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Liderando

en el Servicio
El modelo de Jesús

PEDRO FUENTES
Liderando en el servicio: el modelo de Jesús. 1ed
Buenos Aires : Sembrar Ediciones Cristianas, 2012.
96 p. ; 20x14 cm.
ISBN 978-987-24864-7-1
1. Liderazgo Cristiano.
CDD 262.1
Fecha de catalogación: 05/06/2012

© 2012 Pedro Fuentes


Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción parcial
o total de esta obra sin autorización previa de los editores.

Editorial
Sembrar Ediciones Cristianas
www.sembrarediciones.com.ar

Impreso en Argentina
Diseño de cubierta e interior: Lucas Fuentes
www.lucasfuentes.com

Impreso en julio de 2012


por Grancharoff impresores
Tapalqué 5868, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
impresores@grancharoff.com
ÍNDICE
Prólogo......................................... 7
Para que te vaya bien.................. 11
.01 La grandeza del liderazgo......... 15
.02 Liderazgo de apariencias........... 23
.03 Liderazgo equivocado............... 31
.04 Liderando con autoridad........... 37
.05 Privilegios del liderazgo............ 45
.06 Liderazgo en acción.................. 55
.07 Liderazgo influyente................. 71
.08 Prioridades del liderazgo........... 81
.09 Liderazgo en equipo................. 87
.10 Liderazgo mayor....................... 99
Conclusión................................ 107
Con mucha gratitud a Dios, presentamos esta nueva edición de
Liderando en el Servicio.

Quiero agradecer al equipo de Sembrar por su trabajo y dedica-


ción para lograr este nuevo objetivo. ¡Muchas gracias!
A Pablo y Fernando Grancharoff. A Susana, Juanfi, Natalia,
Lucas y Paula. Ustedes son las personas que hacen posible estas
producciones y una gran bendición para mi vida.

Espero que la lectura de este trabajo sea de ayuda y edificación


para quienes toman en serio el ministerio de liderar con el modelo
de Jesús.

Quiero dedicar esta nueva edición de Liderando en el Servicio a


nuestro Señor Jesucristo, líder perfecto y ejemplo único de servicio
y entrega.
PRÓLOGO

El siglo XXI representa una oportunidad sin precedentes


para compartir el Evangelio con un mundo hambriento y
sin soluciones.

Ud. tiene en sus manos un libro por el que dará gracias a


Dios y que seguramente recomendará u obsequiará a algún
amigo o familiar.

Muchos autores escriben para maestros y teólogos, y solo en


raras ocasiones logran el interés del público en general. Esa
es la razón por la cual algunos libros tienen vigencia limita-
da y terminan sus días en los estantes de una biblioteca sin
ser consultados.

En este caso no será así, ya que con conceptos claros y pre-


cisos, Pedro Fuentes logra hacernos reflexionar sobre el Li-
derazgo en el Servicio. Enfatiza tanto en los principios de
administración como en aquellas cualidades personales y
virtudes cristianas que producirán los mejores líderes posi-
bles, independientemente del tiempo y lugar en donde les
corresponda actuar.

Cotidianamente la literatura secular nos ofrece la oportu-


nidad de descubrir nuestras actitudes y patrones de com-
portamiento (manera de ser-ver-hacer las cosas), trabajar la
autoestima, la creatividad, la visión y el equilibrio, sugirién-
donos que cada persona es formadora de su propia realidad.

¿Quién podría imaginar allá por el año 1973, cuando Pedro


llegaba al Centro Comunitario de Andacollo que en poco
tiempo ganaría la confianza y el aprecio de hermanas y her-
manos que manifestaban interés por él, por su formación y
que deseaban de alguna manera ser sus padres sustitutos?
¿Quién podría imaginar que pasados los años el Señor le
permitiría realizar sus estudios primarios, secundarios, ter-
ciarios y llegar a concluir la Licenciatura en Gestión Edu-
cativa?

Sus estudios en el Instituto Bíblico Jorge Müller en Bs.As.


y en el Seminario Teológico de Barcelona complementaban
su preparación en el campo espiritual, preparación que por
experiencia, aquellos que hemos recorrido cierto camino en
la vida, sabemos que nunca concluye.

¿Quién podría imaginar, en lo personal, que compartiríamos


tanto tiempo, esencialmente en los diferentes aspectos de la
obra?
En especial, ¿quién podría imaginar su ministerio en la ense-
ñanza bíblica dentro y fuera de la Iglesia local, su ministerio
vinculado con las producciones literarias y particularmente
esta que nos ocupa, su cuarta obra, “Liderando en el servi-
cio”, que presenta en forma contundente y sin eufemismos
las condiciones dadas por Dios para un liderazgo exitoso?

La complejidad en las relaciones humanas, la necesidad de


prestigio y de poder, la ausencia de ética en el tejido so-
cial en general, dificultan aún más la tarea del Liderazgo
en este tercer milenio. Los cristianos parecemos ajustarnos
a la época en que nos toca vivir, cómodos, faltos de inte-
rés, indiferentes, sin compromisos, materialistas, tolerantes
frente a un peligroso relativismo bíblico. Sin embargo en
este contexto Pedro Fuentes afirma que “Liderar es Servir”,
y quienes sirven bajo los principios de la Palabra concluyen
siendo reconocidos y ejerciendo el liderazgo. “… y todo lo
que hagas te saldrá bien” Josué 1:8.

Juan Carlos Ciccone


Anciano de la Iglesia en Villa Real
PARA QUE
TE VAYA BIEN
Cuando Dios encomendó a Josué la gran tarea de liderar
al pueblo de Israel en la conquista de la Tierra Prometida,
luego de darle varias instrucciones, le dijo:

“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día


y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a
todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu
camino, y todo te saldrá bien.” Josué 1:8

Tenemos que aceptar y creer que Dios desea que nos vaya
bien en el servicio del liderazgo, como le dijo a su siervo
Josué, aunque este debía cumplir ciertas condiciones para
que así sucediera.

En ocasiones la obra del Señor sufre aparentes fracasos;


digo aparentes, porque la obra de Dios no fracasa, somos
nosotros quienes fracasamos en la obra. La mayoría de las
veces se debe a problemas en el liderazgo y no a otras razo-
nes. Quizás sea por esta causa que la Biblia abunda en ejem-
plos y principios acerca de cómo debe ser la conducción y el
liderazgo en la obra de Dios.

Durante varios años inquietaron mi mente pasajes bíblicos


que describen el desarrollo de la obra de Dios, conducida
por Dios mismo, pero utilizando a hombres que lideraban la
acción. Tengo en mi Biblia más antigua (esa que no sacamos
de casa por estar muy gastada) varios pasajes remarcados con
algunas anotaciones sobre el liderazgo que deseo compartir.

Unos días antes de comenzar a realizar este escrito, recorrí


algunas librerías cristianas importantes en nuestra ciudad
para ver libros que tratasen el tema. La primera impresión
que tuve es que no era necesario escribir un nuevo libro so-
bre liderazgo. La gran cantidad de títulos sobre este asunto
me sorprendió, así que dediqué un tiempo más a orar hasta
tener la convicción de parte del Señor de iniciar esta obra.
Por ello me atrevo a compartir estas reflexiones. Procuré ha-
cerlo bajo el temor del Señor, deseando que sirvan para edi-
ficación y motivación para un mejor servicio en el liderazgo
cristiano.

Quiero dedicar un párrafo especial a nuestros hermanos


mayores, quienes han dedicado sus vidas al servicio del Se-
ñor y, por lo tanto, al liderazgo bíblico. Ellos hicieron un
gran trabajo, con virtudes y fallas, pero gracias a su labor y
a sus vidas de abnegación, nosotros conocimos a Jesucristo
como Salvador y fuimos motivados y animados a servir a
Jesucristo y ocupar un lugar de liderazgo en su obra.
¡Muchas gracias hermanos mayores!

Este libro está dirigido especialmente al liderazgo joven e


intermedio, para aquellos que anhelan ser cristianos de ben-
dición en la vida de otros y desean profundamente que Dios
los utilice en el privilegio de liderar sirviendo a sus herma-
nos.

El propósito de este libro es que:

- Reflexionemos juntos sobre nuestra forma de liderar en la


obra del Señor.
- Identifiquemos distintos tipos y formas de liderazgo en
las Escrituras.
- Seamos desafiados a tener un mejor liderazgo, ayudados y
guiados por la Palabra, bajo la dirección y la supervisión del
Espíritu Santo.

Al publicar nuevamente este trabajo siento una profunda


gratitud al Señor por concederme el privilegio de compartir
su Palabra a través de este medio, siendo mi oración cons-
tante que Dios lo utilice para la bendición de su pueblo y
para que su glorioso nombre sea honrado.
1
LA GRANDEZA
DEL LIDERAZGO
“No será así entre ustedes“

El liderazgo en la iglesia no es como en el mundo, los pa-


rámetros son totalmente distintos, porque la economía de
Dios es distinta a la nuestra. Bajo el criterio del mundo,
la grandeza del liderazgo está directamente relacionada con
el poder, mientras que en el reino de Dios la grandeza está
relacionada con el servicio.

El mayor entre los seguidores de Jesús es el número uno en


servir a los demás, es eso lo que habilita a una persona para
el liderazgo.

La búsqueda de mayor liderazgo no está mal. Jesús lo esta-


bleció como algo natural al declarar: “El que quiera hacerse
grande entre vosotros...”. No tiene nada de malo tener esa
pretensión. Lo que sucede es que debe cumplirse la condi-
ción para lograrlo: “… será vuestro servidor”.
Es verdad que transitamos por un camino muy ambiguo
que podría llevar a cierta confusión. ¿Cómo saber si quie-
nes sirven lo hacen para ganar alguna posición dentro del
cuerpo de Cristo o porque aman al Señor y desean servirle?
No hay forma de saber las intenciones del corazón de los
demás, pero sí podemos observar la realidad. Si quien sirve
es reconocido por los demás, está bien; esto es lo que dice
el apóstol Pablo en 1Te. 5:12: “… que reconozcáis a los que
trabajan entre vosotros...”.

Pero si el reconocimiento se transforma en un “derecho” a


mandar y ejercer dominio sobre los demás y no en una ben-
dición de Dios y un estímulo para seguir sirviendo, entonces
estamos en presencia de alguien que no entendió el princi-
pio bíblico sobre el liderazgo.

Liderazgo cristiano / liderazgo del mundo


“Mas Jesús llamándolos les dijo: Sabéis que los que son tenidos por
gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes
ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino
que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro ser-
vidor. Y el que quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque
el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y
para dar su vida en rescate por muchos.” Marcos 10: 42-45

Jesús hizo una muy clara descripción de cómo se ejerce el


liderazgo bajo los parámetros del sistema del mundo. Él dijo
que los que son tenidos por gobernantes (refiriéndose a los
dirigentes) tienen dos pretensiones muy claras: la primera es
enseñorearse de sus dirigidos, y la segunda es ejercer potes-
tad sobre ellos. Matthew Henry hace el siguiente comenta-
rio refiriéndose a estos señores: “El interés de los gobernantes
de este mundo suele ser, no lo que pueden y deben hacer por sus
súbditos, sino el apoyo que de ellos esperan para prosperar su pro-
pia ambición y grandeza”. (Comentario Bíblico de Matthew
Henry, pag. 1237).

La expresión “enseñorearse” refiere a la pretensión de sentir-


se “señor” de los demás, lo que implica dominio y manejo de
las voluntades. El señor en los tiempos de Jesús era el amo y
dueño absoluto de todo lo que estaba bajo su propiedad, aun
de las personas. Jesús dijo que esto era lo que hacían los gen-
tiles, pero que entre sus seguidores no debía ser así. Nadie
debe arrogarse el derecho a dominar a los demás. Es verdad
que a ninguno de nosotros se nos pasa por la cabeza el decir
que somos “señores” y que deben hacerse las cosas como no-
sotros queremos. Sin embargo nuestras actitudes y nuestra
práctica en el ministerio suelen llevarnos a esta desviación.
Y esto se nota precisamente cuando nos fastidiamos mucho
porque las cosas no se hicieron como hubiéramos querido.

La segunda expresión que utilizó Jesús fue: “ejercen sobre ellas


potestad”. La potestad es el poder de mando de unos sobre
otros, es ese poder que obliga a que se obedezca. La versión
Internacional traduce: “los altos oficiales abusan de su auto-
ridad”. Nada más lejos de lo que la Biblia enseña sobre el
ejercicio de la autoridad. Un texto muy clarificador sobre el
uso de la autoridad nos lo da el apóstol Pablo en su segunda
carta a los Corintios:
“Por esto os escribo estando ausente, para no usar de severidad
cuando esté presente, conforme a la autoridad que el Señor me ha
dado, para edificación y no para destrucción.” 2° Crónicas 13:10
Pablo marca tres conceptos muy claros sobre el tema de la
autoridad: primero hace referencia al origen, luego al pro-
pósito positivo del ejercicio de la autoridad y finalmente una
aclaración sobre su mal uso. Bien haríamos en tener estos
conceptos siempre presentes en nuestro ministerio:

En primer lugar nos presenta el origen de la autoridad. El


apóstol reconoce que la autoridad le fue conferida por el
Señor. Esto implica que Pablo no atribuye ningún mérito
personal a su autoridad ya que esta le pertenece al Señor y,
por delegación, él la ejerce temporalmente. Sabe que de esta
autoridad que él administra tendrá que dar cuenta al Señor,
la haya usado bien o mal.

En segundo lugar dice que el ejercicio de su autoridad es


para edificación. Cuando él hace uso de su autoridad lo hace
con el propósito definido de edificar, es decir que será para
bendición de sus hermanos, nunca para provecho personal.
Quienes lideran en el ministerio cristiano no deberían pre-
ocuparse tanto por sentirse bien o quedar bien posicionados
frente a los demás, sino más bien pensar en qué medida se
está edificando a los receptores del servicio.

En tercer lugar Pablo nos dice que esa autoridad conferida


por el Señor, que es para edificación, no es para destrucción.
Suena casi como una advertencia para quienes ejercen algu-
na autoridad. El apóstol sabe que el mal uso de la autoridad
puede llevar a destruir vidas. Lamentablemente somos tes-
tigos de cómo en muchos ámbitos cristianos, quienes tienen
cierta autoridad no tienen problemas en dejar personas he-
ridas a su paso, con tal de hacer las cosas a su manera. Esto
puede ser muy común pero siempre será una deformación
del uso de la autoridad espiritual y una deshonra al Señor,
quien confiere la autoridad para edificación de su pueblo.

Volviendo al relato de Marcos, Jesús afirma categóricamen-


te que en su reino este sistema del mundo no funciona. Por
ello dice: “No será así entre vosotros”, porque no fue así con
Jesús, por el contrario, él declaró que había venido para ser-
vir y para dar su vida.

Jesús lanza un tremendo desafío a sus seguidores y les dice:


¿Quién quiere ser grande en mi reino? y ¿ Quién quiere ser
el primero? En términos humanos esto atraería a cualquiera
porque todos tenemos, como dice Charles Swindoll, “el sín-
drome de la celebridad”. Pero las condiciones que Jesús im-
pone son categóricas y nadie que responda afirmativamen-
te a estas preguntas podrá tomar un atajo. ¿Sabes por qué?
Porque Jesús no lo tomó. El apóstol Pablo, cuando habló de
la grandeza de Jesús en esa famosa frase de Filipenses 2:9:
“Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo...”, hizo
una tremenda descripción de cómo Jesús estuvo dispuesto a
renunciar a todos sus privilegios por agradar a su Padre.

Las condiciones para ser un grande son muy claras: “Será


vuestro servidor y ... será siervo de todos”.

Jesús utilizó dos palabras muy conocidas por los discípulos


y que lamentablemente se han ido deformando con el paso
del tiempo.
Para servidor utilizó la palabra diakonos, que en el lenguaje
eclesiástico (no solo católico sino también en algunos gru-
pos evangélicos) indica una jerarquía y denota funciones es-
pecíficas. Cuando Jesús utilizó la palabra diáconos no estaba
pensando en esto, porque él mismo dijo que había venido
para “servir” utilizando la misma palabra, es decir para reali-
zar un diaconado. El termino diácono está relacionado con
acciones que se hacen a favor de los demás, con un servicio
que se brinda.

Hay una interesante ilustración que cita Carlos Morris al


hacer el comentario de Marcos 10:45 para ilustrar lo que
significa tener una actitud correcta de servicio:

“Durante la guerra por la independencia de los Estados Unidos,


ciertos soldados estaban procurando alzar un tronco pesado para
colocarlo en su lugar en una empalizada. En eso se acercó un
hombre de aspecto distinguido que, al ver que un oficial obser-
vaba sin ayudarles, le preguntó por qué. El oficial, indignado y
sintiéndose muy importante como para “servir”, le contestó: “¿Es
que no se da cuenta que soy el coronel?” Entonces el otro respon-
dió: “Bueno, si usted no lo hace, lo haré yo”. Y así fue que con la
ayuda de ese hombre por fin se terminó la tarea. El coronel quiso
saber el nombre del caballero. Este, abriendo su abrigo para re-
velar el uniforme que llevaba debajo, le contestó: “Soy el general
Washington, y cuando necesite más ayuda llámeme”. (Carlos A.
Morris. Comentario Bíblico del Continente Nuevo, San
Marcos, pag. 185).

La otra palabra que utilizó Jesús es doulos para referirse a


siervo. Esta palabra se utilizaba para referirse a los esclavos.
Lamentablemente este término también ha sufrido algunas
desviaciones, de tal manera que en ocasiones se habla de “el
siervo de Dios”, para darle cierta jerarquía y reconocimien-
to, cuando en realidad ni Jesús ni los apóstoles tenían esta
idea en sus mentes, ya que “doulos” hace referencia siempre
a “una persona esclava y privada del uso de su voluntad”.

Cuando el apóstol Pablo se define como “siervo de Jesu-


cristo”, está indicando que es propiedad de Jesucristo, que
no es dueño de su vida. Es oportuno aclarar, como dice don
Roberto Ochoa, que el concepto paulino de siervo no tie-
ne correspondencia directa con la idea griega de la palabra
“doulos”. Esta siempre refiere a quien no tiene ninguna po-
sibilidad de dejar la condición de esclavo, mientras que la
idea que transmite el Antiguo Testamento en Éxodo 21:1-6
es la de un esclavo por voluntad propia. El apóstol Pablo
tiene claro que fue comprado por precio, pero su servicio es
voluntario, nunca por obligación.

Esta magistral enseñanza que dejó Jesús a sus seguidores


no podía terminar mejor que con el ejemplo supremo de su
propia vida:

“Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para
servir y para dar su vida en rescate por muchos.” Marcos 10:45

Por tal motivo no debiera haber en nuestro liderazgo ningu-


na actitud de señorío ni de autoritarismo, sino más bien de
practicar el diaconado bíblico y de conducirnos como ver-
daderos siervos.
2
LIDERAZGO
DE APARIENCIAS
Un liderazgo negativo

Acabamos de ver el tremendo desafío que les propuso Jesús


a sus seguidores, que estaban preocupados por saber quién
sería el primero y a quién debían seguir. Imaginamos que,
luego de esta magistral explicación que les dio el Maestro, el
tema ya habría quedado claro y no habría más discusiones
ni peleas; sin embargo no fue así. En varias ocasiones los ve-
mos regresar al mismo asunto, porque las ansias de dominio
sobre otros es algo difícil de superar a menos que el Espíritu
del Señor trabaje en nuestros corazones.

Nos preguntamos: ¿Es posible liderar en el servicio cristia-


no sin cumplir las condiciones que estableció Jesús? Él dijo
que: “El que quiera ser el primero y el más importante debe
ser servidor y siervo de todos”. La respuesta es obvia, a pesar
de todo observamos que no siempre se cumplen estas con-
diciones ya que podemos ver en nuestra propia experiencia,
y en la de otros, que muchas veces caemos en la trampa de
querer figurar, sin estar dispuestos a pagar el precio del li-
derazgo.

En la carta de Judas hay una descripción muy gráfica de


cómo funcionaban este tipo de líderes. El escritor está ha-
blando de los falsos maestros que aparecían en las iglesias
del primer siglo al igual que en nuestro tiempo. Estas per-
sonas son atractivas y muy carismáticas, suelen arrastrar a
muchos tras ellos, pero este es un liderazgo negativo, porque
dicen una cosa y hacen otra, confundiendo a muchos. Para
indicarnos cómo debemos identificarlos y cuidarnos de ellos
Judas utiliza cinco imágenes muy conocidas por sus lectores.

Vamos a darle un vistazo a esta descripción para estar ad-


vertidos sobre el falso liderazgo que puede aparecer y para
que nos sirva como reflexión sobre nuestra propia forma de
actuar.

“Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdi-


camente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua,
llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin
fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar,
que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las
cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas.”
Judas 12-14

Manchas en vuestros ágapes


La reunión de comunión que tenían los primeros cristia-
nos era una verdadera fiesta. La llamaban ágape. Se reunían
para participar de una comida a la que todos llevaban de sus
casas algo para compartir. Algunos comentaristas sugieren
que esta era posiblemente la única comida sustanciosa que
comían los cristianos pobres y los esclavos.

Estos maestros o falsos líderes perturbaban con su presencia


la comunión cristiana, pues vivían pensando solo en ellos
mismos; el texto nos dice “se apacientan a sí mismos”. Nada
les importaba de los hermanos pobres que, posiblemente,
no tuvieran mucho para compartir. El apóstol Pablo hace
una seria advertencia a aquellos que menosprecian esta cena
en 1° Corintios 11:20-22. Cuando quienes deberían, por su
condición de líderes, hacer que los demás disfrutaran y se
alegraran, piensan en su propia satisfacción, se está ejercien-
do un falso liderazgo. Esto es lo que denuncia con palabras
muy fuertes el apóstol Pedro en su segunda carta:

“Estos son inmundicia y manchas, quienes aún mientras comen


con vosotros, se recrean en sus errores.” 2° Pedro 2:13.

Todo creyente que desee liderar en el servicio cristiano o


que lo esté haciendo debe saber que su función fundamental
es que Dios sea honrado y que los demás disfruten.

Creo que son muy oportunas las palabras de Heny J.M.


Nouwen cuando habla de los principios básicos en la admi-
nistración de prioridades:

“El ministro que quiere hacer posible la celebración es un hom-


bre de oración. Solo un hombre de oración puede llevar a otros a
celebrar, porque todo el que tiene contacto con él se da cuenta de
que saca poder de una fuente difícil de localizar, pero obviamente
fuerte y profunda. Las cosas que suceden a su alrededor lo con-
mueven profundamente, pero no permite que lo abrumen. Escu-
cha atentamente, habla con una autoridad evidente, pero no se
altera ni se pone nervioso fácilmente. En todo lo que dice o hace
demuestra tener una visión que guía su vida y es obediente a ella.
Le hace distinguir con claridad lo que es o no importante. No es
insensible a lo que altera a la gente, pero evalúa sus necesidades
de otro modo al verlas en la perspectiva de su visión. Lo que dice
suena convincente y obvio, pero no le impone su opinión a nadie
y no se irrita cuando la gente no acepta sus ideas o no cumple su
voluntad. Todo esto demuestra cuánto significa su visión y cómo
lucha por lograrla.”

Nubes sin agua


Las nubes siempre despiertan expectativas de que lloverá.
Recuerdo que cuando vivíamos con mi familia en la provin-
cia de Santiago del Estero, en una zona muy árida, y pasaban
largos meses sin llover. Cada vez que veíamos una nube nos
alegrábamos mucho esperando que lloviese. La desilusión
que sentíamos cuando esto no sucedía era tremenda. Judas
dice que estas personas son así, presentan una apariencia
pero no son auténticos. Despiertan expectativas en los se-
guidores y prontamente los desilusionan. ¡Cuánto cuidado
debemos tener para no dejar a nuestro paso personas a las
que les prometimos algo que luego no cumplimos! Muchas
veces tendremos la tentación de hacernos pasar por lo que
no somos para sacar alguna ventaja; esto no agrada al Señor
y acarrea mucho perjuicio a otros.

El profeta Oseas denuncia la clase de vida que llevaba el


pueblo de Judá cuando dice:
“¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, oh Judá? La piedad
vuestra es como nube de la mañana, y como el rocío de la madru-
gada, que se desvanece.” Oseas 6:4

El pueblo de Dios en el Antiguo Testamento vivía esta mis-


ma y triste experiencia. La vida de piedad de estos hombres
era comparada a la nube de la mañana o al rocío que pron-
tamente desaparece. Dios espera de los líderes que no sean
como estas nubes, sino que tengan contenido, que cumplan
con las expectativas creadas en los dirigidos.

Árboles otoñales sin fruto


La figura es por demás elocuente. Que un árbol no tenga
fruto en otoño no es extraño, pero en este caso, la descrip-
ción es “dos veces muertos”. Es decir que no solo tienen una
imagen exterior de estar secos, como casi todos los árboles
en esta estación del año, sino que estos árboles están secos
por dentro. No solamente no tienen fruto, sino que nunca lo
tendrán, porque están sin vida interior.

Cuando Jesús habló de los frutos que producen sus seguido-


res dijo que el Padre estaba muy interesado en esta produc-
ción. Por ello habló en Juan l5 de llevar: fruto, más fruto,
mucho fruto y fruto que permanezca. ¡Qué tremenda dife-
rencia con estos falsos líderes! Ellos no llevan ningún fruto.
Cuando se habla del reconocimiento a los líderes de la Igle-
sia en el libro a los Hebreos se indica con claridad lo que
estos deben mostrar: no cuánto saben, ni cuánto hacen, sino
cuál es el fruto de su vida, es decir, el resultado de su conduc-
ta. En la Nueva Versión Internacional el texto dice:
“Acuérdense de sus dirigentes, que les comunicaron la palabra de
Dios. Consideren cuál fue el resultado de su estilo de vida, e imi-
ten su fe.” Hebreos 13:7

Fieras ondas del mar


Esta imagen es sumamente desagradable. El texto agrega
“que espuman su propia vergüenza”. Barclay hace una in-
teresante descripción de esta imagen: “Cuando las olas han
castigado la costa con su espuma, después que la tormenta se ha
calmado y las olas han retrocedido, queda siempre sobre la costa
una franja de algas marinas y maderas flotantes y toda clase de
resaca. Esta es siempre una escena fea y desagradable de contem-
plar.” (Willam Barclay, El Nuevo Testamento, volumen 15,
pág. 212).

Nada más gráfico para decirnos cuál es la antítesis de un


liderazgo bíblico. El Señor espera que las personas que le
están sirviendo, y por lo tanto ejerciendo algún tipo de lide-
razgo sean atractivas por su carácter y por su estilo de vida.
Isaías dice cómo ve Dios a aquellos que están llevando su
mensaje a los necesitados:

“¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres
nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien,
del que publica salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!”
Isaías 52:7

Estrellas errantes
Los comentaristas hacen referencia a varias interpretacio-
nes sobre las estrellas errantes. Me parece que la idea más
sencilla y gráfica es compararlas a las estrellas fugaces. Estas
no tienen ninguna dirección y su luz es momentánea, no
pueden ser guía para el viajero ni se las puede tomar como
punto de referencia.

Es interesante cómo las estrellas fugaces atraen nuestra aten-


ción, todos queremos verlas y nos alegramos al observarlas.
Aparecen repentinamente y con la misma rapidez desapa-
recen. Así es como funcionan los falsos líderes, duran, como
decía mi padre, “lo que dura un suspiro”. Pero los verdaderos
líderes son aquellos que, poniendo toda su confianza en el
Señor y no dependiendo de ellos, se mantienen firmes y só-
lidos cumpliéndose así la sentencia del Salmo 125:1
“Los que confían en el Señor son como el monte de Sión, que no
se mueve, sino que permanece para siempre.”

Nuestra sociedad está harta de apariencias, de estrellas fuga-


ces como los escribas y fariseos en los tiempos de Jesús. Por
esta razón los verdaderos líderes, los creyentes que quieren
servir al Señor y ser canales de bendición en la vida de los
demás, no podrán tener solo apariencia.

Repasemos las cinco figuras que nos presenta Judas respecto


del falso liderazgo: manchas en los ágapes, nubes sin agua,
árboles otoñales, fieras ondas del mar y estrellas errantes.
Todas nos hablan de una desagradable forma de tener un
liderazgo, que ninguno de nosotros desea.

Recordemos que si queremos un verdadero liderazgo en el


servicio, tendremos que vivir una vida de continua comu-
nión con el Señor para poder tener vidas auténticas y con
autoridad espiritual como la que tuvo Jesús: “...les enseñaba
como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” Mateo 7:29
3
LIDERAZGO
EQUIVOCADO
“No imites lo malo sino lo bueno”

Ya vimos algo sobre el liderazgo negativo al considerar las


cinco imágenes que nos presenta Judas en su carta. A ningu-
no de nosotros nos gustaría formar parte de este espectáculo
de figuras casi caricaturescas de líderes que se sirven a sí
mismos y no a los hermanos.

Hay otros ejemplos en las Escrituras que nos permiten saber


cómo no debemos liderar en el servicio cristiano. Permíta-
me compartirle un relato más sobre alguien que ejerciendo
un ministerio aparentemente reconocido en la iglesia, tomó
el camino equivocado para ejercer el liderazgo. Me estoy re-
firiendo al nada simpático Diótrefes. El párrafo que dedica
el apóstol Juan para describir a este “líder” es muy elocuente:

“ Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el


primer lugar entre ellos, no nos recibe.
Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parlotean-
do con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas
cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo
prohíbe, y los expulsa de la iglesia.” 3° Juan 9-10

El apóstol menciona tres nefastas características de Diótre-


fes que hacían de él un antilíder. Diótrefes mostraba un in-
terés superlativo por querer ocupar el primado en la iglesia.
Sus palabras eran ofensivas a tal punto que el apóstol dice:
“las obras que hace parloteando con palabras malignas”. Y
finalmente Juan dice que a este “líder” le gustaba mostrar
que tenía el poder sobre los demás ya que hacía de censor en
la iglesia: “les prohíbe”. Miremos brevemente las tres carac-
terísticas de Diótrefes.

Le gustaba tener el primado


La Versión Popular traduce: “Pero Diótrefes no acepta
nuestra autoridad, porque le gusta mandar”. Era de esa clase
de personas que no aceptan ninguna autoridad más que la
de ellos mismos y a quienes les encanta figurar primero en
las listas de privilegiados.

Quizá suene familiar lo que estoy diciendo, pero es que so-


mos así. Por ello debemos orar y luchar con nosotros mis-
mos para evitar esta actitud carnal que suele aflorarnos con
tanta facilidad.

Hay una anécdota muy interesante que leí hace algunos


años en la revista Decisión, y que quisiera compartir para
ilustrar este punto:
En una oportunidad se juntaron los representantes de la
Asociación Billy Graham de distintos países para orar. To-
dos ellos eran grandes hombres de Dios y cada uno era muy
reconocido no solo en su país. Cada oración duraba entre
media hora y cuarenta minutos. Finalmente oró un africano
quien comenzó diciendo: “Señor, en este encuentro no nos
preocupa quién es el segundo, lo que más nos interesa es que
tú seas el primero”.

No cabe ninguna duda de que este era un grande de verdad,


era de esos hombres que se interesan más por la grandeza de
su Señor que por la suya propia. ¡Cuánto necesitamos que
nuestros líderes piensen de esta manera!

La ambición de Diótrefes era tal que desconocía al mismo


apóstol. Por lo que conocemos de Juan, este era un hom-
bre tierno y con mucha dulzura en su trato. Seguramente
siempre lo había tratado bien, porque todas sus cartas es-
tán impregnadas de amor y cariño por los hermanos. Sin
embargo, Diótrefes estaba enceguecido por la grandeza de
abajo. ¡Grandeza que dura tan poco!

Jesús había advertido sobre el querer ocupar el primer lugar.


Él dijo: “si fueres invitado a una fiesta nunca te sientes en el pri-
mer lugar, porque podría haber algún invitado más distinguido
que tú, y el dueño de la fiesta te dirá: “da lugar a este; y entonces
comiences con vergüenza a ocupar el último lugar.” Lucas 14:9

La economía de Dios dice que el que se enaltece a sí mismo


será humillado, mientras que el que se humilla a sí mismo
será enaltecido.
Le gustaba parlotear
La expresión parlotear significa “hablar necedades”, es decir,
hacer comentarios sin sentido y llenos de malicia. La Biblia
dedica mucho espacio para instruirnos acerca del uso de la
lengua y de cuánto debemos cuidar nuestra forma de hablar.
La carta de Santiago dedica todo un capítulo para advertir-
nos sobre este asunto.

El reconocido escritor oriental Watchman Nee escribió un


libro extraordinario titulado “El carácter del obrero cristia-
no”. Entre sus diez capítulos dedica uno a “refrenar la len-
gua”. Quiero compartirte, en forma de resumen, algunas
cosas en las cuales sugiere que deberíamos prestar atención
sobre el uso de la lengua:

1. Tener cuidado delante de Dios en cuanto a las palabras


que escuchamos con frecuencia. La clase de palabras que se
acumulan en ti solo confirma la clase de persona que eres.
2. Tener cuidado con las palabras que creemos.
3. Tener cuidado de lo que divulgamos.
4. Corregir la forma inexacta con la que hablamos.
5. Evitar el doble mensaje, decirle a unos una cosa y a otros
otra respecto del mismo tema.
6. Tenemos que ser confiables para las personas que nos
cuentan sus asuntos personales, saber guardar la confiden-
cialidad.
7. No faltar a la verdad para salir del paso en alguna situa-
ción complicada.
8. No debemos contender ni vocear. Gritar no es correcto y
es una señal de poco poder y autocontrol.
9. Las palabras deben reflejar la intención del corazón.
10. No debemos hablar palabras ociosas.
11. Debemos evitar hablar a espaldas de las personas.

¡Con cuánta facilidad caemos en la trampa de nuestras pro-


pias palabras! ¡Cómo nuestro enemigo saca ventaja y arruina
nuestro liderazgo cuando descuidamos lo que decimos! No
deberíamos tomar a la ligera el contenido ni la forma de
nuestras conversaciones; Jesús advirtió que de toda palabra
ociosa daremos cuenta.

Diótrefes no controlaba lo que decía; y sus comentarios áci-


dos y malignos se convertían en obras malignas. Solo ten-
dremos un liderazgo bíblico si somos capaces de controlar
nuestra forma de hablar. El máximo ejemplo lo encontra-
mos en nuestro Maestro, quien habló lo que tenía que ha-
blar y supo guardar silencio en el momento oportuno, nun-
ca hizo comentarios fuera de lugar. Si nosotros lográramos
mantenernos cerca de su corazón, seguramente podríamos
imitarle.

Le gustaba prohibir
Esto nos hace acordar a ese tipo de personas que piensan
que lo que ellos aprueban está bien y que lo que no aprueban
está mal. Sienten que la verdad pasa por su aprobación. Tris-
temente esto suele darse en interpretaciones de doctrina, en
prácticas eclesiásticas y hasta en las costumbres y tradicio-
nes que practicamos.

Es verdad que debemos tener y mantener una línea de doc-


trina y una forma de práctica, pero estas no deben ser capri-
chosamente adoptadas ni arbitrariamente impuestas.
Recordemos que el apóstol Pablo nos dice:
“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Se-
ñor, allí hay libertad.” 2° Co. 3:17

Diótrefes estaba dispuesto a mantener su liderazgo a cual-


quier precio: primero les hacía saber a sus dirigidos que él
no compartía el andar recibiendo a hermanos desconocidos
(los misioneros que habían salido por el mundo “sin acep-
tar nada de los gentiles”). En segundo lugar, prohibía a los
miembros que los recibieran. En tercer lugar, si alguno des-
obedecía esta advertencia y recibía a uno de estos hermanos
itinerantes, era expulsado de la iglesia. Así es como Diótre-
fes hacía notar su poder y su “autoridad”, la que el apóstol
Juan rechazó de plano. Sin duda este hombre había toma-
do un camino equivocado para ejercer el liderazgo, y si en
la Escritura quedó registrado, bien haremos en tomar nota
para evitar nosotros el mismo error.

Juan concluye el tema de Diótrefes e inicia la descripción


de Demetrio diciendo “Amado, no imites lo malo sino lo bueno”
3° Juan 11.
4
LIDERANDO
CON AUTORIDAD
Los que lideran siempre estarán tentados a manejar la de-
cisión de las personas para que estas hagan lo que su líder
espera y desea. Tendrán que decidir entre usar la autoridad
que Dios les ha conferido o el autoritarismo que brota na-
turalmente en la mayoría de nosotros.

Todos sabemos que Dios espera que seamos respetuosos


de las personas y de sus decisiones porque así fue como se
condujo Jesús. ¡Cuánto nos cuesta hacerlo! Es que suele dar
“mayor resultado” manipular a las personas, o al menos pa-
reciera que se logran ciertos objetivos más rápido. Que las
personas nos sigan y hagan lo que les proponemos siem-
pre será un privilegio, porque en este gesto están aceptando
nuestra autoridad.
Para ilustrarnos sobre este tema, reflexionaremos sobre al-
gunos hechos muy puntuales en la vida de uno de los diri-
gentes más extraordinarios que condujo al pueblo de Israel.
Me refiero a David, el segundo rey de Israel, quien gobernó
por cuarenta años con un éxito sin comparación.

Claro que David fue un hombre privilegiado. Aún era un


niño cuando el gran profeta Samuel llegó hasta su humilde
casa en Belén y lo ungió rey ante el asombro de sus padres
y la envidia de sus hermanos mayores. Es el mismo David
que ganó la alabanza del pueblo cuando con una sola piedra
mató al gigante Goliat. Desde entonces algunos de sus pri-
vilegios comenzaron a tornarse un tanto peligrosos, porque
cuando las mujeres cantaron aquella canción, haciendo re-
ferencia a la hazaña del “muchachito” y dijeron “Saúl mató a
sus miles y David a sus diez miles”, la envidia de Saúl tornó
este privilegio en una amenaza de muerte.

De todas maneras no siempre los privilegios que tuvo David


fueron una amenaza, la gran mayoría de estos le resultaron
una gran ventaja y beneficio personal. Este hombre, a quien
Dios llenó de bendiciones, podía haberse vuelto un hombre
orgulloso, soberbio, creído de sí mismo y haber converti-
do sus privilegios en una desgracia que hubiera terminado
arruinando su vida y su función, como tantos otros a tra-
vés de la historia. Pero no fue así. En David podemos ver
a un hombre que por tener su corazón cerca de Dios supo
manejar los beneficios de una manera extraordinaria. Nos
preguntamos: ¿Cómo consigue los privilegios? y ¿cómo los
utiliza?
Como ya dijimos, los privilegios de David fueron muchos.
Entre ellos se destaca la lealtad incondicional que le brin-
daban sus seguidores. Esa lealtad se dejaba ver en la actitud
de apoyo, de confianza, de respaldo a los proyectos de Da-
vid y de seguimiento a costa de cualquier riesgo que tuvie-
ran que correr. La pregunta obligada es ¿cómo logró David
conseguir ese tipo de lealtades? Una respuesta apresurada
y sin conocer la intimidad de la vida de David nos llevaría
a presuponer que era muy hábil en sus relaciones públicas,
muy diplomático y simpático, o tal vez un hombre muy pa-
ternalista.

Cuando un líder es paternalista es muy difícil contradecirle


y suele usarse esa característica como modo de manipula-
ción de las voluntades de los dirigidos. Tiene mucha simi-
litud con la relación que se da entre los hijos y los padres
sobreprotectores. Cuando estos no han permitido que sus
hijos fueran adquiriendo cierta independencia progresiva,
de modo que al llegar a la edad adulta puedan decidir por sí
mismos, los hijos, por miedo a ofender a sus padres, suelen
quedar atados a decisiones ajenas a su voluntad.

Anular a una persona evitando que piense, razone, opine


y tome sus propias decisiones haciéndose cargo de ellas es
un atropello a la dignidad humana y una deshonra a Dios,
quien nos creó con libertad y para la libertad. David cono-
cía perfectamente el principio creacional de Dios, por ello
jamás obligaría a nadie a seguirle ni compraría su lealtad.
Quizás dirás que la pregunta sigue sin contestarse y tenés
razón. Por eso leamos con mucha atención el relato que
quiero compartir y veamos juntos cómo este gran hombre
conseguía privilegios.

El capítulo 15 de 2° Samuel narra la sublevación de Absalón


y la toma del reino. El relato nos presenta a un rey en crisis,
su gobierno está siendo desestabilizado nada menos que por
su propio hijo.

“Entonces David dijo a todos sus siervos que estaban con él en


Jerusalén: Levantaos y huyamos, porque no podremos escapar
delante de Absalón; daos prisa a partir, no sea que apresurándose
él nos alcance, y arroje el mal sobre nosotros, y hiera la ciudad a
filo de espada.
Y los siervos del rey dijeron al rey: He aquí tus siervos están listos
a todo lo que nuestro señor decida.
El rey entonces salió, con toda su familia en pos de él. Y dejó el rey
diez mujeres concubinas, para que guardasen la casa.
Salió, pues, el rey con todo el pueblo que le seguía, y se detuvieron
en un lugar distante. Y todos sus siervos pasaban a su lado, con
todos los cereteos y peleteos; y todos los geteos, seiscientos hombres
que habían venido a pie desde Gat, iban delante del rey.
Y dijo el rey a Itai geteo: ¿Para qué vienes tú también con noso-
tros? Vuélvete y quédate con el rey; porque tu eres extranjero, y
desterrado también de tu lugar.
Ayer viniste, ¿y he de hacer hoy que te muevas para ir con noso-
tros? En cuanto a mí, yo iré a donde pueda ir; tú vuélvete, y haz
volver a tus hermanos; y Jehová te muestre amor permanente y
fidelidad. Y respondió Itai al rey, diciendo: Vive Dios y vive mi
señor el rey, que o para muerte o para vida, donde mi señor el
rey estuviere, allí estará también tu siervo. Entonces David dijo
a Itai: Ven, pues, y pasa. Y pasó Itai geteo, y todos sus hombres y
toda su familia.” 2° Samuel 5:14-22
Los comentaristas no se ponen de acuerdo acerca de la ver-
dadera razón por la que David decidió dejar Jerusalén ante
el avance de Absalón. El texto 14 nos presenta un argumen-
to que el mismo David esgrime para convencer a sus hom-
bres de que esta era la mejor decisión; “no sea que Absalón
venga y hiera la ciudad a filo de espada”.

El rey David, como buen guerrero que era, no huía por mie-
do a Absalón. La última frase muestra a un hombre que
estaba pensando más en su gente que en su propio interés.
De todas maneras no estaba huyendo solo, muchos le acom-
pañaban. El relato que acabamos de leer es una excelente
ilustración de por qué David consiguió la lealtad incondi-
cional de sus hombres. El diálogo que se da entre David y el
geteo Itai es elocuente para mostrarnos que David siempre
dio libertad a sus seguidores. Nunca les impuso su voluntad
ni se ofendió porque pensaran y decidieran distinto a lo que
él decidía.

El rey tenía demasiadas razones para llevar a este guerrero


con él. Observe las ventajas que obtenía David si lo llevaba:

Itai era un hombre líder, le seguían nada menos que seis-


cientos hombres de guerra, una cifra nada despreciable para
un rey en apuros militares.
Itai era un hombre valiente, en 2° Samuel 18:2 David le
encarga una de las columnas en las que dividió su ejército.
Itai era un hombre leal al rey, se podía contar con él, esta es
una virtud sobresaliente que en tiempos de crisis es funda-
mental.
Cualquiera de nosotros no hubiera analizado demasiado el
tema ya que contar con un hombre así era una gran ayuda.
David tiene una discusión con Itai antes de que lo acompa-
ñe; aun sabiendo que este geteo no cambiaría su decisión,
el rey quería recordarle que respetaría su libertad de decidir.
La muestra de que David no manipulaba la decisión de sus
hombres es la cantidad de argumentos que le presenta a Itai
para que se quede en la ciudad. Observemos:

Le dijo que Itai no tenía de qué defenderse porque era ex-


tranjero, el nuevo gobierno no atentaría contra él, que debía
mudarse con su familia y sus pertenencias, ocasionándole
toda una serie de complicaciones innecesarias y que podía
conseguir una buena posición en el nuevo gobierno por sus
características personales. Pero nada de esto lo convenció.

Es claro que la decisión que tomara Itai dejaba a uno de los


dos en ventaja. Si decidía quedarse en la ciudad obtendría
mayores beneficios que si seguía a un rey viejo, cansado y
con casi ninguna posibilidad de éxito. Si por el contrario
decidía seguir a su rey, se arriesgaba a perder su vida o que-
dar como un fugitivo y traidor del nuevo gobierno. La gran
pregunta es ¿qué lo llevó a renunciar a estos beneficios para
seguir a David?

Creo, definitivamente, que la razón por la que tomó tal de-


cisión fue la nobleza que vio en su rey; este “pastorcito” de
Belén nunca defendió su pellejo a costa de sacrificar a los
demás. Su apasionante historia nos muestra a un hombre
que nunca se defendió ante sus calumniadores ni enemi-
gos, sino que dejó su causa en las manos del “gran pastor de
Israel”. Su gran preocupación fue agradar a Dios y cuidar
de sus seguidores más que de él mismo. David nunca sacó
ventaja de la nobleza ajena, este relato nos muestra que dejar
en libertad de decisión a su gente era un valor mayor que su
propia seguridad.

Otra muestra de nobleza de David fue su actitud para en-


frentar esta situación límite. Observemos que ni la crisis de
su gobierno, ni la tensión familiar, ni su quebrantamiento de
espíritu le llevaron a querer utilizar a las personas para su
beneficio personal. Creo que aun si lo hubiera hecho, de to-
das maneras no habría sido criticado por sus seguidores. Re-
cordemos que la autoridad reconocida en el liderazgo está
dada proporcionalmente por el respeto que manifestamos
para con los dirigidos.

David sabía que el único que otorga privilegios y benefi-


cios verdaderos y permanentes es Dios, por eso actuó como
actuó, no manipulando a las personas para su beneficio ni
utilizando mal la autoridad que el Señor le había conferido
sobre sus seguidores.
5
PRIVILEGIOS
DEL LIDERAZGO
Si de privilegios se trata, todos quisiéramos tenerlos, y si es
dirigiendo personas como se los obtiene, todos desearíamos
hacerlo.

Los líderes saben que de una u otra forma siempre tendrán


algunos privilegios sobre sus dirigidos. Algunos privilegios
son concedidos por aquellos que los siguen. Unos los van
adquiriendo con el paso del tiempo, y otros porque el dar
indicaciones los coloca en una posición de autoridad. No
podemos dejar de mencionar que en el caso de los malos
líderes algunos privilegios no son conseguidos naturalmen-
te, ni logrados de forma honesta, sino arrancados o exigidos
por aquellos que, como diría el apóstol, dirigen “por ganan-
cia deshonesta”.
De todas maneras la discusión no debería centrarse en la
disyuntiva de si el que dirige debe o no debe tener privi-
legios, porque de hecho los tiene. La cuestión es más bien
cómo logra tener esos privilegios y cómo los utiliza.

Imaginemos por un momento que deseás algo e inmediata-


mente se cumple. ¿No sería eso extraordinario? En la vida
real, en un 99%, esto no ocurre (estoy hablando de gente
común y normal, como vos y como yo). De todas maneras,
cuando nuestros deseos se pueden cumplir es porque esta-
mos dispuestos a pagar un precio por hacer de ellos una
realidad.

Por ejemplo, cuando entrás a un restaurante inmediatamen-


te viene una persona y te pregunta: ¿Qué desea servirse?
En ese momento esa persona te está comunicando que tus
deseos serán satisfechos, por lo cual podés pedir a tu gusto y
llamar al mozo tantas veces como lo desees. Una vez que te
encontrás en esa situación, difícilmente quieras renunciar a
los beneficios que estás por disfrutar.

A nadie le agrada renunciar a los privilegios, más aún cuan-


do ha tenido que pagar un alto precio para conseguirlos.

Hay una breve historia en la vida de David que expresa ní-


tidamente lo que significa que los deseos se cumplan con
solo expresarlos. Lo interesante de la historia que quiero
compartir es lo que este gran siervo de Dios hizo con sus
privilegios.
“ Y David dijo con vehemencia: ¡Quién me diera a beber del agua
del pozo de Belén que está junto a la puerta!

Entonces los tres valientes irrumpieron por el campamento de


los filisteos, y sacaron agua del pozo de Belén que está junto a
la puerta; y tomaron, y la trajeron a David; mas él no la quiso
beber, sino que la derramó para Jehová, diciendo:
Lejos sea de mí, oh Jehová, que yo haga esto. ¿He de beber yo la
sangre de los varones que fueron con peligro de sus vidas? Y no
quiso beberla.” 2° Samuel 23:15-17

“David deseó entonces, y dijo: ¡Quién me diera de beber de las


aguas del pozo de Belén, que está a la puerta!”
1° Crónicas 11:17

Los tiempos habían cambiado para el pueblo de Israel, Be-


lén no era el pequeño y tranquilo pueblo en el que David
había transcurrido la infancia con sus amigos. Los enemigos
del pueblo de Dios la habían tomado y los filisteos invasores
eran crueles y sanguinarios. El terror había llenado no solo
Belén sino toda la comarca. El rey Saúl no había logrado
dominar a estos salvajes y la razón era su insistente des-
obediencia a Dios. La gran victoria de David sobre Goliat
y de todo el pueblo sobre los filisteos era un recuerdo muy
borroso.

Los tiempos habían cambiado también para David. Ya no


era admirado y querido por todo el pueblo; ahora era un
fugitivo y, posiblemente, por las calumnias levantadas contra
él por Saúl y su corte, en la mente de la mayoría, David era
considerado un traidor a la patria.
Lo que no había cambiado era el corazón de David, un co-
razón lleno de admiración y amor por su Señor y de un pro-
fundo deseo de agradarle. Cuando Samuel tiene que decirle
a Saúl cómo iba a ser el nuevo rey de Israel, lo describe de la
siguiente manera: “Jehová se ha buscado un varón conforme
a su corazón”.

¡Cómo nos gustaría tener este privilegio que tenía David!


Solo bastaba que esbozara un deseo para que este fuera
satisfecho por quienes lo acompañaban. En este caso sí se
hacía verdad la frase tan conocida: “sus deseos son órdenes
para mí”.

La narración de Samuel dice: “ Y David dijo con vehemencia:


¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está jun-
to a la puerta!”, el relato de Crónicas nos agrega que “deseó
David”.

En este caso David no hizo un pedido, no sugirió ni dio una


orden, sencillamente expresó un deseo.

Mientras estaba orando y meditando en esta historia recor-


dé una experiencia que viví hace ya varios años. En el grupo
de pastores de la iglesia en la que me congrego había un
hombre extraordinario llamado José Ciccone. Él era bajo
de estatura física, pero de una gran estatura espiritual, te-
nía un corazón manso y humilde, vivía muy cerca de Dios
y toda la congregación lo consideraba un verdadero pastor.
Casi nunca predicó desde la plataforma, pero su actitud, su
palabra de consejo justo y su visita pastoral hacían de él un
hombre respetado y querido por todos los miembros. Mu-
chos lo visitaban para pedirle algún consejo, por lo que su
casa estaba siempre con gente. Tuve el privilegio de orar con
él mientras era estudiante casi semanalmente y, cuando salí
al interior del país para servir al Señor en la obra misionera
de los Centros Comunitarios, cada vez que regresaba a Bue-
nos Aires, tenía una cita obligada: pasar por la casa de “don
Pepe” para orar.

En una oportunidad, al regresar de un viaje, fui a su casa


a orar. Era temprano por la mañana y cuando entré en la
casa escuché algunos ruidos en el baño; eran golpes de mar-
tillo, por lo que pregunté con entusiasmo: ¿Está haciendo
arreglos en el baño? La respuesta que recibí a mi ingenua
pregunta tal vez haya sido una de las más grandes leccio-
nes que aprendí de un hombre de Dios sobre ética cristiana,
dependencia de Dios y de cómo deben manejarse los pri-
vilegios que confiere el servicio cristiano. No me respondió
inmediatamente, sino que me invitó a que nos sentáramos y
mientras él tomaba su té y yo unos mates, comenzó dicién-
dome: “Mire Pedrito, yo debo tener mucho cuidado con lo
que digo delante de los hermanos. Me ha pasado en varias
ocasiones que expreso una necesidad o un deseo y el her-
mano que lo escucha se hace cargo de lo que digo”. Luego
continuó: “Hace unos días me visitó un hermano. En un
momento me pidió permiso para utilizar el baño y al salir
me preguntó si la cañería del baño tenía alguna pérdida;
queriendo dar una justificación hice el siguiente comenta-
rio: “Hace un tiempo que estamos por arreglarlo”. El buen
hermano se fue y a la semana siguiente apareció aquí con
el plomero que usted escuchó y está golpeando las paredes
para hacer el baño nuevo”.
Conociéndolo como lo conocía, me di cuenta de su incomo-
didad al contármelo, por lo que atiné a decir: “No olvide que
fue usted quien me enseñó el texto ‘Dios honra a los que le
honran’”.

Don José Ciccone era un hombre que podía disfrutar de


privilegios ganados legítimamente, pero renunciaba a ellos
por temor a deshonrar a Dios. Esto es lo que nos conmue-
ve del relato de David y el agua derramada. Cuando David
expresa el deseo de tomar agua del pozo de Belén, sus hom-
bres sienten que el deseo de su jefe y líder se transforma en
un deseo también para ellos. Toman esta expresión vehe-
mente de David como una orden, e inmediatamente tres
de sus valientes irrumpen en el campamento de los filisteos
arriesgando sus vidas para satisfacer a David.

La pregunta que surge inmediatamente es ¿qué llevó a estos


hombres a actuar como lo hicieron? Encuentro algunas ra-
zones que podríamos imaginar porque el relato no lo dice,
pero que nos ayudarán a revisar nuestro trato con aquellas
personas a las que servimos y para quienes somos sus líderes.

Una de estas razones podría ser que David era considerado


una autoridad y a la autoridad se la debe reconocer pero
también obedecer. Es muy común que los dirigidos en oca-
siones hagan cosas arriesgadas (a veces hasta ridículas) por
obedecer a una orden, o por capricho de su jefe, o por que-
dar bien con él y ganarse algún beneficio extra.
Seguramente en este caso no fue por una cuestión de obe-
diencia a la autoridad. Primero porque no era una orden que
David había dado y segundo, porque ya vimos que David
nunca usó de su autoridad para tomar a las personas para su
beneficio. David no confundió autoridad con autoritarismo,
ni se aferró al poder para controlar a los demás. Él sabía que
la autoridad viene de Dios, que la da a quien quiere y cuan-
do él quiere, y también tiene derecho a quitarla porque es
Dios. Es esa autoridad que recibimos y que debemos utilizar
para ayudar a los demás a honrar a Dios, pero nunca para
nuestro beneficio personal; esto deshonra a Dios.

Por eso David, cuando derrama el agua, nos está diciendo:


“Si alguna autoridad tengo sobre estos hombres es porque Dios
me la concedió y el resultado de esta autoridad se la ofrezco al
Señor a quien pertenece toda autoridad”.

Quizás otra de las razones por la que estos hombres se


arriesgaron a buscar el agua haya sido la profunda admira-
ción que sentían por su líder. David tenía una personalidad
única, Dios le había dado algo especial, nada menos que su
unción. Desde el día en que Samuel lo ungió rey, siendo
aún muy jovencito, se ganó la simpatía y admiración de to-
dos (menos la de Saúl y su envidioso séquito). Admiraban
a David las mujeres que compusieron aquel cántico luego
de la victoria sobre Goliat, los cortesanos que escuchaban
embelesados la armonía del arpa en el palacio de Saúl, y
el príncipe Jonatán, quien se dio cuenta, y aceptó de buen
ánimo, que el sucesor al trono fuera David y no él. Casi al
final de su reinado seguía teniendo la misma admiración de
parte de su pueblo, estos confesaban que para sus enemigos,
los seguidores de Absalón, David también era admirado y
valorado. Observemos lo que dicen refiriéndose a David:
“Mas el pueblo dijo: No saldrás; porque si nosotros huyéramos, no
harán caso de nosotros; y aunque la mitad de nosotros muera, no
harán caso de nosotros; mas tú ahora vales tanto como diez mil
de nosotros.” 2° Samuel 18:3

No estoy seguro de que David se percatara de esta reali-


dad. Su corazón estaba inclinado continuamente al Señor
por lo que sospecho que cuando estos hombres llegaron con
el agua, debe haber sentido cierta vergüenza, como la que
mencioné que tuvo don José Ciccone. Por ello, cuando él
derrama el agua para Jehová está diciendo: “Si algo admiran
en mí quiero que sepan que se lo debo al Señor y es a él a quien
debemos admirar y honrar”.

Otra de las razones por la cual estos valientes arriesgaron


sus vidas puede haber sido por gratitud a David. Él los había
recibido en la cueva de Adulam cuando se encontraban en
un estado deplorable. El relato de 1° Sam. 22:2 los describe
de la siguiente manera:

“ Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba en-


deudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y
fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres.”

Cuando uno ha estado en aflicción, con deudas y en amar-


gura de espíritu y alguien lo ha recibido para consolarlo y
ayudarle, difícilmente olvidará ese gesto. Seguramente sen-
tirá una profunda gratitud y estará dispuesto a retribuirle de
alguna manera la generosidad recibida.
Es muy probable que David haya percibido que esa era la
razón por la que sus valientes le trajeron el agua. Pero él sa-
bía que la generosidad que se puede mostrar hacia los demás
no es otra cosa que la manifestación de la gracia y bendición
de Dios sobre nuestras vidas. Por eso, David no andaría por
el mundo pensando y haciendo sentir a los demás que le
debían favores y que debían estar eternamente agradecidos
a él. Creo que cuando derramó el agua para Jehová, estaba
diciendo “al único que le debemos toda nuestra gratitud y
honor es al Señor”.

¡Que podamos derramar los legítimos privilegios que nos


confiere el liderazgo en adoración al único digno y dador de
todo privilegio!
6
LIDERAZGO
EN ACCIÓN
En el relato bíblico encontramos muchos ejemplos de hom-
bres que lideraron bien y que tuvieron un gran éxito en el
servicio de guiar al pueblo de Dios.

Quisiera que miráramos en este capítulo el liderazgo en


acción de uno de los reyes de Judá llamado Ezequías, un
hombre extraordinario, que fue capaz de llevar al pueblo de
Dios a una gran victoria porque tuvo un liderazgo en acción
positivo. Fue uno de los mejores reyes de Judá, y gobernó 29
años.

El momento histórico en el que le tocó actuar fue muy es-


pecial. El reino del Norte había caído bajo el imperio Asirio
y la amenaza de invasión a Judá era inminente. Pero este
hombre era distinto a los reyes de Israel y a los de Judá; de él
se dice: “...ni después ni antes de él hubo otro como él entre
todos los reyes de Judá”. La razón fundamental se debía a
que su actitud hacia Dios era distinta, buscaba honrar su
nombre y procuró depender de Dios antes que confiar en
sí mismo. El relato de 2° Reyes 18:1-8 describe muy bien
cómo este joven rey, que solo tenía 25 años, comenzó su
reinado. Leámoslo:

“En el tercer año de Oseas hijo de Ela, rey de Israel, comenzó a


reinar Ezequías, hijo de Acaz rey de Judá.
Cuando comenzó a reinar era de veinticinco años, y reinó en
Jerusalén veintinueve años. El nombre de su madre fue Abi hija
de Zacarías.
Hizo lo recto ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas
que había hecho David su padre.
Él quitó los lugares altos, y quebró las imágenes, y cortó los sím-
bolos de Asera, e hizo pedazos la serpiente de bronce que había
hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban incienso los hi-
jos de Israel; y la llamó Nehustan.
En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes
de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá.
Porque siguió a Jehová, y no se apartó de él, sino que guardó los
mandamientos que Jehová prescribió a Moisés.
Y Jehová estaba con él; y donde quiera que salía, prosperaba. El
se rebeló contra el rey de Asiria, y no le sirvió.
Hirió también a los filisteos hasta Gaza y sus fronteras, desde las
torres de las atalayas hasta la ciudad fortificada.”

Cuando leemos descripciones de este tipo quedamos im-


presionados y lamentamos no haber podido conocer per-
sonalmente a hombres como este. La mera descripción de
su personalidad no nos alcanza para saber cómo actuaba en
circunstancias puntuales, pero Dios, que conoce nuestras
limitaciones en la comprensión, nos dejó el relato de algu-
nas experiencias críticas que tuvieron que enfrentar líderes
como Ezequías.

El relato que quiero compartir de 2° Crónicas 32 nos deja


impresionados por la forma en que el rey actuó frente a la
crisis. Siempre será así, Dios espera que los hombres a quien
él ha puesto para que guíen a su pueblo actúen. La mayoría
de las veces la falta de acción está ligada a la ausencia de
un liderazgo real. Se puede tener un liderazgo formal, pero
cuando no se hace lo que se debe hacer, no se está ejerciendo
el liderazgo bíblico. Las razones de la inacción pueden ser
múltiples: algunas de ellas son reales, pero la gran mayoría
suelen ser por temor, incapacidad, ignorancia, comodidad o
miedo disfrazado de prudencia. Creo definitivamente que la
prudencia es una virtud muy importante en la tarea de guiar
personas; lo que sucede es que cuando la prudencia se trans-
forma en la excusa para no actuar, deja de ser prudencia.
Refiriéndose a este tema, un profesor nos decía: “Hay que
tener cuidado con la forma en la que actuamos, no sea que
por usar mucho tacto no hagamos nunca contacto”.

Carlitos Balá, un cómico argentino que hacía programas


para niños, repetía una frase muy sencilla pero llena de sig-
nificado que los líderes deberían recordar constantemente:
“El movimiento se demuestra andando”. Así también el li-
derazgo se demuestra en la acción, no en una acción alocada
y sin rumbo, sino en un hacer bajo la dirección del Espíritu
Santo y el control de los principios de la Palabra.
Volviendo a Ezequías, podemos ver algunas cosas impor-
tantes en su forma de accionar frente a una situación límite.
En 2° Crónicas 32 se relata la amenaza y el frustrado intento
del malvado rey de Asiria, Senaquerib, que pretendía invadir
toda Judá y tomar Jerusalén. Como el capítulo es extenso,
tomaremos trozos del relato para reflexionar sobre las for-
mas en las que el rey Ezequías puso su liderazgo en acción.

“Después de estas cosas y de esta fidelidad, vino Senaquerib rey


de los asirios e invadió a Judá, y acampó contra las ciudades for-
tificadas, con la intención de conquistarlas.
Viendo, pues, Ezequías la venida de Senaquerib, y su intención
de combatir a Jerusalén,
tuvo consejo con sus príncipes y con sus hombres valientes, para
cegar las fuentes de agua que estaban fuera de la ciudad; y ellos
le apoyaron.
Entonces se reunió mucho pueblo, y cegaron todas las fuentes, y el
arroyo que corría a través del territorio, diciendo:
¿Por qué han de hallar los reyes de Asiria
muchas aguas cuando vengan?” 2° Crónicas 32:1-4

En estos primeros versículos se pueden ver dos acciones


concretas que realizó este líder para enfrentar una situación
difícil, veámoslas:

Visión correcta del peligro


El relato comienza diciéndonos que lo que va a suceder fue
“después de esta fidelidad”. Nunca debemos olvidar que los
problemas estarán siempre presentes; a veces pueden apa-
recer por malas decisiones nuestras, pero en este caso no
fue así. El problema se dio cuando la actuación de Ezequías
estaba siendo correcta. Este líder había hecho las cosas bien,
pero así y todo debía afrontar un problema serio. La fideli-
dad al Señor no nos garantiza que no tendremos problemas,
pero sí nos mantiene en condiciones óptimas para enfrentar
la situación, por más difícil que esta se presente. El lideraz-
go tiene ciertas cosas que a veces no entendemos pero que
se deben enfrentar con entereza y buscando la dirección de
Dios para que nos vaya bien.

La primera acción concreta que hace Ezequías es ver el pe-


ligro, es decir, tomar conciencia de la situación. Todos sa-
bemos o debiéramos saber que, para enfrentar y dar solu-
ción a cualquier problema, lo primero que se debe hacer es
entender lo más acabadamente posible la situación. Como
nos decía la profesora de matemáticas, Priscila Cordero, en
el secundario: “Un problema bien comprendido, ya está re-
suelto en un 50%”. ¡Cuánta razón tenía! Y Ezequías era un
hombre que sabía por dónde se debía comenzar a enfrentar
una situación problemática.

Observemos que el texto dice “viendo...” el peligro. Nos pre-


guntamos: ¿qué es lo que vio este rey? ¿Qué peligro identi-
ficó? Es muy importante que identifiquemos quién es el que
corre peligro: ¿Somos nosotros como líderes? ¿Está en pe-
ligro nuestra posición, o nuestro prestigio, o nuestro poder?
Si la respuesta fuera positiva, no deberíamos armar toda una
estrategia para salir del peligro sino más bien dejar en las
manos del Señor la salida, nunca intentar defendernos por-
que de eso se encargará el Señor.

El relato da cuenta de que el peligro que se avecinaba no era


para él únicamente, sino que la amenaza era para su pueblo.
Ezequías identificó bien el problema y actuó para proteger
a sus dirigidos. Cuando la amenaza es a los principios de
Dios o al prestigio y gran nombre de Dios, entonces esta-
mos autorizados a seguir líneas de acción. Esto es lo que
hicieron hombres como Nehemías, del que nos ocuparemos
más adelante.

Se asesoró correctamente
En segundo lugar, lo que este rey hizo fue algo tan razona-
ble y muy común en las empresas y en algunos gobiernos:
tuvo consejo. Esto significa ni más ni menos que se hizo
asesorar por otros. ¡Cuánta riqueza hay en la búsqueda de
otras opiniones, de otras miradas, sugerencias y consejos!
Muchos se resisten a este tipo de caminos, quizás por temor
a perder alguna posición o por sentirse demasiado sabios y
capaces. Pero no fue así como actuó Ezequías. Él seguía la
instrucción salomónica “no seas sabio en tu propia opinión”.
Pedir consejos es de sabios, aun cuando esto no signifique
que haremos tal cual nos hayan aconsejado. De esta mane-
ra tendremos varias opiniones como para saber qué opción
elegir.

Otra cuestión importante que se debe tener en cuenta al


“tener consejo”, al buscar la opinión de los demás, es selec-
cionar correctamente a quiénes les pedimos su parecer. Es
sumamente importante la clase de personas con quienes nos
rodeamos. La Biblia dice:
“El que anda con sabios, sabio será, mas el que se junta con necios
será quebrantado.” Proverbios 13:20
Ezequías tuvo consejo con sus príncipes y con sus hombres
valientes. El rey no fue a buscar a sus familiares, aunque
no está mal hacerlo si son personas sabias y viven cerca de
Dios. Tampoco fue en busca de personas a las que nosotros
solemos llamar “de confianza”. Lamentablemente no siem-
pre dan su opinión con sabiduría, sino que son aquella clase
de personas que nos están adulando constantemente y por
ello les damos el derecho a ser consultadas. ¡Qué tremendo
perjuicio podemos estar acarreando para el desarrollo de la
obra cuando esto sucede!

Creo que deberíamos buscar, como Ezequías, a los príncipes.


Es decir a los nobles, entendiendo como noble, a personas
íntegras y capaces de darnos un parecer espiritual, basado en
los principios de Dios y de su Palabra.

La segunda clase de personas que deberíamos buscar para


pedir su parecer son aquellas personas que califiquen como
“hombres valientes”. Aquellos que no le tengan miedo a
nada sino a Dios. Estas personas son aquellas a las que no
les interesa perder una posición o un cargo, ni aun ganancias
económicas, por defender la verdad. La obra de Dios nece-
sita de tales personas y nosotros debemos tener suficiente
discernimiento espiritual para identificarlas y tenerlas de
nuestro lado, como Ezequías lo hizo.

Para continuar reflexionando sobre este liderazgo en acción


sigamos leyendo el relato bíblico de 2° Crónicas 32:5-8:

“Después con ánimo resuelto edificó Ezequías todos los muros


caídos, e hizo alzar las torres, y otro muro por fuera; fortificó
además a Milo en la ciudad de David, y también hizo muchas
espadas y escudos.
Y puso capitanes de guerra sobre el pueblo, y los hizo reunir en
la plaza de la puerta de la ciudad, y habló al corazón de ellos,
diciendo:
Esforzaos y animaos; no temáis, ni tengáis miedo del rey de Asi-
ria, ni de toda la multitud que con él viene; porque más hay con
nosotros que con él.
Con él está el brazo de carne, mas con nosotros está Jehová nues-
tro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas. Y el pueblo
tuvo confianza en las palabras de Ezequías rey de Judá.”

Fue ejecutivo
En tercer lugar este líder fue ejecutivo, actuó, no se quedó
con las intenciones ni en el buen discurso.

Recuerdo cuánto se molestó un hombre a quien le dije que


“no era muy ejecutivo” en su liderazgo. Para él fue como si
lo hubiera insultado, pero tristemente era así: la situación
requería una decisión rápida y tardó tanto en decidir que
cuando lo hizo ya no producía ningún efecto, era tarde. En
ocasiones, para justificar esa forma de actuar, o mejor dicho
de no actuar, se argumenta con el texto “todo tiene su tiem-
po”, pero se olvida que efectivamente “tiene un tiempo”, es
decir, en un momento hay que dar lugar a ese tiempo.

El relato nos presenta varias acciones concretas que realizó


Ezequías en esta situación crítica que debió enfrentar; mi-
rémoslas:
Edificó los muros caídos
Muchos líderes son tentados, cuando llegan a un nuevo li-
derazgo, a no interesarse “por los muros caídos”, es decir por
aquellas cosas que con el paso del tiempo se fueron descui-
dando. Sienten que hay que hacer cosas nuevas y que lo que
se deterioró no hay que arreglarlo. Quizás porque no fueron
ellos quienes levantaron esos muros antiguos y no se sienten
responsables, o tal vez porque se acostumbraron a vivir con
los muros derribados. En otras ocasiones porque se suele
tener la idea equivocada de que todo debe hacerse nuevo y
que lo viejo no sirve. Este suele llamarse el síndrome del que
dice “a partir de mi llegada todo empezó de nuevo”. Hay
que tener cuidado de creer que la historia comienza con no-
sotros. El profesor José Grau, con quien cursé la materia
“Historia del Cristianismo”, solía decirnos: “Recuerden que
la historia nos precede. Cuando nosotros llegamos ya había his-
toria y luego de que nosotros pasemos la historia continuará. La
historia no pasa por nosotros, nosotros pasamos por la historia”.

Los muros se construían para brindar seguridad a la pobla-


ción; cuando estos eran derribados se ponía en peligro dicha
seguridad. Por eso la idea que nos transmite el edificar los
“muros caídos” es que todo líder debe velar por la seguridad
de su gente y Ezequías, ante el peligro de la invasión, lo pri-
mero que ejecutó fue la reconstrucción de los muros caídos.

Alzó las torres


Las torres servían para tener el control de quienes se acerca-
ban a la ciudad. A través de ellas se velaba por la seguridad.
Esto significa que Ezequías no descuidó el estar atento a
su gente. Además de dar seguridad se debe velar por ella
y los cristianos tenemos una única forma de hacerlo, y es a
través de la oración. Jesús nos advirtió que para vivir seguros
y no ceder a la tentación debíamos velar en oración. Los
discípulos del Señor dedicaron varios párrafos de sus cartas
apostólicas al mismo tema. Velar es mantenerse despierto, y
Jesús nos dijo “velad y orad”. Debemos mantenernos aten-
tos y en una continua comunicación con el Señor para que
el enemigo de nuestras almas no nos encuentre distraídos a
nosotros, y tampoco a aquellos a quienes estamos sirviendo
o liderando.

Edificó un muro por fuera


Ezequías no ahorró esfuerzos en el tema de seguridad, por-
que tenía plena conciencia de la fuerza de su enemigo. Tal
vez esta sea la razón por la que descuidamos tanto nuestra
propia seguridad y la de nuestra gente. Aquí vemos un se-
gundo muro de protección alrededor de la ciudad. Quizás
nos parezca demasiado exagerado al construir dos muros.
Quizás recibió críticas por esa exageración al proteger la
ciudad. Nunca estará de más el cuidarnos y hacer esfuerzos
para protegernos de nuestro adversario; él no mide cuando
destruye. Avanza y no deja nada en pie a su paso. Jesús nos
dijo que “el ladrón no viene sino para matar, hurtar y des-
truir”, así que bien haremos en edificar todos los muros de
contención posibles.

Hizo muchas espadas y escudos


Luego de acondicionar la seguridad de la ciudad encontra-
mos a Ezequías preparando el armamento. Solo preparó dos
elementos de combate, pero suficientes para la batalla: es-
padas y escudos. Dos figuras que luego tomaría el apóstol
Pablo para hablarnos de la armadura del creyente.
La espada del Espíritu, dice Pablo en Efesios, es la Palabra
de Dios. ¡Cuánto necesitamos saber utilizarla bien! Debe-
mos leer la Biblia continuamente, tener un manejo de ella
como el soldado de su espada. Debemos leer la Biblia, como
decía una hermana en Santiago del Estero, de tres maneras:
leer para informarnos, leer para meditar y leer para estudiar.

El apóstol nos enseñó: “La Palabra de Cristo more en abun-


dancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros.”
Colosenses 3:16

El escudo representa para el apóstol nuestra fe. Con ella


apagamos “los dardos de fuego del maligno”. El enemigo
no cesará de lanzarnos sus dardos ardientes y debemos estar
preparados para resistirlos. Las personas a quienes lidera-
mos también deben saber y estar preparadas como noso-
tros. El escudo de la fe se construye con la convicción en
los principios y promesas de la Palabra de Dios y a través
de la oración. Los líderes de la iglesia primitiva dijeron a
la congregación: “Nosotros persistiremos en la oración y en el
ministerio de la Palabra.” Hechos 6:4

Delegó funciones
En cuarto lugar, otra acción que realizó Ezequías fue la de
delegar tareas. Esto es sumamente importante, porque una
sola persona no puede hacer todo, necesita la ayuda de los
demás. El texto de 2° Crónicas 32:6 dice: “Y puso capitanes
de guerra sobre el pueblo”.
Delegar, como dice Jaime Fasold, “es confiar a otro respon-
sabilidad y autoridad, y establecer procedimientos para que
el subordinado dé cuenta a su supervisor sobre lo que ha
hecho”. (Apunte de clase de la asignatura “Liderazgo espiri-
tual”, IBSTE, Barcelona, 1995)

Delegar es, entonces, hacer un equipo de trabajo, es com-


partir responsabilidad y autoridad con otros. Quien no sepa
formar equipo no estará liderando correctamente. Jesús,
nuestro máximo ejemplo, no trabajó solo. Él armó primero
un equipo de doce personas y luego uno de setenta para rea-
lizar la tarea evangelizadora. El apóstol Pablo trabajó for-
mando equipos en las distintas iglesias que fue fundando,
ese es el modelo bíblico.

Dos grandes lecciones que aprendemos sobre delegar tareas


las sacamos de este mismo texto; observemos qué dice el
texto completo:

“ Y puso capitanes de guerra sobre el pueblo, y los hizo reunir en


la plaza de la puerta de la ciudad, y habló al corazón de ellos,
diciendo: Esforzaos y animaos; no temáis, ni tengáis miedo del
rey de Asiria, ni de toda la multitud que con él viene; porque más
hay con nosotros que con él.
Con él está el brazo de carne, mas con nosotros está el brazo de
Jehová nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas.
Y el pueblo tuvo confianza en las palabras de Ezequías rey de
Judá.” 2° Crónicas 32:8

Una vez que eligió a los capitanes para delegarles la tarea, el


relato dice que los hizo reunir en la plaza. ¿Con qué propó-
sito los reunió en la plaza? Ezequías quería que todos supie-
ran que estos hombres eran los que él había designado para
que se hicieran cargo de ciertas responsabilidades dentro del
pueblo. La delegación de funciones no debe ser un acto se-
creto, los demás deben estar informados. Cuando esto no
sucede, la persona encargada no tiene el reconocimiento de
la gente, por lo tanto carece de una autoridad delegada y
actuará sin el respaldo que necesita para ser obedecido.

En segundo lugar los reunió en la plaza para “hablarles al


corazón”, para animarlos y para motivarlos. Delegar no es
solo decirle a alguien que debe hacerse cargo de una tarea,
sino que incluye estos dos elementos. Cuando las personas
a quienes se les ha delegado una función no son motiva-
das correctamente, suelen sentir que se las abandona y, en el
peor de los casos, que se las está “utilizando”, y esto produce
un tremendo daño en ellas.

Es de suma importancia que observemos cómo el gran líder


Ezequías motiva a su gente. No lo hace desde una perspec-
tiva humana, sino que les hace recordar en quién está puesta
su confianza, señalándoles la diferencia entre “el brazo de
carne” en el que confían los asirios y el “brazo de Jehová” en
quien ellos están esperando. El relato concluye diciendo: “Y
el pueblo tuvo confianza”.

Buscó alguien con quien orar


El rey de Asiria no solo rodeó la ciudad y envió mensajeros
a Ezequías para amenazar al pueblo, sino que además escri-
bió unas cartas de burla y de menosprecio contra el pueblo
de Judá y contra Jehová Dios. La situación era crítica y la
invasión inminente; cualquiera de nosotros se hubiera des-
esperado y posiblemente habría claudicado ante tal situa-
ción. Pero no un hombre como Ezequías, quien presenta
un liderazgo en acción muy firme. Las cuatro acciones que
realizó fueron determinantes para enfrentar la situación, re-
cordémoslas:
- Tuvo una visión correcta de la situación del peligro.
- Se asesoró correctamente.
- Fue ejecutivo.
- Delegó funciones y responsabilidades.

Como última acción que realiza Ezequías antes de que Dios


obre poderosamente librando al pueblo de la amenaza de
los asirios y del malvado Senaquerib, la encontramos en
2° Crónicas 32:20:

“Mas el rey Ezequías y el profeta Isaías hijo de Amoz oraron por


esto, y clamaron al cielo.”

Me gusta mucho cómo relata Isaías el mismo hecho; obser-


vemos cómo lo dice:
“ Y tomó Ezequías las cartas de mano de los embajadores, y las
leyó; y subió a la casa de Jehová, y las extendió delante de Jehová.
Entonces Ezequías oró a Jehová…” Isaías 37:14

Liderazgo en acción es buscar a alguien para orar por el


tema que nos preocupa, pero fundamentalmente es buscar
a Dios. Esto es lo que hizo Ezequías cuando fue al templo.
Orar es ir hasta el trono de la gracia “para hallar gracia y
oportuno socorro”. De nada hubieran servido las cuatro ac-
ciones anteriores si este hombre no le hubiera declarado a
Dios su incompetencia y su necesidad de la intervención di-
vina. Nosotros también, si de verdad queremos ser ayudados
por Dios en los momentos más críticos de nuestro liderazgo,
debemos hacer lo que hizo Ezequías, hacer lo que Dios mis-
mo dice que debemos hacer. El dice aún hoy: “Clama a mí
y yo te responderé”. ¿Sabes cómo termina esta historia…?

“ Y Jehová envió un ángel, el cual destruyó a todo valiente y esfor-


zado, y a los jefes y capitanes en el campamento del rey de Asiria.
Este se volvió, por tanto, avergonzado a su tierra; y entrando en
el templo de su dios, allí lo mataron a espada sus propios hijos.
Así salvó Jehová a Ezequías y a los moradores de Jerusalén de las
manos de Senaquerib, rey de Asiria, y de las manos de todos; y les
dio reposo por todos lados.” 2° Crónicas 32:21-22

...como terminan todas las historias donde dejamos que


Dios actúe y nos disponemos en nuestro liderazgo a some-
ternos a sus principios.
7
LIDERAZGO
INFLUYENTE
La influencia que se ejerce en otras personas es en reali-
dad el éxito del buen liderazgo. Si repasamos la vida de
los grandes líderes de la Biblia nos daremos cuenta de que
fueron personas de gran influencia, logrando que otros los
siguieran e imitaran sus conductas. La pregunta que surge
inmediatamente es: ¿Qué hace que un líder sea influyente?
Las respuestas pueden ser muchas, aunque no todas nos ha-
blarán de una influencia duradera y con criterio espiritual,
es decir, una influencia en la que Dios apruebe sus métodos.

Por influencia se entiende la conquista de la confianza de la


gente para que esta realice, voluntariamente, acciones que
el líder sugiere. Cuando las personas actúan por obligación,
temor o sometidas a manipulación, no podemos hablar de
un liderazgo bíblico, porque Dios no puso líderes en su obra
para que actuaran de esta manera.
Una de las razones por las que un líder ejerce influencia es
por su carisma; esta es una cualidad importante en el lide-
razgo, pero no la única. Los líderes carismáticos ejercen un
atractivo muy fuerte sobre las personas. Alguien comentaba
refiriéndose a un líder: “Tiene como un imán en su perso-
nalidad, donde va siempre está rodeado de personas”. Esto
realmente es admirable y hasta envidiado por muchos, pero
si esta característica no está acompañada por una conducta
consecuente entre lo que dice y lo que hace, su atractivo
durará poco.

Nehemías fue un hombre con influencia aprobada por Dios.


El libro que lleva su nombre nos habla de este líder, quien
fue usado por el Señor para trabajar en la reconstrucción del
muro de la ciudad de Jerusalén.

El editor del libro “Pásame otro ladrillo” de Charles Swin-


doll, dice en la contratapa: “Nehemías se mueve a través del
pasaje bíblico influyendo en otros hasta tal punto que estos fue-
ron capaces de realizar una notable hazaña: la reconstrucción del
muro de Jerusalén, luchando contra increíbles obstáculos. Dios
quiere formar en su vida las mismas cualidades que tuvo Nehe-
mías.”

Varios escritores han dedicado libros enteros para comen-


tar la vida de este gran líder del Antiguo Testamento, y por
cierto lo han hecho muy bien. Por lo tanto quisiera sencilla-
mente refrescar, para nuestro propósito, algunos conceptos
que considero de suma importancia al referirnos a la in-
fluencia del líder.
Quiero compartir con usted cuatro actitudes, acompaña-
das de acciones muy concretas, que hicieron de este hom-
bre un líder de influencia. Mientras leía y releía el libro de
Nehemías observé cómo él se encargaba de resaltar cuatro
expresiones que lo califican para ejercer un liderazgo de in-
fluencia.

Un hombre dispuesto al sacrificio


Cuando Nehemías comenzó la reconstrucción de los muros
de la ciudad, los enemigos del pueblo de Dios se enojaron
mucho y comenzaron a molestarlos; el relato nos dice:
“Cuando oyó Sanbalat que nosotros edificábamos el muro, se
enojó y se enfureció en gran manera, hizo escarnio de los judíos.”
Nehemías 4:1

A tal punto llegó el fastidio de los vecinos que decidieron


amenazar de muerte a todos los que construían.

Imaginemos por un momento la situación: los judíos vivían


tranquilos y sin que nadie los molestara, hasta que apareció
Nehemías con la fantástica idea de reconstruir los muros,
con el argumento de que así vivirían más seguros. Resulta
que después de que ellos aceptaron la propuesta del líder
tuvieron más problemas que antes. Nos preguntamos ¿con
qué argumento los convencería?, ¿cómo habría de lograr in-
fluenciar en ellos para que siguieran construyendo?

Nehemías hizo varias cosas. En primer lugar el relato del


capítulo 4 de Nehemías dice que él oró a Dios; la impor-
tancia de la oración ya la vimos en otro capítulo del libro.
Luego los animó a continuar y armó estrategias de defensa
que los ayudaría a estar atentos ante cualquier ataque del
enemigo. El esfuerzo que debían hacer era mayor, ya que
no solo tenían que construir sino que además debían hacer
guardia por las noches. Tanta era la demanda de esfuerzo
que ni siquiera podían acostarse a dormir tranquilos, ya que
el enemigo podría sorprenderlos a medianoche.

Creo que una de las razones por las que este líder logró
tal influencia en ellos, es la que encontramos en el texto de
Nehemías 4:23:

“ Y ni yo ni mis hermanos, ni mis jóvenes, ni la gente de guardia


que me seguía, nos quitamos nuestro vestido; cada uno se desnu-
daba solamente para bañarse.”

Nehemías era un líder que compartía el sacrificio que le


pedía a la gente. Él no era una persona que exigiera a los
demás lo que no estaba dispuesto a hacer, y eso marca la
diferencia. Esto es verdadera influencia. Los miembros de
la iglesia en la que me congrego siempre recordamos a su
fundador, el pastor José Bongarrá. Era un hombre extraor-
dinario y de una influencia asombrosa. Solemos comentar
acerca de él quienes lo conocimos: “Era muy difícil decirle
que no a alguna de sus ideas y pedidos de trabajo, porque
nunca pedía algo que él mismo no estuviera dispuesto a ha-
cer”. No importaba qué tarea fuera: podía referirse a papeles
de oficina, a trabajos de albañilería, o a la limpieza de un
salón. Siempre estaba dispuesto al sacrificio, y esto fue lo
que le dio una influencia muy grande entre sus seguidores,
al igual que Nehemías. Él, junto con su equipo, estuvo dis-
puesto a dormir vestido como todos los demás para que la
obra continuara. Eso se llama disposición al sacrificio, eso
es influencia.

Comenta Barber refiriéndose a este hecho: “El elemento bá-


sico de su triunfo puede encontrarse en su identificación con el
pueblo judío. (Neh. 4:23). Estaba dispuesto a padecer las mis-
mas privaciones, encarar los mismos peligros y sufrir los mismos
padecimientos que ellos. ¡Era uno más con ellos en el trabajo!”
(Cyril J.Barber, “Nehemías. Dinámica de un Líder”, Ed.
Vida, pág. 68).

Un hombre generoso
El pueblo con el que Nehemías estaba trabajando había su-
frido un gran empobrecimiento y ante esa situación muchos
habían pedido prestamos de dinero para poder sobrevivir.
El endeudamiento de los pobres era tal que algunos habían
dado a sus hijos en prenda hasta poder saldar la deuda. De-
bido al gran interés que algunos aplicaban, no era ya posible
que esas deudas fueran saldadas, ni recuperados los hijos. La
situación era de mucha angustia para las personas, y por ello
van hasta Nehemías a presentar el asunto. El relato dice así:

“Entonces hubo gran clamor del pueblo y de sus mujeres contra


sus hermanos judíos.
Había quienes decían: Nosotros, nuestros hijos y nuestras hijas,
somos muchos; por tanto, hemos pedido grano para comer y vivir.
Y había quienes decían: Hemos empeñado nuestras tierras, nues-
tras viñas y nuestras casas, para comprar grano, a causa del
hambre.
Y había quienes decían: Hemos tomado prestado dinero para el
tributo del rey, sobre nuestras tierras y viñas...
Y he aquí que nosotros dimos nuestros hijos y nuestras hijas en
servidumbre, y algunas de nuestras hijas lo están ya, y no tene-
mos posibilidad de rescatarlas, porque nuestras tierras y nuestras
viñas son de otros.” Nehemías 5:15

Cuando Nehemías escucha este relato reacciona muy ofus-


cado: “ Y me enojé en gran manera cuando oí su clamor y estas
palabras”. Así que les habló y les pidió que les devolvieran
las tierras y que no les cobrasen interés por los prestamos
tomados. El relato continúa diciendo:

“ Y dijeron: Lo devolveremos, y nada les demandaremos; haremos


así como tú dices. Entonces convoqué a los sacerdotes, y les hice
jurar que harían conforme a esto.” Nehemías 5:12

Lo sorprendente no es lo que les pidió, porque esto suena


razonable y generoso; lo que sorprende es que todos respon-
dieron a su líder afirmativamente. Volvemos a preguntarnos:
¿Por qué tiene tanta influencia en sus palabras? ¿Qué mo-
tivo hay para que la gente esté dispuesta a hacer lo que les
dice que deben hacer? La respuesta la encontramos en el
texto 10.

“También yo y mis hermanos y mis criados les hemos prestado di-


nero y grano; quitémosles ahora este gravamen.” Nehemías 5:10

Nehemías, como hombre de buena posición económica,


también había prestado dinero, seguramente bajo condicio-
nes más benévolas. Y lo primero que hace es reconocer que
él también estaba involucrado en esta falta. Por ello, antes
de pedirle a sus hermanos que tengan este gesto de genero-
sidad dice: “También Yo”. Esto será siempre así; cuando el
que lidera es capaz de reconocer su error, sin tratar de justi-
ficarlo o disimularlo, sino que por el contrario lo confiesa y
actúa de una manera correcta, los demás también imitarán
su conducta.

Nehemías toma una decisión que posiblemente lo perjudi-


caba económicamente, pero que beneficiaba a los necesi-
tados. Esta es la razón por la que puede ser un hombre de
influencia para que otros sean generosos, porque él es un
hombre generoso.

Un hombre dispuesto a renunciar


En tercer lugar, Nehemías es un hombre de renuncia, de lo
cual hablaremos más detalladamente en otro capítulo. Aquí
miremos brevemente la importancia que tiene esta actitud
expresada en una conducta muy concreta.

Para poder ganarse el derecho a tener un liderazgo influyen-


te hay que estar dispuestos a renunciar a algunos privilegios
que nos confiere la posición que ocupamos. Leamos lo que
declaró este hombre de tanta influencia sobre la gente que
lideraba y encontraremos una razón más de tal influencia:

“También desde el día que me mandó el rey que fuese gobernador


de ellos en la tierra de Judá, desde el año veinte del rey Artajerjes
hasta el año treinta y dos, doce años, NI YO ni mis hermanos
comimos el pan del gobernador. Pero los primeros gobernadores
que fueron antes de mí abrumaron al pueblo, y tomaron de ellos
por el pan y por el vino más de cuarenta siclos de plata, y aun sus
criados se enseñoreaban del pueblo; pero yo no hice así, a causa del
temor de Dios.” Nehemías 5:14-15

Como gobernador, Nehemías tenía todo el derecho a uti-


lizar el privilegio de la dieta de los gobernadores y así no
gastar de sus fondos personales. Pero este líder no usaba ni
abusaba de sus privilegios. Swindoll comenta al respecto:
“En cada promoción hay privilegios, pero uno no debe aprove-
charlos. Nehemías no lo hizo, y nosotros tampoco debemos hacerlo
(...) El consideró esta designación como gobernador como una
posición de confianza, y mantuvo su integridad. Se negó a explo-
tar los privilegios que se le encomendaron.” (Charles Swindoll,
“Pásame otro ladrillo”, Ed. Betania, pág. 112).

Nunca se debe olvidar cómo los dirigidos ponen sus ojos


en sus líderes; en ocasiones, las mismas conductas que son
aceptadas para cualquiera no son bien vistas cuando las
muestran los líderes. Nehemías es un hombre que sabe esto
y por ello está dispuesto a la renuncia. Si deseamos ser hom-
bres de influencia en la obra de Dios tendremos que estar
dispuestos a seguir el mismo camino.

Un hombre de trabajo
En cuarto lugar, la capacidad de influencia de Nehemías
sobre sus dirigidos tiene que ver con otra conducta, la del
trabajo.

Habrás notado que el camino que siguió el gran líder Ne-


hemías no tiene que ver con cuestiones de deseos y buenos
propósitos, sino con conductas muy concretas, observables y
medibles. Las personas están cansadas de discursos y quieren
ver acciones; es verdad que ya no soportan el tipo de lideraz-
go casi caudillesco de hace algunos años atrás, pero tampoco
aceptan seguir a alguien que habla bien pero no hace nada,
más bien lo calificarán de charlatán. Nehemías no era de esa
clase de hombres, era alguien que estaba dispuesto a poner
el hombro al trabajo; observemos lo que dice:
“También en la obra de este muro restauré mi parte, y no com-
pramos heredad; y todos mis criados juntos estaban allí en la
obra.” Nehemías 5:16

Cuando las personas ven que el líder está dispuesto a traba-


jar sienten que se ha ganado el derecho a ser reconocido y
por ello puede ser una persona de influencia.

El apóstol Pedro, escribiendo las instrucciones para los di-


rigentes y guías de la iglesia, les dice que se debe apacentar
“no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro
cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.” 1° Pedro 5:3

Nehemías ejerció un liderazgo de verdadera influencia sobre


sus dirigidos, pero para eso les mostró cuatro conductas ad-
mirables y ejemplares:
Era un hombre dispuesto al sacrificio.
Era un hombre generoso.
Era un hombre dispuesto a renunciar a privilegios.
Era un hombre con un profundo compromiso con el tra-
bajo.
No será suficiente que nos quedemos admirando a Nehe-
mías, sino que deberíamos revisar por qué no ejercemos ma-
yor influencia en aquellos a quienes estamos dirigiendo. ¿No
te parece?
8
PRIORIDADES
DEL LIDERAZGO
El éxito que perdura en el liderazgo (siempre refiriéndo-
nos al liderazgo en el servicio cristiano) está directamente
relacionado con las prioridades que marquemos en nuestro
accionar. Cuando Jesús enseñó sobre cómo cubrir las ne-
cesidades materiales estableció un principio que se aplica
para cualquier tipo de necesidad. Por este motivo, en cual-
quier proyecto o programa que realicemos, se debe respetar
el principio:

Primero lo primero
Jesús lo enunció así:
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia,
y todas estas cosas os serán añadidas.” Mateo 6:33

El verbo “buscar” indica un gran interés, es una preocupa-


ción verdadera que se pone en primer lugar, ocupando un
rango de prioridad absoluta.
Cuando mi esposa y yo nos inscribimos para cursar la Tec-
nicatura en Conducción Educativa, nos entregaron unos
folletos con algunas informaciones acerca de la carrera. Nos
llamó la atención que entre las condiciones para iniciar el
estudio debíamos comprar y leer con atención el Módulo
Cero, el que sería explicado en la primera clase. Mi pregunta
era ¿por qué no le pusieron Módulo Uno en lugar de Cero?
Cuando llegamos a la primera clase el rector preguntó si
todos habíamos adquirido este módulo (eran solo un par
de hojas y costaba unos centavos). Algunos alumnos no lo
habían adquirido y, por lo tanto, no lo habían podido leer.
El rector les indicó a estos alumnos que se levantaran de la
clase y que fueran a comprarlo. Cuando todos regresaron,
el rector comenzó su charla diciendo: “Quienes no lean y
comprendan correctamente este módulo no podrán cursar
esta carrera, porque en él se explica la modalidad y la meto-
dología que utilizarán los profesores para dictar sus clases y
evaluar los trabajos. También se explican los días y horarios
en que deben presentarse en forma obligatoria y los días que
serán optativos”. Y así continuó dando otra serie de explica-
ciones para concluir diciendo: “Esta es como la hoja de ruta
de un corredor, si la pierden estarán perdidos y no podrán
avanzar. Le pusimos Módulo Cero porque es el que nos in-
dica el camino y nos prepara para el inicio, por eso está antes
que el uno”.

En la vida de servicio y de liderazgo el “módulo cero” es


Dios y sus intereses. Jesús lo resumió en pocas palabras al
decir: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su jus-
ticia”. Por esto, antes de iniciar cualquier actividad, de rea-
lizar cualquier servicio, antes de lanzarnos a ejecutar cual-
quier proyecto debemos asegurarnos que el “módulo cero”
está aprobado. Tendremos que verificar si el objetivo que
perseguimos está acorde a los intereses del reino y de su Rey.
Cuando esto es así no dudemos en avanzar porque Dios
se comprometió a hacerse cargo de añadir “todas las demás
cosas”.

Cuando los fariseos y saduceos, queriendo tentar al Señor, le


hicieron una pregunta sobre cuál era el primer mandamien-
to, es decir, qué era lo más importante para Dios, o dicho
de otra manera, cuál es la exigencia mayor de Dios para el
hombre o cuál debe ser la prioridad que el hombre debe res-
petar, Jesús repitió lo que Dios había establecido en su Ley:

“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y


con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y más
grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende
toda la ley y los profetas.” Mateo 22:37-40

Luego de decirles que el módulo cero para el Antiguo Tes-


tamento era amar a Dios por sobre todas las cosas, marcó el
segundo principio que debe respetarse como prioridad en la
vida, que nosotros lo aplicamos a la vida de liderazgo:

Primero las personas


Luego de recordarles que la prioridad es Dios, estableciendo
que se debe “amar a Dios por sobre todas las cosas”, Jesús
agregó un mandamiento al que le dio jerarquía de segundo
después del módulo cero. “Y el segundo es semejante: Ama-
rás a tu prójimo como a ti mismo”.
El apóstol Juan dice que si no amamos a los hermanos es
porque en realidad no amamos a Dios, así que estos dos
mandatos son indivisibles. Si no amamos a los hermanos
a quienes vemos ¿cómo podremos amar a Dios a quien no
vemos?

Todo líder cristiano debe tener muy presente que el interés


mayor de Jesús siempre fueron las personas. La organiza-
ción más grande, el proyecto más ambicioso, la actividad
más prolija o las acciones más exigentes nunca tendrán para
Dios un valor mayor que las personas. Porque nuestro buen
Dios “amó de tal manera al mundo (las personas)”, y por ello
envió a su Hijo.

El Señor mostró con su ejemplo que lo más importante son


las personas. Él vino a salvar personas, no edificios, ni orga-
nizaciones, ni eventos, llámense estos congresos, conferen-
cias, seminarios, etc. No murió en la cruz por nada de eso.
Jesús vino enviado por el Padre para buscarnos a nosotros,
y todo su empeño lo puso en su trabajo con las personas.
Es verdad que para poder realizar un mejor trabajo con las
personas es necesario utilizar edificios, eventos y organiza-
ciones, pero nunca debieran ser estas más importantes que
las personas.

Si en los proyectos que realizamos se deja ver que lo más


importante y lo que más nos interesa son las cosas y las ac-
tividades antes que las personas, estamos por mal camino.
¿Sabes por qué? Porque estaremos comenzando a utilizar
a las personas para cumplir nuestros objetivos y no los de
Dios. Como líderes debemos recordar que lideramos per-
sonas, no proyectos. Los proyectos son los medios que Dios
quiere utilizar para beneficiar a las personas, pero no los fi-
nes.

“La mayoría de las veces, cuando se quiere ejecutar un proyecto, se


buscan personas que sirvan para desarrollar dicho proyecto, creo
que sería mejor buscar proyectos que ayuden al desarrollo de las
personas.” Autor anónimo.

Cuando nos referimos a tener prioridades y mencionamos a


Dios como “módulo cero” y luego recordamos que la segun-
da prioridad son las personas porque es “el segundo manda-
miento”, no estamos desechando los proyectos ni la organi-
zación. Lo que estamos pretendiendo es establecer el orden
de prioridades. Por esto creemos firmemente que un trabajo,
para que resulte efectivo y tenga la aprobación de Dios, debe
ser ejecutado como dice la Palabra: “decentemente y con or-
den”. Al tercer principio lo llamamos:

Primero el plan
Las ideas, a menos que se transformen en proyectos y pro-
gramas ejecutables, quedarán como buenas intenciones y
no pasarán de allí. Es por eso que toda persona que se en-
cuentre en posición de liderazgo debería tener presente la
importancia de contar con planes de acción. Porque como
dijera el famoso Churchill: “Un plan es mejor que ningún
plan, pero un buen plan será siempre mejor que cualquier
plan”.

Por lo que vemos en las Escrituras, Dios no es un improvi-


sado. La venida de Jesús a la tierra para salvarnos estuvo pla-
neada desde antes de la fundación del mundo. Así lo expresa
el apóstol Pedro cuando explica el plan de nuestra reden-
ción. Refiriéndose a Cristo y a su entrega por nosotros dice:

“... Ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero


manifestado en estos postreros tiempos.” 1° Pedro 1:20

Siempre hablamos del “plan de salvación” y decimos bien,


porque Dios diseñó un plan, un plan perfecto y ejecutable.
Lo más extraordinario es que lo llevó a cabo “a su debido
tiempo” para nuestro beneficio. Dios es el modelo de plani-
ficación y debemos seguir su ejemplo.

Todo líder debe estar trabajando constantemente en la


confección de planes de acción, llevándolos a la práctica,
reflexionando sobre ellos y haciendo las modificaciones y
ajustes necesarios. Un líder no puede trabajar sin planes;
como dice Sanders: “El líder debe iniciar planes para el pro-
greso o reconocer los méritos de los planes de otros. Debe seguir
al frente, impartiendo guía y dirección a los que están atrás. No
espera que las cosas sucedan, sino que hace que sucedan. Es una
persona llena de resolución e iniciativa, siempre alerta para en-
contrar métodos mejores, siempre ansioso por encontrar nuevas
ideas” ( J. Oswald Sanders, “Liderazgo espiritual”, Ed. Por-
tavoz, pág. 130).
9
LIDERAZGO
EN EQUIPO
En capítulos anteriores hablamos brevemente sobre la im-
portancia de delegar tareas y compartir responsabilidades.
Ahora quisiera dedicar todo este capítulo al tema del lide-
razgo en equipo, porque creo, definitivamente, que el traba-
jo en equipo siempre dará mayores resultados que el de los
“Llaneros solitarios”.

Cuando le comenté a mi amigo, el profesor Rubén Zanino,


un verdadero conductor de equipos de trabajo, sobre este
capítulo, me dijo: “Si querés ir rápido andá solo, si querés ir
lejos andá en equipo”. ¡Cuánta verdad hay en este concepto!

Participar en un grupo de trabajo no es lo mismo que tra-


bajar en equipo. El trabajo en equipo es aquel que da opor-
tunidad a todos sus integrantes de cumplir una función
específica, tener un rol determinado y asumir una responsa-
bilidad. Esto hace que uno se sienta parte y pueda disfrutar
de los logros y de los fracasos del equipo.

Los líderes de éxito son aquellos que saben formar un equi-


po y trabajar en él. Esto les permite tener muchas ventajas
sobre aquellos que pretenden hacer toda la tarea por sí solos.
La Biblia está llena de ejemplos de equipos de trabajo; si
desea estudiar alguno de esos equipos le recomiendo espe-
cialmente los siguientes:

• Jesús y sus discípulos - Marcos 3:13-19


• Pedro y Juan - Hechos 3 y 4
• Los Apóstoles y los siete diáconos - Hechos 6:1-7
• Bernabé y Saulo - Hechos 11:25-26
• Equipos misioneros - Hechos 15:39-40, 16:3 y 17:14-15

En el Antiguo Testamento también aparecen muchos ejem-


plos de trabajo en equipo como lo fueron los equipos que
formaron:
• Moisés, Aarón, los sacerdotes y María, a los que luego se
agregaron Josué y Caleb.
• Nehemías y su equipo de colaboradores.
• Elías, Eliseo y los hijos de los profetas.

Vamos a detenernos en un ejemplo extraordinario que apa-


rece en el libro de Éxodo referido al liderazgo de Moisés.
Este gran líder no comenzó trabajando en equipo; él, como
muchos de nosotros, tenía la idea de que solo podría y así
le fue...
Antes de ver las características de un verdadero liderazgo en
equipo, miremos brevemente un pasaje de la vida de Moisés
en el cual observaremos que no funcionó bien por pretender
hacer él solo la tarea.

Cuando Moisés se propuso, por su cuenta, liberar al pueblo


y comenzó a actuar él solo, fracasó, porque la gente no re-
conoció su liderazgo. Es muy clara la forma en que Esteban
presenta esta situación:

“Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les da-
ría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido
así.” Hechos 6:25

Sabemos que la razón principal por la que no reconocieron


su liderazgo fue porque Dios no lo había enviado aún, pero
también sabemos que pasados cuarenta años, cuando volvió
a aparecer en escena, lo hizo con Aarón, María; luego se
sumaría Hur, Josué, Caleb y otros más que le ayudarían en
la gran tarea de guiar al pueblo hacia la Tierra Prometida.

Moisés no aprendió la lección de liderar en equipo sino has-


ta que su suegro Jetro le dio la gran lección que nos relata
Éxodo 18.

“Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pue-


blo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta
la tarde. Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el
pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te
sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana
hasta la tarde?
Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para
consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo
entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes.
Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces.
Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo;
porque el trabajo es demasiado pesado para ti, no podrás hacerlo
solo.” Éxodo 18:13-18

Hasta aquí, Jetro presenta el diagnóstico de lo que está ob-


servando y luego va a decirle a Moisés cuál es la estrategia
que debe seguir si quiere ser más eficiente en su trabajo. El
relato continúa:

“Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está


tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios.
Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino
por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge
tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios,
varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre
el pueblo como jefes de millares, de centenares, de cincuenta y de
diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto gra-
ve lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño.
Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo.
Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y tam-
bién todo este pueblo irá en paz a su lugar.
Y oyó Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo.”
Éxodo 18:19-24

Cuando uno termina de leer el relato siente un deseo irre-


sistible de ponerse de pie y darle un fuerte aplauso al des-
conocido anciano de Oriente. El hombre es Jetro, quien es-
conde detrás de su turbante una sabiduría venida de Dios y
la expresa de forma muy sencilla a su yerno Moisés. Nadie
imaginaría que cuidando camellos en medio del desierto se
pueden aprender estrategias de liderazgo como lo hizo Je-
tro. La situación se presentaba complicada y lo que se debía
hacer era implementar algún sistema o aplicar alguna meto-
dología que permitiera atender a todos, en el menor tiempo
posible, dejando satisfechos a los demandantes. Sin duda
que la situación exigía un trabajo en equipo, sostenido por
un buen liderazgo, y Jetro lo sabía muy bien.

Para una mayor comprensión del relato dividamos la in-


tervención de Jetro en tres partes: primero lo hizo tomar
conciencia de la situación, en segundo lugar le sugirió cómo
debía organizar el trabajo para ser más efectivo y en tercer
lugar, le habló de los beneficios que obtendría si seguía su
consejo.

Tomar conciencia
Lo primero que le dice Jetro a Moisés tiene el propósito de
hacerlo tomar conciencia de lo que está haciendo. Para ello
utiliza dos frases muy fuertes; la primera: “No está bien lo
que haces”. No es fácil para quien está liderando aceptar este
reproche; a ninguno de nosotros nos agradaría que nos dije-
ran algo así. Lo que sucede es que estamos convencidos de
que hacemos bien las cosas y nos es bastante difícil asumir lo
contrario; más aún si el que nos viene a decir cómo se hacen
las cosas es un beduino del desierto o algún desconocido de
esos que aparecen cada tanto en nuestro camino.
Pero Jetro tiene razón y expone con toda sencillez y hu-
mildad su forma de ver el asunto. Es interesante cómo le
presentó tres razones por las cuales no estaba haciendo bien
la tarea:

“Desfallecerás”. Los líderes suelen tener la idea de que el


cansancio no es algo que puedan sentir ellos y hasta suelen
sentirse culpables cuando experimentan que sus fuerzas des-
fallecen. Algunos, porque tienen complejo de super-hom-
bres y no han tomado conciencia de que son como todos los
demás: sencillamente hombres. Lamentablemente hemos
oído de muchos que por no tomar conciencia a tiempo de
su condición de “hombres comunes” no cuidaron su salud y
tuvieron que dejar de servir como lo estaban haciendo.

Se cuenta de un siervo de Dios a quien todos consideraban


“un grande”, extremadamente esforzado y con espíritu de
sacrificio, que un día cayó enfermo de agotamiento y estan-
do en su cama los hermanos iban a visitarle. Este hombre,
para animar a otros a servir al Señor, pero advirtiéndoles
para que no les sucediera como a él, decía: “Me dieron un
mensaje para entregar y me dieron un caballo para utilizar;
maté al caballo y no puedo llevar el mensaje”.

“Desfallecerán”. Lo que Jetro le estaba diciendo era sen-


cillamente que no estaba cuidando bien a la gente, que los
estaba arriesgando a que ellos también padecieran ese des-
fallecimiento. Pienso que Moisés estaba convencido de que
estaba haciendo bien su tarea, pero que estemos convencidos
de algo y que creamos que está funcionando bien no signifi-
ca que realmente esté sucediendo así. Por eso es importante
la mirada de otros sobre lo que estamos realizando, aunque
nos pese. Es mejor sufrir el reproche y el llamado de aten-
ción de los demás que estar “convencidos” pero equivocados.

“El trabajo es demasiado”. Cuando estamos totalmente in-


volucrados en una tarea no siempre podemos dimensionarla
cabalmente. Jetro podía ver que el trabajo se multiplicaba,
Moisés no lograba terminar con todo y la tarea seguía acu-
mulándose; si eso continuaba así, enloquecería rápidamente.

Hace algunos años el mecánico de los vehículos de la Misión


para la cual estaba trabajando en Brea Pozo, me dijo algo
muy interesante. Recuerdo que ese día llegué a su taller con
mucho apuro; él me vio corriendo de un lado para el otro un
tanto agobiado por la cantidad de trabajo y mientras hacía la
reparación en el vehículo, con esa envidiable calma que ca-
racteriza a los santiagueños, reflexionó en voz alta: “Trabajo
hay mucho y vida hay poca; no pretendamos terminar con
el trabajo, porque cuando nos muramos nosotros, el trabajo
seguirá existiendo y nosotros no”. Esta reflexión era bastante
acertada, yo regresé a mi casa recordando el consejo del sa-
bio Salomón: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer,
hazlo, según tus fuerzas.” (Ecl. 9:10).

No cabe duda de que la evaluación de Jetro era acertada y


por eso le agrega aquella dura sentencia: “no podrás hacer-
lo tú solo”. Jetro pretendía que Moisés tomara conciencia
de esa situación y así luego podría comenzar el proceso de
cambio, porque, como sabemos, todo cambio comienza con
la toma de conciencia.
Organizar el trabajo
A partir del texto 19, Jetro le da algunas instrucciones a
Moisés acerca de cómo debe realizar el trabajo.

Lo primero que debe hacer Moisés, antes de formar el equi-


po, es saber que debe interceder por el pueblo y someter
a Dios cada asunto. En segundo lugar debe enseñar a la
gente las ordenanzas y leyes de Dios. Esto es sumamente
importante; cuando no se hace, por más equipo que arme-
mos, fracasaremos. Recordemos que no es el equipo el que
nos permite que las cosas salgan bien, sino los principios
que el equipo sabe y aplica.

Luego viene la instrucción de formar un equipo de traba-


jo. Moisés tenía que hacer un trabajo de selección sobre
las personas que estaban acompañándole. Esto nos trae a
la mente algo que consideramos cuando Ezequías tuvo que
elegir jefes. ¿Recuerdas que lo vimos en el capítulo 6? La
selección de los nuevos líderes debe hacerse en función de
las características espirituales y de las capacidades que estos
tengan y no por nuestros afectos y relaciones familiares. En
política suele decirse cuando se nombra a un nuevo funcio-
nario: “era lógico que se lo nombrara porque es del riñón
del jefe”. Cuando esto sucede en el liderazgo de la obra del
Señor es una gran tristeza que causa mucha vergüenza, aca-
rreando consecuencias nefastas que Dios no aprueba.

Quiero insistir en algo que ya dijimos: ser familiar de los lí-


deres en función no califica para asumir un liderazgo o para
ser nombrado en una función, pero tampoco debe ser un
impedimento para ser reconocido. Las condiciones siempre
son espirituales y las estableció el Señor, dejándonos ins-
trucciones muy precisas y ejemplos muy claros como en el
caso de Moisés. Este debía considerar características espi-
rituales muy definidas en la vida de los hombres a quienes
nombraría como nuevos jefes. En el caso del nombramiento
de los diáconos relatado en Hechos 6, las condiciones re-
queridas eran bien exigentes.

Como leímos, las características que debían tener estos nue-


vos jueces para que pudieran asumir la función eran bien
elevadas y Moisés debía ser cuidadoso al considerarlas. De-
bían ser:

a) Virtuosos, capaces (NVI), hábiles (Versión Moderna)


Para emitir juicio y tomar decisiones correctas se necesita
tener un pensamiento claro y un corazón firme, es decir, ser
competente para eso.
b) Temerosos de Dios
Personas que vivan conscientes de la presencia del Señor,
que se alejan de todo aquello que a Dios le desagrada.
c) Veraces, sinceros (Versión Popular), fieles (Biblia de Je-
rusalén), íntegros (Nacar Colunga)
Personas honestas e incapaces de hacer trampas.
d) No avaros, incorruptibles (Biblia de Jerusalén)
Que no se sientan atraídos por las riquezas materiales

Luego de hacer la selección de estos hombres, Moisés debía


encargarles la responsabilidad de atender asuntos cotidianos
u ordinarios. Todo asunto grave y difícil debía ser llevado a
Moisés, quien nunca dejó de velar por el pueblo, aunque en
este nuevo esquema de trabajo tenía mayor libertad.
Cuando Jetro termina estas sugerencias le habla de los be-
neficios que obtendría si aceptaba el cambio de metodología
de trabajo y formaba equipo. El texto 24 nos dice que: “Oyó
Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo”, por lo
tanto, disfrutó de los beneficios.

Beneficios del liderazgo en equipo


Es interesante lo que hizo Jetro. Antes de pedirle a Moisés
que cambiase de estrategia le dijo: “si esto hicieres y Dios te
lo mandare”. Es decir, Moisés debía someter a la aprobación
de Dios su nuevo esquema de trabajo, porque si no recibía el
aval de lo Alto no funcionaría.

Los beneficios que obtendría Moisés y el pueblo serían los


siguientes:

Habría alivio para Moisés. Y nada mejor que un líder des-


cansado para dirigir. El agotamiento físico trae consecuen-
cias en el estado de ánimo y en la lucidez para evaluar y
tomar decisiones correctas. Al compartir la carga con otros
se obtiene una sensación de alivio y es como que las fuerzas
de uno se multiplicaran. Es por esto que Jetro le dice: “Si
esto hicieres, tú podrás sostenerte”.

Habría alivio para el pueblo. Es fácil caer en el error de no


percibir el estado de ánimo de la gente a la que se está lide-
rando. El no preocuparse por el cansancio personal puede
sonar a heroísmo, pero no preocuparse por el cansancio y
desfallecimiento de los liderados es egoísmo.
El beneficio que se obtendría por cambiar de esquema de
trabajo, en palabras de Jetro, es el siguiente: “También todo
este pueblo irá en paz a su lugar”. Este hombre no está pen-
sando solo en la salud y bienestar del líder (su yerno), sino
que además ve que se está perjudicando a todo un pueblo
por un mal liderazgo. Es muy importante cuidar el bienestar
de los liderados: que no se fatiguen, que vivan en paz, y para
ello es necesario estar atento al trato y atención que se le
brinda. El liderazgo en equipo facilita esta vigilancia.

Quiero concluir el capítulo compartiendo la siguiente cita:

“Jesús y sus discípulos son el modelo de las Escrituras para un


equipo de trabajo efectivo. Mientras la Biblia está llena de ilus-
traciones de líderes individuales, Jesús es diferente, ya que eli-
gió formar un equipo. Jesús era Dios, y disfrutaba de increíbles
dones humanos. La gente era constantemente atraída a él. Él
pudo haber enfocado su ministerio exclusivamente en el público.
Sin embargo, eligió formar un equipo. Con solo tres años para
completar su obra, Jesús eligió la lenta y ardua tarea de edificar
un equipo como método para el ministerio. ¿Por qué? El equipo,
desde luego, disminuía el ritmo de su ministerio. Pero Jesús com-
prendió que la única forma de cumplir su misión era a través de
un equipo” (Tomado del curso “Las 17 Leyes del Trabajo en
Equipo” EQUIP).
10
LIDERAZGO
MAYOR
El libro comenzó con la presentación de los conceptos de
Jesús sobre el liderazgo y luego recorrimos distintas par-
tes del Antiguo y el Nuevo Testamento reflexionando sobre
formas de liderar. Al llegar al último capítulo les propongo
volver a Jesús. Porque siempre debemos volver al Maestro y
porque no hay ninguno como él.

En estos días, en mis devocionales personales, estoy rele-


yendo los Evangelios y cada vez quedo más cautivado con la
vida del Señor. Su manera de tratar a las personas, de servir
sin pedir nada a cambio y su estilo único de liderar a sus
seguidores es admirable.

La grandeza del liderazgo


Comenzamos en el capítulo 1 hablando sobre “la grandeza
del liderazgo” y es justamente el Señor quien nos dejó la más
grande de las lecciones sobre este tema.

Para referirse a la grandeza de un líder, Jesús no solo lo ex-


plicó de una forma magistral, sino que además nos dejó una
gran cantidad de ejemplos en su manera de liderar, sirvien-
do a los suyos. Para Jesús la única grandeza en su reino es la
que otorga el servicio, así lo demuestra el pasaje de Juan 13.

Vamos a mirar algunas partes del relato; este es un pasaje


bastante conocido y estudiado aunque no siempre aplicado
por nosotros.

“Se levantó de la cena, se quitó su manto, y tomando una toalla


se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar
los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con la que
estaba ceñido... Así que después que les hubo lavado los pies,
tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he
hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, por-
que lo soy. Pues si yo, el Señor, y el Maestro, he lavado vuestros
pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.
Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros
también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor
que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis
estas cosas, bienaventurado seréis si las hiciereis.”
Juan 13:4-5 y 12-17

Al comentar este pasaje, el Dr. C. Erdman hace la siguiente


descripción: “Al ser servida la carne, ningún siervo se había
presentado para llevar a cabo ese menester corriente y nece-
sario; ninguno de los discípulos, discutiendo como estaban
acerca de su grandeza relativa, se atrevió a humillarse hasta
el extremo de realizar esa acción tan baja. Por eso Jesús lavó
los pies de sus discípulos”. (C. R. Erdman, “El Evangelio de
Juan”, pág. 147).

Hay en esta narración tres hechos muy concretos que realizó


Jesús para poder lavar los pies a sus discípulos, mostrándo-
nos su disposición a renunciar.

En primer lugar nos dice el texto que se levantó de la mesa,


es decir que él estuvo dispuesto a:

Renunciar a su comodidad
Es muy común en nuestras casas, cuando nos sentamos a
la mesa y falta algún elemento, que nadie quiera levantarse
para ir a buscarlo. Generalmente suele ser la madre la que
hace esta tarea sin ninguna protesta. Es que a ninguno de
nosotros nos agrada dejar la comodidad de la mesa y mucho
menos estaremos dispuestos a hacerlo por servir a los demás
comensales.

En este caso, Jesús mismo es quien se levanta, es él quien


renuncia a lo que ninguno de sus discípulos estaba dispuesto
a renunciar. El liderazgo exige un espíritu de renuncia a mu-
chas comodidades, este es el camino de la grandeza.

En segundo lugar para poder lavar los pies a sus discípulos


Jesús se quitó su manto, es decir que estuvo dispuesto a:

Renunciar a sus privilegios


Los esclavos no tenían manto, el maestro sí lo tenía; con él
podía abrigarse del frío, pero como alguien dijo: “el manto
era lo que lo identificaba como Maestro”. Jesús no retuvo
ningún privilegio, estuvo dispuesto a renunciar a todos ellos,
como nos declara el apóstol Pablo en Filipenses 2:6-7.

Si Jesús hubiera querido lavar los pies a sus discípulos sin


quitarse el manto no lo hubiera podido hacer. Los privile-
gios son agradables, pero en ocasiones pueden tornarse en
un obstáculo para poder hacer nuestro servicio. Ya vimos
todo un capítulo sobre la renuncia a los privilegios.

En tercer lugar antes de lavar los pies a sus discípulos, Jesús


se ciñó una toalla, es decir que estuvo dispuesto a:

Aceptar la crítica
Nadie de los que allí estaban felicitó a Jesús por hacer lo que
estaba haciendo, lo más probable es que hayan murmurado
sobre su proceder. Siempre que alguien se levante de la co-
modidad de la mayoría y renuncie a privilegios para servir,
encontrará críticas de todo tipo. No te preocupes, pasó con
Jesús, también pasará con nosotros.

Cuando terminó la tarea de lavar los pies a cada uno de sus


discípulos, volvió a la mesa y les preguntó: ¿Saben lo que
acabo de hacer? Nadie respondió palabra, pero todos sabían
perfectamente qué significaba eso de lavar los pies, sabían
que era tarea de esclavos, que era un servicio humillante. El
maestro continuó diciéndoles:

“Pues si yo, el Señor, y el Maestro, he lavado vuestros pies, vo-


sotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque
ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros tam-
bién hagáis... De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor
que su señor.” Juan 13:15-16

Con esto Jesús les acababa de mostrar con su propio ejem-


plo que ser grande en el reino de los cielos, es ser siervo aquí
en la tierra. Barclay dice: “Cuando nos sintamos tentados a
pensar en nuestra dignidad, nuestro prestigio, nuestro lugar,
nuestros derechos, volvamos a observar la imagen del Hijo
de Dios, ceñido con una toalla y arrodillado a los pies de sus
discípulos”.

Liderazgo con autoridad


La gran diferencia que hay entre un liderazgo con autoridad
y otro teñido por el autoritarismo, es que mientras uno exi-
ge, obliga y manipula, el otro solo declara, orienta, sugiere,
respeta y espera. Ambos son obedecidos: el autoritario por
miedo, temor, obligación y bajo presión. En el liderazgo con
autoridad se obedece por reconocimiento, respeto, amor, vo-
luntariamente y con libertad.

Jesús ejerció un liderazgo con autoridad, recordemos lo que


se decía de él: “Enseñaba como quien tiene autoridad” y en
varias ocasiones le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces
esto?

Quienes siguieron y obedecieron al Maestro siempre lo hi-


cieron voluntariamente, él jamás obligaría a nadie a hacer su
voluntad, porque Dios tampoco lo hace.

En una ocasión Jesús estaba dando una palabra un tanto


dura para los oyentes: les había hablado de comer su carne
y beber su sangre, por supuesto con un sentido simbólico y
espiritual. La gente se sintió molesta y comenzaron a aban-
donarlo, inclusive alguno de sus discípulos. Es interesante la
reacción de Jesús en este caso:

“Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros vosotros tam-
bién?” Juan 6:67

Lo que Jesús estaba diciendo era sencillamente que quienes


lo siguieran y obedecieran, debían hacerlo voluntariamente;
jamás tendría gente que lo siguiera y obedeciera por obli-
gación.

Prioridades del liderazgo


Para saber a qué cosas les damos realmente prioridad, solo
tenemos que mirar en qué ocupamos más nuestra atención
o a qué le dedicamos más tiempo. Ante distintas opciones
cuál tomamos y cuál dejamos.

Hay un pasaje que nos muestra con suma claridad cuál era
la prioridad de Jesús en su liderazgo. El relato se encuentra
en el evangelio de Juan:

“Entre tanto, los discípulos le rogaban diciendo: Rabí, come. Él


les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis.
Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído al-
guien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la volun-
tad del que me envió, y que acabe su obra.” Juan 4:31-34
Jesús y los discípulos habían llegado a la entrada de la ciu-
dad de Sicar y se detuvieron junto al pozo de Jacob. Era me-
diodía, estaban cansados y todos tenían hambre; Jesús envió
a sus discípulos a la ciudad a comprar comida y mientras
él los esperaba, una mujer, la famosa samaritana, se acercó
y comenzó el conocido diálogo. Al regresar los discípulos,
Jesús seguía ocupado atendiendo a la mujer y a la gran can-
tidad de samaritanos que comenzaron a llegar.

Ante la insistencia de los discípulos para que Jesús se senta-


ra a comer, recibieron la respuesta que acabamos de leer: “Yo
tengo una comida que comer que vosotros no sabéis”.

Los discípulos ignoraban que cuando Jesús les hablaba de


otra comida les estaba hablando de sus prioridades. La prio-
ridad de Jesús era hacer la voluntad de su Padre, esto lo ma-
nifestó reiteradas veces con sus palabras y con su conducta.

Ahora entendemos un poco más por qué Jesús fue el más


grande. En primer lugar porque es el Hijo de Dios, pero aun
como hombre, mientras estuvo en la tierra, buscó siempre
hacer la voluntad de su Padre Dios. Su oración fue:

“ Yo te he glorificado en la tierra.” Juan 17:4


Y en Getsemaní oró: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta
copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.” Mateo 26:39.

Jesús vivió y sirvió para honrar al Padre, esto significa tener


clara la prioridad en la vida y en el servicio del liderazgo.

Que Dios nos ayude para que guiados por el Espíritu Santo,
sigamos las pisadas de nuestro Líder y Maestro, el glorioso
Señor Jesucristo ¡Amén!
11
CONCLUSIÓN

Juntos disfrutamos de la Palabra. ¡Qué bien nos hace re-


pasar estas historias que algunos conocemos desde niños!
Las hemos contado y hemos predicado sobre ellas una y mil
veces, pero como es Palabra de Dios siempre encontramos
nuevo alimento para nuestra alma. Traen nueva dirección
para la tarea y un renovado aliento en el desafío a servir en
el reino de Jesucristo.

Cuando le comenté a un líder reconocido en nuestro país


que estaba escribiendo un libro sobre liderazgo cristiano me
dijo: “Yo puedo escribirte la conclusión”. Quedé en silencio
por unos momentos, sin entender adónde quería llegar; en-
tonces continuó diciendo: “Como dijera el predicador: el fin
del discurso es este: Si alguno anhela liderazgo, dedíquese a
servir”.
Este siervo de Dios tenía mucha razón, porque liderar es
servir y quienes sirven bajo los principios de la Palabra, a
la larga terminarán siendo reconocidos y ejerciendo el lide-
razgo.

A través de las páginas de este breve libro recorrimos mo-


delos de liderazgo a los que Dios bendijo. Esta rápida pin-
celada, nos hizo ver que todos los que lideraron bien en el
pasado fueron siervos y que esa es la condición del liderazgo.
Te animo a renovar tus compromisos de servicio, y el voto
de fidelidad al Señor.

Estaré orando para que vos y yo podamos ser desafiados


cada día por el ejemplo de nuestro Señor y, siguiendo sus
pisadas, seamos los mejores siervos en el liderazgo para la
gloria y honra de su Santo Nombre.

¡Felizmente sirviendo a Jesucristo!

Pedro Pablo Fuentes


Bs. As., febrero de 2012.

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