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Macedonio Fernández
sedes
Biblioteca Nacional. Agüero 2502
Malba. Auditorio. Av. Figueroa Alcorta 3415 | Contacto: literatura@malba.org.ar
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El "Milindapanha" ("Preguntas de Milinda") es un texto búdico redactado por un autor anónimo que
relata el encuentro y los diálogos entre el rey Milinda (Menandro), jefe de los griegos y el monje budista
Nagasena. El diálogo presenta a Menandro como un personaje muy versado en el canon budista, que se
interroga sobre el estado religioso, el ciclo de reencarnaciones, y concluye con la conversión del soberano
al budismo. Cfr. Milindapañho , Pali text, Bombay:University de Bombay , 1940.
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la Filosofía antigua, muestra cómo la filosofía fue concebida como ejercicio vital.2 El
estoicismo, el epicureísmo, el cinismo, entre otras, son, antes que nada, escuelas en
donde se enseñaba a vivir mejor. Macedonio se muestra, desde sus primeros ensayos,
atento a esta posibilidad del buen vivir -deuda shopenaueriana- a partir de prácticas,
reglas y ejercicios, que, como para los antiguos, se basa en el “conócete a ti mismo”.
Hadot llama “vida filosófica” a este modo antiguo de relacionar la filosofía con la vida.
En Macedonio, la “vida filosófica” será también “vida literaria” y ese pasaje será
acontecimiento de escritura.
Este trastocamiento “sintáctico” de la vida por la escritura se constituye en
experiencia que consuela y cura de las contingencias del vivir. Si Boecio, encontraba en
la Filosofía su bálsamo, Macedonio encuentra, en las ficciones que la literatura le
permite, la cura de su herida metafísica. Narrar la experiencia es para Macedonio un
acto de traducción que conlleva una dimensión peculiar de la vida que contiene la
búsqueda de ese sentido liberador del temor de no-ser y deviene sabiduría. Adorno
reconoce este atributo de lo artístico: “Lo consolador de las grandes obras de arte está
menos en lo que dicen que en el hecho de que consiguieran arrancarse de la existencia”.
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Señala Hadot en el comienzo de su libro: “Ante todo, por lo menos desde Sócrates, la opción por un
modo de vida no se localiza al final del proceso de la actividad filosófica, como una especie de apéndice
accesorio, sino por el contrario, en su origen, en una compleja interacción entre la reacción crítica a otras
actitudes existenciales, la visión global de cierta manera de vivir y de ver el mundo, y la decisión
voluntaria misma; y esta opción determina, pues, hasta cierto punto la doctrina misma y el modo de
enseñanza de esta doctrina”Cfr. Hadot, Pierre ¿Qué es la filosofía antigua? México: Fondo de Cultura
Económica, 1998, p13
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Cfr. Adorno, Theodor, Minima Moralia, Taurus: Madrid, 1999, 225
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Macedonio repone ese sentido en dos movimientos de su obra: como textos que dan
cuenta de sus experimentos y conclusiones (su diario, sus cartas, algunos fragmentos de
No todo es vigilia) y como escritura literaria (Museo, Adriana Buenos Aires, Papeles
de Recienvenido). Si Platón elige el mito como forma explicativa, Macedonio entiende
que la literatura es el modo de comunicar su experiencia del mundo y de sí.
Macedonio “inventa” a partir de la “experiencia interior” una subjetividad
peculiar. Las técnicas –tecnologías del yo las llama Foucault- del sí mismo son esas
prácticas que concebían la filosofía como una forma de vida. En contra de la figuración
del “yo”, la práctica del sí mismo permite desocultar el Misterio del ser, en términos
macedonianos. El “sí mismo” es una suerte de camino para develar, entonces, el
enigma de lo humano. Macedonio retoma esa concepción de una ascesis no como
renuncia cristiana sino como consideración progresiva de uno mismo. Se trata de
exhibir esa cesura como una falta y un “Misterio” que nos separa de la verdad del
mundo. (“La Verdad se oculta y sin embargo está en el corazón de todos” le escribe a
su tía Angela en una carta de 1905 y agrega “todos la llevamos dentro y a pesar de todo
no la conocemos”) En este sentido, el sujeto es definido como una forma permeable a
la exploración y las mutaciones. De ahí, la vinculación de nuestro autor con la Filosofía
que obligó a los primeros investigadores de ese campo a tratar inútilmente de ubicarlo
en un sistema (¿pragmatismo, idealismo, existencialismo? se preguntaban) o a separar
quirúrgicamente los textos “filosóficos” de los “literarios”. 4 Nos parece que solo
entendiendo esta significación arcaica y perdida de la Filosofía que la une a la vida y la
constituye en y por ella, puede entenderse la obra de Macedonio Fernández.
Macedonio recupera el sentido de la vida contemplativa en relación con la vida
activa. De este modo la vida activa muestra una condición premoderna y anticapitalista:
el “hacer” se conjuga en una acción colectiva, incontaminada y que funciona como
complot. Esta acción comunitaria será ficción en los personajes de la novela buena y
práctica de vida en la invasión “fantástica” de Buenos Aires por Macedonio y sus
amigos martinfierristas para lanzar su falsa candidatura como presidente.
La primera persona es, al mismo tiempo, saturación y ocultamiento. Construye
el modo y el relato de la experiencia y difumina la figura del escritor transmutado
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Debo hacer una pequeña corrección a esta afirmación, justamente, a partir de estas jornadas que me
permitieron conocer enfoques desde la Filosofía sumamente enriquecedores y que se apartan y cuestionan
las primeras lecturas filosóficas de la obra de Macedonio. Dejo mi afirmación y muestro dónde se
produce la corrección.
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reflexionando con el lector y un lector que, como en el cuento de Cortázar, lee el relato
de su propia presencia en una novela. En Museo, la ficción de la conversación como
estrategia siempre presente se convierte en ejercicio puro de la inexistencia novelesca.
En la conversación encontramos nuevamente esa “liason” particular entre la
vida y la obra de Macedonio. Las anécdotas sobre las reuniones en la confitería El
Molino, (el primer párrafo del cuento “La noche de los dones” es una recreación de
esa escena siempre evocada por Borges), en el cuarto de pensión o en el departamento
de su hijo Adolfo, nos muestran cómo conversar, ejercicio de viejo criollo, es para
Macedonio una práctica que, como corresponde a sus alquimias entre la literatura y la
vida, forma parte de sus ficciones. Macedonio conversa con los martinfierristas, con
personajes de la calle, con los jóvenes subyugados por esa extraña figura de autor en los
años cuarenta ¿Qué otra cosa es la revista de su hijo Papeles sino un espacio de
conversación entre figuras reales y personajes ficticios? Las anécdotas proliferan y
subrayan lo que Horacio González define con tres notas: una suerte de
democratización, una práctica de la ironía y una tensión hacia lo metafísico. Estas tres
condiciones de la técnica de la conversación macedoniana constituyen su estilo
literario. Como los “brindis” que Macedonio lleva de la vida a la literatura y los inventa
como “género literario”, la conversación es el soporte de la ficción en la Estancia. Del
mismo modo que los gauchos de Estanislao del Campo, y en el mismo tono respetuoso
y juguetón que tienen el Pollo y Laguna, los personajes de Museo conversan y se
consuelan.
En La comunidad inconfesable, Blanchot –leyendo a Bataille- piensa la
comunidad desde dos modos principales: encuentro en la escritura y lugar de los
amantes. Para Blanchot, estos modos definen y complementan el sentido de la
experiencia interior. La “pluralidad de otros” es condición del principio de incompletud
que constituye al hombre. Macedonio subsume estos dos sentidos en la posibilidad de
la comunidad literaria, entendida, como el lugar donde expongo mi escritura y la hago
comunicable para otro. Ese otro, llamado eventualmente “lector”, pone en crisis mi
mismidad, ya que es, también, un desconocido sin rostro y un compañero deseado y
amado. En ese otro, está mi resguardo de la muerte pero también el sentido de su
existencia. Entonces los pronombres se trastocan y mi experiencia tiene sentido para los
otros; la disimetría entre el yo y los otros se anula momentáneamente en una ética de
ficticia y posible reciprocidad. (Borges institucionaliza este postulado: “es trivial y
fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor”.)
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En los personajes de Museo se diseña, desde los nombres hasta los atributos que los
definen, una comunidad cuya marca constitutiva no es la homogénea figuración de lo
Mismo sino la develadora pero intranquilizante perspectiva del Otro. Cada personaje
constituye un “estado”; las escenas de la novela confrontan esos “estados” bien
diferenciados pero ligados entre sí por la fuerza comunicativa de la conversación. El
diálogo del Autor con Lector tiene la misma categoría. De esta manera, en esa figura
nos hace “presentes” en el espacio de la literatura para constituir su comunidad
imaginaria.
El descubrimiento de ese “sí mismo” es, para Macedonio, también el punto de
contacto con el otro, la posibilidad de verdadera comunicación. De ahí que toda su obra
sea siempre una larga conversación –tal como fue en su vida- consigo mismo y con
todos sus hipotéticos lectores. La fantasía del encuentro se hace puro presente ficcional;
ahí está vencida la muerte y emerge lo que él llamaba “lo divino entre iguales”. Pero eso
requiere un trabajo, un ejercicio claro que tiene un ritmo de lectura, una espera, un
desprendimiento de falsos deseos y una vital correspondencia con el arte.
La “ópera magna” macedoniana se va diseñando mediante dos artificios
alternativos que encuentran en la disposición del fragmento y en la postulación del texto
que siempre se está escribiendo su concreción más elaborada. Estas dos estrategias
cuestionan y redefinen el espacio de la literatura: los fragmentos se diseminan y olvidan
o confunden los nombres propios y la propiedad delimitada y la escritura se hace
colectiva. Se trata de una comunidad que anula el tiempo y la continuidad se hace
ficticia simultaneidad de un presente que –perdón por la obviedad- siempre está
existiendo.
La estrategia de la conversación (estrategia recurrente: los personajes conversan
entre sí, con el autor, el autor dialoga con el lector) representa la experiencia en la que
el “sí mismo” se torna pura subjetividad para proponer un espacio ficticio eterno del
“estar juntos”. La propuesta es inclusiva y demanda un compromiso de la lectura, y, al
mismo tiempo, de la posible escritura futura ya que la ficción no sólo rescata, como
Dante, a la Amada de la ausencia sino que nos reclama como fantasmas futuros de su
escritura que se hacen presentes, (una convocatoria inversa, del que no está pero puede
constituirse en el pase mágico de la lectura).
Comunidad: política y literatura
George Bataille ha construido su obra alrededor del concepto de experiencia
interior. Su sentido de experiencia se vincula con el límite y la posibilidad de la
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experiencia pura del sujeto. Sin embargo, Bataille complementa este sentido individual
y solipsista de la experiencia con el concepto de comunidad. La literatura tiene para
Bataille la marca de ese espacio en común donde los sujetos conciertan el relato de esa
experiencia pura, epifánica y, en cierto nivel, incomunicable.
La técnica del extrañamiento o distanciamiento implica un tipo de emoción que
define un modo particular de la experiencia estética: fuera del ego, fuera del relato de la
propia vida, centrado en el sí mismo. El descubrimiento de ese “sí mismo” es, para
Macedonio, también el punto de contacto con el otro, la posibilidad de verdadera
comunicación. De ahí que toda su obra sea siempre una larga conversación –tal como
fue en su vida- consigo mismo y con todos sus hipotéticos lectores. La fantasía del
encuentro se hace puro presente ficcional; ahí está vencida la muerte y emerge lo que él
llamaba “lo divino entre iguales”. Pero eso requiere un trabajo, un ejercicio claro que
tiene un ritmo de lectura, una espera, un desprendimiento de falsos deseos y una vital
correspondencia con el arte.
del principio de la solidaridad como una red que estructure esa forma colectiva. Su
mayor objeción a Scheler reside en la anulación del sentido político e histórico de toda
comunidad.
La invasión de la ciudad de Buenos Aires por un grupo de hombres organizados
en una estancia resulta la expresión política de la comunidad en Macedonio. Como otras
tantas ficciones, la comunidad surge como rechazo y purgación de los males sociales.
Los personajes de Museo, hemos visto, constituyen su nueva identidad en función de
este sentido comunitario que tiene en el complot contra la ciudad su ejecución más
clara. De sus remedos anarquistas finiseculares, Macedonio parece retener ese principio
de organización de los sujetos en pos de un modo peculiar de la vida con los otros. De
esta manera, esta comunidad, como todas, impele una nueva forma identitaria que se
susbsume en el prefijo “com”. La comunidad requiere que el individuo se transforme en
integrante y construya para sí, un nuevo sujeto. Espósito llama a esta construcción
“Nuestro ser distinto de nosotros”.
La comunidad de la Estancia es política y responde a circunstancias históricas:
frente al esencialismo de la tradición de lo argentino, fundado en el culto al pasado que
Lugones inaugurara como resistencia al inmigrante, el complot del Presidente, el Autor
y sus personajes que buscan anular esa invención.
La experiencia, entonces, como segundo e imprescindible momento de su
escritura, se delinea en una especie de “ontología del ser en común” que tiene como
predicamento fundamental la constitución de “seres singulares” en lugar de individuos.
Se trata de una articulación utópica de los seres humanos que persigue una forma de
organización colectiva. El relato de esa comunidad se hace literatura. Es así que su
concepto de experiencia adquiere una nueva dimensión para dar cuenta de un aspecto
específico de la vida colectiva. De esta manera, su literatura puede pensarse como el
relato de esa relación entre el experimento con su existencia (el gobierno de sí) y la
experiencia con los otros. El registro de la experiencia comunitaria recompone formas
antiguas de la comunidad. A un mismo tiempo, las zonas del cristianismo primitivo
como las comunidades del socialismo utópico rozan su concepción de la comunidad
literaria. “No se fíe usted del narrador sino de la historia” le dice Hanna Arendt en una
carta a Karl Jaspers poniendo en duda cualquier ejercicio de fijación de la identidad
humana. Como Arendt, Macedonio sabe que una de las mayores trampas de la vida es la
de la propia identidad. Su trabajo literario se funda en esa perspectiva de transformación
de sí pero también de los otros, a partir de la literatura.
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Cada escritor, cada obra, inaugura una comunidad. De ese modo hay un
irrecusable e irreprimible comunismo literario, al cual pertenece
cualquiera que escriba (o lea), o intente escribir (o leer) exponiéndose –
no imponiéndose (y quien se impone sin exponerse en absoluto, ya no
escribe, ya no lee, ya no piensa, ya no comunica)
Bibliografía
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Juan Duchesne Winter siguiendo a Nancy sostiene que “El comunismo literario podría constituir, en
fin, en una de las prácticas que persiguen contribuir a crear un nuevo horizonte horizonte de
transformación de la vida contemporánea desde la trinchera de la cultura y la literatura”. A partir de esta
premisa Dúchense Winter construye una genealogía latinoamericana fundada en el concepto de
“comunismo literario”. Nos parece que la poética de Macedonio Fernández puede inscribirse en esa
genealogía. Cfr. Duchesne Winter, Juan: Comunismo literario y teorías deseantes: inscripciones
latinoamericanas, Pittsburgh: University of Pittsburgh / Plural Editores, 2009, 22.
6 Nos referimos a ese sentido ético que, vimos, Bajtin reclama a la figura de autor, constituyendo
con su vida y con su obra un gesto heroico que exige, y puede hacerlo, el compromiso ético del
contemplador. Cfr. Bajtin, Mijail, Hacia una filosofía del acto ético. De los borradores y otros
escritos.Op. Cit.7-81.
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