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1.

Carácter histórico de la filosofía:

La filosofía como actividad humana es algo que viene dado desde una determinada situación
ante la cual reacciona el pensar filosófico. El filosofar no se gesta en el vacío, sino que siempre
viene desde un topos histórico concreto que delimita el horizonte en el que se desarrolla el
filosofar. Este horizonte aunque reduce las posibilidades del filosofar, se vuelve en un dato
positivo porque es una reducción que acarrea la privación de posibilidades abstractas para
producir en su lugar posibilidades efectivamente reales y concretas. De ello que el pasado del
obrar humano no pase sin más y desaparezca, sino que es algo constitutivo de las posibilidades
del propio presente. La historia de la filosofía es una realidad constitutiva de todo filosofar. El
filosofar no puede ejercitarse en el vacío puesto que siempre se encuentra localizado
históricamente, y ha de partir de lo ya filosofado y contar con ello. De ahí que el filósofo no se
ocupe de la historia de la filosofía por simple curiosidad, más bien porque la filosofía también
se constituye en el proceso de su devenir histórico.

La filosofía mantiene con su historia una relación muy distinta de la que mantiene otras
realidades culturales que también son productos del hacer humano. Esas otras creaciones
culturales humanas mantienen una consistencia autónoma respecto de su pasado, pero a la
filosofía no le pasa lo mismo. Si nos fijamos en el análisis de la ciencia de Thomas Kuhn, una
vez asentado el paradigma se inicia un período de “ciencia normal”, ahí ya los científicos
pueden dedicarse a desarrollar su ciencia con independencia total de su pasado.

Hegel es el primero en comprender el hecho, en Introducción a la Historia de la filosofía: “la


filosofía emerge de la historia de la filosofía, y al contrario, Filosofía e historia de la filosofía son
una misma cosa, una imagen de la otra. El estudio de la historia de la filosofía es el estudio de
la filosofía misma.”

La filosofía no puede alcanzar su autonomía y especificidad al margen de su historia. La historia


de la filosofía no se puede considerar como algo extrínseco a la filosofía; la filosofía actual es
el resultado de todo lo pasado. El pasado filosófico no está muerto. Los pensamientos de
platón y Aristóteles tienen un valor actual.

Esto significa que el pasado filosófico es una tradición: pasado que se continúa en el presente,
pasado vivo y activo en la actualidad. La tradición conecta el presente con el pasado, haciendo
posible la continuidad de la historia. La tradición es conservación del pasado por el presente. El
filosofar se gesta sobre el fondo de una tradición, desde ella o contra ella. Esto es porque la
tradición no exige fidelidad absoluta y permite divergencias. La tradición ve el pasado como
una serie ininterrumpida de esfuerzos que se han convertido en responsables en que seamos
lo que somos. Es la cadena sagrada de la cual habló Herder y Hegel: “lo que hoy somos en
filosofía, lo debemos a la tradición, la cual se desliza a través de todo lo que ha perecido y, por
tanto, pasado, como una cadena sagrada, según la frase de Herder, que conserva y hace llegar
a nosotros lo que las generaciones anteriores han creado”. (Lecciones sobre historia de la
filosofía).
El romanticismo fue quién defendió con más ardor la autoridad de la tradición frente a la
crítica racionalista de la Ilustración. Lo transmitido desde la tradición posee gran relevancia en
lo que concierne a nuestra conducta ya que nuestro ser histórico se encuentra determinado
por la autoridad anónima de lo bendecido por la tradición. El romanticismo interpretó la
tradición como un opuesto a la libertad racional: la validez de la tradición no precisa
fundamentos racionales, sino que nos determina sin más. Sin embargo, esta tesis se encuentra
lastrada por la oposición del romanticismo al movimiento ilustrado; una oposición entre
tradición y razón, que es en verdad insostenible como subrayó Gadamer en Verdad y Método.
En realidad la tradición es siempre también un momento de la libertad de la historia. Incluso la
tradición más auténtica y venerada necesita de ser afirmada y cultivada. La tradición es
esencialmente conservación, y la conservación es ya mismo un acto de la razón. Ésta es la
razón de que sean las innovaciones, los nuevos planes, lo que aparece como única acción y
resultado de la razón. En todo caso la conservación representa una conducta tan libre como la
transformación y la innovación. La crítica Ilustrada a la tradición, igual que su rehabilitación
romántica, queda por tanto muy por detrás de su verdadero histórico.

Hegel ya atisbó también que en la tradición se puede encontrar creación, ya que la tradición
no se limita a guardar fielmente lo recibido. La tradición es considerada por Hegel como un
poderoso río, cuya corriente imparable y cuyo caudal se engrosa a medida que se va alejando
de su nacimiento. Lo transmitido por la tradición no es heredado sin más por el ser humano,
sino que esta herencia hay que trabajarla. En ese trabajo, lo recibido se elabora y, al
elaborarse, se enriquece a la vez que se transforma.

Así pues, afirmar que el filosofar acontece siempre dentro de una tradición no significa para
nada que el filosofar sea un simple efecto del pasado. Que el filosofar se encuentre
determinado por el pasado de una manera puramente mecánica.

Como explica Bergson, el filósofo no parte de ideas preexistentes, como mucho, selecciona las
influencias de las que quiere partir. Y es que, en todo filosofar se da una especie de juego
entre herencia y creación, entre el pasado y la originalidad. El filosofar es recreación: incorpora
como herencia la filosofía anterior que permanece viva en la tradición y a la vez es una libre
actividad personal creadora. Se filosofa sobre “prejuicios” que conforman la realidad histórica
de nuestro ser. Lo que ha de hacer el filósofo no es negar los prejuicios porque al negarlos,
justamente, será víctima de tales prejuicios. Lo que ha de hacer, es esforzarse por desvelarlos y
desplegarlos en todas sus implicaciones.

El pensamiento filosófico no vive en las nubes sino que siempre se encuentra determinado
desde un momento histórico, por tanto, inseparable de los modos de pensar, sus conceptos,
temas, problemas… tampoco significa que una doctrina filosófica sea el mero reflejo de una
época. No hemos de confundir la esencial historicidad de la filosofía, ya que ayuda a dar
cuenta de la pervivencia del pasado filosófico en la filosofía del presente, desde la afirmación
de una determinación epocal completa de la filosofía. Entre una época histórica y una
determinada filosofía surgida en esa época histórica, no hay una relación causa – efecto, sino
más bien hay una relación de situación: la situación no es algo previo a esa filosofía, sino que
surge en y por ella. La situación es el ámbito que esa filosofía circunscribe al nacer.
La situación de una determinada filosofía es algo que permanece implícito en ella, aunque
nunca aparezca con plena claridad en su discurso, sino que está solo insinuada a través de los
problemas que se plantea. En el discurso filosófico la situación sufre una transmutación, en la
medida en que éste discurso expresa como cuestión universal los problemas singulares vividos
por el filósofo. Así, el discurso filosófico disimula su situación social, política e histórica. Esto
es, porque su interés va más allá de su situación y la trasciende.

La relación entre el discurso filosófico y su época, escapa las relaciones de causa – efecto
porque el discurso filosófico tiene un sentido, mientras que no pretende reflejar una situación,
sino más bien que la significa. El filósofo asume los elementos esenciales de su momento
histórico, los estudia e interpreta, y luego crea su pensamiento y lo expresa.

El filósofo lo que quiere es apropiarse del pasado desde su filosofar. Lo que ha sido no puede
volver a ser de nuevo lo que fue, sino más bien tal como llegue a ser una vez transformado por
el filósofo que lo piensa. El filósofo, al volverse hacia el pasado, lo reconstruye y ya no hay
pasado “en sí”, sino sólo dentro de una determinada interpretación. El pasado no es
inmutable, sino que se puede reinterpretar, que es la función del filósofo, y es recreado a cada
momento. Solo una vez que hemos reconstruido el pasado y hemos tomado conciencia de lo
que nos diferencia de él, ya podemos apropiárnoslo y, mediante una libre decisión, abrazarlo o
rechazarlo.

Sólo hay una manera de conocer el pasado filosófico y es repensarlo y destruirlo en un sentido
heideggeriano. Es decir, desarticularlo hasta llegar a sus últimos elementos, a los principios
originarios que constituyen su raíz germinal. La filosofía no puede perder su sentido histórico
pero a la vez la historia de la filosofía no puede perder su sentido filosófico.

2. CARÁCTER FILOSÓFICO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA:

Es incuestionable que la filosofía posee un carácter histórico, y a su vez, que la historia tiene un
carácter marcadamente filosófico. Desde su nacimiento como saber con pretensiones de
rigurosidad y de cientificidad en la Ilustración, la historia ha mantenido con la filosofía una
unión muy estrecha. Es una vinculación entre ellas muy distinta de la que puede tener la
filosofía respecto de otra ciencia. Si la historia se ocupa del ser humano, no puede eludir la
cuestión por el sentido y, por consiguiente, no puede emanciparse por completo de la filosofía.
Desde su nacimiento como saber científico en el siglo XVIII, la historia no se ha separado de la
filosofía. La historia se ha escrito siempre sobre la base de una teoría filosófica que ha dotado
de sentido y ha impedido su sumergirse y perderse bajo un marasmo de datos.

Por tanto, si el carácter histórico es esencial a la filosofía, el carácter filosófico es también


esencial a la historia: no puede entenderse la filosofía sin el contenido que le suministra la
historia, pero tampoco la historia sin la filosofía que le proporciona un sentido. Desde Kant
podemos incluso llegar a decir: “la filosofía sin la historia es vacía, la historia sin filosofía es
ciega”.
3. FUNCIÓN DE LA HISTORIOGRAFÍA EN LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA:

En la historia de la filosofía, el trabajo historiográfico va enlazado a una reflexión sobre el


sentido filosófico, ya sea en el trabajo historiográfico en el campo filosófico, como en el propio
devenir histórico de la filosofía.

El historiador de la filosofía, lo que hace es asumir la importancia de la metodológica


historiográfica. La función será el establecer los hechos históricos y sus conexiones causales a
partir de las trazas que estos hechos han dejado en los documentos; por tanto, se han de
buscar y seleccionar tales documentos. Posteriormente, se ha de someter todo ese material a
las técnicas y prácticas filológicas, para la fijación de la cronología de esos textos y demás
procedimientos necesarios. Así, nos aseguramos de una exposición rigurosamente objetiva de
su contenido, limitándose a seguir su orden interno sin influir para nada en el resultado. Y, en
tercer lugar, la crítica historiográfica – erudita tiene como tema la determinación de las
influencias y de las fuentes de una doctrina su relación con la época y el ambiente que le tocó
vivir a su creador, etc. Finalmente, ha de ordenar los hechos buscando el nexo causal que los
encadena.

La historia de la filosofía no está realizada aun, porque no ha hecho más que comenzar. Las
doctrinas filosóficas no son puros hechos sino pensamientos dotados de vida propia y su
fecundidad no se agota. Los conceptos que configuran tales doctrinas son gérmenes de vida
propia que solo pueden desarrollarse como tales dentro de la estructura orgánica que les
corresponde. El análisis historiográfico de los factores externos que han colaborado en la
formación de una doctrina es algo legítimo e incluso necesario, pero sería un grave error
reducir una filosofía a un simple resultado mecánico de un conjunto de causas e influencias
más o menos inconscientes.

En historia de la filosofía no se trata de explicar causalmente un objeto, sino de comprender la


significación de una doctrina. El logro de la exactitud histórica no es para la historia de la
filosofía un fin en sí mismo sino tan solo un medio de aproximación indispensable para
asegurar un contacto directo con la realidad efectiva de las doctrinas.

De este modo, el método histórico, tiene valor en la historia de la filosofía ya que nos permite
conocer el medio en que ha nacido y se ha desarrollado una filosofía, además de las filosofías a
las que ha sucedido, a que ha debido oponerse o referirse, la significación del lenguaje de su
tiempo, los problemas que le son propios, etc. ninguna de estas cosas podría dejarse de lado
sin imposibilitar con ello la incomprensión de la obra. En definitiva, el método histórico en
tanto que instrumento metodológico es indispensable: quien trate de entender una obra
filosófica sin considerar su tiempo, su lugar, sus fuentes, las influencias que le han marcado y
demás variables, lo único que hace es lanzarse a un proyecto vacío y vano.

Pero, cuando éste método se impone como método único y suficiente en la historia de la
filosofía, se desconoce a esencia propia de la filosofía, reduciéndose a instancias que son
ajenas a ella, sean del tipo que sean: psicológico, económico, social, político, religioso…

Todos los filósofos – historiadores de la filosofía han reconocido la necesidad de abordar la


historia de la filosofía desde una perspectiva filosófica, como el único modo de asegurar un
contacto íntimo con la realidad filosófica, y así garantice una correcta reconstrucción interna
de las diferentes doctrinas según su propia ley de organización y no en función de leyes
externas.

4. SENTIDO FILOSÓFICO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

- Carácter aporético de la historia de la filosofía:

Toda historia, en cuanto actividad humana, ha de tener un sentido. Pues este sentido,
tratándose de la historia de la filosofía, ha de ser u sentido filosófico. La historia ha de tener un
sentido para la búsqueda misma de la verdad. Por ello, el historiador de la filosofía no debe de
eludir la pregunta: ¿Qué grado de verdad tiene los sistemas filosóficos del pasado con respecto
a la idea de verdad que el filósofo actual es capaz de asumir?

La historia de la filosofía no puede obviar de ningún modo su carácter filosófico. Las doctrinas
filosóficas son pensamientos dotados de vida propia, cuya fecundidad no se agota nunca. Es
necesaria la adopción de una perspectiva filosófica si se quiere hacer justicia al objeto propio
de esta historia. Sólo así la historia de la filosofía puede cumplir su objetivo más propio:
asegurar un contacto íntimo con la realidad filosófica. La historia de la filosofía es la historia de
la significación filosófica, de la coherencia y de la validez de las ideas. El interés básico del
historiador de la filosofía será redescubrir un sentido constituyente en ella. Por tanto, lo que le
interesa de la génesis es el sentido ya que el sentido es la intención de verdad en una
expresión a verificar. La historia de la filosofía considera su objeto de estudio como doctrinas:
es decir, unidades de sentido que dan cuenta de una experiencia y que garantizan a ésta una
comunicación universal. En ningún caso el historiador de la filosofía puede desentenderse del
problema planteado por la aspiración a la verdad inherente a toda doctrina filosófica.

Fue Hegel quien elevó la historia de la filosofía al rango de disciplina académica. Dotó de
auténtica significación filosófica, planteando la cuestión por la relación que las distintas
filosofías del pasado guardan con la verdad, cuyo descubrimiento y comprensión es la finalidad
propia de la filosofía.

Hegel siempre ha protestado contra la noción de la historia de la filosofía como un acervo de


opiniones en las cuales se refutan y se entierran los unos a los otros, dejando reducida dicha
historia a un campo sembrado de cadáveres. Así dicho, la historia de la filosofía no pasaría de
ser una “galería de disparates” y esto solo nos puede llevar al escepticismo. Y de ahí seguiría a
la vanidad de la filosofía.

Pero la historia de la filosofía no puede ser una galería de opiniones, porque la filosofía no
encierra ninguna opinión. No puede haber opiniones filosóficas. Una opinión es cualquier
pensamiento subjetivo, contingente y particular, pero la filosofía, en cambio, es pensamiento
puro, universal, existente en sí y por sí: “la filosofía es la ciencia objetiva de la verdad, la
ciencia de su necesidad, conocer conceptivo, y no un simple opinar o devanar opiniones”
(Lecciones sobre historia de la filosofía, Hegel).

PERO, si planteamos la cuestión en torno a la verdad en el marco de la situación histórica de la


filosofía, enseguida se revela el carácter aporético de la historia de la filosofía. Es un hecho
incuestionable que existe una sucesión histórica de las doctrinas filosóficas. Pero ésta
transformación de las doctrinas filosóficas en hechos que van sucediéndose a lo largo de la
historia, supone más bien la negación de su pretensión de verdad filosófica en tanto que se
vuelve fugitiva. La historia de la filosofía, solo parece pues, posible desde su concepto: es decir,
estando vacía de toda verdad filosófica.

Pero en cambio, todas las filosofías pretenden elevarse por encima de la historia y detener su
curso. Pero la historia de la filosofía, justamente, es la que arruina tal pretensión de verdad
convirtiéndolas en acontecimientos fugitivos y temporales.

De nuevo, es Hegel quien formula con claridad y precisión esta aporía encerrada en la
pretensión de elaborar una historia de la filosofía, entendida ya como historia interna de su
contenido.

Así es como Hegel descubre una doble contradicción: ¿cómo es posible que ese pensamiento
que es inmutable, eterno, etc. puede llegar a tener una historia siendo esta la representación
de aquello que es lo mudable, lo que ha sido y pasado, lo que ha caído en la noche de los
tiempos y ya no existe?

1. Hegel explica tal aporía en Lecciones sobre historia de la filosofía: “el primer
pensamiento que nos asalta cuando de una historia de la filosofía se trata es el de que
este tema encierra, por sí mismo, una contradicción interna. En efecto, la filosofía se
propone conocer lo que es inmutable, eterno, lo que existe en y para sí, su mira es la
verdad. La historia narra lo que ha existido en una época para desaparecer en otra,
desplazado por algo distinto. Y si partimos de la premisa de que la verdad es eterna
¿cómo incluirla en la órbita de lo pasajero, cómo relatar su historia? Y, por el contrario,
si tiene una historia y la historia consiste en exponer ante nosotros una serie de
formas pasadas de conocimiento, ¿cómo encontrar en ella la verdad, algo que no es
nunca pasado, pues no pasa?”.
2. En segundo lugar, si la filosofía es la ciencia de la verdad y la verdad es una, ¿cómo que
hay múltiples filosofías y tan distintas entre sí?

Hegel responde a quienes han intentado dar una solución de manera ingenua: nos
encontramos con que las filosofías desfilan ante nosotros, se contradicen, se destruyen unas a
otras y confieren a la verdad una apariencia cambiante, cuyo resultado final es el escepticismo.
Por otro lado, aspiramos, como filósofos, a la verdad y ella exige la existencia de un acuerdo
entre las distintas filosofías del pasado, por lo que toda pretensión de verdad genera un
dogmatismo.

La aporía verdad / historia, implicaría que la historia sólo sería historia de los errores y la
verdad, suspensión de la historia.

Esta aporía ha de encontrar solución ya que si no, sería imposible una historia filosófica de la
filosofía.
- Solución de la aporía implícita en la historia (filosófica) de la filosofía

La solución de esta aporía se ha desarrollado en dos direcciones básicas:

1) La que predominó a lo largo del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, es la que
considera la historia de la filosofía como un proceso de advenimiento de la única
verdad absoluta.
2) Surgida a partir de la segunda mitad del siglo XX, ve la historia de la filosofía como un
contexto hermenéutico que posibilita el diálogo y la comunicación del filósofo vivo con
los del pasado a través de la interpretación de sus obras.

Veamos brevemente estas dos soluciones.

a) La historia de la Filosofía como advenimiento de una verdad única:

La aporía inmanente en la historia de la filosofía busca descubrir la lógica inmanente que


subyace a la historia de la filosofía. Es decir, la lógica que establece las leyes internas del
devenir progresivo del pensamiento filosófico. Es un ardid de la razón bajo el cual reconcilia la
historia y la razón, dotando de un único sentido a la historia e imprimiéndola un movimiento a
la razón.

La historia de la filosofía cobra así una significación clara: la serie de las filosofías constituye el
despliegue de una única filosofía, cuyo movimiento único atraviesa todas las demás. El
prototipo de esta filosofía es Hegel.

Hegel supone como única salida a ésta aporía de la Historia de la filosofía, una correcta
comprensión del concepto de verdad. Para Hegel, la verdad es la idea: el concepto que se
realiza determinándose a sí mismo, además que su unidad es dinámica, concreta y
totalizadora. En filosofía, la verdad es la idea, lo vivo y dinámico: “la verdad es el movimiento
de sí misma en sí misma” dirá Hegel en la Fenomenología del espíritu. Su esencia (de la verdad)
es el desplegarse, ir evolucionando para que el ser en sí que es pura potencialidad, devenga en
ser para sí, y sea actualice ya como efectiva realidad. Lo característico de este desarrollo es
que en él no surge nada enteramente nuevo. La idea más bien, sigue siendo la misma a través
del proceso: la idea de todo lo que estaba ya contenido implícitamente en su unidad inmediata
e indiferenciada. Esta evolución es absolutamente necesaria para que la idea llegue a ser de un
modo efectivo y explícito lo que desde siempre ya es potencialmente de un modo implícito. Es
un despliegue que no se realiza en línea recta, sino que regresa hacia sí mismo en círculo,
regreso que constituye el verdadero infinito. Así, el espíritu desciende a lo más profundo de sí
mismo y lo descubre. El desarrollo es un continuo enriquecerse con nuevas determinaciones
que suponen las determinaciones de las etapas anteriores de forma que cada etapa es más
concreta que la precedente. El proceso va desde lo más abstracto a lo más concreto (la
filosofía hegeliana). Pues el motor de esta evolución será la contradicción que surge en el seno
de lo concreto; pues esa contradicción da origen a las diferencias. Pero la idea es lo concreto,
como la verdad es una lo que hace es suprimir y anular las diferencias. Lo hace así porque
asume las diferencias como momentos o aspectos articulados en el sistema orgánico que es la
idea. Lo verdadero es el todo. Las diferencias representan lo parcial por lo que son falsas y
deben desaparecer absorbido en la unidad total y concreta de la verdad, que no deja nada
fuera de sí. La verdad es, por tanto, un proceso dialéctico que se despliega a través de la
historia.

Se observa claramente que la solución de la aporía que se nos presentaba en la historia de la


filosofía: la filosofía en cuanto ciencia objetiva de la verdad, es el conocimiento de la evolución
concretizadora y totalizadora de la idea y, considerada como pensar conceptual, es esta misma
evolución pensante, que no es un ir hacia otra cosa sino un volver hacia sí mismo en círculo.
Como autoconocimiento (no pleno) de la idea, la filosofía es un sistema dinámico, como una
totalidad que se desarrolla desde lo más abstracto hasta lo más concreto. Por ello, la última
filosofía, que es la hegeliana, es el resultado de todo lo precedente, de todo lo producido por
la actividad del Espíritu durante miles de años.

La filosofía asume su historia. La filosofía solo puede realizarse en su historia. Como explica
Hegel: “la historia de la filosofía es idéntica a sistema de filosofía (…) este es el sentido, la
significación de la historia de la filosofía. La filosofía emerge de la historia de la filosofía, y al
contrario. Filosofía e Historia de la Filosofía son una misma cosa, una la imagen de la otra. El
estudio de la historia de la filosofía es el estudio de la filosofía misma, particularmente la
lógica” (Introducción a la historia de la filosofía).

Entonces, la filosofía como ciencia objetive de la verdad posee una historia, porque la verdad
sólo puede llegar a ser tal por virtud de su despliegue. Este despliegue se hace:

 Desde la Ciencia de la Lógica


 O bien, desde el punto de vista del movimiento de su dispersión (exteriorización)
empírica del tiempo, en lugares y pueblos: esto sería Historia de la Filosofía.

Por tanto, cada filosofía es una determinación necesaria de la idea: en esa sucesión de
filosofías el orden se rige bajo una necesidad.

Aquí reside la tesis central de la concepción hegeliana de la historia de la filosofía. Esta tesis
convierte la simple sucesión temporal de las distintas filosofías en una secuencia racional,
cuyos diversos momentos terminan constituyendo un conjunto coherente dentro de su propia
autonomía. Por tanto, esta tesis establece que la sucesión de los sistemas de la filosofía en la
historia de ésta es la misma que la sucesión de las diversas fases en la derivación lógica de las
determinaciones conceptuales de la idea. En definitiva, nos lleva a afirmar que la historia de la
filosofía no es otra cosa que el despliegue de la idea = verdad.

Se vislumbra la salida a la aporía de la historia de la filosofía, que no es una historia de cosas


pasadas y muertas, sino un conocimiento de cosas vivas y presentes. En la historia de la
filosofía nada ha perecido totalmente porque todo se conserva aunque sea ya transfigurado.
Esto es gracias al sistema dialéctico que imprime el movimiento en la historia, y que se rige en
las contradicciones. En esa dialéctica, se terminan engullendo las contradicciones dentro de la
historia de la filosofía, puesto que la verdad es una. Igualmente la filosofía es una, pero
necesita de las demás alteridades de tesis filosóficas que van saliendo en el transcurso de la
historia; necesita también de ellas para conquistar su auténtica unidad total y concreta. Las
múltiples filosofías son momentos necesarios del despliegue de la única filosofía.
Cada sistema filosófico es función dialéctica de los que le anteceden y de los que le siguen.
Dentro del sistema no hay nada superfluo o falso, porque todo sistema en tanto que momento
de la idea, es absolutamente necesario y perfectamente verdadero.

Pero, en cuanto quiere afirmarse como la verdad suprema, se convierte en algo falso, porque
se suprime a sí mismo como verdadero (comienza el proceso dialéctico), y queda subsumido
en la verdad del sistema siguiente que expresa un punto de vista elevado, capaz de subordinar
bajo sí, el punto de vista anterior.

Este es el sentido de la refutación en filosofía: mostrar el lugar que un sistema filosófico ocupa
dentro de la totalidad de la marcha necesaria y progresiva de la verdad, y con ello, su
unilateralidad, aquello que le falta, y la necesidad que tiene de ser completado.

Las filosofías posteriores, suprimen (refutan o cancelan) a las anteriores, como sistemas que
pretenden elevarse por encima de su tiempo y expresar la totalidad de la idea (verdad) desde
la unilateralidad de su principio. Sin embargo, este principio representa una conquista
imperecedera de la razón, por lo que no es anulado, sino como hemos explicado ya, anulado /
engullido en la filosofía posterior como un momento constitutivo de la misma. Este proceso
tiene una meta que sería la total explicación de la idea como sistema de verdad.

El fin de la historia de la filosofía es el reencuentro de la filosofía consigo misma, y su progreso


es el progreso infinito del círculo perfecto, cerrado sobre sí mismo, siendo principio y fin.

Es la filosofía hegeliana del Absoluto: la Idea se piensa a sí misma y está contenida en toda la
historia de la filosofía, constituyendo el fin de ésta y de la misma filosofía.

La filosofía y su historia son idénticas en el límite: el sistema.

Esta concepción hegeliana de la historia de la filosofía ha sido objeto de duras críticas a lo largo
de la historia, porque identifica la serie lógica con la serie historicocronológica. A pesar de ello,
resulta indiscutible que ha sido el creador de la historia de la filosofía como disciplina
académica de primera importancia.
b) La historia de la filosofía como un contexto hermenéutico:

La segunda solución al problema de la aporía de la historia de la filosofía, parte del


pensamiento de Martin Heidegger y de la fenomenología husserliana. El pensamiento queda
recogido en la hermenéutica contemporánea, sobre todo con Hans-Georg Gadamer y Paul
Ricoeur. El punto de partida es el “círculo hermenéutico” que sigue la línea de pensamiento de
Heidegger. La comprensión en Heidegger es la esencia del ser humano, que constituye el
fundamento de toda teoría, explicación, conocimiento… El ser humano, para Heidegger, es el
ser cuya esencia supone su existencia. El ser humano no es ninguna cosa, sino que es
primariamente posibilidad abierta de ser: el ser-ahí, es en cada caso aquello que él puede ser y
tal cual es su posibilidad. El hombre es sus posibilidades, es la comprensión. La comprensión es
la posibilidad de su existencia: es proyecto. Comprender las posibilidades es proyectarlas, el
existir es proyectarse hacia delante.

El comprender es, en cuanto proyectar, la forma de ser del ser-ahí, en que éste es sus
posibilidades. La comprensión proyectiva constituye el mundo como sistema total de cada
cual. Las cosas cobran sentido en virtud del proyecto que es cada ser humano.

Al comprenderse uno a sí mismo como proyección, comprende también a las cosas


colocándolas en el marco del proyecto que él es y proporcionándoles un sentido. La
comprensión proyecta el horizonte de sentido que es el mundo.

La estructura circular de la comprensión fundamentada ontológicamente en el modo de ser


del dasein. La comprensión originaria que abre mis posibilidades y, a la vez, a mí mismo en
cuanto ser que puede ser antes de toda reflexión, es para Heidegger, la fuente de todo
conocimiento. Todo conocimiento supone la condición comprensiva de la existencia como
proyecto. Comprender cognoscitivamente algo consiste en saber a qué atenerme respecto a
ello, es decir, hacerme una idea del lugar que ocupa en el campo de mis posibilidades
existenciales. Por ello, solo podemos comprender una cosa si la insertamos en este campo.

La interpretación es la apropiación de lo que ya estaba abierto previamente como posibilidad


en el proyecto existencial. La interpretación está determinada por estructuras previas; es el
mundo como espacio abierto para el desarrollo de mis posibilidades en tanto que anticipación.
Por tanto, el principio fundamental de la hermenéutica contemporánea: la interpretación no
es nunca la captación sin supuestos de algo dado. El sentido de algo está en función de la
estructuración previa propia de la existencia.

El círculo del comprender no es un círculo vicioso, sino una posibilidad positiva de conocer en
la forma más original y rigurosa, evitando las ocurrencias personales o populares, porque el fin
es orientar la mirada a las cosas mismas. La objetividad de la comprensión es la confirmación
que obtienen las opiniones previas anticipadas en el proyecto existencial a lo largo de su
elaboración.

La hermenéutica trata de aclarar las condiciones de comprensión de las obras y enunciados


filosóficos, asumiendo el círculo hermenéutico de la comprensión y la existencia, siguiendo a
Heidegger. La comprensión de otros pensamientos es la comprensión de sí mismo en cuanto
existencia precomprensiva, y la comprensión de sí mismo es comprensión de otros
pensamientos. Esto lleva a Gadamer a rehabilitar el prejuicio en tanto que sea la condición de
la comprensión y como expresión de nuestra pertenencia a una tradición histórica, en cuyo
seno únicamente pueden decirnos algo las obras filosóficas del pasado.

El punto de partida de la hermenéutica es el comprender una obra que ha de tener cierta


vinculación con la tradición desde la cual ella habla; es decir, ocupar un lugar intermedio entre
la familiaridad absoluta y natural y la extrañeza. En la comprensión acontece siempre una
fusión de horizontes: el horizonte que abarca y encierra todo lo visible desde la situación
propia de la obra interpretada y el horizonte del intérprete de la misma, fusión posibilitada por
la continuidad establecida gracias a la tradición.

La tradición habla por sí misma, además de constituir la esencia del lenguaje: el lenguaje es el
medio universal en el que se realiza la comprensión misma. El medio universal de la
experiencia hermenéutica es el que permite la fusión de horizontes que tiene lugar en toda
comprensión de un texto en virtud de su interpretación.

La interpretación de un texto posee una estructura dialógica: una conversación / diálogo.


Siempre con vistas a llegar a un acuerdo en el cual es preciso atender al otro y ponerse en su
lugar, intentando entender lo que dice.

Pero el diálogo hermenéutico, sabe que el acuerdo es bastante difícil, ya que la distancia entre
el punto de vista del texto y del intérprete NO es superable.

La conversación hermenéutica elabora un lenguaje común que hace posible la comunicación


entre el texto y el intérprete. La experiencia hermenéutica no sirve para que el texto sea
entendido como un medio para conservar los residuos del pasado, sino más bien va más allá
de esto, y está dotado de una existencia propia y separada, tanto del autor como de las
condiciones históricas de su producción, como de señas a las que fuera dirigido para un lector
en concreto.

El texto, se eleva a una esfera de sentido por lo que puede participar cualquier persona que
esté en condiciones de entenderlo. La comprensión interpretativa no puede limitar su
horizonte de sentido ni por lo que el autor tenía originariamente en su mente, ni tampoco por
el horizonte de su original destinatario, porque abarca también el del interés actual; el objetivo
es, la participación en un sentido presente.

La historia de la filosofía aparece como el contexto hermenéutico que engloba las condiciones
de la interpretación de los textos y de obras filosóficas. El historiador busca desvelar el sentido
encerrado en la historia filosófica interrogándola, planteándole preguntas que le obliguen a
decir lo que no está dicho en el texto de modo explícito. Es un ejercicio de sospecha: siempre
que algo se revela, viene a primer plano, otra cosa queda velada, oculta, pasa a segundo plano.

Esta manera de entender la historia de la filosofía como hermenéutica / comprensión de la


realidad singular de cada doctrina filosófica exige un replanteamiento de la relación entre la
verdad y la historia. Esta verdad de la historia de la filosofía no puede ser verdad por
adecuación de una proposición a un objeto. Se corresponde sí, con la verdad ontológica. Esta
verdad es el medio universal en que se realiza la búsqueda y el encuentro de toda posible
verdad óntica concreta por parte del pensamiento.

La verdad es algo que acontece en la búsqueda que se extiende desde la finitud de mí


interrogar y mi apertura al ser. Es una claridad que se entiende como ámbito de sentido en
que se baña todo discurso filosófico. La claridad es el mediador universal entre todos esos
textos.

Gracias a esta claridad es posible el diálogo entre el historiador de la filosofía y las obras de los
filósofos del pasado, diálogo que patentiza la existencia de una comunidad de búsqueda,
“filosofar en común”, con la esperanza ontológica de estar ante la verdad.

El diálogo con los textos, rescata las filosofías pasadas, aflorando respuestas que sus
contemporáneos no habían visto. La significación de las obras filosóficas es inagotable para
una historia hermenéutica de la filosofía, su verdad es algo implícito que nunca ha terminado
de explicitarse: “sólo se la puede poseer bajo la forma de la exigencia de buscarla todavía”.

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