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Aitxus Iñarra

El viaje es ahora
Quizás hay quien diga que la historia de la humanidad parece hoy en día guiada a través de un mapa distorsionado
en un viaje a ninguna parte. Quizás haya sido la desconexión con la naturaleza una de las causas de extravío, o un
modo equivocado de entender la naturaleza humana… Pero un viaje al fin y al cabo está lleno de sentido, el que
le otorgamos los humanos con nuestro pensar, sentir e imaginar. Precisamente por eso existe el viaje como
tal, por la intencionalidad que le damos. El viaje lo es, únicamente, por su viajero. Y el viajero se vincula a él 1
por su intención.

Sabemos que hay infinidad de viajes posibles. Así, hay quienes piensan que el viaje actualmente es un cambio de
paradigma en el curso de la evolución de la conciencia, lleno de saltos cuánticos; y que en esta etapa se está
intensificando dicho cambio con el intento de conocerse uno a sí mismo. También está el viaje relacionado con la
psique, pues es evidente que siempre estamos de viaje mentalmente. La mente se halla en un continuo movimiento
de sensaciones, pensamientos y emociones. Y en ese intrincado recorrido el viajero oscila entre los territorios del
bienestar al malestar.

Hay otros modos de viajar, como los viajes de placer, cuando nos deleitamos participando con nuevos paisajes y
gentes. O, viajes nostálgicos, al regresar a lugares de nuestro pasado; y viajes dolorosos como el del exilio. El viaje se
puede convertir, asimismo, en peregrinaje, cuando haciendo su ruta el peregrino quiere reparar, pedir o agradecer
algo. Existe, además, el viaje de la agresión, destructor de vida, nos referimos al viaje de la conquista o la
colonización que cambia el ritmo de la historia y crea realidades alienantes. Pero, está, sin ninguna duda, el viaje
universal común a todos los humanos: un paseo más o menos breve de ida y vuelta, y que lo llevamos a
cabo desde la plenitud del vacío naciendo a un viaje nómada para regresar con la muerte a la quietud del
mismo.

El siglo XX ha traído una prolongación del viaje a largas distancias, una reducción del tiempo del tránsito y una
extensión de su práctica a la casi totalidad de la población. Tres cambios que han modificado radicalmente los usos y
sentidos tradicionales del viaje; porque anteriormente la gente se desplazaba menos, y era desde luego, muy inusual
que realizara, con frecuencia, largas distancias. Sin la existencia del coche y con pocos medios de transporte, la gente
caminaba en un entorno más o menos conocido. De ese modo sus vidas transcurrían con el arraigo de los árboles:
nacer, vivir y morir en el mismo lugar. Esto era algo bastante generalizado. La situación actual es muy distinta.
Nuestro tiempo se define por el imperio de la tecnología y la globalización. Los medios, sobre todo los medios de la
imagen, nos sumergen en continuos viajes. Unos son viajes por realidades virtuales, imaginarios, y otros, no menos
inventados, son viajes por una pretendida realidad objetiva. Pero además, la idea del viaje se ha extendido, y lo que
hasta hace unas décadas era una opción para unos pocos, se ha convertido, en buena medida, en turismo de masas,
fomentado por los medios de comunicación que invitan continuamente a viajar a lugares de todo tipo, y por las
agencias de viaje que ofrecen innumerables viajes con ofertas, suscitando su práctica.

Dicen que viajando se abre la mente, y que se aprende mucho, y que uno se vuelve más cosmopolita, más ciudadano
del mundo… Esto es cierto, aunque no necesariamente en el sentido que se afirma. La mente se centra ante lo
novedoso que te ofrece el exterior y te vives más “libre”. También está probado que al conocer otras culturas y
modos de vida, tu universo se amplía. Sin embargo, el regreso a lo cotidiano parece colocarle a uno en el
universo de la rutina. Así que suele considerarse deseable tener la posibilidad de hacer un viaje, al menos de vez
en cuando. O, quizás, haya quien piense que se vive mejor conociendo otros mundos antes que seguir en el
monótono quehacer diario.

A Lie-tse, también, le gustaba viajar y ver paisajes, pero su modo de hacerlo era diferente a como lo efectuaban los
demás viajeros. Así, cuando su maestro Hu-tse le preguntó qué era lo que disfrutaba tanto cuando viajaba, Lie-tse le
respondió: Mientras que otras personas viajan para ver la belleza de los paisajes y de los alrededores, yo disfruto
observando el modo en que cambian las cosas. A otros contempladores de vistas les puede parecer que soy como
ellos, pero la diferencia entre nosotros es que ellos ven las cosas mientras yo veo cambios. Hu-tse le respondió:
Piensas que eres diferente a los demás viajeros, pero realmente no lo eres, aunque ellos se divierten con vistas y
sonidos, y tú estés fascinado por las cosas que siempre cambian, todos estáis ocupados con lo que está fuera en
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lugar de lo que experimentáis por dentro. Después de esta conversación Lie-tse dejó de viajar, porque pensó que no
había entendido en absoluto el verdadero sentido del viaje. Al ver esto, Hu-tse le dijo: El viaje es una
experiencia maravillosa, especialmente cuando te olvidas que estás viajando. Entonces disfrutas de todo lo
que ves y de todo lo que haces.

Hoy en día se vive el viaje, sobre todo, desde la perspectiva del exterior. Es lo que les ocurre a aquellos, que lo hacen
para contemplar la belleza de los paisajes. Ven el viaje a través de la belleza de la forma. Se desplazan para eso, para
verla como si fuera algo, una cosa. Se trata de ver las figuras, la apariencia. También los hay quienes, captando el
movimiento en su misma belleza, disfrutan de la belleza del proceso, de la transformación. Viajan como Lie-tse.
Como lo hacen los pueblos que, quizás, tengan algo de Lie-tse. Son los pueblos nómadas, muy diferentes a los
pueblos sedentarios, sin propiedad alguna que retener. Siempre desplazándose, creando un movimiento, en donde
el viajero y el viaje se convierten en uno, un solo pueblo, un mismo y único movimiento. Ahora bien, los menos,
son los que cuando viajan lo experimentan desde dentro, entonces el viajero es en el viaje, en la misma
experiencia que vive en el momento.

Estas tres maneras de vivir el viaje desde la forma, desde el movimiento o desde el interior, lo puede
llevar a cabo el viajero en la vida cotidiana creando con su intención sentidos diferentes. Así, puede que lo
haga desde la forma, es decir, desde los patrones mentales, clasificando y cristalizando lo exterior. O,
puede que sea un viaje de cambio o transformación, como en un viaje, sin mapa, sin guía, que se
metamorfosea en multidimensional, convirtiendo el día a día en un vivir desde el dinamismo las relaciones
y sus acciones. Finalmente, hay quien, a lo mejor, decida probar el viaje desde el interior, desde la
observación, convirtiéndose en uno con él; entonces, desde la atenta quietud, el viajero ve emerger lo
nuevo convirtiéndose el territorio en encuentro consciente y el paisaje en naturaleza viva. El individuo en
la totalidad.
El cuerpo velado
El cuerpo es evocador de innumerables representaciones e identificaciones. Es la masa, la máscara y el disfraz, signo,
templo y prisión, forma u organismo vivo. También es el receptáculo que recoge y expresa el pensar, las emociones,
las actitudes y las experiencias vividas por la persona. Todo ello está relacionado intrínsicamente con la vida social y
cultural, la cual afecta, recíprocamente, al cuerpo, es decir, a su anatomía, fisiología y biología.

Si bien las percepciones de las tradiciones culturales del cuerpo son muy diversas, existe una perspectiva muy
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extendida en el planeta. La que considera que el individuo tiene un cuerpo escindido de su mente. Esta
ruptura genera una red de símbolos y metáforas sobre el cuerpo que lo anatomizan de diferentes formas. Así,
reducido a objeto es susceptible de ser descrito y manipulado en función de los intereses de quien tiene la
legitimidad de nombrarlo, es decir, las instituciones y los medios de comunicación. Un claro ejemplo es la exposición
de E. H. Kantorowicz en su libro Los dos cuerpos del rey. Con ocasión de un famoso proceso sobre los derechos
reales en la Gran Bretaña del siglo XVI, los juristas reales reunidos en el Serjeant`s Inn acordaron lo siguiente. El rey
tiene en sí dos cuerpos: un cuerpo natural y otro político. El primero está sujeto a las dolencias provenientes de la
naturaleza y del azar. Pero su cuerpo político es un cuerpo invisible e intangible, formado por la política y el
gobierno, constituido para dirigir al pueblo, y para la administración del bien común. En este cuerpo, a diferencia del
natural, no cabe defecto alguno ni flaqueza natural.

Es obvio que esta concepción del doble cuerpo, ambos dos unidos en la persona del monarca, da preeminencia al
cuerpo político, cuerpo dominante, que investido sobre el natural, solapa el cuerpo humano, corrupto y caduco,
aventajándolo de manera incuestionable.

La perspectiva del cuerpo doble es extrapolable a la concepción cultural dominante que tenemos del mismo. Los
discursos sociales sobre el cuerpo, que ocultan y amordazan el cuerpo natural, son trasmitidos desde las
instituciones y los medios de comunicación. Estos últimos, como es sabido, poseen una gran eficacia transmisora de
conceptos e iconografía somática. Son los cuerpos inventados, muchas veces violentadores, que se muestran y se
enseñan mediante discursos, imágenes y modelos de conducta. Son los cuerpos dictaminados que se codifican y
cosifican como sanos o enfermos, idolizados, rechazables, turbadores, deseables, decrépitos, pudorosos…

En este sentido, instituciones como la familiar, la educativa, la médica o los medios de comunicación (sobre todo a
través de la publicidad), proyectan maneras de concebir el cuerpo separado de la mente. Lo que da lugar a formas
frecuentemente insanas de percibirlo y sentirlo, generadoras de ansiedad, incertidumbre, tensión, depresión...
Dentro del sistema social destaca un poder determinante, el económico. Éste produce e inculca un tipo de
representaciones, destinadas a fabricar el cuerpo productivo, bien sea como herramienta, objeto vendible o
mercancía. Es el cuerpo fragmentado, tarifado, propio del mundo laboral, en donde, en consonancia con las
actividades que desarrolla el individuo, se valoran o adquieren mayor relevancia y valor determinadas partes del
cuerpo frente a otras; como pueden ser las manos, el intelecto o las zonas erógenas, según se trate de un trabajo
manual, intelectual o sexual.

También la medicalización de la sociedad ha tenido sus consiguientes efectos en el cuerpo y por tanto en el
individuo. Es un hecho constatable la presencia médica en la vida de éste, tanto en el nacimiento, como en el control
de la sexualidad y en la muerte. El cuerpo, apropiado y dominado por la institución médica, que todavía trata al
paciente, predominantemente, como una dualidad psicofísica, extiende su intervención mediante dictámenes,
prescripciones y categorizaciones en múltiples eventos de la vida de los ciudadanos. Así, se clasifica y decide sobre el
cuerpo como enfermo o sano, apto o no para trabajar, para servir al ejército, conducir un vehículo…

La sexualidad y la muerte aparecen vinculadas, asimismo, con la prohibición. Nos referimos al tabú, que constituye
un referente ineludible en diferentes ámbitos de la cultura occidental, y que funciona como un marcador de límites
entre lo vedado y lo permitido. Se trata, en concreto, de la escisión de la psique en Eros y Thanatos, dos mitos que
tienen sus correspondientes expresiones en el cuerpo; bien como objeto erótico prohibido o como cadáver. Tal es el
tabú relacionado con Eros, o la sexualidad prohibida del incesto, representada en el relato mítico de Edipo.
Thanatos, más vigente y más vivo, expresado en el cadáver, no es tanto el tabú de la muerte cuanto el de la
aceptación de la muerte de uno mismo. Los otros mueren, sin embargo uno niega su propia muerte. 4

El cuerpo dictado se inocula, en definitiva, mediante una profusa red de representaciones e imágenes,
convirtiéndose en experiencias subjetivas en lo que se refiere a vivenciar el cuerpo. Todo esto se traduce, en
definitiva, en un código simbólico que se interioriza dando lugar a un proceso de somatización. Un proceso
controlado desde posiciones externas, alejado de los sentidos y sensaciones del individuo, que encubre su capacidad
de experimentar por lo que es y siente.

Ahora bien, en la construcción de este cuerpo conceptual, su imagen, está vinculada, a su vez, a un yo que se
identifica, recíprocamente, con el cuerpo fabricado. Es precisamente el cuerpo cultural, el que se inviste, el que
ejerce como elemento constrictivo, marcando simultáneamente la identificación con el ego o el yo separado. Es el
cuerpo descrito social y culturalmente como forma e imagen, que actúa de barrera separadora con el cuerpo natural
y lo restringe a ser parte de una entidad dual psicofísica.

Sin embargo, un individuo no es una entidad dual psicofísica, sino una unidad de
información bio-química, energética, emocional y mental; dotada de conciencia e
interconectada con los otros. Es un sistema interrelacionado intrínsicamente. El símil que ofrece G. Gurdjieff
en Del todo y de todo nos acerca a esta idea. Compara al ser humano ordinario con un carruaje compuesto de
cochero, coche y caballo. El cochero corresponde al pensar, el coche al cuerpo físico, y el caballo se relaciona con la
realidad emocional. Hay un cuarto elemento: el pasajero, sentado en el carruaje. Éste es el primer transeúnte que
llega, como cualquier cliente de un coche-taxi, que cambia a cada momento. Se distingue del sujeto que observa o
yo consciente, en que el pasajero es el amo.

A diferencia del cuerpo separado que es poseído por cualquier transeúnte, el cuerpo animado, sanado, al igual que
el pensar y el sentir, están interconectados con el amo, es decir, con el que asume lúcidamente el control de su vida.
El paso del cuerpo separado al cuerpo animado, sanado, depende de la conciencia atenta capaz de llevar a cabo un
proceso de transformación, del individuo ordinario, que apunta Gurdjeff, al individuo integrado.

En el individuo convencional ha quedado velado su cuerpo natural. Poco consciente de su cuerpo físico, de lo
emocional y lo mental, ha aceptado los sentidos impuestos por el cuerpo abstracto, cultural, producto de la
oposición cuerpo y mente. Sin embargo, la observación y el discernimiento del individuo atento amplía su
conciencia en el presente superando la dualidad programada, y hace posible asumir el cuerpo en la unidad
de lo que yo soy. Un sistema único de cuerpo, pensar y sentir, que se expresan en un yo consciente, capaz
de dotarse de nuevos sentidos y expresiones, lo que se traduce en una relación más íntegra con el otro.

Silencio sentido, sentidos del silencio


El silencio es una de las realidades de las que, paradójicamente, más se habla. Constituye un tema permanente sobre
el que se pueden escribir textos tan bellos como éste.

Con dignidad saben el bosque y la roca callar contigo. Vuelve a ser cual el árbol que amas, el de amplias ramas:
silencioso y atento cuelga sobre el mar. Allí donde acaba la soledad comienza el mercado comienza también el ruido 5
de los grandes actores y el zumbido de las moscas venenosas… El mundo gira en torno a los inventores de nuevos
valores, gira sin que se lo perciba. Pero el pueblo y la fama giran en torno a los actores: así es como se mueve el
mundo.

Es la invitación de Zaratustra, en Así habló Zaratustra de F. Nietzsche, a compartir la soledad silente de la naturaleza,
hoy más necesaria que nunca en un mundo cada vez más ruidoso y desvinculado de lo natural. Un mundo fabricado
desde determinadas instancias que han traído un exceso de verbalismo y de señales ruidosas, así como el
desconocimiento y el alejamiento de uno consigo mismo.

Tal es la invención de la máquina y su desarrollo con la penetración del sonido inarmónico en la vida del individuo. Es
un producto de la industrialización, la era de los motores de sonoridad pesada y estridente que se propaga en
muchos trabajos. Y que ocupa las carreteras y las calles de nuestras ciudades con el fragor del tráfico de vehículos.
Un ruido en progresivo aumento, ya que el desarrollo tecnológico de la sociedad de la información y el conocimiento
no está siendo más benigno con este huésped insidioso, que produce nuevas y cada vez más sofisticadas formas
acústicas. La intensificación y diversificación de este elemento perturbador ha llegado a extenderse a todos los
ámbitos de la vida privada y pública. Una sinfonía discordante de sonidos provenientes de televisiones, radios,
teléfonos móviles… penetra omnipresentemente a todas horas en las mentes de los ciudadanos. Mientras esos
mismos medios de comunicación vulgarizan e intensifican, a su vez, la voz y el ruido en la fabricación de la realidad y
de la conciencia, con paquetes seriados de consignas homogeneizadoras.

La cultura de masas imposibilita el silencio y mercantiliza lo acústico disonante dotándolo de sentidos diversos. De
tal manera que el ruido se ha ido vinculando en las últimas décadas a diferentes aspectos de la vida social. Se ha
convertido en expresión de alegría, aunque muchas veces se trata más de estrépito y estridencia que de un contento
natural. Tal es, por ejemplo, el vocerío y la bulla de los deportes de masa. También se ha infiltrado en la fiesta, de tal
manera que la fiesta es sólo tal si va acompañada de potentes decibelios. Asimismo se ha considerado el ruido algo
propio de la juventud. Cuando el ruido, en sí mismo, no es rasgo propio de ninguna edad, sino una
interferencia innecesaria, artificial a menudo, con la que se invade y agrede la naturaleza silenciosa, tan
propia como poco reconocida, del ser humano.

Existen, ciertamente, numerosas formas e interpretaciones del silencio como signo, tan variadas como son las
intencionalidades del que lo atestigua y del que lo interpreta. De ahí resulta, entre otros, un silencio afectuoso,
prudente, aceptador, amenazante, negador o ambiguo. Sin embargo, hablar del silencio, y sobre todo practicarlo se
ha convertido en algo inadecuado o extraño pudiendo llegar a constituir en algunos contextos de la cultura
occidental, incluso, una provocación. Piénsese en muchos encuentros sociales en los que el silencio se interpreta
como algo descortés. O, con otro sentido, lo que sucede, todavía, en aquellas culturas donde perdura el
enmudecimiento segregador impuesto a las mujeres en los encuentros mixtos. De la misma manera que en
sociedades que se dicen despojadas de tabúes todavía se sigilan determinadas enfermedades estigmatizadas como
el sida o la enfermedad mental.

Quien siempre ha tenido el poder de administrar y reglamentar la palabra y el silencio es la Institución. Ha sido muy
pautada la ausencia de la palabra en los ámbitos monásticos del Occidente medieval –diferente del silencio
autoimpuesto y elegido del eremitismo espiritual- y en determinados rituales, aunque actualmente estos contextos
son cada vez más restringidos. En el ámbito político también se acalla a los ciudadanos, permitiéndoles la palabra
una sola vez cada cuatro años. Y, en el contexto sanitario sucede frecuentemente que no existe el valor del
intercambio, pues la palabra válida resulta ser la palabra funcional que confirma al médico frente al paciente que ha
perdido el uso de ella. También, el espacio educativo es cada vez más un universo dictado, en donde la libertad de 6
cátedra se restringe y los curriculums explícitos preestablecidos enmudecen la posibilidad de otras opciones.

Inconfundible es también el silencio que se muestra ante la autoridad política o religiosa como evidente muestra de
respeto ritual o sumisión. De ésta emana, asimismo, la censura o el silencio impuesto. Es el mutismo obligado que
convierte en silentes las voces no aceptadas por el sistema, y en peligrosa la palabra pronunciada por el adversario.

Existe, asimismo, la palabra inaceptada, que tan frecuentemente se desdeña e ignora en la vida cotidiana. Es la
palabra que no se escucha, que el interlocutor traduce en ruido o ausencia de sentido. Ocurre cada vez que alguien
dice algo pero lo expresado no se toma en consideración o se le despoja del sentido. Hecho bien descrito por las
expresiones: como si oye llover o le entra por una oreja y le sale por la otra.

Hay veces que la palabra estorba y desaparece en el silencio íntimo de los amantes. De este silencio habla Meher
Baba cuando les pregunta a sus discípulos del porque la gente se grita cuando está enojada. Después de escuchar las
respuestas de éstos, y no satisfaciéndole ninguna de ellas, les explica que cuando dos personas están enojadas, sus
corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar para poder escucharse. Mientras más enojados
estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia. A diferencia de
cuando dos personas se aman, no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo.

Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a este fragor circundante que ha invadido nuestras vidas, sin percatarnos
que nos afecta a la salud y a la manera de manejar el mundo, no dejando espacio para poder encontrarse uno
consigo mismo. Es así que se hace más necesario que nunca alejarse del ruido humano, e imitar a la naturaleza en el
silencio pleno latente bajo su sonido natural. Se trata de vivir mediante la introspección el silencio mental, el que va
más allá de las construcciones mentales de la palabra. Es la mirada muda donde se desvanece el pensamiento, la
construcción convencional del mundo, y descubre a la naturaleza humana su universo inédito. La experiencia de este
silencio se asemeja al vacío en su plenitud, es invisible, intangible e inaudible. Subyace a todo sentido, pareciendo
que lo anula cuando, en realidad, sin este misterioso silencio no existiría ni el experimentador ni el mundo.
El acto de comprender
Quien bien te quiere te hará llorar, así reza el dicho popular que, de esta forma tan singular, expresa y aprecia en un
contexto, más de nuestros padres y abuelos, el valor del sufrimiento. Esta idea tan extendida, y hoy en día todavía
vigente, hace referencia al aprendizaje vital a través del sufrimiento. Sin embargo, si bien es cierto que este se
considera una vía contundente de aprendizaje, solamente producirá tal efecto, si quien lo padece lo comprende. En
caso contrario, el sufrimiento resultará baldío. Por esta razón, podemos expresarlo mejor diciendo: quien bien te
quiere te alentará a comprender.

La comprensión resulta ser una tarea difícil en un mundo que actualmente se construye complejamente momento a 7
momento. Y, es que este se manifiesta cada vez más interactivo social y culturalmente, con menos referencias a las
que asirse, menos cauces conocidos por los que transitar, superando y escapando al control del individuo. Las
sociedades se muestran cada vez más caóticas, se propicia la constante creación del otro como enemigo, se estimula
más que la reflexión un sinfín de fantasías, quedando atrapado uno en emociones incontrolables, se estimula
perseguir una seguridad inexistente y una felicidad imaginada.

Enfrentados o adheridos como estamos a dogmas, creencias o las verdades de cada quién, todo ello queda en
suspenso y decae cuando sobreviene un acto de comprensión. Comprender, darse cuenta profundamente de algo
fractura la visión ordinaria volviéndose inteligible algo que no lo era. Es entonces cuando la frontera que acotaba las
formas fragmentadas del pensar, el sentir y las pautas comportamentales son reemplazadas por un nuevo sentido,
natural y fecundo, que dignifica al individuo y lo eleva, desalienándolo de la ignorancia.

La comprensión se expresa en diferentes niveles. Así, la encontramos en la dialéctica y el análisis de un problema.


Pero, además de este proceso preliminar se puede dar una apertura mayor en el momento en que hace acto de
presencia la reflexión o la intuición. Entonces podemos decir que más que alcanzar uno la comprensión, ella te
atrapa. Y en ese instante uno se sustrae de la autoría y de la exclusividad de la comprensión, pues saber solamente
puede suceder comprendiendo. Es entonces cuando el individuo se humaniza, y se pasa de la carencia de conocer a
una perspectiva o a un universo en el que se aprecia lo que estaba oculto.

Conocer, en el sentido de tener compresiones conlleva un proceso de desidentificación con el mundo de


los objetos limitantes en el que uno está inmerso y lo ha creado. Comprender es la reelaboración
novedosa, posible y lúcida que entraña el discernimiento de lo que realmente es. Solamente así es posible
vislumbrar lo que antes no era posible. El acto de comprensión se puede producir cuando cesa toda la
agitación mental. Y es en el vacío mental, en un acto de sorpresa, cuando la rigidez del pensamiento cae
ante lo inesperado. Milton Erickson, psicólogo y médico e impulsor de la hipnosis terapéutica, lo ejemplifica de la
manera siguiente:

Erickson se hace cargo, ante el requerimiento del decano, de un alumno muy brillante en psicopatología y muy
interesado en prácticas con el microscopio, pero mordaz y sumamente hostil con los psiquiatras. Erickson se
presenta el primer día de clase a sus alumnos diciéndoles que él no era como los demás profesores, médicos que
pensaban que los cursos que dictaban eran los más importantes de la carrera, pues no pensaba una tontería como
esa. Él simplemente sabía que su curso era el más importante de todos. La clase lo acogió con simpatía. Y continuó
proponiéndoles la siguiente tarea: "A aquellos alumnos que apenas les interesa la psiquiatría les ofreceré un listado
de cuarenta textos para leer; a los que tengan bastante interés les daré un listado de cincuenta textos; y a los que
estén verdaderamente interesados les daré unas sesenta lecturas adicionales". Luego les pidió un resumen sobre un
cierto compendio de psiquiatría para entregarlo el lunes siguiente. Cuando llegó ese día el alumno que odiaba la
psiquiatría le entregó una hoja en blanco. Erickson le dijo: "Sin leer el resumen, puedo advertir que ha cometido dos
errores, no le ha colocado la fecha ni lo ha firmado. Por lo tanto, lléveselo y entréguemelo el próximo lunes. Y
recuerde: hacer el resumen de un libro es como describir preparados microscópicos". El alumno hizo uno de las
mejores reseñas del manual. Cuando le preguntó el decano como lo había hecho, le respondió: "Le había tomado
totalmente por sorpresa".

La comprensión lo inunda todo, forma parte de todo, de lo más claro a lo más intrincado, pues incluso ahí está,
explícita o clandestinamente, detrás del problema más arduo e irresoluble. Además, las formas de aprender y
comprender son incontables, aunque realmente una forma útil de aprendizaje es asumiendo nuestros límites. Pero,
también es cierto que la comprensión va más allá de la norma, de lo dictado y de los propios límites, siendo el acto 8
de discernir la más alta forma de conocimiento de un individuo. Comprender, conocer profundamente, crea nuevos
marcos de referencia inusuales. Así, por ejemplo, se puede creer que el mundo está ahí afuera, distante de
uno mismo, pero también se puede pensar que el mundo es información en interacción, una interacción
de sujeto y objeto que se construye desde la yoidad, la voluntad y la representación . Sin olvidar la memoria.
Tal como le ocurre a Harold, el jubilado de Rachel Joyce que en El insólito viaje de Harold Fry se echa al camino con
lo puesto impulsado por un motivo abstruso, y el universo que le sale al paso lo va trasladando de una percepción
alienada de sí mismo y su entorno al descubrimiento palpitante de su biografía y cuanto le rodea.

La comprensión no es únicamente una herramienta para conocer sino que constituye la base y la trama que teje los
actos humanos, el pensar y el sentir. Incluso en la ignorancia más cerrada que genera conflictos de toda índole, se
halla oculta la fuerza de la comprensión, inhibida en este caso, en el individuo que la ignora. Comprender es una
fuerza que a diferencia de poseer, exclusivamente, información, marca un punto de inflexión, ya que a partir de ese
momento se trasciende el nivel de conocimiento que se tenía sobre algo, sobre alguien o uno mismo.

¿Qué es lo que dificulta que haya una disposición mental proclive a la comprensión? o bien ¿qué es lo que anuda e
impide el acto de comprender? Los seres humanos nos comportamos con los años más por el automatismo y el
hábito que por el acto de saber. Nos resulta costoso liberarnos del obstáculo para poder comprender, y en definitiva,
para aprender. La comprensión y la disposición al aprendizaje en el ser humano es, además, el epicentro del
desarrollo humano, teniendo especial relevancia en determinados periodos sensibles, sobre todo en la infancia, en
donde se asientan las bases de su personalidad. En ausencia de la comprensión el aprendizaje no es posible, pues en
lugar de la certeza del saber aflorará la duda, la asunción o la obediencia ciega a una opinión o creencia dada o
impuesta por el otro. Comprender otorga orden mental, junto a entereza y confianza en uno mismo. Poder
comprender es darse cuenta de las diferentes realidades cognitivas con las que construimos los diferentes universos
y es la mejor, leal, aliada para legar a nuestros hijos.

La cuestión es cómo alentar la comprensión desde la infancia, si hay un modo de propiciar esa disposición mental, si
es posible no impedirla en la educación bajo el pretexto de la eficacia y la sostenibilidad del sistema. La educación
mira al mercado laboral y de esta manera filtra, fragmenta, seria y jerarquiza la actividad educativa en contenidos,
materias, competencias... Sin embargo, la comprensión no es posible implantarla, pues no se puede legislar sobre
ella, ni se la puede trocear, aunque ella esté presente en todos los contenidos y las materias de las humanidades, el
arte y la ciencia.

Llevar a cabo una empresa de tal magnitud no es posible si quien educa no es proclive, ni sensible a ella, pues en tal
caso más que promoverla la silencia. Es claro que quien educa, padres o profesores, necesita anhelar el saber. Solo
así la comprensión se revela y se alienta a ella cuando se educa. Solo entonces el educador, amante del saber, toma
conciencia de lo que es comprender, discernir, y de forma espontánea puede abrir y estimular la mente y el corazón
del alumno.

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