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SOFI272 La Divina Liturgia

SÉPTIMA CLASE
ANÁFORA : LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

1. Prólogo

Ahora comienza la parte de la Divina Liturgia llamada “el canon eucarístico” o también conocida
como “la anáfora”, palabra griega que significa “la elevación”. En este momento los dones del pan y
del vino que se han ofrecido en el altar se elevan hacia el altar de Dios Padre, y reciben la
consagración divina por el Espíritu Santo. La forma general del canon eucarístico es propia del ritual
de la pascua del Antiguo Testamento, que ahora se cumple y se perfecciona en la nueva y eterna
alianza de Dios con los hombres en la persona y obra de Jesucristo, el Mesías, “nuestro Cordero
Pascual, que ha sido sacrificado” (I Cor 4:7, ver también Heb 10:5).

En la presente clase vamos a exponer el texto de la Anáfora con las rúbricas y comentarlo en orden,
y en la siguiente clase nos ocuparemos de ciertos detalles teológicos de la Anáfora misma.

2. El diálogo eucarístico

Se refiere a una introducción a la Anáfora en forma de exclamaciones que el sacerdote dirige al


pueblo y recibe en cambio respuestas confirmativas del pueblo.

Diácono: ¡Comparezcamos bien, comparezcamos con temor,


estemos atentos para ofrecer en paz la santa oblación!

El llamado al pueblo a estar de pie con temor parecido indica el inicio de la oración eucarística, la
Anáfora, como la parte principal de la Divina Liturgia.

La Divina Liturgia es un misterio en el que sus partes unidas entre un sistema y estructura
específicos, ellas descubren consecutivamente y muestran cada parte como indispensable en su
relación con las demás.

Cuando el diácono anuncia "comparezcamos bien" entramos prácticamente en la parte principal de


la Divina Liturgia; sin embargo, es principal con relación con las demás partes y no a pesar de ellas;
no lo hubiera sido sin ellas. Forma la parte principal porque todo lo que la divina Liturgia testifica,
todo lo que exclama y el espacio a donde nos lleva, todo ello se culmina en este episodio de la
Liturgia: ha iniciado el misterio de la Anáfora. Hubiera sido irreal que este empezara sin el misterio
de la reunión, el misterio de la divina Palabra, el misterio de la ofrenda y el misterio de la unidad. la
convocación del sacerdote para que estemos en pie, o comparezcamos "bien" llama nuestra
atención espiritual para comprender esta culminación y congruencia de la obra sacerdotal
eucarística.

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"Bien": esta palabra es tan común en el uso cotidiano que pasa desapercibida. Sin embargo, si
queremos acogerla con su timbre litúrgico propio del inicio de la Anáfora debemos escucharla tal
como sonó por primera vez descubriendo su esencia original.

"Vio Dios que lo hecho era bueno" (Gn 1:10). La filosofía define esta palabra "bueno" con mucha
claridad: "Bueno" es aquello que se muestre congruente con su naturaleza y con el objetivo de su
creación; aquello que muestre armonía entre su forma su contenido. Conforme a esta definición,
comprendemos la lectura del verso de génesis: vio Dios que lo que creó era congruente con el
objetivo de su creación, por lo que lo calificó como "bueno"; y el hombre comprende realmente la
fuerza de esta palabra no a través de una contemplación racional sino por medio de la experiencia; la
misma experiencia que hizo al hombre reaccionar ante la "bondad" de Dios con la boca de Pedro en
el monte de la Transfiguración: "¡Señor, bueno es estarnos aquí!" (Mt 17: 3). En esta respuesta que
el hombre dio estando en la divina Gloria en el Tabor, dio testimonio una vez para siempre de lo
"bueno" que Dios le ha otorgado. En aquella nube luminosa, vio el hombre "que todo está bien", y
dio testimonio.

La divina Liturgia es el centro de esta experiencia, más bien es su fuente y su presencia: "Al estarnos
parados en el templo de tu santidad, nos consideramos de pie en el cielo." En esta oración de los
Maitines diarios no se trata de una alegoría sobre la devoción, sino que es una expresión de la
naturaleza de la Iglesia, de la oración y, sobre todo, de la Liturgia. Esta "Señor bueno estarnos aquí"
es el origen de todo "bondad" mundana o sobre mundana que la Liturgia tiene en sus palabras,
melodías, colores, espacio, movimiento: la elevación del tono de la Liturgia lleva al mundo allá donde
Pedro dijo su palabra, donde Cristo nos lleva subiendo eternamente.

"¡Comparezcamos bien!". La exhortación del diácono, que anuncia el inicio de la "parte principal"
testifica esta "bondad" y nos convoca a morar en ella.

Pueblo: "La misericordia de la paz, el sacrificio de alabanza."

Al llamado del diácono "para ofrecer la santa oblación", el pueblo responde: en verdad nosotros la
ofrecemos en paz y amor al Señor y a nuestros hermanos. Ofrecemos "misericordia" que es fruto de
la "Paz", porque cuando las pasiones no disturban la pureza del alma, nada impide que esté llena de
misericordia y amor. Dice el Señor en la boca del Profeta Oseas: "Misericordia quiero y no sacrificio."

Sacerdote: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y


la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros."

Esta oración mencionada en las cartas del Apóstol Pablo (2Cor 13:14) nos otorga las bondad de la
Santa Trinidad: del Hijo, gracia; del Padre: amor; y del Espíritu Santo: comunión. Porque el Hijo sin
ningún merecimiento nuestro, más aún, siendo nosotros bajo la condena, se nos ha ofrecido como
Salvador, por lo que su acción para con nosotros es "gracia". Y el Padre, por medio de la Pación de su
Hijo, se ha reconciliado con el género humano y ha amado a los que lo tomaron por enemigo, así que
su ofrenda se nos ha dado como amor. Y por último, es Grande en misericordia ha derramado y
distribuido su bondad sobre los enemigos ya reconciliados, lo que realiza el Espíritu Santo que ha
descendido sobre los apóstoles, por lo que la bondad del Espíritu Santo para con los hombres la
llamamos "comunión". Entonces, ¿qué necesidad hay de esta oración si todas estas bondades han

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sido otorgadas a los hombres cuando Cristo vino sobre la tierra? Responde san Nicolás Cabasilas: "Es
obvio que nos han sido dadas para que no las perdamos y para que las guardemos hasta el fin. Por
eso el sacerdote no dice: "sean dadas a vosotros", ya que lo han sido de antemano, sino que dice:
"estén (o permanezcan) con vosotros".

Pueblo: Y con tu espíritu.

La respuesta del pueblo a la bendición trinitaria del sacerdote indica cómo los fieles participan
activamente en cada momento de la realización de la divina Liturgia. San Juan Crisóstomo dice al
respecto: "El sacerdote no se aproxima a los dones ofrecidos sin antes pedirles la gracia del Señor, y
ustedes responden: 'y con tu espíritu'. con ello, se recuerdan de que no es el sacerdote quien realiza,
y de que los dones ofrecidos no forman un logro humano sino que la gracia del Espíritu Santo,
presente por encima de todos, es la que obra al fin y al cabo en el sacrificio místico."

Sacerdote: ¡Elevemos nuestros corazones!

La Eucaristía no se realiza en la tierra sino en el cielo y eso no se trata de sentimientos. "Aun cuando
estábamos muertos por los pecados, nos dio vida juntamente con Cristo [...] y nos resucitó con Él, y
nos hizo sentar sobre los cielos en Jesucristo." (Ef 2: 5-6). Sabemos desde el inicio de la divina
Liturgia, desde la "reunión en Iglesia" y la entrada, que hemos empezada el ascenso al cielo, donde
nuestra vida verdadera "oculta con Cristo en Dios". Y el cielo es lo que san Juan Crisóstomo describe
así: "¡Qué necesidad más tengo del cielo si ya puedo contemplar el Soberano del cielo y si yo mismo
he vuelto cielo!". La convocación del sacerdote "elevemos nuestros corazones" como un trueno nos
alerta: "Temeremos permanecer en la tierra", según las palabras de Crisóstomo. Tenemos el libre
albedrío de permanecer en lo bajo o ascendernos por más difícil que lo sea. Pero el que rehúsa el
ascenso y permanece pegado a la tierra, pierde su lugar en el banquete eucarístico.

Pueblo: Los tenemos (elevados) hacia el Señor.

La respuesta del coro expresa la respuesta positiva al llamado. Sin embargo, ¿cómo puede elevar su
corazón únicamente en este momento el que jamás ha dirigido su mirada al cielo en su vida, y jamás
ha visto la tierra desde una perspectiva celestial?

Sacerdote: Demos gracias al Señor.

Con esta frase empezaba la oración de Acción de gracias judía tradicional. Y con esta mismo frase
pronunció Jesús al iniciar con esta oración vieja la acción de gracias nueva que elevaría al hombre
verdaderamente a Dios y salvaría al mundo.

Pueblo: Es justo y digno.

Y conforme a la tradición los apóstoles respondieron: "Es justo y digno". Cada vez que la Iglesia
celebra la memoria de esta gratitud al Señor, lo hace a semejanza de los apóstoles y con ellos.

3. La oración eucarística

Es el centro de la acción de gracias, que es lo que significa la palabra "Eucaristía" en griego. Empieza
con la exhortación del sacerdote "Demos gracias al Señor" y forma un texto que —aunque dividido

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en los libros de la oración de un modo que haya participación en su oración de parte del pueblo—
permanece siempre unido en su totalidad como podemos observar la secuencia y la unión de sus
partes. Hay varias Anáforas además de la de San Juan Crisóstomo, cuya Anáfora es la que se usa
comúnmente en todas las Iglesias ortodoxas, al menos desde el Siglo XIII. La Anáfora de San Basilio
Magno se celebra 10 veces al Año:

 en la vigilia preparatoria (Paramón) de Navidad


 el día 1ero. de enero (Memoria de san Basilio)
 en la vigilia preparatoria (Paramón) de Epifanía
 5 veces en Cuaresma (domingos de Cuaresma)
 Liturgia del Jueves Santo
 Liturgia del Sábado Santo

También tenemos la Anáfora de Santiago, Hermano del Señor. Se reza únicamente el día de su fiesta.

Siempre la Anáfora da gracias a Dios Padre, en el Hijo por el Espíritu Santo, a través de la memoria de
la obra salvífica en todas sus fases: creación, caída, redención.

Texto con comentarios

El sacerdote inicia la oración de la Anáfora (comúnmente se lee en voz baja):

Sacerdote: Digno y justo es cantarte, bendecirte, alabarte, darte gracias y adorarte en todo lugar de tu
señorío, pues eres Dios el inefable, incomprensible, invisible, inconcebible, eterna e
inmutablemente existente, Tú y tu Hijo Unigénito y tu Espíritu Santo. Tú de la nada nos has
El verbo en gerundio
traído a la existencia, y cuando caímos, nos volviste a levantar, y no has dejado de hacer todo,
"entonando" no se
hasta elevarnos al cielo y otorgarnos tu Reino venidero. Por todo ello, te damos gracias, a Ti y a
entiende sino con la
frase anterior
tu Hijo unigénito, y a tu Espíritu Santo, por todos los beneficios que nos han sido otorgados, los
que conocemos o desconocemos, tanto manifiestos como ocultos. Te damos gracias también
por esta Liturgia que te has dignado recibir de nuestras manos, mientras comparecen ante Ti
miles de arcángeles y miríadas de ángeles, los querubines de muchos ojos, y los serafines de
seis alas que se remontan volando en las alturas...

(Exclamación): ...entonando el Himno de la Victoria, proclamando, exclamando y diciendo:

Pueblo: ¡Santo, Santo, Santo, Señor de Sabaóth! El cielo y la tierra están llenos de tu Gloria. ¡Hosanna
en las alturas! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!

La primera parte de este himno es el canto de los ángeles que Isaías escuchó: "Santo, Santo, Santo,
Señor del Sabaóth" (Is 6: 3). La segunda parte es la alabanza de los niños de Jerusalén al recibir a
Cristo: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!". El cielo se une a la tierra sumergidos ambos
en la Gloria divina.

El sacerdote continúa la oración:

Sacerdote: Con estas bienaventuradas potestades, Soberano que amas a la humanidad, nosotros también
exclamamos y decimos: Santo eres y Todo Santidad, Tú y tu Hijo unigénito y tu Espíritu Santo.

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Santo eres y Todo Santidad, y magnífica es tu gloria. De tal manera amaste al mundo, que diste
a tu Hijo unigénito para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna; el
cual, después de haber venido y cumplido toda la Providencia salvífica para con nosotros, en la
noche en que fue entregado –o más bien, se entregó a Sí mismo por la vida del mundo– tomó
pan en sus santas, puras e inmaculadas manos, y dando gracias lo bendijo, lo santificó y partió,
y lo dio a sus santos discípulos y apóstoles diciendo:

(Exclamación): Tomad y comed: éste es mi Cuerpo, que por vosotros es partido para la remisión de los
pecados.

Pueblo: Amén.

Sacerdote: Del mismo modo, después de cenar, tomó el cáliz diciendo:

(Exclamación): Bebed todos de él (del cáliz); ésta es mi Sangre, la de la Nueva Alianza, que por vosotros y
por muchos es derramada para la remisión de los pecados.
La conmemoración no se refiere a
Pueblo: Amén. Amén. traer el pasado sino a estar presente
en el Día Octavo, en el tiempo
El sacerdote, inclinando la cabeza, continúa la oración: litúrgico, hora de salvación.

Sacerdote: Conmemorando, por lo tanto, este precepto salvífico, y todo cuanto por nosotros se ha
cumplido: La Cruz, la Sepultura, la Resurrección al tercer día, la Ascensión a los cielos, la
Conmemorando ... Entronización a la diestra y el segundo y glorioso Advenimiento...
ofrecemos.
(gerundio-verbo): El diácono toma la Patena con su mano derecha y el Cáliz con la izquierda (formando con sus manos la señal
una sola frase
de la cruz), y los levanta haciendo la señal de la cruz sobre el Antimensio, mientras el sacerdote exclama:

(Exclamación): ...lo tuyo de lo tuyo, te ofrecemos por todo y para todo.

Pueblo: Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias, oh Señor, y a Ti suplicamos, oh Dios nuestro.

El sacerdote continúa la oración:

Sacerdote: Te ofrecemos, también, este culto espiritual e incruento, y te pedimos, rogamos y suplicamos:
envía tu Santo Espíritu sobre nosotros y sobre estos dones aquí presentados.

El sacerdote bendice el pan, diciendo:

EPÍCLESIS: Sacerdote: Y haz de este pan el precioso Cuerpo de tu Cristo. Amén.


invocación El sacerdote bendice el Cáliz, diciendo:
del Espíritu
Santo Sacerdote: Y de lo que está en este cáliz, la preciosa Sangre de tu Cristo. Amén.

El sacerdote bendice ambos Dones, diciendo:

Sacerdote: Transformándolos por tu Espíritu Santo.

Diácono: Amén. Amén. Amén.

El sacerdote se prosterna o se inclina, y dice:

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Sacerdote: A fin de que sean para los que participen de ellos: lucidez del alma, remisión de los pecados,
comunión de tu Espíritu Santo, plenitud del Reino de los cielos y confianza ante Ti, y no motivo
de juicio o condenación.

Te ofrecemos este culto espiritual También por los que han descansado en la fe: los
Progenitores, Padres, Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Predicadores, Mártires, Confesores,
Ascetas y por toda alma justa que ha dormido en la fe...

El sacerdote recibe el incensario, e inciensa los santos Dones exclamando:

(Exclamación): especialmente por nuestra santísima, purísima, bendita y gloriosa Señora, Madre de Dios y
siempre Virgen María.

Pueblo: Es justo en verdad magnificarte, oh Theotokos, siempre bienaventurada e inmaculada, Madre de


nuestro Dios; más honorable que los Querubines, e incomparablemente más gloriosa que los
Serafines; tú, que sin mancilla diste a luz al Verbo Dios, verdaderamente, eres la Madre de
Dios: te engrandecemos.

Mientras el coro está cantando «Es justo en verdad…», el sacerdote continúa la conmemoración:

Sacerdote: … por el santo profeta y precursor Juan el Bautista, los santos gloriosos y alabadísimos
Apóstoles, san (.....), cuya memoria celebramos hoy, y por todos tus santos, por cuyas súplicas
visítanos, oh Dios.

Y acuérdate de todos cuantos han dormido en la esperanza de resurrección a la vida eterna,


ANÁMNESIS:
(menciona los nombres de los difuntos) y concédeles el descanso, oh Dios nuestro, donde
La conmemo-
resplandece la luz de tu Rostro.
ración
Te imploramos también: acuérdate, Señor, de todo el episcopado ortodoxo que enseña
rectamente la palabra de tu verdad, de todo el presbiterado, del diaconado en Cristo y de todo
el orden clerical y monástico. Te ofrecemos este culto espiritual también por el mundo entero,
por la Iglesia Santa, Católica y Apostólica, por cuantos viven en pureza y vida honorable, por
nuestros gobernantes y su ejército: concédeles, Señor, un gobierno pacífico para que también
nosotros, en su serenidad, llevemos una vida tranquila y apacible, en toda devoción y dignidad.
(Y menciona los nombres de los vivos que quisiera.)

Sacerdote: Acuérdate, Señor, primeramente de nuestro Arzobispo (.....); y consérvalo para tus santas
iglesias, en paz, sano, salvo, honorable y en larga vida, predicando rectamente la palabra de tu
verdad.

Diácono: y de quienes cada uno de nosotros tiene en mente; y de todos y de todas.

Pueblo: Y de todos, y de todas.

El acólito entrega la bandeja del Antídoro al sacerdote, quien la acerca a los santos Dones haciendo con ella
la señal de la cruz y diciendo: «Santísima Madre de Dios, ampáranos.» Se la devuelve al acólito y continúa la
oración:

Sacerdote: Acuérdate, Señor, de esta ciudad (pueblo, monasterio, navío o isla) en que moramos, de toda
ciudad y país y de los fieles que en ellos habitan. Acuérdate, Señor, de quienes viajan por tierra,
mar o aire, de los enfermos, los afligidos y los cautivos, y de su Salvación. Acuérdate, Señor, de

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quienes en tus santas iglesias fructifican en buenas obras y de aquellos que asisten a los
pobres, y envía sobre todos nosotros tu misericordia.

(Exclamación): Y concédenos que, con una sola boca y un solo corazón, glorifiquemos y alabemos tu
honorabilísimo y magnífico Nombre: oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los
siglos de los siglos.

Pueblo: Amén.

El sacerdote concluye la oración de la Anáfora, bendiciendo al pueblo y exclamando:

Sacerdote: Que las misericordias de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo sean con todos vosotros.

Pueblo: Y con tu espíritu.

4. Conclusión:

Esta lectura rápida del texto de la Anáfora ha intentado mostrar la unidad inseparable de sus partes
lejos de la distinción de la teología escolástica que prentende privilegiar algunos partes, momentos y
frases de la Anáfora como suficientes en sí aunque fuera de su contexto. La Anáfora es el corazón y la
plenitud de nuestro acceso celestial donde el tiempo y el espacio litúrgicos son símbolo del día
octavo, donde la gratitud del hombre es llevada "a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo"
(Ef 4: 13).

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