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¿Cuánto vales tú?

1 Pedro 2: 9­10 y Apocalipsis 1: 5b­6

En días pasados hablaba con dos jóvenes de diferentes cosas de la vida cristiana. De repente uno
de ellos me dijo, “Yo creo que mi principal problema es que tengo muy baja autoestima. Cuando
era pequeño mi papá no paraba de decirme que yo era un tonto. Eso caló profundamente en mí y
hoy día, aunque soy cristiano, siento que necesito ser libre de ese problema. ¿Podría
recomendarme algún libro que me ayude?” Le dije, “Bueno, la Biblia es el libro por excelencia
para ayudarnos a lidiar con ese problema de autoimagen”. Luego hablamos de lo que dice Pedro
en cuanto a lo que somos nosotros, los hijos de Dios: linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo adquirido por Dios. Creo que ese no es solo el problema de este joven sino de
muchos cristianos. La pregunta es que si nosotros mismos, como hijos de Dios tenemos una mala
autoimagen, ¿cómo podemos ayudar a otros a encontrar la respuesta a sus problemas? Veamos un
poco la manera como Dios nos mira y aprendamos a mirarnos nosotros mismos de la misma
manera.

Linaje escogido. Unos 1600 años antes de que Pedro escribiera estas palabras, Dios había hecho
un pacto con Abram, en el cual le aseguraba que sus descendientes serían bendecidos y apartados
para ser el linaje especial de Dios (Gén. 12: 1-3). En el día de hoy, la iglesia de Jesucristo es
también parte de ese linaje (o descendencia) de Dios (Juan 1:12-13). Todos los seres humanos
somos invitados a ser parte de este linaje, independientemente de nuestra raza, sexo o
nacionalidad. Ya no vienes de una simple descendencia humana. No eres simplemente un
salvadoreño, guatemalteco, mexicano. Ahora formas parte del linaje de Dios.

Real sacerdocio. Quizá esta expresión no tenga mucho significado para los que no vivimos bajo
una monarquía. Pero en la antigüedad era algo poderoso. En algunos pueblos, los sacerdotes
eran a la vez reyes. No cualquiera podía aspirar a ser un rey o un sacerdote. Estos títulos eran
hereditarios. Si no nacías en una familia de reyes, jamás podrías llegar a serlo (a menos que
dieras un golpe de estado, y de todos modos, la mayoría no lo consideraría legítimo). De igual
manera, en el caso de los judíos, para ser sacerdote tenías que ser de la tribu de Leví. Pero ahora,
los creyentes en Jesucristo somos, por la gracia de Dios, reyes y sacerdotes. Reyes para tener
autoridad y dominio espiritual contra las huestes del enemigo. Y sacerdotes, para ofrecer el
sacrificio de nuestra vida, en alabanza y servicio a Dios.

Nación santa. La palabra “santa” significa apartado para un propósito especial. La palabra
“nación” (etnos) quiere decir una multitud (una horda), y era usada por los judíos para referirse
despectivamente a los gentiles: “las hordas sin Dios”. Pero ahora Dios cambia su significado y
lo convierte en “una horda de santos”, una expresión de honra y honor.

Pueblo adquirido por Dios. Dios había dicho al pueblo de Israel, “Ahora, pues, si diéreis oido
a mi voz, y guardáreis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro, sobre todos los pueblos”
(Exodo 19: 5). Los cristianos somos un pueblo comprado con la sangre preciosa de Jesucristo.
Somos su especial tesoro, y como tal gozamos de sus bendiciones. Pero ninguno de estos títulos
nos debe hacer sentir arrogantes. Estos títulos no nos los hemos ganado porque seamos mejores
que los demás, sino simplemente por haber puesto nuestra fe en Cristo.
Si en tu corazón y en tu mente está el recuerdo de palabras despectivas que te dijeron cuando
niño, y eso marca la manera como te ves, este es el momento de recordar lo valioso que eres a los
ojos de Dios. Recuerda que tener esa posición tan alta nos da también la responsabilidad de
“anunciar las virtudes del que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Levanta la cara el
día de hoy. Somos reyes y sacerdotes. Levantemos nuestra autoestima. Eres alguien importante
y valioso. Dale gracias a Dios por darte estos títulos y privilegios. Disfrútalos. Vívelos.
Comparte a Cristo con otros, para que ellos también puedan llegar a decir, “soy del linaje
escogido de Dios”.

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