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Apocalípticos e integrados
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Me refiero aquí a un tema ya clásico que, tomado al pie de la letra, es falso. En realidad, la serie de
Krazy Kat ha sido reanudada recientemente por los Dell Comics, pero -aparte de la calidad
mediocre del remake-, se trata antes de una exhumación y una especulación con un mito, que de
una verdadera continuación.
sólo en la repetición, infinitamente cambiante, de los esquemas, nacen de la
fidelidad a la inspiración básica, y exigen al lector un acto continuo y fiel de
simpatía.
Esta estructura formal bastaría ya para establecer la fuerza de estas
historias. Pero hay más: la poesía de estos niños nace del hecho de que en ellos
reencontramos todos los problemas, todas las congojas de los adultos tras los
bastidores. En este sentido Schulz es un Herriman que se acerca al filón crítico y
social de un Feiffer. Estos niños nos tocan de cerca porque en cierto sentido son
monstruos: son las monstruosas reducciones infantiles de todas las neurosis de un
ciudadano moderno de la civilización industrial. Nos tocan de cerca porque nos
apercibimos que si son monstruos es porque nosotros, los adultos, los hemos
convertido en tales. En ellos lo hallamos todo, Freud, la masificación, la cultura
absorbida a través de las varias "Selecciones", la lucha frustrada por el éxito, la
búsqueda de simpatías, la soledad, la reacción malvada, la aquiescencia pasiva y
la protesta neurótica. Y todos estos elementos no florecen, tal y como nosotros los
conocemos, en boca de un grupo de inocentes: son pensados y repetidos después
de haber pasado por el filtro de la inocencia.
Los niños de Schulz no son un instrumento malicioso para pasar de
contrabando problemas de los adultos; estos problemas son vividos en ellos según
modos de una psicología infantil, y precisamente por ello nos parecen
conmovedores y sin esperanza, como si reconociésemos de improviso que
nuestros males lo han cambiado todo, hasta la raíz.
Y aún hay más: la reducción de los mitos adultos a mitos de la infancia -de
una infancia que no se sitúa ya antes de nuestra madurez, sino luego, y que nos
muestra sus resquebrajaduras- permite a Schulz una recuperación: y estos niños–
monstruos son capaces de pronto de candores y de ingenuidades que lo plantean
todo de nuevo, filtran todos los detritus y nos restituyen un mundo amable y suave,
que sabe a leche y a limpieza. De tal forma que, en una oscilación continua de
reacciones, dentro de una misma historia, o entre historia e historia, no sabemos si
sentirnos desesperados o concedernos un respiro de optimismo. Nos damos
cuenta de que en todo caso hemos salido del círculo banal del consumo y de la
evasión, y hemos alcanzado casi el umbral de una meditación.
La prueba más sorprendente de estas y otras cosas es que, mientras
historietas decididamente cultas como las de Pogo Possum, agradan sólo a los
intelectuales -y son consumidas por la masa únicamente por distracción-, los
Peanuts fascinan con igual intensidad a los mayores más sofisticados y a los niños,
como si cada uno hallase en ellos algo para sí, y es siempre la misma cosa,
gozable en dos claves distintas.