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Historia Transgénero, homonormatividad y disciplinariedad*

Susan Stryker

[145] La atención que se está dando actualmente a la homonormatividad ha tendido a


concentrarse en las formaciones sociales, políticas y culturales gay-lésbicas y su relación con la
política neoliberal de diversidad multicultural que se articula con las estrategias asimilativas del
capital transnacional. El trabajo de Lisa Duggan ¿El ocaso de la Igualdad? Neoliberalismo,
Política Cultural y el Ataque a la democracia (2003), que describe una “nueva homonormatividad
que no desafía los valores e instituciones heterosexistas, sino más bien los sostiene y busca ser
incluido dentro de ellos”, es generalmente reconocido como el texto mediante el cual este término
alcanzó una mayor circulación.1 Existe, sin embargo, una formulación anterior de
homonormatividad que merece ser retenida, más cercada en significado a los códigos sociales
“homo-normativos” descriptos en 1998 por J. Halberstam en Masculinidad Femenina, de acuerdo al
cual las expresiones de masculinidad en mujeres son igualmente despreciadas dentro de los
contextos género-normativos gay-lésbicos como dentro del contexto heteronormativo. 2 Es este
sentido menos reciente de homonormatividad el más pertinente a las ideas que aquí ofrezco sobre
homonormatividad e historia transgénero, como objeto de estudio académico y como práctica
profesional disciplinaria.

Historia terminológica

Homonormatividad, tal y como escuché y usé el término en los tempranos años '90, fue un
intento de articular la sensación de doble marginalización y desplazamiento experimentada dentro
del activismo político y cultural transgénero. Como otros militantes queer, [146] lxs activistas
transgénero aspiraron a hacer causa común con cualquier grupo —incluyendo gays, lesbianas y
bisexuales no trans— que disputaban el privilegio heterosexista. Pero también necesitábamos
nombrar las formas en las que la homosexualidad, en tanto categoría de orientación sexual basada
en construcciones de género compartidas con la cultura dominante, a veces tenía más en común con
el mundo heterosexual que con nosotrxs.3
En los intercambios de base en los que participé durante la primera mitad de los '90 en San
Francisco usaban el término homonormativo cuando se discutía la relación entre transgénero y
queer, y entre queer y gay-lésbico. Transgénero era un término que en sí mismo estaba atravesando
un cambio significado importante en esos tiempos. Robert Hill, investigador de la historia de las
comunidades cross-dresser heterosexuales, encontró en publicaciones comunitarias instancias de
palabras como transgeneral, transgenerista, y transgenerismo datando de fines de los '60s.4 La
lógica de esos conceptos, usados para describir a individuos que vivían en un género social pero
tenían un sexo biológico convencionalmente asociado con el otro, apuntaban a un término medio
conceptual entre el travestismo (un mero cambio en la forma de vestir) y el transexualismo (el
cambio del propio sexo). Ya en los tempranos '90s, principalmente debido a la influencia del
panfleto de Leslie Feinberg de 1992, “Liberación Transgénero: un movimiento cuyo tiempo ha
llegado”, transgénero comenzó a referir a otra cosa —una alianza política de todas las formas de
género anti-normativas—. Fue en este segundo sentido que transgénero se articuló con queer.5

* Stryker, S. (2008). “Transgender History, Homonormativity, and Disciplinarity”. Radical History Review 100
(Winter). Traducción: Sebastián Karlovich. Revisión: Moira Pérez.
1 Lisa Duggan, The Twilight of Equality? Neoliberalism, Cultural Politics, and the Attack on Democracy (Boston:
Beacon, 2003), 50.
2 J. Halberstam, Female Masculinity (Durham, NC: Duke University Press, 1998), 9.
3 Publiqué una versión temprana de estas observaciones sobre la genealogía de homonormatividad en qstudy-
lL@listcrv.buffalo.edu, Noviembre 7, 2006.
4 Robert Hill, comunicación personal, 6 de octubre, 2005; ver también Robert Hill, A Social History of Heterosexual
Transvestism in Cold War America (Tesis de doctorado, University of Michigan at Ann Arbor, 2007).
5 Ya propuse esto en otro lugares; ver Susan Stryker, “The Trasngender Issue: an Introduction”, GLQ 4 (1998): 149-53;
Este “nuevo transgénero” marcó una distinción tanto política como generacional entre las viejas
terminologías travesti/transexual/drag y una política de género emergente que era explícita y
conscientemente queer. Para mí dio inicio en 1992, cuando la rama de Queer Nation [la Nación
Queer] de San Francisco distribuyó sus distintivos stickers fluorescentes con la leyenda “Poder
Trans/ Poder Bi/ Nación Queer”. La activista transexual Ann Ogborn se encontró con alguien en la
calle usando uno de esos stickers con las palabras “Poder Trans” arrancadas. Cuando Ogborn
preguntó si había alguna intención tras esa omisión, se le dijo que aquel sujeto no consideraba a las
personas trans como parte del movimiento queer.6 Ogborn asistió a la siguiente asamblea general de
la Nación Queer para protestar la transfobia dentro del grupo, momento en el que la invitaron, muy
al estilo de la Nación Queer, a organizar su propio comité transgénero. 7 La resultante Nación
Transgénero, de la que yo fui miembro fundador, llegó como el primer grupo por el cambio social
en Estados Unidos explícitamente queer-transgénero. El grupo sobrevivió a la ya casi fallecida
Nación Queer y se volvió, durante su breve existencia entre 1992 y 1994, un punto de referencia en
los debates sobre la inclusión transgénero en las emergente comunidad Lésbica, Gay, Bisexual y
Transgénero (LGBT) de San Francisco.
En un entorno contradictorio, a la vez acogedor y hostil, lxs activistas transgénero reivindicaron
sus propios reclamos dentro de la política queer. Argumentamos que la orientación sexual no era la
única forma de diferenciarse de la heteronormatividad —que homo, hetero y bi de hecho dependían
de una comprensión similar de “varón” y [147] “mujer” que lo trans problematizaba—. Las
personas con identidades trans podían describirse a sí mismas como varones y mujeres también —o
resistir del todo las categorizaciones binarias— pero al hacerlo complicaban [queered] las
relaciones dominantes entre cuerpo sexuado [sexed body] y sujeto generizado [gendered subject].
Trazamos una distinción entre “queers de orientación” [orientation queers] y “queers de género”
[gender queers]. Significativamente, genderqueer, noción necesaria para referirse de forma más
general a la posición minorizada/marginalizada sobre la diferencia al interior de las formaciones
culturales queer, ha sido conservado como un término útil; queer de orientación, que nombra la
norma queer tácita, ha parecido redundante en la mayoría de los contextos y no sobrevivió de la
misma forma.
Cuando lxs gays y lesbianas de San Francisco activxs en militancia queer durante la primera
mitad de los '90s fueron antagónicos a las preocupaciones transgénero, lxs acusamos de ser
antiheteronormativos en un modo homonormativo. El término era una derivación intuitiva, casi
auto-evidente, del omnipresente heternonormativo, apropiado para usarse donde las normas de la
comunidad homosexual marginaban otros tipos de diferencia de sexo/género/sexualidad. Si bien no
Susan Struker, “Transgender Studies: Queer Theory’s Evil Twin”, GLQ 10 (2004): 212-15; y Susan Stryker,
“(De)Subjugated Knowledges: an Introduction to Transgender Studies”, en The Transgender Studies Reader, editado
por Susan Stryker y Stephen Whittle (New York: Routledge, 2006), 4-8. Sobre el uso de Feinberg de “transgénero”, ver
Leslie Feinberg, Transgender Liberation: a Movement Whose Time has Come (New York: World View Forum, 1992);
reimpreso en Stryker y Whittle, Transgender Studies Reader, 205-220. En la página 206 Feinberg, tras listar una
variedad de lo que llama “proscritos de género”, a saber, “travestidxs, transexuales, drag queens y drag kings, cross-
dressers, bull-daggers, stone butches, andróginxs, diesel dykes”, toma nota de que “no elegimos estas palabras” y que
“no se ajustan a todxs nosotrxs”. Dado que “es difícil luchar contra una opresión sin un nombre que denote orgullo”,
Feinberg propone que “transgénero” nombre “a un grupo diverso de personas que se definen a sí mismas de formas
diferentes”. Mientras reconoce que este término puede ser inadecuado y de poca proyección, tiene la intención de que
sea “una herramienta para luchar contra la intolerancia y brutalidad” y tiene la esperanza de que “nos pueda conectar,
que pueda captar lo que es parecido sobre las opresiones que soportamos”.
6 Ann Ogborn, entrevista por la autora, 5 de julio, 1998, Oakland, California.
7 Gerard Koskovich, uno de los primeros miembros de la Nación Queer de San Francisco, recuerda “vívidas críticas
respecto de los niveles de consciencia e inclusión de las temáticas transgénero y bisexuales por parte del grupo”.
Escribe: “recuerdo un notable incidente en una de las primeras reuniones de la NQ en las que estuve presente: una
mujer lesbiana de unos 30 años comentó que no se sentía cómoda con que los varones gays usaran ropas femeninas,
práctica que ella tomaba como una expresión de misoginia —en resumen, ella hacía una lectura típica del feminismo
lésbico de la vieja escuela. Esto llevó a discusiones sobre el drag como una crítica de las normas de género —discusión
que terminó cambiando la opinión de aquella mujer. Ese primer momento anti-drag rápidamente dio paso a la
celebración por parte de la NQ de los estilos personales que transgredían las normas de género de distintas maneras —
un fenómeno que encajaba bien con los métodos asertivos de representación que impulsaron muchas de las medidas de
la Nación Queer.” Comunicación Personal, 8 de diciembre de 2006.
puedo recordar las instancias específicas en las que el término homonormativo fuese usado, o quién
lo usó, las discusiones en las que habría sido desplegado estaban dándose en cualquier lugar en el
que se estuviese cuestionando la inclusión transgénero: dentro de la Nación Queer, en ACT-UP
(AIDS Coalition to Unleash Power) y en agencias de salud; en reuniones comunitarias para
organizar la Marcha sobre Washington en 1993 y el 25° aniversario del levantamiento de Stonewall
en 1994; en asambleas municipales sobre los gays en el ejército y las uniones civiles durante los
primeros días de la primera presidencia de Clinton; en debates sobre la inclusión de la identidad de
género en la Ley de No Discriminación Laboral; en discusiones sobre quién podría asistir al
Festival de Música de Mujeres de Michigan; en encuentros de los Clubes Democráticos Harvey
Milk y Alice B. Toklas; en reuniones por la Marcha del Orgullo; en reuniones de miembros y de
comisiones directivas de prácticamente todas las organizaciones gay-lésbicas sin fines de lucro en la
ciudad; en el comité sobre cuestiones gay-lésbicas de la Comisión de Derechos Humanos de San
Francisco; en las controversias de las cartas de lectorxs del Bay Times y el Bay Area Reporter; y en
cafés, bares, boliches, mazmorras y dormitorios a lo largo y ancho de la ciudad.
La acusación de homonormatividad era dirigida a un manojo de blancos preferidos: gays y
lesbianas que consideraban las problemáticas transgénero como enteramente distintas de las suyas
propias y que se resistían a cualquier tipo de participación transgénero en la militancia política y
cultural queer; lesbianas que excluían a las mujeres transgénero y se acercaban nerviosamente a los
varones transgénero, sobre la base de que las primeras eran en realidad varones y los segundos
realmente mujeres; e, hilando de forma más fina sobre el tema, aquellos que conceptualizaban la
“T” como una categoría identitaria análoga a “GLB” y proponían una comunidad GLBT sobre esa
base. En la primera instancia, la homonormatividad era una amenaza a formas más amplias de
convenir alianzas y afinidades políticas, independientes de la identidad; apuntaba a asegurar el
privilegio de gays y lesbianas género-normativos basados en la adhesión a las construcciones
culturales [148] dominantes del género, y minimizaba el alcance de posibles resistencias a la
opresión. En la segunda instancia, la homonormatividad tomaba la forma de normas subculturales
lésbicas que se servían de forma perversa de nociones reaccionarias de determinismo biológico
como la única base legítima de la identidad de género, y paradójicamente rechazaban argumentos
feministas de que “mujer” y “lesbiana” eran categorías políticas más que ontológicas. La tercera
instancia requiere una explicación más sutil y extensiva.
En ese caso, la homonormatividad yace en malinterpretar trans tanto como un género o una
orientación sexual. Como un género distintivo, las personas trans son simplemente consideradas
como otro tipo de ser humano junto a varones y mujeres, lo que lleva a intentos homonormativos de
“inclusión trans” tales como cuestionarios y encuestas dentro de contextos GLBT que ofrecen la
oportunidad de auto-identificaciones estructuradas, a grandes rasgos, de la siguiente manera:

- Varón
- Mujer
- Transgénero (elija uno)

Malinterpretado como una categoría de identidad sexual, trans se presenta como el deseo,
análogo a un fetiche, de utilizar la vestimenta socialmente asignada a otro género o (de forma más
extrema) de modificación genital. La “T” en esta versión de la Comunidad LGBT referiría a un
grupo de personas que se sienten atraídas a unas y otras sobre la base de disfrutar ciertas prácticas
sexuales —de la misma forma que los varones gays se sienten atraídos a otros varones gays, y las
lesbianas a otras lesbianas—, sobre la base de un deseo compartido por ciertas prácticas sexuales.
“T” es entonces homonormativamente constituido como un grupo propiamente distinto de personas
con una orientación distinta a la de gays, lesbianas y bisexuales (o, para el caso, heterosexuales). En
este modelo de relaciones intracomunitarias GLBT, cada identidad se siente alegremente atraída por
su propio tipo y deja a los otros grupos libres a la suya excepto en circunstancias ceremoniales
(como marchas de orgullo y otras celebraciones publicas de la diversidad), o cuando la
conveniencia política requiere algún tipo de acciones en coalición.
En ambas deformaciones homonormativas, “T” aparece como una categoría separada a ser
anexada, mediante una política liberal de asimilación de las minorías, a las formaciones
comunitarias gays, lésbicas y bisexuales. Así concebido, trans no trae problemas al basamento de
las otras categorías —al contrario, se convierte en un mecanismo de contención para distintos tipos
de “problemas de género” [gender trouble] que operan en conjunto con tendencias de asimilación
género-normativas dentro de las identidades sexuales 8—. El activismo y la teoría transgénero, por
otro lado, tiende a interpretar trans como una modalidad más que como una categoría. Trans
atraviesa las orientaciones sexuales y las identidades de género de la misma forma en que la raza y
la clase —en otras palabras, una mujer transexual (alguien con un modo transexual de vivir su
cuerpo bajo la categoría social de mujer) puede ser lesbiana (alguien que vive en la categoría social
de mujer y se orienta sexualmente a otras mujeres), igual [149] que un varón negro puede ser gay, o
alguien bisexual puede ser pobre—. Al hacer eso, la teoría y activismo transgénero llamaba la
atención sobre las operaciones de normatividad dentro y entre categorías de identidad de género y
sexuales, planteaba preguntas sobre la estructuración del poder sobre ejes que no sean los binomios
homo/hetero y varón/mujer, e identificaba puntos productivos para conectar el activismo de
orientación sexual e identidad de género a otras luchas por la justicia social.
Así, sugiero que una década antes de que se hiciese de homonormativo un término crítico chic en
otras áreas, la praxis y crítica transgénero requirió una articulación del concepto de
homonormatividad. Las guerras de frontera que lxs activistas transgénero llevaron adelante dentro
de las comunidades queer de los '90 tuvieron consecuencias importantes en la forma que tomaron la
política y la teorización transgénero, y para proyectar el sendero futuro hacia el activismo radical.
Las relaciones transgénero con las formaciones comunitarias gays y lésbicas necesariamente se
volvieron estratégicas —algunas veces de oposición, otras alineadas, a veces luchando desde la
retaguardia por la inclusión, incluso derivando en direcciones enteramente distintas y no
relacionadas—. Las problemáticas centrales para el activismo transgénero —tales como los
documentos de identidad emitidos por el Estado con el género apropiado, que permiten a las
personas trans trabajar, cruzar fronteras y acceder a servicios sociales sin exponerse a la
discriminación— sugieren formas útiles de hacer política mediante alianzas, en este caso con
trabajadorxs migrantes y comunidades diaspóricas, que no están organizadas en torno a la identidad
sexual. Una operación de homonormativadad expuesta por la militancia transgénero es que lo homo
no siempre es la norma más relevante contra la que lo trans se define.

Historia transgénero antihomonormativa

Más allá de lo importantes que fueron las disputas identitarias queer para el presente y futuro de
la política transgénero, han sido igual de importantes para reinterpretar el pasado queer. Investigué
por primera vez la historia transgénero de San Francisco, particularmente en relación a la
comunidad gay y lésbica de la ciudad, mientras participaba de la cultura queer más amplia de los
'90 en el área de la Bahía de San Francisco. En 1991, durante mi último año como estudiante de
doctorado en Historia estadounidense en la Universidad de California en Berkeley y el mismo año
en que empecé a hacer la transición de varón a mujer, me involucré profundamente con la
organización de lo que entonces se conocía como la Sociedad Histórica Gay y Lésbica de California
del Norte. La organización, hoy la Sociedad de Historia GLBT, contiene la mejor colección de
fuentes primarias sobre las comunidades gay, lésbica, bisexual y transgénero del área de la Bahía de
San Francisco, y una de las mejores colecciones de materiales relacionados a la sexualidad en todo
el mundo. Comencé ahí como voluntaria en los archivos, me uní a la junta directiva en 1992 y luego
me convertí en la primera directora ejecutiva de la organización, entre 1999 y 2003.
A través de mi larga e íntima asociación con la Sociedad de Historia GLBT, y por medio de dos
años de financiamiento postdoctoral del Programa de Investigación en Sexualidad del Consejo de
Investigaciones en Ciencias Sociales, tuve amplias oportunidades [150] para revisar

8 David Valentine, “I Went to Bed with My Own Kind Once: the Erasure of Desire in the Name of Identity,” Language
and communication, 23 (2003): 123-38; David Valentine, “The Categories Themselves”. GLQ 10 (2003): 215-20.
exhaustivamente el status de las problemáticas transgénero de las organizaciones y comunidades
gays y lésbicas de posguerra en San Francisco. Pude revisar todas las publicaciones periódicas,
diarios comunitarios, colecciones personales, registros organizativos, materiales de la vida cotidiana
y material visual —decenas de miles de artículos— relacionado a la temática transgénero. Esta
investigación fue motivada por una serie de intereses que competían entre sí. Era primero y
principalmente un proyecto crítico queer, informado por la teoría, guiado por la práctica, y hecho en
el marco de mi formación historiográfica en Berkeley en la década transcurrida entre la muerte de
Michel Foucault y la llegada de Judith Butler; quería dar cuenta de la precipitación de nuevas
categorías identitarias personales y colectivas desde una matriz de las configuraciones posibles de
sexo, género, identidad y deseo; rastrear sus genealogías y modos de discurso; y analizar la cultura
política desplegada en las interacciones entre ellas y con la sociedad en general. Era también un
proyecto para recuperar específicamente la historia de la experiencia transgénero, de una forma que
resistiese esencialismos de la identidad trans, y para poner este contenido a disposición y al servicio
de obras de justicia social relacionadas con problemáticas trans. Sólo quienes son “aplastados por
una preocupación presente” y que pretenden “deshacerse de su carga a toda cosa”, escribió
Friedrich Nietzsche en “Sobre el Uso y el Abuso de la Historia para la Vida” tienen “la necesidad
de una historiografía crítica”.9 Y finalmente, me motivaban consideraciones polemistas y
partidarias; quería ofrecer un relato de la historia transgénero con respaldo empírico, que
recontextualizase su relación con la normatividad gay y lésbica y contrarrestase el trato
patologizante, moralizante, condescendiente y desatinado en general que tan frecuentemente
recibían las problemáticas trasngénero en los discursos gays y lésbicos de la época.
En el curso de mi investigación, las practicas de control del género (gender-policing practices)
se fueron destacando como mecanismos para condicionar el horizonte de las formaciones
comunitarias organizadas en torno a una identidad sexual, que eran descriptas en los principales
relatos historiográficos.10 A medida que las comunidades homosexuales de mediados del siglo XX
en San Francisco se redefinían a sí mismas como minorías políticas, se distanciaban de nociones
anteriores de “inversión” que colapsaban la transposición de género y deseo homosexual una sobre
la otra; simultáneamente trazaban sus límites al menos parcialmente en relación con los discursos
científicos -que estaban en rápida evolución- sobre los fenómenos transgénero, y las nuevas técnicas
de cambio de sexo. En un comienzo los grupos homófilos como la Sociedad Mattachine y las Hijas
de Bilitis no fueron antagónicas a las temáticas transgénero; a veces respondían consultas de
personas que cuestionaban su propio género o que buscaban un espacio en el que expresar una
identidad trans, pero tendían a redirigir aquellas consultas hacia algún otro lado. 11 El movimiento
homófilo solía interpretar las cuestiones transgénero como algo que corría en paralelo sin
intersectarse, al menos en parte debido al papel central que la normatividad de género tuvo en las
políticas públicas de respetabilidad movimiento homófilo de 1950 y los tempranos '60s. En
contextos lésbicos esto tomó la forma de una crítica clasista de los roles butch y femme, mientras
que en el mundo gay se expresó [151] en la condena tanto del estilo hípermasculino de las
subculturas leather, cowboy y motociclistas, como de la feminidad de estilo “swish” y las
imitaciones públicas de mujeres. El drag siguió siendo una expresión subcultural importante,
especialmente para los varones gays y las lesbianas de clase trabajadora, pero restringida a clubes,
bars y fiestas privadas; el drag en la vía pública fue condenado casi totalmente y relegado a
espacios coextensivos con la prostitución, la oferta sexual callejera (hustling) y otras actividades
9 Friedriech Nietzsche, “On the Use and Abuse of History for Life”, 1874, traducido por Ian C. Johnson
www.geocities.com/thenietzschechannel/history.htm (visitado el 12 de mayo de 2007).
10 John D’Emilio, Sexual Politics, Sexual Communities: The Making of a Homosexual Minority in the United States,
1940 – 1970 (Chicago: University of Chicago Press, 1983); Elizabeth Armstrong, Forging Gay Identity: Organizing
Sexuality in San Francisco, 1950 – 1994 (Chicago: University of Chicago Press, 2002), Nan Alamilla Boyd, Wide Open
Town: A History of Queer San Francisco to 1965 (Berkeley: University of California Press, 2003); Martin Meeker,
Contacts Desired: Gay and Lesbian Communications and Community, 1940s-1970s (Chicago: University of Chicago
Press, 2006); Marcia Gallo, Different Daughters: A History of the Daughters of Bilitis and the Rise of the Lesbian
Rights Movement (New York: Carroll and Graf, 2006).
11 Joanne Meyerowitz, How Sex Changed: A History of Transsexuality in the United States (Cambridge, MA: Harvard
University Press, 2002), 176 – 85.
económicamente marginalizadas. Así, desde el inicio de los movimientos por los derechos de los
homosexuales de posguerra, las prácticas e identidades trasngénero marcaron fronteras comunales
entre lo normativo y lo transgresor.
Hubo un descubrimiento en particular dentro del archivo que parecía estar tan perfectamente en
sintonía con todos mis objetivos de investigación y que aparentaba gran importancia, pero a su vez
era casi completamente desconocido, que inicialmente dudé de su veracidad. En el pliego central
del programa de la primera Marcha del Orgullo Gay en San Francisco, hecha en 1972, encontré la
descripción de una serie de disturbios en 1966 en el distrito Tenderloin de San Francisco, en los que
drag queens y prostitutos gay se unieron en un popular establecimiento nocturno —Cafetería Gene
Compton's— para defenderse del acoso policial y de la opresión social. El texto dice:

En las calles de Tenderloin, en la esquina de Turk y Taylor durante una calurosa noche de agosto
de 1966, los Gays se movilizaron hartos del constante acoso a las drag queens por parte de la
policía. Debe tratarse del primer acto de violencia por parte de gays en contra de la policía
registrado en cualquier lado. Pues esa noche, cuando el furgón de la policía de San Francisco
(SFPD) llegó para hacer la redada callejera “de siempre”, los Gays esta vez no fueron
voluntariamente. Comenzó cuando la policía entró al bar, todavía ubicado allí en Turk y Taylor, a
hacer su rutina usual de presión a drag queens, maricas [hair-fairies] y prostitutos sentados en la
barra. Esto se hacía con el permiso de la administración, por supuesto. Pero cuando la policía tomó
del hombro a una de las travestidas *, ella volcó su taza de café en la cara del policía, y con eso,
comenzaron a volar tazas, platos y bandejas en todas direcciones dentro del lugar, siempre
dirigidas a los policías. Éstos retrocedieron a la calle esperando la llegada de refuerzos, la
administración de Compton's ordenó el cierre, y con eso, los Gays comenzaron a romper todas las
ventanas del lugar, y mientras corrían para escapar rompiendo los vidrios, la policía intentaba
capturarlos y lanzarlos dentro del furgón, pero no fue tarea fácil pues recibieron golpes “debajo del
cinturón” y las drag queens les dieron golpes con sus pesadas carteras. Un auto de la policía tenía
todas las ventanas rotas, un puesto de diarios fue incendiado y el caos reinó esa noche en
Tenderloin. La siguiente noche, drag queens, maricas, Gays conservadores y prostitutos se unieron
en un piquete frente al bar, que se negaba a permitir nuevamente la entrada de las drags. Esto
terminó con el panel de vidrio recién instalado nuevamente destruido. La Unidad de Relaciones
Comunitarias de la Policía comenzó a mediar en el conflicto, que nunca se resolvió
completamente, lo cual terminó con la gente de la calle formando un grupo llamado VANGUARD
[151] y las lesbianas formando un grupo de gente de la calle llamado STREET ORPHANS, grupos
que más adelante formaron el viejo FRENTE DE LIBERACION GAY de San Francisco, hoy
llamado ALIANZA ACTIVISTA GAY.12

La historia parecía importante en varios aspectos. Primero, lo que había tenido lugar en
Compton's tenía obvias similitudes con el famoso levantamiento de Stonewall en 1969 en Nueva
York, donde comúnmente se dice que comenzó la etapa militante de la liberación gay, pero la
precedía por tres años. Cómo el activismo gay de San Francisco posicionaba la historia de
Compton's en relación con Stonewall en su primera Marcha del Orgullo tenía la clara intención de
un temprano revisionismo de la historia de la liberación gay. Además, el altercado que incitó los
disturbios era descripto como un acto de discriminación anti-transgénero más que como de
discriminación contra una orientación sexual. En el momento en que encontré esta fuente en 1995,
el papel de las drag queens en los disturbios de Stonewall se tornado el centro de controversias
entre las historias trasngénero y las historias gay-lésbicas normativas —la militancia transgénero
señalaban el acto de mitologización de Stonewall en tanto “nacimiento” de la liberación gay como
una cooptación homonormativa de la resistencia de género queer, mientras que los comentaristas
gays y lesbianas tendían a minimizar la importancia de la opresión anti-drag en Stonewall— y lo
que pudiese aprender sobre el incidente de Compton's sin duda sería útil para el debate. El
documento de 1972 también daba cuenta de una genealogía de la militancia por la liberación gay
diferente de los relatos normativos —uno enraizado en la dimensión socio-económica del ghetto

*N. de T.: Hemos optado por traducir “transvestites” como “travestidas” para diferenciarlo del término “travesti”, que
en castellano se refiere a otro tipo de identidad de género que no es equivalente al inglés “transvestites”.
12 Raymond Broshears, “History of Christopher Street West — SF,” Gay Pride: The Official Voice of the Christopher
Street West Parade ’72 Committee of San Francisco, California, June 25, 1972, 8.
multiétnico de trabajadorxs sexuales de Tenderloin, en lugar de en el activismo universitario de la
juventud contracultural blanca de clase media. Por todas estas razones, los disturbios en la Cafetería
Compton's se volvieron el centro de mi investigación sobre la historia transgénero de San Francisco
y de su relación interseccional con la historia de las comunidades gays y lésbicas.
Si bien el documento de 1972 resultó tener errores fácticos en varios detalles (el piquete sucedió
antes de los disturbios, por ejemplo), pude finalmente verificar en términos generales su relato de lo
ocurrido en Compton's, y situar aquel evento en una historia de la formación y politización de la
comunidad transgénero que complementaba y a su vez ponía en cuestión la homonormatividad del
relato gay-lésbico. Y, lo que es más importante, pude contextualizar el lugar y tiempo de los
disturbios en relación con las circunstancias sociales, políticas, geográficas e históricas de San
Francisco, de una manera que no se había hecho en el relato de Stonewall y las circunstancias
correspondientes en Nueva York. Así, se daba lugar a nuevas formas de pensar la relación entre las
políticas identitarias y las condiciones materiales en sentido más amplio. Los disturbios de 1966
tuvieron lugar en el cruce de varios conflictos sociales mucho más amplios que hoy continúan
vigentes, tales como las practicas discriminatorias de la policía dirigidas a minorías, el acceso
deficiente a la salud pública, políticas elitistas de uso del espacio urbano, las consecuencias locales
de las guerras en el extranjero, y las campañas por los derechos civiles [153] que apuntan a expandir
las libertades individuales y la tolerancia social en relación a la sexualidad y el género. Un análisis
más completo de este material excede las limitaciones espaciales de este ensayo, pero puede
encontrarse en los trabajos abajo citados.

Disciplinariedad homonormativa

La historia de los disturbios en la Cafetería Compton's nos proveen de un punto productivo para
la crítica y revisión de los testimonios homonormativos de la historia reciente de las comunidades y
movimientos organizados en torno a una identidad sexual. Pero la mayor parte del conocimiento
sobre este evento ha circulado a través de trabajos de historia pública (notablemente el documental
televisivo Screaming Queens: the Riot at Compton's Cafeteria), trabajos de escritorxs externos a la
academia y publicaciones comunitarias, más que a través de canales académicos. 13 En las pocas
instancias en las que esta historia ha sido examinada en publicaciones académicas, los artículos han
sido destinados, tal como pasó con éste, a secciones reservadas para usos distintos que los artículos
académicos. En la única instancia en la que ese no fue el caso, el artículo fue escrito por otra
académica (no transgénero) que me entrevistó a mí e hizo uso de fuentes primarias que yo le
indiqué, con el objetivo de relacionar estos disturbios con sus propios intereses de investigación
acerca de la sociología de la memoria histórica. 14 Señalo esto no como una queja —fue mi elección
para fomentar la diseminación de mis hallazgos; de hecho, edité un número de una publicación en el
que puse mi propia investigación en el apéndice y sin mi nombre, y colaboré de forma entusiasta
con otrxs académicxs que nunca omitieron citar de manera correcta y adecuada el uso de mi trabajo
en sus propios proyectos. Mi objetivo, más bien, es llamar la atención sobre las prácticas
micropolíticas a través de las cuales las implicancias radicales de los saberes transgénero pueden ser
marginalizadas. Incluso en contextos como este número especial de Radical History Review
dedicado a homonormatividades, que convocó explícitamente al trabajo académico transgénero que
pudiese generar “nuevos marcos analíticos para hablar de la historia lésbica, gay, bisexual,

13 Screaming Queens: The Riot at Compton’s Cafeteria, dirigido por Victor Silverman y Susan Stryker (Independent
Television Service/KQED-TV, 2005); Susan Stryker, “The Compton’s Cafeteria Riot of 1966: The Radical Roots of the
Contemporary Transgender Movement,” Critical Moment, no. 12 (2005): 5, 19. Susan Stryker, “The Riot at Compton’s
Cafeteria: Coming Soon to a Theater Near You!” Transgender Tapestry, no. 105 (2004): 46 – 47; Mack Friedman,
Strapped for Cash: A History of American Hustler Culture (Los Angeles: Alyson, 2003) 129 – 33; David Carter,
Stonewall: The Riots That Sparked the Gay Revolution (New York: St. Martin’s, 2004), 109 – 10.
14 Miembros de la Sociedad de Historia Gay y Lésbica, “MTF Transgender Activism in San Francisco’s Tenderloin:
Commentary and Interview with Elliot Blackstone,” GLQ 4 (1998): 349 – 72; Elizabeth Armstrong y Suzanna Crage,
“Movements and Memory: The Making of the Stonewall Myth,” American Sociological Review 71 (2006): 724 – 51;
ver también Meyerowitz, How Sex Changed, 229.
transgénero y queer, y que expanda y desafié tanto los actuales modelos de identidad y formación
comunitaria, como también los modelos de resistencia política y cultural”, los saberes transgénero
son demasiado fácilmente subyugados a lo que Michel Foucault llamó alguna vez “las jerarquías de
la erudición”.15
En mi abstract original para este número, propuse no sólo contar la poco conocida historia de los
disturbios en la Cafetería Compton's, sino también poner la atención en los múltiples marcos de
referencia normativizantes que mantuvieron a los hechos de Compton's “ocultos a plena vista” por
tanto tiempo —la confluencia de consideraciones de clase, raza y género, y también la mirada
homonormativizante que no construía sujetos, acciones, corporalidades o propósitos transgénero
como objetos de su deseo. Quería, también, explicitar metodológicamente el importante rol de la
diferencia corporal en la práctica de investigación de archivo. Tal como está comenzando a
evidenciar un conjunto de trabajos académicos nuevos sobre el llamado “giro archivístico” reciente
en Humanidades, la corporeidad —ese logro contingente a través del cual las historias de nuestras
identidades se involucran en nuestro espacio corporal [154]— no sólo alienta el planteo de
interrogantes, sino que modula el acceso al archivo, tanto en su organización física como
intelectual. Discutir cómo mi propia corporeidad transexual se manifestó en la lectura a contrapelo
de un archivo gay y lésbico sirvió, en términos más amplios, para llamar la atención sobre las
construcciones homonormativas del conocimiento implícitas en el contenido y organización del
archivo mismo. Mi propósito era hacer una crítica radical no sólo de la historiografía sino también
de la epistemología política de la producción de conocimiento histórico.
Sin embargo, dado que el tono de lo que proponía fue tomado como “personal” debido a cómo
había situado mis propias actividades de investigación como parte de la narrativa y, sospecho,
porque tiendo a trabajar por fuera de la academia, se me invitó a contribuir con un ensayo a las
secciones de “Reflexiones” o de “Historia Pública” de la Radical History Review, no a un artículo
en la sección principal. Sentí algunas reservas en hacer tal cosa pues mis intenciones eran distintas.
Las “Reflexiones” no son tan intelectualmente rigurosas como los argumentos documentados que se
esperan de un artículo, e “Historia Pública”, como algo distinto de lo que hacen lxs historiadorxs
académicxs, puede ser tomado como una forma de popularización a través de la cual el
conocimiento producido por especialistas es transmitido a las masas consumidoras mediante
intermediarixs menos distinguidxs intelectualmente. La división del conocimiento que hace la
revista en categorías “menos” y “más” formales, y la ubicación de mi trabajo dentro de esta
economía de dos órdenes, hubiese replicado las mismas jerarquías que me proponía criticar al
restringir lo que yo tenía para decir en un espacio estructuralmente menos legitimado.
El acto más básico de disciplinariedad normativizante que se pone en juego aquí no está
directamente relacionado a la cada vez más cómoda coincidencia entre homosexualidad género-
normativa y políticas neoliberales. Se origina en un rechazo mucho más fundamental y
culturalmente penetrante hacia modos intrínsecamente diversos de ser corporizadxs como la base
vivencial de todo conocimiento y de toda producción de conocimiento. En un régimen
epistemológico estructurado por la separación entre sujeto y objeto, el conocimiento como situado
corporalmente se separa del status de conocimiento objetivo formalmente legitimado. En
consecuencia, el saber experiencial de los efectos materiales de la propia diferencia corporal
antinormativa en la producción y recepción de lo que unx sabe se deslegitima como meramente
subjetivo. Esto a su vez circunscribe el potencial radical de tal conocimiento para criticar otros
conocimientos producidos desde otras ubicaciones corporales, igual de parciales y contingentes, que
han sido investidos con las prerrogativas de una normatividad que ha sido caracterizada como
blanca, masculina, heterosexista o Eurocéntrica —tal y como el feminismo, las comunidades de
color y las voces del tercer mundo han sostenido desde hace tiempo, y como están argumentando
cada vez más lxs discapacitadxs, lxs intersex y lxs transgénero—.
Desde mi punto de vista, la peculiar emoción del trabajo actual en Humanidades yace en el
potencial que tiene un trabajo interdisciplinario crítico para producir nuevas estrategias mediante las

15 Michel Foucault, Society Must Be Defended: Lectures at the College de France, 1975 – 1976, traducido por David
Macey (New York: Picador, 2003), 7 – 8.
cuales los conocimientos disruptivos puedan desalojar a los privilegios de la normatividad. Salvar a
la “voz personal” de la mancha de ser “mera” reflexión subjetiva, y recuperar el conocimiento
encarnado [embodied knowledge] como una base formalmente legitimada de [155] producción de
conocimiento, es una de esas estrategias disruptivas. Desplegar distinciones disciplinarias que
descartan tal posibilidad no lo es. Pero esa es precisamente la razón por la que, en última instancia,
acepté de buen grado la oportunidad que me dieron lxs editorxs de este volumen para que mis
palabras ocupen estas páginas bajo el encabezado de “Intervención”. En definitiva, se habilitó la
crítica que pretendía hacer desde el inicio, si bien no en la forma y manera que originalmente
propuse, al tiempo que abría la posibilidad de avanzar con la discusión.
La homonormatividad, concluyo, es más que una concesión al neoliberalismo en sus
manifestaciones macropolíticas. Es también una operación en el nivel micropolítico, que alinea los
intereses gays con las construcciones de conocimiento y poder dominantes que descalifican los
mismos modos de conocer que amenazan con irrumpir el funcionamiento normal del espacio
normativo y que desplazan los modos de experiencia corporal que llaman a cuestionar las bases de
autoridad desde las que se expresan las voces normativas. Dado que los fenómenos transgénero
perturban las categorías de las que dependen las sexualidades normativas, su articulación puede
ofrecer ricas oportunidades para desafiar la expansión del área de influencia neoliberal a través de
estrategias homonormativas de asimilación de minorías. Y sin embargo, incluso las prácticas
críticas anti-homonormativas bien intencionadas que apuntan al neoliberalismo pueden quedarse
cortas cuando no logran dar cuenta de las diferencias desestabilizantes y transversales que traen las
problemáticas transgénero a las categorías sexuales. Tales prácticas críticas pueden funcionar, sin
pretenderlo, de forma homonormativa, al circunvalar y circunscribir, más que ampliar, el potencial
radical de los fenómenos transgénero para perturbar lo normativo —incluso de formas tan
aparentemente insignificantes como en qué sección se ubica un artículo dentro de una publicación
académica—. Crear un espacio apropiado para trabajos académicos transgénero radicales, en el
doble sentido de estudios sobre temáticas transgénero y de trabajos hechos por académicxs
transgénero, debería ser parte vital de cualquier agenda política e intelectual que aspire a ser
radicalmente antinormativa.

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