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Revista Chilena de Derecho, Vol. 22 N° 3, pp. 623-628 (1995)
EL FUNDAMENTO DE VALIDEZ DE LA
COSTUMBRE COMO FUENTE DE DERECHO*
* Expuesto en la apertura del congreso internacional sobre "La costumbre", que tuvo lugar
en Santiago los días 8 a 11 de agosto de 1994, organizado por las facultades de derecho de las
Universidades de Chile y Católica de Valparaíso.
1 Sobre la materia, vid. los siguiente textos: Frag. Vat. 70; Dig. 7.1.15.5; 7.127.1; 32.73.3-4;
32.91.3 y 6; 32.99 pr.; 33.7.18.1; 33.7.25 pr.; 33.8.23.1; 33.10.10; 34.2.19.8; 34.2.33.; 34.5.1.
2 En materia constitucional, la individualidad puede ser rasgo característico de las costum-
bres: piénsese en aquellas que atañen al ejercicio de las jefaturas de gobierno no desempeñadas
casi siempre por un solo individuo.
3 La costumbre individual también exige, por cierto, que esté constituida por una reiteración
de actos, de modo que uno solo no sea suficiente para formarla. Individualidad y reiteración, pues,
no se contradicen.
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624 REVISTA CHILENA DE DERECHO ol- 22
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1 995] GUZMAN: EL FUNDAMENTO DE VALIDEZ DE LA COSTUMBRE 625
7 Aunque el tema de la autenticidad julianea del texto que en el Digesto aparece atribuido a
Juliano, no nos debe ocupar aquí, difícilmente; sin embargo, Juliano lo escribió. El vivió en una
época cuando habían desaparecido prácticamente las leyes populares. Por otro lado, jamás fue doctrina
política de los romanos que éstas tuvieran su origen en la voluntad del pueblos. En fin, con muchas
dificultades un jurista romano establecería una analogía entre la votación popular en los comisios
para aprobar una ley y la costumbre. Esas ideas más bien pertenecen al mundo griego y, así, el
texto que las contiene seguramente fue de origen bizantino. El pasaje de Hermogeniano, en
cambio, puede ser auténtico; pero ese autor vivió en la época postclásica, invadida de ideas
griegas, de modo que vale lo dicho antes para Juliano. Lo mismo se puede afirmar del texto de los
Tituli ex corpore Ulpiani , cuya íntegra factura postclásica es innegable. De todas maneras vid.:
Schmiedel, Burkhard, Consuetudo im klassischen und nachklassischen römischen Recht (Graz-
Köln, Böhlau, 1966); Bove, Lucio, La consuetudine in diritto romano (Napoli, Jovene, 1971).
8 Suárez, Francisco, De legibus ac Deo legislatore , lib. 7, cap. 12.
9 Como se comprenderá fácilmente, tal es la doctrina que acoge la legislación chilena.
10 Vid. Savigny, F. C, Sistema de derecho romano actual (trad, cast., Madrid, Centro Edito-
rial de Góngora, s. d.), párr. 25; 29 (requisito 5o, p. 164).
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IV. En esta ocasión deseo ofrecer para debate una tesis distinta acerca de
ese fundamento. Se base en el principio que suele ser formulado con recurso a
la fórmula latina contra factum suum nemo venire potest ("nadie puede ir en
contra de su propio hecho"). En cuanto al contenido y alcances generales de este
principio, los doy por sentados y me excuso de traerlos especialmente, para
entrar de manera directa a explicar por qué opino que es ese principio el que
funda la obligatoriedad de las costumbres.
La enunciación de esta tesis es muy sencilla: la costumbre, ya lo vimos, es
ante todo un hecho prenormativo, y como hecho que es, no puede obligar a nada
ni a nadie. Pero cuando en el interior de una comunidad vienen repitiéndose de
hecho unos determinados comportamientos, nadie puede ir en contra de ellos
merced al principio antes enunciado.
Claro está que el principio contra factum suum debemos aplicarlo formal-
mente, formaliter dirían los escolásticos, y no materialiter. Esto concierne a la
interpretación que debemos dar a la palabra nemo , o sea al "nadie" o "ninguno"
de la fórmula nemo venire potest. Quiero decir que el sujeto nemo de ese enun-
ciado no se refiere al sujeto considerado en su corporeidad individual, sino al
sujeto considerado en su cualidad genérica de hombre, o de ciudadano, o de
padre de familia, o de comerciante, o de estudiante, etc., y lo mismo habría que
decir para las entidades, o para los cargos: no se trata de tal o cual sociedad
comercial concreta, sino de las sociedades comerciales; no de la persona de este
presidente de la república, sino del presidente de la república quienquiera que
sea, etc.
Con este planteamiento quiero evitar una crítica a la vista. El principio de
que tratamos supone, en efecto, un factum suum que no debe ser contradicho;
pero en materia de costumbres no siempre ni necesariamente, incluso más,
puede que nunca se trate de un factum suum , sino de un factum alterius , del
hecho de otros. Porque, en efecto, si queremos explicar la obligatoriedad de la
costumbre con base en el principio nemo venire potest y fuéramos muy estric-
tos, necesario sería probar que la costumbre invocada ha sido alguna vez practi-
cada por aquel en contra de quien se la invoca, para en seguida exigirle conse-
cuencia y no contradicción con su anterior acto propio. Sin embargo, nadie
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jamás ha dicho que para la validez de una costumbre es necesario que ella haya
sido practicada alguna vez por aquel en contra de quien se la invoca. Según
esto, el principio contra factum suum nemo venire potest no podría ser el funda-
mento de la obligatoriedad de las costumbres, porque en la mayoría de los casos
aquellos en contra de quienes se invocan éstas jamás antes la practicaron, por
modo de ser lícito reprocharles después una contradicción con un factum suum.
Y es entonces para evitar esta objeción que he dicho que no se trata del factum
del individuo concreto a quien se le opone determinada costumbre, sino del
factum imputable al género al cual él pertenece.
Ofreceré un ejemplo, basado en la figura del secreto bancario obligatorio
que, como se sabe, tuvo orígenes consuetudinarios. Si queremos fundar su obli-
gatoriedad en el antes recordado principio, ningún nuevo banco quedaría vincu-
lado por el secreto, en efecto, porque, siendo nuevo, jamás podría reprochársele
que al violarlo actuó contra factum suum. Pero así razonando, estaríamos inter-
pretando materialiter el nemo o sujeto del enunciado. Cuando, en cambio, se lo
interpreta formalmente, es decir, referido no a ese concreto banco, sino a los
bancos, como género, al cual el nuevo banco pertenece, entonces resulta que
éste queda comprendido en el nemo y regido por el principio, según el siguiente
razonamiento lógico: nadie puede ir en contra de sus propios hechos; por ende
los bancos no pueden ir en contra de sus propios hechos; es así que los bancos,
de hecho, mantienen en secreto las operaciones de sus clientes; por tanto, los
bancos no pueden dejar de mantener en secreto las operaciones de sus clientes;
como tal concreta sociedad anónima es banco, de ello se sigue que esa sociedad
no puede dejar de mantener en secreto las operaciones de sus clientes.
En este razonamiento, que corresponde a un silogismo del tipo denominado
entimema por la lógica clásica, se observan dos niveles. El primero va desde la
formulación del principio abstracto hasta la regla concreta de que los bancos no
pueden dejar de mantener en secreto las operaciones de sus clientes, porque ello
sería contrariar un hecho propio. El segundo empieza con la premisa de que tal
concreta sociedad anónima es banco y termina con la inferencia final de que ella
no puede dejar de mantener en secreto dichas operaciones. Como se ve, el punto
de conexión entre ambos niveles está dado por la relación de género a especie
que existe entre el concepto de "banco" y tal sociedad anónima que es "banco".
Y es en esa conexión que está incluida la consideración del sujeto entendido
formal y no materialmente. Así, pues, aunque tal sociedad anónima que es
banco jamás haya practicado mantener en secreto las operaciones de sus clien-
tes, porque es nueva, está cogida empero por la costumbre del secreto bancario,
debido a que, al nacer a la vida jurídica como banco, inmediatamente se convir-
tió en sujeto de las reglas aplicables a los bancos, surgida de los hechos practi-
cados por ellos, que ellos no pueden contravenir en virtud del principio general.
Si en este razonamiento hay algún vicio lógico que invalide su fuerza pro-
batoria, yo no lo sé. Entretanto no lo descubra, prefiero explicar así por qué
obligan las costumbres a recurrir a un elemento tan inasible como la opinio iuris
seu necessitatis , al consensus populi o al consensus principis , que me parecen
muy artificiales.
Debo advertir, con todo, que la invocación del principio contra factum
suum es sólo para explicar la obligatoriedad de la costumbre, no para explicar
qué sea ella. Por tal razón no podría aceptar la siguiente objeción: de acuerdo
con las reglas generales, para hacer aplicable ese principio basta un único
factum que no debe ser contradicho. La costumbre, por definición, en cambio,
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