida natural en general)-; este modo de vida
anti-natural, que degrada el potencial humano inherente a las personas y mina su salud de
todas las formas posibles, este modo de vida constituye el verdadero centro-raíz del
conflicto ecológico. En este punto, asuntos como la recogida y reciclaje de los residuos
urbanos no son más que necesidades primarias y forman el aspecto más superficial del
asunto.

Como conclusión preliminar, en la situación socio-política actual se trata, para l@s que
queremos impulsar una transformación completa de la sociedad, de hallar un enfoque
verdaderamente social, proletario, que reconozca a los individuos explotados y dominados
dentro de la sociedad capitalista como los verdaderos protagonistas de la lucha ecologista,
situando la vida cotidiana como totalidad como el objeto de la acción ecológica. En lugar de
seguir el enfoque burgués prevaleciente, en el que minorías “concienciadas” e
independientes de la iniciativa popular se oponen a los poderes establecidos como
“representantes de la naturaleza”, “defensores de los animales”, etc. (o sea, como individuos
abstractos), prescindiendo por completo de cualquier enfoque social y concreto para
construir un movimiento ecológico de masas, y para superar la escisión entre conflictos
sociales y ecológicos en favor de la transformación general de la sociedad y de la
confrontación de los poderes económicos, políticos e ideológicos solidamente establecidos.
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El contexto socio-histórico actual y la dinámica global de los conflictos


ecológicos

Queda claro, entonces, que la dinámica del desarrollo capitalista y de la lucha de clases
constituye el trasfondo que hay que clarificar para: 1) evaluar seriamente si es posible un
movimiento ecológico de masas -lo que supone no confiar en minorías “concienciadas” que
actúen como grupos de presión autónomos sobre los poderes establecidos- y 2) conocer el
modo concreto en que el conflicto ecológico viene siendo determinado por el capitalismo.

La crisis económica de los años 70 señaló la transición del modelo económico caracterizado
por la actuación del Estado como impulsor de la acumulación capitalista general3, para el
modelo actual, caracterizado por la reducción de esa función productiva y redistributiva del
Estado y la intensificación de su carácter de máquina esencialmente capitalista y represiva,
fusionándolo completamente con el gran capital y excluyendo cualquier representación
efectiva de los intereses generales de l@s trabajadore/as. Este cambio político fue el soporte
necesario de la ofensiva económica capitalista que venimos experimentando en todo el
mundo desde entonces: incremento absoluto de la explotación del trabajo -aumento de
jornada, reducción del valor real de los salarios, intensificación de ritmos de trabajo sin
compensación- y redistribución de los impuestos y del gasto público en favor de la clase
capitalista -en detrimento de las necesidades sociales de sanidad, vivienda, enseñanza o
infraestructuras básicas, además de las políticas ecológicas de alcance. La persistencia de
esta dinámica regresiva del desarrollo capitalista durante las tres últimas décadas es, desde
el punto de vista de la teoría marxiana, la expresión de la decadencia abierta del capitalismo
como modo de producción, que se vuelve cada vez más incompatible con la existencia de la
sociedad humana4.

Este es el contexto histórico-social actual y solamente comprendiéndolo podremos evaluar


la cuestión de la sustentabilidad ecológica del capitalismo. Sin esto, las afirmaciones en
favor o en contra no pasan de argumentaciones acientíficas, cuyos presupuestos quedan sin
clarificar y discutir racionalmente, que al final sirven a determinados intereses políticos y no
al desarrollo de la conciencia colectiva. Dichos intereses políticos, aunque puedan ser
progresivos (estimulando incluso la lucha anticapitalista), al recurrir a la crítica fácil y a
argumentaciones pobres u oscuras, subestiman la complejidad práctica del proceso de
desarrollo histórico de la conciencia social, necesario para construir un movimiento
anticapitalista de masas. Además, promover en la gente ideas falsas o verdades a medias,
aunque sea con buenas intenciones, a largo plazo solamente lleva a decepciones mayores y
riesgos para los que l@s implicad@s no estaban prevenidos, favoreciéndose así una
dinámica disolvente en el movimiento5.

3
Me refiero evidentemente al modelo de capitalismo de Estado en sus distintas variantes, determinadas por
el nivel de desarrollo material de cada país, y que a grosso modo consisten en: las economías mixtas de
inspiración keynesiana, las economías fascistas o bonapartistas y las economías completamente estatizadas
de inspiración bolchevique. A pesar de sus diferencias, todas eran respuestas a la crisis del modelo liberal
decimonónico y compartían en mayor o menor medida las mismas formas de acción estatal sobre la
acumulación capitalista general: incremento artificial de la demanda, control de los precios, restricción,
supervisión y cogestión de la actividad económica privada, inversión y propiedad estatales directas y
medidas de planificación global. En todos los casos, el fundamento de la vida económica seguía siendo el
trabajo asalariado.
4
Véanse: K. Marx, El Capital, tomo III, sección tercera - La ley de la tendencia decreciente de la tasa de
beneficio, los capítulos XIII-XV inclusive.
5
Es decir, repitiendo la dinámica tópica de los movimientos sociales desde los 70, de la que el “movimiento
anti-globalización” fue una ejemplificación reciente. En Galiza también contamos con experiencias similares
que vienen más al caso, como el movimiento Nunca Mais, en el que, en lugar de clarificar el conflicto
ecológico en clave anticapitalista, la práctica totalidad de las fuerzas participantes o que convergían en las

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Como ya se dijo, el capitalismo es un sistema económico cuyo fin es la acumulación de


plusvalor. Pero es preciso entender que esta finalidad no viene establecida por la codicia de
los empresarios o por la competencia, como cree la conciencia vulgar, sino por la dinámica
caótica de desarrollo que siempre caracterizó a la economía capitalista. Formalmente, esta
dinámica se debe al funcionamiento separado de las distintas unidades económicas, pero no
tiene su causa en esa separación (en la propiedad privada particular como forma económica
dominante) sino en la propia relación del trabajo asalariado. Esta relación es la causa última
de que esa forma de propiedad particular sea la forma característica y dominante de la
economía capitalista.

La relación del trabajo asalariado se funda en la distinción entre trabajo necesario y trabajo
excedente (plustrabajo), que a través de la forma valor se transforman de cantidades de
tiempo de trabajo en salarios por un lado y plusvalía por el otro. Como explicara Marx, con
el desarrollo histórico de las fuerzas productivas la proporción entre trabajo necesario y
plustrabajo, para un volumen de producción igual, varía debido a la reducción tecnológica
del trabajo humano que es necesario emplear. Esto origina, sin embargo, la tendencia
descendente de la tasa de beneficio -lo que los capitalistas particulares no perciben
directamente, sino a través de los resultados del mercado. La alteración generalizada de la
proporción entre trabajo necesario y plustrabajo significa que, mientras la elevación de la
productividad del trabajo gracias a la técnica aumenta el volumen de mercancías en
circulación, al mismo tiempo disminuye el ritmo en el que la masa de la población
trabajadora puede ser empleada en la actividad económica, creando así una
descompensación que, finalmente, resulta en la desaceleración del crecimiento del mercado,
frente a una producción que sigue no obstante incrementándose aceleradamente (para
amortizar las nuevas inversiones tecnológicas y mantener y aumentar la cuota de mercado),
hasta el punto de que el déficit de mercado deprime la tasa de beneficio y provoca una crisis
general. Dado que esta dinámica contradictoria está presente en cada capital particular, la
tendencia descendente de la tasa de beneficio estimula continuamente la competición y
explotación del trabajo6.

De la ley de descenso de la tasa de beneficio se deduce que, llegado un nivel de desarrollo


histórico de la composición técnica media del capital a escala mundial, la tendencia
descendente de la tasa de beneficio se agudiza hasta el punto de que la acumulación privada
de capital solamente puede subsistir sobre la base de la degradación continuada y absoluta
del trabajo humano y de las condiciones de vida de l@s trabajadores/as. Y si el trabajo
humano es parte de la base natural del capital, las relaciones capitalistas con el resto de la
naturaleza tienden a padecer igualmente las consecuencias de la dinámica regresiva.

protestas contribuyeron a alimentar las ilusiones izquierdistas en el movimiento y, así, a mistificar la


dinámica de la lucha social e incluso ocultar su precoz proceso de institucionalización. El resultado de esto
fue dejar crecer el germen de la división, del oportunismo, del mercantilismo y de la demagogia,
manteniendo la protesta social dentro de los canales establecidos.
6
Así, esta dinámica está presente en cada capital particular, haciendo de la separación y competencia frente
a los demás capitales una cualidad inherente al sistema, que no puede cambiarse mediante formas de
planificación estatistas, que son progresivas desde la perspectiva de la redistribución de la plusvalía en la
economía global de un país, pero regresivas desde el punto de vista del desarrollo de la acumulación en las
unidades de capital consolidadas, en las que inhibe el desarrollo al reprimir su motor natural (la
maximización del beneficio) e impedir la solución del problema de la ampliación del mercado y de la
supresión de los capitales ineficaces, razón por la cual fracasaron las formas totalitarias de capitalismo de
Estado en la URSS, Europa del Este y Asia, que fueron exitosas solamente en la medida en que se aplicaron
en países con condiciones de producción mayormente precapitalistas e comenzaron a decaer en el momento
en que alcanzaron los niveles técnicos específicos del capitalismo desarrollado. Por consiguiente, estas
formas económicas tampoco pueden aportar actualmente ninguna perspectiva de solución del problema
ecológico.

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De este análisis no sólo se deduce fácilmente que el capitalismo es una forma de economía
intrínsecamente conflictiva con los ecosistemas. También que esa conflictividad se pone más
de manifiesto conforme el capitalismo se desarrolla técnica y económicamente (expandiendo
su actividad a todos los puntos de la vida social y expandiendo la propia población), de
forma más extrema en la fase histórica actual, cuando confluyen su regresividad como modo
de producción social con la mundialización de sus actividades. Por consiguiente, el
capitalismo siempre fue y será un sistema anti-ecológico, tanto frente a la vida humana
como frente a la vida natural en conjunto (lo que en la práctica viene siendo lo mismo,
directa o indirectamente). Sin embargo, la dinámica del conflicto ecológico es variable y
compleja.

Considerando que el fundamento de la producción capitalista no son las materias primas o


los procesos de transformación materiales particulares, sino el proceso de valorización por sí
mismo, el conflicto capitalista con la naturaleza exterior no es irresoluble dentro de los
parámetros funcionales del sistema (técnicos, organizativos, gestoriales, políticos, etc.),
aunque sea, al mismo tiempo, una propiedad inherente a la relación del capital, en cuanto
forma de relación alienante con la naturaleza en su conjunto. Así pues, técnicamente es
posible desarrollar un capitalismo ecológico. Y esta posibilidad queda corroborada por la
apropiación capitalista de las nuevas tecnologías más ecológicas (por ejemplo las fuentes de
energía renovables o el reciclaje de los residuos urbanos e industriales). Así, la “ecología”
vino a abrirle al capital nuevas áreas de negocio, y seguirá haciéndolo. Por otra parte, el
desarrollo tecnológico posibilita la creación y producción a gran escala, y bajo coste, de
materiales artificiales -lo que, no obstante, sólo se realiza en función de la rentabilidad
privada y de los intereses generales del capital tal y como están políticamente representados
y “legalizados” en el momento. Así, materiales de origen natural pueden ser sustituidos por
productos artificiales más ecológicos, tal como hoy la industria del automóvil está
introduciendo lenta y progresivamente el diseño ecológico, como recurso ante el problema
de la escasez del petróleo además de como reclamo adicional para el consumo
“políticamente correcto”.

Pero si los conflictos ecológicos exteriores son solubles técnicamente cada vez más, y en
muchos casos a medio e incluso corto plazo (de existir la voluntad), los intereses capitalistas
mayoritarios se oponen continuamente a estas soluciones, que devaluarían el actual capital
en funciones que tenga una composición técnica menos ecológica7. En otras palabras, son
las relaciones sociales de producción capitalistas las que impiden el desarrollo ecológico
tanto como el progreso de la calidad de vida humana. Por cuanto en la época actual el
capitalismo mundial se halla inmerso en una dinámica socialmente regresiva, esto también
supone la intensificación del conflicto ecológico, con el añadido de que ciertas explotaciones
de recursos naturales (petróleo, deforestación) y formas de destrucción ambiental
(contaminación del aire y del agua) han llegado al extremo de la sustentabilidad natural del
ecosistema planetario (tal y como lo conocemos). Así, la resistencia del capital sólidamente
establecido en el mercado mundial aumenta, mientras que la innovación ecológica capitalista
se limita a una parte relativamente pequeña del capital mundial. Esto hará, sin duda, que en
la práctica el conflicto ecológico persista, en su cara exterior, indefinidamente también.
Solamente será confrontable mediante una lucha masiva, del mismo modo que los rasgos
directamente anti-sociales del sistema. Si no es así, seguiremos como hasta ahora, cuando
pretendidas minorías representativas asumen por su cuenta la lucha ecologista, o la clase
trabajadora sigue dejando sus asuntos en manos de representantes (falsos además)
sindicales y partidarios, todo lo cual da por resultado una mera paliación parcial y precaria
de los problemas de la vida en el planeta, paliación que no compensa en ningún modo por
los efectos destructivos del sistema. Además de eso, proseguirá la dinámica política de

7
Especialmente en lo relativo a las grandes inversiones en maquinaria o a las grandes fuentes de materiales
relativamente baratas o con precios controlados.

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recuperación: el proyecto ecológico seguirá siendo cada vez más recuperado e


institucionalizado por los poderes dominantes y sus comparsas reformistas y pseudo-
revolucionarias, en gran medida gracias al propio enfoque capitalista subyacente de los
grupos y movimientos ecologistas8.

En fin, si el conflicto ecológico entre capitalismo y medio ambiente puede ser


transitoriamente resuelto una y otra vez gracias a la lucha, no dejará sin embargo de
ocasionar graves consecuencias para la vida planetaria, especialmente para la vida humana.
Este último matiz es el que olvidan muchos ecologistas ideológicos, enamorados de la
naturaleza exterior: las consecuencias de la alteración del clima a escala global son
potencialmente más peligrosas para los seres humanos que para muchas de las formas de
vida del planeta y para la supervivencia a gran escala del ecosistema planetario. El carácter
artificial del ecosistema social producido por el capitalismo, su constitución separada e
inserción mecánica y destructiva en el ecosistema planetario, hace a la sociedad humana
extremadamente sensible a ese tipo de cambios9 y poco capaz de contrapesarlas. Mientras
tanto, otras especies cuentan con un potencial adaptativo relativamente mayor, en la
medida que su dependencia del ecosistema natural también las ampara relativamente frente

8
De este modo, aunque aparentemente sean cosas muy distintas, la recuperación capitalista del ecologismo
es similar a lo ocurrido en la época en que, en los países más desarrollados, se generalizó la reducción legal
de la jornada laboral. Al igual que en este caso, el sistema hacía suya una reivindicación histórica de los
trabajadore/as a la que antes se opusiera con uñas y dientes. En el caso del ecologismo reformista, las
motivaciones económicas van convergiendo con las motivaciones políticas, especialmente en los países
europeos, en los que la dependencia del petróleo constituye un lastre económico mucho más significativo de
lo que para otros países, y donde la extensión de la conciencia ecológica favoreció el desenvolvimiento de
nuevas áreas de mercado o la revitalización de otras viejas (la agricultura ecológica, por ejemplo.) Se
verifica, pues, lo mismo que para las luchas obreras convencionales a lo largo de los siglos pasados.
Entonces, cuando el capital hubo alcanzado un nivel de desarrollo técnico específico, dejó atrás las formas de
producción de la manufactura feudal, incorporando la maquinaria a gran escala y la producción de plusvalor
se desplazó de la extensión de la jornada laboral y la minimización férrea de los salarios (plusvalía absoluta)
hacia el incremento de la productividad tecnológica del trabajo (plusvalía relativa), posibilitando conciliar la
acumulación de capital con reducciones de jornada y un progreso económico general en las condiciones de
vida de la clase trabajadora. Así pues, las luchas salariales funcionaban, en esta dinámica capitalista, como
acicates del progreso tecnológico, que a su vez funcionaba como instrumento de poder de los capitalistas
contra una clase trabajadora muy numerosa y concentrada, esforzándose de esta manera por reducir su
poder numérico y desarrollando el disciplinamiento científico del trabajo. En otras palabras, así se explica
que las luchas de clases del siglo XX, con excepción de breves episodios críticos o revolucionarios, fuesen
esencialmente luchas funcionales al sistema capitalista, estimulando su desarrollo y operando como agentes
de su autorregulación social, poniendo en evidencia las condiciones que hacían inestable la dominación
capitalista antes de que produjesen explosiones sociales o de que éstas se generalizasen alimentando un
movimiento de masas anti-sistema. Esto mismo está ocurriendo claramente con las luchas ecologistas,
debido a su orientación parcial y reformista, en lugar de adoptar un enfoque ecológico integral y
revolucionario.
9
Así, “se ha estimado que el aumento de tan sólo dos grados en la temperatura media global será suficiente
para reducir en un 60% la producción mundial de cereales y así como más gravemente la de otras plantas
cultivables. Los cereales son la base de la alimentación humana y del ganado que producimos, lo que
irremediablemente desembocará en una crisis alimenticia a escala mundial” (Grupo de Estudiantes de la
UAM, Manifiesto por la supervivencia, 2007.) No se trata de negar las extinciones de especies por causa del
cambio climático, dado que tales procesos dependen de muchos factores propiamente naturales, como sobre
todo la extensión de la especie en cuestión y su grado de especialización evolutiva.
Las grandes catástrofes “naturales” del sureste asiático o centro-américa de los últimos años son un
ejemplo del elevado peligro para la vida humana, aunque un ejemplo todavía meramente periférico al
fenómeno central del cambio climático. Éste será perceptible más a largo plazo, como reducción de la calidad
de vida, aumento de la desertización, elevación del nivel del mar, etc. Es completamente lógico que la
especie que causa el desastre sea la que está relativamente en peores condiciones para salvarse. La única
posibilidad de supervivencia a largo plazo es suprimir las causas de la destrucción ecológica, y eso significa
no solamente una revolución de las fuentes energéticas y de materiales de producción empleados, también
una integración de los factores ecológicos en la organización de la vida económica que choca frontalmente
con la dinámica capitalista.

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al cambio, amortiguando o reduciendo sus efectos bruscos -por supuesto, en cuanto la


propia operatividad del ecosistema natural no sea destruida por medios artificiales, caso en
el que la extinción de especies tiene una causa humana directa, no climatológica. Este es el
fenómeno mismo de la autorregulación natural, que es el que hace que la crisis ecológica
mundial no se concrete abruptamente de forma “apocalíptica”.

En la antedicha falsa conciencia “antropocéntrica” se manifiesta la paradoja de que, aunque


ya estemos habituados a pensar en los problemas ecológicos como exteriores o adyacentes
a la existencia misma de la especie humana -o sea, haciendo abstracción de las
determinaciones sociales e históricas-, en la práctica seguimos predominantemente
enfocándolos desde una perspectiva antropocéntrica y, por extensión, socialmente
determinada por la posición de clase en la sociedad (tanto lo primero como lo segundo
inconscientemente). Tal paradoja expresa la efectiva autoalienación en la que vivimos,
proyectada como contradicción entre la omisión mental del carácter social del problema
ecológico y una conducta que persiste en un enfoque práctico socialmente determinado, sin
reconocer el nexo radical social -que, entonces, se halla estructurado tanto en el capitalismo
como actividad económica objetiva como en la subjetividad social en que se sustenta.

Probablemente, con la creciente divergencia de desarrollo económico internacional,


especialmente en la línea norte-sur, el conflicto ecológico se desplazará cada vez más de los
países más desarrollados a los menos desarrollados, como ya lleva ocurriendo en las últimas
décadas mediante el desplazamiento de las inversiones extranjeras y la relocalización de
industrias, o mediante las dinámicas de desarrollo endógeno local, que emplean todavía
tecnologías obsoletas (propias o compradas más baratas a los países occidentales) y carecen
de políticas ecológicas -que, dadas las circunstancias, suponen restringir el desarrollo
capitalista local. Sin embargo, también aquí el conflicto ecológico puede tender a combinarse
indisolublemente con el conflicto social, como ocurre en los casos de la privatización del
agua y del creciente control monopolista transnacional sobre la agricultura gracias a la
biotecnología.

Para un enfoque integral y revolucionario de la lucha contra el capitalismo

A diferencia de la cara exterior del conflicto ecológico, potencialmente atenuable en todo


caso, su cara interior, la que concierne a la naturaleza humana -la vida orgánica humana
como un todo-, no dejará de agravarse material y espiritualmente, a pesar de los avances
médicos y farmacológicos y de los nuevos dispositivos culturales que comienzan a valorizar
socialmente a salud física y psicológica -dentro de un enfoque comercial y conservador
(subsumiendo el valor de ser en el valor de tener e haciéndolo así objeto de cambio
también.), esto es, funcional al capitalismo.

Con el incremento de la explotación del trabajo en términos de duración e intensidad, con


el desarrollo de la subsunción técnica del trabajo en el capital (que lo hace meramente
funcional a la maquinaria de cadenas de producción cada vez más automatizadas) y de la
subsunción del conjunto de la vida humana en los circuitos de la valorización del capital, con
la expansión económica y tecnológica de los medios de información y “entretenimiento”
capitalistas, estamos presenciando el crecimiento acelerado, masivo y totalitario de la
autoalienación de los individuos. Esta agudización de la autoalienación humana no puede
resolverse simplemente estimulando la lucha por objetivos exteriores. Exige una verdadera
transformación revolucionaria de la subjetividad, que solamente será posible si se van
creando y desarrollando, simultáneamente a las luchas, una totalidad de formas de actividad
humanas no alienantes, que permitan y estimulen el desarrollo de los individuos como
sujetos autónomos y conformarán así las bases de un movimiento revolucionario integral.

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Una mirada seria a la historia de las últimas décadas, por no decir a todo el siglo pasado,
debería hacer entender que este proceso revolucionario complejo se sitúa actualmente como
el fundamento inmediato, el punto de arranque auténtico, de la constitución de cualquier
movimiento de lucha masivo, que apunte a objetivos cualitativos y/o pretenda perdurar
como fuerza transformadora no integrada en el capitalismo.

La dinámica vital de los individuos, subsumida en el materialismo mercantil e en el


espectáculo de la vida (a pesar del aspecto liberador de las tecnologías informáticas),
cristalizada en el círculo cerrado de la valorización capital (producción-circulación física y
publicitaria-consumo), no sólo produce la autoanulación de las capacidades intelectivas y
creativas, también agudiza los problemas psicológicos y psico-somáticos10, lo que de hecho
se concreta actualmente en la extensa plaga de depresión y ansiedad que asola la sociedad
y, más aún, está dando lugar a una verdadera degeneración humana, que destruye la
autonomía, la creatividad, la fraternidad y la sinceridad de las personas. Este modo de vida
anti-natural es la raíz del estado de apatía y desesperanza que, más sutil o más
abiertamente (y mayormente ya subconscientemente, reconociendo esa actitud vital como
algo “normal”), impera hoy respecto de los grandes proyectos de transformación social y
humana, y que se extiende mismamente a la perspectiva del progreso social en general.

En conclusión final, el conflicto ecológico, tal como es enfocado de forma prevaleciente,


tanto desde los poderes establecidos como desde la oposición ecologista, no es un conflicto
revolucionario. La teoría del desarrollo ecológicamente sostenible del capitalismo es,
partiendo de este punto de vista, realizable, aunque sea imperfectamente y con continuas
fricciones, y sin proveer una solución auténtica para los grandes problemas de la
humanidad. Sin embargo, si se adopta el enfoque integral y revolucionario aquí propuesto,
el conflicto ecológico sería asumido conscientemente desde la perspectiva humana y, de este
modo, superados tanto el enfoque reformista, aclasista y ahistórico, como los enfoques
antropocentrista y tecnologicista del problema, que pierden de vista lo esencial: la
autoalienación humana como fundamento común de las relaciones destructivas que
establecen los seres humanos entre sí, con el entorno natural y consigo mismos.

Desde esta perspectiva, pues, el conflicto ecológico se identifica con el conflicto integral
que existe entre el capitalismo y la sociedad que lo produce, por un lado, y el desarrollo libre
y pleno de la vida humana para l@s explotad@s y oprimid@s del planeta, por el otro. La
lucha de clases puede comprenderse así como lucha ecológica, en lugar de separar las
luchas sociales y las luchas medioambientales y pretender que unas u otras sean la base
efectiva de la oposición al capitalismo11. De este modo, nos será posible combatir la
separación existente entre los problemas sociales y los problemas ecológicos, para hacerlos
converger en un movimiento de lucha común. El reconocimiento público creciente de que los
problemas ecológicos ya no pueden considerarse “secundarios” y deben ser tratados como
asuntos sociales y políticos, supone el golpe de gracia definitivo tanto para la visión
reformista y conservadora de la izquierda tradicional (que, en nombre de los intereses
sociales, de clase, etc., pretende posponer para el futuro su abordaje y separa las
necesidades humanas según la jerarquía economicista propia de la economía capitalista)
como para la visión ecologista dominante, que adopta el enfoque inverso pero igualmente
reformista.

El enfoque integral y revolucionario es tanto más necesario por cuanto los obstáculos a la
lucha colectiva en los conflictos ecológicos y en los conflictos de clase, arraigan psicológica y

10
Esto ya fuera claramente previsto teóricamente y confirmado clínicamente por la psicología social y
caracteriológica de Wilhelm Reich.
11
Del mismo modo que es necesario superar la separación entre las distintas luchas sociales a partir de un
enfoque de clase no reduccionista.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología I: Un enfoque integral del conflicto Pág. 9 de 9

culturalmente en la asunción del valor de cambio como eje de las relaciones humanas. En
las relaciones interpersonales y con el entorno natural, e incluso en la actitud global respecto
de la cultura, el valor de cambio se ha instalado como eje vertebrador de la vida, de manera
que el valor de las relaciones y actividades humanas queda referido al sentido del tener, al
enriquecimiento posesivo. Así, el sentido del ser queda marginado y relegado, lo que afecta
directamente a la valoración recíproca de los seres humanos, que se ven los unos a los otros
como meros instrumentos (fuerza de trabajo) de los que servirse para beneficio egoísta, del
mismo modo que ocurre en la relación capital-trabajo. De esta forma, la relación del capital
se ha extendido a todos los momentos de la vida humana, destruyendo el sentido de
comunidad y construyendo una conciencia fragmentante y egocéntrica; conciencia que no
solamente desprecia el ser -y con él el deleite, el amor e todos los sentimientos y actitudes
espontáneas que se derivan de la comunión de los individuos entre sí y con la naturaleza-,
además pone psicológicamente a cada individuo como capitalista frente a los otros y crea de
este modo un sentimiento de separación y de indiferencia utilitaria frente al conjunto de la
vida, como se aprecia en las relaciones violentas entre las personas, con los animales, las
plantas y el resto del entorno12. Por consiguiente, el esfuerzo por superar esta conciencia
alienada hace entroncar, simultánea y necesariamente, dentro de la perspectiva
revolucionaria el cambio radical personal, social y ecológico. Estamos, en resumen, ante la
necesidad histórica y mundial de una revolución integral.

12
Esto también puede aplicarse al terreno de la violencia de género, si recordamos el sentido crítico de
aquello que dijera el joven Marx en los Manuscritos de 1844, de que el hombre se relaciona inmediatamente
con la mujer como “naturaleza” y, por eso, las relaciones entre los sexos son un índice del verdadero
progreso social humano.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología II: La ecología del capital Pág. 1 de 23

Roi Ferreiro
Capitalismo y ecología II: La ecología del
capital
Escrito entre septiembre y diciembre de 2008 y publicado originalmente en gallego-portugués en el Boletín Ígneo,
nº 10, invierno de 2009. Traducido al castellano y revisado por el autor. Este texto constituye el segundo capítulo
de un proyecto de ensayo más amplio todavía en estado de borrador, de cual el primer capítulo sería “Capitalismo y
ecología: un enfoque integral del conflicto”*, publicado por vez primera en la revista independiente Ren-de-ren
(monográfico “A falácia da sostenibilidade”, 2008.)

1. Conclusiones del enfoque integral del conflicto...................................... 1


2. La subsunción de la naturaleza en el capital .......................................... 3
3. Consecuencias radicales de la subsunción efectiva de la naturaleza
en el capital ............................................................................................... 4
4. Las necesidades ecológicas del capital y las necesidades ecológicas
de la vida: más allá de la ideología ecologista ............................................ 7
5. El ciclo ecológico del capital ................................................................. 10
6. La función capitalista del ecologismo dominante ................................. 12
7. El ejemplo de los “bio”combustibles .................................................... 15
8. ¿Hacia un capitalismo eco-integrado? La utopía del capitalismo
“orgánico”................................................................................................ 17
9. La significación social de la “producción de naturaleza” por el
capital ...................................................................................................... 19
10. El dilema histórico radical. ................................................................. 23

1. Conclusiones del enfoque integral del conflicto

Anteriormente expuse el modo en que la lucha ecológica reformista opera -al igual que las
demás luchas reformistas- como un factor de autorregulación del capitalismo, creando las
condiciones para resolver transitoriamente las crisis ecológicas, en lugar de atacar el
carácter alienado de la forma de producción social que es la auténtica causa, tanto de la
destrucción del entorno natural como de la degradación de la naturaleza y vida humanas. De
este modo tenemos que la cuestión de la “sostenibilidad” no puede abstraerse del modo de
producción social vigente. Sólo bajo el presupuesto de un incremento imparable de la
degradación natural debido al uso constante y predominante de fuentes de energía
contaminantes (entropía energética) y/o de elementos materiales no renovables, además de
la generación de residuos no reciclables (entropía material), se podría pensar en negar
cualquier sostenibilidad al capitalismo por razones ecológicas. Pues entonces carecería de los
medios para existir cualquier sistema fundado en una dinámica autoexpansiva. Pero ese
supuesto es completamente arbitrario, tanto en el plano de las fuentes de energía como en
el del uso de materiales y generación de residuos. La cuestión práctica e histórica es, en
lugar de eso, en qué medida el capitalismo podrá acometer a tiempo una reestructuración
tecnológico-energética.

Aun así, el presupuesto de que tal reestructuración tiene un tiempo determinado como
límite es una ficción, ya que la profundización de la crisis ecológica no presupone en

*
La versión castellana se publica al mismo tiempo que esta en el archivo del CICA, sección nuestros textos.
La versión gallego-portuguesa revisada puede consultarse en:
http://usuarios.lycos.es/roiferreiro/RF_ecologia.pdf. La versión original, publicada en Ren-de-Ren, puede
consultarse en su blog: http://renderen0.blogspot.com/

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología II: La ecología del capital Pág. 2 de 23

absoluto el fin del capitalismo, mientras éste consiga mantener la existencia humana. Es
más, de darse el caso contrario, las crisis y luchas sociales derivadas tendrían como
consecuencias probables: 1) la estimulación de la antedicha reestructuración tecnológica
debido a la presión económica y política; 2) la reducción absoluta de la propia masa social
descontenta que podría rebelarse contra el sistema; 3) la adaptación creciente del sistema a
las nuevas condiciones ecológicas resultantes (el desarrollo de la ecología del capital, como
veremos más adelante). Por otra parte, ninguna reestructuración tecnológica o sectorial
suprimirá la tendencia inmanente al capital de servirse arbitraria y, por consiguiente,
destructivamente, de la naturaleza como un todo -seres humanos incluidos.

En conclusión, la pregunta de si el capitalismo es sostenible ecológicamente solamente


puede responderse en términos inmanentes al propio sistema, a sus interrelaciones
históricas con la naturaleza. Entonces, tiene que responderse afirmativamente, por lo menos
como posibilidad. La insostenibilidad propia del capitalismo es solamente histórico-social,
debida a su propia incapacidad para sostener la vida social tal y como él la ha organizado.
En otras palabras, el desarrollo histórico del capital conlleva la tendencia a degradar primero
relativamente, y al final absolutamente, la existencia social de l@s trabajadore/as -y así, al
mismo tiempo, su naturaleza humana.

Pero lo que esto significa es que, la cuestión de la sostenibilidad, no es principalmente


técnica, sino social. La sostenibilidad del capitalismo solamente haya un límite absoluto en
su propio fundamento, el trabajo alienado. Es por esta razón que el capitalismo se
caracteriza por la degradación de la vida de l@s proletari@s por un lado, y por la dinámica
autonomizada del capital frente a cualquier límite por el otro. En consecuencia, la
sostenibilidad del capitalismo siempre habrá de significar un incremento de la degradación
de la vida natural y en particular de la vida humana.

Por ello, la defensa de la insostenibilidad del capitalismo por motivos ecológicos, no socio-
históricos, representa un punto de vista social ajeno a la experiencia histórica de la clase
trabajadora, que en cualquier caso llevaría a interrelacionar ambos aspectos, el ecológico y
el socio-histórico. Se trata de un punto de vista que busca una justificación ideológica para
sus deseos de acabar con el capitalismo, y/o justificar sus pretensiones de “concienciar” a la
masa, un punto de vista pequeñoburgués para usar el lenguaje clásico. Si al proyectarse en
el campo histórico-social salta por encima de la dinámica socio-histórica, definida por el
conflicto trabajo-capital en sus múltiples formas (en la producción, en el consumo, en la
cultura, en el ocio), y pretende modificarla a partir de argumentos meramente ecológicos,
entonces asume el carácter efectivo de una política de la clase media que, de hecho, o no
cuestiona el carácter capitalista de las relaciones sociales, o lo hace solamente de forma
ideológica y prácticamente inoperante -aislada de la dinámica de las luchas sociales. Esta
concepción pequeñoburguesa se opone, por tanto, al esfuerzo de desarrollo de un
movimiento autónomo de l@s trabajadore/as, tanto si meramente justifica una forma de
dirigentismo radical de minorías, como si actúa como instrumento de penetración de la
política de clase media dentro del campo proletario.

En resumen, la sostenibilidad del capitalismo se establece sobre la dinámica de


acumulación en forma de valor, no sobre la existencia o no de crisis ecológicas. Es por esto
que, la interdependencia ecológica de la vida planetaria, opera como un factor de
reconducción de la dinámica de acumulación, sin ser radicalmente antagónica a ella. El
capital se asienta sobre esa interdependencia y tiene que adecuarse a ella; pero su dinámica
autonomizada provoca que esta adecuación tenga que pasar previamente por una colisión
violenta y se lleve a cabo luego y de forma más o menos anárquica (ya que los capitales no
sólo se autonomizan de la naturaleza y del trabajo social, también se autonomizan unos
respecto de los otros por la competición.)

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2. La subsunción de la naturaleza en el capital

Sin embargo, el capital no sólo reestructura su ciclo alterando cuantitativamente las


relaciones entre la naturaleza y el proceso económico social, altera también cualitativamente
ambos términos y, por consiguiente, la forma de esa interdependencia energético-material.
Y lo hace en una dirección contraria al desarrollo de la vida como tal, dado que la única vida
que existe para el capital es la vida alienada o la vida que él puede alienar, apropiar-se para
sus fines (convertir lo vivo en muerto, los organismos en cosas). Así, entre las crisis
ecológicas de tipo energético-material y la destrucción de la vida (la vida como fenómeno
libremente integrado en un ecosistema global) existe la misma diferencia que entre las crisis
económicas periódicas y la decadencia del capitalismo como modo de producción por no ser
capaz de continuar la reproducción de la vida humana de una forma económicamente
progresiva (dando lugar a una reproducción regresiva de las condiciones de existencia de las
masas.)

Así situado, el problema de la sostenibilidad ecológica es evidentemente un pseudo-


problema, o todo lo más un problema meramente transitorio, en el cuadro de la dinámica
general del capital que, en principio, es la dinámica determinante del devenir histórico de la
sociedad capitalista. Y, por otra parte, también es un pseudo-problema desde un punto de
vista social revolucionario, porque si consideramos la sostenibilidad desde un punto de vista
socio-histórico, entonces deja de ser un criterio ecológico propiamente dicho. Por tanto,
necesitamos otro concepto para referirnos al proceso de alteración de la ecología planetaria
que caracteriza a la sociedad capitalista. Este es el concepto de subsunción de la naturaleza
en el capital o producción alienada de naturaleza, que a su vez nos servirá de base para
encuadrar distintos procesos y tendencias que confluyen en ese objetivo de configurar una
ecología del capital.

Podemos diferenciar, como en la subsunción del trabajo en el capital, dos niveles


cualitativamente distintos de este proceso mediante el cual el capital se apropia de la
naturaleza. El primero es la subsunción formal, que sería la apropiación de la naturaleza tal
y como es producida de forma independiente del capital (aquí deberíamos incluir no
solamente la naturaleza exterior, sino también la reproducción humana en su dimensión de
proceso biológico y en cuanto aún presenta formas precapitalistas). Lo que el capital se
apropia bajo esta primera forma de la subsunción es de la naturaleza en cuanto que natura
naturata, producto de la actividad natural o no capitalista. El segundo nivel sería el de la
subsunción efectiva de la naturaleza en el capital, que se caracteriza por la apropiación de la
naturaleza en cuanto que natura naturans, es decir, apropiación de los procesos mismos por
los que la naturaleza produce sus recursos, lo que implica ya un reemplazo de la naturaleza
originaria por una naturaleza artificial.

Habremos de tomar en consideración aquí que, con “naturaleza originaria”, estamos


haciendo una referencia similar a la implícita en el concepto de “acumulación originaria” o
“primitiva” del capital. La “naturaleza originaria” debería entenderse, pues, como el conjunto
de procesos naturales que crean las condiciones de producción del capital: 1º) las
reconocidas como valores de uso y, por lo tanto, valores de cambio también, como las
materias primas y auxiliares y la fuerza de trabajo humana que integran el proceso
productivo, pero asimismo, 2º) las no reconocidas como valores de uso y, de este modo,
tampoco como soportes de valor de cambio, como son las actividades productivas de los
ecosistemas, de las especies e individuos de las mismas, que son necesarias para la
producción de plusvalor (entrarían así en la categoría de trabajo necesario).

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Este marco teórico integral explica, por tanto, mucho mejor la contradictoriedad ecológica
del capitalismo que el marco derivado de la/s teoría/s de la sostenibilidad. De hecho,
posibilita integrar la teoría marxiana del capital con la economía ecológica, tomando en
consideración las dos dimensiones fundamentales que determinan la existencia del modo de
producción capitalista: la reproducción (ampliada) de la capacidad viva de trabajo social y la
reproducción (ampliada) de las condiciones de producción globales.

La primera dimensión, social, queda caracterizada en el plano ecológico por la mezcla de la


emergente conciencia ecológica de la clase dominante con su voluntarismo ineficaz para
realizarla. Se trata de una manifestación de la contradicción inmanente al capital entre los
intereses de los capitales particulares y el interés general del capital como modo de
producción. Esta misma contradicción es la que se manifiesta en el plano socio-político como
el conflicto entre el impulso para reducir los costes laborales y el mantenimiento de los
beneficios derivados del estado de bienestar social (estabilidad socio-política de la
reproducción de la fuerza de trabajo social). Aquí la clase dominante es la primera que toma
nota de la dinámica regresiva del sistema, porque es la que efectivamente posee
ordinariamente un cierto poder regulador, aunque éste sea más aparente que efectivo. Pero
ella misma es impotente, tiene que subordinarse a la dinámica de acumulación que le
permite existir socialmente como clase, y así su propia voluntad subjetiva tiene que existir
solamente de forma superpuesta a la dinámica real, como una conciencia ético-moral
superegóica que intenta mecánicamente dirigir y modular las fuerzas infernales previamente
liberadas.

La segunda dimensión de la reproducción ampliada del capital, que adecuadamente


podemos designar como ambiental, está caracterizada por el conflicto inmanente entre la
autoexpansión de la producción capitalista y la reproducción natural (autopoiética) del
ecosistema global, y por lo tanto aún más de los ecosistemas particulares que constituyen el
entorno más inmediato de la actividad capitalista. En este plano, la clase dominante se
mantiene escindida entre la conveniencia de conservar los procesos naturales que
constituyen el ecosistema global como una totalidad viva y fuente de toda la vida, y el
impulso a superar las barreras que estos procesos suponen en cuanto factores externos a la
dinámica del capital y que solamente pueden ser derribadas mediante una subsunción
efectiva de esos procesos dentro de la producción capitalista, convirtiendo al propio capital
en naturaleza naturante -productor de la naturaleza- y colocando al resto del ecosistema
como mera naturaleza naturada -producida por el capital.

3. Consecuencias radicales de la subsunción efectiva de la naturaleza


en el capital

Si nos atenemos a las tendencias estructurales del capital, y dejamos al margen la voluntad
particular de sus agentes y sus maniobras superestructurales, lo que queda es, por un lado,
que el conflicto del capital con la naturaleza es afrontado mediante soluciones progresivas y
transitorias. Por otro, que el ideal de naturaleza inmanente al capital es el de un “planeta-
máquina” que resultaría de hacer de toda la naturaleza un vehículo de los flujos de
autovalorización. Una negación completa de lo natural originario, para reemplazarlo por un
ecosistema artificial subsumido en el capital mundial. Para entender cómo esto es posible
necesitamos, además de la categoría de subsunción de la naturaleza, de la categoría
complementaria de artificialización de la naturaleza, que ilustraría el lado técnico del
proceso. Lo que también podría designarse como la subsunción tecnológica de la naturaleza
o abstracción de la naturaleza para reducirla a elemento de la tecnología.

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El proceso de artificialización posee dos niveles cualitativamente distintos, que se


corresponden respectivamente con la subsunción formal y la subsunción efectiva de la
naturaleza en el capital. El primero consiste en la artificialización de ecosistemas mediante la
introducción de modificaciones funcionales y la explotación destructiva. Las modificaciones
funcionales no son nada nuevo, toda agricultura es un ejemplo de eso. La explotación
destructiva no necesita ejemplos. Estos ecosistemas modificados pierden parcialmente su
capacidad de autoproducción y autorregulación, pero su existencia sigue basada en procesos
naturales sobre los que actúa el trabajo humano, por lo que pueden denominarse
adecuadamente como ecosistemas domesticados. El segundo nivel consiste en la creación y
desarrollo de ecosistemas artificiales1, ecosistemas cuya dinámica global es configurada de
forma autonomizada respecto del ecosistema planetario. La forma menos evolucionada de
este fenómeno podemos verla en el caso de los parques urbanos, de los zoológicos y aun de
la agricultura en cuanto no se limita a concentrar y desarrollar variedades originarias del
lugar, sino que introduce variedades foráneas que solamente pueden subsistir gracias al
trabajo y la ecorregulación humanos. La forma más evolucionada es, hasta ahora, la iniciada
con la biotecnología genética y, como veremos, la anunciada por el proyecto de un
capitalismo eco-integrado. A estos ecosistemas fundamentalmente artificiales podemos
denominarlos ecosistemas fabricados. En realidad, las ciudades son el primer ejemplo,
aunque circunscrito al ámbito específico de la reproducción humana, de creación de
ecosistemas fabricados, especialmente desde que en su configuración comenzaron a
integrarse las necesidades ecológicas (calidad del agua, del aire, creación de zonas verdes,
administración de la basura urbana, etc.)

Pero a lo que el capital tiende, como apuntan sus avances más recientes, es a producir
ecosistemas totalmente artificiales que, no obstante, posean propiedades autoorganizativas.
Esto quiere decir que sean capaces de automantenerse, relativamente gracias al trabajo
humano, pero sin depender de este de una forma unilateral o desproporcionada. En otras
palabras, ecosistemas fabricados sostenibles con el mínimo coste y con la máxima
productividad. Así, una vez creados el ser humano operaría aquí más como un modulador
del sistema (labores de ecorregulación) que como un productor del mismo, como ocurre en
los ecosistemas domesticados. Este nivel de apropiación y transformación de la naturaleza
por el capital representa el mismo paso que Marx apuntara dentro de las relaciones entre
trabajo vivo y maquinaria en los procesos productivos: el desplazamiento de la actividad
productiva material en favor de las tareas de supervisión y control de la maquinaria
automatizada.

Aunque la apariencia de estos ecosistemas artificiales autoorganizativos es que serían


espacios cedidos a la naturaleza por el capital, quedan determinados por los intereses del
capital y afectados por sus límites inmanentes: límites a la producción de valor de cambio,
que ponen en peligro la sostenibilidad económica de tales ecosistemas, y también límites a
la producción de valor de uso ya implícitos en esos ecosistemas que, de hecho, siempre
tienen una escala limitada y una configuración autonomizada del resto de ecosistemas. Estas
características ocasionan que cualquier modificación de la dinámica ecosistémica global
amenace también su sostenibilidad o, viceversa, que esos ecosistemas puedan contaminar
biológica o biogenéticamente los ecosistemas colindantes, con resultados potencialmente
destructivos y a veces impredecibles. Aunque posean cierto potencial autoorganizativo
dentro de su marco cerrado, sus relaciones con el exterior son más o menos mecánicas.

1
Dependientes, por lo tanto, de la actividad económica del capital para subsistir, debido, por ejemplo, a la
destrucción de elementos ecosistémicos do tipo predador-presa o sustrato vegetal-vida animal mediante a
caza sistemática, a la cría y alimentación animal de forma artificial, o a la introducción de elementos
foráneos y consiguiente recreación completa o quasi-completa del ecosistema particular para dar lugar a
ecosistemas funcionales al capital y cuya sostenibilidad queda vinculada al ciclo capitalista.

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Los límites a la tendencia a la subsunción efectiva de la naturaleza en el capital no se


encontrarán en la crisis ecológica. Como veremos más adelante, esta funciona como un
catalizador de la acumulación capitalista. Esos límites radican en el factor científico-técnico,
pues las energías no renovables, la dependencia de recursos naturales, los efectos
destructivos incontrolados que ocasionan el cambio climático, e incluso los riesgos de la
utilización extensiva de los transgénicos, son obstáculos a la propia dinámica de
acumulación, a pesar de que solventar el problema suponga en el corto-medio plazo limitar
dicha dinámica. En otras palabras, que el capital se resista a esa reestructuración no
significa que la crisis ecológica actual suponga una contradicción estructuralmente grave, ni
mucho menos que suponga un factor antagónico con la persistencia del capitalismo. Aquí la
gravedad del problema no existe para el capital, sino para los seres humanos; pero los seres
humanos no en sí mismos, sino como elementos útiles en el ciclo del capital.

Lo esencial, el antagonismo radical, sigue consistiendo en que para el capital la vida, los
seres vivos, sólo existen en cuanto que fuente de energía reificable, sea bajo la forma de
capacidad de trabajo o bajo la de condición de producción. El capitalismo decadente tiende a
efectivar esta subsunción hasta el extremo, ya que en él coinciden el máximo desarrollo
capitalista y la máxima contradicción dinámica entre trabajo necesario y plustrabajo.
Mediante el consumismo, el capitalismo intenta camuflar esta reificación ampliada de la vida,
aunque solamente de forma espectacular, ya que si la subjetividad social es así
aparentemente más activa y desenvuelta gracias a la amplificación y diversificación del
consumo, de hecho esa misma dinámica esconde tanto como realimenta la amplificación de
la explotación para producir más y más barato.

De este modo, el capital se opone a la vida como un virus. Lo que el capital produce no es
la simple destrucción del ecosistema originario, como hasta ahora pretendió el ecologismo y
como era común a los modos de producción anteriores. El capital produce un ecosistema
artificial autoalienado, que sirve a fines exteriores la sí mismo y de este modo suprime o
inhibe radicalmente la autosostenibilidad del ecosistema natural global. Como producto del
capital, el ecosistema creado por él solamente existe como función del ciclo del capital. Así,
el desarrollo de la subsunción efectiva de la naturaleza en el capital no supone un
desplazamiento del conflicto de clases hacia el conflicto ecológico, como aparenta ser hoy
debido a la preeminencia omnímoda de la crisis energética. Lo que de hecho subyace al
conflicto ecológico actual -y también a las soluciones para la crisis energética- es el avance
en el proceso de subsunción de la naturaleza en el capital y, por consiguiente, del conflicto
ecológico dentro del conflicto capital-trabajo, ya que nada quedará entonces fuera del ciclo
del capital. La importancia de la crisis energética viene determinada por los límites que
establece para el desarrollo del capital a escala mundial, no por la concienciación ecológica,
cuya importancia económica, política y cultural no se explica en absoluto ni principalmente
por la sola fuerza social de las organizaciones ecologistas.

Igual que el ecosistema producido por el capital obedece a necesidades ajenas a su


autosustento, tampoco obedece a las necesidades ecológicas de sus seres integrantes,
humanos incluidos. Así, también en la producción de la naturaleza por el capital se pone de
manifiesto la doble alienación de la naturaleza implícita en la relación capitalista: alienación
de lo natural en general y alienación de lo humano en particular. Esta contradicción doble es
introducida por vez primera en el proceso de trabajo social por la subsunción efectiva de la
naturaleza en el capital.

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4. Las necesidades ecológicas del capital y las necesidades


ecológicas de la vida: más allá de la ideología ecologista

Vulgarmente se piensa en la economía como algo dirigido a producir bienes para los seres
humanos. Pero el capitalismo no consiste en eso, sino en la producción de valor de cambio.
Las necesidades objetivas para el capital no son las necesidades humanas reales; como
decía Marx, para el capital solamente existen los seres humanos en la forma de fuerza de
trabajo empleable o como compradores de mercancías (si tienen dinero). Las necesidades
humanas no existen para el capital, aunque presente como tales lo que en realidad son
necesidades funcionales a la acumulación de plusvalor. Por consiguiente, el crecimiento
económico no se haya impulsado o restringido por ninguna necesidad humana auténtica,
sino que es el propio dinamismo del capital el que determina las necesidades “objetivas”
para los seres humanos -lo que significa, por supuesto, convertirlas en necesidades
económicas en el sentido más grosero y limitado. El enfoque que defiendo, el de la ecología
integral, supone considerar todo el campo de actividad del capital como el proceso de
producción y reproducción de un ecosistema artificial global. Así, la determinación alienante
de las necesidades humanas se simultanea con la determinación alienante de las
necesidades del ecosistema natural. Las necesidades que el capital reconoce son
exclusivamente las necesidades de ese ecosistema artificial global que él crea y que expande
continuamente para subsumir toda la vida terrestre.

Las necesidades ecológicas del capital son, por lo tanto, de dos tipos: las necesidades
inherentes a la reproducción ampliada de ese mundo creado por el capital, de ese
ecosistema del capital, que son necesidades relativas a la producción de plusvalor, y las
necesidades contingentes, derivadas de la desestabilización del ecosistema natural y de la
propia inestabilidad del metabolismo artificial con la naturaleza que el capital establece -
inestabilidad ligada al carácter fragmentario y ciego del dinamismo del capital. Así, por
ejemplo, tenemos el saqueo de los mares para la extracción de peces, con su vertiente de
destrucción del ecosistema marino, junto con la regulación internacional de los caladeros
para evitar su colapso. En este caso, la inestabilidad del metabolismo artificial supone un
persistente conflicto en torno a la antedicha regulación y a la determinación de los tiempos y
cuotas de pesca, así como una fuente adicional de necesidades. Estas últimas son una
creación capitalista, pues es el capital el que convierte la pesca y el consumo de peces en un
hábito generalizado e indiscriminado frente a la pesca tradicional practicada antiguamente
por las poblaciones costeras locales, típicamente marineras. Es decir, es el capital el que
vende la universalidad del consumo de pescado al convertirlo en soporte de su proceso de
reproducción ampliada, de acumulación, y se lo vende a una población que crece impulsada
a su vez por esa misma dinámica de reproducción ampliada. El resultado demencial es que
el consumo de pescado no se ajusta a las posibilidades de los ecosistemas marinos. Como
solución para el capital ha emergido el sector de la acuicultura, que es tanto un ejemplo de
alteración/deformación de la vida natural (peces que crecen atrofiados) como un ejemplo
rudimentario de creación de un ecosistema artificial.

La reificación de los elementos del ecosistema en los procesos productivos y de compra-


venta incluye, por lo tanto, las capacidades y necesidades humanas al ser fijadas a la
producción y compra-venta de mercancías.2

2
Así, para el capital la carne animal existe solamente como condición de producción (capital constante), del
mismo modo que la carne humana que pone el proceso productivo en movimiento (capital variable), y una
vez transformada la primera pasa a ser mero soporte del valor de cambio, mientras el valor de cambio de la
segunda sirve, mediante la actividad de consumo individual, como portador de medios de cambio (dinero)
para la realización del plusvalor y permitir su conversión en beneficio efectivo, reinvertible luego como capital
adicional. De esta manera tanto la naturaleza externa como la naturaleza humana constituyen meras piezas
en el funcionamiento ciego de la máquina económica capitalista.

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Con el desarrollo de la ecología del capital aumentan también los “efectos secundarios” de
la destrucción de la naturaleza originaria y de la producción de naturaleza alienada. Como
resultado, ha emergido la necesidad de sectores ecorreguladores. De hecho, las acciones
ecologistas cumplieron durante décadas esta función y sus prácticas positivas y modelos
alternativos contribuyeron a prefigurar este tipo de empresas. Aunque hoy, debido a los
costes, aún es un mercado limitado, es esperable que los límites de la ampliación del
mercado global, el crecimiento de la producción de energías renovables y el agravamiento
de la crisis ecológica mundial confluyan para catalizar su desarrollo. De hecho, ésta es la
razón del desarrollo del sector de la recogida y reciclaje de los residuos urbanos e
industriales, de la repoblación de bosques y gestión ambiental, de la ampliación y
mantenimiento de las áreas verdes urbanas, del tratamiento de aguas, etc. 3

Por lo tanto, la tendencia inmanente al capitalismo es el desarrollo de una “economía


ecológica” adaptada a los requerimientos del capital y, en este sentido, sostenible, aunque
sujeta con él a crisis temporales debido a su alienación de la naturaleza -que, a pesar de la
autonomización característica del capital, sigue siendo su base inmanente real. Como decía
Marx, la naturaleza es junto con el trabajo humano la fuente de todo valor. Pero igual que
en el caso de las crisis de valorización, el propio sistema haya en su dinámica
autoestructuradora la clave para resolver transitoriamente las crisis ecológicas. ¿Cómo lo
hace? Ampliando y profundizando la subsunción de la naturaleza y, así, creando las
condiciones para crisis ecológicas más profundas y amplias, y de este modo ligándolas cada
vez más a las crisis de valorización. Es más, al reemplazar el ecosistema natural,
autopoiético, por un ecosistema maquinal, compuesto de fragmentos y subordinado a una
dinámica externa, los peligros de las crisis ecológicas y la necesidad de regulaciones
artificiales -que no obstante solamente pueden ser superestructurales- se intensificarán. Por
otra parte, dado que resolver la crisis de valorización es siempre prioritario, mientras que el
mundo natural se mantendrá siempre como mero soporte de la valorización, la resolución de
las crisis ecológicas será subordinada más estrechamente a la de las crisis de valorización y,
de este modo, en general al mantenimiento ascendente de la tasa de beneficio o de
acumulación. En este sentido, a medida que el desarrollo capitalista socava estructuralmente
la rentabilidad del capital, también socava la capacidad del sistema para afrontar sus crisis
sin incrementar unilateralmente la degradación humana y natural. Esto se apreciará mejor si
abandonamos la noción vulgar del antagonismo entre capitalismo y ecología, y asumimos la
perspectiva aquí formulada del desarrollo de una ecología del capital.

Lo que es inmanente al capital no es la destrucción simple de lo natural, sino la alienación


de lo natural que, previamente, exige destruir su capacidad autopoiética (de esto
hablaremos más adelante con mayor profundidad). Primero mediante la progresiva
abstracción de l@s trabajadores/as y de la vida natural respecto de sus respectivas
necesidades como organismos vivos y ecosistema (autoactividad coherente con sus
cualidades genéricas); después mediante la alienación de sus necesidades como tales, de
manera que los organismos vivos y los ecosistemas sirven con su actividad a necesidades
ajenas. El trabajo alienado es el prototipo, así como el agente, de la producción alienada de
naturaleza.

3
A modo de ejemplo anticipatorio, el caso de la construcción artificial de un bosque en China con ocasión de
los recientes juegos olímpicos sirve para ilustrar la magnitud y dirección de la tendencia del capitalismo a
reconstruir artificialmente lo que previamente destruyó. También me parece oportuno señalar la dudosa
sostenibilidad ecológica a largo plazo de este tipo de obras, pues incluso un ecosistema relativamente grande
es altamente dependiente de su exterior, y si este último es hostil eso producirá una tendencia a la
degradación que solamente podrá compensarse con acciones artificiales, esto es, gastos energéticos y
materiales por encima de lo necesario para una situación de equilibrio dinámico natural.

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Además, el carácter maquinal del ecosistema del capital no sólo conlleva la alienación
progresiva de los procesos naturales y del proceso vital de las especies no humanas,
también de la propia especie humana. La consecuencia es que no solamente el entorno se
hace más artificial y funcional al capital, también la vida humana y, por consiguiente, el
desarrollo de las capacidades y necesidades humanas, es también más antinatural e
irracional. Los seres humanos solamente se relacionan con la naturaleza, tanto la suya como
la restante, de una forma falseada. El ejemplo del reemplazo de las medicinas tradicionales
por la industria farmacéutica y la sanidad industrial, del subsiguiente intento de tiempos más
recientes de recuperar las primeras por parte de sectores conscientes, y la futura
contraofensiva capitalista mediante el monopolio de las terapias génicas, ilustra bastante
bien este conflicto.

Las reacciones románticas y místicas frente a este falseamiento de la relación humana con
la realidad natural, en la forma de la ecología profunda o de la mística salvacionista,
expresan inconscientemente este mismo falseamiento, dado que la humanización de la
naturaleza por un lado y la evolución de la naturaleza humana por el otro son
respectivamente excluidas por dichas visiones alienantes. Pero, de hecho, precisamente en
estos dos procesos y en su unidad dialéctica reside la base para comprender la sociedad
actual y cómo superarla. Mediante el proceso de trabajo los seres humanos transforman la
naturaleza exterior y con eso, al mismo tiempo, su propia naturaleza. En la transformación
de la modalidad de actividad productiva, y por extensión de toda la actividad social derivada
(actividad reproductiva física y psicológica), se hace posible transformar las relaciones de los
seres humanos con la naturaleza exterior y consigo mismos. Pero pretender hacerlo a partir
de un punto de vista contemplativo, como ocurre en la pretensión de “concienciar” a los
otros, o fragmentariamente, actuando solamente sobre uno de esos ámbitos de la vida
humana (aun si es sobre el ámbito de la producción, pues la actuación solamente sobre un
plano presupone una visión alienada del resto), no sirve. Los tres aspectos o planos
generales de la vida -el social, el natural y el personal- son interdependientes y, aunque lo
dinámico sea lo central (la actividad productiva-reproductiva), y dentro de ello la actividad
productiva sea lo más fundamental, el avance hacia una nueva forma de vivir, de actuar, de
ser, puede solamente realizarse mediante un esfuerzo de transformación simultánea de los
tres planos, social, natural y personal.

En conclusión, la tendencia del capital es a subsumir no sólo el metabolismo ser humano-


entorno natural, sino también el metabolismo de todos los elementos del ecosistema. La
agricultura industrial, con el doble componente de ser una artificialización de la vida natural
y, al tiempo, una regulación artificial de los ciclos naturales, alcanza en su forma
biotecnológica la forma adecuada que el capital exige para adecuar la forma material del
proceso productivo agrícola a su dinámica autoexpansiva. En este sentido, la producción
biotecnológica de alimentos o la futura manipulación genética en humanos constituyen las
formas de adecuación de la naturaleza al sistema capitalista. Contrariamente a lo que se
pensaba antes, no se trata de transformar al ser humano en una máquina, lo que sería una
simple reducción, sino de producir seres humanos, formas de actividad social y formas de
vida orgánica, que sean completamente funcionales al capital desde la perspectiva de la
valorización. El capital quiere “mejorar” la naturaleza de acuerdo con sus objetivos
autonomizados, lo que significa fundamentalmente no la tecnificación de la naturaleza, que
queda como algo meramente complementario (productividad material), sino la adecuación
perfeccionada de la naturaleza como valor de uso (materiales y fuerza de trabajo) que sirve
de soporte al valor de cambio (productividad económica o en términos de valor). O sea, la
capitalización orgánica de la naturaleza.

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5. El ciclo ecológico del capital

El proceso productivo capitalista significa destrucción de vida humana y de vida del


entorno, porque no se funda en la creación de vida sino en la acumulación de muerte, de
trabajo muerto. La creación de vida es subsumida y convertida en su contrario. La
humanidad crece destruyendo la naturaleza (y su propia naturaleza) y la ampliación de los
recursos y fuerzas productivas sociales se hace en detrimento de la productividad y de la
capacidad evolutiva del ecosistema global, como desarrollo de un poder autónomo para
dominar los procesos de vida en lugar de asumir un carácter modulador de los mismos,
configurar holísticamente y regular el metabolismo con la naturaleza. Pero, como dije, se
trata de una sustitución del ecosistema originario por otro artificial y capitalista, no de
simple destrucción de la naturaleza.

El ciclo destrucción (explotación de


los seres humanos, de los demás
organismos vivos y de todas sus
condiciones naturales de existencia) -
> producción (original o reciclando) -
> valorización, describe esa dinámica
ecosistémica inmanente al capital.
Tanto la correlación sistémica entre el
calentamiento de las temperaturas y
el oscurecimiento global, como la
experiencia histórica de las
modificaciones locales efectuadas por
el capitalismo sobre los espacios
naturales refuerzan esta idea. Pero es
con la emergencia de los procesos de
tratamiento de residuos, reciclaje,
recuperación de entornos naturales, etc., de manos del propio capital cuando la destrucción
ecológica se presentó de forma directa como punto de inicio de un nuevo ciclo capitalista
completo. Esto supone que la diversificación espacio-temporal del ciclo material del capital
ya no se produce solamente mediante un encadenamiento de procesos de producción y
circulación con orígenes diferentes, sino mediante una verdadera duplicación a partir del
ciclo inicial, mediante un encadenamiento “natural”, ecológico: los residuos del primer ciclo
material sirven de alimento para un segundo, y así los dos ciclos coexisten
simultáneamente. Anteriormente esto solamente podía ocurrir de forma ideal, por ejemplo
cuando el capital adicional producido en un ciclo servía para generar otro ciclo adicional,
pero sin ninguna interdependencia material necesariamente. O en la forma de una división
formal de los propietarios del capital dentro de un mismo proceso productivo. Pero lo
verdaderamente destacable no es la duplicidad, sino el hecho de que la dinámica cíclica del
capital asuma una forma ecológica, lo que significa que el capitalismo tiende a sobrepasar
los límites de un sistema económico y operar como un ecosistema. Ésta es la forma en la
que la subsunción efectiva de la naturaleza en el capital opera de modo extensivo: no se
trata de absorber nuevos recursos naturales dentro del proceso productivo (lo que sólo sería
otra subsunción formal), sino de llegar a subsumir todo el ciclo de existencia material -que
formalmente ya controla- dentro del proceso de valorización. El propio desarrollo capitalista
se caracteriza, entonces, por la tendencia a integrar de forma sistémica todos los elementos
que son necesarios para la valorización, minimizando el desperdicio y maximizando la
productividad también en el plano de los recursos naturales. La llamada gestión ambiental
opera así como un instrumento para maximizar la valorización.

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El segundo ciclo material del capital consiste en que, tras la explotación, el capitalismo
genera recursos adicionales, haciendo de los daños que él mismo ocasionó a la vida una
nueva fuente de lucro. Pero también la explotación del trabajo es una forma de destrucción
de la naturaleza humana. En consecuencia, las frustraciones y taras humanas derivadas de
la explotación (directamente a través del trabajo o de la participación en el ciclo económico,
indirectamente a través de las consecuencias medioambientales y sanitarias de todo ello)
constituyen necesidades adicionales, que el propio sistema se encarga de reificar y
mercantilizar para ampliar el espectro del mercado con productos de nuevo tipo, del mismo
modo que lo hace con las necesidades funcionales derivadas de su propia organización social
(como el caso de la comunicación social, transformada de actividad comunitaria espontánea
en actividad autonomizada y mercantil por los medios de “comunicación” de masas.)4

Así considerada, la destrucción de lo humano no es comienzo de un nuevo ciclo. Pero si


consideramos las actividades económicas directamente vinculadas a ese proceso, como la
medicina, la psicología o el ocio, claramente podemos hablar de un tercer ciclo, aunque sea
menos importante económicamente porque en estos campos la concentración de capital es
menor -con excepción del sector farmacéutico- y porque dependen principalmente de los
salarios de l@s trabajadore/as. Entonces podemos ver que, más que una duplicación hay
una triplicación: un ciclo originario degrada las condiciones de producción mediante la
extracción de materiales y energía o mediante la emisión de residuos, y degrada también la
capacidad viva de trabajo, dando lugar una triplicación ulterior para restablecer por un lado
las condiciones de producción y por otro la capacidad viva de trabajo.

La dinámica ecosistémica del capital puede verse también en sus unidades territoriales
mínimas, las grandes ciudades modernas, microecosistemas artificiales alienados. Aquí se ve
precisamente cómo la “ecología” es tan “lógica” para el capital como la explotación humana
y natural y la consiguiente valorización. La expansión urbanística sirve para concentrar la
fuerza de trabajo disponible. Pero las consecuencias destructivas de esta concentración para
el medio ambiente y para la salud y la sociabilidad de los propios habitantes urbanos, tienen
que ser afrontadas mediante reestructuraciones urbanísticas y económicas que generan a su
vez plusvalor adicional y realimentan de este modo la expansión capitalista y, finalmente, la
propia concentración urbana. Así, la destrucción y la reestructuración del medio ambiente
capitalista se realimentan y devienen inseparables, como única forma de estabilizar la
reproducción ampliada del sistema capitalista -la misma razón de fondo por la que la
producción más contaminante se deslocalizó a los países más subdesarrollados.

Igualmente, para el capital el reciclaje o la recuperación ecológica no significan eliminar


destrucción ecológica en términos absolutos, sino amplificarla. Cada ciclo originario del
capital se efectúa a un nivel mayor de crecimiento productivo y así siempre tiene que
incrementar la “entropía”, energética y/o material. El segundo ciclo derivado, de reciclaje,
sigue alimentándose de esta destrucción y ampliándose con ella, lo que supone también un
consumo de energía y de materiales. Globalmente, la duplicación o triplicación del ciclo
capitalista analizada supone una aceleración de la acumulación global que aumenta el capital
excedente disponible y así contribuye a acelerar la autoexpansión de la producción global,
que implica también ampliar la destrucción ecológica. El punto clave es que la destrucción
ecológica no se reduce a la generación de residuos, sino que comprende toda apropiación

4
Además, dado que dentro del capitalismo no cabe eliminar las causas de esas necesidades o satisfacerlas
de forma natural, mediante el desarrollo libre de la autoactividad de los individuos, la mercantilización y la
alienación del contenido natural de las necesidades se presenta como un fenómeno mayormente inevitable y,
una vez consolidado, como un hecho tan “natural” como el carácter alienante de la sociedad existente. Así, el
consumo alienado opera como parte imprescindible en el mantenimiento de la esclavitud espiritual de las
masas, mantenimiento de sus estructuras de carácter represivas e de sus modos de comportamiento social
que toman y reproducen “naturalmente” las relaciones sociales capitalistas y la forma de conciencia
correspondiente.

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unilateral o mecánica de la naturaleza, que de hecho destruye los procesos naturales


originarios. El reciclaje se refiere a los residuos, la recuperación ecológica a espacios
periféricos. Mientras, la autoexpansión del capital prosigue, aumentando exponencialmente
el flujo de materiales y de energía e, inevitablemente, de residuos, que vivifican el sistema,
en tanto el ecosistema presenta una dinámica de crecimiento restringida y no puede
contrarrestar indefinidamente esa dinámica apropiadora. Aun si la eficiencia ecológica del
capitalismo se maximizase, su crecimiento global y ciego sigue siendo por sí mismo la causa
principal de la destrucción ecológica, pues el capitalismo sólo puede subsistir ocupando
espacios y apropiándose de procesos naturales, extendiendo su ecosistema fabricado
alienante.

Esta destrucción es irrecuperable en tanto fundamenta las condiciones de producción que el


capital necesita, porque en última instancia ni los espacios para establecer la producción y la
población humana, ni los materiales empleados en el proceso productivo, pueden salir de la
nada; el capital puede autonomizarse de la naturaleza solamente incrementando su nivel de
apropiación de la misma y, así, destruyéndola. Éste tal vez sea el punto fundamental: lo que
el capital destruye fundamentalmente no son los procesos de reproducción del ecosistema
natural debido a la introducción de elementos contaminantes, sino los procesos de
producción que originan ese ecosistema, debido la que ocupa su territorio y se apropia de
sus fuerzas y elementos constitutivos. Así, igual que ocurre con la explotación humana, todo
lo que hace el segundo ciclo del capital desde un punto de vista ecológico verdadero es
paliar los efectos indeseados -periféricos- de la actividad capitalista, mientras mantiene los
efectos centrales. De hecho, la estructuración del segundo ciclo contribuye a aumentar la
destrucción al requerir espacios, materiales y energía adicionales.

De esta forma, aunque los procesos de recuperación de lo destruido reducen el volumen de


destrucción periférico relativamente, en comparación con estadios anteriores del modo de
producción social, el crecimiento global del capitalismo lo amplifica estructuralmente de
forma absoluta. De hecho, como se puede apreciar en la formación de la duplicación o
triplicación del ciclo material del capital, los ciclos de reciclaje material y humano siempre
crecen por detrás del ciclo originario y, así, nunca tienen la capacidad de asimilar los efectos
destructivos adicionales que produce cada nuevo ciclo ampliado que comienza (además de
que esto sólo es relevante, como he dicho antes, para los efectos periféricos a la
constitución de la producción y reproducción ampliada del capital). Por tanto, desde un
punto de vista ecológico verdadero, estos ciclos superpuestos resultan poco eficientes
globalmente, aun dentro de su alcance limitado.

6. La función capitalista del ecologismo dominante

En síntesis, al adoptar una forma ecosistémica, el ciclo del capital anula el sentido original
de las medidas ecológicas y las convierte en resortes de su autoexpansión destructiva.
Solamente mediante el enfoque ecológico integral es posible comprender la significación
radical de esto. El reformismo ecológico está cumpliendo de este modo, en las últimas
décadas, exactamente la misma función que el reformismo social cumpliera anteriormente:
estimular económicamente y legitimar ideológicamente determinada fase de desarrollo
histórico del capitalismo.

Pero todavía no he acabado. Como valor que se autovaloriza, el capital recicla solamente lo
que puede valorizarlo. Para que el “equilibrio natural” o el “cuidado de la naturaleza” sean
una fuente de valor, primero deben existir como necesidad social objetiva, esto es: dejar de
existir de forma natural, ser socialmente destruidos para poder ser luego socialmente
reconstruidos. Por eso, toda la actividad ecológica del capital presupone la previa

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destrucción de su objeto. El capitalismo no restituye ninguna armonía natural -aun en el


sentido de adecuar la producción y reproducción de la vida social a la del ecosistema
planetario. Que a veces lo haga parcialmente es una cuestión contingente y efímera, dado
que lo que el capital efectivamente restablece no son más que sus propias condiciones de
producción y reproducción ampliada; esto es lo único que el conoce, el único factor
estructural que determina su dinámica de valorización. El capital se autorrecicla, se
autotransforma, para ir configurando su propio ecosistema valorizador.

Todo esto es una tendencia y, por lo tanto, solamente en el capitalismo maduro puede
comenzar a manifestarse visiblemente su carácter sistemático. Ésta es la base subjetiva que
hace sostenible al movimiento ecologista actual, sin la que no podría llegar a ser una fuerza
socio-política importante. El problema es que las teorías ecológicas ahistóricas y asociales
mistifican ahora el lado ecológico del capitalismo, poniendo las coincidencias contingentes y,
en general, las actividades ecológicas periféricas del capital, como el ejemplo a seguir. De
ahí la función conservadora y mistificadora de la propia lucha ecologista, el hecho de
constituir históricamente un proyecto enteramente funcional al sistema, al igual que lo
hiciera la lucha de clases reformista.

Además, la dinámica de elevación de la composición orgánica del capital supone una menor
necesidad de tasa media de crecimiento de la fuerza de trabajo disponible, así como
convierte la ciencia tecnológica y el saber-hacer en determinantes principales de la
producción5. Por consiguiente, introduce la posibilidad de una autorregulación ecológica de la
sociedad capitalista que, aunque sea superestructural, ineficiente y alienadora, antes era
impensable.

Frente a esta autorregulación existen, sin embargo, contratendencias relativas. Las


transformaciones tecnológicas hayan en la tendencia descendente de la tasa de beneficio un
factor que inicialmente retarda su generalización. El subdesarrollo capitalista de grandes
áreas del planeta también opera hasta cierto punto como un límite a la destrucción
ecológica; pero esto cambia con la deslocalización de la gran producción industrial hacia
esos países, con mano de obra más barata y regulaciones sociales y ecológicas menos
estrictas. Y viceversa, también existe un flujo migratorio desde los países periféricos hacia
los países centrales, donde aumenta artificialmente el ejército de reserva de fuerza de
trabajo, acelerando en los últimos la acumulación de capital. Así, esta forma altamente
internacionalizada de la dialéctica desarrollo-subdesarrollo, con la deslocalización por un lado
y la migración masiva por el otro, es un factor decisivo en la compensación de la tendencia
descendente de la tasa de beneficio y, de esta forma, un acelerador de la reestructuración
ecológica capitalista. Tal forma de articulación de los flujos de capital y fuerza de trabajo
agudiza el carácter destructivo del sistema, aunque también perfila más agudamente su
carácter de clase la escala global, al acelerar la desruralización y proletarización de la
populación mundial y al ligar el problema ecológico más directamente a la dinámica propia
del capital.

Por tanto, en la efectividad de estas tendencias y contratendencias hacia una ecología del
capital tienen mucho que decir la lucha de clases y el comportamiento social en general.
Esta claro, como puede verse en las reuniones de los máximos representantes del
capitalismo mundial (G8, etc.), que dejar el problema ecológico en sus manos es
simplemente inviable. Pero esto no significa que todas las luchas e iniciativas sociales desde
abajo sean antagónicas al capitalismo; en realidad, la lucha de clases es la forma general en
la que se hacen valer las necesidades materiales de la sociedad que son siempre marginadas
por la economía capitalista. Tales luchas solamente serán antagónicas en cuanto hagan valer

5
Pues cualquier modificación tecnológica puede alterar sustancialmente el nivel de entropía generado
globalmente.

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necesidades que no se ajusten ya a los parámetros de la economía capitalista, porque se


oponen a la dominación del valor de cambio sobre el valor de la vida.

Por otra parte, si el reemplazo de recursos de origen natural por sustancias artificiales y
recursos reciclados disminuye relativamente el nivel de destrucción para un volumen dado
de producción, esto no significa necesariamente una mejora de las condiciones
medioambientales. La relativa abundancia de los nuevos recursos estimula la
reestructuración capitalista, pero no la reparación medioambiental, de manera que muchas
veces las áreas degradadas quedan simplemente abandonadas a su suerte. El mismo
fenómeno se presenta para la fuerza de trabajo excluida de la producción. El resultado es
que se explotan nuevos espacios y recursos, con la consiguiente destrucción adicional,
mientras los viejos no se recuperan.

Expresado a escala global, puede decirse que la destrucción ecológica provocada por el
capital disminuye relativamente a medida que éste se desarrolla históricamente, aunque en
términos absolutos aumente por el mayor volumen de producción global. Pero si dejamos de
trazar una distinción mecánica, desnaturalizante y deshumanizante, entre el desarrollo libre
de los organismos vivos, su salud y sus condiciones ambientales de existencia -el enfoque de
la ecología integral, aquí defendido-, entonces para la humanidad y toda la vida planetaria la
destrucción aumenta tanto en términos relativos como absolutos, porque no sólo aumenta el
volumen de producción global de manera absoluta, también la disminución relativa
(cuantitativa) gracias al desarrollo científico-técnico se ve sobrecompensada, por la
intensificación y profundización de la alienación de la vida (cualitativa). Y de esta destrucción
cualitativa se deriva, por su lado, una destrucción cuantitativa constante y radical mucho
más peligrosa, por cuando es menos visible. La subsunción efectiva de la vida en el capital
puede definirse adecuadamente como un paso de las formas de destrucción simples hacia
formas de destrucción complejas, caracterizadas por la sustitución directa de la naturaleza
originaria por una naturaleza artificial y funcional al capital.

El capital es la reproducción ampliada de la supervivencia alienada de la vida humana y


planetaria, su reducción y mantenimiento como meros elementos funcionales de la
acumulación de capital, y su resultado necesario es una humanidad deshumanizada y un
ecosistema artificializado, necrófago y necrófero -que se alimenta de muerte y produce la
muerte. El trabajo alienado produce una naturaleza humana y ambiental igualmente
alienada, dando como resultado la autoalienación del sujeto del trabajo respecto de sí mismo
y de su entorno, autoalienación que hace cada vez más visible que ella no es un problema
meramente de conciencia, sino que tiene directamente efectos psico-somáticos y ecológicos.
En la medida que el capitalismo se desarrolla, se hace mayor el alcance de su dinámica
ecológica alienada, tanto en su aspecto destructivo inicial como en su aspecto de
recuperación artificial subsiguiente; por lo tanto, la persistencia del capitalismo solamente
prepara nuevas crisis ecológicas y catástrofes “naturales” a mayor escala, mientras tanto
reduce el potencial autoorganizativo del ecosistema planetario e incluso de la propia
naturaleza humana (anquilosamiento de la creatividad, enfermedades degenerativas,
cáncer, vida sedentaria y gris, exceso de medicalización, etc.), que permitiría hacer frente a
los efectos negativos de todo ello6.

En conclusión: cuanto más el trabajo social incrementa el capital, mayor es la degradación


de la vida humana y natural.

6
Un ejemplo adicional de esta dinámica en el campo de la naturaleza humana es el tema del incremento de
la utilización de técnicas de fecundación asistida: ¿es saludable favorecer la reproducción de una población
biológicamente tendente a la infertilidad? O en caso de deberse a efectos ambientales, resulta desde luego
una contramedida que mistifica prácticamente un problema muy grave.

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7. El ejemplo de los “bio”combustibles

El ejemplo de los nuevos “bio”combustibles sirve para ilustrar la dinámica del capitalismo
ecológico. Formulada en su orden histórico, esta dinámica sería concretamente:

1) extracción de petróleo -> 2) refinado -> 3) valorización -> 4) contaminación -> 5)


reestructuración energética (producción de “bio”combustible) -> 6) valorización.

Esta dinámica puede dividirse en dos ciclos: un ciclo “originario” de destrucción-producción-


valorización y un ciclo “derivado” o “rehecho” destrucción-producción-valorización.

Los agrocombustibles surgen como supuesta alternativa al petróleo de manos de las


multinacionales agrarias y petroleras, o sea, de dos de los principales causantes de la
destrucción ecológica mundial. Las primeras tienen el ojo puesto en el desarrollo de la
química agraria y en el diseño de transgénicos. Las segundas saben que el petróleo ya no es
el futuro, así que ven en los combustibles alternativos una salida anticipada y, de paso, la
ocasión de crecer en un nuevo mercado. Pero a pesar de la propaganda capitalista, sería
imposible un reemplazo significativo del petróleo por los agrocombustibles, y eso sabiendo
que cualquier avance en su producción implica un aumento de la superficie mundial dedicada
a la agricultura a gran escala, o sea, un incremento de la deforestación, del agua dedicada a
la agricultura, y deterioración del suelo y de la biodiversidad. La producción de
agrocombustible, por otra parte, requiere también de petróleo (e igualmente su transporte),
lo que se agrava porque la propia producción presenta un rendimiento energético negativo:
se necesita como mínimo más de 1 kilocaloría de petróleo para producir 1 kilocaloría de
etanol o de biodiesel.

La expansión de la superficie disponible para la agricultura energética no solamente


disminuiría la producción natural de oxígeno y absorción natural de CO2, sino que
aumentaría la de CO2 hasta incluso anular aquella que, en teoría, puede evitarse con la
sustitución del petróleo por los agrocombustibles. Pues el cultivo de tierras de posío o
prados, ricas en materia orgánica, libera CO2. Si los agrocombustibles al quemarse liberan,
por su vez, el CO2 contenido en las plantas con que se producen y otros gases que también
contribuyen al efecto invernadero, entonces claramente no son una alternativa al petróleo
más que desde la perspectiva del lucro de los grandes capitalistas, a los que encantados se
asocian la industria maderera, los fabricantes de maquinaria agrícola, la industria del
automóvil (que, de este modo, intentan evitar la reducción drástica de las ventas debido al
ascenso irreversible del precio del petróleo, mientras que apenas necesitan introducir
cambios tecnológicos) y por supuesto, como ya se sabe, los especuladores internacionales.

La clase capitalista juega con la baza de que las consecuencias negativas se concentrarán
en el corto-medio plazo en los países empobrecidos, debido principalmente a la reducción de
las tierras fértiles disponibles y a la elevación de los precios alimentarios. Dado que la
producción agraria es escasa en relación a la demanda de agrocombustibles, por las
limitaciones estructurales en la disponibilidad de tierras, y dado que el crecimiento del
capitalismo mundial supone una demanda final ascendente, la expansión del sector de los
agrocombustibles conlleva una tendencia estable a hacer de la economía agroalimentaria
una economía dominada por la inflación y la especulación, como ocurre en el sector
inmobiliario. La propia decadencia del capitalismo, con su ralentización relativa del desarrollo
productivo hace, por otra parte, que a los capitalistas les resulte tan económicamente
irrelevante como imposible de resolver el problema del hambre aumentada que todo esto
está ya provocando, dando al hecho de que quien no tiene dinero no existe como
consumidor para el capital, su manifestación material extrema: quien no existe como

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consumidor no existe como persona y bien puede morir en silencio, está fuera del
ecosistema del capital, pertenece a la “fauna salvaje”.

En resumen, aunque las consecuencias de esto son más graves para la población de los
países más pobres, tampoco son inexistentes para la población trabajadora de los países
imperialistas, donde si bien puede amortiguarse algo la subida de los precios de los
alimentos y de los combustibles, no se verá compensada por un incremento salarial, sino
que persistirá, como antes, la tendencia descendente de los salarios. Además, la
combinación de la insuficiente oferta de derivados del petróleo con los límites estructurales a
la producción de agrocombustibles terminará por volver a ocasionar la subida de los precios,
por no hablar del problema de que es dudoso que aquellos hagan algo contra el cambio
climático.

Este panorama permite anticipar la viabilidad a medio plazo de una oposición unitaria del
proletariado internacional al “capitalismo verde”, sobre todo teniendo en cuenta que, como
la historia ha venido demostrando, no cabe esperar de las meras masas hambrientas y
objetivamente desclasadas una oposición revolucionaria, sino meras revueltas estériles. No
podemos afrontar el problema de forma ética como ONGs, porque la lucha de clases es lo
único que puede alterar la situación de manera consistente y a escala mundial. Tampoco el
tema de la “soberanía alimentaria” es un enfoque adecuado, ya que mientras exista el
capitalismo mundial será fútil reclamar cualquier régimen de autogobierno, que aun si fuese
real resultaría con todo impotente, ante el poder económico, para alterar la división
internacional del trabajo, la dirección de los flujos de capital y las condiciones de explotación
de la fuerza de trabajo7.

Por lo tanto, si reexaminamos la dinámica ecológica del capital tal y como la he expuesto
más arriba, veremos que no solamente persistirá mientras persistan el uso del petróleo y la
producción de agrocombustibles, sino también persistirá aun si se emplean
agrocombustibles para producir más agrocombustibles e igualmente cuando se pretendan
reemplazar estos por otra nueva fuente de energía realmente ecológica. No deja de ser una
demostración de la inherencia al capital de esta dinámica de expansión alienada de la
naturaleza el hecho de que la propia producción de agrocombustibles, convertida en
necesidad social gracias a la contaminación petrolera, repita en su interior esa misma
dinámica, funcionando directa e indirectamente mediante el petróleo y vendiendo su
producto como solución a una contaminación que ella misma contribuye a reproducir a
escala ampliada.

Esto debería llevarnos a una crítica anti-industrial específica. El diseño de la tecnología


capitalista y los propios procesos de investigación industrial -no solamente la producción
material- se definen por el objetivo de dominar la naturaleza, no de imitarla. La imitación de
los procesos naturales que constituye la utilidad tecnológica de la ciencia moderna y en la
que, por consiguiente, se basa toda la tecnología actual, tiene un carácter meramente
instrumental en el capitalismo (y lo mismo la propia tecnología como fuerza productiva
material), razón por la cual la aplicación tecnológica del conocimiento científico no se rige
nunca por criterios ecológicos ni biológicos humanos. Éstos ni siquiera se encuentran
subordinados a la dinámica de autovalorización ciega, sino que simplemente quedan fuera
de las variables de toda la dinámica material del capital, pues ella solamente existe como
función derivada de la autovalorización. Si se presentan como un factor es porque son

7
Estos factores son determinados a través del mercado mundial y de la composición tecnológica local, lo que
aumenta la explotación del trabajo en los países de capitales más débiles. Esto explica por qué la producción
de agrocombustibles puede ser más rentable que la producción de petróleo, pero también por qué la
auténtica soberanía popular tanto en los países pobres como en los ricos no podrá obtenerse más que
mediante una revolución que suprima el capitalismo mundial.

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impuestos al capital desde fuera de su autodinamismo, por la actividad autónoma de masas


o por una dependencia material del ecosistema natural (factor que tiende a ser suprimido
relativamente con la creación de un ecosistema artificial.)

Como ciclo derivado o segundo, la producción de agrocombustibles ejemplifica también,


mediante la aplicación masiva de biotecnología y maquinaria al proceso natural de
germinación y crecimiento de las plantas, que la destrucción del metabolismo natural no es
un simple “defecto” del capitalismo, aunque se sepa inmanente a él, sino un paso en
dirección a su sustitución por un metabolismo artificial cuyo objetivo no es restablecer el
metabolismo natural originario (el capital solamente reconoce lo “natural” como límite o
como instrumento para su autoexpansión), sino amplificar la subsunción de la naturaleza y
de la vida en el capital, hacerlas intrínsecamente capitalizables.

Al operar así, el capitalismo actual ha colocado nuevamente ante nosotr@s la vieja cuestión
“comunismo o barbarie”, pero ahora precisando más sus contenidos y su trascendencia
práctica para la humanidad, así como resaltando su fundamento: la actividad humana que,
al producir capital, empuja a la humanidad hacia su autodestrucción, biológicamente en la
forma de una degradación ecológica y climática acelerada, socialmente en la forma de una
degradación de las condiciones de trabajo y de vida de l@s trabajadore/as, espiritualmente
en la forma del desarrollo de una autoalienación extrema de la vida cultural que fomenta y
instrumentaliza un egoísmo mercantilista de masas.

8. ¿Hacia un capitalismo eco-integrado? La utopía del capitalismo


“orgánico”

En teoría, y ya existe un interés emergente en los sectores del capitalismo verde, sería
posible reducir a casi cero el impacto ambiental, que toda la producción pueda ser
ecológicamente integrada en el ecosistema: productos y residuos reciclables y/o
biodegradables, instalaciones eco-armónicas (autosuficiencia energética no contaminante,
materiales de construcción no contaminantes) que cumplan funciones eco-reguladoras (por
ejemplo, tejados ajardinados que compensen la destrucción del suelo y de la vegetación)...

En primer lugar, si esto se presenta como una necesidad es porque previamente se


desarrolla generalizadamente el modelo contrario. Ese capitalismo, que habría de ser
perfectamente ecológico, es dudoso que sea posible como forma prevaleciente, debido a los
costes de reestructuración y al carácter global del problema. Por una parte, no todos los
capitales o países pueden asumir esos costes de forma rentable, por otra los propios
encadenamientos productivos globales hacen también inviable ese modelo a escala global.
Pero como tendencia en el largo plazo no es propiamente una utopía; el carácter utópico del
asunto no se refiere a la posibilidad de ese tipo de reestructuración del capital sino a su
pretendida eco-integración perfecta -ya sin mencionar la omisión del problema de la
alienación humana que yo afirmo como lo ecológicamente central (la madre del cordero,
vamos)-, a su pretensión de alternativa global.

Lo que el capital destruye no es la naturaleza “en sí”, pues él mismo es naturaleza en


cuanto posee existencia material (no voy a entrar aquí en la cuestión de si el capital como
forma social es naturaleza también). Lo que destruye, como vimos antes, es la naturaleza
originaria para reemplazarla por otra producida artificialmente, lo que da por resultado el
reemplazo mecánico de los elementos e interrelaciones sistémicas que sostienen la vida
natural por elementos e interrelaciones artificiales, cuyo objetivo además no es sostener la
vida, sino la acumulación de riqueza abstracta (lo que materialmente significa: producción
por la producción). Esta dinámica ecológica alienada o ecología del capital supone que la
tendencia espontánea del capitalismo es proyectar sobre el ecosistema global su propia

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología II: La ecología del capital Pág. 18 de 23

anarquía mercantil y la instrumentalización de los recursos materiales como medios de


autovalorización. Dado que esta es la esencia misma del sistema capitalista, resulta
totalmente irrisorio pretender que esa tendencia omnímoda pueda “corregirse”, o aun
suprimirse, mediante algún tipo de legislación ecológica o mediante la promoción de un
modelo de desarrollo especial. Como ocurre en el plano de la alienación social, la explotación
del trabajo no puede eliminarse; toda limitación al respecto es relativa y temporal, y no
depende en última instancia de la legislación ni de las ideas.

El capitalismo “orgánico” supone eliminar los límites ecológicos en el “output” (residuos) y


en el “imput” (energía, materiales). Lo que caracteriza internamente el modelo es la
reducción e internalización de los costes ecológicos, pero al mismo tiempo valorizándolos.
Dado que toda internalización sistemática supone trabajo humano adicional, se convierte
también en fuente de plusvalor, que objetivamente tiene que valorizarse y cuya realización
fácilmente puede promoverse mediante las etiquetas “verdes”. Tratándose de empresas
emergentes y en concurrencia con otras mayores, su nivel tecnológico favorecerá que estos
costes no supongan precios demasiado elevados. Como resultado, ésta será la forma en que
este nuevo modelo previsiblemente se extenderá en las décadas venideras, hasta el punto
en que su propia extensión elimine sus peculiaridades como ventaja competitiva.

Por supuesto, si la idea de un capitalismo “orgánico” está adquiriendo relevancia es porque,


por lo menos un sector del capital, ve en esta reestructuración una salida rentable para una
situación de competencia mundial extremadamente difícil. El proyecto del capitalismo
orgánico solamente lleva hasta el extremo la táctica del capitalismo verde, con la diferencia
de que al hacerlo transforma la mistificación ideológica del “enverdecimiento” en una
mistificación real, materializando aisladamente el sueño utópico del capital de saltar por
encima de sus contradicciones -en este caso, la contradicción entre su dinámica de
valorización y la dinámica del ecosistema planetario. Pero al igual que el sueño del
capitalismo “humanizado”, estas reestructuraciones solamente pueden amortiguar ciertos
efectos negativos, mientras que mantienen la patología fundamental que no deja de crecer
junto con el desarrollo del capitalismo.

La primera cuestión práctica es que el reciclaje no puede ser nunca la fuente única de
recursos de la economía, y menos en una economía cuyo sello distintivo exterior es la
autoexpansión continua y global. Todo consumo y los procesos productivos de
transformación generan un desgaste material, por el que lo que resta para reciclar es, en el
mejor de los casos, solamente una parte del material original. Para producir otra vez la
misma o mayor cantidad de productos nuevos se precisa obtener de la naturaleza más
materiales y energía. Así, constantemente la producción originaria y la producción reciclada
tienen que combinarse, con la consecuencia implícita de que se produce una nueva
extracción de valores de uso de la naturaleza. Si, como afirman los teóricos del capitalismo
eco-integrado, el objetivo más que el reciclaje es la biodegradabilidad de productos y
residuos, de manera que todo sea asimilable por el ecosistema natural, esto tenderá de
hecho a incrementar la actividad extractiva, que podría ser más o menos contaminante y
violenta, pero que igualmente es fuente de alteraciones duraderas en el ecosistema natural.
Además, la biodegradabilidad presenta dos consecuencias más: 1ª) promoverá la producción
en masa de “usar y tirar”, aunque “ecológica”, lo que aumentará exponencialmente la
objeción anterior; 2ª) en la práctica justificará realmente la subsunción total de la naturaleza
en el capital, haciendo equivalentes el ecosistema natural y el ecosistema creado por el
capital. Pero esta equivalencia solamente sería cierta si: a) el capital no poseyese una lógica
o dinámica interna contraria a los objetivos de autoconservación y autoevolución
característicos del ecosistema complejo del planeta; b) las modificaciones en el ecosistema
natural se llevasen a cabo de forma planificada y haciendo valer como determinantes a la
hora de decidir los efectos en el largo plazo para el ecosistema global, lo que es imposible
sobre una base económica capitalista. Aquí cada capital opera “libremente”, las instituciones
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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología II: La ecología del capital Pág. 19 de 23

comunitarias son superestructuras subordinadas al desarrollo del capital y los estudios de


impacto ecológico solamente pueden tener un alcance subordinado a la dinámica del capital
-lo que significa que su alcance es forzosamente limitado en el contenido, pero también en el
espacio y en el tiempo.

Esto último no sólo se debe a los intereses de valorización. Por una parte, no existen en el
capitalismo las estructuras de estudio y planificación necesarias para una consideración
precisa del impacto ecológico global y en el largo plazo. Por otra parte, tampoco existen las
inversiones necesarias ni un conocimiento tan profundo del ecosistema global como sistema
complejo autopoiético no lineal, con lo que los resultados en el largo plazo de los cambios en
el ecosistema siguen siendo impredecibles. Lo más que se puede evaluar con certeza es el
impacto en el medio plazo y dentro de áreas geográficas e interrelaciones ecológicas muy
delimitadas.

Así que, mal que les pese a los teóricos del capitalismo eco-integrado, lo que han creado no
es una alternativa de economía sostenible, sino la ficción de una ecología reificada,
producible en masa mercantilmente y que, llevada adelante por la dinámica ciega de
autoexpansión capitalista, tenderá a reemplazar el ecosistema natural aun más
aceleradamente, proporcionándole al mismo tiempo a aquella una mistificación
naturalizadora. Constituirá así el modelo para una nueva fase de la subsunción de la
naturaleza en el capital.

Si hasta ahora el capitalismo se ha caracterizado por la apropiación de la naturaleza


negando su valor, convirtiéndola en mero soporte instrumental de la autovalorización (lo que
ya está implícito en la relación valor de uso-valor de cambio dentro de la producción
mercantil capitalista), la nueva fase apunta a poner la naturaleza como producto de la
autovalorización: una naturaleza producida por el capital, la colonización radical del
ecosistema natural por el ecosistema artificial8 del capital. En cuanto sistema alienado de la
naturaleza ambiental y humana, el capitalismo no puede hacer otra cosa que proyectar -
ideal y materialmente- esa alienación constitutiva en su producción. El capitalismo orgánico
es la mistificación acabada de esta proyección. Formalmente, la mistificación consiste en
confundir dos niveles ecosistémicos o funciones ecológicas diferentes: la imitación localizada
de los procesos ecológicos con la integración ecológica sistémica, la producción ecológica
autonomizada con la reproducción ecológica integrada.

9. La significación social de la “producción de naturaleza” por el


capital

El capital no produce naturaleza en general, solamente la produce en cuanto opera como


soporte necesario de su autovalorización. Ésta es la razón por la que la mera destrucción de

8
Un inciso. “Arficial” no significa necesariamente “no orgánico” o “no vivo”, sino hecho por los seres
humanos y diferente de la naturaleza originaria. La biotecnología es ya un ejemplo de que es precisa una
definición más sutil, de este tipo, pues de otro modo acabaríamos por perder la referencia de lo natural y
seríamos prisioneros del marco de referencia ideológico producido por el capital.
Por otra parte, “artificialización de la naturaleza” tiene una connotación mecanicista, que nos remite a una
transformación determinada fundamentalmente por la voluntad humana. Mientras, “humanización de la
naturaleza” nos remite a la interacción entre naturaleza humana y naturaleza exterior, incluyendo así la
posibilidad de una armonía entre lo humano y su entorno. Esta es la concepción marxiana, ya que para Marx
la humanización de la naturaleza no se refiere solamente a la naturaleza exterior. Para él la propia
naturaleza humana es una producción histórica, una naturaleza que se va haciendo humana a partir de la
animalidad. La alienación puede entenderse, desde esta perspectiva, como una humanización incompleta o
distorsionada de la naturaleza humana, que tiene su correspondencia en la forma de vida social y en la
forma de interacción con la naturaleza exterior.

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la naturaleza persistirá siempre, como parte del propio proceso productivo o como mero
“daño colateral”.

La producción de naturaleza por el capital tiene dos aplicaciones primordiales. En el proceso


de trabajo, las mejoras ambientales y psicológicas aumentan el rendimiento de la clase
obrera (lo que se extiende a las condiciones y hábitos de vida extralaborales) y la producción
de materiales primarios y auxiliares más específicos aumenta la eficiencia productiva y
posibilita también aumentar los ritmos de producción. En el proceso de valorización las
medidas anteriores permiten incrementar los márgenes de plusvalía normales y, cuando el
proceso productivo integra más tiempo de trabajo debido a tareas con fines ecológicos, eso
añade un plusvalor adicional mediante tres procedimientos: 1) valorizando simplemente
esos costes ecológicos adicionales; 2) accediendo a una mayor cuota de mercado mediante
el uso de los costes ecológicos como recurso promocional en la lucha competitiva y 3) el uso
como recurso promocional puede servir de excusa para precios por encima del valor real y
así permitir una transferencia del plusvalor originado en otros capitales. Yo diría que los tres
procesos se combinan en una u otra medida. Pero mientras los dos últimos mecanismos son
perecederos, dependen de que las inversiones ecológicas no sean la norma en el mercado
particular, el primero es permanente. Aquí se ve que, aunque toda internalización de costes
es negativa en el corto plazo para un capital dado, dicha internalización puede generar sin
embargo un enorme campo de actividad para otros capitales (recogida y tratamiento de
residuos, mantenimiento adicional o renovación de las instalaciones, aumento de la
cualificación de la fuerza de trabajo), y mismo esto puede darse sin que realmente el
causante de las taras ecológicas pague, como ocurre en el caso de la recogida selectiva de la
basura urbana u otros residuos tecnológicos, o puede compensarse con una elevación
ulterior de la tasa de acumulación del capital afectado por la internalización, por ejemplo
aprovechando la reestructuración para introducir mejoras técnicas o mediante los
mecanismos mencionados más arriba.

Se entenderá bien por qué en los países más desarrollados se extendió cierta cultura
orientada a promover la salud, particularmente en los hábitos alimentarios y de cuidado
corporal, junto con la aceptación hoy mayoritariamente extendida de las actitudes
medioambientales favorables como aquello que es “políticamente correcto”. Por supuesto,
con contradicciones y límites claros. No interesa una concepción de la salud que vaya más
allá de lo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, y mucho menos que
pretenda hacer del “capital humano” un sujeto consciente de su totalidad de necesidades y
capacidades, así como de sus frustraciones y represiones actuales, mayormente
subconscientes o semiconscientes. Tampoco interesa una concepción de la ecología que
integre esa concepción de la salud, y es más, no interesa ninguna ecología que se dirija
contra las raíces sociales de la degradación medioambiental, o sea, que se salga de su
campo especializado e integre categorías críticas de análisis social y psicológico.

Por lo tanto, el problema al que hay que hallar respuesta no es qué principio debe dominar,
si la voluntad humana o el respeto por los seres vivos como una totalidad, sino el modo en
que se produce socialmente la naturaleza -ambiental y humana. Dado que la tendencia
futura es a pasar de la naturalización aparente o formal de la sociedad y la naturaleza
producidas por el capitalismo, a una naturalización efectiva que incluiría al propio modo de
producción capitalista (el capitalismo eco-integrado u orgánico), el naturalismo romántico no
sólo no aporta nada para resolver el problema sino que coloca un velo ideológico delante de
este proceso histórico. Al negarse a entender la naturaleza como producto de la acción
histórica humana, no puede entender tampoco el carácter peculiar de esa “ecologización” del
capitalismo. Como resultado de la asunción capitalista de la dimensión ecológica del capital,
el ecologismo “realista” pasó a ocupar el papel de defensor de un capitalismo verde; el
ecologismo romántico, por su parte, corre el riesgo de convertirse en defensor de una

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naturaleza artificializada y capitalizada, impotente como es para combatir ese proceso de


bioalienación global.

Solamente desde una perspectiva histórico-social consecuente puede salirse de esta


trampa.

La oposición (socialmente abstracta) “biocentrismo”-“antropocentrismo” deberá ser


sobrepasada por la oposición (socialmente concreta) “naturaleza”-“capital”. El capital no
reconoce el trabajo humano ni la actividad productiva de la naturaleza como fuentes de
valor de cambio, sino sólo como fuente de valores de uso. Así, la explotación humana y la
explotación de los procesos naturales, la expropiación de los productos humanos y
ecosistémicos, es la base dual implícita de toda la actividad económica capitalista. No está
de más recordar aquí que la teoría marxiana de la plusvalía es una teoría originada en la
crítica de la teoría económica burguesa, pero no una “realidad” autoevidente. Lo mismo
ocurre con la explotación de los procesos ecosistémicos: existe un valor no reconocido que
pasa a convertirse en parte del valor real, aunque tal valor parezca incuantificable. En
realidad, toda medida es relativa no sólo porque supone definir un objeto a partir de una o
unas pocas características, sino porque además estas características son seleccionadas en
función de intereses socio-históricos. En pocas palabras, toda medida del valor es una
convención social. El trabajo humano tampoco es medible si dejamos de considerarlo como
un objeto y reducirlo a la categoría tiempo. Dado que el problema de la explotación de los
procesos naturales es más de límites de existencia espacial que de duración temporal,
debería aplicárseles una medida de disponibilidad espacial, en lugar de temporal como en el
caso de la capacidad humana de trabajo. Sobre esto hablaremos más adelante.

En síntesis, la vida es la fuente de todo valor. Pues el valor de uso inherente a la vida (a
todos los organismos vivos y sus condiciones de existencia globales) como fenómeno de tipo
sistémico, que no puede propagarse y evolucionar más que en un entorno globalmente
adecuado -es decir, su valor de uso no económico, sino existencial- es lo que es antagónico
al valor de cambio. La vida no es un fenómeno con un centro abstraíble, sino un fenómeno
que opera en red y del que somos parte. La sostenibilidad ecológica de la producción social
es un problema tecnológico, cognoscitivo y sobre todo socio-económico. Podemos afirmar
que el valor de la vida y el valor del ser humano deberían estar en el centro de la actividad
humana, pero eso no dejaría de ser una pura abstracción en ausencia de una formulación en
términos de los factores antedichos (tecnología, conocimiento/subjetividad, relaciones
sociales de producción y distribución). Pero lo que sí podemos afirmar es que el valor de la
vida y el valor del ser humano son interdependientes y no opuestos y, por lo tanto, cualquier
“centrismo”, sea antropológico o biológico, es rechazable.

Aun si incluimos el valor de la existencia humana dentro del valor de la vida, sigue siendo
cierto que afirmar el valor de la vida como “central” procede objetivamente de una
perspectiva antropológica, humana, sea por motivaciones biológicas, sociales o personales
(en fin, la autorrealización humana que es el objetivo originario de toda acción humana.) No
es simplemente que sea sólo la humanidad la especie que tiene la capacidad de pensar y
afrontar ese problema, sino de que lo hace siempre en función de sí misma, por más que
persiga elevarse a una visión holística; esto último en ningún caso puede darse por sentado
a priori, tiene que verificarse en la praxis y, por consiguiente, las ideas al respecto no
pueden dejar de contextualizarse socio-históricamente, lo que queda más claro cuando se
entran a analizar las propuestas concretas mediante las que se pretende aplicar el principio
abstracto de la centralidad de la vida o de la centralidad humana.

Así, la oposición entre biocentrismo y antropocentrismo es una forma ideológica del


conflicto social práctico entre las masas explotadas y sectores pequeñoburgueses por un
lado, y la clase capitalista por el otro; una forma ideológica y acentuadamente abstracta, lo
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que refleja que se trata de una masa que carece de perspectiva social propia y que no es
capaz de definir su proyecto social a partir de su autodeterminación, por lo que necesita
representarse sus fines como exteriores y superiores a su propio movimiento real.

La posición biocentrista induce a una comprensión que niega la complejidad del


metabolismo especie humana-entorno natural. Esta complejidad viene dada porque la
sociedad humana, al desarrollar sus capacidades productivas, desenvuelve también una
autonomía respecto de la naturaleza y se constituye de esta manera como un ecosistema de
suyo9, lo que habitualmente llamamos sistema social y que efectivamente constituye una
totalidad autopoiética, un sistema autoorganizativo que se autorregula y es capaz de
autotransformación. Estas propiedades suponen un carácter evolutivo no sólo de la sociedad
humana como tal, sino también de su metabolismo con la naturaleza exterior. De este
modo, una concepción ecológica de la vida no puede abstraerse del hecho de que la
actividad humana transforma la naturaleza y que son las características de este metabolismo
lo que determina el valor práctico que tienen la vida humana y la vida no humana dentro del
sistema social. Siendo estrictos, mientras vivamos bajo el capitalismo es una estupidez decir
que el problema ecológico radica subjetivamente en el antropocentrismo, excepto si se cree
que el problema no es la dinámica inmanente al capital sino la conciencia de sus agentes -en
breve, se trata aquí de una conciencia alienada que expresa un punto de vista
pequeñoburgués.

El capital es antagónico a la vida no solamente porque la destruye, sino porque se alimenta


de ella en la forma del trabajo muerto, y en esto consiste precisamente su esencia (la
desrealización “sostenible” de la vida). Por eso, su tendencia es a subsumirla completamente
dentro de sí y a considerar toda vida verdadera como una barrera a superar, dado que la
autoexpansión del capital tarde o temprano provoca que los flujos de valorización colisionen
contra todo factor externo al capital. La subsunción total de la vida en el capital constituye, a
la vez, la conclusión del progreso capitalista y el nivel máximo de antagonismo de los seres
humanos con las formas autoalienantes de su vida psico-social10, que son la raíz del
capitalismo. De este modo, el carácter radical y universal del antagonismo con el capital que
se materializa en el proletariado (radical porque el trabajo alienado es el fundamento
creador del capital, universal porque el proletariado es una clase mundial) llega a
comprender efectiva y totalmente las tres dimensiones fundamentales de la vida: la natural,
la social y la psicológica.

Esta base determina una tendencia inmanente de las luchas proletarias a asumir un
carácter radical e integral, como única forma de hacer frente a las fuerzas que se le oponen.
De otro modo, el resultado es el que hoy prevalece: la ausencia de luchas proletarias o su
existencia efímera. Esto mismo nos proporciona, entonces, el eje programático fundamental
de la lucha de clases en la época presente: un enfoque radical e integral a la vez, con la
búsqueda explícita de la unificación de los tres frentes esenciales de la lucha contra el capital
y con la asunción del mundo entero como marco necesario de la lucha. Dado esto, es lógico
que el nuevo movimiento proletario que determinan las condiciones actuales de la
dominación capitalista no se presente inicialmente homogéneo y unido, como ocurría cuando
la dominación capitalista era más simple, débil y localizada. Como esta dominación ahora es

9
No insistiré en esta extensión del concepto de ecosistema a la sociedad humana para no dificultar la
interpretación del texto. No obstante, la capacidad del capital para producir un ecosistema artificial sólo
puede comprenderse a partir de esa autonomía sistémica que caracteriza a la sociedad humana y que crece
con el desarrollo de las fuerzas productivas sociales, esto es, en la medida que la producción social produce,
además de objetos de consumo inmediato, sus propias condiciones de actividad, de forma que la naturaleza
primitiva va siendo adecuada a los intereses humanos, humanizada.
10
Vida social y psicológica son inseparables: la pulsión que no objetivo autónomamente es siempre
proyectada ciegamente hacia fuera y objetificada.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología II: La ecología del capital Pág. 23 de 23

compleja, enormemente potente y extensiva, l@s proletari@s solamente pueden comenzar


su rebelión tal y como están dividid@s por las múltiples formas del antagonismo social,
heterogeneizados por la mayor complejidad de la vida social, reticentes a una confrontación
abierta con un enemigo que intuyen que es imbatible a escala localizada; pero estas luchas
son el verdadero punto de partida para la unidad del futuro y será de esta forma, yendo de
la multiplicidad a la unidad, como se construirá el nuevo movimiento proletario que será la
precondición de la supresión del capitalismo.

10. El dilema histórico radical.

La seria consideración de lo expuesto anteriormente debería elevar a un nuevo nivel la


discusión sobre la problemática ecológica, trascendiendo la contraposición entre ecología
social y ecología profunda, entre revolución ecológica y revolución social. El dilema radical
es: o autonomía de la naturaleza -incluyendo en ella la interacción humanizadora y el
desarrollo de la sociedad humana de forma sostenible, y asumiendo su carácter de sistema
autopoiético (autoorganizativo, autorregulado, caótico, creativo) tanto como la autoactividad
transformadora humana como elemento integrante y determinante (para bien o para mal)-,
o autonomía del capital.

La primera opción exige abandonar la noción mecanicista, que concibe los elementos del
mundo natural como subsumidos en el mundo social humano, por el hecho de los primeros -
tanto los exteriores al ser humano como los que constituyen la propia naturaleza humana-
estén fuertemente determinados por la sociedad humana. La propia sociedad humana no es
concebible más que como parte del ecosistema planetario, no solamente desde el punto de
vista del metabolismo con la naturaleza, también desde el punto de vista de la actividad
transformadora (intra)social. El contenido de esta actividad social se basa él mismo en la
naturaleza humana; por consiguiente, la sociedad humana debe comprenderse como un
sistema natural en sí mismo que, para ser sostenible, para seguir vivo, debe
fundamentalmente adecuarse a las necesidades y capacidades naturales humanas, que han
evolucionado con la existencia social y son inseparables de ella, en lugar de funcionar como
una máquina ciega en la que los individuos solamente existen como sus componentes.

La humanización de la naturaleza no tiene que significar una supresión de la autonomía de


los ecosistemas, sino que debería ser simplemente una transformación progresiva y
consciente de sus contenidos, respetando su autosostenibilidad. Se trata de recrear el
ecosistema global para adecuarlo a las necesidades de desarrollo de la sociedad humana,
pero al mismo tiempo de adecuar la sociedad humana al ecosistema global. Lo primero se
consigue mediante los criterios ecológicos de sostenibilidad, pero el segundo exige la
supresión del capitalismo como totalidad social.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 1 de 34

Roi Ferreiro
Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y
materialismo histórico
Escrito entre septiembre y diciembre de 2008 y publicado originalmente en gallego-portugués en el Boletín
Ígneo, nº 10, invierno de 2009. Traducido al castellano y revisado por el autor. Se han añadido importantes
aclaraciones en forma de notas a pié de página. Este texto iba a ser el tercer capítulo de un proyecto de ensayo
más amplio todavía en estado de borrador, de cual el primer capítulo sería “Capitalismo y ecología: un enfoque
integral del conflicto” y el segundo “Capitalismo y ecología II: La ecología del capital”.

1. Los límites de noción de “metabolismo” con la naturaleza............................ 1


2. Conclusiones metodológicas ............................................................................................. 3
3. La tesis de la “segunda contradicción” de James O’Connor .......................... 5
4. Los límites de la noción de crisis de O’Connor y la
conceptualización de la crisis ecológica contemporánea ...................................... 8
5. La dinámica histórica de la crisis ecológica: pasado y futuro ..................... 11
6. Conexión causal y desligación política ..................................................................... 13
7. Las ecomistificaciones de los epígonos de O’Connor ....................................... 15
8. Mi tesis: el carácter tridimensional de la contradicción capital-
proletariado .................................................................................................................................... 17
9. Hacia un concepto integral del valor-trabajo ....................................................... 20
10. La noción de límites “naturales” al desarrollo de la producción
social................................................................................................................................................... 22
11. La noción de límites “naturales” y sus implicaciones teórico-
analíticas .......................................................................................................................................... 25
12. El intento de “enverdecer” el materialismo histórico ................................... 29
13. La perspectiva cualitativa sobre la crisis actual .............................................. 32

Aunque en la parte anterior ya entré, de hecho, a teorizar grandes cuestiones


referentes a la comprensión histórico-materialista de los problemas ecológicos, ahora
procederé con más detalle, centrándome en la evaluación de los aportes realizados por la
corriente ecomarxista.

1. Los límites de noción de “metabolismo” con la naturaleza

El énfasis ecosocialista en la categoría marxiana de “metabolismo” con la naturaleza


deja de lado una cuestión mucho más esencial: el “metabolismo” puede llegar a ser
ecológico por dos vías. La primera, suprimiendo la autoalienación humana y sus
expresiones sistémicas sociales -el capitalismo y sus estructuras-; la segunda,
suprimiendo lo que, como naturaleza originaria, no alienada, se contrapone a la
expansión de esa autoalienación.

En otras palabras, la sostenibilidad ecosistémica puede ser una propiedad natural o


artificial. Será artificial según la estabilidad del ecosistema considerado dependa para
mantenerse de la intervención humana consciente. Por supuesto, todos los factores que
actúan en un ecosistema autoorganizativo, incluida la acción humana, definen sus
propiedades. La diferencia apuntada puede determinarse evaluando si eliminar la
intervención humana supondrá meramente una modificación parcial de las propiedades
del ecosistema, evolucionando espontáneamente hacia un nuevo estado estable, o
supondrá una modificación global y drástica que ocasione una evolución catastrófica,

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para una parte más o menos grande de los organismos que actualmente lo componen.
Por ejemplo, la sociedad humana puede colonizar los ecosistemas naturales porque su
actividad destruye o inhibe sus propiedades autoorganizativas en las zonas que ocupa,
como ocurre con la deforestación, la labranza, por no hablar de la cementación urbana.
Si las actividades y barreras artificiales construidas por los seres humanos se eliminasen,
el ecosistema tendería a reocupar de nuevo esos espacios. De la misma manera, los
espacios verdes artificiales en el territorio urbano son un ejemplo habitual de
dependencia mecánica de la intervención humana, como pueden ser sistemas de riego,
campañas de vacunación, abono de la tierra...

La segunda vía apuntada inicialmente, la de la artificialización absoluta, que es la


tendencia inmanente al capital, es ciertamente imposible si nos remitimos a la naturaleza
humana, que es la generadora subjetiva de la autoalienación. Por consiguiente, la
capacidad autocreativa de la naturaleza humana no puede, por definición, ser eliminada
sin que eso suponga autodestruirse como un todo. Tomando el ejemplo del cáncer, la
posibilidad de éste es inherente a la reproducción celular, así que como posibilidad no
puede eliminarse sin matar la propia vida. Pero este obstáculo para la subsunción real de
la naturaleza en el capital, determinado por la naturaleza humana, no se presenta tan
inmediatamente en cuanto consideramos el ecosistema como dimensión exterior a
nosotros mism@s. Las teorías ecosocialistas pierden de vista que la tendencia del
capitalismo no se caracteriza por el “progreso destructivo” (Löwy), sino por la
colonización ecológica y recreación artificial de la naturaleza. Para situarnos en un
ejemplo, el problema principal que presentan los organismos transgénicos no es la
contaminación genética en su vertiente negativa (pérdida de especies originales,
introducción incontrolada en la dieta humana), sino el hecho de que introducen
modificaciones artificiales profundas dentro del ecosistema natural, nuevas especies u
organismos que, aunque puedan asemejarse a otros preexistentes, en realidad no son
idénticos y eso necesariamente producirá una modificación ecosistémica global. Lo más
destacable no son los riesgos previsibles, sino el hecho mismo de producir una naturaleza
nueva y hacerlo de forma fragmentaria y ciega, cuyas consecuencias son imprevisibles.
Si los riesgos mensurables no existiesen, la trascendencia en el medio y largo plazo de la
introducción de los trangénicos sería igualmente importante, porque es una fuente de
alteraciones imprevisibles en la dinámica del ecosistema natural.

Ahondando más en el tema del “metabolismo”, Marx había utilizado este concepto como
una categoría descriptiva y no con un sentido crítico. Si se metaboliza bien o mal es
cuestión de eficacia. Así, la insistencia en este aspecto solamente nos lleva a formular el
problema de la eficiencia ecológica del capital, lo que ciertamente es un problema, pero
por principio un problema DEL CAPITAL. Evidentemente, en este matiz nada secundario
está la diferencia fundamental entre quien apuesta por una política revolucionaria
anticapitalista y quien sigue encuadrado en la lógica reformista.

Las limitaciones económicas inmanentes al capital y sus expresiones conyunturales se


proyectan continuamente sobre la metabolización de la naturaleza, en el plano de la
producción, de la inversión, del ordenamiento o planificación (en cuanto existe) de la
actividad económica a nivel privado o estatal. Todas las supuestas soluciones ecológicas
a los problemas derivados de estos límites inmanentes son soluciones cuya validez queda
restringida al propio capitalismo, que por lo tanto sólo tienen utilidad desde la
perspectiva del capital. El “realismo” ecologista traicionó sus puntos de partida... ¿o será
que no? Sin negar con todo esto su necesidad histórica o funcional, lo cierto es que las
medidas ecologizadoras, aunque en conflicto con los intereses de capitales particulares,
vinieron a crear las condiciones para una mayor y más acelerada expansión del
capitalismo mundial -y así, a crear las condiciones para elevar a una nueva fase la
subsunción real de la naturaleza en el capital. El reciclaje posibilitó la emergencia de
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nuevos sectores, unidades productivas o procesos económicos, así como valoriza en


favor del capital el tiempo libre de l@s trabajadore/as, cuyo nuevo trabajo doméstico
consistente en seleccionar y depositar residuos urbanos es fundamental para la
rentabilidad de esos procesos emergentes y para los futuros. Los productos
biodegradables puede que reduzcan las actividades de reciclaje progresivamente, pero
generarán otras mediante la extensión de la producción de “usar y tirar”. En cualquier
caso, el resultado de las medidas ecologizadoras acelera la acumulación de capital a
escala global. Es más, procesos como las reestructuraciones energéticas suponen la
creación de un mercado enorme para los grandes capitales (nuevas instalaciones
productivas, nuevos campos comerciales), por más que perjudiquen a las actuales
empresas energéticas y tecnológicas que basan su actividad productiva en los
combustibles fósiles.

Tampoco pretendo decir que esos objetivos ecológicos no eran necesarios, y que las
luchas por implantarlos fueron inútiles. Quiero decir que, desde la perspectiva
anticapitalista o de clase, ese enfoque del ecologismo no es válido, su función histórica
conservadora del capitalismo ya quedó demostrada en las décadas más recientes. De
modo que lo antedicho solamente pone el dedo en la llaga. La consecuencia de nuestras
luchas no debe ser fortalecer el capitalismo, darle una forma más perfeccionada. Debe
dirigirse a atacar frontalmente su lógica ecológica alienante. Esto supone, en la práctica,
contraponer a esa lógica una concepción revolucionaria del desarrollo productivo y social,
orientada a eliminar lo que precisamente fundamenta el capitalismo: la autonomización
de la actividad económica respecto de las necesidades de la autorrealización humana y
de la autosostenibilidad del ecosistema natural.

Considerando esto, pienso que conviene volver sobre una idea marxiana muy
pertinente: la transformación de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas, tal y
como se mencionaba en La ideología alemana (1846). Si queremos expresar de forma
compehensiva el problema de la destrucción ecológica sin caer en las trampas de los
enfoques parciales y temporales, podemos decir que de lo que se trata es de que las
fuerzas productivas asumen el carácter de fuerzas destructivas de la autorregulación y
autoproducción naturales de la vida, de la autopoiesis de la vida planetaria (considerando
que aquí se incluyen el propio organismo humano y la sociedad humana). Destrucción de
la vida humana en su triple aspecto social, personal y natural, y destrucción también de
la vida restante. Lo que todo esto pone de relieve es que una verdadera sociedad
ecológica es imposible sin suprimir el capitalismo, y que toda solución transitoria de los
problemas ecológicos en el cuadro del capitalismo solamente dejará paso a problemas
mayores, disminuyendo la percepción de los riesgos y relajando la iniciativa social,
cuando el carácter decadente y totalitario de la dominación capitalista se pondrá de
manifesto, sin embargo, de maneras más virulentas.

2. Conclusiones metodológicas

Llegados a este punto, precisamos ir más allá en el plano teórico, para poder definir
adecuadamente el proceso de subsunción de la naturaleza en el capital. Propongo la
categoría de composición natural del capital para hablar de la relación existente entre los
componentes naturales (cuyas propiedades económicamente útiles son
fundamentalmente producidas por la naturaleza, tal y como ésta nos viene dada
históricamente1) y los componentes artificiales (cuyas propiedades económicamente

1
Es decir, lo relevante no son las modificaciones introducidas en el proceso productivo de la naturaleza,
que la hacen diferente en cada tiempo histórico. Se trata del grado de artificialización de ese proceso de
la naturaleza, no del grado de humanización de la naturaleza en general -o sea, sólo se trata de su

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 4 de 34

útiles son resultado de la manipulación humana). Los componentes naturales solamente


requieren un proceso de alteración externa para ser empleados, mientras que los
materiales que constituyen componentes artificiales experimentan alteraciones en su
forma interna (nivel molecular, atómico y en adelante). Un material extraído de la
naturaleza y que es sometido a tratamientos de moldeo y depuración sería aún un
componente natural. Ulteriormente, podemos hablar de grados o cualidades de
naturalidad/artificialidad de tales componentes, en función de la estimación de las
modificaciones que sufrieron hasta emplearse productivamente.

Una vez formulado esto, se entenderá perfectamente que a medida que se produce el
desarrollo tecnológico todos los componentes del capital experimentan la tendencia a un
mayor nivel de transformación, esto es, artificialización, incluidas las propias materias
primas. Pero también ocurre que, con la elevación de la composición orgánica del capital,
en combinación con las exigencias de eficacia de unos procesos productivos más
tecnificados y automatizados, se hace conveniente, para minimizar los costes de
producción, la maximización de la adecuación específica de los componentes materiales
del capital al proceso productivo concreto. De esta manera, tanto cuantitativa como
cualitativamente la composición natural del capital tiende a reducirse, hasta el punto en
que el valor de uso de todos los materiales que componen el proceso productivo (incluida
la maquinaria obviamente) deben sus propiedades útiles, que los hacen adecuados al
proceso productivo concreto, principalmente a la propia producción humana. Así,
mientras el capital produce una naturaleza exterior artificial, también produce su propia
naturaleza de la misma manera y en el mismo sentido. Esto es muy visible en los
procesos industriales en serie o a gran escala. Cuanto mayor es la composición
tecnológica de un producto, generalmente menor es la composición natural del capital
(salvo cuando las materias primas apenas necesitan transformación, o cuando
circunstancias particulares hacen necesario un empleo relativamente grande de fuerza de
trabajo humana, por ejemplo en la extracción de las materias primas).

El capitalismo industrial supuso en el siglo XIX la autonomización del primitivo capital de


su sustrato dinerario-metálico rígido. El desarrollo tecnológico posibilitó la existencia del
capital principalmente como capital productivo, al que se subordinaba la circulación
dineraria y mercantil como mero vehículo de su ciclo económico. En el siglo XX, la fusión
del capital bancario e industrial nos dio el capitalismo financiero, con el que el capital se
autonomizó de su sustrato técnico y territorializado para explicitar su carácter de relación
abstracta en la que toda materialidad tiene solamente un valor instrumental. En el siglo
XXI la tendencia es hacia un capitalismo “orgánico”, que justamente al contrario de lo
pronosticado por sus teóricos consistirá en la autonomización del capital de todo sustrato
natural gracias a que él mismo será el que lo determine y produzca.

Relacionando todo esto con lo dicho en el apartado anterior, podemos deducir que la
reducción de la composición natural del capital corre paralela al aumento de la

humanización alienante. Por consiguiente, la producción natural de los componentes que son empleados
en el sistema productivo humano supone que el trabajo humano actúa formalmente como corregulador
en los procesos naturales y no como su creador, como sí ocurre en la producción artificial, en la que el
proceso productivo de la naturaleza ha perdido su carácter autoorganizativo.
Es claro que entre estos extremos existen numerosos grados. Desde el momento en que hablamos de
procesos de fabricación, que son la base técnica característica del modo de producción capitalista,
hablamos simultáneamente de artificialización y de su tendencia a minimizar el papel de la producción
natural espontánea. De manera que, en el capitalismo, la norma es ya en sus principios la mezcla de
componentes naturales y artificiales. Es por esto que tiene sentido, precisamente, hablar de composición
natural del capital, apuntando con este concepto siempre a la mencionada dualidad conflictiva y a la
preeminencia de lo artificial -con lo cual, lo lógico es dirigir la atención al componente subordinado y
variable, lo natural.

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producción artificial de la naturaleza o, más exactamente podemos decir, de la


composición capital de la naturaleza. Pues de lo que aquí se trata no es de que el capital
sustituya TODA la naturaleza autoorganizada por una naturaleza artificial, sino de que
sustituye aquella que es capaz de emplear como capital. Por lo tanto, aquella que puede
capitalizar y que, al mismo tiempo, puede ser transformada2. Como resultado, la
naturaleza es desnaturalizada y el capitalismo es naturalizado3. Esto mismo puede verse
a escala humana y de manera muy clara en la utilización alienante de la ciencia médica
para combatir los efectos naturales de la vida alienada y empobrecedora que aniquila la
naturaleza humana, y estimular sin embargo su aceptación. Estimulantes para producir la
motivación necesaria para afrontar una vida de miseria. Antidepresivos para poder
sobrellevar la continua frustración. El consumo masivo, constante y compulsivo de
drogas es un sello distintivo de la sociedad capitalista posmoderna -drogas legales o
ilegales, reconocidas o no, incluso productos que propiamente no son drogas pero que
son usados de forma compulsiva y adictiva. Ya se sabe el dicho: “Hay que ponerle azúcar
a la vida”, porque esta vida es una mierda.

3. La tesis de la “segunda contradicción” de James O’Connor

En el artículo “Es posible el capitalismo sostenible” (1994), podemos hallar una


formulación concisa de la visión del teórico ecomarxista James O’Connor, conocido por su
tesis de la “segunda contradicción” del capitalismo:

Mientras tanto, si los costes del trabajo, los recursos naturales, la infraestructura y el
espacio se incrementan de manera significativa, el capital enfrenta la posibilidad de una
“segunda contradicción”, una crisis económica que surge del lado de los costes. Éste es el
caso, por ejemplo, de la “crisis del algodón” inglesa durante la Guerra Civil norteamericana,
del aumento de los salarios por encima del aumento de la productividad en la década de
1960, y de los “choques petroleros” de la década de 1970. Aquí, no obstante, nos
preocupan los fenómenos mucho más estructurados o genéricos de lo que podrían sugerir
estos ejemplos aislados.

Las crisis de costes se originan de dos formas. La primera ocurre cuando capitales
individuales defienden o recuperan beneficios mediante estrategias que degradan las
condiciones materiales y sociales de su propia producción, o que no alcanzan a mantenerlas
a lo largo del tiempo. Éste es el caso, por ejemplo, del descuido de las condiciones de
trabajo (lo que termina por producir un aumento en los costes sanitarios), de la
degradación de los suelos (que acarrea un descenso en la productividad de la tierra), o de
desatender las infraestructuras urbanas en proceso de deterioro (aumentando así los
costes derivados de la congestión y de la vigilancia policial), por mencionar tres ejemplos.

La segunda forma se presenta cuando los movimientos sociales exigen que el capital
contribuya más a la preservación y a la restauración de estas condiciones de vida, cuando
demandan mejor asistencia a la salud, protestan contra la degradación de los suelos y

2
La mera destrucción o el mero desgaste no nos interesa considerarlos aquí, pues representan un
estadio subdesarrollado del capital: en tanto el capital transforma masivamente el entorno natural se ve,
como hemos dicho, obligado a asumir sus tareas ecológicas, esto es, amoldar la naturaleza externa a sus
propios requerimientos productivos, entre los que se halla la reproducción de la fuerza de trabajo social.
3
“El trabajo enajenado se nos ha resuelto en dos componentes que se condicionan recíprocamente o que
son sólo dos expresiones distintas de una misma relación. La apropiación aparece como extrañamiento,
como enajenación y la enajenación como apropiación, el extrañamiento como la verdadera
naturalización.” Este fragmento de los Manuscritos de París también puede interpretarse desde la
perspectiva del objeto del trabajo. Con la subsunción de la naturaleza en el capital su apropiación opera
una alienación en el ecosistema, esta alienación (artificialización) se presenta como un establecimiento
del verdadero “equilibrio natural” entre la actividad humana y la actividad natural, como la verdadera
naturalización de las relaciones humanas con la naturaleza.

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defienden los vecindarios urbanos de maneras que aumentan los costes del capital o
reducen su flexibilidad, para permanecer dentro de los mismos tres ejemplos. En este caso
nos referimos a los efectos económicos, potencialmente negativos para los intereses del
capital, derivados de los movimientos de trabajadores, del movimiento de mujeres, del
movimiento ambientalista y de los movimientos urbanos. Este problema de “costes
adicionales” -y la amenaza que suponen para la rentabilidad- obsesiona a los economistas y
a los ideólogos del capital vinculados al pensamiento dominante. Mientras tanto, los
dirigentes de los movimientos laborales y sociales rara vez discuten este tema en público.

En el mundo real, ambos tipos de crisis de costes se combinan e interactúan de formas


contradictorias y complejas sobre las cuales nadie ha teorizado.4

Aunque en este artículo O’Connor define más precisamente su concepción de la crisis


ecológica en cuanto que crisis económica, como “crisis de costes”, en la práctica ésta
constituye implícitamente el núcleo de su noción de crisis ecológica. (Volveremos luego
sobre esto). Su teoría de la crisis ecológica se basa en un paralelismo con la teoría
marxiana de la crisis de la productividad agrícola. Así, el ejemplo de la agricultura parece
verificar su enfoque. Las malas cosechas elevan los precios de los productos agrarios y
reducen la tasa de beneficio del capital agrario. Al entrar en la circulación, los productos
encarecidos ocasionan un conflicto con la reproducción de la fuerza de trabajo y de los
sectores productivos que se basan en la transformación de los productos agrarios. Pero la
crisis ecológica y la crisis agrícola son, desde mi punto de vista, dos realidades
radicalmente distintas (algo que no se ve claro en O’Connor). La crisis agraria es el
resultado de una interrupción del proceso de valorización del capital, mientras que la
crisis ecológica lo es de su continuación. Es por eso que emerge el problema de la
externalización de costes como un problema crónico y arraigado, aun si son visibles
movimientos y tendencias de reestructuración ecológica.

En el marco de O’Connor, la contradicción “primera” -sobreproducción de mercancías- y


la “segunda” -subproducción de mercancías- afectan al capital por el mismo
procedimiento: la mediación del mercado y el mecanismo de nivelación de las tasas de
beneficio a través del cambio. La única diferencia para el capital es que la primera afecta
negativamente a la demanda y la segunda lo hace sobre la oferta (de recursos
naturales). Todo esto tal y como las crisis se presentan en el mercado, que es el punto
de partida de O’Connor para definir ambas formas de crisis. Las dos actúan sobre la
constitución de la tasa de beneficio y obligan al capital a reestructurarse. El incremento
técnico de la proporción entre capital constante y capital variable, o el aumento social del
capital variable por la lucha de clases, por un lado; el incremento natural de la primera
proporción debido a la escasez estructural de materias primas, o debido a la
internalización de costes ecológicos, por el otro lado. Todo esto tiene en común que
altera la proporción entre trabajo necesario y plustrabajo. Podríamos decir lo mismo de la
reducción de la creatividad autónoma de l@s trabajadore/as -por la asimilación del
saber-hacer de oficio y su estandarización capitalista como saber codificado e integrado
en la maquinaria, o como saber privatizado en manos de especialistas de la cualificación
y dirección de la fuerza de trabajo- por un lado, y de la lucha proletaria contra esta
reducción por otro lado. Lo mismo se aplica a las formas de expresión extraeconómicas
de estas contradicciones, en la esfera política, en la cultural y en la vida cotidiana.

El valor de los productos escasos no debería, desde un punto de vista ecológico tanto
como económico-racional, considerarse igual que el resto, como aproximadamente
coincidente con el precio medio, porque si bien la cantidad de trabajo para su
transformación en valores de uso sociales puede no haber variado, no obstante es
preciso para un desarrollo sostenible reconocer la naturaleza como fuente inmanente de

4
James O’Connor, Is sustainable capitalism possible?, 1994.
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valor, como de hecho ocurre implícitamente en el mercado y como incoherentemente


fuera reconocido por Marx. Entonces es claro que no hay diferencia esencial entre la
crisis “ecológica” del capital, tal como la define O’Connor, y la crisis de valorización
clásica, pues lo que en la segunda se hace valer mediante la ley del valor-trabajo, que
impone la adecuación de las tasas de beneficio a las condiciones efectivas de la
producción material (determinación del valor por el tiempo de trabajo medio), en la
primera se produce mediante esa misma ley, pero de forma oscurecida en cuanto no se
reconoce un valor inmanente a los objetos naturales como tales, valor que luego se
combina con el valor creado por el trabajo humano al convertirlos en objetos sociales.

En resumen, todo lo que presenta un valor de uso social posee inherentemente un valor
de uso natural5, mayor o menor, previamente a su transformación por el trabajo
humano. El trabajo de la naturaleza es también fuente de valor de cambio, aunque el
capitalismo haga omisión de este factor porque sus mecanismos de determinación
consciente del valor quedan restringidos a la empresa aislada y a organismos
superestructurales. Así, el valor de la naturaleza solamente podrá ser reconocido
económicamente de forma consciente en una economía planeada de forma comunitaria.
Sobra decir, entonces, que la lucha por el reconocimiento del trabajo de la naturaleza
global como fuente de valor económico es antagónica con un modo de producción
fundado en la autonomización del valor de cambio. Paradójicamente, en una economía
comunista el valor no sería ya un criterio fundamentalmente económico, sino socio-
político, determinado también subjetivamente.

De lo dicho se desprende, a mi juicio, que ni por el procedimiento de incidencia en la


dinámica del capital, ni por su manifestación social, la crisis de sobreproducción de origen
industrial y terciaria por una parte, y la crisis de subproducción originada en los sectores
primarios por otra, pueden definirse como dos contradicciones distintas del capital, sino
que se ha de hacerlo como dos manifestaciones de la misma contradicción entre capital y
trabajo vivo. De ello se deriva, también, que la identificación subyacente en O’Connor
entre crisis de subproducción y crisis ecológica es radicalmente inválida6, teniendo que
buscarse las raíces de la crisis ecológica como fenómeno global y continuo no en la
explotación de los recursos naturales y su rentabilidad, sino en la reducción de la

5
La idea del valor de uso natural puede parecer contradictoria con la perspectiva del valor como una
categoría intrínsecamente social -esto es, el valor existe sólo en relación a la actividad humana. Pero
precisamente por ello, y en conexión con la categoría postulada anteriormente de composición natural
del capital, tiene sentido utilizar esa categoría de valor de uso natural, en el sentido de que los procesos
productivos operados por la naturaleza exterior son, por sí mismos, socialmente productivos en cuanto
generan directamente valor de uso social (aunque sea necesaria una transformación adicional), y que
todo valor de uso social, a pesar de la artificialización, es en última instancia una producción de la
naturaleza (a menos que pudiésemos hablar de creación de la nada por el trabajo humano -e incluso así,
en esencia todo lo humano es también un momento de la naturaleza, incluyendo su capacidad de
alienarse.)
6
Con todo, en el artículo “Es posible el capitalismo sostenible” (1994), O’Connor pone, por lo menos
formalmente, en su justo lugar su “teoría”, al contrario de la tendencia que presentan sus “epígonos” a
extrapolarla. Aquí se presenta más claramente que la llamada “segunda contradicción” (elevación de
costes y subproducción) y la “primera” (reducción de la demanda y sobreproducción) son solamente dos
formas distintas de la crisis de valorización, y nada de esto tiene directamente que ver con la crisis
ecológica, que en cambio sería lo que debería analizarse centralmente. De hecho, fundamentalmente la
tesis de la “segunda contradicción” es importante desde perspectivas que tienen que ver con la
producción agraria y, subsiguientemente, con los costes y la calidad de la producción alimentaria, lo que
se ha convertido en un nuevo foco de conflicto mundial, pero fundamentalmente con un enfoque
comercial debido a los sujetos implicados (campesinado y pequeños patronos agrarios en los países
periféricos y pequeños agricultores y asociaciones de consumidores en los países centrales).
Ciertamente, en la orientación de este conflicto tienen mucho que ver los grupos ecologistas con su
política separada de la dinámica del conflicto capital-trabajo.

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composición natural del capital y la consiguiente amplificación de su carácter destructivo


para con la naturaleza originaria.

4. Los límites de la noción de crisis de O’Connor y la


conceptualización de la crisis ecológica contemporánea

Más en profundidad, tenemos que observar que la crisis ecológica significa a escala
general principalmente una destrucción de las condiciones naturales de reproducción, no
sólo una crisis de las condiciones naturales de producción. Esto último también es real,
pero sólo para una serie de capitales particulares, clasificables como pertenecientes al
sector primario. Así se explica por qué la crisis ecológica no se expresa generalmente
como subproducción y caída de la acumulación capitalista, sino como aceleración de la
acumulación de capital y tendencial aumento de la sobreproducción, a lo que como dije
contribuyen las luchas ecologistas.7

Para reestructurar tecnológicamente la producción de acuerdo con criterios ecológicos, y


más en general para internalizar costes, el capital reacciona tomando medidas para
acelerar la acumulación, que van desde aumentar la productividad del trabajo para
intentar compensar estos costes adicionales hasta reducir los salarios, aumentar la
jornada laboral, intensificar los ritmos de trabajo, explotar más intensivamente el capital
en funciones, etc. Los capitales más débiles pueden ser incapaces de afrontar esta
reestructuración, y otros pueden huir a otros sectores o a la esfera especulativa. En todo
caso, esto despeja el mercado y devuelve capital a la circulación, lo que facilita las
reestructuraciones ya en curso y acelera la concentración del capital. Esto último, en
especial, significará en el medio-largo plazo que las formas de lucha ecológicas se
volverán absolutamente impotentes ante el poder incrementado de los capitales
reestructurados. La apropiación capitalista del discurso ecológico, que cada vez es más
pronunciada, tiene esta base: al adquirir legitimidad ecológica, los capitalistas adquieren
simultáneamente un poder económico aumentado, lo que combinan para tomar para sí el
campo de la política ecologista y apropiarse de sus conceptos ideológicos, echando a un
lado la oposición.

El problema del carácter de la crisis ecológica podemos analizarlo mejor observando el


problema de los precios del petróleo. Si el petróleo es escaso por motivos naturales es un
asunto irrelevante, pues de hecho el encarecimiento de los precios no se produce por la
escasez natural, sino por la entrada del petróleo disponible en el mercado8. Toda crisis
capitalista es una crisis de valorización y, por lo tanto, una crisis cuya base se halla en el
movimiento del valor y no en el movimiento de los productos materiales. Aclarado esto,
la elevación de los precios del petróleo disparó la inflación global generalizadamente,
pero no produjo una crisis de valorización, porque en última instancia la carga de la
inflación cae sobre los hombros de l@s proletari@s, de la pequeña burguesía
proletarizada y de la baja clase media, que son absolutamente vulnerables a la dinámica
inflacionaria. Si volvemos la vista hacia la crisis de los 70, vinculada oficialmente a los
precios del petróleo, un análisis serio de todo el proceso que llevó a la crisis y de todas
las reorganizaciones posteriores de la explotación capitalista, revela que las verdaderas
causas de la crisis no tenían nada que ver con los precios del petróleo, sino con el
endeudamiento generalizado del capital combinado con la tendencia descendente de la

7
Es destacable la tendencia del capital industrial a aumentar la eficiencia energética, lo que favorece, y
contribuye a rentabilizar a un tiempo, al combinarse, las modificaciones tecnológicas ecológicas
orientadas a reducir la contaminación.
8
Es decir, la transformación del petróleo en mercancía, en objeto del cambio, es lo que convierte su
escasez natural en un motivo de elevación de su valor de cambio.

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tasa de beneficio y con una dinámica ascendente de lucha de clases. La crisis fue el
resultado de estos factores y los precios del petróleo solamente tuvieron el papel de un
catalizador explosivo. Igualmente, en la actualidad se verifica que los precios del petróleo
no tienen directamente nada que ver con una crisis de valorización del capital, que
depende de la evolución de la tasa de beneficio, de la ratio ascendente o descendente de
la tasa de acumulación, no simplemente del precio de los factores del capital productivo.
El problema consiste en que una tasa de beneficio estacionaria o descendente no permite
asumir de forma rentable esos incrementos de precios y su desplazamiento en la forma
de inflación tiene serios límites sociales, igual que el incremento absoluto de la
explotación tiene claros límites fisiológicos. Extendiendo esta perspectiva, la destrucción
de las condiciones naturales de producción y reproducción del capital solamente
motivaría una crisis de valorización como factor adicional que actúa sobre la tendencia
descendente de la tasa de beneficio. Por consiguiente, no podemos hablar de ninguna
crisis ecológica como de otra forma de la crisis de valorización, sino más bien como un
agravante y/o catalizador de la misma. Así que ninguna crisis de las condiciones
materiales del capital es susceptible de producir una crisis global de valorización;
solamente una catástrofe global e inmediata que afectase simultáneamente a las
condiciones materiales de producción y reproducción de todos los capitales podría tener
esa consecuencia. Y aun así no sería propiamente una crisis de valorización, esto es, un
retraimiento de la actividad económica debido a la insuficiente valorización, sino
simplemente una interrupción forzada de la valorización.9

Por lo tanto, la crisis ecológica global no tiene nada que ver con la crisis de valorización.
La crisis ecológica es, por definición, una crisis de los procesos naturales de
autoproducción y autorregulación del ecosistema, no un fenómeno específica o
fundamentalmente social como las crisis económicas. No puede aplicársele más que
parcialmente la categoría marxiana de crisis de valorización, que es el error más
fundamental de O’Connor (aunque, naturalmente, una noción histórico-materialista de la
crisis ecológica no va a coincidir con la noción pequeñoburguesa del ecologismo). La
crisis ecológica repercute sobre la dinámica de crisis de la economía capitalista, y
especialmente en el caso de los capitales productivamente dependientes de las
condiciones medioambientales, pero globalmente no es una causa directa de crisis de
valorización. Socialmente, la crisis ecológica no es una crisis de valorización, sino una
crisis de las relaciones entre la especie humana y el ecosistema global, una crisis que
causalmente consiste en el antagonismo creciente entre el modo de producción
capitalista y el modo de autoproducción de la vida natural. Expresada a nivel
fundamental, se trata de una expresión del conflicto entre trabajo alienado y naturaleza
exterior, como la crisis periódica de valorización lo es del conflicto entre trabajo alienado
y naturaleza social, y la crisis de subjetividad lo es del conflicto entre trabajo alienado y
naturaleza humana.

Considerando la situación global actual, marcada por la amenaza inminente del cambio
climático y todas sus consecuencias económicas, tecnológicas y sociales, no estamos
ante la tendencia a una crisis de valorización por motivos de degradación ecológica o
escasez de energía y materiales no renovables, sino ante una crisis del modelo de
acumulación global basado en la subsunción formal de la naturaleza en el capital. Un
modelo que mantenía con la naturaleza originaria una relación material
preeminentemente destructiva. Esto se manifiesta en que las condiciones globales de la
acumulación de capital están fallando. Pero no es la causa de que cada vez se muestre

9
Otro tema sería analizar esta interrupción forzada como una expresión de la imposición ciega del valor
natural que no había sido reconocido previamente por la economía capitalista. Pero aquí solamente estoy
teniendo en cuenta la economía capitalista tal y como funciona efectivamente.

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más difícil superar las crisis de valorización, que radica en la elevación de la composición
técnica del capital.10

Ahora estamos en una situación de crisis del modelo de acumulación, pero distinta de
las anteriores. Éstas radicaban en la modificación del modelo de las relaciones capital-
Estado, mientras que el caso actual se vincula a las relaciones metabólicas capital-
naturaleza, a la tecnología como forma general de estas relaciones (que incluye la
gestión política, pero afecta a toda la vida social directamente, como es visible en el
problema del consumo masivo de productos tecnológicos y de fuentes de energía no
renovables). Si queremos hacer un paralelismo de alguna utilidad, podemos establecer
similitudes con la transición de la tecnología del carbón a la tecnología del petróleo
(aunque no sean situaciones históricas comparables causalmente). Por entonces se
produjo una modificación tecnológica global, porque no solamente había un problema de
escasez energética sino un problema de límites técnicos. La utilización de los
combustibles derivados del petróleo supuso así una revolución tecnológica. Pero en la
crisis ecológica actual confluyen la crisis energética y una crisis general de las
condiciones de producción y reproducción de la vida, a una escala planetaria. La dinámica
del capital llevó a su forma más extrema y amplificada el desarrollo alienado de la
actividad social, y ello supone el estallido de su antagonismo con la dinámica de la
naturaleza. De este modo, el capital se ve obligado por vez primera a afrontar su
dinámica natural conscientemente, de forma similar a como las crisis y guerras
mundiales lo obligaron en la primera mitad del siglo XX a afrontar conscientemente su
dinámica de mercado. Al igual que entonces se demostró que la “mano invisible” de
Adam Smith era insuficiente e ineficaz para lograr la estabilidad socioeconómica en el
capitalismo altamente desarrollado, ahora se demuestra que la naturaleza no puede
proveer recursos ni absorber residuos infinitamente e independientemente de la acción
humana específica. Y si esta crisis del modelo de desarrollo significó en el primer caso el
desarrollo de formas de gestión de las condiciones sociales generales de la acumulación
de capital, en el segundo caso significará el desarrollo de formas de gestión de las
condiciones naturales generales de la acumulación de capital.

En la práctica, lo que ocurre es que las formas de gestión de las condiciones naturales
se van adicionando a las formas de gestión de las condiciones sociales generales, en la
forma de legislación, políticas gubernamentales, ministerios y departamentos estatales,
etc. Pero, mientras tanto la revolución tecnológica que supere la dependencia del
petróleo no se lleve a cabo, estas nuevas estructuras seguirán teniendo un papel
relativamente marginal, dado que están subordinadas a los intereses generales del
capital y éstos están todavía vinculados mayormente al petróleo. Tal revolución
funcionará como un catalizador de la acumulación capitalista en tanto única forma de
mantener la competitividad y, de este modo, tendrá un doble efecto: convulsionará todas
las relaciones sociales e intensificará la subsunción en el capital de la actividad humana y
de la actividad de la naturaleza, y especialmente en el sentido de la subsunción real de
todos los procesos naturales a la que apuntan el desarrollo de la biotecnología y el
desarrollo de las terapias génicas en humanos. Por lo tanto, la dinámica del capital no se
dirige a internalizar las “externalidades” destructivas, sino a suprimir la diferencia entre
lo interno y lo externo al capital.11

10
Esto se aplica al caso general teorizado por Marx: la tendencia descendente de la tasa de beneficio y
sus factores contrarrestantes cada vez menos efectivos, o como es expresado en el Manifiesto
Comunista: cada vez las crisis son más graves y los medios para resolverlas más escasos. Esta tendencia
al derrumbe económico provocó históricamente el paso del modelo liberal del siglo XIX al modelo
estatista del siglo XX, y al híbrido actual desde los años 80 (el muy mal llamado “neoliberalismo”).
11
Mi visión general en este punto coincide con la de Martin O’Connor, The system of capitalized nature,
CNS 3, Septiembre de 1992.

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5. La dinámica histórica de la crisis ecológica: pasado y futuro

La tendencia ecomarxista a identificar crisis ecológica y crisis de valorización,


subsumiendo una en otra o identificándolas en un plano esencial, es una herencia del
reduccionismo del marxismo reformista y aburguesado que se instaló como dogma en el
siglo XX.12 Las ideas de O’Connor quedan prisioneras aún de esta perspectiva,
enfatizando el lado económico (cuantitativo) de la problemática ecológica cuando lo más
importante es el lado humano-natural (cualitativo). La calidad de vida y no la producción
de la riqueza. Aunque las consideraciones de O’Connor son importantes desde la
perspectiva de la producción agraria y de la producción alimentaria, su relevancia como
elementos de una corriente política radica en que los sujetos directamente implicados
son mayormente el campesinado y los pequeños patronos agrícolas de los países
periféricos y los pequeños agricultores y asociaciones de consumidores en los países
centrales. De ahí la naturaleza reformista visible en el ecomarxismo, que sigue inmerso
en las orientaciones características de los grupos ecologistas, con su política separada de
la dinámica del conflicto capital-trabajo -que también reducen a un problema
cuantitativo, tecnológico y económico, sin centrarse en la crítica radical del modo de vida
alienante de l@s trabajadore/as. Dado que estos movimientos sociales tienen por base
una dinámica extraña a la autoliberación proletaria, las aportaciones ecomarxistas son
ideologizadas como elementos funcionales a sus luchas reformistas y no contribuyen a
una comprensión revolucionaria de las circunstancias históricas. En efecto, ¿cuál es la
utilidad de la identificación entre crisis ecológica y crisis económica que subyace en la
teoría ecologista de la sostenibilidad? Hacer pasar intereses económicos o políticos
estructuralmente insertados en la sociedad capitalista, por intereses meramente
ecológicos, naturalizándolos para poder presentarlos como objetivamente universales.
Por supuesto, como proletari@s podemos estar a favor de una producción más saludable,
pero carece de sentido preocuparse de la salud alimentaria y ambiental sin tener en
cuenta, al mismo tiempo, las condiciones que determinan el acceso a esas condiciones
más saludables, que tienen directamente que ver con los salarios, la jornada y ritmos de
trabajo, el acceso y estabilidad del empleo y todos los factores relativos al desarrollo de
la subjetividad.

En 1974 postulaba André Gorz que la crisis ecológica se transformaría en crisis de


valorización por una dinámica totalmente diferente a la del modelo agrario tomado por
O’Connor:

La consideración de las exigencias ecológicas tendrá finalmente esta consecuencia: los


precios tenderán a aumentar más rápidamente que los salarios reales, el poder adquisitivo
popular será por tanto comprimido y todo sucederá como si el coste de la
descontaminación fuese descontado de los recursos de que dispone la gente para comprar
mercancías. La producción de estas tenderá a estancarse o a bajar; las tendencias a la
recesión o a la crisis se verán agravadas. Y este retroceso del crecimiento y de la
producción que, en otro sistema, habría podido ser un bien (menos coches, menos ruido,
más aire, jornadas laborales más cortas, etc.), tendrá efectos enteramente negativos: las
producciones contaminantes se convertirán en bienes de lujo, inaccesibles para la mayoría,
sin dejar de estar al alcance de los privilegiados; se ahondarán las desigualdades; los
pobres serán relativamente más pobres, y los ricos más ricos.

La consideración de los costos ecológicos tendrá, en suma, los mismos efectos sociales y
económicos que la crisis del petróleo. Y el capitalismo, lejos de sucumbir en la crisis, la
administrará como ha hecho siempre: grupos financieros bien situados aprovecharán las

12
Y que parece haber sido heredado por todos estos ecomarxistas, en su mayoría intelectuales o
marxistas académicos.

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dificultades de los grupos rivales para absorberlos a bajo precio y extender su influencia
económica. El poder central reforzará su control sobre la sociedad: los tecnócratas
calcularán las normas “óptimas” de descontaminación y de producción, dictarán
reglamentaciones, extenderán los dominios de “vida programada” y el campo de actividad
de los aparatos represivos. Se desviará la cólera popular, a través de mitos
compensatorios, contra cómodas víctimas propiciatorias (las minorías étnicas o raciales,
por ejemplo, los “melenudos”, los jóvenes...) y el Estado asentará su poder en la potencia
de sus aparatos: burocracia, policía, ejército y milicias llenarán el vacío dejado por el
descrédito de la política de partido y la desaparición de los partidos políticos. Basta con
mirar alrededor, para percibir por todas partes los signos de semejante degeneración.

...Es así exactamente como pueden ocurrir las cosas si el capitalismo es obligado a tomar
en consideración los costos ecológicos sin que un ataque político, lanzado a todos los
niveles, le arranque el dominio de las operaciones y le imponga un proyecto de sociedad y
de civilización completamente diferente. Porque los partidarios del crecimiento tienen razón
en una cosa al menos: en el marco de la actual sociedad y del actual modelo de consumo,
basados en la desigualdad, el privilegio y la búsqueda del beneficio, el no-crecimiento o el
crecimiento negativo pueden significar solamente estancamiento, paro, y aumento de la
distancia que separa a ricos y pobres. En el marco del actual modo de producción, no es
posible limitar o bloquear el crecimiento repartiendo más equitativamente los bienes
disponibles.13

Al margen de que Gorz no tiene aquí en cuenta el factor de la dinámica social de lucha
de clases, sino simplemente formula un cuadro hipotético de los efectos de la crisis
ecológica y de las presiones ecologistas suponiendo la inefectividad en sentido contrario
de la lucha de clases, su visión no solamente era realista: de hecho la primera parte ya
se ha cumplido, y la segunda -las consecuencias de una política de “crecimiento cero”-
anda cerca, aunque realmente ninguna política semejante va a aplicarse a escala
general. Todo lo más habrá procesos de reestructuración que, para abaratar los costes
de producción y reproducción, provocarán la reducción de unos sectores productivos y su
reemplazo por otros. Pero fundamentalmente no por un interés ecológico, sino por el
interés limitado de la valorización del capital. Por otra parte, el consumo se incrementa,
tiene que incrementarse, con el crecimiento de la economía global, pero ello no significa
que la población trabajadora viva mejor. Tener más no significa vivir mejor. Al contrario,
en realidad tener más funciona como un mecanismo de sublimación irracional, que
facilita la aceptación de condiciones y jornadas de trabajo regresivas y, más en general,
de una situación política, convivencial cotidiana y sociocultural igualmente regresiva. La
mentalidad consumista es fundamentalmente un producto compensatorio de la
amplificación masiva de la autoalienación, de ahí su carga de irracionalidad; no es un
resultado del exceso de egoísmo individual o de un problema de maduración cultural, no
puede afrontarse con la ética y la moral. Exige una modificación radical del modo de vivir
que sólo será posible, y podrá comenzar a tomar forma, como iniciativa creativa múltiple
y movimiento integral autónomo de l@s trabajadore/as -o sea, como un proceso
revolucionario que emerja dentro y contra el sistema del capital. Y esto es posible
precisamente porque el consumismo es un fenómeno reflejo y limitado por la explotación
de clase; la dinámica de la lucha de clases, de hecho, permite canalizar racionalmente la
energía desviada hacia el consumo irracional, y así genera ya la motivación y la
experiencia que apuntan a otra forma de vivir.

Por otra parte, trazando las consecuencias de la teoría aquí expuesta sobre la crisis
ecológica, ésta afectará fundamentalmente al capital a partir de sus formas más ligadas
a los procesos naturales: la agricultura y la reproducción de la fuerza de trabajo. Ambos,
por otro lado, están profundamente entrelazados, pues el destino final de los productos
agrarios es siempre la reproducción de la fuerza de trabajo. Sin embargo, la reproducción

13
André Gorz, Su ecología y la nuestra, 1974. Disponible en el archivo del CICA, sección “otros autores”.
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de la fuerza de trabajo no se reduce biológicamente a la alimentación. La degradación


ecológica afecta también a las capacidades y procesos de procreación -la reproducción
ampliada de la fuerza de trabajo social. Así, circunstancias ambientales catastróficas
pueden no sólo hacer inviable la reproducción simple de la fuerza de trabajo social, sino
también su reproducción ampliada, y esto último no sólo debido a subidas de precios y
escasez de productos agrarios, sino también debido al deterioro de la salud física y en
especial de las capacidades y procesos de procreación. Esto ocasionaría una elevación
imparable del precio de la fuerza de trabajo y, así, una crisis de valorización. Por lo tanto,
el centro de conexión de la crisis ecológica con la crisis de valorización no se halla en la
degradación de la tierra y de los bienes infraestructurales (las condiciones de producción
que son soportes del capital constante), y que luego derivarían en la subproducción
agraria. Ese centro se halla en la degradación de las condiciones de existencia del
proletariado (el soporte del capital variable) y la consiguiente elevación o, por el menos,
bloqueo, de la dinámica del mercado tendente a minimizar los salarios.

Esto, claro, vuelve a situar el centro del problema de la crisis ecológica en el terreno de
la lucha de clases, del que nunca pudo salir, porque hablar de crisis del capital -en el
sentido que sea- y de lucha de clases es hablar simplemente de dos aspectos críticos de
la misma relación social. De hecho, la componente ecológica es una causa parcial de los
procesos migratorios masivos ya existentes, que no se explican meramente por el
subdesarrollo y su agravamiento o estagnación. Así, el problema ecológico también se
transforma en un conflicto interno a la propia clase proletaria de los países más
desarrollados, con la afluencia de mano de obra inmigrante. Si la degradación global
prosigue este problema se profundizará y, con él, el conflicto sociopolítico que está
sirviendo de campo de cultivo para el neofascismo. Esto, de hecho, vuelve a dejar
patente que, la dinámica del conflicto ecológico considerada de forma integral, evidencia
la impotencia de los movimientos ecologistas -quienes, haciendo un símil histórico, son
como las sectas que en su día precedieron al desarrollo del movimiento obrero moderno:
abrieron el camino de la lucha ecológica cuando no había nada, pero en el momento en
que las masas entren en acción esos grupos y sus concepciones de la lucha social
quedarán completamente sobrepasado; y de hecho, como esto ya ocurrió en el plano de
las necesidades histórico-materiales, aunque la masa no haya entrado autónomamente
en escena, nuestro objetivo tiene que ser superar tales grupos y concepciones.

6. Conexión causal y desligación política

En fin, así se explica perfectamente por qué los antagonismos y crisis derivados de la
“segunda contradicción” y de la “primera contradicción” se presentan como fenómenos
interrelacionados políticamente, pero desligados socio-históricamente. Decir esto no es
un sinsentido. Actualmente, la única política existente es la política capitalista. Para los
reformistas sociales de todos los tipos -socialistas, verdes, rojiverdes- éste es también su
marco de actividad política y, por lo tanto, perciben ambos fenómenos como
inseparables14. Sin embargo, a nivel de la estructura social se hace patente una
separación entre las dinámicas de lucha en torno a la producción social y las dinámicas
de lucha en torno a la ecología social. Esto no es el resultado de la falta de conciencia de
l@s proletari@s sobre el problema ecológico, sino que refleja que se trata de conflictos
con dinámicas diferentes. El hecho de que puedan ocurrir habitualmente en lugares
distintos es un rasgo accidental. Por ejemplo, podrían desarrollarse simultáneamente en
una misma unidad productiva y, no obstante, seguirían siendo causas concretas,

14
Véase como ejemplo el artículo de Martin Spence, The politics of the second contradiction, CNS 4,
Junio de 1993. La alianza rojiverde es por eso la expresión de la percepción politicista-reformista de la
interrelación entre conflicto social y conflicto ecológico.

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obstáculos para su solución y formas de solución concretas, que no serían idénticos ni


tampoco necesariamente convergentes. Pues si concretamente la lucha laboral se
enfrenta a la dinámica regresiva del capital, tendente a aumentar la explotación absoluta
de la capacidad viva de trabajo, la lucha ecológica se enfrenta a la dinámica progresiva
del capital, tendente a aumentar la subsunción de la naturaleza15. Esto significa que el
propio capital da alas a la lucha ecológica para que constituya una fuerza reformista y
cumpla de este modo una función recuperadora, pero reprime la lucha laboral y expulsa
a los proletarios con conciencia de clase aun del campo del reformismo social. Significa
también que el ecologismo pasa a cumplir un papel mistificador, como forma de lucha
social y como ideología social, legitimando e impulsando el proceso de reestructuración
que abre el camino a una subsunción más profunda de la vida natural; mientras, todo lo
que pueda considerarse autonomía proletaria es proscrito y reprimido.

Pero la raíz de la separación, como vimos en el plano teórico, no es que l@s proletari@s
no tengan ningún interés en la lucha ecológica, o que no sean capaces de combinar los
dos tipos de objetivos. La raíz es que efectivamente ambos conflictos siguen dinámicas
distintas y que, sumado a eso, el capital inhibe por todos los medios la lucha proletaria.
Como resultado, la lucha ecológica se perfila como exterior al proceso productivo, y rara
vez las luchas proletarias en el proceso productivo coinciden con los objetivos ecológicos
o tienen la capacidad de asumirlos prácticamente -ya que, en una situación de debilidad,
fragmentación interna y regresividad de la clase obrera, las luchas que se localizan en el
proceso productivo tienden a restringirse a objetivos puramente inmediatos. Con todo,
considerando la definición de ecología integral aquí defendida, así como aceptando que
corresponde con la realidad humana, no es demasiado difícil entender que bajo el
epígrafe de luchas laborales se incluyen muchas veces luchas a la vez ecológicas,
simplemente porque las luchas por medidas de seguridad y salud en los espacios de
trabajo son subsumidas en la categoría de luchas laborales y sólo se reconocen como
objetivos ecológicos los de tipo puramente ambiental.

Dado que existen dinámicas de conflicto diferentes, es lógico que se produzcan también
diferenciaciones de conciencia que puedan situar a sectores de la clase trabajadora como
atrasados o refractarios a las medidas ambientales que son tomadas unilateralmente por
los poderes capitalistas, con o sin la iniciativa o colaboración de las fuerzas
ambientalistas. Esto, sin embargo, es luego considerado -desde una óptica burguesa-
como un argumento contra la capacidad anticapitalista de l@s trabajadore/las y contra la
posibilidad de integrar ambos tipos de objetivos. La superación de la separación pasa,
claramente, por el desarrollo del movimiento proletario autónomo y, mediante eso, por el
desplazamiento del centro de la lucha ecológica del exterior al interior de los procesos
productivos y, más en general, el paso de la estrategia de lucha reformista orientada a
normas de regulación superestructural de tipo político e ideológico (normas legales,
políticas estatales, patrones de consumo individual, ética y moral) a una estrategia
revolucionaria, orientada a cambios estructurales radicales. Como decía Marx, la
humanidad no se formula problemas que no puede resolver. Por eso, solamente cuando
l@s proletari@s se vuelvan capaces de tomar la iniciativa podrán pensar sus propios
intereses más allá de lo estrictamente inmediato y localizado, y en consecuencia, sentir
la urgencia y hallar la forma de integrarlos en una sola lucha.

15
Es decir, la subsunción de la naturaleza es una característica constante y una condición esencial de la
autoexpansión del capital, mientras que la explotación absoluta es una característica epocal y sólo es
esencial en tanto decae la capacidad del sistema para incrementar la tasa de plusvalor junto con la
productividad del trabajo social. En todo caso, cuando distingo entre progresivo y regresivo es, por
supuesto, en relación a la dinámica del modo de producción capitalista.

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Otro elemento político, directamente relacionado con la teoría de O’Connor y los


ecosocialistas en torno a la revista CNS, es que una teoría que identifica prácticamente
crisis ecológica y crisis de la agricultura campesina o de alta composición natural del
capital conecta socialmente con los intereses y preocupaciones de las masas campesinas.
Además, estos conflictos integran problemas que van desde la deforestación y la gestión
de aguas hasta los transgénicos, desde la confrontación con los poderes del capital local
a la confrontación con las grandes multinacionales, lo que les da una apariencia de
actualidad y progresividad que, sin embargo, contrasta con la fuerza efectiva y los
resultados reales de tales movimientos desde el punto de vista revolucionario-comunista.
Donde existen amplios movimientos campesinos ese enfoque de la crisis económica como
resultado de la segunda contradicción parece verificarse, y con ella el tema de la
inseparabilidad intrínseca (inseparabilidad material o económica, y así política, etc.) de la
“primera” y la “segunda” contradicciones y, frente a todo esto, la desestimación de las
capacidades de la clase trabajadora como colectivo específico, sea para asumir sus
propios intereses ecológicos o también para asumir la lucha por grandes cambios
sociales.16

7. Las ecomistificaciones de los epígonos de O’Connor

De este modo, no es extraño que las teorías ecosocialistas estén relativamente en boga,
ya que son representativas de la situación sociopolítica global derivada de la
descomposición e impotencia del viejo movimiento proletario. Pero lo que representan no
es una salida revolucionaria, sino una recomposición reformista predestinada a darse de
bruces contra un poder amplificado del capital al que ell@s contribuyen -ya llevan tiempo
haciéndolo.

En definitiva, la idea de O’Connor de que cuanto más el capital explota el trabajo más
“explota” también la naturaleza es falsa no en un sentido absoluto, pero sí tal y como fue
formulada. La naturaleza no es “explotada” en el mismo sentido que el trabajo social. En
el capitalismo no produce valor, porque no es reconocida como valor. Aquí el trabajo
humano produce valor porque él mismo tiene valor como capacidad viviente de trabajo.
El desarrollo de la explotación del trabajo social supone la necesidad de apropiarse más
extensiva o intensivamente de la naturaleza, con la consiguiente destrucción y
degradación. Pero dado que la naturaleza carece de valor, esto no afecta directamente a
la valorización del capital, como sí ocurriría con la destrucción o degradación de la
capacidad de trabajo humana. Tampoco la destrucción de la naturaleza en sentido
absoluto es un resultado inevitable de la expansión de la producción capitalista, como ya
hemos analizado. Por lo tanto, el postulado de O’Connor sería correcto reformulado así:
cuanto más aumenta la explotación del trabajo social, más aumenta la subsunción de la

16
Lo que yo sostengo es que aquello que para O’Connor son dos contradicciones, son en realidad dos
formas o momentos distintos de la misma contradicción inmanente al capital entre economización de
trabajo necesario y ampliación del plustrabajo. Pero, en mi visión, esto también significa que esas formas
no necesariamente se entrelazan, fundiendo en una sola la crisis ecológica y la crisis de valorización, ya
que corresponden a dimensiones operativas distintas de la relación del capital. Si en la visión de
O’Connor y el colectivo de CNS ambas cosas se confunden, es porque en su teoría la unidad de ambas
viene determinada por el mercado. Para mí, en cambio, el mercado no determina la unidad de la crisis
(ni tampoco la unidad proletaria a través de las luchas salariales), sino que dicha unidad de la crisis sólo
puede producirse a partir de la crisis en el seno mismo del modo de producción.
La diferencia entre nuestros puntos de vista es sustancial para la comprensión del desarrollo social y de
la lucha de clases. Según O’Connor, la crisis ecológica es un factor regresivo para el capital y que
impulsa la sociedad hacia otro modo de producción. Según mi razonamiento la crisis ecológica es un
factor progresivo que estimula el desarrollo del modo de producción capitalista hacia un nuevo nivel
histórico.

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naturaleza en el capital. Con todo, estoy hablando en términos cuantitativos: a mayor


volumen de producción, mayor volumen de energía y materiales es preciso tomar de la
naturaleza -o es preciso producir artificialmente, lo que también implica apropiación de la
naturaleza aunque de manera menos extensiva (pero exige ocupar espacio y exige
también materiales y energía).

Si bien el enfoque de O’Connor aparenta llevar a una prolongación de la noción


tradicional de la lucha de clases para el conflicto ecológico y otros, esto consiste según
Rosewarne en que “la ilimitación del ámbito del capital inscribe en una dimensión de
clase a todas las luchas sociales alrededor de las preocupaciones ambientales, el
ambiente construido y los temas del bienestar familiar y otros; esto es, alrededor de las
condiciones de producción.”17 Pero lo que prácticamente quiere decir esto es que a esas
luchas sociales exteriores al ámbito de clase “tradicional”, en la medida en que
confrontan los intereses del capital, se les atribuye un carácter de clase proletario -como
quiera que esto se argumente ideológicamente. El resultado es que, llevando hasta el
final la tesis de O’Connor, los movimientos campesinos latino-americanos representarían
mejor los intereses proletarios de lo que el proletariado mismo. Igual que ocurre en las
demás luchas, el carácter de clase de un movimiento social no puede establecerse
simplemente por la oposición a intereses capitalistas, sino por la diferenciación interna de
la subjetividad antagonista y la conformación de un movimiento definido por intereses
específicos y opuestos. Según esta diferenciación sea efectiva, tendremos movimientos
que se dirigen contra la dinámica del capital en cuanto que dinámica explotadora social,
o movimientos que la cuestionan nada más que como dinámica concurrencial
(condiciones de competencia/monopolio, de concentración y centralización, etc.). Por
otra parte, todo esto también supone formulaciones diferentes de los objetivos. Aun más,
lo dicho anteriormente incide en que el carácter de clase de un movimiento no viene
determinado por su ubicación social originaria o entorno social fáctico, sino por su praxis
en cuanto proceso histórico-social. Cuando esta distinción se obvia, entonces tenemos
una mistificación de la propia categoría de clase de acuerdo con el materialismo histórico.
Porque, en la visión histórico-materialista, una clase solamente puede considerarse
sujeto en cuanto se constituye como agente social autónomo y, por lo tanto, nunca por el
simple hecho de participar en una dinámica de conflicto que se deriva de relaciones de
clase objetivizadas. Así, una lucha laboral puede tener un enfoque de clase o corporativo,
puede orientarse a desarrollar la autonomía de clase o, por el contrario, la colaboración
de clases. En el segundo caso no podrá considerarse una lucha de clase, por más que sus
participantes sean empíricamente miembros de una clase social.18

Por otra parte tenemos el enfoque reduccionista de la ecología, que excluye la ecología
humana o la reduce a un vector del ecosistema global, y la consiguiente fundamentación
del problema ecológico en la forma del metabolismo con la naturaleza y no en la forma
social de la cooperación humana, en las relaciones sociedad-entorno y no en las
relaciones intra-sociales.

17
Stuart Rosewarne, Marxism, the second contradiction and Sociological Ecology, CNS 8, Junio de 1997.
18
Esto no debería confundirse con reconocer la existencia empírica de la lucha de clases. La “lucha de
clases” en el sentido empírico de “lucha de las clases determinadas por el modo de producción
capitalista” existe independientemente de la conciencia de sus participantes, aunque ello no significa que
esas luchas de clases sean el resultado de la confrontación de movimientos de clase, y que podamos, por
consiguiente, hablar de las clases en lucha como ejerciendo una “lucha de clase”, una lucha que expresa
sus intereses como clase. Aquí es pertinente conservar la diferencia entre necesidades e intereses. Las
necesidades sociales son realidades a la vez objetivas y subjetivas, y en este sentido toda lucha de
clases expresa necesidades de clase. Pero solamente podemos hablar de intereses -y así, de
movimientos- de clase cuando esas necesidades son identificadas conscientemente en su determinación
social, al margen de que la capacidad político-social de l@s proletari@s pueda limitar la lucha por tales
objetivos tanto en profundidad como en extensión.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 17 de 34

Ambos elementos ideológicos -el reduccionismo ecomarxista y el reduccionismo


ecologista- se combinan para dar sustancia política a la idea de “ciertos ecologistas
profundos y ecofeministas”, según la cual los esfuerzos de l@s trabajadore/as “para
reconstituir su subjetividad” de acuerdo con la problemática ecológica tienen una base en
el precedente metabolismo, aunque “esto no tiene por qué ser necesariamente así; es
más, la naturaleza no posee subjetividad y no puede ejercer su voz o presencia social en
el fermento social extensivo definido alrededor de la lucha de clases”.19

La consecuencia práctica de esa visión es que no existe un nexo entre el


cuestionamiento de la forma social de la cooperación y el cuestionamiento de la forma
del metabolismo con la naturaleza y, por lo tanto, tampoco un nexo entre el desarrollo de
la subjetividad proletaria a partir de las luchas por objetivos internos al proceso
productivo y el desarrollo de la conciencia ecológica. Pero, si abandonamos esta
perspectiva de la clase media, no es tan difícil entender lo que ya habían señalado los
marxistas clásicos tantas veces: a saber, que la liberación del embrutecimiento y de la
autoanulación producidos por la explotación es una condición imprescindible para el
desarrollo de una subjetividad revolucionaria. Aún más, es la condición de cualquier
movimiento proletario como tal, pues esa es su fuente fundamental de cohesión (o, como
se decía en la vieja terminología filosófica, de su autoexistencia). Esta liberación de l@s
proletari@s de esa deshumanización producida por su condición social de explotad@s
comienza con el desarrollo del movimiento proletario autónomo. La subjetividad
revolucionaria, en cuanto totalidad de capacidades y necesidades humanas, liberación de
las cualidades y sentidos humanos (Marx), emerge solamente sobre esa base. Es en esta
medida que l@s proletari@s trascienden su conciencia superficial y fragmentaria y se
vuelven capaces de desarrollar y sostener una conciencia radical y universal.

No obstante, nada de eso significa que l@s proletari@s no tengan en su experiencia


social los fundamentos de la conciencia ecológica. Todo lo contrario. Porque, ya que el
proceso productivo es simultáneamente proceso de relación con la naturaleza, la
interacción entre producción y entorno local y entre producción y naturaleza subjetiva del
productor/a constituye una materia inmediata de la conciencia proletaria. Es esto lo que
se expresa en las luchas relativas a la calidad de vida ambiental, sanitaria y espiritual,
que pueden asumir formas tan aparentemente poco relevantes desde un punto de vista
“ecologista” como luchas por mejorar la habitabilidad de las viviendas, por reducir la
exposición a tóxicos en el proceso productivo o por tener derecho a unos minutos de
descanso y para ir orinar durante la jornada laboral. Por supuesto, en la mayor parte de
los sectores productivos de los países desarrollados (o “sobredesarrollados”) ya se han
conseguido medidas de este tipo. Pero precisamente eso refuerza mi interpretación de
que el problema no es una incapacidad de l@s proletari@s para luchar contra la
degradación ecológica, sino las dificultades que, en general, tienen que confrontar para
poder luchar por todos sus intereses sociales en un contexto histórico regresivo, en el
que las formas de organización, de lucha y de pensamiento del movimiento obrero
tradicional se han tornado progresivamente obsoletas.

8. Mi tesis: el carácter tridimensional de la contradicción capital-


proletariado

Lo que yo defiendo es que no hay dos contradicciones, sino una sola, entre el capital
como relación social de producción y la capacidad viva de trabajo (proletariado), que se

19
Stuart Rosewarne, Marxism, the second contradiction and Sociological Ecology, CNS 8, Junio de 1997.
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presenta o se manifiesta en tres formas, o a lo largo de tres planos constitutivos de la


vida humana:

Materiales y energía Naturaleza exterior

Trabajo social Capital Proletariado Sociedad

Creatividad Naturaleza humana


(“saber-hacer”)

El Capital se apropia de los recursos de la naturaleza exterior y de la naturaleza humana


solamente mediante el trabajo social, por lo que la contradicción de clase es la que
unifica los tres planos: ecológico, social y psicológico.

Pero la contradicción de clase no existe únicamente en la forma desenvuelta


proletariado-capital. Existe igualmente en la forma intra-clase, como resultado de las
dificultades del proceso de autoconstitución en clase como sujeto sociopolítico -el paso de
la clase-en-sí a la clase-para-sí. Esta contradicción intra-clase es conformada por la
división del trabajo social entre explotados-gestores-explotadores. La manifestación
interna de esta contradicción en el movimiento proletario es la conocida como división
entre masa y dirigentes, que reproduce la división capitalista del trabajo. La
manifestación externa se presenta normalmente más difuminada, debido a que a escala
general la división capitalista del trabajo opera como elemento de la dominación del
capital sobre el proletariado. Es cuando esa dominación entra en algún tipo de crisis, y ni
el polo dominante reacciona ante las amenazas evidentes, ni el polo dominado es capaz
de tomar la iniciativa ante la situación crítica, que la “clase media” (el soporte inmediato
o sociológico de la división capitalista del trabajo) y más elementos de ambos polos
antagonistas tienden a agruparse para procurar una salida. Aparecen así los movimientos
interclasistas cuya dinámica es inherentemente reformista, como un fenómeno derivado
de la inactividad histórica autónoma de la clase dominante y de la clase proletaria.

La teoría de la tridimensionalidad de la contradicción capital-proletariado permite


entender la constitución comprehensiva de la dominación capitalista, así como la
posibilidad de que su crisis se exprese fragmentaria o descompensadamente en relación
a sus tres dimensiones constitutivas. Fragmentariamente desde el punto de vista de la
forma, descompensadamente desde el punto de vista de los contenidos en juego. Lo que,
como decía, también se manifiesta dentro del propio movimiento social del proletariado,
ya que en cuanto el conflicto entre la forma alienada del trabajo social y el desarrollo
progresivo de la sociedad permanece en un plano secundario, se dan las condiciones
para la hegemonía de elementos burgueses dentro del movimiento proletario. Y si a esto
se añade la desestructuración histórica del movimiento proletario, ocasionada por la
subsunción de sus organizaciones tradicionales en el dinamismo del capital, entonces
tenemos la receta para que esta hegemonía pueda presentarse como algo exterior,
independiente, del propio proletariado, cuando en la práctica sería impensable sin su
conexión con la contradicción capital-trabajo que subyace a toda forma de conciencia
social en la sociedad existente.

En conclusión, la teoría de la tridimensionalidad permite entender en profundidad el


fenómeno del interclasismo en general y del movimiento ecologista en particular. Más en

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concreto, el por qué todo movimiento (políticamente20) separado deriva para el


interclasismo y el reformismo, igual que todo movimiento genéticamente interclasista o
reformista se conforma como movimiento separado.

También permite entender la causa de que los movimientos proletarios parciales


tiendan a contemporizar con movimientos de clase media, o mismo abiertamente
capitalistas. Pues, en tanto la contradicción capital-proletariado no se manifiesta
principalmente en el plano inmediato de la producción social, su dimensión espiritual
como contradicción entre creatividad y naturaleza humanas o bien no se desenvuelve, o
bien lo hace distorsionadamente, quedando mediatizada por la clase media y por la
adhesión irracional al capitalismo.21

Teniendo presentes las tres dimensiones de la contradicción capitalista, pienso que es


precisamente la tercera, entre el capital y la naturaleza humana, la que puede dar a la
lucha de clases un carácter subversivo y propiciar la rebelión social en general. La ola de
lucha de clases de los 60-70 fue clara manifestación de esto y por ello estuvo
acompañada de una fuerte efervescencia cultural antagonista. Pero esto fue posible
gracias a su combinación con la dinámica ascendente de la crisis estructural del
capitalismo, con el agotamiento del modelo de acumulación histórico universalmente
vigente desde la II Guerra Mundial -el “socialismo del capital”. Con el progresivo
agotamiento del modelo actual, el “comunismo del capital”22, híbrido de liberalismo y
estatismo en exclusivo beneficio del capital privado, es más que previsible una nueva
emergencia de la dimensión psicológico-cultural de la contradicción capital-proletariado,
así como que los efectos del conflicto entre capital y naturaleza exterior lleguen a
hacerse presentes en la forma de la extensión de una perspectiva ecológica dentro de las
luchas sociales corrientes de l@s proletari@s. Esto creará, por vez primera en la historia,
la posibilidad de aplicar un enfoque integral a la lucha anticapitalista.

La consideración de la “primera” y “segunda” contradicciones, tal como quedan


diferenciadas por O’Connor, como solamente dos formas de una sola contradicción
capital-proletariado, tiene implicaciones políticas de primer orden. Para empezar,
implícitamente estamos afirmando que la consideración abstracta de la contradicción
como existente entre el capital y la sociedad, como se acostumbra a hacer en el ámbito
del ecologismo, es irrelevante para nosotr@s y socio-políticamente expresa un punto de
vista ajeno al proletariado. La contradicción puede, en mayor profundidad, describirse
como entre el capital y la vida; pero prácticamente la “vida” solamente existe para
nosotr@s como sujeto social, en la forma de la clase trabajadora, la clase cuya capacidad
de vivir es alienada en la producción capitalista.

20
Me refiero, claro está, a las separaciones orgánicas, no al hecho de que existan distintas
organizaciones y procesos de lucha con su autonomía, lo que no implica necesariamente su desconexión
política.
21
Es decir, la autonomía espiritual del proletariado tiene su motor primario en la lucha en el campo de la
producción social. Cuando esta autonomía es débil o está ausente, la clase media intelectual ocupa la
función de educadora o directora del proletariado -función que es mediatizadora y no transformadora,
porque reproduce la división social del trabajo dentro del movimiento proletario. Esta división entre
dirigentes y ejecutantes o entre educadores y educados reproduce más abierta o más sutilmente las
relaciones de dominación dentro del movimiento proletario. Se inhibe, de este modo, la asunción
consciente por l@s proletari@s de la forma en que se lleva a cabo, a nivel fundamental, la dominación
espiritual del capitalismo. En consecuencia, también se inhibe la conciencia de la exigencia de una
autotransformación psicológica liberadora, y de sus condiciones de realización, lo que en cambio es
imprescindible para quebrar dicha dominación espiritual del capital y construir un movimiento de
individuos libres.
22
Véase el Proyecto de programa de Cooperación Obreira, 2001-03. Especialmente la revisión preparada
por mí en castellano, disponible en el archivo del CICA, sección “nuestros textos”.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 20 de 34

En segundo lugar, esta visión unitaria implica que las distintas respuestas subjetivas
separadas a las manifestaciones de las tres formas de la contradicción, como típicamente
son el movimiento obrero tradicional, el movimiento ecologista y los movimientos
contraculturales, no pueden interpretarse como tipos de procesos o campos de
interacción social independientes entre sí e independientes de la división en clases de la
sociedad -al margen de las formas de conciencia que tales movimientos sociales tengan,
especialmente de lo que piensen de sí mismos. Al contrario, la teoría de la
tridimensionalidad supone considerar todas las posiciones como posiciones de clase y
socio-históricamente determinadas (singularidades sociológicas y políticas) dentro de una
dinámica compleja que abarca los tres planos fundamentales de la existencia humana23,
al tiempo que modifica continuamente sus interrelaciones (comportamiento social,
metabolismo ecológico, constitución psicológica) y transforma cada dimensión a ritmos
divergentes (de ahí la posibilidad de una alternancia de la importancia crítica de cada
dimensión dentro de un período histórico determinado).

9. Hacia un concepto integral del valor-trabajo

Profundizando más, la formulación propuesta que unifica las tres formas de


contradicción supone que la teoría del valor-trabajo es incompleta y que -aunque esto no
pueda ser plenamente aplicable en el campo de la economía capitalista- debe ser
revisada de acuerdo con un concepto integral del valor, que abarque:

1) El tiempo medio de trabajo humano objetivado en el proceso productivo.

2) La disponibilidad natural relativa a la sociedad (determinada por las capacidades


técnicas de apropiación de los recursos y de su transformación social) y los efectos
ecológicos de su utilización productiva y individual.

3) El valor de uso social, considerado como elemento socio-históricamente determinado


(adecuación de la producción a la naturaleza humana, socio-históricamente producida).

El último criterio también debe ser tenido en cuenta, ya que es una de las razones más
importantes por la que ciertos productos no llegan la producirse como bienes sociales, o
lo son solamente en una medida limitada aunque su valor para la vida humana sea
innegable. En una sociedad cuya subjetividad característica destaca por el hedonismo
individualista-consumista y autorrepresivo, como sublimación de la vida autoalienante y
empobrecedora, los productos poco adaptados a servir a esa sublimación tendrán escasa
receptividad, lo que no es razón para considerar que sean menos necesarios o valiosos. Y
a la inversa, cierto tipo de productos deberían ser suprimidos o restringido su volumen
de producción, confluyendo en muchos casos las razones ecológicas con las psicológicas
cuando miramos el asunto desde un punto de vista revolucionario-comunista.

Yendo más allá, el valor de ser de los productos y recursos sociales es “no
cuantificable”, porque los elementos naturales que los integran no son abstraíbles
mecánicamente, son parte de un sistema vivo, complejo, abierto. Al alterar una parte
alteramos la totalidad, por lo que es imposible cuantificarlo. Todo lo más es posible
subordinar la apropiación de la naturaleza a estudios de impacto y delimitar unos costes
paliativos mínimos. Pero esto es aún imposible con la apropiación privada en el cuadro
del libre mercado y, más en general, con el capital como relación social dominante. Por

23
El plano del trabajo social incluye para mí tanto el trabajo en la esfera productiva como el trabajo en la
esfera de la reproducción, y no solamente el trabajo asalariado.

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eso lo más importante no es incidir en la “internalización de costes”, sino en evitar las


actividades ecológicas regresivas -la humanización de la naturaleza desnaturalizándola.
En otras palabras, la destrucción de la capacidad autocreadora del ecosistema es mucho
más importante que la destrucción de sus elementos y que todo lo que se pueda definir
en términos de degradación cuantitativa.

En la práctica, toda cuantificación de los costes sociales/naturales (medioambientales y


de salud) supone ya admitir que el medio natural es una mercancía, por más que sea
una mercancía especial, como ocurre con la capacidad humana de trabajo. Un sistema
autopoiético, como fuente de valor, es por definición inmensurable en su valor, lo que
vale tanto para el ecosistema global como para el individuo humano. Es precisamente
por eso que sus productos poseen un valor, porque no pueden ser producidos por
cualquiera, en cualesquiera condiciones, de cualquier manera. Además, la cuantificación
implica abstracción y fragmentación, perdiendo de vista que la economía moderna no se
vale de la naturaleza exterior o de la naturaleza humana como de una fuente puntual de
recursos, sino de su capacidad autopoiética, autoproductiva. Lo que la producción social
emplea no son propiamente elementos naturales aislados (energía y materiales
provenientes del entorno + energía y fisiología humanas), sino los sistemas vivos que los
producen.

Podemos hablar de “trabajo de la naturaleza o ecosistémico” en el sentido de la física,


pero también, conste, deberíamos entender el trabajo humano como factor económico a
partir de este mismo punto de vista. Aunque la noción puramente física de trabajo es
reduccionista respecto de la noción biológica, el objetivo es establecer una definición
económica común. En este sentido, la noción de trabajo como energía aplicada por
tiempo para modificar un cuerpo es una base común de la forma ecosistémica y humana
del trabajo. Es por eso que es posible emplear el concepto de trabajo24.

Por supuesto, el problema de la reformulación ampliada de la teoría del valor-trabajo es


que los dos criterios adicionales postulados son mucho más difíciles de representar
matemáticamente para aquellos interesados en la estadística. Con todo, se puede asumir
perfectamente que estos dos criterios adicionales solamente hallan manifestación
operativa global en la sociedad capitalista a través de los mecanismos de mercado.
Desde esta perspectiva, el criterio de la disponibilidad socio-natural puede evaluarse
según la evolución de los mercados de materias primas. El criterio de la adecuación social
subjetiva puede evaluarse según la evolución de los mercados de bienes de consumo
finales y mediante encuestas de consumo. Las inexactitudes debidas a los instrumentos
de medición disponibles no invalidan en absoluto los criterios adicionales. Es más,
seriamente el tiempo de trabajo humano como determinante del valor es imposible de
considerar más que a partir de estadísticas de precios de mercado. Con todos los datos
resultantes es posible formular ecuaciones matemáticas y llegar, si interesa, a una
ecuación global del valor-trabajo que integre los tres factores. A mí esto no me preocupa
ahora, pues el objetivo de la teoría económica revolucionaria nunca fue crear una nueva
ciencia económica “proletaria”, sino como manifestaba el subtítulo de la gran obra de
Marx, hacer la “crítica de la economía política” de la burguesía. Luego su importancia
decisiva no se halla en el campo del cálculo económico, sino en el campo de la
orientación política.

Los tres criterios para medir el valor son relativos por cuanto se remiten al mercado
como fuente de datos. El tiempo de trabajo humano no se manifiesta directamente en la
dinámica de precios. Aunque su mayor facilidad de contraste reside en que constituye un

24
Concepto que ahora no pretendo evaluar en su significación etimológica originaria, tripalium,
instrumento de tortura.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 22 de 34

elemento interno efectivo de la dinámica del capital. Es tenido en consideración en los


cálculos sobre costes productivos, y así los ciclos económicos van poniendo de manifiesto
la relación objetiva entre tiempo de trabajo humano medio y precio medio. Con el valor
socio-natural no ocurre lo mismo, porque no es reconocido como elemento interno
efectivo. Así, ocurre que el tiempo de trabajo de la naturaleza no es computado en
absoluto como factor económico25. Esta es la razón por la que un bien natural puede ser
hoy muy barato porque abunda, y mañana tornarse rápidamente escaso y elevar su
precio de forma desorbitante. Esto significa que el cálculo de su valor económico no
puede realizarse independientemente de un cálculo de su disponibilidad en razón de la
tasa de demanda previsible (que en el contexto capitalista tiende a crecer
exponencialmente) y del volumen de recursos existentes para el período considerado. En
el caso del criterio cultural, y sin prescindir de la valoración socio-histórica y política, los
dos criterios anteriores sirven para definir un valor objetivo, de acuerdo con el cual
podemos hablar económicamente de desvalorización o de plusvalorización subjetiva de
los bienes. Este criterio opera indirectamente en el sistema capitalista, determinando el
volumen de ventas medio más que haciendo variar el precio.

Ya que estamos hablando del valor, hay que insistir en que las crisis ecológicas no son
nunca insolubles, porque el fundamento del capital no son los valores naturales sino los
valores sociales, el trabajo humano y no el de la naturaleza. Sin embargo, las tres
formas de crisis derivadas de los tres planos de la contradicción capital-proletariado
están interrelacionadas a partir de esta escisión entre valor social y valor natural. La
crisis ecológica se explica, en última instancia, por la alienación del proceso económico
respecto de sus condiciones naturales, pero no así el hecho de que este desequilibrio no
haya sido corregido anteriormente, antes de estallar, en su fase latente. Tampoco por
esa razón puede explicarse así su alcance social, tanto objetivo como subjetivo. Esto se
ve en la dinámica del capital individual: los costes ecológicos se oponen a la elevación
competitiva de la tasa de acumulación de plusvalor, lo que desincentiva e inhibe, llegado
el caso, la toma de medidas ecológicas. A escala global, esta misma dinámica de
acumulación entra en conflicto con la tendencia descendente de la tasa de beneficio,
derivada de la elevación de la composición orgánica del capital (incremento de la
productividad del trabajo). Por tanto, la crisis ecológica se explica dinámicamente por la
tendencia al derrumbe de la valorización que opera a escala particular y global. Y en el
plano de la subjetividad social, por la adhesión sublimadora a la dinámica de valorización,
determinada por la alienación del trabajo.

10. La noción de límites “naturales” al desarrollo de la producción


social

Para Marx y Engels, el mundo natural contemporáneo había sido ya más o menos
transformado históricamente por la actividad humana. Por lo tanto, las condiciones
materiales del proceso de producción proceden de la naturaleza, pero de una naturaleza
que no existe ya como exterior a la sociedad humana y a sus formas históricas de
actividad. No es una naturaleza totalmente autooriginada, sino en proceso de
humanización. Su objetivo, con este postulado, era romper radicalmente con el
materialismo naturalista, no pretender que la naturaleza podría (o debería) ser
absolutamente amoldada a los deseos humanos. Su posición consistía, más
específicamente, en considerar la naturaleza como elemento integrado en el proceso

25
Que el tiempo de trabajo de la naturaleza resulte enorme en el caso de los recursos naturales no
renovables, no significa que no pueda teóricamente aplicarse. Toda consideración del tiempo de trabajo
presupone que se trata de una relación social, de una forma de medir, regular, la relación entre seres
humanos e los productos (de la naturaleza o de su propio trabajo social).

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económico, en lugar de independiente de él. En consecuencia, para ellos los límites que
la naturaleza existente coloca frente al desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo
social no son principalmente límites “naturales”, sino histórico-sociales.

Considerando que estamos ante una naturaleza transformada por la actividad humana,
los límites colocados a la transformación ulterior de la naturaleza no son originados en la
naturaleza como tal, sino en la forma de la actividad humana como forma de producción
y de apropiación. Por ejemplo, la escasez del petróleo no es un límite natural, sino un
límite tecnológico, radicado en el tipo de tecnología empleada y/o en el conocimiento
científico-técnico disponible. En general, toda dependencia de recursos naturales
especiales es un efecto de limitaciones específicamente humanas. En este campo, el
capital es una fuerza histórica progresiva, dado que la maximización del beneficio le
empuja finalmente a autonomizar la producción social de la dependencia de este tipo de
recursos, escasos o potencialmente escasos, para basarla en la dependencia de recursos
naturales no específicos (disponibles a largo plazo o incluso indefinidamente). El mismo
proceso ocurre socialmente, hasta cierto punto, cuando la extensión en la esfera de la
reproducción de los procesos de cualificación de la fuerza de trabajo por un lado (sistema
de formación profesional), y los procesos de descualificación en la esfera productiva por
otro (codificación del saber-hacer en la maquinaria), convergen para crear un ejército de
fuerza de trabajo genéricamente adecuado para su empleo en la multiplicidad de trabajos
de cualificación media.

Incluso los límites establecidos por los procesos de autoproducción de la naturaleza, que
subyacen a la vida humana como todos aquellos que generan las condiciones
elementales para la vida terrestre, solamente limitan el desarrollo de la sociedad humana
en tanto el conocimiento científico-técnico es insuficiente para actuar sobre su
funcionamiento. Otra cosa es evaluar si este tipo de intervenciones humanas son
positivas o responsables. Lo que quiero decir es que, aun los límites que se presentan
como resultado de procesos no humanos, son en última instancia límites humanos. Son
límites que definimos en relación a nosotros, no a otra especie, y más concretamente
para nuestra sociedad actual, no para otra. Para la naturaleza como ecosistema lo que
importa es moverse alrededor de un estado de equilibrio dinámico, pasando por fases de
disolución y caos autoorganizativo. Si hoy llueve aquí y no allí, si ciertas dinámicas son
perjudiciales para la sociedad humana, eso a la naturaleza le es indiferente. Por lo tanto,
sus procesos autónomos siempre son, por definición, una fuente de límites a la actividad
humana. Pero el hecho de que constituyan o no un límite efectivo, concreto, no depende
de la naturaleza como tal, sino del modo en que nosotr@s nos relacionamos con ella, de
los modos de la actividad humana. Afirmar lo contrario es como si dijésemos que
estamos mal nutridos porque la naturaleza no nos da qué comer. Desde el momento en
que nuestra propia actividad está más determinada por nuestros recursos socialmente
producidos que por nuestra constitución biológica y fisiológica, natural, no podemos
hablar de límites naturales más que en términos completamente relativos al estadio
socio-histórico en el que en los encontramos.

En otras palabras, el materialismo histórico señala la preeminencia del trabajo humano


en el desarrollo histórico de la sociedad. Por supuesto, esta concepción tiene como base
la experiencia de una sociedad capitalista en ascenso, en la que el desarrollo industrial
quiebra los últimos lazos “naturales” del trabajo, su dependencia directa de las
condiciones naturales (agricultura feudal, industria artesanal) y comienza a convertir
todas las condiciones de producción en condiciones socialmente producidas de manera
sistemática. Así, el propio materialismo histórico clásico es expresión del estadio socio-
histórico que se corresponde con el modo de producción capitalista. Un reconocimiento
de límites naturales absolutos es tan absurdo como su no reconocimiento -omisión que

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 24 de 34

continuamente realiza, de forma inmanente, el capital al imponer su dinamismo de


valorización.

El problema del desarrollo de la economía humana no son los límites naturales, sino las
formas de interacción humanas que la constituyen como un todo -relaciones sociales,
relaciones ambientales, relaciones psicológicas. El reconocimiento de límites naturales
solamente tiene utilidad desde la perspectiva de detener el crecimiento económico. Pero
la teoría del decrecimiento como solución a la crisis ecológica, además de ser una noción
que se formula sin considerar concretamente el problema del crecimiento como proceso
histórico-material socialmente determinado (objetivamente por el dinamismo ciego del
capital, subjetivamente por la constitución alienada de la naturaleza humana histórica),
desplaza el problema de la esfera productiva a la esfera del cambio, al mercado.

Lo que Engels llamaba la “venganza” de la naturaleza, consecuencia del expolio ciego de


los recursos naturales, no es un resultado de límites colocados por la naturaleza, sino de
un desequilibrio artificial creado por la actividad humana alienada. Si la tala de bosques o
la construcción de viviendas en el cauce de los ríos hacen a la población próxima
vulnerable a las inundaciones, esto no se debe a la vulneración de “límites naturales”,
sino a una modificación humana de los procesos de autoorganización del sistema natural.
O sea, es precisamente por que estos límites no existen por sí mismos, sino que existen
siempre en relación a las formas de actividad humana, por lo que la naturaleza se
“venga”, produciendo inundaciones. Y si las inundaciones constituyen un problema es
porque esos límites son esencialmente límites para la sociedad, que tiene que afrontar
las consecuencias de su alienación de la naturaleza.

Las inundaciones son solamente una forma de la autopoiesis ecológica que entra en
conflicto con la estructuración de la sociedad humana; implican que lo que tiene límites
no es esa autorregulación creativa del ecosistema -que sigue su curso modificando su
forma- sino la capacidad de la sociedad humana para adecuarse a esa autorregulación, o
mismo para siquiera considerarla como un factor concreto. Ésta es la razón por la que, la
calificación habitual de este tipo de fenómenos como “catástrofes naturales”, no es más
que una mistificación clasista. La confusión llevada a cabo por la ideología ecologista
entre límites naturales y límites sociales, relativos al desarrollo económico y social, evita
situar la crítica del capitalismo en el carácter alienado de las relaciones humanas; la
sitúa, en su lugar, en la dirección que toma el desarrollo, en el campo de la política
institucional capitalista.

Siguiendo con el ejemplo anterior, las inundaciones, como momento de la


autorregulación natural son un límite a la actividad humana, pero un límite producido
socialmente -debido a que previamente la actividad humana puso a la dinámica
ecosistémica en su contra, o simplemente no la tuvo en cuenta como factor creativo y
autónomo. Quizás esto se entienda mejor desde un punto de vista holístico: somos parte
de la naturaleza, luego la naturaleza no constituye un límite para nosotr@s, porque los
límites de la naturaleza son idénticos a nuestros propios límites como seres vivos. Los
procesos de autorregulación de los ecosistemas pueden ser objeto de modificaciones
conscientes, pero su existencia y efectividad determina nuestra propia existencia y
preservación. Por consiguiente, en tanto la actividad humana modificó, modifica y
modificará esos procesos naturales, alterando su forma pero manteniendo su efectividad
-y así las formas de vida que posibilitan-, tales procesos no constituyen límites, sino la
base natural de la sociedad humana. El verdadero límite “natural”, por lo tanto, es la
autoalienación humana (expresada en la pretensión de “dominar” los procesos
ecosistémicos), que provoca que la dinámica natural se presente como contraria al
desarrollo humano.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 25 de 34

Es esta autoalienación la que, constituida en conciencia social, proyecta a posteriori la


responsabilidad de sus propias acciones sobre la dinámica de la naturaleza. Aun si
consideramos verdaderas catástrofes naturales en sentido estricto, como en buena
medida los terremotos, éstas son fenómenos ocasionales y no suponen limitaciones
históricas, todo lo más obligan a variar el curso del desarrollo histórico para adaptarlo a
nuevas condiciones, mientras que, paralelamente, el ecosistema global se encarga de
producir permanentemente las condiciones básicas para la vida.

El ecologismo tiende a mezclar los límites inmanentes al desarrollo socio-histórico,


humanos, con los límites inmanentes al desarrollo de la vida natural. Paradójicamente,
estos límites inmanentes a la naturaleza solamente existen socialmente -una vez la
sociedad produce sus propias condiciones de existencia mediante la transformación de
las condiciones naturales preexistentes- y lo hacen como límites a la autoalienación
humana, a la distorsión humana de los procesos naturales. Límites que no sólo existen
externamente, sino también en la propia naturaleza humana, donde visiblemente pueden
manifestarse como dolencias psicosomáticas dirigidas a inhibir comportamientos
alienados, o más comúnmente como reacciones subconscientes que saltan por encima
del control de la mente alienada26.

Si la ecología humana puede incluir la ecología planetaria es precisamente porque los


procesos planetarios no son independientes de la actividad humana. La ecología humana
supone un grado superior de complejidad, la emergencia de la autonomía social y
psicológica de una especie animal particular, que supone que la especie humana, a
diferencia de las restantes, es capaz de autodeterminar su actividad globalmente y así
crear formas sociales dotadas de autonomía específica. La incapacidad del ecologismo
para comprender la sociedad como sistema natural complejo, que integra una triple
dimensionalidad, radica en el sesgo ideológico asocial que es su marca de nacimiento;
sesgo romántico-burgués en el que tanto insiste João Bernardo.

11. La noción de límites “naturales” y sus implicaciones teórico-


analíticas

La crítica de la teoría del desarrollo social producida por el materialismo histórico, en


nombre de “límites naturales” que determinarían las crisis ecológicas, como hace el
marxista académico Ted Benton27, es una concesión metodológicamente inadmisible a la
cosmovisión capitalista. Por contra, lo que ha hecho del materialismo histórico una
metodología teórica separada de la problemática ecológica no es una actitud acrítica con
respecto al progreso capitalista, sino el abandono por los epígonos socialdemócratas de
la teoría histórico-materialista de Marx de la alienación humana -lo que no sólo tuvo esa
consecuencia, sino que se proyectó también en las nociones alienantes del socialismo
como modo de producción y del desarrollo de una subjetividad socialista, que llevaron a
la asimilación del socialismo al capitalismo de Estado totalizado y del desarrollo de la
conciencia revolucionaria a la introyección de la ideología socialista elaborada por la
intelectualidad burguesa radical.

26
Los mecanismos psicológicos no sólo operan construyendo una falsa conciencia ante la autoalienación
interiorizada represivamente. También colocan barreras a esta autoalienación y, de hecho, una vez esa
falsa conciencia es volatilizada por la praxis del conflicto social, esos mismos mecanismos psicológicos
pueden pasar a operar en sentido contrario, como refuerzos de la conciencia autónoma recién
constituida.
27
Ted Benton, Marxism and natural limits: an ecological critique and reconstruction; New Left Review,
178, Noviembre-Diciembre de 1989.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 26 de 34

En fin, la tesis de Benton, que no hace más que expresar dentro del campo de la
“intelectualidad marxista” (sic) la penetración de la ideología ecologista, supone negar la
tesis fundamental que sustenta toda la teoría de la crisis de Marx: que el capital es su
propio límite, que la autoalienación del trabajo social es la que produce, al mismo tiempo
que un desarrollo social determinado, los límites que rigen ese desarrollo y lo abocan a
crisis periódicas y, finalmente, a provocar una revolución.

El verdadero límite de la producción capitalista es el propio capital, es el hecho de que, en


ella, son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta,
el motivo y el fin de la producción.28

Benton quiere, en resumen, corregir el materialismo histórico para amoldarlo a la


ideología “verde”. El problema no tiene nada que ver con reconocer las fuerzas naturales
y los procesos naturales autónomos como tales. Tiene que ver con que las crisis
capitalistas, independientemente de su tipología concreta, hay que explicarlas por la
dinámica interna del capital y no por las condiciones naturales sobre las que se
establece. De otro modo, no deberíamos hablar de crisis ecológica del capital, sino de
crisis ecológica de la sociedad humana genéricamente, y tal crisis sería esencialmente
independiente del tipo de actividad productiva y reproductiva humana. Pero hoy no es
difícil ver que la crisis ecológica radica en determinadas formas tecnológicas y sociales de
apropiación y transformación de la naturaleza.29 La crisis ecológica actual solamente
puede comprenderse como crisis inmanente al capital. Y este es precisamente el campo
de la teoría económica de Marx:

Por una parte, la producción capitalista crea la industria universal, es decir, el plustrabajo,
el trabajo creador de valores; por otra parte, crea un sistema de explotación global de los
recursos naturales y humanos, un sistema de utilidad natural que tiene por fundamento la
ciencia, así como todas las demás cualidades físicas y espirituales. (...) Así, el capital crea
la sociedad burguesa y la apropiación universal de la naturaleza y de las relaciones sociales
mismas por los miembros de la sociedad. (...) La naturaleza se convierte finalmente en
puro objeto para el hombre, un simple problema de utilidad; deja de ser considerada en sí
como una potencia. La inteligencia teórica de sus leyes autónomas aparece simplemente
como un subterfugio para subordinarla a las necesidades humanas, ya sea como objeto de
consumo o como medio de producción. En virtud de esta tendencia, el capital aspira a
superar las barreras y los prejuicios nacionales, lo mismo que la divinización de la
naturaleza y la satisfacción de las necesidades existentes, legadas por el pasado y
encerradas en los estrechos límites de una forma de vida tradicional. El capital es
destructivo con respecto a todo esto, está en revolución permanente, derriba todas las
barreras que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas, la ampliación de las
necesidades, la diversificación de la producción y la explotación e intercambio de las
fuerzas naturales y espirituales.

Sin embargo, aunque el capital establezca idealmente toda limitación como un obstáculo a
superar, ello no quiere decir que los supere todos en la realidad. Al oponerse a su vocación
todo tipo de barreras, la producción capitalista se desarrolla en medio de contradicciones
que continuamente supera, pero que también continuamente se le oponen. Es más: la
universalidad hacia la cual tiende sin cesar el capital encuentra límites inmanentes en su
naturaleza, los cuales, en un determinado estadio de su desarrollo, le convierten en el
mayor obstáculo a esta tendencia y le impulsan a la autodestrucción.30

28
Karl Marx, El Capital, libro III.
29
La cuestión de si estas formas son o no superables con los recursos y conocimientos actuales de la
sociedad no es relevante aquí.
30
Karl Marx, Grundrisse, capítulo del capital.
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Si queremos entender la génesis de la crisis ecológica, no debemos mirar hacia las


condiciones naturales de la producción capitalista, sino hacia esos límites inmanentes que
no puede superar y que impulsan al capital a la autodestrucción. Evidentemente, la
autodestrucción significa que la producción capitalista destruye sus propias condiciones
materiales, no es capaz de reproducirlas o simplemente no es capaz de producirlas en la
cantidad o al ritmo necesarios para proseguir su autoexpansión social (desarrollo). Esto
permite definir distintas intensidades de crisis. La crisis ecológica actual combina los tres
factores, la escasez absoluta o relativa de las condiciones naturales de producción (caso
de las energías no renovables) y la destrucción de los procesos naturales que las crean
(contaminación del aire, del agua y de la tierra, distorsión de la autorregulación
climática, destrucción de los bosques). Pero como decía Marx, se trata de consecuencias
de los límites inmanentes al capital. Estos consisten en la incapacidad del capital para
autonomizarse de los procesos naturales, debido a factores que, desde hace muchas
décadas, tienen mucho más que ver con la dinámica ciega de acumulación de capital a
escala mundial que con la inexistencia de alternativas energéticas y tecnológicas y de
recursos económicos. De hecho, éste es el factor determinante desde el momento en que
la investigación y desarrollo científico-técnicos quedaron, real y mayoritariamente,
subsumidos en el capital -lo que se remonta por lo menos a la II Guerra Mundial para los
países dominantes: la industria de guerra fue una prueba de ello.

Una vez establecido el petróleo como base energética dominante a escala mundial, la
reestructuración tecnológica y productiva que exige modificar esa base es -según
aumenta la composición orgánica del capital y tiende consecuentemente a descender la
tasa de beneficio y ralentizarse la propia acumulación- una alternativa progresivamente
menos apetecible. Solamente cuando esta base energética comenzó a encarecerse por la
escasez natural y a originar costes adicionales que socavan aún más la acumulación
capitalista, la perspectiva de emplear masivamente otras energías cobró fuerza y
emergió un interés económico en el desarrollo de nuevas tecnologías de producción
energética.

Por consiguiente, la demanda de Benton de considerar las condiciones naturales de la


producción como siendo de “un tipo independiente”, distinto de los instrumentos de
trabajo, carece de sentido.

Materialmente, la tecnología es precisamente la forma de relación social con la


naturaleza, de comportamiento humano en relación con el entorno natural. Desde la
perspectiva de la dinámica del capital, ambos aspectos, tecnología energética y
tecnología transformativa, integran el capital constante y así quedan sometidos a la
lógica de la acumulación. Además, para Marx la transformación del modo de producción
capitalista en comunista implicaría, de este modo, no sólo las relaciones sociales de
producción en cuanto forma de cooperación humana, sino también las relaciones sociales
con la naturaleza -lo que para él quedaba presupuesto como un factor inherente a las
distintas fases del desarrollo social y aún más a la emergencia de nuevos modos de
producción. De modo que el problema de la “ecorregulación” encaja perfectamente en la
representación teórica de Marx del proceso de trabajo como proceso a la vez social,
natural y espiritual.

La diferencia esencial entre la visión marxiana y la postulada por Benton es que éste
último considera que las condiciones naturales en parte permanecen siempre en la forma
de “condiciones iniciales”, exteriores al proceso de trabajo, mientras que para Marx las
condiciones naturales forman parte del proceso productivo no solamente como
“condiciones iniciales”, sino también como producto -son siempre transformadas. Incluso
si consideramos la producción agraria tradicional, ésta no se define por la mera
regulación humana del proceso de fertilidad de la tierra, sino por la transformación de la
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tierra, que la degrada. Si en este caso el trabajo humano se presenta como secundario
frente a la productividad inherente al ciclo natural, esto se debe al tipo de tecnología
aplicada, cosa que en la agricultura industrial intensiva ya cambia completamente.

Benton también interpreta la crisis ecológica como el resultado de que las condiciones
ecosistémicas “no entran en los cálculos de los agentes, sus prácticas son susceptibles de
tener consecuencias imprevistas o indeseadas, que pueden exceder, contrarrestar o en
otro caso modificar el resultado intencional de esos o aquellos procesos de trabajo”,
consecuencias “naturalmente mediadas... de prácticas específicas de actividad sobre la
naturaleza”. Pero esta caracterización no supera a la de Marx; en lugar de eso es
meramente subjetivista. La dinámica de acumulación del capital, y no la ausencia de
consideración consciente de esos factores, es lo que origina la crisis. Porque la dinámica
de acumulación capitalista presupone, materialmente, la desconsideración de los factores
naturales, independientemente de si formalmente son o no reconocidos en las estrategias
de desarrollo empresarial. Saber que si lanzamos una piedra al aire, ésta caerá por la
fuerza de la gravedad, no significa necesariamente que actuemos en consecuencia. La
intencionalidad del proceso de trabajo alienado no viene determinada por los agentes del
proceso de trabajo, sino por su interrelación alienada -el capital. Lo que Benton
demuestra es, luego, que las críticas ecologistas del marxismo no parten de un nivel
teórico superior, sino de un nivel teórico inferior y de una falta de estudio en
profundidad, lo que ocasiona que, en lugar de subsanar las lagunas del cuerpo teórico
marxiano, se utilicen estas carencias como excusa para revisiones que alcanzan los
fundamentos metodológicos.

Benton tiene razón en el sentido de que todo es limitado, todo tiene sus límites. Pero no
en el ‘naturalismo causal’, en atribuir a la naturaleza la causa de los límites al desarrollo
socio-histórico. Si el naturalismo moral, que pretende deducir normas humanas de las
observaciones de la naturaleza, pretende una subordinación del desarrollo social a lo que
considera como armonía ecológica preestablecida, el naturalismo causal presenta el
mismo resultado práctico, aunque con una justificación “materialista”. En este caso, la
subordinación es más sutil, porque radica en la consideración de los límites al desarrollo
como inmanentes a la modalidad de interacción humana con la naturaleza; no, sin
embargo, como límites inmanentes a la modalidad de interacción histórica y concreta,
sino a una modalidad de interacción abstracta, ideal, dada por naturalmente
preexistente, y que de proseguir por fuerza tendría que ocasionar una destrucción
progresiva del ecosistema. Esto se ve más claro cuando Benton define los “problemas
ecológicos” de la siguiente forma:

Los ecosistemas tienen una cierta capacidad de absorción de residuos de diversos tipos,
aunque esto se convierte en un problema ecológico sólo cuando se alcanzan los límites de
tales poderes absorbentes y los ecosistemas quedan afectados de modo adverso.31

Lo que quiero decir es que los límites naturales de la ecoabsorción no determinan el


desarrollo social, sino por el contrario es el desarrollo social el que establece límites a la
ecoabsorción, bloqueándola o suprimiéndola. Pues la ecoabsorción depende de la
configuración del ecosistema global por un lado, y por otro del tipo de fuerzas
transformadoras aplicadas y de residuos generados por el trabajo social. Evidentemente,
el ecosistema marino no puede absorber mareas negras de petróleo sin destruirse y
degradarse, pero: ¿realmente estas limitaciones radican en el ecosistema marino? El
ecosistema marino está diseñado para la vida marina, mientras que la contaminación por
petróleo es un resultado específico de una acción humana exterior a ese ecosistema. Por

31
Ecology, socialism and the mastery of nature: a reply to Reiner Grundmann, New Left Review 194 -
Julio-Agosto de 1992.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 29 de 34

consiguiente, no es el ecosistema marino el que posee límites internos de ecoabsorción,


sino la acción humana la que impone límites externos a la autopoiesis del ecosistema
marino y, así, al despliegue de su capacidad de absorción interna, naturalmente
establecida.

Todo ecosistema posee una capacidad de absorción determinada por el tipo de residuos
generados por sus componentes constituyentes, esto es, constituye una totalidad
orgánica o sistema vivo. Hablar de la capacidad de los ecosistemas para absorber
residuos exteriores a su dinámica viva, es hablar de procesos netamente destructivos o
degradativos -es hablar de alienación de la vida. Evidentemente existen límites para
esto, aunque difícilmente establecibles, porque toda interacción de este tipo supone
destrucción y degradación y exige tiempo de recuperación. Pero, en el caso de poder
establecer un límite absoluto para ciertas degradaciones, más allá del cual la
recuperación ya no sería posible, tales límites inmanentes no son límites a la interacción
entre el mundo social humano y la naturaleza, sino límites a la existencia misma de la
naturaleza que incluyen a la propia humanidad. Es también por esto que, la destrucción
de la naturaleza exterior, no supone necesariamente la modificación o limitación de las
acciones humanas sobre ella, como demuestra toda la historia del capitalismo. Esto es
contradictorio, pero resulta de que el sistema social y el sistema natural se hallan
separados por la actividad humana alienada, y los límites de la alienación de los
ecosistemas naturales y los límites de la autoalienación humana no son directamente
coincidentes en el tiempo y en el espacio. Así, los límites de la autopoiesis de la
naturaleza no son reconocidos como límites para la actividad social, y la destrucción de la
naturaleza que tal alienación provoca es proyectada por la subjetividad alienada sobre la
naturaleza, atribuyéndole limitaciones socialmente creadas.

En resumen, la contaminación es un límite que la actividad social impone al ecosistema.


El problema de la contaminación no consiste en que el ecosistema no sea capaz de
absorber los residuos contaminantes, sino en el carácter alienado del ecosistema social,
que produce la actividad contaminante. Los ecosistemas tienen en la producción y
degradación de los residuos una dimensión vital esencial, los problemas surgen cuando
esa actividad autoproductiva es interrumpida, alterada o socavada artificialmente. Es
más, como totalidades creativas los ecosistemas pueden autorregularse de forma
evolutiva, según se alteran sus componentes debido a la dinámica ecosistémica global.
Esta es la base de la evolución de la vida en el planeta. La raíz del problema está, por lo
tanto, en el carácter extraño de las acciones y elementos introducidos por la sociedad
humana dentro de la dinámica de autoproducción de la naturaleza, no en la actividad
humana que como tal genéricamente se la apropia y la transforma.

Por consiguiente, toda destrucción o degradación duraderas del ecosistema vinculadas a


la actividad humana se explican por la creación de límites artificiales, sociales, a la vida
natural y no por los límites intrínsecos de la autopoiesis natural. En la sociedad moderna,
más que la naturaleza constituir un límite para la sociedad, es la sociedad la que
constituye un límite para la naturaleza, hasta el punto de amenazar su existencia y, con
ella, la de la propia especie humana.

12. El intento de “enverdecer” el materialismo histórico

El objetivo de Benton queda más claro en su respuesta a Reiner Grundmann32: “La


visión aquí [de Grundmann] es la de la posibilidad indefinida de que la innovación técnica

32
Reiner Grundmann, The ecological challenge to marxism; New Left Review I/187, Mayo-Junio de 1991.
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continúe retirando las barreras naturalmente impuestas a nuestro poder para


transformar la naturaleza de acuerdo con nuestras intenciones”. “Mi principal punto
contra Grundmann... es que aun si una nueva organización socio-técnica... aparece, ella
afrontará una nueva estructura de restricciones socio-económicas y ecológicas... El
asunto es simplemente que las grandes características estructurales -lo que yo llamo la
‘estructura intencional’- del proceso de trabajo... no son trascendidos por la
reorganización socio-técnica.”33

Lo que Benton llama “articulación social/natural” encubre, por lo tanto, una


contraposición entre los límites intrínsecos de la naturaleza y el desarrollo de la actividad
productiva social. Pero esta contraposición es puramente abstracta, puesto que el
problema no consiste en si la actividad social puede autonomizarse completamente de la
naturaleza. Tal pregunta es simplemente el producto de un enfoque alienado de las
relaciones sociedad humana-entorno natural. Esa autonomización no es posible ni
deseable, porque los seres humanos formamos parte del entorno natural y compartimos
esos límites intrínsecos. Lo que es posible, dependiendo de las habilidades y
conocimientos científicos, es modificar globalmente el ecosistema para modificar esos
límites intrínsecos desde cierta perspectiva -la de la forma en que operan en relación a la
actividad humana. O mejor expresado, aumentar la productividad ecológica en ciertas
áreas, introduciendo nuevas actividades eco-integradas. Salvando todas las dificultades y
riesgos que esto presenta, con todo nada tiene que ver con la autonomización.

El desarrollo de la actividad productiva social solamente es sostenible en tanto modifica


continuamente la ecorregulación global para ajustarla a las nuevas actividades y residuos
generados por ellas. Por consiguiente, los límites intrínsecos naturales son siempre
modificados. Pero, en tanto el sistema social opera formalmente de modo autonomizado,
alienado del sistema natural, se producen bloqueos o inhibiciones sociales de la
autorregulación natural y no meramente modificaciones en la misma. Si estos bloqueos o
inhibiciones en la autoproducción de la naturaleza son duraderos, pueden llegar a ser
integrados espontáneamente, ocasionando un cambio ecosistémico impredecible. Pero
también puede ocurrir que las reacciones ecológicas espontáneas sean contrarrestadas
socialmente, lo que supone introducir nuevos elementos exteriores de forma sistemática,
creando así una dinámica ecológica artificial que se contrapone a la preexistente, y que
más que modificarla la destruye y la degrada, impidiendo la renovación de la vida. El
ejemplo de la destrucción del ecosistema por la explotación agraria industrial y la
introducción de especies foráneas resulta apropiado, pero lo mismo vale para todo el
proceso de urbanización del territorio. La gestión de los espacios urbanos muestra de
modo preciso cómo la destrucción de la dinámica ecológica natural implica reemplazarla
por otra artificial y un esfuerzo persistente por evitar el restablecimiento de la primera,
pasando a reducir lo natural a un elemento reificado y mercantilizado y mero objeto de
decisiones políticas. Aquí también se ve muy claramente cómo los verdaderos límites a la
absorción ecológica de la destrucción producida por la actividad humana no radican en la
naturaleza, sino en los límites que la sociedad impone a su dinámica autorregulatoria y
autoproductiva.

Todo proceso de trabajo humano comprende un aspecto de apropiación de la naturaleza


y otro de regulación de las fuerzas y recursos naturales. A estos dos se suma el aspecto
de la humanización de la naturaleza. Desde la caza primitiva a la industria moderna,
pasando por la agricultura tradicional, todos los tipos de proceso de trabajo suponen esos

33
Ecology, socialism and the mastery of nature: a reply to Reiner Grundmann, New Left Review 194 -
Julio-Agosto de 1992.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 31 de 34

tres elementos34. Así, por ejemplo, realmente la caza como tal no es un proceso de
trabajo, es más bien una fase, fase del proceso destinado a la producción social de
alimentos de origen animal, que tiene que proseguir con la regulación de las condiciones
mínimas de conservación (para evitar su adulteración), con la distribución de la carne y,
en la alimentación característicamente humana, con la fase de cocinado. En la agricultura
la producción se refiere a recrear en condiciones controladas el proceso natural de
crecimiento de los vegetales. Así, incluso los tipos más primitivos de trabajo social
implican formas de apropiación, ecorregulación y humanización de la naturaleza.

Dado que la existencia concreta de la humanidad es indisociable del proceso de trabajo


social, entre la naturaleza y la humanidad no puede haber una simple coexistencia o una
armonía estática, sino necesariamente una dinámica de transformación. La eco-
integración de las actividades humanas, o mejor, de la totalidad de las mismas -la
sociedad humana-, solamente será posible mediante la humanización de la naturaleza -
una humanización no alienada. Como afirma Grundmann: “las formas apropiadas de
transformar la naturaleza deben ser establecidas y definidas por las culturas humanas
históricamente existentes.”

Las consecuencias políticas de las pretensiones de “enverdecer” el materialismo


histórico deberían parecer ahora totalmente claras. Si la crisis ecológica puede explicarse
por límites naturales, externos a la dinámica del capital, entonces la contradicción
determinante no se halla dentro del proceso de trabajo, entre la existencia de l@s
proletari@s como seres naturales y el capital, sino absolutamente desterritorializada
socialmente y, desde un punto de vista marxiano, desclasada. Si, además, la
contradicción entre la estructura socio-técnica y los límites naturales es postulada como
universal, entonces cualquier forma de sociedad que se desarrolle es susceptible de
presentar y desplegar destructivamente esa contradicción. De modo que el conflicto
puede presentarse en cualquier lugar, puede ser representado por cualquier clase social
y tiene que ser confrontado desde modelos sociales que, fundamentalmente, son
antidesarrollistas y que se definen por la forma de “articulación social/natural”, no por el
tipo de relaciones sociales.

Benton puede no querer llegar a estos extremos, pero ésta es de hecho la conclusión
lógica de su argumentación. Que para él la separación de ecología y transformación
social no sea deseable es políticamente irrelevante. En cualquier caso, establece
teóricamente esa posibilidad. De este modo converge con la ideología ecologista, que se
niega a explicitar la subjetividad concreta que representa, identificándola de formas
abstractas (ciudadanía, sociedad civil, etc.) Por el contrario, la teoría revolucionaria de

34
Opinión frontalmente opuesta a la de Benton, que a mi juicio considera el trabajo agrícola como
fundamentalmente ecorregulador y no transformador de la naturaleza, porque considera dicho proceso
de trabajo fragmentariamente. Lo central del proceso de trabajo agrícola es la producción artificial de las
condiciones de la autorregulación y, de esa manera, producir el fenómeno de la autorregulación misma
(es decir, el sentido transformador del trabajo agrícola se orienta a las condiciones de la autorregulación
y no al producto final). Por otro lado, Benton se olvida de que, en última instancia, todo fenómeno físico
no producido por el propio organismo humano es un fenómeno que no es creado, y en este sentido
tampoco producido, por los seres humanos, sino que es empleado por ellos. Producción no es
necesariamente creación. Sólo podemos hablar de creación cuando el proceso productivo se halle
efectivamente subsumido en la actividad humana, lo que en el modo de producción capitalista equivale a
la subsunción efectiva de todas las condiciones del proceso de trabajo en el capital. Así, el trabajo
agrícola transforma la tierra, las semillas, etc., en alimentos mediante la manipulación de la capacidad
productiva de la naturaleza a nivel biológico, igual que el trabajo industrial transforma materiales y
energía mediante la manipulación de la naturaleza a nivel físico-químico. Lo que hay, por lo tanto, es
diferencias tradicionales en la composición natural del capital agrario e industrial, del propio proceso de
trabajo, que suponen distintos niveles de transformación de la naturaleza misma dentro suyo y a
consecuencia suya.

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 32 de 34

Marx postula la centralidad del proceso productivo social, de la clase proletaria y de la


confrontación de proyectos socio-históricos de clase como claves de todo proceso de
transformación revolucionaria en la sociedad presente. Y si estamos de acuerdo en la
necesidad de poner el metabolismo humano con la naturaleza bajo dirección social
consciente y democrática, entonces este objetivo para l@s revolucionari@s proletari@s
solamente puede ser cumplido mediante la lucha de clases y no mediante movimientos
interclasistas. Otra cosa es que esto no deba significar la repetición de la clásica noción,
tradicionalista y reduccionista, de lo que es el movimiento proletario y la lucha de clases,
tal como prevaleció hasta hace 30 anos y que aún pesa sobre nuestros cerebros como
una pesadilla, con todas sus implicaciones reaccionarias -implicaciones que se oponen al
libre despliegue revolucionario de la creatividad, de la multiplicidad, de la totalidad de
necesidades y capacidades de l@s proletari@s: el proceso de autoliberación integral, que
no sólo es el fin perenne de la lucha revolucionaria, sino que es ya imprescindible para
superar la subsunción total de la vida en el capital.

La oposición entre industrialismo y naturalismo anti-industrial, progresismo y


romanticismo, se mantiene en el ámbito de la sociedad capitalista. Marx criticara ambas
tendencias, aunque de forma histórica, como expresiones de la revolución capitalista y de
la reacción tradicionalista. Marx no era un “industrialista”. Como postula Grundmann: “Es
irónico que Benton clame que Marx haya sido una víctima de una ideología espontánea
del siglo XIX, a saber, el industrialismo y el progreso, ya que él parece ser la víctima de
una ideología espontánea del tardío siglo XX -el romanticismo ecológico.”

El antropocentrismo es inherente al hecho de que percibimos y pensamos nuestra vida


siempre desde nuestro ser subjetivo. Nuestra naturaleza es el elemento central de
nuestra conciencia, por más que ello permanezca oculto y que parezca impotente ante la
dinámica histórica de desarrollo moderna, caracterizada por la autonomización de las
fuerzas materiales socialmente producidas frente a sus productores, debido a la ausencia
de una dirección consciente del desarrollo histórico-material por la comunidad. Por
consiguiente, lo que está efectivamente en discusión no es el antropocentrismo, sino un
tipo de antropocentrismo que es característico de las sociedades de explotación, y que en
la sociedad capitalista es llevado al extremo.

En esencia, este antropocentrismo se caracteriza por la conciencia alienada de la


naturaleza y, por lo tanto, sólo la conoce de una forma fragmentaria, acorde con la visión
utilitarista, reificante, de los procesos naturales -que se corresponde con la idealización y
sacralización de los poderes tecnológicos. Este antropocentrismo no es, luego, otra cosa
que la subjetividad capitalista en su aspecto técnico-cognoscitivo, complementario del
aspecto económico-ideológico siempre más enfatizado por la crítica revolucionaria
clásica. La posición “ecocéntrica” o “biocéntrica” expresa, pues, un punto de vista
abstraído del carácter social determinado, de clase, de ese tipo de antropocentrismo, y
así presenta los rasgos típicos de la clase media, del pensamiento pequeñoburgués, de
sujetos socialmente aislados e impotentes en relación a los poderes del capital, incapaces
de afirmarse como clase y, en consecuencia, de afirmar explícitamente su conciencia de
clase como tal sin proyectarla de forma mistificada como una conciencia “universal” o
mismo como la “conciencia del proletariado” puesta fuera de él mismo como clase
empírica.

13. La perspectiva cualitativa sobre la crisis actual

Dada la naturaleza alienada del capitalismo, no es posible que el sistema admita el


factor cualitativo, no sólo respecto al valor, tampoco en el plano de las consecuencias
destructivas de su negación. Esto afecta directamente al problema del calentamiento

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Roi Ferreiro - Capitalismo y ecología III: Crisis ecológica y materialismo histórico Pág. 33 de 34

global. Las previsiones catastrofistas no tienen en consideración lo que, por definición,


tampoco es previsible. Cuando un sistema dinámico se aleja del equilibrio y entra en lo
que en termodinámica se llama “estado alejado del equilibrio”, emerge un proceso
caótico de autorreorganización que altera el orden de todo el sistema. Esto significa que
el problema del cambio climático no consiste principalmente en sus efectos negativos
concretos, sino en el hecho de que puede conducir a un alejamiento del equilibrio tal que
derive en una alteración del orden ecológico global con consecuencias totalmente
imprevisibles.

Aquí viene al caso aludir a la teoría de la evolución por equilibrio puntuado, que parte
de la constatación de que la emergencia de nuevas especies no se produce
gradualmente, como se esperaría de la perspectiva darwinista convencional en la que
domina el mecanismo de la “selección natural”. En su lugar, la emergencia de nuevas
especies se constata en breves períodos de la historia evolutiva, que adecuadamente
podrían llamarse períodos revolucionarios. Aquí entra de lleno el factor de la autopoiesis,
de la capacidad autocreadora de los organismos vivos y de su cooperación ecosistémica,
como fundamento de la emergencia de mutaciones no aleatorias para dar lugar a nuevas
especies35.

Bien, si estos modelos evolutivos tienen razón, el alejamiento del ecosistema terrestre
del equilibrio termodinámico puede llegar a suponer un trastocamiento global de la
naturaleza misma, lo que pondría radicalmente en peligro la supervivencia humana.
Pues, a pesar de todos los progresos de la subsunción real en el capital, el ecosistema
natural sigue siendo el campo de la vida humana, mientras por otro lado la acción del
capital es fragmentaria y ciega, de manera que los cambios efectivos que produce en el
ecosistema natural son omitidos o marginados en la toma de decisiones. En un supuesto
capitalismo “orgánico” esto no se cumpliría aparentemente, pero en cambio sí en lo
esencial, dado que lo que en esta forma de capitalismo ocurre es que ciertas variables
ecosistémicas son convertidas en variables económicas del capital y, de este modo,
adulteradas por la lógica capitalista; el resto siguen siendo marginales u omitidas en la
toma de decisiones económicas.

Por cierto que, el factor “caos creativo”, tampoco es tenido seriamente en cuenta ni en
favor ni en contra del capitalismo.

Los grupos ecologistas anhelan subconscientemente una crisis ecológica insoluble para
hallar por fin un reconocimiento social y político, en correspondencia con la importancia
de los problemas en cuya resolución se comprometieron. Si acaso, desearían que esa
crisis no fuese demasiado dañina. Por otra parte, la izquierda posmoderna ya no confía
en las capacidades revolucionarias de la clase proletaria y busca todo tipo de fórmulas, a
cada cual más obscura, para salvar ese obstáculo. Los apologistas del declive entrópico
de la sociedad capitalista -y los profetas del apocalipsis ecológico con ellos- proclaman el
fin ineluctable del crecimiento y, así, indirectamente del capitalismo. Sus adversarios
ideológicos, sin embargo, son los creyentes en las virtudes de la tecnocracia y de la
tecnología como panaceas salvadoras en el medio o largo plazo.

Estas cuatro corrientes de interés y opinión tienen en común la omisión de la capacidad


creativa de los sistemas abiertos y, así, el hecho de que una mutación y reorganización
creativas del capital y del proletariado son posibles -más bien, son probables. Solamente
es cuestión de que se alcance un estado alejado del equilibrio, cuyo inicio puede
encontrarse en cualquiera de los tres planos generales de la vida humana, a su vez

35
Véanse las tesis de los biólogos Stephen Jay Gould, Brian Goodwin y Humberto Maturana.
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interrelacionados e interpenetrados entre sí. Por consiguiente, las teorizaciones sobre la


crisis ecológica, como sobre la crisis social, deberían establecerse a partir de este
presupuesto, porque de otro modo quedarán, llegado un punto, por detrás de la dinámica
histórica y no permitirán adecuar nuestra praxis social a situaciones socio-históricas
cualitativamente distintas, ni a la participación en el proceso de generación y desarrollo
emergente de dichas situaciones.

En la infravaloración de la capacidad creativa de la naturaleza, tanto externa como


humana, se halla pues uno de los fundamentos ideológicos de todo género de
reformismo -ecologista o socialista- y su nexo común con la política capitalista. En última
instancia, restablecer la importancia de este factor creativo es clave tanto para reafirmar
la centralidad del conflicto capital-proletariado como para evitar la influencia del
fatalismo ecologista por un lado y del irracionalismo capitalista por el otro. Ninguna crisis
ecológica acabará con la explotación de clase, por más que pueda alterar su forma u
obligar a la sociedad a remontarse a estadios productivos anteriores. Ninguna omisión de
la destrucción ecológica, ni un desarrollo superior de la subsunción de la naturaleza en el
capital, resolverán tampoco la alienación humana, ni respecto de la naturaleza ni, mucho
menos, respecto de la actividad social y de la propia naturaleza humana.

La revolución proletaria será como será, fracasará o tendrá éxito, pero a todas luces se
nos presenta como un fenómeno inevitable, en el que la triple dimensión de la vida
humana confluirá en una confrontación total con las formas de la sociedad
contemporánea.

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