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Islamofobia poliamorosa: somos los que

molan
 Brigitte Vasallo
 23/10/2017
 alteridad, islam, islamofobia, Machismo, otredad, Poliamor, poligamia

La gran mayoría de webs poliamorosas de Europa, Estados Unidos o Canadá


aclaran que “nosotros” no somos polígamos porque somos igualitarios. Esa
lógica refuerza la construcción de un “otro” bárbaro y machista, a la vez que
lava la cara a una comunidad que no es tan igualitaria como afirma ser.

Ilustración: Ana Penyas


Como en una novela policíaca, fue en un bar de Lisboa donde Daniel Cardoso me puso
sobre la pista. “Busca en Canadá” – me dijo – “y habla con Nathan Rambukkana1. Dile
que vas de mi parte”.
En 2011, la principal asociación poliamorosa de Canadá, la Canadian Polyamory
Advocacy Associtation, lanzó una campaña para protestar sobre una sección del
Código Penal que amenazaba con cárcel a las personas involucradas en relaciones
sexo-afectivas de más de dos, denominadas polígamas. En Canadá, ese publicitado
paraíso, también existe un texto legal denominado ‘Cero Tolerancia hacia las prácticas
culturales bárbaras2‘, que habla con claridad de la prohibición de matrimonios
simultáneos, sean o no consentidos por todas las partes.
Este tipo de leyes, pensadas obviamente para la migración musulmana, afecta
directamente a las comunidades poliamorosas posmodernas y generan un conflicto de
intereses difícil de resolver. Como racistas que somos, nos parece fatal la poligamia.
Pero como poliamorosos, nos parecen estupendas las uniones de más de dos
personas. ¿Cómo resolvemos tal conflicto? La Canadian Polyamory Advocacy
Associtation lo tuvo claro: “We are the NICE”, reza su web. Somos la gente maja, somos
los que molan. Y como por arte de magia, dejaron cerficado en una sola frase el
opuesto binario, los que no molan, los malos, son los Otros. Los polígamos.
La máquina de guerra Oriente-Occidente va sumando tentáculos desde hace 2.500
años, si creemos las crónicas que sitúan el inicio de la confrontación fantasmagórica en
la batalla de las Termópilas. Y a estos tentáculos se acaba de añadir una nueva vuelta
de tuerca: el islamofobia poliamorosa.
La palabra “poligamia” ni es coránica ni se usa en árabe, hasta donde yo sé. En este
caso, no es necesario ni ser una experta: basta con ir a la aleya 4, versículo 3 del Corán
y leer la única referencia al tema: “Si teméis no ser equitativos con los huérfanos,
entonces, casaos con las mujeres que os gusten: dos, tres o cuatro. Pero si teméis no
obrar con justicia, entonces con una sola o con vuestras esclavas. Así evitaréis mejor
el obrar mal” (Traducción de Cortés)3. Estamos hablando del siglo VII del calendario
cristiano: el islam no se inventa la práctica polígama, sino que la regula en
una época donde hay documentados reyes y mandatarios, también cristianos,
con miles de esposas literalmente.
“Poligamia” es una palabra griega que se usaba hasta el siglo II d.C. para referirse a
monogamias seriadas. Después desaparece de las lenguas europeas para volver a
aparecer en 1558 en francés, y en 1590 en inglés. La presencia musulmana en Europa
durante 800 años dio espacio suficiente para la reaparición del término de haber sido
necesario, pero incluso las crónicas medievales de la península ibérica hablan
de “matrimonios múltiples” entre musulmanes y yo tampoco he sabido encontrar el
término “poligamia”.
En el siglo XVI, sin embargo, Francia e Inglaterra empiezan sus expediciones coloniales
a las que se unirá la antropología como ciencia, también colonial, en el siglo XVIII. En
su búsqueda de la alteridad monstruosa, los antropólogos de la época organizan las
posibilidades de relaciones sexo-afectiva de manera jerárquica y sitúan en su cúspide
al núcleo heterosexual y formado por dos personas. Ésta será, a partir de entonces,
la “mejor” manera de amarse, la forma más civilizada de relación, la más justa y
adecuada. Hay autoras que incluso relacionan monogamia y democracia y que tienen
doctorados defendiendo esta unión indisoluble de conceptos.
Una vez construida la jerarquía, se rellenan los puestos inferiores: la poligamia
musulmana o los matrimonios grupales son formas inferiores de relación, formas
bárbaras, salvajes. Aclaro que esta misma distribución jerárquica y su propaganda
ha sido una de las herramientas para imponer la monogamia a las poblaciones
europeas a través de maquinarias represivas como la Inquisición, que persiguió y
aniquiló las disidencias sexuales, de género y reproductoras, y declaró heréticas las
comunidades que quisieron incluir la sexualidad ritual en sus prácticas o que se negaron
a acatar las normas de género hegemónicas que trataban de relegar a las mujeres a
roles pasivos y de base.

Menos Foucault y más Shakira


En la actualidad, una nueva práctica sexo-afectiva viene a sumarse a la jerarquía: el
poliamor y otras no-monogamias. Pero ¿dónde ubicarla? El discurso hegemónico
poliamoroso no duda en situarse por encima de la monogamia. “Somos” mejores
porque somos equitativos, igualitarios, consensuales y, sobre todo, somos éticos.
Somos lo más. La relación entre poliamor y ética es muy curiosa, pues son dos términos
que se definen de manera recíproca en estos contextos. ¿Cómo sabemos que es
poliamor? Porque es ético. ¿Cómo sabemos que es ético? Porque es poliamor. Así,
nunca salimos del círculo vicioso y el marco concreto de esta ética siempre acaba fuera
del campo de visión. Lo es y punto; no discutas más.
La gran mayoría de webs poliamorosas de Europa, Estados Unidos, Canadá,
etc… tienen un apartado específico aclarando que “nosotros” no somos polígamos
porque somos igualitarios. Eso quiere decir que tanto hombres como mujeres pueden
ser poliamorosos. Bien. Lo que olvidan estas webs es la cuestión de la biopolítica que
rige nuestras sexualidades y nuestros amores. Así, aunque los grupos poliamorosos
digan que “lo pueden hacer” hombres y mujeres por igual, a la hora de la verdad
la penalización de la sexualidad de las mujeres y de las identidades no binarias
así como la exclusión de sexualidades disidentes hacen que sean los hombres
cisgénero los mayores beneficiarios de esta nueva revolución de los de
siempreen detrimento de la exclusión de las de siempre también. Y sabemos que la
biopolítica existe, pero existe para los demás. Nosotros estamos tan seguros de nuestra
superioridad post que creemos que leer a Foucault nos hace impermeables a la
influencia de Shakira. Y no: la biopolítica, precisamente, va de Shakira, no de Foucault.
Ese discurso, por lo tanto, no es solo engañoso, sino que genera nuevas violencias
hacia formas relacionales ya violentadas de por sí. “Nosotros”, los foucaults, somos
guays, y “ellos” son los chungos, los malos, los machistas. Así, la opinión pública
general, incluso poliamorosa, ve completamente aceptable que las familias
migrantes polígamas sean divididas en las fronteras, que solo a una esposa se le
conceda el estatuto de esposa legítima, que el resto de vínculos de esa unidad no sean
reconocidos por la legislación europea, y que esa familia quede dividida, hijos e hijas
incluidas4. También aparece como aceptable que una parte de la familia obtenga
permisos de residencia y otra quede indocumentada, porque nos consideramos con
total legitimidad para decidir qué es amor y qué no, qué es una familia y qué no, qué es
una relación ética y qué no, directamente y sobre el papel, sin acercarnos siquiera a
esa relación.
Por si fuera poco, y a modo de pez que se muerde la cola, esta acusación
indiscriminada contribuye también a lavarle la cara al poliamor normativo, que
reafirma sus bondades estereotipadas frente a las maldades de una poligamia cliché y
favorece las violencias en las relaciones poliamorosas, que aparecen siempre como
incuestionables.
Mientras todo esto sucede, las personas poliamorosas paseamos por los platós de
televisión con nuestras parejas múltiples explicando lo maravillosa que es la vida
amorosa plural. Porque nosotras somos las que molan. Somos las guays.
Para que nuestros amores personales sean políticos, hay que hacer política de nuestra
experiencia. Si algo puede aportar la vivencia poliamorosa al conjunto es precisamente
cuestionar estas miradas moralizantes sobre las relaciones y construir una manera
poliamorosa de estar en el mundo. Eso incluye, sin duda, acercarnos a las tradiciones
que durante siglos han propuesto relaciones múltiples y aprender de sus estrategias,
así como de las luchas de resistencia contra la poligamia obligatoria. El trabajo de las
feministas islámicas contra los abusos del patriarcado musulmán en temas de
poligamia es un trabajo cercano al de las feministas poliamorosas hartas del
machismo no-monógamo. No podemos convertirnos en una nueva herramienta para
la violencia. Y las fronteras, físicas y emocionales, son el lugar preciso al que tenemos
que mirar para poner freno al neoliberalismo emocional y el etnocentrismo bélico.

1 Su conferencia en el I Congreso de No-monogamias a partir del minuto


45
2 http://laws-lois.justice.gc.ca/eng/AnnualStatutes/2015_29/page-
1.html#h-5
3 Es extremadamente interesante comparar traducciones coránicas para
ver hasta que punto pueden contener significados divergentes. En ese
sentido, la web www.tanzil.net permite comparar ediciones en multitud
de idiomas.
4 Imprescindible el trabajo sobre la cuestión de Pablo Pérez Navarro.

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