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Democracia universitaria y el problema de los tres estados.

El tópico que versa sobre la gobernanza universitaria ha estado impregnado de vocablos que
recuerdan otras épocas, el más notable de ellos, es aquel que hace referencia a la existencia de
“estamentos” al interior de las casas de estudio. Su uso tampoco es necesariamente un anacronismo
en sentido estricto, pues la realidad a la que hace referencia dice relación con cierta división social
del trabajo al interior de la Universidad. Así, maestro, estudiante y funcionario ha sido el tridente
usado en los últimos 100 años para dar sustancia a los “estamentos” que operan – o cumplen
función- en prácticamente todas las casas de estudio a nivel nacional.

Usando lo anterior como una mera constatación, la pregunta por la gobernanza universitaria se
traduce en: ¿cómo construir la dirección política de determinada institución? Lo que naturalmente
debiésemos hacer para siquiera pretender responder a dicha pregunta, es comprender cuáles han
sido las funciones que cumple la Universidad moderna en el Chile neoliberal, vale decir, la necesidad
de la cual se hace cargo.

Sobre el particular, es pertinente recordar que toda institución de educación superior en el siglo XXI
cumple una función primaria que se traduce en valorizar la fuerza de trabajo, es decir, calificarla
para determinado rol en la división del trabajo, a lo menos en términos nacionales, sin agotarse
necesariamente dentro de dichos márgenes. Una segunda función puede avizorarse en relación al
objeto de dicha institución, vale decir, el conocimiento propiamente tal o, lo que es lo mismo, el
desarrollo de las ciencias en su sentido amplio. Ligado a lo anterior, el desarrollo de las ciencias tiene
relación directa con la creación de nuevas tecnologías y técnicas, destinadas hoy en día a mejorar
las condiciones de vida de los humanos, ya sea directamente (por ejemplo, en la creación de
medicamentos contra enfermedades) o indirectamente (duplicando la producción). Una cuarta
función es la ideológica, es decir, la producción de cierto entendimiento de la realidad que permite
su estabilidad mediante el consenso o hegemonía, aunque esta es la que más varía según
institución.

Todas estas funciones, que se desarrollan al interior de las instituciones de educación superior con
algunos matices, han sido objeto de los procesos de acumulación en el Chile de los últimos 40 años.
Así lo demuestran las primeras “universidades docentes” que básicamente aseguraban su tasa de
ganancia mediante la explotación de carreras de pregrado y arrendamiento de infraestructura para,
en un segundo momento, expandir el nicho de negocios a los posgrados en el formato diplomado-
magister. De esta constatación no se salva ni siquiera las universidades estatales, pese a que sus
mecanismos de acumulación operan de forma distinta – principalmente por medio de sueldos
millonarios, contratos de servicios y fondos de investigación permanentes-. Por tanto, la
acumulación capitalista en las Universidades afecta el desenvolvimiento de sus funciones de manera
drástica. Así, existen objetivos prioritarios que dicen relación con: i) la reducción de costos
formativos (planes tunning y Bolonia), ii) la separación cada vez más estricta entre pregrado y
postgrado, escindiendo lo formativo de lo investigativo propiamente tal, iii) las líneas de
investigación prioritarias de cada institución y iv) los modelos de investigación indexada.

Este formato de Universidad enfocado en la productividad y reducción de costo de sus funciones ha


devenido, según los matices presentes en cada una de las instituciones de educación superior, en
formas distintas de gobernanza universitaria. Por una parte, las universidades de corte empresarial
puro ven en los actores presentes dentro de la comunidad simplemente a factores productivos que
deben ser explotados de forma eficiente, de ahí su carácter vertical y autoritario con altos índices
de persecución y despolitización de sus miembros. En segundo lugar, Universidades complejas, ya
sea por sus funciones o por la importancia que cumplen en su respectivo territorio, han necesitado
de espacios colegiados de dirección con reconocimiento minoritario de otros actores, pero que varía
según institución (estudiantes y funcionarios), esto en virtud de los intereses que agrupa al interior
de sus comunidades.

Delimitado el terreno en el cual se debe asentar la discusión sobre el problema de la gobernanza


universitaria, convienen ahora hacer la reflexión sobre la manera en que una política revolucionaria
es posible al interior de las universidades y cómo esta está directamente relacionada con la
democracia. Esta parte de la exposición opera a modo de tesis, la cual debe ser refundida, criticada
y reelaborada en la jornada de verano de Contra-Corriente Santiago.

No hay democracia sin programa revolucionario

La justificación de un sistema democrático de poder al interior de la Universidad, al modo de una


república, debe partir por la creación de un programa que sea expresión de su necesidad, es decir,
debemos partir por la crítica a las funciones que se dan al interior de la Universidad o, lo que es lo
mismo, a la actual división del trabajo que pone en su vértice al profesorado de carrera y que al día
de hoy nos obliga a pensar la democracia en su forma “triestamental”. La forma en que debe partir
esta apuesta es por medio de una crítica a la división actual de las ciencias, muy servil al modo de
producción capitalista de nuestros tiempos y que se traduce en formas especializadas del
conocimiento que se excluyen unas a otras (positivistas) y que son abiertamente contrarias al
proyecto comunista. Un segundo elemento es la crítica a las formas de acceso a la educación
superior y su posterior permanencia, esto en términos amplios, es decir, no solo respecto de
estudiantes como sería el fin de la PSU y el establecimiento de un proceso de admisión distinto;
acceso por concurso público de profesores y funcionarios, evaluaciones públicas y trabajadas de
forma democrática que aseguren veracidad en los procesos de promoción y permanencia, además
de un sistema de bienestar centralizado para todos los miembros de la comunidad universitaria que
asegure condiciones de trabajo óptimas para todas y todos. El objetivo de esta tarea es formar una
fuerza transformadora más allá de lo estudiantil, lo cual es una necesidad estratégica si se quiere
tener un plan de transformación de estas instituciones. Un tercer eje parte del trabajo ideológico,
vale decir, criticar las mallas curriculares y perfiles de egreso, además de las líneas de investigación
oficiales, que en cualquier caso está muy relacionado con el primer eje antes expuesto. El objetivo
general de este programa es romper las bases sociales en las que se afianza el modelo ilustrado de
universidad que hace equivalente la relación entre actor=estamento, cuando la relación buscada es
actor=programa.

En términos tácticos, la primera tarea es avanzar en la creación de espacios que superen lo


meramente estudiantil, desde una óptica político-social, ya sea en plataformas amplias
(triestamentales) o por tópicos de trabajo (asambleas triestamentales de mujeres) que se funden
en alguno de los ejes antes descritos, pero que estén pensadas para funcionar de forma articulada.

Las contradicciones de las cuales nos debemos hacer cargo suponen la transformación radical de la
universidad en su conjunto. Es decir, este programa sería un desarrollo de la primitiva consigna de
educación gratuita pública y digna, pero pensada para la totalidad de los actores presentes en dichas
instituciones y, por ende, llamada a permanecer más allá de lo que una generación universitaria
perdura.

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