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“Una duda
razonable”
By rucrespo in Artículos, Filosofía, Sociología, Sociología Analítica, Sociología de los Valores
http://cisolog.com/sociologia/12-hombres-sin-piedad-una-duda-razonable/
Cuando una película, aparte de cumplir su función principal de entretener, trata con
maestría algún problema real de índole social —el que nos interesa en este weblog—, el
concurso de la crítica a posteriori sobrepasa el meramente cinéfilo y se le suma una serie
de análisis y reflexiones sobre dilemas que están en la misma base de las ciencias
sociales y la filosofía. Al fin y al cabo, un filme representa un documento que para la
investigación social puede ser un objeto de estudio muy interesante. Un documento que es
asumido como un acontecimiento con materialidad informativa que tiene importancia
social, única y singular. Así, las películas que reflejan aspectos ‘trascendentales’ de
la realidad social, no dejan de ser auténticas prácticas, que expresado en la metodología
foucaultiana, tienen: una estrategia (el suelo: tiene sus raíces en una sociedad concreta,
compuesta por otros documentos, pudiéndose llevar el análisis hasta el infinito),
una intención (lo que intenta hacer el documento en la sociedad), y unas consecuencias (lo
que el documento hace a la sociedad).1
12 hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957) es una de las películas mejor valoradas de
la historia del cine; por ejemplo, Fimaffinity la tiene entre las cinco mejores por votación
(véase la ficha en la misma web de Fimaffinity: 12 hombres sin piedad). Pero, además, se
trata de una de esas película cuyo tema y la manera en que ha sido tratado tiene el interés
que he descrito arriba. Con un gran talento, su director, Sidney Lumet, logra representar a
través de una situación microgrupal un gran problema de nivel macrosocial que, además,
está en el origen mismo de la condición humana, la moral y la ética social. Se trata de
cómo los prejuicios, los intereses y las influencias del pensamiento preponderante de la
sociedad ejercen una gran presión sobre el individuo a la hora de juzgar y tomar una
decisión sobre otro, y que por las evidencias, sólo aparentes, cree actuar con certeza de
justicia hasta que aparece «una duda razonable». Una duda que no siempre tiene la
suerte de ser lo suficientemente atendida, pero cuando logra que los individuos
reflexionen, tal reflexión no sólo les llevará a replantear el problema mismo, sino que
además les llevará a un verdadero análisis retrospectivo y a cuestionarse sus propios
valores morales.
Como verá el lector, el tema de fondo de esta película tiene una notable importancia para
disciplinas como la filosofía moral o la sociología, pero no menos para cualquier individuo y
la sociedad en sí misma. A continuación se presenta un análisis interpretativo, tan genial
como la misma película, de Esther C. García Tejedor (Doctora en Filosofía por la UNED).
Este análisis ha sido extraído con su permiso de un artículo de su blog Siete
peldaños. Filosofía en imágenes, didáctica y reflexiones.
Argumento
Un chico de 18 años es juzgado por el asesinato de su padre. El jurado debe emitir su
veredicto en un caso en que todas las evidencias parecen condenar al acusado. Estos
doce hombres, a los que el sistema presupone imparciales, comienzan a manifestar su
personalidad a medida que deliberan, a petición de uno de ellos, sobre los testimonios que
fueron presentados. La fuerza del diálogo y de la lógica va desmoronando la consistencia
de esos testimonios que, una vez que son unidos como un puzzle, manifiestan su
inconsistencia. La racionalidad del protagonista se va abriendo camino entre la niebla de
los prejuicios, pasiones y motivaciones anímicas de los demás miembros del jurado. Uno a
uno son incitados a reflexionar, comprender y aclarar lo que se esconde tras las
apariencias del caso. En este proceso, son sus propias personalidades las que están
siendo analizadas una vez que se embarcan en el ejercicio esclarecedor de la razón.
La trama
Nuestro sistema judicial se basa en el principio que ya estableciera el derecho romano: in
dubio, pro reo (ante la duda, a favor del reo). Esto significa que toda persona es inocente
hasta que se demuestra su culpabilidad. Sin embargo, en la sociedad suele ocurrir a
menudo lo contrario, como se refleja aquí: el chico parece culpable, las evidencias tienden
a enfocarlo así; el debate del jurado va desmoronando la consistencia de esas evidencias,
hasta desembocar en una “duda razonable”, suficiente por ley para absolver a un acusado.
El tema
El punto de partida: la opinión previa
El tema, más que el de la justicia a secas, es el del juicio humano. ¿Cómo se fragua un
juicio sobre la realidad? La película se plantea en un entorno en que la irrelevancia o
inocencia de la “opinión” propia no tiene cabida: el juicio que se forja cada uno de estos
hombres sobre unos hechos tendrá como consecuencia la condena a muerte de un chico
de 18 años.
Nuestra opinión sobre el mundo tiene unas consecuencias; el ser humano es responsable
del modo en que las fragua: analizar los propios planteamientos, conocer los propios
prejuicios, desvincularse de los propios intereses, son obligaciones morales ante las que
todo ser humano debe responder. La desidia ante el conocimiento de la verdad, sobre uno
mismo o sobre el mundo, nos hace inexcusablemente culpables.
Muchos son los factores que intervienen o alteran de algún modo la formación de un juicio:
los prejuicios (ideas preconcebidas sobre la realidad), los intereses, la influencia
del pensamiento de la sociedad y de la opinión ajena (actitud supeditada a menudo al
miedo a la imagen que proyectamos), la apariencia, a la cual a menudo se produce una
adhesión acrítica… Todas estas actitudes se ven reflejadas de un modo u otro en alguno
de los personajes, que componen así un microcosmos social, un reflejo de modelos
humanos encerrado en una habitación. Sólo hay un camino para superar estas barreras: la
reflexión.
En la película se plantean varias actitudes ante la reflexión: al principio, sólo uno ha optado
por llevarla a cabo, y va arrastrando a otros. En los demás encontramos: o bien una
primera pasividad, que van superando de distinto modo, o bien una abierta hostilidad: en
alguna escena se ve cómo alguno de ellos se niega a la evidencia racional de aceptar
como posible una determinada interpretación de los hechos.
Tras un primer intento, el que promueve la reflexión propone una segunda votación, ante
cuyo resultado se rendirá. Esa secuencia no es baladí: el diálogo sólo puede
establecerse cuando dos partes están dispuestas a ello. Fonda se da cuenta de que
su monólogo no llevará a ninguna parte; la actitud del viejo representa esa aceptación del
reto de dialogar. Ante la ceguera o desidia de los demás, uno despierta la conciencia
crítica, lo que da pie al desarrollo de la película.
Aunque la película parece realista, en realidad el resultado final es más un alegato ético
sobre lo que debería y en última instancia podría ser si la razón humana, instrumento
fundamental de la ética, guiara nuestra conducta.
La justicia no se puede esperar del devenir de la vida; es un ideal humano, pero un ideal al
alcance no de cada individuo, sino de la humanidad en su conjunto. Las consecuencias
éticas de nuestra conducta, dejadas a la ensoñación de la “justicia cósmica”, dependerán
totalmente del azar. Como la vida del muchacho de nuestra película depende del “azar”
que ha compuesto a los miembros de su jurado, y que en este caso ha permitido que
participe la razón y la conciencia, necesariamente introducidas por un ser humano.
En el caso que nos ocupa, el personaje representado por Henry Fonda asume este papel.
Supera todo tipo de ataques: es acusado de ansia de protagonismo, de darse importancia,
de provocador… críticas ante las que hace caso omiso con una integridad rayana en lo
heroico (esta misma actitud impasible la mantiene también el corredor de bolsa). En el
mundo real es más habitual la actitud de otros de los miembros del jurado, que se indignan
ante la malicia de los comentarios de quienes se empeñan en boicotear las
argumentaciones.
Es importante destacar que ese debate no se produce porque uno piense que es inocente;
su declaración es que no lo sabe. El primer paso es la duda. La película plantea
constantemente una dialéctica que gira en torno a los conceptos de lo evidente, lo posible
y lo probable. Lo que en un principio parece que no deja lugar a dudas, es puesto en tela
de juicio cuando alguien comienza a plantearse hasta qué punto los hechos son,
efectivamente, evidentes.
Experiencia y prejuicio
La experiencia, efectivamente, es un tipo de conocimiento práctico que proporciona una
mayor plasticidad de respuesta. Como dice el refrán: “el joven conoce las leyes; el viejo,
las excepciones”. Pero la experiencia no es algo que se adquiera de forma pasiva, por el
mero paso del tiempo. Exige capacidad de aprendizaje, de lectura de la propia vida.
Cuando confundimos la naturaleza de la experiencia y transformamos nuestras propias
vivencias en ley, la experiencia deja de ser el conocimiento práctico que es y se torna
en prejuicio. Uno de los personajes pretende hacer ley universal la coducta antisocial que
abunda en ciertos barrios marginales; otro, abandonado por su hijo, desarrolla una opinión
generalizada hacia todos los hijos, e incapaz de enfrentarse a la realidad de sus
sentimientos, los proyecta hacia todos los hijos. Azarosamente declara cómo educó a su
hijo a partir de su propia opinión sobre lo que debía ser un hombre. Sin darse cuenta, su
incapacidad por comprender y respetar a su hijo es lo que provocó en su momento que
éste le abandonara. Y esa incapacidad es lo que le lleva a negar sus sentimientos, al
tiempo que es dominado por ellos al convertirse en prejuicios. Cuando la realidad le obliga
a dar su brazo a torcer lo verbaliza: “maldigo a todos los hijos por los que das la vida”. Es
el momento de la expiación.
La opinión
La opinión, como hemos visto, puede no estar exenta de prejuicio. Una opinión sólo puede
ser aceptable en la medida en que pueda ser revisada. Los seres humanos percibimos la
realidad desde una perspectiva existencial, la de la propia vida. En la medida en que
estamos abiertos al diá-logo, a la comprensión de otros puntos de vista, las vivencias
propias dejan de ser mera experiencia de una vida y se van convirtiendo en experiencia
de la vida.
Los personajes
· Nº 1. El presidente del jurado. De profesión, ayudante de
entrenador. Un hombre sencillo en sus juicios, pero con voluntad
de hacer las cosas bien. Se le ve bueno, pero emotivo y
susceptible a la crítica.
Pero hay otra característica fundamental en él. No se trata sólo de que se guíe por su
razón y de que se atenga firmemente al análisis objetivo de los hechos (esta misma
actitud, como hemos visto, la mantiene también uno de sus más firmes oponentes: el
corredor de bolsa). Es también un hombre de ideales. Cree en la justicia, se siente en la
obligación de llevarla a cabo. El ideal es la motivación, y sin esa motivación no hubiera
sentido la necesidad de buscar una revisión de las supuestas evidencias que fueron
presentadas en el juicio. No es el único miembro del jurado con una conciencia moral, pero
sí el único que la antepone a las apariencias, a la presión social, al “realismo” conformista
que prima en un principio en otros personajes. Incluso cuando su más enervado adversario
se desmorona, es el único que permanece cercano a él, el único que le muestra empatía,
calor humano y respeto, ayudándole a ponerse la chaqueta. Es, pues, un personaje de
gran empatía.
Curiosamente, ese sentimiento, mezcla de vanidad y falta de confianza, que hace que el
muchacho pueda ser condenado injustamente es el que va a dar fuerza al anciano del
jurado. Pese a la sabiduría que su sola experiencia le haya dado en la vida, no parece
haber tenido nunca la oportunidad de demostrarla, no sólo a los demás sino a sí mismo. A
diferencia del testigo, él no se activa por la mera vanidad de ser oído, sino por la
admiración que le suscita la actitud moral del protagonista. La suya sí va a ser una
experiencia decisiva y salvadora: vencer convenciendo a la férrea racionalidad del corredor
de bolsa (nº 4) marca el triunfo del afán moral que guía el debate: llegar a la duda
razonable. Sin su perspicacia y finura psicológica –ve muy bien, declara, y hay que añadir
que no sólo con los ojos– no hubieran podido cuestionar la declaración de la mujer.