Sei sulla pagina 1di 53

DESPUÉS DEL ARGENTINAZO

(Dossier)

Indice
* Después del Argentinazo – Ha comenzado un proceso revolucionario - Por Roberto Sáenz -
Isidoro Cruz Bernal, Revista SoB n° 10, enero de 2002.
* Argentinazo: política, estrategia y teoría. Reforma, revolución y socialismo a inicios del siglo
XXI - Por Roberto Sáenz e Isidoro Cruz Bernal - Revista SoB n° 13, noviembre 2002.
* Argentinazo: política, estrategia y teoría. Los impulsos del “argentinazo” - Por Roberto Sáenz e
Isidoro Cruz Bernal - Revista SoB n° 13, noviembre 2002.
* Experiencias del Argentinazo. Fábricas ocupadas y recomposición del movimiento obrero - Por
Isidoro Cruz Bernal, Revista SoB n° 15, septiembre 2003.
* El Frente de Trabajadores Combativos - Por Roberto Sáenz, Revista SoB n° 14, marzo de 2003
* A 10 años del Argentinazo - Por Luis Paredes, Revista SoB n°26, febrero 2012
* 13º Aniversario del Argentinazo. Cuando el pueblo mandó en las calles - Por Martín Primo,
Socialismo o Barbarie, 18/12/14.
* 20 De diciembre del 2001 - La batalla de Plaza de Mayo - Por Oscar Alba, Socialismo o Barbarie,
enero de 2002.
* 20 de Diciembre del 2001: cae el gobierno de De la Rúa. Relato de una experiencia
incomparable - Por Héctor “Chino” Heberling, Socialismo o Barbarie nº 409, 15/12/16.

1
Después del Argentinazo – Ha comenzado un proceso revolucionario
Por Roberto Sáenz - Isidoro Cruz Bernal, Revista SoB n° 10, enero de 2002
http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7065

“En la historia de las revoluciones, surgen a la luz contradicciones que han madurado a lo largo de
décadas y hasta de siglos. La vida adquiere una riqueza sin precedentes. Aparecen en la escena
política, como combatiente activo, las masas, que siempre se mantuvieron en la sombra y que por ello
pasan con frecuencia inadvertidas para los observadores superficiales (…) Estas masas aprenden en
la práctica, ensayan sus primeros pasos a la vista de todos, tantean el camino, se fijan objetivos,
ponen a prueba sus propias fuerzas y las teorías de todos sus ideólogos. Realizan heroicos esfuerzos
para elevarse a las alturas de las tareas gigantescas, de envergadura universal que la historia les
impone (…) nada puede compararse en importancia con lo que representa esta educación directa de
las masas y de las clases en el transcurso de la lucha revolucionaria directa” (V. I. Lenin, 31/01/05,
“Jornadas revolucionarias”. Obras Completas, tomo VIII. Editorial Cartago).
La sociedad argentina explotada y oprimida, y especialmente el pueblo trabajador, estamos protagonizando
una serie de hechos excepcionales, de importancia nacional e internacional: hemos derribado con nuestra
movilización revolucionaria directa a un gobierno democrático burgués y también, en cierto modo, al
“modelo” económico antiobrero y antipopular que se viene imponiendo en el país desde el ‘76. Todo un ciclo
histórico de la Argentina capitalista ha quedado en cuestión.
Tan evidente es el carácter histórico de nuestra acción, que podemos decir que en el mismo momento en que
estamos viviendo estos acontecimientos sabemos que protagonizamos jornadas que vamos a recordar
siempre. Mientras actuamos en las calles, nos damos cuenta de que estos días no son como los demás. La
continuidad de la vida cotidiana se ha roto y, de una forma práctica, estamos comprendiendo que la historia
de la humanidad no necesariamente la hacen “los que mandan”. Los trabajadores y los sectores populares,
actuando colectiva y resueltamente, podemos cambiar la historia en forma decisiva. Esta es la lección más
importante que se desprende de los hechos. Lección que debemos tratar de llevar y hacer consciente en las
propias masas, protagonistas de este acontecimiento histórico: el comienzo de un proceso revolucionario en
la Argentina, producto de la irrupción masiva de millones.
Hacer consciente la experiencia vivida
Con nuestra acción podemos cambiar la historia. Esta lección es la que más se empeña la clase dominante y
sus políticos en que no podamos asumir. Llevan adelante una verdadera campaña político-ideológica cuya
finalidad es que los sectores populares no puedan elaborar estas enseñanzas. Parte de esta campaña ha sido el
intento de desatar “una guerra de pobres contra pobres”. Las olas de pánico generadas por la propia policía
en el Gran Buenos Aires, buscando oponer un barrio contra otro, son un buen ejemplo de esta orientación. O
las campañas por los medios contra el “vandalismo”, aprovechándose de las acciones de sectores
desesperados (mayormente jóvenes), que en las movilizaciones salen a romper todo sin ton ni son. Buscan
argumentos y puntos de apoyo políticos y sociales que puedan justificar, en un vuelco de la crisis, un giro ala
derecha, reaccionario y represivo.
Por esta razón, ayudar a sacar las conclusiones más rigurosas y profundas posibles de l ocurrido, construir
esta reflexión con la población trabajadora, es la tarea política militante del momento. El pueblo trabajador
debe hacer el balance de la verdadera “semirrevolución” que está protagonizando, del comienzo profundo de
un verdadero proceso revolucionario, producto de una acción histórica independiente de las masas populares,
que coloca por delante al mismo tiempo, enormes posibilidades y profundos peligros y exige organización,
programa y dirección.
Del Cordobazo al Argentinazo
Al analizar los acontecimientos que estamos viviendo, es importante describir lo que está pasando, ver los
hechos tal cual son, con todos sus alcances y límites.
Este análisis, lo mismo que las principales orientaciones políticas, lo debemos ir construyendo desde “abajo”,
con los mismos que están siendo protagonistas de estas jornadas revolucionarias. Conceptos como

2
“revuelta”, “pueblada”, “rebelión popular”, “Argentinazo”, están en la boca de la población, del activismo y
del periodismo. Habrá que ir precisando en el diálogo con los compañeros de los distintos sectores, el
verdadero carácter de los acontecimientos en curso. Este artículo no es más que una primera tentativa de
reflexión sobre un acontecimiento de la lucha de clases muy rico, diverso y complejo. Reflexión que
seguiremos desarrollando, para ir al contenido más profundo de la experiencia actual. Porque en la
posibilidad de que la misma se haga conciencia, programa y organización, se juega mucho de las
perspectivas futuras de este comienzo.
Debemos comenzar por dimensionar tentativamente el Argentinazo. Salta inmediatamente a la memoria la
comparación con la gran acción histórica independiente que fue el Cordobazo. A diferencia de éste, el
Argentinazo tiene su epicentro en el Gran Buenos Aires y en la Capital Federal, las dos zonas de mayor
concentración poblacional del país. Esto constituye un acontecimiento histórico, llamado a tener las más
profundas consecuencias en la dinámica futura, hecho que no se les ha escapado a los analistas. No todos los
días se ve y se vive una verdadera lucha en las calles como ocurrió en torno de Plaza de Mayo y Congreso el
jueves 20/12, los “cacerolazos” masivos que llenan con 80.000 personas la Plaza de Mayo a las 2 de la
mañana, o los saqueos masivos y ampliamente extendidos en las barriadas más pobres del Gran Buenos
Aires. Esto significa que como acontecimiento “objetivo” de la lucha de clases, el Argentinazo ha
comenzado desde un escalón superior que el Cordobazo, aunque no sea esto así en el terreno de la
conciencia, donde claramente se parte desde un nivel inferior, ante la persistencia de la crisis de alternativa
socialista.
El nivel de la conciencia popular en el Argentinazo
Esto nos lleva inmediatamente a analizar el nivel de conciencia y el “programa” que se está expresando en el
Argentinazo. La conciencia inicial del proceso revolucionario abierto aquí se está expresando en el rechazo a
las absolutamente insoportables condiciones de vida de un capitalismo argentino en bancarrota, que lisa y
llanamente no deja vivir a la inmensa mayoría de la población. En este sentido, vale el análisis de León
Trotsky sobre la revolución de febrero de la Rusia del ’17: “Las masas no van a la revolución con un plan
preconcebido de sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la
sociedad vieja…”.
Este profundísimo rechazo a un mecanismo económico-social excluyente es el que ha dado lugar a un
verdadero “frente único” de la gran mayoría de los explotados y oprimidos, y el que da el carácter inmediato
a las reivindicaciones: los “saqueos” motorizados por la situación de hambre de millones de trabajadores, la
protesta contra la confiscación de los ahorros, la movilización contra la represión policial, los reclamos de
sectores de trabajadores ocupados por los despidos, cierres masivos de plantas o no pago de los salarios, las
profundos reclamos democraticos. Así, en el Argentinazo, están participado todas las capas y clases sociales
populares, aunque las acciones más espectaculares, hoy por hoy, son aquellas en las que los trabajadores
aparecen disueltos en la “población” general.
Este nivel de conciencia inicial es el que da el tono “político” al inicio del Argentinazo, con características
clásicas de una “revolución de febrero” (categoría histórica que usamos con el debido cuidado): de la acción
común de sectores sociales heterogéneos, de reivindicaciones de carácter democráticas generales, sin que se
afirme aún por la positiva una salida en el terreno social, es decir anticapitalista y socialista. De ahí que lo
que se levanta en las marchas a la Plaza es la “identidad nacional”, se canta el himno, se rechazan
indiscriminadamente las banderas políticas. En la perspectiva de la revolución socialista, las mayorías
populares, seguramente, se irán delimitando de sectores de la clase media alta, que irán hacia la derecha.
Deberán afirmarse en un programa de transformaciones de fondo, sociales, de afectación revolucionaria de la
propiedad capitalista, esto es, en una perspectiva de revolución socialista. Y esto significa que la “crisis de
alternativas” socialista abierta luego de la caída del muro de Berlín podrá empezar a ser atravesada. Por otra
parte se están verificando, hace ya tiempo, verdaderos avances en el nivel de conciencia en sectores de
masas. Las recientes elecciones no fueron más que uno de los indicadores de este proceso, en el que se
verifican avances en la identificación del imperialismo, de las diferencias entre ricos y pobres, en los rasgos
más antidemocráticos y represivos de la democracia, aunque aún está por delante un vuelco categórico y de
masas hacia la izquierda, vuelco por el que hay que trabajar, esforzándonos por lograr una acción
revolucionaria común de la izquierda, que supere su actual atomización y dispersión.

3
Acciones de lucha populares y revolucionarias
No se había visto en 30 años. Nunca en la capital del país, con la excepción de la Semana Trágica de 1919.
En el Argentinazo se generalizaron métodos de lucha revolucionarios como no se había visto en esta escala e
intensidad en toda esta etapa de democracia capitalista.
Para echar a De la Rúa-Cavallo y para poder comer, se han empleado métodos durísimos de pelea.
Efectivamente, aunque no sea de manera consciente, pero sí de hecho, se han comenzado a retomar hilos que
tienen que ver con la experiencia de las masas previas a la dictadura militar. Cacerolazos, duras luchas en las
calles, afectación del derecho de propiedad por la vía de saqueos y ocupaciones de lugares de trabajo, cortes
de rutas y vías ferroviarias, paros y movilizaciones, ataques a edificios emblemáticos del poder como los
McDonald’s, bancos, financieras, teléfonos públicos, irrupción y asalto a sitios como la gobernación de la
provincia de Buenos Aires y el Congreso Nacional. Pero incluso más: formas “semiinsurreccionales”, de
luchas en las calles, con barricadas en diversas avenidas en torno de las dos plazas principales del país, las
dos sedes principales del poder: Plaza de Mayo y Congreso. Estas acciones determinaron, en prácticamente
todos los casos, la generalización del enfrentamiento con la policía y la gendarmería en las calles.
¿Qué es esto? Acciones y métodos de lucha revolucionarios, ni más ni menos. Acciones y métodos que está
planteado organizar, sistematizar (evitando la irresponsabilidad y la provocación) las formas de autodefensa
de los trabajadores y los sectores populares, frente a una represión que seguramente se intentará descargar
con mayor contundencia, ahora apelando al aparato del PJ.
En todas estas acciones es de destacarse la irrupción de una vanguardia básicamente juvenil. En este terreno,
el “recambio” generacional es evidente: en todas las franjas de los trabajadores, las jóvenes generaciones son
las más dinámicas en la pelea. Este componente juvenil muy combativo incluye estudiantes, oficinistas del
centro y sectores de trabajadores muy explotados. En este ultimo grupo han cumplido un papel muy
destacado los “motoqueros”: jóvenes que trabajan en condiciones de superexplotación, que cotidianamente
arriesgan su vida, y que han cumplido un papel de vanguardia en muchas de las batallas de calles que hemos
presenciado en estas semanas, en particular la de la Plaza de Mayo del 20/12, donde cayeron varios de sus
integrantes asesinados por la policía.
Una acción histórica independiente
Los explotados y oprimidos han sido protagonistas de una acción histórica independiente, que se ha
caracterizado por la “heterogeneidad”, propia de toda movilización auténticamente popular. Heterogeneidad
que no alude meramente a la diferencia específica entre sus diversos componentes, sino también al desarrollo
desigual de la conciencia, tanto en lo que tiene de progresivo como en las limitaciones que presenta.
El Argentinazo, al mismo tiempo que presentó esta heterogeneidad, se combinó con un alto grado de
condensación que le otorgó una enorme fuerza política. Fuerza obtenida principalmente de un objetivo
común: la caída del gobierno.
En el correr vertiginoso de esos días, hemos visto entrar en acción a diversos sectores de trabajadores. Pero
no a través de sus dirigentes actuales, que en su mayoría quedaron muy por detrás del desarrollo de los
acontecimientos, incluso en el caso de las direcciones “piqueteras”. “Increíblemente” la CCC, que hace años
levanta la necesidad de un Argentinazo, cuando finalmente llegó, faltó a la cita. El jueves 20/12, cuando
estaba planteada una movilización de trabajadores desocupados a la Plaza de Mayo, encontró excusas para
desmovilizar a los compañeros, dejándolos en La Matanza.
De Moyano y de Daer no vale la pena hablar. Llamaron al paro por tiempo indeterminado más corto de la
historia: por cinco minutos, porque cuando lo hicieron, De la Rúa ya estaba renunciando.
Un curso similar tuvo De Gennaro con su “consulta popular”, a la que Horacio Verbitsky había definido
durante el primer día de los saqueo, como la “alternativa racional a la barbarie actual”. La política del
Frenapo y el CTA quedó superada en toda la línea por los hechos, por la acción directa e independiente de las
masas populares en las calles.
Ningún partido patronal, ninguna de las instituciones de esta democracia, se puede arrogar la menor autoría
de las jornadas de movilización popular independiente y espontánea. Ni Daer, ni Moyano, ni De Gennaro
movieron un dedo para echar a este gobierno. El Argentinazo se hizo sin ellos, a pesar de ellos, por encima
de ellos y contra ellos.

4
En este marco, diversos analistas afirman que “la clase trabajadora no entró” en la pelea del Argentinazo.
Esta definición es completamente unilateral y errónea. A nuestro entender, “entraron” prácticamente todas las
capas de la población explotada y oprimida. Sin embargo, su carácter masivo, popular, confunde a muchos.
Este viene de las transformaciones estructurales que ha sufrido el país: el carácter territorial de la lucha tiene
que ver con los millones de trabajadores que están desocupados, por lo que el ámbito de “estructuración”
social fundamental es el barrio en el que se vive.
Esto no quiere decir que en el desarrollo del proceso abierto no vayan a adquirir, “los trabajadores en tanto
que trabajadores”, una centralidad mucho más consistente y determinante. El Argentinazo también ha
impactado en los lugares de trabajo, lo mismo que su carácter independiente y democrático. Por lo que hay
que trabajar por el desarrollo de la tendencia, que ya se está viendo, creciente de luchas de los trabajadores
estatales, docentes, de la industria, que le terminen dando un carácter social mucho más definido al sujeto.

Pero atención, el carácter territorial del proceso seguirá seguramente presente, en la medida de la
transformación estructural a la que hemos aludido y que le da determinadas características a la actual clase
trabajadora, muy distinta de la que caracterizó el proceso del Cordobazo, cuando el pleno empleo en las
grandes industrias era la situación dominante de la clase trabajadora.
La llamada “clase media” y los cacerolazos
Durante los acontecimientos hemos podido observar cómo la percepción de algo nuevo es analizada con
esquemas viejos. Un rasgo de esto es llamar “clase media” a sectores cuya mayor parte, por su ubicación al
interior de la división del trabajo, su condición de asalariados y su estructuración real en subordinación al
capital, correspondería caracterizarlos como una parte de la clase trabajadora. Claro que dejamos afuera de
ella a los pequeños comerciantes perjudicados por la depresión económica, a los que sí se debe considerar
pequeñoburguesía, en la medida en que se apoyan en la propiedad de pequeños medios de producción o de
comercialización.
Sin embargo, hay que considerar que el elemento “pequeñoburgués”, más allá de su peso en la estructura
social objetiva en Argentina, ha sido históricamente constitutivo de ésta y ha irradiado, en un sentido
principalmente cultural, a todas las clases sociales del país. En este sentido, la Argentina ha sido un país con
fuerte peso “pequeñoburgués” durante la mayor parte del siglo XX. Eso fue sustantivo a pesar de que con el
correr del tiempo se fue dando un avance cualitativo de las relaciones sociales subordinadas al capital,
convirtiéndose la persistencia de esto en una característica más que nada cultural.
Cuando el establishment de los medios habla de “clase media” para interpelar a estos sectores que se
expresan mediante los cacerolazos, lo hace utilizando una ideología que apela a un modo de vida y de ser,
uno de cuyos rasgos es la “razonabilidad”, la “moderación” y la “decencia”. Un modo de ser supuestamente
opuesto al viejo mundo obrero tradicional, ligado a una conciencia distribucionista y de paulatino progreso
material, pero que contenía en su origen un horizonte de pelea y en el que el sindicato clásico devenía su
representante ante el mundo “exterior”. Mundo obrero que ha sufrido una transformación total en los últimos
25 años, especialmente a partir de la disminución drástica del peso relativo del sector industrial durante
Martínez de Hoz, del ensanchamiento de la desocupación bajo Menem-Cavallo y de la bancarrota y
vaciamiento de las organizaciones sindicales.
El retroceso social de ambos sectores, ya sea mediante la proletarización de las clases medias o la
desestructuración del universo obrero tradicional, por un lado los aproxima en tanto que ambos pertenecen al
lote de los perjudicados por el capitalismo local y por otro lado los mantiene separados, ya que unos se ven a
sí mismos como una clase media en crisis y los otros se perciben como pobres, como caídos del
ordenamiento de la vieja clase trabajadora con pleno empleo. Pero la desaparición de esa función de
“colchón” de los antagonismos sociales que cumplían las clases medias, gracias a la bancarrota traída por el
régimen de acumulación capitalista inaugurado en el ‘76, ha construido un terreno social común, que puede
facilitar el entendimiento entre los diversos sectores que componen la actual clase trabajadora y que,
insistimos, desde el poder burgués se va a intentar oponer, desunir, separar y enfrentar.
Los cacerolazos que hemos presenciado en estas ultimas semanas se deben analizar dentro de este marco.
Son visibles sus límites, ejemplificados en la identificación colectiva en los símbolos nacionales. Esto
coexiste con elementos democráticos bastante radicales y que entrañan un rechazo a los políticos

5
tradicionales y a la mediación representativa, que tiene potenciales elementos de autodeterminación. La
razón de esto es evidente: después de 18 años de democracia burguesa en los que las condiciones de vida de
las mayorías no han dejado de retroceder, los partidos políticos son percibidos como agentes de
expropiación, tanto económica como política. Esta ideología “antipolítica” ha sido un signo distintivo de la
realidad de los años ’90. Pero al compás del Argentinazo, hay que tomar nota de un cambio: un elemento con
rasgos conservadores, moralizantes y pasivos, parece estar pasando a revestir una forma contestaria y
empíricamente cuestionadora. El desarrollo de esta dinámica dependerá de que la nueva clase trabajadora
aparezca en este proceso revolucionario como claro polo social y político diferenciado.
Se abrió una crisis revolucionaria
Los recientes hechos son el epilogo amplificado al infinito de la crisis de marzo de 2001. A diferencia de
aquella oportunidad, en este caso sí se ha abierto una crisis revolucionaria que con el pasar de los días
asumió carácter crónico: días y días pasaron sin que se supiera para qué lado iría el país, a dónde lo quiere
llevar su clase dominante. Al mismo tiempo, durante las “jornadas revolucionarias” se expresó,
incipientemente, un poder alternativo de hecho pero para nada consciente ni muchos menos organizado o
institucionalizado, en la movilización en las calles.
La irrupción del Argentinazo convirtió la crisis permanente del gobierno delarruista, atemperada por la falta
de recambio burgués, en una verdadera crisis de conjunto del régimen político actual, obligando al PJ a
hacerse cargo de un poder y de un gobierno contra su voluntad, algo para lo cual no estaba preparado.
Las motivaciones del peronismo se reducían a mantener un cierto poder de veto sobre De la Rúa (cosa que se
ejemplificó en imponer a Puerta como presidente del Senado) pero no contemplaban acceder
anticipadamente al gobierno. Querían, simplemente, que De la Rúa cargase con el gasto de acrecentar su ya
rápida deslegitimación mientras ellos esperaban que el poder les cayera en una circunstancia más favorable,
gracias a no se sabe cuál combinación.
Este curso político obedecía a razones de fondo. Ya desde hace meses hemos venido señalando en estas
páginas la existencia de una crisis de orientación burguesa, en el sentido más profundo del termino: está en
crisis total el modo de acumulación capitalista dominante en el país, y, por ende, el “bloque histórico”, el
agrupamiento de clases dominantes y del imperialismo que lo impulsó desde el año ’76. Por esto, a partir de
la acción de masas, ese bloque “reventó” bajo la forma de una crisis revolucionaria, de un vacío de poder de
hecho que terminó en la caída del gobierno radical. Pero, al mismo tiempo, hay que decir con claridad que en
ningún momento los trabajadores estuvieron en condiciones de disputar ese poder.
En este marco se está viviendo la más grave crisis política, institucional y de representación de la que se
tenga memoria. La crisis de dominación que estamos viviendo no tiene antecedentes históricos. La
movilización de las masas y su experiencia con la “democracia” están haciendo tambalear esta forma clásica
de la dominación burguesa. Uno de los más notables elementos de esta crisis es que la acción independiente
de la población se desarrolló en contra de la democracia capitalista. De ahí que una de las características de
este régimen político, que es la de actuar como desvío de las reivindicaciones obreras y populares, ha
quedado fuera de juego. Los procesos populares que concluyeron en la caída o en la retirada de dictaduras
militares contaron históricamente con la restauración democrática como desvío. En nuestra corriente, a esto
se le llamo “contrarrevolución o reacción democrática”. Por esto, una enorme originalidad y potencialidad
revolucionaria del actual proceso es que este va de lleno en contra la democracia burguesa.
Esta crisis política e institucional es orgánica: están cuestionadas todas las instituciones (los partidos
tradiciones de la burguesía, la UCR y el PJ, así como también las diversas burocracias que históricamente
han dominado y expropiado la conducción y organización del movimiento de los trabajadores). Es esto lo
que abre la posibilidad histórica de recomposición global de los trabajadores al calor del proceso que ha
comenzado y que hoy solo puede ser revolucionaria.
Por esto mismo, en la Argentina, luego del Argentinazo, se está abriendo un desafío histórico para la
izquierda revolucionaria, que se debe enfrentar, con el máximo de seriedad y responsabilidad.
El nuevo gobierno: usurpación, ilegitimidad y antidemocracia
Para cerrar la crisis revolucionaria abierta, la burguesía busca expropiar al pueblo los frutos de su victoria,
con un nuevo gobierno provisorio hasta el 2003. Han archivado la idea de elecciones en marzo de este año y

6
han nombrado a un nuevo usurpador: Eduardo Duhalde. Tienen el objetivo de que éste, de espaldas a la
legitimidad que viene del terreno de la democracia burguesa, permanezca por dos años. Intentan legitimar
este gobierno y este régimen afirmando simplemente la continuidad hasta el 2003, buscando cerrar o desviar
el proceso revolucionario abierto, impidiendo toda posibilidad de una discusión global sobre los destinos del
país. Claramente una vía de hecho, antidemocrática, lo que no quiere decir que necesariamente les vaya a
resultar.
Esta “salida” es profundamente reaccionaria. Podrían haber convocado a elecciones anticipadas como quería
De la Sota, o a una Constituyente como inicialmente decía querer la Carrió. Pero no. El PJ y la UCR tienen
un profundo terror a que incluso en su propio terreno las cosas se les vayan de las manos y se acentúe su
tremendo deterioro. Han robado así el derecho al voto popular, el que si bien ha venido siendo utilizado
desde 1983 como instrumento de engaño de las masas, al mismo tiempo expresa distorsionadamente un
elemental derecho de la gente a decidir. Este derecho debe ser transformado de formal en real, por medio de
la democracia directa. Esa es nuestra perspectiva, aunque al mismo tiempo estamos en contra de la
usurpación antidemocráatica del derecho del voto popular.
Con esta usurpación pretenden algo más importante aún: desconocer, negar, enfrentar e incluso reprimir la
democracia directa y de hecho que comienzan a ejercer las masas en las calles. Esta experiencia, de
profudizarse y desarrollarse, pondrá en cuestión el nuevo gobierno emergente.
Contra esta “salida” tramposa y antidemocrática debemos luchar los socialistas revolucionarios. Tratan de
que el Argentinazo se reabsorba, sin cuestionar la continuidad de la propiedad capitalista y de su Estado.
Intentarán por todos los medios dividir el “frente único” fáctico de los oprimidos que ha sido el motor del
Argentinazo. Trataran de enfrentar a los “sectores medios” con los sectores más pobres de la sociedad, en la
búsqueda de una base social para su poder.
Los revolucionarios debemos trabajar en una perspectiva opuesta. En la vía de una verdadera revolución,
consciente, de los trabajadores y los sectores populares, democrática y autoorganizada, la revolución
socialista, único camino por el que se podrán resolver los más urgentes problemas de las masas: el hambre, el
trabajo, la salud y la educación.
Pero para esta revolución las condiciones de conciencia política y de clase y las tareas organizativas serán
primordiales. La tarea central hoy, a la que deben confluir todas las reivindicaciones, es impulsar los
organismos, las formas de un doble poder, los que al calor del Argentinazo, aún no han surgido en la escala
de masas que es necesario. Porque este doble poder es la absoluta condición de posibilidad para que el
Argentinazo verdaderamente vaya hasta el final.
Impulsar la construcción de formas de poder desde abajo
Con la caída de De la Rúa y Rodríguez Saá y la instalación del nuevo gobierno asistimos a dos posibles vías
de desarrollo. La primera es la reabsorción capitalista de la crisis, en las distintas variantes políticas y
económicas que puedan estar por delante. La feliz conclusión para la clase dominante tiene como premisa el
entierro de las inmensas potencialidades de lucha abiertas por la rebelión popular. O, por lo menos, su
regimentación hacia una senda controlada por la clase dominante. Hay que decirlo con todas las letras: si la
democracia capitalista tiene un carácter general de trampa y de desvío, en las condiciones actuales de
cuestionamiento del modelo económico las elecciones no pueden ser en sí mismas una salida para los
sectores populares que pusieron el cuerpo para echar al gobierno. La vía que los socialistas del MAS
planteamos es luchar por un Argentinazo consciente y organizado que pueda superarse a través de la
perspectiva de la revolución socialista. Aunque al mismo tiempo reivindicamos los elementales derechos
democráticos y denunciamos el carácter usurpador e ilegítimo del nuevo gobierno provisional. Y estamos
dispuestos a luchar en primera línea contra todo zarpazo antidemocrático y reaccionario del actual gobierno y
régimen político.
A riesgo de repetirnos, la primera tarea es llevar a cabo un balance de la gran rebelión popular. Años de
luchas de resistencia no producen el magnífico aprendizaje que los sectores populares obtuvieron los pasados
días. Debemos apoyarnos, principalmente, en la experiencia vivida para impulsar un camino anticapitalista
en el que los trabajadores emerjan como polo político y social independiente.
En este marco, una limitación del Argentinazo (mirado desde otro punto de vista) es precisamente su
“espontaneidad”: el próximo deberá ser organizado, y deberá apuntar al cuestionamiento del capitalismo

7
como tal. Se trata de tomar en nuestras manos la resolución de todas las tareas que el poder burgués y su
estado se han demostrado incapaces de resolver. Se trata de desarrollar lo que comienza a “estar en el aire”:
tomar el ejemplo de los cacerolazos, donde la gente decide a mano alzada los pasos a seguir. Organizar los
reclamos por comida y planes de empleo como incipientemente se comienza a hacer en los barrios populares.
Seguir el ejemplo de los padres y vecinos de Floresta, que se están juntando para exigir justicia. Lo mismo
que los “comités de lucha” o coordinaciones en los distintos lugares de trabajo.
Desarrollar a todos los niveles la más amplia organización independiente de los trabajadores y los sectores
populares. Los plenarios, coordinadoras, comités de lucha, congresos, etc, en la perspectiva de establecer un
verdadero doble poder en el país. Y es en este terreno, en el de la organización independiente, de la
configuración de “doble poderes”, que nos debemos empeñar con ahínco.
Trabajar en la perspectiva de la revolución socialista
“Es necesario que (…) el hombre derrotado pruebe de nuevo con el mundo de afuera. Lo que va a surgir no
está todavía decidido (…) el futuro no cae sobre los hombres como destino, sino que es el hombre el que cae
sobre el futuro y penetra en él con lo suyo. El saber que necesita del valor , y sobre todo de la decisión, no
puede revestir, sin embargo, la forma más corriente del saber anterior: la forma contemplativa. El saber solo
contemplativo se refiere necesariamente a lo concluso y, por tanto, pasado, y es impotente para el presente y
ciego para el futuro (…) El saber necesario para la decisión reviste en su mismo sentido otra forma: una
forma no solo contemplativa, sino mas bien una forma que va con el proceso, que se juramenta activa y
partidistamente, a favor del bien que se va abriendo camino, es decir, de lo humanamente digno en el proceso
(…) La actitud ante este algo no decidido, pero decidible por el trabajo y la acción mediata, se llama
optimismo militante” (Ernst Bloch, “El principio esperanza”, Pág. 190. Biblioteca Filosofía Aguilar).
Solamente el pueblo que ha puesto el cuerpo en las calles tiene derecho a disfrutar los beneficios de la
victoria que su irrupción creativa y espontánea posibilitó. Ahora debe procesar políticamente su combate
para poder darle una perspectiva, un programa y una dirección propia. No debe dejarse usurpar su victoria.
Hacia delante se abren y solo pueden abrirse dos alternativas: o la reabsorción capitalista del Argentinazo o
un Argentinazo que vaya hasta el final. Esto es, la perspectiva de una verdadera revolución social, que
transforme las estructuras económicas, políticas y sociales del país, que lleve al poder a la clase trabajadora.
Es evidente que la burguesía va a trabajar por reabsorber la crisis tanto en el terreno económico como en el
político: debe superar la bancarrota económica y debe superar el inmenso deterioro que existe en su forma
actual de dominación. Esto lo intentará por distintos caminos. Habrá que ir siguiéndolo mediante “el análisis
concreto de la situación concreta” en medio del vértigo de los acontecimientos.
Y frente a esta realidad, frente al intento de reabsorción capitalista del Argentinazo, no puede haber más
alternativa que llevarlo hasta el final. Y llevarlo hasta el final significa preparar y hacer la revolución
socialista. Con ese objetivo los socialistas tenemos que aportar el contenido político preciso que se desprende
de la autoactividad desplegada en esta jornada: la conquista de manera democrática y autodeterminada del
poder político por parte de los trabajadores y el relanzamiento de la perspectiva del socialismo a escala
nacional e internacional.
Hay que trabajar sobre todos los elementos que son condición de posibilidad para ello: las formas de
organización, conciencia, programas y partidos revolucionarios. Esta recomposición revolucionaria de los
trabajadores es la mediación que puede volver posible que el Argentinazo derive en revolución socialista. Y
para esta perspectiva nos ponemos humilde pero firmemente a trabajar. La izquierda revolucionaria deberá
probarse en la acción, buscando formas de frente único revolucionario, en la perspectiva de construir un gran
partido socialista revolucionario de los trabajadores en medio de la actual situación. Este partido hoy es
absolutamente imprescindible para el desenlace socialista del Argentinazo.

***

8
Argentinazo: política, estrategia y teoría.
Reforma, revolución y socialismo a inicios del siglo XXI
Por Roberto Sáenz e Isidoro Cruz Bernal - Revista SoB n° 13, noviembre 2002
http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7386

En el momento en que se dió el proceso de caída de las experiencias burocráticas en la URSS y Europa del
Este (llamadas “revolución-desmoronamiento” por François Fejtö) se produjo una intensa crisis de identidad
en la izquierda mundial cuyo primer reflejo fue un inmediato corrimiento a la derecha y en favor del status
quo por parte de la mayoría de ésta. Hoy día, a diez años de los sucesos del Este, sin que la crisis de
alternativa haya sido superada, podemos decir que nos encontramos en otro tramo de este complejo proceso.
Las consecuencias visibles de la imposición en todo el mundo de las políticas neoliberales ha abierto un
intenso debate a nivel mundial. Un debate referido a cuál es la estrategia adecuada para superar los estragos
del capitalismo actual.
Este debate está circunscrito a tres o cuatro corrientes políticas y de pensamiento que actúan en la izquierda:
1) La corriente neo reformista, expresada mundialmente por el PT de Brasil y los ideólogos de Le Monde
Diplomatique, tiene su referente en la política argentina en la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). 2)
La corriente autonomista, que tiene como teóricos principales a Toni Negri, Michael Hardt y John Holloway,
que en la Argentina tiene su variante piquetera en amplios sectores de la Coordinadora Aníbal Verón y en lo
electoral en el agrupamiento nucleado alrededor de Luis Zamora, llamado “Autodeterminación y Libertad”
(nombre que es muy significativo respecto de su programa implícito, “no escrito”) 3) las corrientes
agrupadas en el programa de la “revolución por etapas” y que buscan la alianza de los trabajadores y las
clases populares con algún sector burgués, clásicamente representadas por el stalinismo (PC), el
maostalinismo (PCR) o variantes populistas del castrismo (Patria Libre). 4) Las corrientes socialistas
revolucionarias que, en general, reducen su tradición a la de Trotsky y el trotskismo, pero que en realidad es
más amplia que este valioso legado.
De esta forma se puede decir que así como el Brasil que ha votado a Lula y al PT, se ha convertido en un test
de importancia mundial para el futuro político del neo reformismo, en el proceso argentino se lleva a cabo
otro test que va a mostrar la viabilidad -en la arena directa de la lucha de clases- de las corrientes enumeradas
en el párrafo anterior. Estas tres o cuatro corrientes “de pensamiento”, se encuentran en “competencia” entre
sí, representándose –a su vez- en casi una docena de expresiones sociales y políticas organizadas. El proceso
argentino es bastante distinto –por ejemplo-, al brasilero: muestra a la mediación democrático-burguesa
bastante deteriorada y su escenario privilegiado de confrontación es la lucha social y política directa. Luchas
cuyo conjunto va delineando un complejo proceso de recomposición de la clase trabajadora y del resto de las
clases populares.
En este marco, opinamos que el desafío estratégico colocado, es reflexionar acerca de cómo hacer para que el
argentinazo pueda sobrepasar sus limites. Este es el problema especifico que tenemos por delante en el actual
momento. Y el problema especifico es justamente el pasaje del actual proceso revolucionario democrático
general, en proceso revolucionario social, de signo socialista, haciendo de la clase trabajadora unificada, el
sujeto efectivo y auto conciente del mismo.

Distintas metas, distintas estrategias


Existen, como venimos diciendo, una serie de teorías y estrategias en “competencia” al interior del proceso
del “argentinazo”. Hay una gran división de corrientes políticas y sociales. Pero, al mismo tiempo, al interior
de la vanguardia existe una enorme democracia, en el marco del conjunto de corrientes en competencia.Este
es un ángulo que –en general- no se considera cuando se habla de la “división de la izquierda”, pero que es
de enorme importancia y que no hemos visto señalado en otras reflexiones. Porque hace a las perspectivas de
la vitalidad de las corrientes de la izquierda en general (y a las socialistas revolucionarias en particular). Y a
las perspectivas de la “democracia socialista” (democracia obrera que los revolucionarios postulamos como
método esencial para que avance la conciencia socialista entre los explotados), el hecho de que la existencia

9
de esta serie de corrientes en competencia haga al contenido intangible y progresivo de la democracia entre
los trabajadores. Esto no quita que –por supuesto- no dejemos de considerar a la pelea por la hegemonía
política como absolutamente necesaria, obligatoria e implacable. El activismo obrero y popular deberá hacer
su experiencia con estas concepciones estratégicas y ver cual puede responder mejor a los fines mas
profundos del “argentinazo”, que para nosotros no son otros que un cuestionamiento socialista global a la
Argentina capitalista como tal.
Para los autores de este artículo, los socialistas revolucionarios nos encontramos en distintos grados de
contradicción con cada una de éstas corrientes. El neo reformismo (CTA) es nuestro enemigo más serio
dentro de este conjunto. Levanta luchar por una “regulación democrática” del capitalismo. Excluye del
horizonte histórico la posibilidad de ir más allá de este sistema. Su horizonte se restringe a la “utopía
democrática”. Este perfil es su balance político implícito de las experiencias del llamado socialismo real. El
único proyecto político “de futuro” que es posible solamente se puede dar dentro de los marcos de los
actuales regímenes políticos de la democracia burguesa y se podrán proponer únicamente el aminorar los
aspectos más injustos del capitalismo.
Las diversas corrientes “etapistas” se plantean la lucha por el poder. Su planteo estratégico termina -como
horizonte de máxima- en la postulación de un “gobierno de unidad popular” como dice el PCR-CCC o
“antiliberal” (el PC). En todo caso siempre se busca la alianza con sectores de la burguesía local que hayan
sido perjudicados por la política neoliberal, que sin duda existen. Otra cosa es ver su entidad e importancia,
pero que siempre, para “aliarse” con los trabajadores y las clases populares, imponen que el proceso deba
auto limitarse a variantes políticas burguesas. Un reflejo de esto lo hemos visto hace pocos días en que
Patricio Echegaray ha declarado que la alianza del PT brasileño con el empresario Alencar es una necesidad.
Pronunciamiento que, aparentemente, contrasta con el cotidiano guevarismo iconográfico, habitual en la
propaganda cotidiana del PC argentino, pero que es perfectamente coherente con su política de fondo.
El planteo de las corrientes “autonomistas” podría sintetizarse como “transformación sin revolución”. Ponen
el acento únicamente en los aspectos de “prefiguración” de una nueva sociedad a través de las prácticas
autónomas que se desarrollan al interior de la vieja (es decir de la actual). Comparten con el neo reformismo
la caracterización de que la revolución socialista está –en los hechos- excluida del horizonte histórico
posible.
Todas éstas corrientes, de una forma u otra, buscan que el proceso político actual no supere sus límites
puramente democráticos y / o antiimperialista generales. Ésta convergencia estratégica tiene como efecto el
que, más allá de sus diferencias teóricas, los neo reformistas y pos marxistas ideólogos de la CTA, tengan
una alianza permanente con la CCC-PCR, única corriente política argentina que reivindica explícitamente a
Stalin. Otras variantes del “etapismo” como Patria Libre, tienen una política más a la izquierda, pero se
mantienen firmes en cuanto a su posicionamiento estratégico frente populista. Su modelo actual es un
proceso como el del chavismo venezolano que hace de evitar una confrontación de los trabajadores y el
pueblo pobre con los ricos uno de los ejes de su política (sin duda por razones estructurales, la principal de
ellas es tratar de no perder su posición de “árbitro” entre las clases sociales).
La grave auto limitación en el terreno puramente democrático también se da en las corrientes
“autonomistas“. El “Espacio Ciudadano” (ARI, CTA, CCC, AyL) surgió sobre este terreno, y, aunque fue
completamente efímero y fracaso rotundamente, no se puede descartar nuevas confluencias con el neo
reformismo, dado este elemento de terreno común. Principalmente porque éstas corrientes hacen una virtud
de su ciego “empirismo”: la renuncia a cualquier perspectiva estratégica de largo plazo.
Al interior de las corrientes autonomistas se dan sugestivas convergencias. Por ejemplo, dentro de la
Coordinadora “Aníbal Verón” trabaja Quebracho, corriente populista, nacionalista y castrista, a la que sólo se
puede diferenciar de grupos como Patria Libre, por diferencias bastante menores y énfasis momentáneos.
También, en las posiciones del grupo de Luis Zamora pueden encontrarse aspectos similares de
autolimitación democrática. Por ejemplo, cuando plantea que lo que ocurrió en diciembre es solamente “una
revolución en la cabeza de la gente”, es decir percibiendo correctamente un aspecto del fenómeno pero
negando que éste tenga alguna clase de correlato con la crisis y las disfunciones cada vez más dramáticas de
las relaciones de producción de la Argentina capitalista.
En resumen, todas éstas tendencias, más allá de sus diferencias (que conviene tener en cuenta, ya sea para
combatirlas como para registrar los aspectos verdaderos de la experiencia que puedan reflejar

10
deformadamente), se caracterizan por querer limitar el actual proceso a sus actuales formatos democráticos.
Otra ubicación tienen las corrientes socialistas revolucionarias y / o trotskistas con las cuales tenemos
diferencias de importancia, aunque sobre la base de un terreno de clase común. Esto lo veremos mas abajo.
De este planteamiento limitado de las tareas y los fines del argentinazo, se desprende una determinada
concepción sobre las fuerzas sociales y de clase en pugna en el mismo. Nos interesa destacar -a
continuación- la polémica acerca del “sujeto” social activo del proceso, donde en todos los casos nunca se
busca “interpelar” a la clase trabajadora, sino a la “gente”, a el “ciudadano”, a la “multitud” o al “pueblo”,
volviéndose así al sujeto característico de las revoluciones puramente democráticas. Ya se trate del sujeto
“multisectorial” que plantea la CTA-FRENAPO que reuniría a todos los afectados por las políticas
neoliberales (que reuniría tanto a los trabajadores como a las PYMES que plantean que los trabajadores
carezcan de todo derecho laboral) y que es teorizado en términos mas “serios” como la “sociedad civil” o la
“multitud” propia de las versiones teóricas del autonomismo. Neorreformistas, autonomistas o etapistas
radicalizados suelen apelar a la denominación de “excluídos”, noción que a éstas corrientes políticas les sirve
para borrar cualquier componente clasista que haga eje en el papel decisivo de los trabajadores en la vida
social y material.
Clases sociales, hegemonía y “argentinazo”
Los marxistas revolucionarios hemos tenido que soportar en los últimos 25 años la insoportable cantinela
cuyo primer mandamiento dice: “la clase trabajadora no existe más”. Diversas han sido sus variantes. Desde
el desánimo nostálgico de los planteos de André Gorz en su libro “Adiós al proletariado” hasta las variantes
más o menos apologéticas del curso neoliberal de los 90 en que se hablaba del “fin del trabajo” o de la
“nueva economía” (nombre pomposo que se le dió a la última burbuja económica basada en los recursos
informáticos volcados a la inversión en los mercados financieros). Sin embargo, la clase trabajadora, del
mismo modo que la importancia determinante de la producción material, estaban lejos de desaparecer.
La situación abierta con el “argentinazo” ha sido otro mentis más para éstas teorías. Un mentis más rotundo
de lo acostumbrado. Porque cuando dos de los tres motivos del estallido del 19 y 20 se refieren de hecho a la
centralidad del trabajo en la sociedad (la “rebelión del hambre” y la “rebelión por trabajo”). Cuando una
parte sustancial de los cientos de miles que están en la calles desde esta fecha son trabajadores. Cuando las
ocupaciones de pequeñas fabricas tiene el valor “simbólico” y real que tiene sobre la sociedad. Cuando la
pelea por la jornada de trabajo de seis horas en los subterráneos adquiere el voltaje político que se ha visto.
Cuando el proceso del argentinazo no solo es urbano, sino centralizado –de hecho- en la mayor
concentración urbana del país (el Gran Buenos Aires y la Capital Federal) se cae todo el andamiaje de la
“muerte” de la clase trabajadora.
Porque guste o no, en los hechos de la vida real, la condición laboral sigue siendo una condición
estructurante de las relaciones sociales, la principal condición estructurante, se tenga trabajo o…no se lo
tenga. Y esto es lo que hace –precisamente- a parte de los “motivos” mas importantes del “argentinazo”, y a
su “geografía social”. Un proceso revolucionario urbano y de los trabajadores (y el pueblo pobre) por donde
se lo mire.
Otra cosa muy distinta (pero también fundamental de reconocer) es que se trata de una clase trabajadora en
condiciones muy distintas a la de hace ’30 años: con un desempleo de masas sin antecedentes históricos. Por
esto, frente a ello es condición esencial para afirmar la perspectiva de los trabajadores en medio del
“argentinazo”, la pelea por la unidad de clase entre ocupados y desocupados.
En segundo lugar, junto con esto, se ha desarrollado un amplio debate alrededor del componente social de las
asambleas populares: creemos que ellas son una expresión popular y de trabajadores. No hemos compartido
las visiones que tendían a señalarlas como un mero “ámbito de las clases medias empobrecidas”(por ejemplo
el PTS). Su riqueza social y su dinámica política, muchas veces ha trascendido con mucho esta visión
sectaria de las mismas.
Sin embargo –en estos momentos- nos interesa referirnos a un error simétrico: el intento de quitarle todo
contenido de clase diferenciado al segmento de “sectores medios” del “argentinazo”, y que es uno de los
componentes importantes de las asambleas. Porque decimos “sectores medios”: porque es un hecho que
conjuntamente con la asalarización masiva de la población, subsisten sectores de clase media o de pequeña
burguesía más clásica, ya sea por razones estructurales o, sobre todo, socio-culturales.

11
Creemos que esta compleja estructura social de clases y sectores de clase, no debe ser simplificada con
confusos conceptos como “la clase que vive del trabajo”, y que por obra de prestidigitación política hacen
desaparecer a los sectores medios (trátese de la pequeña burguesía tradicional como de la clase media
asalariada) al mismo tiempo que oculta el papel jugado por el neorreformismo y la burocracia sindical. Esto
es visible en ciertos usos de las teorizaciones de Ricardo Antunes que hacen entrar con forceps a casi toda la
población argentina adentro de la categoría citada y que reducen las luchas políticas y sociales a un
enfrentamiento entre “la clase que vive del trabajo” contra un puñado de grandes empresas monopólicas. Por
el contrario, debe ser puesta a la luz, porque además, las distintas corrientes político y sociales que actúan en
el marco del “argentinazo”, expresan estos diversos o distintos intereses de clase o de fracciones de clase.
Nos explicamos: así como no opinamos que la clase trabajadora haya desaparecido, tampoco creemos que
hayan desaparecido los sectores medios o pequeño burgueses, los cuales tienen representaciones políticas y
sociales que expresan su universo de clase social y cultural (el neorreformismo del CTA tiende a hacerse
vocero de muchas de sus expectativas, especialmente en lo que atañe a los planteos defensivos para la actual
etapa o en azuzar a la vanguardia con el espectro de un retorno autoritario).
Sin embargo, esto plantea un desafío adicional: hasta ahora se ha dado, desde el comienzo del “argentinazo”,
un “frente único” social de hecho entre los trabajadores y los sectores medios. Sin embargo, pasado el
momento de ascenso del “argentinazo”, este frente único no se ha logrado afirmar políticamente.
Para que se dé esto ¿cuál podría ser su mecánica social y política? Desde nuestro punto de vista creemos que
la clase trabajadora, ocupada y desocupada, debe afirmar su hegemonía sobre los sectores medios, tomando
en sus manos el programa que los expresa a estos, y proyectándose como una alternativa para el conjunto de
la sociedad. Arthur Rosenberg, en su ensayo “Democracia y socialismo” señala que tanto Marx como Lenin
mantuvieron la relación dialéctica entre el proletariado y el resto del pueblo, en la cuál los intereses de todas
las clases populares nunca llegan a adquirir una total identidad, pero la clase trabajadora debe buscar
proyectar políticamente su hegemonía sobre el resto del pueblo. Esto es, la “proyección societal” y no
meramente “corporativa” u obrerista sectaria. Rosenberg consideraba fundamental para el avance de la
revolución el contacto con “las masas mas lentas” (formadas por los campesinos y los pequeñoburgueses en
los procesos que estudia). Esto es similar a cuando Lenin decía -en el “Que hacer”- que había que “ir a todas
las capas de la sociedad”.
Porque nunca hay que perder de vista que en el momento oportuno, la burguesía buscará acentuar el
contraste de los intereses de los grupos de esta aparente unidad social, poniendo en juego a sectores
marginales presos del aparato del PJ contra los movimiento de trabajadores desocupados, buscando abrir una
brecha entre las capas medias y los estratos de trabajadores, con hábiles manipulaciones del miedo colectivo,
como ya intentaron hacer en los barrios populares en los días posteriores al 20 de diciembre.
Sin embargo, y en este marco, nos negamos como hacen diversas corrientes a “interpelar” solamente a “la
gente”, a las “multitudes” o a la “población” en general. Creemos que hace parte de la complejidad del
“argentinazo” el desafío de una articulación de los explotados y oprimidos en la perspectiva de la revolución
socialista. Y que esta articulación requiere de la unificación consistente de la clase trabajadora para
proyectarse como alternativa. Esto es lo opuesto –por ejemplo- a practicas habituales del MIJD o del PO de
hacer “pedir moneditas” en las rutas a los compañeros desocupados. Una clase que se presenta como
“mendiga” difícilmente pueda proyectarse como alternativa para toda la sociedad. El camino pasa por otro
lado: por la pelea por trabajo genuino, por afirmar la perspectiva de la unidad de clase, para proyectar desde
allí su hegemonía sobre el conjunto de pueblo pobre e impulsar la confluencia de todas las experiencias de la
recomposición: ocupados, desocupados y asambleas populares.
Porque los conceptos como “multitudes” o “sociedad civil”, lo mismo que el concepto de “pueblo”, son los
“sujetos” de la revolución democrática (y por ende, burguesa), pero nunca lo podrán ser de la perspectiva de
la revolución socialista (1). Porque la clase trabajadora cambió, pero sigue siendo la “mayoría social”. No
simplemente “la clase que vive del trabajo” (que era la clase de Blanqui y de las viejas revoluciones del siglo
XIX) sino “la clase que vive de vender su fuerza de trabajo” o que “no puede vivir porque no puede
venderla”.
Así, el análisis de clase retoma toda su vitalidad en medio del “argentinazo”, contra los que vienen
postulando que este punto de vista teórico ya no tendría mas pertinencia, como es el caso compartido de
intelectuales neo reformistas y autonomistas (ver el concepto de “sociedad civil” manejado por el

12
neorreformismo a través de autores como Claus Offe y Manuel Castells o el de “multitud” de Negri y Hardt).
Porque la mecánica social del argentinazo no implica la utopía reaccionaria de la vuelta a relaciones sociales
del pasado, sino la proyección política y social de la clase trabajadora tal cual es, al frente del conjunto de la
sociedad explotada y oprimida. E –insalvablemente- esta afirmación pasa por el cuestionamiento del derecho
de propiedad (2).
Reforma, transformación, revolución
El “argentinazo” en curso –tal cual venimos señalando- se esta dando en un contexto económico-social
específico: el de una bancarrota del país sin antecedentes históricos; de desarrollo creciente de masivos
elementos de empobrecimiento, degradación y descomposición social, elementos de barbarie capitalista. Esta
realidad hace que la tarea especifica de millones sea cotidianamente como sobrevivir, como comer. Y este
mismo problema marca la actividad cotidiana de muchos de los movimientos de trabajadores que se han
puesto de pie al calor del argentinazo: los comedores populares, los roperos comunitarios, las marchas y
cortes por los “planes trabajar”, los “proyectos productivos” son parte de esta realidad. Esta misma realidad y
reivindicaciones hacen que -invariablemente- muchos compañeros consideren que las luchas en curso son
“defensivas” (3).
Sin embargo, esta realidad -que no es solo argentina sino continental-, ha dado lugar a variantes políticas que
se apoyan en ella para tener una “común” perspectiva que no es “inmediatamente” revolucionaria socialista.
Estas variantes son las de lisa y llana “humanización del capitalismo” y las “prefiguradoras”.
Ambas tienen una grave consecuencia común: la separación de las reivindicaciones inmediatas y de las
formas de la auto organización (cuando se las impulsa, como es el caso del “autonomismo”), de la
perspectiva estratégica del poder y de la transformación social total de la sociedad (4). Esta separación se
liga inmediatamente con el cuestionamiento acerca de la actualidad de la alternativa de “reforma o
revolución” en el contexto del argentinazo, cuestionamiento que es explicito -por ejemplo- en el caso de John
Holloway en su libro “Cambiar el mundo, sin tomar el poder” (5).
Y esta separación opera sobre la base de un doble argumento teórico: el primero, es la reaparición de un
cierto“reformismo de la miseria“. ¿Qué quiere decir esto? Significa que se abre cierto espacio a partir de la
tremenda miseria y crisis social en la que se vive, para colocar la lucha por “paliativos” como si fuera la
lucha por las soluciones de fondo. Transformar lo que hacen millones de trabajadores y sectores populares
por necesidad, en virtud. De aquí proviene toda una elaboración intelectual interesada –como es el caso del
CTA y el neorreformismo- en el sentido de que lo que se trata es de “incluir” en el capitalismo a los
“excluidos”, en el sentido de que la pelea es “contra el hambre” y no contra la explotación, etc. Dicen esto
apoyándose, al mismo tiempo, en la distancia real y la dificultad de establecer puentes (necesidad estratégica
del “argentinazo”) entre ocupados y desocupados. Sorprendentemente, en esta confusión entre “necesidad y
virtud” caen tanto corrientes “reformistas” como “revolucionarias” (ver el caso del PO), cuando –por
ejemplo- se exalta la lucha por los planes trabajar y las bolsas de comida.
En segundo lugar, junto con esto –proviniendo más de las filas de las corrientes autonomistas- se coloca otro
argumento para separar la lucha por las necesidades inmediatas de la perspectiva de la revolución socialista.
Este argumento se apoya en un hecho cierto, real y muy progresivo: el desarrollo de practicas de solidaridad,
de reestablecimiento de vínculos sociales, de auto organización y democracia de base al calor del
“argentinazo”. Ejemplos sobran: las asambleas del movimiento de trabajadores desocupados o las populares
en general, las fabricas ocupadas, los cortes de rutas, etc. Efectivamente estas experiencias son
importantísimas y hacen al contenido inmensamente valioso de autodeterminación que viene desde abajo y
que marca una de las características mas importantes del “argentinazo”.
Sin embargo, lo que nos interesa acá, es el hecho de que se pierda de vista de que estas inmensas conquistas
de conciencia y organización, son el subproducto de una lucha revolucionaria, y que de no triunfar el
“argentinazo”, difícilmente puedan sostenerse. Porque cuando la burguesía, su Estado, su “justicia” y su
policía no pueden desalojar una fabrica o ni siquiera quitarle la lana a “Lavalan” (pequeño lavadero de lana,
donde no trabajan mas de 30 compañeros) de lo que se trata no es de la relación de fuerzas de esa fabrica en
particular, sino de la relación de fuerzas mas en general entre las clases en el contexto del “argentinazo”. Y
esa relación de fuerzas esta establecida sobre la base del desarrollo de una lucha de clases -de hecho-
revolucionaria y no de la separación entre las perspectivas de reforma (o de “transformación”) respecto de

13
las perspectivas revolucionarias del proceso actual (6).
Esto nos remite a otro problema que también creemos de actualidad: en la tradición de la cual provenimos (el
movimiento trotskista) mas allá de la letra escrita de sus diferentes programas (a la cual se atienen –la
mayoría de las veces- dogmáticamente las distintas corrientes), se estableció una determinada manera de
“hacer política” revolucionaria: la de las consignas y tareas “transicionales”. ¿Qué quiere decir esto? Que
cada tarea -por mínima que sea-, esta siempre “enganchada” a otra superior y al desarrollo de la organización
independiente de los trabajadores. Cada tarea o consigna no la afrontamos “en si misma”, sino “en la
perspectiva y como parte de” una lucha de conjunto, única lucha que puede garantizar conquistar y sostener
lo mínimo. Y esa lucha de conjunto es la del poder de los trabajadores.
Esto parte de un análisis muy concreto y sencillo: las conquistas elementales que hoy –mediante la dura
lucha podemos obtener- son subproducto de la lucha –sea conciente o inconsciente- revolucionaria de los
sectores populares en el “argentinazo”, que en el medio de su desarrollo le imponen determinados limites a la
dinámica bárbara y destructiva del capitalismo: por fuera de esta lucha, no hay conquista alguna, y esta lucha
expresa una periodo siempre inestable donde por la fuerza le imponemos al capitalismo determinadas
“concesiones” o “conquistas”. Por fuera de esta lucha, o en su desenlace anti popular, perderemos todo lo
conquistado.
Esta manera de hacer política revolucionaria (profundamente realista) esta enganchada también con la
alternativa de “reforma o revolución” en el sentido de que el reformismo al dar por hecho del marco del
capitalismo, siempre desarrolla sus tareas “en si mismas” y no en la perspectiva de la transformación social.
Por lo tanto, aquí se anuda la actualidad de la alternativa de “reforma o revolución” con la idea de que cada
tarea por mínima que sea, la desarrollamos siempre, siempre, desde la perspectiva de la revolución socialista
(7). Se establece así (ya lo dijo Rosa), una continuidad entre el viejo programa mínimo y el programa
llamado “máximo”, porque sin la clase trabajadora en el poder, sin la transformación completa de la
sociedad, sin una dinámica de “revolución permanente” económica, social, política, nacional e internacional,
no se podrán sostener ni resolver de manera persistente, ni siquiera las necesidades mas mínimas, como la
lucha contra el hambre y el desempleo de masas.
Revolución democrática / revolución socialista
Partimos de definir con claridad la actualidad general de la ubicación de la teoría de la revolución
permanente en lo que hace a la relación entre “revolución democrática” y “revolución socialista” y que fue el
fondo histórico y aspecto central de la elaboración de Trotsky (en continuidad con Marx) sobre la teoría de la
revolución (8).
Podemos comenzar diciendo que esta dialéctica entre “revolución democrática” (en el caso del siglo XVII y
XVIII, se trataba de las revoluciones democrático-burguesas) y “revolución social”, de alguna manera,
clásicamente ha estado siempre presente. Aun como “espectro”: es el caso de los sectores radicalizados y
plebeyos de la revolución inglesa de 1640/88 con los “Levellers” y los “Diggers”; o de los “Sans-culottes” y
los “Enragès” en el caso de la revolución francesa de 1789/96. Esto hace a una cierta mecánica o lógica
social de todas las verdaderas revoluciones, en el sentido del “traspaso” de los limites puramente “políticos”
o “formales” y en la irrupción de los contenidos sociales, de clase.
A lo largo del siglo XIX, a partir de 1830, el sentimiento democrático se fue uniendo –entre las capas mas
pobres y ya proletarias- a las esperanzas de revolucionamiento social, que debía llegar junto con la
revolución política. La tradición de Babeuf y Bounarrotti ya había establecido un nexo entre la revolución
popular y un comunismo plebeyo y utópico. Las cosas cambian, naturalmente, cuando un revolucionario
democrático se declaraba -al mismo tiempo y de manera explicita- partidario de un cambio socialista en las
relaciones de propiedad.
¿Pero que tiene que ver todo esto con el “argentinazo”?
Que precisamente el mismo ha vuelto a colocar sobre el tapete esta dialéctica (o falta de dialéctica en el caso
del neorreformismo, autonomistas y etapistas) entre el cuestionamiento a las formas de representación y el
contenido social implícito del “argentinazo” y que los marxistas revolucionarios debemos ayudar a explicitar.
Esto significa una dura batalla política. Porque tanto la CTA, como agrupaciones como “Autodeterminación
y Libertad”, tienen -de hecho- una estrategia “común” en este terreno: el circunscribir la pelea al terreno

14
puramente democrático, implícitamente dentro de los marcos del capitalismo. Esta es una trampa en la que
ha venido cayendo Luis Zamora desde el mismo inicio del “argentinazo”: se ha negado a considerar el
proceso en curso como un proceso global, revolucionario, que cuestiona -en los hechos- no solo las formas
de representación políticas, sino todas las relaciones sociales de la Argentina capitalista. Hace esto
insistiendo contra las corrientes de la izquierda revolucionaria, que el proceso en curso se circunscribiría tan
solo a una “revolución en las cabezas de la gente”.
El propio Zamora no logra salir del discurso sobre las formas de representación política en abstracto, sin
integrar operativamente en su análisis que la diversidad de formas de representación tiende a refractar
distintos intereses sociales, otros contenidos de clase. La democracia representativa es burguesa. La
democracia desde abajo, directa, tiende a expresar los intereses sociales de los trabajadores y el pueblo. Esto
es lo que de hecho ocurre con las asambleas populares, con los movimientos de trabajadores desocupados,
con las fabricas ocupadas. Todos estos movimientos no son solamente “más democráticos” en el sentido
formal que expresan de forma menos indirecta una concreta voluntad política. Son cualitatitvamente distintos
en tanto que articulan otra proyección social y de clase. Es por ambos motivos que son distintos pero el error
central del planteo que criticamos es que borra las determinaciones de clase. O más bien las minusvalora al
extremo, las puede reconocer pero como un saludo a la bandera, sin hacerlas entrar de verdad ni en su
análisis ni en su política concreta.
Esto se liga a otro problema mas de fondo: la perspectiva por la cual se llama a luchar en el contexto del
“argentinazo”. ¿Estamos por la “utopía democrática” de la CTA? ¿Estamos por fundar una “nueva republica
democrática” como dice Carrió? ¿Estamos por solo cambiar “las formas de presentación política” como dice
Zamora? ¿O estamos por un verdadero cambio político y social?. O sea, ¿estamos por la “revolución”
democrática o estamos por la revolución socialista? Porque incluso al levantar consecuentemente las
reivindicaciones de la “democracia” (el “Que se vayan todos”) podemos afirmar sin lugar a dudas que sin la
destrucción revolucionaria del actual Estado capitalista, sin la perspectiva de la revolución social, de signo
socialista, es imposible imponer esta reivindicación. Porque las simples condiciones de posibilidad de la
“democracia política” pasan por transformar las relaciones sociales como un todo, por la revolución social..
Pero esto es imposible moviéndose sólo en el andarivel democrático. Porque así, lo único que se hace es
interpelar políticamente los sectores mas pequeño burgueses y regalarle los sectores obreros y mas pobres a
un partido burgués tradicional como el PJ, que si asume –a su manera suciamente burguesa- las motivaciones
sociales de “la producción y el empleo”. Las convierte en política cotidiana para integrar a sectores populares
a su construcción clientelística, planteandoles a estos sectores la necesidad de “atraer” capitales para que
haya inversiones y, por ende, trabajo. Un discurso político de este tipo oculta una verdad básica y cada día
que pasa más evidente: el capital no da trabajo, lo quita, lo destruye.
Volviendo a lo que decíamos respecto al crimen político que es limitarse a los “motivos” puramente
democráticos del actual proceso, creemos que, miope y mezquinamente, se pierde de vista que el
cuestionamiento colocado por el “argentinazo” va mucho mas allá –una vez mas- que las simples “formas de
representación”. Su contenido real apunta a cuestionar todo, a la entera sociedad capitalista argentina tal cual
esta constituida hoy, no sólo en el terreno democrático, sino económico-social y de las relaciones de
propiedad.
Precisamente, este contenido, es lo que aun no se ha transformado en conciente para las mas amplias masas.
Y por esto es por lo que -partiendo de cualquier reivindicación mínima- hay luchar: por transformar el
proceso de lucha en curso, democrático y antiimperialista en general, en proceso revolucionario social, de
signo socialista, de cuestionamiento conciente a las bases sociales capitalistas de este país, que son las
responsables del desastre al que hemos llegado. Porque debemos ayudar a transformar el “que se vayan
todos” en el grito de guerra por un verdadero cambio social: la revolución socialista.
Las corrientes revolucionarias, la autodeterminación y el socialismo
Como decía Rosa Luxemburgo, la elevación conciente y democrática de las mas amplias masas, en relación
con sus tareas y sus métodos, es una condición histórica indispensable para el desenlace socialista de
cualquier proceso revolucionario (9). El “argentinazo” no es una excepción. Justamente, esto es lo que no
entienden las corrientes “trotskistas ortodoxas” de nuestro país: el PO, el MST y el PTS. No terminan de
entender que lo mas rico y original del proceso en curso es el ingreso a la vida política de millones y las
riquísimas experiencias de democracia de base a lo largo y a lo ancho de la vanguardia.

15
Sin embargo, nuestra lucha política al interior de las corrientes socialistas revolucionarias, la hemos dejado
para el final (ultimo, pero no menos importante), porque su naturaleza es bastante distinta a los casos
anteriores. En primer lugar, porque nos ubicamos dentro de un mismo terreno de clase (sobre todo, en
general, con el PO y el PTS), más allá de las diferencias políticas. Las corrientes “trotskistas ortodoxas”
tienen con nosotros una importante coincidencia respecto al carácter obrero de la revolución. Es decir, los
compañeros que militan en éstas corrientes afirman la centralidad de la clase trabajadora en el actual proceso,
aspecto que compartimos.
Es decir, estamos en el mismo terreno general (general decimos, porque como se sabe el PO es estrictamente
“piqueterista” y el PTS expresa una distorsión obrerista) acerca de la “mecánica social” de la
revolución. Pero su ubicación respecto al contenido concreto que ellos atribuyen a la perspectiva socialista
nos resultacompletamente insuficiente, por decir lo menos. Todas éstas corrientes (PO, PTS, MST y otras
menores) tienen como rasgo común, el no haber llevado adelante ningún balance de las lecciones que dejaron
-al movimiento obrero y revolucionario- las experiencias burocráticas del Este.
Su reacción acerca de este tema, se reduce a un reflejo puramente defensivo que se limita a reivindicar las
caracterizaciones que sobre la Unión Soviética hiciera Trotsky en los años ‘30 (provisorias y de pronóstico
alternativo según su autor). Como si el diagnóstico del revolucionario ruso pudiera sostenerse a la luz de los
datos de hoy que mostraron que las relaciones sociales imperantes allí no reflejaban en grado alguno, aunque
fuera mínimo (a partir de la década del ’30), el predominio social de la clase trabajadora. Ello fue
comprobado cuando en los procesos de 1989/91 los trabajadores de esos países no reconocían ningún interés
real y común con la propiedad estatizada. Incluso apoyó su privatización, más allá de que bastaron pocos
años para que volviera a experimentar una nueva frustración.
De todos modos las relaciones sociales que existían antes del desmoronamiento de la URSS y los países del
Este mostraban que en esos países existía explotación a través del acaparamiento del plusvalor por parte del
Estado de la burocracia. El apego a las caracterizaciones de Trotsky (que hoy creemos superadas) adquiere
rasgos grotescos cuando escuchamos que algunas de éstas corrientes plantean que aún hoy la Rusia de
Yeltsin y Putin es un estado obrero.
Estas posiciones respecto al pasado se traducen en el presente en que estas corrientes (entre muchos otros
elementos) no han reflexionado acerca de los limites que tenia la elaboración de Trotsky sobre la “mecánica
política” de la revolución socialista. Porque es evidente que en su elaboración acerca de la teoría de la
revolución (cuya mecánica social creemos plenamente actual y presente en la dinámica de clases del
“argentinazo”), los aspectos de la subjetividad y conciencia de la clase trabajadora, ya aparecían, unilateral y
erróneamente restringidos alrededor de uno solo (fundamental, sin duda) de los elementos que componen el
aspecto conciente de la revolución socialista: el partido revolucionario. Y en el mismo sentido ha jugado el
hecho de que en la experiencia revolucionaria del 17 al 23 en condiciones de aislamiento internacional,
guerra civil y atraso secular ruso, muchas de las medidas de excepción que debieron ser tomadas por los
bolcheviques, fueran transformadas en norma y virtud, tendiéndose a contraponer –erróneamente- la
“dictadura del proletariado” con la “democracia socialista”, la que para nosotros –como norma- son
sinónimos y no opuestos.
Esto ha llevado a que en el trotskismo -en su actuación cotidiana posterior al mismo Trotsky- se tendiera y se
tienda muy fácilmente a considerar la democracia de los trabajadores, como un factor meramente
instrumental subordinable completamente a las “razones de la lucha” (“el fin justifica los medios”) y a la
“razón de partido”. De ahí que –por ejemplo- en medio del proceso abierto, las corrientes sean una maquina
de dividir la vanguardia por motivos puramente mezquinos y de aparato, perdiendo siempre de vista “los
intereses generales del movimiento en su conjunto”.
Por eso, estas constataciones no se limitan a iluminar aspectos centrales de las experiencias revolucionarias
del pasado siglo, sino que implican lecciones estratégicas a futuro. En opinión de los socialistas
revolucionarios del MAS, un relanzamiento de la perspectiva auténtica del socialismo está necesariamente
ligada a la autodeterminación conciente de la clase trabajadora, y no sólo a una reivindicación “abstracta” de
su centralidad. A la luz del balance de las experiencias burocráticas, es necesario reafirmar la íntima
conexión entre forma y contenido que debe ser el rasgo constitutivo de la revolución socialista, mucho más
que en las revoluciones del pasado. La autodeterminación de los trabajadores como condición para que
avance el proceso revolucionario quiere decir buscar una superación dialéctica que conserve el elemento

16
democrático del actual proceso, y de los movimientos de masas en general, haciéndolo en el marco de una
perspectiva de clase y no como un elemento únicamente democrático, sin determinación de clase.
Por éstas razones, que hacen a la esencia de una redefinición de una perspectiva socialista auténtica, nosotros
decimos que estas corrientes son y actúan en el proceso del “argentinazo” como corrientes “revolucionarias
sin socialismo”. Limitan su visión política a la idea de una toma del poder por la clase trabajadora, pero sin
reflexionar acerca de las “tecnologías” políticas y organizativas que traen necesariamente a colación la
emergencia de un poder obrero y popular que desplace a la clase capitalista pero que además pueda ejercer su
hegemonía y dar su impronta al conjunto de los explotados de una manera donde el poder que se afirme, sea
el poder democrático y autoorganizado de capas siempre crecientes de las masas trabajadoras. Sus
perspectivas son las de un socialismo sin contenido, sin elementos de “prefiguración”. “Revolución sin
socialismo” es lo exactamente inverso de las posturas autonomistas que plantean la pura “prefiguración o
transformación sin revolución”.
Democracia desde abajo, democracia burguesa y democracia socialista
Los problemas que venimos señalando, llevan en estas corrientes a una sub valoración general de los
problemas de la “democracia desde abajo”. ¿Que es la democracia desde abajo? Los elementos de búsqueda
y aspiración de decidir de la mayoría de los trabajadores y el pueblo pobre, que vienen de la tradición de las
revoluciones democráticas y para las cuales la tradición socialista no es una simple negación sino una
superación dialéctica. El marxismo revolucionario es una síntesis de las mejores tradiciones de la democracia
revolucionaria y del socialismo revolucionario (10).
Esta cuestión hay que verla con cuidado porque habitualmente se mezclan varios planos en los análisis.
Existe un aspecto de la tradición democrática que tiene que ver con lo que Hannah Arendt llama “derecho a
tener derechos” y que ha impulsado movilizaciones y movimientos de masas en todo el mundo. Este aspecto
tiene, sin duda, una limitación importante que es su aspecto negativo, que simplemente plantea algo
defensivo frente al orden establecido. Otro aspecto de la democracia desde abajo que está presente en lo
anterior, aunque de un modo subterráneo y reprimido, es la exigencia a decidir de verdad y no limitarse a
optar por supuestos males menores. Ambos aspectos forman parte de lo que se llama democracia sustantiva,
revolucionaria o, mejor aun,democracia desde abajo. Pero la característica fundamental de la sustantividad
democrática es que ésta es una exigencia de que la democracia sea tal y que ello pase a expresarse tanto en lo
político como en lo económico y social. Concretamente, los socialistas revolucionarios del MAS opinamos
que la democracia sustantiva hoy sólo puede concretarse a partir del autogobierno de la clase trabajadora y
las masas populares. La articulación entre los motivos de la sustantividad democratica con una perspectiva
de clase socialista e internacionalista es una necesidad de primer orden si queremos relanzar al marxismo
revolucionario a la lucha de clases real.
Otro aspecto de la cuestión de la democracia (su costado negativo o reaccionario) es que, considerada desde
un punto de vista histórico-concreto, la “democracia en abstracto” (esto es, no revolucionaria, no desde
abajo, sino burguesa, basada en una igualdad ficticia que oculta las desigualdades reales en lo social) como
régimen político burgués, ha sido el arma con que el capital ha golpeado a los trabajadores en todo el mundo
en los últimos 20 años.
Hay una contradicción entre las exigencias democráticas sustantivas, radicales, desde abajo y el carácter de
clase que tiene la democracia burguesa “representativa” para satisfacer esas aspiraciones. En todo el período
histórico vivido de la década del ‘80 en adelante hemos asistido a una supuesta “extensión de la democracia
política” que se ha combinado con las políticas de ajuste y desregulación a nivel mundial.
En eso podemos ver el meollo de la “democracia participativa” del CTA. Al no tomar un punto de vista
anticapitalista, revolucionario, la “democracia participativa” se convierte en un planteo a llevarse a cabo
dentro de la actual democracia y por lo tanto del actual régimen y estado.
Nosotros creemos que una parte (no toda) de la “utopía” (es decir de la sociedad deseada) es la democracia
real, social y política. Pero únicamente en tanto democracia sustantiva y revolucionaria, de los trabajadores y
el pueblo pobre, que se opone por el vértice a las limitaciones y al carácter de clase insalvable de la actual
democracia. Esas limitaciones y carácter no son nada muy misterioso sino que son producto de la siguiente
razón: por más que los regímenes democráticos o constitucionales tuviesen las “mejores intenciones” de
satisfacer las demandas de las clases populares hay una circunstancia que ningún mecanismo “democrático”

17
puede atravesar que es que el núcleo central de los mecanismos sociales y de clase coloca el poder de
decisión en manos de los capitalistas. La “mejor” democracia burguesa no puede cambiar nada de esto: el
destino de las mayorías populares está atado a las decisiones económicas, sociales y políticas de los
capitalistas.
Las corrientes del “trotskismo ortodoxo”que estamos criticando no asumen este conjunto de problemas. Su
delimitación política respecto a la “democracia en abstracto” como la llama Hal Draper se reduce a
despreocuparse respecto a la sustantividad democrática, a la democracia desde abajo. Su preocupación de no
capitularle a la democracia burguesa (11) los lleva a suprimir cualquier inquietud respecto al problema de la
democracia. Los lleva a -lo que un amplio espectro de los activistas sociales ve como un rasgo constitutivo- a
ser simplemente antidemocráticos. Cosa que no deja de reflejarse en una parte importante de su acción en el
movimiento de masas. Las raíces teórico-políticas de ello estan ligadas a su visión a-critica acerca de la
experiencia del bolchevismo en el poder, haciendo –como hemos dicho arriba- virtud y teorizacion de las
necesidades perentorias que debieron enfrentar Lenin, Trotsky y sus compañeros en las condiciones terribles
de la guerra civil contra los ejércitos burgueses e imperialistas.
En esos años se dió un debate acerca de la “dictadura del proletariado”. Kautsky, en nombre de la
“democracia en abstracto” (es decir, burguesa) encabezo una campaña mundial contra la “dictadura
bolchevique”. Y bajo esta presión, el propio Lenin (en “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”) y
Trotsky (en “Terrorismo y comunismo) respondieron con sendos folletos, pero cometiendo el error de aceptar
los términos del debate: esto es, la contraposición abstracta planteada por el teórico reformista entre
“dictadura” y “democracia”. Hicieron esto en vez de contraponer a la falsa democracia de los ricos -que no
es mas que la dictadura del capital-, la verdadera democracia política y social de los mas amplios sectores de
los trabajadores – la dictadura social de los trabajadores- que tendía e encarnar, potencialmente, el poder
bolchevique (1917-23) mas allá de todas las deformaciones a la que se vio sometido en su momento. Las
corrientes ortodoxas contemplan a éstas deformaciones como indudables virtudes proletarias, lo que tiene el
problema de convertir a cualquier aspiración democrática en burguesa. Justamente este tipo de apreciaciones
(más empíricas que explicitadas) reflejan los costados del armamento teórico trotskista que no pudieron
escapar a la presión del stalinismo a nivel mundial.
Desde nuestro punto de vista, incluso tomando al propio Lenin del “Estado y la revolución”, la “dictadura del
proletariado” es sinónimo de “democracia socialista” (cosa que también puede verse, aun más enfáticamente,
en Rosa Luxemburgo). De todas formas Lenin en este trabajo dice que la dictadura del proletariado significa
una democracia de nuevo tipo: de la amplia mayoría para la amplia mayoría; y, también, una dictadura de
nuevo tipo: de la mayoría sobre la minoría (los restos burgueses y el imperialismo mundial). Este gobierno es
una democracia de clase y por lo tanto una dictadura sobre las clases enemigas, la contrarrevolución
imperialista y los restos de la clase dominante. Esto implica medidas de dictadura de clase, de los
trabajadores contra los burgueses, aunque siempre teniendo como norte la perspectiva de la reabsorción de la
esfera política por la sociedad, es decir del autogobierno de la clase trabajadora y las masas populares y de la
“extinción” del estado (aun obrero).
Por lo tanto, nuestra perspectiva normativa es la mas amplia democracia y autodeterminación entre los
trabajadores y el pueblo pobre. A esto lo llamamos desde el punto de vista social, de clase, “dictadura del
proletariado”, y desde el punto de vista político, “democracia socialista”. Democracia socialista para la cual
se deben ayudar a crear las condiciones, no en un tiempo indeterminado después de la revolución, sino, por
el contrario, desde antes de la misma, en el proceso revolucionario mismo. Democracia socialista para la cual
se deben ayudar a crear las condiciones, no en un tiempo indeterminado después de la revolución, sino, por
el contrario, desde antes de la misma, en el proceso revolucionario mismo. Y por esto, el cuidado que
creemos se debe tener (y que las corrientes no tienen) cuando se trata del desarrollo, maduración y
fortalecimiento de las experiencias de democracia de base, esto es de los embriones de democracia desde
abajo.
Cuestión aparte es el hecho de que no se debe desarmar a la vanguardia acerca de las medidas de excepción
que segura y necesariamente se deberán tomar en toda revolución y en todo gobierno revolucionario. El
problema que aparece en el debate con las corrientes trotskistas ortodoxas es que a partir de este problema
real que enfrenta toda verdadera revolución social se le resta importancia al perfil de autodeterminación
obrera y popular en nombre de las necesidades prácticas que seguramente vamos a enfrentar. Luego se
termina “haciendo ideología” respecto a ello y calificando como virtud lo que es pura necesidad. Así es cómo

18
se dan hechos habituales como el conversar con militantes de grupos del trotskismo ortodoxo que declaran
muy sueltos de cuerpo: “el socialismo es la negación de la democracia” (atención, no de la democracia
burguesa, sino de la democracia a secas). No hablamos de ningún grupo en particular. Desgraciadamente la
anécdota es lo suficientemente representativa para que el sayo le calce a todos o a casi todos.
El argentinazo, las revoluciones de post guerra y el marxismo revolucionario
Lo anterior, hace a un ultimo ángulo de importancia: la comparación de algunos rasgos del “argentinazo” con
las principales caracteristicas de las revoluciones de la segunda post guerra. Porque en relación a ellas saltan
a la vista una serie de elementos no menores. En la segunda post guerra se asistió a una serie de revoluciones
–que no es el interés de este texto pormenorizar aquí- que tuvieron una serie de rasgos comunes: fueron
procesos que a partir de iniciales motivaciones antimperialistas se terminó estatizando los medios de
producción fundamentales, estos procesos tuvieron a su frente –casi invariablemente- a aparatos o corrientes
pequeño burguesas o burocráticas y donde –por lo tanto- brillaron por su ausencia dos elementos: la
centralidad de la clase trabajadora asalariada y los elementos de auto determinación y auto organización de
las propias masas. Esas dos ausencias determinaron que éstas revoluciones tuvieran un fuerte carácter “desde
arriba”. Es decir el diseño social que resultó de ellas estuvo enormemente determinado por las direcciones
políticas que esas revoluciones pudieron darse. De ahí que, desde su inicio, las políticas que llevaron
adelante se asemejaron a gigantescos experimentos de “ingeniería humana” en los que se desplazaban
poblaciones enteras de un territorio a otro o se decidía desde arriba un determinado tipo de industrialización,
independientemente del costo humano que pudiera tener. Ejemplos de ello pueden verse en el llamado “gran
salto hacia adelante” en China o el fracaso de la zafra de azúcar de los años 70 en Cuba, esfuerzo voluntarista
que desarticuló la producción del país por varios años (especialmente en lo que tenía que ver con el consumo
popular). Se podría decir en cierto sentido, tomando una fórmula del joven Marx, que fueron más
revoluciones políticas que sociales. Con esto apuntamos al carácter totalmente desde arriba que tuvieron, en
el que el único papel que les cupo a las masas trabajadoras fue justamante ése: trabajar solamente…y
obedecer. En ningún modo su papel tuvo ningún rasgo que pudiese conllevar la experimentación colectiva
para encontrar modos de convivencia distintos.
Por supuesto que éstos rasgos no salen de la nada: están relacionados con un contexto histórico: los procesos
de desmantelamiento de los imperios coloniales tras la segunda guerra mundial y el fortalecimiento relativo
del stalinismo posterior a ella. Esto último constituía un enorme bloqueo para todo lo que fuese una
perspectiva auténtica de socialismo. La contradicción de ese período histórico estuvo dada por un contexto
en el que los motivos antimperialistas constituían un impulso para los procesos revolucionarios que se
encontraba mediado por la presencia del stalinismo como modelo societal alternativo (falso como se pudo
ver posteriormente)
Luego de la caída del muro de Berlín, del “desbloqueo potencial de la alternativa del socialismo” que
caracterizamos como elemento inmensamente progresivo en ese momento, el “argentinazo” tiene una serie
de rasgos positivos en relación a estas revoluciones –así como también –es obvio-, enormes limites-, que
queremos destacar y que creemos que hacen a una acumulación de experiencias latente a nivel de las mas
grandes masas, mundialmente.
En primer lugar, saltan a la vista, precisamente los elementos de acción y organización democrática e
independiente. Esto es inmensamente progresivo: las asambleas populares, los movimientos de trabajadores
desocupados, las fabricas ocupadas, expresan elementos de democracia de base de un valor imposible de
circunscribir y que expresan la recuperación de un elemento clásico de las revoluciones obreras y socialistas
de principios del siglo XX.
Junto con esto, está también el hecho de que el argentinazo se da o tiene su sede no solo en un país urbano,
sino en el centro de este país: esto hace que las masas urbanas y trabajadoras tengan una centralidad en el
proceso que no tuvieron ni en China, ni en Cuba, ni en Vietnam. Este aspecto también hace a los progresivos
contornos sociales clásicos de este proceso a los inicios del siglo XXI, facilitando los elementos
democráticos y de autodeterminación.
Por el contrario, es obvia la actual ausencia de una dinámica anticapitalista en el marco de un “universo”
general de crisis de alternativas, aunque al mismo tiempo, también es un factor inmensamente progresivo, la
crisis general de las direcciones o mediaciones burocráticas, mediaciones que en el contexto de las
revoluciones que estamos refiriendo, no pudieron ser superadas. Y que -sin embargo- marcan hoy un

19
inmenso cambio, que es lo que mas nos interesa destacar en este final: el cambio real o potencial de las
relaciones de fuerza entre corrientes reformistas y el socialismo revolucionario, lo que esta abriendo un
desafío y responsabilidad histórica para sacar a nuestras corrientes de su marginalidad y transformarlas en un
actor real y de peso en la lucha de clases.

Notas
(1) “Los demócratas atenienses, del mismo modo que los republicanos americanos y los patriotas franceses, bajo la
dirección de Robespierre, se proponían llevar a cabo la lucha en pro del pueblo trabajador mas pobre y en contra del
capital manteniendo la propiedad privada (…) Con la derrota de junio de 1848 termina la coalición de clase entre
obreros, campesinos y pequeña burguesía que constituyo la esencia de la antigua democracia revolucionaria”. Arthur
Rosemberg, “Socialismo y democracia”. Cuadernos de Pasado y Presente nº 86. Esto es, se termina la coalición del
“pueblo en general”, constituida bajo la dirección política de la pequeño burguesía.
(2) Y no por el objetivo de una “sociedad de pequeños productores” como ha dicho Luis Zamora en un reportaje
otorgado al diario La Nación el domingo 27/10. Porque aun en medio del tremendo desempleo y del retroceso de las
fuerzas productivas del país, el desafió es apropiarnos, e impulsar hacia adelante las fuerzas productivas del trabajo
social, y no retroceder hacia una utópica sociedad de pequeños propietarios. En la teoría marxista a esto se lo denomina
modo de producción mercantil. Marx habla de éste como una forma de relación social que nunca adquirió predominio
sobre los otros modos de producción sino que los acompañó en forma subordinada, no pudiendo nunca convertirse en la
forma dominante. En un contexto capitalista la pequeña propiedad, si bien nunca va a extinguirse, tiende
estructuralmente a reducirse. Si bien suponemos que Zamora busca apelar al componente democrático general que
tienen las aspiraciones de las clases populares a asegurar su libertad personal a través de un mínimo de propiedad,
creemos que a un socialista (o un anticapitalista en el caso de Zamora) solo le queda el camino de “pincharle el globo” a
esas ilusiones de los oprimidos, mostrando cómo la defensa del principio de la propiedad privada lleva, necesariamente,
a que la mayoría social esté privada de propiedad, al mismo tiempo que muestra la imposibilidad de que en el actual
estado de la vida social se retroceda al adaptar los requerimientos de la producción actual a la limitada escala de la
pequeña propiedad. Ese tipo de agitación se la podía permitir una demagoga de derecha como Adelina de Viola cuando
levantaba como consigna “un país de propietarios y no un país de proletarios” pero creemos que está excluída para
alguien de izquierda.
(3) Considerar las luchas actuales, en medio del argentinazo, como “defensivas”, hace a una visión equivocadamente
“economicista” del proceso en curso, visión que no compartimos. Porque cuando lo que en muchas de ellas lo que esta
puesto sobre el tapete es –objetiva y subjetivamente- el cuestionamiento al imperio de la propiedad privada o de la
autoridad del Estado, evidentemente no se puede tratar de meras luchas “defensivas”. Por el contrario, se trata del
desarrollo de un proceso revolucionario, que hace que se combinen reivindicaciones económico-sociales muchas veces
ultra mínimas (comer, no perder el empleo) con métodos de lucha, de organización y objetivos…ofensivos.
(4) “Yo tengo los pies sobre la tierra. En Quebracho queremos hacer la revolución, pero sabemos que la gente todavía
no nos acompaña. Acá primero hay que dar de comer, hay que educar a la gente. Lo mas probable es que yo no vea
como termina todo”. Nicolás Lista, dirigente de “Quebracho” y de la “Aníbal Verón”. Reportaje en Clarín 2/09/02.
(5) A diferencia de John Holloway que transita la perspectiva de “ni reforma, ni revolución…”, creemos que el enfoque
de los marxistas revolucionarios de principios del siglo XX, en el sentido de la oposición estratégica –al interior del
movimiento obrero- entre “reformistas” y “revolucionarios” es plenamente actual en el contexto del argentinazo. Con
Rosa Luxemburgo decimos: “Pero puesto que el objetivo final del socialismo es el único factor decisivo que distingue
al movimiento socialdemócrata de la democracia y el radicalismo burgués, el único factor que transforma la
movilización obrera de conjunto de vano esfuerzo por reformar el orden capitalista en lucha de clases contra ese orden,
para suprimir ese orden, la pregunta ‘reforma o revolución’, tal como la plantea Bernstein es, para la socialdemocracia,
el ‘ser o no ser”. Rosa Luxemburgo, “Reforma o revolución”, tomado de la SoB nº11, pagina 38.
(6) “(…) Todo obrero comprende que, con dos millones de desocupados y semi ocupados, la lucha sindical por los
convenios colectivos es una utopía. En las condiciones actuales, para obligar a los capitalistas a hacer concesiones
serias, es necesario quebrar su voluntad (…) La tesis marxista general: las reformas sociales no son mas que
subproductos de la lucha revolucionaria, en la época de la declinación capitalista, tienen la importancia mas candente e
inmediata. Los capitalistas no pueden ceder algo a los obreros mas que cuando están amenazados de perder todo. Pero
incluso las mayores ‘concesiones’ de las que es capaz el capitalismo contemporáneo (…) seguirán siendo absolutamente
insignificantes en comparación con la miseria de las masas y la profundidad de la crisis social. He aquí porque la mas
inmediata de todas las reivindicaciones debe ser reivindicar la expropiación de los capitalistas y la nacionalización
(socialización) de los medios de producción. ¿Qué esta reivindicación es irrealizable bajo la dominación de la
burguesía?. Evidentemente. Por esto es necesario conquistar el poder”. León Trotsky. “Una vez mas, ¿a dónde va
Francia?. Fines de marzo de 1935. Editorial Juan Pablo Editores.

20
(7) Incluimos aquí el concepto de “transformación” porque expresa teóricamente esta idea de que lo que se impone
ahora es “transformar” el espacio inmediato, el ámbito directamente inmediato de actuación del activista social, porque
hoy por hoy “no se puede hacer la revolución”. Como muchas veces esta practica se desarrolla –efectivamente- no bajo
la vieja concepción “reformista”, no desde un aparato, se lo considera (por sus propios actores) como actividad
transformadora o “prefiguradora”. A este respecto nos parece util dejar asentada, la ubicación teórica que da a esta
cuestión un defensor de esta perspectiva: “Pero para la ‘Ética de la Liberación’, a diferencia de Luxemburgo, la acción
ética contraria a la praxis funcional (…) no es la revolución, sino la transformación. Esto es de gran importancia
estratégica (…), porque si la ética (…) intentara justificar la bondad del acto humano solo desde la revolución (…)
habría destruido la posibilidad de una ética critica (…) de la vida cotidiana (…) transformar toda norma, acción, micro
estructura o institución (…) las revoluciones, las reales e históricas, son el paroxismo del acto revolucionario (…) En
estos momentos, a finales del siglo XX, en el tiempo de la hegemonía sin contrapartida de la pax americana (…), si la
extrema izquierda (…) confunde reformismo con transformación (…) no revolucionaria, no podrá sino condenar al
desaliento o a la inmoralidad a todas las mujeres y hombres honestos críticos que están comprometidos (…) en Frentes
de Liberación, que no son ni pueden ser hoy revolucionarios, al menos en el sentido de la toma del Poder del Estado
para cambiar las estructuras de fondo socio-económicas”. Enrique Dussel, “Ética de la Liberación”, pag. 528/535.
Editorial Trotta, 1998
(8) “La revolución permanente, en el sentido que Marx daba a esta idea, quiere decir una revolución que no se aviene a
ninguna de las formas de predominio de clase, que no se detiene en la etapa democrática y pasa a las reivindicaciones
de carácter socialista abriendo la guerra franca contra la reacción, una revolución en la que cada etapa se basa en la
anterior y que no puede terminar mas que con la liquidación completa de la sociedad de clases”. León Trotsky. La
“Revolución Permanente”, pagina.30.
(9) “En todas las luchas de clases del pasado, llevadas adelante en interés de las minorías, y en las cuales, para usar las
palabras de Marx, todos los desarrollos tenían lugar en oposición a las grandes masas de la población, una de las
condiciones para la acción era la ignorancia de las masas en relación con los reales objetivos de la lucha, su contenido
material y sus limites (…). Pero, como Marx escribió tan temprano como en 1845, en la medida que la acción histórica
se profundiza, el numero de masas involucradas debe aumentar. La lucha de clases del proletariado es la mas profunda
de todas las acciones históricas hasta nuestros días, ella involucra el conjunto de las capas mas bajas de la población, y,
desde el momento en que la sociedad deviene dividida entre clases, es el primer momento en que (la revolución) esta en
acuerdo con el interés real de las masas. Esta es la razón por que la elevación de las masas en relación con sus tareas y
sus métodos es una condición histórica indispensable para la acción socialista, justamente como en los periodos
anteriores la ignorancia de las masas, era la condición para la acción de las clases dominantes”. Rosa Luxemburgo,
citada por Tony Cliff en “Trotskismo después de Trotsky”, pag. 26
(10) Hal Draper, “Las dos almas del socialismo”. Publicado en la revista “Socialismo o Barbarie” nº10.
(11) Lo cuál no quiere decir que no le capitulen en ninguna circunstancia concreta sino solamente que la presión que va
en contra de la autodeterminación -y a la que estos compañeros ceden fácilmente- se justifica de esta forma.

***

21
Argentinazo: política, estrategia y teoría
Los impulsos del “argentinazo”
Por Roberto Sáenz e Isidoro Cruz Bernal - Revista SoB n° 13, noviembre 2002
http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7389

Los orígenes y los factores que motorizaron el “argentinazo” vienen de larga data. Conviene analizar algunos
de ellos para luego poder dar cuenta de la mecánica general de las clases y sus enfrentamientos. Explicar la
pertinencia de la perspectiva socialista tiene íntima relación con ello.
El “argentinazo” debe ser objeto de reflexión en dos niveles claramente diferenciados. Un primer nivel que
muestra lo que ha favorecido la emergencia del “argentinazo” y que funciona como un estímulo permanente
que sigue alimentando su desarrollo. El segundo nivel refiere a lo que opera como límite para que el actual
proceso avance en favor de los intereses de la clase trabajadora.
La reflexión que cabe hacer respecto a esto es que ambas series recubren los mismos fenómenos. Los
disparadores del “argentinazo” ofician al mismo tiempo como estímulo y como límite del actual proceso. Los
fenómenos a los que nos referimos son: a) las disfunciones estructurales del régimen de acumulación del
capitalismo argentino (es decir lo que se ha “naturalizado” con la denominación casi costumbrista de “la
crisis”); b) el signo de interrogación que pende sobre la mediación democrático–burguesa instalada desde
1983, corporizado en la consigna “que se vayan todos”; c) la rebelión del hambre, motorizada por una
desocupación de masas y por la creciente marginación de las capas más pobres de la clase trabajadora, que se
expresó a través de los saqueos; d) el incipiente comienzo de ingreso a escena de los trabajadores
“ocupados”, expresado a nivel de la vanguardia a través del proceso de ocupaciones de fabrica; e) la
disposición de una amplia vanguardia (de impronta más social que política, muy combativa pero poco
politizada) a entrar en la pelea política y en la confrontación con el régimen político y social vigente;
fenómeno visible en la lucha en las calles del 20 diciembre.
El problema del régimen social de acumulación
El régimen social de acumulación del capital instaurado por la dictadura cívico–militar de 1976 y
radicalizado por el menemismo en los ’90, ha llevado a la quiebra de la Argentina capitalista.
En este país se ha visto una versión exacerbada de las tendencias actuales del sistema capitalista en el que el
aumento de la tasa de ganancia se independiza de cualquier expansión de los mercados (aun moderada) y de
las pautas de consumo populares (que conformaban lo que los “regulacionistas” llaman fordismo). En la
Argentina de los ‘90 la desestructuración del mercado interno (con el consecuente aumento geométrico de la
desocupación) y la proyección trasnacionalizada de la clase dominante local fueron los factores
fundamentales que llevaron a la quiebra de la Argentina como país capitalista. El resultado inmediato de esto
es la posición de arbitraje respecto a cualquier reestructuración del país con que ha emergido el imperialismo
norteamericano.
Esta situación es un obstáculo de hecho a cualquier política compensatoria para el conjunto de las clases
populares que el estado capitalista pueda llevar adelante, por más tímida que ésta sea. De todas formas hay
que matizar. Hablamos de una política general, es decir para el conjunto de todas las clases y fracciones de
clase dominadas. En este momento el estado burgués está llevando adelante una política de este tipo con
referencia a los trabajadores desocupados (especialmente a los organizados). Más adelante nos referiremos a
esto. Sin embargo este aspecto particular de la realidad no invalida que, en términos generales, el capitalismo
argentino no puede andar subsidiando a la pequeña burguesía ni aumentando los salarios de los trabajadores
ocupados. Más bien al revés. Las condiciones de vida de las clases populares deben empeorar para que el
reventado capitalismo argentino salga adelante. Este panorama general ha tenido como consecuencia que se
abra un espacio de trabajo para la izquierda revolucionaria, cosa evidente desde antes de diciembre.
Pero a la vez aumenta al máximo la responsabilidad política de los revolucionarios, porque en las
condiciones actuales en las que la sociedad explotada y oprimida vive en la desesperación permanente o
lindando con ella y que el estado de ánimo general del pueblo es extremadamente volátil y circunstanciado,
las tareas de orientación en el sentido de politizar y organizar se vuelven decisivas. De ellas depende que los

22
trabajadores y todos los oprimidos puedan inclinar la cancha en su favor. La desesperación respecto a las
condiciones materiales de existencia está lejos de ser un combustible que siempre nos favorezca. El
capitalismo tiene experiencia en administrar situaciones de este tipo, en las que las explosiones de odio
popular y de clase se vuelven tan regulares como las mareas. Como si eso fuera poco, las situaciones de
estrechez material desmoralizan a los explotados. Es conveniente recordar que en el anterior ascenso obrero
y popular, el ocurrido entre el “Cordobazo” y el golpe del ‘76, el sujeto que lo protagonizó surgió de una
Argentina en crisis pero que estaba lejos de los desequilibrios actuales.
Además de estos problemas que hacen a la intervención política, pero que son de tipo más estructural, es
importante definir que hasta ahora la izquierda revolucionaria no ha sido de gran ayuda para que los
trabajadores y las clases populares den un vuelco político ofensivo contra el enemigo burgués e imperialista.
Más bien al volver instrumentales las luchas de los diversos sectores de la recomposición (el PO con su
populismo piquetero, el MST colaborando en la burocratización de las asambleas que maneja o el PTS con
su política sectaria y burocrática en el pequeño sector de fábricas ocupadas en que tiene influencia) han
tenido un papel conservador, que objetivamente ha ayudado para “aquietar las aguas” entre los explotados al
mantenerlas aprisionadas en compartimentos estancos.
Rebelión democrática contra la “democracia” y poder político
El “argentinazo” de diciembre cristalizó una situación de colapso de las instituciones de la democracia
burguesa posmalvinas. Las capas fundamentales de la población ven al presente régimen como un enemigo,
alguien enfrentado a sus intereses y a su bienestar material. Ello se corporiza en el rechazo unánime a los
“políticos ladrones” pero alcanza también a los grupos económicos concentrados (especialmente a las
“privatizadas”) así como al papel de la deuda y, más limitadamente, al imperialismo.
Lo que sí no cabe duda es que la mediación de la democracia burguesa se halla en una gravísima crisis.
Democracia burguesa cuya “progresividad” en la Argentina se agotó en la mera persistencia de las formas
electivas y de deliberación y que debido los cambios estructurales posteriores al ‘76 careció de posibilidades
de integrar socialmente a sectores de las clases dominadas. Este es un elemento que debemos evaluar. En los
primeros años de democracia burguesa, en razón del recuerdo de los años de represión dictatorial, éste
régimen aparecía ante las clases populares como “algo a cuidar”. Eso se vió con claridad en la Semana Santa
de 1987. Posteriormente, con el resultado de las crisis militares subsiguientes más el curso reaccionario de
las políticas económicas, se fue asentando la percepción de que el orden democrático–burgués no era
precisamente un frágil capullo a cuidar y desarrollar. Que cómo la “democracia” seguía escrupulosamente
una política en favor de los grupos económicos, estaba lejos de correr peligro alguno a manos de un cada vez
más fantasmal golpismo antidemocrático. Esa situación se fue degradando cada vez más a medida que el
tiempo transcurría. El lazo entre el elenco político gobernante y la población se fue volviendo cada vez más
tenue hasta llegar a una casi total exterioridad como la hoy existente.
Por supuesto que esta evolución no supone una acumulación progresiva de menor a mayor sino que reconoce
sucesivos quiebres que abren o cierran etapas diferenciadas. Es evidente que a través de la convertibilidad,
especialmente en los primeros años, la clase dominante consiguió armar un esquema que gozó de una
indudable hegemonía a pesar de su fragilidad. Sin duda esos dos aspectos contradictorios (hegemonía +
fragilidad interna y externa) ayudaron a que la caída de la convertibilidad haya sido un sorpresivo, rápido y
duro despertar a la realidad para importantes sectores medios, los cuales han navegado simultáneamente
entre la indignación, la confusión y la incorporación a la vida política. De todas formas más allá de que
aparentemente las cosas funcionaban bien en ese paraíso perdido para “el” consumidor ideal que fue la
convertibilidad, la mayoría de la sociedad argentina ya percibía a los políticos como una banda de ladrones
(más allá del alcance político que pueda tener esta idea, ya que son evidentes sus límites). Pero se pasó de
una queja despolitizada acerca de la corrupción a un reclamo como el de “que se vayan todos”. Este reclamo
absoluto del que la burguesía se queja y califica de imposible o de utópico, más allá de su falta de propuesta
por la positiva, tiene el valor de cuestionar en los hechos las virtudes de la democracia representativa (es
decir burguesa, limitada a un funcionamiento en el que todos son tratados únicamente como “ciudadanos”,
que esconde las condiciones reales de desigualdad vigentes) como modo de producir decisiones que
favorezcan a la mayoría. El sentimiento de que “nadie me representa” se ha vuelto una cuestionadora porción
de energía de re politización a través del “que se vayan todos”. El sentido posterior de esta demanda
dependerá de los acontecimientos futuros, entre los que se encontrarán la política de la izquierda
revolucionaria y cómo ésta plantee la confluencia de todos los sectores del “argentinazo”.

23
Esa evolución de la que hablamos esta localizada en el siguiente marco: la rebelión democrática desde abajo
contra la “democracia” vigente, explícita desde diciembre y enunciada por el “que se vayan todos”, no puede
estabilizarse en su actual grado de conciencia política y organización. O avanza o retrocede. La exigencia de
democratización verdadera no puede quedar varada en la proposición puramente negativa “que se vayan
todos”, aunque haya sido de su original fuerza contestataria de donde extrajo su enorme progresividad
inicial. “Que se vayan todos” está muy bien como formula de rechazo que impugne a esta democracia para
ricos en la que vivimos pero carece de una perspectiva que ilumine cómo trascenderla, cómo ir más allá. Es
decir de qué manera se puede erigir otro orden político (y social) en el cuál la población trabajadora pueda
verdaderamente decidir su destino y no sólo optar por candidaturas digitadas por los poderosos. En este
marco, los revolucionarios tenemos una oportunidad política estupenda para dejar visibles las limitaciones
insalvables de la democracia burguesa. La base material de esto se asienta en la experiencia de casi 20 años
que han hecho las clases populares con éste régimen. La dificultad, y el desafío, radica en poder volver
experiencia y conciencia política en las más amplias masas la necesidad de expropiar a los patrones y
subvertir las relaciones de producción capitalistas para que pueda ser posible una verdadera democracia. Una
nueva sociedad dirigida por la clase trabajadora y sus aliados en el resto de las clases populares.
Este es el significado de fondo de lo que hace unos números atrás de esta revista llamamos “trabajar en la
perspectiva histórica de la revolución socialista”. El “argentinazo” de diciembre significó haber puesto los
cimientos para que esta perspectiva histórica, pese a las dificultades enormes que ella implica, pueda volver a
ser puesta en juego.
Si hacemos una aproximación más concreta podríamos resumir este aspecto de la situación abierta por el
“argentinazo” diciendo que para poder sostener sus iniciales motivaciones democráticas sin que involucionen
o que sean traicionadas la rebelión popular debe progresar más allá de ellas, ir en un sentido anticapitalista y
socialista, afectando el derecho de la propiedad privada burguesa. O se avanza o se retrocede.
Rebelión del hambre, recomposición y poder territorial
Una de las fuerzas motrices del “argentinazo” ha sido lo que podemos denominar la “rebelión del hambre”,
cristalizada en los masivos saqueos realizados en el conurbano bonaerense y en el gran Rosario.
El proceso más general arranca de bastante atrás y en él se reconocen 2 variantes fundamentales: las
puebladas en el interior y el movimiento de desocupados en el conurbano.
El primero, corporizado en los hechos de Santiago del Estero, Jujuy, Cutral–Có y otros empezó a
desarrollarse, al principio en forma aislada pero adquirió gradualmente un carácter de contagio y expansión a
medida que se producía el punto de inflexión del menemismo. La decadencia del último período de Menem
fue producto de la imposibilidad de generar otro momento de expansión económica similar al del 91–93 o
96–98 (más allá de que la bomba le explotara a De la Rúa). La base en la que se sustentó esta imposibilidad
estuvo dada en el “neo–dualismo” en el que la globalización capitalista sumió a la Argentina (crecimiento de
la tasa de ganancia combinado con la contracción del mercado tanto laboral como de consumo). El resultado
de esto es que una gran cantidad de pueblos y ciudades del interior vieron reducidas al máximo sus
posibilidades de supervivencia. Algunos de ellos porque su economía se basaba en empresas que explotaban
un recurso natural (por ejemplo el petróleo en Tartagal) que al ser privatizadas y “racionalizados” sus
trabajadores dejaron a esos pueblos al borde de la extinción.
Éstas luchas presentaron un carácter por un lado defensivo ya que se peleaba por lo mínimo y por otro lado
explosivo y volátil que rápidamente se orientó hacia la acción directa, hacia métodos de lucha ofensivos. En
algunos casos espontáneo y desorganizado (Santiago). En otros igualmente violento pero que buscaba
organizarse (y lo lograba mayormente) a través de formas asamblearias y de democracia directa (Cutral–Có).
Las puebladas tuvieron la virtud en tiempos que duraba la hegemonía de la convertibilidad de
Menem–Cavallo de oradar su legitimidad y hacer visible la existencia de movimientos sociales en los que
empezaba a organizarse el sector más marginado de la clase trabajadora y del resto de las clases populares.
La otra vertiente por la que se desarrolló la “rebelión del hambre” se refiere a la actividad desplegada por los
movimientos de desocupados del conurbano bonaerense. También aquí se expresó lo que llamamos
“neo–dualismo” que expulsó del mercado laboral y de consumo a miles de trabajadores y sectores medios
alcanzando una proporción de masas. La gran mayoría de estos sectores fueron inicialmente “colonizados”
por el aparato duhaldista en forma clientelística y asistencial. En la primera parte de los ‘90 esto constituyó

24
un experimento de control social exitoso para la clase dominante pero la misma acumulación cuantitativa de
miseria y marginación sumado al desgaste del peronismo, terminó desbordando las posibilidades de este
aparato de administrar él sólo las contradicciones explosivas generadas en los ‘90.
Sin duda decir que el aparato duhaldista está quebrado sería deformar la realidad hacia un optimismo
exagerado. Pero no puede desconocerse que su posibilidad de control territorial está bastante debilitada. La
existencia de los actuales movimientos de desocupados es la expresión activa de ello. Al mismo tiempo el
hecho de que éstos mismos movimientos sean minoritarios respecto al conjunto de desocupados muestra los
límites que se pueden registrar –hasta ahora– en el quebrantamiento de la base social del peronismo, aún
después del “argentinazo”. Otra dificultad adicional se relaciona con que la mayoría del movimiento de
desocupados se halla bajo la dirección de nuevos y viejos reformistas (FTV–CTA y CCC). Pero respecto a
este último factor corresponde aclarar que el “argentinazo” introdujo una dinámica diferente, favorable a la
radicalización (más allá de que ello no se expresó en crisis abiertas de los agrupamientos reformistas).
Hay que remarcar sin embargo que la formación de un amplio movimiento de desocupados ha introducido
una cuña importantísima en el juego de relaciones de fuerzas entre el estado capitalista y sus redes políticas
de contención y las masas populares. Naturalmente todo ello introduce presiones sociales contradictorias al
interior de estos movimientos. La más importante es el predominio aplastante de lo reivindicativo sobre lo
político. Indudablemente la búsqueda de los desocupados por aliviar su situación material es el motor
principal que ha ayudado a la expansión del movimiento. Pero si no se hacen entrar elementos de
politización y autodeterminación se corre el riesgo de que el movimiento sea un simple factor de presión que
solamente actúe en forma subordinada a la iniciativa de las fuerzas sociales burguesas. Nadie niega que
conseguir bolsas de comida para los compañeros que han sido expropiados por el capitalismo de la única
forma de sobrevivir que éste mismo reconoce (la obtención de un salario) sea una tarea muy importante. Pero
si los compañeros desocupados no adquieren “vuelo propio” en política, a la corta o a la larga, van a ser
colocados en la posición de objetos pasivos de las maniobras enemigas.
Sin que nos salgamos por completo de lo reivindicativo (hay que estar loco para pensar así) los socialistas
pensamos que una vía para allanar la distancia entre lo inmediato de las necesidades materiales y la urgente
politización es plantear como eje político central –para ordenar el programa del movimiento de
desocupados– a la lucha por conseguir trabajo genuino. En este planteo se reúne la atención sobre los
problemas más urgentes de los compañeros con una perspectiva que les permita visualizar las causas por las
que ellos están esa situación y que a la vez los ayude a despegarse de una práctica cotidiana con elementos
clientelísticos (incluso reproducidos por organizaciones que se dicen independientes, como el MIJD o el
“Polo Obrero”) en que se reabsorben los aspectos contestatarios y de clase del movimiento.
La base social del peronismo en el conurbano bonaerense está cruzada por las distintas políticas de las
fuerzas sociales en pugna. Pero ninguna de ellas ha alcanzado un nivel de hegemonía en relación a las
fuerzas que puede movilizar. Los saqueos fueron el producto de la explosión de todas las contradicciones
antagónicas que se habían acumulado. El sujeto plebeyo (obrero y de sectores medios arruinados) que saqueó
fue una alianza social bastante amplia pero que en los meses subsiguientes no pudo cristalizarse en algo
permanente. Esto no significa que el sujeto activo de la rebelión del hambre haya salido fuera de escena.
Pero a nivel de masas presenta problemas de la misma clase que el movimiento de desocupados. Sus
urgencias materiales lo convierten en sujeto pasivo de los beneficios con que se atempera la miseria. A una
escala superior a la que pueden llegar los movimientos de desocupados, éstos sectores son el objeto de
políticas como los planes jefe / jefa. Sin embargo, la crisis del poder territorial burgués va más rápido que la
capacidad de los municipios, los punteros y el gobierno para absorber demandas. En más de un sentido el
futuro de la situación depende de cómo evolucione la conciencia de ésta amplia franja popular, hacia qué
lado se vuelque.
La propiedad privada, las ocupaciones de fabrica, los trabajadores ocupados y la “unidad de clase”
Posteriormente al 19 y 20, se ha venido dando un fenómeno singular: las ocupaciones de fabrica. Estas no se
venían dando en esta escala e intensidad, en los últimos 20 años. Es verdad que se trata –hasta ahora– sobre
todo de pequeñas y medianas empresas, pero marca un agudo contraste con lo acontecido a lo largo de la
década del ’90. Durante la misma, ante los despidos y cierres de empresas, los trabajadores, invariablemente,
agarraban “el dulce” de la indemnización. Sin embargo, en las visibles condiciones de bancarrota económico
social, de la “muerte social” que significa quedar sin trabajo, el desarrollo de la experiencia de las

25
ocupaciones de los lugares de trabajo fabril, ya ha llegado a unas 100 empresas.
Sin embargo, dentro de estas experiencias esta en desarrollo un agudo debate estratégico entre dos
orientaciones, en el fondo, antagónicas. Despejando todo lo demás, se puede decir que estas dos
orientaciones se refieren por un lado a la caída en un mecanismo “economicista” que pierde de vista el valor
político de la ocupación, lo mismo que la relación con el resto del movimiento de los trabajadores, tomando
la tarea de administrar la empresa en cuestión como “fin en si mismo”. Por esta vía, el cuestionamiento
implícito de la propiedad privada que muestran estas experiencias se diluye. Un rasgo que las ha
caracterizado es que son llevadas a asumirse como una especie de “solución informal” a la crisis, para
asegurar la supervivencia material de los trabajadores a niveles mínimos, impidiendo su proyección política
y dejando implícita la posibilidad de un “retorno a la normalidad” (es decir en caso de que el proceso abierto
en diciembre sea derrotado) Si solo se trata de “producir” en los marcos del sistema, a la lógica de la
competencia, a la lógica de la ganancia, a la lógica del valor, las posibilidades de que los trabajadores puedan
llevar adelante experiencias en las que se autodeterminen y recuperen el control de sus vidas, se vuelven casi
nulas. Este es el caso –entonces– de las cooperativas agrupadas en el “Movimiento Nacional de Empresas
Recuperadas”, hegemonizado por el neorreformismo, la Iglesia Católica y diversas fracciones duhaldistas y
peronistas en general, articuladas a partir de intendencias y municipalidades.
Existe, por otro lado, una serie de experiencias de características muy distintas: que buscan la re
nacionalización de empresas, control obrero y / o administración obrera de las mismas. Sus casos mas
importantes y “emblemáticos” son la mina de Río Turbio y Zanón. No nos interesa aquí detenernos en
detalles o en sus limitaciones (que también las tienen), sino solo señalar que marcan –en sentido general– un
camino distinto, no economicista (o por lo menos, expresan una tensión en este sentido), donde mas o menos
explícitamente se asume o se comprende que el cuestionamiento a la propiedad privada que implican estas
experiencias, expresan a la vez un cuestionamiento político a la dominación de la clase burguesa en la
sociedad, y que la supervivencia de estas experiencias no dependen –en el fondo– de algún calculo
económico, sino de su proyección política hacia la confluencia con el resto de los trabajadores del país y
hacia la expropiación bajo administración de los trabajadores de las principales ramas de la economía.
Aquí –entonces– lo que esta puesto sobre el tapete, es el hecho profundo que en las condiciones de un
proceso revolucionario, se expresa –en estas experiencias– una clara afectación a uno de los baluartes
centrales del sistema: el imperio de la propiedad privada.
Al mismo tiempo, no se trata solamente del proceso de las ocupaciones de fabrica. Lo central, lo decisivo, lo
estratégico, es el favorecer la evolución de los sectores de trabajadores que tienen empleo y que en las
condiciones de barbarie del país y de la real “muerte social” que significa perder el trabajo, siguen –en su
mayoría– “quietas”. Parte de esto es el hecho de que la burocracia sindical tradicional –aun en medio del
inmenso quiebre y vaciamiento que viven los sindicatos– sigue siendo un “hierro” a vencer a la hora de que
la recomposición de los trabajadores por el lado independiente, de clase y revolucionario, se generalice
realmente a nivel de la clase trabajadora, cosa que aun no es, y que es esencial para una ulterior progresión
del “argentinazo”.
Porque hay un elemento que de aparecer en el escenario de la lucha política y social puede ser cualitativo: la
entrada de la clase trabajadora ocupada como tal al proceso abierto por el “argentinazo”. No de manera
diluída en la población en general como ha sido hasta ahora, sino haciendo pesar su número y métodos de
lucha. Esta entrada es decisiva para enfrentar de conjunto los problemas de la recomposición política y
social. Y, también, para superar los límites del proceso en tanto que proceso democrático que cuestiona los
marcos del régimen político pero que no apunta de conjunto contra el derecho de propiedad y contra la clase
capitalista como tal.
Y esto es lo que pone sobre la mesa, como aspecto central, los problemas de unidad y división de los
trabajadores. Porque hay que tomar a la clase trabajadora tal cual es, percibiendo su rostro real. Cosa que
debido a los cambios sociales de 25 años a esta parte adquiere una mayor dificultad que en la época del
Cordobazo en la que el componente proletario industrial –con trabajo– era absolutamente predominante. No
había otra clase trabajadora por fuera de esa. La clase trabajadora de hoy presenta un rostro escindido, que es
conceptualizable a partir de la división entre ocupados súper explotados que trabajan 10, 12 o 14 horas y
desocupados que carecen de posibilidad de volver a tener trabajo. Cualquiera de estos dos segmentos,
pensados por separado, parece carecer de fuerza para que los otras clases populares puedan tomarla como

26
referente. Ya sea los desocupados tomados como objeto de la caridad social o los ocupados percibidos como
“laburantes” que hacen cualquier cosa para no quedar sin empleo. Para que la clase trabajadora pueda tener
posibilidades de dar una salida política e histórica al conjunto de la población oprimida debe ser una clase
respetada y también temida. Para eso es indispensable la unidad de clase, que el conjunto de los trabajadores
puedan pensarse y verse como un mismo sector. Además, tenemos que pensar la unidad de clase en forma
dinámica y no estática, como la unidad de una clase social en proyección, a la búsqueda de hegemonizar al
resto de las clases populares. Para que pueda hacer esto, es una condición indispensable que construya
organismos propios unitarios (por ejemplo, una verdadera asamblea nacional de ocupados y desocupados) en
los que se exprese su poder social como clase. La clase trabajadora no es una categoría estadística u
ocupacional para uso del INDEC. Cuando los marxistas hablamos de clase trabajadora nos referimos a un
sujeto social y político que sólo toma real y efectiva existencia cuando aparece como tal en la lucha de
clases.
Debemos tomar a la clase trabajadora que existe, aceptándola como es, privilegiando hoy el vuelco hacia los
trabajadores ocupados en su conjunto. Sobre todo de las grandes estructuras productivas: las grandes
fabricas, las grandes empresas de transportes, los grandes centros de comercialización. Ni a los desocupados
marginados por el capital de todo lazo con la producción (como lo hace el PO) ni los procesos de las fábricas
ocupadas (como hace el PTS, omitiendo que ninguno de esos procesos se da en estructuras importantes)
pueden por si mismos tener la fuerza para representar al conjunto de los trabajadores. La necesaria
proyección de la clase trabajadora no puede darse por ninguna de éstas vías aisladamente. Ni a los esforzados
militantes de los movimientos de desocupados que piden plata con alcancías, ni a los trabajadores que ponen
a andar la producción de una pequeña empresa les alcanza para aparecer como miembros de una clase que
aspira a ser hegemónica. Para esa perspectiva hace falta privilegiar una sola cosa: favorecer el ingreso a la
escena del argentinazo al conjunto de los ocupados y pelear por la unidad de clase entre ocupados y
desocupados.
Lucha social, lucha política, vanguardia y masas
Una característica del actual proceso político–social es que la recomposición de las clases populares ha
progresado más en el campo social que en lo estrictamente político. No queremos decir que no existan
elementos de avance político pero es indudable que la tónica dominante viene por el costado social. Cosa que
le da importantes rasgos movimientistas a la recomposición. Esto opera como avance, producto de las
tendencias “multiplicadoras”, de masificación, del “movimiento”. Y, a la vez, como limitación, dadas las
evidentes dificultades de la vanguardia en procesar y proyectar políticamente su experiencia hacia el
conjunto.
Como en todo proceso político–social se puede apreciar la distinción entre una vanguardia y el resto de los
compañeros. También al interior de la vanguardia se registran diferencias entre la que tiene rasgos
estrictamente políticos y la vanguardia de los militantes sociales. La primera está compuesta por el activismo
perteneciente –en general– a organizaciones políticas. La segunda por el amplio y variado conjunto de
compañeros que actúan en el movimiento piquetero, en los comedores, en las asambleas populares, en las
fabricas ocupadas, en los lugares de trabajo en lucha.
Es necesario distinguir entre ambas franjas de activistas debido a que sus prácticas sociales, y por lo tanto sus
problemas, son bastante distintos. Porque expresan –en el fondo– dos “principios” distintos (aunque,
potencialmente, complementarios): el activista social llega al movimiento por necesidad: su principio es
reivindicativo. Se eleva de lo reivindicativo a lo político. El militante político llega al proceso de la lucha en
virtud de una comprensión general: su principio es la posición política. De lo político va a lo reivindicativo.
Estos dos “principios” distintos, expresan –una vez mas– posibilidades potenciales y a la vez, limites. Porque
es muy fácil para los aparatos burocráticos (como la CTA y la CCC), separar la lucha reivindicativa de la
política; separar la pelea por las necesidades mas inmediatas de la lucha de conjunto, por el poder, por la
transformación de la sociedad toda. Porque la combinación de la “lucha económica” y la “lucha política”
hace a la forma mas alta de la lucha: la lucha de clases política, la huelga política de masas.
En este marco, el militante, y el cuadro político en especial, traen al interior de los movimientos sociales la
línea de su organización. Esto constituye su aporte específico al proceso actual. Haciendo abstracción de lo
acertado o equivocado de la política de cada organización (que por supuesto no es un problema menor)
pueden y deben aportar una comprensión de conjunto de los problemas de los actuales movimientos sociales.

27
Esto es esencial, a condición de no convertir a los movimientos –en los que hace pie– en una simple correa
de transmisión para su propio crecimiento como organización. Es decir, instrumentalizarlos para sus propios
fines, perdiendo los objetivos del movimiento en su conjunto. Esto termina despolitizando, al reproducir
–inconscientemente– las formas burguesas de hacer política, lo que es totalmente distinto a la necesaria –y la
mas de las veces implacable– lucha política e ideológica entre organizaciones.
De todas formas, aunque fenómenos de este tipo sean un tremendo problema, no ayuda a nuestra
comprensión, el trazar líneas de demarcación nítidas entre un componente “bueno” encarnado en los
movimientos sociales y un componente “malo”, cristalizado en los “pérfidos” aparatos. Los problemas de la
recomposición son de conjunto, abarcan aspectos referidos al papel de las organizaciones políticas pero
también a las prácticas sociales de los distintos movimientos. Incluso se puede decir que las manifestaciones
aparatistas de los partidos políticos de izquierda refuerzan los componentes más inmediatistas y hasta
clientelistas de los movimientos sociales. Cosa que se ve claramente en los movimientos de desocupados.
Las dificultades que hasta hoy aparece en ellos para poder ir más allá de las prácticas del “día a día”,
exclusivamente centradas en las bolsas de comida y los planes trabajar, son un ejemplo de esto. Reiteramos
que no estamos diciendo que éstas reivindicaciones inmediatas haya que abandonarlas. Pero si el movimiento
de desocupados quiere proyectarse adelante, no puede quedarse en el reclamo de paliativos para aliviar su
situación sino que debe luchar por soluciones. Y éstas son políticas. El problema es que esa política debe ser
para el conjunto del movimiento. Para que el proceso avance de conjunto, hay que destrabar la doble pinza
que forman el aparatismo y el reivindicativismo semi–clientelista (1).
Los problemas de la recomposición deben ser tomados de conjunto. Tanto los que se desprenden de los
fenómenos aparatistas o del distanciamiento entre la vanguardia y las masas, como de los límites que cada
sector de la recomposición se impone a sí mismo al agitar sus reivindicaciones de modo exclusivo,
ateniéndose a su “programa mínimo”. Las palabras de orden siguen siendo: confluencia, masificación y
politización.

Notas
(1) Fenómenos similares se dan también en las asambleas populares, potenciados en que al ser movimientos menos
coaccionados por una necesidad les faltan muchas veces elementos de cohesión colectiva. Hay que diferenciar aquí la
dinámica de una parte importante de las asambleas del Gran Buenos Aires en las que las reivindicaciones vecinales,
producto del gran avance de la pobreza urbana, provee de elementos de unificación, cosa que no siempre sucede en las
asambleas de Capital o de zonas del GBA en que la presencia dominante de sectores medios dan una impronta distinta,
en la que muchas veces la ausencia de reivindicaciones comunes e inmediatas, le da una dinámica más cercana a una
reunión de militantes o, al revés, a una comisión de fomento barrial.

***

28
Experiencias del Argentinazo
Fábricas ocupadas y recomposición del movimiento obrero
por Isidoro Cruz Bernal, Revista SoB n° 15, septiembre 2003
http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7396

Después del Argentinazo del 2001 se produjo un hecho de enorme importancia para la vida presente y futura
de los trabajadores: con la quiebra de la Argentina capitalista se extendieron un conjunto de empresas
administradas por sus trabajadores. En su conjunto representan una serie de experiencias riquísimas,
contradictorias y desiguales en sus perspectivas políticas y sociales, pero su análisis resulta obligatorio para
la comprensión del proceso abierto en diciembre de 2001.
En los medios de comunicación y, más minoritariamente, en las ciencias sociales y en los ámbitos de la
militancia se habla cotidianamente de las “empresas recuperadas”. Aun reconociendo que las fábricas bajo
gestión obrera presentan rasgos específicos, es nuestra convicción que lo central de estos rasgos solamente
puede ser comprendido en todas sus implicaciones a partir de una visión totalizadora.
Los procesos de administración obrera de empresas son el más reciente tramo del proceso de recomposición
que la clase trabajadora argentina viene transitando hace años (y cuya otra vertiente destacada está
constituida por los movimientos de trabajadores desocupados). Cada una de estas experiencias no puede ser
vista haciendo eje en sus peculiaridades sino, por el contrario, en aquello que las relaciona con otras
experiencias de los trabajadores. Esto quiere decir que los trabajadores que ocupan fábricas no tienen que
pensar y actuar únicamente en función de su supervivencia. Menos aún dejarse convencer por la ideología
dominante de que son una especie de “pequeños empresarios” y que deben concentrar sus esfuerzos en
encontrar su “nicho de mercado”. También tenemos que hacer a un lado la fantasía utópica de hacer la
apología de los “obreros sin patrón”, ya que éstos no podrán sobrevivir a largo plazo sin un cambio social
global.
A pesar que las fábricas ocupadas tienen, necesariamente, que enfrentar su supervivencia material, el eje de
su actividad debe pasar por relacionarse con la mayor cantidad de trabajadores posible, sobre todo con otros
que estén en procesos similares o, más aún, que se encuentren en otro tipo de experiencia (por ejemplo los
movimientos de desocupados o segmentos de trabajadores ocupados en estructuras). Sólo de esta manera
estas experiencias podrán ser de provecho para el proceso de recomposición más general.
Tomada más de conjunto, la recomposición tuvo como marco general dos elementos.
El primero es un contexto de agotamiento de la organización tradicional del movimiento obrero argentino
(aunque el sentido general de las transformaciones operadas tiene origen y alcances internacionales). Hay
que anotar la contradicción manifiesta de que este agotamiento coexiste al mismo tiempo con la
supervivencia de la burocracia sindical, que sin embargo ha atravesado una serie de mutaciones en la que se
equilibran su papel de mediadora de los trabajadores frente al capital y su estado (esto es, su papel de
burocracia obrera más tradicional) con la conversión directa en empresarios de sus cuadros de élite. Visto
desde las bases obreras, la posibilidad de que una parte de la clase empezara a transitar nuevas formas de
organización tuvo su origen en la derrota de la vanguardia obrera de los años 80 a manos del menemismo. De
la combinación de esa derrota con una larga serie de procesos defensivos pero novedosos por su forma de
lucha desde mediados de los 90, surge un proceso de experiencias de lucha, riquísimo en su variedad, que
marca los tiempos de una recomposición de la clase trabajadora. Esta muestra desarrollos desiguales y
contradictorios, como todo proceso vivo, cuyos ritmos están tensados por la combinación del contexto
superexplotador de los 90, el carácter defensivo de los reclamos que coexiste con los métodos ofensivos de
pelea y la aparición de una vanguardia de masas en los sectores que no son trabajadores ocupados plenos
sino en los desocupados y en los trabajadores que ocupan su fuente de trabajo para evitar el desempleo. En
resumen, la recomposición de la clase trabajadora se da marcada por el arrastre de una crisis global de la
Argentina, con una gran destrucción de fuerzas productivas y que, pese al gran avance que significa la
aparición de una vanguardia masiva, aún no logra generar una alternativa creíble para las grandes masas.
El segundo es la ilegitimidad que ha traído consigo el desarrollo de las políticas neoliberales que llevaron a

29
una crisis generalizada de las representaciones políticas y sociales. El punto de inflexión de ello estuvo
marcado por la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre: el Argentinazo. Si bien se habían dado con
anterioridad a esta fecha una serie de procesos de administración de fábricas por sus propios trabajadores,
después de la caída de De la Rúa este proceso pega un salto impresionante. La ilegitimidad de los poderes
públicos, que habían descargado el peso de la crisis sobre los trabajadores mediante ajustes permanentes,
pasa a tener su correlato en los sectores de empresas que estaban cerca de cerrar (estuvieran o no en proceso
de quiebra). El patrón que vaciaba la empresa se volvió tan ilegítimo como los gobernantes.
Sin embargo, los trabajadores que están administrando estas empresas no se las arrebataron a la patronal.
Ésta, en la enorme mayoría de los casos, se había retirado previamente. La reacción de los trabajadores fue
hacerse fuertes en su lugar de trabajo, resistir el desalojo y, posteriormente y con infinidad de obstáculos
políticos y jurídicos, poner en marcha la producción. Como resultado de esto, existen hoy más de 100
empresas, que al ser abandonadas por sus dueños, se hallan en manos de sus trabajadores, en diversas
modalidades de gestión. La mayor parte de ellas en forma cooperativa (Ghelco, Chilavert, Clínica Junín,
Lavalán y otras) a las que se suman dos experiencias distintas, Brukman y Zanón, reivindicando una forma
sui generis de control obrero.
Las dos vertientes notorias de este proceso de recomposición, los movimientos de desocupados y las fábricas
recuperadas, son, a pesar de su importancia, insuficientes para que el proceso de recomposición pegue otro
salto. Para que ello ocurra es de vital importancia de la entrada de conjunto de los trabajadores ocupados en
las grandes estructuras.
Límites y potencialidades
Un elemento a considerar que este proceso de cuestionamiento de hecho a la propiedad capitalista se da en el
contexto de una desocupación de masas, situación antes desconocida para la sociedad argentina y que ha
modificado los parámetros y escalas de valores colectivas.
Inicialmente, cuando la política económico-social del menemismo lanzó a amplios contingentes de
trabajadores al desempleo, la gran mayoría de éstos aceptó paliativos como indemnizaciones o retiros
voluntarios, con la impresión de que su situación de desempleado sería temporal o que con el dinero dado
por su ex-empleador (estatal o privado) podría salir adelante.
La experiencia social acumulada por miles y miles de trabajadores llevó a una comprobación contraria. Los
ex-asalariados se encontraron con la dura realidad de la supervivencia mediante el cuentrapropismo y de la
flexibilización laboral. Sin embargo, la gran mayoría de las víctimas del genocidio social de la década de los
90 pasaron a formar parte de los desempleados estructurales que sobreviven mediante “changas” o planes
sociales.
La existencia de un enorme océano de desocupados ha sido uno de los factores que más ha influido en la
extensión de las fábricas ocupadas y gestionadas por sus trabajadores. La conservación de la fuente de
trabajo permite eludir la muerte social del desempleo. Las fábricas recuperadas aparecen como un límite al
proceso destructivo de los 90. Un aspecto de estos procesos expresa el agotamiento de las contrarreformas
privatizadoras de los 90.
Otra de sus características, que es imposible de dejar de lado, es el hecho de que ninguno de estos procesos
se da en estructuras productivas importantes. Esto sucede tanto en las empresas en que los trabajadores están
claramente dentro de la vanguardia del Argentinazo como, de un modo distinto, allí donde los trabajadores se
han organizado en forma más orientada a la supervivencia. De estos rasgos resulta una combinación de
elementos conservadores y revolucionarios que coexisten a su interior.
Lo conservador podemos localizarlo en la presión de la necesidad, que potenció la ocupación y determina
que estos procesos se encuadren predominantemente en los límites de la supervivencia. Elegimos la palabra
“conservador” no en su sentido usual, sino para remarcar la combinación de un factor objetivo que motoriza
el proceso con una ausencia de avances sustantivos en la conciencia de clase. Las acciones llevadas adelante
por este sector de trabajadores están por delante de su conciencia política global. A todo esto se agrega,
condicionando objetivamente estos procesos, la presión de fuerzas políticas y sociales burguesas que buscan
encorsetar estas experiencias en el camino de la supervivencia, impidiendo que desarrollen todas sus
potencialidades. Una especie de reformismo o de clientelismo de la barbarie capitalista.

30
Lo revolucionario que tienen estos procesos se relaciona con la puesta en cuestión de la propiedad de los
patrones. De allí, resalta en proyección que los empresarios no resultan imprescindibles para la producción,
que el discurso dominante sobre que el capital y el trabajo son factores de la producción que se necesitan
mutuamente es una falsedad y que, para la reproducción de la vida social, el único elemento que no puede
estar ausente son los trabajadores.
La contradicción principal que enfrenta el proceso de fábricas recuperadas en los marcos del Argentinazo
está pautada por esta dialéctica entre los aspectos conservadores y revolucionarios. Depende del progreso de
estas experiencias que puedan proyectar su subjetividad hacia una posición de clase anticapitalista.
Conviene explicitar los otros elementos que intervienen en este proceso, además de la crisis y del
cuestionamiento de la autoridad del capitalista individual, que son el estado y el mercado. Estas dos
estructuras forman la principal vía de reabsorción burguesa de estos procesos, aunque también es verdad que
el papel de cada uno es distinto.
Fábricas ocupadas y mercado
Una gran parte de estas experiencias forma parte del llamado “Movimiento Nacional de Empresas
Recuperadas”, conducido por la Iglesia, el peronismo y, en menor medida, el neoreformismo, y cuyas figuras
públicas son Caro y Abelli. Las fábricas que se enrolan en este movimiento han adoptado la forma de
cooperativa, que supone la adhesión voluntaria y la gestión autónoma de la producción por parte de los
trabajadores a partir de un fondo común. La adopción de la cooperativa plantea que, en cierta medida, las
formas de trabajo pasan a estar regidas por un sistema más igualitario (tanto en la gestión como en la
distribución de productos y utilidades) y que significa un claro progreso comparado con las condiciones que
impone tanto la crisis socio-económica como el régimen laboral existente. Sin embargo, la coexistencia de
las formas cooperativas con el mercado capitalista hace aparecer un brutal contrapeso que se ejerce en contra
de la gestión directa de los trabajadores, que puede llevar a que esas ventajas se esfumen.
Nada de esto está contemplado en el programa del MNER, que levanta las formas cooperativas “en el aire” y
la “autogestión” como un fin en sí mismo, desconectada de cualquier planteo de cambio social global. Todo
un sector de los movimientos de desocupados (los MTD de la Verón y el MTL) reivindica posiciones
similares. Algunos sectores intelectuales ligados a estas experiencias reivindican crear un “subsistema”
interno a la economía capitalista y, a la vez, alternativo a ella. Más allá de la verborragia radicalizada de este
tipo de planteos, en ningún momento sus promotores dejan de ajustarse o someterse a los efectos de conjunto
de la economía capitalista. Estos planteos le están diciendo implícitamente a los trabajadores que el mismo
proceso que ellos llevan adelante es la personificación del cambio social. Dicho en criollo: “no necesitan de
ninguna revolución porque esto que ustedes hacen es ya una revolución”. En cierta forma, no toman a éstos
trabajadores en tanto trabajadores sino que los toman como si fueran pequeños empresarios. Para los
planteos “autogestionarios” o “autonomistas”, la ley del valor, la presión de la competencia y el mercado
capitalista no presentan ningún inconveniente insuperable. O en todo caso, sería algo subsanable a partir de
que los trabajadores de estas empresas se maten trabajando, llegando casi a eliminar el salario. Lo que en
términos marxistas se denomina autoexplotación.
Es decir, el planteo autogestionario (lo mismo que el autonomista) omite una parte importantísima de la
verdad: la soberanía que los trabajadores adquieren al no trabajar para un patrón es expropiada por la
potencia abstracta y cosificadora de las leyes del intercambio de mercaderías, propio de las condiciones
sociales capitalistas. El imperio de la ley del valor se manifiesta en términos tan concretos como la obtención
de materias primas, la determinación del precio de la mercadería producida por el colectivo de trabajadores o
la colocación comercial de lo producido. Todo esto se rige por determinaciones sociales objetivas que
exceden los marcos de las relaciones de producción en la empresa recuperada.
Mediante la presión que introduce la competencia, las modalidades del trabajo se ven obligadas a
modificarse, en primer lugar a través del seguro aumento de la autoexplotación para poder competir con
empresas que disponen de un margen de capital y una capacidad de producción de los que las empresas
administradas por sus trabajadores carecen. Esto, por supuesto, se refleja no sólo en los aspectos económicos
sino también en los tecnológicos y, casi seguramente, en la propia organización interna de los trabajadores
para producir. Aun partiendo de una forma igualitaria y democrática de trabajo, la presión competitiva lleva a
implementar distinciones jerárquicas en el seno de la empresa.

31
Los planteos del MNER se basan en dos experiencias: la fábrica de aluminio IMPA y el frigorífico Yaguané.
Éste último es la empresa cooperativa “estrella” y es, de hecho, uno de los frigoríficos más grandes de
Sudamérica. El Yaguané emplea a 450 trabajadores y hace poco obtuvo la cuota Hilton (que le permite
exportar en condiciones ventajosas), por lo que oficia como “efecto demostración” de la viabilidad de la
orientación burguesa que el MNER da a las cooperativas. Pero nada de esto deja de ser precario. Pese a que
el Yaguané hasta ahora parece poder soportar la competencia (cosa que es mucho más difícil para la enorme
mayoría de las cooperativas del MNER, que apenas pasan los 20 trabajadores y carecen de infraestructura
técnica), su transformación en cooperativa administrada por sus trabajadores fue un buen negocio parasu ex
patrón Samid, que transfirió una deuda millonaria a los trabajadores.
Una forma aún peor de resolución es la experiencia de la fábrica de tractores ex-Zanello en Córdoba (hoy
Pauny), en la que los trabajadores no sólo se hicieron cargo de las deudas empresarias sino que se armó una
sociedad anónima en la que los trabajadores son socios junto a un nuevo concesionario y el personal
jerárquico. Es decir, ni siquiera es una cooperativa.
El estado y las fábricas recuperadas
A la presión del mercado y la ley del valor tenemos que agregarle que es el estado capitalista el encargado de
encuadrar social y jurídicamente a las fábricas recuperadas.
En relación a esto, es vital la experiencia y la actitud subjetiva que puedan procesar los trabajadores de esas
experiencias. Porque depende de la orientación que adopten el que la recuperación y administración de
fábricas no se convierta en el prólogo a un retorno de los patrones o a una reprivatización. A largo plazo, el
estado burgués busca darle a estas experiencias un marco cuyo resultado más probable sea el fracaso,
instalando así en la conciencia de los trabajadores de estas fábricas y de toda la sociedad la idea de que el
patrón es irremplazable, que el capitalista cumple una “función social”. A mediano plazo, claro está, la
política del estado se encuentra orientada a la “contención social”, de un modo similar a lo que hace con los
planes sociales.
Un desenlace contrario a los trabajadores está totalmente presente en las experiencias conducidas por el
MNER. El programa de esta organización se limita a plantear la reforma de la ley de quiebras y la creación
de un fondo fiduciario. A partir de que se declara la quiebra, los trabajadores acceden al manejo de la
empresa por dos años. Ésta, sin embargo, está bajo la tutela del juez y del síndico de la quiebra por ese lapso.
Vencido ese plazo, la patronal podría retomar el control de la planta. En los términos de este marco legal, la
única opción alternativa sería que los trabajadores comprasen la planta. Esto coloca a los trabajadores en una
disyuntiva siempre desventajosa: o se resignan a perder la empresa a manos de su antiguo patrón o de
cualquier otro, o entran en la lógica sin salida de la autoexplotación y la presión de la competencia
capitalista.
También aquí el caso de la ex-Zanello vuelve a ser un ejemplo de lo que no es aconsejable seguir. El Banco
de Córdoba (estatal), en los momentos iniciales del emprendimiento, no sólo no cumplió con el papel de
dador de crédito con el que progresistas y peronistas se llenan la boca, sino que cobró la deuda transferida a
los trabajadores en una forma más estricta de lo que lo hacía con los ex dueños.
En contraposición a toda esta perspectiva, los compañeros de Brukman y Zanón han levantado la
reivindicación de la “estatización bajo control obrero”. Este punto de vista busca impedirle al estado burgués
hacerse el desentendido respecto al destino de las fábricas gestionadas por sus trabajadores. Implica
imponerle al estado que garantice, mediante subsidios no reintegrables y la compra de lo producido, que las
experiencias de fábricas administradas por los trabajadores no sean aplastadas por la competencia de los
grandes consorcios capitalistas. Más allá de que creemos correcto este planteo, las experiencias de Zanón y
Brukman deben ser analizadas al interior de los problemas de conjunto que atraviesan los movimientos de
fábricas recuperadas.
A partir de esto, el problema principal pasa a ser si existe la fuerza material, a nivel político y social, para
evitar que el estado burgués le imponga a los trabajadores un cerco por vía político-judicial
Y, en segundo término, de no existir a corto plazo esa posibilidad ¿cuál es la vía para generar condiciones
políticas que la hagan posible? O, en todo caso ¿qué política sería la más adecuada para que las experiencias
de fábricas recuperadas puedan resistir o coexistir frente al estado capitalista al mismo tiempo que luchan por
cambiar la correlación de fuerzas?

32
El marxismo y la cuestión de las cooperativas
Una de las preguntas que es razonable hacerse, respecto a la contraposición polémica entre cooperativa y
control obrero que se ha desarrollado a lo largo del 2002, es si ésta es verdadera y pertinente. Los
compañeros del PTS así lo creen, como lo demuestra un artículo de su periódico La Verdad Obrera (1/7/02)
significativamente titulado “Cooperativas o control obrero”. Tenemos importantes coincidencias con algunos
de sus argumentos, en especial cuando se valora críticamente la incidencia del mercado sobre las empresas
recuperadas. Allí se dice que “el cooperativismo es un proyecto patronal, impulsado hoy desde el estado, por
Chiche Duhalde, Ibarra e intendentes del PJ, responsables de la crisis del país”. Sin embargo, esta definición
correcta en general termina transformándose en algo fijo e inamovible que hace del discurso
anti-cooperativas una constante de la prédica cotidiana del PTS.
Ya hemos señalado los límites de la cooperativa como forma de producción. No obstante, la discusión hoy es
si eso convierte a la forma cooperativa como tal en algo esencialmente reaccionario.
En la recopilación titulada “Escritos latinoamericanos” de Trotsky y otros autores, publicada por el CEIP
(institución impulsada por el PTS) se encuentra un artículo llamado “Las administraciones obreras” (pp.
255-269) escrito por Rodrigo García Treviño. Allí aparece una aproximación distinta al problema de las
cooperativas que creemos esencialmente correcta. García Treviño escribe: “Las cooperativas existentes
dentro del régimen capitalista han sido, como se sabe, materia de amplias discusiones entre los
representativos de las distintas tendencias obreras. Para unos son el ábrete sésamo de la economía colectiva.
Cuando el movimiento cooperativista se haya extendido ampliamente, dicen estas gentes, la humanidad
pasará alegremente por la amplia calzada de las reformas pacíficas del capitalismo al socialismo. No, dicen
otros, las cooperativas dentro del sistema burgués son negativas; constituyen un elemento de degeneración
del proletariado; más aún, son un medio de explotar cruel y despiadamente a los obreros, precisamente a
nombre de su mejoramiento. El marxismo, en cambio, no cae en ninguno de estos dos extremos, igualmente
falsos y nocivos desde el punto de vista revolucionario. Para los marxistas, las cooperativas no son la llave
maestra del socialismo; pero tampoco pueden ni deben desecharse porque sean susceptibles de servir
exactamente para lo contrario de aquéllo para lo que fueron creadas. En la medida en que sirven de elemento
de mejoría, de organización y de entrenamiento técnico de los trabajadores, las cooperativas son auxiliares de
la lucha revolucionaria del proletariado, a condición de que supediten lo transitorio y parcial, que es
precisamente lo que queda dicho, a lo trascendente y general, que no es otra cosa que la lucha por la
transformación del régimen capitalista. Las cooperativas deben quedar supeditadas al movimiento histórico y
revolucionario de la clase obrera, y la lucha en contra de todos los frutos del ambiente capitalista debe ser
llevada al propio seno de las cooperativas, en forma de lucha constante y enérgica contra los inmorales y
traidores que pretenden aprovecharlas para medrar y enriquecerse” (pp. 266-67).
Este texto, rescatado del olvido por los mismos compañeros del PTS, analiza de un modo equilibrado la
naturaleza contradictoria de las formas cooperativas. Ese carácter contradictorio está corporizado en la lucha
entre dos principios de organización social. Uno, materializado en la aparición del “trabajo asociado” (la
expresión es de Marx) que relativiza y pone en cuestión la inevitabilidad del trabajo asalariado. Pero que, por
otro lado, termina desbordado por el contenido objetivo de la parte restante de la economía capitalista como
totalidad. O como escribía el mismo Marx: “el movimiento cooperativo, limitado a las formas enanas, las
únicas que pueden crear con sus propios esfuerzos los esclavos individuales del trabajo asalariado, jamás
podrá transformar la sociedad capitalista. A fin de convertir la producción social en un sistema armónico y
vasto de trabajo cooperativo, son indispensables cambios sociales generales, cambios de las condiciones
generales de la sociedad” (K. Marx, “Instrucciones sobre diversos problemas a los delegados del Consejo
Central provisional”). Las dificultades que entraña esta perspectiva global producían, para Marx, el
fenómeno de que sectores de las clases dominantes, conscientes de las efectos sociales originados en el
sistema social actual, se volviesen “apóstoles del cooperativismo”, cosa que hoy vemos en la Argentina. Pero
esta circunstancia, lejos de invalidar lo anterior, resalta aún más su naturaleza contradictoria.
Por otra parte, que el trabajo asociado pueda aparecer ante los ojos de los explotados, y que quede claro
cómo este contenido se halla imposibilitado de desarrollarse bajo las formas de producción actuales, depende
de una larga y trabajosa lucha política. En consonancia con esto, la Tercera Internacional planteaba la
necesidad de llevar adelante una acción política al interior de las cooperativas, incluso partiendo de una
caracterización muy parecida a la de García Treviño y alertando en contra del divisionismo en el movimiento
cooperativo con la excusa de “posiciones revolucionarias” (ver “Los cuatro primeros congresos de la

33
Internacional Comunista”, tomo 2, Pluma, pp. 145-49). Para Marx, la mejor forma de evitar que las
cooperativas y otras formas de administración obrera fueran aprovechadas por los capitalistas pasaba por su
organización en un movimiento a escala nacional e independiente de la burguesía. Marx valoraba las formas
cooperativas, pero las condicionaba también a que fueran independientes de la burguesía y su estado, como
se ve en la polémica que emprende contra el lasallismo (“Crítica del programa de Gotha”, 1875). Solamente
una iniciativa de escala nacional, que aúne fuerza material y política de clase, puede darle perspectivas de
éxito a estos movimientos.
Si nos colocamos en la manera en que se da en la Argentina la tendencia a la cooperativización de las
empresas recuperadas y a la conciencia con la que los trabajadores atraviesan esta experiencia, que parte del
hecho consumado del vaciamiento de la forma de propiedad capitalista individual y de verse obligados a
hacerse cargo de la empresa, cae de madura la necesidad de intervenir políticamente en el proceso, con las
formas tácticas más adecuadas en cada caso. Las grandes dificultades objetivas o el insuficiente grado de
conciencia de clase de este sector de trabajadores no nos eximen en modo alguno de esta obligación.
Por supuesto, si se comparan las experiencias de Zanón y Brukman con las del reagrupamiento orientado por
Caro saltan a la vista diferencias obvias. El MNER está controlado por una dirección burguesa a la cual no le
interesa impulsar ni una sola de las tareas que, a nuestro parecer, deberían llevar adelante los trabajadores
que administran empresas. Zanón, Brukman y el polo organizado alrededor suyo tienen una orientación
clasista en términos generales. Sin embargo, como ya hemos dicho en otras oportunidades, creemos que los
compañeros del PTS han orientado a este reagrupamiento hacia una política de confrontación sectaria con
otras experiencias de la recomposición. Esta orientación vanguardista no toma en cuenta el gran atraso
subjetivo de la enorme mayoría de los trabajadores de estas experiencias. Y, especialmente durante el 2002,
se dió una confrontación mutuamente aparatista con el PO y la ANT, tratando de dejar establecida una
especie de división de áreas de influencia en la que el PTS quería aparecer conduciendo el proceso de
recomposición en los trabajadores ocupados (1). Esto, más allá de que el BPN-ANT, que había aparecido
después del Argentinazo como el “ala izquierda” del movimiento piquetero, se encerró en una política
corporativa, que pretendía hacer del movimiento de desocupados el único sector de la recomposición, o al
menos el hegemónico. Claro que nada de esto debe impedir reconocer que su orientación clasista en general
y su vinculación con un sector de la izquierda revolucionaria hacen del polo de Zanón y Brukman un sector
claramente más progresivo que las experiencias controladas por el MNER.
¿Control obrero?
La perspectiva de control obrero tiene un costado totalmente correcto. La reivindicación de los subsidios o de
la compra de la producción supone una alteración respecto a la ley del valor. Implica una acción en la que la
esfera de influencia de esta ley se contrae (sin anularse) debido a una presión política de la clase explotada.
Restricción análoga a la que trae consigo la estructuración del capitalismo desarrollado a través de
monopolios o al manejo de los precios por parte de un estado burgués cualquiera (aunque en este caso de
sentido opuesto y contenido político reaccionario). Naturalmente el triunfo que implica una situación de este
tipo es, por definición, transitorio. Solamente sería posible consolidarlo con una victoria completa de la clase
obrera.
Pero, por otra parte, la orientación de control obrero con la que se han definido estas experiencias de
Brukman y Zanón no deja de ser problemática. En vista de ello, las calificamos de control obrero “sui
generis” al principio de este artículo. Tanto en Zanón como en Brukman no tenían a quién controlar, ya que
la situación que el control obrero describe supone que la propiedad del capital sigue vigente al interior de la
empresa. En estas dos fábricas, durante el 2002, la patronal estaba afuera, buscando volver a través de jueces,
policías y un complejo juego de contrapesos y presiones políticas. En estas dos experiencias no hubo dos
poderes contrapuestos en pugna. O, en todo caso, estos elementos de dualidad están visiblemente cambiados,
ya que ésta no se expresa al interior de las relaciones de producción.
Mención aparte debe hacerse de la experiencia de los mineros de Río Turbio que consiguieron la
reestatización de la empresa. En este caso, si se pudiera producirse un nuevo avance que relanzara la
experiencia, podría progresarse hacia una situación más “clásica” de control obrero. No podemos ahora
hacernos cargo de teorizar esta rica experiencia obrera, que presenta diferencias importantes respecto a este
conjunto. Pero esperamos hacerlo próximamente.
Las experiencias de control obrero vividas por el movimiento obrero argentino en los 70 fueron distintas,

34
más “clásicas”. El control obrero fue producto de una situación episódica en el marco de un conflicto duro o,
como en el caso de la papelera Mancuso y Rossi, se estableció una forma de control obrero sobre la patronal
(apoyada por el estado) como producto de una relación de fuerzas determinada. Aquí estamos ante un
problema distinto. No se trata de controlar lo que hace la patronal, cristalizando “institucionalmente” un
poder de los trabajadores al interior de la empresa, sino de una situación en la que una parte minoritaria pero
significativa de la clase trabajadora esta manejando una serie de empresas y en la que tendría que cumplir el
papel de gestión, proyección futura de la producción y su comercialización, aparentemente con la misma
libertad y disponibilidad en el tiempo como la que tendría un empresario. Esta situación es la que engendra
todas las ideologías de “subsistemas” o “microemprendimientos” con que se quiere engañar a los
trabajadores.
Trotsky distingue dos situaciones o “modelos” para el análisis del control obrero (ver “A propósito del
control obrero sobre la producción” en Control obrero, consejos obreros, autogestión, Ernest Mandel
(comp.), La Ciudad Futura, 1973). La primera está conformada por una extensión del control obrero en
muchas fábricas. Existe de hecho (no jurídicamente) un esquema de dualidad de poder entre patrones y
obreros que es contemporáneo de una crisis capitalista generalizada y de una semi-dislocación del estado
burgués. Esta es una situación transitoria en la que o la clase trabajadora toma el poder o es derrotada por la
burguesía y se restaura el orden. Evidentemente los compañeros del PTS no usan la consigna para referirse a
una situación de este tipo.
La segunda variante que plantea Trotsky para desarrollar la consigna de control obrero es en el marco de una
situación no revolucionaria. No está planteado el problema del poder o, en palabras de Trotsky, “el control
obrero sobre la producción puede preceder considerablemente a la dualidad de poder político en el país”.
Trotsky se concentra en la situación alemana anterior al triunfo del nazismo y plantea a la lucha por el
control obrero como un movimiento defensivo frente al auge fascista, que a la vez incluía una proyección
ofensiva posterior. Cabe aclarar que Trotsky planteaba esta política en función del frente único obrero,
basado en el movimiento obrero más importante de Occidente y en los dos partidos de masas de la clase
obrera: socialdemócratas y comunistas. Esta precisión no es caprichosa, ya que la situación actual del
movimiento obrero argentino e internacional es la opuesta. Viene de dos décadas de derrota y necesariamente
tiene que ser refundado sobre nuevas bases.
En este punto se hace necesario hacer una discriminación conceptual. Una cosa es que el concepto que
implica el control obrero no sea adecuado como descripción de los procesos reales en este sector de la
recomposición. Otra cosa es la proposición del control obrero como política para la situación actual de todo
el movimiento de la clase trabajadora. Si bien es perfectamente legítimo plantear esto, creemos que tomar
esta perspectiva para una orientación de conjunto es equivocado.
El planteo del PTS en “Cooperativas o control obrero” se adecua a una situación en la que la reivindicación
de control obrero no es todavía correlativa al problema del poder. Allí se escribe: “El control obrero es un
punto de partida para luchar por la nacionalización y planificación del conjunto de la rama industrial”. Aquí
caben dos posibilidades: o es un planteo puramente propagandístico o, por el contrario, se quiere decir que, a
partir de la existencia de Zanón administrada por sus propios trabajadores podría plantearse la
nacionalización del conjunto de la industria de la cerámica o de la industria textil, en el caso que se hubiera
mantenido Brukman manejada por sus obreros, lo que nos parece fuera de discusión (y de proporción).
Incluso, en una situación como la del 2002, en la que solamente dos fábricas en ramas de producción
distintas reivindican la política de control obrero, esto puede tener un matiz corporativo. Corresponde
evaluar cuidadosamente este tipo de reivindicaciones porque puede ocurrir lo mismo que con los
movimientos de desocupados con relación a ciertos sectores atrasados de la sociedad: su lucha puede ser
visualizada como dirigida a vivir a costa del conjunto de la sociedad (los desocupados a partir de los planes,
los trabajadores que ocupan fábricas a través de subsidios o de la estatización). El hilo conductor, más allá de
las tácticas, debe partir de intentar postularse como representante general de los intereses de la mayoría de
los oprimidos. Esto es válido para la lucha de cada uno de los sectores de la recomposición y, más aún, para
la lucha de conjunto de todos ellos.
La misma restricción a la ley del valor que correctamente han planteado Zanón y Brukman ¿cómo es posible
imponérsela al estado burgués? La solitaria estatización de Zanón en Neuquén, llevada adelante a través de
recolección de firmas, que por más consenso social que reflejen hacia una lucha justa no conforma una

35
fuerza material que pueda imponerle una solución al orden existente. Las experiencias más avanzadas, como
Zanón, pueden y deben darse una política para influenciar al conjunto de las experiencias de las fábricas
recuperadas y otros sectores de trabajadores, para levantar estas reivindicaciones. Es muy probable que los
compañeros del PTS nos planteen que eso es lo que hicieron al formar la Coordinadora del Alto Valle. Pero
creemos que ésta, sin dejar de tener elementos valiosos como experiencia, se ha limitado a ser un mero
comité de apoyo a Zanón.
Haciendo un examen objetivo, si abstraemos las diferencias en lo político, en lo que se refiere a las formas de
producción, necesariamente transitorias, de estas experiencias, no hay una diferencia cualitativa entre el polo
Brukman-Zanón y las otras fábricas recuperadas que adoptaron el marco limitado de la cooperativa. El factor
que hace diferencia es el político, la perspectiva globalmente más correcta de Brukman y Zanón. Pero la
ubicación concreta de estas dos experiencias en las relaciones de producción no las convierte en nada distinto
a formas de trabajo asociado sobre las cuales la competencia capitalista introduce una presión disgregadora.
Su realidad cotidiana no es, básicamente, distinta a la de otras empresas recuperadas. Y tampoco lo son las
presiones “desde abajo” que recibe, a partir de la presión coactiva de la necesidad. Las resoluciones del 3º
Encuentro de fábricas ocupadas, centradas en la formación de una cadena de comercialización, son una clara
evidencia de esto. También lo es el hecho de que en ese encuentro se priorizó la alianza con Supermercado
Tigre, que defiende una perspectiva política bastante distinta Lógicamente, no tenemos nada en contra de
aliarse con esa cooperativa, pero sí nos parece equivocado haber privilegiado ese acuerdo a la vez que se
mantiene un “cordón sanitario” alrededor de Zanón sin intervenir de conjunto en la recomposición.
Para analizar esta realidad reacia a entrar en esquemas preconcebidos ensayamos, para referirnos a Brukman
y a Zanón, la denominación de “cooperativas rojas”. Definición que intentaba aprehender estas experiencias
dentro de un marco global, al mismo tiempo que permitía discriminar entre sus continuidades y sus
diferencias con el conjunto de las experiencias de este sector de la recomposición. En términos generales, no
está en la experiencia de Zanón y Brukman, resolver, libradas a su dinámica espontánea, el problema de la
recomposición. No constituyen la base de un nuevo movimiento obrero sino, en todo caso, una experiencia a
tomar. Solamente un giro más global en la lucha de clases podrá modificar su actual naturaleza.
Por una salida global
Para las clases populares, el problema del trabajo adquiere el estatuto de problema central. Éste sigue siendo
el principal modo de articulación social, comprobación que dista de ser ajena a la clase dominante, que ha
llevado adelante toda la actual política de contención. La reivindicación de “trabajo para todos” resume el
problema de los problemas para la clase trabajadora. Sin embargo, esto debe entenderse en dos sentidos. La
reivindicación conserva el mismo sentido general para toda la clase trabajadora, pero adquiere
especificidades a partir de su actual heterogeneidad. La reivindicación de “trabajo para todos” adquiere un
sentido absoluto, por ejemplo, para los movimientos de desocupados, que deben orientarse a superar la
supervivencia mediante los planes. La segunda cuestión es que “trabajo para todos” es trabajo genuino (2), es
decir trabajo productivo en las estructuras existentes; lo opuesto a los sucedáneos planteados por el estado
burgués (sean microemprendimientos o fuerza laboral de segunda para bajar más el piso salarial).
Lo que de esto resulta es que, teniendo en cuenta esa heterogeneidad, es decisivo reafirmar lo que tiende a
perderse en la práctica cotidiana: una perspectiva global que articule esta complejidad en una salida obrera a
la crisis de la Argentina capitalista. La tendencia espontánea de los trabajadores (e incluso, aunque en menor
medida, de la vanguardia obrera y de las organizaciones revolucionarias) es a avanzar por el terreno
conocido. Es decir, el de su situación particular en la estructura social. Esto es lo que en la historia del
movimiento obrero se conoce como sindicalismo, cuya esencia del sindicalismo es no hacerse cargo de la
problemática global.
En ese sentido, las experiencias como Zanón y Brukman, con todo su valor, no han podido superar una
variante radicalizada de sindicalismo. Su política durante el 2002, además de haber sido instrumentalizada
por el PTS en una competencia aparatista con el BPN, siempre se conservó dentro de los parámetros del
sindicalismo, como ya hemos señalado con relación a la manera de levantar la “estatización con control
obrero”. Naturalmente, los complejos problemas de un proceso como el que aquí se desarrolla no han sido
todavía resueltos por ninguna corriente. Lo que le criticamos a los compañeros del PTS es que no reflexionan
sobre estos límites, sino que construyen una argumentación que es un mero justificativo apologético de su
práctica.

36
Precisamente, lo que se impone es un esfuerzo de parte de la vanguardia obrera y popular para repensar,
criticar y superar lo que de corporativo tienen nuestras prácticas en lo político y social, que deriva de la
dialéctica entre los costados populares y movimientistas del proceso y su todavía rezagado costado político y
organizativo de signo socialista revolucionario. Es la parte más difícil de la lucha porque implica ir a
contramano de la tendencia espontánea de los explotados. Esto se expresa dentro de las fábricas recuperadas
en la tendencia de los trabajadores a aferrarse a la cooperativa como tabla de salvación. Por supuesto que es
obligatorio para un marxista plantearlos límites de esa salida. Pero se debe tener en cuenta que la raíz
material de esa opción se encuentra en que los trabajadores tienden a sobrevivir siguiendo las pautas de la
sociedad tal como la conocen. Hay que hacer un esfuerzo de escuchar sus razones. Sobre todo porque allí
vamos a encontrar los elementos en los que apoyarnos para que progresen en su experiencia y puedan
superarla en vista a una salida global (3). Volvemos a remarcar la importancia que tiene para eso el ingreso al
proceso de recomposición de los trabajadores ocupados. El eje estratégico de la recomposición pasa por la
unidad de clase.

Notas
1) Es posible que a partir de esta competencia política, y también para reformular de un modo un poco más clasista su
perfil demasiado centrado en desocupados, el PO haya impulsado acciones sin mucha base social y con una repercusión
acotada a una parte de la vanguardia, como fue la ocupación de la fábrica de fideos Sasetru en Avellaneda. Este proceso,
al revés del de Zanón, tiene un componente de artificialidad debido a que la fábrica llevaba años cerrada y, ante la
escasa composición de ex trabajadores de la planta que se sumaron a la ocupación, la fuerza motriz de este proceso son
los desocupados del Polo Obrero. De todos modos, más allá de estas reservas, una vez iniciada la acción, la obligación
de todo socialista revolucionario es apoyarla.
2) Para comprender correctamente el tema del “trabajo genuino” puede ser útil confrontar con un exabrupto aparecido
en “La Verdad Obrera” (21/5/03). Entregado a un frenesí autoproclamatorio, Jorge Sanmartino escribe criticando a
varias corrientes de desocupados: “el PTS ha tenido una influencia decisiva para lograr lo que no logró ninguna de las
corrientes piqueteras como el Polo, el MTL o la FTC: que los desocupados logren conseguir trabajo genuino. Tanto en
Zanón como en Brukman se llevó a la práctica el programa de trabajo para todos, se organizó una escuela de oficios y
en Zanón se incorporó a nuevos trabajadores”. Que los ceramistas de Zanón hayan incorporado algunos miembros de
los movimientos de desocupados de la zona es un gesto político acertado, además del significado que pueda tener en lo
humano. Pero más allá de la obviedad de decir que eso no soluciona nada del problema, está el hecho de que los obreros
de Zanón controlan una fábrica, ventaja de la que no dispone ningún movimiento de desocupados. Por otra parte, la
reivindicación de “trabajo genuino” tiene el sentido de orientar la lucha de los explotados y oprimidos en unidad de
clase contra el enemigo común. Es decir, los puestos de trabajo productivo, genuino, que se consigan, pocos o muchos,
serán obtenidos mediante la lucha de clases. Más allá de lo reivindicativo inmediato, tendrán un valor político en
función de que sean arrancados a la clase capitalista. Los puestos que puedan dar los obreros de Zanón los honran como
luchadores y son un gesto político correcto, pero tienen poco que ver con la lucha por “trabajo genuino”, que no se
resuelve políticamente a partir de que los trabajadores que ocupan una fábrica cedan los puestos de trabajo que puedan.
Se trata de que la reivindicación de “trabajo genuino” pueda contribuir a orientar políticamente la práctica cotidiana de
la clase.
3) El punto de vista que tiene que guiar nuestra orientación es la de cerrar las brechas que el sistema recrea
constantemente entre los trabajadores. Para no extenderme en las consideraciones que el tema exigiría y ciñéndome al
sector de trabajadores que este artículo toma, es muy importante considerar el tema de la seguridad social. Los
trabajadores de las fábricas recuperadas son “autónomos” y están sujetos al régimen de monotributo. El otro costado de
esto es la precarización y el trabajo “en negro”.
***

37
El Frente de Trabajadores Combativos
Por Roberto Sáenz, Revista SoB n° 14, marzo de 2003
http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7391

FTC: Una experiencia que busca ser distinta


Se trata de una experiencia riquísima, probablemente una de las más dinámicas -en esta coyuntura- de los
movimientos de trabajadores desocupados. Sin embargo hay que ser conscientes que cuando se trata de una
organización “de masas” que agrupa a miles de compañeros, como es el caso del FTC, las presiones y
situaciones contradictorias son inmensas.
Hay que partir de la definición de qué es el FTC para ir desde allí a los problemas de su orientación.
¿Adónde quiere llegar el FTC? ¿Qué batallas políticas están planteadas en su seno? La respuesta a estas
cuestiones es doblemente importante. Es que estamos transitando un momento del argentinazo en que la
burguesía está haciendo el intento de aislar a los movimientos piqueteros del resto de la clase trabajadora. Y,
lamentablemente, la orientación de la mayoría de las direcciones de estos movimientos le está haciendo el
juego a esa tentativa. Por el contrario, hoy de lo que se trata perentoriamente es de ir a un escalón superior
tanto reivindicativo como político, que efectivice la unidad de clase de los desocupados con los trabajadores
ocupados, Y, desde esa unidad, dirigirse al resto de la sociedad explotada y oprimida.
¿Qué es el FTC?
Debemos partir de interrogarnos acerca de la experiencia que se está transitando y de qué tipo de
organización se está construyendo. Ésta no es una cuestión menor y hasta ahora desde ninguna de las
corrientes del movimiento de trabajadores desocupados se ha trabajado para responderla, ya que en su
mayoría soslayan o esconden la cuestión. Lo que no ocurre solamente en el ámbito de trabajadores
desocupados, sino que igual sayo le cabe a las experiencias de ocupaciones de fábricas y otras.
Creemos que la definición más precisa debe tener en cuenta “dos caras”: desde el punto de vista político y
desde el punto de vista reivindicativo. Dos caras que no son sólo complementarias, sino
también contradictorias.
Desde el punto de vista “político” el FTC es un movimiento de trabajadores desocupados de lucha, en la
medida que la pelea es el medio de acción principal para obtener sus reivindicaciones. Esto no está de más
decirlo porque hay organizaciones que tienen otros medios principales para obtener sus cosas: las
negociaciones permanentes con la patronal (el caso de las viejas burocracias), el ámbito parlamentario, el
ámbito directamente de subordinación institucional a la negociación con el Estado (los consejos consultivos
de la CCC y CTA, las ONGs), etc.
Esa experiencia de lucha, común a la mayoría de los movimientos, es riquísima: es un aporte al conjunto del
movimiento de los trabajadores el que un sector de ellos se plante y haya desarrollado un aprendizaje y una
experiencia de pelea de enorme importancia ante el eventual desarrollo de una mayor polarización de la
lucha de clases. De más está remarcar la importancia que tiene para cualquier organización de la izquierda el
ser parte y aprender de esta experiencia de lucha militante.
Al mismo tiempo, es un movimiento “reivindicativo” en la medida en que agrupa a sus integrantes -por lo
menos de manera inicial- alrededor de un ámbito donde poder satisfacer sus necesidades más
inmediatas: responder al problema del hambre que amenaza a millones de trabajadores.
Sin embargo, el carácter de lucha o combativo no agota y no podría agotar el carácter del FTC. Es al mismo
tiempo que esto un movimiento político o tiende a serlo: el FTC adquiere elementos de un programa que van
mucho más allá de lo reivindicativo y de la mera lucha. Se define comoanticapitalista: esto es, apunta a un
cambio radical de la sociedad, y esto solo se puede hacer mediante la lucha política. Por ejemplo, participa
de movilizaciones que no tienen objetivos reivindicativos inmediatos, sino directamente políticos.
Sin embargo, en su construcción efectiva, el FTC es todavía más reivindicativo-político que
político-reivindicativo, que es lo que está planteado lograr. No es una diferencia menor: es necesaria una
“tensión”, un “inclinar la vara” para que se transforme verdaderamente (sin perder su carácter

38
reivindicativo de lucha) en un movimiento político revolucionario.
Una “cooperativa” de reparto y micro producción
Al mismo tiempo, el FTC tienen necesariamente otra cara, dadas las constricciones a las que está sometida:
es también una “cooperativa de distribución” de lo obtenido mediante la lucha. Y de producción en pequeña
escala de micro emprendimientos.
Esta cara hace a las limitaciones materiales del movimiento. Porque, lamentablemente, los trabajadores sin
trabajo y sin fuerzas productivas considerables en sus manos están desposeídos de la palanca esencial para la
transformación social.
Esta “cooperativa” de distribución y pequeña producción que es el FTC, para nosotros –a diferencia de la
Aníbal Verón o el MTL- no es una virtud: es producto de la necesidad. Lo que hay de virtud acá es el hecho
riquísimo de la reconstrucción de los vínculos solidarios, de la jerarquización de la mujer, etc. Pero esta
construcción de “solidaridades” no debe confundir. En lo que atañe al debate estratégico en la vanguardia
hoy, el FTC no puede estar por la utopía reaccionaria de la construcción de relaciones sociales “paralelas”, de
“economías alternativas” que se piense que puedan significar bases materiales para la emancipación de los
trabajadores, mientras se deja las principales palancas de las fuerzas productivas en manos de los
capitalistas.
Esta realidad del FTC lleva directamente a otra cuestión: en el marco de las constricciones señaladas, ¿cuáles
pueden ser los mejores criterios para repartir lo poco que se obtiene con la lucha?
Como decíamos, esta cuestión es una de las más soslayadas en el debate de la izquierda y los movimientos.
En general, nadie da cuenta de las contradicciones que atraviesan las experiencias que estamos recorriendo
bajo la presión de la aguda necesidad: la “distribución de la miseria” en el caso de los movimientos de
trabajadores desocupados, el inevitable “imperio de la ley del valor” en el caso de las ocupaciones de
fábrica. La resultante del soslayar estos problemas se “resuelve”, muchas veces, por la vía de criterios
burocráticos y de aparato.
Para esta discusión tenemos algunos parámetros en nuestra tradición. Desde otro lugar y enfrentando otros
problemas, Karl Marx dejó criterios en lo que hace a esta discusión, y en las experiencias de la Revolución
Rusa o la de España, se tendieron a plantear problemas similares.
Porque en la cuestión del desarrollo de una perspectiva de transformación social y de otras practicas de los
movimientos de trabajadores, estuvo siempre presente el problema de la presión de la necesidad y de los
problemas que sobre esta base se dan de “lucha de todos contra todos”, de “vuelta al viejo caos“, cuando
incluso en el caso de un gobierno de los trabajadores no le quede más remedio que dedicarse a administrar
la miseria.
La “cooperativa” que es el FTC en su práctica cotidiana lo que logra es colocar a una escala superior la
inevitable “pelea de todos contra todos”. La saca del compañero individual, pero la lleva al nivel de la
relación entre asamblea y asamblea.
Difícilmente podría ser de otra manera, en las condiciones de un movimiento que -hasta ahora- no ha logrado
obtener mas que planes Trabajar, alimentos y ha puesto en marcha una serie de huertas y comedores
populares. Por esto mismo se debe aspirar a más: a puestos de trabajo genuinos.
Los criterios en relación al reparto de lo obtenido han marcado de hecho los distintos periodos por los que ha
pasado el FTC. Un primer momento, más “político”, casi sin planes ni bolsas ni nada para repartir. Y un
segundo momento de “masificación”, muy progresivo pero que –al mismo tiempo- introdujo profundas
contradicciones. La masificación del FTC le ha dado una fuerza que no tenía, una potencialidad que le
permite comenzar a pelear por una correcta orientación de “unidad de clase” entre los trabajadores.
Pero al mismo tiempo, se incorporan elementos ideológicos “luchistas”, “piqueteros”, en cierta manera
despolitizantes y no de clase, no solidarios. Criterios que se resumen en algo así como “el que no se moviliza
no come”.
El éxito de la masificación incorpora el peligro de seguir creciendo por la “vía regia” de los planes, lo que
multiplica problemas como producto inevitable de las tensiones acumuladas, de las sordas peleas apolíticas
por el reparto. Esta distorsión “luchista” del movimiento puede dar lugar al desarrollo de los peores rasgos

39
del mismo: a cierto “clientelismo burocrático” donde el compañero no participa de lucha o de la
movilización con una cuota incrementada de conciencia en su cabeza, sino simplemente forzado por las
circunstancias. Esto es un grave error que tiende a educar en un sentido equivocado a los compañeros.
Por último, hay un tercer período en el que se está entrando ahora: el del giro en la orientación del FTC,
transformado ya “en un movimiento de masas” y buscando realmente aportar a un salto en calidad en el
argentinazo, elevándose realmente a la, durísima lucha política por “trabajo genuino”, por lograr progresos
en la unidad de clase y por funcionar con un criterio más político, más de clase, menos “piquetero” en su
actividad, que ponga a los trabajadores en mejores condiciones para poder apropiarse de las fuerzas
productivas del trabajo social.
Pequeña propiedad vs. expropiación de los principales medios de producción
Hemos mencionado los problemas de la orientación “luchista”. Nos interesa ahora polemizar con las
orientaciones que embellecen la puesta en marcha de micro emprendimientos.
Somos críticos de aquellos que promueven la pequeña propiedad como salida frente a la crisis del
capitalismo. En muchos casos los movimientos desarrollan panaderías, huertas, confección de calzado, etc.,
pero creemos que esto debe ser visto como producto de la necesidad, que no debe ser transformado en
estrategia
La “Aníbal Verón” es la que más consecuentemente ha teorizado esta posición. Pero esto se hace extensivo a
los “emprendimientos productivos” que defiende el MTL, o a la aspiración de Luis Zamora de llenar el país
de “pequeños productores” (1).
Tomamos la cita de un debate entre miembros del MTD y el intelectual británico John Holloway: “Hay un
debate muy grande (…) una de las cuestiones que más discutimos es lo que llaman ‘trabajo genuino’. Así le
llaman a las posibilidades que se han abierto a partir de que el gobernador de la provincia (Neuquén) ha
hecho acuerdos con las petroleras para que incorporen algunos nuevos puestos. La propuesta de estos
movimientos es la reconstrucción de los sindicatos, la apertura de nuevas fuentes de trabajo, la inversión en
obras publicas. Nosotros lo que planteamos es que se trata de tener ‘trabajo digno’, y esto es incompatible
con la explotación, con el sometimiento del trabajo al patrón, con el robo que esto implica, con el control de
los horarios. Es un debate muy rico que está abierto. Y que nos ha hecho a nosotros avanzar en la idea del
‘trabajo autónomo’, es decir, el de quienes nos decidimos a trabajar por nuestra propia cuenta” (2).
El FTC debe plantear una estrategia opuesta: la perspectiva del trabajo productivo genuino, la perspectiva
de la propiedad social de los grandes medios de producción, expropiándoselos al capitalismo. Porque lo que
propone el compañero del MTD (bajo el eufemismo de trabajo “digno”) significa aceptar un paso atrás, un
retroceso en relación a las relaciones sociales y al desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo. Se
necesita lo contrario: dar un paso adelante, construir nuevas relaciones sociales sin explotación y opresión
mediante la apropiación -por parte de la clase trabajadora unificada- de las principales fuerzas productivas
del trabajo social, y mediante el desarrollo de tales fuerzas productivas.
Y esto pasa por entender que no hay “trabajo digno” que valga por fuera de la expropiación de las principales
fuerzas productivas. “Trabajo genuino” es verdadero trabajo productivo que apunte a desarrollar estas
mismas fuerzas, y no aceptar la producción de zapatillas de manera “improductiva”, “autoexplotándonos” en
pequeños talleres, mientras les dejamos a los grandes burgueses la explotación del trabajo productivo en las
grandes fábricas.
Con el agravante de que se crea una nueva separación y aislamiento entre los trabajadores “dignos”, que se
han “elevado” a esa comprensión, y todo el resto de la clase trabajadora, que no está en condiciones de
renunciar al “indigno” trabajo asalariado en las empresas capitalistas.

La práctica del movimiento como base material para su politización


Un “movimiento de masas” no tiene las mismas leyes de politización que un partido de propaganda o de
vanguardia. Sus leyes son otras: incluye elementos como los pañuelos, cierta simbología, las banderas, los
cantitos y sobre todo su práctica cotidiana: esto es lo que sienta las bases materiales de la politización. La
politización que se produce al calor de una practica limitada es entonces tambiénlimitada. No se puede

40
politizar sólo con cursos a un movimiento de masas (aunque, obviamente, éstos son fundamentales): nunca
se podrá llegar a todos. Y sobre todo no se puede politizar a un movimiento –menos en su sentido clasista y
anticapitalista como se pretende en relación al FTC- sobre la base estrecha y no de clase de la pelea sólo por
los planes Trabajar, por la bolsa de comida y por el reclamo al Estado.
En este sentido, el giro efectivo hacia la pelea por trabajo genuino, hacia el diálogo con los trabajadores
ocupados y la unidad de clase, hacia proyectarse políticamente hacia el resto de la sociedad, el desarrollo de
una actividad cotidiana en este sentido, es la condición material que sienta las únicas bases posibles para dar
un paso adelante en la efectiva politización del movimiento.
En esto podemos seguir un análisis de León Trotsky que, aunque referido a un tema diferente, sirve para el
problema que estamos señalando: la importancia de determinadas en el desarrollo ulterior de la conciencia
social y política, cuando se trata de un movimiento de masas.
“La ceremonia religiosa esclaviza a todos los trabajadores, incluso de poca o ninguna creencia religiosa, en
tres grandes momentos de la vida del hombre: nacimiento, enlace y muerte (…) ¿Cómo podemos
combatirlos? La superstición (…) debe, por supuesto, ser atacada por medio de una crítica racional y una
actitud realista y atea frente a la naturaleza y sus fuerzas. Pero la cuestión de una propaganda científica y
critica no agota el problema (…) Los argumentos sólo funcionan a nivel del pensamiento. Las ceremonias
espectaculares, en cambio, actúan sobre los sentidos y la imaginación (…) De ahí que en los círculos
comunistas haya surgido la necesidad de reemplazar las viejas prácticas por nuevas formas, por nuevos
símbolos(…) la creación de nuevas formas de vida” (3).
Un giro en la orientación del FTC
Las condiciones objetivas y subjetivas están maduras para dar un giro en la orientación del FTC. La pelea
por las bolsas de comida y los planes no puede ser más la actividad central de los movimientos de
trabajadores desocupados. Por esta perspectiva van a un estallido. sería quedarse por detrás de las
necesidades y de las posibilidades. Porque hay un cambio real en la economía: como producto de la
devaluación, la acumulación del capital se tiende a organizar de una manera distinta y esto hace que haya
cierta reapertura de fuentes de trabajo. Esto no quiere decir que vayamos a una recuperación global de la
economía, pero es un hecho el restablecimiento de algunas ramas de la producción. Hay ofertas de trabajo
concretas. Esto es lo que el FTC debe aprovechar para levantar la puntería en sus reivindicaciones, para dar
pasos efectivos en concretar elementos de unidad de clase.
El FTC debe tomar cotidianamente en sus manos la lucha por trabajo genuino: debe abrir un sendero en este
terreno. Esto es lo que se necesita para responder -en esta coyuntura- a los crecientes ataques de la burguesía
a los movimientos: con unidad de clase y no con vanguardismo, como hacen otras organizaciones del resto
del Bloque Piquetero. Pero también por una necesidad estratégica: la necesidad de la unidad de la clase
trabajadora argentina, la necesidad de llevar el fermento revolucionario y de lucha de los movimientos
hacia los ocupados para lograr una síntesis superior, de unificación de toda la clase trabajadora.
Porque las consecuencias de la división entre trabajadores ocupados y desocupados tiene graves antecedentes
históricos. La revolución de 1848 en Francia fue derrotada porque esta unidad de clase no se logró, y porque
las corrientes de izquierda de aquella época no vieron la necesidad de esta unidad.
Sobre esa experiencia decía Arthur Rosenberg: “Así como la unidad de los obreros y los campesinos no es
evidente y automática por sí misma, sino que debe ponerse en práctica, por el contrario, a través de una
laboriosa unidad política, así la armonía entre los obreros de la ciudad no es tampoco una realidad natural
garantizada de una buena vez. Cuando crece la desocupación, se produce una divergencia de consenso y de
intereses entre los obreros de las fábricas y los que están fuera de ellas. El partido socialista democrático
francés tenía una unión seria con los obreros de las industrias, a causa de las actividades de Louis Blanc, pero
dejó escapar a los desocupados; ¡y realmente la democracia socialista oficial no tuvo la culpa de que los
obreros de las fábricas nacionales libraran, después, la batalla de junio contra el capitalismo!” (4). Esto
es, por falta de unidad de clase, los trabajadores desocupados libraron solos la batalla revolucionaria de
junio del ’48 en París… y fueron aplastados.
Movimiento y partidos
Desde el punto de vista de los partidos, el FTC también contiene un cierto frente único de corrientes

41
políticas revolucionarias o de cuadros de determinadas corrientes políticas.
La relación entre el FTC y estos partidos es compleja, pero no tan conflictiva como parecería a primera vista.
A diferencia de otras experiencias (como el Polo Obrero, y ni que hablar del Movimiento Teresa Vive) el
FTC nació realmente desde abajo y no desde arriba. Esto quiere decir que en este caso no es una “colateral”
(de las que no estamos -en general- en contra) ni una construcción de aparato, sino quese trata de una
organización independiente genuina que tiene, en gran medida, su propia dirección y sus propios organismos.
Sin embargo, al mismo tiempo, se halla en estrecha relación con los partidos o corrientes políticas que actúan
en su seno, y que –a nuestro entender- para el FTC esta relación es de “vida o muerte” para su propio
desarrollo. Esto desde dos ángulos: los partidos o grupos políticos militamos e influenciamos desde el
interior del FTC. Y también –en cierto modo- desde su dirección. Esto es: militamos, dirigimos e
influenciamos tratando de contrapesar las tendencias más despolitizantes en la construcción del FTC. Esto
hace que la relación entre el FTC y sus corrientes políticas sea muy estrecha.
Esta construcción nos parece, en relación a las “populistas” y las “aparatistas”, más sana, más
“socialista”. Las populistas están caracterizadas por la demagogia anti partido y por la estrechez a de sus
perspectivas. La construcción de aparatos no puede zafar del mecanismo anti socialista de que el compañero
entra al Polo Obrero o al Teresa Vive y no sabe que en realidad está entrando “sin conciencia” alguna al
PO o al MST.
Esta articulación del FTC y los partidos es –entonces- una expresión creativa y original del argentinazo y un
humilde aporte a la experiencia y teoría de los problemas de organización de los trabajadores.

Notas
(1) Como es sabido, la discusión acerca de la propiedad privada, las cooperativas y la expropiación de los medios de
producción en su conjunto, ha jalonado la historia del movimiento obrero desde sus inicios. Parte de este debate ha sido
la polémica de Marx con Proudhon, lo mismo que las discusiones que jalonaron los congresos de la 1° Internacional.
(2) “La hipótesis 891”. MTD de Solano y Colectivo Situaciones. Ediciones de Mano en Mano, 2002, p. 247.
(3) León Trotsky, “Problemas de la vida cotidiana”, p. 48.
(4) Arthur Rosenberg, “Democracia y Socialismo”, Cuadernos de Pasado y Presente, 1981, p. 142.

***

42
A 10 años del Argentinazo
Por Luis Paredes, Revista SoB n°26, febrero 2012
http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7406

“-Hace dos años, a raíz del avance de la izquierda en los gremios, usted dijo que ‘la zurda está aprovechando
lo que no pudo hacer en sus mejores momentos porque el peronismo no se lo permitió’. ¿Sigue pensando lo
mismo?
“-Sí, seguro. El mundo va por otro lado, pero hoy la zurda acá parece que fuera libremente, hace lo que
quiere” (Oscar Lescano, histórico dirigente de Luz y Fuerza, en La Nación, 4 de diciembre del 2011)
Una década ha pasado desde las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre del 2001. La emergencia
de un movimiento popular espontáneo de los explotados y oprimidos colocaba sobre la palestra el
cuestionamiento más profundo a la Argentina capitalista que se producía en el país desde el Cordobazo de
finales de los años 60. Los movimientos de desocupados combativos, las asambleas populares y las fábricas
recuperadas configuraban un movimiento social que aportó enseñanzas estratégicas a la experiencia histórica
de la clase obrera argentina. Una experiencia que, andando los años, ha reencarnado en el proceso más
revolucionario que se vive hoy entre los de abajo: la emergencia de una nueva generación obrera que
cuestiona, de manera creciente, el monopolio de su representación por parte de la burocracia sindical, un
todavía incipiente “nuevo clasismo”.
Este aniversario, además, ocurre en momentos en que el reelecto gobierno de Cristina Kirchner ensaya un
giro hacia la derecha comenzando a descargar un ajuste económico, que no configura otra cosa que un ataque
en regla al salario directo e indirecto de los trabajadores.
Mientras la burocracia de la CGT parece estar sumiéndose en una crisis que la puede terminar dividiendo,
hay en el país hay un “tercer actor”, independiente del gobierno, la burocracia y la oposición patronal en
todas sus variantes: el proceso de recomposición obrera sindical y política.
De la rebelión popular a la recomposición obrera pasando por el kirchnerismo
De diez años a esta parte, a modo de puente entre esos días y los actuales, se intercaló el fenómeno del
kirchnerismo. Se trata del personal político burgués que, como ya hemos señalado en otras oportunidades,
mejor supo leer esos acontecimientos y se lanzó de lleno a una política de reabsorción de sus aristas más
radicalizadas. ¿Qué significó esto? Simplemente, que supo cómo quitar a las demandas que emergían desde
abajo sus costados más cuestionadores, haciéndolas “pasivas” en el sentido de “resolverlas” desde arriba y
estrictamente en los marcos del sistema, de paso “estatizando” parte de la flor y nata de esos movimientos de
lucha.
Se recreó así una suerte de adelgazado “reformismo”, que en las últimas décadas había parecido quedar en la
noche de los tiempos, pero que siempre reemerge cuando a los capitalistas los aprieta realmente la lucha de
clases. Así lo hemos podido observar en varios países latinoamericanos en la última década: Venezuela,
Bolivia, Ecuador…
Creando empleo superexplotado por el expediente de la devaluación duhaldista, se respondió al dramático
problema del desempleo de masas, al tiempo que se “adscribió” al Estado casi todo lo que de sustancial
quedaba del movimiento piquetero. Transformando en inestables cooperativas la generalidad de las empresas
recuperadas, las puso a competir en el mercado capitalista y cristalizó su eventual desarrollo ulterior (que
podía apuntar a cuestionar el capitalismo) por una equivocada vía puramente “economicista”. La excepción
es la ceramista Zanón, que sin dejar de ser una cooperativa igualmente sometida que las demás a las leyes de
la oferta y la demanda (más allá de las frases autoproclamatorias del PTS), tiene el inmenso valor de ser una
experiencia que se ha mantenido independiente en los últimos diez años.
A los reclamos de “radicalización democrática” (que emergieron con el “Que se vayan todos” de las
asambleas populares) se les administró una “medicina progresista” conscientemente estrecha, desplazando el
enfoque del cuestionamiento: de las instituciones de la democracia capitalista a una relegitimación de estas
mismas instituciones por el expediente de volver a poner en la agenda el castigo de algunas de las figuras

43
más emblemáticas de la dictadura de 1976.
Sin embargo, no todas han sido rosas para la obra de estabilización del kirchnerismo. No ha tenido igual
éxito con respecto a lo más estratégico que dejó colocada la semilla del cuestionamiento de diez años atrás:
el hecho que la rebelión popular haya llegado a las entrañas de la clase obrera argentina.
Sobre la base de una recuperación material, como subproducto del crecimiento económico, y de la
emergencia de una nueva generación que entró a trabajar, comenzó a ponerse de pie una amplia vanguardia
obrera que viene cuestionando la dominación de la burocracia sindical en los lugares de trabajo. De ahí que
sea tema de conversación permanente entre burócratas, empresarios y gobierno que “la zurda está metida en
las comisiones internas”, como se angustia Lescano.
Es precisamente esta “zurda” que comienza a hacer pie entre porciones de amplia vanguardia de la clase
obrera argentina la herencia más profunda, estratégica y revolucionaria del Argentinazo, y el proceso al cual
hay que apostar todo en la perspectiva de avanzar en una transformación obrera y socialista del país.
“Bonapartismo con faldas”
Hace varias décadas ya, el gran historiador marxista revolucionario Milcíades Peña caracterizaba a Eva
Perón como una suerte de figura “bonapartista con faldas”. ¿Qué quería decir? Que Eva y Juan Domingo
Perón eran figuras que se colocaban aparentemente por encima de las clases sociales, dando concesiones a
los sectores populares para evitar que desbordaran con sus luchas los marcos del capitalismo de aquellos
años, al mismo tiempo que usaban estas mismas concesiones para liquidar todo lo que de independencia
pudiera haber en las acciones de los trabajadores. Esta ubicación se ha llamado habitualmente en el
marxismo “bonapartismo”, y como la que encaraba las tareas más arteras de la persecución a la vanguardia
bajo el primer peronismo era precisamente “Evita”, Peña le agregó las “faldas” a la categoría. Algo que vale
la pena recordar: contra el “revival” y la fetichización de su figura en las filas K e incluso en sectores que se
dicen trotskistas como el Partido Obrero, la realidad es que Eva Perón tomó a su cargo las tareas más
pérfidas de cooptar o perseguir a los mejores activistas obreros independientes en la segunda mitad de la
década del 40.
De la segunda mitad de siglo XX a esta parte muchas cosas han cambiado. El nuevo bonapartismo light con
faldas de Cristina (y Néstor) tuvo mucho menos que ofrecer, aunque alcanzó relativamente para estabilizar la
situación, porque ante el derrumbe que significó la década del 90, cualquier mínima mejora fue visualizada
por los sectores populares casi como el mejor de los mundos.
Sin embargo, la crisis económica que atenaza hoy al mundo parece estar llegando a nuestras orillas para
poner las cosas en su lugar. Mientras que los “gestos de autoridad” de Cristina se multiplican, los ministros
De Vido y Boudou no pasan día sin anunciar nuevas medidas de ajuste económico (aunque todavía la
mayoría de la población no es del todo consciente de ese carácter porque son vendidas como para afectar
“solamente a los sectores pudientes”).
Si ya la inflación comienza a ser una señal de alerta, amplios sectores de votantes de Cristina se irán dando
cuenta en los próximos meses que “algo no anda bien”. Esto ocurrirá cuando finalmente comiencen a llegar
las facturas con la triplicación o cuatriplicación del precio de los servicios; segundo, cuando el boleto de
trenes, colectivos y subtes también se multiplique, y tercero, cuando al unísono gobierno, burócratas y
empresarios insistan en que “hay cuidar los puestos de trabajo” (es decir, no reclamar por salarios).
Es esta realidad la que va a producir en 2012 un verdadero choque entre las expectativas de la población
trabajadora y los hechos. Porque se votó a Cristina el 23 de octubre pensando que el país estaba “blindado”.
Pero no solamente esto de ninguna manera es verdad, sino que Cristina se apresta a administrar una durísima
medicina de la cual no dijo palabra en los larguísimos meses de la campaña electoral.
Ni siquiera el FIT del PO y el PTS fue capaz de alertar acerca del ajuste que venía, embarcado en su política
de “meter diputados” y enemistarse lo menos posible con los votantes de Cristina, a los que se llamaba a
cortar boleta.
De ahí que en estas páginas vengamos insistiendo en que 2012 en nada se va a parecer al año anterior: será
un año de crisis, contradicciones incrementadas y duros conflictos obreros.

44
La burocracia como “muro de contención” y la estrategia de la izquierda
Es esta realidad la que está desatando, aceleradamente al parecer, una crisis de importancia en el seno de la
CGT. Ya durante 2011 Cristina se encargó de ponerle estrictos límites a los reclamos de Hugo Moyano. En el
fondo, lo que el gobierno viene diciendo en la materia es que solamente el Ejecutivo gobierna el país, que
Cristina se acaba de alzar con el 54% de los votos y no está dispuesta a compartir el poder con ninguna
“corporación” (como llaman a las instituciones empresarias o sindicales no regidas por las elecciones de la
democracia burguesa). Las decisiones son de la Presidenta y solamente de ella.
Pero como trasfondo de esta crisis podría haber algo más. Es que Moyano parece haber quedado en cierto
modo descolocado por el giro dado por el gobierno. El discurso permanente del kirchnerismo venía siendo el
de la “profundización del modelo”. El impulsor del reparto de ganancias a los trabajadores, el abogado de la
CGT Héctor Recalde, contaba que el propio Kirchner le había sugerido la iniciativa. Pero ahora resulta que la
“profundización” incluye ponerle un tope estricto a las paritarias del año que viene, y al mismo tiempo
buscar una cabeza más “moderada” para la CGT.
Y esto no se debe a que Moyano no haya prestado inestimables servicios al capitalismo nacional y al propio
kirchnerismo. No solamente se cuidó de movilizar cuando las jornadas más calientes del 2001, sino que a
partir de 2004 fue parte central del mecanismo de las paritarias, a modo de “institucionalizar” los reclamos
obreros. Veamos esto con un poco más de detenimiento.
Sobre el primer aspecto señalemos que, precisamente, el déficit más grande del Argentinazo fue que los
movimientos piqueteros, las asambleas populares y las fábricas recuperadas no lograron “conectar” con la
clase obrera que permanecía ocupada.
En ese plano, hubo una gran discusión de estrategias al respecto en la izquierda, y, en general, ninguna
corriente (ni el MST, ni el PO, ni el PTS) tuvo una orientación de “unidad de clase”, salvo el Nuevo MAS.
Cada una tomó un “actor” de manera separada: las asambleas populares el primero, el movimiento piquetero
el segundo y las fábricas recuperadas el tercero.
El PO jamás fue capaz de plantear este puente, y redujo el programa real de los movimientos de desocupados
a los Planes Trabajar. En el caso del PTS, no sólo no se dio ninguna política para los movimientos de
desocupados, sino que se circunscribió a algunas fábricas recuperadas, sin tener tampoco una política de
conjunto que partiera de la preocupación del ingreso a la lucha de la clase obrera con trabajo.
Desde el Nuevo MAS insistimos en una estrategia distinta: planteábamos la necesaria confluencia de estos
movimientos de lucha en la perspectiva de establecer un “puente”, una alianza de los explotados y
oprimidos, que tuviera como eje la puesta en pie en el centro del proceso de la lucha a lo más granado de la
clase obrera ocupada.
Pero, en todo caso, tal fue el debate de estrategias en la izquierda, que no dirigía ni dirige el núcleo central de
la clase obrera argentina. En este terreno, toda la responsabilidad le cabe a las organizaciones sindicales que
representaban la mayoría de los ocupados en aquel momento (y siguen haciéndolo, aunque más debilitados,
hoy): las direcciones burocráticas de la CGT y la CTA. Ambas burocracias se dedicaron, totalmente a
conciencia, a dejar fuera de la lucha a la clase obrera ocupada. Llegaron al ridículo de anunciar el paro
general más corto de la historia: un minuto antes que renunciara De la Rúa, el 20 de diciembre del 2001, a las
siete de la tarde. La Corriente Clasista y Combativa directamente se ausentó de las jornadas del 19 y 20 de
diciembre con la excusa de que se trataba de un “golpe de Estado”, al igual que la CTA.
A partir de 2004 el kirchnerismo implantó el sistema de paritarias. Esto admite dos lecturas. Por un lado, las
paritarias significaron un reconocimiento a la existencia de la clase trabajadora de alguna forma como
“sujeto colectivo”, superando así la fragmentación del mecanismo de negociación, lugar por lugar,
característico de la década del 90.
Pero, al mismo tiempo, al entregar la negociación paritaria solamente a los sindicatos “reconocidos
legalmente”, la maniobra fue dejar el monopolio de la negociación en manos de la burocracia. Que año a
año, si en algunos casos amenaza o incluso declara alguna medida de fuerza, termina siempre poniendo
estrictos límites a toda lucha que desborde lo que ella misma pacta con empresarios y gobiernos, evitando en
todos los casos una representación votada en los lugares de trabajo.
Así las cosas, la burocracia sindical es una de las instituciones más importantes de la democracia de los ricos

45
y, haciendo honor a esto, ha actuado como un factor estabilizador de la “conflictividad social” todos estos
últimos años post Argentinazo.
Dicho lo anterior, en estos momentos se está viviendo una verdadera crisis del moyanismo con el gobierno.
Mientras Moyano amenaza con escalar en sus reclamos, Pignanelli, nuevo jefe del SMATA (nombrado desde
fuentes del oficialismo K como uno de los posibles “reemplazantes” de Moyano al frente de la CGT) ha
dicho que estaría dispuesto a pactar salarios “por debajo del 20% si es que se logra un pacto social con
empresarios y el gobierno”…
Es decir, en el seno de la CGT parece haber una crisis real y habrá que ver, concretamente, cómo evoluciona,
algo que hará también a las características de las luchas en el 2012.
En todo caso, tenemos un gran desafío: que las expresiones obreras independientes y de la izquierda se
planten de frente contra el ajuste de Cristina, en reivindicación de la rebelión popular, contra el ataque al
salario directo e indirecto de los trabajadores y contra la persecución a los dirigentes obreros independientes.
El apoyo incondicional a las luchas obreras es condición para avanzar en el proceso de recomposición obrera
a partir de la realización de un Encuentro de Delegados de Base.
De esta manera, la vanguardia obrera y la izquierda pueden ir dando pasos hacia constituirse como
alternativa de clase ante un eventual desprestigio del kirchnerismo, que cada vez evidencia más su
naturaleza: la carta más importante que ha tenido la burguesía en los últimos años para defender el
capitalismo luego de la aguda crisis de 2001.

***

46
13º Aniversario del Argentinazo
Cuando el pueblo mandó en las calles
Socialismo o Barbarie, 18/12/14
http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7414

Este 20 de diciembre se cumplen 13 años de aquel 19 y 20 de diciembre histórico que marcó la historia
reciente de nuestro país. Esas jornadas pasaron a la historia con el superlativo nombre de “Argentinazo”.
Fueron acontecimientos en los que la normalidad de la institucionalidad burguesa quedó en suspenso,
cuestionada hasta los tuétanos. El pueblo, esa masa generalmente informe y heterogénea, se plantó en las
calles y marcó una primera línea divisoria: ellos o nosotros.
“Ellos” eran el imperialismo, los banqueros, las privatizadas, la policía y las fuerzas de represión en general,
las grandes patronales, los partidos burgueses en su conjunto (se llamaran Partido Justicialista, Unión Cívica
Radical, Partido Socialista o la metamorfosis que hubieran adoptado para la ocasión). Eran los Menem, los
De la Rúa, los Chacho Álvarez, los Alfonsín y la lista se extiende. “Ellos”, los dueños de la Argentina y su
personal político. Del otro lado estábamos “Nosotros”: los trabajadores precarizados, en negro o
superexplotados; los millones de desocupados arrojados a su suerte; las capas medias empobrecidas y
confiscadas en nombre del pago de la deuda; y la juventud harta y saturada por tanta precarización, falta de
perspectivas y represión policial. “Nosotros”, lo que había de vital en estas tierras.
El país, al igual que toda la región latinoamericana, venia golpeada después de más de una década de
dominio neoliberal puro y duro, la situación social era insostenible, bastaba con un fósforo para que estallara
el país… y la llama se prendió.
Las jornadas que construyeron el Argentinazo cuestionaron todos los poderes que hacen al régimen de la
democracia de ricos. Miles de personas de exigían la renuncia de la Corte Suprema de la Nación que había
sido pactada por el PJ y la UCR; los diputados y senadores nacionales se escondían por temor a la justa furia
popular; los presidentes duraban días, sino horas, en su puesto. El sillón de Rivadavia quemaba. El
gobernador de la provincia de Buenos Aires (uno de los epicentros de la crisis) se apresuró a presentar la
renuncia y se fue del país antes de que alguien se la aceptara. El Estado burgués estaba desbordado por la
movilización popular, por un momento el pueblo mandó en las calles.
Luego de muchas angustias y de tanta bronca contenida, a la gente se le escapaba la sonrisa en la cara, no se
sabía qué, pero algo había cambiado.
Esta sensación también los invadía a “Ellos”, pero en este caso sin alegría. En esos días Julio Ramos, director
del diario neoliberal Ámbito Financiero, comentaba en el programa “Hora clave” de Mariano Grondona que
él, al igual que sus vecinos en su country, tenían las valijas y helicópteros listos para escapar a Uruguay si la
cosa se ponía más fea; en la misma tónica, la tapa de la reaccionaria revista “Noticias” se horrorizaba frente
al temor de que “se vengan los soviets”. Fue en aquel entonces cuando el gobernador de Santa Cruz Néstor
Kirchner arengaba a la patota del PJ de esa provincia patagónica para impedir, manu militari, que los
trabajadores y desocupados se manifestaran en las calles de Río Gallegos… Pero quizás el grito más genuino
de desesperación lo dio el diputado Roggero (entonces titular del bloque de diputados y vocero del PJ) en la
asamblea legislativa del 1º de enero de 2002 cuando, luego de renunciar Rodríguez Saá a la presidencia tras
seis días de gobierno, pidió la palabra al cierre de la misma y buscando cerrar filas en torno a Duhalde
proclamó: “Los peronistas […] Venimos a ofrecer a uno de los hombres que fue nuestro último candidato a
presidente. ¡Estamos quemando las naves! ¡O no se dan cuenta de que si nos va mal también nos hundimos
en el desastre del país!”[1].
Fue en esos días cuando se afianzó la idea de que no se puede ni debe pagar la ilegítima y atroz deuda
externa; fue luego de la Masacre de Puente Pueyrredón en junio de 2002, que culminó con una inmensa
movilización popular que obligó a Duhalde a adelantar el llamado a elecciones y de esta manera ponerle
fecha a su renuncia, que el PJ sacó la conclusión de que en la Argentina pos Argentinazo no se podía
gobernar reprimiendo la protesta social; fue en esos días cuando se prohibió el aumento del transporte, las
naftas, la luz, el gas, el teléfono y el agua a las empresas privatizadas. Luego vinieron los Kirchner y como

47
buenos lectores de la realidad política se adaptaron a las condiciones y se jugaron a normalizar un país
trastocado por la fuerza de las masas en las calles. No es casualidad que en la reescritura de la historia que
hace el kirchnerismo por medio de su relato, el Argentinazo devenga en la “Crisis de 2001”. Todo lo que es
“nuestra” fuerza y creatividad desde abajo, aparece como la crisis y el caos de la sociedad de “ellos”.
Las masas en las calles dieron vuelta una página de la historia y, lucha mediante, revirtieron las relaciones de
fuerza en la Argentina por otras más favorables para los explotados y oprimidos. La fuerza fue enorme pero
no alcanzó para virar a la sociedad de una vez y ponerla sobre sus pies. Faltó que los batallones pesados de la
clase obrera con trabajo entraran en escena. La burocracia sindical logró paralizarlos apoyándose en el terror
que significa la desocupación de masas. Pero el río no corre sin horadar la piedra: como consecuencia del
Argentinazo, una nueva generación obrera entró en las fábricas y ha empezado a escribir su propia historia,
foguearse en sus batallas y aprender tanto de sus victorias como de sus derrotas. Pero no solo eso: también
faltó organización, faltó un partido revolucionario capaz de hegemonizar esa fuerza social y llevarla a la
victoria.
Los trabajadores, la juventud, las mujeres, todos los explotados y oprimidos: “nosotros”, debemos recoger la
experiencia y enseñanzas de nuestras propias luchas, revalorizar la fuerza de la acción independiente de las
masas en las calles para encarar nuestras aspiraciones, nuestros intereses y nuestros derechos.
A continuación, como aporte a la memoria historia de las nuevas generaciones de luchadores, reeditamos un
texto escrito por nuestro querido Oscar Alba a días del Argentinazo y publicado en enero de 2002 en la
revista Socialismo o Barbarie Nº 10.
Martín Primo

20 De diciembre del 2001 - La batalla de Plaza de Mayo


Por Oscar Alba. Socialismo o Barbarie, enero de 2002

El jueves 20 de diciembre, cuando caía la tarde sobre la ciudad, en un helicóptero se fue por los techos de la
Casa Rosada el ex presidente Fernando de la Rúa. Lo habían echado los trabajadores y el pueblo, ganando
las calles y luchando, sin cuartel, contra la represión.
Lo que algún diario mañanero tituló “La batalla de Plaza de Mayo” fue un jalón histórico protagonizado por
el movimiento de masas en el centro mismo de la ciudad, disputándole palmo a palmo cada metro de
pavimento caliente a la salvaje represión policial.
Esta lucha no puede ser abarcada en una crónica única porque fueron miles y miles de hombres y mujeres,
empleados, obreros, jóvenes pobres, estudiantes, desocupados, amas de casa y hasta jubilados, que por
primera vez salieron a las calles decididos a terminar con el gobierno hambreador y asesino de De la Rúa-
Cavallo y repudiar de viva voz a Duhalde, Alfonsín, Menem, Ruckauf, Moyano, el Congreso Nacional y los
jueces. Todos fieles representantes de esta putrefacta democracia capitalista.
Cada uno de ellos es dueño de su propia experiencia de lucha, y a la vez, cada experiencia es parte de una de
las demostraciones más grandes de fuerza y combatividad obrera y popular que conoce nuestro país.
El miércoles 19 por la noche, después de los saqueos, la voz de De la Rúa, con su característico tono
monocorde, anunció la implantación del estado de sitio, responsabilizando a “los grupos violentos” de poner
en peligro la “institucionalidad”. Poco después los “grupos violentos” eran mareas de gente que en todos los
puntos de la ciudad se agrupaban y marchaban repudiando al gobierno. “¿Estado de sitio? Estado de sitio
civil. Porque la gente le puso el estado de sitio al gobierno”, comentaba una vecina del barrio de Floresta a
las tres de la mañana del jueves, cuando las fogatas ardían en las avenidas y la gente tomaba fuerzas,
sabiendo que el odiado Cavallo a esa hora ya había renunciado. “Ahora falta el otro”, se decía en clara
alusión a De la Rúa. Ya no era sólo una mecha lo que se había encendido; la rebelión popular comenzaba a
estallar.
En la Plaza de Mayo, la movilización popular se mantuvo a lo largo de toda la noche. Las primeras horas del
jueves 20 alumbraron a un grupo importante de manifestantes. “El pueblo no se va” y “Chupete ya se va”

48
coreaban los manifestantes mientras la policía colocaba las vallas buscando ganar terreno. Poco después
comenzó la represión.
Pasado el mediodía, oficinistas y jóvenes se habían sumado a la rebelión. Un grupo de Madres de Plaza de
Mayo fue atropellado por la montada. La gente estaba decidida a mantener sus posiciones y se veía
fortalecida por nuevos contingentes que llegaban y se enfrentaban con la policía. Los gases lacrimógenos
empezaron a cubrir la atmósfera y la irritación lastimaba los ojos, la cara y la respiración.
Las columnas se dispersaron ante la andanada de gases, dejaron que el ambiente se pusiera un poco más
respirable y volvieron a cargar por las diagonales y por Avenida de Mayo. Alrededor de las tres de la tarde el
combate estaba en su apogeo. Los represores, a caballo, en carros hidrantes, en pelotones, cargaban sobre la
multitud y esta retrocedía, se recomponía y volvía a avanzar. A su paso nuevas fogatas, vidrieras rotas y
vallas cruzadas conformaban una escenografía no querida pero necesaria. Los bancos, un McDonald’s de
avenida Callao y camionetas de Oca se convirtieron en blanco de la furia popular. Un policía motorizado fue
derribado, golpeado y su moto fue a rodar por las escalinatas del subte.
Los partidos de izquierda, entre ellos el Nuevo MAS, se habían agrupado en el Obelisco y se encaminaron
por Diagonal Norte hacia la Plaza de Mayo y rápidamente se vieron envueltos en la turbulencia de los gases,
las corridas y las piedras. Cerca de las cinco de la tarde, por Avenida de Mayo, en adyacencias del edificio
del Gobierno de la Ciudad, cayó asesinado un joven por las balas de la policía. El pibe recibió un balazo en
pleno rostro, cuando un grupo de policías había sido cercado por manifestantes y aquellos abrieron fuego
indiscriminadamente. La represión del gobierno se cobró 32 muertos en todo el país, de los cuales 7 fueron
baleados en la batalla por la Plaza.
La lucha se fue desplazando hacia la avenida 9 de Julio. Allí unos cincuenta motoqueros organizados y con
una bandera argentina en alto se ponían al frente del combate y se convertían en un verdadero símbolo de la
nueva juventud trabajadora que estaba dispuesta a todo. Dos motoqueros fueron asesinados, regando con su
sangre las nuevas simientes de rebelión que poblaban el atardecer.
Cerca de las 19 renunció De la Rúa. En las calles continuaron los enfrentamientos, que se fueron disipando
en las primeras horas del anochecer.
Esta es una nueva historia, que se comenzó a escribir en las calles con valentía, solidaridad y firmeza.
Nuestros enemigos de clase han sido golpeados pero están allí, preparando nuevas trampas. El torrente
popular se aquietó pero tendrá que volver a inundar las calles con nuevas enseñanzas y nuevos objetivos
revolucionarios.
[1] http://www.senado.gov.ar/parlamentario/sesiones/2002-01-01%2000%3A00%3A00/00/downloadTac

***

49
20 de Diciembre del 2001: cae el gobierno de De la Rúa
Relato de una experiencia incomparable
Por Héctor “Chino” Heberling, SoB 409, 15/12/16
http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=9063

En pocos días se cumplen 15 años de la rebelión popular que echó al gobierno de De la Rúa, la más
importante acción independiente de masas que ocurrió en los últimos años y una de las más importantes en la
historia de la Argentina y Latinoamérica.
Escribo estas líneas empujado por la necesidad de que las nuevas generaciones militantes que se suman a la
lucha revolucionaria, se nutran de las experiencias reales en las que nuestra organización se forjó. Pero
también escribo empujado por los recuerdos, es que buscando unos estudios en el placard me topé dentro de
una vieja agenda (que usaba en esa época) con unos volantes fechados el 17/12/01, cuyo título en letras
grandes decía: Rebelión y llamaba a confiscar a los capitalistas y a echar a De la Rúa (nada menos), el
contenido del volante (redactado a dúo con Boby), sopesando la dinámica de los acontecimientos, trataba de
pasar en limpio las tareas de la vanguardia luchadora proponiendo claramente la necesidad de echar al
gobierno de De la Rúa para solucionar la crisis brutal que sufría la mayoría de la población.
Para cualquier organización revolucionaria que se precie de tal, la primera lección (y obligación) es jugarse
con todo para ser parte cuando los trabajadores y los sectores populares rompen con su inercia cotidiana y se
lanzan a la lucha. La mejor escuela es la lucha de clases y es ahí donde se delinean y definen los resultados,
nunca pero nunca hay que menospreciar cuando las masas se mueven, el resultado no está dado de antemano
ni asegurado, pero hace a la más intima convicción revolucionaria empujar la lucha para ganar; si hay acción
se puede transformar el futuro.
Hoy parece una anécdota, pero en esos momentos no era joda, el partido aunque intervenía en diversos
frentes en los que tenía responsabilidad, lejos estaba de poder influir objetivamente en los acontecimientos,
pero eso no lo eximía de la obligación de formular una política sobre la base de leer la dinámica de los
acontecimientos y jugarse en consecuencia para derrotar a nuestros enemigos de clase. No se puede decir
“Gracias, no fumo”, hay que procurar intervenir para extender y profundizar la experiencia que desarrollan
las masas, peleando a brazo partido una orientación en la vanguardia que lucha.
No era fácil porque direcciones importantes de los movimientos de desocupados como la CCC y la FTV y ni
qué decir de las corrientes sindicales como el MTA de Moyano y la CTA, trabajaban día y noche para
“encorsetar” la lucha buscando una salida negociada por arriba con el PJ. Pero también había que lidiar en la
vanguardia con el autonomismo que bajo el leit motiv “Cómo cambiar el mundo, sin tomar el poder”,
luchaban mucho para conseguir las reivindicaciones inmediatas, pero al desligar completamente la pelea
reivindicativa de la política, quedaban a medio camino desarmando a sus seguidores, ya que a esa altura de la
crisis sólo la salida del gobierno podía traer una solución a los problemas planteados.
Al día de hoy hay muchos jóvenes que conocen poco o directamente desconocen que en ese fin de año
caliente del 2001 se tiró abajo un gobierno y menos saben (porque no la vivieron) la terrible crisis social,
económica política y social que hizo explotar a la gente.
Solamente a vuelo de pájaro, para ubicar de qué estamos hablando, hay que decir que después de los 10 años
de menemismo, la crisis se profundizó de tal manera que los desocupados se contaban por millones, las
familias privadas de un ingreso tenían problemas para alimentarse, vestirse, para enfrentar enfermedades, los
que tenían trabajo ganaban miseria y sufrían la tortura de tener la espada del despido sobre sus cabezas, peor
la llevaban los estatales y jubilados que les comenzaron a descontar por decreto un 13% de sus salarios, y no
sólo eso, para agosto comenzaron a cobrar los sueldos con “bonos” como los Lecop que eran nacionales, el
Patacón en Prov. Bs. As. y así en la mayoría de las provincias empezaron a circular estas “cuasi monedas”,
que tenían menor valor cuando se iba a comprar por la falta de confianza en el “futuro económico” del
gobierno.
Esta terrible catástrofe social tuvo su respuesta en las luchas que se fueron desarrollando y se incrementaron
hasta que la situación rebalsó el vaso. La vanguardia indiscutida fueron los movimientos de desocupados,

50
los “piqueteros” privados de su trabajo y para hacer visibles sus reclamos, se volcaron a lo largo y ancho del
país a cortar rutas, avenidas y puentes, pedían trabajo, subsidios, “planes”, comida. Cada día que pasaba se
sumaban miles a los movimientos de lucha, que por primera vez escapaban del control burocrático que
históricamente tuvieron a manos de los famosos “punteros del PJ”, rebalsados por un verdadero tsunami
social que arrasaba los barrios populares.
Los trabajadores ocupados no tuvieron una participación destacada, el terror a perder el trabajo y
transformarse en un “desaparecido social” fue el factor fundamental para anular una respuesta organizada. El
otro factor fue la acción conscientemente traidora de la burocracia sindical que fue cómplice directa de los
planes de los gobiernos de Menem y de De la Rúa, aplacando y desmovilizando en todo momento a las bases
obreras, tarea que continuó haciendo después del Argentinazo para evitar por todos los medios que se lograra
la unidad con los desocupados, porque la entrada en la lucha de los ocupados era una condición necesaria
para que hubiera una radicalización en el proceso. De ahí la consigna que levantamos con los compañeros
del Frente de Trabajadores Combativos: “Ocupados y desocupados una misma clase una sola lucha. 6 hs para
todos”.
Una excepción a la regla fue la heroica rebelión de los docentes de la Prov. Bs. As., que realizaron una
huelga autoconvocada por las bases y el activismo que duró varias semanas, entre agosto y septiembre,
desarrollando multitudinarias marchas en todas las localidades del Gran Bs. As., que generalmente
terminaban frente a los locales del SUTEBA con los burócratas saliendo por los techos o las medianeras,
para escapar del odio de las maestras. Otro dato de importancia política, fue el voto “bronca” en las
elecciones de Octubre, que junto al voto en blanco, las abstenciones y los votos a la izquierda, sumaron un
número elevadísimo en relación a las elecciones normales, la Alianza del gobierno perdió, pero el dato
destacado era el rechazo a los partidos políticos, en particular los que habían gobernado.
Para principios de diciembre el gobierno de De la Rúa y Cavallo echó nafta al fuego imponiendo a toda la
población el “corralito”, medida desesperada que impedía el retiro de más de 250 pesos o dólares por semana
para las cuentas sueldo, de ahorro, cuentas corrientes y plazos fijos, para evitar el retiro masivo de los
depósitos; obvio, antes de tomar la medida fueron avisados importantes grupos económicos que se “salvaron
milagrosamente” y pudieron fugar tranquilamente millones al exterior.
Eso produjo una reacción inmediata en las clases medias que ya venía rompiendo con el gobierno, pero
cuando le tocaron “los ahorros” se volcó masivamente a la oposición furiosa al gobierno, yendo a protestar
masivamente a la puerta de los bancos para reclamar que le “devuelvan la plata”. En muchos casos la actitud
que toman las clases medias, en combinación con la predisposición a la lucha de los otros sectores de la
clase trabajadora, aceleran la maduración a una situación cualitativamente superior.
Todo este “combo infernal” tuvo como consecuencia más extrema el hambre de una parte de la población.
Ese fue el motivo por el que, ya entrado diciembre, directamente comenzaron los saqueos de supermercados,
distribuidores de alimento, comercios de barri; es que ya no se aguantaba más, en esos días ya se notaba, se
percibía en el aire que “algo iba a pasar”. Es que ninguna sociedad se suicida, llega un momento en el que
por imperio de las circunstancias, como es conseguir algo para comer, es empujada a romper con lo
“normal” y se lanza a realizar acciones “anormales”, como saquear mercados.
Para fines de octubre y luego de una pelea contra la rebaja salarial y aumento en los ritmos de producción en
Ferrum, donde trabajaba, también fui víctima de la crisis y me echaron, traición de la burocracia mediante
junto a otros 150 trabajadores. Así que en el momento álgido de la crisis me encontraba con mucho tiempo
para la actividad, viajaba dos o tres veces por semana desde Avellaneda hasta William Morris para
organizar un grupo de compañeros. Recuerdo que una tarde recibo un llamado de Rubén contándome que en
el barrio había “rumores” de saqueo, charlamos y quedamos en que participen, a la noche tarde vuelve a
llamar exaltado, diciendo “reventamos un Equi, pero cuando quisimos ir al Super más grande que era de un
comerciante (odiado) ligado al intendente, nos recibió la poli local que nos llevó a los tiros de goma y de
verdad hasta las vías del ferrocarril, estuvimos un par de horas tirando piedras pero después se calmó”.
Esos fueron los datos que preanunciaban “acontecimientos cualitativos”, se estaba gestando una verdadera
“rebelión del hambre”. En todo el país fue igual, Rosario, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, Mendoza,
Tucumán, en casi todas las provincias se desataron los saqueos, en Capital ocurrió lo mismo, el propio 19
fuimos desde el local de la calle Chile hasta el COTO Constitución advertidos por Crónica TV de que se
preparaba un saqueo. Por supuesto había un montón de canas, después de un par de corridas y forcejeos hubo

51
un arreglo donde le entregaron a la gente un bolsón de mercadería a cambio de que no rompieran el local.
Pero ya los saqueos comenzaron a ser reprimidos por la policía o por gente de seguridad y comenzaron a
aparecer los primeros heridos y muertos. Que se entienda: ¡mujeres, hombres y jóvenes muertos por tener
hambre o por pasar enfrente de un súper!
Después de la actividad en COTO, pasamos por la Estación Constitución a “ver” el ambiente y repartir unos
volantes para escuchar qué decía la gente. La sensación en el ambiente era “eléctrica”, no había mucho
diálogo, pero las caras eran de un hartazgo total. Llegado a casa, escucho a De la Rúa por la tele anunciando
el estado de sitio. Para parar el “caos”, el gobierno ultra desprestigiado y odiado no tuvo la mejor idea que
decretar el estado de sitio, medida de excepción que hacía recordar a la dictadura asesina, donde se limitan
las libertades democráticas impidiendo el legítimo derecho a protestar y realizar movilizaciones, reuniones,
etc., prohibía afectar la propiedad y daba vía libre a la represión de las fuerzas de seguridad.
La respuesta de los sectores populares fue fulminante: la gente comenzó a salir a las calles, haciendo ruido
con las cacerolas y cortando el tránsito con fogatas, en un par de horas decenas de miles estaban en las calles,
y la tele decía que la gente se movilizaba a Plaza de Mayo y Congreso. Con mi compañera pasamos a buscar
a la Negra y nos fuimos para Congreso. Varias cuadras antes nos tuvimos que bajar y caminar. El espectáculo
era imponente, una marea humana ocupaba todo, decenas de miles y seguían llegando, muchísimos jóvenes
en grupo, parejas con chicos, gente de mediana edad , personas mayores, trabajadores y también de “clase
media”; cuando llegamos ya estaba impuesto el canto “Que se vayan todos” y “Que no quede ni uno solo”,
una verdadera locura que demostraba que la crisis política se estaba transformando en una crisis de poder, el
gobierno tenía las horas contadas. Las consignas demostraban la bronca con todos los partidos y políticos
conocidos, pero al mismo tiempo no expresaban alguna salida por la positiva. Esa noche realmente fue un
caos, casi fue imposible agrupar a los compañeros dentro de esa marea humana, después de un par de horas
la Federal comenzó a lanzar gases en Plaza de Mayo, una parte de la gente se fue y otra caminó para
Congreso, pero al rato también comenzaron los gases en la Plaza Congreso, hubo piedrazos contra la cana,
que seguía con los gases y las balas de goma, ya era muy tarde y la gente de a poco se retiró a descansar. Ese
día 20 que comenzó con la gente luchando, sería un día histórico, el día que una movilización popular echó a
un gobierno “democrático”.
El país estaba en conmoción, la noticia de la movilización contra el estado de sitio estaba en todos los
canales, las imágenes de los saqueos y las personas heridas y muertas sacudía las cabezas, ya había
renunciado Cavallo; desde temprano la gente se fue acercando a la Plaza de Mayo a seguir repudiando el
decreto del estado de sitio, exigiendo el cese de la represión y que se vaya el presidente. Se vieron a las
Madres de Plaza de Mayo junto a cientos de personas reprimidas por la Montada y la Infantería de la
Federal. Las imágenes en vivo y en directo, causaban indignación y así fue que a medida que pasaban las
horas la cantidad de gente se transformó en miles de personas.
Para ese día había quedado pautada y acordada en una reunión realizada varias semanas atrás de esa fecha
entre los principales movimientos de desocupados una marcha a Plaza de Mayo, fue pura casualidad. Así que
esa mañana después de mirar las noticias, tomé el colectivo hasta la Estación Constitución del ferrocarril
Roca donde se citaron los movimientos del sur del Gran Bs. As. La imagen era de película, en el lapso de una
hora el hall de la estación estaba colmado de “piqueteros”, pero a diferencia de otras marchas, casi no había
mamás con chicos y personas mayores, como que la gente venía “preparada”, todas las salidas estaban
custodiadas por decenas de “tortugas” que nos impedían salir para marchar, lo insólito fue que nos dejaron ir
al subte y en varios trenes llegamos hasta la cita en Av. de Mayo y 9 de Julio.
Ahí nos desayunamos que la CCC y la FTV no venían a la marcha, con la excusa que estaban amenazados de
muerte si salían de los barrios, argumento que se caía solo frente al hecho de cómo habían llegado los otros
movimientos. Luego quedó más clara su posición: estaban en contra de movilizar y echar a De la Rúa con el
verso de que “el PJ” había promovido los saqueos para que renuncie el presidente y que caiga el poder en
manos del peronismo. La CTA estaba en la misma onda.
Pasado el mediodía empezamos a marchar por Hipólito Irigoyen, varios militantes del MAS íbamos con la
columna del Frente de Trabajadores Combativos recientemente constituido, la marcha ocupaba más de dos
cuadras y mostraba gran combatividad. Al entrar a Plaza de Mayo advertimos que era el único sector
organizado (y numeroso) presente, recuerdo que al toque de llegar a la Pirámide comenzaron a llovernos los
gases encima, gases a full, no se podía ni respirar, así fuimos retrocediendo y se dispersó la columna por las

52
inmediaciones, fue el comienzo del desalojo de la Plaza, y también fue el comienzo más formal de la
“Batalla de Plaza de Mayo”.
Muchos “piqueteros” y militantes se quedaron por las diagonales y por Av. de Mayo, otros nos fuimos hasta
Congreso donde los partidos habían acordado una cita común para marchar unificados hasta la Plaza de
Mayo. Nos juntamos un par de miles de compañeros y marchamos por Callao hasta Corrientes y de ahí al
Obelisco; era medio surrealista porque hasta ahí más o menos todo era casi normal, los autos por las calles, la
gente caminando y después empezaba la zona de “guerra”. Pero no era joda, había miles de manifestantes, la
mayoría jóvenes, que estaban “combatiendo” con la Federal, teniendo a los motoqueros como el sector más
combativo.
El MAS siguió por la Diagonal Norte casi hasta la Plaza, para ese momento la Federal después de reprimir
duro por Av. de Mayo, comenzaba a avanzar por la Diagonal para romper “el cerco” que tenía alrededor de la
Plaza. Primeros los gases, después avanzaron sobre las barricadas, luego los caballos. Los que fuimos más
adelante contestábamos con piedras o cualquier objeto similar, se alimentaban las fogatas para quemar los
gases, de a ratos venían las oleadas de milicos y las columnas aguantaban, así estuvimos un par de horas,
hasta tipo 16 hs comenzaron las noticias de los primeros muertos, ¡los HDY estaban disparando con balas de
plomo! ¡¡Es que la gente no se iba, retrocedía un poco pero no se iba!! Por eso desde el gobierno dieron la
orden de matar, había que despejar la zona, eso demuestra que De la Rúa, que lo muestran como medio
“lento”, en realidad es un asesino consciente, pese a saber que su gobierno “estaba en la lona” igualmente
mandó a matar gente, eso es odio a la clase trabajadores, al “populacho” a los “negros”.
En todo el país murieron 39 personas a manos de las fuerzas represivas, en la “Batalla de la Plaza de Mayo”
la Federal mató 5 manifestantes. Va mi recuerdo a todos los caídos ese día: Diego Lamagna, Gustavo
Benedetto, Alberto Márquez, Gastón Riva y Carlos Almirón, asesinados en la Plaza de Mayo, el Congreso y
las inmediaciones del Obelisco.
Fueron varias horas aguantando la represión, nos empujaron hasta el Obelisco a fuerza de gases, balas de
goma, carros hidrantes, caballos, tanquetas, motos con tiradores, un verdadero ejército contra manifestantes
desarmados. La resistencia y el aguante fue increíble, una experiencia única recomendada para la nueva y
joven militancia, que rindió sus frutos. Acorralado por las movilizaciones, repudiado por una inmensa
mayoría de la población, sin el apoyo de los partidos, De la Rúa finalmente renunció más o menos a las
19,30 hs.
Estábamos sobre Corrientes cerca del Obelisco en un kiosco que tenía la tele prendida, cuando anuncian que
el presidente renuncia y muestran al helicóptero levantando vuelo del techo de la Casa Rosada. Gritamos y
saltamos de alegría, lloramos de la emoción, y nos miramos entre todos los que estábamos en la calle y era
como decir con las expresiones de la cara: ¡Sí, es verdad, echamos al Presidente! ¡La lucha del pueblo puede
cambiar su destino!
Volvimos al local a festejar, muchos compañeros recién llegaban de sus laburos en el conurbano, era el
momento de tomar algo y contar mil anécdotas, fue una prueba de carácter para toda la militancia del
partido, que se la bancó, en particular los jóvenes que nunca habían enfrentado semejante represión. Los más
veteranos estábamos dominados por la emoción, que vuelve al escribir estas líneas, ¡tantos años de lucha y al
fin tiramos abajo un gobierno con una rebelión popular!
Ese 20 de Diciembre quedó en la historia y en la memoria de toda una generación. Hoy, a 15 años de esa
gesta histórica del pueblo trabajador y la juventud de nuestro país, desde el Nuevo MAS nos sentimos
orgullosos de haber sido parte de esa pelea junto a nuestra clase y reafirmamos nuestro compromiso militante
para que la próxima rebelión sea obrera y socialista y que abra el camino para cambiar esta sociedad por una
libre de opresión y explotación.

***

53

Potrebbero piacerti anche