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Editorial Andrés Bello La originalidad creadora de Jacqueline Balcells va quedando plasmada una y otra vez en el encanto, la finura y una sugerente amalgama de ingenuidad y sabidurfa ancestral, de ambigtiedad 'y precision tanto del sentimiento mismo como de Ia intuicién poética En estos siete relatos infantiles se mez- clan la magia y Ia realidad, la sicologia y el humor, la aventura y la belleza y, por sobre todo, lo maravilloso, Todo ello, mas una accién vertiginosa que muchas ve" ces, paraddjicamente, parece estan- cada, hace que el lector quede prisio- nero én las redes de una trama genial. ¥ ese lector bien puede tener cinco, cincuenta 0 quinientos afos de vida: iTodo depende de la capacidad de asombro que cada uno, en definitiva, posea! ae : giiR DET) ee NIVELS OQ» 78" 95611511701 Jacqueline Balcells EL NINO JACQUELINE BALCELLS EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL PROLOGO DE. ANA MARIA LARRAIN ILUSTRACIONES DE EDUARDO OSORIO EDITORIAL ANDRES BELLO Barcelona * Buenos Aires * México D.F. * Santiago de Chile INDICE Pr6logo, de Ana Maria Larrain EI niffo que se fue en un Arbol . . Como empez6 el olvido La princesa y el enano verde v0... Ta pasa encantada ..........0050. ae El pececito que tenia sed ...... El gigante enterrado . Conversemos sobre EI nifio que se fire en un drboly los OU70S CUEMEOS eee eee ee 6 El elixir de las sirenas ©... 6... 60sec e eevee 13 29 45 61 B 85 5 115 PROLOGO En los cuentos tradicionales, el ntimero 7 es, asf como el 3 © el 12, uno de los denominados “nimeros magicos”, por cuanto encierran un concepto de totalidad y perfeccién que por si solo resulta, en la imaginacién popular y lo mismo en Ja infantil, altamente sugerente, hasta el punto de no mere- cer mayores explicaciones. Pues bien, rio sé si por magia o simple casualidad, este conjunto de relatos infantiles esta conformado, también, por siete narraciones de calidad bastante pareja —lo que no deja de ser un acierto cuando ésta es buena— y de una in- ventiva ciertamente original que en repetidos momentos alcanza, en virtud de un uso apropiado y creador del lengua- je, mAs de algiin atisbo de excelencia Es asf como ya el primero de ellos (El niffo que se fue en un drbol), que sirve de titulo al texto, se revela al lector, desde sus mismos inicios, como un hermoso relato de amor, maravilla y suspenso, donde una engafiadora simpleza del estilo no oculta a esa profunda conocedora de la sicologia del nifio que es Jacqueline Balcells. Esto no s6lo se aprecia en el tratamiento de personajes y situaciones narrativas, sino también —desde Iuego— en un manejo lingiifstico que re- curre preferentemente a figuras poéticas extraidas del caudal inagotable de la vida “cotidiana”, cuyos avatares no cesan de causar asombro en la sensibilidad siempre alerta de los mas pequefios. Gradaciones y reiteraciones, hipérboles y comparaciones van configurando esa realidad en la que el 8 PROLOGO lector infantil se moverd con interés y soltura: “bajo él algo se movfa y crujfa con un ruido como de papeles que se estuviesen arrugando”. O también: “era un pafio blanco, tan blanco, que reflejaba los rayos de sol como si fuesen nieve”; “(la naranja) se encendid como un farol y comenz6 a hin- charse mds que un melon, mds que un zapallo...""; “... cada vez mas fuerte, como si un sacacorchos gigante estuviese destapando una botella del porte de una casa, el ruido subia y subia...”, Al modo de aquellos viejos relatos que ya pertenecen al inconsciente colectivo, se insintia en esta coleccién —que por muchos indices pertenece a nuestro tiempo, sin perte- necer del todo a él, en realidad, ni tampoco a ningiin otro— una simbiosis perfecta entre hombre y naturaleza, tal cual se aprecia (para seguir con nuestro ejemplo) entre el extrafio nifio aparecido como por arte de magia en el hogar de los Pérez y ese drbol no menos extrafio que es el naranjo, cuya brillante y estratosférica luz ilumina con desconocidos rayos el huerto familiar. Lo curioso es que sobre esta base se logra, precisamente, tanto aqui como en los demds cuentos, un climax de honda emotividad y suspenso. El desenlace de a historia es por otra parte igualmente inesperado y quizds por eso impacta reiteradamente en cada relato, salvo tal vez en El pececito que tenia sed, a nuestro juicio el de menor inventiva y calidad literaria. Y aunque més de alguno de ellos recordaré al lector habitual los grandes clasicos infanti- les (de un modo, por cierto, dificilmente precisable), como Elgigante egoista de Wilde, 0 El principito de Saint-Exupéry (descontando, evidentemente, la riquisima fuente de inspi- tacion que constituyen los cuentos de hadas tradicionales), la originalidad creadora de Jacqueline Balcells va quedando una y otra vez plasmada en el encanto, la finura y esa suge- rente mezcla de ingenuidad y sabiduria ancestral, de ambi- giledad y precisién tanto del sentimiento mismo como de la intuicién poética que se concreta linea a linea en este texto. PROLOGO 9 “Seré para siempre tu hijo en las estrellas”, le dice el niflo “que se fue en un 4rbol” a su madre adoptiva, con quien ha establecido los irrompibles y misteriosos lazos del amor materno-filial, ‘nico por su gratuidad, entrafieza y raigam- bre, tinico —también— en sus infinitas e imprevisibles pro- longaciones. “Seré para siempre tu hijo en las estrellas”... Bien sabe la autora de hijos (y bien sabe, en verdad, de estrellas): por algo a los 24 afios, cuando comienza su actividad literatia, lo hace para entretener a sus propios hijos y desarrollarles una imaginacién sin trabas que vuele més alld de los lfmites del espacio. Nacida en Valparaiso en 1944, Jacqueline Marty aban- dona los cerros de su ciudad natal para estudiar en Santiago, primero en la Alianza Francesa y después en la Cruz Roj Luego de desempefiarse como arsenalera en el Hospital Mili- tar, viaja a México, Estados Unidos y Europa. A su regreso ingresa a la escuela de Periodismo de la Universidad Catoli- ca, En 1966 se casa y se traslada a vivir a Valparaiso, donde comienza a escribir cuentos para sus hijos, actividad que no abandona hasta el dia de hoy, e inicia paralelamente una serie de trabajos periodisticos que tomaran otro giro a raiz de su residencia en Francia desde 1982 hasta 1985 (Paris). Alli participa en seminarios de teologfa e imparte catequesis en la Parroquia de Saint-Laurent; organiza la biblioteca de la Embajada de Chile en Paris; escribe en la revista Année Bateaux; traduce diversos temas para la revista Poésie y publica, finalmente, cuentos infantilesen la coleccion Jaime Lire, de la Editorial Orial Bayard. Presse, uno de los cuales (Le Raisin Enchantée) aparece entre los mas lefdos del afio 1984, segtin las encuestas pertinentes. Hoy, tras su regreso a Chile en 1985 y sin abandonar del todo a sus lectores franceses, la autora publica en la Edi- torial Andrés Bello su exitoso cuento La pasa encantada, entre otros que configuran este volumen. 10 PROLOGO La versién espafiola de aquél mantiene el sin limite de una imaginacién desbordante que no cae, a pesar de una tematica dificil de abordar para el nifio, en el morbo de la tragedia excesiva. Por el contrario, el humor que corre, imperceptible, por cada linea del relato va salvando del absurdo cada una de las situaciones que le tocan de soslayo, de manera tal que, en vez de aterrorizarse por los efectos que la reiterada desobediencia de sus vastagos ha provocado en la madre del cuento, el lector infantil no podrd sino gozar con el triunfo final de ésta: por mucho que se halle converti- da literalmente en una arrugada pasa, segtin tantas veces le habia anunciado en su desesperacién a la prole, ella logra permanecer junto a sus hijos para seguirles entregando su amor desmedido... y para seguir alecciondndolos en el plano ético, como lo habia venido haciendo cuando atin conserva- ba la gracia y el garbo de... su figura humana, No faltan, de paso, las criticas sutiles al acendrado machismo de una so- ciedad como la muestra, donde “a mujer muerta, mujer puesta”, en una consideracién de la fémina como un trasto inttil o util, pero facilmente reemplazable. Todo ello, mas una accién vertiginosa que muchas veces, paradéjicamente, parece estancada, hacen que el lector quede prisionero en las redes de una trama genial aunque, en el fondo, espeluz- nante y, sobre todo, maravillosa,,maravillosa. Dificil sera olvidar, por otra parte, esa suerte de biblica pero desenfadada parabola moderna que es Cémo empezé el olvido, donde los matices mds sobresalientes de la sicologfa femenina y masculina van quedando plasmados ya desde los comienzos del mundo; lo mismo ocurre con ese cautivante relato que constituye La princesa y el enano verde, en el cual baila, junto al humor més genuino, toda la inocencia de un mundo incontaminado donde lo bueno es bello y donde Jo malo es, naturalmente, de horripilante y/o ridiculo aspecto. Como una sombra cultural siempre presente, las Meta- morfosis de Ovidio parecen ordenar el caos latente en cada PROLOGO n historia, especialmente en ese cuento escrito, al parecer, bajo la inspiracién nostalgia del recuerdo de Chile, esta tierra nuestra cuyos reiterados remezones quedan plena- mente “justificados” ante los ojos infantiles con la historia de ese Gigante enterrado que se mueve, inquieto, ante la afioranza del mar... Aventura, magia, realidad, sicologfa, humor, belleza y jmaravilla! son los ingredientes que Jacqueline Balcells ma- neja a voluntad, aprisionando en su relato a un lector, que bien puede tener cinco, cincuenta o quinientos afios de vida. ;Todo depende de la capacidad de asombro que cada uno, en definitiva, posea! ANA MARIA LARRAIN EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL, Geo. A sefiora Pérez estaba regando el huerto cuando alguien toc a la puerta de su casa. En ese mo- mento ella miraba perpleja un nuevo drbol que habia aparecido entre los otros drboles frutales. El huerto de los Pérez era muy pequefio y por eso ella estaba segura de que esa planta no estaba ahi antes. A simple vista parecia un naranjo igual a los demas, pero... tenfa algo extrafio: su ojo de campesina, ‘acostumbrado a conocer cada planta de la tierra, le decia que all{ habfa algo equivocado... ;Como no lo habia visto antes? ;Por qué sus escasas hojas tendrfan ese brillo raro, como metilico? Sus hijos interrumpieron sus pensamientos. Venian los tres corriendo desde la casa, gritando muy agitados. —jMamé! jMamé! Han dejado un paquete en la puer- —dijo Manuel, el mayor, casi sin aliento. No... Tonto! jNo es un paquete! Es un bulto en- vuelto en sébanas... ~habl6 Melisa. —Mamé..., mamé..., jven a verlo! Parece que es un bicho enorme, porque se mueve y hace un ruido rarfsimo... —dijo José, el mas pequefio. La sefiora Pérez, secéndose las manos en el delantal anudado a su cintura y dando un suspiro, camin6 lentamen- te hacia la casa. Entré por la cocina, atraves6 el viejo comedor y Meg6 ala puerta principal, que estaba entreabierta. La empujé un poco més y... alli en el suelo estaba lo que habfa causado ta... 4 JACQUELINE BALCELLS. tanta consternacién a los nifios: era un pafio blanco, tan blanco, que reflejaba los rayos del sol como si fuese nieve. Bajo él algo se movia y crujia, con un ruido como de Papeles que se estuviesen arrugando. La sefiora Pérez se qued6 ahi parada sin atreverse a to- carlo, —Pero nifios..., jno vieron quién dejé esto aqui? —Ies pregunt6, —No, mamé, Golpearon a la puerta y cuando yo fui a abrir no habfa nadie —dijo Melisa. -Yo incluso miré hacia el camino —agregé Manuel pero slo se veian las piedras y los arboles. iY no lo vas a mirar, mam? ,Qué estas esperando? —grité José, el menor, tirandola de la falda. Entonces la sefiora Pérez les contest: ~jAléjense un poco, por si es algo que salta! Y agach4ndose, tomé con mucha precaucién el albo pafio por una esquina y le dio un tiron hacia atrds, Inmedia- tamente el género volé por los aires y se deshizo como si fuera una telarafia barrida por el més feroz de los huracanes. Y lo que quedé ah{ en el suelo, entre la sefiora Pérez y sus tres hijos, era tan inesperado, que los cuatro se quedaron boquiabiertos miréndolo, Acostada de espaldas y completamente desnuda, una guagua gorda y rosada los miraba con dos enormes ojos negros. Pataleaba, manoteaba y hacfa un ruido tan curioso que no parecfa Ianto, sino, mas bien, el grito de algin pdja- to, Su carita estaba bafiada en lagrimas. . La seffora Pérez, sin vacilar un instante, se incliné y tomé a la guagua entre sus brazos. Y ésta, inmediatamente, dejé de chillar. ~{Pobrecito! ;Pobrecito! —dijo la buena sefiora, mien- tras lo mecfa, Por el momento no se le ocurria otra cosa que decir. EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 1s Los nifios, en cambio, la atiborraron de preguntas: —Mamé, jde quién ser? —{Quién lo habré dejado aqui? —{ Qué vamos a hacer con él? La madre, entrando a la casa con el nifio, les contest: —Por el momento lo abrigaré y le daré de comer. Lue- go, veremos.... Por la tarde, cuando se puso el sol y las faenas del cam- po terminaron, el seflor Pérez volvié a su casa. En cuanto abrié la puerta, los nifios se abalanzaron a darle la noticia. — Pap, tenemos una guagua! —dijo Manuel. iPap4, encontramos un paquete en la puert: Melisa, agitada, —;Pap4, no me gusta como Hora... jparece un horrible péjaro! —agregd José. —jPero qué tonterfas hablan! ;Dénde est4 la mama? —dijo el sefior Pérez. ‘std con la guagua! —contestaron los tres a coro —jSi es una broma... —los amenaz6 el padre medio enojado—, van a ver lo que les pasaré...! Y en dos pasos atraves6 Ia sala y entro a la cocina. Alli estaba la sefiora Pérez, sentada en un banco, dando un biberén de leche a una robusta guagua vestida con unas ropas que Ie quedaban enormes. ~i¥ este niflo? {Quién lo dejé a tu cargo? —Ie pregun- to a su mujer. No lo sabemos... —contesté ella con voz compungida. —jCémo que no lo sabemos! —vociferd el sefior Pérez. jLo dejaron en la puerta! —dijo Melisa, que estaba a su lado. El seftor Pérez apret6 los pufios y comenz6 a hablar con voz extremadamente calmada: —{Que-rrian ex-pli-car-me, antes de que me dé un ata- que de furia, de qué se trata es-to? —Y seftal6 con su dedo a —habl6 16 JACQUELINE BALCELLS la guagua que lo miraba placidamente desde los brazos de la sefiora Pérez. Ella entonces le conté en detalle y con calma como la habfan encontrado, Cuando termin6, su marido dio media vuelta y salié de la casa diciendo: —jEsto no puede ser! Iré a averiguar quién lo dejé aqui... Se fue donde los vecinos mas préximos y luego siguié hasta el_pueblo. Hablé con toda la gente que conocfa y final- mente pregunté en la iglesia y a los carabineros. Pero nadie pudo decirle nada. Volvié a su casa cabizbajo y preocupado. Encontré a sus hijos ya durmiendo y a la nueva guagua junto a la cama de su mujer en una vieja cuna rescatada del desvan. La sefio- ra Pérez le pregunté por el resultado de sus averiguaciones y, al saberlo, se quedé largo rato en silencio. Luego, cuando el sefior Pérez ya se dormfa, le dijo: ~Sabias que hoy también aparecié un drbol nuevo en el huerto? Es un naranjo que no parece naranjo... Muy raro, muy raro... —Déjate de hablar tonterfas —le contesté malhumora- do su marido—. No sabemos qué hacer con esta guagua y ta preocupada de un Arbol... Al dia siguiente los desperté el lanto —como graznido de p4jaro— del nifio. El sefior Pérez se senté en la cama de un salto y le dijo a su mujer: . —jEsto no es posible! jAhora mismo hay que llevar a este nifio a alguna parte donde lo reciban! Pero..., jadénde? —le pregunté su mujer en tono angustiado. —A un asilo de huérfanos en la ciudad, no sé; ya encon- traremos un lugar... EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 1” La sefiora Pérez miré a la criatura y los ojos se le Hena- ron de lagrimas. —iPobrecito! Me va a costar mucho entregarlo... ,Y si nos queddramos con él? —{Quedarnos con él? Estas loca? ;Justo ahora que te- nemos una sequia tremenda y la cosecha serd mala? Ademés no me gustan sus ojos, son demasiado grandes y negros, no parecen humanos... —iEI loco eres ti, tiene unos ojos preciosos! —dijo ella, enfurecida. Y levantandose, tomé al nifio en brazos y salié con él de la pieza, EI sefior Pérez, que querfa mucho a su mujer y conocfa su buen coraz6n, la siguié y le habl6é suavemente: —Bueno..., finalmente eres ta quien lo cuidaré. Al fin y al cabo una boca més... No alcanz6 a terminar la frase, cuando su mujer estaba ya abrazdndolo. —jGracias! jGracias! ;Verds como Ilegards a quererlo! Ademés nos ha traido buena suerte: justo el dia de su Ilega- da descubri el nuevo arbol. ;Ahora tenemos cuatro hijos y cuatro naranjos! —{Un nifio de la suerte? ;Vamos, vamos, mujer! Con esta sequia tremenda no hay nifio ni suerte que valgan. Pasaron los dfas y pasaron los meses. Y la sequia inter- minable resecaba la tierra y los campos. Ya nada brotaba, ni el pasto ni la maleza. Pero en la casa de los Pérez hab{a dos seres que crecfan a una velocidad increible: el nifio abando- nado y el drbol raro. En cuanto al niflo, a quien todos se habjan puesto de acuerdo en llamar Galo —diminutivo de regalo, éste ya caminaba por toda la casa. Era realmente enorme para su edad, pero no hablaba ni una sola palabra. Yo creo que Galo es medio tonto, mama —Ie decfa Manuel. 18 JACQUELINE BALCELLS _-j¥ es tan torpe! Se tropieza en todas partes! Todo lo que toca lo rompe —seguia Melisa. ~Y esa forma espantosa de Horar que tiene... jno la so- porto! —agregaba José, el mas pequefio. En realidad los tres hermanos le tenfan unos celos tre- mendos. No les gustaba que su madre se preocupara tanto de él. Y en esto el padre los apoyaba: _,No crees, mujer, que exageras en los cuidados de este nifio? Ademés nuestros hijos tienen razén: Galo es extrafio, torpe y mudo. ;Quién sabe como serfan sus padres! Entonces ella, para cambiar de tema, le hablaba a su marido del arbol — {Has visto cmo ha crecido ese naranjo raro? En unos pocos meses ha pasado a todos los otros drboles. jEsté tan alto como un élamo! _Si —contestaba el sefior Pérez, lo he visto muy bien y pienso cortarlo muy pronto. No sé si te has fijado que no tiene ni un solo botén y apenas unas cuantas hojas. Jamas produciré una naranja! Tenemos que conservar la poca agua de riego que nos queda para los otros pobres Arboles. Si lo corto, ;por lo menos serviré su lefia! Yun dfa muy temprano se fue al huerto con un hacha y se dispuso a cortar el érbol. Galo lo habia seguido en silen- cio, como de costumbre, pero al verlo pegar el primer ha- chazo se puso a gritar como un loco. Gritaba como si el hacha Jo estuviera cortando a él en pedazos y, avanzando torpemente, se colg6 del brazo de su padre adoptivo. Fl senor Pérez, soltandose furioso, llamé a su mujer para que se lo llevara, —Ademés de que este Arbol es mas duro que una roca, tengo que soportar a este tonto y sus graznidos... _Es que es su arbol predilecto —le dijo Melisa—. A lo mejor cree que los hachazos le duelei —Cada vez que rompe un juguete y lo retamos, se viene a esconder detrés de este arbol —afladié Manuel. } | | | EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 19 —Un dia yo lo encontré abrazado al tronco, como ton- to que es —terminé diciendo José, el més chico y el més picado. Pero aunque la sefiora Pérez se levé a Galo para que no se oyera su Ianto y el sefior Pérez le peg6 al drbol todo Jo que quiso, no logré sacarle ni una sola astilla. —jArbol maldito! —grito el sefior Pérez, agotado y furioso—. jMafiana le cortaré las rafces! Esa noche Galo no quiso comer ni siquiera un pedacito de pan, y la buena sefiora pens6 que estaba enfermo. Varias veces se levanté a mirarlo y lo encontré despierto en su cama, con los enormes ojos negros muy abiertos, que la mi- raban angustiados. Al dia siguiente el sefior Pérez tomé la picota y el chu- zo y se fue directo al érbol. El nifio traté otra vez de seguir- Jo, pero la sefiora Pérez lo encerrd en la casa y le dio una aspirina, pues penso que estaba afiebrado. Galo Horaba y lloraba y trataba con dificultad de abrir la puerta que daba al. huerto. Los hermanos se refan de él diciéndole que su drbol ya estaba en el suelo. Mientras tanto el sefior Pérez trataba desesperadamente de arrancar las rafces con el chuzo. Estas eran tan grandes, tan duras y tan profundas como él no habfa visto nunca antes. Parecfan haber crecido tanto hacia abajo, como las ramas de la copa hacia el cielo. —jArbol del demonio! —exclamé el seftor Pérez, luego de tres horas de esfuerzo y ya agotado-. ;Para sacar estas raices tendria que destruir la mitad del huerto! —Y entr6 a la casa, vencido y furioso. Galo, por suerte, al ver su arbol en pie todavia, se habfa calmado. ‘Asi siguieron pasando los dfas y los meses sin que nin- guna gota de agua cayera del cielo. Pero el arbol raro, sin frutos ni hojas, al cual el sefior Pérez no habia regado més, segufa igual creciendo. Los otros tres naranjos, en cambio, a duras penas seguian vivos con los pocos litros de agua que 20 JACQUELINE BALCELLS les tocaba a cada uno. Galo, por su parte, tenfa un tamaiio tan desmesurado que ya estaba mds alto que el mayor de los hermanos, Pero seguia siendo lerdo para moverse y no ha- blaba ni una sola palabra. Solamente hacfa ruido cuando Moraba. Y la tnica manera de hacerlo callar entonces era dejando que fuera a abrazar al tronco de su Arbol, aunque hiciera frio o hubiera caido la noche. Llegé el verano, los campos se quemaron, no quedaba ya casi nada que comer salvo las naranjas del huerto. El seflor Pérez se desesperaba, la sefiora Pérez rezaba el rosario. Manuel, Melisa y José trepaban por los tres tristes naranjos buscando las frutas que quedaban més arriba. Galo trataba también de subir, pero, aunque de gran tamafio, era tan poco coordinado que terminaba siempre en el suelo, déndose un gran costalazo. Los hermanos se reian de él y se comfan solos las Gltimas naranjas. Galo corria a acurrucarse junto a su gran drbol y desde allf los miraba entristecido. —jComete las naranjas de tu drbol! —le gritaban enton- ces Manuel, Melisa y José, burlandose. Pero una tarde en que el sefior y la sefiora Pérez hab{an ido a la iglesia a rezar por la Iuvia y los nifios estaban solos en el huerto mirando si todavia quedaba alguna naranja es- condida entre las hojas, José, el menor de los hermanos, Tits c ~jMiren! jMiren! Arriba en el drbol de Galo, allé en la punta... {Una naranja enorme, enorme...! Y era cierto. En la punta del gigante, diez veces mas arriba que las més altas ramas de los otros tres naranjos, una naranja dorada y Gnica se mecia levemente con el viento, —jCémo no la habiamos visto antes...! ;Voy a cogerla! —dijo Manuel, el mayor. Y comenzé inmediatamente a enca- ramarse por el arbol. Pero no habfa subido metro y medio, cuando jcatapliin!, cayé al suelo. —jAy! —grité—. Este drbol parece estar embetunado con aceite..., es resbaloso. 2 JACQUELINE BALCELLS —jResbaloso? —Ie contest6 Melisa—. jVas a ver cémo yo subo! Trepé entonces hasta la primera rama, luego hasta la segunda, y jpum!, cayé también al suelo. —iNo es que sea resbaloso! {Sus ramas se sacuden! —reclamé enojada, mientras se sobaba el trasero. —jUstedes los mayores se creen la muerte y no saben hacer nada! —habl6 José—. |Mirenme a mi! De un salto comenzé a trepar al Arbol, como un mono. Pero Ilegado a la tercera rama comenz6 a gritar: ~jAy, ay...!, este arbol tiene algo que pinch; puedo més... Y de otro salto se dejé caer a tierra. Galo, que se habia quedado mirando embobado la gran naranja dorada que colgaba en la punta de su arbol, pa- Tecfa no haberse dado cuenta de lo que les suced{a a sus her- manos. En ese momento el sefior y la seflora Pérez legaron de vuelta a casa, Adoloridos, los nifios les mostraron la naranja y les contaron de sus fracasos en alcanzarla. El padre les contesté, vociferando: —jArbol miserable! Yo iré por esa fruta, nifios... Pero el sefior Pérez no Ileg6 ni ala segunda rama: ape- nas habfa abrazado el tronco cuando cayé al suelo como un saco de papas. Su mujer y sus hijos, muy asustados, cortie~ ron hacia él y lo ayudaron a levantarse, Poniéndose de pie, medio cojo, alz6 los pufios y le grit6 al érbol, como si éste pudiese ofrlo: ~i¥a verds, rbol detestable! Echaré“dcido en tus rafces, te pondré una bomba, llamaré al ejército para que te destruy: Y la naranja, en la punta, parecfa reirse de los esfuer- zos que hacfah los Pérez por alcanzarla. En esa estaban padre e hijos, sobéndose sus piernas y espaldas, cuando oyeron un susurro que venfa desde lo alto, jay, no EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL, 23 como el que hace la brisa en el follaje. Miraron hacia arriba y vieron que Galo subia penosamente por el tronco del drbol y que éste, aun cuando no soplaba viento alguno, se habfa puesto a temblar entero, entrechocando las puntas de sus ramas. —jSe va a matar! —dijo Melisa. jCaeré sobre nosotros! —grité Manuel. —iY otra vez se pondré a llorar! ~exclamé José. El sefior Pérez, asustado, le ordené: ~iGalo, baja inmediatamente! Y la sefiora Pérez, desesperada, le rog6: ~jGalo, hijo mio, ese arbol te matar! {No subas! jTe vas a caer! ;Baja, por favor, baja! Pero Galo parecia no oirlos y ya habfa alcanzado la primera rama, El érbol se movia ahora como siun huracén lo azotara y. el silbido agudo del aire ahogaba los gritos de la sefiora Pérez: —jQué horror! {Se caer! jNo quiero mirar! —Iloraba con la cara entre las manos, mientras su marido y sus tres hijos miraban inméviles y boquiabiertos a Galo, que seguia, impertérrito, trepando. —jLleg6! jLlegé hasta Ja segunda rama! jLa rama se est doblando...! jSe va a caer! ;Ayyy! —gritaron los nifios, Mas Galo, a pesar de toda su torpeza y de los feroces barquinazos que daba el arbol, ni se caia ni se asustaba, Y cuando Hleg6 a la tercera rama y sigui6 hacia arriba, los Pérez se dieron cuenta de que estaban presenciando un milagro: el drbol en verdad estaba ayudando al nifio a que trepara, Todos esos temblores y sacudones de las ramas no tenfan otro objeto que ponerle apoyos en los pies y en las manos, cada vez que Galo vacilaba. Las ramas més gruesas se dobla- ban como brazos humanos para sostener y empujar hacia arriba a ese nifio, que ni una sola vez habia mirado hacia el suelo donde estaba su familia adoptiva, 24 JACQUELINE BALCELLS —{Dios mio! ;Dios mio! —Iloraba en silencio la madre, vigndolo cémo se achicaba y se perdia en la altura inmensa del naranjo tembloroso. EI sefior Pérez, palido, no movia ni un musculo de su cara. “ _ Alcanzaré la naranja! ~grito Melisa, aplaudiendo. Y al fin, en la copa del 4rbol zumbante, sostenido por sus més débiles ramas que lo ceflfan como largos dedos, Galo extendi6 su brazo y cogié la gran naranja. Y entonces, de repente, el arbol se quedé inmévil y el silbido ensordece- dor se acall6. La seflora Pérez, sin saber por qué, lanz6 un grito horrible, La naranja, tocada por Galo, se encendid como un farol y comenz6 a hincharse mas que un melon, mas que un zapallo. Y desde la punta hasta el pie del tronco, el arbol se ilumin6 por dentro como si estuviese hecho de vidrio. A medida que crecia, la naranja fue perdiendo el color, hasta que se transformé en un globo blanco radiante, a cuyo lado Galo apenas se veia, Ni el sefior ni la seflora Pérez podfan gritar 0 moverse y los nifios abrfan y cerraban los ojos, muertos de miedo ante esa torre de luz en que se habia convertido el arbol, El nifio, en ese momento, desde la cum- bre, se volvié hacia ellos, agité una mano y, abriendo la boca, les grité con una voz potente como ninguna: —KIKLI KILI NITI LISI NIFLI TIKLI MILL... ¥ entonces, en un lado del globo se abrié suavemente una especie de escotilla y Galo, sin vacilar, entr6 por ella. La escotilla volvié a cerrarse y, a pesar de la luz enceguecedora, los Pérez todavia pudieron ver 1a pequefia sombra de aquel que habia sido su hijo y hermano, moviéndose en el interior de la altfsima esfera. Un estremecimiento sacudié la tierra, Luz, estruendo y temblor se juntaron, y el Arbol de Galo, convertido en un cohete plateado, se alejé lentamente del suelo. Los cinco Pérez se quedaron parados en el huerto, sin habla. Los tres nifios, aferrados a sus padres y muy asustados, } | ' EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 25 no se atrevieron a abrir los ojos durante un largo rato, En el silencio de la tarde y desde el fondo de la tierra, alli donde un profundo orificio marcaba el lugar donde habia estado el arbol, se comenz6 a oft un ruido sordo y Iejano. ;Blup! ;Bluuup! ;Bluunuuuup! Cada vez més fuerte, como si un sacacorchos gigante estuviese destapando una botella del ta- mafio de una casa, el ruido subia y subia. Los Pérez, que segufan inmoviles, paralizados de asombro, tenfan ahora sus ojos fijos en ese hoyo en la tierra. —jBluuuup! ;Bluwuuuup! ;BLUUUUUUUUUUUUU- UUUP! El sonido aumenté y aument6, hasta terminar en un estampido como el de una colosal botella de champafia que se destapa. Y desde el hoyo del arbol de Galo, un gran chorro de agua pura se elevé, altisimo, por los aires, En un dos por tres los Pérez tenian frente a ellos lo que hacia meses y meses les faltaba desesperadamente: un pozo ancho y profundo, repleto de agua, —jAgua! jAgua! —repetia el seflor Pérez, como aton- tado—, ;Agua para mis cosechas!_ ;Estamos salvados! Los nifios se habian acercado a [a orilla del pozo y to- caban el agua con las manos. {KIKLI KILI NITI LISI NIFLI TIKLI MILI! —grita- ban a coro, sin saber si reirse de las extrafias palabras 0 estar tristes por la desaparicién de Galo, La sefiora Pérez sonreia y lloraba. De pronto, José dijo: iMiren alli! Algo brillante flota en el agu: Melisa corrié a buscar una rama. Y con ella en la mano y estirando el brazo, Manuel hizo llegar a la orilla una gran. naranja dorada. —jLa naranja de Galo! —gritaron los nifio: —jSerd otra igual! —los corrigié el seftor Pérez. iYo la pelaré! —dijo Manuel, y trat de enterrarle Jas ufias. Pero no pudo ni siquiera rasguijarla. — {Déjame a mi! —habl6 José. Mas tampoco tuvo éxito. 26 JACQUELINE BALCELLS —jYo trataré! —grito Melisa, La naranja, como si fuera de piedra, ni se abollé con los golpes que le dio la nifta. ~{Pasenmela! —ordend el sefior Pérez. Pero a pesar de el cortaplumas con que traté de cortarla, no logré hacerle ni un hoyito. Cansado al fin, se la pas a su mujer para que ésta la guardara en recuerdo de Galo, La sefiora Pérez la tom6 en sus manos y en ese mismo momento la naranja comenz6 a pelarse sola desenvolviéndose y dejando caer su cascara, Unos gajos rojos como el rubi aparecieron dentro y la madre, sin dudarlo un instante, sacd uno y se lo comié. El seflor Pérez y los nifios se la quedaron mirando, para saber, por la expresin de su rostro, qué gusto tenfa esa fruta tan rara. —jAy, mi pobre Galo, hijo querido, ahora entiendo! ~exclamo la sefiora Pérez, mientras que, con los ojos llenos de lagrimas, les daba a sus hijos y a su marido los gajos que quedaban, Y cuando éstos comieron, ellos también se pusieron a llorar, mirando hacia el cielo que, entretanto, se habia Ile- nado de estrellas, EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 27 Gracias a esa naranja, las Gnicas, Gltimas y extrafias palabras que le habjan ofdo a Galo resonaban ahora con toda claridad en sus ofdos, como si lo estuviesen oyendo hablarles en castellano: KIKLI KILI NITI LISI NIFLI TIKLI MILI “Madre de la tierra: gracias por haberme criado, Parto a buscar a los mios. Seré para siempre tu hijo en las es- trellas””, COMO EMPEZO EL OLVIDO A Biblia nos dice que el primer hombre que existié fue Adan y la primera mujer, Eva. Luego habla de Cain y Abel, sus hijos mayores, y de muchos otros que fueron poblando Ia tierra. Pero lo que la Biblia no cuenta es que Dios envid un tltimo regalo a Adan y Eva, cuando éstos envejecieron: tuvieron unos trillizos morenos y unas trillizas rubias, que les alegraron sus uiltimos dias y ayudaron a sus padres, ya ancianos, a terminar su tarea en este mundo. Una tarde en que se paseaban por el campo, Adan mos- tr6 a su mujer unos arbustos, diciéndole: —{Mira, Eva, qué lindos rosales! —jRosales? —le contest Eva sorprendida—. ;Pero si son hibiscos! : ~Hibiscos..., jtienes razon! Ahora que lo pienso... —susurré Adan, sin terminar la frase. —jEstas mal de la vista? —No, no son mis ojos... Creo que es la memoria la que me est fallando. —Eso es muy grave, Addn —dijo Eva, preocupada—. Ta eres el que le puso nombre a cuanta cosa hay en la Tierra y si comienzas a olvidar... ;Sera espantoso! Tienes razon, mujer, como siempre —asintié Adan—. Tendré que pensar qué hacer al respecto... 30 JACQUELINE BALCELLS —jYa sé! —dijo ella—, Antes de que pierdas la memoria del Paraiso, gpor qué no recorres la Tierra con nuestros tres tltimos hijos y les vas nombrando las cosas, explicdndoles, ademas, ,para qué sirve cada una de ellas? jEva! jEval —le contest él, abrazindola~. {Qué haria yo si ta no me dieras ideas? Entonces llam6 a sus tres hijos: Leon, Laurel y Oro, y los invit6 a un largo viaje. Parti6 primero con Le6n y recorrié con él las selvas, las montafias y los océanos. Y le nombr6 los animales de la Tierra y sus cualidades: cudles eran mansos y cuales fieros, los que eran escasos y los que abundaban, los que se podfan domesticar y los que eran salvajes. Le mostr6 pajaros de mil colores y peces de los mares mas lejanos. También los cara- coles, las chinitas, las hormigas, los murciélagos y los drome- darios. —Ese con cola larga es un mono titi —le decfa—, que despierta con sus gritos al cazador que se queda dormido. Y ésa de més alld es una abeja, que sirve para hacer miel, el mejor de los manjares. Y ése es un pdjaro que le ensefia al hombre como se danza en primavera. ‘Asf Leén no s6lo supo qué hacer con el caballo, ta gallina 0 el perto —lo que hoy también sabemos—, sino para qué servian las cebras, los lobos, las gaviotas y las moscas, cosa que hoy hemos olvidado. Le6n volvié de su largo viaje con la cabeza dandole s y muy cansado, —;Pap, eres un genio! —Ie dijo—. Me has nombrado a todos los animales de la Tierra. {Como puedes tener tan buena memoria? Yo en cambio estoy totalmente confundi- do... Adan no alcanzé a responderle, porque tenia que partir de prisa con su otro hijo. No podia perder ni un minuto en esta tarea, su memoria cansada por los afios ya estaba fallan- do... vuelti EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL an Se fue entonces con Laurel a las planicies, a las monta~ fias y a los valles, También estuvieron en las selvas y los de- siertos. —Ese, hijo, es un cardenal, y sirve para que las nifias chicas se pinten las ufias. Esta es una amapola, en cuyos pé- talos duermen siesta las mariposas. Y aqui esta el alamo tembl6n, que hace ofr el ruido del mar a los que viven tierra adentro. ‘Asi, le mostré a Laurel los Arboles, las plantas y las flores: tanto las de los campos, como las de los desiertos, las que flotan sobre las aguas y las que viven sumergidas. De todas ellas Laurel conocié sus nombres y cualidades. No s6lo supo para qué servian las lechugas, las encinas y los manzanos —lo que hoy sabemos~, sino que supo también qué hacer con los sauces llorones, los cactos, las enredaderas y los yuyos —cosa que hoy hemos olvidado. Laurel volvié a la casa mareado con tantos nombres. —{Cémo puedes saber tantas cosas? —le pregunt6 a su padre. En cuanto a mi, no sé lo que haré para recordar tal infinidad de vegetales y sus usos... Adan lo dejo pensando solo, porque no tenia tiempo para contestarle, Partié con su hijo Oro a recorrer por terce- ra vez la Tierra y hacerle conocer el nombre y utilidad de las, rocas, las tierras, las aguas, las nieves y los minerales. —Estos son los diamantes, que endurecen el coraz6n de quien los posee —comenzé diciéndole—. ¥ éste es cl hierro que brilla en los arados; y aqui esta el carbén, que calienta los cuerpos avivando el fuego... Caminaron recorriendo la Tierra lo mas rapido que da- ban las viejas piernas del padre, a quien, por suerte, de todo Jo que vieron nada se le habia olvidado. Y asf Oro no solamente conocié los rubies, la plata y el plomo y supo qué hacer con ellos, tal como lo sabemos no- sotros hoy dia, sino que aprendié de su padre muchos usos Fy JACQUELINE BALCELLS de las rocas, las aguas saladas y la tierra de los pantanos, usos que hoy hemos olvidado completamente. Oro volvid a su casa con los pies deshechos por haber caminado tanto y tan ligero. Ademas, muy preocupado por la cantidad de nombres que tenia que memorizar. —,Qué haces ti, papa, para acordarte de tantas cosas? —le pregunté—. Yo estoy agotado y confuso, igual que mis hermanos, Temo olvidar los nombres y los uso: Adan, al offlo, levant6 los brazos al cielo y exclamé, dirigiéndose a Eva: jPor qué estos nifios de hoy no retienen nada y se cansan con cualquier cosa? {Sera que no te has preocupado bien de su alimentacién y no les has dado pasas, ni hormigas fritas, tan buenas para la memoria? {Qué va a ser de los hombres si ellos se olvidan de lo que les he enseftado? —Calmate, Adan, y no me eches la culpa —Ie dijo Eva—. Hablaré con las trillizas y les propondré algo que se me ha ocurrido, jya verds! Y se fue, dejando a Adan muy intrigado. Eva llam6 entonces a sus hijas Caligrafa, Carpintera y Pintora, que eran muy dotadas para trabajar con las manos, y les dijo: —Tendran que ayudar a sus hermanos, que tienen muy corta memoria, para que no terminen olvidados los nombres de la Tierra, Para esto les propongo construir muchos carte- lesy pintar en ellos los nombres de animales, vegetales y minerales que Dios creé, Sus hermanos, que todavia los recuetdan, sc los irén diciendo uno a uno.. Lucgo ustedes iran colgando los carteles del cuello de las bestias, de los Pajaros y de los insectos; en las rocas y en las plantas. Asi nada quedara confundido y el mundo quedara nombrado. —Pero mamé... —respondieron las hijas~, no sabemos ni escribir, ni pintar, ni hacer carteles. jEs muy dificil y muy largo! EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 33 —jNo sean flojas!_jNada es dificil cuando se quiere! iYo les ensefiaré a trabajar! ; Y con mucha paciencia ensefié a Caligrafa a escribir letras grandes y chicas con pinceles gruesos y finos, a Car- pintera a cortar madera y a lijarla, y a Pintora a fabricar las pinturas mezclando tierra de colores. Ellas, que eran hébiles y despiertas, aprendieron muy rapido. jNuestras trillizas estén listas para comenzar! —le dijo Evaa Adan una mafiana. Y le conté lo que habia orga- nizado, —Eva, Eva, té siempre sabes cémo ayudarme... —le dijo Adan, abrazéndola emocionado. Y asi fue como las tres hermanas rubias se dispusieron a trabajar en los carteles, Pero antes exigieron a los trillizos morenos que les trajeran muy buenos materiales, No que- rian estropearse las manos ni con cerdas duras, ni con made- ras toscas, ni con tierras 4speras. Caligrafa, que se Hevaba muy bien con Leén desde que era chiquitita, le pidid a éste: —Hermano, ;podrias traerme pelos de zorro, de vison y de mosca, para hacer mis pinceles? Y Carpintera, que ya en la cuna jugaba con Laurel, prefiriéndolo a los otros hermanos, le dijo a éstez —Necesitaré que me traigas madera de encina, de rosal y de junco para fabricar los tableros de los carteles. Pintora, por su parte, que era muy dominante, exigié ‘a Oro que le trajera de inmediato tierra de colores, gruesa, fina e impalpable, para hacer las pinturas, —{¥ que sean las mejores! —afiadi6, en tono perentorio, Las trillizas resultaron muy trabajadoras y en pocos dfas habian fabricado tableros de muchos tamafios, pinceles de variados grosores y pinturas de mds colores que el arco iris. Tenfan enormes letreros para colgar de los elefantes y 34 JACQUELINE BALCELLS. de las brontosaurias (hoy extinguidas), de los pinos insignes y de las montafias, También carteles diminutos para las hor- migas, las hierbas y los granos de arena. Una vez todo listo, las tres hermanas rubias se despidie- ron de Eva y de Adan y salieron a recorrer la Tierra juntoa los trillizos morenos. Estos tres iban delante con unos pesa- dos sacos al hombro, Ilenos de tableros grandes. Luego los seguia Carpintera, con un bolso repleto de tablas pequeftas. Mis atris iba Caligrafa con sus pinceles de cien tamafios, y al final Pintora, con un montén de tarros de pintura de dife- EL NINO.QUE SE FUR EN UN ARBOL 3s rentes colores. Cada vez que se detenfan para colgar un car- tel de un arbol, un animal o una roca, Caligrafa escribia en el tablero el nombre y el uso, con buena letra y mucho cui- dado, untando sus pinceles en la pintura de su hermana, Tra- bajaban el dia entero sin parar y recomenzaban, muy tem- prano, a la mafiana siguiente, Los lugares por donde pasaban iban quedando llenos de carteles mas que una calle comer- cial de hoy dia—, que el viento hacia sonar como si fueran cascabeles. Era una labor interminable y a la semana los seis hermanos comenzaron a cansarse. —Los animales salvajes rompen sus carteles apenas nos damos vuelta —se quejaba Leén—. Tendremos que estar cambiandolos a cada rato. —Las Huvias borran los nombres que hemos puesto en los drboles —alegaba Laurel, cansado—. Tendremos que re- ponerlos cada afio, —La tierra y el polvo oscurecen las letras —agregaba Oro—. {Nos lo pasaremos viajando para repintar carteles! jEsto no acabara nunca! —Y nosotras —reclamaban Jas rubias Caligrafa, Carpin- tera y Pintora— ya no tendremos tiempo para peinamos, ni para pasear, ni para buscar un novio, Trabajamos y trabaja- mos sin parar dia tras dfa, y cuando Mega la noche ya no tenemos ganas de divertirnos, de tan cansadas.que estamos. jEsto no es vida! ‘Adan, que habia ido a ver cémo les iba en su empresa, los reté, escandalizado: —Hijos: hasta cuando se quejan? ;No nos han visto a vuestra madre y a mi trabajar duramente todos los dias de nuestra vida? Yo luego me voy a morir... Ahora son ustedes os responsables de la memoria de la Tierra, ;Qué pasar con las cosas y sus nombres si no lo hacen? Luego se dirigié a Eva, aftadiendo: — {Sera que los hemos malcriado? 36 JACQUELINE BALCELLS Trillizas y trillizos, avergonzados, no volvieron a que- jarse mas y siguieron colgando carteles por toda la ancha Tierra, Llegé el dia en que Adan muri6. Eva, que estaba enfer- ma, lo siguié muy pronto. Y los hermanos morenos y las hermanas rubias, huérfanos ahora, prometieron ante la tum- ba de sus padres no desmayar en ese trabajo infinito que ellos les habfan encargado, Trabajaban desde que aparecia el Sol hasta que se ocultaba. Y tanto se esforzaron, que Ileg6 un momento en que no hubo animal, vegetal o mineral que no tuviese un letrero que lo identificara y dijera para qué les podfa servir a los hombres. Los demés hombres, hermanos y primos, cercanos y le- janos, los aclamaban como si fuesen unos héroes. Pero no los dejaban descansar un segundo, Cuando un lejano cartel se estropeaba, répidamente Ilegaba algin pariente lejano reclamando: —Hay un animal negro, con el vientre blanco, que ca- mina en dos pies como los humanos y que anda por ahi sin cartel hace meses. jEs seguro que lo dejaron mal colgado! Ahora no sé ni cémo se llama ni para qué sirve... No po- drian ir a ponerle uno nuevo? —les decfa un primo esquimal, que vivia en el Polo. —Hay una montafia negra, cortada en la punta, que echa humo y que no tiene cartel. No sabemos si subir a su cumbre con agua, para apagar el fuego, o dejarla tranquila y ver lo que pasa. {No podrfan ir ustedes alli para nombrarla de nuevo y contarnos para qué sirve? Es seguro que el viento destruy6 su letrero.., —Ies venfa a decir un pariente de piel amarilla y ojos rasgados, —Hay un bosque de Arboles que se ha extendido por nuestras tierras, pero su cartel esta borrado: no sabemos si sus frutos se comen o envenenan, ni si sus rafces son un re- medio para el dolor de muelas o para el de estomago ~Ilega- ron diciendo unos primos negritos que vivian en el Africa, EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 37 Y los trillizos morenos y las trillizas rubias partian a cualquier lugar del mundo, por alejado que fuese, a cumplir su tarea con teson y calma, Los raros dias en que no habia reclamos, las trillizas se quedaban en casa fabricando mas carteles, mas pinturas y mas pinceles, Los hermanos, por su parte, salian separados a revisar cada uno el reino cuya me- moria estaba a su cargo: Leon a los animales, Laurel a los vegetales y Oro a los minerales, Uno de esos dias Leén volvié a la casa muy tarde y con cara de pocos amigos, Salud6 a las hermanas y luego se diri- gié a Laurel, diciéndole en tono agresivo: —Una maldita planta tuya envenend a una de mis jira- fas. gPor qué no haces algo para prevenir esos accidentes? —Por si no lo sabes, tus cabras arrasaron hoy una pre- ciosa pradera de lirios mia... Pero yo no te he gritado —le contest Laurel, poniéndose palido. —jQué bueno que hayan tocado el tema! —los inte- trumpié Oro, plantdndose entre los dos. Porque han de saber que las algas de Laurel ensucian mis mares y los sapos de Le6n infestan mis lagos... iY qué hablas ta? —gritd entonces Leon—, Una ava- lancha de tu nieve sepult6 a un rebafio de mis ciervos... —jY la lava de tus volcanes incendié mis arboledas! —agreg6 Laurel, enfurecido contra Oro. Estaban los tres de pie, mirandose con ojos furiosos, cuando las hermanas intervinieron calmandolos. —jInsensatos! Qué sacan con pelearse asi? Es normal que en el mundo ocurran accidentes! —hablo Caligrafa, eno- jada. —Por si se les ha olvidado, les recuerdo que ya se acabo el paraiso en que vivian papd y mamé, el de antes de la manzana... —siguid Carpintera, enfrentandose a ellos con las manos en la cintura—. jHoy el mundo esté desordenado! —Y ahora la tarea de los nombres de las cosas, que ayu- dara a reordenarlo, depende de ustedes... ,Es que echarin 38 JACQUELINE BALCELLS todo a perder con sus gritos y rabietas? —termind diciéndo- Jes Pintora. Los tres hermanos se callaron, avergonzados, y se sen- taron a la mesa a comer. Pero dia tras dia recomenzaban las discusiones. Cuando Leén iba a revisar los carteles de sus pajaros, se encontraba con que éstos habian muerto debido a la erup- cién de un volcan, ¥ Laurel, al ira cambiar los letreros de unos arbolitos frondosos, los encontraba secos y sin hojas, comi- dos por las cebras. Y cuando Oro salia a revisar los nombres de sus tierras, las encontraba pisoteadas por una manada de biifalos. Por la tarde las trillizas rubias vesan llegar, uno a uno, a los hermanos morenos con la cara de siete metros, muy enfurrufiados. —{Ya empezaron otra vez! —se prevenian entre ellas, con un suspiro—. jNuevamente tendremos que aplacarlos! Entonces Caligrafa, con santa calma y paciencia, se Hevaba a Le6n aparte y le decfa: —Hermano..., jesctichame! ,Qué harfamos td y yo con Jos puros pinceles, sin la madera de Laurel para los tableros de Carpintera, o sin las tierras de color de Oro para las pinturas de Pintora? ;No podriamos completar un cartel mas! Luego Carpintera le decia a Laurel, en voz. baja: —Hermano..., jtranquilizate! ;Qué hariamos ta y yo con los puros tableros, sin los pelos de Leén para los pince- les de Calfgrafa y sin la tierra de color de Oro para los colo- res de Pintora? {No habria mas carteles! Por diltimo, Pintora conversaba con Oro: —Hermano..., jSerénate! ;Qué harfamos tit y yo con las puras pinturas, sin los pelos de Leén para los pinceles de Caligrafa y sin la madera de Laurel para los tableros de Car- pintera? {Se terminarian los carteles! Y los trillizos morenos atend{an refunfufiando las razo- nes de las trillizas rubias. Asi, gracias a ellas, los hermanos EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL, 39 se mantuvieron mucho tiempo sin pelearse y cada uno de los seres de la Tierra exhibi6 su nombre y utilidad. Los demas hombres aprovechaban esto y su vida du- rante algunos afios parecié una fiesta, tanto cambiaban y mejoraban las cosas gracias a los carteles de los tiltimos seis hijos de Adan, Pero un dia gris y terrible Leon se adentro en el bos- que en busca de un ciervo al que queria mas que a los otros ciervos, més que a las bestias de los valles y a los pajaros del aire, El animalito era gil y movedizo, por lo que a cada rato perdia su letrero, enredandolo en las ramas. Leon camin6 durante mucho rato sin encontrarlo, pese a que lo lamaba a viva voz y lo buscaba debajo de cada arbusto, en las cuevas y en los huecos de los arboles. Esto no Ie habfa sucedido nunca: su cervatillo lo conocia tanto que siempre, al oirlo, salfa a su encuentro trotando. El joven siguié andando y Mamando durante horas, hasta que, ya casi perdidas las esperanzas, lleg6 a un gran charco de lodo. Y alli estaba el cervatillo: apenas se veia su cabeza y sus grandes ojos lo miraban pidiéndole auxilio Eran arenas movedizas que se lo estaban tragando, Desespe- rado, Len hizo todo lo posible por rescatarlo poniendo palos y ramas, pero ya era muy tarde y no logré impedir que se hundiera, Desaparecieron los ojos, luego los cuernos, hasta que en la superficie de la arena hameda no qued6 ni una huella. Le6n volvié a su casa enfermo de pena y de rabia, En el camino se encontré con su hermano Laurel que venia, 61 también, con la cara tensa y Jos pufios apretados. —Leon, tus estipidas cabras se han comido mi mara- villoso rosal rojo..., ese que yo regaba dia a dfa y que tanto amaba... {Dios santo! Cada vez que me acercaba a él sus rosas exhalaban nubes de perfume, saludéndome, Y esta tarde cuando lo fui a ver me encontré con la horrible sorpre- sa: jno le quedaba ni una sola flor, ni un solo pétalo, ni una

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