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DEUTERONOMIO 1

Deut 1:1-4

El último verso del libro de Números indica que el pueblo de Israel ya había llegado a
los campos de Moab, y estaban acampados junto al río Jordán, frente a Jericó (Núm
36:13). Lo único que les faltaba hacer era cruzar el Jordán y empezar la conquista de
la Tierra Prometida. Sin embargo, antes de hacerlo Moisés se detiene para darles un
último discurso. Será su regalo final – su último acto de servicio al pueblo de Dios,
antes de morir (Deut 34). Podríamos llamar el libro de Deuteronomio, ‘El Último
Testamento de Moisés’.

Los primeros versos de este gran libro establecen el marco geográfico (v.1-2) e
histórico (v.3-4). En términos geográficos, Moisés se dirigió al pueblo de Israel “a
este lado del Jordán en el desierto, en el Arabá frente al Mar Rojo, entre Parán, Tofel,
Labán, Hazerot y Dizahab” (v.1). Dado a que aún no habían cruzado el río Jordán, el
discurso de Moisés ocurrió al este del río. La frase, “en el desierto” (v.1b), no debe ser
tomado literalmente. El término en hebreo (‘midbar’) significa un lugar donde se podía
pastar animales, pero que no era apropiado para la agricultura (ver Jer 2:2, “en el
desierto [‘midbar’], en tierra no sembrada”). Según Núm 36:13, era un lugar “en los
campos de Moab”.

La región del “Arabá” (v.1c) abarca todo el territorio al sur del Mar Muerto, pero
evidentemente incluía las costas de ese mar, hasta los campos de Moab, donde Israel
estaba acampado ahora. La referencia al “Mar Rojo” (v.1d), en la Reina Valera, nos
confunde, porque para esa fecha Israel estaba lejísimo del aquel mar que cruzaron
cuando salieron de Egipto. Debemos notar que en el texto original (en hebreo), la
palabra “Mar” no está; y la palabra traducida, “Rojo” (‘suf’ = ‘juncos’), parece ser el
nombre de un lugar. Por eso varias traducciones modernas (incluyendo la NVI y la
BDLA) simplemente traducen, “en el Arabá frente a Suf”. Los demás lugares
mencionados al fin del v.1 son desconocidos, pero obviamente eran lugares en esa
misma región, frente a Jericó.

En el v.2 leemos que del monte Horeb (que era otro nombre para el monte Sinaí)
hasta Cades-barnea (en la frontera de Canaán), había solo once días de viaje (“Once
jornadas”); sin embargo, al pueblo de Israel le había llevado cuarenta años para llegar
a donde estaban ahora (v.3). La casi interminable demora en el desierto se debió a la
falta de fe y la rebeldía del pueblo de Israel. Si hubieran confiado en Dios, el viaje a la
Tierra Prometida habría sido muy fácil (¡asunto de dos semanas!). Fue el pecado que
les hizo perder tanto tiempo – para muchos, ¡toda una vida!

REFLEXIÓN: Evaluemos nuestras vidas. ¿Será que el pecado nos está robando
tiempo? ¿Habrá cosas que Dios quiere hacer en nosotros (o por medio de
nosotros), que se están demorando por nuestra falta de fe y obediencia a
la Palabra de Dios? Aprendamos del pueblo de Israel. No malgastemos el
tiempo; no echemos a perder nuestras vidas, por el pecado. La fe y la
obediencia resultarán en una vida mucho más productiva.

Los versos 3 y 4 nos presentan el marco histórico del libro de Deuteronomio. Moisés
dio su discurso final, “a los cuarenta años, en el mes undécimo, el primero del mes”
(v.3a). Ese año fue un año difícil para Moisés. En el primer mes, murió María (Núm
20:1); y en el quinto mes, murió Aarón (Núm 33:38). Estas dos personas significaron
mucho para él. María fue quien le cuidó como bebé, cuando fue puesto en el río Nilo
(Éx 2:4-8); y Aarón fue quien le sirvió como vocero ante el faraón (Éx 4:13-16). La
muerte de ellos le habrá provocado una gran tristeza a Moisés. Sin embargo, él puso a
un lado todas sus emociones, y pensó en las necesidades del pueblo de Israel. De ese
modo, el pueblo de Dios tuvo el gozo de escuchar la palabra de Dios, por última vez,
de este gran siervo de Dios. ¡Qué líder más ejemplar!

REFLEXIÓN: Si somos líderes de la iglesia, ¿tenemos esta actitud de poner las


necesidades de otros por encima de las nuestras? ¿Cómo reaccionamos
(como líderes espirituales) cuando pasamos por pruebas y dificultades?
¿Qué tiene más importancia para nosotros – nuestras emociones, o las
necesidades de otros? La marca de un buen líder es que vive para otros,
no para sí mismo.

En ese momento tan crucial, cuando estaban por entrar a conquistar la Tierra
Prometida, ¿cuál fue el tema del discurso de Moisés? La Biblia dice que él “habló a los
hijos de Israel conforme a todas las cosas que Jehová le había mandado acerca de
ellos” (v.3b). En otras palabras, les hizo una síntesis o un resumen de la ley de Dios
revelada en el monte Sinaí (v.5; ver Deut 5). Cuarenta años habían pasado, y casi
todas las personas adultas que estaban por conquistar la tierra de Canaán fueron niños
cuando Dios dio la ley a Moisés por primera vez, en el Monte Sinaí. Por ende, era
necesario una repetición de la ley. Este fue el último servicio que Moisés brindó al
pueblo de Dios.

Notemos que aunque la nación estaba por invadir la tierra de Canaán, Moisés no habló
a Israel de estrategias militares (o cosas por el estilo); más bien, les exhortó a amar y
a obedecer a Dios (Deut 6-8). Era Dios quien les iba a dar la victoria; por ende, al
estar ya al borde de la Tierra Prometida, lo más importante era volver a escuchar la
ley de Dios, y a evaluar su relación con Él.

REFLEXIÓN: Hoy en día, muchos líderes espirituales se encargan de enseñar a los


creyentes a hacer toda clase de cosa – cómo ser un mejor esposo, o una
mejor esposa; cómo ser mejores padres, o tener una mejor vida familiar;
cómo dirigir una célula o evangelizar en las calles y en los hospitales;
cómo administrar mejor el negocio o ganar más plata, etc. Todas esas
cosas son importantes, y tienen su lugar; pero la mayor necesidad de todo
creyente sigue siendo la de aprender a amar a Dios, y a obedecerle en
nuestro diario vivir. ¡Dios nos dé líderes que tengan esa visión para su
ministerio!

El v.4 nos ofrece otro detalle acerca del momento en que Moisés dio su último
discurso. Fue “después que derrotó a Sehón rey de los amorreos...y a Og rey de
Basán...”. Primero Moisés fue usado por Dios para derrotar a los enemigos de Israel;
luego Dios utilizó a Moisés para hacerles recordar la ley de Dios – la ley que podía
proteger a Israel de un peor enemigo que todos los cananeos y los amorreos: ¡ellos
mismos! A lo largo de los años en la Tierra Prometida, la única razón por la cual
Israel fue derrotado por sus enemigos, fue porque ellos mismos se rebelaron contra la
ley de Dios. El libro de Deuteronomio tuvo como propósito ayudarles a retener la
Tierra Prometida, luego que Dios se la diera conforme a Su promesa (v.8).
Deut 1:5-8

Estando al borde de la Tierra Prometida, Moisés “resolvió” hacer algo – “resolvió…


declarar esta ley…” (v.5). El verbo en hebreo es el que se usa para Abraham,
intercediendo por Sodoma (Gén 18:27, 31). El uso aquí indica que Moisés sintió un
profundo deseo, y dio rienda suelta a ese deseo. Movido por el Espíritu Santo, Moisés
percibió la necesidad del pueblo de Israel de escuchar una vez más la ley de Dios. Por
eso determinó hacer el esfuerzo necesario para que la nueva generación – la que iba a
tomar la Tierra Prometida, y vivir en ella, escuche una exposición sistemática de la ley
de Dios.

Moisés comienza, volviendo en su mente cuarenta años al período que estuvieron


acampados al pie de la montaña de Dios. Llegaron a ese lugar al tercer mes de la
salida de Egipto (Éx 19:1), y se quedaron allí casi un año (ver Núm 10:11). Durante
todo ese tiempo, Dios le habló a Moisés – tanto en el monte mismo (Éx 20:1; 24:18;
34:28), como desde el tabernáculo (Lev 1:1; Núm 1:1), revelándole todos los detalles
de la ley y del culto a Dios.

Luego de haberles hablado por once meses, Dios le indicó a Moisés que era tiempo de
continuar el viaje. “Habéis estado bastante tiempo en este monte”, le dijo Dios (v.6b).
Con algunas excepciones, el tiempo que estuvieron acampados al pie del monte Sinaí
fue bien usado. Pero el propósito de salir de Egipto no fue sólo adorar a Dios en el
monte Horeb, sino avanzar a la Tierra Prometida. Era necesario hacer eso ahora. El
peligro para Israel era el deseo de quedarse allí, al pie del monte Sinaí. En un sentido,
tenían todo lo que deseaban – la presencia de Dios, la provisión de agua y maná, la
protección de todos sus enemigos. ¿Qué más necesitaban? ¡Tenían todo! El peligro
era que se estaban sintiendo cómodos, y corrían el riesgo de perder el deseo de
avanzar y tomar la tierra de Canaán.

REFLEXIÓN: ¿Estaremos corriendo un riesgo similar? Quizá nos encontramos en un


lugar bastante ‘cómodo’. Sentimos que tenemos todo lo que necesitamos,
y nos cuesta levantarnos y movernos. Sabemos que Dios tiene otros
propósitos para nosotros; más cosas que Él quiere hacer por medio de
nosotros. Pero sentimos una pereza espiritual, y no queremos salir de
este lugar de comodidad. Escuchemos la voz de Dios, diciéndonos: “Has
estado suficiente tiempo en este lugar; es tiempo de levantarte y
avanzar”.

La orden de Dios fue bastante clara: “Volveos e id al monte del amorreo…” (v.7). La
lista de los lugares mencionados en ese verso señala la ruta que el pueblo de Israel
tenía que seguir. Notemos que debían llegar hasta el “…Líbano, hasta el gran río
Éufrates” (v.7b). Eso indica la extensión del territorio que Dios les estaba prometiendo
dar. Era un territorio enorme, como el siguiente mapa indica.
En Gén 15:18-20, tenemos la promesa original dada a Abraham acerca de los límites
de la tierra que Dios iba a dar a sus descendientes. Incluía la tierra de diez naciones
(Gén 15:19-20), y se extendía “desde el río de Egipto hasta el río grande, el río
Éufrates” (Gén 15:18). Cuando salieron de Egipto, Dios reiteró la promesa al pueblo
de Israel (Éx 23:31; otros versos que incluyen estos límites son Deut 11:24 y Josué
1:4). Sin embargo, bajo el liderazgo de Josué, el pueblo de Israel sólo conquistó la
parte central de todo este territorio, desde la tierra de los filisteos hasta el Líbano y el
monte Hermón (ver Josué 13:2-6); esa fue la tierra que él repartió a las doce tribus de
Israel.
Es cierto, que por un breve tiempo, durante el reinado de Salomón, Israel logró
dominar todo el territorio que Dios les había prometido dar (1 Rey 4:21); pero eso fue
una excepción.

¿Cómo explicamos esta discrepancia entre la promesa de Dios y lo que ocurrió en la


realidad? Obviamente no se debió a una falta por parte de Dios. La promesa era
categórica (“Mirad, Yo os he entregado la tierra”, v.8a); el pueblo de Dios sólo tenía
que entrar y poseer la tierra (v.8b). Quizá Israel sólo llegó a dominar una parte del
territorio prometido por Dios, porque la plena extensión de ese territorio (desde el río
Nilo hasta el río Éufrates) fue simbólica de la posesión que uno mayor que Salomón
lograría (el Mesías, el gran Hijo de David) – la posesión de todas las naciones.

“Dominará de mar a mar,


Y desde el río hasta los confines de la tierra
Todos los reyes se postrarán delante de Él,
Todas las naciones le servirán” (Sal 72:8, 11)

REFLEXIÓN: Pablo dice que todas las promesas de Dios encuentran su ‘amén’ (su
cumplimiento) en la persona de Cristo (2 Cor 1:20). Eso debe incluir las
promesas dadas a Abraham. Eso significa que la Iglesia disfrutará el
pleno cumplimiento de las promesas dadas a Israel. Esas promesas
conciernen ‘sombras’; la plena realidad se encuentra en el Nuevo
Testamento. Un día, la Iglesia (como la Novia de Cristo) reinará sobre
toda la tierra.

Deut 1:9-18

Moisés comienza su discurso hablando del tema del nombramiento de ‘jueces’ – líderes
auxiliares, que le iban a ayudar a dirigir el pueblo de Israel. El relato es interesante
por dos razones: la fecha y el tema.

En cuanto a la fecha, el pasaje parece ser anacrónico; es decir, no encaja con la


secuencia histórica. En el v.6, Moisés hace referencia a la salida de Horeb (el monte
Sinaí); ese relato continúa en el v.19. Pero los v.9-18 narran un evento que ocurrió
ANTES que llegaran al monte Sinaí (ver Éx 18:13-27). ¿Por qué lo menciona Moisés?
La respuesta parece ser que tiene que ver con la promesa que Dios le dio a Abraham
de multiplicar su descendencia (v.8b). Esa promesa se cumplió (v.10); pero trajo
consecuencias. Una de ellas fue que un solo hombre ya no podía hacerse cargo de
todo el pueblo de Israel. Moisés anhelaba que Dios siguiera bendiciendo a Su pueblo
en la Tierra Prometida, multiplicando mil veces más la población (v.11). Pero, para
que eso no genere un tremendo desorden, era necesario establecer un conjunto de
jueces que administren justicia – no sólo durante la travesía por el desierto, sino
también para la vida cotidiana en la tierra de Canaán.

Lo interesante del tema es que Moisés parece unir dos eventos diferentes – el
nombramiento inicial de los ‘jueces’, cuando recién salieron de Egipto (Éx 18:13-27); y
un nombramiento posterior de líderes que le iban a ayudar a Moisés a dirigir todo el
pueblo (Núm 11:10-17). Los v.9-12 parecen referirse al relato en Éxodo 18; y los
v.13-18, se refieren al relato en Números 11.
REFLEXIÓN: La bendición de Dios trae consecuencias; algunas de ellas nos generan un
dolor de cabeza, y requieren que respondamos, implementando ciertos
cambios en nuestras vidas. Eso ocurre, por ejemplo, cuando nos
casamos, o cuando llegan los hijos, o cuando la iglesia crece, o Dios nos
da mayores ministerios en la iglesia, etc.

Evaluemos las bendiciones que Dios nos ha dado recientemente. No


permitamos que esas bendiciones nos quiten el gozo (como parece
haberlo hecho a Moisés, según Núm 11:12-14). Para evitar eso,
tendremos que implementar cambios, que nos ayudarán a disfrutar las
bendiciones que Dios nos da, y no tomarlas como una carga.

La responsabilidad de liderar a más de un millón de personas fue muy grande. El


pueblo de Israel (como cualquier nación) tenía muchas “molestias…cargas…pleitos”
(v.12). Mientras Moisés creía que sólo él podía tratar esos asuntos, se cargaba con
mucho trabajo, y hacía al pueblo sufrir, esperando ser atendido (Éx 18:13-14). Su
suegro (Jetro) pudo ver el problema; y Moisés mismo lo sintió en carne propia (v.12).
Por eso sugirió que se nombrara un grupo de ‘jueces’ con quiénes él podría compartir
la carga (v.13).

Aquí vemos un paralelo con la Iglesia primitiva. Inicialmente, los apóstoles estaban a
cargo de toda la obra (ver Hch 4:34-35). Sin embargo, en la medida que Dios iba
bendiciendo la Iglesia, y el número de creyentes crecía enormemente, llegó un
momento en que los apóstoles ya no se abastecían para las demandas (Hch 6:1). Por
consiguiente, al igual que aquí, decidieron nombrar un grupo de personas a quienes
delegarían ciertas funciones, y así nacieron los ‘diáconos’ de la Iglesia (Hch 6:2-6).
Posteriormente hicieron lo mismo al nombrar ‘ancianos’ para cada congregación (ver
Hch 13:1-2; 14:23), incluyendo la iglesia ‘madre’ en Jerusalén (ver Hch 15:6, 22-23;
21:18).

El pueblo de Dios merece el mejor liderazgo posible; por eso los apóstoles exigieron
que los ‘diáconos’ sean no sólo hombres de buen testimonio, sino también llenos de
sabiduría y del Espíritu Santo (Hch 6:3). Moisés exigió lo mismo. Los ‘jueces’ a
nombrarse tenían que ser “varones sabios y entendidos y expertos” (v.13). En Éx
18:21, Jetro aconsejó buscar “varones de virtud, temerosos de Dios, varones de
verdad, que aborrezcan la avaricia”. ¡Dichoso el pueblo que tiene esta clase de líderes!

REFLEXIÓN: En cada elección local o nacional, los ciudadanos escogen a un nuevo


grupo de líderes cívicos. ¡Cuán pocos hombres y mujeres se encuentran
que rellenan las características mencionadas en Deut 1 y Éx 18! Quizá no
podemos esperar más de la sociedad; pero sí debemos exigir esta clase de
liderazgo en la iglesia. Pidamos a Dios que levante dicha clase de
personas, y que conceda a la congregación la sabiduría para escoger bien
a sus líderes espirituales.

Las personas nombradas fueron puestos en lugares de autoridad, según sus


habilidades: “jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez” (v.15b). Estos
números no han de ser tomados literalmente; más bien, indicaban rangos cívico-
militares, subordinados entre sí, y todos sujetos (inicialmente) a Moisés. Luego
estarían sujetos a los reyes de Israel (ver 1 Sam 8:12; 17:18; 2 Sam 18:1).
Más importante que el número exacto sobre el cual iban a ejercer autoridad, era el
asunto de cómo estos hombres deberían ejercer su autoridad. Notemos los criterios
que Moisés especifica:

- Justicia (“juzgad justamente”, v.16b).

- Justicia para todos (tanto para los hijos de Israel, como para el extranjero,
v.16c).

- Justicia sin acepción de personas (“No hagáis distinción de persona en el


juicio…”, v.17a).

- Justicia sin temor de los hombres (“no tendréis temor de ninguno…”, v.17b).

REFLEXIÓN: Dios quería que Israel fuera una ‘luz’ a las naciones. Una parte importante
de esa ‘luz’ (testimonio) era cómo se aplicaba la justicia.
Lamentablemente, como vemos en los libros proféticos, muchas veces la
‘justicia’ en Israel dejó mucho que desear (ver Is 10:1-2; Amós 2:6-7a).

¿Qué de nuestras iglesias? ¿Cómo se aplica la justicia entre el pueblo de


Dios? ¡Cómo podemos esperar que en el ‘mundo’ haya justicia, si no la
hay entre los hijos de Dios! Pidamos a Dios una renovación de justicia en
el liderazgo de nuestras congregaciones, que glorifique a Dios, y sea una
bendición para los miembros de la iglesia.

Deut 1:19-21

Deut 1:19-33 es un resumen de Núm 13 (el relato de los doce espías). Recordando lo
que había pasado casi cuarenta años antes, Moisés dice: “Y salidos de Horeb,
anduvimos todo aquel grande y terrible desierto…” (v.19a). Está describiendo la
experiencia que tuvieron durante el viaje desde el monte Sinaí hasta Cades-barnea
(ver el siguiente mapa, “Qadés”). Caminaron unos 400 km por un desierto donde sólo
cae 2 cm de agua al año, viendo panoramas como este, y sin saber a dónde iban.
Era un viaje muy difícil. Con razón, Moisés lo describe como un desierto “grande y
terrible”. Otros textos bíblicos nos ofrecen más detalles de la experiencia de Israel
durante esos días:
“…te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes
ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua…” (Deut 8:15)

“Lo halló en tierra desértica, en medio de la soledad rugiente del desierto”


(Deut 32:10, RVA)

“…nos condujo por el desierto, por una tierra desierta y despoblada, por tierra
seca y de sombra de muerte, por una tierra por la cual no pasó varón, ni allí
habitó hombre” (Jer 2:6)

¿Por qué lo hizo Dios? ¿Por qué permitió este viaje tan largo y difícil, pudiendo
haberles llevado por una ruta mucho más fácil – por la costa de los filisteos? La
explicación está en Deut 8:15-16,

“…te sacó agua de la roca…te sustentó con maná…afligiéndote y probándote,


para a la postre hacerte bien…”

Durante esas semanas Dios estaba haciendo TRES cosas con Su pueblo:

- Mostrándoles Su poder y gloria (supliendo agua y alimento para tanta gente).


- Probando sus corazones (viendo cómo reaccionaban en tiempos de adversidad).
- Preparándoles para darles grandes bendiciones al final.

Bajo el principio que Pablo establece en 1 Cor 10 (“…estas cosas sucedieron como
ejemplos para nosotros…y están escritas para amonestarnos a nosotros…”, v.6, 11),
todo lo que le pasó a Israel durante el éxodo se aplica a la Iglesia; es decir, sirve como
ejemplo y lección para nosotros, los creyentes. Así que debemos leer estos pasajes
con mucho interés, y aplicarlos a nuestras vidas.

REFLEXIÓN: Si sentimos que estamos pasando por nuestro propio ‘desierto’ (sea
espiritual, emocional, económico, de salud, etc.), entendamos que Dios
está haciendo estas tres cosas en nuestras vidas también. Él nunca nos
hará sufrir innecesariamente; siempre tiene un propósito en las
dificultades y el dolor. Aprendamos a confiar en Él.

Habiendo llegado a Cades-barnea (v.19b), estaban al borde del territorio que Dios les
había prometido dar como herencia – el “monte del amorreo” (v.20). NOTA: Los
amorreos eran un pueblo que habitaba las zonas montañosas de la Tierra Prometida,
especialmente al este del Mar Muerto. Por eso Moisés les exhorta a alistarse para la
conquista (v.21). Para ello, era necesario hacer TRES cosas:

i. Recordar la promesa de Dios (“Jehová tu Dios te ha entregado la tierra”,


v.21a).
ii. No temer (“no temas ni desmayes”, v.21c).
iii. Obedecer (“sube y toma posesión de ella, como Jehová…te ha dicho”,
v.21b).

REFLEXIÓN: ¿Habrá algún ‘territorio’ en nuestras vidas que debemos conquistar?


¿Algún pecado que debemos derrotar; algún mal hábito que Dios nos
quiere ayudar a vencer? Apliquemos estos tres principios establecidos en
el v.21, recordando que todo esto fue escrito para nosotros (1 Cor 10),
para animarnos en nuestra vida cristiana.
Deut 1:22-28

Ante la exhortación de Moisés (como representante de Dios) de subir y tomar la Tierra


Prometida (v.21), el pueblo sugirió que sería bueno enviar espías para reconocer la
tierra (v.22a), y para ver por dónde iban a ingresar (v.22b). A Moisés le pareció bien
la idea (v.23a); no se percató de la falta de fe latente en el corazón del pueblo.

Antes de enviar a los espías, Moisés tomó la precaución de consultarle a Dios;


sabemos eso, porque en el pasaje paralelo (Núm 13:2), leemos que fue Dios quien
ordenó el envío de los espías. La forma de reconciliar estos dos relatos es que primero
el pueblo tuvo la idea de enviar a los espías; luego Moisés le consultó a Dios, y Él dio
Su aprobación. Así que, aunque en Núm 13:1-2, leemos que la orden vino de Dios, en
Deut 1:22 leemos que la idea nació del pueblo. ¡Las dos cosas fueron ciertas! Los dos
relatos se complementan; no se contradicen.

REFLEXIÓN: ¡Cuán importante es consultarle a Dios antes de tomar decisiones! De no


haberlo hecho, Moisés se habría echado toda la culpa por el desenlace de
la historia (que resultó en 40 años vagando por el desierto, y la muerte de
toda la generación de adultos que salió de Egipto). Dado a que él
consultó a Dios primero, Moisés descansó en el hecho de que si Dios
aprobó la idea, Él se encargaría de las consecuencias de dicho acto.

¿Consultamos a Dios antes de tomar decisiones?

En la segunda parte del v.23, Moisés afirma que él tomó a doce hombres (uno de cada
tribu) para que vayan a ‘espiar’ la tierra. Sin embargo, en el relato complementario,
leemos que la orden vino originalmente de Dios (Núm 13:2). Probablemente lo que
pasó fue que Dios ordenó que fueran uno de cada tribu, pero Moisés fue quien los
escogió. Una vez más, no tenemos una contradicción en los dos relatos, sino detalles
que se complementan.

Los doce hombres son identificados por nombre en Núm 13:4-15. Ellos salieron de
Cades-barnea (v.19b), “subieron al monte, y llegaron hasta el valle de Escol, y
reconocieron la tierra” (v.24). Los detalles del viaje están en Núm 13:21-25. El
trabajo de reconocer la tierra llevó 40 días (Núm 13:25) – casi seis semanas. El valle
de Escol toma su nombre de un tremendo racimo de uvas que cortaron en ese lugar
(Núm 13:23-24).

El reporte que trajeron a Moisés (y a todo el pueblo de Israel) tuvo dos elementos –
uno positivo (v.25), el otro negativo (v.28). La parte positiva fue la calidad de la
tierra, evaluada por los frutos que producía (v.25a). “Es buena la tierra que Jehová
nuestro Dios nos da”, dijeron los espías (v.25b). Sin embargo, añadieron: “Este
pueblo es mayor y más alto que nosotros, las ciudades grandes y amuralladas hasta el
cielo; y también vimos allí a los hijos de Anac” (v.28). Estaban contentos con la tierra
que Dios escogió para ellos; pero no les gustó el trabajo que tenían por delante – el de
conquistar la tierra. ¡Querían todo fácil! No querían esforzarse; no pensaban que Dios
les podía ayudar a lograr una gran victoria sobre sus enemigos. Y por esa falta de fe
(y la negativa en cuanto a esforzarse) perdieron el privilegio de disfrutar las
bendiciones de Dios, y fueron condenados a pasar cuarenta años en el desierto, hasta
morir.
REFLEXIÓN: ¡Qué lección para nosotros! Dios nos ha prometido una gran salvación –
la vida eterna; disfrutar una eternidad con Él, en la nueva creación. ¡Nos
gusta mucho la idea! Pero, para disfrutar esa salvación hay que estar
dispuestos a esforzarnos, luchando contra el pecado y el mal,
desarrollando una vida de servicio y entrega a la causa de Cristo.
¿Echaremos a perder todas aquellas bendiciones espirituales que Dios nos
quiere dar, simplemente porque no queremos esforzarnos? ¡No seamos
insensatos – personas que queremos todo ‘a lo fácil’! Pidamos a Dios la
disposición (¡y la determinación!) de luchar por obtener la corona de la
vida (1 Cor 9:24-25; 2 Tim 4:7-8; Apo 2:10b). ¡La salvación es para los
valientes, no para los ociosos!

Deut 1:26-33

Al escuchar que la tierra a dónde iban a ir estaba llena de ciudades amuralladas, y


gente grande y fuerte (v.28), el pueblo de Israel se desanimó por completo. Los v.26 y
27 mencionan tres reacciones negativas:

- No quisieron “subir” (v.26a); es decir, no quisieron avanzar al “monte del


amorreo” (v.20), para conquistarlo.

- Fueron “rebeldes al mandato de Jehová” (v.26b). Dios (por medio de Moisés)


les había ordenado a subir y tomar posesión de la tierra (v.21). Pero ellos ya
no querían hacerlo. Se volvieron rebeldes. Núm 14:1-4 presenta los detalles
de esa rebeldía, que fue muy fuerte. ¡Querían apedrearle a Moisés!

- Se pusieron a murmurar en sus carpas (v.27a). Núm 14:1 da entender que lo


hicieron de noche, una vez que escucharon el informe de los espías. En vez de
quedar delante de Moisés, todo el pueblo de Israel se fue a sus carpas, y cada
familia se puso a murmurar. Para el día siguiente, cuando Moisés (juntamente
con Josué y Caleb) trató de animarles a confiar en Dios (ver Núm 14:6-9), ya
era muy tarde (v.10).

REFLEXIÓN: Cuando enfrentamos un gran desafío (especialmente como iglesia), cuán


importante es quedar juntos, para que el liderazgo pueda animarnos y
desafiarnos a confiar en el Señor. ¡Tengamos cuidado de no caer en la
trampa de aislarnos del liderazgo de la Iglesia (o de la familia), y
ponernos a murmurar entre nosotros! Ese es el camino a la
desobediencia espiritual.

No contentos con sólo rebelarse contra Dios, los hijos de Israel se pusieron a
murmurar de Él, alegando una mala intención de Su parte. “Porque Jehová nos
aborrece, nos ha sacado de tierra de Egipto, para entregarnos en manos del amorreo
para destruirnos” (v.27b). ¡Qué ilógico! Si Dios realmente les aborrecía, nunca se
habría preocupado por salvarles de la esclavitud de Egipto. Y si quería matarles,
fácilmente lo habría hecho por medio del ejército de Egipto, o del Mar Rojo, o por la
falta de agua en el desierto, o la falta de comida. ¡No era necesario llevarles hasta
Cades-barnea para hacerlo!

REFLEXIÓN: ¡Cuántas veces somos así nosotros! En un momento de necesidad,


tenemos la tendencia de olvidarnos de todas las cosas buenas que Dios
nos ha dado, y nos ponemos a pensar mal de Dios, como si Dios nos
odiara. Debemos reconocer que esos pensamientos vienen de Satanás,
quien usa los momentos de prueba para tentarnos a cuestionar a Dios.
Pidamos a Dios la gracia para enfrentar los momento de prueba con fe,
confiando en la bondad de Dios, y no escuchando la voz malévola de
Satanás quien quiere que desconfiemos de Dios, y pensemos mal de Él.

La crisis en la que estaba ahora el pueblo de Israel exigió mucho de Moisés, como
líder. ¿Cómo respondió al desafío de tener que tranquilizar al pueblo de Dios, y
animarle a confiar en el Señor?

i. Les exhortó a no tener temor (v.29). El temor les estaba haciendo reaccionar
en forma totalmente ilógica. El pánico se había apoderado de ellos, y era
necesario tranquilizarles.

ii. Les animó a confiar en Dios, afirmando que Él iría delante de ellos, y pelearía
por ellos (v.30a). La conquista de la Tierra Prometida era Su batalla, no la de
ellos. Él les había prometido darles la tierra; quedaba bajo Su responsabilidad
hacerlo. Lo único que les tocaba hacer era confiar en Dios, su Salvador.

iii. Les hizo recordar todas las bondades de Dios, en los días anteriores (v.30c-
33).

- Fue Él quien luchó por ellos, para sacarles de Egipto (v.30c).


- Fue Él quien les guio por el desierto (v.33).
- Fue Él quien los llevó por el desierto, cargándolos como un padre carga a
su hijo (v.31).

Lo único que ellos tenían que hacer era recordar la bondad de Dios, y confiar en Él.
Lamentablemente, no quisieron hacerlo (v.32). Y por su falta de fe, perdieron el
privilegio de entrar en la Tierra Prometida (Heb 3:16-19). ¡Qué triste!

REFLEXIÓN: ¿Estamos enfrentando una situación difícil – quizá imposible? ¿Cómo


estamos reaccionando? ¿Nos parecemos al pueblo de Israel – temerosos,
murmuradores, quejándonos de Dios, pensando mal de Dios? Que el
Señor nos ayude a recordar todas Sus bondades en nuestras vidas, para
que nuestra fe se fortalezca en la prueba. Si somos líderes, aprendamos
a cumplir nuestro papel de líder, manteniendo la calma, y animando a los
que están bajo nuestra responsabilidad a confiar en el Señor.

Deut 1:34-40

Cuando Moisés le pidió a Dios que le muestre Su gloria (Éx 33:18), Dios le reveló algo
de Su carácter – que Él es “tardo para la ira, y grande en misericordia” (Éx 34:6b).
Sin embargo, hay situaciones en que la paciencia de Dios se acaba, y Él manifiesta Su
ira. Lo hace cuando Su pueblo no es agradecido con Él, y responde con incredulidad y
desobediencia; hasta atribuyendo a Dios malas intenciones. Eso fue lo que Israel hizo,
cuando escuchó el reporte de los espías. Por eso leemos que Dios “se enojó” (v.34b).
La ira de Dios no es una reacción desmedida y exagerada de enojo; sino la decisión
determinada por parte de Dios de castigar el pecado.

En Su ira, Dios “juró” algo (v.34c). No debemos malinterpretar el verbo ‘jurar’. Es


cierto que la Biblia nos dice que no debemos ‘jurar’ (Mat 5:34-37; Sant 5:12). Lo dice,
porque el Señor quiere que seamos honestos y confiables. ¡No debe ser necesario
‘jurar’ para que alguien nos crea! Pero en el caso de Dios, cuando Él ‘jura’ algo no es
porque podríamos dudar de Su palabra, sino porque Él está dando una promesa
categórica. Así que debemos entender la expresión: “Jehová…juró diciendo…”, en el
sentido de “Jehová…prometió diciendo…”.

La promesa categórica que Dios hizo (de la cual no se iba a retractar) era que ninguno
de los adultos que salieron de Egipto, entraría a la Tierra Prometida (v.35). ¿Por qué
no? Porque era una “mala generación” (v.35b). ‘Mala’ en el sentido de mal
agradecida, incrédula, desobediente y rebelde. Notemos el contraste que Dios hace
entre la calidad de la tierra a dónde se dirigían, y la calidad de personas que salieron
de Egipto. La tierra era “buena”, pero la generación era “mala”; era indigna de poseer
la preciosa tierra que Dios les había prometido dar.

NOTA: En Núm 13:32, los hijos de Israel hablaron mal de la Tierra Prometida, diciendo
que era una tierra “que traga a sus moradores” (es decir, que los mata de
hambre). Parte del juicio de Dios era por esa actitud de ser mal agradecidos en
cuanto a la calidad de la tierra. En Núm 14:31 leemos que los hijos de Israel
despreciaron la Tierra Prometida.

REFLEXIÓN: ¡Cuán fácil es caer en la trampa de pensar que nosotros somos buenos,
pero que Dios (y las cosas que Él nos da) es malo! Pero Dios ve las cosas
totalmente al revés.

En Núm 14, tenemos más detalles de la ‘maldad’ del pueblo de Israel:

- Irritaron al Dios que los salvó de Egipto (v.11a, 23b).


- Rehusaron creer todas las señales que Él hizo (v.11b).
- Era una “depravada multitud” (v.27a).
- Una multitud que murmuraba contra Dios hasta agotar Su paciencia (v.27b).
- Se quejaban constantemente (v.27c).
- Era una “multitud perversa” (v.35).

REFLEXIÓN: Comparemos la Patria Celestial que el Señor tiene preparada para


nosotros, y la clase de creyentes que somos. Tenemos razones de sobra
por avergonzarnos, y pensar que si Dios nos tratara como trató a Israel,
ninguno de nosotros (¡o muy pocos!) seríamos salvos. ¡Cuánta paciencia
y misericordia tiene Dios con nosotros! Pidámosle la gracia para no seguir
provocando Su ira con nuestro mal comportamiento, quejas, falta de
agradecimiento, e incredulidad. ¡Procuremos ser una ‘buena’ generación!

Las únicas dos excepciones serían Caleb (v.36) y Josué (v.38). Caleb, “porque ha
seguido fielmente a Jehová” (v.36b); y Josué, “porque él…hará heredar [la tierra] a
Israel” (v.38b). Cuando los demás espías estaban hablando mal y desalentando el
corazón del pueblo, Caleb marcó la diferencia, animándoles a confiar en Dios (Núm
13:30). Josué también lo hizo (Núm 14:6-9). Además, Jehová le había elegido a
Josué a ser el sucesor de Moisés; así que, sí o sí él tenía que entrar en la Tierra
Prometida.

Debemos notar que esta referencia a Josué es anacrónica, en el sentido que cuando el
pueblo de Israel se rebeló contra Dios (al inicio del éxodo), Josué aún no había sido
nombrado para ser el sucesor de Moisés. Eso no ocurrió hasta el fin de los cuarenta
años en el desierto (ver Núm 27:15-23). De igual modo, la indicación que Moisés
tampoco entraría a la Tierra Prometida (v.37) también es anacrónica. Dios no le dijo
eso a Moisés hasta el fin de su vida (Núm 27:12-14; Deut 32:48-52), cuando pecó al
no glorificar a Dios en el momento de sacar el agua de la roca (Núm 20:9-13).
Los únicos que entrarían a la Tierra Prometida serían los “niños” (v.39). ¿Por qué sólo
ellos? Moisés ofrece dos explicaciones:

i. Para darle la contra al pueblo, quienes acusaron a Dios de haberles llevado al


desierto para matarlos a todos – incluyendo a los niños (“de los cuales dijisteis
que servirían de botín”, v.39a; ver Núm 14:3). Ante esa acusación injusta, Dios
se comprometió cuidar a los niños por cuarenta años en el desierto (Núm
14:33a), y al fin darles la Tierra Prometida.

ii. Porque ellos eran, en cierta manera, inocentes de los pecados de incredulidad e
ingratitud. Según Moisés, eran “hijos que no saben hoy lo bueno ni lo malo”
(v.39b).

El resto (todos los que iban a morir) tenía que dar la vuelta (v.40a), dejar atrás Cades-
barnea, y volver al terrible desierto (v.40b; ver v.19), retrocediendo sus pasos
“camino del Mar Rojo” (v.40c).

REFLEXIÓN: Con justa razón la Palabra de Dios declara que la paga del pecado es la
muerte. Al recordar a la generación que estaba por entrar a la Tierra
Prometida los pecados de sus padres, Moisés estaba queriendo inculcar en
ellos una actitud de fe y obediencia a Dios.

¿Qué de nosotros? No nos confiemos (ingenuamente) de ser


‘evangélicos’, como si eso en sí nos va a salvar. El peligro de la
incredulidad y la desobediencia es tan latente para nosotros (en la
Iglesia), como lo fue para Israel en el desierto.

“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón


malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes
exhortaos los unos a los otros…para que ninguno de vosotros se
endurezca por el engaño del pecado” (Heb 3:12-13).

¡Estamos advertidos (1 Cor 10:1-12)!

Deut 1:41-46

La amenaza de tener que seguir caminando por el desierto (v.40), y pasar cuarenta
años allí (Núm 14:33-34), asustó a Israel. Reconociendo (aparentemente) su pecado,
decidieron subir al monte de los amorreos, y luchar por la Tierra Prometida (v.41a).
Pero fue un falso arrepentimiento – nada más que un remordimiento (por las
consecuencias del pecado sobre ellos y sus hijos). Sabemos que no fue un verdadero
arrepentimiento porque siguieron con una actitud de rebeldía contra Dios. Dios
primero les mandó ‘subir’ (v.21); no quisieron (v.28). Ahora les mandó volver hacia el
Mar Rojo (v.40); tampoco quisieron.

REFLEXIÓN: ¡La desobediencia jamás se soluciona con otro acto de desobediencia! La


única forma en que podemos demostrar un verdadero arrepentimiento es
comenzando a obedecer a Dios, y dejando de hacer lo que nosotros
queremos. ¡Cuántas ofrendas, o actos de sacrificio y servicio no son nada
más que un intento (infructuoso) de expiar un acto previo de
desobediencia a Dios! Dios no nos pide actos de sacrificio, sino un
corazón obediente a Él (Heb 10:5-7).
En una actitud de desobediencia, los hijos de Israel tomaron sus armas y se alistaron
para pelear (v.41b). Dios en Su amor (¡porque Él no cambia!) les advirtió que no lo
hicieran – que no cometieran otro acto de desobediencia (v.42a). Él no iría delante de
ellos para pelear (como lo había prometido antes, v.30), así que serían derrotados
(v.42b).

Moisés cumplió en avisarles lo que Dios había dicho (v.43a); pero ellos no quisieron
escuchar. Estaban decididos hacer lo que ellos querían. ¡No les importaba lo que Dios
decía al respecto! Qué triste leer el análisis que Moisés hizo del comportamiento del
pueblo de Dios: “fuisteis rebeldes al mandato de Jehová, y persistiendo con altivez
subisteis al monte” (v.43b). Las dos cosas normalmente van de la mano – altivez y
rebeldía. Todos tenemos un orgullo latente en nuestros corazones; un orgullo que
origina en Satanás mismo. Y ese orgullo (autosuficiencia y un espíritu de autonomía e
independencia) genera una fuente permanente e interminable de actos de
desobediencia. Las letras de la canción, “Soy soltera y hago lo que quiero”, es el
epítome del pecado. Cada ser humano (que no conoce a Dios) tiene un letrero
invisible sobre su frente que dice, “Soy pecador y hago lo que quiero”. ¡Una copia fiel
del letrero que adorna la frente de Satanás y los demonios!

REFLEXIÓN: Evaluemos nuestras acciones y comportamiento. ¡Cuántas veces nos


comportamos así! Aun sabiendo la voluntad de Dios, decidimos no
hacerla; y nos entregamos a hacer lo que nosotros queremos. Dios nos
ayude a meditar bien las palabras del apóstol Pablo, “Con Cristo estoy
juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi” (Gál
2:20). Ese es el antídoto contra el pecado y la rebeldía espiritual.

El triste desenlace de la rebeldía de Israel no se dejó esperar. Dirigiéndose a los hijos


de aquella generación que se rebeló contra Dios, Moisés les hizo recordar lo que pasó:
“salió a vuestro encuentro el amorreo…y os persiguieron…y os derrotaron…” (v.44).
No sabemos cuántos murieron; Moisés no estuvo allí para contar el número de
cadáveres (Núm 14:44). Pero los fallecidos fueron simplemente las primicias de la
muerte de toda una generación de personas desobedientes, rebeldes y no
arrepentidas. Con justa razón la Biblia declara: “la paga del pecado es muerte” (Rom
6:23); y, “el alma que pecare, esa morirá” (Ezeq 18:4).

Cuando el resto del ejército de Israel volvió al campamento, derrotado, no encontró en


Moisés compasión alguna; ¡menos en Dios! Moisés dice, “volvisteis y llorasteis delante
de Jehová, pero Jehová no escuchó vuestra voz, ni os prestó oído” (v.45). No es que
Dios dejó de ser el Dios de Israel, o su Padre espiritual. Pero cuando el pueblo de Dios
sufre el castigo de Dios (por su rebeldía), no puede esperar sentir la compasión de su
Padre Celestial. El castigo es merecido; y para que les sirva de lección, tienen que
sufrir en silencio y sin consuelo. El deseo de Dios es que quizá las lágrimas suavicen el
corazón de piedra, para que pueda haber un verdadero arrepentimiento en ellos. La
disciplina nunca es placentera; pero con el favor de Dios, puede dar el “fruto apacible
de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Heb 12:11).

El primer capítulo de Deuteronomio concluye describiendo la estadía en Cades. Habían


acampado al pie del monte Sinaí (“Horeb”) casi un año (v.6). Lamentablemente, no
les sirvió de mucho, ¡porque no aprendieron a obedecer a Dios! Por eso, en vez de
avanzar a la Tierra Prometida, quedaron acampados en Cades. El pecado no nos
permite avanzar en la vida cristiana; más bien, nos estanca espiritualmente hablando.
¡Seamos sabios! Aprendamos de la experiencia del antiguo pueblo de Dios.

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