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UNIVERSALES

Un artículo de F. P. Ramsey

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autor original así como al traductor y se comprometa a mantener su uso libre y gratuito.

“Quien recibe una idea de mí, recibe instrucción sin disminuir la mía; igual que quien enciende su
vela con la mía, recibe luz sin que yo quede a oscuras” - Thomas Jefferson

Título Original: Universals


Autor: Frank Plumpton Ramsey
Traducción: Aitor Fernández Morán

1
El objetivo de este artículo es considerar si existe una división fundamental de los objetos en dos
clases: particulares y universales. Esta cuestión fue tratada por Mr. Russell en un artículo publicado
en la Aristotelian Society Proceedings en 1911. Su conclusión de que la división es definitiva fue
basada en dos conocidos argumentos, dirigidos estos contra los dos métodos más obvios de abolir la
distinción: bien sostener que los universales son colecciones de particulares, o bien que los
particulares son colecciones de sus cualidades. Estos dos argumentos, perfectamente válidos hasta
donde llegan, no consiguen no obstante resolver la cuestión enteramente. El primero, que aparece
otra vez en “Los Problemas de la Filosofía,” muestra, en contra del nominalismo, que una
proposición del tipo “Estos datos sensoriales1 son blancos” debe tener como componente algo,
como la blancura o la similaridad, que no es del mismo tipo lógico que los datos sensoriales
mismos. El segundo argumento, también expuesto brevemente por McTaggart en “Nature of
Existence”, demuestra que un hombre no puede ser identificado con la suma de sus cualidades. Pero
aunque un hombre no pueda ser una de sus propias cualidades, esto no es razón para que él no
pueda ser la cualidad de otra cosa. De hecho, los objetos materiales son descritos por el Dr.
Whitehead como “auténticos adjetivos aristotélicos”; de forma que no podemos considerar que
estos dos argumentos dejen la distinción entre particular y universal segura frente a toda crítica.

Propongo que nos preguntemos entonces: ¿Cuál es la diferencia entre un particular y un universal?
¿Qué podemos decir sobre uno que no será también cierto sobre el otro? Si seguimos a Mr. Russell,
tendremos que investigar tres tipos de distinción: psicológica, física y lógica. Primero tenemos la
diferencia entre una impresión2 y un concepto, los objetos de dos tipos diferentes de actos mentales;
pero esto no es, a todas luces, una distinción fundamental, ya que la diferencia entre dos actos
mentales puede no corresponderse con una diferencia entre sus objetos. A continuación tenemos
varias distinciones entre objetos que se basan en la relación de éstos con el espacio-tiempo. Por
ejemplo, algunos objetos solamente pueden estar en un único sitio en un momento determinado.
Otros, como el color rojo, pueden estar en varios sitios a la vez. Aquí una vez más, y a pesar de la
importancia del tema, creo que no hemos alcanzado la esencia de la cuestión. Porque cuando, por
ejemplo, el Dr. Whitehead dice que una mesa es un adjetivo, y Mr. Johnson dice que es un
substantivo, no están discutiendo sobre en cuántos lugares a la vez puede estar la mesa, si no sobre
su naturaleza lógica. Por tanto nuestra investigación debe tratar fundamentalmente con las
distinciones lógicas.

Según Mr. Russell, la clase lógica de los universales es la suma de la clase de los predicados y de la
clase de las relaciones; aunque esta doctrina ha sido rechazada por el Dr. Stout. 3 No obstante, el Dr.
Stout ya ha sido suficientemente rebatido.4 Así que trataré únicamente la opinión más habitual, a la
que Mr. Russell se adhiere.

De acuerdo a Mr. Russell, los términos están divididos entre individuos (o particulares) y cualidades
y relaciones, siendo las cualidades y relaciones agrupadas como “universales”. En ocasiones las
cualidades son incluidas en las relaciones como “relaciones de un sólo término”, en contraste con
las relaciones que relacionan a dos, tres o más términos. Mr. Johnson también divide a los términos
1 El término original “sense-data” fue muy popular en la filosofía de la percepción del SXX. En Los Problemas de la
filosofía Russell define el “sense-data” como “lo que nos es inmediatamente conocido en la sensación: así, los
colores, sonidos. olores, durezas, asperezas, etc.” También ha sido traducido al español como “datos de los
sentidos”.
2 “Precept” en el original inglés. Utilizamos “impresión” en el sentido humeano de una sensación producida por los
objetos en los órganos sensoriales. La diferencia entre concepto y impresión radica que, pese a ser ambos fenómenos
mentales, sólo el segundo es obtenido directamente mediante los sentidos.
3 "The Nature of Universals and Propositions," Proc. British Academy, 1921-22 (reimpreso en Studies in Philosophy
and Psychology, 1930).
4 Véase el simposio entre G. E. Moore, G. F. Sout y G. Dawes Hicks en Aristotelian Society Supplementary Volume
III 1923.

2
en sustantivos y adjetivos, incluyendo las relaciones como “adjetivos transitivos”; y considera que
la distinción entre sustantivo y adjetivo explica la distinción entre particular y universal. Aún así,
existe una diferencia importante entre estas autoridades, que hasta hora parecen estar de acuerdo.
Mr. Johnson sostiene que la naturaleza del sustantivo es tal que, en una proposición, éste sólo puede
tomar la función del sujeto, nunca la del predicado. No obstante, un adjetivo puede funcionar tanto
como predicado como sujeto, del cuál otro adjetivo secundario puede ser predicado. Por ejemplo, en
“La impuntualidad es un defecto”5 el sujeto es un adjetivo, la cualidad de la impuntualidad. Hay por
lo tanto una asimetría entre adjetivos y sustantivos, ya que un predicado sólo puede ser un adjetivo,
pero un sujeto puede ser tanto un sustantivo como un adjetivo. Definimos entonces un sustantivo
como un término que sólo puede ser un sujeto, nunca un predicado.

Mr. Russell, por otra parte, ha negado tal cosa en sus lecturas sobre el Atomismo Lógico. 6 Afirma
sobre los adjetivos que existe algo incompleto en ellos, que sugieren ya la forma de una
proposición. De forma que el adjetivo es un símbolo que nunca puede aparecer de forma
independiente7 en una proposición, ni ser el sujeto de ésta. Más bien, debe ser completado en una
proposición de la cual será el predicado. Por lo tanto, nos dirá Mr. Russell, el símbolo apropiado
para la rojez no es la palabra “rojo” si no la función “x es rojo”, y rojo sólo puede aparecer en una
proposición a través de los valores de esta función. Por lo tanto, Mr. Russell diría que “La
impuntualidad es un defecto” en realidad significa algo como “Para todo x, si x es impuntual, x es
reprensible”, y que el adjetivo impuntualidad no es de hecho el sujeto de la proposición, si no que
aparece en ella como predicado de las partes de la propoición que tienen la forma “x es impuntual”.
Esta doctrina es la base de la nueva tarea de la segunda edición del Principia Mathematica.

Ninguna de estas dos teorías parece completamente satisfactoria, aunque ninguna de las dos podría
ser refutada. La teoría de Mr. Russell implica dificultades en conexión con nuestra relación
cognitiva con los universales, y por tal razón fue rechazada en la primera edición del Principia.
Pero tales dificultades no me parecen para nada insalvables, al igual que tampoco se lo parecen
ahora a Mr. Russell. No obstante, no puedo discutirlas en el presente artículo sin embarcarme en
innumerables asuntos que son irrelevantes para las cuestiones centrales que deseo tratar. Ninguna de
las dos teorías puede, por tanto, ser refutada, pero se pueden alzar objeciones a ambas que parecen
tener alguna fuerza. Por ejemplo, Mr. Russell afirma que una relación entre dos términos no puede
ser un tercer término que se coloca entre ambos, ya que entonces no sería una relación, y el único
elemento relacional sería la conexión entre este nuevo término y los dos originales. Este es el tipo
de consideración desde la cual Mr. Bradley dedujo su regreso infinito, con el cual aparentemente
concuerda ahora Mr. Russell. Mr. Johnson puede replicar que para él el elemento conectivo o
estructural no es la relación si no los enlaces que caracterizan y enganchan los términos; pero tales
enlaces siguen siendo objetos misteriosos. Se puede objetar también que Mr. Johnson no hace a los
universales y particulares lo suficientemente diferentes los unos de los otros, ni tiene en cuenta el
peculiar carácter incompleto de los adjetivos, que se manifiesta en la posibilidad de unirlos al
término “ser”; efectivamente, “ser un hombre” o “ser rojo” no parecen ser cosas reales tal y como
una silla o una alfombra. En contra de Mr. Russell, se puede preguntar cómo pueden existir objetos
como sus universales, que contienen la forma de una proposición y son por tanto incompletos. De
alguna forma, se puede decir que todos los objetos son incompletos; no pueden darse en hechos si
no es en conjunción con otros objetos, y contienen así las formas de las proposiciones de las cuales

5 “Unpunctuality is a fault”. Ramsey se equivoca aquí al afirmar que “Unpunctuality” es un adjetivo. Es cierto que la
impuntualidad es una cualidad, no un particular. No obstante, desde un punto de vista gramatical,”Unpunctual”
sería el adjetivo derivado del sustantivo “unpunctuality”
6 Monista, Oct., 1918 – Julio, 1919. Nota al pie original.
7 “Stand alone in a proposition” Esta expresión será utilizada frecuentemente en el presente artículo, y quiere decir
que ciertos términos no son saturados, o tienen una estructura lógica que debe ser completada mediante otro
término.

3
son constituyentes. ¿De qué forma es esto más propio de los universales más que de otros objetos?

Es evidente que ninguno de estos argumentos son realmente decisivos, y tal posición es
extremadamente insatisfactoria para quien tenga una curiosidad auténtica por una cuestión tan
fundamental. En estos casos es una máxima heurística que la verdad no descansa en una de las dos
opiniones en disputa, sino en una tercera posibilidad que aún no se ha pensado, y que sólo puede ser
descubierta al rechazar algo que ha sido asumido como obvio por ambas.

Las dos teorías en controversia hacen una asunción importante que, a mi parecer, sólo puede ser
examinada cuando dudamos de ella. Ambas posiciones asumen una antítesis fundamental entre
sujeto y predicado: si una proposición consta de dos términos copulados, estos dos términos deben
funcionar de forma distinta, uno como sujeto y el otro como predicado. Por ejemplo, en “Sócrates
es sabio”, Sócrates es el sujeto y la sabiduría el predicado. Pero supongamos que damos la vuelta a
la proposición y decimos “La sabiduría es una característica de Sócrates”. En tal caso la sabiduría,
que antes era el predicado, es ahora el sujeto. Ahora bien, me parece claro (al menos tan claro como
algo puede ser en filosofía), que las dos frases “Sócrates es sabio” y “La sabiduría es una
característica de Sócrates” afirman el mismo hecho y expresan una misma proposición. No son, por
supuesto, la misma frase, pero ambas tienen el mismo significado, de la misma manera que dos
frases en dos lenguas distintas pueden tener un mismo significado. Qué frase utilizamos es, o bien
una cuestión de estilo literario, o bien del punto de vista desde el que abordamos el hecho. Si en el
centro de nuestro interés está Sócrates diremos que “Sócrates es sabio”, y si estamos tratando sobre
la sabiduría diremos que “La sabiduría es una característica de Sócrates”; pero sea cual sea la frase
que enunciemos estaremos indicando la misma cosa. Ahora tenemos que Sócrates es el sujeto de
una de las frases, mientras que “la sabiduría” lo es de la otra. Por tanto, cuál de los dos (Sócrates o
la sabiduría) es el sujeto y cuál es el predicado dependerá de la frase en concreto que utilicemos
para expresar nuestra proposición, y no tiene nada que ver con la naturaleza lógica de Sócrates o de
la sabiduría, si no que es más una cuestión para los gramáticos. De la misma manera, en un lenguaje
lo suficientemente elástico, cualquier proposición podrá ser expresada de forma que cualquiera de
sus términos aparezca como sujeto. No habrá entonces una diferencia esencial entre el sujeto de una
proposición y su predicado, por lo que no podemos basar una clasificación fundamental de los
objetos en tal diferencia.

No pretendo afirmar que el argumento aquí expuesto sea inmediatamente concluyente. Lo que sí
afirmo es que siembra dudas sobre una distinción entre particular y universal que se deduzca de una
distinción entre sujeto y predicado, y que el problema debe ser reexaminado. Mr. Russell ha dicho
en varias ocasiones que los filósofos son muy susceptibles de ser engañados por la estructura de
sujeto-predicado que se da en nuestro idioma. Los filósofos han asumido que todas las
proposiciones deben seguir la construcción sujeto-predicado y es por ello que han negado la
existencia de las relaciones. Argumentaré que todos los filósofos, incluido el propio Mr. Russell,
han sido engañados por el lenguaje de una forma aún mucho más amplia; que toda la teoría de los
particulares y los universales se basa en tomar erróneamente como una característica fundamental
de la realidad lo que es una mera característica del lenguaje.

Examinemos entonces esta distinción entre sujeto y predicado. Por simplicidad, sigamos a Mr.
Johnson y incluyamos a las relaciones entre los predicados, y a sus términos entre los sujetos. Lo
primero que nos debemos preguntar es lo siguiente: ¿Qué proposiciones pueden tener un sujeto (o
sujetos) y un predicado? ¿Ocurre esto en todas las proposiciones o solamente en algunas? Antes de
que contestemos, recordemos que la tarea que nos ocupa no es meramente gramática. No somos
colegiales analizando frases en sujeto, extensión del sujeto, complementos, etc. si no que nuestro
interés recae no tanto en las frases como en su significado, mediante el cual esperamos descubrir la

4
naturaleza lógica de la realidad. Buscamos por tanto un sentido de sujeto y predicado que no es
puramente gramatical si no que tiene una genuina importancia lógica.

Comencemos con la proposición “O bien Sócrates es sabio, o bien Platón es necio”. Probablemente
podemos concordar que la noción de sujeto y predicado no se puede aplicar aquí. Puede que sea
aplicable a las dos partes “Sócrates es sabio” y “Platón es necio”, pero la proposición completa “O
bien Sócrates es sabio o bien Platón es necio” es una proposición disyuntiva y no una proposición
con sujeto y predicado. A esto alguien podría objetar lo siguiente: En esta proposición podemos
considerar cualquier término, por ejemplo Sócrates, como sujeto. El predicado sería entonces “x es
sabio, o bien Platón es necio”. La frase “ser sabio a no ser que Platón sea necio” será entonces un
universal compuesto que caracterizará en este caso a Sócrates. Tal opinión, pese a ser
frecuentemente sostenida, me parece equivocada. Para hacer las cosas más sencillas tomemos un
caso más simple, una proposición con la forma “aRb”; esta teoría sostendrá entonces que hay tres
proposiciones estrechamente relacionadas. Una afirma que la relación R se da entre los términos a y
b, la segunda afirma que a posee la propiedad compuesta “tener R respecto a b”, mientras que la
tercera afirma que b posee la propiedad compuesta “a tiene R respecto a él”8 Estas tienen que ser
tres proposiciones diferentes ya que las tres tienen diferentes constituyentes, pero no son tres
proposiciones si no una, ya que todas dicen una misma cosa, que a tiene R respecto a b. Luego la
teoría de los universales compuestos es responsable de una trinidad incomprensible, con tan poco
sentido como la trinidad de la teología. Este argumento puede ser reforzado si consideramos el
proceso de la definición, que es el siguiente: para algunos propósitos “aRb” puede ser un símbolo
innecesariamente largo, por lo que puede ser conveniente abreviarlo a “Φb”. Esto lo hacemos por
definición, Φx = aRx, lo cual significa que todo símbolo con la forma Φx debe ser interpretado
como lo que significa el correspondiente símbolo aRx, del cual es una abreviatura. En casos mas
complicados, tales abreviaturas son extremadamente útiles, pero siempre se puede prescindir de
ellas si el tiempo y la cantidad de papel lo permiten. Quien crea en los universales complejos se
verá ahora abocado a un dilema: ¿Es “Φ”, tal y como se ha definido, un nombre para la propiedad
compleja de x que consiste en “tener a la relación R respecto a x”? Si tal fuese el caso, entonces Φx
será la afirmación de que x tiene tal propiedad. Será una proposición con sujeto y predicado, cuyo
sujeto es x y su predicado Φ, lo cuál no es idéntico con la proposición relacional “aRx”. Pero, dado
que hemos definido por hipótesis que Φx es una abreviación de aRx, esto es absurdo. Si la
definición no es interpretada de forma que el definiendum y el definiens tengan el mismo
significado, entonces el proceso de definición se convierte en incomprensible y perdemos toda
justificación para intercambiar libremente el definiendum por el definiens y viceversa, de lo que
depende toda su utilidad. Supongamos que “Φ”tal y como lo hemos definido anteriormente no es un
nombre para una propiedad compleja. ¿Cómo podría entonces la propiedad compleja convertirse en
un objeto de nuestra contemplación, y cómo podríamos hablar de ella dado que “Φ”, su único
nombre posible, no es un nombre para ella si no una abreviación de otra cosa? ¿Por tanto, qué razón
podrá existir para postular la existencia de tal cosa?

A pesar de esta reductio ad absurdum de la teoría, puede valer la pena investigar su origen, y la
razón por la cual es sostenida por tanta gente, incluido yo mismo en otros tiempos, sin que se les
ocurra dudar de ella. La razón principal, creo yo, se encuentra en la conveniencia lingüística: los da

8 “Having R to b” y “having the complex property that a has R to it” . Ramsey diferencia aquí entre las propiedades
compuestas que tienen a y b respectivamente, ya que Russell afirmaba que las relaciones tienen dirección, opinión
que más tarde abandonó (en gran parte por los problemas de análisis que esto conlleva, y que aquí denuncia
Ramsey). Si sustituimos los términos podemos hacernos una mejor idea de lo que significa que una relación tenga
dirección: Supongamos que “aRb” significa “Bruto mató a César” tal que a= Bruto, b= César, y R= matar. Bruto
tendría la relación “matar a” respecto a César, mientras que César tiene la relación “ser matado por” respecto a
Bruto.

5
un objeto que es “el significado” de “Φ”. Frecuentemente queremos hablar del “significado de 'Φ' ”,
por lo que es más simple suponer que éste es un objeto único que reconocer que es un asunto mucho
más complicado, y que “Φ” tiene una relación de significado no con un objeto compuesto, si no
respecto a varios objetos simples, que son nombrados en su definición.

Hay, no obstante, aún otra razón por la cual este punto de vista es tan popular. Esta es la dificultad
imaginaria con la que nos encontraríamos sin tal punto de vista al utilizar una función proposicional
variable. ¿Cómo, se podría preguntar, debemos interpretar un enunciado del tipo “a tiene todas las
propiedades de b” si no es suponiendo la existencia de propiedades? La respuesta es que esto se
debe interpretar como el producto lógico de todas las proposiciones que pueden ser construida de la
manera siguiente: tomemos una proposición en la que se da a, digamos Φa, cambiemos a por b y
obtendremos Φb, ahora formemos la proposición Φb .É . Φa. Esto no es tan sencillo como hemos
mostrado, pero una explicación más precisa conllevaría na gran cantidad de detalles tediosos, y por
tanto estaría aquí fuera de lugar. Podemos tomar como una aproximación adecuada que “a tiene
todas las propiedades de b” es la aserción conjunta de todas las proposiciones con forma Φb.É . Φa
en las que no hay necesidad de que Φ sea el nombre de un universal, ya que es simplemente el resto
de una proposición en la que se da a. Por lo tanto la dificultad es únicamente imaginaria. Se podría
observar que esto mismo también incumbe a otros casos de aparentes variables cuyos valores son
símbolos incompletos. Esto puede explicar la tendencia a afirmar que algunos de los símbolos
incompletos de Mr. Russell no son realmente incompletos si no nombres de propiedades o
predicados.

Concluyo, por tanto, que debemos rechazar los universales complejos y que las proposiciones del
tipo “O bien Sócrates es sabio o bien Platón es necio” no tienen ni sujeto ni predicado. Similares
argumentos incumben a toda proposición compuesta, que son proposiciones que contienen palabras
del tipo “y”, “o”, “no”, “todos” y/o “algunos”. Por tanto, si queremos encontrar una distinción
lógica entre sujeto y predicado la tendremos que encontrar en las proposiciones atómicas 9, como
Mr. Russell las llama, que pueden ser expresadas por oraciones que no contienen ninguna de las
palabras antes listadas, si no solamente nombres y quizás una cópula.

La diferencia entre sujeto y predicado surgirá entonces porque los varios nombres que ocurren en
una proposición atómica funcionan de una forma distinta. Si esto no es una mera diferencia
gramatical deberá corresponder a una diferencia en el funcionamiento de los múltiples objetos en un
hecho atómico. De tal forma, lo que debemos examinar principalmente es la construcción del hecho
atómico desde sus constituyentes. Hay tres puntos de vista que podemos sugerir al respecto.
Primero está el de Mr. Johnson, para quien los constituyentes están conectados mediante lo que
llama el “enlace caracterizador”.10 La naturaleza de esta entidad es bastante oscura, pero creo que
podemos entenderla como algo que no es un componente del hecho, y es representado en el
lenguaje por la cópula “ser”. Podemos decir que esta teoría mantiene que tal conexión es realizada
por una cópula real. A continuación tenemos la teoría de Mr. Russell en la que la conexión es
realizada por uno de los constituyentes, que en todo hecho atómico debe haber un componente que
es por su propia naturaleza incompleto o conectivo y, por así decirlo, mantiene a los otros
componentes unidos. Este componente será un universal, mientras que los otros serán particulares.

9 “atomic propositions” Wittgenstein también hablará de ellas como “hechos atómicos” o simplemente “hechos”, tal y
como también lo hará el propio Ramsey más adelante.
10 “Characterizing tie” en el original inglés. Johnson dirá que tal enlace no es un componente (término) de la
construcción, si no que está implícito en el entendimiento de la “forma de unidad específica” que da significado a la
construcción. Así, pensar en “un hombre alto” es pensar en “un hombre que es alto”. La palabra “es” expresa
explícitamente en este caso el enlace caracterizador. Que esta palabra sea omitida frecuentemente, como en el caso
de “un hombre alto”, es para Johnson prueba de que tal enlace no es un término adicional de la construcción, si no
un mero elemento formal, cuya única función es conectar el sustantivo con el adjetivo.

6
Finalmente tenemos la teoría de Mr. Wittgenstein, en la que no hay una cópula ni un componente
especialmente conectivo, si no que, como él mismo expresa, los objetos están unidos los unos a los
otros como los eslabones de una cadena.

Desde nuestro punto de vista, es la segunda de estas teorías la que demanda mayor atención; ya que
la segunda y tercera teoría no explican realmente una diferencia en el modo de funcionamiento de
sujeto y predicado, si no que dejan esto como un mero dogma. Solamente en la teoría de Mr.
Russell hay una diferencia inteligible entre particular y universal, fundada en la necesidad de la
existencia de un universal o término copulativo en todo hecho, lo cual corresponde a la necesidad
de que toda oración tenga un verbo. Es por tanto la teoría de Mr. Russell la que debemos considerar
primeramente.

La gran dificultad de esta teoría recae en comprender cómo un tipo de objeto puede ser
particularmente incompleto. Hay un sentido en el cual todo objeto es incompleto, concretamente en
el sentido de que un objeto sólo puede darse en un hecho en conexión con otro objeto o objetos de
un tipo apropiado. En tal sentido todo nombre es también incompleto, ya que para formar una
proposición debemos unirlo a otros nombres del tipo adecuado. Como Wittgenstein dice “La cosa es
autónoma en tanto que puede aparecer en todas las situaciones posibles. Pero esta forma de
autonomía es una forma de conexión con el hecho atómico, es una forma de dependencia. (Es
imposible que las palabras se presenten de dos formas distintas, solas y en la proposición). 11 Y
Johnson “Al final, un universal significa un adjetivo que puede caracterizar a un particular, y un
particular significa un sustantivo que puede ser caracterizado por un universal”. 12 Por tanto
podríamos admitir que “sabio” implica la forma de una proposición, pero que de igual manera lo
hace “Sócrates”, y que es difícil ver una razón para distinguir a ambos. Esta es la esencia de la
crítica de Mr. Johnson: Mr. Russell no permite que el adjetivo se presente de forma independiente y,
al tratar “s es p” como una función de dos variables, entiende que los constituyentes no son s y p si
no s y “x^ es p”.

Como respuesta a esta crítica, imagino que Mr. Russell utilizaría dos líneas de argumentación, cuya
validez debemos examinar. La primera reside en la gran conveniencia de su simbolismo funcional 13
en la lógica matemática, sobre lo cual Russell podría decir que no hay otra explicación excepto que
su simbolismo se corresponde con la realidad más estrechamente que ningún otro. Su segunda línea
de argumentación sería que todo el mundo puede sentir una diferencia entre particulares y
universales; que la preeminencia del nominalismo mostró que la realidad de los universales siempre
ha sido puesta en cuestión, y que esto probablemente ocurrió porque los universales en efecto se
diferencian de los particulares porque estos son menos independientes, menos autosuficientes.
También diría que esta es la única representación de la diferencia entre particulares y universales
que realmente los hace ser objetos diferentes, como evidentemente son, y no meramente diferentes
en relación a nosotros o nuestro lenguaje. Por ejemplo, Mr. Johnson describe al particular tal y
como se presenta en el pensamiento, por lo que su carácter debe ser determinado en el pensamiento.
Otros pueden decir que un particular es lo que se quiere decir con el sujeto gramatical de una
oración. En estos puntos de vista, lo que es particular y lo que es universal dependería de
características no-esenciales de nuestra psicología o nuestro lenguaje.
Tomemos estas líneas de argumentación en el orden contrario, comenzando por la sensación de
diferencia entre particular y universal, y posponiendo la peculiar conveniencia simbólica de las
funciones proposicionales. Todo el mundo, se podría decir, ve una diferencia entre Sócrates y la

11 Tractatus Logico-Philosophicus, 2.0122.


12 Logic Parte 1, p. 11.
13 “functional symbolism” El término “funcional” no se refiere aquí a “operativo” si no a “referente a las funciones
proposicionales o lógico-matemáticas”.

7
sabiduría. Sócrates es una entidad independiente y real, la sabiduría es una cualidad y por lo tanto es
en esencia una cualidad de alguna otra cosa. La primera cosa que hay que destacar sobre este
argumento es que realmente no versa sobre los objetos en lo más mínimo. “Sócrates es sabio” no es
una proposición atómica, y los símbolos “Sócrates” y “sabio” no son los nombres de objetos si no
de símbolos incompletos. De acuerdo con Wittgenstein, con quien coincido, este será también el
caso para cualquier otra instancia que sea sugerida, ya que no conocemos ningún objeto genuino o
proposición atómica, si no que simplemente los inferimos como presupuestos de otras
proposiciones. Por tanto la diferencia que sentimos es una diferencia entre dos clases de símbolos
incompletos o construcciones lógicas, y no podemos inferir, sin una investigación más a fondo, que
haya una diferencia correspondiente entre dos clases de nombres o objetos.

Podemos, creo, obtener fácilmente una idea más clara de la diferencia entre estas dos clases de
símbolos incompletos (Wittgenstein los llama “expresiones”) representados por “Sócrates” y
“sabio”. Consideremos cuándo y por qué ocurre una expresión como una unidad aislada. Por
ejemplo, “aRb” no se divide naturalmente en “a” y “Rb”, y queremos saber por qué alguien querría
dividirlo así, y aislar la expresión “Rb”. La respuesta es que si esto fuese una cuestión que
concerniese solamente a esta proposición, entonces no habría necesidad de dividirla de esta manera.
La importancia de las expresiones surge solamente, como bien señala Wittgenstein, en conexión con
la generalización. No es “aRb” si no “(x). xRb” lo que hace a Rb mas prominente. Cuando
escribimos (x) . xRb utilizamos la expresión Rb para reunir al conjunto de proposiciones xRb, que
queremos afirmar son ciertas; y es aquí que la expresión Rb es realmente esencial porque esta es lo
que es común a este conjunto de proposiciones. Si ahora nos damos cuenta de que este es el uso
esencial de las expresiones, podremos ver cual es la diferencia entre Sócrates y sabio. Mediante la
expresión “Sócrates” reunimos todas las proposiciones que ordinariamente decimos que versan
sobre Sócrates, tal como “Sócrates es sabio”, “Sócrates es justo”, “Sócrates no es sabio ni justo”.
Estas proposiciones son reunidas como los valores de “Φ Sócrates”, siendo Φ una variable.

Consideremos ahora la expresión “sabio”; usamos esta expresión para reunir las proposiciones
“Sócrates es sabio”, “Platón es sabio”, etc. que son valores de “x es sabio”. Pero esta no es el único
conjunto que puede ser formada por “sabio”. De la misma manera que hemos usado “Sócrates” para
reunir todas las proposiciones en las que se da, podemos usar “sabio” para reunir todas las
proposiciones en las que se da, incluyendo no solamente las del tipo “Sócrates es sabio” si no
también aquellas de tipo “ni Sócrates ni Platón son sabios”, las cuales no son valores de “x es
sabio”, si no de la función distinta “Φ sabio”, donde Φ es variable. Por lo tanto, mientras que
Sórates nos da un solo conjunto de proposiciones, sabio nos da dos; una análoga a la que nos da
Sócrates, es decir, el conjunto de todas las proposiciones en las que se da “sabio”; y la otra un
conjunto más reducido de proposiciones con la forma “x es sabio”.

Esta es obviamente la explicación de la diferencia que sentimos entre Sócrates y sabio, que Mr.
Russell explica diciendo que con sabio introducimos la forma de una proposición. Dado que todas
las expresiones tienen que ser completadas para formar una proposición, nos era complicado
entender cómo sabio podía ser más incompleto que Sócrates. Ahora podemos ver que la razón de
ésto es que mientras que en “Sócrates” tan solo tenemos una idea para completarlo en una
proposición, con “sabio” no tenemos tan sólo esta idea, si no también la idea de completarla de una
forma especial que nos da no simplemente una proposición en la que “sabio” ocurre, si no una
forma en la que “sabio” se da de una forma particular, que podríamos llamar su ocurrencia como
predicado, como por ejemplo en “Sócrates es sabio”.

8
¿A qué se debe esta diferencia? ¿Es, de hecho, una diferencia real? Es decir, ¿no podríamos hacer
con “Sócrates” lo que hacemos con “sabio” y utilizarlo para reunir un conjunto más reducido de
proposiciones que el conjunto al completo de proposiciones en las que “Sócrates” se da? ¿Es esto
imposible? ¿O es que simplemente no lo hacemos nunca? Estas son las preguntas a las que ahora
intentaremos dar respuesta. La forma en la que la deberíamos hacerlo parece ser la siguiente:
Supongamos que podemos distinguir entre las propiedades de Sócrates cierto subconjunto al que
podemos llamar cualidades; la idea es, aproximadamente, que solo una propiedad simple es una
cualidad. Entonces podríamos formar en conexión con “Sócrates” dos conjuntos de proposiciones,
igual que podemos hacer con “sabio”. Habrá un conjunto de proposiciones más amplio, que
comprende todas las proposiciones en las que se da “Sócrates”, que diremos afirma las propiedades
de Sócrates, pero también habrá un conjunto más reducido que afirma las cualidades de Sócrates.
Entonces, y suponiendo que la justicia y la sabiduría con cualidades, “Sócrates es sabio, “Sócrates
es justo” pertenecerían al conjunto más reducido y serían valores de la función “Sócrates es q”.
Pero “Sócrates no es sabio ni justo” no afirmaría una cualidad de Sócrates sino una característica
compuesta o propiedad, y sería un valor de la función “Φ Sócrates” no de “Sócrates es q”.

Pero aunque tal diferencia entre cualidades y propiedades sea lógicamente posible, no parece que la
llevemos a cabo sistemáticamente. Podríamos arrojar luz sobre este hecho mediante un parágrafo en
la lógica de Mr. Johnson en el que sostiene que mientras que “podemos construir un adjetivo
compuesto a partir de adjetivos simples, pero la naturaleza de todo término que funciona como
sustantivo es tal que resulta imposible construir un sustantivo compuesto” 14 Por tanto, de las dos
proposiciones “Sócrates es sabio”, “Sócrates es justo” podemos formar la proposición “Ni Sócrates
es sabio, ni Sócrates es justo” o, para hacerlo más corto, “Sócrates no es sabio ni justo”; que, de
acuerdo a Mr. Johnson, sigue predicando un adjetivo sobre Sócrates, es un valor de “Φ Sócrates” y
justificaría “(∃Φ) . Φ Sócrates”, o “Sócrates tiene al menos una propiedad”. Por otro lado, si
tomamos las dos proposiciones “Sócrates es sabio” y “Platón es sabio” y formamos a partir de éllas
“Ni Sócrates es sabio ni Platón es sabio”; esto no sería un valor de “x es sabio” y no justificaría
“(∃x) . x es sabio”, o “alguien es sabio”. En tanto que “Sócrates no es ni sabio ni justo” justifica
“Sócrates tiene algún adjetivo” podemos decir que “ni sabio ni justo” es un adjetivo compuesto;
pero dado que “Ni Sócrates ni Platón son sabios” no justifica “alguien es sabio”, “ni Sócrates ni
Platón” no puede ser un sustantivo compuesto.

Si, no obstante, pudiésemos formar un rango de cualidades, opuestas estas a las propiedades,
“Sócrates no es sabio ni justo” no justificaría “Sócrates tiene alguna cualidad” y “ni sabio ni justo”
no sería una cualidad. En contra de esto, Mr Johnson nos dice que no existe un criterio
universalmente válido por el cual podamos distinguir a las cualidades de otras propiedades. Esto es
ciertamente una opinión plausible cuando hablamos, como ahora, de cualidades y propiedades de
construcciones lógicas como Sócrates. Ya que solo podemos decir que la diferencia es realmente
clara en conexión con objetos genuinos, diremos que Φ representa una cualidad cuando Φa es una
proposición atómica de dos términos, lo cual distinguiría a las cualidades de otras funciones
proposicionales o propiedades. Pero, cuando el sujeto a es una construcción lógica y Φa una
proposición compuesta cuyo análisis no conocemos, resulta difícil saber que queremos decir al
preguntar si Φ sería simple y, si fuese simple, llamarlo una cualidad. Claramente esto sería una
cuestión no de simplicidad absoluta si no relativa.

Aún así, es fácil de ver que, en teoría, una distinción análoga puede ser hecha también para
símbolos incompletos. Tomemos un símbolo incompleto cualquiera “a”; este será definido no de
forma aislada si no en conjunción con cualquier símbolo de cierto tipo x. Por tanto podemos definir

14 Parte II. p. 61

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ax de forma que significa aRx. Entonces este símbolo incompleto “a” nos dará dos rangos15 de
proposiciones, el rango ax obtenida al completarlo de la forma indicada en su definición; y el rango
general de proposiciones en la que se da a, es decir todas las funciones de verdad de las
proposiciones del rango antes mencionado y las proposiciones constantes que no incluyen a. Por
tanto, en los dos famosos casos de descripciones y clases tratados en el Principia Mathematica, el
rango más estrecho será aquél en el cuál la descripción o clase ocurre de forma primaria, y el rango
más amplio será aquél en el que ocurre bien de forma primaria o secundaria, donde los términos
“primario” y “secundario” tienen el significado explicado en el Principia. En resumen, respecto a
cualquier símbolo incompleto podemos distinguir sus ocurrencias primarias y secundarias, y esta es
fundamentalmente la misma distinción que mostramos como característica del adjetivo. Así, todo
símbolo incompleto es en verdad un adjetivo, y aquellos que parecen sustantivos solo lo aparentan
en virtud de nuestra incapacidad o desatenencia para distinguir sus ocurrencias primarias y
secundarias. Como ejemplo práctico, tomemos el caso de los objetos materiales. Estamos
acostumbrados a tomar tales objetos como sustantivos, lo cuál quiere decir que los utilizamos de
una única manera para definir rangos de proposiciones , y no distinguimos entre sus ocurrencias
primarias y secundarias. Como mínimo, nadie hizo tal distinción hasta que el Dr. Whitehead declaró
que los objetos materiales son adjetivos de los eventos en los cuales están situados, De forma que la
ocurrencia primaria de un objeto material A está en una proposición “A está situado en E”. Desde
este tipo de proposiciones podemos construir el resto de proposiciones en las que A ocurre. Por
tanto “A es rojo” será “Para todo E, A está situado en E implica que la rojez está situada en E”,
proposición en la cual A ocurre de forma secundaria. Por lo que esta diferencia entre ocurrencia
primaria y secundaria no es meramente demostrada como lógicamente necesaria, si no también
llevada a cabo de forma práctica en este caso.

La conclusión es que, respecto a los símbolos incompletos, la diferencia fundamental no es entre


sustantivo y adjetivo si no entre ocurrencia primaria y secundaria; y que un sustantivo es
simplemente una construcción lógica cuya ocurrencia primaria y secundaria no logramos distinguir.
Por lo que ser un sustantivo no es una propiedad objetiva si no subjetiva, en el sentido de que
depende no de una mente si no de los elementos comunes a las mentes y propósitos de todos los
hombres.

Esta es mi primera conclusión, que creo es de cierta importancia en la filosofía de la naturaleza y de


la mente, pero no es la conclusión que más quiero resaltar, y no responde a la pregunta con la que
comencé mi artículo. Esta es una conclusión sobre el método y la posibilidad de dividir ciertas
construcciones lógicas en sustantivos y adjetivos, y es en conexión a tales construcciones lógicas
que se originó la idea de los adjetivos y sustantivos. Pero la pregunta que hemos puesto en cuestión
es la posibilidad de dividir objetos genuinos, y no construcciones lógicas, en particulares y
universales. Para responder a esta pregunta tenemos que volver atrás y retomar el hilo del
argumento en el lugar en el que lo abandonamos en favor de esta extensa disgresión sobre las
construcciones lógicas.

Hemos visto antes que la diferencia entre particular y universal derivaba de la diferencia entre
sujeto y predicado, diferencia que descubrimos se da únicamente en las proposiciones atómicas.
Examinamos entonces las tres teorías de las proposiciones atómicas o, más bien, de los hechos
atómicos. La teoría del “enlace” de Mr. Johnson, la teoría de Mr. Russell de que la cópula es llevada
a cabo por universales, de los cuales debe haber uno y solamente uno en cada hecho atómico, y la
teoría de Mr. Wittgenstein de que los objetos están unidos los unos a los otros como eslabones de
una cadena. Observamos que, de estas teorías, sólo la de Mr. Russell asignaba verdaderamente una

15 “range” quiere decir aquí el conjunto de proposiciones que obtenemos al completar un símbolo incompleto o las
variables de una función proposicional. En matemáticas llamamos a esto “conjunto imagen” referido a las funciones.

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función diferente al sujeto y al predicado y por tanto daba sentido a la diferencia entre ambos, por lo
que procedimos a discutir tal teoría. Vimos que Mr. Russell tenía dos respuestas posibles a las
críticas de Mr. Johnson: una era afirmar que solo su teoría tiene en cuenta la diferencia que sentimos
existe entre Sócrates y la sabiduría, la otra era que que su notación es mucho más conveniente que
cualquier otra, y por tanto debía corresponderse más estrechamente con los hechos. Tomamos
entonces el primero de estos argumentos, y examinamos la diferencia entre Sócrates y la sabiduría.
Encontramos que esta consistía en el hecho de que, mientras que Sócrates determinaba un solo
rango de proposiciones en la cual se daba, sabio determinaba dos rangos, el rango “f sabio” al
completo, y el rango más estrecho “x es sabio”. Examinamos entonces la razón para esta diferencia
entre los dos símbolos incompletos Sócrates y sabio, y decidimos que era de carácter subjetivo y
que dependía de los intereses y necesidades humanos.

Lo que debemos considerar ahora es si la diferencia entre Sócrates y sabio tiene la misma relevancia
en la composición de los hechos atómicos, tal y como Mr. Russell alega. Podemos combinar
provechosamente esto con la consideración del otro argumento posible de Mr. Russell de la superior
conveniencia de su simbolismo. La esencia de este simbolismo, tal y como observa Mr. Johnson,
consiste en no permitir que el adjetivo aparezca de forma independiente, si no que lo convierte en
una función proposicional al fijarlo a una variable x. Una posible ventaja de este procedimiento se
muestra al respecto de nuestro tratamiento previo de la diferencia entre sustantivo y adjetivo, ya que
unir la variable x nos ayuda a realizar la diferenciación que tenemos que hacer en el caso del
adjetivo, pero no en el caso del sustantivo, entre los valores de Φx y los valores de f (Φ^z), siendo f
variable. Solamente así, podría decirse, podemos distinguir (x) . Φx de (f) . f(Φ^z). Pero solo se
requiere un mínimo estudio para ver que esta ventaja es muy leve y no tiene una importancia
fundamental. Podríamos fácilmente hacer tal distinción de otras maneras; por ejemplo determinando
que si la variable va detrás de Φ significa lo que ahora expresamos por Φx, pero que si fuese antes
de Φ significa lo que expresamos mediante f(Φ^z); o simplemente decidiendo utilizar las letras
“x”, “y”, “z”, en un caso, y “f”, “g”, “h” en el otro.

Pero, aunque esta supuesta ventaja en el simbolismo funcional sea imaginaria, hay una razón que la
vuelve completamente indispensable. Tomemos una propiedad como “o bien tener R respecto a a, o
bien tener S respecto a b”. Sería absolutamente imposible representar esto mediante un símbolo
simple “Φ”.Ya que, ¿cómo podríamos definir entonces Φ? No podríamos decir que Φ = Ra . v. Sb,
porque no podríamos saber si los vacíos deben ser completados con el mismo argumento o con
argumentos diferentes, y por tanto no sabríamos si Φ sería una propiedad o una relación. En lugar
de esto tendríamos que decir que Φx. = .xRa. v .xSb; lo cual explica no lo que queremos decir
mediante Φ en sí mismo si no que, seguido por cualquier símbolo x, Φx es una abreviación de
xRa. v .xSb. Tal es la razón que hace inevitable la introducción de funciones proposicionales. Esto
simplemente significa que en estos casos “Φ” no es un nombre si no un símbolo incompleto, y que
no se puede definir de forma aislada o permitir que aparezca de forma independiente.

Pero esta conclusión sobre xRa. v. xSb no incumbe a todas las funciones proposicionales. Si Φa es
una proposición atómica de dos términos, “Φ” es un nombre del término que no es a, y puede
manifestarse sin problemas de forma independiente. Entonces, nos preguntaremos, ¿por qué
también en este caso escribimos “Φx” en vez de “Φ”? La razón de esto radica en una característica
fundamental de la lógica matemática, su extensionalidad, que quiere decir su primordial interés por
las clases y relaciones en su extensión. Ahora, si en una proposición cualquiera cambiamos
cualquier nombre individual por una variable, la función proposicional resultante define una clase; y
la clase podrá ser la misma para dos funciones de forma muy diferente, en una de las cuales “Φ” es
un símbolo incompleto, y en la otra un nombre. Como la lógica matemática sólo está interesada en
las funciones en tanto que refieren a clases, no ve la necesidad de distinguir entre dos tipos de

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funciones, ya que la diferencia entre ellas, pese a ser de suma importancia para la filosofía, no se
corresponderá con una diferencia en las clases que las funciones definen. Entonces, dado que
algunos Φ's son incompletos y no pueden manifestarse de forma independiente, y todos los Φ's
deben tratarse de la misma manera para evitar complicaciones inútiles, la única solución es no
permitir que ninguno de ellos se pueda manifestar de forma independiente.

Tal es la justificación de la práctica de Mr. Russell; pero es también la refutación de su teoría, que
no consigue apreciar la diferencia entre las funciones que son nombres y las que son símbolos
incompletos. Una distinción que, como hemos observado antes, es esencial para la filosofía aunque
inmaterial para las matemáticas. No quiero decir que Mr. Russell negaría ahora tal distinción; al
contrario, queda claro por la segunda edición del Principia que la aceptaría; pero creo que su actual
teoría de los universales es la reliquia de su previo fracaso de apreciarla.

Se recordará que solamente encontramos dos argumentos posibles para su teoría de los universales.
Una era por la eficiencia de la notación funcional; esto claramente queda vencido porque, como
hemos visto, la notación funcional meramente pasa por alto una diferencia esencial que no interesa
al matemático, y porque el hecho de que algunas funciones no puedan manifestarse de forma
independiente no es un argumento de que ninguna puede. El otro argumento surge de la diferencia
que sentimos entre Sócrates y sabio, que se corresponde con la diferencia entre individuos y
funciones en su sistema lógico. De la misma manera que Sócrates determina un rango de
proposiciones, pero sabio dos, a determina el rango Φa, pero Φ^z los dos rangos Φx, y f(Φ^z). ¿Pero
a qué se debe la diferencia entre funciones y individuos? Una vez mas, simplemente al hecho de que
ciertas cosas no interesan al matemático. Cualquiera que esté interesado no solo en clases de cosas,
si no también en sus cualidades, querrá distinguir a las funciones que son nombres de las que no lo
son; y si llamásemos a los objetos de los que son nombres “cualidades”, y denotásemos una
cualidad variable mediante q, tendríamos no solo el rango Φa, si no también el rango más estrecho
qa y la diferencia análoga a la diferencia entre “Sócrates” y “sabiduría” habría desaparecido.
Deberíamos tener una simetría completa entre cualidades y individuos; ambos podrán tener
nombres que pueden aparecer de forma independiente, y ambos determinarán dos rangos qa y Φa,
donde q y Φ son variables, y q determina los rangos qx y fq, siendo x y f variables.

Así que, si no fuese por su interés tendencioso, el matemático habría inventado un simbolismo que
sería completamente simétrico respecto a los individuos y las cualidades; y se vería claramente que
no hay ningún sentido en las palabras individuo y cualidad; estaríamos simplemente hablando de
dos tipos diferentes de objetos. De forma que dos objetos, uno de cada tipo, podrían ser los únicos
constituyentes de un hecho atómico. Ya que los dos tipos son simétricos en todos los sentidos, no
significa nada llamar a uno individuo y al otro cualidad, estas dos palabras no pueden tener
connotación alguna.

A esto se le pueden hacer varias objeciones, a las que deberemos responder brevemente.
Primeramente, se podría decir que los dos términos de tal hecho atómico deben ser conectados por
el enlace caracterizador o la relación de caracterización, que son asimétricas y diferencian a sus
relatums en cualidades y individuos. En contra de esto diré que la relación de caracterización es
simplemente una ficción verbal. “q caracteriza a” no significa nada más que “a es q”, es
simplemente una forma verbal extendida.; y dado que la relación de caracterización ciertamente no
es un constituyente de “a es q” no puede ser nada en absoluto. Respecto al enlace, no puedo
comprender que clase de cosa éste sería, y prefiero la opinión de Wittgenstein de que en los hechos
atómicos los objetos están unidos los unos a los otros sin ayuda de ningún mediador. Esto no
significa que el hecho es simplemente la colección de sus componentes, si no que consiste en su
unión sin un enlace mediador. Hay aún otra objeción sugerida por Mr. Russell en la nueva edición

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del Principia. Ahí dice que todas las proposiciones atómicas son de la forma R1(x), R2(x,y),
R3(x,y,z), etc., y pueden por tanto definir a los individuos como términos que pueden ocurrir en
proposiciones con cualquier número de términos; mientras que por supuesto una relación con un
número de términos n sólo podría darse en una proposición con n + 1 términos. Pero esto presupone
su teoría respecto a la constitución de los hechos atómicos, que todo hecho atómico debe contener
un término de tipo especial, al que llamamos universal; una teoría que mostramos no tiene
fundamento alguno. La verdad es que no sabemos ni podemos saber nada de la forma de las
proposiciones atómicas; y obviamente no hay una manera de decidir sobre tal cuestión. Ni siquiera
podemos decir que no haya hechos atómicos que consistan en dos términos del mismo tipo. Podría
pensarse que esto nos llevaría a una contradicción de círculo vicioso, pero una mínima reflexión
mostrará que no es el caso. Ya que la contradicciones que se deben a permitir que una función sea
su propio argumento solamente surgen cuando tomamos como argumento una función que contiene
una negación, y que es por lo tanto un símbolo incompleto y no el nombre de un objeto.

Para concluir, describamos desde este nuevo punto de vista el procedimiento del lógico matemático.
Éste toma un tipo cualquiera de objetos como el sujeto de su razonamiento, y los llama individuos,
lo cual significa simplemente que ha escogido a este tipo para razonar sobre él, aunque por otro lado
podría haber escogido cualquier otro tipo y haberlo llamado individuos. A los resultados de sustituir
en una proposición a los nombres de tales individuos por variables les llama funciones, sin importar
si la parte constante de la función es un nombre o símbolo incompleto, dado que esto es irrelevante
para la clase que la función define. El no hacer esta distinción ha llevado a esto símbolos
funcionales, de los cuales algunos son sombres mientras que otros son incompletos, a ser tratados
de la misma manera: como nombres de objetos incompletos o propiedades; lo cual es responsable
de el gran embrollo que es la teoría de los universales. De entre todos los filósofos únicamente
Wittgenstein ha sido capaz de ver a través de este entuerto, y ha declarado que sobre la forma de las
proposiciones atómicas nada podemos saber.

NOTA AÑADIDA EN 1926


Cuando escribí mi artículo estaba convencido de que era imposible descubrir las proposiciones
atómicas mediante análisis. Ahora estoy indeciso al respecto, y no puedo por tanto estar seguro de
que no se descubra que resulten ser todas o alguna o de la serie de formas que pueden ser
expresadas mediante R1(x), R2(x,y), R3(x,y,z), etc., en cuyo caso podríamos, tal y como ha sugerido
Mr. Russell, definir a los individuos como términos que pueden darse en proposiciones con
cualquiera de estas formas, y a los universales como términos que solo pueden darse en una sola
forma. Admito que puede darse el caso de que se descubra que esto es así, pero dado que por ahora
nadie puede estar seguro de que tipo de proposiciones atómicas existen, tal cosa no puede ser
afirmada con seguridad; ni existe una fuerte presunción en su favor, dado que creo que el argumento
de mi artículo establece que tal cosa no puede saberse a priori.

Esto es un asunto de cierta importancia, ya que filósofos como Mr. Russell han pensado que,
aunque no sepan respecto a que términos finales serán analizables las proposiciones, estos términos
deben ser divisibles en universales y particulares, categorías que son empleadas en discusiones
filosóficas como si fuese cierto a priori que pueden ser aplicadas. Esto ciertamente parece ser
derivado principalmente de la suposición de que tiene que existir una diferencia entre objetos
finales análoga a la que sentimos subsiste entre términos como Sócrates y sabio; y para ver si esto
puede ser razonablemente sostenido, debemos descubrir que diferencia hay entre Sócrates y sabio
que sea análoga a la diferencia hecha en el sistema de Mr. Russell entre particulares y universales.

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Si consideramos el desarrollo del sistema lógico de Mr. Russell, tal y como es expuesto en la
introducción de la segunda edición del Principia Mathematica, podemos ver que diferencia hay
entre su tratamiento de los particulares y los universales. Descubrimos que los universales siempre
ocurren como funciones proposicionales que sirven para determinar rangos o gamas de
proposiciones, especialmente el rango de la función Φx, y el rango de las funciones de la función
f(Φ^x) (siendo f variable). Los individuales también sirven para determinar rangos de
proposiciones, pero en este caso solo hay un rango principal: el rango de funciones del individuo
Φa (Φ variable). Podríamos obtener un rango más estrecho, como bien apunta Mr. Russell, si
usamos una cualidad variable, pero no tenemos necesidad de tal cosa. Esta es la única diferencia en
la manera en la que los individuales y universales funcionan en su sistema, y como descubrimos que
hay una diferencia similar entre Sócrates y sabio, es probable que tengamos aquí entre manos la
esencia de la cuestión. Sabio, como un Φx en el sistema de Mr. Russell, determina el rango más
estrecho de proposiciones “x es sabio” y el más amplio “f sabio”, donde el último rango incluye a
todas las proposiciones en las que se puede dar sabio. Sócrates, por otro lado, se usa solamente para
determinar el rango más amplio de proposiciones en el que se puede dar de cualquier forma; no
tenemos una forma precisa de determinar un rango más estrecho. No podemos hacerlo limitándolo a
proposiciones en las que Sócrates se da como sujeto, porque puede ser considerado como sujeto en
cualquier proposición en la que se de: siempre podemos considerar que la proposición dice “Es
verdad de Sócrates que...”. La posición es que en Sócrates el rango más estrecho está ausente.
Aún así esta diferencia entre Sócrates y sabio es ilusoria, porque se puede mostrar que es
teoréticamente posible hacer un rango estrecho similar para Sócrates, aunque nunca hayamos tenido
necesidad de hacerlo. No obstante, una vez este hecho es observado, la diferencia entre Sócrates y
sabio desaparece, y comenzamos, como el Dr. Whitehead, a decir que Sócrates es un adjetivo. Si
uno piensa que todas o prácticamente todas las proposiciones sobre objetos materiales son
funciones de verdad de proposiciones sobre eventos lógicos entonces, en mi opinión, tratará a los
objetos materiales como adjetivos de los eventos. Y esta es la verdadera diferencia entre adjetivo y
sustantivo. No digo que la diferencia haya originado de una reflexión explícita sobre la diferencia
entre rangos de proposiciones, si no que esta diferencia que vagamente sentimos es la fuente de la
distinción. Mi parecer es sorprendentemente confirmado por el caso del Dr. Whitehead quien,
habiendo tomado a los objetos materiales como análogos a sabio (en el modo en cuestión), declaró
que estos eran adjetivos.

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