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21 enero 2018
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La aceptación pone fin a la huida –de hecho, no existe otro antídoto
frente a esa trampa- y nos alinea con el momento presente, es decir, con la
Vida, tal como en este momento se manifiesta.
“¿Cómo deberíamos vivir? –se preguntaba la beguina Matilde de
Magdeburgo-. Vive dándole la bienvenida a todo ”. Y, como si respondiera a la
misma pregunta, otra beguina –ahora reconocida como santa y doctora de la
Iglesia, Hildegard von Bingen- explicaba: “Doy la bienvenida a todas las
criaturas del mundo con gracia”.
La aceptación profunda consiste en la rendición a lo que es, más allá de
las etiquetas con que nuestra mente lo nombre. Y esa es la condición para
alinearnos con la Vida y fluir con ella. ¿El motivo último? Porque, en nuestra
identidad profunda, no somos un remolino separado, sino la propia agua que
se despliega en tal variedad de formas.
Por eso, al aceptar profundamente, descubrimos la plenitud que somos,
constatamos que el “Reino de Dios está cerca” y nos hacemos disponibles para
que, a través nuestro, pueda brotar y fluir la acción adecuada, una acción, por
otra parte, que estará marcada por la desapropiación y la compasión.
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