Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Jorge Larrosa
junio-julio de 2003
Estudiar:
algo pasa.
Entre leer
y escribir
algo pasa.
Estudiar: leer
escribiendo.
Con un cuaderno abierto y un lápiz en la mano.
Un libro en el centro. Abierto.
Un blanco en el margen.
Abierto.
Y también: escribir
leyendo.
El hueco de la escritura,
abierto,
en medio de una mesa llena de libros.
Abiertos.
Pasión entre
lectura
que se hace
escritura
que se hace
lectura
impulsándose
la una a la otra
inquietándose la una
a la otra apasionándose
la una a la otra.
Interminablemente.
Algo pasa
entre
algo pasa
aquí
melancólicamente
algo pasa
ahora
al alba
en el silencio
algo pasa
en el laberinto
hacia dentro
algo pasa
distraídamente
como si
nada.
Aquí
el estudiante
estudia
aquí
en el punto de
aquí
alrededor de
aquí
nada
aquí
el estudio es
aquí
fuera de
aquí
nada
Todo es
ahora
antes de
ahora
nada
después de
ahora
nada
sólo
ahora
el estudio es
ahora
en el umbral de
ahora
que viene de
nada
que va hacia
nada
para
nada.
Aquí
nada
ahora
nada
algo
nada
pasa
nada.
El estudiante tiene tiempo. Todo el
tiempo. Un tiempo que es siempre
ahora. Un tiempo libre, liberado de
ese transcurrir crónico, feroz, lineal,
acumulativo y siempre urgente que
esclaviza y destruye con sus ruedas
a los que viven en él. El ahora libre
del estudiante está fuera del tiempo:
fuera del pasado y del porvenir,
fuera también de la presencia del
presente, de ese presente que
quiere ser otra cosa que un instante
que pasa y que incesantemente se
disuelve en pasado y se abre al
porvenir. El tiempo del estudio no es
mercancía, no es dinero, no es oro,
no tiene que ser aprovechado,
rentabilizado, recuperado. Por eso el
estudiante no tiene prisa. El estudio,
que se quiere interminable, que no
tiene principio, ni recorrido, ni fin, ni
finalidad, es para el estudiante
demora en el estudio, dilación en el
estudio, permanente retardación en
el estudio.
El estudiante tiene espacio. Un
espacio aquí, libre, liberado. Fuera
de la extensión de los lugares
concretos y de los territorios
marcados. Espacio abierto,
indeterminado. Por eso el estudiante
vaga, divaga, vagabundea.
Extravagante, el estudiante da
vueltas y revueltas, se mueve
lentamente, se permite rodeos, se
ofrece paradas, se detiene.
Un talante arisco es el que conviene
al estudiante.
Estudiar: leer
en busca de
la lectura.
Estudiar:
demorarse en la lectura,
extender y profundizar la lectura,
llegar, quizá, a una lectura propia.
Estudiar: leer,
con un cuaderno abierto
con un lápiz en la mano,
encaminándose a la propia lectura.
Estudiar: escribir,
en medio de una mesa llena de libros,
en camino
hacia una escritura propia.
Interminablemente.
Escribir sin
poder escribir sin
saber escribir sin otro fin
que el sin fin
de la escritura
que se hace
lectura
que se hace
escritura sin
poder sin
saber sin
otra finalidad
que escribir sin fin
hacia la lectura
hacia la escritura.
El estudio se
recoge en el alba,
se mantiene en suspenso
en el centro mismo del alba.
El silencio es el sonido peculiar del
estudio.
Lee
para tocar,
por un instante
y como una sorpresa,
el centro vivo de la vida,
o su afuera imposible.
Y para escribirlo.
El estudio vive de las palabras, con
las palabras y en las palabras. Al
estudiante le gustan las palabras.
También la primavera, claro. Y las
sonrisas, lo mejor son las sonrisas.
Pero las palabras le obsesionan.
Profesa un oficio de palabras.
En el estudio,
la lectura
y la escritura
tienen forma interrogativa.
Estudiar: leer
preguntando.
Recorrer,
interrogándolas,
palabras de otros.
Y también: escribir
preguntando.
Ensayar
las propias palabras
preguntándoles.
Preguntándose en ellas
y ante ellas.
Tratando de pulsar
las preguntas que laten
en su interior más vivo.
O en su afuera más imposible.
Preguntas al principio
y al final del estudio.
Estudiar: caminar
de pregunta
en pregunta
hacia las propias
preguntas
sabiendo que
las preguntas
son infinitas
inapropiables
de todos y
de nadie
de cualquiera
con un cuaderno
abierto
y un lápiz en la mano
en medio
de una mesa
llena de libros
abiertos
en la noche
y en la lluvia
entre las palabras
y sus silencios.
El estudiante tiene preguntas pero,
sobre todo, busca preguntas.
El preguntar, en el estudio, es la
conservación de las preguntas y su
desplazamiento. También su deseo.
Y su esperanza.
Estudiar: quemar
el leer
y el escribir
en el espacio
ardiente
de las preguntas.
Las preguntas son la salud del
estudio, el vigor del estudio, la
obstinación del estudio, la potencia
del estudio. Y también su no poder,
su debilidad, su impotencia.
Manteniéndose en la impotencia de
las preguntas, el estudio no aspira al
poder de las respuestas. Se sitúa
fuera de la voluntad de saber y
fuera, también, de la voluntad de
poder.