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Ediciones de la Red Literaria del Sureste
Primera edición en formato ebook/pdf: mayo 2013
Mérida, Yucatán. México

©Manuel Iris
©Marco Antonio Murillo
©Kasey Marcum por la foto de portada y contraportada

Diseño:
Rubén Amador

Todos los derechos reservados. Se permite la reproducción total o


parcial de esta obra, siempre y cuando se de crédito a sus autores,
y se proporcionen los datos de la presente edición.

 
 
 
Manuel Iris

Nueva Nieve

Comentarios de Marco Antonio Murillo

 
 
 
Introducción

Sin tener idea de que se convertiría en el breve conjunto de


poemas que ahora es, Nueva Nieve empezó a surgir en el enero
del 2009 con el poema Decir lo ajeno, especie de crónica de mis
primeros encuentros reales con la nieve, en Cincinnati —el primero
había sido en el 2008, pero me fue imposible establecer entonces
palabras para la sorpresa—. Inesperadamente, el invierno de
2010 trajo consigo los poemas que le darían nombre al texto
completo, y no fue sino hasta los primeros meses del 2013
cuando tuve la certeza de haber cerrado la secuencia completa,
con la aparición de la Coda. Durante ese tiempo pequeños
cambios fueron suscitándose en todo el conjunto.

Varios de los poemas que ahora se reúnen con la lectura delicada y


precisa de Marco Antonio Murillo, que ha terminado por revelarme
mucho de estos textos escritos sin plan alguno, han aparecido
antes en revistas digitales e impresas de España, Venezuela y
México.

Tenga el lector, en este documento, el fruto de esta breve lentitud.

 
 
 
 
 

 
 
 
Nueva Nieve

 
 
 
Decir lo ajeno

Somos los hombres sin nieve


nacidos entre tormentas caniculares,
con las casas abiertas de par en par
y las retinas contraídas
frente al motín incesante de los colores.

Eugenio Montejo

No es mía la blancura
que hay fuera de la página.
Acostumbrado al mar, no puedo comprender
ese cristal que vuelve al árbol reverente,
que torna delicada su genuflexión glaciar.
El suelo me encandila, y sin embargo
voy dejando huella
sobre un plano que observo
con ojos asombrados.
Hoy mienten los caminos, finge su aliento
el agua detenida que va quedando aquí
sobre lo níveo que —parece— lo soporta todo
y en verdad, como cualquier belleza
todo absorbe y consume:
Hoy no he podido doblegar a la blancura.

 
 
 
II

…ni escribir la transparencia. Mis herramientas


no han podido comprender el árbol de cristal, su sombra que es de
luz
ni su capacidad de sepultarme en hermosura, de lapidarme
en su fragilidad.

 
 
 
III

Alma tranquila, horma, dura vena,


molde interior de la escultura de sí mismo
el árbol sigue allí,
gotea.
Se va tornando cada vez más árbol.
Todo nos dice que la eternidad se acaba
y el silencio sigue allí,
cayendo.

Cincinnati, OH Enero del 2009

 
 
 
Nueva nieve

A partir de los Poemas de la lluvia, de Gastón Baquero

Una mujer me habla mientras cae la nieve.


Habla mientras la nieve deja su más puro silencio.
Se oye el milagro de que su aliento sea
más silencioso que el aliento de la nieve.

Cercano canta un pájaro inaudible


otro se aleja
dejando abajo el blanco más profundo.

Más silencioso que aliento de mujer


lento aletea el aliento de la nieve.

 
 
 
II

Sube, baja
se confunde
gira de pronto
y va contra sí misma.

Ni arena ni llovizna
debo decir que juega.

No viene al caso la palabra danza.

 
 
 
III

Como las aves las ventanas


se asoman a la nieve.

Niegan asombro
y se abren como párpado,
se entregan como alas.

 
 
 
IV

¿Pero qué calma es ésta


que contemplo en calma todavía,

esta sorpresa que se continúa


todavía en la sorpresa hundido?

¿Pero qué rosa es ésta inmarcesible


naciendo en el momento de su desaparición?

Cincinnati OH, Febrero y 2010

 
 
 
Homeless

También es nieve la que cae


en el muñón del limosnero, en la vacía
cuenca de su ojo.

Opaca, desdentada blancura


a la mitad del rostro
va burlando
el rostro de la nieve.

Desde su aliento
el cuerpo encima del muñón
rehace una guerra en un lugar distinto
en que jamás se ha visto una blancura
más quemante que la flama de napalm.

No sé si el hombre ha sido un homicida.

En su muñón, en el vacío del ojo


se ha atorado inútil, fría
la belleza.

 
 
 
Coda

Nunca nada que ilumine fue tan frío. El cuerpo no comprende. La


nieve es toda su contradicción, es la belleza: una manera de lo
espiritual que llega por el cuerpo y lo somete. Por eso puede herir,
matar al cuerpo. La nieve, como el fuego, es belleza letal. Por eso
da un calor que es de otro mundo, una certera calidez para las
almas. El cuerpo no comprende. La nieve, la belleza y la poesía son
la prueba más quemante de nuestras limitaciones.

Cincinnati, OH Febrero y 2013

 
 
 
Lentitud de la nieve

Lectura de Nueva nieve de Manuel Iris

 
 
 
El inicio del poema “A media voz” de Blanca Varela, es uno de los

más significativos que podemos encontrar en la poesía mexicana:


La lentitud es belleza. El poema explora estos términos a partir del
tema de la escritura: sólo a través de la lentitud, contenida en
imágenes que desfilan verso a verso, pausa tras pausa, se puede

llegar al centro de todo (ídem), lugar donde reside la belleza del


poema intacto (ídem). Las mismas leyes que rigen este poema, las
encontramos en “Nueva nieve” de Manuel Iris. Las dos obras dan
peso a la imagen, tocan el tema de la imposibilidad de la escritura,
y ejecutan una suerte de poesía que se conoce como de baja

velocidad. Al respecto de este tipo de poesía Antonio Deltoro


menciona: Se le podría llamar la tradición de la ausencia, de la

pausa, del silencio; de la quietud reveladora y central. No es una


tradición rural que dé la espalda a la ciudad, sino una urbana que la
reconoce, pero que se defiende del ruido, de la inquietud, de lo
lleno, del lujo, de la velocidad. (2012, p. 20-21). En la poesía de
Manuel Iris hay una suerte de frío y de nieve, que al igual que la
lentitud de Varela, resulta bella; una poesía que prioriza el silencio y

los tonos blancos del paisaje. En física el frío y el calor se definen


por el movimiento molecular: en una temperatura cálida las

moléculas de un objeto se mueven de prisa, mientras que en un


ambiente gélido desaceleran su velocidad. Entonces, la forma más

viable para hablar sobre la nieve es desde la descripción, la pausa,


la fragmentación, y el lento fluir de las imágenes. Manuel Iris, acaso
 
 
 
sin tener plena conciencia de su poética, pone en práctica lo

anterior ofreciéndonos su propia versión de una Cincinnati bajo la


nieve, ciudad estadounidense en la que habría firmado sus versos.

“Nueva nieve” se compone de tres poemas y una coda. Los


primeros dos, “Decir lo ajeno” y “Nueva nieve” están emparentados

entre sí; en ellos se explora, mediante una poesía de factura


intelectual, el asunto de la nieve. En “Homeless”, por otra parte,

todos los elementos desplegados se aterrizan en una concreción


que linda entre lo bello de la nieve y lo grotesco de la realidad: un
hombre pide limosna durante una nevada. La coda, que tiene un

tono reflexivo, cierra las ideas más generales: la belleza / la nieve, y


la nieve / el fuego. Esta última, si bien parece nueva, es otra forma

de decir esa calidez espiritual y creadora contenida en la atmósfera


de los poemas. Hecho algunos apuntes generales sobre los textos

de Manuel Iris, paso a ocuparme de cada uno de ellos de manera


particular. “Decir lo ajeno” es el primer poema de la serie, y viene

acompañado de un epígrafe de Eugenio Montejo. La razón del título


que tiene este poema, como la presencia de aquel epígrafe, me lo

reveló el propio Manuel en una plática que mantuvimos en 2011.


Hablábamos de cierta poesía sobre la nieve hecha por autores

nacidos en climas cálidos, hombres sin nieve, como decía el autor


de “Alfabeto del mundo”, acostumbrados al motín incesante de los

colores. El asombro de estos poetas ha sido animado por la

 
 
 
monotonía y la frialdad del color blanco, que es lo extraño, lo otro a

lo que tal vez nunca pueda reclamarse pertenencia.


En el intento de decir lo ajeno está la vastedad del elemento

que se quiere asir con el poema, pero que termina por desbordarse.
Incluso podría decirse que lo desbordado es el propio vacío de la

hoja: No es mía la blancura / que hay fuera de la página. En ello


también radica la incomprensión del fenómeno natural que ya está

volviéndose una cuestión poética: no puedo comprender / ese


cristal que vuelve al árbol reverente, / que torna delicada su
genuflexión glaciar. Ante tanta nieve que todo absorbe y consume,
porque abarca todo el paisaje, es decir, todo está cubierto de
blanco, el poeta confiesa: Hoy no he podido doblegar la blancura

(¿con la mirada, con el tacto?). El segundo fragmento del poema,


que es el más corto de todos, es una continuación directa del

anterior, los puntos suspensivos tras una pausa larga así lo


sugieren.

El poeta, no sólo no ha podido doblegar lo blanco, tampoco


transparentarlo en el poema a través del ejercicio de la escritura.

Sus herramientas le impiden comprender este nuevo tipo de belleza


al que se enfrenta. Para explicar de otra manera la poesía de baja

velocidad Deltoro habla de atender a la música del significado


(2012, p. 19). En ese sentido, “Decir lo ajeno” de Manuel Iris

prefiere fijar el trabajo en una sola imagen significante, la de un


árbol. Aquella, desde el primer fragmento en que apareció, ha ido
 
 
 
creciendo y reclamando su propio espacio, a tal punto que en el

tercer fragmento se vuelve elemento central. Esta estrategia es


una lección de humildad para quien intenta hacer poesía de la

nieve, puesto que ella está en todas partes, y no hace falta


señalarla para sentir su presencia.

A Manuel Iris, que ha comprendido la nieve tarde pero a


tiempo para concluir el poema, le basta un árbol quieto, húmedo y

deshojado para decir lo ajeno finalmente:

el árbol sigue allí,

gotea.

Se va tornando cada vez más árbol.

Todo nos dice que la eternidad se acaba


y el silencio sigue allí,

cayendo.

La escena que leemos está rodeada por una atmósfera de


misticismo en donde se trama la historia de una aparición. El árbol,

que estaba cubierto de un cristal incomprensible, se hace más


concreto entre toda la blancura de la nieve y de la página.

Silenciosamente ocupa el primer plano de una ciudad invernal. La


nieve, cuya desmesura es significada a través del sustantivo

eternidad, se acaba. Con lentitud y en silencio, la escena abre paso

 
 
 
al deshielo, indicado por la forma verbal gotea y el gerundio

cayendo. Los gerundios denotan acciones detenidas en el tiempo,


como en una fotografía. Por eso, la resonancia de esta última

palabra, aislada en una sola estrofa, es la imagen final que miramos


y que nos llevamos del poema: la nieve se derrite, vuelve a ser

agua, pero en un tiempo sin fin, que no termina de cumplirse.


“Nueva nieve” es el nombre del siguiente poema, que a demás

da título a la colección. Ya emprendida una poética sobre la nieve,


este texto corresponde no a un decir lo ajeno, sino lo cercano.
Imágenes familiares a la poesía de Manuel Iris hacen acto de

presencia en una serie de cuatro fragmentos diferentes o escenas:


la mujer, el pájaro, la ventana, la rosa. Se deja atrás la reflexión

sobre la poesía y el ambiente místico del árbol, y se abraza algo


más cerca de lo cotidiano, sin rozar lo conversacional, sin perder

nunca el tono intelectual conseguido con antelación. La nieve que


se presiente en este poema, no es del todo fría, tiene cierta calidez

caribeña. El autor, confiesa en el epígrafe, ha elaborado sus versos


mediante una reescritura de “Los poemas de la lluvia” de Gastón

Baquero. Para un poeta tropical, la lluvia es una de las formas


desmesuradas en que el agua se hace presente, es su propia nieve.

Escribe el poeta cubano:

Una mujer canta mientras cae la lluvia.


Canta mientras la lluvia derrama su más puro silencio.
 
 
 
Se escucha el milagro de que su canto sea
más silencioso que el canto de la lluvia. (Baquero, 1998, p.
326)

La lluvia lo invade todo con el canto que hace al caer, termina por

confundir las imágenes que miramos. Así lo constata este


fragmento del poema de Baquero, que ya de por sí es puro ritmo y

canto. El lector, confundido por una pareja de paralelismos, no


termina de saber quién canta y quién guarda silencio, si la mujer o
la lluvia. O tal vez sea más certero creer que lluvia y mujer son el

mismo elemento, separado en dos instantes: silencio (el cese de la


lluvia) y canto (el arrecio). Por otro lado, esta es la versión de

Manuel Iris:

Una mujer me habla mientras cae la nieve.


Habla mientras la nieve deja su más puro silencio.
Se oye el milagro de que su aliento sea
más silencioso que el aliento de la nieve.

La versión de Baquero es completamente sonora, pero esta es más

visual. Se representa el fenómeno de la condensación, es decir,


cuando nuestro aliento pasa por el frío y se puede ver a simple

vista como una especie de humo blanco. Los elementos canto y


lluvia son sustituidos por nieve, habla y aliento; los únicos que se
 
 
 
conservan son mujer y silencio. Si el poema de Baquero se debate

entre el sonido y el silencio, el de Manuel, de baja velocidad, se


decide por este último. La conjugación del verbo hablar, y el canto

del pájaro que se menciona en la segunda estrofa, son ciertamente


formas del sonido; sin embargo, el primero sirve para explicar de

dónde proviene el aliento de la mujer, mientras el segundo es


inaudible. A las figuras de la mujer y la nieve se les agrega una
tercera, el pájaro. Ninguna de las tres figuras se confunde entre sí,
pero sus acciones terminan por acumularse en la nieve por medio
de una aliteración: La mujer habla, lanza su aliento / la nieve cae,

ese caer tiene aliento / el pájaro aletea / lento aletea el aliento de


la nieve. Los siguientes dos fragmentos de “Nueva nieve”, también
corresponden a imágenes visuales. El II extiende la idea de juego
generada por la aliteración, explora los movimientos que hace la

nieve: Sube, baja / se confunde / gira de pronto / y va contra sí


misma. El III vuelve a la figura del ave y la compara con la ventana:
solamente estos dos seres que habitan las alturas de los edificios,
Niegan asombro ( a la nieve) / y se abren como párpado, / se
entregan como alas. En la negación del asombro está implícita su
afirmación por parte del poeta. Acostumbrados al blanquísimo

paisaje, la ventana y el ave tienen vetado el asombro, ellos se


abren y se entregan al horizonte en cotidianeidad prosaica. Es el

poeta, y sus ojos de alquimista, el que logra ver más allá y nombra
de una forma diferente y unívoca ese abrirse como párpado, ese
 
 
 
entregarse como alas. Igual de interesante resulta el IV y último

fragmento. Como el primero, es reescritura directa de los versos de


Gastón Baquero:

¿Qué lluvia es esta cuya voz recuerda


tanto silencio ido con la muerte?

¿Qué lluvia es esta cuna al pensamiento


y al más oculto sueño realidades?

¿Qué lluvia es esta lluvia que recuerdo


aún debajo del sol y dentro de la lluvia? (1998, p. 325)

Manuel Iris, por su parte, escribe:

¿Pero qué calma es ésta


que contemplo en calma todavía,

esta sorpresa que se continúa


todavía en la sorpresa hundido?

¿Pero qué rosa es ésta inmarcesible


naciendo en el momento de su desaparición?

 
 
 
La lluvia que plantea el poeta de Orígenes es arquetípica: no sólo

resuena en el silencio y en la mente humana, también hace


presencia cuando el sol y cuando la propia llovizna rozan la piel; es,

vaya, una lluvia que trasciende a sí misma y se instala en la


humedad que abunda en el clima caribeño. La nieve de Manuel

también es arquetípica, se vincula con la calma, la sorpresa y,


finalmente, con una flor que connota un rojo deshielo. En el poema

anterior, “Decir lo ajeno”, vimos que también estaba implícito el


deshielo, pero éste apenas comenzaba a devolver la nieve en agua,
de hecho no terminaba de ocurrir. En cambio, en este segundo

poema es como si no desapareciera la nieve, sino que floreciera ella


misma en una rosa en el instante en el que la blancura se acabara,

y sucediera una nueva estación. La rosa da cuenta de la


recuperación de aquellos colores perdidos que fueron mencionados

en el epígrafe de Eugenio Montejo. Ese motín incesante de los


colores, nos enseñan estos versos, nace (reaparece) en el
momento de la desaparición de la nieve.
El tercer poema de la colección es el que más me gusta de

todos, se titula “Homeless”. En éste, se varía la forma, y el tema


recibe un giro inesperado. De poemas fragmentados, pasamos a

uno sólo y cerrado en sí mismo. Se rompe con la poesía intelectual


vista en “Decir lo ajeno” y “Nueva nieve”, y se abraza una escena

de patetismo en donde la descripción de un limosnero se baraja


con las posibilidades de su pasado. La nieve ya no sólo aparece
 
 
 
vinculada con la belleza, sino también con una estética de lo

grotesco: También es nieve la que cae / en el muñón del limosnero,


nos dice el autor, no sólo aquella nieve mística que cubría al árbol,

o aquella arquetípica que era calma y sorpresa y daba paso a los


colores del deshielo. En “Homeless” el poeta observa la nieve caer

sobre las amputaciones de un limosnero, asentarse en él, y


lentamente resbalarse de las facciones de su rostro. Todo ello se

describe de tal forma que se logra una imagen visual en donde el


rostro de la nieve se amolda (se confunde) con el rostro del
individuo.

“Homeless”, cuya traducción al castellano es sin hogar,


también es el poema más fuerte de la serie, en términos de algunas

de sus imágenes. Hay una en lo particular que llama mi atención:


jamás se ha visto una blancura / más quemante que la flama del
napalm. En tan sólo dos versos se intenta tocar el pasado del
limosnero. Abandonamos el escenario cubierto de nieve, y abrimos

nuestra mente a la posibilidad de un lugar distinto, acaso selvático,


acaso la Vietnam de los años sesenta y setenta, en donde los

soldados resultaban amputados por las bombas del napalm. Por un


instante la blancura que siempre había designado a la nieve, a la

lentitud y al silencio, pasa a designar fuego y destrucción. No será


sino hasta la “Coda” en donde esta paradoja aparezca de nuevo y

logre quedar completamente esclarecida. El poeta interrumpe la


imagen y se pregunta si el hombre ha sido un homicida, esto es, si
 
 
 
en verdad fue soldado, si en verdad estuvo en ese lugar distinto.

En la última estrofa, se retorna a la imagen que abría el poema. La


nieve sigue cayendo sobre el limosnero, sigue siendo bella; pero su

belleza, durante el recorrido poético, ha sido impregnada por lo


grotesco: se ha atorado inútil, fría / la belleza. Esta última nieve

que nos dibuja Manuel está cargada con denotaciones sociales,


está medida a través de una estética diferente a la que ha

dominado hasta ahora la serie de poemas. Por lo tanto, esta última


nieve es una nieve no tan blanca, callejera, un poco sucia, que se
parece más a la que encontraríamos al observar la realidad.

Finalmente llegamos al último poema de “Nueva nieve”, la


“Coda”. En ella Manuel Iris adquiere un tono reflexivo, nutrido por la

prosa del ensayo y la subjetividad que permite la poesía. De nueva


cuenta tenemos un texto que invita a reflexionar al escucha sobre

el fenómeno de la poesía y la idea de su realización. La nieve que


en esta ocasión miramos, es la nieve más reveladora y cargada de

significado de todas. El hecho de que a lo largo de los tres poemas


anteriores la nieve ha fungido como experiencia de lo poético,

permite al autor dotarla de características propias del fuego:


ilumina, da calor y también quema; es decir, este germen creador

es capaz de dar vida y sustento, pero también puede matar y


destruir. Fascinado, entonces, el poeta no comprende esta nieve,

únicamente puede sentir el frío como una manera de lo espiritual


que llega por el cuerpo y lo somete. Por eso la nieve, la belleza y la
 
 
 
poesía, que fueron constantes en toda la serie de poemas,

aparecen nombradas al final como la prueba más quemante de


nuestras limitaciones.
Gran parte de la vida del ser humano está construida en base
al deber ser ante la sociedad y ante la historia, se fijan límites a los

que el individuo aspira. Lentamente Ardemos en nuestras propias


brasas para tocarlos. Uno de esos límites es la belleza. Para el

poeta el máximo está dado en la poesía, siempre se aspira a


lograrla en el texto, sin saber si será o no posible su ejecución, o si
trascenderá el poema o no. Cuando leemos, entonces, que la nieve,

la belleza y la poesía son prueba de nuestras limitaciones,


retornamos a los primeros versos de esta pequeña plaquette de

poemas: Hoy no he podido doblegar la blancura. Retornamos, no


como quien ha fracasado en su viaje, sino como el que reflexiona y

se da cuenta que en su propia limitación halló verdaderamente el


instante poético.

Bibliografía

Baquero, Gastón. Poesía Completa. Verbum, Madrid, 1998.

Deltoro, Antonio. Favores recibidos. FCE, México, 2012.


 
 
 
Fichas curriculares

 
 
 
 
 

Manuel Iris (México, 1983). Licenciado en Literatura


Latinoamericana por la Universidad Autónoma De Yucatán, con
maestría en literatura hispanoamericana por la New Mexico State
University (EEUU), doctor en Lenguas Romances por la University
of Cincinnati (EEUU). Premio Nacional de Poesía "Mérida" (2009).
Autor de Versos robados y otros juegos (CONACULTA 2004, UADY
2006) y Cuaderno de los sueños (Tierra Adentro 2009). Es
actualmente miembro del Seminario de investigación sobre poesía
mexicana contemporánea de la UNAM.

Marco Antonio Murillo (Mérida,1986). Licenciado en Literatura


Latinoamericana por la UADY. Becario del FOECAY, y Premio
Nacional de Poesía Rosario Castellanos en 2009. Premio de Ensayo
de Crítica Universitaria (CONARTE), y segundo lugar en el Premio
Regional de Poesía José Díaz Bolio, ambos en 2011. En la revista
digital Círculo de poesía publicó Las formas de la nube: Antología
de poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta. Autor
del poemario Muerte de Catulo (El Drenaje, 2011, Rojo Siena
2013). Fue incluido en el libro En la orilla del silencio: Ensayos
sobre Alí Chumacero (Tierra Adentro, 2012).

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 

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